1 - Ave Lamia - Revista Cultural - Febrero 2018 · Juvenal García Flores Web Master DIRECTORIO ......

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DIRECTORIO

Abril 2017 Año 5, número 54

Director José Luis Barrera Mora

Editor

Luciano Pérez

Coordinador Gráfico Juvenal García Flores

Asistente de editor

Norma Leticia Vázquez González

Web Master Gabriel Rojas Ruiz

Consejo Editorial Agustín Cadena

Alejandro Pérez Cruz Alejandra Silva

Fabián Guerrero Fernando Medina Hernández

Ave Lamia es un esfuerzo editorial de:

Director

Juvenal Delgado Ramírez

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ÍNDICE

EDITORIAL 3

IMAGEN DEL MES “Modestia”

Ana Bick 5

EL GRADUADO A CINCUENTA AÑOS DE SU ESTRENO José Luis Barrera Mora 6

1967: LLEGAN LOS HIPPIES

Luciano Pérez 10

EL LIMITE DEL SUEÑO

Adán Echeverría 14

EL PORVENIR

Armando Manzanares 21

CINCO TEXTOS ROMANOS

Luciano Pérez 22

ADVENIMIENTO (Parte 8)

Enrique Soria 25

125 AÑOS DEL NACIMIENTO

DE TOLKIEN

LOKI PETERSEN 29

SOBRE LOS AUTORES 32

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Acuerdate de abril, nos dice el trovador, y Eliot nos recuerda que es el mes más cruel. Lo cierto

es que abril es el mes en el que se manifiesta de lleno la primavera a la que se le ha dado el

estigma de renovación, de alegría y de romance. Pero fríamente visto no tiene nada distinto que

otros, salvo el calor in crescendo, que comienza a acosarnos.

No creo que abril implique nada particular, salvo que se puede andar y dormir con poca o

nula ropa por la casa, o que las hormonas se enloquezcan por el terrible calor: lo cual casi nunca

ha de tener un buen término. Florecerán y reverdecerán los campos, las cosechas comenzarán

a dar sus frutos, pero el desamor seguirá presente, lo mismo que durante el resto del año, pese

a las implicaciones románticas que se le dan. Tal vez por eso es que fue en abril de 2012 que se

le dio rienda a la creatividad con la creación de la antecesora de Ave Lamia, no muy digna de

recordar, pero que nos proporcionó las bases de experiencias, para que unos meses después

iniciara el vuelo de la Lamia que nos ampara de las vicisitudes de la vida. Y en aquel inicio un

tanto errático en contenidos, nos apadrinó justo el poema de T. S. Eliot. Desde ese entonces ya

se perfilaba ─entre poemas cursis y lloriqueos de un viejo seudoenamorado─ el carácter de la revista que anda

corriendo como

toro cincoañero

en la plaza de

toros.

Veamos con

frialdad extrema

que sólo entra-

mos al cuarto mes

del año, que para

algunos será tris-

te, para otros feliz

y para muchos

más ni siquiera u-

na buena anécdo-

ta saldrá a flote.

Volteemos mejor

a ver el vuelo de la

Lamia que,

tengan plena

confianza, traerá

conocimiento y

sensaciones

varias, como es

su costumbre.

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Lamia que, tengan plena confianza, traerá conocimiento y sensaciones varias, como es su

costumbre.

Montados en banalidades, los comerciantes nos venderán amores para la primavera de los

más jóvenes y renovaciones multiples para los más viejos. Pero no dejarán de mandarnos una

andanada de necesidades creadas para engrosar sus cuentas y adelgazar nuestra cartera. Pero ya

veremos si a las “horas pico” nos dan la tan mentada felicidad primaveral en el metro, o montados

en un transporte metálico que nos pondrá al borde de un pandemónium en nuestro éxodo cotidiano.

Hay un español al que le robaron el mes de abril, por favor avísenle que lo encontramos en

México, pero que ya está devaluado, desvencijado, sodomizado y absolutamente abyecto. Si aún lo

desea, con gusto se lo hemos de devolver, porque ya tenemos a la vista un mayo ideal para

mancillar.

No esperemos el amor ni la renovación porque es en la esperanza donde se inseminan las

fatalidades de la decepción. Vienen las amarguras, las añoranzas de lo que no nos pertenece, la

sensación de haber perdido el tiempo. Nos han hecho creer que lo imposible puede ser posible,

aunque de antemano sabemos que son antónimos, y eso no hará juzgar mal las capacidades. Es

abril y nada más, nada distinto habrá salvo lo que nos depare el destino que no tiene meses

predilectos para descargar su “Espada de Damocles” sobre nuestras cabezas.

Stregheria Leland

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“Modestia”

Mix media sobre lienzo

Ana Bick

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n este 2017 se cum-

plen cincuenta años

del estreno de una

película que, si bien no tras-

pone el tiempo como una clá-

sica, bien vale la pena reme-

morarla por lo icónica que

resulta para una década en

que el movimiento hippie se

encargó de evidenciar a una

sociedad moralista y deca-

dente que intenta describir el

director alemán Mike Nichols

en ”El graduado”; cinta que le

mereció el Oscar a mejor

director, además de varias

nominaciones, entre las que

se encontraban a mejor pe-

lícula, actor y actriz (para

Dustin Hoffman y Anne Ban-

croft respectivamente), así

como la de actriz de reparto

para Katharine Ross.

Se le ha querido real-

zar como cine de arte, cuya

sola mención ha hecho que

muchos hablen de lo so-

brevalorada que ha sido. A

este respecto, cabe mencio-

nar que en 1996 fue consi-

derada “cultural, histórica y

estéticamente significativa”

por la Biblioteca del Con-

greso de los Estados Unidos

y seleccionada para su pre-

servación en el National Film

Registry. Se pueden decir

muchas cosas a favor o en

contra pero no se debe dejar

de lado los aportes que ha

dado a los anales del cine ho-

llywoodense. Escenas que

quedan en la memoria ciné-

fila, como la que ilustra el car-

tel de la película, donde a-

parece la pierna de la señora

Robinson (Bancroft) enfun-

dándose en una media, ante

un Benjamin Braddock (Hoff-

E

El graduado

A cincuenta años

de su estreno

José Luis Barrera

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man) que no deja de mirarla.

O la frase de Braddock a

Mrs. Robinson: “¡Usted está

tratando de seducirme!”,

cuando ella evidentemente lo

está haciendo, en su propia

casa de ésta. Y por supuesto,

la banda sonora de la que no

podemos olvidar “Los soni-

dos del silencio” y “Mrs. Ro-

binson” (creada especial-

mente para la película).

Anne Bancroft; que

contaba con 36 años en la

fecha del estreno de la pe-

lícula, tenía ya una larga ca-

rrera de una veintena de pe-

lículas, en donde resaltan

“Un milagro para Helen” (The

Miracle Worker), de 1962 y

dirigida por Arthur Penn, y en

la que interpreta a Anne Su-

llivan, la maestra de la famo-

sa escritora, oradora y acti-

vista política sordociega esta-

dounidense Hellen Keller

(interpretada por una muy jo-

ven Patty Duke), gracias a la

cual recibió premios: un Os-

car, un Bafta, un Globo de

Oro y una Concha de Oro en

San Sebastián. Su actuación

no es sino resultado de su

gran estilo actoral (no reco-

nocido como se merece) que

le permitió pertenecer a la

legendaria asociación Actors

Studio. “El graduado” la elevó

a la categoría de mito erótico

para varias generaciones de

amantes del cine.

