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libro de Teologia que medita sobra la Iglesia y la salvación

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    Hay salvacin fuera de la Iglesia?

    Francis A. Sullivan, S. J.

    -2-T E O R A

    D E S C L E E

  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    r a s t r e a n d o l a h i s t o r i a d e la r e s p u e s t a c a t l i c a

    F R A N C I S A . S U L L I V A N , S.J.

    D e s c l e De B r o u w e r

  • Traduccin espaola: Mara Gracia Roca

    Descle De Brouwer, S.A., 1999 Henao, 6 - 48009 Bilbao www.desclee.com [email protected]

    Diseo de coleccin: EGO Comunicacin

    Printed in Spain ISBN: 84 330-1442-0 Despsito Legal: BI-2330/99 Impreso: RGM, S.A. - Bilbao

  • SUMARIO

    ABREVIATURAS 7

    PRLOGO 9

    I. "EXTRA ECCLESIAM NULLA SALUS" II

    II. Los PADRES ANTERIORES A S. AGUSTN 23

    III. S. AGUSTN Y SUS SEGUIDORES 39

    IV CONCILIOS MEDIEVALES, PAPAS Y TELOGOS 57

    V. ANTES Y DESPUS DEL DESCUBRIMIENTO DEL NUEVO MUNDO 79

    VI. Los JESUTAS Y LOS JANSENISTAS 101

    VIL EL SIGLO XIX 125

    VIII. EL SIGLO XX ANTES DEL VATICANO II 149

    IX. EL CONCILIO VATICANO II 169

    X. "CRISTIANOS ANNIMOS" 193

    XI. LA ENSEANZA PAPAL DESPUS DEL VATICANO II 219

    CONCLUSIN 239

    NDICE ALFABTICO 245

    NDICE GENERAL 249

  • ABREVIATURAS

    DOCUMENTOS DEL CONCIL IO VATICANO II (1962-1965)

    AG Ad gentes: Decreto sobre la ac-tividad misionera de la Iglesia.

    GS Gaudium et spes: Constitucin pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual.

    LG Lumen gentium: Constitucin dogmtica sobre la Iglesia.

    NA Nostra aetate: Declaracin so-bre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas.

    UR Unitatis redintegratio: Decreto sobre el Ecumenismo.

    OTRAS FUENTES

    AAS Acta Apostolicae Seis AER American Ecclesiastical Review.

    AS Acta Synodalia Concilii Vatica-ni II.

    CCL Corpus Christianorum, series latina.

    CDF Congregacin para la Doctrina de la Fe.

    CSEL Corpus scriptorum ecclesiasti-corum latinorum.

    CTS Catholic Truth Society. DS Denzinger-Schnmetzer, En-

    chiridion symbolorum, defini-tionum, declarationum, edicin n 34, 1967.

    Mansi Sacrorum conciliorum nova collectio.

    PG Patrologiae cursus completus, series graeca.

    PL Patrologiae cursus completus, series latina.

    Th Inv Karl Rahner, Theological Inves-tigations, 1961.

    7

  • PRLOGO

    Mi inters por el tema de este libro surgi inicialmente a finales de los aos cuarenta, cuando estudiaba teolo-ga como preparacin para el sacerdo-cio en el seminario jesuta de Weston, en Massachusetts. La tranquilidad de esos aos se vio dramticamente rota por la noticia de que el padre Leonard Feeney, S.J., que haba sido profesor de literatura inglesa de muchos de noso-tros en Weston, haba denunciado p-blicamente al arzobispo catlico de Boston como hereje, por declarar que los no catlicos podan salvarse. La opinin del padre Feeney era que la postura del arzobispo Cushing estaba en contradiccin directa con el dogma que declara que no hay salvacin fuera de la Iglesia catlica. Respaldaba su postura citando afirmaciones de papas y concilios medievales, que parecan ser prueba irrefutable de que la afirma-

    cin "fuera de la Iglesia no hay salva-cin" era, de hecho, un dogma de la fe catlica.

    Cuando era estudiante en Weston, supona que se poda dar una explica-cin satisfactoria que mostrara que la Iglesia era coherente en su fe, a pesar de que lo que entonces se estaba diciendo sobre la posibilidad de salva-cin para los no catlicos, fuera tan diferente de lo que se haba dicho en la Edad Media. Pero me di cuenta de que eso requera ms investigacin de la que yo era capaz de realizar en ese momento.

    El presente libro es fruto de un buen nmero de aos de reflexin so-bre el tema. Me ha estimulado la expe-riencia de impartir cursos y seminarios sobre esta cuestin a mis estudiantes en la Universidad Gregoriana. He sa-cado mucho provecho de la investiga-

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    cin realizada a principios de siglo por Louis Capran. El hecho de que su monumental obra Le Salut des Infide-les nunca haya sido publicada en ingls fue una de mis razones para escribir este libro. Una razn, an ms impor-tante, es que la evolucin en el pensa-miento catlico a lo largo del presente siglo ha hecho posible una compren-sin substancialmente nueva de la ne-cesidad de la Iglesia para la salvacin. Al mismo tiempo, estoy convencido de que no se puede entender totalmen-te lo que la Iglesia dice sobre este tema hoy, sin una apreciacin de las razones por las que esta verdad ha sido expre-sada de manera tan diferente en el pasado. Por este motivo he querido

    escribir "una historia del pensamiento cristiano sobre la salvacin de aquellos que estn fuera de la Iglesia".

    Quiero aprovechar esta oportuni-dad para expresar mi agradecimiento a Teresa Clements, D.M.J., a Gerald O'Collins, S.J. y a Christopher O'Donneli, O. Carm, que han ledo el manuscrito de este libro y me han aportado muchas sugerencias tiles para su mejora.

    Dedico este libro a Francis X. Law-lor, S.J., mi profesor de eclesiologa en Weston, que durante 1992 celebr sus bodas de oro como sacerdote, y de diamante como jesuta.

    Francis A. Sullivan, S.J.

  • "EXTRA ECCLESIAM NULLA SALUS

    Cuando los jesutas de la provincia de New England morimos, somos en-terrados en un cementerio de la ciudad de Weston, Massachusetts, en los terre-nos de lo que fue el seminario donde la mayora de nosotros estudiamos para el sacerdocio. Sin embargo, uno de los jesutas ms conocidos que nuestra provincia haya tenido nunca, y uno de los ms dotados, no yace con sus com-paeros en Weston. En vez de eso, la tumba del padre Leonard Feeney se encuentra en el lugar donde pas los ltimos aos de su vida, en el pueblo de Still River en Massachusetts. La ins-cripcin de la lpida no le identifica como jesuta, porque ya no lo era cuan-do muri, sino como el fundador de las Esclavas del Corazn Inmaculado de Mara. El padre Feeney no dej la Compaa para fundar una nueva co-munidad, como han hecho algunos

    fundadores de congregaciones religio-sas. De hecho, no la dej voluntaria-mente, sino que fue expulsado por nuestro padre general por lo que se juzg como grave ofensa contra su vo-to de obediencia. La inscripcin en grandes letras de molde que hay en la parte inferior de su lpida, sugiere c-mo fue esto; en ella se lee: EXTRA ECCLESIAM NULLA SALUS.

    La orden que el padre Feeney sinti que no poda en conciencia obedecer, le requera dejar la archidicesis de Bos-ton. La razn que haba detrs de esta orden era el hecho de que Feeney hu-biera acusado pblicamente al arzobis-po Richard J. Cushing de hereja, por admitir que hubiera salvacin fuera de la Iglesia catlica. Feeney se neg a abandonar St. Benedict Center en Cambridge, Massachusetts, donde era el lder y profesor de un grupo de jve-

    II

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    nes y celosos catlicos, porque pens que su marcha sera vista como una ad-misin tcita de que lo que el arzobis-po y los jesutas del Boston College estaban enseando sobre la salvacin para los no-catlicos, era doctrina ca-tlica autntica, en lugar de la hereja que Feeney estaba convencido que era. Est es, claro est, el significado de la inscripcin latina de su lpida: "Fuera de la Iglesia no hay salvacin". Para Feeney, "la Iglesia" no poda significar otra cosa que la Iglesia Catlica Ro-mana y "no hay salvacin fuera de ella" significaba simple y literalmente que nadie ms que los catlicos podan sal-varse. Por supuesto, l no pens en ningn momento que todos los catli-cos fueran a salvarse; de hecho, estaba seguro de que una gran parte de ellos eran herejes por admitir que los no catlicos se salvasen y, no hace falta decirlo, no hay salvacin para los here-jes, incluso aunque fueran jesuitas o arzobispos.

    Cuatro aos despus de ser expulsa-do de la Compaa de Jess, el padre Leonard Feeney fue excomulgado por una orden de la Santa Sede, aprobada por el Papa Po XII. Diecinueve aos despus, cuando tena setenta y cinco aos, fue reconciliado con la Iglesia catlica por Bernard Flanagan, obispo de la dicesis de Worcester en la que est Still River. Apareci en la prensa que el padre Richard J. Shmaruk, que actu como representante del obispo Flanagan en el asunto, haba dicho que no se pidi al padre Feeney que se retractara de su interpretacin literal de la doctrina "fuera de la Iglesia no hay salvacin"'. En todo caso, esto es lo que sus seguidores ms intransigentes eligieron para su epitafio2.

    Frank Sheed ha escrito algo que quizs muchos otros hayan pensado sobre este extrao caso:

    "En el trato dado al padre Feeney percibimos un preocupante eco del tra-to dado a los Modernistas del cambio de

    1. Segn se relata en el Advcate de Newark del 31 de Octubre de l974;verThomas Mary Sennott, They Fought the Good Fight, Monrovia, 1987, pg. 258ss.

    2. Mi certeza de que el padre Feeney no lo eligi, sino que lo hicieron algunos de sus "celosos seguido-res", se basa en el test imonio de la Madre Mary Clare Vincent, Superiora del Priorato de Santa Escolstica en Petersham, Massachusetts. Es uno de los miembros de la comunidad del padre Feeney que. despus de su reconciliacin con la Iglesia catlica, se hizo monja benedictina.

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    siglo; como a ellos, se le conden pero no se le contest. Cuando (el Papa) Boni-facio VIII dijo en la bula Unam Sancta que era 'completamente necesario para la salvacin de cualquier criatura estar sujeta al Romano Pontfice', pareca estar diciendo no slo lo mismo por lo que se conden al padre Feeney, sino lo que han seguido creyendo un gran n-mero de catlicos de toda la vida. Una discusin seria habra sido de ayuda para todo el mundo V

    Mi coincidencia con la opinin ex-presada por Frank Sheed sobre la nece-sidad de una discusin seria de la pro-blemtica que suscit el padre Feeney, es una de las razones para emprender la redaccin de este libro. Sin embargo, no tengo intencin de entrar en los aspec-zos judiciales de su caso, como por ejemplo, intentar determinar si fue tra-Oo justamente al ser expulsado de k Compaa de Jess y excomulgado por k Santa Sede. Lo que pretendo es seguir, : intentar comprender, la evolucin a sars de la cual ha discurrido el pensa-miento cristiano sobre la salvacin de los que estn "fuera de la Iglesia", desde

    3L TJie Church and I, Garden City, 1974, pg. 166.

    los primeros siglos de la era cristiana hasta el nuestro. Esto requerir, para empezar, una discusin lo suficiente-mente extensa sobre la enseanza de los Padres, papas y concilios en los que Feeney bas su conviccin de que era hereja sostener que los no catlicos po-dan salvarse. Frank Sheed mencion la bula Unam Sanctam del papa Bonifacio VIII. Este papa del siglo XIV no fue si-no uno ms de los muchos papas y con-cilios que haban declarado solemne-mente que no haba salvacin fuera de la iglesia catlica. Es mi intencin exami-nar en el curso de este libro sus afirma-ciones en detalle. Sin embargo, creo que merece la pena, al comienzo, simple-mente citar algunos de los testimonios ms significativos para dar al lector una idea de la fuerza de los argumentos que apoyan la postura de Feeney.

