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    El planeta se ha urbanizado incluso ms rpido de loque predeca el Club de Roma en su informe de 1972,Lmites del crecimiento, notoriamente malthusiano. En1950 haba 86 ciudades en el mundo con poblaciones dems de un milln; hoy hay 400, y para 2015, habrn almenos 550 Las ciudades han absorbido, desde 1950,cerca de dos tercios de la explosin demogrfica mun-dial y crecen actualmente cerca de un milln de na-cimientos e inmigrantes cada semana La poblacin ur-bana actual (3.2 miles de millones) es mayor que la po-blacin total del mundo en 1960. Hoy, el espacio globalde los pases ha alcanzado su poblacin mxima (3.2miles de millones) y empezar a disminuir despus de2020. Como resultado, las ciudades recibirn todo el fu-turo crecimiento de la poblacin mundial, que se esperallegue a cerca de 10 mil millones en 2050.

    La culminacin urbana

    Dnde estn los hroes, los colonizadores,las vctimas de la Metrpolis?

    Brecht, introduccin a Diario, 1921.

    Noventa y cinco por ciento de las construcciones huma-nas se hacen en las reas urbanas de los pases en desa-

    rrollo, cuya poblacin se duplicar hasta aproximada-mente los 4 mil millones en la siguiente generacin. (Enrealidad, la poblacin urbana acumulada de China, Indiay Brasil ya iguala prcticamente a la de Europa y la deEstados Unidos juntas.) El resultado ms notorio ser undesarrollo de nuevas megaciudades con poblaciones dems de 8 millones incluso, y uno ms espectacular dehiperciudades con ms de 20 millones de habitantes (lapoblacin mundial estimada en tiempos de la Revolu-cin francesa). En 1995 slo Tokio haba atravesado in-discutiblemente este umbral. Para 2025, segn Far Eas-tern Economic Review, Asia sola podra llegar a tenerdiez o once zonas conurbadas cuyo tamao incluya Ja-karta (24.9 millones), Dhaka (25 millones) y Karachi(26.5 millones). Shanghai, cuyo crecimiento se congelpor dcadas por las polticas maostas de una baja urba-nizacin deliberada, podra llegar a tener 27 millones deresidentes en esta enorme regin del estuario metropoli-tano. Se proyecta a la vez que Mumbai (Bombay) atrae-r a una poblacin de 33 millones, aunque nadie sabe siconcentraciones tan gigantescas de pobreza son sosteni-bles ecolgica o biolgicamente.

    Pero si las megaciudades son las estrellas brillantesdel firmamento urbano, las tres cuartas partes del pesodel crecimiento poblacional sern soportadas por las po-

    Un mundo de ciudadesperdidas

    Mike Davis

    En algn momento del ao prximo, una mujer parir en la ciudad perdida de Ajengule, en Lagos, a un jo-ven que saldr de su aldea en el oeste de Java hacia las luces brillantes de Jakarta, o a un granjero que mu-dar a su empobrecida familia a uno de los innumerables pueblos jvenes de Lima. El evento preciso carecede importancia y pasar completamente inadvertido. Sin embargo ser un parteaguas en la historia huma-na. Por primera vez, la poblacin urbana del planeta superar a la rural. En realidad, dadas las imprecisio-nes en los censos del tercer mundo, esta poca de transicin puede ya haber pasado.

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    co visibles ciudades de segunda ypequeas reas urbanas: lugares enlos que, como los investigadores dela ONU sealan, hay pocos planes oninguno para acomodar a estas per-sonas o proporcionarles servicios.En China (oficialmente 43% urbanaen 1997), el nmero de ciudadesoficiales ascendi de 193 a 640 des-de 1978. Pero las grandes metrpo-lis, independientemente de su ex-traordinario crecimiento, estn real-mente descendiendo en su relativaparticipacin en la poblacin urba-na. Ms bien son las pequeas ciu-dades o los pueblos recientementeconvertidos en ciudad los que hanabsorbido la mayora de la fuerzade trabajo rural, que se hizo excesi-va despus de las reformas del mer-cado en 1976. Igualmente en fri-ca, el hipercrecimiento de algunasciudades gigantes como Lagos (de300 mil, en 1950, a 10 millonesahora) ha coincidido con la trans-formacin de varias docenas de pe-queas ciudades y oasis, como Oua-gadougou, Nouakchott, Douala,Antananarivo y Bamako, en ciuda-des mayores que San Francisco oManchester. En Latinoamrica,donde las ciudades principales mo-nopolizaron el crecimiento, las ciu-dades de segunda, como Tijuana,Curitiba, Temuco, Salvador y Be-lm, estn ahora en auge con elcrecimiento ms rpido de todas lasciudades, de entre 100 mil y 500mil habitantes.

    Adems, como Gregory Guldinha insistido, la urbanizacin debeconcebirse como una transforma-cin conjunta y una interaccin in-tensificada entre cualquiera de lospuntos del continuo urbano. En suestudio de caso del sur de China, elespacio del pas se urbaniza in situ ala vez que se originan en l pocasde emigracin. Los pueblos sevuelven ciudades de mercado y

    xiang, y los municipios y las pequeasciudades se hacen ciudades ms gran-des. El resultado en China y en la ma-yor parte del sur de Asia es un paisajehbrido con asentamientos parcialmen-te urbanizados y desarrollados, queGuldin y otros argumentan que puedeser un nuevo patrn importante deasentamiento y desarrollo humano...una forma que no es rural ni urbana si-no una mezcla de ambas cosas, dondeuna densa red de transacciones ata a losgrandes corazones urbanos con las re-giones que los rodean. En Indonesia,donde un proceso de hibridacin ruraly urbana similar va muy avanzado enJabotabek (la regin ms grande de Ja-karta), los investigadores llaman a es-tos nuevos patrones de uso del terrenodesokotas y discuten si stos son paisa-jes transitorios o nuevas especies de ur-banismo intensificado.

    Los urbanistas tambin especulansobre los procesos que entretejen a lasciudades del tercer mundo como nue-vas redes extraordinarias, con sus co-rredores y jerarquas. Por ejemplo, losdeltas del ro Perla (Hong Kong-Gua-ngzhou) y el ro Amarillo (Shanghai),junto con el corredor Beijing-Tianjing,se estn convirtiendo rpidamente enmegapolis urbano-industriales compa-rables con Tokyo-Osaka, el bajo Rhin,o Nueva York-Filadelfia. Pero sta pue-de ser slo la primera etapa del surgi-miento de una estructura an mayor.Un corredor urbano continuo que va-ya de Japn y Corea del Norte al oestede Java. Es muy probable que Shan-ghai, junto con Tokio, Nueva York yLondres, sea una de las ciudades mun-diales en las que se controle la redglobal de los flujos de capital e infor-macin. El precio de este nuevo ordenurbano ser una creciente desigualdaddentro y entre las ciudades de distintostamaos y las especializaciones. Gul-din, por ejemplo, cita las fascinantesdiscusiones en China sobre si el anti-guo abismo de ingreso y desarrollo en-

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    tre la ciudad y el campo no est siendo ahora reemplaza-do por un abismo igualmente importante entre las pe-queas ciudades y las ciudades costeras gigantes.14

    Regreso a Dickens

    Vi innumerables huspedes, condenados a laoscuridad, a la suciedad, a la pestilencia, a laobscenidad, a la miseria y a la muerte pre-matura.

    Dickens, A December vision, 1850.

    La dinmica de la urbanizacin del tercer mundo recapi-tula y mezcla los precedentes de la Europa y los EstadosUnidos de principios del siglo XX. En China, la mayorrevolucin industrial de la historia fue el impulso quetraslad a una poblacin del tamao de Europa de las al-deas rurales a las ciudades contaminadas, de cielos nu-blados. En consecuencia China dejar de ser el paspredominantemente rural que fue durante un milenio.En realidad, la gran visin del centro financiero mundialde Shanghai podr asomarse muy pronto al gran peque-o mundo urbano imaginado por Mao, o por Le Corbu-sier. Pero en la mayor parte del mundo en desarrollo, elcrecimiento de las ciudades carece del poderoso ingeniode la manufactura y la exportacin de China, y tambindel gran influjo de capital externo (actualmente igual ala mitad del total de la inversin extranjera en el mundoen desarrollo).

