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CONCILIUM Revista internacional de Teología

LITURGIA

Febrero 1967

Manders Ligier Stenz>el Maertens Lengeling Gelineau

I D. Cois Oñatihia

-r/-* * -i/i r\

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C O N C I L I U M Revista internacional de Teología

Diez números al año, dedicados cada uno de ellos i una disciplina teológica Dogma, Liturgia, Pastoral, ücumenismo, Moral, Cuestiones Fronterizas, Historia le la Iglesia, Derecho Canónico, Espiritualidad y sagrada Escritura

CONTENIDO DE ESTE NUMERO

I Manders ¿Qué relación existe entre núes tro bautizo y nuestra fe? 175

-. Ligier El simbolismo bíblico del bautismo en los SS Padres y en las liturgias 188

K Stenzel Lo transitorio y lo perenne en la historia del catecumenado y del bautismo 206

Zh Pahard La catcquesis en el catecumena do 222

vi Dujaner Los padrinos 228

f Maertens Historia y junción de las tres grandes pencopas del ciego de nacimiento, la Samaritana y Lázaro 234

l Béraudy Los escrutinios y los exorcismos 239

_. Lengeling La bendición del agua bautis mal en el rito romano 244

\ Gelineau Los cantos en la liturgia del bau tismo 253

W Breuning El lugar de la confirmación en el bautismo de los adultos 274

SOLETINES —La música sagrada en el marco de la renovación litúrgica 291

IOCUMENTACION CONCILIUM 325

Traductores de este número

Un grupo de profesores del Seminario Diocesano de Madrid

Director de la edición española

P JOSÉ MUÑOZ SENDINO

Editor en lengua española

EDICIONES CRISTIANDAD A -1 t A Oí-lO TÍ X X T\Tt T T \

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C O N C i L I U M Revista internacional de Teología

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L I T U R G I A

EDICIONES CRISTIANDAD MADRID

1967

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CON CENSURA ECLESIÁSTICA

Depósito legal: M. 1.399.—1965

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COMITÉ DE DIRECCIÓN

Directores de sección:

Prof. Dr. E. Schillebeeckx, OP

Mgr. Dr. J. Wagner Prof. Dr. K. Rahner, sj Prof. Dr. H . Küng Prof. Dr. Bbckle Prof. Dr. J.-B. Mete

Prof. Dr. R. Aubert

Mgr. Dr. N. Edelby

Prof. Dr. T. I . Jiménez Urresti

Prof. Dr. Chr. Duquoc, OP

Prof. Dr. P. Benoit, OP

Prof. Dr. R. Murphy, 0. CARM.

Consejeros:

Dr. L. Alting von Geusau Ludolf Baas Dr. M. Cardoso Peres, OP Marie-Dominiqui Chenu Mgr. Dr. C. Colombo Prof. Dr. Y. Congar, OP Prof. Dr. Ch. Davis Prof. Dr. G. Dickmann, OSB Prof. Dr. J. Mejía Roberto Tucci

(Dogma) (Liturgia) (Pastoral) (Ecumenismo) (Moral) (Cuestiones

fronterizas) (Historia de

la Iglesia) (Derecho

Canónico) (Derecho

Canónico) (Espiritua­

lidad) (Sagrada

Escritura) (Sagrada

Escritura)

Nimega Tréveris Munich Tubinga Bonn Münster

Lovaina

Damasco

Bilbao

Lyon

Jerusalén

Washington

Groninga Amersfoort Fátima París Várese Estrasburgo Chipping Norton Collegeville Buenos Aires Roma

Holanda Alemania Alemania Alemania Alemania Alemania

Bélgica

Siria

España

Francia

Jordania

U.S. A.

Holanda Holanda Portugal Francia Italia Francia Inglaterra U.S. A. Argentina Italia

Secretario general:

Dr. M. C. Vanhengel

Secretario adjunto:

Jan Peters

Nimega Holanda

Smakt-Venray Holanda

Secretariado General:

Arksteestraat 3-5, Nimega, Holanda

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COMITÉ DE REDACCIÓN DE ESTE NUMERO

Director:

Mgr. Dr. J. Wagner Tréveris Alemania Occidental

Directores-adjuntos:

Dr. H. Hucke Dr. H. Rennings

Neu-Isenburg Tréveris

Alemania Occidental Alemania Occidental

Miembros:

t Mgr. J. van Cauvvelaert Prof. Dr. G. Diekmann, OSB Prof. Dr. B. Fischer Prof. Dr. G. Fontaine, CRIC Dom. A. Franquesa, OSB Prof. Dr. J. Gelíneau, sj Prof. Dr. A. Hanggi t Mgr. E. Hurley t Mgr. Dr. H. Jenny Prof. Dr. J. A. Jungmann, sj Prof. Dr. E. J. Lengeling Dom. Th. Maertens, OSB Prof. Dr. S. Marsili, OSB Prof. Dr. J. Mateos, sj Mgr. Prof. Dr. F. R. McManus J. Mejía Gómez Dr. I. Oñatibia Prof. Dr. J. Pascher Prof. Dr. G. M. Pinell Pons, OSB Dr. J. F. Rivera Recio Prof. Dr. H. A. Schmidt, sj A. Trusso Prof. Dr. C. Vagaggini, OSB Prof. Dr. C. Vogel í Mgr. Dr. G. C. Young

Inongo Collegeville Tréveris Montreal Montserrat París Friburgo Durban Cambrai Innsbruck Wolbeck Saint-Andries Roma Roma Washington Medellín Vitoria Munich Montserrat Toledo Roma Buenos Aires Bologna Estrasburgo Sandy Bay

República del Congo U. S. A. Alemania Occidental Canadá España Francia Suiza Sud-África Francia Austria Alemania Occidental Bélgica Italia Italia U. S. A. Colombia España Alemania Occidental España España Italia Argentina Italia Francia Australia

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PRESENTACIÓN

La decisión tomada en 1962 por la Congregación de Ri­tos, en vísperas del Concilio, constituye un hecho inaudito des­de la época de Pablo V. Tal decisión hace patente la urgencia de un problema que se halla planteado desde hace trescientos cincuenta años y que exige una solución ante la clara insufi­ciencia del rito del bautismo de adultos tal como aparece en el Ritual Romano. En el año 1962 la Congregación concedía el permiso para distribuir el rito del bautismo de adultos del Ri­tual Romano en siete etapas (o en un número inferior según las circunstancias) repartidas a lo largo del tiempo de prepara­ción al baustimo. Se iniciaba así el primer paso decisivo hacia una meta a la que tendían los anhelos y la impaciencia tanto de los pastoralistas como de los liturgistas: una resacralización del catecumenado (que ha dejado de ser actualmente un pro­blema exclusivo de las misiones) y una «des-cerebralización» por medio de la restauración del sentido primitivo de las fun­ciones correspondientes a los distintos elementos constitutivos del rito bautismal de adultos.

Los historiadores tendrán que señalar en su día como un título de gloria para la Congregación de Ritos el hecho de que ésta, ante el mencionado problema, y sin tener todavía detrás de sí el respaldo de un Concilio, haya dispuesto una serie de ordenaciones muy prudentes y bien pensadas con vistas a una mayor flexibilidad del rito. No obstante, en 1962 no era toda­vía viable aquello que en 1965 lo sería ya, una vez que el Con­cilio hubo estudiado el problema de un ritus solemnior bapti-zandi adultos distribuido en etapas y al que alude en dos de sus documentos: la Constitución sobre la Liturgia y el Decreto de

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174 Presentación

las Misiones. Al mismo tiempo, en el artículo 66 de la Consti­tución de Liturgia, se dispone la reforma total de este rito den­tro del espíritu de los principios desarrollados por dicha Cons­titución. Sobre estas bases, el «Consilium ad exsequendam Constitutionem de S. Liturgia» permitió, en el año 1965, un nuevo rito del bautismo de adultos con vistas a una experien­cia que había de tener lugar bajo la supervisión de los obispos del propio Consilium.

En este clima de situación provisional entre la nueva expe­riencia que se inicia y la estructuración del rito definitivo (que habrá de ser adoptado por las Conferencias episcopales, a te­nor del articulo 39 de la Constitución de Liturgia, formando parte de un conjunto más amplio constituido por un nuevo Rituale Romanum) sale a luz este número de CONCILIUM. La revista pretende contribuir a la creación del clima teológico im­prescindible para que puedan lograr su plena madurez unas modificaciones de tanta trascendencia para el futuro de la Igle­sia. Este número prescinde intencionadamente del problema del bautismo de los niños, no sólo porque en este campo tos trabajos de reforma no han madurado lo suficiente, sino por­que, además —según las indicaciones del Concilio (Const. de Liturgia, art. 67)—, hay que esperar, por primera vez en la historia del rito bautismal católico, la instauración de un rito propio del bautismo de los niños; rito que respetará la vera condicio infantium y que dejará de ser idéntico —como lo ve­nía siendo en la práctica—- al rito del bautismo de adultos.

POR ENCARGO DE LA DIRECCIÓN

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¿QUE RELACIÓN EXISTE ENTRE NUESTRO BAUTISMO Y NUESTRA FE?

Entablar un diálogo con los lectores de CONCILIUM no es tan simple como parece. En primer lugar, cada uno debería­mos saber dónde se encuentra el otro. Esto tiene una impor­tancia muy especial cuando hablamos de un tema como la relación entre el bautismo y la fe, en el que están implicados la mayoría de los principios fundamentales de la doctrina so­bre la justificación, los sacramentos, la aparición de Dios en este mundo, la antropología cristiana y otros muchos problemas. Indudablemente, constituirá una gran diferencia para la discusión el que comencemos con la pregunta: «¿Cómo encuentro a un Dios misericordioso?» (en la que se ve el bau­tismo como el sacramento de la conversión personal, de la jus­tificación, de la santificación), o por esta otra: «¿Cómo apa­rece Dios en este mundo mediante el bautismo? ¿Cómo viene a ser de nuevo un Dios vivo en el bautismo?» íel bautismo como manifestación de Dios). Ciertamente, estas preguntas no se excluyen mutuamente, una implica la otra; pero ¡de qué for­ma tan distinta operan la fe y el bautismo según que comen­cemos por una u otra! Se entra en las aguas bautismales de modo diferente según se piense que la fe descubre el significado más profundo de la existencia humana o se esté convencido de que en el bautismo entramos en contacto con realidades divinas. Es distinto pensar que la gracia es un acto divino pura­mente inmanente y que, aunque sea una realidad humana, es esencialmente invisible, accesible únicamente a la fe, y pensar

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que la encarnación del Hijo de Dios implica esencialmente que la gracia se hace manifiesta en este mundo. Decir que la fe es solamente la condición o el resultado del bautismo es muy distinto que decir que la fe se realiza en el bautismo. Y así podíamos continuar largo rato. Y en realidad deberíamos con­tinuar, porque no se trata simplemente de hechos y opiniones. La teología no es simplemente un intento de interpretar cientí­ficamente los datos de la fe, se esfuerza también por hacer rea­lizable la fe auténtica de un modo auténticamente humano.

Cualquiera que sea el modo que sigamos individualmente, dentro de la Iglesia todos debemos seguir el mismo camino. Y mientras todos andamos el mismo camino, es importante que cada uno de nosotros nos reconozcamos como pertenecientes a la misma fe y veamos que cuanto se piensa o dice en teología tiende a preservar intacta —lo cual no quiere decir «incambia-da»— la herencia de la fe. Por eso me parece tan importante que los lectores y yo podamos encontrar un punto de partida común al reflexionar sobre la relación entre la fe y el bautis­mo. No es que haya mucho nuevo que decir. En realidad po­día incluso pensarse que en los últimos años se ha discutido su­ficientemente sobre todo esto y que muy bien podíamos dejarlo como está \ No obstante, considero posible recorrer juntos un

1 En estas páginas debería citar con frecuencia muchos auto­res, aunque sólo fuese en señal de gratitud por lo que he reci­bido de ellos; pero, en bien de la brevedad, me limitaré a citar las más importantes entre las publicaciones recientes que he po­dido consultar: H. F. Dondaine, Le baptéme est-il encoré le 'sa-crement de la foi', «Maison Dieu», 6 (1946), 76-87; H. Fraeyman, Grondslagen van de innerlijke verhouding tussen geloof en doop-sel, «Coll. Gand.» (1947), 166-80; P. T. Camelot, Le baptéme sa-crement de la foi, «Vie Spir.», 76 (1947), 820-34; G. Geenen, Fidel sacramentum, «Bijdragen», 27 (1948), 245-69; T. V. Baval: «Sa-crament zonder geloof?», «Bijdragen», 27 (1966), 350-70; J. Ha-mer, Le baptéme et la foi, «Irénikon», 23 (1950), 387-405; R. Schnackenburg, Das Heüsgeschehen bei der Taufe nach dem

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¿Qué relación existe entre bautismo y fe? 177

camino que puede llevar a entender algunas conclusiones, más o menos generalmente aceptadas, a las que se ha llegado re­cientemente.

Es curioso que esta unanimidad, que todavía es sólo rela-

Apostel Paulus (Munich, 1950), 115-20; 185-95; E. Schillebeeckx, De sacraméntele heüseconomie (Amberes, 1952), 557-663; el mis­mo, Vers un catéchuménat des adultes, «Cahier spécial de la do-curnentation catécbistique» (París, 1957); P. Herbin, Naissance du chrétien (París, 1957), J. Goffinet, Le baptéme, sacrement de la foi, «Rev. Eccl. Liége», 45 (1958), 333-51; L. Bouyer, L'initia-tion chrétienne (París, 1958); «N. Zeitsch. Missionsw.», 15 (1959), 1-63 (número dedicado al bautismo); T. Ohm, Das Katechumenat in den katholischen Missionen (Münster, 1959); L. Lecuyer, Théo-logie de l'initiation chrétienne chez les Peres, «Maison Dieu», 58 (1959), 5-26; P. Anciaux, Het christendoopsel; leer, liturgie, ziel-zorg (Malinas, 1953); A. Stenzel, Die Taufe (Innsbruck, 1958); H. Wegman, De zielzorg voor de dopelingen in de vasten en de paasweek, «Tijds. Lit.», 44 (1960), 134-44; L. Simons, Naar een hersten van het katechumenaat, ibíd., 145-53; R. Dijkers, Chris-telijke initiatie in de missie, ibíd., 154-65; H. Mentz, Taufe und Kirche in ihrem ursprünglichen Zusammenhang (Munich, 1960); P. T. Camelot, Spiritualité du baptéme (París, 1960); J. Delmotte, Het doopsel, sacrament van het geloof, «Coll. Brug. Gand.», 8 (1962), 3-31; J. Duplacy, Le salut par la foi et le baptéme d'aprés le Nouveau Testament, «Lum. et Vie», 27 (1956), 3-52; T. Maer-tens, Histoire pastorale du rituel du catéchuménat et du baptéme (Brujas, 1962); el mismo, Catéchuménat et liturgie, «Maison Dieu», 71 (1962); A. Turck, Aux origines du catéchuménat, «Rev. Se. Phil. Théol.», 48 (1964), 20-31; T. Halton, Baptism as illumination, «Irish Theol. Quart.», 32 (1965), 28-41; F. M. Braun, Le don de Dieu et l'initiation chrétienne, «Nouv. Rev. Théol.», 96 (1964); N. Hofer, Das Bekenntnis 'Herr ist Jesús' und das 'Taufen auf den Ñamen des Herrn Jesús', «Tüb. Tlieol. Quart.», 145 (1965), 1-12; H. B. Rossen, Verbond en besnijdenis bij Pau­lus in verband met de doop, «Ned. Theol. Tijds.», 19 (1965), 433; H. Pesch, Umkehr, Glaube und Taufe, «Bibel u. Leben», 7 (1966), 1-14.

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tiva, lleve a la conclusión de que la práctica bautismal debe cambiar, tanto litúrgica como pastoralmente.

I . LA FE QUE BUSCA A DIOS

Comencemos por un punto que es familiar a todos nos­otros: el bautismo es el sacramento de la conversión y la jus­tificación mediante la fe2. Esto implica, como un mínimo, que nadie puede ser justificado mediante el bautismo sin creer. La fe es al menos una condición para la recepción del bautismo y para recibirlo sinceramente.

Hasta aquí nadie tiene ninguna duda. Por eso precisamente es útil pensar un poco más sobre esta fe. ¿Qué clase de fe es esa que se requiere como una condición para el bautismo, un camino para la justificación? El Concilio de Tiento describe esta fe, este «comienzo de la justificación» 3 —quizá no de forma completa, pero sí en sus líneas esenciales—, como un progresivo hacerse consciente el hombre de su relación con Dios a la luz del evangelio y como un camino que lleva al bautismo 4. Puede decirse también que esta fe es descrita como un reconocer a Dios como el que, fiel a su promesa, justifica al pecador gratuitamente. Este reconocimiento está ligado al testimonio (kerigma) de la Iglesia. Esto podía formularse tam­bién en un sentido más moderno y decir que en esta fe preli­minar el hombre descubre qué es ser 'hombre'. Esta fe le pone al descubierto la realidad de su existencia en su nivel más profundo. De este modo, el hombre descubre que vivir signi­fica estar comprometido a la conversión. El contenido de esta conversión es demasiado complejo para que podamos expo-

2 Cf. Conc. Trid. Sess. VI, c. 7; DS 1529 (DB 799). 3 Ibíd., c. 8; DS 1522 (DB 801). Quizá convenga recordar

que el término 'fe' no significa siempre lo mismo en esta sesión del Concilio de Trento.

4 Ibíd., c. 6; DS 1526 (DB 798).

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Qué relación exhte entre bautismo y je7 179

nerlo aquí. Pero sí podemos recordar que esta fe significa que, en primer lugar, el hombre se vuelve hacia un Dios fiel y verdadero; es en relación con esto como las verdades dogmá­ticas particulares son relevantes 5. En lenguaje moderno podía decirse, a mi entender, que esto entraña una conversión al prójimo. Porque ¿cómo se puede creer verdaderamente en Jesucristo sin el prójimo? Pero quiero añadir que, puesto que la fe entraña la conversión, no basta decir que esta fe sólo da un conocimiento más profundo de la realidad humana. Cier­tamente da este conocimiento de la realidad humana, pero no lo hace simplemente para verla, sino para hacerla real como e! Evangelio exige que sea. Esto es importante para nuestra visión del bautismo. Pero implica también algunas conclusio­nes importantes por lo que se refiere a la preparación eclesiás­tica del bautismo. La fe preliminar nos llega ex audiíu. Pero esto quiere decir al menos que la Iglesia —la universal y la local— hace oír su voz en el mundo de un modo u otro de palabra u obra, de manera que resulte posible una confron­tación con su predicación. Ciertas gentes, particularmente en el marco cultural de Occidente, donde la prensa y otros me­dios de comunicación ejercen una influencia tan grande, pue­den recibir la predicación de la Iglesia mediante el estudio personal, mediante contactos personales y no formales, y me­diante la práctica personal, y llegar así a esta fe preliminar sin contacto formal con la Iglesia. Pero parecerá normal que la formación y el desarrollo de esta fe deben operarse bajo el influjo y la dirección de la Iglesia en su actividad proclama-dora. Y éste es el fundamento del catecumenado. La historia demuestra que este catecumenado puede asumir diversas for­mas, no sólo por lo que se refiere a la organización y el plan, sino también por lo que respecta a su carácter 'oficial'. Este

«Creer que estas cosas están verdaderamente reveladas y prometidas por Dios, y sobre todo que el pecador es justificado por Dios mediante su gracia...»

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puede oscilar entre la asistencia no formal de un laico, que así será responsable de su candidato al bautismo, y una institu­ción oficial, por ejemplo, de un grupo cualificado, constituido por representantes oficiales de la Iglesia para la comunidad. Puede encarnarse en una forma litúrgica o extralitúrgica. No es posible establecer normas de validez universal. Parece más bien como si cada Iglesia particular debiera organizado a su modo, según sus necesidades y las del candidato 6. No obs­tante, pueden hacerse algunas observaciones generales.

De lo dicho sobre la naturaleza de esta fe que precede al bautismo se sigue que la formación del candidato no debe ser en primer lugar un introducirlo en la fe doctrinal de la Iglesia, ciertamente no en la totalidad de su contenido. Así lo demues­tra el hecho de que el catecumenado oficial, cuando alcanzó su estadio de mayor desarrollo, situaba la iniciación a los sa­cramentos (incluido el bautismo) después del bautismo. Que el catecumenado abarque o no una amplia instrucción doctri­nal depende de las circunstancias y de la práctica de la Iglesia. Pero lo que ciertamente ha de hacerse en este período es for­mar al candidato en la fe en «Dios que justifica al pecador». Esto significa que ha de presentarse el mensaje esencial del Evangelio sobre el hombre, sobre Jesucristo, sobre el Padre y el Espíritu de Cristo, de manera que pueda tener lugar una auténtica 'conversión', una auténtica fe en un Dios que está realmente comprometido en hacerse verdadero en Cristo en este mundo a través de nosotros. El candidato al bautismo debe ser confrontado con lo que la Escritura llama 'el camino'. Esto, naturalmente, incluye cierta instrucción doctrinal, pero esta instrucción debe servir a la que debe tener lugar realmen­te en el candidato mismo.

6 Es indudable que el art. 64 de la Constitución sobre la li­turgia ha de aplicarse en este espíritu. Obsérvese el lugar asig­nado en él al Ordinario del lugar en esta revisión del catecu­menado.

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¿Qué relación existe entre bautismo y fe? 181

Por lo que se refiere a la forma litúrgica, quisiera decir esto. No es fácil afirmar cómo debe ser ésta. Varias partes del actual ritual del bautismo podían ser muy satisfactorias en al­gunos casos. Pero fácilmente se pueden imaginar circunstan­cias en que este ritual no puede usarse, por la forma presente del ritual7 o por las oraciones. Así, los exorcismos me parecen muy adecuados en ciertos ambientes culturales no occidenta­les. En Occidente me parecen imposibles. Y esto simplemente porque en Occidente el poder del mal se experimenta de un modo muy distinto del expresado en los exorcismos. No obs­tante, cada Iglesia deberá dar su expresión propia a su cate-cumenado. Y esta expresión variará también según se trate de un catecumenado comunitario o un catecumenado perso­nal. Cualquiera que sea la forma empleada, lo importante es que sea realista y significativa.

Una vez que una Iglesia ha introducido una forma litúr­gica para su catecumenado, se deberá reconocer que ésta es parte del sacramento del bautismo. La razón de ello es ésta: dicha forma eclesial hace explícito un elemento esencial del bautismo, en que la justificación por la fe está en proceso de ser consumada de una manera ritual, es decir, eclesialmente visible. Este elemento esencial es precisamente la edificación progresiva de la fe que justifica, en cuanto ésta implica una conversión al Dios vivo y a Cristo el Señor. El sacramento del bautismo comienza a desarrollarse en el catecumenado y se manifiesta ya en él como el 'sacramento de la fe'.

Si reflexionamos un momento sobre la fe según aparece en este período, veremos que aparece en varias funciones que es­tán íntimamente ligadas entre sí. Tenemos, en primer lugar, la Iglesia como la comunidad que cree que las promesas de

7 Sobre las dificultades que pueden surgir de cosas como, por ejemplo, las unciones, cf. J. Beckmann, Taufvorbereitung und Taufliturgie in den Missionen vom 16. Jahrhundert bis zur Gegenwart, «N. Zeitschr. Missionsw.», 15 (1959), 14-31.

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Dios se cumplieron verdaderamente en Cristo; tenemos el he­cho de que la Iglesia es la comunidad a la que es comunicado el Espíritu que hace que estas promesas se realicen también ahora. Porque es en la confrontación con esta fe que le es anunciada y bajo la dirección de ella como brota y se des­arrolla la fe del candidato al bautismo. Es importante señalar aquí que la Iglesia debe proclamar esta certidumbre en el ca-teeumenado: «El que cree (es decir, el que confiesa esta cer­teza de la Iglesia) y es bautizado (es decir, el que entra en esta comunidad) es salvo.» Pero es igualmente importante que e] candidato al bautismo comprenda que esta certeza implica también, para la Iglesia, una búsqueda constante, y que él es iniciado en la 'incertidumbre' necesaria que está incluida en la certeza. Por ahora esto no es ciertamente una tarea fácil. Pero es más necesaria porque esta incertidumbre ha salido hoy al primer plano. De lo contrario, esta incertidumbre pro­vocará desconcierto en una persona no preparada en esa cer­teza básica que la Iglesia debe proclamarle en fidelidad al Señor.

Cuando la fe del candidato al bautismo se desarrolla en íntima unión con esta fe de la Iglesia, esto quiere decir que aquí no estamos ante el desarrollo de una u otra experiencia neutral, metafísica de Dios mediante autorreflexión, incluso en el caso de que tal experiencia no sea extraña a la fe. Quiere decir que el candidato asimila en su convicción personal esa fe de la comunidad con la que ha entablado diálogo. Como una actitud, su fe es ciertamente una fe personal. Pero el sen­tido de esta actitud está determinado por dos factores: que en esta actitud toma parte en la realización de la fe de la Iglesia y que mediante esta participación consuma el contacto con aquel en quien la Iglesia cree, Jesucristo, el testigo fiel de Dios. De este punto nos ocuparemos más detenidamente des­pués. De momento es importante ver que ya durante este pe­ríodo de preparación la fe, cuyo sacramento es el bautismo, es fe de la Iglesia.

