123 - No Fornicarás

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No fornicarás Poema del Hombre – Dios (fragmento) Me dice Jesús: «Ten paciencia, alma mía, por este doble esfuerzo. Es tiempo de sufrimiento. ¿Sabes lo cansado que estaba los últimos días? Ya vez. Al andar me apoyo en Juan, en Pedro, en Simón, y también en Judas… Sí, ¡Yo que emanaba milagro con sólo rozar con mis vestiduras, no pude cambiar aquel corazón! Déjame que me apoye en ti, pequeño Juan, para volver a decir las palabras ya dichas en los últimos días a esos obstinados obtusos sobre quienes el anuncio de mi tormento resbalaba y no penetraba. Y deja también que el Maestro hable de sus horas de predicación en la triste llanura del Agua Espaciosa. Y te bendeciré dos veces: por tu esfuerzo y por tu piedad. Llevo la cuenta de tus esfuerzos, recojo tus lágrimas. Los esfuerzos por amor a los hermanos recibirán la recompensa de aquellos que se consumen por dar a conocer a Dios a los hombres. Tus lágrimas por mi sufrimiento de la última semana recibirán como premio el beso de Jesús. Escribe y recibe mi bendición». «Yo aplico mi palabra a los dolores y a las llagas que veo en vosotros. Yo soy el Médico. Un médico va primero a los más enfermos, a los que están más cerca de la muerte. Luego se vuelve a los menos graves. Yo también.

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Arrepiéntete, hija de Dios. El arrepentimiento renueva. El arrepentimiento purifica. El arrepentimiento sublima ¿El hombre no te puede perdonar? ¿Ni siquiera tu Padre podría ya hacerlo? Bueno, pues Dios puede, porque la bondad de Dios no es comparable a la bondad humana y su misericordia es infinitamente más grande que la humana miseria.

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No fornicarás Poema del Hombre – Dios (fragmento)

Me dice Jesús: «Ten paciencia, alma mía, por este doble esfuerzo. Es tiempo de sufrimiento. ¿Sabes lo cansado que estaba los últimos días? Ya vez. Al andar me apoyo en Juan, en Pedro, en Simón, y también en Judas… Sí, ¡Yo que emanaba milagro con sólo rozar con mis vestiduras, no pude cambiar aquel corazón! Déjame que me apoye en ti, pequeño Juan, para volver a decir las palabras ya dichas en los últimos días a esos obstinados obtusos sobre quienes el anuncio de mi tormento resbalaba y no penetraba. Y deja también que el Maestro hable de sus horas de predicación en la triste llanura del Agua Espaciosa. Y te bendeciré dos veces: por tu esfuerzo y por tu piedad. Llevo la cuenta de tus esfuerzos, recojo tus lágrimas. Los esfuerzos por amor a los hermanos recibirán la recompensa de aquellos que se consumen por dar a conocer a Dios a los hombres. Tus lágrimas por mi sufrimiento de la última semana recibirán como premio el beso de Jesús. Escribe y recibe mi bendición». «Yo aplico mi palabra a los dolores y a las llagas que veo en vosotros. Yo soy el Médico. Un médico va primero a los más enfermos, a los que están más cerca de la muerte. Luego se vuelve a los menos graves. Yo también.

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Hoy digo: “No forniquéis”. No dirijáis a vuestro alrededor la mirada tratando de leer en el rostro de uno la palabra: “lujurioso”. Tened recíproca caridad ¿Os gustaría que uno la leyera en vosotros? No. Pues entonces no queráis leerla en el ojo turbado de quien está a vuestro lado; en su frente que se avergüenza y se inclina hacia el suelo. Además… ¡Oh!, decidme, especialmente vosotros, hombres ¿Quién de entre vosotros no ha hincado nunca los dientes en el pan de ceniza y estiércol de la satisfacción sexual? ¿Acaso es lujuria sólo la que os lleva a estar durante una hora entre brazos meretricios? ¿No es, acaso, lujuria, también, la profanación del connubio con la esposa al eludir las consecuencias de éste, que queda reducido, por tanto, a una reciproca satisfacción del sentido, a un vicio legalizado? Matrimonio quiere decir procreación, y el acto quiere decir y debe ser fecundación. Sin ello es inmoralidad. No se debe del tálamo hacer un lupanar; y en lupanar se transforma si se ensucia la libídine y no se consagra con maternidades. La tierra no rechaza la semilla, una vez depositada; por el contrario, en seguida echa raíz y se agarra para crecer y dar una espiga: la criatura vegetal nacida del connubio entre gleba y semilla. El hombre es la semilla, la mujer es la tierra, la espiga es el hijo. Negarse a producir la espiga y desaprovechar la fuerza para vicio es culpa. Es meretricio cometido en el lecho nupcial, pero en nada distinto del otro; es más, agravado por la desobediencia al mandamiento que dice: “Sed una sola carne y multiplicaos en los hijos”.

