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Para Marinella,con todo mi cariño y agradecimiento

por haber creído y confiado en esta historia,por acompañarme en este viaje a través de Idhún,

por hacer también suyo este proyecto,que estoy encantada de compartir con ella.

El viaje continúa...

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Entonces los ojos y el corazón del guerrero empiezana acostumbrarse a la luz. Ya no lo asusta, y él pasa a acep-tar su Leyenda, aunque eso signifique correr riesgos.

El guerrero estuvo dormido mucho tiempo. Es natu-ral que vaya despertando poco a poco.

Todos los caminos del mundo llevan hasta el corazóndel guerrero; él se zambulle sin pensar en el río de las pa-siones que siempre corre por su vida.

El guerrero sabe que es libre para elegir lo que desee;sus decisiones son tomadas con valor, desprendimientoy –a veces– con una cierta dosis de locura.

El guerrero de la luz a veces actúa como el agua,y fluye entre los obstáculos que encuentra. En ciertosmomentos, resistir significa ser destruido; entonces, él seadapta a las circunstancias.

En esto reside la fuerza del agua. Jamás puede serquebrada por un martillo, ni herida por un cuchillo. Lamás poderosa espada del mundo es incapaz de dejar unacicatriz sobre su superficie.

PAULO COELHO, Manual del guerrero de la luz

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PRÓLOGO

A serpiente entornó sus ojos irisados, pero no hizo el menormovimiento ni denotó ninguna emoción especial cuando dijotelepáticamente:

«Ya están aquí».–Lo sé –respondió en voz baja Ashran, el Nigromante, desde el otro

extremo de la habitación. Estaba asomado al ventanal, como solía, con-templando la salida de la tercera de las lunas por el horizonte de sumundo.

La serpiente alzó la cabeza y desenroscó lentamente su largo cuerpoanillado. Era inmensa, y ni siquiera había desplegado las alas. Cada es-cama de su cuerpo irradiaba un poder misterioso y letal, un poder anteel que cualquier mortal temblaría de terror. Pero Ashran, el Nigro-mante, no era un hombre corriente.

Tampoco aquella era una serpiente corriente, ni siquiera entre lasde su raza. Se trataba de Zeshak, el señor de los sheks, la más pode-rosa de las serpientes aladas.

«El dragón y el unicornio», enumeró. «Dos hechiceros: un humanoy una feérica. Y un caballero de Nurgon, medio humano, mediobestia».

–Deben de formar un grupo singular –sonrió Ashran–. Tengo ga-nas de verlos en acción. Pero eso no es todo, ¿verdad? Hay una sextapersona.

Hubo un breve silencio.«El traidor está con ellos», dijo Zeshak con helado desprecio. «Ese

a quien llamabas tu hijo es ahora el sexto renegado de la Resistencia».Ashran hizo caso omiso del tono irritado de su interlocutor. Desde

que Kirtash los había traicionado, ningún shek había vuelto a pro-nunciar su nombre.

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–Sé que quieres verlo muerto –dijo el Nigromante–. Y tendrás esasatisfacción. Pero el dragón y el unicornio son más importantes ahora.

Zeshak no dijo nada, pero Ashran percibió su escepticismo.–La profecía se está cumpliendo –le espetó el hechicero–. ¿O es

que crees poder luchar contra el destino?«No existe el destino», replicó el shek. «Los dragones nos conde-

naron a vagar por los límites del mundo durante toda la eternidad, ymíranos, estamos aquí. Somos dueños absolutos del planeta, y de nues-tro propio destino. Y hemos acabado con todos los dragones».

–No con todos –le recordó Ashran.En los ojos tornasolados del shek brilló un breve destello de ira.«Y, a pesar de todo, los sheks deseamos más la muerte del traidor

que la de ese dragón que se nos ha escapado».–Pero, en cuanto os topéis con él, volveréis a sucumbir al odio –son-

rió Ashran–. Como ha sido siempre. Un dragón, aunque sea uno solo,aunque sea el último, sigue siendo un enemigo peligroso.

El shek dejó escapar un airado siseo.«¿Cómo es posible que consideres peligroso a un dragón que está

tan contaminado de humanidad?».–¿Cómo es posible que los subestimes, Zeshak? No son criaturas

corrientes. Son parte de una profecía, y detrás de las profecías está lamano de los dioses.

«Entonces, no deberías haberlos dejado volver», opinó Zeshak.Ashran se encogió de hombros.–En la Tierra habrían quedado lejos de mi alcance. Además, hiciera

lo que hiciese, mientras pudieran refugiarse en Limbhad estarían asalvo –alzó la cabeza para clavar en la serpiente la mirada de sus ojosplateados–. Ahora ya no lo están.

«Siempre pueden volver atrás».–No –replicó Ashran–. Ya no pueden... pero todavía no lo saben.Zeshak asintió lentamente.«Ya veo», dijo. «Si es verdad que esa profecía puede cumplirse, si es

cierto que pueden derrotarnos, no deberías enfrentarte a ellos. Ahoraestán aquí, en Idhún. Ahora nosotros, los sheks, podemos encargar-nos de aplastar a la Resistencia».

Ashran meditó la propuesta. En virtud de un antiguo conjuro, ha-cía siglos que ni los sheks ni los dragones podían atravesar la Puertainterdimensional hacia la Tierra. Por eso los hechiceros renegados de

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la Torre de Kazlunn, aquellos que se oponían al poder del Nigromante,se habían visto obligados a enviar allí solo los espíritus del dragón y elunicornio de la profecía, para que se reencarnasen en cuerpos huma-nos. Por eso el propio Ashran había tenido que mandar tras ellos aKirtash, una criatura híbrida, un shek camuflado en el cuerpo de unmuchacho que, desgraciadamente para ellos, había conservado buenaparte de sus emociones humanas y había acabado por unirse a susenemigos.

