111. ORACION CRISTIANA y - Revista de Espiritualidad

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Evangelizarla AUGUSTO GUERRA

Otra vez vuelve el tema de la oración a las páginas de esta revista que se precia de teresiana 1. En las diversas ocasiones en que el tema ha sido estudiado hemos procurado sintonizar con la problemática de cada momento. Sencillamente, porque las cosas también tienen su momento. Las cosas no pueden de­sarrollarse sin un terreno apropiado, que es el de las cambian­tes circunstancias de los tiempos.

La oración, encuentro de Dios con el hombre en un mo­mento determinado de la historia, no es una excepción. Su problemática está relacionada con la problemática actual de Dios, del hombre y del mundo. Quizá el momento religioso actual tenga que ser definido, 'genéricamente pero al mismo tiempo con una nota particular, como un despertar religioso ambiguo. Esta peculiaridad de la ambigüedad, que afectaría a todo el actual despertar religioso, es algo sobre lo que se viene insistiendo desde diversos puntos de observación 2. Por eso, la oraClOn, o lo que hoy muchos entienden por oración, participa también de esta ambigüedad.

Ante este estado de cosas nos parece que puede ser inte­resante tratar de evangelizar la oración. Sin negar que haya

1 En los últimos años hemos tratado el tema de la oración y sus afines, bien sea monográflcamente (véase el n. 138, enero·marzo 1976), bien en estudios sueltos [véase S. GUERRA, El «movimiento de meditación», 36 (1977), 415·434].

2 Esta nota de ambigüedad en el despertar religioso es algo que hemos encare· cido ya en otras ocasiones [cfr. Cantar hoy en tierra extraña, en Revista de Espi· ritualidad, 37 (1978), 666]. Ahí mismo pueden verse aducidos otros autores que también lo hacen.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 38 (1979), 433-458

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otras tareas urgentes a realizar en el campo de la oración 3,

creemos que quizá lo más urgente sea esta evangelización 4,

Evangelizar significa, al menos para nosotros, dos cosas: a) Presentar la oración cristiana como la Buena Nueva, y

no como un ejercicio ascético esencialmente cultural, que se quita y se pone, se aprieta o se relaja como un cíngulo más de castidad. Con ello no queremos negar las normales y especiales dificultades que encierra la oración. Queremos, simplemente, cambiar la actitud fundamental frente a una dimensión perma­nente y tan evangélica como es la oración.

b) Orar conforme al Evangelio 5. Para un cristiano, la re­ferencia al Evangelio es insustituible. De cualquier manera que se configure la teología -y es preciso caminar de una vez ha­cia una teología de la oración 6_, la referencia al Evangelio no puede ser eludida si quiere permanecer siendo cristiana. Con esto no defendemos cierto biblicismo, no ausente en la actuali­dad, que engorda un positivismo de escaso futuro.

Nuestro propósito en estas páginas es contribuir a esta evan­gelización en momentos de ambigüedad. Queremos hacerlo fun­damentalmente desde un punto de vista bíblico, acercándonos a las últimas publicaciones sobre el tema 7. Recordamos, sin

3 Acaba, por ejemplo, de escribir J. B. METz, «¿Quién de entre nosotros, crls· tlanos, negará que en esta época es necesario, incluso para nosotros, una exhorta· ción a orar» (Invitación a la oración, Santander, Sal Terrae, 1979, p. 9).

4 Évangeliser la priere es el titulo general del n. 90 (octubre-dlclembre 1977) de la revista Christus (París). En el editorial indican los responsables que frente a otras tareas que se impusieron en años anteriores precisamente en el tema de la oración, hoyes ésta la que debe prevalecer. También los libros que después serán recordados expresan la intención de que sus estudios ayuden a realizar esta neceo saria labor.

5 El decreto Perlectae carltatis dice en este sentido: «han de practicar asidua· mente el espíritu de oración, e incluso la oración misma, bebiendo en las limpidas fuentes de la espiritualidad crlstianall (PC 6). Y la constitución Dei verbum, ha· blando de los libros del AT, recuerda: «encierran tesoros de oraciónn (DV 15).

6 J. IMBACH vuelve en nuestros días a llamar la atención sobre el tema. Hay mucha Invitación a la oración y libros de oración para todo tipo de personas, «pero esta apariencia exterior engaña, pues lo que se está abandonando es una fundamentación de la oración dogmáticamente limpia y examinada a fondo, así como una pastoral responsablen [Gebet, ein vernachliissigtes Thema der Theologie?, en Geist und Leben, 52 (1978), 118]. El autor insiste en que la interrogación del titulo no tiene carácter retórico, sino que debe ser tomada «muy en serian.

7 Desde la Escritura los últimos libros que conocemos son los siguientes: C. P. WlLES, Paul's Intercessory Prayers. The significance 01 the Intercessory Prayer Passages in the Letters 01 Paul. London, C.U.P., 1974, XII·351 p.; J. CABA, La ora­ción de petición. Estudio exegético sobre los evangelios sinópticos y los escritos joaneos. Rome, Blblical Institute Press, 1974, 389 p.; S. CIPRIANI, La preghiera nel Nuovo Testamento. Milano, Opera Regalita, 1974; C. CASALE MARCHESELLI, La preghiera in S. Paolo. Napoli, M. D'Auria Editare, 1975, XIV·220 p.; L. MONLOuBou, La prtere selon saint Luc. Paris, Cerf, 1976, 248 p.; VARIOS, La oración hoy. Bilbao,

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embargo, que 10 nuestro no es pura exposición de estas últimas publicaciones bíblicas. El carácter genérico de casi todas ellas lo impide 8. Preferimos el acercamiento a las mismas desde las preocupaciones teológicas y existenciales que nos parecen más actuales. La exposición tiene que ser forzosamente limitada. Hay aspectos importantes, v. gr., la consideración del Padrenuestro como escuela de oración, a los que resulta especialmente dolo­roso tener que renunciar.

l. AMBIGÜEDAD ORACIONAL

Antes de comenzar cualquier exposición es preciso exami­nar, aunque sea brevemente, la ambigüedad de que hemos ha­blado. Esta ambigüedad, y la tarea que sugiere, podría ser es­quematizada aSÍ:

1. Clarificación conceptual. Superados en el campo de la oración los términos reflexión y consideración, nos encontra­mos en la actualidad con tres términos, a veces indistintamente empleados, que aún no sabemos lo que significan con cierta precisión: meditación, oración, contemplación. Prácticamente, los tres han cambiado de significado, sobre todo el término me­ditación -el más frecuentemente usado en la actualidad-, pero no parece aún posible aclarar su sentido. El componente orien­tal que se ha adueñado de él no ha logrado el monopolio, ni siquiera dentro del mundo tan plural del oriente. Este trabajo previo de clarificación ayudaría mucho a la espiritualidad, y pienso que también a todos los que tienen algo que ver con el despertar religioso, que tanto se ha centrado en la meditación como búsqueda y caminar hacia el yo profundo 9.

Mensajero, 1977 (recoge ponencias de una semana de estudios. Dedica bastante a la oración en la Biblia, pp. 35-138); J. LUZARRAGA, Oraci6n y misión en el evan­gelio de Juan. Bilbao, Universidad de Deusto, 1978, 268 p.

B Creo que los títulos son suficientemente indicativos en este sentido. Incluso tendríamos que decir que alguno de los libros, concretamente el de Luzárraga, quizá tome la oración en sentido demasiado amplio. Si el lector tiene en cuenta que en él se citan prácticamente todos los versículos del cuarto evangelio, podrá hacerse una idea de lo que decimos. Por otra parte, como decimos en el texto, la preocupación teológica y existencial o espiritual tiene en nosotros buena parte.

9 No es tan sencillo como parece precisar el sentido de estas palabras. Y las palabras no son indiferentes. En este contexto escribía J. SUDBRAClC «und doch sind Worte nicht überfiüssig und nichtssagend» [Meditative Erlahrung, zum an­deren hin, en Geist und Leben, 48 (1975) 260]. Quizá la palabra más imprecisa hoy sea la más usada, la palabra meditación (interesante a este respecto la crónica

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2. Clarificación de movimientos. Se está de acuerdo en admitir que en el enjambre de maestros y movimientos de me­ditación existen algunos que son al menos dignos de todo res­peto, mientras que otros no son más que ocasión y objeto de mofa o de cólera, reactualizando la tesis marxista del opio del pueblo. ¿No sería posible ya, después de varios años de prueba, esclarecer un poco este panorama y encauzar a quienes sienten realmente necesidad de un despertar interior hacia los maestros y movimientos serios? 10.