    La urbanizacin en cualquier parte no ha estado, fi-nalmente, aparejada a la industrializacin, ni siquiera aldesarrollo en s mismo. Algunos arguiran que es expre-sin de una tendencia inexorable: una tendencia inhe-rente al capitalismo del silicio para desligar el creci-miento de la produccin del crecimiento del empleo. Pe-ro en frica subsahariana, Latinoamrica, el MedioOriente y partes de Asia, la urbanizacin sin crecimientoes ms evidentemente la herencia de una coyuntura pol-tica global la crisis de la deuda a finales de los setentay la subsecuente reestructuracin por parte del FMI de laseconomas del tercer mundo en los ochenta y no la re-gla de acero de la tecnologa avanzada. La urbanizacindel tercer mundo, adems, continu su ritmo suicida(3.8% al ao, de 1960 a 1993) durante los aos de lalangosta de 1980 y a principios de los noventa, pese a lacada de los salarios reales, la elevacin de los precios yel ascenso a los cielos del desempleo urbano.

    Este perverso auge urbano contradijo los modeloseconmicos ortodoxos que predecan que la influencianegativa de la recesin urbana hara ms lenta o incluso

    revertira la emigracin del campo. El caso africano esparticularmente paradjico. Cmo pudieron las ciuda-des en la Costa de Marfil, Tanzania, Gabn y cualquierlugar cuyas economas se contrajeron de 2 a 5% al aosostener aun as el crecimiento de la poblacin de 5 a 8%al ao? Parte del secreto fue por supuesto el FMI y ahorala OMC que impuls polticas de desregulacin agrcolay de descampesinizacin que aceleraron el xodo de lafuerza de trabajo rural excedente a los barrios bajos urba-nos e incluso a ciudades que dejaron de ser generadorasde empleos. La poblacin urbana que crece pese al estan-camiento o al crecimiento econmico urbano negativo esla cara extrema de lo que los investigadores han etiqueta-do como sobreurbanizacin. sta es una de las inespe-radas cadas con las que el orden neoliberal ha hecho aun lado la urbanizacin del milenio.

    La teora social clsica, desde Marx hasta Weber, porsupuesto crea que las grandes ciudades del futuro segui-ran los pasos en su industrializacin de Manchester,Berln y Chicago. En realidad, Sao Paulo, Pusan y, ac-tualmente, Ciudad Jurez, Bangalore y Guangzhou seaproximan difcilmente a esta trayectoria clsica. Pero lamayora de las ciudades del sur son ms como el Dublnvictoriano que, como Emmet Larkin ha sealado, fuenico entre todas las ciudades perdidas producidas en elmundo occidental en el siglo XIX... (pues) sus barrios ba-jos no eran producto de la revolucin industrial. Dubln,de hecho, sufri ms los problemas de la desindustriali-zacin que la industrializacin, entre 1800 y 1850.

    As, Kinshasa, Jartm, Dar es Salam, Dhaka y Limacrecen prodigiosamente pese a la quiebra de las indus-trias de sustitucin de importaciones, al encogimientodel sector pblico y al descenso en la movilidad de lasclases medias. Las fuerzas globales presionan a lagente del campo mecanizacin en Java y en la India,importacin de alimentos en Mxico, guerra civil enHaiti y en Kenia, y sequa a lo largo de frica, consoli-dacin de pequeas compaas en grandes consorcios ycompetencia a escala industrial en el negocio del agro;las fuerzas parecen mantener la urbanizacin inclusocuando el "impulso" de la ciudad ha sido debilitadodrsticamente por la deuda y la depresin.. Al mismotiempo, el rpido crecimiento urbano, en el contexto delajuste estructural, de la devaluacin de la moneda y dela reduccin del Estado, ha sido la receta inevitable parala produccin en masa de ciudades perdidas. Como re-sultado, la mayor parte del mundo urbano est prctica-mente como en la poca de Dickens.

    La asombrosa prevalencia de las ciudades perdidas esel principal tema del informe histrico y pesimista "Hu-

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    man settlements (UN-Habitat) publicado el pasado octu-bre por la ONU The challenge of the slums (de ahora enadelante Slums) es la primera revisin global de la po-breza urbana. Integra hbilmente los diversos estudiosde casos urbanos desde Abidjan hasta Sydney con unabase de datos global que, por primera vez, incluye aChina y al ex bloque sovitico. (Los autores reconocenestar particularmente en deuda con Branko Milanovic,el economista del Banco Mundial que fue pionero enutilizar las microencuestas como poderosos lentes paraestudiar la creciente desigualdad global. En uno de susartculos Milanovic explica: por primera vez en la his-toria humana los investigadores tienen datos razonable-mente precisos sobre la distribucin del ingreso y laasistencia social (gastos o consumo) entre ms de 90%de la poblacin mundial).

    Slums es tambin poco usual por su honestidad inte-lectual. Uno de los investigadores asociados con el in-forme me dijo que las organizaciones tipo Consenso deWashington (Banco Mundial, FMI, etctera) han insistidosiempre en definir el problema de las ciudades perdidasglobales no como resultado de la globalizacin y de ladesigualdad sino del mal gobierno. El nuevo informerompe, sin embargo, con la tradicional circunspeccin yla autocensura para acusar al neoliberalismo, particular-mente a los programas de ajuste estructural del FMI. Ladireccin principal de las intervenciones nacionales e in-ternacionales durante los ltimos veinte aos ha aumen-tado realmente la pobreza y las ciudades perdidas, incre-mentando la exclusin y la desigualdad y debilitando losesfuerzos de las elites urbanas de utilizar las ciudadescomo mquinas de crecimiento.

    Slums, para asegurarse, no contempla (o deja para in-formes posteriores de ONU-Habitat) algunas de las cues-tiones ms importantes del uso de la tierra que se origi-nan con la superurbanizacin y el asentamiento infor-mal, entre ellas el crecimiento desmedido, la degrada-cin ambiental y los peligros urbanos. Tambin falla endar ms luz sobre los procesos de la expulsin de lafuerza de trabajo del campo o en incorporar la gran can-tidad de literatura, que crece rpidamente, sobre las di-mensiones de gnero de la pobreza urbana y el empleoinformal. Pero poniendo estas consideraciones a un la-do, Slums sigue siendo una exposicin invaluable quedesarrolla los hallazgos ms apremiantes de la investiga-cin con la autoridad institucional de la ONU. Si los in-formes del Panel Intergubernamental sobre el CambioClimtico representan un consenso cientfico sin prece-dentes sobre los peligros del calentamiento global, loque advierte Slums tiene una autoridad equivalente so-

    bre la catstrofe global de la pobreza urbana. (Un tercerinforme puede explorar algun da el ominoso terreno dela interaccin de ambas cuestiones.) Y para los propsi-tos de esta revisin, proporciona un excelente marco pa-ra reconocer los debates contemporneos sobre urbani-zacin, economa informal, solidaridad humana y repre-sentacin histrica.

    La urbanizacin de la pobreza

    La montaa de basura pareca extenderse muylejos, despus, gradualmente, sin ningn lmi-te o frontera evidente, se converta en algoms. Un revoltijo y una coleccin sorprenden-te de estructuras. Tiras de cartn, lminas ytablones podridos, los esqueletos oxidados y sin cristales de los autos haban sido arroja-dos juntos para formar una morada.

    Michael Thelwell, The harder they come,1980.