Pero ahora, ellos estaban en Idhún, habían acudido allí a presentarbatalla. Nada impedía a los sheks atacarlos en su propio terreno.

–¿Sabes dónde están? –preguntó.Los ojos de la serpiente presentaron, por un momento, un cierto

brillo siniestro.«Sé dónde están. Un solo mensaje telepático mío, y mi gente ata-

cará».Ashran asintió.–Quizá no podáis vencerlos –dijo sin embargo.El shek se envaró, ofendido. No habló, pero dejó que Ashran no-

tara su irritación.–Hay una extraña fuerza en su interior. Mira esta torre, Zeshak.

No era más que un edificio muerto y abandonado, y ahora rebosa po-der por los cuatro costados. Y eso lo hizo la muchacha... ella sola. Noes solo un unicornio. Es el último unicornio, toda la fuerza de su razareside en ella.

Percibió el resentimiento de Zeshak, y supo lo que estaba pensando.El shek había sido partidario de acabar con la vida de la joven que sehacía llamar Victoria al hacerla prisionera, pero Ashran había optadopor utilizar su poder... y aquella chica, cuyo cuerpo albergaba el espí-ritu del último unicornio, había acabado por escapar de ellos. Ahoraella y su compañero, el último dragón, eran lo único que amenazabala estabilidad de su imperio.

–También el dragón será un adversario temible, en cuanto aprendaa emplear su poder.

«Entonces, debemos acabar con ellos antes de que eso suceda».–Llevamos más de quince años intentando acabar con ellos, Zeshak.

Y no lo hemos conseguido.«¿Estás empezando a pensar que no podemos evitar el cumpli-

miento de la profecía?», siseó Zeshak en su mente.

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–No; estoy empezando a pensar que no hemos seguido la estrate-gia adecuada.

La serpiente no dijo nada, pero clavó en el Nigromante sus hip-nóticos ojos tornasolados, esperando una explicación.

–Desgraciadamente, Zeshak, no los conozco tanto como quisiera.Conozco bien a Kirtash, mucho mejor de lo que él mismo cree; em-piezo a conocer a Victoria, porque tuve ocasión de tratar con ella, y creoque puede ser una pieza importante para mis planes futuros, aunqueella no lo sepa. Pero el muchacho, el dragón, sigue siendo un completoextraño para mí. Y eso no me gusta. Ahora que están aquí, en Idhún,voy a tener ocasión de observarlos, de estudiarlos, de conocerlos y com-prenderlos... y de encontrar su punto débil.

Zeshak lo miró, con la boca entreabierta, dejando ver su larga len-gua bífida. Casi parecía que se reía.

«Estrategia básica shek», comentó.Ashran asintió.–De todas formas, no me opongo a que vosotros ataquéis primero.

Pocas cosas pueden escapar a la mirada de un shek, y sospecho que, va-yan a donde vayan, terminaréis por encontrarlos. Quizá logréis acabarcon ellos entonces, con uno solo de ellos, al menos, y entonces no ha-brá más que hablar. Pero, si fracasáis, al menos habré tenido la ocasiónde estudiar a la Resistencia con más detalle, y puede que para entoncesya se hayan confirmado mis sospechas.

El shek entrecerró los ojos y aguardó a que el Nigromante siguierahablando. Ashran lo miró y sonrió.

–Tal vez –dijo el hechicero con suavidad– la clave para su destruc-ción no esté en nosotros, sino en ellos mismos.

Zeshak comprendió. Lentamente, su rostro de reptil esbozó unasinuosa sonrisa.

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ILA TORRE DE KAZLUNN

UANDO Victoria abrió los ojos, tardó un poco en recordar todolo que había pasado. Imágenes confusas se entremezclaban ensu mente, imágenes fantásticas que parecían producto de un

hermoso sueño o de una extraña pesadilla.Se incorporó un poco, y vio junto a ella un rostro familiar. Jack

estaba tendido a su lado, con los ojos cerrados. A Victoria le dio unvuelco el corazón; sin embargo, se dio cuenta casi enseguida de queel muchacho estaba dormido o inconsciente, pero no herido. Su ex-presión era tranquila, y su respiración, regular. Victoria alzó la manopara acariciarle el rostro con cariño. El joven sonrió en sueños, perono se despertó.

Se habían conocido tres años antes, cuando los sicarios enviadospor Ashran, el Nigromante, habían asesinado a los padres de Jack. En-tonces él no sabía nada de Idhún, nada de la Resistencia a la que Vic-toria pertenecía, y se había visto obligado, de la noche a la mañana, aasumir que, de alguna manera, estaba implicado en la guerra por la sal-vación de un mundo que no conocía. Se había unido a la Resistencia,que luchaba por liberar Idhún del dominio de Ashran y los sheks, lasmonstruosas serpientes aladas; había tenido que aprender a pelear, adefenderse, a sobrevivir.