3. Motivaciones. ¿Qué motivaciones suscitan y mantienen esta oleada de interiorización? Independientemente de que al­gunos piensen que sería preferible comenzar por las urgencias de solidaridad 11 antes que por las urgencias de interioridad, re­sultaría necesario conocer cuáles son las urgencias interiores que motivan el movimiento de meditación-oración. Es cierto que casi todos los maestros y escritores favorables a él están de acuerdo en repetir machaconamente que es el consumismo y el raciona­lismo quien les impulsa a buscar algo distinto, el yo profundo en el que todo puede ser distinto por caminos apenas transita­dos en Occidente.

Sin negar cuanto diremos después, creo que es injusto ge-

de una semana sobre meditación, referida por un experto como J. B. LOTz, Zur gegenwlirtigen Auseinandersetzung um die Meditation, en Geist und Leben, 49 (1976), 295-300. Los escritos de LoTZ pueden servir para iniciar este diálogo).

En realidad, la precisión de diversos términos relacionados de una manera o de otra con la oración nunca fue sencilla. Ya santa Teresa se queja de que en SU tiempo se confunda fácilmente meditación con contemplación (cfr. CE 24,3-4). Y en nuestros días, desde el campo bíblico, ha escrito MONLOUBou: <<na es fácil delimitar con precisión la familia de palabras que se refieren a la oración, decir dónde acaba lo que Lucas concibe como un acto de oración, dónde comienzan las actividades próximas, pero distintas» (o. c., p. 93).

Debería no ser indiferente el hecho de que los principales diccionarios (Con­ceptos fundamentales de Teología, Sacramentum mundl, Dizionaria enclclapedlco di Spiritualitá) analizan por separado las palabras meditación y oración. Tampoco es indiferente este juicio sobre la situación actual -y que lo citamos en cuanto contribuye a lo que andamos expresando: "el balance de la actual puesta en cues­tión de la oración se puede compendiar en esta fórmula sencilla: Meditación, sí; oración, no» (Nuevo libro de la fe cristiana, Barcelona, Herder, 1977, p. 399. No queremos, pues, decir que esas palabras sean sinónimas. Queremos indicar que en multitud de autores no está claro qué es lo que significan, ni cuándo significan una cosa y cuándo otra.

JO Son los mismos patrocinadores de los diversos movimientos meditativos y oracionales quienes más interés tienen en denunciar las intromisiones de diletantes, aventureros y explotadores, que llevan al ridiculo lo que al menos debería ser respetable, incluso para quienes no comparten estos movimientos.

11 Los grupos de las nuevas militancias cristianas van no sólo por la línea de la acción, sino incluso están por la necesidad de precisar una "jerarquía de las urgencias» (J. GIRARDI, Amor cristiano y lucha de clases. Salamanca, Sígueme, 1971, p. 49).

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neralizar diciendo que los hombres, sin más, se mueven hoy por el confort, un 'confort que acaba con ellos y con la sociedad. La gran mayoría de los hombres ni siquiera tiene para comer dignamente. ¡Está como para pensar en el confort! El problema hoy angustioso es el de la solidaridad, no el de la producción.

Hay una constatación importante en lo tocante a las moti­vaciones: la mayor parte de quienes asisten a los cursos de interiorización son personas que comen muy bien, tienen dinero de sobra para pagarse cursos caros, pueden truncar varios días su trabajo sea en el tiempo que sea, y a la puerta de la resi­dencia de interiorización les espera un buen coche. Esta no puede ser la "rebelión del alma" que nos predican. Querríamos ver un poco más claras las motivaciones que guían a los bus­cadores de interioridad. Comprendiendo que habrá de todo, se­ría preciso averiguar la tónica dominante.

4. Necesario diálogo. A pesar de la dureza con que al­gunos autores se han pronunciado contra el diálogo entre me­ditación -entendida en sentido moderno, digamos ahora orien­talista- y cristianismo 12 somos de la opinión de que se manten­ga y acreciente el diálogo. Las clarificaciones que hemos pedido podrían ser el primer paso. Vendría después un conocimiento más serio y profundo del pensamiento filosófico que está a la base de las técnicas en las que se vive este movimiento. Y sólo después, pero entonces sí, tendríamos que intentar un diálogo serio con el Evangelio. No hay que tachar de prurito novedoso el encontrar en el mismo Nuevo Testamento afirmaciones que sostienen ciertos fundamentos de filosofía hinduista o budista 13.

12 Es conocida en este tema la dureza de H. U. VaN BALTHASAR, Meditation als Verrat, en Geist und Leben, 50 (1977), 260·268 (sintetizado en Selecciones de Tea· logia, 18 (1979), 206·208. El autor ha completado su pensamiento con otro breve estudio: Katholische Meditation, en Geist und Leben, 51 (1978), 28·38). Tampoco son muy halagüeñas las palabras de K. RAHNER: (mo veo, sinceramente, con cIa· ridad por qué se quiere buscar la espiritualidad moderna por el camino del bu· dismo zenn [en Crítica, n. 615 (mayo 1974), 25].

13 Se va imponiendo como tendencla la más general. La bibliografía tendría que ser aquí muy extensa, y no constituye el objeto directo de estas páginas. Séanos permitido citar entre las revistas serias que lo Intentan, desde la esplri· tualldad católica, y no siempre con la misma tendencia: Geist und Leben (es la revista que más dedica a la materia, con autores como SUDBRACK, DUMOULIN, NE' WELL, WULF -su diálogo con K. F. DÜRCKHEIM-, etc.), y La Vie spirituelle (re· cuérdense sus dos números dedicados a la meditación, nn. 621, 623 -1977-). Tam· bién Revista de Espiritualidad se ha preocupado de este diálogo a través de las páginas de S. GUERRA, Yoga, zen y oración cristiana, 35 (1976), 125·150; El «movl· miento de Meditación", 36 (1977), 415·434, Y las páginas que aparecen en este mismo número. A. STANLEY PARMISANO, Alien Methods 01 Meditutlan, en Cross and

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Incluso podemos admitir -al menos en cuanto es histórico­el juicio de quienes piensan que en el centro del diálogo con las religiones están la mística y la experiencia de Dios 14. No olvide­mos, sin embargo, dos graves dificultades, primeras piedras de edificios grandes: admitir, más allá de palabras, un Tú tras­cendente y dialogante, y el carácter gratuito de la gracia.

5. Diálogo con los místicos occidentales. Si es posible el diálogo con el Evangelio, por supuesto lo será también con los místicos cristianos de Occidente. Esto no se pone en duda. Y de hecho se está haciendo 15. Sí querría, no obstante, hacer esta observación: no comencemos por donde otros terminaron ni blas­fememos prácticamente de ser hombres que necesitan el tiempo para caminar. Uno tiene la impresión de que se buscan recetas para hacerse contemplativos en diez días, pasados, además, en plena felicidad. En cuanto al uso de formas y figuras, escribe Juan de la Cruz: "así como conviene dejarlas a su tiempo para ir a Dios, porque no impidan, así también es necesario no dejar la dicha meditación imaginaria antes de tiempo para no volver atrás" (2S 13,1).

n. LA ORACIÓN DE JESÚS

El Evangelio es más una persona, Jesús, que un mensaje. Esto es evidente, pero hay que recordarlo con frecuencia. Por eso, evangelizar la oración es ante todo acercarse a la oración

Crown, 29 (1977), 275-284 (muy cauto); R. H. DRUMMOND, Experience 01 God outside the Judea-Christian Context, en Spirituality Today, 30 (1978), 138-152.

Precisamente porque no queremos limitarnos al movimiento estrictamente orien­talista hemos de recordar que el diálogo debe extenderse, y se está extendiendo tam­bién a otros campos. Cfr. K. C. RUSSELL, Rabbi Nachman on Prayer, en Cross and Crown, 28 (1976), 372; Rencontre des religions (número 616 -1976-, monográfico de La Vie Spirituelle).

14 J. SUDBRACK, Von der Helle und van der Dunkelheit der Gotteserlahrung. Ein Beitrag ilum Gesprach ilWischen den Religionen, en Geist und Leben, 50 (1977), 335.

'5 Normalmente se cita a los místicos carmelitas como interlocutores con los movimientos orientales. Y efectivamente son los más actualizados, sobre todo san Juan de la Cruz. En otros lugares de Revista de Espiritualidad hemos hablado sobre el tema. Queremos ahora llamar la atención sobre la importancia que va tomando en este diálogo la famosa obra inglesa, anónima del siglo XIV, La Nube del No saber. Puede verse la introducción de H. ENOMIYA-LASALLE a la edición alemana, Die Walke des Nichtwlssens. Mainz, Matthias Grlinewald, 1974; J. G. So­FOSAN, Ways 01 Mysticism, en Cross and Crown, 27 (1975), 293-302; E. OTr, Zen und «Die Walke des Nichtwissens,). Zum VerlUiltnis van 6stltcher und christlicher Meditation, en Geist und Leben, 48 (1975), 244-260; D. MARTIN, Le Nuage de l'In­connaissance, en La Vie spirituelle, 131 (1977), 660-682.