    El papa Inocencio III, en el ao 1208, impuso una confesin de fe a los Valdenses que quisieran reconciliarse con la iglesia catlica, que inclua la siguiente afirmacin:

    "Creemos de todo corazn y profe-samos con nuestros labios una sola Igle-

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    sia, no la de los herejes, sino la santa Iglesia Romana, catlica y apostlica, fuera de la cual creemos que nadie puede salvarse".*

    El cuarto concilio Lateranense (1215), bajo el mismo papa Inocencio III, promulg una definicin de fe ca-tlica contra los herejes Albigenses, en la que se afirmaba:

    " Y hay una sola Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual no se salva absolutamente nadie"}

    El papa Bonifacio VIII, en su bula Unam Sanctam (1302), declar:

    "Por imperativo de la fe estamos obli-gados a creer y sostener que hay una san-ta Iglesia catlica y apostlica. Nosotros la creemos firmemente y abiertamente la confesamos. Fuera de ella no hay salva-cin ni remisin de los pecados" .b

    "Por consiguiente, declaramos, afir-mamos, definimos y pronunciamos que el someterse al Romano Pontfice es a toda creatura humana absolutamente necesario para la salvacin V

    4. DS 792. 5. DS 802. 6. DS 870. 7. DS 875. 8. DS 1351. 9. DS 1870.

    El concilio de Florencia (1442) en su Decreto para los Jacobitas (profesin de fe para la reconciliacin de varios grupos de monofisitas) afirm:

    "(La sacrosanta Iglesia romana) cree firmemente, confiesa y predica que 'ninguno que est fuera de la Iglesia catlica, no slo pagano, sino an judo o hereje o cismtico, podr alcanzar la vida eterna; por el contrario, que irn al fuego eterno que est preparado para el diablo y sus ngeles, a menos que an-tes de morir sean agregados a ella... Y que por muchas limosnas que haga, aunque derrame su sangre por Cristo, nadie puede salvarse si no permanecie-ra en el seno y en la unidad de la Iglesia catlica'"}

    El papa Po IV, en su bula Iniunc-tum nobis, tambin conocida como la Profesin de Fe del Concilio de Trento (1564), ordena a los catlicos profesar y mantener "esta verdadera fe catlica, fuera de la cual nadie puede salvar-se... .

    14

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    El papa Po IX, en su alocucin Singulari quadam (1854), declar:

    "Hemos de admitir por la fe que na-die puede salvarse fuera de la Iglesia Apostlico Romana; que ella es la nica arca de salvacin; quien no entrare en ella, perecer en el diluvio ".10

    El mismo papa en su encclica Quanto conficiamur moerore (1863), deca:

    "Pero bien conocido es tambin el dogma catlico, a saber, que nadie pue-de salvarse fuera de la Iglesia catli-ca":'

    Despus de leer esta impresionante serie de declaraciones de papas y conci-lios, afirmando todas la necesidad de estar en la Iglesia catlica y profesar la fe catlica para salvarse, el lector bien puede sentirse inclinado a aceptar que Feeney, despus de todo, tena razn al reivindicar que era un dogma de la fe catlica, y que cualquiera que enseara que los no catlicos podan salvarse deba ser un hereje. Uno no puede por menos de imaginar con qu asombro Feeney y sus seguidores, y quiz tam-

    10. DS2865. H. DS 2867. 12. LG 15.

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    bien muchos otros catlicos, debieron leer las siguientes afirmaciones aproba-das por el papa Pablo VI y los obispos reunidos en el Concilio Vaticano II. En primer lugar, en referencia a los cristia-nos que no son miembros de la Iglesia catlica, el concilio declar:

    "Manifiestan un celo religioso since-ro, creen con amor en Dios Padre todo-poderoso y en Cristo Hijo de Dios Sal-vador, estn marcados con el bautismo, con el que se unen a Cristo, e incluso re-conocen y reciben en sus propias Iglesias o comunidades eclesisticas otros sacra-mentos. Algunos de entre ellos tienen episcopado, celebran la Sagrada Euca-rista y fomentan la piedad hacia la Virgen Madre de Dios. Existe tambin la comunicacin de oraciones y de otros beneficios espirituales: ms an, cierta unin en el Espritu Santo, puesto que tambin obra en ellos con su virtud santificante por medio de dones y gra-cias"}2

    "Tambin conservan nuestros her-manos separados no pocos oficios sagra-dos de la religin cristiana que, de una

    15

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    u otra forma, segn la diversa ndole de cada Iglesia o Comunidad, sin duda pueden realmente generar la vida de gracia y han de ser tenidos por aptos pa-ra abrir la entrada a la comunin de la salvacin. Por eso, las mismas Iglesias y Comunidades separadas, si bien cree-mos que tienen sus defectos, de ninguna manera estn desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvacin. Ya que el Espritu de Cristo no rehuye el servirse de ellas como de medios de salvacin cuyo poder deriva de la mis-ma plenitud de gracia y de verdad que se ha confiado a la Iglesia catlica".13

    Por otra parte, con respecto a esas personas -dos tercios de la poblacin mundial- que no comparten la fe y el bautismo cristiano, el concilio dijo lo siguiente:

    "Por fin, los que todava no recibie-ron el Evangelio, estn relacionados con el Pueblo de Dios por varias razo-nes. En primer lugar, aquel pueblo a quien se confiaron las alianzas y las promesas y del que naci Cristo segn la carne; pueblo, segn la eleccin de Dios, amadsimo a causa de los padres:

    I3.UR3.

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    porque los dones y la vocacin de Dios son irrevocables. Pero el designio de salvacin abarca tambin a aquellos que reconocen al Creador, entre los cuales estn en primer lugar los musul-manes, que confesando poseer la fe de Abraham, adoran con nosotros a un solo Dios misericordioso, que ha de juz-gar a los hombres en el ltimo da. Este mismo Dios tampoco est lejos de aque-llos otros que entre sombras e imgenes buscan al Dios desconocido, puesto que les da a todos la vida, el aliento y todas las cosas, y el Salvador quiere que todos los hombres se salven. Pues los que in-culpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan con sinceridad a Dios y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, por cumplir en las obras su voluntad conocida por el dicta-men de la conciencia, pueden conseguir la salvacin eterna. La divina Provi-dencia tampoco niega los auxilios nece-sarios para la salvacin a aquellos que inculpablemente no llegaron todava a un claro conocimiento de Dios y se es-fuerzan, ayudados por la gracia divina, en alcanzar la vida recta. La Iglesia

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    aprecia todo lo bueno y verdadero, que entre ellos se da, como preparacin evanglica y como dado por Aqul que ilumina a todo hombre para que al fin tenga la vida".14

    "Al cristiano, es cierto, le apremian la necesidad y el deber de luchar contra el mal pasando por muchas tribulacio-nes, incluso la de sufrir la muerte, pero asociado al misterio pascual, configura-do con la muerte de Cristo, ir al en-cuentro de la resurreccin fortalecido por la esperanza. Y esto es vlido no so-lo para los fieles, sino para todos los hombres de buena voluntad en cuyos corazones obra la gracia de un modo invisible. Pues habiendo muerto Cristo por todos y siendo una sola la vocacin ltima del hombre, a saber la vocacin divina, debemos creer que el Espritu Santo da a todos la posibilidad de aso-ciarse, en forma slo de Dios conocida, a este misterio pascual"V5

    Reflexionando sobre las dos series de documentos que hemos citado, el lector tiene todo el derecho a pregun-tar: cmo puede la Iglesia catlica pre-

    14. LG 16. 15. GS22. 16. Observations on the Problem of the Anonymus

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    tender ser consecuente con sus propias tradiciones cuando, habiendo ensea-do durante tantos siglos que no haba salvacin fuera de ella, ahora, en su l-timo concilio, ha hablado de modo tan optimista sobre la posibilidad de salva-cin no slo para otros cristianos, sino para los judos, musulmanes, gentes de otras religiones, y gente sin ninguna religin en absoluto? Por una parte, la actitud hacia la salvacin de no catli-cos expresada en los documentos ms tempranos slo puede ser descrita co-mo negativa y pesimista. Por otra par-te, Karl Rahner ha descrito "el optimis-mo con respecto a la salvacin" como "uno de los ms notables resultados del Concilio Vaticano II". En su opinin, "estas afirmaciones de optimismo con respecto a la salvacin... marcaron una etapa mucho ms decisiva en el desa-rrollo del conocimiento consciente que la Iglesia tiene de su fe que, por ejem-plo, la doctrina de la colegialidad en la Iglesia, la relacin entre Escritura y Tradicin, la aceptacin de la nueva exgesis, etc.".16

    i, en Th.lnv., 14,284.

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    Quisiera llamar la atencin sobre dos puntos en el texto de Rahner cita-do. La primera es su afirmacin desta-cando el optimismo que caracteriza a la doctrina del Vaticano II sobre la posi-bilidad de salvacin para la gente que no pertenece a la Iglesia catlica. Esto es seguramente evidente para cualquier lector imparcial de los documentos del concilio. El segundo punto es su des-cripcin de este hecho como un "desa-rrollo del conocimiento consciente que la Iglesia tiene de su fe". Creo que esto plantea una cuestin que necesita ser examinada con detenimiento. La cues-tin es si este cambio radical de pesi-mismo a optimismo, este giro de la posicin de "no salvacin fuera de la Iglesia catlica" al reconocimiento del Vaticano II de la posibilidad universal de salvacin, se puede ver realmente como un desarrollo legtimo de la com-presin que de su fe tiene la Iglesia. En otras palabras, puede justificarse como un desarrollo doctrinal legtimo? No se cuestiona que exista el desarrollo doctrinal que la Iglesia catlica recono-ce como legtimo. Sin embargo, en

    17. DS 3020. La ltima frase es deVIncent de Lerins,

    algunos de sus documentos oficiales ha descrito este desarrollo en trminos que hacen cuestionable que se pueda aplicar esta nocin al cambio radical del que estamos hablando. Por ejem-plo, el concilio Vaticano I declar:

    "El sentido de los dogmas sagrados que una vez declar la santa madre Iglesia, hay que mantenerlo perpetua-mente, y jams puede uno apartarse de ese sentido, so pretexto o en nombre de una ms profunda inteligencia. 'Crez-ca, pues..., y progrese amplia e intensa-mente la inteligencia, la ciencia y la sa-bidura de cada uno como de todos, de los particulares como de la Iglesia uni-versal, segn el grado propio de cada edad y de cada tiempo: pero mante-nindose siempre en su propio gnero, esto es, en el mismo dogma, en el mismo sentido, en la misma sentencia'"."

    Del mismo modo, el papa Po X orden un "Juramento antimodernis-ta" en el que se peda a los catlicos de-clarar:

    "Rechazo de plano la hertica fic-cin de la evolucin de los dogmas, segn la cual podran estos pasar de un

    Commonitohum primum 23; PL 50, 668.