Pero también había conocido a Victoria. La chica sonrió, evocandosu primer encuentro. Entonces ellos eran unos niños todavía, peroahora habían crecido, y la amistad que los unía se había converti-do en algo más, en un sentimiento más intenso y más profundo, quese había afianzado cuando los dos habían averiguado, apenas unassemanas antes, que su destino estaba escrito incluso antes de su naci-miento, y que ellos dos eran los elegidos para derrotar al Nigromantey salvar a Idhún. Porque en su interior latían los espíritus de Yandrak

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y Lunnaris, el último dragón y el último unicornio, los únicos que, se-gún la profecía de los Oráculos, serían capaces de acabar con el poderde Ashran.

Victoria se estremeció y alzó la mirada hacia las estrellas. No que-ría hacerlo, porque sabía lo que iba a encontrar en aquel hermoso cielovioláceo. Pero también sabía que habían dado un paso definitivo y queno había vuelta atrás.

Contempló con resignación, casi con odio, las tres lunas que bri-llaban en el firmamento. Las tres lunas de Idhún, el mundo al que aca-baban de llegar, un mundo que en teoría era el suyo, pero que ella,cuyo cuerpo humano había nacido y crecido en la Tierra, no recordabani había aprendido a amar. Era un espectáculo bellísimo, porque lostres astros presentaban sombras y tonalidades que harían palidecer deenvidia al satélite terrestre, pero, aunque una parte de su corazón sesentía conmovida por tanta belleza, la otra era dolorosamente cons-ciente de que habían ido allí a luchar... y tal vez a morir.

Las observó un momento más. Ninguna de las tres estaba llena; lamediana parecía decrecer, mientras que a la más pequeña le faltabapoco para el plenilunio, y la grande también estaba creciente. Victoriadedujo que cada una de ellas tenía un ciclo distinto; se preguntó si al-guna vez coincidirían los tres plenilunios en la misma noche, y si ellallegaría a verlo.

Se sentó en el suelo y miró a su alrededor. Acababan de atravesarla Puerta interdimensional; en principio, deberían haber aparecido en laTorre de Kazlunn, el bastión de los hechiceros que se oponían a Ash-ran, pero se encontraban en el claro de un bosque. No parecía habernada peligroso o amenazador en el paisaje y, sin embargo, Victoria sesintió inquieta. Los árboles eran inmensos y tenían formas extrañas,de raíces torcidas, y ramas que se entrelazaban entre ellas formandointrincados diseños; había arbustos que alcanzaban varios metros dealtura y enormes y bellísimas flores cuyos pétalos se abrían en ángu-los y siluetas inverosímiles, y que envolvían a Victoria en embriaga-dores perfumes. Todo era muy diferente a lo que ella conocía y, noobstante, no sentía nada anormal en aquel lugar. Era como si la natu-raleza hubiera encontrado de pronto la inspiración y la fuerza necesa-rias para llevar a cabo sus más atrevidas quimeras. Y, teniendo en cuentala enorme cantidad de energía que vibraba en el ambiente, Victoria sedijo a sí misma que no era de extrañar.

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Buscó a sus amigos con la mirada. Vio a Shail, Allegra y Alexander,que, como Jack y como ella misma, habían quedado inconscientes du-rante el viaje interdimensional. Victoria frunció el ceño. No recordabagran cosa de ese viaje, aparte de haber cruzado la brecha... una luz in-tensa... todo daba vueltas y, de pronto, perdió el sentido de la orienta-ción, no sabía dónde estaba arriba y dónde abajo... se mareó... soltó sinquererlo la mano de Jack... y la mano de Christian.

Christian.Victoria se puso en pie de un salto y miró a su alrededor, pero no

vio la esbelta silueta del joven por ninguna parte. Y, sin embargo, pre-sentía que él estaba cerca, lo cual la tranquilizó un poco. Cerró los ojos,se llevó a los labios la piedra de Shiskatchegg, el anillo mágico que élle había regalado, y se dejó guiar por su intuición. Sabía que no debíaadentrarse sola en un bosque desconocido, pero nunca atendía a razo-nes cuando se trataba de Christian.

Algo se movió entre las ramas más altas, y Victoria dio un respingo,sobresaltada. Pero solo resultó ser algún animal, probablemente un pá-jaro. La muchacha sonrió, nerviosa, y prosiguió su camino.

El claro no estaba muy lejos del límite del bosque. Los árboles seabrían un poco más allá y dejaban entrever las formas suaves de unallanura, iluminada por las tres lunas.

Y allí estaba Christian. Victoria descubrió su figura apostada en laúltima fila de árboles, en tensión, vigilando el horizonte. Como cadavez que lo veía, su corazón se debatió en un océano de sentimientoscontradictorios.

Christian era Kirtash, un joven asesino enviado por Ashran a la Tie-rra para acabar con la Resistencia y con el dragón y el unicornio queamenazaban su imperio. Victoria había luchado contra él, lo había te-mido, lo había odiado... pero también se había sentido atraída por él casidesde el principio, y aquella atracción había aumentado más y más encada encuentro, hasta transformarse en una emoción difícil de repri-mir... y que, sorprendentemente, era correspondida. Victoria no habíadejado de quererle al enterarse de que él era el hijo de Ashran el Ni-gromante, su enemigo..., tampoco al saber que Kirtash no era del todohumano, sino que albergaba en su interior el espíritu de un shek, unade las letales serpientes aladas que habían conquistado Idhún. Ni si-quiera había sido capaz de odiarle cuando su parte más oscura había aflo-rado de nuevo, haciéndole daño de forma dolorosa y cruel. A cambio,

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Christian había acabado por traicionar a los suyos y se había unido a laResistencia. Por ella. A pesar de que, como ambos sabían muy bien, Vic-toria jamás sería capaz de elegir entre Jack y Christian porque, de algunamanera, estaba enamorada de los dos.