A su vez, Dustin Hoff-

man contaba con 30 años, y

“El graduado” fue su opor-

tunidad de destacar y ser re-

conocido como actor, tenien-

do en su haber tan sólo una

película filmada (The Tiger

Makes Out) al momento de

actuar en la que estamos re-

memorando. De ahí en ade-

lante se desarrolla una ca-

rrera de casi setenta pelícu-

las, de las que destacaré

“Papillón” (1973), “Kramer vs

Kramer” (1979) y “Rain Man”

(1988), y seis Globos de Oro

y dos Oscares los tiene en su

haber al día de hoy.

Por su parte, la prota-

gonista joven, que tenía 27

años, Katharine Ross, pese a

la gran actuación en esta

cinta que le valió la nomina-

ción al Oscar, tuvo una ca-

rrera descendente, sin lograr

destacar, filmando películas

de lanzamiento limitado, sin

conseguir un solo premio

actoral.

“El graduado” está

basada en la novela homó-

nima de Charles Webb, pu-

blicada en 1963, y trata de

Benjamin Braddock, un joven

recién graduado con honores

de una universidad (cuyo

nombre no se menciona),

que retorna a la casa de sus

padres, no obstante mostrar

albergar un gran rencor con-

tra la hipocresía y banalidad

de la sociedad que lo rodea.

Un tanto hastiado, rehúye la

sofisticada y fútil reunión que

le organiza el padre para dar-

le la bienvenida, se encuen-

tra con una señora Robinson

encaprichada con el mucha-

cho ─al que conoce desde

que era un niño─, lo obliga a

llevarla a su casa para in-

tentar seducirlo, lo cual re-

chaza en un primer momento

el joven, aunque después

acceda a los encuentros a-

morosos con la madura, a-

tractiva y alcohólica amiga de

la familia. Pero la vida se

complica, cuando él se ena-

mora de Elaine, la hija de su

amante, quien pese a sen-

tirse atraída hacia él, cuando

se entera de las relaciones

que ha tenido con su madre

se aleja de Benjamin. El final,

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pese a tender hacia el final

feliz y absurdo de la industria

hollywodense (llega a la igle-

sia para evitar que se case

con el otro, un indudable cli-

ché por demás utilizado en

las comedias románticas), no

deja de filtrarse en la memo-

ria fílmica universal, ya que

en la escena de la huida de

Benjamin y Elaine, el director

nos muestra unos rostros en

primer plano que fluyen de la

alegría a la inexpresividad

que rompe con la convencio-

nalidad, dejando entrever u-

na sutil duda de los perso-

najes hacia el futuro. De este

final no puedo dejar de men-

cionar la parodia que de ella

se hace en “Los Simpson”, en

el capítulo 102 de la tem-

porada 5, “El amante de Lady

Bouvier”.

(http://www.taringa.net/posts/

info/15292053/El-graduado-

y-los-Simpsons.html)

La escena en la que

Dustin Hoffman viste con tra-

je de buzo no ha dejado de

tener opiniones divergentes,

ya que para muchos es in-

necesaria y ridícula, pero me

parece que no se ha enten-

dido el sentido de presión y

ahogo que pretende el direc-

tor que captemos, y nos

identifiquemos con la psique

del protagonista. La cámara

dentro de la escafandra, per-

cibiendo la respiración y li-

mitada visibilidad de Brad-

dock, así como su larga e in-

fructuosa estancia en el

fondo de la piscina, nos re-

fleja una mordaz crítica a lo

asfixiante y limitante que es la

sociedad que representa la

familia Braddock.

El uso de los primeros

planos que le dan un tono

intimista y que provoca que

nos identifiquemos con el

personaje es, a mi parecer u-

na decisión acertada por

parte de Nichols, aunque mu-

chos de los que lo han mi-

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nimizado no se hayan perca-

tado de ello. Debo mencionar

otro momento interesante, el

cual lo encontramos cuando

Benjamin se relaja en una

colchoneta en la piscina, con

su actitud negligente que es

una forma de agredir a la so-

ciedad a la que pertenece su

familia. En esta parte de la

película ya se ha iniciado la

relación con la Sra. Robinson

y en este momento aparecen

sus padres y el matrimonio de

los Robinson. El plano con-

trapicado desde la colcho-

neta donde está Benjamin,

nos implica la mirada des-

lumbrada de éste por el sol

que no le deja ver con cla-

ridad los rostros de los cuatro

adultos, mientras lo presio-

nan a hacer algo de su vida y

que salga con la hija de los

Robinson. Nuevamente se

muestra la sensación de ato-

sigamiento de parte de los

padres que representan a su

propia sociedad y sus valores

materialistas. Estos detalles

son los que hacen una direc-

ción acertada, merecedora

del Oscar, como ya antes lo

mencioné.

Y por supuesto no po-

demos omitir las brillantes ac-

tuaciones de los ya men-

cionados Dustin Hoffman,

Anne Brancroft, y Katharine

Ross, así como al experi-

mentado Murray Hamilton

(interpretando al sr. Robin-

son), llevando a buen puerto

la actuación de personajes

muy complicados con gran

atingencia. Y motu proprio, el

gusto de ver a la carismática

Marion Lorne (la tía Clara de

la serie “Bewitched”, también

de los años sesentas), aun-

que fuera en dos incidentales

apariciones muy en su perso-

nalidad tan entrañable.

A cincuenta años de

su estreno es evidente que la

película ha perdido cierta vi-

gencia, pero los rasgos artís-

ticos dejados por la magnífica

dirección y actuaciones siem-

pre la tendrán como un refe-

rente del séptimo arte.

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ace cincuenta años el

mundo estaba cam-

biando. Esta vez no

por una revolución política

como la francesa o la rusa, ni

económica como la industrial.

Ahora era social, y empren-

dida desde un sector de la

humanidad que nunca en la

historia se había expresado

por sí mismo, al estar siem-

pre sometido a los adultos: la

juventud. Muchos jóvenes

decidieron que 1967 era el

año en el que su propia re-

volución, a la que llamaron

sicodélica, por fin había llega-

do. Y ellos fueron llamados

hippies, que para los adultos

siempre tendría un significa-

do peyorativo. La palabra ve-

nía del inglés “hip”, cadera, al

parecer por el movimiento

que hacían al caminar, ya re-

lajados por la droga.

Se puede decir que hi-

ppies siempre los hubo, y uno

de ellos fue el filósofo griego

Diógenes el Cínico, que deci-

dió despreciar los modos a-

ristocráticos de Platón y las

obsesiones escolares de

Aristóteles, para, desnudo y

con el pelo largo, meterse a

un barril y hacerlo su hogar;

desde ahí lanzaría sus fero-

ces protestas contra el mun-

do. Se le dijo cínico por decir

las verdades. El poeta ale-

mán Friedrich Hölderlin fue

otro, cuando renunció a la vi-

da académica y cultural, dejó

de asearse y vestir con de-

coro, y se puso un gorro de

bufón para echarle al mundo

en cara lo absurdo que era

éste. Por supuesto, se le con-

sideró loco, y un caso se-

mejante fue el de su discípulo

Friedrich Nietzsche.