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    sentido a otro diferente, diverso del que primero haba profesado la Iglesia".1S

    Podemos, entonces, plantear la pre-gunta de esta forma: a pesar de la dife-rencia obvia entre el lenguaje usado por los papas y concilios medievales sobre la cuestin de la salvacin fuera de la iglesia catlica, y el lenguaje usa-do por el Vaticano II,

  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    posterior, cuando se la considera en un contexto ms amplio de fe o de saberes humanos, recibe una expresin ms completa y perfecta. Adems, cuando la Iglesia hace nuevos pronunciamientos intenta confirmar o clarificar lo que de alguna manera est contenido en las Escrituras o en expresiones previas de la tradicin, pero normalmente, tiene al mismo tiempo la intencin de resolver ciertas cuestiones o solventar ciertos errores. Todo esto ha de ser tenido en cuenta para que estos pronunciamientos puedan ser correctamente interpretados. Finalmente, aunque las verdades que la Iglesia intenta ensear a travs de sus formulaciones dogmticas, son diferen-tes de las concepciones variables de una poca determinada y pueden expresarse sin ellas, algunas veces puede ocurrir que el sagrado magisterio exprese estas verdades en trminos que lleven consigo huellas de estas concepciones... Adems, algunas veces ha sucedido que ciertas frmulas en el uso habitual de la Iglesia han cedido el paso a nuevas expresiones que, propuestas y aprobadas por el sa-grado magisterio, presentaban con ms

    20.AAS65, 1973,402-403.

    claridad o de modo ms completo el mismo significado".

    Quisiera resaltar los siguientes pun-tos en esta declaracin de la Congre-gacin romana. En primer lugar, reco-noce el hecho de que una verdad dog-mtica que hubiera sido expresada pre-viamente en una forma menos adecua-da, puede recibir una expresin ms perfecta cuando es considerada poste-riormente, en un contexto ms amplio de fe o de saberes humanos. Parece ob-vio que la "expresin posterior ms perfecta" va a reflejar una mejor com-prensin de la verdad; y es interesante hacer notar que la mejor comprensin que de su fe tiene la Iglesia puede con-seguirse tambin en un contexto ms amplio de conocimientos humanos. En el transcurso de este estudio veremos, por ejemplo, cmo un crecimiento en el conocimiento de ciencias tales como la geografa, antropologa y psicologa han contribuido a una mejor compre-sin de la necesidad de pertenecer a la Iglesia para la salvacin.

    En segundo lugar, se nos dice que la expresin de una verdad dogmtica en

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  • " E X T R A E C C L E S I A M N U L L A S A L U S

    una poca dada puede reflejar concep-ciones y mentalidades propias de ese periodo de la historia. Por tanto, para entender lo que los papas y concilios medievales quisieron decir cuando ne-gaban la salvacin para los que estaban fuera de la Iglesia, tenemos que inten-tar penetrar en su mentalidad, captar lo que asuman de modo no explcito, las cosas que dieron por supuestas y que influyeron en su manera de entender y, por tanto, de expresar su fe.

    Tomemos un ejemplo concreto. He-mos visto que el concilio de Florencia de 1442 declar materia de fe catlica el que todos los paganos, judos, herejes y cismticos iran al infierno si moran fuera de la Iglesia catlica. Pero tene-mos razones para pensar que los padres del concilio tambin crean que Dios es justo, y que no condena a gente ino-cente a los tormentos del infierno. Este elemento no explcito de su fe debe, ciertamente, tenerse en cuenta si quere-mos entender como pudieron haber credo que Dios iba a condenar a toda esa gente al infierno por estar fuera de la Iglesia catlica. La conclusin inevi-table es que deben haberlos juzgado a todos culpables a los ojos de Dios y

    merecedores del castigo que les espera-ba. Cmo pudieron haberlos juzgado a todos culpables es una cuestin que tendremos que investigar. Por el mo-mento, es suficiente haber cado en la cuenta de que no podemos compren-der lo que los obispos dijeron en Flo-rencia sobre la condena de aquellos que estaban fuera de la Iglesia, sin pregun-tarse cmo podan conciliar esto con la creencia mucho ms fundamental en la justicia y la bondad de Dios.

    Por tanto, lo que pretendo hacer en el este libro es intentar comprender lo que la Iglesia catlica ha credo y ense-ado sobre la salvacin de aquellos que estn fuera de ella, con vistas a deter-minar, si es posible, si hay aqu despus de todo, un aspecto sustancial de la fe que subyace a las diferentes formas en las que ha sido expresada. Para antici-par la conclusin a la que mi estudio me ha llevado, dir que estoy conven-cido de que existe esta nota sustancial; a saber, la creencia de que Dios ha asig-nado a la Iglesia un papel necesario en el cumplimiento de su plan para la sal-vacin de la humanidad. En las condi-ciones cambiantes en las que la historia de la Iglesia se ha desarrollado, esta

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  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    creencia en su necesidad para la salva-cin ha llevado a los cristianos a expre-sar su fe de maneras diferentes, depen-diendo en gran medida del juicio que estaban condicionados a hacer sobre la gente que no comparta su fe. Si no me equivoco, lo que realmente ha cambia-do en el transcurso del tiempo, no es tanto lo que los cristianos han credo sobre la necesidad de estar en la Iglesia para la salvacin, sino el juicio que han hecho sobre aquellos que estaban fue-ra. Por tanto, vamos a intentar com-prender no slo lo que dijeron, sino lo que pensaban y por qu lo pensaban, en relacin a la posibilidad de salvacin para aquellos que estaban "fuera de la Iglesia".

    Llegados a este punto, es necesaria una palabra acerca del mtodo que queremos utilizar en este libro. Vamos a tratar nuestro tema en orden crono-lgico, empezando con los primeros padres de la Iglesia y terminando con el estado de la cuestin en el concilio Vaticano II. Pero eso no significa que

    vayamos a presentar los puntos de vista de cada padre y cada telogo que tenga algo que decir que sobre la cuestin. Nuestro tratamiento va a ser necesaria-mente selectivo, pero nuestro propsi-to es seleccionar los escritos de aque-llos que creemos que han hecho una contribucin significativa al desarrollo del pensamiento cristiano sobre la sal-vacin de los que estn "fuera de la Iglesia". Hasta el punto que sea prcti-co, dadas las limitaciones de un libro como ste, tenemos la intencin de to-mar aquellos que son ms elocuentes, citando los pasajes ms sobresalientes de sus escritos. Pero, por supuesto, tambin proporcionaremos la informa-cin necesaria para situar los escritos en su contexto, y los comentarios que nos parezcan tiles para la interpreta-cin de las citas realizadas. Comenza-remos viendo lo que los primeros pa-dres de la Iglesia pensaban sobre las posibilidades de salvacin para los ju-dos y gentiles que vivieron durante los siglos anteriores a la venida de Cristo.

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  • LOS PADRES ANTERIORES A S. AGUSTN

    Una de las cuestiones planteadas a los cristianos por los judos y gentiles a quienes proclamaban a Cristo como salvador de la humanidad era la si-guiente: "Si Cristo es el Salvador de todos los hombres, cmo es que vino al mundo hace tan poco tiempo? Qu pasa con la salvacin de todas esas generaciones que vivieron y murieron antes de que viniera a salvamos?". Co-mo veremos, los primeros escritores cristianos ofrecieron una respuesta a este reto con una actitud manifiesta-mente positiva hacia la posibilidad de salvacin, tanto para judos como para gentiles de la era pre-cristiana.

    LA S A L V A C I N DE A Q U E L L O S QUE V I V I E R O N ANTES DE LA V E N I D A DE C R I S T O

    El primero de los escritores que consideraremos es San Justino Mrtir,

    el apologeta griego de la segunda gene-racin ms importante para la religin cristiana. Antes de su conversin haba sido un filsofo platnico, y, habiendo reconocido en el cristianismo la verdad que haba estado buscando en la filoso-fa, se hizo profesor y defensor de su nueva fe. Tres de sus trabajos han llega-do hasta nosotros: sus dos Apologas, dedicadas a las autoridades romanas que estaban persiguiendo a los cristia-nos, y su Dilogo con Trifn el Judo, en la que contesta las objeciones que los judos estaban haciendo a la reli-gin cristiana. En esta ltima obra ofrece la siguiente respuesta a la cues-tin sobre la salvacin de los judos que haban vivido antes de la venida de Cristo:

    "Evidentemente, cada uno se salva-r por su propia justicia, dije tambin que se salvarn igualmente los que hu-bieren vivido conforme a la ley de

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  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    Moiss. En la ley de Moiss, en efecto, se mandan algunas cosas por naturale-za buenas y piadosas y justas, que han de hacer lo que creen; otras, que practi-caban los que estaban bajo la ley, estn escritas con miras a la dureza de cora-zn del pueblo. As, pues, los que cum-plieron lo que universal, natural y eter-namente es bueno, fueron agradables a Dios, y se salvarn por medio de Cristo en la resurreccin, del mismo modo que los justos que les precedieron, Noe, Enoc y Jacob y cuantos otros hubo, jun-tamente con los que reconocen a este Cristo por Hijo de Dios".1

    Es interesante destacar que el argu-mento de Justino podra aplicarse no slo a los judos que observaban la ley de Moiss, sino a todos los que hicieran lo que es "universal, natural y eterna-mente bueno". En otras palabras, para el filsofo Justino, la Ley de Moiss era salvfica porque sus mandatos corres-pondan a la ley natural, y prescriban los que es "bueno, santo y justo" por su propia naturaleza.

    Como era de esperar segn esto, Justino dio tambin una respuesta po-

    I. Dilogo con Trifn 45. (N. d.T.:Tr. espaola de

    sitiva a la pregunta sobre la posibilidad de salvacin para los gentiles que hu-bieran seguido la ley natural. Para l, esto significaba vivir segn la razn, que, como filsofo, conoca como lo-gos. Como Cristiano saba que el Logos estaba encarnado en Cristo. Esto expli-ca su manera de responder a la pregun-ta que se le propone sobre los gentiles que haban vivido antes de la venida de Cristo.

    "Algunos, sin razn, para rechazar nuestra enseanza, pudieran objetar-nos que, diciendo nosotros que Cristo naci hace slo cincuenta aos bajo Quirino y ense su doctrina ms tar-de, en tiempo de Pondo Pilato, ningu-na responsabilidad tienen los hombres que le precedieron. Adelantmonos a resolver esta dificultad. Nosotros hemos recibido la enseanza de que Cristo es el primognito de Dios, y anteriormen-te hemos indicado que El es el Verbo, de que todo el gnero humano ha par-ticipado. Y as, quienes vivieron confor-me al Verbo, son cristianos, aun cuando fueron tenidos por ateos, como sucedi entre los griegos con Scrates y Her-

    iel Ruiz Bueno en BAC, Madrid, 1954, pg. 375-376).

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  • L O S P A D R E S A N T E R

    dito y otros semejantes, y entre los br-baros con Abrahn, Ananas, Azaras y Misael, y otros muchos cuyos hechos y nombres, que sera largo enumerar, omitimos por ahora. De suerte que tambin los que anteriormente vivie-ron sin razn, se hicieron intiles y ene-migos de Cristo y asesinos de quienes viven con razn; mas los que conforme a sta han vivido y siguen viviendo son cristianos y no saben de miedo ni tuba-aon .

    Es notable que en el siglo II encon-tremos esta anticipacin al trmino de Karl Rahner "cristianos annimos", para describir a aquellos que son justi-ficados sin la fe cristiana.

