09 - Antonio Gomez Robledo_ La Poesia de Enrique Gonzalez Martinez

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LA. POESÍA DE ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ ANTONIO GÓMEZ ROBLEDO Miembro del Colegio Nacional Enrique González Martínez no hubo ciertamente de esperar a la muerte para su gloria e imperecedera consagración, y su obra ha sido objeto de tan amplia y tan alta crítica, que poco o nada puede añadirse. Si yo, pues, no he eludido el honroso convite que me ha hecho el Cole- gio Nacional para prologar esta segunda edición que hace el Colegio de la poesía del vate jalisciense, es simplemente porque la efusión del sentimiento no tiene por qué redundar necesariamente en nuevas y originales valoraciones. Ahora bien, efusión sentimental antes que discernimiento crítico o cosa semejante es lo que verá el lector en lo que sigue, y la efusión dimana del hecho simple que con González Martínez tengo yo de común la patria, la provincia y la ciudad. Naci- mos, además, él y yo, aunque con algunos años de intermedio, en el mismo barrio y con una manzana apenas de intermedio, él en la calle de Parroquia (hoy calle Enrique González Martínez) y yo a mi vez en la calle paralela de Ocampo. Digo, pues, que la triple convergencia de que acabo de hablar, la patria, la provincia y la ciudad, es uno de los muchos sentidos predicativos de la "triple atadura" de que habla el Eclesiastés, y que es, como sigue diciendo el libro sagrado, tan difícil de romper: Funiculus triplex diffiále rumpitur. Francois Mauriac, preguntado alguna vez sobre el secreto de su arte que conlleva sobre todo la profundidad de sus personajes con su extrema tensión pasional, se limitó a contestar: 'Tengo provincia". Lo mismo podría haber dicho González Martínez al oponer la gravedad meditativa de la provincia a la "ojerosa y pintada" capitalina, dispersa, premurosa y superficial. Al igual que en Mauriac, en suma, la provincia es en González Martínez, así lo siento yo por lo menos, la clave de su personalidad y de su obra. Es bueno tener en cuenta, a este propósito, que González Martínez, nacido en 1871, no se radica en la capital de la República (donde sólo ha estado antes muy pasajeramente) sino hasta 1911, bien cumplidos 81

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  • LA. POESA DE ENRIQUE GONZLEZ MARTNEZ

    ANTONIO GMEZ ROBLEDO Miembro del Colegio Nacional

    Enrique Gonzlez Martnez no hubo ciertamente de esperar a la muerte para su gloria e imperecedera consagracin, y su obra ha sido objeto de tan amplia y tan alta crtica, que poco o nada puede aadirse. Si yo, pues, no he eludido el honroso convite que me ha hecho el Cole-gio Nacional para prologar esta segunda edicin que hace el Colegio de la poesa del vate jalisciense, es simplemente porque la efusin del sentimiento no tiene por qu redundar necesariamente en nuevas y originales valoraciones. Ahora bien, efusin sentimental antes que discernimiento crtico o cosa semejante es lo que ver el lector en lo que sigue, y la efusin dimana del hecho simple que con Gonzlez Martnez tengo yo de comn la patria, la provincia y la ciudad. Naci-mos, adems, l y yo, aunque con algunos aos de intermedio, en el mismo barrio y con una manzana apenas de intermedio, l en la calle de Parroquia (hoy calle Enrique Gonzlez Martnez) y yo a mi vez en la calle paralela de Ocampo. Digo, pues, que la triple convergencia de que acabo de hablar, la patria, la provincia y la ciudad, es uno de los muchos sentidos predicativos de la "triple atadura" de que habla el Eclesiasts, y que es, como sigue diciendo el libro sagrado, tan difcil de romper: Funiculus triplex diffile rumpitur.

    Francois Mauriac, preguntado alguna vez sobre el secreto de su arte que conlleva sobre todo la profundidad de sus personajes con su extrema tensin pasional, se limit a contestar: 'Tengo provincia". Lo mismo podra haber dicho Gonzlez Martnez al oponer la gravedad meditativa de la provincia a la "ojerosa y pintada" capitalina, dispersa, premurosa y superficial. Al igual que en Mauriac, en suma, la provincia es en Gonzlez Martnez, as lo siento yo por lo menos, la clave de su personalidad y de su obra.

    Es bueno tener en cuenta, a este propsito, que Gonzlez Martnez, nacido en 1871, no se radica en la capital de la Repblica (donde slo ha estado antes muy pasajeramente) sino hasta 1911, bien cumplidos

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  • los cuarenta, o sea en una edad que an puede prometer sin duda abundante cosecha en todos los rdenes, pero en la cual se encuentran ya bien fijados, y desde hace mucho, los rasgos esenciales de la persona-lidad y la direccin de sus actos. Y en efecto, Gonzlez Martnez no slo es dueo ya, para ese ao, de una esttica, la suya, esbozada decisiva-mente en Silenter, sino que conservar hasta el final de su vida ese sello especfico que distingue (hablando por supuesto muy en general) al provinciano frente al capitalino.

    sta es, a mi modo de ver, la oposicin ms conspicua en nuestra caracterologa nacional, as como en otros pases lo es la que se da entre el hombre del litoral y el hombre del interior, o como dicen en el Brasil, entre el praieiro y el sertanejo. Sin negar que la costa y el alti-plano sean tambin entre nosotros factores muy apreciables de diferen-ciacin, no la creo, con todo, tan decisiva como la que he dicho, y que proviene de la diversidad de hbitos psicolgicos y morales, debida en buena parte, para decirlo en breve, al hecho alternativo de moverse dentro o fuera del ambiente de villa y corte que guarda hasta hoy nues-tra encantadora capital, con todo el rgimen presidencial y la ms efec-tiva no reeleccin que nos plazca imaginar. En contraste con esto, el provinciano conserva a menudo, aun entre los ddalos cortesanos de la capital, un no s qu de mayor intrepidez vital, como la que distingui a Gonzlez Martnez, sobre todo en sus ltimos aos, portavoz de una causa que no es en el momento actual, para decir lo menos, la fuente ms copiosa de granjerias.

    Ms sutil quiz la influencia de su ciudad natal en su esttica, no es para m menos cierta.

    Claro que lo primero que hay que hacer para entenderla es dejar de lado esa visin de Guadalajara para uso de turistas (y no de todos, a decir verdad); esa Guadalajara del tequila y el mariachi, y que es por lo dems autntica, como pueden serlo las heces en el paladeo total de un vino generoso. Pero no slo Guadalajara no est ah, sino que no est tampoco en esa efusividad a la andaluza o en ese colorido exul-tante con que muchos la ven: aspectos ms nobles sin duda que aqu-llos, pero que no dejan de dar, con todo, una imagen falsa. Muy lejos de ello, Guadalajara es o fue grave, silenciosa, enjuta, casi sin otro contento del sentido que la suma limpieza de sus horizontes tan di-fanos. Fuera de la ciudad estricta, Guadalajara es tierra y cielo, nada ms; campia clara y spera, como ese nombre mismo suyo de Guadalajara; cascada de aes rebotando sobre guturales y lquidas, cual

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  • si fuese lo que, segn se dice, quiere decir en rabe esa voz: "ro sobre piedras."