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de Jesús 16. Este acercamiento debería desarrollarse en tres es­tadios y una introducción. La introducción debería poner en claro la importancia de 10 redaccional en todo lo que hace re­lación a la oración de Jesús. El primer estadio se centraría en las circunstancias en que se desarrolla la oración de Jesús. El segundo analizaría las oraciones puestas en boca de Jesús. El tercero, discurriría en torno a las enseñanzas directas de Jesús sobre la oración 17.

Es éste un estudio que aún falta por hacer en su conjunto 18.

Supone un análisis redaccional de base que sólo un especialista puede hacer. Estudios particulares van iluminando momentos concretos, perspectivas evangélicas concretas. Habría que seña­lar, sin embargo, que esto no es suficiente. Además, en estos estudios particulares, predominan contextos eclesiales muy con­cretos. Así -sólo por poner un ejemplo-, mientras la oración de Getsemaní, v. gr., ha sido con frecuencia un búnker de re­signación ("no se haga mi voluntad, sino la tuya", Lc 22,42), hoy se concedería la mayor importancia, en ciertos círculos, no a la misma oración de Jesús, sino a su consejo oracional, cen­trado, además, en la vigilancia (vigilad y orad), entendida como actitud socio-política 19. Son aspectos interesantes, necesarios, pero que no pueden suplir la ausencia de los estudios a que antes nos referíamos como iniciales.

1. Biografía y teología. A todo el que se acerque a Je­sús orante se le hace encontradiza enseguida la cuestión de la

16 «La misma oración de Jesús es ya una llamada, para que todos los que estén en Jesús interioricen sus mismos valores y oren como El oró» (J. LUZÁRRAGA, Oración y misión, o. c., p. 105). Sobre la oración de Jesús, entendida como la oración de Jesús orante, se han publicado varios estudios con diverso carácter. Citamos F. LENTZEN-DEIs, Beten. Kraft des Gebetes Jesu, en Geist und Leben, 40 (1975), 164-178; P. HINNEBUSCH, Jesus Gives Us His Prayer, en Cross and Crown, 27 (1975), 341-351; J. SOBRINO, La oración de Jesús y del cristiano, en Christus, n. 500 (1977), 25-48 [sintetizada en Selecciones de Teolog!a, 18 (1979), 193-205]; J. COMBLIN, La oración de Jesús. Asumir la densidad del mundo desde Dios. San­tander, Sal Terrae, 1977. En realidad tenemos más en cuenta lo que nos presentan los libros citados en nota 7.

17 En estas págines nos limitamos al primer estadio, no el más Importante, pero no sin importancia. Para lo que podría ser una entrada desde hoy en los otros dos estadios, y siempre supuesto un trabajo bíblico básico, pueden servir -al menos como método, aunque en la línea que les es propia- los trabajos de COMBLIN y SOBRINO, respectivamente.

18 Los mismos escrituristas se quejan de la falta de estudios bíblicos sobre la oración: «no existen demasiados libros sobre el tema de la oración a partir de los datos de la Escritura» [A. RÓDENAS, en Comunidades, 6 (1978), 184].

19 Véase J. COMBLIN, O. O., pp. 10-20 (dedica un espacio bastante más extenso a comentar esta palabra que cualquiera otra del contexto o de la oración misma de Jesús).

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historicidad evangélica. El Evangelio nos presenta a Jesús oran­do. Todos los evangelios lo hacen, unos más que otros 20. Sin embargo, las abundantes diferencias a la hora de precisar las circunstancias, de suprimir o añadir unas palabras, etc., están indicando claramente que cada evangelio ha tenido una segunda intención a la hora de constatar esta oración de Jesús y que, por lo tanto, las referencias oracionales deben atribuirse a la redacción 21. Concretamente, Lucas, el evangelista que más y me­jor habla de la oración 22 y sorprende a Jesús mayor número de veces en oración 23, ha tenido como preocupación primaria la comunidad cristiana al hablar de esa oración de Jesús: "cuan­do Lucas habla de la oración de Jesús, piensa en la oración de la Iglesia; si presenta a Jesús preparándose en la oración para vivir tal o cual situación, es porque él quiere que la Iglesia aborde situaciones idénticas de la misma manera: en oración" 24.

"Conducir a los cristianos a orar, éste es el fin de su libro. Por eso mismo, también es el motivo por el que Lucas descuida ciertos momentos de la oración de Jesús y presenta otros" 25.

Esta es la verdadera razón de lo difícil que resulta entrar en la oración de Jesús. Quienes lo explican acudiendo a que "la mayor parte de las veces no tuvo testigos y a que la primitiva comunidad trató con gran respeto la oración de Jesús" 26, pue-

20 No deja de ser curioso que los autores no se pongan de acuerdo sobre las veces que los evangelios sorprenden a Jesús en oración. La diferencia se constata en los estudios sobre Lucas y Marcos. La diferencia viene a estar en que unos cuentan, y otros no, corno oración de Jesús las palabras: lly yo he rogado por ti)) (Le 22,12), que supone un momento de oración de Jesús. También en Marcos unos cuentan, y otros no (Me 15,34), donde Jesús reza el salmo 22.

21 Es algo verdaderamente común y que recuerdan todos. Citemos sólo estas palabras, aunque sean de años anteriores, de JEREMÍAS: llConsta que la mayoría de los pasajes que mencionan la oración de Jesús, deben atribuirse a la redac­ción)) (Teologfa del Nuevo Testamento, 1. Salamanca, Sígueme, 19773 , p. 222). De aqUÍ que incluso no sea descabellada esta otra afirmación más general, pero en la misma línea: "Cada uno de los libros bíblicos contiene una lección insustituible en esta pedagogía de la oración)) (J. LUZÁRRAGA, Oración y misión, o. c., p. 11), lo cual dificulta sin duda un estudio de conjunto. No deja de tener, sin embargo, su sentido esta afirmación de COMBLIN: madie podría haber inventado ni el estilo, ni el contenido de las oraciones de Cristo. Los redactores las escribieron a partir de la experiencia que tuvieron del propio Jesús» (La oración de Jesús, o. e., pp. 7-8).

22 Conviene no olvidar este detalle al parecer insignificante. Justificará que se acuda más a Lucas que a cualquier otro de los escritos neotestamentarios.

23 Lucas testifica diez u once veces, según autores, la oración de Jesús, por tres de Mateo, cuatro (dos para algunos y para otros tres) de Marcos y cuatro de Juan).

2' L. MONLOUBOU, o. e., p. 59. Cfr. la nota 21 de este estudio. 25 lb., p. 60. 26 C. A. RIJK, Andere Gebete Jesu, en Das Vaterunser. Freiburg, Herder, 1974,

p. 198.

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den tener parte de razón; pero no creemos que radique ahí la principal motivación. Si las diversas etapas redaccionales des­cubren los diversos centros de interés en el magisterio de Cristo sobre la oración 27, es normal que también acerca de la persona orante de Jesús los evangelistas se hayan permitido sus liber­tades.

Por eso, al hablar de Jesús orante no queremos preguntarnos tanto qué aporta la investigación bíblica a la evangelización de la oración desde la biografía de Jesús orante cuanto desde la teología del mismo.

2. La oración, identidad de Jesús. En cualquier acerca­miento a Jesús orante como modelo de oración hay una faceta previa, que no puede ser olvidada: Jesús no oró sólo por ense­ñar a orar a la comunidad cristiana. Se ha dicho con verdad: "Jesús es orante por sí mismo, con anterioridad a toda inten­ción de dar ejemplo o doctrina a sus seguidores" 28. Y quizá con mayor fuerza aún: "la oración a Dios Padre pertenece a la identidad de Jesús" 29. Y esto que se dice de Jesús, creo que hay que decirlo también de los evangelistas: de una u otra ma­nera y sin negar una preocupación directa por la comunidad, presentan a Jesús dialogando con su Padre porque ésta era una faceta que no podían olvidar.

3. La oración y sus circunstancias. Hemos aludido antes a la importancia de las circunstancias y queremos reafirmar esa misma importancia. Incluso cuando las circunstancias parecen de poca entidad. Y más aún cuando las circunstancias pueden ser un envoltorio simbólico, que encierre significados de mayor interés. Aquí vamos a elegir algunas de esas circunstancias en que aparece la oración de Jesús, y que pueden significar algo interesante para la evangelización de la oración cristiana.

a) Número. Los autores no se han puesto de acuerdo en algo que parece muy sencillo: contabilizar las veces que Jesús aparece en oración. Lo normal es hablar de siete veces o de diez, según que la enumeración separe, o no separe, los mo-

27 Pueden verse, por ejemplo, los tres estadios de la parábola del juez inicuo, Lc 18,1-8, en L. MONLOUBOU, o. e., pp. 76-78.