Podríamos enumerar

más casos, tomados de toda

la historia universal, pero se

trató siempre de sucesos ais-

lados, nunca de un movi-

miento. Y en 1967, cuando

H

1967: llegan los hippies

Luciano Pérez

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miles y miles de jóvenes deci-

dieron ser y hacerse hippies,

entonces las autoridades, los

padres, los profesores, los

clérigos, comenzaron de ver-

dad a preocuparse, e inicia-

ron una campaña de des-

aprobación contra esos “su-

cios y drogadictos” que, ves-

tidos de manera estrafalaria,

proclamaban que había que

renunciar a las guerras y al

odio, para que sólo hubiese

amor y paz.

Si bien el fenómeno se

hizo mundial, originalmente

fue otra de las tantas rarezas

que suelen darse en ese país

en el que muchos, inexpli-

cablemente, sueñan: los Es-

tados Unidos. Y aquí, hace

cincuenta años, había un pro-

blema muy grave, propiciado

por el afán del gobierno ame-

ricano por mantener a salvo

la libertad y la democracia en

el mundo, ante la amenaza

comunista. Así que cuando

en Vietnam, un lejano país

del sudeste de Asia, el comu-

nismo estaba por implantar-

se, las fuerzas armadas es-

tadounidenses hicieron acto

de presencia ahí para impe-

dirlo. Entonces fue que el pre-

sidente Lyndon B. Johnson

ordenó el reclutamiento ma-

sivo de gente joven para que

fuese enviada a luchar por el

sueño americano ante los

guerrilleros del Vietcong. Por

supuesto que ello provocó re-

chazos y protestas. El con-

flicto empeoraría en los años

por venir, pero fue en 1967,

precisamente por iniciativa

de los hippies, que surgió un

vasto movimiento en contra

de esa guerra.

Los hippies fueron se-

res báquicos, como discípu-

los del dios Dionisio en bús-

queda de sensaciones pla-

centeras y novedosas. Se

lanzaron hacia otras dimen-

siones, renunciando así a las

tradiciones y costumbres de

los adultos. A la dimensión

musical, que con el disco

“Sargento Pimienta” de los

Beatles dio cauce a nuevos

sonidos, nuevas imágenes y

nuevas palabras. Y a la di-

mensión mental, relacionada

con la anterior, donde las dro-

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gas abrieron la puerta hacia

diferentes percepciones. Por

supuesto que ser hippie y

consumir drogas se conecta-

ban. La cannabis fue de uso

normal entre ellos, pero quie-

nes querían saber algo más

experimentaron con hongos

alucinógenos, y con una dro-

ga creada en laboratorio: el

LSD, o ácido lisérgico, el cual

llenaba la cabeza de colores

y de voces extrañas. Los pro-

pios Beatles, que ya eran pro-

piamente hippies, usaron la

droga como una manera de

lograr canciones insólitas, e

igual hicieron otros grupos de

rock de la Gran Bretaña y los

Estados Unidos.

El cabello largo, gran-

des barbas y bigotes, la ropa

colorida, el desaliño total,

collares y pulseras, flores en

el pelo, caracterizaron a los

jóvenes, y en el caso de las

muchachas igual, salvo las

barbas y bigotes, pero en vez

de esto mostraban abierta-

mente los senos. Organiza-

ron pues un verano del amor

hace cincuenta años en San

Francisco, California, para a-

nunciar así su gran rechazo a

todo cuanto el mundo adulto

significaba, y proclamaron su

apego a otra manera de ver

la vida, donde sólo la paz y el

amor eran prioritarios. Esto

es, paz para poder disfrutar

sin molestias de las expe-

riencias alucinógenas, her-

manadas éstas con la música

y la literatura. Y amor para

unirse unos a otros sexual-

mente sin estorbos morales y

compromisos legales absur-

dos. Porque el hippie no es-

taba tanto refiriéndose al a-

mor ágape predicado por

Cristo, aunque lo pareciera,

sino abiertamente al amor e-

ros, donde los cuerpos copu-

lan frenéticamente sin ocu-

parse de si hay enamora-

miento o no. ¿Familia? ¿Em-

pleo? ¿Escuela? ¿Iglesia?

¡Nada de eso! Con cannabis

y LSD, con música de los

Beatles y de los Rolling Sto-

nes, con versos de Blake y de

Baudelaire, la vida tenía que

ser otra.

Los hippies no sólo

celebraron el arte y las dro-

gas, sino también a la natu-

raleza. Para ellos tenían más

importancia los mares y las

montañas, los árboles y los

animales, que las industrias y

máquinas que ya tenían dé-

cadas destruyendo la vida.

Los hippies fueron los prime-

ros en protestar contra la de-

predación de los recursos na-

turales, en contra así de lo

que la vida burguesa (la me-

jor vida) decía ser inevitable

para que el progreso conti-

nuara. Por lo tanto, los hi-

ppies se opusieron a este

llamado progreso. ¿Para qué

coches? Se podía caminar.

¿Para qué relojes? La hora

no importaba. ¿Para qué te-

levisión? Nada se perdía no

viéndola, toda llena de anun-

cios publicitarios para com-

prar y más comprar. Por lo

tanto, también los hippies

fueron pioneros en luchar

contra el consumismo, así

que desdeñaban el vestirse

bien, y algunos ni zapatos u-

saban. Muchos de ellos pro-

cedían de familias acomo-

dadas o de clase media, y tu-

vieron que acostumbrarse a

vivir sin privilegios. Y aunque

algunos hippies considera-

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ban a Cristo como su precur-

sor, aborrecieron por comple-

to de toda religión estableci-

da. Algunos se acercaron al

hinduísmo y al budismo, que

parecieron más pertinentes y

nada opresivos con respecto

al cristianismo.

En 1967 el mundo

cambiaba por todos lados, y

haría explosión un año des-

pués, en 1968. No todos los

hippies permanecieron sién-

dolo para toda su vida, aun-

que no faltaron quienes llega-

ron a viejos así, a riesgo de

verse obsoletos. Algunos de-

cidieron regresar a la “civili-

zación” y ya para los setentas

habían encontrado trabajo,

se casaron y se adaptaron a

lo que antes les había pare-

cido abominable. Sólo de re-

pente los delataba algo de su

vieja filiación: el pelo largo,

ahora limpio y peinado; la ro-

pa de colores, ahora bien

planchada; y un cigarrillo de

cannabis por las tardes, para

relajamiento. Muchos jóve-

nes de aquel tiempo no fue-

ron siquiera hippies, pero a-

doptaron las ropas, el cabello

y algunas costumbres de és-

tos. Incluso hubo adultos que

decidieron imitar también lo

exterior de los hippies, nunca

lo en verdad importante, que

era lo interior, incluso intenta-

ron entender la música, aun-

que no todos pudieron. ¿Y

Vietnam? Los propios adultos

empezaron a dudar sobre la

justicia de esa guerra. ¿Y el

medio ambiente? También

algo tenía que hacerse, pues

su destrucción podría llevar a

la destrucción del mundo

mismo. El movimiento hippie,

la revolución sicodélica, ter-

minó fracasando, pero mu-

chas de sus ideas de alguna

manera fructificaron. Quizá

fue la última oportunidad de

que la vida fuese otra, de que

el mundo cambiase, lo que

tanto se empeñaron Marx y

Rimbaud para que se logra-

se, en esa larga lucha de la

cultura por hacerle frente a la

civilización.