    Nuestro siguiente testigo del siglo segundo es San Ireneo, obispo de Lyon y, al igual que San Justino, mrtir por la fe. Dedic la mayor parte de su trabajo a luchar contra los Gnsticos, que su-ponan una gran amenaza para la fe cristiana en ese periodo. En su obra, Ireneo habla del siguiente modo sobre la providencia de Dios en relacin a zauellos que han vivido antes de la venida de Cristo.

    2. Primera Apologa 46. (N. d.T.:Tr. espaola de Dani 3 Adversus haereses 4:22,2; pg. 7.I047A-B.

    I O R E S A S . A G U S T N

    "Pues no vino Cristo nicamente por quienes en l creyeron desde los tiempos de Tiberio Csar; ni el Padre tuvo slo providencia de los hombres de ahora. Vino por todos los hombres, sin excepcin, que desde el principio, segn su capacidad, al tiempo de su genera-cin, temieron y amaron a Dios, y procedieron justa y piadosamente con los prjimos, y desearon ver a Cristo y or su voz"?

    La ltima frase, obviamente, se refiere al pueblo de Israel que, espera-ba la venida del Mesas. Quiz pueda tambin tomarse en referencia a los gentiles que haban llegado a creer en Dios como salvador y, por tanto, se podra decir que haban deseado impl-citamente la venida de Cristo

    Llegamos ahora a Clemente y Or-genes, los dos grandes maestros de la escuela de Alejandra del siglo III. Am-bos haban estudiado filosofa griega y aplicaron sus conocimientos a la defen-sa y explicacin de la fe cristiana. Cle-mente afirma lo siguiente sobre la sal-vacin de los gentiles antes de la venida de Cristo.

    il Ruiz Bueno en BAC, Madrid, 1954, pg. 232-233).

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  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    "Dios cuida de todos, dado que es el Seor de todos. Y es el Salvador de to-dos; no se puede decir que es Salvador de unos y no de otros. Como cada uno se dispuso a recibirla, Dios distribuy su bendicin tanto a los griegos como a los brbaros; y en su momento fueron lla-mados los que estaban predestinados a estar entre los fieles elegidos".4

    Para alguien de lengua griega culto como Clemente, todo el que no habla-ra griego era, por supuesto, un brbaro. Pero Dios les haba ofrecido la gracia de la salvacin tambin a ellos.

    Siendo Orgenes principalmente telogo y exegeta, tambin aplic su talento a la defensa de la fe cristiana en un importante trabajo en el que contes-taba a las objeciones del pagano Celso. Una de ellas tiene que ver con nuestra cuestin

    "'Luego ahora, despus de tantos siglos, se ha acordado Dios de juzgar la vida humana, y nada le import an-tes?'. A esto diremos no haber habido jams tiempo en que Dios no quisiera juzgar la vida humana, sino que siem-pre cuid de ello, dando ocasiones de

    4. Stromota 7,2; pg. 9,409-410. 5. Contra Cehum 4,7; pg. 11,1035-38.

    practicar la virtud para correccin del animal racional. Y es as que en todas las generaciones, descendiendo la sabi-dura de Dios a las almas que halla san-tas, hace amigos de Dios y profetas".5

    De los escritores del siglo IV slo citaremos al gran predicador de Antio-qua y Constantinopla, San Juan Cri-sstomo. En una de sus homilas, con-test a la objecin que los paganos de su tiempo todava tenan a la "tarda venida" de Cristo.

    "Por eso, cuando los paganos nos pongan esta objecin: qu haca Cristo cuando no se ocupaba del gnero hu-mano? Por qu tras habernos olvidado durante largo tiempo vino a procura-mos la salvacin slo al final de los tiempos?, les contestaremos que El esta-ba en el mundo ya antes de su venida entre los hombres, que desde la eterni-dad pensaba en las obras que habra de realizar y que era conocido por todos aqullos que eran dignos de conocerlo.

    Y si entonces decs que no era cono-cido, pues no lo era por todos, sino slo por los hombres probos y virtuosos, por la misma razn deberais decir que

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  • L O S P A D R E S A N T E R I O R E S A S . A G U S T N

    tampoco ahora es adorado por los hom-bres, pues muchos de ellos no tienen noticia de l".6

    En los escritos de los Padres ante-riores a San Agustn, hay otro testimo-nio de respuesta positiva a la pregunta sobre la posibilidad de salvacin para los que haban vivido antes de la veni-da de Cristo. Una fuente fructfera de especulacin se encontr en el NT, en la referencia al discurso de Cristo a los muertos en el tiempo que medi entre su muerte y su resurreccin (lPe 3,19; 4,6). Sin embargo, lo que hemos visto es suficiente para mostrar lo extendida que era la idea de que Dios haba dis-puesto medios de salvacin, tanto para los judos como para los gentiles du-rante la era pre-cristiana. Tambin se defenda que la salvacin haba sido siempre a travs de Cristo, aunque esto se explicaba de diversos modos. Como hemos visto, algunos llegaron a afirmar que todos los justos podan ser llama-dos cristianos: una sorprendente anti-cipacin de una moderna teora.

    A continuacin, pasamos a ver lo que los Padres anteriores a S. Agustn pensaron sobre la posibilidad de salva-

    6. In oannem hom. 8; pg. 59,67-68.

    cin para aquellos que vivieron duran-te el tiempo del Cristianismo, pero no fueron miembros de la comunidad cristiana. En este contexto es donde empezaremos a encontrar la severa ad-vertencia de que no hay salvacin fuera de la Iglesia. Veremos los textos princi-pales en los que se encuentra esta afir-macin, con vistas a determinar, hasta donde podamos, lo que cada autor qui-so decir y contra quin lo deca. Vere-mos que hay una importante diferencia entre la manera en que se us este axio-ma y la gente a quien se aplicaba, du-rante los tres primeros siglos en que los cristianos eran una minora perseguida en el mundo romano, y el modo en que se us despus de que el cristianismo se convirtiera en la religin oficial del imperio romano. Empezaremos con el periodo ms temprano.

    "FUERA DE LA IGLESIA N O HAY S A L V A C I N " , EN LOS TRES PRIMEROS SIGLOS

    En su camino hacia el martirio en Roma, San Ignacio de Antioqua, fue escribiendo cartas a las comunidades

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  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    de las ciudades en las que iban parando durante el viaje. Uno de los temas prin-cipales de estas cartas es la exhortacin a los creyentes y sus presbteros a man-tenerse en comunin con sus obispos. Evidentemente, haba casos de desu-nin en algunas iglesias y esto llev a Ignacio a realizar la siguiente adverten-cia en su carta a la iglesia de Filadelfia, ciudad situada en la vecindad de Efeso.

    "No os engais, hermanos mos: si alguno sigue al que se separa 'no here-dar el Reino de Dios'. El que camina en sentencia ajena, ese tal no se confor-ma a la Pasin".7

    Habra que destacar que no es slo el "provocador del cisma" el que no heredar el reino de Dios, sino tambin todos los que le siguen. Del mismo modo, no es slo el creador de una doctrina falsa el que no tendr parte en la pasin, sino tambin todos los que la secundan. Cuando Ignacio advierte a los cristianos cismticos y herejes de que no hay salvacin para ellos fuera de la Iglesia, claramente les est juzgan-do personalmente culpables de situarse fuera.

    7. Carta a los filadelfios 3,3. (N. d.T.:Tr. espaola de 8. Adversus haereses 3: 24,1; pg. 7,966-967.

    Ya hemos citado un pasaje de San Ireneo, obispo de Lyon, sobre la salva-cin antes de la venida de Cristo. Co-mo se mencion ms arriba, la mayora de su obra se dirige contra los gnsti-cos, que se separaron de las comunida-des cristianas ordinarias, reivindicando tener un conocimiento ms elevado de los misterios cristianos del que ensea-ban los obispos en las iglesias. Ireneo declar contra estos cismticos:

    "En la Iglesia Dios ha puesto aps-toles, profetas, maestros y todos los de-ms dones del Espritu, que no compar-ten aquellos que no se apresuran a la iglesia, sino que se autoexcluyen de la vida, por una mente perversa y un mo-do de actuar an peor. Porque donde est la iglesia, est el Espritu de Dios, y donde est el Espritu de Dios est la iglesia y toda gracia".s

    A los gnsticos, que se enorgullec-an de su elevado conocimiento, Ireneo les advierte de que slo en la verdadera Iglesia se puede tener la vida y el don del Espritu, del que los herejes y cis-mticos se privan a s mismos. Es obvio que Ireneo los juzgaba culpables de su

    >. Ruiz Bueno en ASPAS, Madrid, 1947).

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  • L O S P A D R E S A N T E R I O R E S A S . A G U S T l ' N

    separacin de la Iglesia, y por tanto, responsables de su propia exclusin de la esfera del Espritu.

    Orgenes, el pionero de la exgesis alegrica de las Escrituras, incluye la advertencia de que no hay salvacin fuera de la Iglesia, en una homila basa-da en el captulo segundo de Josu, que relata la historia de los dos espas hebreos en Jeric, que se refugiaron en la casa de la prostituta Rajab. Orgenes vio en esta casa un smbolo de la Iglesia, dado que fue un lugar de salva-cin en la ciudad que estaba a punto de ser destruida. Su aplicacin de la histo-ria del AT a la vida de la Iglesia en ese momento fue la siguiente.

    "Se da esta orden a la mujer que ha-ba sido antes prostituta: 'Todos aque-

    llos que se encuentren en tu casa sern salvos. Pero con respecto a aquellos que salgan de tu casa, estaremos libres de este juramento que te hemos hecho'. Por lo tanto, si alguien quiere salvarse, que entre en la casa de esta que fue una vez prostituta. Incluso si alguien de ese pueblo quiere salvarse djenle entraren esta casa, para que pueda encontrar la

    9. Homiliae in Jesu Nave 3,5; pg. 12, 841 -842.

    salvacin. Djenle entrar en esta casa, en la que la sangre de Cristo es signo de redencin... As, que nadie se persuada, que nadie se engae: fuera de esta casa, esto es, fuera de la iglesia, nadie se sal-va. Si alguien sale, es responsable de su propia muerte".9

    Pueden resultar tiles aqu algunas indicaciones exegticas. La "mujer que haba sido prostituta" sugiere la ima-gen de la Iglesia de los gentiles como el pecador arrepentido: ella que haba vi-vido en un vicio pagano es ahora la cas-ta esposa de Cristo. El cordn escarlata que Rajab descolg por su ventana era el smbolo dirigido a los invasores he-breos para que su casa fuera respetada. Para Orgenes significa la sangre de Cristo, signo de redencin para la Igle-

    sia. La invitacin de Orgenes a los miembros de "ese pueblo" se dirige claramente a los judos que no haban aceptado el mensaje cristiano de salva-cin. Pero la advertencia ms impor-tante de este pasaje se dirige a aquellos que salen de la nica casa en que se en-cuentra la salvacin. De la misma for-ma que pasaba en Jeric, cualquiera

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  • H A Y S A L V A C I N F

    que saliera sera tambin responsable de su propia muerte. Esto se refiere cla-ramente a los cristianos que, habiendo estado una vez en la Iglesia, la dejaban para unirse a una hereja o secta cism-tica. No hay salvacin fuera de la Igle-sia, y aquellos que se van son los nicos culpables de su propia perdicin.