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I I . LA FE QUE JUSTIFICA

Un nuevo paso en que, a mi juicio, podemos estar todos de acuerdo podía describirse con las palabras de San Basilio: «La fe que es significada por el bautismo en agua» 8. El modo en que Trento describe el desarrollo de la fe preliminar mues­tra que ésta alcanza su punto culminante en la petición del bautismo. Más o menos sucede lo mismo con nuestro ritual del bautismo, y puede decirse que siempre ha sido así, aun-que se haya expresado de modos distintos. Después que el candidato ha confesado su fe, se le pregunta si quiere ser bau­tizado: Vis baptizad? Y cuando responde afirmativamente, pidiendo implícitamente el bautismo, le es administrado el sacramento. Este sigue como una réplica a su confesión y a su petición. Así, el 'yo te bautizo' suena como una solemne confirmación por la Iglesia de la confesión hecha por el neó­fito 9. Su fe está sellada. ¿Qué implica esto? En primer lugar, esto significa sin duda que, al bautizarlo, la Iglesia acepta como auténtica y confirma la confesión del candidato y la petición de unirse a la Iglesia que aquélla implica (en su con­fesión dice que cree «en la santa Iglesia católica»). Esta aceptación incluye todas las consecuencias: es reconocido como miembro de la comunidad donde se realizan las prome­sas de Dios; su fe en el perdón de los pecados es válida para él personalmente; entra en comunión con Dios, con Cristo su Redentor y Señor, y con el Espíritu que opera esta redención

3 San Basilio, De Spiritu Sancto, I, 12, en Patr. gr., 32, 117 (Kai proagei men he homología pros ten soterian eisagousa; epakoulouthei de to baptisma episphragion emoon ten suga-tathesin).

9 Cf. H. Manders, Beschouwingen over sacraméntele kernfor-mules, «Jaarboek W. K. T. N.», 1960 (Hilversum, 1961), 83-108, esp. 104ss.

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en la Iglesia. Su fe en que Dios justifica al pecador le es de­vuelta, por así decirlo, como válida para él personalmente.

Hasta aquí no hay dificultad. En otras palabras: en nues­tra liturgia aplicamos todavía las palabras que todos apren­dimos, a saber: que los sacramentos producen la gracia que significan. Pero si miramos más de cerca al ritual del bautis­mo y a la doctrina de la justificación, deberemos dar un paso adelante. Tendremos que decir no sólo que el bautismo sella la fe del neófito, sino que esta fe se consuma en él en el pleno sentido de la palabra. Tendremos que decir también que el mensaje de salvación de la Iglesia y, por tanto, su fe se hace realidad en el diálogo entre el que bautiza y el bautizado. Y aquí particularmente debemos sostener que el objeto de la fe, el misterio de Cristo o, si se prefiere, el acontecimiento 'Cristo', se hace real en la actitud de fe y en la proclamación, en el kerigma. Todo esto implica todo un conjunto de factores con­cretos, reales de salvación. Sólo de esta manera tenemos una visión más o menos completa de la función de la fe en el bautismo. Sin duda se pensará que vale la pena esclarecer esto en la medida de lo posible, pero no es precisamente una tarea fácil.

Quizá lo mejor sea comenzar por una cita de San Pablo que describe escuetamente los diversos elementos analizados anteriormente y al mismo tiempo apunta más lejos: «La pala­bra está cerca de ti, en tus labios y en tu corazón (es decir, la palabra de la fe que predicamos); porque si confiesas con tus labios que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rom 10,8-10).

Aquí vemos claramente, en un paralelismo complementa­rio 10, que la predicación, la fe y la confesión forman un todo en el acto de la justificación. Y a esto es precisamente a lo que aquí me refiero. Puede considerarse como una tradición teológica en la Iglesia católica que Dios justifica al hombre

10 Según la nota en la traducción de Willibrord.

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en el acto de fe, personal y libre, que opera en el hombre por medio del Espíritu, al menos si entendemos por fe aquí la aceptación plena y libre del mensaje evangélico como Pablo lo resume en este texto. Si, por tanto, el bautismo es verdade­ramente el sacramento de la justificación, esto quiere decir al menos que en el bautismo se da a la actitud de fe su forma definitiva. Pero yo creo que hay más. No sólo produce el bautismo esta actitud básica, sino que además esta actitud se hace realidad plena sólo en el bautismo. En el bautismo, la fe preliminar recibe su forma realmente completa, de modo que sólo entonces es una fe real. Esto puede parecer peculiar, pero así es como yo lo entiendo. Porque ¿qué sucede aquí? La fe preliminar camina hacia la entrega plena al mensaje del evangelio. En diálogo con la predicación debe descubrir lo que dice ya en sí mismo el hecho de la predicación: la justi­ficación y la salvación no se reducen a experiencias internas personales; es un aspecto esencial de lo que aconteció en Cristo y mediante Cristo que la salvación y la justificación sean acontecimientos públicos. Son acontecimientos que tienen lu­gar a la plena luz del día, pues se realizan en la Iglesia. En última instancia esto es así porque la justificación no entraña sólo mi salvación personal frente a un invisible más allá, sino también la manifestación de Dios en este mundo. Ser salvo, ser justificado, significa, como decía el texto citado, que Jesús es el Señor y que Dios le resucitó de entre los muertos. La justificación es la manifestación de la justicia y de la miseri­cordia de Dios en la vida de la Iglesia. Si esto es así, una parte esencial de mi fe es que ésta sea manifiesta como una confesión pública de esta convicción. Esto es lo que tiene lu­gar en el bautismo, tanto por lo que se refiere a la fe del neófito como a la de la Iglesia. Las preguntas y respuestas del ritual del bautismo no son simplemente un medio de infor­mación sobre las condiciones requeridas para la validez del bautismo. Pertenecen a la confesión de la etapa final y, en cuanto tales, son ya parte del bautismo. Sólo en esta unión

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final con la comunidad que posee las promesas y en la recep­ción final por parte de la comunidad adquiere la fe su forma final, que es dar testimonio de la justicia de Dios. Y nuestra justicia consiste precisamente en que ponga de manifestó que Dios es un Dios justo, es decir, un Dios que en Cristo devuel­va todas las cosas abiertamente a sus proporciones justas, a su significado original.

Y esto nos lleva a toda una serie de nuevas cuestiones que aquí sólo puedo tocar ligeramente. Para comenzar, ¿no es todo esto mera ficción teológica? ¿Cómo puede mostrar el bautis­mo que Dios devuelve todas las cosas a su significado original, cuando en realidad las comunidades y los individuos cristia­nos contribuyen a la destrucción de este orden? ¿Devuelve realmente Dios todas las cosas a su finalidad original en Cris­to? Esta doctrina de la justificación mediante el bautismo, ¿no lleva a la creación de 'puritanos y piratas'?

Comencemos por confesar que la fe en que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos nos permite reconocer que Dios, en la condición humana, por medio y a pesar de ella, hace posible lo imposible. Estoy propugnando aquí una fe indes­tructible del cristiano en que habrá una tierra nueva, esperan­za que debía estar tan profundamente arraigada en nuestra convicción y ser tan dinámica como la esperanza de un mar-xista en la suya.

Pero con esto no hemos dado toda la respuesta. Debemos añadir que el bautismo significa que el acontecimiento Cristo tiene lugar en la Iglesia y en mí. El bautismo opera, en la Iglesia, lo que yo creo: que somos incluidos en lo que Dios mismo dijo que había de suceder al Señor en el bautismo de Jesús en el Jordán. Si el bautismo significa que mediante la fe somos incorporados al misterio pascual, lo significa de un modo especial. Somos bautizados en la muerte y la resurrec­ción en Cristo. Pero, como señalaba atinadamente Mentz, el entrar con fe en el agua significa también que somos bautiza­dos con el fin de participar, en nuestra propia vida, en la rea-

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lización de la vida del señor sobre la tierra a la luz de su pa­sión " . Esto quiere decir que la existencia personal de cada uno recibe su significado peculiar en el bautismo: seguir el camino hacia Dios en Cristo a través de las vicisitudes de esta vida. Y esto, a su vez, implica vivir de tal modo que Dios pue­da manifestarse a mi hermano como su Padre. Quiere decir que, como el Señor, yo debo interesarme por mi hermano, que debo afanarme por la justicia y la paz, que la práctica de mi fe debe hacer ver que incluso lo aparentemente sin sentido, lo sin brillo en la vida y la misma muerte tienen un significado. Lo mismo ha de decirse de la comunidad de los fieles como tal. Así, la fe del bautismo es una llamada. Así le es posible a Dios manifestarse como el Dios vivo en la existencia humana dentro de este mundo, pero nosotros debemos cargar con nues­tra parte en esta responsabilidad. Tomás de Aquino dice: «El agua, por ser transparente, puede recibir luz; y así es apropia­da para que se la use en el bautismo en cuanto que éste es el sacramento de la fe» 12. A través de la claridad del agua puede llegarnos la luz de la fe. Y mediante esta luz hacemos de Dios, «cualquiera que sea o dondequiera que esté» en este mundo, a nuestro hermano. ¡Qué lejos estamos todavía de la fe de nuestro bautismo...!

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11 H. Mentz, Taufe und Kirche in ihrem ursprünglichen Zu-sammenhang (Munich, 1960), 97s. Por eso llama al bautismo 'el acto de hermandad'. F. M. Braun, en Le don de Dieu et l'initia-tion chrétienne, «NRT», 96 (1964), 1025-48, demuestra también que la primitiva Iglesia veía el bautismo (y los sacramentos en general) ligado a la vida terrena de Jesús. Y esto pone de ma­nifiesto el valor y el significado que la existencia histórica del Señor tenían para la Iglesia y la predicación.

12 Santo Tomás, Summa theol., III, q. 66, art. 3.

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EL SIMBOLISMO BÍBLICO DEL BAUTISMO EN LOS SANTOS PADRES Y EN LAS LITURGIAS

No pretendemos ofrecer aquí una tipología completa del bautismo. Semejante tarea sería desproporcionada para las posibilidades de un artículo. Además de que ya está en gran parte hecha \ Por el contrario, puede ser oportuno, tanto desde el punto de vista pastoral como teológico, considerar la celebración del bautismo y explicar su simbolismo. Tal estu­dio, más limitado, es el presupuesto indispensable de toda re­flexión sobre el simbolismo sacramental. Partiremos, pues, del desarrollo de la celebración bautismal en el caso de los adul­tos y acudiremos a la Escritura, a los Padres y a las oraciones litúrgicas para esclarecer la significación de los ritos y con ello la del sacramento.

Es verdad que la liturgia del bautismo ha evolucionado. Actualmente es más compleja que en la edad apostólica y menos que desde el siglo v hasta la Edad Media. Sin embar­go, ha mantenido los diálogos que expresan el proceso del candidato y ha conservado los ritos simbólicos y sacramenta­les como el signo de la cruz, la unciones, los exorcismos y el rito del agua. Por eso, a pesar de las transformaciones que ha

1 Son conocidas las obras de P. Lundberg, La typologie bap-tismale dans l'ancienne Eglise, Upsala, 1942; J. Daniélou, Sa-cramentum futuri. Eludes sur les origines de la typologie bibli-que, París, 1950; Bible et Liturgie, «Lex orandi», 11, 21951. Trad. castellana con el título Sacramentos y culto según los Santos Pa­dres, Madrid, 1962.

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sufrido, muestra aún claramente el bautismo en su doble di­mensión de acto sacramental de la Iglesia y de acto del hom­bre. Por esta razón puede servir de punto de partida para esbozar la simbólica del bautismo como rito de alianza y sa­cramento de regeneración.

1. EL BAUTISMO, RITO DE ALIANZA

Puede observarse que los compromisos del catecúmeno: renuncia a Satanás y profesión de fe, están litúrgicamente sub­rayados. Aparecen, en efecto, dos veces: al comienzo de la liturgia de los catecúmenos y en el momento principal, inme­diatamente antes del rito del agua. Es un hecho atestiguado desde el siglo x en el sacramentarlo de Fulda y generalizado en el xvi por el Ritual romano de Gregorio XIII. Pero desde el siglo ni aparecían estos compromisos también por dos ve­ces en África, en Cartago concretamente, y tal vez también en Alejandría. Tertuliano recuerda, en efecto, que el catecú­meno «renuncia dos veces a los ídolos» 2, la primera «bajo la mano del obispo» 3. Una página de la exhortación al marti­rio de Orígenes parece poder ser interpretada también en el sentido de una primera abjuración «al principio del catecu-menado» 4 y de una renuncia propiamente dicha «en el mo­mento de la alianza con Dios», es decir, en el momento del bautismo 5. Es, pues, posible que el Ritual romano de Gre­gorio XIII no haya hecho más que volver a una práctica an­tigua. Sea de ello lo que fuere, el hecho de la repetición da a la acción del hombre mayor importancia y pone de relieve su significación.

2 Tertuliano, De Spectaculis, XIII, 1, Corp. Christ. (Ser. lat., I, 239).

3 Tertuliano, De Corona, III, 2 (ibíd., II, 1042). 4 Orígenes, Exhortatio ad martyrium, 17 (Patr. gr., 11,584 C). 5 Ibíd., 585 A.

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En efecto, para los Padres, del siglo m al v, la renuncia al demonio y la profesión de fe eran un pacto de alianza con Dios 6. La expresión litúrgica podría variar. En Occidente, la triple profesión de fe bastaba para traducir por sí misma la adhesión positiva a Jesucristo. El Oriente prefirió una fórmu­la que hiciera de este compromiso la antítesis formal de la ruptura con el diablo. Así, en Antioquía el catecúmeno, mi­rando primero hacia Occidente, declaraba: «Me separo de ti. Satán, de tu pompa, de tu culto y de tus ángeles»; después, volviéndose hacia Oriente, añadía: «Y me uno contigo, Cris­to» 7. Pero tales diferencias eran secundarias; San Jerónimo no tenía dificultad en expresarse a través de la liturgia oriental de Jerusalén8. Y en Antioquía, para comentar a sus catecú­menos la importancia de su gesto, Juan Crisóstomo se aplica­ba en término familiares avalados por reminiscencias pauli­nas: «Todos nosotros hemos firmado un tratado con Cristo no con tinta, sino con el espíritu; no con la pluma, sino con

6 Orígenes, loe. cit.; In Números hom., XII, 4 [Patr. gr., 12, 655-666 (Sources Chrét., 29, 255-256)]; Cirilo de Jerusalén, Ca-tequesis, III (Patr., gr., 425-428); Gregorio Nacianceno, Oratio, XL, 8 (Patr. gr., 36, 368); Dídimo de Alejandría, De Trinitate, II, XIII (Patr. gr., 39, 689-691); Juan Crisóstomo, Huit catéche-ses baptismales inédites, II, 21-22 (Sources Chrét., 50; A. Wen-ger, 145); III, 20; III, 162-63; IV, 31-32; IV, 198-199; Teodoro de Mopsuestia, Les Homélies catéchétiques, XII, 26-27 (Studi e Testi, 145; R. Tonneau y R. Devreesse, 363-365); XIII, 4; ibíd., 373; Tertuliano, De Pudicitia, IX, 16, Corp. Christ. (Ser. lat., II, 1298); Jerónimo, In Amos, VI, 13 (Patr. lat., 25, 1068); Agustín. Sermo 226, Ad competentes, II, 2 (Patr. lat., 38, 1077); Cesáreo de Arles, Sermo, XII, 4, Corp. Christ. (Ser. lat., CIIT, 60-61).

7 Juan Crisóstomo, Ad Colossenses hom., VI (Patr. gr., 62, 342). A. Wenger ha reunido las diversas fórmulas del Crisósto­mo en su Introducción a las ocho catequesis bautismales inédi­tas (Sources Chrét., 50, 81-82).

8 Loe. cit. (Patr. lat., 25, 1068).

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nuestra palabra... Hemos confesado la soberanía de Dios, he­mos renegado la tiranía del diablo. Esa es la firma, ésa es la convención, ése es el contrato» 9. Todo cristiano compren­día que ese compromiso debía seguir constantemente presente en su espíritu.

La problemática de este «pacto», comparada con la del Antiguo Testamento, presentaba ciertamente algunas noveda­des: espontaneidad del catecúmeno, acción individual, tras-fondo ocasional de un pacto con Satán. Pero estos rasgos nue­vos deben ser comprendidos en el marco de la teología de la alianza. El primado de la iniciativa divina no es ignorado; los catecúmenos, en efecto, son interrogados, y a través de la palabra de la Iglesia es Dios quien los interpela. San Agustín se lo dice así: «Es un pacto que Dios comienza con vos­otros» 10. Y si, a diferencia del Antiguo Testamento, cada uno responde personalmente, es porque la pertenencia al pue­blo de Dios no se funda ya en la carne, sino en la fe perso­nal. De todas formas, se trata de adherirse al pueblo; aban­donando las filas de Satán, se toma un lugar entre los discí­pulos de Cristo. La dimensión comunitaria del pacto es evi­dente.

Por eso es clara la continuidad del pacto, sobre todo en el diálogo que mantienen el celebrante y el catecúmeno. Todo recuerda en ese diálogo las renovaciones de la alianza: Gn 35, 1-1; Dt 27,4-26 y, sobre todo, como observa ya Orígenes11, la celebración de Jos 24. En los tiempos patriarcales, la ho­milía de Josué que conmemora las liberaciones divinas era un símbolo de fe. Era seguida de una serie de preguntas que formulaban los imperativos de la alianza: o servir exclusiva­mente a Dios único o elegir cualquiera otra seudodivinidad.

9 Huit catéchéses baptismales inédites, III, 20 (Sources Chrét., 162-163).

10 Sermo 226. Ad competentes, II, 2 (Patr. lat., 38, 1077). 11 Cf. supra, nn. 4 y 5.

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Israel proclamó su fidelidad y Josué exigió una conclusión práctica: comprometerse a desterrar los dioses extranjeros y fijar el corazón en el Dios de los padres. Todo se había des­arrollado, pues, según un ritmo litúrgico: monición, diálogo, proclamación de adhesión y de ruptura.

Es sabido cómo este esquema de renovación de la alianza, desarrollado y fundado sobre una teología de la palabra, ins­piraba en tiempos de Cristo la predicación a los prosélitos y la literatura de Qumrán sobre la «nueva alianza». Al final de esta catequesis, dispuesta siguiendo el tema de los dos cami­nos, venía un rito de iniciación. En esta línea situaron también los apóstoles su predicación y probablemente su liturgia. Rom 10,6-8 renueva la fórmula de conjuro de Dt 30,11-14. Varias epístolas construyen sus exhortaciones siguiendo un plan de ruptura y de adhesión12 . Los discursos de los Hechos hablan en términos de opción y de paso de las tinieblas a la luz, del imperio de Satán al de Dios 13. El rito del bautismo se inscribe, naturalmente, en una liturgia de alianza.

Pero en el Antiguo Testamento la alianza era de tipo ma­trimonial. El pacto del desierto había constituido los esponsa­les de Dios y de Israel. Para Cirilo de Jerusalén, Juan Crisós-tomo y Cirilo de Alejandría, el pacto de los catecúmenos con Cristo es también un contrato matrimonial. Su compromiso no es sólo la iniciativa de un soldado que se enrola, como sugiere el vocabulario antioqueno de la apotaxis y de la syntaxis 14. Incluso en Antioquía, Crisóstomo comentaba la renuncia alu­diendo al salmo 45, de tipo nupcial. Así explicaba la «renun-

12 Gal 5,16-25: oposición entre el Espíritu y la carne. Ef 4,22: hay que abandonar el modo de vida anterior y despojarse del hombre viejo; 4,24: revestirse del Hombre nuevo; 5,1-2: seguir el camino del amor a ejemplo de Cristo; 6-11: revestirse de la armadura de Dios. Cf. Col 3,8ss.

13 Act 14,15; 26,18. 14 Constitutiones Apostolorum, VII, 41,1-2 (Funk, I, 444-

445). Cf. supra, n. 7.

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cia a Satán» por la invitación mesiánica a la desposada: «Es­cucha, hija mía..., olvida tu pueblo y la casa de tu padre» 1S. Otro tanto hará Cirilo en Alejandría 16. El pacto bautismal es un preludio de las bodas místicas. Por eso comienza Crisós-tomo sus homilías bautismales por ese tema.

La concepción nupcial del pacto de alianza tenía su utili­dad práctica. En efecto, dado que el contrato y el baño perte­necían al ritual semítico del matrimonio, la liturgia de la ini­ciación podía pasar, naturalmente, en su simbólica matrimo­nial, de los compromisos al rito bautismal. La unidad estaba asegurada. Es lo que San Pablo sugería en el bello texto de Ef 5,25-27, en el que el baño de la Iglesia purificada por el Esposo pasa a significar «el baño de agua acompañado de una palabra» que santifica al cristiano, es decir, el bautismo.

Crisóstomo se complacía, particularmente, en citar ese tex­to. De esta forma, la interpretación matrimonial de la alianza en su liturgia del bautismo podría servir de medio entre el rito del pacto y el de la inmersión.

En todo caso, ése es su papel en las liturgias sirio-antio-quenas. A partir de la bendición de las aguas, se impone con insistencia el motivo de la maternidad: la piscina es un seno materno, al igual que la Iglesia es designada con el hermoso tí­tulo de «madre de la vida» 1T. Se felicita a los neófitos por ser «hijos de la Iglesia y del bautismo» 18. Pero antes, al comien­zo de la liturgia, la Iglesia es la esposa. Los signos la mues­tran a las orillas del Jordán buscando al Esposo escondido que le revelará Juan Bautista: «El asombro me ha sobrecogi­do cerca del Jordán y vi una maravilla cuando se manifestó

15 Huit catéchéses baptismales inédites, I, 9-10, loe. cit.r

112-113. 16 In Psalmum XLIV (Patr. gr., 69, 1043-1044). 17 Ordo baptismi atribuido a Severo de Antoquía (J. Asse-

mani), Codex liturgicus Ecclesiae universalis, II, 286, París, 21902). 18 Ibíd., 344.

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el Esposo glorioso para preparar las bodas de la esposa y san­tificarla...; la esposa estaba resplandeciente, pero ignoraba quién era el Esposo que ella esperaba...; entonces se mani­festó el Esposo en persona y bajó cerca de Juan al río» 19.

Sin embargo, desde el punto de vista bíblico la «nueva alianza», de la que el bautismo es sacramento, no es reduci-ble a una simple renovación de alianza al modo antiguo. De ahí toda una serie de complementos litúrgicos que aparecen en el bautismo y que hay que tener en cuenta, como el exor­cismo y la unción.

La nueva alianza está marcada por la «crisis escatológi-ca». La predicación de Jesús estaba situada entre su tentación y las tinieblas de su pasión, momento de una oposición, en otro tiempo latente y hoy revelada, entre Cristo y el diablo. En ese contexto tomaba la opción evangélica por la fe su ca­rácter de riesgo y liberación. Probablemente, los exorcismos del bautismo responden a la realidad de ese contexto evan­gélico. En efecto, no basta que la liturgia confiera las riquezas de la adopción, sino que debe, para descubrir su precio, ex­presar la tensión escatológica que había marcado su adquisi­ción. La presencia de los exorcismos es, pues, indispensable para restituir al rito de alianza, más allá de la brevedad jurí­dica de su diálogo, la verdad evangélica de la hora que ese rito hace revivir y que consiste en el paso de las tinieblas al reino de Dios, de la servidumbre a la libertad.

Con ello encuentra, además, el rito de alianza su verdad humana. En efecto, para el catecúmeno se inaugura con la fe un universo nuevo, aunque no sin dificultades. El último exor­cismo le aporta el apoyo de la Iglesia. La liturgia copta, que pone al catecúmeno de rodillas en ese momento, le recuerda que la fuerza le vendrá de aquel a quien le ha sido dado el nombre por encima de todo nombre y ante quien se dobla

19 Ibíd., I, 241.

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la rodilla, incluso en los infiernos20. De rodillas, será para siempre vencedor.

En cuanto a la unión, conferida largo tiempo sin otra fórmula que la del exorcismo2\ está ligada en un principio a la renuncia y al exorcismo. Primitivamente lleva, incluso, su mismo nombre. La unción fortalece contra la tentación: «el enemigo no se atreve a mirar cara a cara si ve brillar el res­plandor que brota de esta unión que le ciega»22. El simbo­lismo es, pues, el de la unción de los discípulos enviados a predicar el evangelio23 o el del sacerdote purificando al le­proso 24.

Pero la unción adquiere un valor complementario que sub­raya su lugar en la articulación de los tiempos evangélicos. La misma liturgia latina no se ha contentado con la fórmula de la tradición apostólica, sino que ha introducido otra que pre­ludia los temas de la unción posbautismal: «Te unjo... en Cristo Jesús, Nuestro Señor, para... la vida eterna.» El sentido ha pasado a ser positivo. En Jerusalén esto aparace más acen­tuado. Según Cirilo, esta primera unción manifiesta que el catecúmeno, «separado del olivo silvestre, ha sido injertado en el buen olivo y ha comenzado a participar de la savia del

20 Flp 2,9-10; J. Assemani, op. cit., I, 161; H. Denzinger, Ritus Orientalium, I, Graz, 21961, 199.

21 Así en los Ordines bautismales X, XI, XII de Marténe, De antiquis Ecclesiae ritibus, I, cap. I, 18, Amberes, 1763, 70-72; cf. La Tradition apostolique de saint Hippolyte, 21, ed. B. Botte, Münster (Westf.), 1963, 46.

22 Juan Crisóstomo, op. cit., supra, n. 6, II, 23 (Sources Chrét.. 146-47).

23 Me 6,13; cf. Sant 5,14; cf. Euchologe de Sérapion, XXII (Funk, Didascalia et Constitutiones Apostolorum, II, Paderborn, 1905, 184-185).

24 Lv 14,17-18; J. Assemani, op. cit., II, 241; H. Denzinger, op. cit., supra, n. 19, I, 294.

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olivo verdadero» 25. La unción se adapta, así, a la obra evan­gélica de la conversión y a los dos tiempos del rito de la alian­za: la unión separa y une. Ya precisado por Cirilo este sim­bolismo, pasó a las fórmulas litúrgicas de Siria y de Egipto: «N. es ungido con el óleo de la exultación contra toda acti­vidad del adversario y para ser injertado en el buen olivo de la Iglesia santa, católica y apostólica, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» 2G.

2. EL BAUTISMO, SACRAMENTO DE REGENERACIÓN

Aunque exprese también la fe y la voluntad de entrar en la Iglesia, el rito del pacto constituye el sacramento. Por gran­de que sea su importancia en la liturgia de los adultos, tiene menos importancia el rito del agua, que fue largo tiempo y sigue siendo actualmente en Oriente la inmersión total o parcial.