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ay muchas formas de

tranquilizar a los es-

tudiantes, había di-

cho el director en la junta de

profesores. No basta querer

que el aprovechamiento es-

colar sólo sea mediante cla-

ses y tareas. Hay que llegar

hasta muy dentro de sus

mentes. Las mentes de los jó-

venes son moldeables, pero

primero tienen que concen-

trarse. Los niños de hoy son

incorregibles, nada los asus-

ta. No basta amenazarlos. Y

si los castigamos, tendremos

acá a los padres con sus que-

jas, o una nota en el perió-

dico. Los padres no los con-

trolan pero quieren que, de la

escuela, les devuelvan niños

bien portados. Sin supervi-

sión se vuelven flojos, no ha-

cen tareas y su aprovecha-

miento es nulo. Parece que

los padres traen a los niños a

la escuela para deshacerse

toda la mañana de ellos.

Cuando trabajan los dos, lo

puedo entender. Pero no los

supervisan aunque uno de

sus padres se quede en casa.

De nada sirve que hayan am-

pliado las horas en la escue-

la. Entran 7.30 y salen hasta

las cuatro de la tarde, y ni así

cumplen con las tareas.

"Pero, maestro, se su-

pone que se quedan hasta

las cuatro para que no se

marquen tareas. En mi caso,

las tareas las hacemos en el

salón." Los maestros dividían

sus argumentos. Había quie-

nes trabajaban muy a gusto

con los chicos, pero había

quienes, con sus más de diez

años de servicio magisterial,

estaban acostumbrados a sa-

lir al medio día. "Se supone

que salíamos a la una de la

tarde, porque no es lo mismo

trabajar ocho horas en una o-

ficina, que lidiar ocho horas

con cuarenta chamacos. Esta

reforma es injusta. Ya qui-

siera verlos…". Y entre los

profesores cuchicheaban: "É-

se, aunque trabaje cinco ho-

ras siempre se quejaría". "Es-

tuvo de aviador por años; cla-

ro que la reforma lo iba a eno-

jar".

El director llamó al or-

den y continuó: “Vivimos nue-

vas épocas y se ha perdido

el respeto tanto a los maes-

tros como a la educación.

Pero no hay que seguir ali-

mentando esta animadver-

sión. No soy de los que pre-

tende escapar de clases para

ir a marchar y dejar a los a-

lumnos sin escuela. Por eso

espero que entiendan mi pro-

puesta. La ciencia ha tenido

sus avances y ha demos-

trado que con la aplicación de

ciertos medicamentos los ni-

ños siempre pueden hacerse

dóciles. ¿No es así, doctor?”

"Bueno, la idea no es

exactamente hacerlos dóci-

les. En nuestra empresa lo

que queremos es que la me-

dicina sirva a la sociedad. En

este caso, sabemos que par-

H

El límite del sueño.

Adán Echeverría

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te del bajo aprovechamiento

en el alumnado está en su

falta de atención…"

"¿Es usted doctor", pre-

guntó la maestra Cecilia.

"No. Soy representante

farmacéutico."

"Un vendedor, vaya."

"La empresa para la

que trabajo tiene como obje-

tivo…"

"¿Sabía usted que se

duda del trastorno del déficit

de atención?"

"No estamos acá por el

TDA. Es un poco más com-

plejo, profesora."

"Maestra, deje que el

compañero exprese sus ar-

gumentos. Luego contestará

preguntas", la atajó el director

y agregó: "Es un programa

piloto en el que quiero que la

escuela entre. Si se observan

resultados positivos, la Se-

cretaría de Salud y la Secre-

taría de Educación Pública,

podrán implementar un pro-

grama a nivel nacional. Ade-

más la maestra de educación

especial estará supervisando

a los alumnos, charlará con

los padres de familia, para

que todo se haga con super-

visión."

"Sí, pero ni usted, ni la

maestra, ni el señor, acá, son

médicos; y quieren dar esos

medicamentos, que no son o-

tra cosa que drogas, a los

alumnos. Yo no estoy de

acuerdo. Y no creo que los

padres de familia lo estén. Al

menos, yo no les daré nada

sin la orden de un médico y la

aprobación de los padres de

familia".

"Su argumento ha sido

escuchado y será considera-

do, maestra; ahora por favor,

¿podemos continuar con la

sesión?", sentenció de golpe

el director, un poco harto de

ser interrumpido. La joven

maestra miró a los demás

profesores de la escuela,

buscando apoyo entre sus

rostros, pero no se inmuta-

ron; muchos ni siquiera la

miraban. Apenas llevaba un

año en la escuela, y seguía

siendo la nueva, la joven, la

que entró por la reforma e-

ducativa, que la mayoría de

los maestros odiaba.

Los profesores, de lo

que antes eran los dos turnos

del plantel educativo, lleva-

ban reuniéndose los últimos

quince días, y esa mañana

las reuniones terminaban.

Todos estaban un poco apu-

rados por terminar las capaci-

taciones, cuando el director

quiso hablarles en la sala de

juntas. Con el nuevo sistema

de escuelas de tiempo com-

pleto que se implementaría

en su plantel, se acababan

los dos turnos; y las dos plan-

tas de profesores cubrirían

uno solo, con el doble de gru-

pos para cada año de la edu-

cación primaria. En una se-

mana comenzarían las cla-

ses, y la capacitación del

profesorado por parte de los

instructores federales sirvió

para actualizar temas, dividir

grupos, checar listas de asis-

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tencia, y repartir al alumnado

por grupos. Una vez que los

instructores de la capacita-

ción se fueron, el director les

dijo que los esperaba a todos

en la sala de juntas; el lunes

siguiente la escuela empeza-

ría con un nuevo modelo, y

era necesario llegar a un últi-

mo acuerdo, y quería expo-

nérselos.

Aprovechando que el

representante médico hizo

una pausa en su discurso

para contestar algunas pre-

guntas del profesorado, el

director tomó de nuevo la pa-

labra: “Piensen que es lo más

humano; se trata de un me-

dicamento que puede tener a

los estudiantes concentrados

en su aprendizaje. Un buen

alumnado, dará mejores re-

sultados para las pruebas de

aptitudes, mejorará el prome-

dio, y seguro tendremos me-

nores quejas de parte de los

padres de familia. Es algo a

lo que tenemos que recurrir, y

no hay vuelta atrás. Preciso

es que todos estemos a favor

de estos medicamentos. Que

estemos todos conformes y

aceptemos. Tranquilizar a los

muchachos, nos ayudará a

tener una escuela con mayor

aprovechamiento. ¿Las se-

cuelas?, no pensemos en e-

llas ahora, cuando salgan de

la escuela ya no serán nues-

tro problema. Lo verdadera-

mente importante es reducir

las bajas calificaciones que

tuvimos el año pasado que

nos puso bajo la mira de los

supervisores federales. Y si

la ritalina nos brinda esa o-

portunidad, qué bien, habre-

mos ganado bastante. Por

eso hemos coincidido, la

maestra de los grupos espe-

ciales y yo, junto con el com-

pañero de la empresa farma-

céutica, que los medicamen-

tos son la mejor opción. Em-

pezaremos desde la primera

semana. A ustedes les co-

rresponderá hacer ahora un

listado de los niños que el

año pasado presentaron peor

comportamiento. Y serán a-

sesorados por la maestra Le-

ticia, durante toda la prueba

piloto, que durará un mes;

con ella iré llevando el con-

trol. El compañero de la far-

macéutica, nos dejará mues-

tras médicas para comenzar.

Si al final del mes, vemos una

mejora en los niños, amplia-

remos el proyecto a todos los

alumnos de la escuela”.