La muchacha no sabía cómo iban a resolver aquello, pero sí teníamuy claro que tendría que esperar. Reprimió sus dudas y sus senti-mientos al respecto y se obligó a sí misma a centrarse y a actuar nocomo una adolescente enamorada y confusa, sino como una guerrerade la Resistencia.

Se acercó a Christian sin hacer el más mínimo ruido. Pero él supoque ella estaba allí sin necesidad de verla ni oírla.

–¿Ya habéis despertado?Victoria negó con la cabeza y se colocó junto a él.–Solo yo –dijo–. Los otros siguen inconscientes. ¿Qué nos ha pa-

sado?–Chocamos con una barrera –explicó él a media voz–. Tuve que

reorientar el destino de la Puerta sobre la marcha.–¿Dónde estamos ahora?–No muy lejos de nuestro destino. Mira.Señaló un punto en el horizonte, y Victoria contuvo el aliento.Contra el cielo nocturno se recortaba la alta figura cónica de una

torre, una torre de sólidos cimientos, acabada, sin embargo, en un es-belto picacho que parecía pinchar la más grande de las tres lunas. Seencontraban demasiado lejos como para que Victoria pudiera apreciarlos detalles de la estructura, pero a primera vista se le antojó hermosa...y siniestra. No obstante, había algo en ella, en su silueta, que le resul-taba familiar.

–¿Eso es la Torre de Kazlunn? –preguntó en voz baja.Christian asintió.–No nos han dejado entrar. Por una parte, no es de extrañar, puesto

que los magos protegen la torre con un conjuro muy poderoso, y entodos estos años, ni yo, ni mi padre, ni los sheks hemos conseguidoconquistarla. Pero, por otro lado... os están esperando desde hace añoscomo a los héroes de la profecía. Deberían haber detectado que pro-cedíamos de Limbhad. Deberían haberos dejado pasar.

Victoria miró a Christian, insegura. Si él no sabía qué era lo queestaba pasando, nadie lo sabría. El shek solía ir por delante de todos ala hora de comprender las cosas.

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–Puede ser que hayan detectado mi presencia –siguió diciendoChristian–. Quizá hayan pensado que se trata de una trampa. Pero...

–No hay luces en las ventanas –dijo Victoria de pronto–. Es comosi dentro no hubiera nadie.

–Ya lo había notado –asintió Christian, tenso–. Aquí hay algo queno marcha bien.

Se llevó la mano atrás en un movimiento reflejo, pero la detuvo amedio camino, al recordar de pronto que ya no llevaba la vaina deHaiass, su espada, prendida a la espalda. Victoria vio que sus dedos secrispaban y lo miró, un poco preocupada.

–Deberíamos despertar a los demás. Tal vez mi abuela sepa lo queestá pasando.

Christian asintió. Victoria dio media vuelta para regresar al claro,pero se detuvo en seco al ver que Christian no la seguía, sino que ha-bía comenzado a deslizarse con movimientos felinos en dirección a latorre. Victoria volvió sobre sus pasos para detenerlo.

–¿Adónde se supone que vas?Él la miró un momento, entre molesto y divertido.–A reconocer el terreno. Si hay algo raro en esa torre, desde aquí

no puedo percibirlo.–Ni hablar, Christian. No vas a ir solo, ¿me oyes? No quiero que

te maten.Christian no dijo nada, pero sostuvo su mirada. El corazón de Vic-

toria empezó a latir desenfrenadamente, y la joven sintió que las treslunas que brillaban sobre ellos alteraban sus sentidos y hacían que aquelmomento pareciese aún más mágico de lo que era. Pero se sobrepuso y,cuando Christian se acercó más a ella, con intención de besarla, Victo-ria se separó de él con suavidad.

–Tenemos que despertar a los demás –le recordó.Christian alzó la cabeza y vio entonces una sombra que los observaba

un poco más lejos, y reconoció a Jack. Victoria fue a reunirse con él, connaturalidad, haciendo caso omiso del semblante sombrío de su amigo.

–Estamos cerca de la Torre de Kazlunn –le explicó–, pero Chris-tian no sabe por qué la Puerta no nos ha llevado hasta el interior. ¿Sehan despertado ya todos?

–Sí –respondió Jack; la retuvo por el brazo y dejó que Christian seadelantara hasta que quedaron los dos solos–. No vuelvas a hacermeesto –le susurró, irritado.

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–¿El qué? –se rebeló ella–. No me digas que estás celoso; ya sa-bes que...

–Si lo estuviera, no te lo diría ni actuaría en consecuencia, Victoria–cortó Jack, un poco dolido–. Ya te dije una vez que jamás intentarécontrolar tus sentimientos. No, me refiero a lo de desaparecer de re-pente y quedarte a solas con él. ¿Y si se vuelve loco, como la últimavez? ¿Tienes la menor idea de lo que supone para mí despertarme yno verte por ninguna parte? ¿Después de lo que pasó entonces?

Victoria titubeó, entendiendo los sentimientos de su amigo.–No va a hacerme daño, Jack –dijo en voz baja.–Eso no puedo saberlo, Victoria. Y tú, tampoco.–Estoy dispuesta a correr el riesgo.Él la miró a los ojos, muy serio.–Pero yo, no.Victoria fue a replicar, pero no encontró las palabras apropiadas.

Buscó su mano y la estrechó con fuerza, y así, cogidos de la mano, re-gresaron al claro.

Encontraron a sus compañeros ya despiertos, y escuchando consemblante grave lo que Christian les exponía clara y sucintamente.

