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ÉRASE UNA VEZ LA FAMILIA

25 cuentos tradicionales sobre las diversas familias del mundo

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ÉRASE UNA VEZ LA FAMILIA

25 cuentos tradicionales sobre las diversas familias del mundo

Recopilados y narrados por

Anna Gasol y Teresa Blanch

Ilustrados por

Mariona Cabassa

edebé

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Índice 1. La barca de piedra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6

2. El tesoro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

3. En busca del padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14

4. El rey que tenía dos hijas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18

5. El pozo del fin del mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22

6. El espíritu de la madre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26

7. El león y el hombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30

8. Los siete hermanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34

9. El príncipe miedoso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39

10. Grandes y pequeñas acciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44

11. Hatim . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48

12. El campesino enamorado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51

13. La Montaña de los Ancianos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57

14. La salida del sol. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

15. Los consejos de un padre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66

16. La mujer rana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71

17. La nuera del avaro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75

18. La venganza de la paloma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79

19. Las quince monedas honestas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84

20. El agua dorada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89

21. Dos hermanas princesas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94

22. La niña que llegó del mar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98

23. La hija del consejero del rey . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102

24. El misterioso perro alce . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107

25. El objeto más valioso del mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112

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La barca de piedra

Hace mucho tiempo, en una isla cercana al Polo Norte, vivían un rey y una reina con un único

hijo, valiente, fuerte y bien parecido. Un buen día, el rey, ya anciano, mandó llamar a su hijo

para decirle que había llegado el momento de casarse. El rey sabía que lejos de su isla exis­

tía un país, cuyo monarca tenía una hija muy bella a la que su hijo podía ir a conocer antes

de pedir su mano.

Una vez hechos los preparativos, el príncipe embarcó rumbo al país que su padre le

había indicado.

Al llegar, se hizo anunciar al rey, y explicó quién era y con qué intenciones lo había man­

dado su padre. Solicitó que lo acogieran como invitado durante el tiempo que la princesa y

él precisaran para conocerse y saber si deseaban casarse. El rey aceptó con una condición:

en caso de que se celebrara la boda, el príncipe se quedaría a vivir en aquel país y lo ayudaría

a gobernar, puesto que él había envejecido y no tenía ánimo para acarrear tanta responsa­

bilidad.

El príncipe aceptó, aunque también puso una condición: si su padre fallecía, regresaría

a su isla.

Estuvieron de acuerdo y, con el tiempo, el príncipe y la bella princesa se casaron y ayu­

daron al anciano rey a dirigir el país.

«Querer a la madre de sus hijos es lo mejor que un padre puede hacer por ellos».

Theodore hesburgh, sacerdote católico norteamericano

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Transcurridos unos meses, la joven pareja tuvo un hijo. Todos se sentían felices, pero,

cuando el niño cumplió dos años, llegó un mensajero y anunció el fallecimiento del padre

del príncipe.

El joven preparó todo lo necesario para embarcar con su esposa y su hijo. Navegaron

durante un tiempo con brisa favorable, hasta que un día... el viento dejó de soplar. El calor

era agobiante y los tripulantes se dejaron llevar por el sueño. Incluso el príncipe, que jugaba

con su hijo en cubierta, decidió bajar a dormir un rato.

La princesa y el niño siguieron con sus juegos hasta que la joven vislumbró un punto

negro en el horizonte. Poco a poco, distinguió una barca que se acercaba. Cuando la tuvo

cerca, la princesa quedó perpleja al descubrir que era de piedra. Y la dirigía una bruja horri­

ble, desdentada, fea y recubierta de escamas.

Con una terrible carcajada, la bruja saltó a bordo del barco y fue directa hacia don­

de estaba la joven princesa, tan asustada que era incapaz de articular palabra alguna ni de

alertar a su esposo o a los marineros del peligro que la amenazaba.

La bruja obligó a la joven a desprenderse de sus ropas y de sus joyas, la vistió con sus

harapos y la hizo subir a la barca de piedra. Entonces le dijo:

—Con esta barca llegarás al reino de mi hermano, en las entrañas de la tierra.

Mientras la barca se alejaba, la bruja se vistió con las ropas de la princesa y se fue trans­

formando hasta lograr un aspecto cada vez más agradable.

En ese instante, el niño comenzó a llorar y la bruja, con una apariencia idéntica a la de

la princesa, lo tomó entre sus brazos e intentó calmarlo, sin conseguirlo.