    Nadie me quitar de la cabeza que esa claridad austera, propicia no a la disipacin, sino antes bien al ensimismamiento, fue por lo menos la causa dispositiva de la orientacin radical, inequvoca, que hay en la poesa de Gonzlez Martnez hacia el reino interior. "Cartesianismo potico" llam alguna vez Alfonso Reyes a esta poesa, y agregaba que era ella una decisin rotunda del dilema que en un principio pudo plantersele, y que, en palabras asimismo de Reyes, se reduce a saber "si el poeta quiso salir a la fiesta del sol y del mrmol, o si quiso pene-trar hacia su propio corazn, por la acogedora penumbra de los senderos ocultos".

    Cartesianismo potico, "una constante referencia explica Alfonso Reyes a las evidencias primarias del espritu". Cartesianismo poti-co... Mucho me place, no hay que decir por qu, esa adjetivacin filos-fica de la poesa y de la vida de Gonzlez Martnez. Y me contenta pro-longar y apurar el smil, porque no se piense que con lo que estoy diciendo de la provincia vengo aqu como con regeldos de un Hiplito Taine trasnochado a explicar a Gonzlez Martnez en funcin exclusiva de su medio ambiente. Nada estara ms lejos de mi inten-cin. Bien s que la obra de arte no es emanacin de la naturaleza, ni de la sociedad, ni de la historia, sino que yace, en ltima instancia, en el misterio del acto creador; y si en alguno se comprueba esto es en Gonzlez Martnez, tan renovador por una parte, y tan desnudo por la otra, en toda su temtica, de motivos provincianos o nacionales. Lo nico que digo es que as como no podemos negar la colaboracin extrnseca de la paz y la soledad de Holanda en la elaboracin del Discurso del Mtodo, de la propia suerte este otro cartesiano tenaz, que anduvo tanto tiempo hurgando en su interior y abriendo brecha hasta dar con sus senderos ocultos, encontr en sus largos aos de paz provinciana y tapata, ocasin propicia para madurar el mensaje lrico que haba de dar a Mxico y al mundo hispanoamericano. Por algo confes l mismo en sus memorias, que los aos de mayor esterilidad fueron los de sus misiones diplomticas, a lo largo de los cuales nos imaginamos al poeta corriendo de recepcin en recepcin, donde estara, segn es costumbre, "de pie y de prisa", como dice la Biblia que coman los judos el cordero pascual, "stantes et festinantes", que as andan los diplomticos, como si los fuera a alcanzar el faran.

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  • No veo, por lo dems, por qu he de ponderar tanto por mi cuenta lo que por la suya dijo insuperablemente Gonzlez Martnez en lo tocante al amor que siempre tuvo por su provincia natal. Hay una prue-ba decisiva, dira yo, del cario por Guadalajara, y es que a uno le guste totalmente su catedral, nuestra alcatracitis por ser sus torres dos alca-traces; y esa prueba la afronta victoriosamente nuestro poeta, sin men-gua de su objetividad esttica, cuando nos habla de "aquellas torres puntiagudas y antiestticas que atesoran una belleza interna y subyu-gadora para todos los que las vimos desde la infancia, que no las tro-caramos por un doble campanario de Florencia". Y ah est por lti-mo, entre lo mucho que de su ciudad habl, esta deliciosa pgina en que yo veo una como etopeya de la provincia mexicana, y que me voy a permitir transcribir:

    Cada una de nuestras ciudades de provincia tiene su tono peculiar, su encanto propio. Puebla, en un ambiente de austeridad monstica, asombra con su tradicin monumental; segura y engreda de su pasado, se encierra en l y rehuye la improvisacin novedosa; es la gran seora que vive repasando los claros blasones de su leyenda. Morelia, con su elegancia na-tural, con su fina distincin, eleva sus palacios de anaranjada piedra que parecen hablar desde lejos con los de su ilustre hermana la espaola Salamanca. Quertaro muestra a propios y extraos los ricos escaparates de su museo histrico y de su opulencia colonial, satisfecha de haber pre-senciado muchas cosas de ayer y de hoy, definitivas para la vida de nuestra patria. La belleza de Mazatln reside en su alegra sana y en su fuerza ge-nerosa; es una colmena que labora y canta; en aquel puerto azotado por olas bravias, no caben la inaccin ni la tristeza. Monterrey es Marta; ha tomado el camino de la actividad prctica; el cerro de la Silla se codea con las altas chimeneas de las fbricas; la ciudad fronteriza es como el forjador incansable que, mientras golpea el hierro incandescente, canta el himno glorioso del trabajo. Si Monterrey es Marta, Guadalajara es Mara, la noble gracia contemplativa, la que escucha y comprende. Crece sin afanarse; se extiende suavemente, como una mancha de variados colores, en la paleta de su valle sin fertilidad; se recuesta entre flores, contempla su cielo azul y suea con el mar que la ha olvidado... {El Hombre del Buho, p. 144.)

    Fue en otra provincia tan clara y ms frtil, aunque no s si tan nti-ma, en Sinaloa, donde acab de madurar Gonzlez Martnez en su vida y en su obra. En las feraces tierras de Sinaloa "donde el maizal greudo crece a la simple vista /mientras se orea el llanto del ltimo

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  • aguacero", pas nuestro poeta por las cuatro experiencias funda-mentales que hacen a un hombre plenamente hombre: el trabajo, el amor, la paternidad y la creacin intelectual. Su conjuncin se me antoja uno de tantos sentidos en que puede tomarse aquel verso pitagrico que declara al varn perfecto "tetrgono y cuadrado sin reproche".

    No s si, preocupada sobre todo la crtica por destacar los aspectos cardinales del poeta, se ha prestado la suficiente atencin a aquellos largos aos en la vida del doctor Gonzlez Martnez, que transcu-rrieron en lo exterior (aunque sin desmedro de lo principal en lo inte-rior) en el ejercicio perseverante, devoto, ejemplar, de su profesin mdica. Fue mdico y buen mdico, aunque acaso sin saberse de memoria la farmacopea, porque la demasiada exactitud, como dice Aristteles, es impropia de un espritu libre. Y digo que no hay que pasar por esos aos tan de pasada, as no fuese sino porque el propio Gonzlez Martnez fue el primero en estar orgulloso de su profesin y en reclamar, llegado el caso, su competencia en la materia. "Qu enga-ado est el gran poeta amigo!", dice en alguna parte, aludiendo a aquel chiste de Xavier Villaurrutia, en cuya opinin la nica interven-cin quirrgica de Gonzlez Martnez haba sido la consabida de haberle torcido el cuello al cisne. Cosa semejante dijo Fernndez Mac Gregor; ignoro quin lo tomara del otro. Pues debera repararse en esto ms de lo que suele hacerse, porque tengo para m que el ejercicio de la medicina fue en Gonzlez Martnez, directa e indirectamente, un auxiliar de su obra potica.