    Se informa que la primera definicin publicada de slum(barrio bajo o ciudad perdida, N. de la T.) fue en el Voca-bulary of the Flash Language, de Vaux, de 1812, dondeera sinnimo de racket (juergas) o criminal trade (co-mercio ilcito). En los aos del clera de 1830 y 1840,los pobres sufran las juergas y el comercio ilcito, msque practicarlos. Una generacin ms tarde, los barriosbajos fueron identificados en Amrica y en la India, yeran generalmente reconocidos como un fenmeno in-ternacional. El clsico barrio bajo era un sitio localprovinciano y pintoresco, pero los reformistas solan es-tar de acuerdo con Charles Booth en que todos los ba-rrios bajos se caracterizaban por una amalgama de mate-riales derruidos, sobrepoblacn, pobreza y vicio. Para elsiglo XIX los liberales y, claro, la dimensin moral fue-ron decisivos y los barrios bajos fueron vistos funda-mentalmente y sobre todo como lugares donde los resi-duos sociales se descomponan con un esplendor inmo-ral y frecuentemente desenfrenado. Los autores deSlums desacartan las calumnias victorianas, pero conser-van de otra manera la definicin clsica: sobrepobladoscon construcciones pobres e informales, acceso inade-cuado al agua potable y a la salubridad e inseguridad enla propiedad.

    Esta definicin multidimensional es realmente unamuestra muy conservadora de lo que se califica comociudad perdida: muchos lectores se sorprendern con elrecuento de experiencias de la ONU, al encontrar que s-lo 19.6% de los mexicanos viven en ellas. Pero inclusocon esta definicin restrictiva, en Slums se estima que

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    haba, al menos, 921 millones de habitantes de ciudadesperdidas en 2001: casi igual a la poblacin del mundo,cuando el joven Engels se aventur por primera vez porlas peores calles de Manchester. En verdad, el capitalis-mo ha multiplicado exponencialmente el clebre barriobajo de Tom-All-Alone, en Bleak House. Los residentesde las ciudades perdidas constituyen un desconcertante78.2% de la poblacin urbana de los pases menos desa-rrollados y la tercera parte de la poblacin urbana glo-bal. Si extrapolamos a partir de la edad de las estructurasde la mayora de las ciudades del tercer mundo, al me-nos la mitad de la poblacin de las ciudades perdidastiene menos de 20 aos.

    Los porcentajes ms altos de habitantes de ciudadesperdidas estn en Etiopa (un asombroso 99.4% de lapoblacin urbana), Chad (tambin 99.4%), Afaganistn(98.5%) y Nepal (92%). Las poblaciones urbanas mspobres, sin embargo, estn probablemente en Maputo yKinshasa donde, segn otras fuentes, dos terceras partesde los residentes ganan menos del costo de su mnimorequerido para su nutricin diaria. En Delhi, los planifi-cadores se quejan amargamente de las ciudades perdi-das dentro de otras, como los paracaidistas que se esta-blecen sobre los pequeos espacios abiertos de las colo-nias vueltas a establecer, de donde todos los antiguospobres urbanos fueron brutalmente desplazados a me-diados de los aos setenta. En el Cairo y Pnom Pen, losparacaidistas urbanos invaden o rentan espacio en lasazoteas, creando ciudades perdidas en el aire.

    Las poblaciones de las ciudades perdidas estn fre-cuente y deliberadamente muy subestimadas. A finalesde 1980, por ejemplo, Bangkok tena un ndice de po-breza oficial de slo 5%, aunque las encuestas hallaronque era casi un cuarto de la poblacin (1.16 millones)que viva en las ciudades perdidas y en campos de para-caidistas. De la misma manera, la ONU descubri recien-temente que no fue intencionado subestimar la pobrezahumana en frica por grandes mrgenes. Los habitantesde las ciudades perdidas en Angola, por ejmplo, sonprobablemente dos veces ms numerosos de lo que ori-ginalmente se crea. Igualmente se subestim el nmerode pobres urbanos en Liberia: no es sorprendente quedado que en Monrovia se triplic la poblacin en un s-lo ao (1989-90), en un pas atacado de pnico la gentehaya huido de una brutal guerra civil.

    Debe haber ms de un cuarto de milln de ciudadesperdidas en la tierra. Las cinco grandes metrpolis delsur de Asia (Karachi, Mumbai, Delhi, Kolkata y Dhaka)contienen por s solas cerca de 15 mil distintas comuni-dades en ciudades perdidas con una poblacin total de

    ms de 20 millones. E incluso ciudades perdidas mspobladas ocupan el litoral urbanizado del oeste de fri-ca, mientras otras enormes conurbaciones de pobreza seextienden sobre Anatolia y las altas tierras de Etiopa; seaferran a la base de los Andes y los Himalayas; se difun-den ms all de los rascacielos de Mxico, Jo-burg, Ma-nila y Sao Paulo; y, por supuesto, se alinean sobre lasorillas y riberas del Amazonas, el Niger, el Congo, elNilo, el Tigris, el Ganges, el Irrawaddy y el Mekong.Los bloques de construccin de este planeta de ciudadesperdidas son paradjicamente intercambiables y espon-tneamente nicos; entre ellos estn los bustees deCalcuta, los chawls y zapadpattis de Mumbai, los katchiabadis de Karachi, los kampungs de Jakarta, los iskwa-ters de Manila, los shammasas de Jartm, los umjondo-los de Durban, los intra-murios de Rabat, las bidonvillesde Abidjn, los baladis del Cairo, los gecekondus deAnkara, los conventillos de Quito, las favelas de Brasil,las villas miseria de Buenos Aires y las ciudades perdi-das de la ciudad de Mxico. stas son las valientes ant-podas de los paisajes genricos de fantasa y de los par-ques temticos y residenciales de los burgueses off-worlds de Philip K. Dick donde las clases medias glo-bales prefieren cada vez ms enclaustrarse a s mismas.36

    Mientras que el barrio bajo clsico era el interior de-cadente de la ciudad, las nuevas ciudades perdidas estnsituadas en el borde de las explosiones espaciales. Elcrecimiento horizontal de ciudades como Mxico, La-gos o Jakarta, por supuesto, ha sido extraordinario y ladifusin de las ciudades perdidas es un problemamayor en el mundo en desarrollo que la difusin subur-bana en los pases ricos. El rea desarrollada de Lagos,por ejemplo, se duplic en una sola dcada, entre 1985 y1994. El gobernador del estado de Lagos le dijo a los re-porteros el ao pasado que cerca de dos terceras partesde la totalidad del territorio del estado, 3 577 km2 po-dran ser clasificados como shanties o ciudades perdi-das. En realidad escriba un corresponsal de la ONUgran parte de la ciudad es un misterio... corriendo porcarreteras sin luz pasas caones de basura ardiente antesde abandonar las sucias calles que surcan a lo largo de200 ciudades perdidas, por sus alcantarillas corren losdesperdicios podridos. Incluso nadie sabe con seguridadel tamao de la poblacin; oficialmente es de 6 millo-nes, pero los expertos estiman que es de 10 millones;dejando aparte el nmero de muertes al ao o el ndicede la infeccin de VIH.

    Lagos, adems, es simplemente el nodo mayor en elcorredor shanty-ciudad. Winter King, en un reciente es-tudio publicado en el Harvard Law Review, seala que

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    85% de los residentes urbanos del mundo en desarrolloocupa propiedad ilegalmente. La irresolucin de losttulos de propiedad de la tierra o el laxo estado de lapropiedad son, en ltima instancia, las grietas a travs delas cuales una vasta humanidad se derrama por las ciu-dades. Las formas de asentamiento en las ciudades per-didas varan a lo largo de un amplio espectro, que va delas muy disciplinadas invasiones de tierra en la ciudadde Mxico y Lima hasta los intrincadamente organiza-dos (pero frecuentemente ilegales) mercados de rentasen las afueras de Beijing, Karachi y Nairobi. Incluso enciudades como Karachi, donde la periferia urbana es ofi-cialmente propiedad del gobierno, grandes beneficiosde la especulacin de la tierra... se continan derivandodel sector privado a expensas de los bajos ingresos delas familias. En realidad, las mquinas polticas nacio-nal y local son condescendientes con los asentamientosinformales (y la especulacin ilegal privada), mientraspuedan controlar el complejo poltico de las ciudadesperdidas y extraer un flujo regular de sobornos y rentas.Sin ttulos de propiedad en forma, los habitantes de lasciudades perdidas son forzados a dependencias casi feu-dales de los funcionarios locales o los lderes de los par-tidos. La deslealtad puede significar deshaucio o inclusoel arrasamiento de un distrito completo.