Este rito tenía una significación natural anterior a su uti-

25 Catéchése mystagogique, III, 3 (Patr. gr., 33, 1080 A.). 26 J. Assemani, op. cit., I, 240 y 254-255; H. Denzinger,

op. cit., I, 273, 284. En Egipto, la fórmula es indicativa: «Yo te unjo con el óleo de exultación...» (I. Assemani, op. cit., 163; H. Denzinger, op. cit., I, 200). Por el contrario, los bizantinos han conservado la fórmula oriental primitiva indiferenciada: «El siervo de Dios N... es ungido con el óleo de exultación en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo ahora y siem­pre por los siglos de los siglos» (J. Goar, Euchologion sive Ri-tuale Graecorum, Venecia, 21730, 290). Los maronitas la han en­riquecido; pero, a la manera de Teodoro de Mopsuestia (Homi­lía XIII, 17), no mencionan más que el aspecto positivo, la agre­gación al rebaño de Cristo: «N., que se ha acercado al bautismo, es marcado como cordero en el rebaño de Cristo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (J. Assemani, op. cit., II, 316; H. Denzinger, op. cit., I, 341).

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lización en el bautismo. Al lavar y renovar físicamente el cuer­po, el baño simboliza la purificación, la remisión de las faltas y la renovación del espíritu. Pero, una vez elegido por Je­sús para sacramento de iniciación de los discípulos, el baño cobró un simbolismo nuevo.

Primeramente fue comprendido en relación con Cristo como una identificación mística con su pasión y su resurrec­ción. Tal es la doctrina de San Pablo. Jesús mismo, al anun­ciar su propia muerte en términos de bautismo S7, pidiendo a sus discípulos que tomasen su cruz y le siguieran, había abier­to al camino para este simbolismo. Los Padres, que tanto in­sistían en la identificación del cristiano con Cristo, lo mantu­vieron. «Has sido bañado —explicaba San Ambrosio—, y de esta forma has sido sepultado con Cristo... Es pues, una muer­te no por la realidad de una muerte corporal, sino simbólica­mente. Al ser, pues, bañado, tomas las semejanza de su muer­te y su sepultura» 2S. En Oriente, Narsai resumía generalizan­do: «La muerte y la vida, he ahí el misterio del bautismo» 29. El rito hablaba por sí mismo: bastaba ver al bautizado des­aparecer en la piscina en la que era sumergido. El catequista no tenía más que comentar el gesto. En Jerusalén, en la ba­sílica de la Anástasis, no lejos del santo Sepulcro, recordaba los tres días de Jesús en el sepulcro, que veía simbolizados en la triple inmersión30. Los Padres, más generalmente, destaca­ban los dos momentos esenciales: la inmersión y emersión. Es­pecialmente en Antioquía: «Cuando soy bautizado —explica­ba Teodoro de Mopsuestia—, al sumergir la cabeza recibo la

27 Le 12,50. 28 De Sacramentis, II, 20 y 23 (Sources Chrét., 25bis, 86-88). 29 Homilía XII; A. Mongana, Narsai Doctoris Syri Homiliae

et Carmina, I, Mossoul, 1905, 364 [trad. ingl.: R. Connolly, Texts and Studies, VIII/1, 1909, 41; trad. francesa: A. Guillaumont, Poéme de Narsai sur le Baptéme, «Orient Syrien», I (1956), 201].

30 Cirilo de Jerusalén, Catéchése myst., II, 4 (Patr. gr„ 33, 1080 O).

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muerte de Nuestro Señor Jesucristo y deseo hacer mío su se-pultamiento; así confieso verdaderamente la resurrección de Nuestro Señor; al salir del agua, me veo en una especie de figura ya resucitado»31. Como puede verse, ese simbolismo es particularmente apto para traducir los frutos del misterio pascual comunicados por el bautismo: el perdón de los peca­dos, la victoria sobre la muerte y la corrupción. Por eso es esencialmente cristológico.

Las preguntas trinitarias con las que el celebrante acom­pañó durante mucho tiempo la triple inmersión no impedía su orientación cristológica, sino que unían el rito del agua al pacto de la alianza para manifestar en el bautismo el sacra­mento de la fe. Es más bien el uso, antiguo en Oriente, de las dos fórmulas bautismales32 el que ha desviado el simbo­lismo cristológico en un sentido trinitario y ha preparado litúr­gicamente el simbolismo complementario de la regeneración. Bautizado por la Iglesia en nombre de las tres personas invo­cadas sobre él, el catecúmeno no sólo está configurado con Cristo, sino que es adoptado por la Trinidad y acogido por la Iglesia. Entra en la sociedad de los hijos de Dios 33.

De ahí el simbolismo complementario de la regeneración. El anterior, conformando el catecúmeno al misterio de la muerte y la resurrección, le hacía pasar por la articulación central de la historia: le arrancaba a la solidaridad del primer

31 Op. cit., supra, n. 6; Homilía XIV, 5 (Studi e Testi, 145,413).

32 Como es sabido, las dos fórmulas bautismales: «Yo te bautizo...» o «N. es bautizado...», proceden de Oriente. Cf. E. Whi-taker, The History of the Baptismal Formula, «Journ. Eccl. Hist», 16 (1965), 1-12.

33 Como San Ambrosio escribía en el De Sacramentis, rege­neración y resurrección son una misma cosa. «Cuando el Hijo resucitó de la muerte, la voz del Padre se dejó oír: ¡Tú eres mi Hijo; hoy te he engendrado!...» «Esta generación de la fuente es, pues, también una regeneración», III, 2 (Sources Chrét., 25bis, 90).

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Adán y le injertaba en el hombre nuevo para hacer de él una nueva criatura. El simbolismo de la regeneración está, por el contrario, directamente abierto al cielo. Es vertical y teologal. En nombre de la Trinidad santa confiere la adopción de los hijos. Este simbolismo se refiere, por lo demás, a la enseñan­za formal de Jesús: «Nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace del agua y del Espíritu» 34. El bautismo es, pues, un nacimiento, un nuevo nacimiento, como comprendió en se­guida Nicodemo. La carta a Tito puede, por eso, celebrarlo como «baño de la regeneración» 3S.

Los Padres y las liturgias orientales desarrollaron y pro­fundizaron ese simbolismo fundamental. El baptisterio es, se­gún el Pseudo-Dionisio, «la madre de la adopción filial»36. El agua bautismal es un «seno materno» " y el nuevo bautizado es un hijo «engendrado de las aguas en nombre de la Trini­dad» 38. Cuando sale de ellas «todo el mundo le abraza y le besa como a un recién nacido»39. Estas metáforas que rezu­man la ternura maternal de la Iglesia no deben engañarnos. Implican una teología que un ordo bautismal sirio-antioqueno relaciona con la generación eterna del Hijo: «El Verbo de

34 Jn 3,5. 35 Tit 3,5. 36 'H irnvnp *r?fc viofeffLac,: Pseudo-Dionisio, Hier. Ecci, II, 7

(Paír. gr., 3,396 C). 37 Efrén, De Virginitate, VII, 7-8 (Corp. Script. Christ.

Orient., Ser. Syr., 95, pp. 26-27); Narsal, op. cit., Hom. XXII (A. Mingaría, op. cit., 358; R. Connolly, op. cit., 34; A. Guillau-mont, op. cit., 192).

38 Brevis ordo baptismi, atribuido a Severo de Antioquía (J. Assemani, op. cit., II, 300; cf. H. Denzinger, op. cit., I, 308 supra).

39 Narsai, Homélie XXI: A. Mingana, op. cit., 346; R. Con­nolly, op. cit., 52; trad. francesa: P. Brouwers, Premier poéme de Narsai sur le Baptéme (Memra, XXI), Mélanges de l'Univ. St. Jos. de Bayreuth, XLI/3 (1965), 194.

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Dios, engendrado de forma impasible e inefable por el Padre, ha dado al género humano el nuevo nacimiento del agua y del Espíritu, la vestidura del bautismo, el don sublime de la adop­ción, el parentesco con el Padre y el Espíritu» 40. Así se con­sigue el fin de la encarnación: en su Hijo primogénito el Pa­dre se ha dado hijos adoptivos.

A causa de su importancia, este simbolismo va a manifes­tarse en un contexto litúrgico nuevo e inesperado en la bendi­ción del agua bautismal. En efecto, como no basta nacer de nuevo, sino que hay que nacer «de arriba», no basta el agua, sino que es necesario el Espíritu 41. Desde finales del siglo n el rito de la bendición del agua bautismal manifiesta contra todo dualismo la unidad en el bautismo del agua y del Espí­ritu tal como lo ha querido Cristo. Los Padres no desconocen, ciertamente, la dignidad y el valor naturales del agua42. Sin embargo, dice Tertuliano, «el agua no participa del misterio de nuestra santificación más que una vez invocado Dios sobre ella»43. Tal será en seguida la práctica común que Oriente subrayará con insistencia44. La virtud del agua bautismal es atribuida a la operación del Espíritu Santo y a la epíclesis de las tres divinas personas. «El agua no purifica sin el espíri­tu» 4S. «El pontífice usa fórmulas consagradas y bendiciones; pide que la gracia del Espíritu Santo venga sobre el alma y la disponga a ser perfecta con vistas a todo esto» 4C.

40 Ordo baptismi pro pluribus (J. Assemani, op. cit., II, 254-255; H. Denzinger, op. cit., I, 289-299).

41 Jn 3,3: "AvwGsv. 42 Según Tertuliano, «ella ha merecido su función sacramen­

tal». De Baptismo, III, 1 (Sources chrét., 35,67). 43 Ibíd., IV, 4 (Sources chrét., 35-70). 44 Cf. de Vries, Sakramententheologie bei den Nestorianern.

Roma, 1947, 170. 45 Ambrosio, De Mysteriis, IV, 19 (Sources chrét., 25bis.

164-165). 46 Teodoro de Mopsuestia, Homélie XIV, op. cit., 425.

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Así se explican las magníficas oraciones consecratorias que aparecen a partir de los siglos rv y v en la eucología bautis­mal. Tienen el gran mérito, gracias al tipo de oración euca-rística que adoptan, de poner de relieve el simbolismo del agua y subrayar los efectos del bautismo mejor que ninguna otra parte de la liturgia, y resumen la catequesis patrística del bau-titsmo. La liturgia copta nos ha conservado un ejemplo céle­bre de estas oraciones47. Su primera parte es una grandiosa conmemoración de la economía divina sobre las aguas: crea­ción de la tierra sobre las aguas, reuniendo aguas encerradas y selladas en nombre del Señor; lucha de Dios que aplasta al monstruo infernal sobre las aguas; la omnipotencia divina sal-vífica que se manifiesta hasta en el desencadenamiento del diluvio. Después, la anamnesis se hace más detallada. Mues­tra cómo es temido Dios por las aguas del abismo. Por medio de Moisés, Dios ha dividido las olas para abrir paso a los is­raelitas y bautizarlos sirviéndose de ellas. Por Josué ha triun­fado Dios de nuevo sobre las aguas. En tiempos de Elias pu­rificó por el agua el holocausto que había de ser consumido por el pueblo. Por Eliseo anunció la regeneración bautismal y curó a Naamán en el Jordán. Llegada a este punto, la con­memoración se cierra con estas palabras evangélicas: «Porque tú eres todopoderoso y para ti no hay nada imposible.» En­tonces comienza la epíclesis: «Manifiéstate, mira este agua criatura tuya, confiérele la gracia del Jordán, la virtud y el poder celeste; concédele por la venida de tu santo Espíritu la bendición del Jordán. Dale la fuerza de ser el agua que vi­vifica, el agua que santifica, el agua que purifica del pecado, el agua del baño de la regeneración, el agua de la adopción de los hijos.» El agua no traerá más la muerte, sino la vida.

47 J. Assemani, op. cit., II, 170-1783; H. Denzinger, op. cit., I, 205-206; texto más breve en A. Baumstark, Eine aegyptische Mess- und Taufliturgie vermutlich des 6. Jahrhunderts, «Oriens Christianus», I (1901), 38-41.

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Queda un último simbolismo, el de la unción que configu­ra al bautizado con Cristo, le hace partícipe de la unción de los reyes, de los profetas y los sacerdotes del Antiguo Testa­mento, miembro del pueblo real y sacerdotal. Este tema coin­cide con el que ve en el cristiano, a causa de su nombre, un ungido48. Desde el punto de vista dogmático, ambas ideas son antiguas y comunes a Oriente y Occidente.

No es, pues, extraño que su punto de apoyo litúrgico ma­nifieste múltiples variaciones. En Occidente, la idea está ligada a una tradición que desde Tertuliano, San Ambiosio, Agustín y Máximo de Turín se extiende a la Edad Media y relaciona la divinidad sacerdotal con la unción posbautismal49. El Orien­te, por el contrario, tiene dos interpretaciones diferentes. Ciri­lo de Jerusalén remite a la unción de la confirmación 50, po­sición que aparecerá en Nicolás Cabasilas S1, Simeón de Tesa-lónica 32 y, probablemente, en Germán de Constantinopla ,jX. En Siria, desde Efrén 54, la tradición litúrgica y teológica se

48 Aparece ya en Teófilo de Antioquía, A Autolycos, I, 12 (Sources chrét., 20, 85).

49 Tertuliano, De Baptismo, VII, 1-2 (Sources chrét, 35,76); Ambrosio, De Myisteriis, VI, 30 (Sources chrét., 25 bis, 172-173); Agustín, De Trinitate, XV, 26, 46 (Patr. lat., 42, 1093); Máximo de Turín, De Baptismo (Patr. lat., 57, 778-779); Leidradus, Líber de sacramento Baptismi, Vil (Patr. lat., 99, 863-865, etc.).

50 Catéchése myst., III, 1 y 6 (Patr. gr., 33, 1088-1089 A y 1093 A).

51 De vita in Christo, lib. III (Patr. gr., 150, 569 AB y 580 C). 52 De Sacramentis, cap. XLIII (Patr., gr., 155, 185 D-118 Q;

cap. LXXIII, ibíd., 244-245. Se trata de la unción dada después del bautismo; por consiguiente, de la confirmación, según su li­turgia (vol. 248 A).

53 Rerum Eccl. contemplado (Patr. gr., 98, 385 C-388 C). 54 Hymni de oleo et oliva, XXVII, 5: «Oleum sacerdotio

affine, sicut loannes, sacerdotis filius, viam parat ad baptismum» (Lamy, II, 802).

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ha fijado en torno a la unción prebautismal de los catecúme­nos, interpretación que se extiende fuera de Siria a Hesiquio de Jerusalén55 e, incluso, a Nicolás Cabasilas, que reúne las dos tradiciones orientales56. En resumen, la base litúrgica del tema está muy extendida y es enormemente dispar.

¿A qué se deben estas diferencias? El laconismo de las fórmulas de unción puede haber sido la ocasión, pero no la causa de ellas. Hay que buscar otras razones. La postura de los bizantinos puede haber estado inspirada por su fórmula de la confirmación, que hace de esta unción un sello, y por el valor del crisma, valor que precisa Cirilo de Jerusalén y es desarrollado por las oraciones consecratorias. Esta última ra­zón vale también, aunque en otro sentido, para la tradición latina. Pero ¿qué sucede en la tradición sirio-antioquena? ¿Querrá subrayar los compromisos del bautismo, atribuyendo por anticipado a la unción de los catecúmenos el nombre y el valor del «óleo de exultación»? Más concretamente: ¿que­rrá destacar el aspecto matrimonial, observado anteriormente, de esos compromisos? ¿O su valor sacerdotal como sugeriría Orígenes? 57. ¿O será esta preferencia dada a la unción de los

55 In Leviticum, lib. II, en Lv 8,14-17 (Patr. gr., 93-880 B); en Lv 14,18 (ibíd., 956 D).

56 De vita in Christo, lib. II (Patr. gr., 150, 529 CD). Es evi­dente que esta posición le ha sido inspirada por la fórmula de la unción de los catecúmenos: «El siervo de Dios N... es un­gido con el óleo de exultación...», ya que remite precisamente al salmo 45(44), 8: «Dios, tu Dios, te ha ungido con el óleo de exultación...».

57 Puede citarse su testimonio, ya que sus viajes y su estancia en Cesárea le permitieron conocer la liturgia de Siria y sus es­critos ejercieron influencia incluso fuera de Egipto. Su comenta­rio al Levítico hace observar que renunciar a todo lo que se posee y seguir a Cristo en un acto sacerdotal, un holocausto (In Leviticum, hom. IX, 9: Patr. gr., 12, 521). Esto es lo que realiza el catecúmeno mediante sus compromisos bautismales.

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catecúmenos el eco de una tradición judeo-cristiana que daba a esta unción el lugar que ocupaba la circuncisión en la ini­ciación de los prosélitos? 58. ¿Será, por fin, simplemente una señal de las vacilaciones orientales sobre el rito esencial de la confirmación? A decir verdad, no lo sabemos.

Lo que es cierto es que de una forma o de otra los Pa­dres y las liturgias, sin contentarse con recordar la participa­ción de los bautizados en la unción sacerdotal de Cristo, les reconocen también la de los profetas, los reyes y los sacer­dotes. La economía del pueblo de Dios en el Antiguo Testa­mento continúa y se amplía de nuevo. Se trata de un tema teo­lógico común que, aun cuando esté influido por el rito de la confirmación, es, en primer lugar, bautismal. Así lo ha com­prendido la misma liturgia sirio-antioquena, ya que, en el mo­mento en que el catecúmeno va a ser sumergido en Ja pisci­na, es ungido en todo su cuerpo. El celebrante pronuncia las palabras del salmo mesiánico y nupcial: «Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con el óleo de exultación como a ningún otro de tus compañeros: la mirra y el ungüento corren por tus vestidos» 59. Mientras tanto cantan los diáconos este him­no: «De óleo santo dijo Dios que ungiera Moisés a Aarón para que fuese consagrado. Que los corderillos que han veni-

58 En la iniciación de los prosélitos, la circuncisión precedía al bautismo. Es, pues, posible que la unción de los catecúmenos haya aparecido como la espiritualización del «sello» de la cir­cuncisión. La liturgia siríaca del bautismo posee justamente para la unción de los catecúmenos un himno que recuerda la circun­cisión en estos términos: «Entre las naciones había separado un pueblo por el sello de la circuncisión. Ahora, por el sello de la unción, ha separado del pueblo las naciones. Pues en el tiempo del desvío de las naciones había separado de ellas el pueblo; y ahora que el pueblo se ha desviado, ha separado de él las naciones» (J. Assemani, loe. cit., II, 241; H. Denzinger, loe. cit., I, 294).

59 Sal 45(44), 8.

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do al bautismo sean purificados con el óleo santo. Con este óleo fueron consagrados sacerdotes, profetas y reyes ilustres que llevaron la corona. Con este óleo son ungidos los sencillos corderos que se convierten en hijos del Padre de los cielos. La figura de ellos es Moisés en el desierto, y su misterio, comple­tado, nos ha sido transmitido por el rey David; he aquí que en la Iglesia son marcados los corderos que se han acercado al bautismo» 60.

Así, la celebración del bautismo, considerado en la liturgia de los catecúmenos, es un resumen del designio de Dios y de la economía de la alianza. Ahí está la fuente principal de su simbolismo. Es fácil ver su riqueza, su dinamismo y las posi­bilidades pastorales que ofrece. Pero hay algo más. Desde el punto de vista del pensamiento teológico, la relación que dis­tingue y une la liturgia del pacto y el rito del agua lleva a re­flexionar sobre la estructura del sacramento. De forma más clara que el sacramento de la penitencia y el del matrimonio, la estructura de este sacramento aparece como el perfeccio­namiento de una acción del hombre, divinamente ayudado por un acto salvífico de Cristo, como el cumplimiento de la pri­mera alianza en el memorial bautismal de la pasión y Ja re­surrección.

L. LlGIER

60 J. A. Assemani, loe. cit., II, 234-235; H. Denzinger, loe. cit., 1,286.

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LO TRANSITORIO Y LO PERENNE EN LA HISTORIA DEL CATECUMENADO Y DEL BAUSTISMO

Observación preliminar

Lo que hoy constituye problema no es directamente el rito del bautismo en sus partes concretas, sino las grandes líneas de la historia del catecumenado y del bautismo (naturalmente, de adultos). Sobre los ritos aislados y los principales elemen­tos del bautismo se habla —haciendo una crítica y presentan­do sugerencias— en otro lugar de este número. No estará de más una observación sobre cómo entendemos el título de nuestro trabajo. Al unir los dos términos, «lo transitorio y lo perenne», no damos a entender de ningún modo que intenta­mos ofrecer un análisis desinteresado; se trata de ver cuál es la aportación de una experiencia vivida al momento actual. Bajo el tono de nuestra exposición se esconde la confianza de que la «liturgia actual» del bautismo1, en sustancia, es per­fectamente válida para hoy. El término «transitorio» debe, por tanto, dar a entender que aquí queremos ofrecer la crítica que hoy hace posible la distancia en la historia y que es exi­gida por el compromiso pastoral. De suyo, con esta palabra podríamos referirnos también a otras cosas, por ejemplo, el

1 R. Beraudy, L'initiation chrétienne, en A. Martimort, L'É-glise en priére, París, 1961, 514-568; Th. Maertens, Histoire et pastorale du catéchuménat et du baptéme. Saint-André-de-Bru-jas, 1962; A. Stenzel, Die Taufe. Eine genetische Erklarung der Taufliturgie, Innsbruck, 1958.

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nacimiento de una disciplina del arcano en una determinada situación de la Iglesia, o la caducidad de un símbolo por ha­ber nacido en un determinado marco cultural, etc. Pero sobre esto, por lo limitado del espacio de que disponemos, no es posible decir lo necesario para lograr claridad.

ADAPTACIÓN VIVA

Estas palabras expresan algo decisivo: una lección y —frente a la falta de espíritu creador y la estabilidad rígida que han ido creciendo a lo largo del último milenio— un re­proche. La práctica bautismal de los primeros siglos demues­tra de modo sorprendente hasta qué punto la Iglesia se con­sideraba obligada a preocuparse por la salvación de los hombres de cada situación nueva, hombres que tenían unos puntos especiales que favorecían el contacto, unas dificulta­des y necesidades concretas. Para definir esta flexibilidad en el proceder de la Iglesia no basta la palabra «evolución», siempre que ésta signifique exclusivamente ampliación, enri­quecimiento, elaboración de formas más complejas. Que esto tiene lugar no puede negarse: desde la administración casi incidental —«¿Se puede negar el agua del bautismo a los que, como nosotros, han recibido el Espíritu Santo?» (Act 10,47)—, pasando por el ritual, mucho más desarrollado, de finales del siglo n —al que Tertuliano 2 califica aún de «sencillo, pero grandioso»—, se llega al rico y artificioso ceremonial de nues­tros días. Aunque este crecimiento no siempre estuvo entera­mente disciplinado ni permaneció fiel a la ley del comienzo, en este proceso, perfectamente natural, no hay nada que deba extrañar. Sí causa extrañeza, en cambio, la gran flexibilidad de la Iglesia para adaptarse realmente: hace recaer el acento sobre partes distintas, reestructura los elementos tradicionales,

2 De bapt., 2 (Corp. Christ., 1, 277).

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elimina con decisión lo que ha resultado superfiuo o inútil. Veámoslo en algunos ejemplos.

Una cuestión de la máxima importancia pastoral, y cuya respuesta repercutirá en la práctica, es: ¿quién cumple las condiciones para la admisión al bautismo? En relatos de bau­tismos como Act 2,41; 8,26-40, sólo se exige la fe que res­ponde al kerigma. Y esto no porque no había habido tiempo de «inventar» el catecumenado. Para ello existían ya ejem­plos: se suele reconocer que el esquema de los dos caminos de la Didaché deriva de la práctica de instrucción existente en el judaismo, y las investigaciones recientes nos han facili­tado información precisa sobre el complejo postulantado y noviciado —para usar la terminología que nos es familiar— que tenían los esenios, los hombres de Qumrán. Más bien debemos decir que la Iglesia se consideraba facultada para incluir a alguien en la comunidad de los fieles tan pronto como éste realizaba su conversión como entrega a Cristo Je­sús, en quien «culmina» la historia de la salvación. En el fon­do, la misma situación permite hoy un modo idéntico de proceder.

Con el crecer de la Iglesia se hizo sentir la conveniencia de una instrucción —distinta del kerigma— antes del bautis­mo. La Iglesia sondeaba cada vez más las riquezas de su fe y pedía con razón que toda la adhesión a Cristo se ampliase y acreditase con la aceptación de la fides quae articulada. Por otra parte, al organizarse para una historia cuyo curso era im­posible predecir, la Iglesia se fue separando cada vez más. en sus instituciones y en su vida comunitaria, del suelo judío en que nació, y tuvo que asegurarse de que el candidato al bautismo aceptaba esta dimensión comunitaria en la peculia­ridad que se perfilaba y se insertaba en ella. Esto, natural­mente, exigía tiempo. Por eso se hizo pronto regla general que el que acogía el kerigma recibía instrucción durante un cierto tiempo. Este es el lugar que ocupan en la vida de la comunidad los «maestros» citados con frecuencia y como algo

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que no necesita explicación (Act 13,1; 1 Cor 12,28s; Heb 6,1). De aquí al catecumenado oficial3, estructurado como una ins­titución (cuya existencia hacia el año 200 es seguía), sólo hay un paso: ésa es la reacción con que responde la Iglesia al peligro de que se ve amenazada la doctrina4, no en último lugar por obra de las escuelas no controladas; en adelante sólo pueden ser maestros del catecumenado hombres con mandato eclesiástico. El hecho de que los candidatos ordinariamente debieran pasar en el catecumenado varios (casi siempre tres) años es una prueba más de la adaptación de la Iglesia a una situación que ha cambiado. Ahora debe llevar al bautismo hombres en los que por ser paganos, no se da el punto de apoyo de la «pedagogía hacia Cristo»; hombres que viven en una organización estatal que o creaba dificultades extraordi­narias a la vida cristiana o (en tiempo de la Iglesia estatal) hacía difícil alcanzar seguridad sobre la motivación, cuya pu­reza inevitablemente no siempre era perfecta. Fijémonos en esta última situación, que viene a determinar el estado de cosas en todo el tiempo posterior. Esta situación provoca en un principio un florecimiento —por obra principalmente de la organización eclesiástica de Hipólito— del «catecumenado clá­sico»: no faltaban candidatos que hacían trabajar a todo ritmo una institución compleja y reciamente reglamentada. Pero no mucho después sí faltaban gentes que quisieran realmente el bautismo y no simplemente la adhesión mínima a la Iglesia estatal por el prestigio social y la utilidad que aquélla repor­taba. La reacción de la Iglesia está a la altura de la situación. No se deja llevar por el peso de una institución firmemente establecida; al contrario, prescinde de este catecumenado que

3 B. Capelle, L'introduction du catéchuménat á Rome, «Rech. théol. anc. med.», 5 (1933), 129-154; A. Turck, Aux origines du catéchuménat, «Rev. se. phil. et théol.», 48 (1964), 20-31.