    Directamente lo fue, porque la sobriedad y limpieza de su estilo no debe slo atribuirse, como seala atinadamente Castro Leal, a la tra-duccin de poetas extranjeros, en que tan versado fue Gonzlez Martnez, traductor de Poe y Shakespeare desde su juventud, sino tam-bin al conocimiento de una ciencia que estar hoy, en cuanto a diag-nstico interno, como en los tiempos de Hipcrates, pero que cierta-mente educa la visin y el pulso, y se traduce luego, cuando hay por otro lado talento literario, en la firmeza del trazo y finura de la lnea, con el saludable ayuno de embriagueces barrocas. No s si en poesa (que no es slo inspiracin, sino tcnica) pase lo propio que en filosofa, pero en este campo tengo desde hace mucho la conviccin y podra aducir infinitos nombres de que lo mejor es llegar a ella desde cualquier otra disciplina, no importa cul pueda ser: matemti-cas, ciencias naturales, ciencias humanas, pero en todo caso llegar pro-

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  • visto de una firme contextura categorial que impida perderse en vaguedades y elaborar de primera intencin metafsicas nebulosas. No s, repito, cmo ser en poesa, pero no se ha destacado, por ejemplo, la influencia de las matemticas en Paul Valry?

    Con todo, la influencia indirecta de la profesin es aqu la ms importante, por cuanto la fuerza de resistencia es en ocasiones auxiliar tan eficaz como la fuerza de sinergia. No siempre est tan mal eso de haberse de ganar el pan en otro afn, con tal que deje tiempo y sosiego para el afn principal; y un ocio absoluto acaso embotase las mismas potencias superiores. Sera uno de los casos en que se cumplira una vez la clebre ilusin de la paloma, que si pudiese pensar (por lo menos eso dice Kant) se imaginara que habra de volar mejor sin tener que vencer la resistencia del aire. Como quiera que sea, lo incues-tionable es que su profesin de mdico rural y pueblerino dej a Gonzlez Martnez amplio vagar para sus meditaciones. "Solo iba casi siempre nos dice, con las riendas en la mano, rigiendo el largo trote de mi caballo, por aquella costa frtil"; y lo incuestionable tam-bin y es en lo que quiero hacer especial hincapi, es que su profe-sin le impidi convertir su arte en profesin. Pocas veces es tan categrico Gonzlez Martnez como cuando nos habla de la aversin que siempre tuvo a lo que llama "profesionalismo literario". Fueron cir-cunstancias fortuitas e imperiosas, que no es preciso recordar por ser tan conocidas, las que al cabo le determinaron a publicar sus versos; y en fin, su pensamiento en este punto est muy claro en esta bella declaracin: "Me di cuenta cabal de que para el arte no bastan la apti-tud, el fervor ni la buena voluntad. El arte es algo ms que todo eso, y como la gracia, slo se da a los elegidos en la hora justa y en la ocasin propicia."

    Estas palabras me recuerdan aquella distincin que en uno de sus maravillosos ensayos haca Efran Gonzlez Luna cuando contrapona al "artista profesional" el "artista sacramental", que tiene por el arte la reverencia que debe tenerse con los sacramentos, de los cuales hay unos de imposible reiteracin, otros incompatibles entre s, y todos, aun los usuales, asunto de temor y temblor, no de rutina.

    Artista sacramental, no obstante su vasta obra, fue siempre Gonzlez Martnez. Jams hizo lucro formal de su pluma, como no fuese el muy corto tiempo en que, apremiado por la necesidad, hubo de hacer periodismo. Me imagino lo que debi sufrir en ese duro menester en que se cumple tan al pie de la letra aquella sentencia, que entiendo ser

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  • de un clsico, de que "escribir para comer no es comer ni escribir". Pero fuera de este penoso incidente, Gonzlez Martnez mantuvo cons-tantemente no slo en su poesa, sino en su prosa, la actitud sacramen-tal, disponindose, eso s, a recibir la gracia, pero resuelto a no proferir el verbo sino bajo el impacto fulgurante de la visitacin. "Este poeta son palabras de don Manuel Toussaint no ha escrito nunca un verso que no llevase un fragmento de su espritu, ni ha dicho un con-cepto que no fuese profundamente suyo."

    Sera impertinente, por ser cosa tan obvia, mostrarlo en su poesa; pero, en lo que atae a su prosa, no s si se ha considerado lo bastante aquella pgina liminar de sus Memorias, en que el poeta nos dice cmo se va a poner a relatar su vida no porque hubiera pensado hacer-lo, trasladando, como hacen otros, los asientos de un diario, o porque creyera deber hacerlo, secretamente movido por su renombre, sino sencillamente porque un suceso impensado y trivial le puso de repente ante s, en una fraccin de segundo, toda su vida, "en una estilizacin perfecta son sus palabras, en una trabazn coherente y en una sn-tesis milagrosa."

    Quien haya ledo a Proust, creo que notar de sbito con asombro, como me pas a m, la sorprendente semejanza (puramente psicolgi-ca por supuesto) entre esa pgina y aquella otra en que nos cuenta Proust cmo merced asimismo a un incidente sin importancia, recobr de repente el tiempo perdido, no en la retentiva sensible, sede del recuerdo habitual y mostrenco, sino en esa alta zona de la memoria espiritual en que el pasado se ofrece esta vez en mgico realismo, fiel y transfigurado a la par, como materia propicia a la elaboracin artstica. Siento no poder detenerme en este prodigioso fenmeno, amplia-mente elucidado en las admirables pginas bergsonianas de Materia y memoria, y slo he querido mostrar la actitud del artista de raza sea Marcel Proust, sea Enrique Gonzlez Martnez que no se aviene a expresar ni lo cotidiano y prosaico sino bajo la luz de la intuicin crea-dora. Y as sali aquel delicioso primer volumen de memorias: El hombre del buho, de mucho ms valor, a decir verdad, que el segundo: La apaci-ble locura, cuyos sucesos, con ser ms prximos, no encarnan ya, como el relato de aquellos otros, la victoriosa recuperacin del tiempo perdi-do. En general, dicho sea de paso, les ha acontecido otro tanto a nues-tros memorialistas. Ulises criollo y Tiempo viejo, por ejemplo, son notable-mente mejores que los volmenes subsecuentes.

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  • Antes de seguir adelante n o puedo resistir al deseo de transcribir u n a breve pgina de las Memorias de Gonzlez Martnez, d o n d e su autor reacciona vivamente contra el dictum de Xavier Villaurrutia al decir lo siguiente:

    Qu engaado est el gran poeta amigo! En aquellos largos aos de vida profesional recib en mis manos centenares y centenares de vidas nuevas que llegaron, unas con espontaneidad normal y otras a merced a mi intervencin oportuna, a mi frceps salvador o a cualquier otra interven-cin delicada. Me habra visto el amigo poeta con mi bistur en la mano, improvisando ayudantes, valindome de cuanto recurso estaba a mi alcance para conseguir una asepsia rigurosa; practicar operaciones que no admiten espera en casas pobres y en condiciones lamentables, fiado en que el orga-nismo sabe defenderse solo y forzado por la necesidad. Me habra visto en laboratorio improvisado confirmando o rectificando un diagnstico dudoso, entregado a mis propias fuerzas y sin tener a quin volver los ojos en busca de ayuda o de consejo. Todo aquello era algo ms que "torcerle el cuello al cisne".