    Llegamos a San Cipriano, obispo de Cartago en el norte de frica, que mu-ri mrtir en el 258. Aunque, como he-mos visto, otros antes que l haban ad-vertido de que no hay salvacin fuera de la Iglesia, el nombre de Cipriano es-t especialmente asociado a este axio-ma, que se encuentra con frecuencia y urgencia en sus escritos. A pesar de la frecuencia, sin embargo, no hay ejem-plos en los que dirigiera esta adverten-cia a los no cristianos, que eran an la mayora del pueblo en el imperio ro-mano de su tiempo. Cipriano la dirigi a los cristianos que, o bien estaban en peligro de ser apartados de la Iglesia por la excomunin, o ya lo estaban por herejes y cismticos. En todo caso, es evidente que Cipriano los juzgaba cul-pables de su separacin de la Iglesia, y,

    10. Epist 4,4; CSEL 3,2; 476-477.

    E R A D E L A I G L E S I A ?

    por tanto, personalmente responsables de su exclusin de la salvacin que slo se puede encontrar en ella. Los siguien-tes pasajes son los principales en los que adverta a aquellos "fuera de la Iglesia" que no haba salvacin para ellos donde estaban. La primera est dirigida a algunos cristianos que, de modo desafiante, desobedecan a sus obispos, y que por tanto, estaban .en peligro de ser excomulgados.

    " Que no piensen que el camino de la vida o la salvacin existe para ellos, si han rehusado obedecer a los obispos y presbteros, dado que el Seor dice en el libro del Deuteronomio: 'Si alguno pro-cede insolentemente, no escuchando al sacerdote ni al juez, ese hombre mo-rir'. Y entonces se les mataba con la es-pada... pero ahora, los orgullosos e inso-lentes son muertos con la espada del Espritu cuando son arrojados fuera de la Iglesia. Porque no pueden vivir fue-ra, ya que slo hay una casa de Dios, y no puede haber salvacin para nadie si no es en la Iglesia".10

    En una carta en la que hace frente a cristianos cismticos, Cipriano invoca

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  • L O S P A D R E S A N T E R I O R E S A S . A G U S T N

    la descripcin que hace S. Pablo (Ef 5,32) de la Iglesia como esposa de Cris-to y pregunta, "Cmo puede un hom-bre que no est con la esposa de Cristo y en su Iglesia, estar con Cristo?".11

    De modo parecido, en una carta en la que se enfrenta a herejes, basa su ar-gumentacin en el texto de ICor 13,3 en el que S. Pablo dice: "Aunque entre-gara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad nada me aprovecha". Para Ci-priano, la unidad de la Iglesia era esen-cialmente una unidad de amor, y por tanto, cualquiera que violara esa unidad mediante hereja o cisma estaba pecan-do contra la virtud de la caridad. Llega a la conclusin que era de esperar:

    " Y no puede servir para la salvacin al hereje ni el bautismo de la confesin pblica ni el de sangre, porque no hay salvacin fuera de la Iglesia".n

    En su obra Sobre la Unidad de la Iglesia, Cipriano retoma su idea de que el martirio no puede purgar la pena del cisma.

    "Estos, aunque dieran la vida por la confesin del Nombre, no lavaran su

    I I. Epist 52,1;CSEL 3,2; 617. 12. Epist 73,21; CSEL 3,2; 795. 13. La unidad de la Iglesia, 14. (N. d.T.rTr. espaola de J,

    mancha siquiera con su propia sangre. Inexpiable y grave es el pecado de la discordia, hasta el punto de que ni con el martirio se perdona. No puede ser mrtir quien no est en la Iglesia. No podr llegar al reino quien abandona a la que ha de reinar. Cristo nos dio la paz, nos orden vivir concordes y un-nimes, nos mand guardar ntegros e inviolados los vnculos del amor y de la caridad. No puede, por tanto, presen-tarse como mrtir, quien no ha mante-nido la caridad fraterna. Esto es lo que ensea y atestigua el apstol Pablo (...) 'aunque entregara mi cuerpo a las lla-mas, si no tengo caridad, nada me apro-vecha'". u

    En el mismo libro, Cipriano usa la imagen de la Iglesia como esposa, ma-dre y arca para reprender a los cristia-nos cismticos:

    "La esposa de Cristo no puede ser adltera, inmaculada y pura como es... Quien separndose de la Iglesia, se une a una adltera, se separa de las prome-sas de la Iglesia, y no alcanzar los pre-mios de Cristo quien abandona su Igle-

    Torr, Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 1991,86-88).

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  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A !

    sia. ste se convierte en un extrao, un sacrilego y un enemigo. No puede ya te-ner a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia por madre. Si pudo salvarse al-guien fuera del arca de No, tambin se salvar quien estuviera fuera de la Iglesia... Quien destruye lapaz de Cris-to y la concordia, acta contra Cristo. Y quien recoge en otra parte, fuera de la Iglesia, desparrama la Iglesia de Cris-to... Quien no mantiene esta unidad, tampoco mantiene la ley de Dios, ni la fe en el Padre y el Hijo, ni la vida y la salvacin".

    Sera difcil expresar la tesis de que no hay salvacin fuera de la Iglesia con ms fuerza de la que San Cipriano po-ne aqu. No hay duda de que algunas de sus afirmaciones, si se toman fuera de contexto, excluiran de la salvacin a todo el que estuviera fuera de la Iglesia, y no slo a los cristianos herejes y cis-mticos. En cualquier caso, el contexto muestra que no dirige su advertencia a paganos y judos, sino a cristianos a los que juzgaba culpables de obstinarse en pecados contra la fe y la caridad, por su lealtad a sectas herejes o cismticas.

    14. Lo unidad de la Iglesia, 6, 77. ACW 25, 48-49.

    Es bien sabido tambin, que Cipria-no estaba convencido de que el bautis-mo administrado en tales sectas, no slo no confera la gracia del Espritu Santo, sino que era simplemente nulo, dado que, al no conferir el Espritu, no tena ningn valor en absoluto. Por esta razn, l, junto con los otros obis-pos del Norte de frica, insista en que aquellos que vinieran a la Iglesia catli-ca desde esas sectas deban ser bautiza-dos de nuevo. Cipriano no vea como un sacramento poda ser vlido sin ser fructfero; fue necesario otro siglo de progreso teolgico, y la explicacin de San Agustn, para solucionar el proble-ma. En este tema Cipriano estaba equi-vocado, por supuesto, pero difcilmen-te se le puede acusar de hereja por seguir lo que era la tradicin de la Igle-sia del norte de frica hasta su poca.

    No hay ejemplos en sus escritos en los que explcitamente aplique su sen-tencia "fuera de la Iglesia no hay salva-cin" a la mayora del pueblo que era an pagano en su tiempo. Sabemos que juzgaba a los cristianos herejes y cis-mticos culpables de su separacin de

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  • L O S P A D R E S A N T E R I O R E S A S . A G U S T N

    la Iglesia. Juzgaba tambin a todos los paganos culpables de no aceptar el evangelio cristiano y no entrar en la Iglesia? No lo sabemos. Sin embargo, hay algunos datos que iluminan su actitud hacia los paganos, en una carta que escribi a uno de ellos llamado Demetriano, que haba estado relacio-nado con la persecucin de cristianos, y estaba ahora prximo a la muerte. Esto es lo que Cipriano le escribi:

    "Te imploramos hacer penitencia a Dios mientras an puedes, mientras todava te queda tiempo. Te mostramos el camino a la salvacin. Cree y vivirs. Durante un tiempo nos has perseguido; ven y algrate con nosotros para siem-pre. Es aqu abajo donde la vida se pierde o se gana, no dejes que tus peca-dos o tu edad te aparten de la obtencin de la salvacin. Mientras estas todava en este mundo, nunca es demasiado tar-de para el arrepentimiento. Incluso a las puertas de la muerte puedes pedir perdn por tus pecados, apelando al nico Dios verdadero. Porque la bon-dad de Dios concede la absolucin para

    15. Citado de M. BVENOT, Salus extra ecdesiam non -klei. ed. H.J.Auf der Maur.Assen, 1981, pg. IOS.

    la salvacin al creyente, para pasar de la muerte a la inmortalidad. Es Cristo quien concede esta gracia".15

    Uno tiene la impresin de que Ci-priano no habra excluido a este hom-bre de la salvacin, aunque estaba ob-viamente fuera de la Iglesia, si, aunque fuera "a las puertas de la muerte", hu-biera hecho un acto de fe en Dios y se hubiera arrepentido de sus pecados. Al menos no hay mencin de la absoluta necesidad de hacerse miembro de la Iglesia antes de su muerte para poder salvarse.

    Volviendo sobre los textos de Igna-cio, Ireneo, Orgenes y Cipriano, que hemos citado, podemos observar que, cuando esos primeros escritores cris-tianos hablaban de personas excluidas de la salvacin por estar fuera de la Iglesia, lo hacan dirigiendo una firme advertencia a los cristianos que juzga-ban culpables de los graves pecados de hereja y cisma. Es bastante probable que, si se les hubiera preguntado, hu-bieran respondido que tampoco haba salvacin fuera de la Iglesia para judos

    est (S. Cipriano), en Fides Sacramenti, Sacramentum

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  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    o paganos. Pero es significativo para la historia de este axioma, que no lo en-contremos aplicado ms que a cristia-nos en ese tiempo en que los cristianos eran an una minora perseguida. Co-mo veremos ahora, la cosa cambi una vez que el cristianismo se hubo conver-tido en la religin oficial del imperio romano, y la mayora del pueblo hubo aceptado la fe cristiana

    "FUERA DE LA IGLESIA N O HAY S A L V A C I N " , EN LAS LTIMAS DCADAS DEL SIGLO CUARTO

    Debemos tener en cuenta el tremen-do cambio que tuvo lugar en el trans-curso del s. IV con respecto a la situa-cin de la religin cristiana en el impe-rio romano. Durante las primeras dca-das de este siglo, el cristianismo sufri la persecucin ms cruel y constante que haba sufrido nunca a manos de la Roma imperial. Sin embargo, con los edictos de los emperadores Galerio (en el ao 311) y Constantino (en el 313), la persecucin termin, y desde el tiempo de Constantino, los emperado-res cristianos empezaron a favorecer a la Iglesia y dar privilegios a sus clri-

    gos. Dado que ya no era peligroso pro-fesar la fe cristiana, sino que ms bien era una ventaja el hacerlo, no es de extraar que el siglo IV viera una gran afluencia de personas a la Iglesia, con el resultado de que hacia finales de siglo, la gran mayora haba abrazado la fe cristiana. El emperador Teodosio I que gobern del 379 al 395 declar a la reli-gin cristiana (la del obispo de Roma y aquellos en comunin con l) como la oficial del imperio. Incluso prohibi la celebracin de sacrificios y otros ritos paganos; aunque, sin embargo, no cambi la tradicional poltica romana de tolerancia hacia la religin juda.

    En esta nueva situacin de un impe-rio oficialmente cristiano, no es sor-prendente que encontremos una nueva actitud en los escritores cristianos con relacin a la minora que no haba aceptado la fe. Es ahora cuando encon-tramos que los Padres aplican la doctri-na de que "fuera de la Iglesia no hay salvacin" a la situacin de paganos y judos. Como hemos visto, la adverten-cia dirigida a cristianos herejes y cism-ticos inclua un juicio sobre su culpabi-lidad por estar fuera de la Iglesia. Lo que encontramos ahora es un juicio

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  • L O S P A D R E S A N T E R I O R E S A S . A G U S T N

    similar de culpabilidad con respecto a todo el que no hubiera aceptado la fe cristiana. La razn subyacente a este juicio era el presupuesto de que, para entonces, el mensaje del evangelio ha-ba sido proclamado en todas partes, y todo el mundo haba tenido suficientes oportunidades para aceptarlo. La con-clusin fue que aquellos que no la hu-bieran aceptado eran culpables de re-chazar la oferta salvfica de Dios, y seran justamente condenados.