–Deberían habernos dejado pasar –resumió Allegra los pensa-mientos de todos.

Victoria se dio cuenta de que, por lo visto, ella había decidido pres-cindir de su camuflaje mágico, porque ya no parecía una anciana hu-mana, sino que mostraba su verdadero rostro, el rostro etéreo de unhada de edad incalculable, de cabellos de plata, rasgos exóticos y deli-cados y ojos completamente negros, todos pupila, que parecían conte-ner toda la sabiduría del mundo. A la muchacha todavía le resultaba ex-traño pensar que aquella a quien había creído su abuela era en realidaduna poderosa hechicera idhunita.

Shail, el otro mago del grupo, negó con la cabeza.–No saben que logramos rescatar a Victoria de la Torre de Drack-

wen –dijo–. Si no me equivoco, el Nigromante consiguió lo que que-ría, y la torre vuelve a ser inexpugnable –miró a Christian, quienasintió, confirmando sus palabras–. Puede que los magos piensenque Victoria murió en la torre, y en tal caso habrán perdido toda es-peranza.

–¡Pero no pueden dejarnos aquí! –dijo Alexander–. La Torre de Kaz-lunn es el único lugar seguro para nosotros. Aquí somos vulnerables...

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–... por no mencionar el hecho de que lo más probable es queAshran ya sepa que hemos llegado –añadió Christian.

Alexander soltó un juramento por lo bajo. Jack se irguió.–Yo voto por acercarnos a la torre y averiguar qué está pasando.–¿Y si es una trampa? –dijo Christian.Shail lo miró.–¿Una trampa de quién? Tu padre no controla la Torre de Kazlunn.

Es imposible que la haya conquistado en el tiempo que ha pasado desdeque me marché, y más teniendo en cuenta que no lo ha conseguidoen quince años.

Christian no dijo nada, pero Victoria descubrió en su rostro unasombra de duda.

La Torre de Kazlunn se alzaba junto al mar, al fondo de una alti-planicie salpicada de pequeñas arboledas como la que acababan de aban-donar. Había un largo camino que llevaba hasta la entrada, bordeandoel acantilado.

El ascenso fue largo y penoso. Cuando el camino los acercó unpoco al barranco, Jack quiso asomarse al borde, para ver qué había másallá, pero Christian lo retuvo.

–¿Estás loco? –le dijo en voz baja–. Está subiendo la marea.–¿Y? –preguntó Jack, sin comprender–. No entiendo qué...No había terminado de decirlo cuando una violenta ola se estrelló

contra el borde del precipicio con un sonido atronador. Jack jadeó yretrocedió, empapado y sin aliento. Sus compañeros también se aleja-ron de la escollera, con prudencia.

–Habría jurado que era mucho más alto, unos quince metros comopoco –murmuró el chico, perplejo.

–Lo es –repuso Shail, sonriendo.Victoria cogió a Jack del brazo y le señaló el cielo en silencio. Jack

comprendió lo que quería decir. Las tres lunas de Idhún tenían queprovocar, por fuerza, unos movimientos oceánicos mayores que lasmareas de la Tierra. Tragando saliva, se alejó aún más del acantilado,y no se sintió seguro hasta que ascendieron hasta los mismos pies dela torre.

La Resistencia se detuvo ante la puerta, que estaba cerrada a cal ycanto. No se veía a nadie por los alrededores, ni tampoco percibieronactividad alguna en el edificio.

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–Esto no me gusta –murmuró Shail–. Ya deberían habernos vistollegar.

–Nadie puede habernos visto llegar, Shail –dijo Allegra, sombría–,porque no queda nadie en la torre.

–¿Qué...?–Abrid esa puerta –dijo Christian entonces–. Tenemos que entrar

en la torre cuanto antes.–¿Por qué? –preguntó Alexander, mirándolo con desconfianza.–Porque Christian tenía razón –respondió Jack, escudriñando las

sombras mientras desenvainaba su espada–. Es una trampa. ¿No lonotáis?

No había terminado de pronunciar aquellas palabras cuando do-cenas de pares de ojos brillantes se alzaron en las sombras. Enormescuerpos ondulantes y alargados surgieron del fondo del acantilado cho-rreando agua, y se movieron sinuosamente, rodeándolos; y algunos deellos extendieron sus alas, cubriendo de oscuridad el cielo nocturno.Victoria se estremeció de frío y se preguntó cómo no los habían de-tectado antes; pero los sheks eran criaturas astutas y muy inteligentes,y habían logrado ocultarse de ellos, esperando pacientemente hastatenerlos acorralados contra el muro. Ahora los observaban con fijeza,a una prudente distancia, como evaluándolos, pero no cabía duda deque no tardarían en atacarlos, y que sería una lucha muy desigual enla que la Resistencia no podría vencer. La única posibilidad que te-nían de escapar con vida era refugiándose en la torre, pero Victoriacomprendió, antes de que Allegra y Shail unieran su magia para tratarde derribar la puerta, que no lo lograrían. Hubo un violento chispazode luz y la magia que protegía la torre repelió el poder de los dos he-chiceros con tanta fuerza que los lanzó hacia atrás.

Una de las serpientes siseó con furia, proyectando la cabeza haciaadelante, mostrando unos colmillos letales. Jack, Christian, Victoria yAlexander retrocedieron unos pasos, con las armas a punto, cubriendoa los magos sin dejar de vigilar a los sheks, buscando protección en elenorme y elegante pórtico que abrigaba la entrada.