28 F. Rurz SALVADOR, Caminos del Espiritu, 2.· ed., Madrid, Editorial de Espiri· tuaIldad, 1978, p. 288.

29 C. A. RrJK, o. e., p. 197.

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mento S en que Jesús está en oración pronunciando palabras o perfectamente silencioso. Quienes ,están por las diez veces no han reparado en que el número pueda tener un sentido simbó­lico particular. En 'cambio, quienes están por las siete veces es normal que añadan: "es poco probable que el número siete sea fortuito" 30. Efectivamente, puede y debe significar, sin violencia alguna, la importancia que la oración ha de tener en la Iglesia. Pienso que es un dato a tener en cuenta y no despreciar sin más.

b) Lugar. Superemos también aquí la conciencia general de la neutralidad de un dato sin importancia. No olvidemos algo que debe ser tenido como principio general: "Lucas no presenta a Jesús en oración más que para enseñar mejor a la Iglesia cuándo y cómo debe orar ella" 31.

Recordado este principio hemos de partir del hecho siguien­te: los evangelistas hablan de ciertos lugares con aparente inte­rés. Se nombra quizá sobre todo el Templo como lugar de ora­ción, significando simbólicamente el encuentro histórico de Dios con los hombres en Cristo 32, y la Soledad 33.

Es precisamente la soledad la que se ha llevado las prefe­rencias locales de la oración de Jesús. Incluso quizá demasiado, al menos desde la ascética cristiana. La tradición ha visto en la soledad del Jesús orante un motivo ascético y una exigencia psicológica de la oración. Santa Teresa, representante signifi­cativa de la tradición, recoge la importancia de la soledad para la oración en diversos lugares de sus libros 34.

No es nuestra intención desprestigiar estas valoraciones. Sí lo es preguntarnos, en la línea que vamos manteniendo, si no puede encontrarse, en el mejor acercamiento a la Escritura, un sentido distinto a la soledad de Jesús orante. Y la verdad es que no resulta tan sencillo hallar una línea convergente en los exé­getas. Algunos han querido ver en la soledad denunciada por los evangelios un profundo sentido simbólico: "La oración del Señor expresa también su soledad. Una soledad que en su caso

30 L. MONLOUBOU, O. C., p. 58. " lb., p. 61. 32 lb., p. 50. 33 Es algo de sobra reconocido en la tradición, y que resalta también con espe·

cial énfasis el evangelio de Lucas (cfr. L. MONLOUBOU, O. c., p. 51). 34 Bastaría recordar estas dos expresiones: «acostumbrarse a soledad es gran

cosa para la oracióm> (CV 4,9). «A no haber de por medio estas dos cosas [abe· diencia y caridad], siempre me resumo en que es mejor la soledad» (F 5,15).

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brota de la riqueza, no de la pobreza, ya que Cristo es cons­ciente de su filiación divina, misterio único, original e irrepetible. Por eso Jesús se retira a solas para rezar 35 ,porque se siente terriblemente solo entre los hombres. Unicamente la conversa­ción con el Padre podía calmar su soledad interior" 36.

Desde otra línea de consideraciones puede llegarse también a la constatación de que el lugar físico tiene menos importancia de lo que pueda parecer, a pesar de tantas referencias. El hecho de que referencias como Mt 6,5-6 impliquen más una condena de la oración farisaica que una canonización de la oración se­creta, y que varias escapadas de Jesús a la soledad hayan de estimarse más desde el término a quo (victoria sobre unos hom­bres que le aclaman, y enseñanza a los discípulos para que ellos hagan lo mismo) que desde el término ad quem (soledad bus­cada para orar) desvirtúan mucho la importancia de la soledad material. Lo mismo indicarían ciertas imprecisiones (v. gr.: "estando él orando en un cierto lugar", Lc 11,1), en hombres que suelen precisar meticulosamente lo que les interesa 37, y la referencia importante de Juan relativa a la adoración a Dios en Espíritu y en verdad 38.

Todo ello viene a indicar algo importante, y que podría ser resumido así en una referencia a Lucas, evangelista de la ora­ción, y de la oración de Jesús: "Lucas es indiferente a los lu­gares de oración" 39. Por su parte, Juan ve en Jesús el nuevo Templo en el que hay que orar, al tiempo que el Espíritu, prin­cipio de un nuevo nacimiento, es también principio de un nuevo culto y de una nueva oración 40. Para la Iglesia, si hay algún lugar privilegiado, éste es "la comunidad reunida en la uni­dad" 41. Esto es lo que parece deducirse de las enseñanzas evan­gélicas. No que se hable en contra de la soledad material, pero sí que su importancia queda pendiente de otras motivaciones, ya que la soledad vivida por Jesús parece encerrar otros signifi­cados y el lugar apunta a otras dimensiones de la oración.

35 El subrayado es mío. 36 A. R6DENAS, La oración en la Biblia, en Confer, 14 (1975), 352. 37 Cfr. algunas de las referencias aducidas -aunque no todas- en L. MONLOUBOU,

o. c., pp. 52-53. También A. R6DENAS, l. c., p. 366, nota 50. 36 Cfr. J. LUZÁRRAGA, Oración y misión, o. c., pp. 33·34. De la referencia a mono

tañas y lugares altos también pueden encontrarse razones simbólicas (cfr. A. Ró· DENAS, l. C., pp. 365·366, con nota 49.

39 L. MONLOUBOU, O. C., p. 52. '0 J. LUZÁRRAGA, Oración y misión ... , p. 22. '1 L. MONLOUBOU, O. c., p. 52.

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c) Tiempo. Hay aquí dos aspectos importantes, que es necesario separar: el momento preciso y las circunstancias más apropiadas. En cuanto a 10 primero parece bastante claro que "también el momento importa poco" 42. En cuanto a 10 segundo, parece cierto -y comúnmente admitido- que "la oración va unida con menos frecuencia a las horas oficiales que a los acon­tecimientos de la vida de cada uno" 43. Si algo parece claro es que Jesús oraba en los momentos más importantes de su vida, tanto personal como comunitaria 44. Incluso es evidente que la Iglesia primitiva siguió este mismo camino del Señor, buscando en la oración el clima de un discernimiento comunitario impor­tante y el lugar de 'encuentro en que se compartían las preocu­paciones más importantes de la vida de la comunidad 45. Esto no es indiferente.

IIl. RAÍZ ORACIONAL

La desconfianza en tantas oraciones y en tanta oración mi­nusválida, el miedo fundado a que se nos pueda comparar con los profetas de Baal mientras otros Elías ironizan sobre la inútil vociferación de sus enemigos (1 Re 18,29) ha hecho que la teo­logía haya tomado cartas en el asunto. Desde la seriedad teoló­gica de nuestros días ha surgido la pregunta de si es posible la oración. Es una pregunta que ha picado muy alto, en la mis­ma cima de Dios. ¿No es precisamente el concepto teológico de Dios, en concreto su "trascendencia" la que "proscribe la oración"? Esa misma teología asegura que "aquí topamos con el más serio reparo moderno contra la oración" 46. Yo no me atrevo a decir que esto no es verdad. Y menos aún, que esto son tonterías.

Con este toque de atención la teología es fiel a su misión. No hace más que formular con claridad y actualidad algo que la exégesis viene constatando y acentuando progresivamente aunque en otros términos: que la oración evangélica revela el

" lb., p. 53. 43 lb., p. 53. 44 Es algo que constatan prácticamente todos. Ofr. J. SOBRINO, l. c., p. 195. 45 L. MONLOUBOU, O. C., p. 53. 46 Página interesante de Nuevo libro de la te cristiana. Barcelona, Herder, 1977,

p. 398.

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ser de Dios, que es este verdadero ser de Dios revelado en la teoretización de la oración el que fundamenta esa misma oración y que, por lo tanto, una falsa idea de Dios destruye la base misma de la oración cristiana 47.

Al orante se le ha nublado el Dios de la oración, y en su radical inseguridad ha llegado a formularse la pregunta inicial, y por eso mismo pregunta clave: ¿en dónde está tu Dios? (Sal 42,4).

Es un interrogante grave, que no debe tomarse a la ligera, porque no haríamos nada con ello. Hasta cierto punto es com­prensible que algunos autores se hayan endurecido contra esta inseguridad radical que se observa precisamente en los orantes. Pero quiero acentuar el hasta cierto punto. Porque el problema está ahí, es grave y no puede ser ventilado con una intempe­rancia.

Alguien ha escrito en nuestros días que "uno de los pro­blemas más candentes en toda la teología de la oración es el problema del acceso al verdadero Dios" 48. Por su parte, Fede­rico Ruiz, quien ha escrito una página muy dura contra los cris­tianos que "se avergüenzan de tener puntos seguros" en su vida 49, ha titulado un apartado sobre la oración con este inte­rrogante: "¿Encuentro verdadero?". Y comienza su exposición con estas palabras: "He puesto el título en forma interrogativa por el respeto a la nobleza con que muchos viven, sin poderlo remediar, una incertidumbre que envuelve toda su relación con Dios" 50. Son testimonios poco sospechosos, a los que haría coro, en cierto sentido, esta afirmación de santa Teresa, que parecen desconocer incluso algunos teresianistas: "espíritu que no vaya comenzado en verdad, yo más lo querría sin oración" 51.