Unos días antes, cuan-

do apenas el curso de los

profesores comenzaba, la

maestra Leticia esperaba en

un café la visita de su her-

mano que temprano le había

llamado al móvil, para decirle

que estaba en la ciudad. Te-

nían casi cinco años sin ver-

se, ni estar en contacto. Su

llamada le había sorprendido

y alegrado. Pero fue mayor la

inquietud, cuando su

hermano prefirió que lo viera

en un café en vez de llegar a

su casa.

─ ¿Para qué me citas

en este café? ¿Cuándo lle-

gaste a la ciudad?

─ Hace unos días. Ten-

go un buen negocio, y quería

platicarlo a solas contigo, en

un lugar que fuera menos

personal.

─ Me hubieras avisado

que venías…

- Sólo estaré unos me-

ses acá. Pero déjame, te

cuento del negocio que ten-

go. Un amigo y yo, nos hici-

mos de un lote de medica-

mentos. ¿Sabes lo que es un

lote de medicamentos? Son

muchísimas cajas de medi-

cina.

─ Las van reportar co-

mo desaparecidas.

─Tal vez. Por eso no

pienso llevarlas a ninguna

farmacia ni hospital, ni dár-

selas a médicos.

─ ¿Y qué harás con e-

llas?

─ He pensando vender-

las entre los estudiantes. Por

eso quiero tu ayuda.

─ No quiero meterme

en problemas otra vez. Por e-

so me mudé, para empezar

de nuevo donde nadie me co-

nociera.

17

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─ No me vengas con e-

so, hermanita. Todo está cu-

bierto. Yo siempre voy a pro-

tegerte y en este negocio,

saldremos ganando.

─ ¿Robaste los medica-

mentos?

─ No los robé. Me hice

de ellos.

─ Se las quitaste al que

las robó, entonces.

─ Digamos que el pri-

mero que las tenía ya no ven-

drá por ellas. Y he viajado

hasta acá, vendiendo de a

poco algunas cajas. Para que

te des una idea del valor que

tienen.

─ ¿Cuál es el plan, en-

tonces?

Cuando el represen-

tante médico concluyó por fin

su charla, con los maestros

reunidos a su alrededor en la

sala de juntas del colegio, sa-

có de su maleta algunas

muestras médicas, para que

vieran de qué medicamento

se trataba, unas pastillas ro-

sadas con forma de rombo.

Leyó en voz alta algunos pre-

cios comerciales de los medi-

camentos, para hacer hinca-

pié en la ayuda que signi-

ficaba para las familias este

"proyecto piloto" por la in-

versión que las familias se

ahorrarían. Envestido en esa

bata médica con el mismo lo-

gotipo de la farmacéutica de

las medicinas que les iba en-

señando, el hombre se volvía

alguien en quien confiar.

"¿Están ustedes locos?

No cuenten conmigo para es-

to"; interrumpió la maestra

Cecilia, poniéndose de pie.

La idea de dopar a los alum-

nos no le parecía una deci-

sión que deberían tomar los

maestros de la escuela. Pero

el director se había trazado

un objetivo y quería alcanzar-

lo con el apoyo de la mayoría.

"Maestra, por favor, mo-

dere su lenguaje y tenga

calma".

"Son sólo niños, y uste-

des ¿quieren drogarlos?, y

sin el permiso de sus pa-

dres".

"A ver, a ver maestra.

Acaso no recuerda usted que

en el transcurso del año pa-

sado me envió a más de diez

de sus alumnos; acá tengo

los reportes de cada uno de

ellos que atendí, y en una de

las columnas, el nombre del

profesor que hizo el favor de

enviármelo. Ningún grado se

salva. Ni el suyo. Atendí ni-

ños desde primero hasta sex-

to año". La maestra Leticia te-

nía las hojas en la mano, y las

pasaba frente a las narices

de los profesores.

"Pero por problemas de

conducta específicos…"

"Entonces usted me en-

vía sus problemas, pero

cuando le traemos una solu-

ción, nos acusa de querer

hacerle mal a los alumnos",

sentenció la maestra Leticia.

"No me malinterprete,

maestra Leticia"

18

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"Ya, Cecilia, ya diste tu

opinión, deja que los demás

también se expresen", inter-

vino el maestro de Educación

Física. "Creo que con un mes

de pruebas será suficiente

para saber con qué cosa es-

tamos lidiando acá. No creo

que vaya a haber ningún pro-

blema. Se hablará con los pa-

dres de esos chicos proble-

máticos, ¿verdad?"

"Desde luego que sí,

profesor. La maestra Leticia

ha estado en constante co-

municación con ellos, desde

el año pasado. Tenemos in-

cluso registrados a los alum-

nos que tuvieron que ir al si-

cólogo y a los que han ido al

siquiatra."

"Ese es mi trabajo, com-

pañeros", dijo sonriente la

maestra Leticia, apoyando

las palabras del director; y su

sonrisa pareció calmar los

ánimos que se habían encen-

dido cuando la profesora

Cecilia se levantó de su a-

siento.

"Si los niños van a me-

jorar; y los padres están ente-

rados, creo que deberíamos

hacerlo", apuntó el maestro

de educación física, y sus pa-

labras fueron aplaudidas u-

nánimemente. "Los niños es-

tarán mejor con el medica-

mento. Así podrían concen-

trarse y atender mejor en cla-

se", dijo otra de las profeso-

ras jóvenes. "Sólo a los

flojos los alumnos se les

salen de control", dijo una

más experimentada a quien

le quedaba apenas un año de

servicio para luego jubilarse.

"¿Me está diciendo flojo,

maestra?", atajó uno, a

manera de broma. "Pues si le

vino el saco, póngaselo".

La noche anterior, en

casa de Leticia, se había to-

mado la decisión. “Por favor,

Francisco”, decía la mujer

mientras tomaba una ducha.

“Hazlo por mí. Dame tu apoyo

en esto. Mi hermano tiene

que acomodar ese medica-

mento. No me preguntes có-

mo lo obtuvo, y si lo ayuda-

mos con su venta nos dará

ganancias a todos. El plan es

este: Haremos una prueba

con los niños más terribles de

la escuela; sólo necesito tu

aprobación, para poder en-

tregar cartas membretadas

por la escuela, a los padres

de familia. Con el membrete y

mi firma, más una pequeña

charla, estoy segura de que

aceptarán el medicamento. Y

una vez que empiecen a

tomarlas, ¿sabes lo adictivas

que son? Entonces enviamos

a los padres con mi hermano

que se las venderá sin ne-

cesidad de receta; eso les

ahorrará doctores, y aunque

son caras, con mi hermano

las conseguirán más baratas

que en cualquier farmacia.

Mi hermano me ha di-

cho que es una suerte que

tenga ese lote de medica-

mentos en su poder, porque

se le puede sacar una bar-

baridad de dinero. Ya des-

pués, cuando hayamos ven-

dido todas, los canalizamos a

algún médico, y listo. Como

las cartas serán falsas, hasta

pienso en que mi hermano

19

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firme en mi nombre para no

comprometerme, y una vez

que los padres de familia

acepten, quemamos todas

las cartas, y si es necesario

mandamos a los chamacos al

siquiatra. Tiene un lote de

medicamentos, ¿sabes cuán-

to es un lote?, como para ga-

nar un buen dinero, por un a-

ño al menos”.

Francisco, el director

del colegio se sentó en la ca-

ma. Mientras escuchaba la

voz de Leticia, buscaba por la

habitación las prendas de su

ropa. Enfrente de él tenía su

ropa interior, y entonces re-

cordó que se había sacado el

pantalón y la camisa desde la

sala, antes de pasar a la ha-

bitación. La cena que Leticia

había preparado estuvo deli-

ciosa, y aunque ni siquiera se

acabaron la botella de vino,

se sentía satisfecho de cómo

había caminado la velada.