–¡Abrid esa puerta o estaremos perdidos! –susurró Alexander convoz ronca.

–No reconozco esta magia –murmuró Allegra–. La puerta ha sidosellada con un poder distinto al de los hechiceros corrientes.

–Es la magia de mi padre –musitó Christian.

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No dijo más, pero todos entendieron lo que ello implicaba.La Torre de Kazlunn había caído. De alguna manera, Ashran había

logrado conquistarla. En cuanto a qué había sido de los hechiceros quevivían allí... solo podían tratar de adivinarlo. Y las posibilidades no eranprecisamente tranquilizadoras.

Entonces, los sheks atacaron.Se abalanzaron sobre ellos, las fauces abiertas, los ojos reluciendo

en la oscuridad, sus largos cuerpos anillados ondulando tan deprisaque apenas podían seguirse sus movimientos.

Jack tuvo que hacer frente a dos emociones tan intensas como te-rribles. Por una parte, el horror irracional que sentía hacia todo tipode serpientes lo atenazó otra vez; por otra, un sentimiento nuevo y si-niestro se adueñó de su alma: un odio tan oscuro y profundo como elcorazón de un abismo. Tratando de reprimir su miedo y de controlarsu odio, lanzó un grito y se enfrentó a la primera serpiente, enarbo-lando a Domivat, su espada legendaria, cuyo filo se inflamó enseguidacon el fuego del dragón. El shek retrocedió un poco, siseando, enfu-recido, y observó la espada con odio y desconfianza. Jack golpeó denuevo, pero en esta ocasión la criatura se movió deprisa y se apartó conun ligero y elegante movimiento. Antes de que pudiera darse cuenta,la cabeza de la serpiente estaba casi encima de él. Jack interpuso la es-pada entre ambos, consciente de que el shek había reconocido el armacomo obra de los dragones, los ancestrales enemigos de aquellas cria-turas. Pero tuvo que retroceder de nuevo, incapaz de acertar a la ser-piente, cuyo cuerpo se movía a la velocidad del pensamiento.

Sus compañeros también estaban teniendo problemas. Shail habíacreado un campo mágico de protección en torno a ellos, pero las ser-pientes estaban intentando traspasarlo, y Jack sabía que no tardarían enconseguirlo. Victoria y Alexander peleaban con sus propias armas. El bá-culo de la muchacha no solo resultaba más letal que de costumbre, puestoque podía canalizar mucha más energía en Idhún que en la Tierra, o in-cluso que en Limbhad, sino que también parecía más efectivo que cual-quier espada, incluyendo la de Alexander. Porque, gracias al báculo, Vic-toria podía proyectar su magia a distancia y atacar a las serpientes sinnecesidad de acercarse demasiado a ellas; pero Alexander se encontrabacon los mismos problemas que Jack a la hora de luchar contra aquellasformidables criaturas. Sin embargo, el combate había despertado en élde nuevo la furia animal que lo poseía las noches de luna llena, pero tam-

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bién cuando se veía incapaz de controlarla. Los ojos del líder de la Re-sistencia relucían en la oscuridad, y Jack lo oía gruñir, y lo veía golpearcon fiereza y saltar de un lado para otro con una agilidad sobrehumana.

Mientras, Allegra seguía intentando echar abajo la puerta, y su vozsonaba sobre ellos, serena y segura, recitando sus conjuros más pode-rosos. Pero la puerta resistía.

Jack percibió un movimiento sobre él y alzó la espada por instinto.Oyó un siseo furioso y olió la carne quemada cuando el filo de Do-mivat alcanzó el cuerpo escamoso de uno de los sheks. Lo vio retirarseun momento y sonrió, satisfecho, pero se le congeló la sonrisa en loslabios al mirar hacia arriba.

Había docenas de sheks. Tal vez medio centenar. Sobrevolabanaquel lugar en círculos, como buitres, esperando simplemente que laResistencia se rindiera o fuera destruida, preparados para descenderhasta ellos en el improbable caso de que sus compañeros fueran de-rrotados. El terror invadió al muchacho cuando comprendió que notenían ninguna posibilidad de vencer, y que la única salida era esca-par... hacia el interior de la torre, cuyos muros los protegerían, o haciacualquier otra parte... Jack se preguntó, desesperado, por qué Shail yAllegra no habían empleado todavía el hechizo de teletransportación.En cualquier caso, no había nada que pudiera hacer.

–¡Jack! –gritó entonces Christian.Jack se volvió, como en un sueño, y lo vio allí, de pie, desarmado.

Había perdido su espada tiempo atrás, y se había negado a empuñarotra. Pero no parecía asustado.

–¡Transfórmate, Jack! –le gritó Christian–. ¡Así no puedes lucharcontra ellos!

Jack comprendió. En su interior albergaba el espíritu de Yandrak,el último dragón, y en teoría podía transformarse en él, si así lo de-seaba. En teoría. Porque no lo había conseguido aún. Ni una sola vez.

Lanzó a Christian una mirada dubitativa.–¡Hazlo, maldita sea! –insistió el shek–. ¡Te necesitamos!Jack asintió. Vio cómo Christian le daba la espalda e iniciaba su pro-

pia transformación. Apenas un instante después, ya no había allí un chicode diecisiete años, sino una enorme serpiente alada. Christian lanzó unchillido de ira y libertad y alzó el vuelo para enfrentarse, como shek,a los que antes habían sido sus compañeros, su familia, su gente. Jackapretó los dientes y se esforzó por encontrar al dragón en su interior.