    El obispo catlico ms influyente durante el gobierno de Teodosio I fue San Ambrosio, obispo de Miln. Afir-maba lo siguiente sobre aquellos que, en su tiempo, todava se negaban a creer en Cristo:

    "Si alguien no cree en Cristo se priva a s mismo de sus beneficios universales, como si alguien negase la entrada a los rayos del sol cerrando su ventana. Porque la misericordia del Seor ha sido derramada por la Iglesia a todas las naciones; la fe ha sido distribuida a todas las gentes".16

    Un contemporneo oriental de Am-brosio, fue San Gregorio de Nisa que

    16. In Psalm. 118 Sermo 8,57; PL 15, 13-18.

    en su gran Oratio Catecbetica, insista tambin en que, para entonces, todos haban escuchado la llamada a la fe, y que aquellos a quienes sta les faltaba, eran los nicos culpables de rechazar el regalo.

    "Si, pues, la fe es un bien, por que -dicen- la gracia no llega a todos? Pues bien, si en nuestra doctrina afirmse-mos lo siguiente: que la voluntad divi-na distribuye por suertes la fe entre los hombres, y as unos son llamados, mientras otros no tienen parte en la lla-mada, entonces sera el momento opor-tuno para avanzar dicha acusacin con-tra el misterio. Pero, si la llamada se di-rige por igual a todos, sin tener en cuen-ta la dignidad ni la edad ni las diferen-cias raciales. Cmo, pues, podra al-guien razonablemente acusar todava a Dios de que su doctrina no se haya im-puesto a todos?

    En realidad, el que tiene la libre dis-posicin de todas las cosas, por un exce-so de su aprecio por el hombre, dej tambin que algo estuviese bajo nues-tra libre disposicin, de lo cual nica-mente es dueo cada uno. Es esto el li-

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  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    bre albedro, facultad exenta de escla-vitud y libre, basada sobre la libertad de nuestra inteligencia. Por consiguien-te, es ms justo que la acusacin de ma-rras se traslade a los que no se dejaron conquistar por la fe, y no que recaiga sobre el que ha llamado para dar el asentimiento" .v

    S. Juan Crisstomo es nuestro ter-cer testimonio de la opinin expresada por los obispos de finales del siglo IV, en relacin con la culpabilidad de aquellos que en aquel momento an no haban aceptado la fe cristiana. Da la impresin de que algunos miembros de su feligresa haban puesto objeciones a este juicio tan duro a los paganos, y haban querido excusarlos en base a su ignorancia. Esta es su respuesta:

    "No se debera creer que la ignoran-cia excusa a los no-creyentes... Cuando eres ignorante de lo que puede ser cono-cido fcilmente, debes sufrir el castigo... Cuando hacemos todo lo que est en nuestro poder, en materias que desco-nocemos, Dios nos tender su mano; pe-ro si no hacemos lo que podemos, no

    17. Oratio catechetica 30; pg. 45, 76-77. 18. /n Epist ad Rom. hom. 26,3-4; pg. 60; 641-642.

    disfrutaremos de la ayuda de Dios... As que no digis: ' Cmo es que Dios ha abandonado a ese pagano sincero y ho-nesto?'. Te dars cuenta de que no ha sido realmente diligente en la bsqueda de la verdad, dado que lo relativo a la verdad est ahora ms claro que el sol. Cmo obtendrn perdn los que, viendo la doctrina de la verdad derra-mada ante ellos, no hacen esfuerzo para conocerla? Porque ahora, el nombre de Dios es proclamado a todos, lo que los profetas predicaron se ha convertido en realidad, y se ha comprobado que la religin de los paganos es falsa... Es imposible que nadie que est atento en la bsqueda de la verdad sea desprecia-do por Dios"}%

    Crisstomo vuelve a este argumen-to en una homila en la que exhorta a sus feligreses a orar por la conversin de los paganos:

    "'Se entreg Cristo por los paga-nos?' preguntis. Cristo muri tambin por los paganos; cmo, entonces, po-dis no estar dispuestos a rezar por ellos? 'Pero cmo es -preguntis-, que

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  • L O S P A D R E S A N T E R I O R E S A S . A G U S T N

    10 han credo?'. Es porque no quisieron hacerlo. An as, cumpli con su obliga-cin por ellos; su pasin es testimonio de eUo\

    Indudablemente, la opinin de San Jaan Crisstomo era que no haba sal-vacin para los paganos fuera de la Iglesia, y que era culpa de ellos estar raer. Su juicio sobre los judos de su tiempo fue an ms implacable. Los sermones predicados en Antioqua, previniendo a los cristianos de partici-par en fiestas judas, contienen el len-guaje ms ofensivo contra los judos que se puede encontrar en la literatura cristiana. Es evidente, en cada pgina de esos sermones, que l juzgaba a los judos culpables de rechazar el cristia-nismo y los exclua de la salvacin dado que persistan en su rechazo. Sea suficiente mencionar slo una observa-cin que realiz en el curso de una exhortacin a algunos de sus feligreses que se resistan a su llamada a la con-versin. Les adverta: "Tenis motivos para avergonzaros si no cambiis a me-jor sino que permanecis en inoportu-

    19. In ITim 2 hom. 7,2; pg. 62, 537. 20. Homilas contra los judos, 3,6; pg. 48, 870.

    na contienda. Esto destruy a los ju-dos".20

    Con esto, damos por terminado nuestro estudio de los Padres anterio-res a San Agustn. Hay otros, aparte de los que hemos mencionado, que trata-ron el tema; sin embargo, sus puntos de vista no difieren substancialmente de los que hemos expuesto.

    Sobresalen tres puntos en el pensa-miento de los escritores de este perio-do. El primero es su actitud general-mente positiva sobre la posibilidad de salvacin, tanto para los judos, como para los gentiles que vivieron antes de la venida de Cristo. El segundo, es su actitud uniformemente negativa sobre la posibilidad de salvacin para los cristianos que se separaron de la gran Iglesia por hereja o cisma. A estos se les juzgaba culpables de un pecado grave contra la caridad, dado que iden-tificaban la comunin de la Iglesia con el amor, y vean a todos los que se adheran a un grupo cismtico (y no slo a sus fundadores) como culpables del pecado de cisma. El tercer punto es

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  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E LA I G L E S I A ?

    que el axioma "fuera de la Iglesia no hay salvacin", explcitamente aplica-do a judos y paganos, lo encontramos slo a finales del siglo IV, cuando el cristianismo se ha convertido en reli-gin oficial del imperio y la mayora de los ciudadanos se han adherido a ella. Aqu, el juicio negativo se basaba en el presupuesto de que, para entonces, todo el mundo haba tenido la oportu-nidad de aceptar el mensaje cristiano, que su verdad era evidente para todos y que aquellos que se negaban a aceptar-la estaban cerrando sus ojos a la verdad por la que podan salvarse.

    Es importante reparar en que esos tres puntos son coherentes con la cre-encia en el designio salvfico universal de Dios. Antes de la venida de Cristo, Dios no haba elegido al pueblo de Israel de manera que negara a los gen-tiles la posibilidad de salvacin. Ms bien, haba ofrecido los medios de sal-vacin a cualquiera que se mostrara digno de recibirla. La exclusin de la salvacin de los cristianos herejes y cis-

    mticos fue vista como el justo castigo a sus pecados contra la unidad del cuerpo de Cristo. Del mismo modo, la exclusin de los paganos y judos se vea como la consecuencia de su delibe-rado rechazo de la verdad. Que algu-nos fueran excluidos de la salvacin no era considerado, en ningn caso, como un juicio arbitrario de Dios. Si las per-sonas se condenaban, no era porque Dios no quisiera que se salvaran, sino porque haban rechazado los medios que Dios haba puesto para que alcan-zaran la salvacin. Esto no significa que el juicio de culpabilidad admitido por estos autores cristianos contra herejes, cismticos, paganos y judos fuera necesariamente correcto, o que lo podamos compartir. Bien pueden haber estado equivocados en su opi-nin sobre la culpabilidad aquellos que estaba fuera de la Iglesia. Lo importan-te es que, si su juicio estaba equivoca-do, era un error relativo a la culpabili-dad de las personas, no sobre la justicia o el designio salvfico de Dios.

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  • SAN AGUSTN Y SUS SEGUIDORES

    Hay varias razones para dedicar un captulo de este libro a las enseanzas de S. Agustn. La primera es la gran influencia que este autor ha tenido en la historia del pensamiento cristiano, incluyendo el tema de la posibilidad de salvacin para quienes mueren fuera de la Iglesia. Por otra parte, est la com-plejidad de su enseanza, especialmen-te en lo relativo a la Iglesia y su necesi-dad para la salvacin. Como veremos, tambin se debe tener en cuenta la na-turaleza de la controversia en la que se hicieron las afirmaciones. La carrera li-teraria de Agustn abarca un periodo de cuarenta aos (390-430), divididos equitativamente en unos primeros veinte aos de controversia con los Donatistas, y otros veinte posteriores con los Pelagianos. En algunos puntos hay diferencias significativas entre la posicin que adopt en el primer pe-riodo y la que sostuvo en el segundo.

    Nos detendremos primero en lo que S. Agustn afirma sobre la salvacin de aquellos que vivieron antes de Cristo, luego en lo que dijo sobre los cristianos herejes y cismticos; y, por ltimo, en sus puntos de vista sobre la posibilidad de salvacin para los no cristianos de su tiempo.