4 G. Bardy, Les icoles romaines au second siécle, «Rev. Hist. Eccl.», 28 (1932), 501-532.

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ha degenerado en receptáculo, sin interés religioso, de un sin­número de pillos aprovechados. Desplaza a la fase final del catecumenado la prueba que considera insoslayable. Origina­riamente, el candidato era admitido a ella como electas, es decir, como «elegido» que se había acreditado como tal y que sólo debía hacer —así lo llamaríamos hoy— sus «ejercicios para el bautismo». Entonces, esta segunda fase que coincide con la Cuaresma —y que ciertamente es causa de que ésta se alargue— asume todas las funciones imprescindibles del cate­cumenado anterior. San Agustín tiene razón: este tiempo era demasiado breve para la formación personal5. Pero la Iglesia podía confiar en la capacidad formadora de la vida dentro de la comunidad después del bautismo; en el caso de bautismos de niños, que cada vez se hacen más frecuentes, éste era el único medio de formación.

Podemos encontrar también testimonios de que la Iglesia, con un espíritu alerta y plena soberanía, adaptó su disciplina bautismal. Así, por ejemplo, prescinde de una ceremonia vis­tosa como los escrutinios, cuando van resultando formas va­cías; igualmente desplaza los elementos ceremoniales a la segunda serie cuando —en la misión entre los germanos— trata con paganos, y el kerigma y la instrucción debían recu­perar su antiguo rango. No es necesario demostrar cómo estos ejemplos nos crean hoy una obligación: si es en cierto modo justificable hablar de una «época poscristiana», en nuestros días se impone una vuelta a un auténtico catecumenado de adultos.

En lugar de extendernos en esto queremos corroborar la necesidad de una continua vivificación de la disciplina bautis­mal partiendo de un argumento «a contrario»: de la gran pérdida en vitalidad que entraña el «bautismo de niños». No contamos con un ritual del bautismo especialmente concebido

5 En De fide et operibus propugna que se compruebe la pu­reza moral del candidato antes del bautismo.

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para niños; no podemos decir que sea esto la actual adapta­ción rudimentaria, con su inevitable tendencia a destacar y acumular los elementos que mejor se acomodan a la pasividad del niño. Las consecuencias son graves. Puesto que esta pasi­vidad no se ha compensado con ritos que (nos limitamos a sugerir) pusiesen adecuadamente de relieve la «fe de la Igle­sia», que hicieran asumir una parte activa a los padres, los padrinos e incluso la comunidad, esta forma raquítica de ad­ministrar el bautismo es en gran medida culpable de que se conciba la liturgia como simple «ceremonial eclesiástico». Al conservar ritos (por ejemplo, la renuncia, la confesión de fe) totalmente ajenos a la situación de un recién nacido, seme­jante quebrantamiento de la «diafanidad del signo» debilitará necesariamente la dimensión «signo» del sacramento, hacien­do así que se piense sólo en la categoría del sacramento-causa. Si se tiene en cuenta que, en los tratados teológicos sobre los sacramentos, el bautismo tuvo siempre una cierta cualidad de modelo, no es fácil que se exageren las consecuencias.

SACRAMENTO DE LA FE

Es conocida la insistencia con que el bautismo ha sido de­signado como «sacramento de la fe». No sólo desde San Agus­tín 6, sino en realidad ya desde Tertuliano7. Intentaremos analizar el contenido de estos dos términos, empezando por el segundo: la fe.

Lo que aquí interesa ver es si se habla de metanoia o fe; sin lo que se designa con estas palabras no se tiene la condi­ción fundamental para ser candidato al bautismo. Pero si uno posee esta condición, «nada impide que sea bautizado» (Act 8,36); los bautismos administrados sin dilación son prue-

6 Ep. 98, 9 (Corp. Script. Eccl. Lat., 34, 531). 7 De paen., VI, 16 (Corp. Christ., 1, 331).

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ba de ello. Todo lo demás es secundario. Si la mejor descrip­ción existencial de esta fe vendría dada con las palabras «Se­ñor, creo, ayuda mi incredulidad» (Me 9,24); si el teólogo tendría que calificarla todavía de en gran parte implícita, si la Iglesia la considera válida o juzga oportuna una mayor explicitación e impone una instrucción antes del bautismo, todo esto pertenece a la «economía» de la administración del bautismo, que, naturalmente, puede asumir formas distintas en situciones distintas. Lo decisivo es: el que ha recibido el kerigma debe hacerse «discípulo» (Mt 28,19), «creer que Jesucristo es el Hijo de Dios» (Act 8,37); sin esto no tenemos un bautismo sacramento de la fe.

Esto es lo que viene a decir la formulación de Tertulia­no 8 (su tono un tanto moralizador no debe inducirnos a error): «No somos introducidos en el agua para dejar de pe­car, sino porque hemos dejado de pecar, porque en cuanto al corazón ya estamos lavados.» Esta misma idea se oculta tras la polémica de Agustín en De fide ei operibus. No se refiere a una apreciación demasiado alta, teológicamente insostenible, de la dignidad moral del candidato (Agustín es el último a quien podría tildarse de sospechoso de catarismo); se refiere a la fe que ha de mostrarse viva mediante las obras. Lo mis­mo supone en el fondo el diálogo con que se inicia el ritual del bautismo hoy. Cuando a la pregunta Quid petis? se responde Fidem, no se alude a una fe que se busca, que todavía no se tiene, sino al sacramentum jidei, al bautismo. La fe es condición básica. Todo servicio que la Iglesia, con espí­ritu maternal, debe prestar aún para hacer madutar esta fe y el que, según la situación, considera oportuno otorgar antes del bautismo, no debe oscurecer esta afirmación. Está por encima de las contingencias del tiempo. Para hoy podía sonar así: a pesar de que desde hace siglos no tenemos catecume-nado, pudiera ser que necesitásemos incluso un pre-catecu-

8 De paen., VI, 17 (Corp. Christ., 1, 331).

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menado. No nos extrañaría que muchos reaccionaran ante esta afirmación nuestra diciendo: «¡Exageración, rigorismo!» Pero la exclamación sonaría a falsa.

Pasemos al sacramento de la fe. Si es verdad que no exis­ten dos caminos para llegar al Dios de la gracia (uno a través de la fe, otro a través del sacramento), sino uno solo, y el sacramento, por tanto, es la exteriorización visible de la inte­rioridad de la fe en la visibilidad de la Iglesia; si es verdad que ese acontecimiento sacramental no es simplemente «pala­bra visible» sobreañadida, entonces, en la Iglesia, todo el ca­mino de la fe debe ser recorrido sacramentalmente. O con una formulación inversa: el bautismo sacramento de la fe debe ser algo «coextensivo» a las fases de este camino de la fe. Y esto es lo que demuestra la historia. No se puede aducir prueba más clara que el hecho de que los catecúmenos eran considerados ya como realmente «dentro de la Iglesia». Así vienen a expresarlo los Padres cuando hablan de los catecú­menos como de los que «ya han sido concebidos en el seno de la Iglesia, sin que ésta los haya dado a luz todavía»; lo mismo se hace cuando se aplica la denominación de christianus a los catecúmenos y a los creyentes (perfectos)9 (a esto obe­dece el que en muchos rituales del bautismo, el primer paso Ad catechumenum faciendum se llama, de modo menos for­mal pero más pleno, Ad christianum faciendum).

Esto no quiere decir que aquí tenemos una solución, dis­culpablemente inexacta, de la cuestión de quiénes son los miembros de la Iglesia (al que haya palpado al vivo las difi­cultades de esta cuestión viendo las discusiones del Vatica­no II no le será difícil actuar con cautela al juzgar sobre ella). Se trata, más bien, de una concepción de la mayor importan­cia y fecundidad. Por medio de ella se pone de relieve el valor

9 Agustín, Sermo 46, 31 (Corp. Christ., 41, 557): «Paganus-ne es, an christianus?». Respondet: «Christianus», ovis est enim dei. Quaeris ne forte catechumenus sit...

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decisivo de la fe salvadora 10, a la vez que se posibilita y exige el camino eclesial de esta fe como sacramental (= significada). El catecumenado no es una especie de propedéutica, a la que —en atención al hecho de que los hombres poseen un cuerpo y un alma— se han incorporado algunos ritos. El catecume­nado no es algo que se pueda medir o entender con categorías educadoras, ni su sentido bautismal-sacramental le viene a lo sumo del fin. El catecumenado es de una calidad eciesial-sacramental tan densa, que no se ha logrado dar razón de ella en una formulación según la cual esta maduración pro­gresiva de la fe tiene lugar «en virtud» del sacramento del bautismo (que entonces debía ser concebido como distinto de dicho proceso). Se ha de decir más bien que el mismo sacra­mento de la fe es «extendido», si la Iglesia considera necesa­rio —y en la medida de esta necesidad— un intervalo entre el «llegar a la fe» y la acción final de sellarla (formulación procedente de Tertuliano) en el baño bautismal. Que la Iglesia —ciertamente sólo en casos especiales— pueda renunciar a esa «extensión», no ha de considerarse como objeción contra esta manera de entender el catecumenado.

Sobre su importancia teológica no es necesario insistir. Nos limitaremos a señalar que hoy no hay nada que se oponga a la reasunción de esta concepción. El Vaticano II ha tratado la cuestión de la pertenencia a la Iglesia partiendo consciente­mente de su plena realización. Al contrario de lo que hacía la encíclica Mystici Corporis, el Vaticano II no señala límites en los que pudiéramos llamar grados inferiores de la escala. Puesto que realmente no es necesario insistir en la verdad de que la gracia se da también fuera de la Iglesia visible, la in-

10 Aquí sería oportuno recordar con qué discreta ecuanimi­dad, pero con no menor entereza, las constituciones del Vatica­no II sobre la Iglesia y sobre la liturgia colocan en su segundo lugar todo aquello que —como distintos de la comunidad de sal­vación «Iglesia»— puede designarse con el término «institución»

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tención del Concilio sólo ha podido ser ésta: mantener la ecie-siaíidad (y con ella la participación en la correspondiente sa-cramentalidad) «más difusa», más abierta de lo que permitía el punto de partida escogido por Pío XII en la citada encí­clica.

Esto tiene también importancia en el ámbito pastoral. Si el catecúmeno posee estado eclesial, ya no estará uno expuesto a la tentación de, apoyándose exageradamente en los efectos del bautismo, descuidar las leyes de la realización litúrgica. Hay espacio amplio para que pueda tener lugar la maduración individual. Se puede establecer el ritmo de las acciones ritua­les concretas (exorcismos, renuncia, confesión, etc.) de modo que la interioridad existente, adulta, penetre en estas protes-tationes fidei (palabra clave en la teología sacramental de Santo Tomás), y éstas no resulten vacías. El mismo bautismo podría retrasarse, por ejemplo, hasta Pascua. Podríamos decir muchas más cosas, pero basten estas sugerencias.

Pero los signos santos con que la Iglesia ha estructurado el camino hacia el bautismo presentan también aspectos ne­gativos que no podemos desatender; también de esto debemos aprender. En el transcurso de la historia han estado expuestos en una medida más bien grande a degenerar en ceremonial accesorio sin apenas valor teológico, o, por descuidarse su cualidad esencial de signos, a ser entendidos exclusivamente en sentido instrumental. Dos remedios —de acuerdo con las dos causas principales del mal— se imponen. Por una parte, que se vuelva a una simplicidad sustancial (una signación me­jor que varias) y, al mismo tiempo, a una forma plena, no abreviada (inmersión en lugar de infusión). Quizá debiéramos comenzar por decir, en términos generales: que se confíe en la inagotable fuerza actualizadora de los grandes símbolos (¿no deberíamos sentir cierto sonrojo los hombres de Iglesia viendo cómo una fábrica de cigarrillos usa la imagen de un arroyo que desciende de la montaña para convencer a los compradores de la pureza y frescura de sus productos?). En

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segundo lugar: que tengamos más en cuenta que hasta hoy cómo la palabra debe unirse necesariamente al elemento ritual para que exista el sacramento " . Sería muy conveniente ana­lizar qué entraña esto prácticamente para la concepción bí­blica de las palabras explicativas, para la elección de las perí-copas, para la estructuración de servicios de la Palabra de Dios.

BAUTISMO-DIMENSIÓN PERMANENTE DE LA VIDA CRISTIANA

Hay una concepción del bautismo que evidentemente es irreconciliable con este título: la que concibe el bautismo como primera condición indispensable que hay que cumplir, pero que con cada paso que el hombre da en su vida espiri­tual va quedando más atrás. ¿Se trata sólo de un defecto teó­rico? La historia demuestra que se sintió la presencia de un peligro real y que se recurrió a todas las fuerzas para hacerle frente. Este es el sentido de la severa amonestación de la Carta a los Hebreos (6,4ss): «Es imposible que quienes, después de ser iluminados... cayeron en la apostasía, sean renovados otra vez a penitencia.» Se sabía que la situación del cristiano des­pués del bautismo era designada mediante la expresión «estar en continua metanoia». Por eso se llamaba al bautismo sphragis, sigillum, precisamente porque «sellaba» al cristia­no en la metanoia 12. La consigna, valedera para toda la vida, era «guardar el bautismo, el sello» 13. Toda la vida posterior

11 Agustín, ln Ev. Jo., tract. 80, 3 (Corp. Christ., 36, 529): «Accedit verbum ad elementum et fit sacramentum.»

12 Orígenes, ln Le., hom. 21 (Griech. christ. Schriftst., 9, 139, 20ss); Tertuliano, De paen., VI, 17 (Corp. Christ., 1, 331).

13 2 Clem 6,9; 7,6; 8,6 (Funk, Paires Apostolici, I, Tubin-g&, 1901, 192,194); Orígenes, ln Jerem. hom. 2,3 (Griech. christ. Schriftst., 3, 19,22).

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era concebida como desarrollo de este comienzo fundamental, tanto las acciones de la vida cristiana «normal» —toda peni­tencia posterior es relacionada con el rompimiento con el demonio y el pecado que había tenido lugar en el bautis­mo— 14, como los gestos extraordinarios —el martirio es con­cebido en categorías bautismales—1S, lo mismo que la vida monacal, una de cuyas designaciones corrientes procede sin duda alguna de la renuncia a Satán realizada en el bau­tismo 16.

De momento basten estas sugerencias. Con ellas queda suficientemente claro cuánto se echa de menos en el actual ritual a este respecto. Las referencias anteriores se centraban en un sector limitado. En el terreno del rito corresponden a ese sector los «escrutinios». Expondremos con más deteni­miento los engorros que crean y los deseos que sugieren.

Con nuestro título «bautismo-dimensión permanente» no nos referimos a que la dicción de los exorcismos necesite y admita mejora; de ellos nos ocuparemos en otro lugar. Aquí queremos señalar un defecto: los escrutinios se practican casi exclusivamente como un tratamiento del candidato mirando hacia atrás, como una especie de preparación espiritual del campo. Una prueba de que en los escrutinios se ha debilitado la dimensión de signo es el hecho de que en ellos falle la función de investidura en un estado duradero. Los exorcismos, por ejemplo —intervención purificadora y salvadora del Dios misericordioso, que se ha de acoger como regalo de lo alto—, debieran concebirse como algo que traslada la realidad de la Alianza (que en primer término es iniciativa de Dios) a la

14 Orígenes, In Jo. comm. 6,33 (Griech, christ. Schriftst., 4, 143,1); el mismo, In Exod. hom. 2, 2 (ibíd., 6, 254, 24ss).

15 El mismo, In Jo. comm. 6, 56 (ibíd., 4, 165, 18ss); In Mt. comm. frgm., 403 (ibíd., 12, 170); Protr., 17 (Part. graec, 11, 585 A).

16 Dict. Arch. chrét. et Lit., I, 2604-15: Apotactites.

í5

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historia de la salvación individual. En ellos se manifiesta el «Reino de Dios que ha venido» (Jn 12,31: ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera). De modo que quien se somete a los exorcismos ha de aceptar como tarea de toda su vida una «prueba del corazón y los riñones» (scrutatio coráis et renum: Sal 7-10), se deja instalar en «la oración y el ayuno» (Mt 17,21); en resumen: se sabe ligado por un compromiso perenne a la luz, contra las tinieblas dentro de él y en torno a él.

Permítasenos hacer una observación de carácter más ge­neral y que, por tanto, no se refiere sólo a los «escrutinios» En el ritual no está expresado con la claridad deseable lo que pudiéramos llamar «paraklesis bautismal». Es cierto que en él hay perspectivas escatológicas. Pero por lo que se refiere a los años y decenios en que el individuo vive su «tiempo de la Iglesia» faltan las palabras alentadoras acomodadas a las principales situaciones de la vida cristiana, palfbras que lo animasen al continuo «arrastrarse bajo el bautismo» (para usar la expresión de Lutero). Con frecuencia se ha formulado el deseo de que el mensaje contenido en la bendición del agua bautismal aparezca en cada bautismo individual. Y éste sería un lugar apropiado para esta paraklesis. Una paraklesis que, con una sinceridad santa, advierta sobre la duración de una «vida escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3) y sobre la inevitable experiencia de que hemos muerto al pecado —¡que no está muerto!—. Y al mismo tiempo vendría a alentar di­ciendo que los imperativos de la vida cristiana, que se han de realizar en un asedio constante de la tentación, no pueden ponerse por obra movilizando la buena voluntad del hombre, sino volviéndose a lo que es signo que habla de la perenne misericordia bautismal de Dios.

Es oportuno también recordar la praxis de la antigua Igle­sia que hacía vivir también el bautismo a la comunidad como dimensión permanente. Baste aludir a la fuerza formadora que poseía la Cuaresma montada dentro de una estructura bautis-

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mal17. Esto es lo que hoy importaría hacer de nuevo fecundo. Por otra parte, una evocación del bautismo que no se dejase al capricho de cada individuo contribuiría en gran medida a la interiorización del bautismo; la palabra clave de la historia de la liturgia sería aquí «Pascha annotinum», y nadie discu­tiría en serio que su restauración sería grandemente provecho­sa para la fe bautismal.

EL BAUTISMO - SACRAMENTO ECLESIAL

Naturalmente; lo hemos dicho con insistencia. Pero con­viene destacar más algunos aspectos.

Es innegable que la valoración práctica de la cualidad emi­nentemente eclesial del bautismo necesita renovación; sería extraño que la costumbre del bautismo de niños, practicada durante un milenio, no acarrease pérdidas. Lo que queremos decir es esto: el largo período comprendido entre la recepción del bautismo en la primera infancia y el «caso concreto» de vida cristiana consciente es el lugar de todo el trabajo educa­dor: instrucción para la confirmación, para la comunión, etc. ¿Cómo extrañarse, por tanto, de que por una parte se consi­dere el bautismo como un sacramento necesario —con subli­mes efectos que justifican su administración «cuanto antes» (quam primum)—, y por otra se vea en él prácticamente una condición para la vida eclesial (¡posterior!), una especie de escalón inferior cuyo sentido se reduce a posibilitar la ascen­sión al segundo, al tercero, etc.? Aquí interesa (nos referimos al bautismo de adultos) atender a lo que nos dice la tradición: que el bautismo (juntamente con su «per-fectio», la confirma­ción) más la eucaristía constituye una única iniciación. El que, en casos normales, estos sacramentos se administrasen segui-

17 A. Chavasse, Signification baptismale du Car eme et de l'octave pascóle, «La Maison-Dieu», 58 (1950), 27-38.

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dos viene a decir: ser capaz de recibir el bautismo significa ser capaz de recibir la eucaristía y, por tanto, ser capaz de una existencia eclesial completa. Las exigencias que entraña todo esto son, naturalmente, grandes, y aquí surge —como hemos señalado— ía cuestión del catecumenado (y evenüíaímente in­cluso pre-catecumenado). Esto no es arqueologismo: a menor precio no es posible poseer el bautismo.

Hay una preocupación en la praxis bautismal de los co­mienzos que tiene validez en todo tiempo: la preocupación porque se concibiera la Iglesia como «sacramento» de la rein­tegración graciosa del mundo. Esto es, en concreto, el esfuer­zo por convertir en experiencia viva y permanente el hecho de haber cruzado la frontera entre «lejos/cerca», «fuera/dentro». El instrumental para ello —las formas ciertamente dependen de cada momento concreto— es conocido: mayor exigencia ya en la admisión al catecumenado, «clases» en el catecume­nado, disciplina del arcano, iniciación progresiva mediante las «entregas», jalonadas, del símbolo, el padrenuestro, los evan­gelios. ¿Y hoy? Lo que sugieren formulaciones como «diálo­go con el mundo», «cristianismo anónimo», etc., no ha de re­sultar sospechoso en su contenido positivo para dar lugar a la opinión de que ello entrañaría también peligros.

En su conjunto, el antiguo instrumental del catecumenado no es restaurable. Pero hoy debía encontrar también expresión litúrgica lo que la historia de las religiones llama rite de pas-sage. Algo más negativo: parece imprescindible que se li­mite al menos el acceso a la celebración eucarística. Algo po­sitivo: el avance en la marcha hacia el bautismo podía en­contrar hoy también su mejor expresión en la «entrega» de la Biblia, del símbolo de la fe y del padrenuestro.

No es necesario demostrar que el oficio de los fiadores o padrinos del bautizado posee un valor perenne. Sus funciones en la antigua praxis18 (fiadores en la primera admisión, men-

18 M. Dujarier, Le parrainage des adultes aux trois premiers

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tores durante el catecumenado, testigos una vez más en la ad­misión al bautismo) vienen dadas por la esencia misma del bautismo. No obstante, hoy habría que tener muy presente que directamente no se trata de la moral (del candidato), sino de la fe: estar en camino hacia la Iglesia no significa solicitar ser admitido en una sociedad de alto nivel moral... Conviene subrayar el contenido eclesial de esta institución. Hoy es más necesario que nunca 19 que «la Iglesia» (no sus profesionales, los que ejercen ministerio en ella) sea misionera. La Iglesia, en efecto, sólo está presente en el «mundo» a ti aves de los «cristianos de cada lugar concreto». Y sobre todo porque sólo viviéndola se puede tener experiencia de la Iglesia viva en su kairos concreto (¿cómo se puede aprender, por ejemplo, un aggiornamento en los libros?). Con esto no nos referimos sólo al viejo proverbio «los ejemplos arrastran»; el contacto «contagioso» con el padrino (naturalmente, con su familia, su ambiente) es un medio insustituible para llegar a conocer la Iglesia.

Hay una última enseñanza de la historia a la que sólo ne­cesitamos aludir para reconocer su validez en el momento ac­tual. Nos referimos al carácter comunitario que ha de revestir la celebración de la marcha hacia el bautismo y el propio bau­tismo. La liturgia de este sacramento no sólo ha de interesar a la comunidad; ha de estar también abierta a ella, presentarle exigencias. No es éste el lugar de discutir la forma concreta.

Quizá alguno diga que hemos hablado poco de lo «transi­torio». Creemos que tiene razón. Pero también creemos opor­tuno decir que para exponer lo «perenne» hubiéramos necesi-tado más espacio. A S T E N Z E L

siécle de l'Église, París, 1962; M. van Nolle, Les fonctions du parrainage en Occident, «Par. Lit.», 46 (1964), 121-146.

19 Sobre los comienzos, cf. A. v. Harnack, Die Mission und Ausbreitung des Christentums in den ersten drei Jahthunderten, I, Leipzig, 41924, 332-379.

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LOS PUNTOS CARDINALES DE LA INICIACIÓN CRISTIANA

A) LA CATEQUESIS EN EL CATECUMENADO

La catequesis no ha sido el punto sobre el que más se ha reflexionado dentro de la acción catecumenal. En la bibliogra­fía sobre el catecumenado, la catequesis aparece como «pa­riente pobre».

No hay por qué extrañarse. El punto de partida fue una situación en la que «preparar un adulto al bautismo» signifi­caba esencialmente procurarle una «instrucción religiosa».

Fue preciso descubrir la primacía de la conversión y las leyes de la evangelización para los adultos que piden los sa­cramentos de la iniciación cristiana; descubrir la necesidad y las leyes de un auténtico padrinazgo; establecer etapas litúrgi­cas de iniciación cristiana.

Una de las tareas de la institución catecumenal consiste actualmente en trabajar en la catequesis con el mismo espíritu de invención y de fidelidad a la tradición con que se ha hecho en las demás dimensiones de la acción catecumenal.

1. SITUACIÓN DE LA CATEQUESIS EN LA ACCIÓN CATECUMENAL

Catequesis, liturgia e institución de los padrinos están ínti­mamente ligados. No son tres acciones paralelas, sino una sola acción con aspectos diversos y complementarios.

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ha catequesis en el catecumenado 223

1 ° La catequesis y los padrinos.—A través de los padri­nos realiza el catecúmeno la experiencia de la comunión fra­terna de los cristianos y de la maternidad de la Iglesia. Es una exigencia cristiana capital, a la cual debe aportar la catequesis la luz de la Palabra de Dios. Si esta experiencia no existe, o si es excesivamente deficiente, una parte del mensaje cristiano se quedará en letra muerta.

2.° Catequesis y liturgia.—Catequesis y liturgia están es­trechamente ligadas:

— La catequesis revela de antemano el sentido de los actos litúrgicos en los que va a participar el catecúmeno. Prepara una participación fecunda en la liturgia, ya que no hay acto litúrgico que no sea vivido en una profesión de fe.

— La catequesis permite al catecúmeno, después del acto litúrgico, tomar conciencia más explícita de todo cuanto ha vi­vido y continúa viviendo gracias a este encuentro privilegiado con Cristo.

2. ¿CUAL ES LA FUNCIÓN DE LA CATEQUESIS DE INICIACIÓN?