47 Es algo en lo que no parecen querer entrar algunos. Les parece puro intelec· tualismo. Para nosotros -y tenemos muchos testimonios a favor- resulta algo evidente. En el diálogo con el budismo se ha podido comprobar que una de las preguntas que nos hacen, convertida en el «problema fundamenta!», es «el reproche de una imagen antropomórfica de Dios» [H. DUMOULIN, Fragen an das Christentum aus budhistischer Sicht, en Geist und Leben, 48 (1975), 52]. Incluso refiriéndose a la oración de Jesús ha escrito últimamente J. SOBRINO: «Jesús oró de una ma· nera determinada porque tenía una determinada concepción de Dios. 'Oración' y 'Dios' son realidades correlativas. Lo que de problema tenemos en la oración no es otra cosa que la expresión de lo que de problema hay en la realidad de Dios» [La oración de Jesús y del cristiano, en Selecciones de Teología, 18 (1979), 197]. Estoy plenamente de acuerdo.

" J. LUZÁRRAGA, Síntesis de la evolución oracional en Pablo, según sus Cartas, en La oración, hoy, o. c., p. 84.

49 Caminos del Espíritu, o. c., p. 439. 50 lb., p. 76. 51 Vida, 13,16.

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No hay más que un Espíritu de oración. Es, pues, urgente dar con la raíz de la oración cristiana, con su verdadero funda­mento. Y ello por bien, sobre todo, de la oración.

Hace ya tiempo que se dijo que la oración cristiana es una paradoja 52. Y efectivamente parece ser asÍ. La paradoja consis­tiría en admitir que la oración cristiana es algo humanamente imposible y cristianamente no sólo posible, sino incluso indis­pensable. La posibilidad, e indispensabilidad ~que ambas cosas deben ser afirmadas con fuerza-, tienen su raíz en la presencia del Espíritu que vive en el cristiano.

Conviene, sin embargo, aclarar algo las cosas. Llevamos mucho tiempo, en la aún renqueante pneumatologia, tratando de precisar cuál es la acción del Espíritu en el hombre. Las pos­toras de exégetas y teólogos andan entre consideraciones lógicas y ontológicas. Con textos de san Pablo en la pluma será muy difícil perfilar una sentencia plenamente convincente. Hay una discusión fundamental entre cristología y pneumatología acerca de la filiación divina de los hombres y cada uno empuja su carro hacia el camino que le parece más adecuado.

Aquí vamos a seguir una tendencia, que no tiene por qué ser considerada como única, para dar con la raíz misma de la oración, que es detrás de 10 que vamos. Uno de los últimos au­tores que ha estudiado bíblicamente el tema de la presencia del Espíritu en la oración cristiana, y que encuentra ahí el funda­mento teológico de la misma, condensa así su larga exposición:

"Somos conocidos por Dios, somos amados por él. También los judíos se sabían amados por Dios, pero no se atrevían a creerlo mucho. Pablo cree en el amor de Dios y deduce de ello todas las consecuencias hasta poder establecer un punto quicial, verda­dero fundamento teológico de la oración cristiana: Dios es mi Pa­dre, y soy su verdadero hijo en el orden de la adopción, que se concreta, sin embargo, en el plano del comportamiento cotidiano. En este fundamento teológico está presente una dimensión cris­tológica: el cristiano es hijo de Dios en cuanto redimido por Cristo Jesús (Gál 3,27-28); Rom 6,3). Este papel del Kyrios es mediación en cuanto la oración cristiana es dirigida al Padre por medio de Cristo: su mediación se convierte así en funda­mento cristológico de la oración cristiana.

y es, por último, obra del Espíritu Santo que la grita en nosotros después de haber cumplido su obra fundamental: ha-

52 P. TILLICH, El nuevo ser, Barcelona, Ariel, 1973, pp. 162·167.

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cernas conscientes de este nuestro nuevo estado 53. La novedad de la oración cristiana le viene dada de su dimensión trinitaria (. .. ): aquélla es oración cristiana que el Dios Espíritu dirige al Padre por medio del Dios Hijo, sugiriéndola a la creatura hu­mana. Es éste un dinamismo del todo desconocido a la economía salvífica del Antiguo Testamento. La oración cristiana es así un ir al Padre con Cristo, movidos por el Espíritu; es la oración de Cristo que llega al Padre suscitada y dirigida por el Espíritu, en cuanto que 'en nuestros corazones' ha sido enviado 'el Es­píritu del Hijo'; es Dios, en efecto, quien ora a Dios: estamos ante el sentido más íntimo de Gál 4,6 Y Rom 8,14-16" 54.

La raíz, pues, objetiva de la oración está en la filiación divina; ésta es obra inicial del Hijo; el Espíritu la hace cons·· ciente en el hombre. Esta conciencia es la que no puede no ser gritada; este grito ()s la oración cristiana, la expresión oracional del cristiano.

Además de las consecuencias morales y pedagógicas que se siguen de esta doctrina 55, y que no siempre son tenidas en cuen­ta, queremos llamar la atención sobre 'Ciertos aspectos que de­ben ser ulteriormente aclarados. Entre otros estos tres:

a) Debilidad humana. El Espíritu viene en ayuda de nues­tra debilidad (Rom 8,26). El designio inicial de Dios ha sido el de elegimos en Cristo para hacemos hijos en el Hijo (Ef 1,5). Por eso, nuestra debilidad no puede ser congénita: todo hom­bre está en línea con el mismo Dios, por designio expreso del mismo Dios. Sin embargo, es preciso que nos consideremos dé­biles e incapaces de saber lo que somos. Somos débiles hasta el extremo de no poder reconocer a ése en cuya vida somos hijos y hermanos. Nadie puede por sí mismo reconocer la paterni­dad de Dios y el señorío de Cristo. Esta es nuestra profunda debilidad. Pero es precisamente para superar esta debilidad, o para fortalecer al hombre, para lo que se da el Espíritu. Con el Espíritu, y en el Espíritu, sí se puede decir: ¡Abba, Padre! (Rom 8,14-16) y reconocer y confesar que Jesús es Señor (1 Cor 12,3).

53 El subrayado es nuestro. Lo creemos importante, pues manifiesta la mente del autor en todo el problema.

s, C. CASALE MARCHESELLI, La preghiera in san Paolo, o. c" pp. 18·188. 55 Puede verse M. DE GoEDT, La intercesión del Esplritu en la oración cristiana,

en Concillum, n. 79 (1972, 3), 330-342. También C. CASALE MARCHESELLI, O. C" pp. 1830185.

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Dejemos estar ontologías convertidas en montones de pie­dras, en estatismo confuso y amorfo. Una relación paterno-filial, bien sea en la realidad cotidiana, bien en los momentos en que esa realidad se intensifica, no puede vivirse fuera de una con­ciencia fuerte de la misma. El reconocimiento de las situaciones se hace, y se ha hecho siempre, imprescindible y la única fuente de vida y expresión. L. Monloubou ha escrito a este respecto, entrelazando la doctrina de Lucas y Pablo sobre la presencia del Espíritu en la oración: "¿cuál es el resultado de esta pre­sencia eficazmente activa? Si la oración supone con prioridad el reconocimiento de la benevolencia del Padre, la acogida filial de su voluntad, se comprende la tarea del Espíritu. Es él quien permite reconocer la presencia y acción del Padre, la soberana maravilIa de su benevolencia. Es también él quien hace surgir los sentimientos que prolongan este reconocimiento: admiración, alabanza, acción de gracias" 56. En esta acción del Espíritu va todo lo que bíblicamente entendemos por buscar, escuchar, ver, etcétera, que es el lenguaje de la oración cristiana 57.

El evangelista Juan va por el mismo camino. La oración en el cuarto evangelio no es más que "entrar fundamentalmente en contacto con la Palabra de Dios, en último término 'con Jesús, y darle una respuesta plena, sintiéndose dinamizado por El" 58.

Esta oración tiene dos momentos: uno receptivo -que es el que ahora nos interesa especialmente-, aunque no deja de ser activo, y cuya consistencia viene expresada por los mismos tér­minos de Lucas: "el hombre ve, oye, conoce, recuerda a Je­sús" 59. Ahora bien, en Juan es el Espíritu de Jesús crucificado, que en él es ya el glorificado, quien purifica y renueva para "comprender" esa Palabra que eS el mismo Jesús 60: "llegará un momento en que sus palabras se vayan progresivamente in­ternalizando en el hombre por la acción de su Espíritu (16, 13)" 61. Es la constante de Juan. Su Espíritu es Espíritu de ver­dad, que guía a la verdad plena. De aquí surge la verdadera oración cristiana.