    LA SALVACIN DE AQUELLOS QUE V I V I E R O N ANTES DE LA V E N I D A DE CRISTO

    Ya hemos visto que los primeros Padres hablaron de manera bastante positiva sobre la salvacin tanto de los judos como de los gentiles que vivie-ron antes de la venida de Cristo. Como suele suceder, S. Agustn sigui la vi-sin tradicional pero le aadi nueva profundidad con su personal interpre-tacin. Donde expres de modo ms detallado su punto de vista sobre est

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  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    cuestin es en una carta que escribi a un sacerdote llamado Deogratias, que le haba pedido ayuda para responder a las preguntas que algunos paganos es-taban planteando a la religin cristiana. Una de ellas era: "Por qu, aqul que se llam Salvador se escondi durante tantos siglos? Qu se hizo de las almas romanas o latinas que hasta el tiempo de los cesares carecieron de la gracia de Cristo, an no venido?"1. La respuesta de Agustn fue la siguiente:

    "Nosotros decimos que Cristo es el Verbo de Dios, por quien todo fue hecho. Es Hijo, porque es Verbo... es el mismo Hijo de Dios, coeterno al Padre, inmutable Sabidura, por la que fue creada toda la creacin y por cuya Participacin es bienaventurada toda alma racional. Por lo tanto, desde el principio del gnero humano, cuantos en El creyeron, cuantos de algn modo le entendieron y vivieron justa y piado-samente segn sus preceptos, por El se salvaron sin duda alguna, dondequiera y como quiera que hayan vivido... Des-de el principio del gnero humano, unas veces con claridad mayor y otras menor,

    I. Epist 102,8. CSEL 34, 2; 551 -552.

    segn a Dios le pareci conveniente en conformidad con los tiempos, no falta-ron profetas ni creyentes desde Adn hasta Moiss. Los hubo, tanto en el mis-mo pueblo de Israel, que por especial misterio se convirti en pueblo profti-co, como en los otros pueblos, antes de que Cristo viniera en carne. Algunos son citados en los santos libros hebreos y en los tiempos de Abraham; aunque no pertenecen a su linaje carnal, ni al pue-blo e Israel, ni a la sociedad que fue agregada a ese pueblo, participaron de este sacramento. Por qu no hemos de creer que en los dems pueblos ac y all hubo otros en los diversos tiempos, aunque no leamos en las citadas autori-dades bblicas que se les haya mencio-nado? En tal forma, la salud de esta religin por la que exclusiva, verdadera y verazmente se promete la autntica salvacin, no falt a nadie que fuese digno de ella. Y si a alguno falt, l no fue digno de recibirla. Se le viene predi-cando desde el principio de la propaga-cin humana hasta el fin, a unos para su salvacin, a otros para su condenacin. Por eso Dios saba que aquellos a quie-

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  • S A N A G U S T N Y

    nes no se les anunci, no haban de creer. Aquellos que no haban de creer y, no obstante, la oyeron predicar, sir-ven de ejemplo" ,2

    En esta respuesta a la pregunta plan-teada por Deogratias, encontramos al-gunas de las convicciones de S. Agustn en lo relativo a la economa de salva-cin. En primer lugar, la salvacin siempre ha tenido lugar mediante la fe en Cristo y su adoracin; esta es la nica religin verdadera. Sin embargo, esta religin ha sido siempre asequible a todos los que fueron dignos de ella. Incluso aquellos que no eran de raza hebrea, recibieron alguna revelacin, oscura pero suficiente. Si esa revelacin no se ofreci a algunos fue porque Dios saba de antemano que no la iban a aceptar; por tanto, eran responsables de ignorarla.

    Agustn extrajo otras conclusiones de los principios que acabamos de mencionar. Una fue que todos aquellos que han vivido justamente han sido sal-vados por su fe en Cristo, han tenido a Cristo como su cabeza y han sido miembros de su cuerpo. Por tanto, el

    2. Epist 102, 11 -15. CSEL 34, 2; 553-558. 3. Sermo 341; 9.1 I. PL 39; 1499-1500.

    U S S E G U I D O R E S

    cuerpo de Cristo est formado r.. : todos los justos, empezando por Abe. el primer hombre que muri en ia amistad de Dios:

    "Todos en conjunto somos los miem-bros y el cuerpo de Cristo; no slo los que estamos en este recinto, sino tam-bin los que se hallan en la tierra ente-ra; ni slo los que viven ahora, sino tambin -qu he de decir?- desde el justo Abel hasta el final del mundo, mientras haya hombres que engendren y sean engendrados, cualquier justo que pase por esta vida, todo el que vive ahora, es decir, no en este lugar sino en esta vida, todo el que venga despus, todos ellos forman el nico cuerpo de Cristo, y cada uno en particular son miembros de Cristo"?

    S. Agustn no fue el primero en pro-poner la idea de la Iglesia como pre-existente a la llegada de Cristo. Orge-nes, entre otros, haba hablado en este sentido antes que l. Pero Agustn fue el primero en describir a todos los jus-tos, desde el principio del mundo hasta su final, como constituyendo la ecclesia ab Abel, la "Iglesia que comienza con

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  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    Abel"4. Es de un inters fundamental para nuestro tema el hecho de que S. Agustn considera tanto a los gentiles como a los judos, antes de la venida de Cristo, miembros de la Iglesia de los justos. "La ciudad de Dios" de S. Agustn empieza tambin con Abel e incluye a todos los que "se preocupan en el mundo de no ofender a Dios, que evitan el pecado..."5. Una vez ms, vemos que S. Agustn reconoce la posi-bilidad de salvacin para todos los que han vivido de manera justa, antes de la venida de Cristo. Al mismo tiempo, no debemos perder de vista la conviccin de S. Agustn de que nadie ha sido nunca salvado ms que por la fe en Cristo, el nico mediador de salvacin. No da una explicacin muy satisfacto-ria de cmo los gentiles habran llegado a esta fe; parecera que, desde la premi-sa de que deben haber tenido fe en Cristo para salvarse, simplemente con-cluye que sta debe haber sido asequi-ble para ellos.

    Mientras Agustn reconoca que algn tipo de oscura fe en Cristo po-

    4. cfr. CONGAR, Y. Ecclesia ab Abel, en H. ELFERS, Kirche, Dusseldorf, 1952, pg. 79-108.

    5. Enorr. in Ps. 61,6; CCL 39, 777.

    dra haber sido suficiente durante la era pre-cristiana, era absoluta su convic-cin de que una vez que el evangelio haba sido proclamado y la Iglesia haba sido fundada, no haba posibili-dad de salvacin sin la fe cristiana y sin pertenecer a la verdadera Iglesia, que para l era la catlica: la Iglesia univer-sal en comunin con Roma. Esta con-viccin le llev a expresar su total acuerdo con el principio ya establecido por Cipriano y los primeros Padres.

    NO HAY S A L V A C I N PARA LOS C R I S T I A N O S HEREJES Y C I S M T I C O S

    La clave para entender la rigurosa exclusin de la salvacin que S. Agustn hace de los herejes y cismti-cos es la identificacin que hace de la comunin, que es su garanta de unidad en la catbolica, con la virtud de la cari-dad. De aqu concluye que cualquiera que hubiera roto con esta comunin, era culpable de pecado grave contra la caridad y permanecera en estado de

    F. HOFMANN (eds.), Abhandlungen berTheoogie una

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  • S A N A G U S T N Y

    pecado hasta que fuera reconciliado con la iglesia Catlica. He aqu algunas de las conclusiones que extrajo de estas premisas:

    "Cualquiera, pues, que se haya se-parado de esta Iglesia catlica, aunque crea que vive virtuosamente, est sepa-rado de la, unidad de Cristo por ese solo crimen: no alcanzar la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre l" .^

    "El amor del que el Apstol dice: 'El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espritu Santo que se nos ha dado' (Rom 5,5), es la caridad que no tienen los que se han desgajado de la comunin de la Iglesia Catlica; y, por esto, aunque 'hablaran las lenguas de los hombres y de los ngeles' (iCor 13,1-3)... en nada les aprovecha. Porque no tienen el amor de Dios, los que no aman la unidad de la Iglesia, por lo cual se dice con razn que el Espritu Santo no se recibe si no es en la Iglesia Catlica"/

    En otro lugar lo expresa de modo ms sucinto: "No ser partcipe de la

    6. Epist 141,5. CSEL 44, 238. 7. De Baptismo III, 16.21. CSEL 51,212. 8. Epist. 185,50. CSEL 57,44. 9. De Baptismo III, 10.13. CSEL 51, 205.

    S U S S E G U I D O R E S

    divina caridad quien es enemigo de la unidad. Y as, no tienen el Espritu Santo los que estn fuera de la Iglesia" .8

    Agustn no estaba de acuerdo con el punto de vista de Cipriano, segn el cual, el bautismo y los dems sacra-mentos administrados en una secta he-rtica o cismtica eran simplemente nu-los. Por otra parte, estaba de acuerdo con Cipriano en que no conferan el Espritu Santo o sus dones de gracia, por la razn de que aquellos que los reciban bloqueaban la recepcin de la gracia por su persistencia en el cisma, lo cual consideraba grave pecado contra la caridad. Por tanto, insiste: "Quien reci-be el bautismo entre los herejes o en algn cisma fuera de la comunin de la Iglesia, se queda sin percibir fruto algu-no en cuanto participa de la perversidad de los herejes y cismticos"'.9

    Una exposicin an ms clara de esta postura la encontramos en el siguiente pasaje de uno de los sermones de S. Agustn en el que, refirindose a un obispo donatista, deca:

    43

  • H A Y S A L V A C I N F

    "Fuera de la Iglesia l puede tenerlo todo menos la salvacin: puede tener el honor del episcopado, puede tener los sacramentos, puede cantar el 'aleluya', puede responder 'amn', puede tener el Evangelio, puede tener y predicar la fe en el nombre del Padre y del Hijo y del Espritu Santo; pero nunca podr en-contrar la salvacin sino en la Iglesia Catlica"}"

    Finalmente, Agustn insiste en que incluso si un miembro de una secta hertica sufriera martirio, esto no le salvara:

    "JV este bautismo aprovecha al he-reje, aunque haya perdido la vida fuera de la Iglesia confesando a Cristo. Y es una gran verdad: al morir fuera de la Iglesia manifiesta bien claramente que no tiene la caridad de que habla el Apstol"."

    En nuestra moderna era ecumnica, sin duda, nos inclinamos a creer que S. Agustn fue irrazonablemente duro al juzgar a todo el que perteneca a un grupo cristiano separado, como part-cipe en la culpa de cisma, y por tanto,

    10. Sermo ad Caesariensis ecdesiae plebem 6, CSEL 53, 11. De baptismo IV, 17.24. CSEL 5 1, 250. 12. De iaptismo 1,5.6. CSEL 51,152.

    E R A D E L A I G L E S I A ?

    como viviendo en estado de pecado grave contra la caridad. Uno bien podra preguntar si no se daba cuenta de la diferencia entre la gente que cau-saba la ruptura de la comunin eclesial en primer lugar, y aquellos que, quiz sin culpa personal, pertenecan al gru-po separado en sucesivas generaciones. En realidad, Agustn reconoca una diferencia entre ellos, pero a sus ojos, aunque el segundo grupo pecaba me-nos gravemente que el primero, eran, con todo, culpables de pecado grave. He aqu su juicio:

    "Por lo que se refiere a los que por ignorancia se bautizan all (en un grupo cismtico), pensando que aquella es la Iglesia de Cristo, si se les compara con los anteriores (culpables de iniciar el cis-ma), su pecado es menor, aunque que-dan malheridos por el pecado del cisma. Y no dejan ellos de pecar gravemente porque los otros pequen todava ms gravemente" .n

    Permanece la pregunta de si Agustn admita la posibilidad de que algunos cristianos pertenecientes a grupos sepa-

    174-175.

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  • S A N A G U S T N Y

    rados, estuvieran ah tan de buena fe que pudieran salvarse fuera de la Iglesia Catlica. En una carta que escribi a unos donatistas hay un pasaje que pare-ce apoyar este punto de vista. En l dice:

    "Dijo en verdad el apstol Pablo: 'Al hereje, despus de una y otra amo-nestacin, rehuyele' (Tit 3,10). Pero no han de ser tenidos por herejes los que no defienden con terca animosidad su sen-tencia, aunque sea perversa y falsa; especialmente si ellos no la inventaron por propia y audaz presuncin, sino que fueron seducidos e inducidos a error, porque la recibieron de sus padres, y con tal de que busquen por otra parte con prudente diligencia la verdad y estn dispuestos a corregirse cuando la encuentren"."