    Dura gimnasia de voluntad es el ejercicio del mdico en provincia reflexionar l ms tarde que ha menester carcter entero, serenidad a toda prueba, valenta para no dejarse dominar por el miedo de fracasar en la hora decisiva. Llamadas de medianoche en que hay que diagnosticar de prisa e intervenir a tiempo: ciruga de urgencia en que nada hay a la mano y en que es forzoso improvisar lo que hace falta, a riesgo de una vida; pni-cos familiares que turban el espritu ante la propia inseguridad del trata-miento; todo ello angustia el alma del pobre mdico inexperto y privado de cuanto ayuda, ilustra y tranquiliza. Escuela seversima, que estruja los nervios y sacude el alma; pero de la cual se sale, a la postre, con la voluntad recia henchida de experiencia y enseanzas.

    HOMBRE DEL BUHO.. . No veo en qu clave podra cifrar mejor mi homenaje a Gonzlez Martnez como no sea en el predicado esencial que a s propio se adjudic el poeta. No slo en el soneto inmortal, ni slo en la autognosis retrospectiva de la senectud, sino a lo largo de toda su obra est patente su devocin por el smbolo de la sapiencia:

    Yo siento que su inmvil pupila me saluda desde el profundo abismo de su meditacin...

    Y en otra parte:

    Ya conozco hace mucho tu silueta sombra,

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  • ave callada y negra de la sabidura, pjaro esquivo y noble, ave que eres la ma!

    Por algo al hacer Gonzlez Martnez en aos posteriores un escruti-nio de sus primeros versos publicados en Preludios y Lirismos, los recopi-la en una seleccin a que pone por nombre La hora intil, dando con ello a entender que poco o nada significa en su esttica aquella primera solaridad parnasiana, muy pronto dejada atrs al adentrarse el poeta en los Campos Elseos de Silenter, regin sin duda clara, musical y difana, pero como pudiera reunir todos esos atributos esa naturaleza de evanescentes tonos argentados que vemos en un paisaje de Corot. Todo est ah como en la superficie: formas, figuras, pasiones; pero est, como ha dicho admirablemente Arturo Rivas, "reducido", toman-do esta palabra, apenas si hay que decirlo, no en su sentido trivial, sino en el que tiene en fenomenologa, o sea la mostracin de todo aquello mismo, pero en su nomeno inteligible, que, con perdn de Kant, no est vedado ni al filsofo ni al poeta. Claro que Gonzlez Martnez, con toda probabilidad, no ley a Husserl jams, ni falta que le hizo, pero por sus caminos y a su modo supo tambin penetrar el "alma de las cosas" y darnos ese universo tan suyo, de lcida penumbra y de silencio musical, a cuya visin corresponda una actitud en la conducta, esa acti-tud que tuvo siempre y encareci tanto este poeta de la discrecin, como en este consejo: "Que evites lo que ofusca y lo que asombra." Y en otra parte: "Diafanidad inmvil... Ni lnea ruda ni agresivo color." Todo lo cual, visin, conducta, esttica y vida se resume y simboliza en la liturgia de Atena, la diosa "de los ojos brillantes", que con razn oponan los griegos a los ojos "dulces y hmedos" de la dorada Afro-dita.

    Atena y Afrodita, buhos y cisnes... No ando tan ducho en achaques de ornitologa potica, como Pedro Salinas, para declarar ms estas ale-goras; pero ah est cifrada, vuelvo a decirlo, el ars potica de Gonzlez Martnez y el sentido de su obra renovadora en la poesa mexicana e hispanoamericana. "Piedra miliar de un movimiento de crisis de con-ciencia en la historia de la poesa moderna", llama Pedro Salinas al soneto introductor del buho. Que Gonzlez Martnez, al escribirlo, no pensaba polemizar contra Daro, nada ms cierto; pero que de hecho suscitaba y promova una nueva esttica, una nueva concepcin de la poesa y el arte, me parece tambin innegable. Y hasta ahora, no s que se haya expresado mejor esa revolucin que en las palabras que

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  • Henrquez Urea escriba desde 1915 en comentario al soneto ajusti-ciador:

    Nuestro credo deca el gran dominicano no puede ser el hedonis-mo, ni smbolo de nuestras preferencias ideales el faisn de oro o el cisne de seda... La juventud de hoy quiere ms devoto respeto a la necesidad de interrogacin, al deseo de ordenar y construir. El arte no es halago pa-sajero, destinado al olvido, sino esfuerzo que ayuda a la construccin espiri-tual del mundo. Gonzlez Martnez da voz a la nueva aspiracin esttica.

    Por otra parte, tiene razn Pedro Salinas al decir que en esta oposi-cin de cisnes y buhos no salimos del mbito del clasicismo helnico; y yo aadir con gran regocijo que no slo no salimos, sino que nos adentramos en l hacia su zona de autntica profundidad. Es Gonzlez Martnez, poeta tan clsico en el ms genuino sentido de la expresin, quien nos aleja venturosamente de la Grecia afrancesada de ninfas y espumas para volvernos a la Grecia del hondo pensar, que tan desva-lorizada andaba en aquellos enormes despropsitos (que ni a los genios pueden permitirse) como el de que Verlaine es ms que Scra-tes, y lo que ah se sigue.

    Con toda razn se ha visto una estrecha vinculacin entre ese movimiento renovador en la lrica y el que por los mismos aos cunda por todo el pas en los dems distritos de la cultura; por algo Castro Leal ha sealado el preciso sincronismo entre la aparicin de Silentery la fundacin del Ateneo de la Juventud. Sin que su ausencia corporal lo estorbara, Gonzlez Martnez, desde sus soledades de Mocorito (no s por qu esta voz me evoca irresistiblemente la de "morabito") con-curra plenamente con Sierra, Caso, Vasconcelos y dems promotores de la renovacin espiritual de Mxico. Su poesa es expresin fiel del nuevo espiritualismo, y sera inconcebible si tuviera por sustrato la ima-gen del mundo que an prevaleca en las postrimeras del siglo xrx. Es muy instructivo a este propsito comprobar, por ejemplo, cmo sus lec-turas, no ya puramente literarias, sino filosficas, eran en lo esencial las mismas que se tenan en el Ateneo, y que tanto tuvieron que ver en aquel movimiento. Gonzlez Martnez, gran lector de filsofos, nos ha dejado noticia en su autobiografa de todos stos cuyo pensamiento fue para l particularmente estimulante: Platn, Pascal, Novalis, Nietzsche, Comte, Spencer, Guyau, Boutroux, y "con deleite" subraya el poe-ta Bergson...