    La provisin de infraestructura va muy atrs de la

    urbanizacin, y las reas urbanas perifricas de las ciu-dades perdidas no tienen recursos formales o provisinsanitaria o de cualquier cosa. Las reas pobres de lasciudades latinoamericanas tienen, en general, mejoresrecursos que las del sur de Asia que, en su caso, suelentener mnimos servicios urbanos, como agua y electri-cidad, que les faltan a muchas ciudades perdidas defrica. Como en el primer Londres victoriano, la conta-minacin del agua por desechos humanos y animales si-gue siendo la causa de las enfermedades diarricas quematan, por lo menos, a dos millones de bebs urbanos ynios pequeos cada ao. Un estimado de 57% de losafricanos urbanos carece de acceso bsico a la salubri-dad y en ciudades como Nairobi los pobres deben acu-dir a los excusados volantes (defecacin en bolsas deplstico).

    En Mumbai, mientras tanto, el problema de salubri-dad se define por ndices de un excusado por 500 habi-tantes en los distritos ms pobres. Slo 11% de los ve-cindarios pobres de Manila y 18% en Dhaka tienen me-dios formales para disponer de aguas residuales. Ade-ms de la incidencia de la plaga del sida, la ONU consi-dera que dos de cinco de los moradores de las ciudadesperdidas de frica viven en una pobreza que es literal-mente una amenaza a la vida.

    Los pobres urbanos, mientras tanto, estn forzados en

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    todas partes a establecerse en terrenos peligrosos o enlos que no se puede construir por alguna razn: en lasterrazas de colinas inclinadas, en las orillas de los ros yen planicies inundadas. As acampan entre las sombrasmortales de las refineras, las fbricas de qumicos, losvertederos txicos o en los mrgenes de las vas frreaso de las carreteras. La pobreza, como resultado, haconstruido un problema de desastre urbano con unafrecuencia sin precedentes, caracterizado por la inunda-cin crnica en Manila, Dhaka y Ro, las explosiones delas gaseras y oleoductos en la ciudad de Mxico y Cuba-tao (Brasil), la catstrofe de Bhopal en India, la explo-sin de la fbrica de municiones en Lagos y las mortalesavalanchas de lodo en Caracas, La Paz y Tegucigalpa.Las comunidades sin concesiones de los pobres urbanosson adems vulnerables a los brotes repentinos del esta-do de violencia, como el infame ataque con buldozers ala ciudad perdida de la playa de Maroko en Lagos (al-go que ofenda la vista de la comunidad de la Isla Victo-ria, una fortaleza para ricos) o la demolicin, en 1995,en agua congelada de la enorme ciudad ilegal de Zhe-jiangcun en las orillas de Beijing.48

    Pero las ciudades perdidas, pese a lo mortales e inse-guras, tienen un futuro brillante. El campo contendr to-dava por un corto periodo a la mayora de los pobresdel mundo, pero ese dudoso ttulo pasar a las ciudadesperdidas urbanas alrededor de 2035. Al fin la mitad dela prxima explosin demogrfica urbana del tercermundo ser acreditada en la cuenta de las comunidadesinformales. Dos mil millones de moradores de ciudadesperdidas para 2030 o 2040 es una monstruosidad, casiincomprensible en perspectiva, pero la pobreza urbanasobrepasa y excede a las ciudades perdidas mismas. Enrealidad, Slums dice entre lneas que en algunas ciuda-des la mayora de los pobres viven en estricto sentidofuera de las ciudades perdidas. Los investigadores delObservatorio Urbano de la ONU advierten, adems,que en 2020, la pobreza urbana en el mundo podra al-canzar entre 45 y 50% de la poblacin total urbana.

    El big bang de la pobreza en las ciudades

    Despues de sus risas misteriosas, se pusieronrpidamente a hablar de otras cosas. Cmoes que la gente de regreso a casa sobrevivael Programa de Ajuste Estructural?

    Fidelis Balogun, Adjusted lives, 1995.

    La evolucin de la nueva pobreza urbana no ha sido unproceso histrico lineal. La lenta conversin de las cha-bolas en el esqueleto de una ciudad es puntuada por tor-

    mentas de pobreza y explosiones sbitas de construc-cin de suburbios. En su coleccin de relatos, Adjustedlives, el escritor nigeriano Fidelis Balogun describe lallegada del Programa de Ajuste Estructural (PAE) orde-nado por el FMI a mediados de los aos ochenta, comoalgo equivalente a una gran catstrofe natural, que des-truye para siempre el alma ancestral de Lagos y rees-claviza a los nigerianos urbanos:

    La misteriosa lgica de su programa econmico pa-reca ser la de restaurar la vida de la moribunda econo-ma, cada argumento tena que ser ajustado estructural-mente a la mayora de los ciudadanos. La clase mediadesapareci con rapidez, y los montones de basura delos pocos cada vez ms ricos se convirtieron en las co-midas de la poblacin multiplicada de pobres hasta laabyeccin. El oleoducto a los pases rabes ricos y almundo occidental volvi a crecer.

    La queja de Balogun por privatizar todo al vapor yconseguir que haya ms hambre cada da, o su enume-racin de las psimas consecuencias del PAE, se harainstantneamente familiar no slo a los otros 30 PAE defrica, sino tambin a los cientos de millones de asiti-cos y latinoamericanos. Los aos ochenta, cuando el FMIy el Banco Mundial utilizaron la nivelacin de la deudapara reestructurar las economas de la mayor parte deltercer mundo, fueron aos en los que las ciudades perdi-das se convirtieron en un futuro implacable, no slo paralos migrantes rurales pobres, sino tambin para los mi-llones de habitantes urbanos tradicionales desplazados oempobrecidos por la violencia del ajuste.

    Como se insiste en Slums, los PAE fueron deliberada-mente de naturaleza antiurbana y se disearon para re-vertir las tendencias urbanas que existieron previa-mente con las polticas del Estado de bienestar, la estruc-tura hacendaria o la inversin gubernamental. En todaspartes, el FMI actuando como administrador de los gran-des bancos y respaldado por las administraciones deReagan y de Bush ofreca a los pases pobres el mismocliz envenenado de devaluacin, privatizacin y libera-cin de los controles de importacin y de los subsisdiosa los alimentos; el fortalecimiento del costo de recupera-cin en salud y educacin y una despiadada reduccindel sector pblico. (Un telegrama infame de 1985 del se-cretario del tesoro de EU, George Shultz, para los oficia-les estadounidenses enviados a ultramar deca: en mu-chos casos, las empresas del sector pblico debern serprivatizadas.) Al tiempo los PAE devastaron a los peque-os propietarios en el campo y los sacaron a salvarse omorir en los mercados globales de mercancas domina-dos por las empresas agrcolas del primer mundo.

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    Como seala Ha-Joon Chang, los PAE hacan a un la-do las medidas (es decir, las tarifas proteccionistas y lossubsidios) que las naciones de la OCDE emplearon hist-ricamente en su propio salto de la agricultura a los bie-nes y servicios urbanos de alto valor. Slums seala lomismo cuando argumenta que la principal causa del au-mento de la pobreza y de la desigualdad durante las d-cadas de 80 y 90 fue un retroceso del Estado. Ademsdel reforzamiento del PAE de las reducciones del gastodel sector pblico y de la propiedad, los autores de laONU insisten en la disminucin ms sutil de la capacidaddel Estado que ha resultado de la subsidiaridad: la de-volucin de poderes a los escalones bajos del gobierno yespecialmente a las ONG ligadas a las principales agen-cias internacionales de ayuda:

    Toda la estructura aparentemente descentralizada queest fuera de la nocin de un gobierno nacional represen-tativo ha servido para un buen desarrollo mundial que ala vez se puede aprovechar para las operaciones de hege-mona global. La perspectiva internacional predominante(es decir, la de Washington) se ha vuelto el ejemplo defacto para el desarrollo, as todo el mundo se ha vuelto aunificar en la direccin general de lo que es apoyado porlos donadores y las organizaciones internacionales.