    Quiere decir S. Agustn que estas personas pueden salvarse fuera de la Iglesia Catlica? El contexto de la carta muestra que lo que tena en mente era defenderse contra la acusacin de que al escribir la carta estaba desobedecien-do el mandato de la Escritura de no tener trato con herejes. En otras pala-

    13. Epist 43, I.CSEL34, 2; 85. 14. Epist 43,3.6. CSEL 34, 2; 88-89. 15. Epist 43, 9.27. CSEL 34, 2; 108-109.

    S U S S E G U I D O R E S

    bras, estaba diciendo que los hombres a los que escriba esta carta no eran la clase de herejes con los que un cristia-no debe relacionarse. Por otra parte, pasajes posteriores de la misma carta muestran que estaba lejos de una idea optimista sobre sus posibilidades de salvacin si permanecan en su secta. Por el contraro, en la siguiente adver-tencia, est claro que los vea en peligro de perder sus almas: "No se trata de vuestro oro o plata, ni de la tierra, ni de las haciendas, ni siquiera se discute so-bre la salud de vuestro cuerpo. Llamo a vuestras almas para que alcancis la vida eterna y evitis la muerte eterna"14. Las palabras finales que les dirige son an ms fuertes:

    "Dios ve que nada os obliga a per-manecer en tan pestfero y sacrilego cisma, si por alcanzar el reino espiritual vencis y no temis ofender las amista-des humanas. Estas nada ayudarn en el juicio de Dios para evitar las penas sempiternas".I5

    La manera de hablar de S. Agustn de algunos, como aparentemente situa-

    45

  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    dos "dentro" de la Iglesia pero real-mente "fuera", y de otros como apa-rentemente "fuera" pero en realidad "dentro", ha llevado a algunos a la conclusin de que admita la posibili-dad de que algunos que estaban sepa-rados de la Iglesia Catlica pudieran, con todo, estar en el camino de la sal-vacin y disfrutando de la amistad con Dios. Sin embargo, para Agustn, esta distincin se basa en la presciencia de Dios, segn se ve claramente en el siguiente pasaje:

    "Entre este nmero (de los que se salvarn) hay algunos que llevan una vida corrupta o estn inmersos en las herejas o en las supersticiones de los gentiles y, con todo, an 'el Seor cono-ce a los suyos', porque en la presciencia de Dios, muchos que al parecer estn fuera, estn en realidad dentro, y otros muchos que parecen estar dentro, se encuentran fuera".16

    Adems, Agustn estaba convencido de que si alguien que estuviera ahora "fuera" por razn de su hereja o cisma, estaba "dentro" por razn de la

    16. De Baptismo 5,27.38. CSEL SI; 295. 17. Enarr n Psalm 106, 14. CCL 40; 1581.

    presciencia de Dios, esa persona inevi-tablemente sera incorporada a la Iglesia Catlica antes de morir:

    "Pero si fuera el caso que algunas de esas personas (actualmente separa-das) nos pertenecen en la presciencia de Dios, es necesario que vuelvan a noso-tros. Cuntos que an no nos pertene-cen parecen estar con nosotros, y cun-tos que nos pertenecen parecen estar fuera. 'El Seor conoce a los suyos'. Y aquellos que estn dentro pero no nos pertenecen, cuando se presente la oca-sin, saldrn; y aquellos que nos perte-necen pero estn ahora fuera, cuando encuentren el momento, volvern"."

    Aunque es contrario a nuestra sen-sibilidad ecumnica, tenemos que re-conocer el hecho de que S. Agustn ofreciera poca esperanza para la salva-cin de cualquier cristiano que murie-ra en estado de separacin de la Iglesia Catlica. Como veremos ahora, ofre-ca an menos esperanza para la salva-cin de aquellos que en su tiempo an no haban aceptado la fe cristiana y el bautismo.

    46

  • S A N A G U S T N Y

    NO HAY S A L V A C I N PARA JUDOS Y PAGANOS

    Como hemos visto, S. Agustn esta-ba convencido de que, incluso durante la poca pre-cristiana, no haba habido salvacin ms que a travs de la fe en Cristo. No hace falta decir que estaba completamente convencido de que eso segua siendo verdad ahora que se haba anunciado el evangelio y la Iglesia haba sido fundada. Agustn aplica con todo rigor el texto de Me 16, 15-16: "Id por todo el mundo y procla-mad el evangelio a toda la creacin. El que crea y sea bautizado, se salvar; el que no crea, se condenar". Agustn es-taba convencido de que aquellos que haban odo el mensaje del evangelio y no se haban hecho cristianos, deban ser culpables del pecaminoso rechazo de la fe y de la Iglesia, nico lugar don-de poda encontrarse la salvacin. Su condenacin sera resultado del mal uso de su libre albedro, segn vemos en el siguiente pasaje:

    "Porque quiere Dios que todos los hombres se salven y vengan al conoci-

    18. De spiritu et Mera 33, 58. PL 44, 238.

    S U S S E G U I D O R E S

    miento de la verdad; mas no de tal mo-do que destruya en ellos el libre albe-dro, por cuyo buen o mal uso habrn de ser juzgados justsimamente. Y as, cuando esto se realiza, los infieles, cier-tamente, se oponen a la voluntad de Dios no creyendo en su Evangelio; mas no por eso triunfan de ella; antes bien, se engaan a s mismos, privndose del mximo y sumo bien y hacindose reos de justos castigos, por lo que habrn de experimentar con terribles tormentos, el poder de aquel cuya misericordia despreciaron en sus beneficios".'3

    Como era de esperar, Agustn inclu-ye a los judos no conversos entre los culpables de despreciar la misericordia y los dones de Dios por su rechazo a aceptar la fe cristiana. Mientras exhor-taba a sus feligreses a mostrar un gran amor por ellos, no dej duda de su opi-nin sobre la culpabilidad de los judos que se obstinaban en rechazar a Cristo:

    " Carsimos, ya escuchen esto los ju-dos con gusto o con indignacin, noso-tros, sin embargo, y hasta donde poda-mos, prediqumoslo con amor hacia ellos. De ninguna manera nos vayamos

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  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    a gloriar soberbiamente contra las ramas desgajadas, sino ms bien tene-mos que pensar por gracia de quin, con cunta misericordia y en qu raz he-mos sido injertados, para que no por saber altas cosas, sino por acercarnos a los humildes, les digamos, sin insultarles con presuncin, sino saltando de gozo con temblor: 'Venid, caminemos a la luz del Seor, porque su nombre es grande entre los pueblos'. Si oyeren y escucharen, estarn entre aquellos a quienes se dijo: 'Acercaos a El y seris iluminados. Y vuestros rostros no se ruborizarn'. Si oyen y no obedecen, si ven y tienen envidia, estn entre aque-llos de quienes se ha dicho: 'El pecador ver y se irritar, rechinar con sus dientes y se consumir de odio'"."

    " N O HAY S A L V A C I N PARA LOS NO CREYENTES" - I N C L U S O PARA AQUELLOS QUE N O H A N T E N I D O O P O R T U N I D A D DE ESCUCHAR LA P R E D I C A C I N DEL EVANGELIO

    Hemos visto en el captulo anterior que hacia el final del s. IV, exista la cre-

    19. Adversus judaeos 10,15. PL 42, 63-64.

    encia general entre los cristianos de que, para entonces, todo el mundo haba tenido la oportunidad de escu-char el evangelio, de manera que nin-gn no creyente poda escapar de la condenacin en base a la ignorancia inculpable de la fe. Parece que en su primera poca, Agustn podra haber compartido este punto de vista. Sin embargo, en un momento determinado de su evolucin, se dio cuenta de que an haba tribus en frica, ms all de los lmites del imperio romano, a las que an no haba sido anunciado el evangelio. En otras palabras, se haba dado cuenta de la existencia de un gran nmero de personas que an no haban tenido la oportunidad de convertirse a la fe cristiana. Habla de esto en una carta que escribi para asegurar a un obispo que el fin del mundo no era inminente, dado que el evangelio no haba sido todava predicado en toda la tierra. Escribi:

    "Hay entre nosotros, aqu mismo en frica, innumerables pueblos brbaros, en los que aun no se ha predicado el Evangelio. Cada da podemos compro-

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  • S A N A G U S T N Y S U S S E G U I D O R E S

    bario por los prisioneros que los roma-nos toman y reducen a servidumbre".10

    En otra carta al mismo obispo, Agustn habla de zonas del mundo que no haban sido exploradas, de modo que era imposible decir cuantas nacio-nes podra haber a las que el evangelio an no haba sido anunciado.21

    Mucho antes que esto, en su carta a Deogratias, refirindose a los gentiles que podran no haber tenido oportuni-dad de convertirse a la fe salvadora, Agustn insista en que a nadie que a mereciera le faltara esta oportunidad, y que si Dios la negaba a alguien era porque prevea que si le era ofrecida la persona la rechazara. En otras pala-bras, la primera solucin de Agustn fue achacar al individuo la culpa de que no le fuera dada la oportunidad para convertirse a la fe.

    En su ltimo periodo anti-pelagia-no, Agustn propuso una nueva solu-cin a este problema: a saber, que la pena contrada umversalmente en el pecado original, era suficiente para jus-tificar a Dios en la condena, no slo de

    20. Epist 199, 12.46. CSEL 57, 284. 2\.Epist 197,4. CSEL 57, 233-234. 22. Enchiridion ad Laurentium de fide et spe et caritate,

    los nios que moran sin bautismo. sino tambin de los adultos que moran en la ignorancia de la fe cristiana. Hav razones para creer que fue su esfuerzo para reconciliar la justicia de Dios con la exclusin de estas dos categoras de personas de la salvacin, lo que llev a S. Agustn a su teora sobre las conse-cuencias del pecado original para toda la raza humana.

    S. Agustn estaba firmemente con-vencido de que aquellos que estaban fuera de la Iglesia por falta de fe y bau-tismo no podan salvarse, y no conoca ninguna alternativa entre la salvacin y la condenacin al infierno. No fue hasta siglos despus cuando la idea del "limbo" para los nios muertos sin bautismo, gan aceptacin. En la visin de Agustn, tales nios excluidos de la salvacin por falta de bautismo, deben estar en el infierno, sufrir, segn dice, "los castigos ms suaves de todos"22. Reflexionando sobre lo que l consideraba la certeza de que los nios que mueren sin bautismo y los adultos que mueren en ia ignorancia de la fe

    ,93. CCL46.99.

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  • H A Y S A L V A C I N F U E R A D E L A I G L E S I A ?

    cristiana deben ser ciertamente conde-nados, Agustn llega a la conclusin de que, si Dios es justo en condenar a estos, debe seguirse que sera justo si condenara al infierno a toda la raza humana. La culpa que justificara a Dios si quisiera hacer esto sera slo la del pecado original. Y por tanto, Agustn llega a su idea de que todos los descendientes de Adn constituyen una massa damnata que merecen ser condenados al infierno, de modo que si alguien se salva, es por pura misericor-dia de Dios. He aqu dos ejemplos del pensamiento de Agustn sobre este punto:

    "Mas esta gracia de Cristo, sin la cual ni los nios ni los adultos pueden salvarse, no se da por mritos, sino gra-tis, de donde recibe el nombre de gra-cia. Fuimos justificados, dice, gratuita-mente por su sangre. Luego los que no se salvan por ella, ora porque no han podido or la predicacin, ora porque no han querido someterse a ella, o tambin cuando, siendo por la edad incapaces de orla, no recibieron el sacramento de la

    23. De natura et gratia 4-5. PL 44, 249-250. 24. De comptione et gtatia, 7, I I -12. PL 44, 923.

    regeneracin, que podan haber recibi-do y con l salvarse, se condenan muy justamente, porque no se hallan libres de pecado o por haberlo contrado de origen o por los que personalmente han cometido. Toda la masa, pues, merece castigo; y si a todos se diera el suplicio de la condenacin, no sera una i