13 La Decena Tragica

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Cuento sobre la Decena Tragica

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    La decena

    tragicaJavier Malpica

  • Nueva Biblioteca del Nio Mexicano

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    Javier Malpica

    Era muy de maana el 9 de febrero de 1913 cuan-do se escucharon los primeros balazos. Un grupo de conspiradores arremeta contra el Palacio Nacional. La guardia presidencial era tomada por sorpresa. Alguien pretenda tomar el gobierno de la nacin. Por fortuna, el presidente Madero no se encontraba ah, estaba a salvo en el Castillo de Chapultepec. Pero quin podra enca-bezar esta sublevacin? Quin pretenda quitar del po-der al hombre que haba trado la democracia al pas?

    Los autores de esto podan ser muchos. Para el inicio de 1913, el adjetivo popular no poda apli-carse a don Francisco I. Madero. Todava no llega-ba siquiera a dos aos como presidente y se poda decir que algunos tigres con rabia tenan ms ami-gos que l. Y eso que apenas unos meses atrs la gente haba votado para que este hombre llevara al pas a la prosperidad basado en la justicia y la paz.

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    Lo cierto es que intentar arreglar un pas que estaba ms desordenado que el clset de un adolescente, no era sencillo. Despus de todo, se trataba de un desorden que vena arrastrando treinta aos de in-justicias y desigualdades. No era fcil ayudar a los pobres sin que los ricos protestaran; o conceder apoyo a los terratenientes sin que los campesinos resultaran perjudicados. As que, como era de espe-rarse, la gente comenz a sentirse decepcionada de su mandatario. Y este desencanto pronto se vio re-flejado en descarados insultos y burlas. Hasta los peridicos se mofaban de l, y por casi todo: por ser educado, por ser buen esposo, por respetar a la gente, por ser optimista y hasta por ser vegetariano. Como era de esperarse, no falt mucho para que el descontento popular se viera expresado en huelgas, intrigas y hasta en un golpe de Estado.

    Cuando en la madrugada de ese 9 de febrero los rebeldes tomaron el Palacio Nacional, no contaban con que el general Lauro Villar, comandante militar de la plaza, lo recuperara con la ayuda de sesenta hombres. Y aunque segua existiendo la duda sobre quin estaba detrs de este ataque, para nadie fue sorpresiva la accin. Mucha gente llevaba tiempo

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    convencida de que casi cualquier otro candidato hubiera podido ser un mejor presidente que Made-ro. Y sta no era la primera vez que un grupo arma-do intentaba derrocar al presidente. Meses antes, un militar llamado Flix Daz, por cierto, sobrino del dictador Porfirio Daz, y un general de nombre Bernardo Reyes haban levantado las armas contra el gobierno legtimo, convencidos de que eran ellos los destinados a ocupar la silla presidencial. Afortu-nadamente para Madero, los dos inconformes fue-ron derrotados y encarcelados antes de que pudie-ran cumplir sus planes. Era claro que semejantes sublevados merecan un castigo ejemplar. Pero cul? La pena de muerte? Madero, fiel a sus con-vicciones y al respeto de los derechos humanos, de-cidi perdonar a los infractores y no los mand fu-silar, como se estilaba por aquellas pocas, cuando a la menor provocacin la gente acababa con los ojos vendados frente a un pelotn de fusilamiento. Y aunque no lo creas, muchos pensaban que eso era lo que Madero debi haber hecho y tal vez no estaban tan equivocados... y ahora vers por qu.

    El 9 de febrero de 1913, despus de repeler ese primer ataque, por un momento los soldados que

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    defendan el Palacio creyeron que todo haba ter-minado. Estaban equivocados. Un nuevo grupo se acercaba. Ahora las cosas quedaban claras. Un ejr-cito de rebeldes encabezado por el general Manuel Mondragn acababa de liberar a los generales Flix Daz y Bernardo Reyes.

    El grupo de Reyes se acercaba al Palacio, confiado en que ya estara bajo el control de los rebeldes. Eso decidi su destino. Cuando intentaron tomar el Pala-cio, fueron repelidos por las tropas leales a Madero. El general Reyes qued muerto en pleno zcalo.

    Mientras tanto, Madero decida abandonar el Castillo y dirigirse al Palacio Nacional. Fue una de-cisin muy valiente, pero un tanto precipitada, ya que, como podrs suponer, en el Castillo no corra peligro. Pero Madero confiaba en que las cosas es-taban a su favor. En su recorrido mucha gente le manifest su apoyo. Claro que por ah tambin se escuchaba la voz de muchos otros aclamando a F-lix Daz como el futuro presidente. Madero no al-canz a llegar a Palacio. Se encontr de pronto en un fuego cruzado y tuvo que ocultarse. Al enterarse de que el general Lauro Villar haba resultado heri-do, Madero decidi nombrar como jefe de la plaza

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    al general Victoriano Huerta, en quien confiaba cie-gamente.

    Los refuerzos del ejrcito leal a Madero pronto hicieron huir a los rebeldes y los obligaron a atrin-cherarse, a unos cientos de metros, en La Ciudade-la, donde el ejrcito tena gran cantidad de armas y municiones, pues ah se alojaba la fbrica. Ahora los rebeldes, bajo las rdenes de Daz y Mondragn te-nan suficientes recursos para continuar su revuelta. No tardaron en mandar proyectiles hacia el Palacio Nacional. Se cre entonces un fuego cruzado en el que quedaron atrapadas cientos de familias. La Ciu-dad de Mxico de pronto se haba convertido en un terrible escenario de guerra.