56 L. MONLOUBOU, O. c., pp. 134·135. 57 lb., pp. 111·133; 152·153. " J. LUZÁRRAGA, Oración y misión ... , o. C., p. 13. 59 lb., p. 13. 60 lb., pp. 59·65. 6! lb., p. 80.

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b) La oración, grito profético. En la Escritura a veces se encuentran unidos los dos verbos: orar y profetizar 62. No tiene nada de extraño; es el Espíritu quien los une 63. Si el pro­feta comunica al pueblo los designios de Dios, el profeta es el mejor preparado para dirigirse a Dios agradeciéndole esos de­signios y pidiéndole su cumplimiento en nombre del mismo pue­blo. Casi tendríamos que decir que únicamente el profeta está preparado para cubrir esa segunda etapa, que es la que cons­tituye la típica oración cristiana una vez supuesta la primera como hemos visto. Los primeros cristianos parecen haber intuido esta relación, que pocas veces -prácticamente nunca- hemos observado después. "Se comprende que la Didaché, expresando con más claridad el paralelismo que entrevé Pablo entre el pro­feta y el orante, reserve al profeta la función de la oración pública; el que está más preparado que los demás para captar la voluntad divina, objeto primordial de la profecía, ¿no está más capacitado que los demás para bendecir a Dios por este mismo querer?" 64. Sólo un exceso de institucionalización puede caer en el peligro -continua tentación- de pensar que los ritos pueden suplir la presencia del Espíritu. Ha pasado en muchos campos y pasa también en el de la oración. "Dejad que los pro­fetas den gracias todo el tiempo que quieran", dice la Dídaché (n. 10). Las mejores oraciones que conocemos no han salido de los labios de quienes presiden, o de los sabios, sino de quie­nes estaban llenos del Espíritu y clamaron a voz en grito. Per­sonajes como Zacarías, Isabel, Simeón, Esteban, etc., testifican ejemplarmente. Y por supuesto, Jesús 65.

c) No recortar el Espíritu. Continuamos, y continuaremos, haciendo del Espíritu un coto cerrado, una referencia aséptica. Recordábamos que el Espíritu nos hace confesar -reconocer y confesar- la paternidad de Dios y el señorío de Cristo. Si vaciamos de sentido estas dos realidades, si en ellas no encon­tramos toda la cotidianidad de nuestra vida, entonces es que el Espíritu se ha quedado en puro concepto. Si el Espíritu no es capaz de suscitaren nosotros la fraternidad humana univer­sal, incluso la de aquellos hombres que desorientan nuestra vida,

62 L. MONLOUBOU, O. O., pp. 136-139. 63 Es en el capítulo dedicado al Espíritu y la oración donde MONLOUBOU trata

este tema. 64 lb., p. 137. 65 Le 10,21. L. MONLOUBOU, O. O., pp. 136·139.

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entonces es que vivimos de espejismos espirituales. Cuando el Espíritu no grita con fuerza el horror ante el mundo que muere y que mata, sino que se limita a suscitar la conciencia de una paternidad que nada le pide al hombre, entonces es que esta­mos ante un ·Padre que nada tiene que ver con el Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos, sobre justos y pecadores. Cuando todo esto sucede, o deja de suceder -según los casos­entonces es que hemos recortado el Espíritu. No es el Espíritu de oración el que surge y hace gritar, sino el espíritu del olvido, que no es Espíritu cristiano.

IV. ORACIÓN DE PETICIÓN

Quizá pueda parecer algo extraño que habiéndonos limitado a ciertos aspectos de la oración uno de esos aspectos elegidos sea precisamente la oración de petición. Nos parece, sin em­bargo, que al menos dos razones justifican esta elección: los estudios expresamente dedicados al tema últimamente 66, y el especial cuestionamiento de que es objeto desde hace tiempo esta dimensión de la oración.

El cuestionamiento, que además se encarna en una progre­siva desestima práctica frente a la oficial importante presencia, se debe fundamentalmente a tres motivaciones:

- Se da en la actualidad un predominio claro de otras di­mensiones oracionales, concretamente de la alabanza, muy a tono con cierta teología de la fiesta. Esto hace que la oración de petición sea preterida en algunos ambientes, en los que es considerada como una postura indigna. Esta mentalidad parece estar presente sobre todo en personas que habían olvidado prác­ticamente la dimensión de alabanza, en algunos sofisticadamente intelectuales, y en quienes, no bien informados, se han visto lle­vados por magisteriales efervescencias lúdicas 67.

66 En esthe apartado tiene todas las preferencias la tesis en Biblia de J. CABA, La oración de petición. Estudio exegético sobre los evangelios sinópticos y los es· critos toaneos. Rome, Blblical Institute Press, 1974. Algunos de los estudios que venimos citando son sintomáticos al respecto por la importancia que conceden al tema, bien sea anunciándolo expresamente (v. gr. A. RóDENAS), o bien sin anun· ciarlo (F. LENTZEN-DEIS, pp. 174·176). Del evangelio de Juan ha escrito LUZÁRRAGA; «la forma de oración de Jesús, que ha encontrado sin duda más expresión en el evangelio [de Juan], es la peticiófl» (Oración y misión ... , o. c., p. 110).

67 Abundan los libros de este estilo. Recordaríamos estos tres recientes; L.·A. LASSUS, La priere est une fete. Paris, Cerf, 1978; P. TALEc, Psaumes, poemes et chansons, école de priere. Paris, Le Centurion, 1978; MICHAELLE, Le pelerin danseur. Évell intérieur et pédagogie du geste. Paris, Cerf, 1978.

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- Han desaparecido de nuestro programa ciertas concep~ ciones congénitamente egoístas y mágicas, que afortunadamente han ido limpiando esta oración de una indignidad que no po­demos negar haya existido y exista en cierta manera. Por otra parte, y nada tiene que ver con lo que precede, continúan exis~ tiendo concepciones deterministas, que siempre despreciaron la entrada de Dios en la historia.

- Existe la convicción de que las palabras evangélicas so­bre esta forma de oración no son verificables. Es decir, cuanto se afirma de la categórica y absoluta conexión entre petición y concesión no tiene lugar casi nunca. Y cuanto se dice del ele­mento condicionante, extremando las cosas, parecería limitar la petición a personas tan virtuosas, que la mayor parte de los cristianos tendrían que renunciar a esta forma de petición. Y esto, que sería una contradicción, difícilmente se prueba que sea falso.

Todo ello motiva que la oración de petición se presente cada vez más difícil entre los cristianos que piensan un poco.

Insatisfacción reconocida. Los estudios escriturísticos han puesto de manifiesto que en los diversos escritos del Nuevo Testamento existe una elaboración teológica personal acerca de la oración de petición. Las pruebas son evidentes: presencia o ausencia de referencias en unos y otros autores, acentos teoló­gicos y comunitarios, así como desplazamientos de esas referen­cias en función de la propia teología 68. Es también claro que incluso hay dos bloques distintos: los sinópticos, que "insisten principalmente en la afirmación categórica y absoluta de la co­nexión entre petición y concesión", y Juan, quien "presenta, so­bre todo, el elemento condicionante de la petición" 69. Se insiste también, sobre todo estudiando a Juan, en el sentido teológico que nos presentan los evangelios acerca de la oración de peti­ción, venciendo la impresión que a veces pueda tenerse sobre

6B Véanse sobre todo las notas 21, 24. Para el tema concreto de la oración de petición será suficiente la afirmación, ampliamente desarrollada, de J. CABA: {(todo este material que partiendo de Jesús como principio común, se ha transmitido en diversidad de tradiciones, ha sido seleccionado, organizado y presentado por cada autor en modo diverso, imprimiendo cada uno su propio sello personal en acomodación a veces a la comunidad a la que se dirige. Esta redacción y carac­terística de cada evangelista es la que nos hace detectar su visión personal sobre la oración de petición a través de los distintos matices que subraya» (p. 323. Y continúa, por separado, la exposición de la teología de cada uno de los evange­listas sobre la oración de petición, pp. 323-337).

69 J. CADA, p. 332.

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una oración de petición que parecería reducirse a un cálculo o experimento químico que nunca falla, porque se sigue con pre­cisión matemática.

y sin embargo, todo esto no ha logrado aquietar la concien­cia. No parece que se haya logrado responder a las justas y verdaderas inquietudes de los orantes, ni se haya penetrado en todo el valor existencial de la oración de petición. El cristiano continúa pensando que algo no llena en la oración de petición, tan recomendada por otra parte en el Nuevo Testamento 70.

Es tonificante, a pesar de todo, que sea desde la misma cien­cia escriturÍstica desde donde se lancen afirmaciones como és­tas: "es evidente que, a menos que pretendamos reducir la Es­critura a un lenguaje sin sentido para el hombre de hoy, se impone una interpretación actualizada del significado del prin­cipio de la oración eficaz" 71. "¿Hasta qué punto es cierto que Dios escucha siempre la petición del hombre, con tal de que éste ponga de su parte las condiciones requeridas para que haya verdadera oración?" 72.