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  • Qu mucho, pues, que no slo por estos documentos extrnsecos, sino ms que nada, por el alma misma de su mensaje lrico, podamos llamar a Gonzlez Martnez, a boca llena, poeta-filsofo? Respetando mucho, como lo hago, la operacin del deslinde para otros fines y con otros propsitos, creo que en nada desmerece, antes todo lo contrario, aquel que ha logrado la sntesis vital de las ms altas expresiones del espritu humano, que son sin duda el arte y la filosofa. Un gran poeta hablando de otro gran poeta: Octavio Paz de Jos Gorostiza, no llama "poema filosfico" a Muerte sin fin, y no aade que los nombres de Herclito y Parmnides son los que mejor pueden ilustrar su sentido? Pues de la propia suerte dira yo tambin que de aquellos nombres egregios que antes dije, seran quiz los de Nietzsche y Bergson los que mejor podran aqu darnos el hilo conductor. Por un lado, el del glori-ficador, aunque con infortunada exclusividad, de los valores vitales. Por el otro, el del filsofo (tan emparentado, dicho sea de paso, con las ciencias biolgicas) en quien la filosofa de la vida llega a sus ms pro-fundos estratos, bien apta, por tanto, para fecundar una poesa de la vida profunda como es la de Gonzlez Martnez. Ignoro si el poeta lle-gara a leer a Spinoza, pero la noble serenidad y cierto vago pantesmo que pervaden su obra autorizaran la conjetura. Sea como fuere, lo que s me parece cierto es que Gonzlez Martnez no podra ser hoy el maestro de la mocedad existencialista ni el poeta de su desesperacin radical, circunstancia que, por supuesto, carece de importancia. Todas estas influencias filosficas, por lo dems, y cualesquiera otras que hubiere, deben, claro est, tomarse cun grano satis, y no denotan, por tanto, ni la asuncin integral de una filosofa, ni mucho menos la ver-sin potica, como si dijramos, de tales o cuales filosofemas.

    "Poeta-filsofo" lo llama tambin Fernndez Mac Gregor, aunque dolindose, como buen pagano versallesco, del famoso estrangu-lamiento csnico y de aquellos inmisericordes hachazos con que Gonzlez Martnez abati tanto parque dieciochesco, recanto ficticio de afrancesados. No qued en su lugar sino la tierra desnuda, incle-mente, y el poeta, erguido en su desolacin, "ya no era prosigue el citado crtico sino un hombre como tantos".

    Pero cabalmente ah est para m la otra faceta que me hace tan cor-dial la poesa de Gonzlez Martnez y tan querida su memoria. En razn precisamente de que ya no era, despus de la radical asepsia anti-modernista, sino un hombre como tantos, supo compartir la angustia y el dolor de tantos hombres y expresarlo, en la postrer etapa de su vida,

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  • en su "anciana bien gastada", en poemas de incomparable belleza, transidos a la par de temporalidad y de visin eterna. "Escribe de la hora, mas no para la hora", es un precepto suyo, por nadie mejor cumplido que por l mismo.

    El Romero alucinado es el libro de versos de Gonzlez Martnez que es contemporneo de sus Wanderjahre (de ah su nombre) o sea los aos en que ostent la representacin diplomtica de Mxico en diver-sos pases: Chile, Argentina y Espaa (1920-1931).

    Me ser permitido, as lo espero, hacer una breve pausa en esta etapa de su vida, por ser la diplomacia el otro factor sentimental, el cuarto, que me vincula con el poeta tapato.

    Al contrario de Amado ervo, el otro gran poeta jalisciense, a quien le asqueaba la diplomacia porque no vio en ella sino el ceremonial de relumbrn, a m me conquist plenamente, entre otras cosas por pare-cerme que la diplomacia es la profesin que responde mejor a la con-dicin existencial del cristiano que es la del homo viator, el que est siempre de paso en esta vida hasta desembocar en la vida eterna. En lo que ve a Gonzlez Martnez, ignoro si habr o no compartido conmigo una vivencia anloga, pero lo cierto es, segn lo dice Enrique Diez Caedo, que "el hombre en camino (el homo viator, ni ms ni menos) es la imagen ms frecuente en la poesa de Gonzlez Martnez", como puede verse, para no ir ms lejos, en la primera estrofa de Las tres cosas del Romero:

    Slo tres cosas tena para su viaje el Romero: los ojos abiertos a la lejana, atento el odo y el paso ligero.

    Sobre la diplomacia como clima espiritual favorable o, por el con-trario, repelente del trabajo intelectual o la creacin potica, nos dej Gonzlez Martnez impresiones muy variadas, entre ellos las siguientes:

    A ms de algn poeta he odo decir que un puesto diplomtico en el extranjero y una larga permanencia en l le habran sido favorables para una labor meritoria y copiosa. Yo no me opongo a tal manera de considerar la vida diplomtica, es decir, a verla como una posicin propicia al trabajo intelectual y a la creacin literaria. Creo que hay casos que demuestran que durante una misin fuera de Mxico se pueden escribir obras de enjundia y de belleza que den lustre a las letras y honor a sus cultivadores. Bastaran

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  • dos ejemplos: el de Amado ervo y el de Alfonso Reyes. De mi s decir que durante doce aos de representar a mi patria en cuatro pases, apenas pude escribir tres libros: "El Romero", "Las Seales Furtivas" y "Poemas Truncos". En "La Palabra del Viento", cuyo material dej casi incompleto en la edito-rial "Cultura", hay unos pocos poemas escritos en Chile; y el libro "Poemas Truncos" lo termin en Mxico, a mi regreso definitivo de Europa. Puedo, en rigor, asentar que el ambiente diplomtico fue para mi poesa poco propicio, si no esterilizante. Dejo a un lado conferencias sobre mi pas y otros trabajos de ndole semejante, discursos en solemnidades patriticas, que ms que labor espontnea, eran el cumplimiento muy grato, eso s, de un deber oficial, de una obligatoria propaganda mexicana. La vida protoco-laria, entre fiestas y ceremonias oficiales donde la conversacin es frivola y las amistades a flor de piel, y los rutinarios trabajos de la oficina, no eran estmulo espiritual para la poesa.

    A lo que yo entiendo por haberlo vivido, a Gonzlez Martnez lo aca-par demasiado la vida diplomtica de saraos y ceremonias simple-mente porque todas sus misiones fueron ante gobiernos de pases her-manos, donde es imperativa la asistencia a los sobredichos actos. Est muy lejos de ser as, por el contrario, en pases con los cuales no nos vinculan la sangre o el idioma, donde queda amplio solaz para la lucubracin intelectual o potica, como fue el caso, digamos, de Clau-del en China.

    Una buena caracterizacin global de la obra de Enrique Gonzlez Martnez la dio, como es bien sabido, Max Hennquez Urea al decir que nuestro poeta "fue el ltimo modernista y el primer postmo-dernista, pues con l se inicia un modernismo refinado que tiende a una mayor diafanidad lrica y desecha todo empeo preciosista". (MHU, Breve historia del modernismo, FCE, Mxico 1954, p. 485). A partir de Silenter, en efecto, lo que prevalece en el poeta es una actitud honda y meditativa frente a la vida, un abandono progresivo de la solaridad de Prosas profanas, en pesquisa de lo que ah faltaba, y que era, segn se vio despus, algo esencial: concavidades, profundidad, misterio, y a nivel an ms hondo, el vrtigo de los abismos, una liberacin en su-ma, de la pantera del sensualismo, como haba dicho Ortega y Gasset.