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Victoria lo vio, y corrió hacia él para cubrirle mientras se con-centraba. El campo de protección de Shail seguía allí, pero estaba em-pezando a fallar, y de vez en cuando algún shek lograba traspasarlo.Victoria y Alexander peleaban para hacerlos retroceder.

Mientras, en el aire, Christian tenía todas las de perder. Como shekera poderoso, pero se enfrentaba a muchos como él, y estaba en infe-rioridad de condiciones.

–¡No puedo! –exclamó entonces Jack, desalentado–. ¡No sé lo quehe de hacer!

–¡No te distraigas, chico! –gritó Alexander–. ¡Pelea aunque sea conla espada!

Jack asintió, aliviado, y se dispuso a obedecer. Era cierto que, comodragón, habría tenido más posibilidades de derrotar a algún shek, perolo de luchar con la espada al menos sabía hacerlo. Oyó la voz de Alle-gra, retumbando sobre ellos, pero la puerta seguía sin abrirse.

–¡Christian! –gritó entonces Victoria; Jack vio el largo cuerpo deazogue del shek ondulando sobre ellos; lo reconoció porque era elúnico que peleaba contra los demás–. ¡Vuelve! ¡Ven aquí!

Jack dudaba de que Christian pudiera haberla oído; pero, de algunamanera, lo hizo, puesto que realizó un quiebro en el aire y descendióen picado, esquivando a dos serpientes que se abalanzaron sobre él.Cuando se posó junto a Victoria, Jack apreció que estaba herido.

La muchacha corrió hacia él y trepó a su lomo.–¡Victoria! –la llamó Jack, perplejo–. ¿Qué haces?Ella no contestó. Jack vio, impotente, cómo Christian alzaba de

nuevo el vuelo, llevando a Victoria sobre su lomo. La vio pelear desdeel aire, con el extremo de su báculo iluminado como una estrella. Erauna imagen hermosa, pero aterradora, la joven del báculo resplande-ciente, como una heroína de leyenda a lomos de la serpiente alada.Christian y Victoria. Luchando juntos, volando juntos.

Jack percibió entonces lo sólido y real que era el vínculo que los uníaa ambos, e intuyó lo mucho que debía de haberle costado al Nigromanteforzar aChristian para que traicionara a Victoria. Seguro que había puestoen juego todo su poder; y, sin embargo, ahí estaba, el shek, el hijo deAshran, luchando junto a la Resistencia... solo para proteger a Victoria.

Jack se sintió pequeño e insignificante comparado con ellos, y porprimera vez deseó, ardientemente y de todo corazón, poder transfor-marse en un dragón.

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Pero seguía sin conseguirlo.Varios metros por encima de ellos, Victoria se sentía inmersa en un

extraño sueño. Por un lado, la presencia de las serpientes aladas la ate-rrorizaba; por otro, volar sobre el lomo de Christian era una expe-riencia única, mágica, y lamentaba no poder disfrutar de ella.

Se dio cuenta de que algunos de los sheks habían abandonado lalucha contra los otros miembros de la Resistencia y volaban ahoratras ellos. Victoria percibió el intenso odio que alentaban los ojos dehielo de aquellas formidables criaturas, por lo general impasiblescomo rocas.

–¿Qué les pasa? –murmuró, alzando el báculo por encima de la ca-beza–. ¿Por qué están tan furiosos?

Le bastó desearlo para que el extremo del artefacto dejase escaparun anillo de energía que alcanzó a varios sheks y los hizo retroceder,siseando de dolor y furia.

«Soy yo», respondió Christian telepáticamente. «Me consideran untraidor a nuestra raza, he cometido un crimen imperdonable para lossheks, y por ello están deseando acabar conmigo. No debería haberpermitido que montaras sobre mi lomo. Estabas más segura con Jacky los demás».

–No se trata de mí –respondió ella casi con fiereza–. Tenemos quedistraerlos todo lo que podamos para que Shail y mi abuela abran esapuerta.

«La puerta no se abrirá, Victoria, y lo sabes».Victoria sintió un escalofrío y apretó los talones contra el cuerpo

del shek, consciente de que tenía razón, de que se enfrentaban a unenemigo demasiado formidable y que, casi con toda seguridad, ambosmorirían allí.

Pero, si había de morir, decidió, lo haría luchando. Para que, si exis-tía la más mínima posibilidad de que sus amigos escaparan, pudierantener la oportunidad de ponerse a salvo. Para que al menos Jack salieracon vida de aquella locura.

–No lograremos entrar –anunció entonces Allegra–. Es inútil: mimagia no puede, ni podrá, romper el sello de esta puerta.

Había hablado a media voz, pero Jack, que enarbolando a Domi-vat peleaba contra un shek que había traspasado la barrera, la oyó y sin-tió como si sus palabras fueran una sentencia de muerte.

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–¡Entonces tenemos que marcharnos de aquí! –rugió Alexander,enseñando los colmillos; la pelea había desatado su fuerza animal, yestaba a mitad de transformación: su rostro se había alargado, comoun hocico, y estaba casi completamente cubierto de vello. Sus manoscomo zarpas blandían a Sumlaris, su espada, como si fuera una pluma.

–Pero ¿cómo? –preguntó Shail, con esfuerzo; estaba empleandotoda su energía para mantener el campo mágico de protección, perose estaba quedando sin fuerzas–. Somos demasiados; si los teletrans-portamos a todos, no llegaremos muy lejos.