1.° Da la Palabra de Dios.—Dios se revela por su Pala­bra. Palabra de Dios a Abraham... Palabra al pueblo por los sacerdotes y los profetas... Palabra de Dios encarnada en Jesu­cristo, para que todos los hombres puedan hacerse hijos de Dios.

Dios no obra jamás sin revelar el sentido de su acción, sin permitir al hombre responder con todo lo que es, incluso con su función cognoscitiva, inseparable de su capacidad de obrar y de su capacidad de amar.

La catequesis permite al hombre encontrarse con Dios como con un Dios que habla; y este encuentro del hombre y de Dios no es pura y simplemente «inefable»... La fe no es un grito.

2.° La catequesis da la palabra al hombre—«Venir al mundo es tomar la palabra.»

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224 Ch. Paliará

La catequesis de iniciación, propia del catecumenado, per­mite al catecúmeno hacer suyo el lenguaje elemental de la fe (lo que los antiguos llaman los «rudimentos» de la fe). El catecúmeno puede así participar fecundamente de la vida de la comunidad, en la que su fe no dejará de alimentarse y des­arrollarse. Sin ese aprendizaje del lenguaje elemental de la fe, sería como un extraño en la comunidad y no podría tomar parte en su experiencia, en su oración y en su testimonio. No tendría la posibilidad de alimentarse con el pan de la Palabra que la Iglesia reparte sin cesar a sus fieles.

La catequesis da la Palabra de Dios al hombre para que el hombre tome la palabra en la Iglesia en la oración, palabra humana a Dios, pero habitada por el Espíritu Santo; en el diá­logo fraterno en el que se expresa nuestra unidad en Jesucris­to; en el testimonio en el que el Espíritu atestigua al mundo, por medio de la palabra, que Jesucristo es en verdad el Señor.

3. EL CONTENIDO DE LA CATEQUESIS

La catequesis de iniciación debe transmitir «lo esencial de la fe». Pero ¿cuál es este núcleo esencial? Más que intentar establecer un catálogo de las principales verdades de la fe, conviene plantearse la cuestión: «¿De qué tendrá necesidad el catecúmeno para vivir su vida cristiana? ¿Cuáles son los actos de la fe característicos de la pertenencia al pueblo de Dios y constitutivos de la existencia cristiana?»

Estos actos de fe son los que la catequesis de iniciación deberá hacer posibles. La vida de fe esencial para el bautizado podría ser caracterizada de la forma siguiente:

1 ° El bautizado está llamado a proclamar su fe en Dios y en su designio por el credo bautismal.—Este último expresa los «artículos», es decir, «las articulaciones» esenciales de la fe cristiana. Cada uno de ellos debe ser una luz que revele la verdadera dimensión de la vida y del mundo. No basta que el

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La catcquesis en el catecumenado 225

credo sea una fórmula sabida de memoria; es preciso que la fe que se expresa en el credo se convierta en la «forma» de una vida...

2.° El bautizado está llamado a alimentar su fe y su vida en la Sagrada Escritura.—La Sagrada Escritura es un signo privilegiado de la actualidad permanente de la Palabra de Dios. Todos los otros signos de la presencia de Dios no se hacen Palabra de Dios más que cuando son de una forma u otra iluminados por la Escritura. El catecúmeno debe, pues, haberse encontrado con la Palabra actual del Señor en la Es­critura, sin que por ello deba hacerse un especialista en Anti­guo y Nuevo Testamento. Este encuentro puede realizarse a través de pocos textos: lo esencial es que sea un encuentro real.

3.° El bautizado debe participar por la fe en los actos esenciales de la comunidad cristiana.—El cristiano celebra la eucaristía, es un penitente llamado a recibir el perdón de Cristo en el sacramento de la penitencia. El cristiano está llamado a ser testigo de Cristo entre los que niegan explícita o implícitamente que Jesucristo es el único Señor. El cristiano está llamado a hacer de su vida una ofrenda espiritual y a participar de esta forma en la misión de la Iglesia de consa­grar el mundo para Cristo.

4.° El bautizado está llamado a vivir en la fe ciertas si­tuaciones humanas fundamentales.—La familia, el trabajo, el amor, el sufrimiento y la muerte son realidades humanas fun­damentales que el cristiano está llamado a vivir unido a Cris­to, como hijo de Dios. A través de estas realidades que vive, el cristiano está llamado a reconocer los signos de la presencia y del amor de Dios. Todas estas realidades son la ocasión y la materia de actos de fe esenciales en la vida cristiana.

Precisando lo esencial de la vida cristiana en estas cuatro direcciones, cabría establecer lo que podríamos llamar el «mí­nimo vital» del conocimiento de la fe. La descripción de este mínimo vital nos permitiría definir el contenido de la cateque-sis de iniciación.

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4 . EL PLAN DE LA CATEQUESIS

Para que a lo largo de toda la preparación al bautismo la progresión de la catequesis esté al servicio de una fe unificada, es preciso poder seguir un «hilo conductor». ¿Cuál puede ser este «hilo»?

El hecho de que los responsables del catecumenado no ha­yan propuesto hasta ahora planes o programas de catequesis nos lleva a proponer la siguiente hipótesis: el hilo conductor del que hablamos no es un hilo «simple»; es un hilo «com­puesto», tejido, por decirlo así, de hebras. El catequista no puede establecer un «programa» de catequesis que esté al ser­vicio de una fe unificada más que teniendo en cuenta tres factores:

1.° La coherencia del mensaje.—El mensaje cristiano es coherente, unificado. Es la expresión de la unidad del desig­nio de Dios y de su desarrollo en la historia. Todo en el men­saje cristiano está unificado por Jesucristo y el misterio pas­cual.

2." La entrada progresiva en la Iglesia.—La catequesis, como hemos dicho, ilumina una experiencia espiritual, le per­mite hacerse conocimiento de fe, y lenguaje de la fe, hacién­dose así plenamente cristiana.

Para saber de qué ha de hablarse en un momento dado, hay que tener, pues, en cuenta un encuentro en el que se dio una experiencia real del padrinazgo, una conversación con un sacerdote, la última (o la próxima) asamblea de oración, el tiempo litúrgico, las etapas litúrgicas de la iniciación cristiana, si alguna de estas etapas está cerca para el catecúmeno.

3.° La experiencia humana del catecúmeno.—Cada cate­cúmeno vive una historia personal, marcada por acontecimien­tos, a los que reacciona, en función de su ambiente, de su men­talidad, de su pasado, de su personalidad espiritual. Un acon­tecimiento de su vida familiar o profesional, un acontecimien-

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La catequesis en el catecumenado 227

to del mundo o de la Iglesia, una dificultad, una «crisis» per­sonal puede exigir una catequesis precisa, puede ser una oca­sión de acoger con una fe más personal algunos artículos del credo, de encontrarse con el Señor en un texto preciso de la Escritura, de progresar en la comprensión del bautismo o de la eucaristía.

De esta forma descubrimos la complejidad del «hilo con­ductor» de la catequesis y de las tres hebras de que está te­jido. El arte de la catequesis está en tejerlas de la forma más estrecha posible para que la fe del catecúmeno se vaya cons­tituyendo en la unidad...

CONCLUSIÓN

Como conclusión citemos el decreto sobre el oficio pasto­ral de los obispos.

«Los obispos velarán por que la enseñanza catequética, cuya finalidad es hacer la fe viva, explícita y activa, iluminán­dola con la doctrina, sea transmitida con una atenta preocupa­ción a los niños y a los adolescentes, a los jóvenes e incluso a los adultos» \

Creemos que todo lo que hemos descubierto sobre las exi­gencias de la catequesis en el catecumenado coincide plena­mente con la manera en que los Padres conciliares han expre­sado su misión de enseñanza.

C H . PALIARD

1 Decreto conciliar sobre el oficio pastoral de los obispos, H, 14.

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B) LOS PADRINOS

Al hablar de los catecúmenos «que, bajo la acción del Espíritu Santo, piden por un acto explícito de su voluntad ser incorporados a la Iglesia», el Concilio Vaticano II afirma que «la Iglesia, como madre, los cobija ya como suyos en su amor al preocuparse de ellos»1. Esta solicitud maternal es la que ha suscitado, en la renovación actual del catecumenado, un redescubrimiento de la institución de los padrinos de los adul­tos. En efecto, la iniciación cristiana «debe ser obra no sólo de los catequistas o de los sacerdotes, sino de toda la comu­nidad de los fieles, especialmente de los padrinos, de forma que desde el principio los catecúmenos sientan que pertenecen al Pueblo de Dios»2.

Este redescubrimiento está lejos de haber terminado. Se trata más bien de una investigación abierta. Pero como la vida se deja difícilmente reducir a fórmulas, no es fácil deci­dirse a escribir sobre los tanteos de un proceso aún inacabado. Sin embargo, van apareciendo algunos documentos que mues­tran cómo intentan las diversas comunidades asumir su fun­ción de padrinos3. Estos documentos expresan claramente la preocupación que tiene la Iglesia de acoger a los que el Espí­ritu ha despertado a la fe, comprender a las personas en estado de búsqueda y ayudarlas en su camino hacia Dios.

Los trabajos sobre la evolución histórica de la institución de los padrinos no han hecho más que ser esbozados. El es-

1 Vaticano II, Lumen Gentium, 14. 2 Vaticano II, Ad gentes, 14; cf. Presbyterorum ordinis, 6. 3 Por ejemplo: J. Dournes, Le parrain, témoin de l'Eglise,

«Vie Spir.», 515 (1965), 394-408; X..., Le parrainage, Documents du Service National de Catéchuménat, 26 (1964), París; Audol-lent, L'entourage des convertís, ibíd., 32 (1965).

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Los padrinos 229

tudio de los orígenes ha comenzado ya4 , pero convendría ampliar el campo de investigación, primero cronológicamente, yendo más allá del siglo v y llegando hasta nuestros días, y especialmente observando las costumbres de la Iglesia oriental y la práctica de las misiones y de las Iglesias jóvenes.

El esfuerzo pastoral se realiza en el sentido de una mayor autenticidad, reaccionando contra ciertos hábitos cómodos que han despojado los procesos humanos de su valor profundo.

Sin llegar a pretender, como algunos lo hicieron en el si­glo xrx, que los catecúmenos no tienen necesidad de padrinos porque son adultos, reconozcamos que con mucha frecuencia esta institución ha venido a ser una «mentira litúrgica» 5.

¿Cabe, en efecto, considerar como auténtico padrino a un hombre a quien se llama en el último minuto para acompañar a un neófico, cuyo proceso desconoce por completo? ¿O ese catequista de misión que frecuentemente hace las veces de pa­dre espiritual de decenas de jóvenes convertidos a los que no podrá acompañar posteriormente? Es, pues, preciso restaurar la institución de los padñrinos de forma efectiva: efectiva por­que se ejerza durante toda la preparación bautismal, soste­niendo al catecúmeno en su lenta marcha hacia la fe viva, y porque sea vivida en una relación personal real entre dos seres suficientemente próximos para dialogar realmente.

Sin embargo, aun donde se da tal diálogo personal, se choca con el hecho de que una sola persona no pueda bastar para realizar todas las condiciones de una verdadera conver­sión. Es la Iglesia entera la que debe ayudar a aquel que pene­tra en el Pueblo de Dios 6. Sin negar la función indispensable

4 M. Dujarier, Le parrainage des adultes aux trois premiers siécles de VEglise, París, 1962; B. de Guchteneere, Le parrainage des adultes aux 4e et 5e siécles de VEglise, Universidad Grego­riana de Roma, 1962.

5 R. Stenzel, Die Taufe, Innsbruck, 1958, 297. 6 Cf. J. Cellier, Catéchuménes et communauté chrétienne,

«Maison-Dieu», 71 (1962), 142-150.

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del padrino, hay que tomar conciencia de que toda la comu­nidad cristiana tiene una verdadera responsabilidad de padri­no. Es lo que podríamos llamar «el padrinazgo colectivo», siempre que entendamos esta fórmula no en el sentido de un padrino único encargado de varios convertidos, sino en el sen­tido de la preocupación que deben tener todos los fieles que, por una u otra razón, constituyen el medio humano del cate­cúmeno. En este sentido, la expresión padrinazgo comunitario sería preferible al término ambiguo de padrinazgo colectivo.

Este doble efecto, cuya necesidad descubre de forma casi espontánea la pastoral actual, coincide curiosamente con las conclusiones de las investigaciones históricas.

Contrariamente a lo que ha podido pensarse, la institución de los padrinos no tiene su origen en costumbres suscitadas por el bautismo de los niños 7, sino en las de la preparación de los adultos al bautismo. Los padrinos fueron en un princi­pio los cristianos convencidos que, durante los primeros siglos arrastraban a sus amigos o camaradas de trabajo a la conver­sión y que, tras haberlos conducido al catecumenado, conti­nuaban ayudándoles fraternalmente hasta su plena iniciación. Lejos, pues, de ser los últimos en intervenir, los padrinos eran los primeros actores de la conversión, y su función seguía siendo primordial, incluso durante el período de catequesis s.

La historia, al mismo tiempo que nos hace percibir mejor la función del padrino individual, nos invita a descubrir la dimensión eclesial de la institución de los padrinos. Como madre de los creyentes, la Iglesia entera debe llevar a los hom­bres la Buena Nueva y después acoger, sostener y educar a los

7 C. Brusselmans, Les fonctions de parrainage des enfants aux premiers siécles de l'Eglise (Instituí supérieur de pastorale catéchétique de París, 1962), ha mostrado que los padrinos de los niños, que en un principio no fueron más que un caso de suplencia para los huérfanos, ha terminado por suplantar una función que correspondía enteramente a los padres

8 M. Dujarier, op. cit., 377.

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que entran en el Pueblo de la Alianza. Incluso en la época en que tiende el catecumenado a desaparecer, existen obispos, como San Cesáreo de Arles, que recuerdan que los padrinos no son los únicos responsables, sino que todos los cristianos deben animar a los candidatos al bautismo con sus palabras y sus ejemplos9. Durante mucho tiempo seguía vigente la costumbre de no aceptar a nadie al bautismo sin el consenti­miento de su ambiente cristiano10.

El padrino tiene por misión ser un testigo que garantice y un padre que guíe " . Esta doble función la asume a la vez en nombre de la Iglesia para con el catecúmeno y en nombre del catecúmeno para con la Iglesia.

El padrino es testigo de Cristo en primer lugar en la vida de cada día entre los hombres de buena voluntad que buscan a Dios, y lo será durante todo el catecumenado, ya que los convertidos tienen necesidad de ver el Evangelio vivido con­cretamente por hombres como ellos y de tener la certeza de que la Iglesia es efectivamente portadora de las riquezas que pretende transmitir. Pero el padrino es también, ante la comu­nidad cristiana, el testigo que garantiza la seriedad de la con­versión del candidato en las diferentes etapas de su caminar, especialmente en la entrada al catecumenado y en el acceso al bautismo.

El padrino es el guía encargado de introducir a su ahijado a la Ciudad de Dios para hacerle descubrir los usos y costum­bres de este Pueblo del que se hace miembro; el padrino ejer­ce una verdadera «paternidad espiritual» cerca del convertido, en nombre de la Iglesia. Recíprocamente, cabe decir, es el guía encargado de introducir a la Iglesia en ese mundo no

9 Sermón 200,6 (Corp. Christ., 104,811). 10 J. Moschus, Le pré spirituel, 207 (Patr. gr., 87 ter, 3097-

3100). 11 M. Dujarier, op. cit., 49-62.

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evangelizado con el que está ligado humanamente el cate­cúmeno.

Estas funciones no pertenecen únicamente, ni siquiera en primer lugar, al padrino, sino que tienen su fundamento en la misión de la misma comunidad cristiana. Todos los cristianos deben participar en la maternidad de la Iglesia y deben, por tanto, sentirse incluidos en la acción que introducirá nuevos sujetos en el Pueblo de la Alianza y los hará crecer dentro de él. ¿Significa esto que deba desaparecer el padrino canónico? Todo lo contrario. Es verdad que éste no es nada por sí mis­mo: representa la familia de Dios, que es un miembro vivo, y la responsabilidad que asume no es más que expresión de la responsabilidad que toda la comunidad tiene en relación con los catecúmenos. Pero no deja de ser por eso sujeto in­dispensable, ya que la Iglesia hace de él no el delegado, sino el signo visible y eficaz de su acción de padrino.

Es fácil comprender a partir de todo esto la preocupación de la pastoral contemporánea por instaurar un padrinazgo auténtico en su doble dimensión individual y comunitaria. Desde los primeros pasos de un simpatizante se tiene la pre­ocupación de conocer su ambiente real, de descubrir en él a los cristianos, incluso imperfectos, y despertarlos progresiva­mente a su función de padrinos 12. Para evitar todo artificio el mismo convertido elige en este ambiente aquel que será, de forma especial, su «padre espiritual» durante el tiempo del catecumenado e incluso después.

Se intenta, igualmente, descubrir mejor la relación del ca­tecumenado con la Acción Católica w y, en un contexto más

12 Esto muestra el cuidado que se debe prestar a la forma­ción de los padrinos, sobre todo en los lugares donde los cris­tianos no han experimentado aún por sí mismos lo que significa una comunidad de apoyo.

13 Cf. M. Saudreau, La J. O. C, mouvement catéchuménal, «Masses ouvriéres», 179 (1961), 39-76; G. Renaudin, Le parrai-nage, «Catéchuménat de París», 1965.

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Los padrinos 233

amplio, con todo el esfuerzo misionero de la Iglesia. Al mis­mo tiempo que se ayuda al catecúmeno a unirse a la acción apostólica eclesial, se intenta que la misión pueda salir al en­cuentro del hombre concreto que progresa en su vida.

Estas breves observaciones muestran que estamos aún en el estadio de los tanteos. ¿No es normal, por lo demás, que este­mos en perpetua búsqueda, en lugar de instalarnos en solucio­nes fijas y muy pronto superadas? Pero en esta búsqueda hemos podido distinguir ciertas líneas de orientación que pa­recen adquiridas para lo sucesivo, especialmente la necesidad de un padrinazgo efectivo que se ejerza desde los primeros pasos del caminar hacia la conversión y de un padrinazgo ecle­sial que, sin suprimir la función irremplazable del padrino in­dividual, devuelva a este último todo su valor, haciéndole ex­presión privilegiada de una acogida comunitaria efectiva.

Estos primeros balbuceos de los esfuerzos pastorales per­miten entrever el enriquecimiento que supondrá para el cate-cumenado la revalorización de la función de los padrinos. Pero hay, además, otro enriquecimiento del que debemos tam­bién tener conciencia: el que aportará a la Iglesia entera al invitarla a responder mejor a las exigencias misioneras de su maternidad frente a un mundo moderno en plena evolución, en el que el Espíritu no deja de hacer oír su llamada.

M. DUJARBBR

16

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C) HISTORIA Y FUNCIÓN DE LAS TRES GRANDES PERICOPAS DEL CIEGO DE NACIMIENTO,

LA SAMARITANA Y LÁZARO

Gracias a las investigaciones de Mr. Antoine Chavasse po­demos hoy comprender los formularios de Cuaresma 1. Re­montando progresivamente el curso de los siglos, y llegando hasta antes del 348, el profesor de Estrasburgo ha descubier­to que en esta época la preparación para la Pascua estaba dominada por tres lecturas importantes. Estas estaban liga­das con los tres únicos domingos que comprendía la prepara­ción en esa época: Juan 3 (la samaritana), Juan 9 (el ciego de nacimiento), Juan 12 (la resurrección de Lázaro). Tal vez habría que añadir una cuarta lectura: Juan 8 (Abraham), a la que Mr. Chavasse no concede la importancia que parece haber tenido en las liturgias milanesa, beneventina y galicana.

Nada nos prohibe pensar —aunque se trate de una simple hipótesis— que estas tres o cuatro lecturas se remontan a un antiguo sistema de lectura continuada de San Juan en la pro-

1 Principales artículos del autor: La structure du Caréme et les lectures des messes quadragésimales dans la liturgie romai-ne, «Maison-Dieu», 31 (1952), 76-119; La Caréme romain et les scrutins prébaptismaux avant le IX" siécle, «Rech. Se. Relig.», 1948, 325-381. El autor ha presentado un resumen de sus trabajos en L'Eglise en priére. Introduction á la liturgia, París, Desclée et Cié, 1965, 720-732. Apreciación crítica del conjunto de estos trabajos en J. Jungmann, Die Quadragesima in den Forschungen von Antoine Chavasse, «Arch. f. Litur.», 1957, 84-95. Vulgari­zación de estas ideas en Th. Maertens, La liturgie du Caréme est-elle encoré pour notre temps?, en Caréme, catéchuménat pour notre temps (Ed. Bíblica), Brujas, 1958, y en A. Aubry, Points de repére pour une explication génétique du Caréme romaine, en Assemblées du Seigneur, 21 (1963), 7-22.

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Las tres grandes perícopas 235

ximidad de la Pascua. En todo caso, es cierto que en el mo­mento en que los documentos históricos nos las dan a conocer, estas lecturas fueron tomadas de alguna manera por la pas­toral catecumenal del siglo rv y utilizada más directamente en función de la preparación al bautismo. Al pasar de los do­mingos en los que figuraban primitivamente a las ferias en que actualmente se encuentran (tercer viernes, cuarto miérco­les, cuarto viernes), siguieron los avatares de la celebración de los escrutinios, primero solemnes en el siglo rv y luego re­legados progresivamente a los días de la semana, cuando los bautismos de los niños sustituyeron a los bautismos de adul­tos (¿siglo vi?). Por mucho que nos remontemos en el formu­lario litúrgico, encontramos estas lecturas acompañadas de una lectura del Antiguo Testamento destinada a situar el re­lato evangélico en el marco de la historia de la salvación. El relato de la roca de agua viva (Nm 20) corresponde al del pozo de Jacob (Jn 4); el tema de la purificación (Is 1) intro­duce el relato del ciego de nacimiento que lava su impureza en Siloé (Jn 9), mientras que la resurrección del hijo de la viuda (1 Re 17) preludia la de Lázaro (Jn 11). La oposición «luz-tinieblas» de Is 49,8-15 ha podido preparar para la com­prensión de Jn 8 (cf. versículo 12) en la medida en que este último pasaje figurase en el antiguo fondo cuaresmal romano. Probablemente en la misma época, y en todo caso antes de que estas lecturas pasasen a los días de la semana, se sacaron de ellas varias antífonas de comunión que persisten actualmen­te y revelan a los bautizados las dimensiones esenciales de la Eucaristía, fuente que mana para la vida eterna (Jn 4,13-14; tercer viernes), expresión de la fe en el Señor (Jn 9,6.7.15.35.38; cuarto miércoles), fuente de resurrección (Jn 11,33-34; cuarto viernes)2. Finalmente, las tres lecturas principales inspiran

2 Obsérvese que el autor de esta antífona ha insertado hábil­mente el texto de Jn 20,11 (María Magdalena llorando en el se-

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la composición de prefacios propios, editados en el siglo rx, pero ciertamente más antiguoss.

No será superfluo presentar el texto a los lectores preocu­pados de describir el clima religioso de las antiguas celebra­ciones 4.

a) La samaritana

«Verdaderamente, es justo y bueno darte gloria... por Cris­to Nuestro Señor. Que para mostrar el misterio de su fragi­lidad, se sentó fatigado junto al pozo y luego pidió a la sama­ritana que le diese agua para beber; que habiendo creado en ella el don de la fe, se dignó tener tal sed de su fe que, al pedirle agua para beber, encendía en ella el fuego del amor divino. Por eso imploramos de tu infinita clemencia que, des­preciando la profundidad tenebrosa de los vicios y abando­nando la vasija de las malas codicias, tengamos siempre sed de ti, fuente de la vida y origen de la bondad, y podamos complacerte con la observancia de nuestros ayunos.»

b) El ciego de nacimiento

«Verdaderamente, es justo y bueno darte gloria... por Cris­to Nuestro Señor. Que por la iluminación de su fe disipó las tinieblas del mundo, y por el misterio de su encarnación ilu­minó al género humano, al que el seno de su madre había dado a luz ciego; que hizo hijos adoptivos a los que estaban

pulcro de Cristo), conduciendo así al creyente a ver, más allá del sepulcro de Lázaro, el de Cristo, fuente de toda vida.

3 La sobriedad romana de estilo y su forma latina antigua abogan en favor de la antigüedad de estos prefacios. Pero sería necesario un mejor conocimiento de las fuentes del suplemento de Alcuino al sacramental gregoriano (Patr. lat., CXXI, 891-892) para apoyar las conjeturas de Mr. Chavasse.

4 Traducción de P. Jounel, Préfaces et oraisons de Caréme, «Notes de Past. Lit.», 36 (1962), 21-22.

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retenidos en la esclavitud de una justa condenación. Por él te pedimos aparecer a tu justísimo juicio como la felicísima regeneración del bautismo saludable nos hizo. Para que, ini­ciados por el remedio de su encarnación, lavados por el agua del baño sacramental, embellecidos por una generosa abstinen­cia, lleguemos a las alegrías eternas.»

c) Lázaro

«Verdaderamente, es justo y bueno darte gloria... por Cris­to Nuestro Señor. El cual es el día perpetuo, la luz sin ocaso, la gloria eterna; que ordenó a sus discípulos andar en la luz para que escapasen a las tinieblas y llegasen felizmente a la patria de la luz. Que lloró a Lázaro según la fragilidad de su humana naturaleza y le devolvió a la vida por el poder de su divinidad, y resucitó al género humano enterrado bajo la cuá­druple mole del pecado. Por él te pedimos que la observancia del ayuno nos libre de las ataduras del pecado, nos devuelva a la felicidad de la vida eterna y nos haga tomar parte en la asamblea de los santos.»

Cabe destacar la teología de estos prefacios: Cristo apa­rece en ellos a la vez en la fragilidad de su naturaleza huma­na y en el poder de su divinidad. El primero le hace compar­tir la pobreza del hombre; el segundo le permite conceder a cada uno esa fe que está representada por el agua viva, la vida o la luz. Pero la encarnación de Cristo prosigue en la Iglesia y en su economía sacramental: bautismo, eucaristía, ayuno cuaresmal salen al encuentro de nuestra debilidad pe­cadora para iluminarla en la fe y prometerle la gloria. Cuando se trata del bautismo, no se hace alusión a los catecúmenos, probablemente porque éstos, en el momento en que el prefacio era cantado, ya no estaban en la Iglesia.