Aún tenía en el cuerpo el olor

de la maestra, y quería con-

servarlo, por eso decidió que

no quería bañarse cuando

ella lo invitó a la regadera.

Desde la cena había presta-

do atención a lo que la mujer

le había contado, pero su

mente se detuvo unos instan-

tes en "aquel hermano" del

cual acababa de enterarse.

Para tranquilizarlo, Leticia le

mostró fotos de su hermano y

ella, jóvenes, en aquella ciu-

dad de donde eran origi-

narios. E incluso le marcó al

móvil junto a él, para que no

hubiera mayor sospecha.

Quedaron de verse en el mis-

mo café, ahora los tres, para

afinar detalles, siempre y

cuando Francisco se decidie-

ra. Y se decidió. "Si las dro-

gas nos van a tener calmados

a los chamacos, por qué no";

dijo el director, aún desnudo,

y sentado en la cama de la

profesora Leticia.

La mujer caminó con el

cuerpo moteado aún por el

agua de la regadera, se ace-

rcó por detrás de él, le cruzó

los brazos sobre el cuello; ja-

ló su cabeza, y le dio un largo

beso, mientras untaba sus

pechos en la espalda desnu-

da del director:

"Eso es, amor; una vez

que los padres vean que sus

niños mejoran, querrán com-

prar el medicamento, y mi

hermano se los venderá.

Quedó en darme un porcen-

taje de la ganancia. Ese di-

nero me ayudará mucho, so-

bre todo ahora que ya no ten-

go doble sueldo por la unifi-

cación de los turnos. De esta

forma, ¿quién podrá culpar-

nos?"

"Les pido su coopera-

ción, y claro, su discreción

para con el asunto" concluyó

el director; dando por finaliza-

das esas dos semanas de ca-

pacitación y acuerdos. Ceci-

lia levantó de nuevo la voz:

"Es una locura. No participaré

en drogar a los niños del co-

legio". Fue la única en contra

de lo que el director había

decidido. Con tal de llevar la

fiesta en paz, todos votaron a

favor.

“Espere, maestra". El

hermano de Leticia se acercó

a Cecilia, mientras ésta guar-

20

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daba cosas en su bolsa. “No

se preocupe, llevo años en

este trabajo. Tenga, le traje

una taza de café. El ritalín

tiene mala fama, pero es muy

bueno con los niños, créame-

lo, dijo el falso representante

médico; pero la profesora no

se quiso convencer. Sonrió

con cortesía, cogió la taza

que el representante le ofre-

cía, y bebió un trago largo del

café mientras miraba con

desilusión a los demás profe-

sores del colegio apuntar los

nombres de los alumnos pro-

blemáticos que sacaban de

las listas de asistencia. Se

despidió de los pocos maes-

tros que quisieron despedirse

de ella, mientras iba pensan-

do: "Seguro que el director ya

está de acuerdo con los ven-

dedores de esos medicamen-

tos. Esos representantes mé-

dicos con tal de vender su

producto hacen de todo".

La maestra Cecilia salió

asqueada de aquella junta. A

su espalda, el resto de la

plantilla de profesores había

rodeado a la maestra Leticia,

para dar los datos de sus

alumnos más terribles. "¿Los

más terribles? Todos", bro-

meaba alguno de los maes-

tros; y entre risas de cámara-

dería, Leticia iba apuntando

en su libreta el nombre de

cada uno de aquellos chiqui-

llos que iban a ser parte de la

prueba médica. Para enviar-

les una carta oficial a sus pa-

dres.

"No voy a ocultar que

me preocupa un poco la pro-

fesora Cecilia. Es joven y por

tanto necia. Ella entró con la

reforma, así que cree que to-

dos los maestros somos unos

flojos, o nos hemos benefi-

ciado del sindicado", decía el

director al representante mé-

dico, al hermano de Leticia.

"Yo que usted no me preocu-

paba tanto, por ella."

"Tienes razón, para

qué", y el director volvió hacia

los demás maestros, que ha-

bían convertido en una fiesta

el fin de aquella reunión, bro-

meando y departiendo refres-

cos, café y algunos pedazos

de pastel. Cecilia no quiso

quedarse. Apuró su café, y

sin darle a Leticia ningún

nombre se fue de la escuela

refunfuñando, preocupada:

"Pero cómo se atreve este

director; están todos locos.

Mañana mismo voy a dar

aviso a la secretaría, a ver si

están enterados, y si no,

buscaré a la sociedad de

padres de familia; no, qué tal

si ellos están involucrados

igual; la señora presidenta

siempre hace lo que el di-

rector y su labia le dicen que

haga. Iré a los periódicos, a la

televisión. No voy a permitir

que estén drogando a los

chicos".

Apenas pudo llegar a la

avenida, el sueño y el can-

sancio le fueron dominando

los reflejos; y cuando iba a to-

mar la glorieta, que en el cen-

tro llevaba una fuente que ba-

ñaba a una mestiza, la maes-

tra parpadeó. Ni siquiera se

percató del autobús de pasa-

jeros que arrolló su carro por

el lado del conductor, matán-

dola de forma instantánea.

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El porvenir Armando Manzanares

La imagino tomada de mi mano, y yo

colgado de su boca. Ella escurriendo

en cada palabra, en todos los mo-

vimientos, en el cielo y la piedra, en

este duro sol de invierno.

La conocí en verano, con ca-

bello corto y unos jeans vaqueros, con

unos audífonos más grandes que su

cabeza protegiendo su cuello; escu-

rrida en el asiento, frunciendo el ceño,

mordiendo un labio, torciendo el cuel-

lo. También la amé en verano, con al-

cohol en la sangre y falta de sueño. A

decir verdad, no sé cuándo la amé,

sólo me di cuenta de que la amaba

cuando tomé su mano y supe que así

quería caminar el resto de mis pasos.

Recuerdo el primer beso, húmedo,

aventurero, con manos frías enros-

cándose en mi nuca, garantía de vida.

También recuerdo el último be-

so, bañado en lágrimas, igual que uno

de los primeros. Sabíamos que iba a

acabar en el momento que empezó.

Qué buen momento, sabía a eter-

nidad, sabía a su pecho, a miel con

sal. Le dije adiós queriendo decir: “te

quiero conmigo”. Me dijo adiós sa-

biendo que seguiría ahí. Y aquí estoy,

escribiendo su recuerdo, con su mano

fantasma en mi pecho muerto.

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1.- Carta de san

Goethe a las romanas

racia a todas uste-

des, en recuerdo de

sus paisanos los

autores de elegías! De parte

de un santo profano del nor-

te, que las visita para sola-

zarse y ligar también hexá-

metros y pentámetros. No es

cierto que Roma es lo con-

trario de Amor, quien lo dijo

no las vio a ustedes, diosas

que sonríen ante mi torpe

saludo. Las elegías no tienen

por qué ser tristes. Los poe-

tas romanos hicieron de ellas

una manera de entender lo

inentendible. Además, ¡cuán

feliz me siento en Roma! (O

wie fühl’ ich in Rom mich so

froh!) ¡Que llegue la noche

para que nos amemos! Y

también para que se duer-

man y escriba yo mis rimas

bárbaras apoyado en sus es-

paldas. Que quien sobre es-

paldas de diosas escribe, ya

no le importa si el Juicio Final

lo lleva al Inferno. ¡El instante

es lo único que vale, no la

eternidad! Y por un instante

con las romanas, ¿qué más

da perder el Paradiso? Ade-

más, ningún diablo alemán,

por muy capaz que sea en su

arte, y lo es, se compara con

un diablo de Roma, que es

más viejo y sabio pues en su

fondo está Etruria. ¡Y uste-

des, diablesas romanas, con

alta voz me enseñan lo que

en mi patria nadie! Que si en

el futuro porto la púrpura de

emperador poeta, púrpura

será de Roma que no germa-

na. Lo que Alemania no da,

las romanas lo prodigan. Se-

an matronas, libertas, escla-

vas, todas son de maravilla;

no lo piensan así en mi tierra,

pero aquí, al verlas a uste-

des, basta con que sean mu-

jer para darles, a cada una,

calidad de ¡Dea!