–Pero es la única salida –dijo Allegra.Oyeron entonces un chillido agónico, y Jack alzó la mirada, justo

para ver a Christian retorcerse de dolor en el aire, mientras Victoriaintentaba mantenerse firme sobre su lomo. Nada estaba atacando alshek, al menos no en apariencia, y, sin embargo, la criatura parecía es-tar sufriendo una terrible agonía. Jack comprendió que los otros shekshabían logrado traspasar sus defensas mentales y lo estaban sometiendoa un ataque telepático.

–¡Christian, baja de ahí! –gritó Jack, temiendo sobre todo por la se-guridad de Victoria; todavía no estaba seguro de apreciar lo bastante alshek como para llegar a lamentar su muerte, si esta llegara a produ-cirse.

Christian lo intentó. Esquivó como pudo a las serpientes que seabalanzaban sobre él y descendió en un vuelo inestable. Victoria se es-forzaba por mantener el equilibrio, pero no había abandonado la lucha.Jack vio cómo la punta del báculo que portaba se iluminaba de nuevo,y oyó el chillido de una de las serpientes, que había sido alcanzada porla energía generada por el artefacto.

Pero Christian no lograba mantener el vuelo. Jack lo vio precipi-tarse al mar, estrellarse contra la cresta de una ola, desaparecer bajo lasaguas, y gritó:

–¡Victoria!Algo se encendió en su interior, como un volcán en erupción, como

una estrella a punto de estallar, y sintió que el dragón deseaba ser li-berado, para luchar contra los sheks y rescatar a Victoria. Corrió haciael borde del acantilado, pero tuvo que detenerse porque dos sheks lecortaron el paso. Jack alzó a Domivat, furioso, y lanzó una estocadaque dejó escapar una violenta llamarada. No alcanzó a ninguna de lasserpientes, pero las hizo retroceder un tanto.

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Después, se sintió extrañamente vacío, y comprendió que habíacanalizado demasiada energía a través de la espada. Y supo que ya notenía fuerzas para despertar al dragón en su interior.

En aquel momento, vio a Christian emergiendo del agua coronadade espuma, y desplegando de nuevo sus alas bajo las tres lunas. Victo-ria seguía sobre su lomo, parecía que estaba bien. Jack golpeó otra vez,hizo retroceder a los sheks un poco más y entonces vio que Alexanderacudía a cubrirle la retirada. Los dos se replegaron hacia la torre.

Cuando, por fin, Christian aterrizó estrepitosamente junto a ellos,todavía con Victoria bien sujeta entre sus alas, Allegra ya estaba prepa-rándose para teletransportarlos a todos lejos de allí, mientras Shail seesforzaba, más que nunca, por mantener activa la protección mágica.

La voz telepática de Christian se oyó en las mentes de todos.«No podréis llevarnos a todos. Allegra, llévate a Jack y Victoria a un

lugar seguro».–¡No! –gritó Jack, volviéndose hacia él–. Nos vamos todos.–El shek tiene razón –gruñó Alexander–. Si la magia no puede sal-

varnos a todos, es mejor que os vayáis vosotros dos. La profecía...–¡Al diablo con la profecía! –gritó Jack–. ¡No voy a dejar atrás a mis

amigos!–¿Y vas a dejar morir a Victoria?Jack se volvió para replicar a la pregunta de Christian, que se había

transformado de nuevo en humano y lo miraba con seriedad. Pero nofue capaz de encontrar una respuesta a aquella cuestión.

–Nos vamos todos –declaró Victoria con firmeza, apartándose elpelo mojado de la frente.

Avanzó hasta situarse junto a Allegra y la tomó de la mano, mien-tras el extremo de su báculo palpitaba como un corazón henchido deenergía. La maga comprendió, y absorbió la magia que Victoria le pro-porcionaba.

–¡Ahora! –gritó Shail–. ¡Daos prisa!Jack y Alexander corrieron hacia Allegra y Victoria. Jack volvió so-

bre sus pasos para ayudar a Christian, que cojeaba. Las serpientes si-searon, furiosas, al comprender sus intenciones. Jack percibió en sumente los ataques desesperados de las criaturas, que sabían que suspresas estaban tratando de escapar, pero la barrera todavía los protegía.Sin embargo, el muchacho miró a Shail, solo ante los sheks, mante-niendo la protección mágica hasta el final, e intuyó lo que iba a pasar,

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segundos antes de que el mago diera media vuelta y echara a correrhacia ellos con todas sus fuerzas.

La barrera se desmoronó, y los sheks se abalanzaron sobre él.–¡SHAIL! –chilló Victoria, al ver que se había quedado atrás.Allegra ya iniciaba el hechizo de teletransportación.Todo fue muy rápido. Jack, Christian, Victoria y Alexander se ha-

bían aferrado a ella, pues debían estar en contacto físico con la magapara que el conjuro los transportase a ellos también. Pero no podíanapartar la mirada del joven hechicero que corría hacia ellos, y vieroncómo la primera de las serpientes se lanzaba sobre él y lograba apri-sionar su pierna entre sus letales colmillos. Shail gritó y cayó al suelocuan largo era. Victoria se desasió del contacto de Allegra y trató de co-rrer hacia él, pero Jack la retuvo cogiéndola del brazo cuando ya se ale-jaba de ellos, y Allegra atrapó la mano del chico en el último momento.Victoria no se rindió, y tendió el báculo hacia su compañero caído.Shail logró aferrar la vara justo cuando el shek ya retrocedía, arras-trándolo consigo.

En aquel momento, Allegra finalizó el conjuro, y la Resistenciadesapareció de allí.

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