Precisamente en el momento de su despedida o un poco antes, el celebrante pronunciaba sobre ellos una fórmula de

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exorcismo o de escrutinio5. Basta recorrer el ritual del bau­tismo de adultos para descubrir al menos una fórmula que pudo servir de escrutinio durante las celebraciones en las que eran leídas las perícopas del ciego de nacimiento y de Lázaro: esta fórmula figura bajo el núm. 38 del Rituel de cathéchu-ménat et de baptéme d'aduttes de 1962.

«Te conjuro, espíritu impuro, por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, a que salgas de estos servidores de Dios. Por­que te lo manda quien abrió los ojos del ciego de nacimien­to y resucitó del sepulcro a Lázaro muerto desde hacía cua­tro días.»

La conversión del catecúmeno participa así del poder de aquel que devolvió la vista al ciego y la vida a Lázaro. Existe una influencia cierta de las dos grandes perícopas primitivas de la Cuaresma sobre el ritual bautismal. ¿Puede decirse lo mismo del evangelio de la samaritana o del evangelio de Abraham? No es ciertamente indicio suficiente la fórmula Deus Abraham de un exorcismo del ritual (edición 1962, nú­mero 30). Pero tal vez haya una indicación más seria en la relación que existió algún tiempo entre el evangelio de Abra­ham (al menos el párrafo que subsiste de él en el cuarto sá­bado, y que se refiere a las relaciones entre Cristo y su Padre) y la «tradición» del Padrenuestro. Parece que esta relación en­tre Jn 8,12-20 y el Padrenuestro no es tan antigua como los otros escrutinios; pero esto no impide que el evangelio de Abraham haya desempeñado, casi igual que los otros tres evan­gelios, un papel decisivo en la Cuaresma primitiva y en el ca-tecumenado de los siglos rv y v.

5 Mr. Chavasse se ha preocupado de descubrir igualmente los demás elementos del formulario («Rech. Se. Reí», 1948, 365-366). Los elementos que ha encontrado al término de estas con­jeturas carecen de interés para nosotros, ya que no contienen ninguna alusión a los textos evangélicos. No ocurre lo mismo con las fórmulas de los escrutinios que vamos a analizar.

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No somos los primeros en desear, en armonía con la Cons­titución litúrgica del Concilio Vaticano II (núm. 109), que las misas de la samaritana, del ciego de nacimiento y de Lázaro (¿y por qué no igualmente la de Abraham?) vuelvan a su lu­gar primitivo con su formulario completo, en los principales domingos de Cuaresma, y puedan ser celebradas igualmente como votivas para los escrutinios catecumenales que preparan actualmente a los adultos y a las comunidades que los acogen para los bautismos de los nuevos cristianos.

Se dispondría así de una especie de retiro pre-bautismal en torno a temas tan esenciales para la vida del cristiano como la fe, el agua, la luz, la vida, el Padre. El hecho mismo de que la liturgia de la Palabra se terminara con las acciones o tradi­ciones para los catecúmenos y con la Eucaristía para los fieles tendría así gran significación, mostrando a los primeros que su conversión se realiza al ritmo de la vida de los segundos. Por último, estas celebraciones, con la presencia misma de la Pa­labra y del Rito, reservarían el primer lugar a la acción de Dios en la conversión y en el camino de la fe.

T. MAERTENS

D) LOS ESCRUTINIOS Y LOS EXORCISMOS

Se llaman «escrutinios» las celebraciones eucarísticas de Cuaresma en el curso de las cuales se administran los exor­cismos a los catecúmenos que deben recibir el bautismo en la fiesta de Pascua y que por esta razón formaban antiguamente la clase de los «elegidos». En Roma, en los siglos iv y v, había tres secciones de escrutinios, que eran fijadas, respectivamente, en los domingos tercero, cuarto y quinto de Cuaresma. Los

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formularios usados en ese tiempo han sido conservados en el Sacramentado Gelasiano \

El presente estudio se propone analizar las fórmulas de exorcismo de este sacramento, que difieren a veces de las fór­mulas utilizadas actualmente, y analizar su significado.

El contenido de las fórmulas de exorcismo

Las tres secciones de escrutinios comprendían un exorcis­mo sobre los hombres y otro sobre las mujeres. En total, ha­bía seis fórmulas de exorcismo subdivididas a su vez en dos elementos: una intercesión y una fórmula de conjuro.

Las oraciones de intercesión parten siempre de una acción pasada de Dios y, apoyándose en esta conducta divina, piden para el catecúmeno una protección análoga. Así el primer exorcismo sobre los hombres recuerda la intervención libera­dora de Dios con relación a Israel sacado de la esclavitud de Egipto. La fórmula evoca la manifestación de Dios sobre el monte Horeb, que convirtió a Moisés en liberador de su pue­blo. Después, tras haber recordado que Yahvé envió un án­gel para guardar a los hebreos durante su marcha por el de­sierto, pide un favor análogo para los catecúmenos que deben ser conducidos hasta el bautismo 2.

Esta petición reaparece al final del exorcismo sobre las mujeres del primer escrutinio. En esta fórmula, la petición se apoya en el homenaje que los «elegidos» rinden a Dios vi­viendo según los mandamientos («Dios de todos los que viven santamente») y confesando la fe «concebida en su corazón» por la formación doctrinal que han recibido («Dios, a quien toda lengua proclama y ante quien se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos; cf. Flp 2,5-11)3.

1 Ed. L. Mohlberg (Rerum ecclesiasticarum documenta, Se­ries major, fontes IV), Roma, 1964, 44-46.

2 Rituale romanum, tít. II, c. 4, p. II, 21a. 3 Ibid., 23a.

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En el Gelasiano, el exorcismo sobre los hombres del se­gundo escrutinio no comporta más que una fórmula. La fórmula actual de intercesión es un añadido de principios del siglo rx. Esta fórmula muestra los rasgos de una época en la que se bautizaba a los niños inmediatamente después de su nacimiento. A diferencia del Ritual Romano, el Gelasiano prevé para el exorcismo correspondiente sobre las mujeres una fórmula de intercesión propia distinta de la del pri­mer exorcismo sobre los hombres. En ella son evocadas tres figuras de la tipología bautismal: la liberación de Israel de la servidumbre de Egipto, la promulgación del Decálogo y la liberación de Susana de las maquinaciones de sus enemi-mos. En esta oración Dios aparece como el liberador, a quien se pide que libere actualmente a los catecúmenos.

En oposición a los exorcismos precedentes, los dos del ter­cer escrutinio comienzan por un conjuro pronunciado con autoridad. No falta, sin embargo, la referencia a precedentes bíblicos. El sentido de la intervención divina en favor de los catecúmenos es sucesivamente esclarecido por la liberación de Pedro de las «aguas de la muerte» en el lago de Tibería-des (exorcismo sobre los hombres), la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro (exorcismo sobre las mujeres). En estas fórmulas, Cristo es presentado como libera­dor de la muerte4.

Salvo en el segundo exorcismo sobre los hombres, el con­juro consiste siempre en la fórmula: «Así, pues, demonio maldito» 5. Esta fórmula comienza por tres intimaciones. Sa­tán debe reconocer la sentencia dictada contra él por Jesús (cf. Jn 12,31; 16,1). Debe expresar su sumisión al juicio que le ha despojado de su poder, rindiendo homenaje a las tres di­vinas personas y alejándose del catecúmeno. Este alejamien­to está motivado por la decisión del Señor de llevar al cate-

4 Ibíd., 35a, 38a. 5 Ibíd., 21b.

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eumeno al bautismo («Jesucristo se ha dignado llamarle a su santa gracia, a su bendición y a la fuente del bautismo»). Por otra parte, el signo de la cruz con el que se marca al ca­tecúmeno manifiesta que el reino de Dios se extiende deíide ese momento hasta él de tal manera que Satán no podría vio­lar sus fronteras.

Estas mismas ideas reaparecen en la fórmula: «Escucha, Satán maldito», del segundo exorcismo sobre los hombres 6. El ministro indica al demonio que se aparte del catecúmeno ejecutando el juicio que ha consagrado en su derrota («Ven­cido con tu odio»). Este alejamiento es justificado por di­versas razones: por una parte, el «elegido» está ya ligado a las realidades celestiales que le son enseñadas durante el ca-tecumenado («Piensa ya en las cosas del cielo»); por otra, se dispone a renunciar a Satán y a entrar en la vida eterna («Va a renunciar a ti y a tu mundo y a vivir para la feliz inmorta­lidad»). Al abandonar así al catecúmeno, Satán rinde honor al Espíritu Santo, que cumple su función santificadora en la realización de la Iglesia («que el Espíritu termine el templo santo de Dios y el lugar en el que habita»)7 por el bautismo («purificando el corazón en la fuente bautismal»).

El sentido de los exorcismos

Al evocar la acción por la que Dios conduce a sus elegi­dos al bautismo, las fórmulas de intercesión presentan los exorcismos como intervención de Dios para preparar a los catecúmenos al sacramento de la regeneración. Esta interven­ción tiene por fin esencial «conjurar» a Satán, que es el obs­táculo mayor para el paso del catecúmeno al bautismo. En

6 Ibíd., 28b. 7 La expresión «El templo consagrado a Dios y el lugar don­

de habita» ha sido a veces aplicada al catecúmeno, mientras que la venida del Espíritu a ese templo ha sido aplicada a la confirmación.

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efecto, al ligar «la exclusión» del demonio al llamamien­to de Cristo al bautismo, las fórmulas de conjuro muestran que este llamamiento, al denunciar y condenar el mal uso que el pecador ha hecho de su libertad, desenmascara y «con­jura» también en el hombre la presencia de una figura pre-humana que guarda relación con su pecado, Satán.

El hombre no es el malvado absoluto, el malo o el ma­ligno; no es más que el malo en segundo lugar. El hombre que confiesa ser el autor del mal descubre el anverso de esta conversión, a saber: la anterioridad del mal en relación con la libertad que le hace. El pecado del hombre no es nunca un comienzo absoluto, porque el mal se precede siempre a sí mismo. Cada vez que un hombre lo comienza a su vez, al co­menzarlo lo encuentra y lo continúa. En todo pecado hay una parte de pasividad, de inclinación y de consentimiento, ya que la conciencia incurre en él por su propia codicia. Al preferirse una conciencia humana a las demás cede a una se­ducción de sí misma que convierte a una cosa en objeto de un deseo.

Esta parte de pasividad, al mismo tiempo que da cuenta del carácter trágico y radical del mal, permite comprender que este carácter no pertenece al estatuto del ser creado. La finitud, que es la condición del hombre, ya que el hombre no existe más que como múltiple, no es el mal, de la misma for­ma que, por otra parte, el mal no es la finitud. Existe entre ellos un hiato, puesto que el mal no se identifica con la plu­ralidad de las conciencias humanas. El mal consiste en el hecho de que no somos lo que deberíamos ser, porque nos complacemos en nosotros mismos, aislándonos y oponiéndo­nos a los demás en lugar de comulgar con ellos. La finitud es «originariamente» buena; el mal es contingente, aunque su presencia no se explique por el hombre solo, ya que una cara del mal no puede ser explicada por la libertad humana. La figura límite del demonio designa el mal como existiendo ya en el mismo instante en que yo lo cometo; es el anverso no

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puesto por el hombre de un mal cometido por éi8 . Satán es el mal en cuanto radical, aunque al mismo tiempo contin­gente.

El exorcismo tiene la misión de conjurar la presencia de ese «otro distinto de mí», al cual cedo cada vez que peco y que es el adversario de aquel que me salva. Por aplicarse justamente a la anterioridad del mal a sí mismo en el hombre, el exorcismo es lógicamente un acto unilateral de Dios al que el sujeto no hace más que asociarse pasivamente. Sólo el mi­nistro desempeña en el mismo un papel activo imponiendo la mano y pronunciando la fórmula de conjuro. Por eso, el exor­cismo no es un sacramento, ya que por sí mismo no refiere el catecúmeno a Dios como hará el bautismo. El exorcismo le libera tan sólo del «adversario», centro de iniquidad, fuente inhumana del mal humano actual.

R. BÉRAUDY

E) LA BENDICIÓN DEL AGUA BAUTISMAL EN EL RITO ROMANO

La presente colaboración x estudia un hecho paradójico que se presenta en la praxis reciente de la Iglesia latina: de ordinario, el agua bautismal es bendecida únicamente en 3a

8 P. Ricoeur, Finitude et culpabilité, II: La symbolique du mal, París, 1960, 236-243; 289-320.

1 Cf. abundantes muestras de las fuentes y datos de la co­piosa bibliografía en torno a la bendición del agua bautismal en E. Lengeling, Die Taufwasserweihe der rómischen Liturgie. Vor-schlag zu einer Neuformung, Liturgie, Gestalt und Vollzug, edi­tado por W. Dürig, Munich, 1963, 176-251. La bibliografía puede completarse en J. de Jong, Benedictio Fontis, «Archiv für Lit. Wiss.», 8 (1963), 21-46.

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vigilia pascual2, sin que la administración del bautismo siga a la bendición del agua; y viceversa, el bautismo se ad­ministra, por lo general, sin que el agua sea bendecida den­tro del mismo rito bautismal. No obstante, la Constitución de Liturgia determina en su artículo 70: «Fuera del tiempo pascual3, el agua bautismal puede ser bendecida dentro del mismo rito del bautismo, usando una fórmula más breve que haya sido aprobada.» La Comisión preparatoria daba como razón de este artículo «el hecho, lamentable e indecoroso, del agua que con frecuencia se corrompe en la pila bautismal», así como «la integridad de la catequesis y del rito», que «su­fre un oscurecimiento cuando sólo es completado en la vigi­lia pascual por medio de la magnífica explicación del mis­terio del agua».

Como todos los sacramentos, el del bautismo no sólo pre­supone la fe, sino que la nutre, la fortalece y la hace patente en la palabra y en el rito para que los creyentes puedan, por medio de la celebración, «recibir fructuosamente la gracia, rendir culto a Dios y practicar la caridad» (cf. Const. de Lit., art. 59). De la concepción primitiva de la liturgia romana, además del servicio litúrgico de la palabra en la vigilia pas­cual (y durante la Cuaresma), también la bendición del agua —en su antiquísima estructura de plegaria eucarística-anam-

2 Después de la nueva ordenación de la Semana Santa ya no tiene lugar en la vigilia de Pentecostés.

3 Dos Padres conciliares deseaban en un «modus» ver sus­tituida la expresión «extra tempus paschale» por «extra Sabba-tum sanctum». La Comisión rechazó el «modus», pues no pro­cede utilizar sólo en la vigilia pascual el agua bendecida solem­nemente. Sentimos que no aparezca, referido al tiempo pascual, el fundamento principal del artículo 70, la integración del rito bautismal. Se halla todavía muy arraigada la concepción que considera la bendición del agua como parte del año litúrgico y no del rito del bautismo.

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nética4— tenía como fin servir a la fe y a la preparación de la obra del Espíritu Santo 5. Una vez desvinculadas de este contexto, podemos afirmar que las oraciones del rito bautis­mal han sufrido un empobrecimiento teológico. Están cla­mando, pues, por una reintegración 6.

La bendición del agua bautismal sigue siendo un elemento constitutivo imprescindible en la administración del bautismo entre todas las Iglesias de Oriente y entre los angiicanos 7. En el rito romano y en otros ritos occidentales lo era también, no sólo en el bautitsmo de la vigilia pascual, sino además y ya

4 Cf. J. P. Audet, Esquisse historique du genre littéraire de la «bénédiction» juive et de l'«eucharistie» chrétienne, «Rev. bibl.», 65 (1958), 371-399.

5 Cf. Conc. Trident, Decr. de iustificatione, cap. 7: Denzin-ger-Schonmetzer (DS), 1529 (D 799).

6 Es verdad que la función mistagógica puede ser desempe­ñada también por una oración sin la bendición del agua, tal como sucede ordinariamente en los ritos protestantes de bautis­mo. En el nuevo rito debería ser introducida esta oración para el caso en que —fuera del tiempo pascual— no se quiera o no sea posible bendecir el agua (el art. 70 no exige la bendición del agua en cada bautismo). Sin embargo, en todas las liturgias an­tiguas el lugar propio de esta oración es ya desde muy antiguo la bendición del agua.

7 Oraciones cortas para la bendición del agua aparecen tam­bién en los ritos de bautismo del Book of Common Order of the Church of Scotland (1940); Londres, 1963, 91), del Book of Common Worship de las Iglesias unidas del sur de la India (1962; Londres, 1964, 108), de la Communauté Romande de tra-vail liturgique (Lausana, 1959, 12) y de la Iglesia reformada del cantón de Vaud (Liturgie, Lausana, 1964, 374). Existe también una bendición del agua bautismal en la noche de Pascua —y que sigue el texto romano con algunas variantes— en el libro de altar de los viejo-católicos (Bonn, 1959, 139ss), en K. B. Ritter (Michaelsbruderschaft): Die eucharist. Feier. Kassel, 1961, 318ss, y en Taizé: Liturgies pascóles, 1962, 58ss.

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desde antiguo (Sacramentarlo Leoniano) en todo tiempo para el bautismo de los enfermos (costumbre conservada todavía en la época moderna en algunos rituales) y, hasta muy entrada la Edad Media, para el bautismo de los niños y adultos, aun de los sanoss. Hasta la época moderna, en determinadas dió­cesis era obligatoria una bendición del agua, al menos con cierta frecuencia (por ejemplo, cada semana).

Al hablar el artículo 70, ya citado, de una fórmula breve aprobada no puede referirse a los dos formularios que ofrece el Ritual Romano (tít. II, cap. 8-9) para los casos en que el agua bautismal haya de ser bendecida fuera de la vigilia pas­cual «por haberse corrompido, derramado o desaparecido» (CIC, can. 757, § 3). El primer formulario es demasiado ex­tenso; el segundo va ligado a un indulto apostólico (concedido por permisos decenales a los países de misión, a América del Sur y a Filipinas). Ninguno de los dos es «apropiado» 9: el «misterio del agua» no encuentra expresión alguna (cap. 9) o sólo la encuentra dentro de un exorcismo (cap. 8).

Tampoco son apropiados otros textos de la tradición lati­na ajenos a la vigilia pascual. Por ello vamos a referirnos úni­camente al texto de dicha vigilia. Así se subraya también ade­cuadamente la relación intrínseca de todo bautismo con el misterio de la Pascua. No obstante, el texto y el rito deberían ser simplificados y abreviados, tal como lo pide la Constitu­ción de Liturgia10, incluso en su utilización en la vigilia pascual.

A pesar de su antigüedad u y de su belleza, la bendición

8 Cf. también Santo Tomás, S. Th., n i , 66, 3 ad 5. 9 En el esquema aparecía, en vez de «probata», «apta». 10 Cf. arts. 21, 23, 24, 33, 34, 62. 11 El texto actual (sin la fórmula de infusión de los óleos)

aparece ya en el Gelasiano antiguo, escrito en las Galias hacia el 750. Algunas de sus partes son mucho más antiguas. Se dis­cute si el texto es puramente romano o contiene aditamentos que provienen de Rávena o de las Galias.

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del agua en el rito romano presenta, en su texto y en su rito, serios defectos:

1. El texto: a) En lo que se refiere a su contenido y estilo, contiene

elementos muy heterogéneos que carecen de cohesión y que se repiten en parte.

b) Algunas expresiones, en los exorcismos y en el trozo «Réspice...» (conceptio; uterus), no son tolerables, o lo son difícilmente, en lengua moderna. Por dos veces se presupone el bautismo por inmersión, que ya no es usual. Igualmente habría que poner reparos a la alocución dirigida al agua.

c) En las dos series de paradigmas falta el prototipo es­pecíficamente pascual y el más importante según el Nuevo Testamento y los Padres (cf. 1 Cor 10,13): el paso del mar Rojo, que ocupa un puesto preeminente en otros ritos (aun occidentales).

d) Partiendo de la teología del bautismo, se desarrolla unilateralmente la imagen de la regeneración. Falta (al igual que en todo el rito romano del bautismo y en contraposición a otras liturgias orientales y occidentales) la enseñanza pauli­na 12, según la cual «los hombres son injertados en el miste­rio pascual de Jesucristo» (Const. de Lit., art. 6; cf. 109).

2. Acerca del rito hay que tener en cuenta: a) Dentro del género literario propio de una oración con-

secratoria —tal como sucede también en los demás prefacios consecratorios, al menos en los principales— no caben las fórmulas de exorcismo13 (que en éste se incluyen) ni de ben­dición, ni tampoco la conclusión típica de los exorcismos.

b) Mientras que el Gelasiano antiguo sólo prevé un úni-

12 Rom 6,1-12; Ef 2,5-6; Col 2,12-13; 3,1; 2 Tim 2,11. 13 También el pasaje «Unde benedico» fue originalmente

—como todavía hoy en el Ritual Romano, n , 8, y en Milán— un exorcismo.

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co signo de la cruz (al «Spiritus sancti»), entre los siglos ix y xvi, y a causa del gusto que la Edad Media sentía por la mímica, se fueron añadiendo, en una amplificación paulatina, numerosos ritos. De este conglomerado de ritos no se puede afirmar que posea «una noble sencillez, que sean breves y cla­ros, evitando las repeticiones inútiles; adaptados a la capaci­dad de los fieles y que no necesiten, en general, de muchas explicaciones» (Const. de Lit., art. 34).

c) La infusión del crisma proviene de la tradición gali­cana, y de aquí se introdujo en el Gelasiano del siglo vm. pero no encontró aceptación en todos los ámbitos del rito ro­mano hasta la imposición del misal romano en 1570. Desde el siglo x se utilizó también en algunas partes una mezcla de crisma y de óleo de los catecúmenos. La triple gradación ac­tual existe desde 1570. Jamás se ha intentado insertar de un modo orgánico este rito en la oración consecratoria. Mientras que en las Galias (y en Oriente) la infusión del crisma era con­siderada como constitutiva de la bendición, según la opinión romana ésta tiene lugar por medio de la oración.

d) La inmersión del cirio pascual no proviene del anti­guo rito galicano, sino que se presenta, de un modo esporádi­co, hacia el año 800 en el ámbito de la Franconia y el sur de Alemania. Este rito se fue introduciendo paulatinamente por influjo del pontifical romano-germánico (Maguncia, hasta el 950) sobre los libros romanos, pero no fue aceptado en todas partes hasta la época moderna y aun hasta el siglo xrx. En Roma se introdujo, probablemente, después del destierro de Aviñón 14. Este rito falta todavía hoy en las liturgias de Mi­lán, Toledo, Braga y Lyon. La inmersión del cirio y la epi-clesis cantada que acompaña a este rito y que pide el descen-

14 En el rito romano (no en todas las fuentes) se colocaban, al comienzo de la bendición, cirios portados por acólitos en el agua, y en ella permanecían hasta después del bautismo.

17

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so del Espíritu Santo nada tienen que ver originalmente entre sí: el cirio pascual es imagen de Cristo15.

Teniendo en cuenta los defectos aquí sucintamente reseña­dos, una oración consecratoria restaurada dentro del espíritu de la Constitución de Liturgia «podría desarrollarse, por de­cirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes» (Const. de Lit., 23), tanto con vistas a la vigilia pascual como al bau­tismo en todo tiempo. La oración introductoria debería per­manecer ie. La plegaria consecratoria no debería contener , exorcismo alguno. En el caso de que éste deba continuar ,i existiendo, según la tradición más antigua de todas las litur- ¡ gias (excepto en las de la Reforma y los viejo-católicos) —lo cual merece, por otra parte, un estudio teológico más profun- i do 17—•, habría que anteponerlo, según las leyes generales li- i túrgicas, a la plegaria de bendición estrictamente dicha. Sería de desear que el texto no contuviera fórmula alguna de inter­pelación al demonio (exorcizo te), sino que fuese una oración (tal como sucede en la bendición del agua bautismal en las liturgias orientales). A ello hay que añadir el pasaje Procul-consequantur del actual prefacio, que también debería ser mo­dificado en parte.

Partiendo del texto original, la plegaria consecratoria po­dría estar concebida en estos términos 1S:

15 La interpretación fálica del rito —sostenida frecuentemen­te y para la que el texto ofrece cierto apoyo— es insostenible por el mero hecho de que el texto y el rito, originalmente, nada tienen en común.

16 Al mismo tiempo convendría pensar si la forma original del texto debe ser restaurada en todos los casos.

17 Cf. Gn 3,17; Jn 12,31; 14,30; 16,11; Rom 8,20-22; 2 Cor 4-4; 1 Jn 5,19.

18 Frente al texto latino, que yo sometí a discusión en 1963 (cf. supra, nota 1), el texto presente —según espero— ofrece al­gunas correcciones que agradezco, en parte, a discusiones con colegas míos.

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«Oh Dios, cuyo espíritu se cernía sobre las aguas al prin­cipio del mundo para que aquéllas recibiesen, ya en el primer momento, el poder de santificación, y que más tarde en las aguas del diluvio nos has mostrado igualmente la regenera­ción, ya que un mismo elemento sirvió de muerte a los peca­dores y de vida a los justos: tu hiciste pasar a los hijos de Abraham a pie enjuto a través del mar Rojo, para que el pueblo, liberado de la esclavitud de Egipto, prefigurase el sa­cramento de tu Iglesia. En las aguas del Jordán tu Hijo quiso ser bautizado por Juan. Pendiente de la cruz, hizo brotar de su costado, juntamente con su sangre, también agua. El orde­nó a sus discípulos que bautizasen a los fieles con agua, di-ciéndoles: Id; haced a todos los pueblos discípulos míos, bau­tizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíri­tu Santo.

Mira, pues, benigno a tu Iglesia y abre para ella la fuente del bautismo. Sea éste un manantial vivo, agua de la purifica­ción y regeneración. Desciende sobre ella la gracia de tu Hijo unigénito por el Espíritu Santo, para que el hombre creado según tu imagen en el sacramento del bautismo sea lavado de todas sus impurezas antiguas y regenerado, por el agua y el Espíritu Santo, a una nueva filiación. (Al sumergir el cirio pascual:) Descienda, te rogamos, sobre esta agua el Espíritu de tu Hijo, para que aquellos que, juntamente con Cristo, han sido sepultados en su muerte por el bautismo, resuciten tam­bién juntamente con él a una nueva vida. Por Nuestro Señor Jesucristo...»