2.- A san Propercio de

Asís

“Umbria romani patria Cali-

machi”. Nuestras florecillas

van hacia ti, cantor de mere-

trices, como yo mismo, que a

meretrices pongo en eviden-

cia, y me pongo en evidencia

también, de acuerdo al plan

maestro de las elegías desde

Galo hasta Nasón. San Pro-

percio, tu templo se abrió ha-

ce mucho en mi vida. Era yo

tan joven como tú, tal vez

más. Hoy regreso lleno de

años y tú ahí estás, más jo-

ven que yo, todavía en lucha

perpetua contra las duras

puellas, lo cual yo ya no. De-

cirle puella a la meretriz es

demasiado exaltarla, quizá.

Pero está bien. Valió la pena.

Para el arte, sobre todo. Te lo

¡G

Cinco textos romanos

Luciano Pérez

23

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digo a ti, Calímaco de Roma,

único santo de Asís que reco-

nozco. Me pasé décadas tra-

tando de entender la dureza

de ELLAS. Pero ya no im-

porta entender nada. Te en-

tiendo, a ti, santo mío, y con

eso basta.

3.- Égloga

Hay elegías que son églogas,

y eso Marón lo dio a saber.

Sólo una vez en mi vida vi un

pastor, junto a un río que hoy

es avenida, que por alguna

misteriosa razón uno y otra

tienen nombre romano: Con-

sulado. ¡Caballos pues para

éste! Debo haberlos visto tro-

tar, no sé, pero sí estoy se-

guro de que había ovejas. En

otros tiempos, cuando algo

iba mal, los caballeros se

hacían pastores, así Galo y

así Quijótiz. Cuando partió

Lycoris, aquél no tuvo más

remedio que acudir al campo.

Hoy recuerdo al pastor del río

Consulado, quizá era yo mis-

mo, cantor y soñador, en bus-

ca de la Amarilis por la cual

recuperase la fe perdida por

la dura Cintia que se fue. Así

que tuve que pacer estrellas,

junto a ese rústico río azul de

1960, unos días antes de que

trajeran los grandes tubos

que aprisionaron el agua pa-

ra que autos y camiones i-

rrumpiesen con su ruido mal-

dito y su olor funesto. ¡Odio a

los vehículos! Ni un árbol

quedó, ni un solo testimonio

de que hubo una Arcadia

donde un dios Pan bailaba

mientras mi siringa llamaba a

la posible pastora. Que no lle-

gó, no hubo tiempo, los fun-

cionarios del entonces De-

partamento del DF tenían pri-

sa por impedir más églogas

que fomentasen la buena pe-

reza, ésta que Quijótiz y

Pancino estaban por asumir.

4.- Sibila

La sibila ya no adivina. No tie-

ne por qué hacerlo. Quizá

Cumas es hoy un Wal-Mart o

un MacDonalds, y ha tenido

aquélla que irse a otro lado.

No a los Estados Unidos,

país que, como una maldi-

ción, está en todas partes,

con sus películas y sus re-

ligiones. La sibila está mu-

riéndose, agoniza en algún

sitio del tiempo. Los niños le

preguntan: “Sibila, ¿qué quie-

24

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res?”, y ella les responde:

“Quiero morir”, y esto ya des-

de los días del Satiricón. Y,

pues no hay sibila para ha-

cerle frente a la delicada si-

tuación, pongo por delante,

como un dique a la realidad,

una triada de autores que me

mantendrán oculto del siglo

XXI: Petronius, Apuleius y

Luciano de Samosata. De la

sibila ya no sabremos nada,

sus oráculos se fueron al dre-

naje, al hoyo del infierno, a

los tiraderos de los centros

comerciales. ¡Sibila, sibila, no

te nos mueras! Pero si lo ha-

ces, déjanos saber cuál es tu

última profecía, no se la dire-

mos a nadie. Luego de esto,

nos iremos a dormir también,

como gatos en la veterinaria.

5.- En el año uno

Nazca Xristos según lo di-

jeron, mas Nasón que se

ocupe del erótico arte. Año

uno que nunca fue tal, pues

los griegos y los romanos no

lo supimos jamás. Se habló

de pastores, de una estrella,

de reyes astrólogos. Traten

de esto los que lo crean con-

veniente (como Yvette, Bea-

trice y Nora, para quienes la

presunta hermosura de Xris-

tos es lo más dulce en la

vida). Pero para nosotros, el

amor que desplegó el poeta

en sus escritos, en ese mis-

mo año uno, fue lo único y lo

mejor. El Ars, los Remedia y

los Amores fueron un regalo

tal, que no se les comparan el

oro, el incienso y la mirra que

al niño nacido le trajeron de

Oriente. Que las obras de

amor que Nasón nos obse-

quió son sin un antes ni un

después de ese Xristos. De

cualquier modo, sólo puede

valer la cronología de la fun-

dación de la urbe. Ese niño

que nació trajo consigo una

vara de hierro para apalear-

nos por ser paganos y para

cumplir improbables profe-

cías. Oh, Roma, no permitas

que los secuaces de este in-

fante te domeñen; pero si así

lo hacen, es mejor que te

quemes toda. Mas valen las

llamas que renueven la vida,

y no que nos arrebaten ésta.

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Advenimiento (Parte 8)

Enrique Soria

Aquí estoy

Aparentemente sin heridas,

Con mi actitud de campeador

Pensando en ti

y en que quizá de repente me recuerdas

Y te preguntas

Qué estaré haciendo

Y esperas impaciente el día

De vernos otra vez

Y recibir un nuevo verso.

Y que no sabes dónde nos llevara todo esto

Pero no lo impedirás

Y sigo

Aparentemente sin heridas

Pensando en ti

Y de tanto pensar recuerdo

Que seguro sin mí estas bien

Y verme un día

No está mal de vez en cuando

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Y que no es para tanto

Y que esto es sólo un mal poema

Y quererte no lo es todo

Y que no tendrías por qué creerme

A la primera

Sí te digo

Que soy tuyo si lo quieres

Y sigo aqui

Aparentemente sin heridas

Muriendo

se dolieron

Cuando el día más habitual

Les despertaba con violencia

De aquellos sueños mutuos

Se dolieron

Cuando el verano les tomaba

Por sorpresa

En un hotel de paso

Con alguna compañía

Eventual

Sin encontrarse

Se buscaron incansables

Hasta dolerse

Por los años malgastados

(les hubiera gustado

Ser nuevos

El día de conocerse)

27

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Y se dolieron tanto

Que las lágrimas

Les cegaron los ojos

Con que debieron

Identificarse

Tu beso transcurrió

Tan lentamente

Que ahora me duelen los labios

De no tenerlo mas

Conozco el dolor

Sé donde vive

Y sin embargo ahora me parece nuevo

¿cómo me dices que yo no soy el que ha fallado?