    Al igual que todos los crticos de Gonzlez Martnez (donde crticos tiene el mismo sentido neutralista que en Menndez Pelayo) Max Hennquez Urea ha debido enfrentarse al temeroso Turcele el cuello al cisne, y su enfrentamiento es un modelo de circunspeccin y ecuani-midad, segn resulta del siguiente pasaje:

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  • "Gonzlez Martnez recoga en su soneto una tendencia que, por lo menos desde la publicacin de Cantos de vida y esperanza, se haba infil-trado ya en el modernismo. No por esto dejaba de ser su soneto la sn-tesis de un credo esttico, y bueno es tenerlo en cuenta, nadie lo haba formulado antes de manera concreta." (MHE, op. cit, p. 489.)

    Cinco aos despus de escrito el clebre soneto, todava aparece el cisne, mas para morir (el libro intitlase La muerte del cisne) y el buho, por el contrario, reafirma su soberana, por sobre todas las otras aves de la ornitologa lrica, en el alma del poeta:

    El ave negra calla... Enigmtica y muda, tal parece el espectro silente de la duda... Yo siento que su inmvil pupila me saluda desde el profundo abismo de su meditacin. Ya conozco hace mucho tu silueta sombra, ave callada y negra de la sabidura, pjaro esquivo y noble, ave que eres la ma!

    A partir de aquel momento ntrase el poeta por la floresta de smbo-los a que aluden las Correspondencias bodelerianas: L'homme y passe a travers desforets de symboles.

    El movimiento simbolista, tal como se dio en la literatura francesa despus del romanticismo y del parnasianismo, empieza, a lo que se cree, con Baudelaire y se prolonga en numerosos poetas, entre ellos Verlaine, Verhaeren, Samain, Moras, Maeterlinck y Rodenbach, todos traducidos por Gonzlez Martnez, a cuyas traducciones hay que sumar la soberbia interpretacin (as la llam l mismo modestamente) que hizo de El cuervo de Poe, todo lo cual demuestra el perfecto cono-cimiento que tuvo nuestro poeta de la poesa simbolista antes de trasva-sarla, con aliento original, a la suya propia. Para entenderla cumpli-damente, creemos necesario abrir un breve parntesis sobre la esencia del simbolismo y su actuacin no slo en la literatura sino en el pen-samiento occidental en general.

    Signo y smbolo... Son nociones muy semejantes, por cuanto que las dos remiten a otro objeto o fenmeno distinto del que nos es inme-diatamente patente, pero al paso que el signo alude a otra realidad igualmente concreta (el humo como signo del fuego) el smbolo, a su vez, tiene por correlato a una realidad que desborda considerable-mente del smbolo en su estructura fsica, una realidad, y es lo ms fre-

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  • cuente, conceptual, moral o trascendente. De ah que la literatura sim-bolista en el terreno de lo sagrado haya proliferado extraordinaria-mente desde los primeros siglos del cristianismo (a partir sobre todo del Seudoareopagita) por la necesidad de expresar de algn modo lo sobrenatural de que no tenan otra fuente que la revelacin, pero ninguna experiencia directa. "Rayo de tiniebla", por ejemplo, llama el Seudodionisio a la presencia divina, por anularse en Dios todos los con-trarios, y por all ir la teologa mstica hasta Eckhardt, Taulero y san Juan de la Cruz. La Sagrada escritura, dir por su parte Toms de Aqui-no, ha de expresarse en metforas (Utrum Sacra Scriptura debeat uti metaphoris) en razn de que lo escrito all remite siempre a un trmino arcano: alind dicitur, aud significatur.

    No me alargar ms en esto, y si lo he trado a colacin ha sido sobre todo por la conviccin que tengo de que Enrique Gonzlez Martnez estaba tocado, por decirlo as, de una predestinacin al simbolismo desde sus aos de estudiante en el Seminario conciliar de Guadalajara, donde seguramente se habr topado con los textos aquinatenses sobre la literatura sacra alegrica, y sobre todo por la enseanza del griego antiguo (clsico y neotestamentario) que recibi all mismo de labios de don Agustn de la Rosa (el proverbial padre Rositas) sabio y santo. "Ha de haber muerto en olor de santidad", segn leemos en El hombre del buho (p. 64) cuyas pginas evocatorias del padre Rositas no podemos leer hoy sin lgrimas los tapatos provectos. Las efigies en tamao natural de Enrique Gonzlez Martnez y del padre Rositas yr-guense hoy simultneamente en la Rotonda de los hombres ilustres jaliscienses, ubicada en la antigua plaza de la Soledad, al costado de la catedral.

    Con todo y su reverencia por la santidad del seor De la Rosa, Gonzlez Martnez no tard en perder, a su salida del Seminario y como nos lo confiesa l mismo, la fe teologal, de la que, sin embargo, hay una reminiscencia furtiva en Ausencia y canto, Poema del Orgullo:

    Sepulta el bien y el mal, hasta la hora en que rompan los muertos su clausura al toque de clarn de nueva aurora.

    Sea de todo lo anterior lo que fuere, lo ltimo que quiero decir a este propsito, por considerarlo del mayor inters, es la mencin, as sea muy de pasada, del paralelismo que salta a la vista entre el simbolis-

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  • mo en las artes visuales y el simbolismo en la literatura, y que se proyec-ta directamente en la obra de Enrique Gonzlez Martnez. De qu parte empez la interaccin terminolgica no lo sabremos nunca, pero el hecho es que, al igual que nuestro poeta, los pintores a su vez comenzaron a hablar del "alma secreta de las cosas". "La cosa es ms que el exterior que se nos presenta ante los ojos", escribi Paul Klee. Y Giorgio de Chirico, el fundador de la llamada pittura metafsica, escribi a su vez: "Todo objeto tiene dos aspectos: el aspecto comn, que es el que generalmente vemos y que todos ven, y el aspecto fantasmal y metafisico, que slo ven raras personas en momentos de clarividencia y meditacin, y es el que debe revelarnos el arte." Con lo que volvemos a Kant, para el cual la cosa en s, vedada a la razn especulativa, se hace patente, por el contrario, a la conciencia moral y a la conciencia artsti-ca, y por esta direccin, a lo que entiendo, ha avanzado el simbolismo.

    Al saludar la poesa simbolista de Enrique Gonzlez Martnez como "la fuerza que domina hoy en nuestra poesa hispanoamericana", Pedro Henrquez Urea eriga al propio tiempo el panten olmpico de la poesa mexicana con los siguientes dioses mayores: Manuel Gutirrez Njera, Manuel Jos Othn, Salvador Daz Mirn, Amado ervo, Luis G. Urbina y Enrique Gonzlez Martnez. (La obra de Enrique Gonzlez Martnez. El Colegio Nacional, 1951, pp. 35-36.) Pedro Henr-quez Urea, debemos agregar, escribi este ensayo en 1915, cuatro aos antes de la aparicin de Zozobra (1919); de lo contrario le habra dado igualmente sede olmpica a Ramn Lpez Velarde.