El texto propuesto intenta responder a las características peculiares de las grandes plegarias consecratorias: antes de la petición y la epiclesis hay que conmemorar —en correspon­dencia con los deseos del artículo 70 de la Constitución de Li­turgia— los paradigmas principales de la historia de la salva­ción: la creación, el diluvio, el paso del mar Rojo, el bautis­mo de Cristo, el agua que brota de su costado. Prescindimos de la forma prefacial. Esta se fue imponiendo paulatinamente

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después del siglo XVHÍ (a excepción de los ritos ambrosiano y mozárabe) como consecuencia de una rúbrica mal entendida (canto en tono de prefacio). Sin embargo, la anamnesis im­plica siempre, como en el canon de la misa, una acción de gracias. El mandato de bautizar desemboca siempre en la pe­tición de que Dios se digne santificar el agua para el minis­terio de la regeneración.

La teología del bautismo como muerte y resuirección con Cristo es ilustrada por medio de la única inmersión y eleva­ción del cirio pascual19, que representa a Cristo. El texto de la epiclesis del Espíritu se adapta más al rito, convirtiéndose en una invocación al Espíritu Santo que procede de Cristo. Se prescinde de la infusión de los óleos (que, por otra parte, jamás llegó a integrarse plenamente en el rito); en primer lu­gar, porque la oración basta para realizar la bendición; ade­más, para no oscurecer en su fuerza descriptiva el simbolismo de la inmersión del cirio —rito del que nadie desea prescin­dir—; y, finalmente, por razones de higiene. Por otra parte. al prescindir del óleo aparece más claro el signo sacramental central: el bautismo en agua «viva», que fluye, y que es rea­lizado por inmersión20.

En el rito del bautismo, la bendición del agua no debería insertarse (como sucede en Roma y en Milán) entre la renun­cia a Satanás y la confesión de fe, porque estos actos, según una tradición antiquísima y universal (a excepción de Roma y Milán), se complementan mutuamente. Tampoco debería situarse, como sucede actualmente en los ritos orientales, des-

19 Repeticiones y amplificaciones que se formaron en diver­sos sitios hacia el fin de la Edad Media. La forma actual apa­rece por primera vez en el Missale Romanum desde 1570.

20 Cf. Jn 14,10; Nm 20,6ss; Jr 2,13; Zac 14,8 y la acertada observación de Santo Tomás, S. Th., I, 18, 1 ad 3. Propuestas concretas en la revista «L'Art sacre», 5/6, 1963, y 5/6, 1966. En algunas iglesias de Munich se han instalado fuentes bautismales con agua corriente.

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pues del acto de fe, porque éste se halla en íntima vinculación con el núcleo central del sacramentum fidei, sino antes de la renuncia a Satanás, tal como era costumbre, hasta muy entrada la edad moderna, en las restantes ordenaciones bautismales de Occidente (incluido, en este caso, también el rito romano)21.

E. LENGELING

F) LOS CANTOS EN LA LITURGIA DEL BAUTISMO

La celebración del sacramento del bautismo no comporta en el Ritual Romano actual ningún cántico. La ausencia de este elemento del culto festivo y comunitario es una conse­cuencia de la evolución histórica que ha sufrido la discipli­na bautismal. Poco a poco fueron prevaleciendo exclusiva­mente los bautismos de niños y más tarde la celebración in­dividual de los mismos, lo cual dio lugar a ese carácter más bien íntimo y casi privado (a lo más, familiar) que tienen ac­tualmente.

21 Por lo que se refiere a la ordenación de la bendición del agua en la vigilia pascual, hay que modificar nuevamente la ex­traña colocación —después del bautismo o de la renovación de las promesas bautismales— del responsorio Sicut cervus y la oración siguiente, que han mantenido su posición aun después de la última reforma. La bendición del agua en una vasija que reemplace a la pila bautismal contradice al texto de la bendición. El agua debe ser bendecida en la misma pila bautismal. Esta, a su vez, debería hallarse a la vista de los fieles. Cf. «L'Art sacre», loe. cit.; E. E. Gloff, Liturgie und Kirchenraum, Zurich, 1964, 43-53; A. M. Roguet, Construiré et aménager les égíises, París, 1965, 79-92.

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Sin embargo, el bautismo cristiano —rito de paso, cele­bración pascual y entrada en la comunidad de los creyentes— es, por excelencia, una «fiesta». Ahora bien: la fiesta se ex­presa naturalmente por medio de cánticos conaunes. Si la renovación de la celebración eucarística comporta, con la par­ticipación activa de los fieles, la renovación del canto en nues­tras asambleas, el bautismo, fiesta menos corriente y momen­to privilegiado de la vida de una comunidad, postula también una restauración de la expresión cantada. ¿No permitiría, ade­más, el canto revalorizar el verdadero sentido del bautismo para todo el pueblo de Dios?

Esta tesis no tiene nada de nueva. Un rápido examen de la tradición y de las liturgias comparadas nos prueba que se ha cantado mucho y de muchas maneras en la liturgia bautis­mal cristiana. Pero es poco conocido y merece ser expuesto en el momento en que se deja sentir la necesidad de cánticos bautismales.

Comenzaremos, pues, por establecer un rápido inventario de la tradición, citando, a título de ejemplo, los principales cánticos usados en las diversas liturgias. Veremos, en segun­do lugar, cómo debería o podría entrar el canto en un ordo restaurado de los ritos bautismales.

De acuerdo con la intención de este número, nos situamos en la perspectiva del sacramento de los adultos. Ahora bien: éste no comprende tan sólo la ceremonia del bautismo pro­piamente dicho, sino también la preparación catecumenal. En particular, la celebración del bautismo de adultos viene a in­sertarse en la liturgia de la Cuaresma, de la Semana Santa, de la noche de Pascua y de la octava de «renovación». Todas estas renovaciones implican, pues, también cánticos bautis­males.

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' I . LOS CÁNTICOS BAUTISMALES SEGÚN LAS LITURGIAS

COMPARADAS

Los cantos bautismales contenidos en los rituales, ordines o típica de las diversas liturgias nos ofrecen toda la gama de expresiones, formas y géneros de canto que utiliza el culto cristiano: aclamaciones, diálogos y letanías; salmos, tropos y antífonas; himnos diversos. Nosotros los presentamos según estas diversas categorías:

1. Aclamaciones, diálogos y letanías

La expresión de la participación comunitaria en la acción sagrada depende primeramente, en una celebración, de los elementos aclamativos, dialogantes o deprecativos por los que el pueblo se hace actor del misterio, ratificando o respondien­do, suplicando o dando gracias. Ese es el cardo de la acción; de él depende el tonus de la festividad. La respuesta de un ministrans no basta; ni basta la simple palabra: es necesario el canto de toda la asamblea.

Esta observación se refiere en primer lugar a las respues­tas a las invitaciones del celebrante que preceden las oraciones y a todos los Amén que las concluyen, así como a los diálo­gos más desarrollados que introducen los prefacios, como en la bendición del agua.

Pero los rituales nos ofrecen muchos ejemplos de aclama­ciones que mantienen a la asamblea en un estado de partici­pación activa. Así, el prefacio maronita de bendición del agua está entrecortado por intervenciones del pueblo como: «A ti, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, Rey glorioso y santo por los siglos» (Dz 343) \ En los ritos egipcios este

1 Con el fin de no sobrecargar este artículo con notas com­plicadas, remitiremos, en lo que se refiere a los rituales —por

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mismo prefacio se prolonga en un Sanctus (As 169). Según el ordo de Constantinopla, el celebrante, al echar aceite en la fuente, canta tres veces el Aleluya con el pueblo (As 141). Entre los sirios orientales, la fórmula trinitaria que acompa­ña la triple inmersión va subrayada por tres Amén: «N. es bau­tizado, en el nombre del Padre — Amén — y del Hijo — Amén — y del Espíritu Santo por los siglos — Amén» (Dz 374).

Bajo el término de letanías comprendemos todas las ora­ciones que comportan una serie de intenciones presentadas por un diácono o por cantores y a las que responde el pueblo con una invocación. Estas piezas, numerosas en los rituales bautismales, son principalmente de dos clases:

La primera es la más importante. Consiste, sobre todo. en oraciones diaconales para los catecúmenos, con invocación del tipo Kyrie eleison. Estas oraciones aparecen al principio del rito (p. ej., As 131) o, más normalmente, al final de la «liturgia de la palabra» (p. ej., As 157).

La segunda clase, típicamente occidental, tiene carácter procesional. La noche pascual, en el rito romano, ofrece un ejemplo desarrollado de ella. Según el ordo gelasiano, había tres letanías de este tipo (As 2), que constaban probablemen­te de Kyrie eleison — invocaciones de santos — A gnus Dei. Parece, según los ordines, que cada desplazamiento iba acom­pañado de una de estas letanías. Esta clase de letanías conoció en la Edad Media desarrollos importantes y una organización minuciosa. Según los casos, diferentes ministros repetían cada invocación siete, cinco, cuatro o tres veces (p. ej., As 90).

medio de una sigla que indica la obra, seguida de una cifra que indica la página— a las dos colecciones más usuales:

As = J. Assemani, Codex Liturgicus Ecclesiae Universae. II: De Baptismo, Roma, 1749.

Dz = H. Denzinger, Ritus Orientalium, I, Wurzburgo, 1863 (Graz, 1961).

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Cualquiera que sea su clase, la letanía es la forma privilegia­da de la oración común.

2. Los salmos

Como en el resto de la liturgia, los salmos son amplia­mente utilizados en los ritos bautismales. Cumplen en ellos funciones diversas, a las que corresponden formas salmódi-cas apropiadas. Es instructivo destacar los casos principales.

Hay que mencionar, en primer lugar, el salmo responso-rial que encontramos entre las lecturas en todos los casos de «liturgia de la palabra». Son utilizados con este fin sobre todo los salmos siguientes2:

—el salmo 26 (El Señor es mi luz y mi salvación), ora­ción de esperanza del catecúmeno en el combate prebautis-mal (p. ej., 2.° prokeímenon de la noche pascual en Constan-tinopla3).

— el salmo 28, que, especialmente a causa del v. 3 (La voz del Señor sobre las aguas), es el texto más frecuentemen­te utilizado.

— el salmo 22 (El Señor es mi pastor), que significa, des­de la catequesis patrística, los sacramentos de la iniciación cristiana (p. ej., ritual armenio, As 196).

—el salmo pascual 113, que expresa el éxodo espiritual del bautismo y la salvación a través del agua (p. ej., Dz 282).

—el Cántico de Moisés (Ex 15), tradicional en la vigilia pascual, etc.

En segundo lugar, el salmo utilizado como cántico que acompaña a un rito, porque su texto lo esclarece de manera particularmente feliz. Dos casos ilustres merecen ser citados:

2 Citamos los salmos siguiendo la numeración litúrgica (LXX).

3 J. Mateos, Le Tipicon de la Grande Eglise, I-II («Orient. Christ. Anal.», 165-166), Roma, 1962, II, 85.

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— En la tradición occidental (romana, milanesa y mozára­be), la procesión de los baptizandi hacia la fuente se hace, de manera enormemente expresiva, acompañada con el canto del salmo 41: Sicut cervus desideraí ad fontes. Extraña que este salmo no sea utilizado en Oriente.

—En la tradición bizantina —sin duda de oiigen proba­blemente palestiniano—, el salmo 31, o salmo del perdón (Di­choso quien es absuelto de su pecado), se canta de manera solemne inmediatamente después de la inmersión 4. Según el Tipicon de Constantinopla, en las viligias de Pascua y de Epi­fanía, cuando los neófitos vuelven procesionalmente del bap­tisterio, el diácono canta los versículos en el ambón, y el pue­blo repite «Feliz quien es absuelto...» s. Según el ordo bau­tismal del Eucologio de Venecia (As 145), es el sacerdote quien canta con el pueblo 6.

En tercer lugar, numerosos versículos de diferentes salmos entran aisladamente a formar parte, junto con los tropos de los cánticos, de que hablaremos después. Es instructivo cons­tatar que los textos así utilizados son casi siempre los mis­mos: Sal 28,3; 76,17-18; 113,5; 33,6; 44,8; 65,13; 131,13, etc. El ritual alejandrino contiene, para la bendición del agua, un cántico formado de una serie de versículos, cortados por el aleluya (As 178).

4 San Jerónimo recurre claramente a este salmo para este mismo momento del rito en Adv. Peí., III, 15 (Patr. Lat., 23, 585). Cf. Cirilo de Jerusalén, 1.a cat. bapt. (Patr. Gr., 33, 369); Gregorio Nacianceno, Sermón sobre el bautismo, n. 30; etc.

5 J. Mateos, op. cit., II, 91. Cf. ibíd., I, 185. Vigilia de la Epifanía: durante la unción posbautismal por el obispo; des­pués, durante la procesión.

G Compárese el ordo de los sirios occidentales (Dz 277): tres veces por los asistentes. En el ordo alejandrino, el salmo 31 es cantado entre las lecturas, antes del evangelio (As 154). Por el contrario, entre los armenios y los sirios occidentales se en­cuentra como canto posbautismal el salmo 33 (As 201 y Dz 376).

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Finalmente, encontramos salmos que sirven de prepara­ción a la celebración, como los salmos 8, 28, 41, indicados en el ritual romano para el comienzo del bautismo de adultos, o para la entrada en la Iglesia, como el salmo 50 (con tropos intercalados) en los ritos sirio, armenio y alejandrino.

De este rápido inventario se deduce, al mismo tiempo, la convergencia de la tradición en torno a seis o siete salmos «bautismales» y la variedad de su utilización en cánticos de forma y funciones diversas.

3. Los tropos

Además de los salmos inspirados, encontramos en los ri­tos bautismales otras dos clases de cánticos: los tropos y los himnos.

Los tropos —con los que se relacionan las antífonas (lar­gas) latinas y los onyata sirios— ocupan lugar preferente en la tradición del canto litúrgico. El texto, de longitud variable, generalmente en prosa, formula de manera activa y actualiza-dora el misterio celebrado en un lenguaje bíblico, pero que no sigue necesariamente la letra de la Escritura 7. De ordina­rio van combinados habitualmente con uno o varios versícu­los de un salmo y el Gloria Patri. Son ejecutados con una mú­sica adaptada a las palabras, por los cantores o por el pue­blo, enteramente o en parte. Estos tropos dan a la celebración sus principales momentos líricos. Ofrezcamos algunos ejem­plos.

El tropo bautismal por excelencia es el texto de Gála-tas 3,27: omnes qui in Christo baptizati estis, Christum in-duistis. Se encuentra como cántico de entrada en la misa de la noche pascual en el rito caldeo y en las misas de Epifanía y Pentecostés en el rito mozárabe. En el rito bizantino co-

7 Véase D. Rimaud, Le genre littéraire du tropaire, «Eglise qui chante», 71-72, París, junio 1966, 46-49.

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mienza a ser cantado en lugar del trisagio (antiguo cántico de entrada) el 6.° domingo de Cuaresma (de Lázaro). Durante la noche pascual se ejecuta entre las lecturas del Antiguo Testamento y las lecturas del Apóstol, y de esta forma ocupa el lugar mismo del bautismo 8. Su forma es la siguiente (con responsio a laiere):

Vosotros, los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. Aleluya. (Ter )

T. Gloria Patri... Nunc et semper... 9>. Os habéis revestido de Cristo. Aleluya. — Vosotros, los que...

La relación de este tropo con el acto mismo del sacra­mento se destaca en los rituales semejantes que lo han conser­vado 9. En el rito armenio aparece después de la inmersión, amplificado en estos términos (As 201):

Vosotros, los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. Aleluya. Vosotros, los que habéis sido iluminados por el Padre, el Espíritu Santo se alegrará en vosotros. Aleluya.

En el rito caldeo ha recibido esta elaboración poética10:

Vosotros, los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo, por el agua y el Espíritu, para reinar con él en la morada del cielo.

8 J. Mateos, Le Tipicon..., II, 91. 9 Este canto parece tan importante que, incluso en el ordo

bizantino para el bautismo de un niño en peligro de muerte, el sacerdote debe tomar al pequeño bautizado en sus brazos y can­tar este tropo (As 148).

10 Onita d-qanké de la misa pascual y del mawtba de la Epifanía. Cf. J. Mateos, Lelya-Sapra. Essai d'interprétation des matines chaldéennes («Orient. Christ. Anal.», 156), Roma, 1959, 135 y n. 3.

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Los rituales subrayan otros momentos del bautismo por medio de cánticos que se asemejan al tropo. Son con frecuen­cia modelos de literatura litúrgica y de oración.

En los ritos sirios occidentales, en el momento de la in­mersión, los diáconos cantan en el tono de San Balái " :

Descended, hermanos marcados con el sello, y revestios de (Cristo) Nuestro Señor: injertaos en su noble raza, como se dice en su parábola.

Y al salir del agua se continúa con otras estrofas fuerte­mente imaginativas:

Extiende tus alas, Iglesia santa, y acoge a los limpios corderos que el Espíritu Santo ha engendrado del agua...

Para recibir el «vestido de justicia», el Ordo de Constan-tinopla ofrece este bello tropo (As 146):

Dame la túnica luminosa, tú que te has revestido de luz como de un manto, misericordioso Cristo, Dios nuestro.

Correspondiendo al Sicut cervus latino de la procesión al baptisterio, los cantores, en la liturgia patriarcal de Cons-tantinopla, ejecutan este cántico 12:

11 Ordo de Santiago de Edesa según Bar Hebraeus (Dz 287). Cf. otros ordines, ibíd., pp. 294 y 307. Con el nombre de Balái, obispo himnógrafo de comienzos del siglo v, están relaciona­dos los cantos pentasilábicos (género balaico).

12 J. Mateos, Le Tipicon..., I, 183. Se trata de los bautismos celebrados en la vigilia de la Epifanía.

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La voz del Señor clama sobre las aguas diciendo: Venid, recibid todos el Espíritu de sabiduría, el Espíritu

[de inteligencia, el Espíritu de temor de Dios, de aquel que se ha mani­

festado.

En el ritual alejandrino, después de las cinco lecturas, se añade al evangelio de Nicodemo un responsorio que expresa la oración y la fe de los bautizados:

Creemos en ti, nuestro Maestro; ilumina nuestros ojos y derrama la luz en nuestros cora-a fin de que seamos hijos de la luz. [zones.

Sin embargo, la literatura bautismal no se reduce a los ritos últimos del sacramento, sino que comprende la prepara­ción catecumenal de la Cuaresma y la semana pascual de la renovación. A pesar de la desaparición general de la antigua disciplina bautismal, casi todas las liturgias han conservado algunos vestigios dispersos de ella. Entre éstos están los más bellos textos de cánticos bautimales.

En el rito caldeo queda en el Sapra (oficio de la mañana), durante los cinco primeros días de la Semana Santa, una pro­cesión al baptisterio13. Algunos de los onyata procesionales cantados son de una gran riqueza. El del Lunes Santo se diri­ge claramente a los catecúmenos:

Las puertas de la sala de las bodas espirituales están abier­tas para el perdón de los hombres.

y con el don del Espíritu celestial todos reciben misericordia y clemencia. Entrad, invitados, en la alegría que os ha sido preparada y con un corazón puro y santo, con la verdadera fe, dad gracias a Cristo, nuestro Señor.

13 J. Mateos, Lelya-Sapra, 204.

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La del Jueves Santo es una maravillosa catequesis:

No del pozo de Jacob ni de las aguas que Moisés volvió dulces, ni del río Jordán, santificado por tu bautismo recibido de Juan, sino de tu costado, oh Cristo, brota la fuente de la vida, por la que son perdonadas nuestras deudas y nuestros pe­

leados purificados.

Los onyata del oficio de la noche pascual son aún más líricos, conservando la misma densidad li:

¡Oh invitados al banquete del Hijo, liberador del Universo! ¡Oh muertos, que del error habéis sido llamados a la vida! ¡Purificaos en la sangre del Hijo Rey! ¡Oh primogénitos, hijos de la Iglesia, ved en el misterio, la gloria del Hijo que os llama a la luz de arriba, el amor del cielo ha bajado y los ha dado la luz!

Algunas piezas de la liturgia bizantina podrían ser de ins­piración bautismal, como este kondakion conservado en el domingo del ciego de nacimiento (6.° domingo después de Pascua).

Ciego de los ojos del alma, me acerco a ti, oh Cristo, como el ciego de nacimiento, clamando a ti, arrepentido: Tú eres la luz resplandeciente para los que están en las

{tinieblas.

Esta clase de cántico no falta en la liturgia romana. Aun­que en un estilo más literalmente basado en la Escritura, las

M Ibtd., 229. Compárese la serie del mawtba de la Epifa­nía, p. 135, que parece tener el mismo origen.

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tres antífonas evangélicas de la comunión para las tres misas antiguas del escrutinio (samaritana: Qui biberit; ciego de nacimiento: Lutum jecit; Lázaro, Videns Dominas), que han conservado melodías de una sencillez particular, son también ejemplos de tropos bautismales, al tiempo que eucarísticos.

4. Los himnos

El himno, y sobre todo el himno en poesía estrófica regu­lar, constituye la forma de canto popular por excelencia. Merece, pues, que le prestemos atención antes de cerrar el inventario de los cánticos bautismales en la tradición.

El más antiguo himno bautismal cristiano nos lo ofrece Ef 5,14:

Despierta, tu que duermes; levántate de entre los muertos, y sobre ti brillará Cristo.

Himno cuya continuación nos ha conservado Clemente de Alejandría:

Luz de la resurrección: engendrada antes que la estrella de la mañana, que da la vida por sus rayos.

Sin embargo, esta pieza venerable no aparece en los ritua­les bautismales antiguos.

Hay que reconocer que la himnodia bautismal en el Occi­dente latino es pobre —en cantidad y en calidad—. Un ritual de Poitiers ha conservado un versus de Fortunato (himno de estrofas regulares): Tibí laus perennis auctor, Baptismatis sa-crator (As 60), que constituye la correspondencia exacta del O Redemptor, sume carmen, conservado para la consagración

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de los santos óleos del Jueves Santo. La última estrofa de este himno merece ser citada:

Gaudete, candidati, Electa vasa regni, In morte consepulti, Christi fide renati.

Tampoco en el área bizantina hay apenas himnos. Donde ha florecido especialmente este género es en Siria 15. Efrén, creador del madrasha (predicación poética en estrofas regu­lares concluidas por un estribillo del pueblo), es en este sentido el genio gigantesco. Sus nueve himnos bautismales constituyen un monumento de teología poética, bíblica y sacra­mental, verdadera mistagogía, en la que son iluminados tanto los símbolos naturales como las figuras bíblicas y los mysteria de los ritos16. He aquí una estrofa del himno 7, que expone el signo del baño (estr. 15):

Un cuerpo fatigado, en el agua, se baña y descansa de su tra-íbajo;

He aquí el baño en el que están escondidos reposo, vida y de-[licias;

aquí reposa Adán fatigado, que había introducido la fatiga ten la creación.

Los rituales sirios del bautismo contienen un buen nú­mero de himnos de la misma inspiración. Encontramos así, antes de la liturgia de la palabra, un coló de Quqoio (diácono himnógrafo de los siglos v-vi) que expone, en un lenguaje

15 Pueden citarse, en un ambiente judeo-cristiano, varias de las Odas de Salomón, cuya inspiración bautismal es evidente; por ejemplo, Odas 9 y 15.

16 Son los Himnos de la Epifanía, ed. E. Beck (Corp. Script. Christ. Orient., 186. Trad. alemana, 187, pp. 131ss). 18

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muy sencillo, todo el misterio del bautismo 17. Durante la un­ción prebautismal se canta un himno que celebra el misterio del óleo santo18. Finalmente, un largo himno de acción de gracias termina el bautismo («mientras se revisten», dice el ordo maronita), himno que ha sido también utilizado como cántico de comunión19:

Hermanos míos, glorificad al Hijo del Señor del Universo, que ha tejido para vosotros una corona que envidiarían los

[reyes. Vuestros vestidos, hermanos, tienen el resplandor del sol,

y vuestros rostros resplandecen como los de los ángeles... El fruto que Adán no pudo gustar en el paraíso,

es puesto hoy sobre vuestros labios en medio de la alegría... Habéis recibido la felicidad del cielo:

velad para que el Maligno no os la arrebate... Id en paz, hijos del bautismo:

Adorad la cruz que os guardará.

I I . LOS CÁNTICOS BAUTISMALES EN UNA LITURGIA

RESTAURADA

La Constitución conciliar sobre la liturgia prevé, por una parte, la readaptación de los ritos del bautismo de adultos, con la restauración del catecumenado (art. 66), y por otra, la organización de los elementos bautismales de la Cuaresma (art. 109). Ambas reformas implican la restauración del can-

17 Joannes miscuit aquas baptismatis... Dz 284. Véanse otras estrofas diseminadas, pp. 270, 193, 310-311.

18 Oleo sancto edixit Deus...; Dz 286. Compátense pp. 277, 294, 307 y 314. Es conveniente recordar aquí los tres madrashé de Efrén sobre el sacramento del óleo, ed. I. Rahmani, Hymni de Virginitate, Charfé, 1906; trad. latina 1021.

19 Dz 288, y también 301 y 349. Compárese con esta obra el Hymnum novelli christiani que cierra el ordo etíope de Ale­jandría (Dz 233).

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to en las asambleas, en las que catecúmenos y fieles deberán celebrar comunitariamente todas las etapas del sacramento, a veces separadamente y a veces en una misa dominical.

Si no es posible describir estos cantos detalladamente antes de que sean promulgadas las reformas del Ordo baptis-mi y del Leccionario de Cuaresma, podemos al menos ex­presar de manera general, y ateniéndonos a las grandes cate­gorías, de qué cánticos se tendrá necesidad y cuáles de ellos serán deseables o posibles.