    En los siguientes das la capital vivi una de las ma-yores pesadillas que se recuerdan. El fuego no ces durante diez das. Fueron cientos los muertos, entre militares y civiles. A este periodo se le bautiz la De-cena Trgica, diez das que resultaron trgicos, no slo por la fiera batalla que se libr entre rebeldes y defensores del gobierno legtimo y que dej numero-sas prdidas humanas, incontables heridos y muchos edificios destrozados, sino porque se trat del perio-do en el que la democracia fue diezmada.

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    En ese periodo, Madero recurri a sus mejores militares (como el general Felipe ngeles) para aca-bar con los rebeldes. Y tal vez stos hubieran sofoca-do la insurreccin de no ser por un terrible acto de infamia que se estaba fraguando y del cual el presi-dente mismo no tena ninguna idea: una de las ma-yores traiciones de que se guarde memoria.

    Victoriano Huerta, el comandante elegido por el mandatario para que lo defendiera, al ver la oportu-nidad de ser l mismo el nuevo presidente, no slo pact con los rebeldes, los abasteci de comida y agua y realiz falsos ataques, sino que le hizo creer a Madero que efectivamente luchaba por acabar con el ejrcito de Flix Daz. En algn momento el her-mano de Madero, Gustavo (que adems era diputa-do), se enter de que el general estaba pactando con los rebeldes y que pensaba derrocar al gobierno le-gtimo. El hermano del presidente desenmascar a Huerta y ste le jur a su jefe que lo calumniaba. Madero, confiado como era, prefiri enemistarse con su hermano que desconfiar de su comandante. Este, como podrs imaginar, sera un grave error. La traicin definitiva no tard mucho en ocurrir.

    La presin sobre Madero pronto fue insoporta-

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    ble, pues no slo enfrentaba el problema de no poder derrotar a los rebeldes, sino tambin la difcil situa-cin en que lo colocaban diversos grupos polticos y diplomticos que le aconsejaban que renunciara para evitar ms derramamiento de sangre. El Congreso mismo le pidi que dejara el puesto. El presidente, fiel a sus principios, se neg y dijo estoicamente que prefera morir antes que renunciar a sus legtimos derechos. Pareca que slo era cuestin de das. Un nuevo traidor surgi: el general Aureliano Blanquet, supuestamente fiel a Madero, se pas al lado de Huerta. Sin que el presidente lo sospechara fue apre-hendido por Blanquet. La guardia presidencial no pudo hacer nada ante la sorpresiva accin. Madero, furioso, abofete al general y lo llam traidor. Pero esto no pareci importarle al militar, que cnicamen-te le contest: S. Soy un traidor.

    Mientras esto ocurra, el mximo traidor, Huer-ta, celebraba ya su inminente ascenso a la presiden-cia y cit en un restaurante al hermano de Madero, le pidi que se desarmara y ste, sin sospechar nada, qued a merced de los rebeldes, que de inmediato lo llevaron preso a La Ciudadela, donde fue objeto de terribles torturas antes de ser asesinado.

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    Sin perder tiempo, Huerta, junto con Flix Daz, se reuni en la embajada de los Estados Unidos con diplomticos extranjeros y con el propio embaja-dor estadunidense (quien por cierto era un absolu-to defensor de las clases poderosas y abominaba a Madero por sus ideas democrticas, contrarias a sus intereses), y firm el Pacto de la Embajada, median-te el cual negoci el encarcelamiento del legtimo lder de la nacin a cambio de que l mismo fuera reconocido como presidente provisional, quien debera convocar a nuevas elecciones, en las que de-bera salir elegido Flix Daz.

    Imagina lo que Madero sinti en la soledad de su reclusin al enterarse de la traicin de Huerta. Tal debi haber sido su desolacin que finalmente firm su renuncia, junto con la del vicepresidente, Jos Mara Pino Surez, a condicin de que se le concediera vivir en el exilio.

    Y aunque la batalla en la capital de la Repblica haba terminado por fin y con ello esos diez das de terror, an faltaba el golpe definitivo contra Made-ro. Huerta no iba a permitir el exilio del ex presi-dente. Se neg a escuchar la peticin de indulgen-cia de los gobiernos de Cuba y Espaa. Y si Huerta

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    no escuch ruegos, tampoco lo hizo el embajador de los Estados Unidos, quien no oy la peticin de la seora de Madero para que intercediera por la li-bertad de su esposo.

    Madero y Pino Surez nunca ms veran la luz del sol. O de la luna. Una ltima traicin se fragu. El supuesto exilio nunca lleg. Ni siquiera la crcel estaba en los planes de Huerta. La noche del 22 de febrero de 1913, mientras se realizaba el supuesto traslado de los ex mandatarios, del Palacio Nacio-nal, donde estaban presos, a la crcel de Lecumbe-rri, fueron ejecutados. Despus se dira que haban pretendido huir y haba sido necesario acabar con ellos.

    Al da siguiente, la gente colocaba veladoras y lloraba a su lder cado. Era demasiado tarde. El hombre que tuvo un sueo, el de un pas donde to-dos buscaran el bien comn, se haba ido entre un ro de sangre.

    Victoriano Huerta, el traidor, haba asumido la presidencia. La sed de poder y la ambicin haban derrotado a la democracia Pero no por mucho tiempo. Una nueva revolucin estaba a punto de comenzar.

  • Francisco Ibarra y Mauricio Gmez Morin, diseo de la coleccin; Mauricio Gmez Morin

    ilustracin de portada; Mauricio Gmez Morin y David Lara, ilustraciones de interiores; Gerardo Cabello y

    Javier Ledesma, cuidado editorial.

    D. R. 2009, Instituto Nacional de Estudios Histricos de las Revoluciones de Mxico

    Francisco I. Madero, 1; 01000 San ngel, Mxico, D. F.

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