    No puedo abandonar este tema sin trasladar las impresiones de otro gran poeta, Luis G. Urbina, quien, como nadie, trat a Gonzlez Mar-tnez, en Madrid sobre todo. "Nos veamos dice dos o tres ho-ras por las maanas, y luego, a diario, desde las seis de la tarde hasta las cuatro de la siguiente madrugada", en la redaccin del peridico se entiende. Ysigue diciendo Urbina:

    Largo sera contar ahora mis impresiones a travs de los versos de Gonzlez Martnez. Me cosquillea, no obstante, el deseo de narrar cmo he recorrido con este divino sonmbulo los senderos ocultos del ensueo y he escuchado la misteriosa palabra del viento. Tiempo y espacio me faltan y he de recoger velas para llegar cuanto antes a la orilla prosaica.

    Sin embargo, quisiera yo sintetizar mis reflexiones, reducirlas, quinta-esenciarlas, encerrar la luz de mi entusiasmo en las gotas de roco de unas cuantas frases.

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  • S; no hay en nuestra lrica poeta ms alto que Gonzlez Martnez. Y no por la maravilla de las formas; ni por la riqueza de las imgenes plsticas o vagas, mates o refulgentes; ni por la metafsica, sutil y como desvada, del pensamiento; ni por la trmula emocin que refleja la vida como un ro que copia, con luces de milagro, el paisaje.

    Gonzlez Martnez es el ms alto, por la incesante elevacin del smbolo. Por la clarividencia de sus visiones. Por el supremo y hondo sentido, casi sobrehumano, que llena de ms all, su inspiracin. Simblico que no usa de la sombra, sino de la penumbra. Mgico que hace precisos y tangibles sus fantasmas.

    Emotivo filosfico? Tal vez; pero sin sistema. Esa filosofa, esos esbozos metafsicos, esas doradas neblinas pantestas, esos repentinos xtasis y turba-ciones de misticismo, se han engendrado, ms que en la idea, en el sentimien-to. Es el sentimiento el que da alas de bruma a la fantasa. No se trata slo de un fuerte imaginativo, sino de un sensitivo extraordinario. El cual no se afana tanto en soar como en presentir. Un singular estado espiritual lo hace fcil al xtasis; pero a la vez, le da una especie de don adivinatorio, de segunda vista proftica. En la psicologa del soador va entremezclada la razonadora ten-dencia del pensador.

    Una lgica sideral encadena, en delicados y esfumados sorites, los inde-terminados raciocinios, ingrvidos y ligeros, como bandada de celajes. Y las voces adquieren, para poder expresarlos, una suerte de levedad, de incon-sistencia, de inmaterialidad, y son como el humo que se elevase del incen-sario del corazn. La recndita msica del verso tiene a veces un ritmo de melancola religiosa. Los cantos del amor y del dolor llevan acom-paamiento de arpas anglicas. El contemplativo que es un vidente llega a las cimas de la verdad absoluta, contempla los horizontes, y, en intencionadas parbolas, encierra sus adivinaciones, sus alucinaciones, sus explicaciones del visionario." (La obra de Enrique Gonzlez Martnez, El Colegio Nacional, 1952, pp. 103-104.)

    La cita h a sido larga, pero la he credo indispensable por la calidad del testigo, tan prximo a Gonzlez Martnez tanto por su trato ma-dri leo como por ser u n o y otro dos dioses mayores del Ol impo poti-co mexicano.

    No por haber ponderado con cierto ahnco, como todos en general, la nota simbolista en la poesa de Gonzlez Martnez, ha de entenderse, sin embargo, que trato de acasillarlo todo l a tal o cual escuela o ten-dencia. Nada est tan lejos de mi nimo, porque su poesa, no menos que su personalidad, con la cual est unida en perfecta simbiosis, des-borda todos los moldes convencionales para alcanzar u n a lnea de per-

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  • fecta originalidad, y pese a las influencias de todo gnero que sobre l gravitaron. Por n o poder expresarlo yo mejor, dejar que lo diga la poetisa uruguaya Luisa Luisi, u n a de sus mejores intrpretes:

    La caracterstica de esta poesa es su dignidad y su nobleza, unidas a una gran espiritualidad... Y porque Enrique Gonzlez Martnez trae en su poesa la facultad maravillosa de hacerse amar; porque toca con mano impalpable las fibras ms sutiles del alma, y abreva sin engaarla con falsas seguridades nuestra sed de misterio; porque corre bajo la tersura impeca-ble de sus versos, el agua subterrnea de su propio corazn; porque sin gri-tos, sin estridencias, sin lgrimas casi y sin lamentos, nos acerca a los labios del alma el dolor incolmado de la suya, es hoy, para m, el ms grande poeta de Amrica.

    Un hondo pantesmo, que flota, luminoso, por sobre las pginas de Los senderos ocultos, muestra al poeta sereno, humano, abierto a todos los seres y a todas las cosas: "Busca en todas las cosas un alma y un sentido oculto", dice en uno de sus poemas. Pero no se contenta con esta contemplacin franciscana y este pantesmo mstico, alejador de las luchas de la vida. l vive entre los hombres, y no rehuye su contacto, ni les niega el consuelo de su ciencia y el alivio que les brinda su profesin. Mdico, la ejerce durante diecisiete aos, y pone la mano en las llagas y el blsamo sobre las heridas. Ni niega a su pas, tan probado, el caudal de su talento en la poltica, la ms quemante y la ms fecunda de las actividades humanas." {La obra de Enrique Gonzlez Martnez, El Colegio Nacional, 1951, pp. 87 y 89.)

    Qu ms an? "Nadie h a def inido mejor la poesa de En r ique Gonzlez Mar t nez c o m o el p r o p i o E n r i q u e Gonzlez Mar t nez" , escribi Luisa Luisi, en confirmacin de lo cual reproduce, como aqu nosotros, el siguiente poema:

    Quiero con mano firme y con aliento puro, escribir estos versos para un libro futuro:

    Este libro es mi vida... No teme la mirada aviesa de los hombres; no hay en sus hojas nada que no sea la frgil urdimbre de otras vidas: mpetus y fervores, flaquezas y cadas. La frase salta a veces palpitante y desnuda; otras, con el ropaje del smbolo se escuda de viles suspicacias. Aquel a quien extrae este pudor del smbolo, que no lo desentrae.

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  • Este libro no ensea, ni conforta, ni gua, y la inquietud que esconde es solamente ma; mas en mis versos flota, diafanidad o arcano, la vida, que es de todos. Quien lea, no se asombre de hallar en mis poemas la integridad de un hombre, sin nada que no sea profundamente humano.

    {La palabra del viento, p. 136.)