Me pides que no caiga

Me repites no es mi culpa

Me preguntas ¿serás fuerte?

Y aunque acepte no lo se

En la desolación

De esta ciudad repleta

llegaste musitando

La palabra justa

Y me extravié en tus calles

Pero de pronto te alejas

Una y otra vez

28

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Y no tengo

De donde asirme para continuar

La ausencia de tu voz

En el auricular

Un café helado

Esperando tu llamada

O tu llegada sorpresiva

Oír que te falto

Cobijarme con tu beso una vez mas

Y sumergirme en el océano de tu abrazo

Quererte así

Y que con eso baste

aunque tu no me quisieras

Y al final todo es historia.

Y sólo pienso en tu beso

Haciendo estragos en la fragilidad

De mi memoria

Ese beso

Que aún sigue transcurriendo

Lentamente

En cada párrafo que escribo

Sobre ti

29

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iteratura fantástica lo es

prácticamente toda la li-

teratura, desde sus le-

janos inicios en el “Poema de

Gilgamesh” y en la “Iliada” de

Homero. Porque, al ser su

herramienta la imaginación,

las letras hablan de lo que en

la realidad concreta no hay,

pero que se imagina que pu-

diera haber. Mas ya el hecho

de hablar de dioses y de

monstruos en un texto, les da

realidad a éstos, bien que de

otra manera. Entonces, la

fantasía más antigua se hizo

con la cuenta y cuento de los

mitos y leyendas de todos los

pueblos.

La llegada del cristia-

nismo supuestamente acabó

con los mitos, para imponer

un solo grupo de éstos, los de

de la Biblia, uno de los gran-

des libros de la literatura fan-

tástica, con Dios y el Diablo

como sus más insignes per-

sonajes. Pero los demás mi-

tos siguieron existiendo, sólo

que ahora tuvieron que

cristianizarse, y recibir el Im-

primatur de la Iglesia Cató-

lica. Como por ejemplo el “Or-

lando Furioso”, que es una e-

popeya cristiana, no importa

cuántos monstruos y excen-

tricidades se deslicen en sus

páginas. Las literaturas me-

dievales y renacentistas estu-

vieron llenas de fantasía,

aunque ésta fue reduciéndo-

se cada vez más a cuento de

hadas. La novela de Don Qui-

jote le dio fin a lo fantástico,

al plantear éste como locura,

es decir, que todos los seres

fabulosos sólo existían en la

mente de quien, como el ca-

ballero andante, se empeña-

ba en creer en ellos. Enton-

ces llegó el realismo, donde

aunque sus personajes eran

no menos inventados que los

fantásticos, se conducían de

acuerdo a esquemas cotidia-

nos y verosímiles.

Por lo tanto, pareció

ya difícil escribir de fantasía.

L

125 años del nacimiento de

Tolkien

Loki Petersen

30

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Pero el romanticismo alemán

rescató a ésta, y junto con la

literatura gótica produjo o-

bras interesantes. El trabajo

de los hermanos Grimm per-

tenece a este esfuerzo, el de

salvar los viejos cuentos y

leyendas que permanecían

en la narrativa oral de las

familias campesinas alema-

nas, antes de que se olvida-

sen. Fue así que ya hacia

fines del siglo XIX, impulsada

por el ejemplo romántico y

gótico, surgió una nueva

literatura de fantasía, la cual,

inspirándose en los viejos mi-

tos griegos, hebreos, nórdi-

cos, celtas, se dio a la tarea

de crear otros. Los primeros

nuevos autores fantásticos

fueron William Morris, Geor-

ge Mac Donald, Lord Dunsa-

ny, Frank L. Baum, y muchos

otros más. Hubo que distin-

guir la fantasía de la ciencia

ficción, aunque fue inevitable

que se influyeran y a veces

se fundieran.

Tuvimos que hacer to-

do este largo contexto para

llegar a uno de los más gran-

des escritores del siglo XX, al

cual hoy rememoramos a

propósito de los 125 años de

su nacimiento: J.R.R. Tol-

kien. Es decir, John Ronald

Reuel Tolkien, de lejana des-

cendencia alemana pero na-

cido en 1892 en Inglaterra, y

muerto en 1973. Con él la

fantasía moderna obtuvo uno

de sus más altos logros, la

trilogía de “El Señor de los

Anillos”, que durante mucho

tiempo fue considerado lec-

tura para niños y para hi-

ppies, y que logró una recon-

sideración a partir de las pe-

lículas que se hicieron a prin-

cipios del siglo XXI sobre esa

obra fundamental. Las prime-

ras ediciones fueron muy

limitadas, pero ahora hay un

acceso total a esos tres

libros, que en realidad sólo

son uno, pero la división en

tres fue debida a criterios

editoriales.

Tolkien fue soldado

británico en la Primera Gue-

rra Mundial, estuvo presente

en la sangrienta batalla del

Somme, en cuyas trincheras

ya fue delineando la futura

batalla de su trilogía, la de los

Hobbits y sus aliados contra

el reino negro de Sauron.

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Luego de la guerra, Tolkien

se convirtió en erudito en

Oxford, un experto en inglés

antiguo, así como en un co-

nocedor de los mitos celtas y

escandinavos, los cuales a-

parecerían en sus libros, en

ese otro mundo que se llama

la Tierra-Media. Por ejemplo,

el tema del anillo evoca de

inmediato el anillo de los ni-

belungos. El anillo del poder

no es bueno, de ahí que el

hobbit Frodo, que lo heredó

de su primo Bilbo, el cual se

lo robó a Gollum, el más pre-

cioso de los monstruos, tiene

que destruirlo. Él mismo se

siente tentado a quedarse

con él, pero logra resistir,

como resistió la bella Gala-

driel, quien pudo convertirse

en soberana del universo con

el anillo, y decidió no aceptar-

lo cuando le fue ofrecido.

Todo esto es muy vas-

to e interesante y merece mu-

chas páginas, pero aquí nos

concretamos a recordar a

Tolkien, quien hoy es más

grande de lo que lo fue en

vida. Sus libros se venden en

grandes cantidad, lo cual él

nunca vio; el número de sus

admiradores, seguidores e

imitadores se acrecienta ca-

da vez más. Y hubo otros au-

tores tan buenos como él en

el género fantástico, como su

amigo y rival C.S. Lewis, el de

las “Crónicas de Narnia”. Só-

lo que este último se ve a-

fectado por su mensaje cris-

tiano, que Tolkien nunca se

atrevió, al menos no directa-

mente, a presentar en su o-

bra, pese a considerarse un

buen cristiano.

Finalicemos recomen-

dando la lectura de este autor

tan excelente, y recordemos

los títulos de algunos de sus

libros (que luego de muerto

Tolkien han ido aumentando

al publicarse materiales iné-

ditos o incompletos). “The

Hobbit” (1937), “The Lord of

the Rings” (1954-1955), “The

Silmarillion” (1977, póstumo),

“La leyenda de Sigurd y Gu-

drun” (2009, póstumo), y mu-

chos otros.

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Llegado el quinto mes, creemos que éste no será, como

reza el dicho, malo. Y no sólo por el contenido de la

revista, sino que en el transcurrir de la vida cada quien

sabrá si lo fue o no. Pero para cualquier contratiempo

que pudiera suceder, siempre quedará el aliento de una

buena lectura. Bienvenido mayo.