    El frica urbana y Latinoamrica son las regionesms duramente golpeadas por la depresin artificialpuesta a funcionar por el FMI y la Casa Blanca. En mu-chos pases el impacto de los PAE en los aos ochenta,junto con las sequas prolongadas, el aumento de losprecios del petrleo, la elevacin vertiginosa de las tasasde inters y la cada del precio de las mercancas, fuems severo a largo plazo que la Gran depresin.

    La hoja de balances del ajuste estructural en fricaque hace Carole Rakodi incluye fugas de los capitales,colapso de las manufacturas, crecimiento marginal o ne-gativo en los ingresos por exportacin, recortes drsticosen los servicios pblicos urbanos, aumento vertiginosode los precios y una disminucin gradual de los salariosreales. En Kinshasa (una aberracin o ms bien las se-ales de lo que est por venir?) el asesinato para elimi-nar a los sirvientes de los ciudadanos de clase media haproducido una increble cada de los salarios realesque ha apoyado un aumento pesadillesco de las bandasde criminales y atracadores. En Dar es Salam, el gastodel servicio pblico por persona cay 10% al ao, du-rante los aos ochenta: la casi demolicin del Estado lo-cal. En Jartm, el ajuste estructural y de liberalizacin,de acuerdo con los investigadores locales, fabric 1.1millones de nuevos pobres: la mayora provenientesde los grupos de asalariados o de los empleados del sec-

    tor pblico. En Abidjn, una de las pocas ciudades tro-picales con un importante sector manufacturero y servi-cios urbanos modernos, el sometimiento al rgimen delPAE los condujo directamente a la desindustrializacin,al colapso de la construccin y a un rpido deterioro enel transporte pblico y la salubridad.. La extrema pobre-za en Balogun, Nigeria, la creciente urbanizacin de La-gos, Ibadan y otras ciudades se han metastatizado de un28%, en 1980, a un 66% en 1996: el PIB per cpita, decerca de 260 dlares ahora, reporta el Banco Mundialque est por debajo del nivel que en la independencia,hace 40 aos, y por debajo del nivel de 370 dlares al-canzado en 1985.

    En Latinoamrica los PAE (frecuentemente puestos enprctica por las dictaduras militares) desestabilizaron laseconomas rurales embistiendo el empleo urbano y loshogares. En 1970, las teoras del foco guevarista deinsurgencia rural confirmaban todava una realidad con-tinental en la que la pobreza del campo (75 millones depobres) superaba la de las ciudades (44 millones de po-bres). Para finales de los aos 80, sin embargo, la granmayora de los pobres (115 millones en 1990) estabanen las colonias urbanas y en las villas miseria y no en lasgranjas o los pueblos (80 millones).

    Pero la desigualdad urbana explot. En Santiago, ladictadura de Pinochet ech bulldozers a las villas mise-ria y evit formalmente las invasiones radicales forzan-do a las familias pobres a convertirse en arrimados, ocu-pando al doble o al triple un mismo espacio rentado. EnBuenos Aires el decil ms rico que participa del ingresoaument diez veces ms que el ms pobre en 1984 y 23veces ms en 1989. En Lima, donde el valor del salariomnimo cay alrededor de 83% durante la recesin delFMI, el porcentaje de hogares que vivan por debajo delumbral de pobreza aument de 17% en 1985 a 44% en1990. En Ro de Janeiro, la desigualdad medida en losclsicos coeficientes de Gini cay de 0.58 en 1981 a0.67 en 1989. En realidad, en toda Latinoamrica se pro-fundizaron los valles y las cuestas de la topografa socialms extrema del mundo. (Segn el informe del BancoMundial de 2003, los coeficientes de Gini estn 10 pun-tos ms altos en Latinoamrica que en Asia; 17.5 puntosms altos que los pases de la OCDE y 20.4 puntos msaltos que en Europa Oriental.)

    En todo el tercer mundo, los choques econmicos delos ochenta forzaron a los individuos a reagruparse alre-dedor de los recursos reunidos en los hogares y, particu-larmente, alrededor de las capacidades para sobrevivir yla desesperada inocencia de las mujeres. En China y lasciudades industrializadas del sur de Asia, millones de

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    mujeres jvenes se contrataron a s mismas en las lneasde ensamblaje y de procesamiento de desechos. En fri-ca y en la mayor parte de Latinoamrica (exceptuandolas ciudades fronterizas del norte de Mxico) esta op-cin no exista. Pero la desindustrializacin y la destruc-cin del sector masculino de empleos impuls a las mu-jeres a improvisar nuevas formas de subsistencia comotrabajadoras de tiempo parcial, vendedoras de licor, ven-dedoras ambulantes, limpiadoras, lavanderas, traperas,nanas y prostitutas. En Latinoamrica, donde la partici-pacin de la mujer urbana en la fuerza de trabajo fuesiempre menor que en otros continentes, el surgimientode las mujeres en actividades del sector terciario e infor-mal, durante los ochenta, fue particularmente intenso.Enfrica, donde los iconos del sector informal son las mu-jeres, que consiguen toda clase de cosas y las venden,Christian Rogersson nos recuerda que incluso las muje-res del sector ms informal no son realmente autoem-pleadas o econmicamente independientes, sino que tra-bajan para alguien ms. (Estas redes ubicuas y viciosasde microexplotacin, de los pobres explotando a los mspobres, son las que brillan por encima en los recuentosdel sector informal.)

    La pobreza urbana se feminiz masivamente en lospases del ex Comecon, despus de la liberacin capi-talista de 1989. A principios de los noventa la extremapobreza en los antiguos pases en transicin (como losllama la ONU) cay de 14 millones a 168 millones: unamasa empobrecida casi sin precedente en la historia.Aunque en una hoja de balance, esta catstrofe econ-mica fue parcialmente compensada por el muy aprecia-do xito de China en elevar los ingresos de sus ciudadescosteras, el milagro del mercado chino se consiguicon un aumento enorme en la desigualdad de los sala-rios de los trabajadores urbanos... durante el periodo de1988 a 1999. Las mujeres y las minoras estaban parti-cularmente en desventaja.

    En teora, por supuesto, los noventa deberan haberenderezado las equivocaciones de los ochenta y permiti-do a las ciudades del tercer mundo recuperar el terrenoperdido y remontar el abismo de desigualdad creado porlos PAE. El dolor del ajuste debi ser seguido del analg-sico de la globalizacin. En realidad, los noventa, comoSlums lo seala irnicamente, fueron la primera dcadaen la que tuvo lugar el desarrollo urbano global dentrode los parmetros casi utpicos de la libertad de merca-do neoclsica.

    Durante los aos noventa, el comercio continu ex-pandindose a unos ndices casi sin precedente, las reascerradas se abrieron y los gastos militares decrecieron...

    Todas las entradas bsicas de la produccin se volvieronms baratas, y las tasas de inters cayeron rpidamentejunto con el precio de las mercancias bsicas. Los flujosde capital se vieron cada vez ms liberados del controlnacional y se pudieron desplazar rpidamente a las reasms productivas. En ellas existan las condiciones eco-nmicas casi perfectas, segna la doctrina neoliberalpredominante, uno podra haber imaginado que la dca-da hubiera sido de una prosperidad y una justicia socialsin precedentes.

    Sin embargo, en los acontecimientos, la pobreza ur-bana continu incrementndose sin piedad y la brechaentre los pases pobres y los ricos aument, hasta lo quees ahora en los ltimos 20 aos; y en muchos pases ladesigualdad del ingreso aument o, en el mejor de loscasos, se estabiliz. La desigualdad global, medida porlos economistas del Banco Mundial, alcanz el increblenivel en los coeficientes de Gini de 0.67 para el final delsiglo pasado. Esto era matemticamente equivalente auna situacin en la que las dos terceras partes ms po-bres del mundo reciben cero ingresos y la tercera parteque est arriba todos los ingresos.

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    Una humanidad sobrante?

    En nuestro camino cercano a la ciudad nosabramos paso soportando todos esos inten-tos de sobrevivencia.

    Patrick Chamoiseau, Texaco, 1997.