    Como los mayores poetas de todos los tiempos, como Virgilio y Dante, fue Gonzlez Martnez, en el declinar de su vida y en el apogeo de su arte, poeta ciudadano, resolviendo vitalmente esa apora tan esquiva a soluciones tericas y simplistas, de cmo podran el pensador y el artista, sin dejar de serlo, aceptar la responsabilidad que como hombres les cabe en los conflictos de su tiempo y encararse con ellos sin decaer por eso de su alto oficio, sin descender a la liza de los par-tidos, sin contaminar su verbo con el vocabulario prosaico y circunstan-cial. Cmo pueda ser esto, no se puede decir, pero ellos lo hicieron. Gonzlez Martnez lo hizo tan bien, que no s si en espaol han encon-trado los horrores de la guerra area una expresin potica superior a la de esas soberbias liras leoninas (a cuan diferentes temas igual metro!) que componen el tercer canto de El diluvio de fuego. En cuanto a los hermosos y graves tercetos del primer canto, slo dir que para m es lo mejor que escribi nunca Gonzlez Martnez. Son un prodigio tal de lnea meldica, tan pura y tan rica, que una emocin anloga apenas podran drnosla Dante o Bach.

    Al igual tambin que aquellos poetas mayores y los dems de su pro-sapia, honra suprema de la especie humana, Gonzlez Martnez fue, en esta hora caliginosa que vivimos, poeta de la paz. La guerra, la violencia fratricida, hubo de merecerle la misma implacable reprobacin tan reiterada en la gran poesa universal: la "guerra aborrecida de las madres" en Horacio, el lacrimabile bellum en Virgilio, "esta furia infer-nal, por otro nombre guerra" en Garcilaso, y otro tanto en tantos otros grandes espritus que hicieron or su anatema contra tan inconcebible locura.

    Fue sobre todo en Babel, su ltimo poema, que tan admirablemente subtitul "Poema al margen del tiempo" (esto es, fuera y al borde de la circunstancia trgica) donde Gonzlez Martnez acab, como el poeta florentino, por elevarse

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  • a la limpia regin en donde impera la paz perfecta del Amor que dura.

    Porque yo no podra hacerlo mejor que con sus propias palabras, y porque bien merece la memoria de Gonzlez Martnez que se le vin-dique u n a y otra vez de tanto farisesmo como nos est envenenando, trasladar una pgina en que el poeta nos comenta su poema y su posi-cin cvica; pgina que si no fue la ltima que sali de su pluma, s fue de cierto la ltima dada a la estampa, y que constituye por ende el tes-tamento humano de Gonzlez Martnez y su ltima reafirmacin como hombre y como ciudadano:

    Babel... Est al margen del tiempo, que no existe para la eternidad del espritu dispuesto a amar... El amor sin fronteras de razas ni de credos, de lenguas que nos confundan ni de doctrinas que nos separen... Todo el poema es un canto a la paz, una condenacin de cuanto la impide o la per-turba... Por qu alarmarse por los gritos de paz, por la plegaria en favor de un acuerdo de fraternidad entre los hombres?... A m no me amedrentarn nunca interpretaciones malvolas ni juicios aventurados o incomprensivos sobre mi actitud condenatoria de la guerra. Yo ser un pacifista hasta que la muerte cierre mis ojos; un hombre que condena como un crimen la agre-sin armada. Condenar desde lo ms profundo de mi conciencia el uso de armas movidas por fuerzas cuyo empleo se desva de un fin benfico y creador hacia la destruccin y la muerte. Es infantil o malintencionado ligar esta actitud ma, clara y sincera, a consignas de banderas o a compro-misos contrados con agrupaciones doctrinarias de cualquier ndole. (La apacible locura, p. 153.)

    "Babelcoment a su tiempo Luis Garrido es el canto del t iempo que nos ha tocado vivir, cargado de maquinismo, de profundos odios, de crueles guerras y de graneles inventos:

    "Leviataes de instintos enrojecen las aguas, incendiando los mundos con sus ojos de fuego."

    Este poema de Enrique Gonzlez Martnez producto de su florida vejez, fecunda y robusta, como las de Goethe y Vctor Hugo no slo es una sntesis del mundo de nuestros das, sino que tiene una gran signifi-cacin filosfica, ya que nos describe al hombre luchando entre lo terrenal y lo sublime, entre la materia y el ideal, entre el bien y el mal. No se haba escrito hasta hoy, en lengua castellana, una obra lrica que reflejara en

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  • forma tan bella y sugerente las terribles inquietudes de nuestro tiempo." (La obra de Enrique Gonzlez Martnez, El Colegio Nacional, 1951, pp. 271 y 272.)

    Segn explic tambin el poeta en su otra autoexgesis de El diluvio de fuego, el pesimismo de sus visiones apocalpticas se salva por la apari-cin de los pueblos del Nuevo Mundo, llamados por l "la tribu inocente"; y en verdad que lo somos, en ambos sentidos de la expre-sin. Aqu est (cmpleme subrayarlo en esta ocasin) la nota formal de americanidad en la poesa de Gonzlez Martnez, por ms que, atendiendo de preferencia a sus valores intrnsecos, haya sido toda ella, sin mengua de su universalidad, tan americana, como quiera que encarn, en el momento adecuado, la aspiracin del alma americana a ultrapasar el esteticismo mrbido y el amoralismo intrascendente del modernismo hacia planos superiores de visin eidtica y entonacin moral.

    El mejor legado que nos ha dejado Enrique Gonzlez Martnez, junto con su obra, ha sido el recuerdo de su persona, de su vida simple, clara y pura, su difana conciencia, su tranquila profundidad. De l escribi el otro jalisciense ilustre en el campo de las letras, Victoriano Salado lvarez, estas palabras:

    "Yo sueo con una vida de artista como la de Gonzlez Martnez; vida igual, callada, dulce y tranquila; vida exenta de odios, de rencores, de celos y de pasiones; vida dedicada slo a desentraar el ideal de fuerza y de hermosura que el artista lleva dentro."

    No puedo resistir al deseo de trasladar aqu, a guisa de colofn, el siguiente poema de Poemas truncos:

    VERBO

    Pasar, pasaremos-Sobre el largo coloquio inefable, un silencio de olvido tender su pavor funeral... Mas el divino verbo de belleza no pasar...

    Se apagar el crepsculo en la noche del mal; mas la palabra con que lo cantamos no pasar...

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  • Vendr un morir de rosas; un pilago sin ondas ser el antiguo mar, y bajeles de ensueo en la arena impalpable sern polvo y no ms... 1 cielo ser sombra y los besos hasto; todo habr de pasar... Mas la palabra nica sobre el cielo y las rosas, sobre el amor y el mar, la palabra, ms fuerte que las cosas, no pasar...

    Son versos que glosan en lo humano las palabras del divino Maestro: "El cielo y la tierra pasarn, pero mis palabras no pasarn": Caelum et trra transibunt, verba autem mea non praeteribunt. (Mt. 24, 35) "La pa-labra, ms fuerte que las cosas", no lo olvidemos nunca los escritores.

    Fea quod potui, faant meliora potentes.

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