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Por tanto, ved, mujeres voluntariamente estériles, esposas legales y honestas (no a los ojos de Dios, sino del mundo), cómo, a pesar de ello, vosotras podéis ser prostitutas y fornicar igual, aunque seáis sólo de vuestro marido, porque no vais hacia la maternidad, sino al placer, demasiado y demasiado frecuentemente ¿y no os paráis a pensar que el placer es un tóxico que, aspirado por una boca, cualquiera que fuere, contagia, produce quemazón, cual fuego que, creyendo consumirse, traspasa, devorador, cada vez más insaciable, los límites del hogar, dejando acre sabor de ceniza bajo la lengua y desagrado y náusea y desprecio de sí y del compañero de placer? Porque cuando la conciencia se despierta – y lo hace entre dos momentos febriles – no puede dejar de nacer este desprecio de sí, rebajados cono quedan uno y otro a un nivel incluso inferior al de los animales. “No forniquéis”, está escrito. Es fornicación gran parte de las acciones carnales del hombre – ni siquiera toco la cuestión de esas uniones inconcebibles, que son como una pesadilla y que el Levítico condena con estas palabras “Hombre, no te acercarás al hombre como si fuera una mujer”; y también: “No te unirás a bestia alguna para no contaminarte con ella. Y así hará la mujer, y no se unirá a ninguna bestia, porque es infamia” – Bien… he hecho alusión al deber de los esposos respecto al matrimonio – el cual deja de ser Santo cuando, por malicia, viene a ser infecundo – y ahora voy a hablar de la fornicación en sentido propio entre hombre y mujer, por recíproco vicio o por obtener dinero o regalos.

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El cuerpo humano es un magnífico templo que encierra en sí un altar. En ese altar debería estar Dios. Mas Dios no está donde hay corrupción. Por tanto, el cuerpo del impuro tiene su altar desconsagrado y sin Dios. Como quien se revuelca, ebrio, en el lodo y en el vómito de la propia ebriedad, el hombre, en la bestialidad de la fornicación, se rebaja a sí mismo, viniendo a ser menos que un gusano o que el animal más inmundo. Decidme – si entre vosotros hay alguno que se haya depravado a sí mismo hasta el punto de comerciar con su cuerpo como se hace con cereales o animales – ¿qué beneficio os ha reportado? Poneos, poneos vuestro corazón en la mano, observadlo, preguntadle, escuchadlo, ved sus heridas, sus estremecimientos de dolor, y luego decidme, respondedme: ¿tan dulce era ese fruto, que compensara este dolor de un corazón nacido puro, forzado por vosotros a vivir en un cuerpo impuro, a latir para dar vida y calor a la lujuria, a irse consumiendo en el vicio? Decidme: ¿Sois tan depravadas que no lloráis secretamente sintiendo una voz de niño que llama: “mamá”, y pensando en vuestra madre – ¡Oh mujeres de placer que habéis huido de casa, u os han echado de ella para que el fruto empodrecido no destruyera con el exudado de su putridez a los demás hermanos! – pensando en vuestra madre, muerta quizás por el dolor de tener que decirse a sí misma: “He dad a luz a una persona que ha sido motivo de oprobio? ¿Pero es que no sentís que se os retuercen las entrañas de doliente añoranza al ver la felicidad de una esposa o la inocencia de una virgen, teniendo que decir: “Yo he renunciado a todo esto, y nunca más volveré a poseerlo?