    La tectnica brutal de la globalizacin neoliberal desde1978 es anloga a los procesos catastrficos que consti-tuyeron, en primer lugar, un tercer mundo durante laera del imperialismo victoriano tardo (1870-1900). Eneste ltimo caso, la incorporacin forzosa en el mundodel mercado de la gran masa de campesinos de subis-tencia de Asia y frica trajo consigo que murieran mi-llones de hambre y la separacin de decenas de millonesde sus ocupaciones tradicionales. El resultado final fue,tambin en Latinoamrica, una semiproletarizacinrural: la creacin de una clase enorme de semicampesi-nos empobrecidos y de trabajadores del campo carentesde lo esencial para la seguridad de su subsistencia. (Co-mo resultado, el siglo XX se convirti en una poca, node revoluciones urbanas como el Marx clsico imagin,

    sino en una poca de levantamientos rurales y campesi-nos, fundamentados como guerras de liberacin nacio-nal.) Parecera que el ajuste estructural trabaj ltima-mente en una reconstitucin fundamental del futuro hu-mano. Como los autores de Slums concluyen: en vez deenfocarse en el crecimiento y la prosperidad, las ciuda-des se han vuelto un terreno de descarga para una pobla-cin excedente que trabaja desprotegida y descapacitaday para las industrias informales de servicios y comerciode bajos salarios. El surgimiento de (este) sector infor-mal dicen de golpe es... una consecuencia directa dela liberalizacin.

    En realidad, la clase trabajadora informal global (sesobrepone pero no es idntica a la poblacin de las ciu-dades perdidas) es casi de mil millones: lo que la hace lade crecimiento ms veloz y la mayor clase social, sinprecedentes en la tierra. Desde que el antroplogo KethHart, al trabajar en Accra, sac a colacin el conceptode sector informal en 1973, en una gran cantidad detextos (cuya mayor parte falla en distinguir microacu-mulacin de subsistencia) se discuten los enormes pro-blemas tericos y empricos que implica el estudio delas estrategias de supervivencia de los pobres urbanos.Hay, sin embargo, un consenso bsico: la crisis de losochenta invirti las posiciones estructurales relativas delos sectores formal e informal, y la supervivencia infor-mal es el principal modo de vida en la mayor parte delas ciudades del tercer mundo.

    Alejandro Portes y Kelly Hoffman evaluaron recien-temente el impacto global de los PAE y la liberalizacinsobre las estructuras de las clases urbanas desde 1970.En concordancia con las conclusiones de la ONU, encon-traron que los empleados del Estado y el proletariadoformal han declinado en todos los pases de la regindesde 1970. En comparacin, el sector informal de laeconoma, junto con la desigualdad social general, se haexpandido mucho. A diferencia de algunos investigado-res, hacen una distincin crucial entre una pequea bur-guesa informal (la suma de los propietarios de las mi-croempresas, que emplean a menos de cinco trabajado-res, ms los profesionales y tcnicos que trabajan por supropia cuenta) y el proletariado informal (la suma de lostrabajadores por su cuenta, menos los profesionales ylos tcnicos, empleadas domsticas y trabajadores paga-dos y no pagados de las microempresas). Han demostra-do que este ltimo estrato de microempresarios, tanquerido en las escuelas de comercio de Estados Unidos,est siendo muchas veces desplazado por profesionalesdel sector pblico o trabajadores principiantes califica-dos. Desde 1980 han pasado de 5 a 10% de la poblacin

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    urbana econmicamente activa: una tendencia que refle-ja el emprendedorismo forzado que se les impone alos antiguos trabajadores asalariados, dada la declina-cin del sector del empleo formal. En total, de acuerdocon Slums, los trabajadores informales son cerca de dosquintas partes de la poblacin econmicamente activadel mundo. Segn los investigadores del Banco Intera-mericano de Desarrollo, la economa informal empleaactualmente a 57% de la fuerza de trabajo latinoameri-cana y cubre cada cuatro de los cinco nuevos em-pleos. Otras fuentes sealan que ms de la mitad de losindonesios urbanos y 65% de los residentes de Dhakasubsisten en el sector informal. Slums cita igualmenteinvestigaciones que han encontrado que la actividadeconmica del sector informal es de 33 a 40% del em-pleo urbano en Asia, 60 a 75% en Centroamrica y 60%en frica. En cambio, en las ciudades subsaharianas lageneracin de trabajo formal prcticamente ha dejadode existir. Un estudio de la Organizacin Internacionaldel Trabajo sobre los mercados de trabajo urbano enZimbawe que han estado bajo el estancamiento infla-cionario del ajuste estructural a principios de los no-venta, encontr que el sector formal haba creado slo10 mil empleos al ao ante una fuerza de trabajo urbanaque crece a ms de 300 mil por ao. En Slums se estimaigualmente que 90% de los nuevos trabajos urbanos defrica, en la siguiente dcada, provendr de alguna ma-nera del sector informal.

    Las lumbreras de la autosuficiencia en el capitalismo,como el incontenible Hernando de Soto, pueden ver estaenorme poblacin de trabajadores marginados, servido-res civiles que perdieron su empleo y ex campesinos,realmente como una frentica colmena de emprendedo-res ambiciosos anhelantes de derechos formales de pro-piedad y de un espacio de competencia poco regulado,pero esto hace ms obvio el hecho de considerar a lamayora de los trabajadores informales como desem-pleados activos, que no tienen alternativas pero sub-sisten de cierta manera o mueren de hambre. Los 100millones estimados de nios de la calle no son proclivesdisculpas al seor Soto a empezar a distribuir mensa-jes o entregas de goma de mascar. Tampoco los ms de70 millones de trabajadores flotantes de China, queviven furtivamente en la periferia urbana se capitalizaneventualmente como pequeos contratistas o se integrana la clase trabajadora formal. Y la clase trabajadora in-formal sujeta en cualquier parte a la micro y a la ma-croexplotacin est casi universalmente privada deproteccin por las leyes de trabajo y otros estndares.

    Adems, como argumenta Alain Dubresson en el ca-

    so de Abidjn, el dinamismo de los gremios y del co-mercio a pequea escala depende en gran medida de lademanda del sector asalariado. l advierte, contra lailusin cultivada por la Organizacin Internacional delTrabajo y el Banco Mundial, que el sector informalpuede reemplazar eficientemente al sector formal y pro-mover un proceso de acumulacin suficiente para unaciudad de ms de 2.5 millones de habitantes. Su adver-tencia ha sido transmitida por Christian Rogerson, quienal distinguir (como Portes y Hoffmann) la superviven-cia del crecimiento de las microempresas, escribe: ha-blando en general, la mayora de los ingresos generadospor estas empresas, cuya mayor parte est dirigida pormujeres, normalmente caen en los estndares cortos oincluso mnimos para vivir y tienen muy poca inversinde capital, casi ninguna capacidad de entrenamiento yslo constrien las oportunidades de expansin en unaempresa viable. Incluso los salarios del sector formalen frica son tan bajos que los economistas no puedenimaginarse cmo sobreviven los trabajadores con ellos(el llamado enigma del salario); el sector terciario infor-mal se ha convertido en una arena de competencia dar-winiana extrema entre los pobres. Rogerson cita losejemplos de Zimbawe y Sudfrica donde las mujerescontrolaban nichos informales como las cosas del hogary las spazas estn ahora tan hacinadas y llenas de gentepor el colapso de la rentabilidad.

    La tendencia macroeconmica real del trabajo infor-mal, en otras palabras, es la reproduccin de la pobrezaabsoluta. Pero si el proletariado informal no es la insig-nificante pequea burguesa ni el ejrcito de reserva la-boral, ni el lumpenproletariado en cualquier sentidoya obsoleto del siglo XIX, una parte de l es la fuerza detrabajo furtiva de la economa formal y numerosos estu-dios han expuesto cmo las redes de subcontratacin deWall Mart y otras megacompaas se extienden profun-damente en la miseria de los barrios bajos y las chabo-las. Pero, al final del da, una mayora de los moradoresde las ciudades perdidas estn verdaderamente sin lugaren la economa internacional contempornea.