Mientras haya interrogantes y deseos de responder, las cosas pueden tener sentido y remedio. Esto debería suceder ahora. También ello sería contribuir a la evangelización de la oración.

Un camino demasiado estreoho. Parece que en no pocas ocasiones hemos metido a la oración de petición por un camino demasiado estrecho: se ha tenido sólo en cuenta la petición y obtención de lo que se pedía. Quizá se ha pensado sólo en la eficacia inmediata, y ésta no bien comprendida. "La eficacia de la oración ( ... ) se suele restringir injustamente a la obtención de lo que se pide formal y explícitamente" 73.

No es éste el camino por el que se encontrará el verdadero sentido de la oración de petición. Hay toda una fenomenología subyacente a la petición que quizá hemos olvidado en aras de un deseo exagerado de ver en las manos lo que materialmente está-

70 Queremos llamar la atención sobre la recomendación evangélica, a pesar de que sea evidente. Como veremos después, lo que no podemos es suprimir una forma de oración que es la que mayor presencia tiene en la Escritura. Es lo que parece que intentan algunos; pero esto sí ha de tenerse como un remedio peor que la enfermedad.

71 A. RóDENAS, l. c., p. 356. 72 lb., p. 356. 73 lb., p. 357. Desde este momento querríamos llamar la atención sobre el ver·

bo restringir. No sería justo suprimir esta dimensión. Al menos el uso de tal partícula así lo Indica.

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bamos pidiendo. Y con ello hemos perdido el sentido cristiano de la petición. Lo primero, pues, que hay que hacer es vencer esta visión estrecha de la oración de petición. Y hay que decir -y nunca como ahora desearíamos no ser injustos- que buena parte de los estudios escriturísticos sobre la oración de petición parecen conceder la mayor atención en sus estudios a esta visión limitada de la oración de petición. Muchas páginas de alambi­cados y extenuantes análisis van en esta línea. Se ha dedicado menos tiempo -afortunadamente sí algo e interesante- a pe­netrar en otros aspectos que están presentes en toda oración de petición.

Por otro camino m.ás ancho. Cuanto vamos a recordar no es nuevo 74, pero conviene que se vaya afirmando desde distintos ángulos, hoy sobre todo desde la Escritura: "la actitud, los senti­mientos y emociones que la oración pone en marcha, son lo que importa en ella. Y en eso está primariamente su eficacia" 75. No se trata de algo puramente psicológico, sino de una experiencia cristiana, que envuelve a toda la persona en la plenitud de la fe.

Se abre aquí un ancho camino, que parece confirmado por la praxis de los grandes orantes sin salir de las mismas páginas de la Escritura. Vamos a enumerar -no podremos hacer más que enumerar- las siguientes actitudes, sentimientos y emocio­nes:

a. Dios Padre. La filiación divina -y su correlativa, la paternidad de Dios- dijimos que era el fundamento objetivo

74 Aconsejaría leer la hermosa presentación al n. 79 (1972) de Concilium. Ch. DUQuoc tiene unas afirmaciones muy atinadas, que ahí no puede desarrollar sobre la teología y fenomenología de la oración de petición. Lo hemos recogido y ampliado en Lucha y contemplación en tres tiempos: Liberación, Bonhoeffer, Petición, en Revista de Espiritualidad, 35 (1976), 56·61.

75 A. RÓDENAS, l. c., p. 358. En esta misma línea van muchos autores, aunque con matices que aquí no podemos señalar detenidamente. Entre otros citamos H. SCHALLE, Das Bittgebet, ein TestfaU des Glaubens, en Geist und Leben, 49 (1976), 191-202 (estudia tres aspectos: 1. Petición como expresión de amistad con Pios; n. Petición como ejercicio de confianza en Dios; nI. Petición como tes­timonio de libertad ante Dios). En la misma línea G. GRESHAKE, Theologische Grundfragen des Bittgebets, en Theologische Quartalschrift, 157 (1977), 27-40. Más limitado y sencillo, K. C. RUSSELL, The Mystery 01 Petitionary Prayer, en Cross and Crown, 29 (1977), 134-139.

Completa esta visión hablando de la petición como lucha con Dios, aspecto tampoco nuevo pero muy interesante, C. BAMBERG, Entscheidung zum Geheimnis. Vom Streit des christlichen Gebetes, en Geist und Leben, 51 (1978), 166-178 (sobre todo 174-176). También P. HINNEBUSCH, Jesus Gives Us His Prayer, en Cross and Crown, 27 (1975), 343-344 (a struggling Prayer, haciendo alusión expresamente a la oración de Jesús en el Huerto).

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de nuestra oración. Ahora hay que recordar que también lo es de la oración de petición, y que este sentimiento debe presidir todo acto de petición. La principal revelación de las parábolas que hablan de la oración de petición es la paternidad misericor­diosa de Dios: "el sentido de la paternidad universal de Dios ( ... ) fundamenta la exhortación a una oración de petición (Mt 7, 7-11; Lc 11, 9-13)" 76. Lo fue ya en Jesús, también en esto maestro y plenitud de la revelación, quien no pronunciaba una oración sin tener en los labios la palabra Padre. El Padrenuestro y la oración de GetsemanÍ (Lc 22, 42) lo demuestran con creces. Vale para todo tipo de oración y también, por supuesto, para la oración de petición, hasta para las más dramáticas, porque si alguna oración de petición ha sido dramática esto ha de decirse de la oración de GetsemanÍ.

Nunca puede ser pequeña una oración que fortalece esta re­lación paternofilial. Y esta relación se da, quizá con preferencia ~al menos en la Escritura-, en la oración de petición. Suscitar y profundizar en este sentimiento es lo importante.

b. Pobreza personal. Lo lleva ínsito la petición. Y nos lo confirman los evangelios. La parábola del fariseo y el publicano es aleccionadora. Es un aspecto que debe ser mantenido e incluso vigilado para ser potenciado, sobre todo cuando insistimos en la acción del hombre. Será la manera de liberarnos tanto de un seco moralismo como de un evanescente pietismo. "La [historia] del fariseo conduce a los cristianos a comprender que ante el Dios altísimo que 'es bueno con los ingratos y los perversos' Lc 6, 35), no son más que pecadores y deben, con toda verdad, considerarse tales" 77. La verdad es que mirando las cosas incluso humanamente sólo a quien le falte la cabeza se le ocurriría acer­carse a pedir con sentimientos de rico. Parece, no obstante, que abunda la riqueza de sentimientos y estimación ante Dios. Re­conquistar el sentimiento de pobreza, que no sea masoquista ni perezosa, ~s una de las tareas más interesantes en la vida de ora­ción. Esta pobreza indica que la oración de petición es propia de los pobres, de los pecadores, y nos reconocemos tales, afir-

76 J. CABA, O. O., p. 318. Puede verse todo el cap. IV de la primera parte de ~. MONLOUBOU (Magisterio de Jesús sobre la oración, pp. 73·89). No es el momento de precisar el sentido directo que asumen las parábolas que hablan de la oración de petición en sus diversas etapas redaccionales. Lo que aquí deseamos resaltar es que en todas ellas la paternidad de Dios es muy clara.

77 L. MONLOUBOU, O. o., p. 80.

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mando el pecado del mundo y su actividad entre nosotros, cuan­do oramos de .esta manera. Algunas tendencias pueden haber exagerado tanto la necesaria virtud para ser oídos como la pre­sencia del bien en el mundo 78.

c. Confianza profunda. Quien medite atentamente las pa­rábolas en que se expresa la constante invitación a pedir a Dios las cosas buenas (Mt 7,7-11) Y concretamente el Espíritu (Lc 11, 13) tiene casi que hacerse violencia, porque le parece ser exce~ sivamente ingenuo. Parece que se lo van a dar hecho todo sin la más mínima duda. La insistencia en la concesión de lo que se pida y la referencia constante a la bondad de Dios, que gana en generosidad a jueces, amigos y padres de la tierra, hace que se respire una confianza casi inaceptable. El evangelio de Lucas, sobre todo, es exageradamente confiado. Por eso enseña una oración de petición obstinada y confiada 79. La orientación re­daccional definitiva de su evangelio va claramente por ahí 80.

El "Señor, confío en ti" es la expresión fundamental del acto de fe que supone toda oración de petición.

d. "Praxis de solidaridad". La oración de petición es es­cuela de solidaridad, "es creadora de pueblo de hermanos" 81.

Lo que parecía egoísmo, y probablemente lo era y continúa sién­dolo con frecuencia, se convierte en solidaridad. Esta solidaridad se vive a distintos niveles, siempre importantes y complementa­rios.