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¿Pero es que no sentís como si la vergüenza os arrancara la piel de la cara, al ver la mirada, voraz o llena de desprecio, de los hombres? ¿Pero es que no sentís vuestra miseria cuando tenéis sed de un beso de niño y ya no os atrevéis a decir: “Dámelo”, porque habéis rechazado como peso fastidioso e inútil carga, vidas arrancadas del mismo árbol que las había concebido, arrojadas para estiércol, vidas que ahora os gritan: “¡Asesinas!”. ¿Pero es que no teméis, sobre todo, al Juez que os ha creado y que os espera para preguntaros y deciros: “¿Qué has hecho de ti misma? ¿Para eso, acaso, te di la vida? Pululante nido de gusanos, ¿cómo te atreves a estar en mi presencia? Tuviste todo lo para ti era Dios: el placer. Ve al lugar de maldición sin término”? ¿Quién llora? ¿Ninguno? ¿Decís: “ninguno”? Pues mi alma va hacia otra alma que llora. ¿Para qué va hacia ella? ¿Para lanzarle el anatema por ser meretriz? No. Porque siento piedad por su alma. Todo en mí es repulsa hacia su sucio cuerpo, sudado por el esfuerzo lascivo. ¡Pero su alma…! ¡Oh! ¡Padre! ¡Padre! ¡También por esta alma Yo me he encarnado y he dejado el Cielo para ser su Redentor y el de muchas almas hermanas suyas! ¿Por qué debo no recoger a esta oveja, sacarla a pastar, y darle un amor que sea perfecto como sólo el mío lo puede ser, tan distinto de los que tuvieron hasta ahora para ella nombre de amor y no eran sino odio; tan piadoso, completo, delicado, que ella ya no llore por el tiempo pasado, o lo haga sólo para decir: “Demasiados días he perdido lejos de ti, eterna Belleza ¿Quién me restituirá el tiempo perdido? ¿Cómo gustar en lo poco que me queda cuanto habría gustado si hubiera sido siempre pura?

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A pesar de ello, no llores, alma pisoteada por toda la libídine del mundo. Escucha: eres un trapo asquerosamente sucio, pero puedes volver a ser una flor; eres un estercolero, pero puedes ser un jardín; eres un animal inmundo, pero puedes volver a ser un ángel. Un día lo fuiste; danzabas en los prados floridos, rosa entre las rosas, fresca como ellas, y despedías fragancia de virginidad; cantabas, serena, tus canciones de niña, y luego corrías a donde tu madre, a donde tu Padre, y les decías: “Vosotros sois mis amores”. Y el invisible guardián que tienen todas las criaturas al lado sonreía ante tu alma blanca – azul… ¿Y luego? ¿Por qué? ¿Por qué te has arrancado esas alas de pequeño inocente? ¿Por qué has pisoteado un corazón de Padre y de madre para correr hacia otros corazones inciertos? ¿Por qué has consignado tu voz pura a embusteras frases de pasión? ¿Por qué has quebrado el tallo de la rosa y te has profanado a ti misma? Arrepiéntete, hija de Dios. El arrepentimiento renueva. El arrepentimiento purifica. El arrepentimiento sublima ¿El hombre no te puede perdonar? ¿Ni siquiera tu Padre podría ya hacerlo? Bueno, pues Dios puede, porque la bondad de Dios no es comparable a la bondad humana y su misericordia es infinitamente más grande que la humana miseria. Hónrate a ti misma haciendo, con una vida honesta, digna de honor a tu alma. Justifícate ante Dios no volviendo a pecar contra tu alma. Hazte un nombre nuevo ante Dios. Eso es lo que tiene valor ¿Eres vicio? Sé honestidad, sé sacrificio, sé la mártir de tu arrepentimiento. Bien supiste martirizar tu corazón para hacer gozar a la carne, sabe ahora martirizar la carne para darle a tu corazón una eterna paz.

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No fornicarás Poema del Hombre – Dios (fragmento)

Marchad todos, cada uno con su peso y con su pensamiento, y meditad. Dios espera a todos y no rechaza a ninguno que se arrepienta ¡Que el Señor os dé su luz para conocer vuestra alma!