    Las ciudades perdidas, por supuesto, se originan en elcampo global donde, como nos recurda Deborah Bryce-son, la competencia desigual con la agroindustria a granescala est desgarrando la sociedad rural tradicional se-parando sus costuras.Como las reas rurales pierden sucapacidad de almacenamiento, las ciudades perdidastoman su lugar, y la involucin urbana reemplaza a larural como un pozo para el trabajo excedente que slopuede mantenerse al ritmo por la subsistencia de lassiempre heroicas hazaas de la autoexplotacin y de una

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    mayor subdivisin competitiva de los ya muy densos ni-chos de supervivencia. La modernizacin, el desarro-llo y ahora el libre mercado han tenido su da. Lafuerza de trabajo de miles de millones de personas ha si-do expulsada del sistema mundial, y quin puede ima-ginar un escenario posible, bajo los auspicios neolibera-les, que los reintegre como trabajadores productivos oconsumidores masivos?

    Marx y el espritu santo

    (El Seor dijo:) Vendr un da en que loshombres pobres dirn que no tienen nadaque comer y que los empleos han desapare-cido... Eso va a causar que los pobres hom-bres vayan a esos lugares e intervengan paraobtener comida.

    Eso ocasionar que los hombres ricos sal-gan con sus pistolas a hacerles la guerra a loshombres que trabajan... la sangre estar enlas calles como una lluvia profusa del cielo.

    Una profeca de Azusa Street Awake-ning, de 1906.

    El capitalismo tardo, expolio de la humanidad, est te-niendo lugar. El crecimiento global de un gran proleta-riado informal es, adems, un desarrollo estructuralnunca previsto ni por el marxismo clsico ni por laslumbreras de la modernizacin. Slums realmente desafala teora social al entender la novedad de un residuo ver-daderamente global de la falta de estrategia del podereconmico con el trabajo social, y que se concentra ma-sivamente en las villas miseria del mundo rodeando losenclaves fortificados de los ricos urbanos.

    Las tendencias a la involucin urbana existieron, porsupuesto, durante el siglo XIX. Las revoluciones indus-triales europeas fueron incapaces de absorber la provi-sin total de fuerza de trabajo rural desplazada, particu-larmente despus de que la agricultura del continente seexpuso a la competencia devastadora de las praderas deEstados Unidos, desde la dcada de 1870. Pero la migra-cin masiva a las ciudades de los colonos en Amrica yOceana, y tambin a Siberia, provoc una dinmicavlvula de seguridad que impidi el surgimiento de me-ga Dublines y de la propagacin de un tipo de anarquis-mo de las clases bajas que tena races en las partes msempobrecidas del sur de Europa. Ahora, la fuerza de tra-bajo excedente enfrenta barreras sin precedente literal-mente un gran muro reforzado de alta tecnologa quebloquea la migracin a gran escala a los pases ricos.Igualmente, los controversiales programas de reubica-cin de las poblaciones en regiones de frontera como

    la Amazonia, el Tibet, Kalimantan e Irian Jaya producendeterioro ambiental sin reducir sustancialmente la pro-breza urbana de Brasil, China e Indonesia. Entonces, s-lo las ciudades perdidas permanecen como la solucinotorgada totalmente al problema de almacenaje de la hu-manidad excedente del siglo XXI. Pero no son grandesvillas miseria, como la aterrorizada burguesa victorianaimagin alguna vez, volcanes que esperan la erupcin?;o es esa despiadada competencia darwiniana, como n-meros cada vez ms crecientes de gente pobre compi-tiendo por los mismos desechos informes, asegurandosu consumo en la violencia comunal, hasta ahora la for-ma ms alta de la involucin urbana? Hasta qu puntoese proletariado informal posee algo ms potente que lostalismanes marxistas de la representacin histrica?Puede la fuerza de trabajo desincorporada serlo en unproyecto emancipatorio global? O es la sociologa de laprotesta, en una megaciudad empobrecida, una regre-sin a la muchedumbre preindustrial urbana, episdica-mente explosiva durante las crisis de consumo pero, deotra manera, fcilmente manejable mediante el cliente-lismo, el espectculo populista y los llamados a la uni-dad tnica? O es algn nuevo sujeto histrico inespera-do, a la Hardt y Negri, caminando cabizbajo hacia la su-perciudad?

    En realidad, la literatura actual sobre pobreza y pro-testa urbana ofrece pocas respuestas a estas preguntas agran escala. Algunos investigadores, por ejemplo, sepreguntaran si en una villa miseria tnicamente diversa,pobre o econmicamente heterognea, los trabajadoresinformales constituiran incluso una clase por s mis-ma significativa, y mucho menos un activismo poten-cial de la clase por s misma. Seguramente, el proletaria-do informal porta cadenas radicales en el sentido mar-xista de tener poco o ningn inters en la preservacindel modo de produccin existente. Pero dado el desa-rraigo de los migrantes y los trabajadores informales, seha dispuesto por largo tiempo de una fuerza de trabajoque se consume con el tiempo, o de un servicio domsti-co reducido en las casas de los ricos; estos trabajadorestienen poco acceso a la cultura del trabajo colectivo o ala lucha de clases en gran escala. Su estrato social debeser necesariamente el de las calles de las ciudades perdi-das o el lugar del mercado, no la fbrica ni la lnea inter-nacional de ensamblaje.

    Las luchas de los trabajadores informales, como in-siste John Walton en una reciente revisin de la investi-gacin sobre los movimientos sociales de las ciudadesde los pobres, han tendido a ser episdicas y disconti-nuas. Estn centradas tambin normalmente en cuestio-

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    nes de consumo inmediato: invasiones de tierra en buscade un hogar costeable y motines contra la elevacin delprecio de la comida y las mercancas. En el pasado, almenos, los problemas urbanos en las sociedades en de-sarrollo se negociaban con las relaciones entre el patrny el cliente y no con el activismo popular. Desde la cri-sis de la deuda de los ochenta, los lderes neopopulistasen Latinomrica han tenido mucho xito en explotar eldeseo desesperado de los pobres urbanos de estructurasms estables y predecibles en su vida diaria. AunqueWalton no lo seala explcitamente, el sector urbano in-formal ha sido ideolgicamente promiscuo en su apoyoa los salvadores populistas: en Per, rindose de Fuji-mori, y en Venezuela, adoptando a Chvez. En frica yen el sur de Asia el clientelismo urbano frecuentementese iguala al dominio de los fanticos religiosos y sus pe-sadillescas ambiciones de limpieza tnica. Entre losejemplos ms notorios estn las milicias antimusulma-nas del Oodua People del Congreso de Lagos y el movi-miento semifascista de Shiv Sena en Bombay.

    Podrn permanecer las sociologas de protesta hastala mitad del siglo XXI? El pasado es quiz una pobregua para el futuro. La historia no es uniforme. El nuevomundo urbano est evolucionando a una extraordinariavelocidad y frecuentemente en direcciones impredeci-bles. En todas partes la acumulacin de pobreza socavala seguridad existencial y plantea desafos cada vez msextraordinarios a la ingenuidad econmica de los po-bres. Quiz haya un punto a partir del cual la contamina-cin, la congestin, la codicia y la violencia de la vidaurbana cotidiana finalmente aplasten las redes civiles yde sobrevivencia adecuadas en las ciudades perdidas.Seguramente en el viejo mundo rural haba umbralesque se calibraban frecuentemente segn el hambre, yque iban directos a una explosin social. Pero nadie sabetodava la temperatura social a la que las nuevas ciuda-des de la pobreza hacen combustin espontnea.

    En realidad, al menos por el momento, Marx le cedeesta etapa histrica a Mahoma y al espritu santo. Si diosmuri en las ciudades de la revolucin industrial, ha sur-gido de nuevo en las ciudades posindustriales del mundoen desarrollo. El contraste entre las culturas de pobrezaurbana de las dos eras es extraordinario. Como lo hamostrado Hugh McLeod en su magistral estudio sobre lareligin de la clase trabajadora victoriana, Marx y En-gels fueron muy precisos en su creencia de que la urba-nizacin iba a secularizar a la clase trabajadora. AunqueGlasgow y Nueva York son en parte excepciones, la l-nea de interpretacin que asocia el desapego de la iglesiacon la creciente conciencia de clase es en algn sentido

    indiscutible. Aunque las pequeas iglesias y las sectasdisidentes han prosperado en las ciudades perdidas, lacorriente mayoritaria es pasiva o activa en su falta de fe.Ya en 1880, Berln escandalizaba a los extranjeros comola ciudad ms irreverente en el mundo y en Londres,la asistencia a la iglesia por parte de los adultos era me-diana en el proletario East End y en Docklands; alrede-dor de 1902, era escasamente 12% (y la mayora catli-cos) En Barcelona, por supuesto, una clase trabajadoraanarquista saque las iglesias durante la Semana Trgi-ca, y en los barrios bajos de San Petesburgo, Buenos Ai-res e incluso Tokio, los trabajadores militantes abrazaronlas nuevas fes de Darwin, Kropotkin y Marx.