Se expresa primero en la vivencia de la unión íntima de unos hombres con otros, unión de quienes piden con aquellos por quienes piden, en una unión que implica perdón, también en su dimensión proyectiva. Estas dos dimensiones de vivencia interior -unión y perdón- son acentuadas con fuerza por los evange-

7. En Jn 9, donde se contiene una especie de axioma judío, hecho cristiano en Jesús: «sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero al que le honra, es decir, al que hace su voluntad, a ése le escucha (Jn 9,31)), el evangelista parece insistir en la necesidad de una «purificación total de todo impedimento, de toda barrera que se interponga entre el hombre y Dios» (J. LUZÁRRAGA, Oración y mi· sión ... , o. O., p. 107). La exégesis no puede ir por este camino, porque suscitaría el desánimo en los pecadores. Toda exageración, o niveles en afinnaciones verda· deras pero en diversas perspectivas que no se aclaran en cuanto tales, pueden ser peligrosas. El arrepentimiento sincero, con exigir mucho, no exige tanto.

79 Cfr. L. MONLOUBOU, pp. 76-79. Por dos veces utiliza el autor el adjetivo: obs· tinada.

80 lb., p. 72 • • , A. GoNZÁLEZ NÚÑEz, La oración de la Biblia para el hombre de hoy. Madrid,

Marova, etc., 1977, p. 171.

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listas y merece la pena que se profundice en ellas 82. La unión recordada y expresada en la oración de petición, significa una participación real en las necesidades del otro, una auténtica co­munión. Las cosas de los demás, aunque vivan a mucha distan­cia, no nos son indiferentes, nos afectan con una fuerza capaz de suscitar en nosotros el recuerdo y la oración. Por eso, mientras algunos se ríen de las largas oraciones de petición -esta exten­sión ha sido normal en los grandes hombres 83_, o las despre­cian, habría que pensar si la falta de petición o la brevedad y desvaimiento de la misma no es la mejor prueba del olvido y desinterés con que afrontamos los problemas de nuestros herma­nasen el mundo.

La segunda expresión -y realización- de esta solidaridad tiene lugar en el exterior. La unión y solidaridad interior, cuando son auténticas, son generodoras de esfuerzos humanos por rea­lizar lo que se pide. Hay que atreverse a decir que la petición que no nace de un fuerte sentimiento de solidaridad es antihu­mana, y la solidaridad que no se encarna en la praxis renova­dora de esa vida y estructuras deficientes que suscitan la petición es o autoengaño o pura y simplemente desvergüenza camuflada del peor pietismo que pueda existir.

e. Conciencia de poder. Hay veces, y quizá sean las más, que la oración de petición es una concienciación personal o co­munitaria de la concesión ya otorgada, aunque quizá no con los matices con que nosotros lo pedimos. Somos tan comodones e inhumanos, incluso con nosotros mismos, que con frecuencia pe­dimos lo que ha de evitarnos ulterior trabajo -no lo que no somos capaces de realizar-, aunque éste sea realizador del hom­bre o de la humanidad.

El caso de Pablo puede ser significativo. El abofeteamiento a que se siente sometido (2 Cor 12, 7) le impula "tres veces" (v. 8) a dirigirse a Dios y pedirle que le libere de tal situación. La actitud y respuesta de Dios es también aquí revelación de su pensamiento: "mi gracia te basta" (v. 9), una gracia que eviden­temente ya había recibido. Este tomar conciencia de la gracia

.2 Interesante en este sentido el análisis de J. CABA. A pesar del carácter exe· gético de su estudio, puede verse todo el capítulo VII de la primera parte: «El poder de la petición comunitaria: Mt 18,19·20», pp. 193·222 .

• , Bastada con citar la oración sacerdotal (Jn 17,1·26), la oración del justo (Sal 22), de David (2 Sam 7,18·29), de Salomón (1 Re 8,23·53), de Judit (9,2·14), de Ester (14,4·19), etc.

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o presencia activa del Espíritu, con todo el movimiento que en­gendra en el hombre, es el principal fruto de esta petición de Pablo. Ante esta respuesta Pablo no desespera, ni se resigna fa­talmente. Esto no hubiera podido ser considerado como una gra­cia. Fue precisamente esa conciencia actualizada y puesta en funcionamiento la que incluso hará posible que Pablo glorifique a Dios (v. 10). La respuesta a su petición es la que le hará con­fesar: "cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte" (v. 10).Es ésta una dimensión de la petición que no se tiene su­ficientemente en cuenta 84.

f. Conciencia de esperanza y de misterio. Encaja aquí la oración de petición más dramática que ha conocido la historia: Getsemaní. La carta a los Hebreos asegura, además, que Jesús fue escuchado (Hbr 5, 7). Aparentemente no hubo tal. Y si la escucha hace referencia a la resurrección ~como se afirma co­múnmente-, es probable que la solución o escucha no le llene al hombre de hoy.

¿Qué sucedió en esta oración? "Jesús tiene en cuenta la po­sibilidad de que Dios rescinda su propia voluntad santa. Estas palabras son de lo más pujante que haya dicho Jesús ( ... ). La voluntad de Dios no es inmutable ( ... ) 85. Es un Dios clemente, que escucha las oraciones y las intercesiones (Lc 13, 8 s; 22, 31 s), y que, con su misericordia, es capaz de rescindir las deci­siones de su propia voluntad santa. Por encima de la santidad de Dios, Jesús coloca la gracia de Dios, la gracia que abrevia a los suyos el tiempo de las calamidades y que prolonga a los in­crédulos el plazo de penitencia" 86.

Al menos aparentemente no cambian las cosas a pesar de

84 A. RóDENAS 1Iama la atención sobre e1la, recordando aqu: «que Dios quiere ... »; «que es posible ... »; «que los pobres deben pedir a Dios la justicia, al mismo tlem· po que acuden a los recursos humanos para obtenerla» (p. 357. Creemos, sin em­bargo, que los textos de Sir 35,15b. 16.á21.22a a que acude RóDENAS no son ade­cuados. Difícilmente se deducen de ahí estas dimensiones de la oración de pe­tiCión).

85 Ha sido estudiado de nuevo este problema expresamente en relación con la oración de petición por E. C. MEYER, A Problem with Petltionary Prayer, en Cross and Crown, 28 (1976), 249-252. Habrla que recordar, a este respecto, las expresiones de O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL (<<quede dicho con toda explicitud que Dios no es el ser inmutable, sino el amor personal y admite las mutaciones que crea el amor en la persona)), Medltaci6n teológica desde España, Salamanca, Slgueme, 19722, p. 485), Y de J. MOLTMANN (<<Dios no es inmutable en el sentido de que él no pueda abrirse, en la libertad de su amor, a la historia cambiante de la creacióm), La Iglesia, fuerza del Espirltu. Salamanca, Slgueme, 1978, p. 85).

86 J. JEREMíAS, Teología del Nuevo Testamento, I. Salamanca, Sígueme, 19773,

p. 169.

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esta esperanza de Jesús. Jesús tendrá que beber el cáliz más amargo que haya sido nunca bebido. Algunos piensan que la prueba de que Dios le escucha es el ángel que le envía para con­solarle (Lc 22, 43), Y que, unido a la fuerza que le comunica la íntima unión de voluntad con el padre -puesta bien de mani­fiesto en las palabras: "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42)-, le llevan animoso a la muerte 87.

Sin embargo, la muerte de Jesús parece todo menos eso. Su muerte parece haber sido menos la oración de alabanza al Padre que le escucha, que la comunión, en la misma linde del pecado, con los desesperados de este mundo a quienes transmi­tirá así la esperanza.

Sabemos que expeliencias clistianas parecidas -con todas sus diferencias- no harían ascos en ver una eficacia fuerte en la entereza que proporciona la conciencia de la voluntad de Dios. Otros no acaban de comprender este modo de ver. Y prefieren quedar en el oscuro misterio de una oración que permanece en la misma oscuridad, aunque genere bienes innegables.

A modo de conclusión. La problemática de la oración no acaba aquÍ. Queda casi sin tocar la problemática específica de la meditación cristiana tradicional, que es en la que andamos -y no muy bien- la inmensa mayoría de los cristianos. Queda también el mundo de la oración sencilla, de la oración del pue­blo, de la masa de los hijos de Dios, siempre abandonados por las podridas élites.

Quizá cuanto precede sea, objetivamente hablando, lo más importante. En ello está la base del diálogo entre Dios y el hom­bre. Una casi permanente obsesión nos ha llevado a purificar la oración de todo fideÍsmo y antropomorfismo, conscientes, no obstante, de que también aquí se puede pecar por carta de me­nos. La existencia de dictaduras teocráticas -tipo Jomeini, que reza mucho-, violentas y cavernícolas, fraguadas en oraciones esperpénticas nos aterran. La integridad convertida en integris­mo suele ser uno de los tristes efectos de muchas oraciones.

rf1 Cfr. F. LENTzEN·DEIS, Beten. Kraft des Gebetes Jesu, en Geist und Leben, 48 (1975), 175.