Los sollozos del pequeño despertaron al príncipe, y la bruja le reprochó a gritos que la

hubiese dejado sola con el niño. El príncipe observó a su esposa sorprendido, ya que jamás

la había oído gritar, pero pensó que su mal humor era debido al insoportable calor.

Mandó izar las velas y de repente se levantó una brisa suficientemente fuerte para

calmar el calor, empujar el navío y llegar al poco rato a la isla de su padre.

La reina y los habitantes del lugar recibieron a su príncipe con alegría y comenzaron los

preparativos necesarios para la ceremonia de la coronación. Así, el joven príncipe se convir­

tió en el rey de la isla.

Sin embargo, el niño no dejaba de llorar y no quería estar con la mujer que suplantaba a

su madre. Esta se había convertido en una joven desdeñosa, distante y huraña, ante la sor­

presa de su esposo. El joven pensaba que el cambio se había producido por el hecho de

encontrarse lejos de su casa y, de momento, buscó a una nodriza para que se hiciese cargo

del pequeño.

«Querer a la madre de sus hijos es lo mejor que un padre puede hacer por ellos».

Theodore hesburgh, sacerdote católico norteamericano

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Los sirvientes de palacio estaban descontentos con la nueva reina. La temían, a pesar

de desconocer la razón.

Los dos pajes que dormían junto a su habitación no descansaban tranquilos cada vez

que la oían hablar sola. Un día, aprovechando que la reina estaba con la modista y no los

veía nadie, abrieron un pequeño agujero en una de las puertas de la habitación para poder

espiarla.

Así, una noche oyeron que decía:

—Si bostezo un poco, soy bonita. Si el bostezo es más largo, me convierto en una bruja

de tres al cuarto. Pero si el bostezo es grande, me transformo en una bruja normal.

Observaron a través del agujero, y vieron que bostezaba con tal energía que la mandí­

bula estaba a punto de desencajársele, y enseguida adquirió un aspecto de bruja terrible.

De repente apareció un gigante de tres cabezas cargado con un cesto lleno de carne

cruda que dejó frente a la bruja. Ella devoró la carne tal y como se la dio, chorreando sangre.

Aquella misma noche, cuando la nodriza acababa de encender una vela para acostar

al niño, el suelo de la habitación se abrió y apareció una joven muy bella, ataviada con un

vestido blanco y un cinturón de hierro atado a una cadena. La joven tomó al niño y lo apretó

entre sus brazos. Luego lo devolvió a la nodriza y volvió a desaparecer bajo el suelo.

La nodriza, asustada, no se atrevió a contárselo a nadie.

Al día siguiente, sucedió lo mismo, y la joven, antes de desaparecer, miró al niño con

tristeza y dijo:

—Han transcurrido dos días. Falta uno.

La nodriza temió que aquello significara un peligro para el niño y decidió contárselo

al rey, quien aquella misma noche se sentó junto a la cama del niño con la espada desen­

vainada.

Cuando se abrió el suelo y apareció la joven vestida de blanco, el rey reconoció a su

esposa y, sin dudarlo un segundo, cortó la cadena con un fuerte golpe de espada. De inme­

diato, un terrible trueno proveniente del interior de la tierra sacudió las paredes de palacio.

Después, todo permaneció en silencio.

El rey y la reina se abrazaron, y la joven pudo contar toda su historia.

—La bruja me obligó a subir a la barca de piedra y fui arrastrada hasta una cueva en la

que vive un gigante de tres cabezas. El gigante me propuso que me casara con él y, al opo­

nerme, me encerró en otra cueva argumentando que me liberaría cuando aceptara. Intenté

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huir, pero, al darme cuenta de que era imposible, acepté la propuesta del gigante pidiéndole

que me permitiera ver a mi hijo tres noches seguidas. Aceptó, a condición de que me pusiera

un cinturón de hierro que ató a una larga cadena, enroscada en su puño.

El rey ordenó entonces que apresaran a la bruja, la metieran en un saco y la lanzaran

en la grieta que se había abierto en la habitación, para que fuera a parar a la cueva de su

hermano.

Y por fin, la verdadera reina abrazó a su hijo, feliz de tenerlo de nuevo con ella para

siempre, y pidió a su esposo que recompensara a la nodriza que lo había cuidado con tanto

amor.