    Hoy, por otro lado, el islam populista y la cristiandadpentecostal (y en Bombay el culto a Shivaji) ocupan unespacio social anlogo al del anarquismo y socialismode principios del siglo XX. En Marruecos, por ejemplo,donde medio milln de emigrantes rurales son absorbi-dos por las ciudades populosas cada ao, y donde la mi-tad de la poblacin tiene menos de 25 aos, los movi-mientos islmicos como Justicia y Bienestar, fundadopor Sheik Abdessalam Yasin, se han convertido en losgobiernos reales de las ciudades perdidas: organizan es-cuelas nocturnas, proveen ayuda legal a las vctimas deabuso del Estado, compran medicinas para los enfer-mos, subsidian las peregrinaciones y pagan los funera-les. Como el primer ministro Abderrahmane Youssoufi,el lder socialista que se exili una vez de la monarqua,admiti recientemente ante Ignacio Ramonet: Nosotros(la izquierda) nos hemos aburguesado. Nos hemos sepa-rado del pueblo. Necesitamos reconquistar los barriospopulares. Los islamistas han seducido a nuestro electo-rado natural. Les prometen el cielo en la tierra. Y el l-der islamista, por otra parte, le dijo a Ramonet: "enfren-tada a la negligencia del Estado, y ante la brutalidad dela vida diaria, la gente descubre, gracias a nosotros, lasolidaridad, la autoayuda y la fraternidad. Entiende queel islam es humanismo.

    La contraparte del islam populista en las ciudadesperdidas de Latinoamrica y en la mayora del fricasubsahariana, es el pentecostalismo. El cristianismo esahora, en su mayor parte, una religin no occidental(dos tercios de sus adherentes viven fuera de Europa yEstados Unidos), y el pentecostalismo tiene sus misio-nes ms dinmicas en las ciudades de la pobreza. Enrealidad, la especificidad histrica del pentecostalismoes tal que es la principal religin mundial que ha crecidocasi totalmente en los terrenos de las modernas ciudadesperdidas. Con races en el primer metodismo esttico yla espiritualidad afroamericana, el pentecostalismo des-

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    pert cuando el espritu santo le dio el don de las len-guas a los participantes de un maratn interracial de ora-cin en un vecindario pobre de Los ngeles (AzusaStreet) en 1906. Unificado alrededor del bautismo, de lacura milagrosa, del credo carismtico y premilenarista,en un mundo que vena de la guerra mundial de capita-lismo y trabajo, los primeros pentecostalistas como loshistoriadores religiosos lo han sealado repetidamentese originaron como una democracia proftica cuyosconstituyentes rurales y urbanos se sobrelaparon, res-pectivamente con los del populismo y los de la IWW. Enrealidad como organizadores tambaleantes, sus primerosmisioneros para Latinoamrica y frica vivan frecuen-temente en extrema pobreza, salan con poco o nada dedinero, rara vez saban dnde pasaran la noche, o cmoobtendran la siguiente comida. Ellos no beneficiabanen nada a la IWW en sus vehementes denuncias de lasinjusticias del capitalismo industrial y de su inevitabledestruccin.

    Sintomticamente, la primera congregacin brasileafue fundada, en un distrito anarquista de la clase trabaja-dora de Sao Paulo, por un artesano italiano inmigranteque haba tenido contacto con Malatesta en Chicago porel espiritu santo. En Sudfrica y Rhodesia, el pentecosta-lismo puso sus primeras huellas entre los crculos de losmineros y las villas miseria donde, segn Jean Camaroff,pareca concordar con las nociones indgenas de lasfuerzas espirituales pragmticas y con la reparacin de ladespersonalizacin y la falta de poder de la experienciade la fuerza de trabajo urbana. El pentecostalismo lesconcede ms papel a las mujeres que ninguna otra iglesiacristiana y apoya enormemente la abstinencia y la fruga-lidad; el pentecostalismo como lo descubri R. AndrewChesnut en las baixadas de Belm posee un atractivoparticular para el estrato ms miserable de las clasesempobrecidas: esposas abadonadas, viudas y madressolteras. Desde 1970, y en gran medida por su atractivopara las mujeres de las villas miseria y su reputacin deser ciego al color, ha ido creciendo en lo que se dice quees el movimiento autorganizado ms grande de gente po-bre urbana en el planeta.

    Pese a que las declaraciones de que haban ms de533 millones de pentecostales carismticos en el mundoen 2002 son probablemente hiperblicas, debe habermuy bien la mitad de ese nmero. Se acepta comnmen-te que el 10% de Latinoamrica es pentecostal (cerca de40 millones de personas) y que el movimiento es por sislo la respuesta cultural ms importante a la urbaniza-cin traumtica y explosiva. Como el pentecostalismose ha globalizado, se ha diferenciado en distintas co-

    rrientes y sociologas. Pero aunque en Liberia, Mozam-bique y Guatemala, las iglesias patrocinadas por EU hantrado dictaduras y represin, y aunque algunas congre-gaciones de Estados Unidos estn ahora nominadasdentro de la corriente suburbana del fundamentalismo,el vnculo misionero del pentecostalismo en el tercermundo permanece ms cerrado al original espritu mile-narista de Azusa Street. Sobre todo, como Chesnut en-contr en Brasil, el pentecostalismo sigue siendo unareligin de la periferia informal (y en Belm, particu-larmente, de los ms pobres entre los pobres). En Pe-r, donde el pentecostalismo crece casi exponencial-mente en las grandes barriadas de Lima, Jeffrey Gama-rra afirma que el crecimiento de las sectas y de la eco-noma informal son consecuencia y son entre s unarespuesta.Paul Freston agrega que es la primera reli-gin masiva autnoma en Latinoamrica... Los lderespueden no ser democrticos, pero provienen de las mis-mas clases sociales.

    En contraste con el populista islam, que hace nfasisen la continuacin civilizada y en la solidaridad a travsde las clases en la fe, el pentecostalismo, en la tradicinde sus orgenes africanoamericanos, mantiene funda-mentalmente la identidad del exilio. Aunque, como el is-lam en las villas miseria, se relaciona a s mismo eficaz-mente con las necesidades de supervivencia de la clasetrabajadora informal (organiza redes de autoayuda paralas mujeres pobres; ofrece curacin de fe y paramedici-na; proporciona recuperacin del alcoholismo y la adic-cin; asla a los nios de las tentaciones de la calle, etc-tera), su premisa definitiva es que el mundo urbano escorrupto, injusto e irreformable. Est por verse, comoJean Camaroff ha sealado en su libro sobre las iglesiasafricanas sionistas (muchas de las cuales son ahora pen-tecostales), si esta religin de los marginados en las ba-rriadas pobres de la modernidad colonial es realmenteuna resistencia ms radical que la participacin en lapoltica formal o en los sindicatos Pero, con la izquier-da por mucho tiempo ausente de estas ciudades perdi-das, la escatologa del pentecostalismo se rehsa admi-rablemente al destino inhumano de las ciudades del ter-cer mundo, del que Slums hace advertencia. Tambinsantifica a quienes en un sentido estructural y existencialviven verdaderamente en el exilio

    New Left Review.Traduccin: Alicia Garca Bergua.Ilustraciones: Kurth Wirth, Drawing a creature process, ABC Edi-tions, Zurich.

    Las notas de este artculo pueden ser consultadas en nuestra pginade internet, www.estepais.com.mx