1. Salmos responsoriales en las liturgias de la palabra

La mayor parte de las reuniones catecumenales se cele­brarán, probablemente, en el marco de una «liturgia de la palabra», ya autónoma (entrada en el catecumenado, exorcis­mos menores, elección, escrutinios y tradiciones), ya compren­dida en la primera parte de una misa de Cuaresma (p. ej., mi­sas de escrutinio); el mismo bautismo, finalmente, reintegrará como está previsto ese elemento constitutivo del culto cris­tiano.

Ahora bien: toda liturgia de la palabra comporta normal­mente, después de la primera lectura, un salmo propiamente dicho, cantado —si es posible— en forma responsorial.

La elección del salmo dependerá, en primer lugar, de la lectura que precede, pero también del objeto de la sinaxis. Se deberá escoger con el mayor cuidado no sólo el salmo, sino también el versículo destinado a servir de «responso» (estri­billo) para el pueblo. Para una y otra elección, los antiguos leccionarios ofrecen indicaciones preciosas. En muchos casos, el salmo responsorial podrá ser el único salmo de todos los cánticos de la sinaxis.

2. Las letanías

Cada sinaxis implica una oración de intercesión para los catecúmenos, distinta de la oratio fidelium, si ésta tiene lu-

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gar a continuación, concluida por una oración del celebrante. La forma de esta oración es, naturalmente, la letenía diaconal con invocaciones de la asamblea. Aunque el Kyrie eleison sea modelo de invocación, ésta podrá ser ventajosamente variada según la naturaleza de la oración: Adiuva nos, Domine — Li­bera nos, Domine, etc.

Las letanías procesionales de tipo occidental pueden ser utilizadas en los desplazamientos. Sin embargo, no siempre se imponen largas series de invocaciones a los santos. Algu­nos desean incluso un aligeramiento de las mismas en la no­che pascual (sobre todo si no se realiza una verdadera pro­cesión).

3. Las aclamaciones

Es de suponer que los diálogos celebrante-pueblo o diá­cono-pueblo, así como las conclusiones de las oraciones, serán cantados cada vez que la naturaleza de la asamblea y el esti­lo de la celebración lo permitan. Es el primer elemento de toda expresión común y festiva, pero habrá que prever tam­bién, según la naturaleza de los ritos y la idiosincrasia de los pueblos, la posibiüdad de cantar otras intervenciones colec­tivas, como, por ejemplo, la renovación comunitaria de las promesas bautismales. En efecto, en la noche pascual, las res­puestas comunes («renunciamos» y «creemos»), recitadas sim­plemente, pierden parte de su fuerza y pueden conducir a una ruptura de estilo en la celebración.

Sería también de desear que prefacios como el de la ben­dición del agua puedan integrar aclamaciones del pueblo o al menos desemboquen en una confessio común.

4. El himno después del evangelio

En la liturgia de la palabra, cuando la asamblea ha es­cuchado las lecturas y la homilía, antes de pasar a las ora­ciones, se siente como una necesidad de meditar esta palabra.

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de asimilarla de manera activa y comunitaria, de una forma lírica, de convertirla en confessio o deprecado, de preparar eventualmente el rito que ha de seguir.

El interés de semejante cántico, que podría ser previsto, pero no impuesto, se muestra en múltiples formas:

—4a necesidad, como hemos dicho, de asimilar la pa­labra;

— el deseo, expresado por las comunidades en las que se despide a los catecúmenos después de las oraciones hechas para ellos, de tener una celebración suficientemente densa, amplia y festiva (por ejemplo, en África no habría que hacer venir a los catecúmenos sólo para una ceremonia de veinte minutos);

— el fruto pastoral propio del himno popular. El salmo responsorial no basta. De la misma forma que la lectura bí­blica es actualizada en la homilía, el himno viene a expresar la fe y la oración de la comunidad en su propio lenguaje re­ligioso, poético y musical;

— si a esto sigue un rito catecumenal (entrega del evan­gelio, inscripción del nombre, tradición, etc.), ese canto une la palabra y el rito. Constituye a la vez una preparación y una mistagogía del rito.

Es probable que tales himnos deban ser creados en cada lengua y para cada tipo de sinaxis. Pero ¿no habrá que ha­cer para los cantos lo que debe hacerse para las oraciones? 20.

20 En la tradición, lo que corresponde a este género de canto se sitúa más bien antes o entre las lecturas (tropos, qale, respon-sorios, prosas, secuencias). Pero la experiencia muestra que ac­tualmente no es conveniente alargar los ritos de entrada de una sinaxis (un canto y una oración bastan), ni separar las lecturas más que por el lazo orgánico del salmo responsonal y la acla­mación al evangelio.

Se encontrará un excelente estudio de B. Huijbers sobre Le chant aprés l'Evangile en Musique sacrée et langues mo-

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5. Los cánticos de entrada

La apertura de una sinaxis exigirá habitualmente —aun­que no necesariamente ni en todos los casos— un cántico de entrada que desemboque en una oración. El cántico debe congregar a la comunidad al mismo tiempo que introducirla en el misterio celebrado. Se puede utilizar para ello, o bien el tipo tropo-responsorio-versículo, o bien el himno con es­tribillo"1.

La creación de textos propios se impondrá para las sinaxis más características. Por ejemplo, para las misas de escrutinio en la Cuaresma, cuya orientación depende de las lecturas22.

dernes (Col. Kinnor, 4), París, 1964, 77ss., así como ejemplos de creaciones himnográficas holandesas en este campo.

31 Sobre la naturaleza y la adaptación al canto de entrada de estos dos géneros, véase J. Gelineau, Les chants procession-naux («Eglise qui Chante» nn. 71-72; Le chant d'entrée, pp. 8-20).

22 Proyectos de este tipo han sido presentados al Centro Na­cional de Pastoral Litúrgica (CNPL) de Francia, que nos auto­riza a citar este ejemplo. Proyecto de canto de entrada para la tercera misa de escrutinio («de Lázaro»):

Estrofa: El Dueño de la vida se acerca al sepulcro: «¡Lázaro, despierta de entre los muertos! Y vosotros, sepultados en el pecado, ved y creed que yo soy la resurrección.»

Estribillo: Si morimos contigo, Señor, contigo entraremos en la vida.

Versículos: Sal 29,2.3.6b.l3; 1 Cor 11,16. N.B. Dentro de la Asociación «Universa Laus» (Grupo in­

ternacional de estudios para el canto y la música en la Liturgia) se ha constituido una comisión internacional de investigaciones sobre los textos de tropos e himnos, que acogerá gustosamente sugerencias y colaboraciones en este sentido (Dirección postal: Universa Laus CP 78, 1950, Sion, Suiza).

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6. Cánticos de acompañamiento para ciertos ritos especiales

El estudio de los rituales ha mostrado que ciertos ritos, como la procesión, la unción bautismal, la inmersión misma, iban acompañados o estaban enmarcados con cánticos adap­tados. La motivación ritual o «funcional» de tales cánticos es diversa:

— mantener la comunidad activa durante un rito (despla­zamientos importantes, inscripción de los nombres, largas se­ries de exorcismos, entrega de evangelios, etc.);

— constituir la mistagogía de un rito especial (signación, imposición del nombre, ephpheta, unción, entrega de la ves­tidura nueva o del cirio, etc.);

— servir de catalizador lírico en un momento eminente de la celebración (por ejemplo, a la salida del triple baño).

Bastará evocar aquí un ejemplo de cada caso. En la en­trada al catecumenado, cuando los candidatos son solemne­mente introducidos en la iglesia, es oportuno que la comuni­dad los acoja con un cántico. Puede sugerirse para esto algún versículo del salmo 33 (p. ej., 4,6,13, con el estribillo):

Venid, hijos, escuchadme, Y os enseñaré el temor del Señor.

Los tres ritos finales del bautismo (unción, revestimiento, cirio) podrían muy bien, después de cada fórmula ritual, ser subrayados por la comunidad por medio de un tropo o de tres estrofas apropiadas de una canción23.

23 Un cántico francés para el bautismo (Source vive, I, 49), cuyo texto ha sido escrito por un poeta famoso, contiene tres estrofas que pueden ser citadas como ejemplo:

Oleo santo, unción de salvación, Imprégname, embalsámame

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Por último, inmediatamente después del baño sacramen­tal, sería de desear que en este momento solemne se elevase un cántico de toda la comunidad, como el tropo tradicional:

Vosotros, los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. Aleluya, aleluya.

7. Himno final

Frecuentemente, una sinaxis ordinaria terminará con la oración de despedida o de bendición. A veces, si no la sigue la eucaristía de los fieles, puede terminarse con un cántico común. Para ello es fácil utilizar piezas conocidas, adaptadas, pero menos especiales.

Sin embargo, la celebración propiamente dicha del bautis­mo exigirá no sólo un canto de comunión propio para la eucaristía24, sino también un himno final de alabanza y de acción de gracias, de los que hemos citado hermosos ejemplos.

Del Espíritu de Cristo, Sacerdote y Rey, Que me incorpora al pueblo elegido.

Cúbreme, lienzo nuevo y blanco, De Jesucristo resucitado; Que contigo, revestido de claridad, Llegue el día del juicio.

Cirio de oro, Fuego que purifica, Consume en mí las sombras y la muerte Y conduce mi alma y mi cuerpo A la luz y a la vida.

24 No hemos incluido en nuestro trabajo los cánticos de la celebración eucarística posbautismal y del tiempo de la mista-gogía. Habrá que pensar también en componer cánticos apro­piados para el ofertorio y la comunión.

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La reforma litúrgica del bautismo —y de los otros sacra­mentos— exigida por el Concilio implica, como puede verse, una amplia renovación no sólo del canto de las asambleas cristianas, sino también de una himnografía que exprese los misterios celebrados y se adapte al modo de ser de cada pueblo.

En esta renovación deberá concurrir al mismo tiempo el estudio de las fuentes litúrgicas y la vida actual de la Iglesia, animada por el Espíritu Santo.

J. GELINEAU

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EL LUGAR DE LA CONFIRMACIÓN EN EL BAUTISMO DE ADULTOS

La nueva ordenación del bautismo de adultos plantea un problema: ¿cuál es el momento adecuado para administrar la confirmación? Deberíamos comenzar este trabajo reflexio­nando sobre la conveniencia de una restauración —en este caso concreto— de la antigua unidad histórica existente entre el bautismo y la confirmación. Sin embargo, la circunstancia de que así tenía lugar en la primitiva Iglesia no constituiría por sí sola un argumento contundente. Habremos, pues, de preguntarnos si, tratándose de adultos, se debería prescindir de este encuentro personal con el obispo1; encuentro que, te­niendo en cuenta el lenguaje del signo sacramental, sería aún más expresivo de lo que ordinariamente venía siendo hasta ahora en la confirmación en serie de los niños.

No necesita muchas pruebas el hecho de que, en el caso de un acoplamiento de ambos sacramentos de iniciación, el rito de la confirmación no puede ser sobreañadido como una unidad autónoma al rito del bautismo. Sin embargo, un opor­tuno acoplamiento de la confirmación al bautismo para cons­tituir el rito global de iniciación en el ámbito litúrgico presu­pone —allí donde tenga que ser estructurado y establecido reflexivamente— la existencia, a nivel de la doctrina de la fe,

1 Sobre la importancia de la administración de la confirma­ción por el obispo, cf. J. Neumann, Der Spender der Firmung in der Kirche des Abendlandes bis zum Ende des kirchlichen Altertums, Meitingen, 1963.

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de ideas relativamente claras acerca de la vinculación de la confirmación respecto al bautismo. Las reflexiones siguientes pretenden servir a este objetivo.

EL ARGUMENTO HISTÓRICO RESPECTO A LA ASOCIACIÓN

DE LOS SACRAMENTOS DE INICIACIÓN

Según el testimonio de Act 19,5s, en la Iglesia del Nuevo Testamento el bautismo y la imposición de las manos se ha­llaban mutuamente vinculados en orden a la admisión en la comunidad eclesial. El testimonio cronológicamente inmedia­to de esta vinculación entre bautismo e imposición de las manos aparece en Tertuliano2. Sin embargo, ante la abun­dancia de testimonios, durante el siglo ni, que nos hablan de una imposición de las manos que seguía inmediatamente al bautismo, no cabe duda alguna de que, en este punto, nos hallamos ante una estructura muy primitiva en la praxis de la iniciación sacramental de la Iglesia3; praxis que, en su na­turalidad original, no daba pie todavía a un análisis detallado y reflejo. Es significativo el hecho de que las primeras im­precisiones de que tenemos noticia acerca de la imposición de las manos no se manifiestan precisamente en el ámbito que cabría designar como específico de una teología de la con­firmación. Con motivo de las dificultades surgidas en la disputa sobre el bautismo de los herejes, se intentó encontrar un resorte más expedito que el representado por el bautismo

2 De bapt., c. 8 (Corp. Script. Eccl. Lat., 20, 207s). 3 Prescindimos aquí de testimonios concretos que son fácil­

mente accesibles al lector en los manuales y otras obras de con­sulta. Cf. una presentación sintética de la historia de los dogmas en B. Neuenheuser, Taufe und Firmung: «Handbuch der Dog-mengeschichte», editado por M. Schmaus, J. Geiselmann, A. Grill-meier, tomo IV, fase. 2, Friburgo, 1956, 101-110. Además: A. Adam, Firmung und Seelsorge, Dusseldorf, 1959, 21-54.

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para determinar, de un modo inequívoco, la pertenencia a ía Iglesia. Dentro de esta tendencia, el escrito anónimo De re-baptismate resta valor al bautismo frente a la imposición de las manos, que es la que constituye propiamente la comuni­dad de la Iglesia. En este contexto es preciso recordar la natu­ralidad con que fue entendido entonces el lenguaje del signo de la imposición de manos referido a la comunidad ecle-sial4. Por lo demás, la confirmación sigue estando vinculada al bautismo de un modo tan natural que no es necesario adu­cir en prueba ningún argumento específico.

Por otra parte, constituye una dificultad para la inteli­gencia de la naturaleza de la confirmación el hecho de que esta doble estructura primitiva —bautismo e imposición de las manos— se halle entreverada con una serie de ritos dis­tintos que se remontan también a la época primitiva: unción y sigilación con el signo de la cruz. La idea de una iniciación cristiana como unción con el mismo Espíritu que ungió a Jesús constituyéndole en Cristo se remonta al Nuevo Testa­mento 5, si bien este lenguaje figurativo no significa de por sí una prueba de la existencia en aquel momento de un rito es­pecífico de unción 6. Asimismo aparece atestiguado en el Nue­vo Testamento el concepto de iniciación como sigilación esca-tológica 7. En todo caso, estas imágenes —teológicamente muy expresivas— cristalizaron pronto en un esquema de los ritos de iniciación, distinto en los diversos ámbitos de la Iglesia. La pretensión de seguir las huellas, en el campo de la historia de la liturgia, de estos ritos sobreañadidos al binomio original bautismo-imposición de las manos y de determinar con exac­titud el punto de inserción de los mismos en el rito princi-

4 De rebapt., 10 (Hartel: Corp. Script. Eccl. Lat., 3, Appen-dix 82).

5 2 Cor l,21s; 1 Jn 2,20.27. G R. Schnackenburg, Johannesbriefe, Friburgo, 21963, 152s. 7 1 Cor 1,22; Ef 1,13.

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pal8 apenas contribuiría a una clarificación del problema des­de el punto de vista dogmático, puesto que todo el proceso ha­bía sido considerado siempre como una estrecha unidad. No podemos olvidar el hecho de que en amplios sectores de la Iglesia, sobre todo en Oriente, e incluida en esta evolución, la unción pudo llegar a desplazar al rito primitivo de la impo­sición de las manos. El teólogo dogmático puede constatar con cierta perplejidad cómo en la primera elaboración teo­lógica que apareció en Oriente acerca de la confirmación —la de Cirilo de Jerusalén— no se concede importancia alguna a la imposición de las manos ni, sobre todo, a los textos de la Sagrada Escritura que la atestiguan 3. Queda aún por men­cionar el hecho de que la teología escolástica sobre la confir­mación se halla en una situación parecida en lo que se refiere a este extremo. Sin embargo, es importante el hecho de que, a pesar de la heterogeneidad y falta de unidad en el rito, im­pere en todas partes una idea relativamente clara acerca de la doble gradación fundamental de la iniciación, y esto inde­pendientemente de la forma y el modo de distinguir el gran núrriero de ritos concretos existentes.

INCREMENTO DE LA GRACIA BAUTISMAL

La doble gradación fundamental de la iniciación plena en la vida cristiana es, a primera vista, lo único en que se halla de acuerdo toda la tradición teológica. Oriente y Occidente convienen, durante la época antigua, en que ambos peldaños

8 Cf. H. Elfers, Gehórt die Salbung mit Christus im áltesten abendlandischen Initiationsritus zur Taufe oder zur Firmung?, «Theol. u. Glaube», 34 (1942), 334-341, debate mantenido con B. Welte, Die postbaptismale Salbung, ihr symbotischer Gehalt und ihre sakramentale Zugehórigkeit nach den Zeugnissen der Alten Kirche, «Freib. theol. Studien», 51 (Friburgo, 1939).

9 Cat. myst., 3 (Patr. Gr., 33, 1081-1094).

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se encuentran asociados —al menos en los casos normales 10— en una celebración única (también en el tiempo). Es fácil de­mostrar cómo la separación posterior, que perdura todavía hoy en Occidente, constituye históricamente una evolución secundaria. El mantenimiento —no sin razón, ciertamente— del principio que vincula al obispo la administración de la confirmación, aun sin haber llegado a una rigidez en lo que respecta a esta necesidad " , condujo a la separación, en el tiempo, de ambos ritos. Sin embargo, la constatación de que esta evolución tiene un carácter históricamente secundario no implica un juicio valorativo; por el contrario, ha de preferirse la práctica occidental en el caso normal del bautismo de los niños, sin condenar por ello la práctica oriental. Las reflexio­nes siguientes tratan de demostrar esta afirmación. En cam­bio, en el bautismo de adultos, el problema se plantea en muy distintos términos.

No podemos olvidar que las diferencias en la práctica —unión o separación de la confirmación respecto del bau­tismo—•, aun supuesto el reconocimiento universal de la doble gradación en la iniciación a la vida cristiana, provocaron naturalmente diferentes concepciones, sobre todo en la re­flexión teológica, y cuya influencia se deja sentir igualmen­te en la interpretación teológica de todo el proceso. En el ámbito donde se halla vigente la administración conjunta podría definirse su mutua relación en el sentido de una po­laridad complementaria de ambos. La separación, en cam­bio, tiende hacia una explicación en el sentido de la analo-

10 Existió la separación, p. ej., en el caso del bautismo de urgencia. Cf. Sínodo de Elvira, Denzinger-Schónmetzer (DS), 120.

11 Cf., p. ej., DS 215 (Inocencio I). Parece, sin embargo, que la apelación refleja a Act 8,14-17 fue precedida de un período de actuación sin reflexión aún consciente en el que se daba por supuesto que era al obispo a quien competía el derecho de ad­misión en su comunidad eclesial.

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gía del crecimiento: la confirmación es el sacramento de la madurez cristiana que ha adquirido su pleno desarrollo. Esta concepción sirve de sustento a la teología escolástica de la confirmación, que ve en ésta un augmentum gratiae baptisma-lis. Sin embargo, esta interpretación tiene el inconveniente de que resulta difícil explicar el sentido de tal crecimiento, reali­zado de una sola vez y dentro de un único acontecimiento. Todo crecimiento supone un desarrollo paulatino a partir de la fuerza vital de un principio. La madurez es, ciertamente, un nuevo estado; pero el reducir la madurez misma a un úni­co acontecimiento equivale a negar, en principio, aquella ana­logía de la que se había partido: el crecimiento en virtud de la fuerza vital de un principio. Otra cosa muy distinta es la necesidad de estimular tal crecimiento por medio del alimento necesario. Y si atribuimos esta relación al binomio bautismo-eucaristía, queda aún más oscuro el puesto que corresponde a la confirmación 12. Por ello no es extraño que, al estudiar los efectos de la confirmación, aparezca sólo un augmentum gratiae irrelevante e inexpresivo 13.

Ante la piedad práctica, esta irrelevancia adquiere cierto colorido por la vinculación de la confirmación al «don espe­cial» del Espíritu Santo. Este concepto se sitúa en la línea de la antigua liturgia y de la reflexión teológica de los Pa­dres en torno a la confirmación. Mas, por otra parte, la sepa­ración introducida entre bautismo y confirmación contribuyó a disminuir la capacidad, ya no muy grande, del cristianismo de Occidente respecto al Espíritu Santo. El interpretar la gra­cia de la confirmación como don especial del Espíritu Santo

12 Naturalmente, hemos de tener en cuenta los límites de esta analogía del crecimiento. No se trata de un proceso bioló­gico, sino de un crecimiento a través del encuentro personal y en el que Cristo es «alimento» en sentido personal.

13 Cf., p. ej., la extrema concisión de las afirmaciones de Trento sobre la confirmación: DS 1628-1630.

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(donum spedale Spiritus Sanen) no debería por sí encon­trar dificultad. En este sentido se orienta la afirmación más explícita que poseemos del magisterio extraordinario acerca de la confirmación14. El Vaticano II la hace nuevamente suya15, aunque —y esto es muy significativo— profundizán­dola en sentido eclesiológico. No obstante, tampoco dice cla­ramente en qué consiste esa «vinculación más perfecta a la Iglesia» que se realiza a través de la confirmación. Este punto es el que la teología debe intentar esclarecer y demostrar. ¿Por qué se comunica de nuevo al bautizado un donum spe­dale del Espíritu Santo a través de un acto eclesial-sacra-mental?

Pero, como ya hemos dicho, este concepto de la confir­mación como donum spedale del Espíritu Santo —concepto correcto de por sí— no contribuyó precisamente a estimular una concepción pneumática de la vida cristiana. El concepto de donum spedale depende, en primer término, de que el Es­píritu Santo sea reconocido absoluta y formalmente como donum, dados sus rasgos característicos dentro de la Trinidad y la historia de la salvación; de lo contrario, quedaría redu­cido a un papel secundario. En otros términos: la separación, acertada desde un punto de vista pastoral, entre bautismo y confirmación condujo, desde unos presupuestos más profun­dos propios de la teología trinitaria del Occidente 16, a una

14 DS 1319: «se da el Espíritu Santo para fortalecer, como fue dado a los apóstoles en Pentecostés; para que el cristiano confiese valerosamente el nombre de Cristo».

15 Const. sobre la Iglesia, c. 2, n. 11: «Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe con su palabra y sus obras como verdaderos tes­tigos de Cristo.»

16 A la acentuación, en la teología trinitaria, de la unidad de la esencia divina —siguiendo las huellas de San Agustín— corres-

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reducción de las funciones del Espíritu Santo en el proceso de la iniciación cristiana: el bautismo dejó de ser considerado en relación con la naturaleza peculiar del Espíritu Santo, que es el mismo don salvífico, tal como sería de desear que su­cediese una vez que tuvo lugar la separación entre el bautis­mo y la confirmación.

Al hablar, en la confirmación, de un donum speciale, el apelativo de «especial» quedaba precisamente en la penum­bra porque no se partía del hecho de que el Espíritu Santo era ese mismo don salvífico. En consecuencia, no era posible distinguir el donum speciale en un sentido específico del don de la justificación otorgado en el bautismo por el Espíritu.

¿RETORNO A LA TEOLOGÍA PATRÍSTICA DE

LA CONFIRMACIÓN?

A causa de este dilema se explican fácilmente los inten­tos realizados en la actualidad por superar una teología de la confirmación centrada en un augmentum gratiae baptisma-lis y que resulta de tan difícil inteligencia, procurando supe­rarla por medio de un retorno a las fuentes más antiguas17.

ponde, en la doctrina de la gracia, la tendencia a recalcar la gracia creada, cuya causa eficiente sólo puede ser toda la Tri­nidad.

17 Sobre las diversas posiciones en el debate, dentro de la teología francesa, en torno a este punto puede informar P. de Vooght, Discussions recentes sur la Confirmation, «Paroisse et Liturgie», 6 (1954), 409-413. En la teología anglicana, la dis­cusión tuvo lugar, de una parte, entre G. Dix, The Theology of Confirmation in relation to Baptism, Westminster, 31953, y L. Thornton, Confirmation. lts Place in the Baptismal Mystery, Westminster, 1954, de una parte, y de otra, G. Lampe, The Seal of the Spirit, Londres, 1951. En la teología reformada aparece influido por Dix: M, Thurian, La Confirmation, Consecration

19

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No puede hablarse de un crecimiento en el caso en que el bautismo y la confirmación se reciban en un mismo día. Sin duda, también aquí la praxis condujo a una concepción aná­loga: la correlación entre el bautismo y la confii marión ha­bría de ser entonces considerada como más estrecha. En todo caso, esta praxis puede reivindicar para sí un origen neotes-tamentario. Bautismo y confirmación, estrechamente vincu­lados, constituyen la única iniciación cristiana. Pero ¿cómo hay que entender esta vinculación? Ya hemos dicho que, en este sentido, la confirmación implica una relación de comple­mento respecto del bautismo. Pero hemos de subrayar ade­más que, en una época que distaba mucho de imaginarse una serie de siete sacramentos, no era demasiado acuciante e! interés por una exacta delimitación conceptual de ambos gra­dos de la iniciación cristiana. Desde este punto de vista re­sulta, sin embargo, significativo el hecho de que ya entonces se distinguiese de un modo consciente entre los dos grados.

Dentro de las fronteras así delimitadas podemos consta­tar diversas variantes del tema central: la «perfección» del bautismo por medio de la confirmación 18. Estas variantes no se excluyen necesariamente las unas a las otras; sólo se dis­tinguen por su mayor o menor claridad. Las sugerencias pa­trísticas se reflejan en la teología actual sobre la confirma­ción en las siguientes tesis:

1. El bautismo representa, sobre todo, el perdón de los pecados; la confirmación, el don positivo, a través del Espí­ritu Santo, de la vida divina.

2. La confirmación constituye la sigilación del bautiza­do por el hecho de comunicarle el Espíritu en su plenitud.

3. El bautismo implica comunidad de destino con el

del láics, Neuchátel y París, 1957, donde puede encontrarse una abundante bibliografía.

iS Cf. A. Adam, op. cit., supra, nota 3, 39s.

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Cristo muerto y resucitado; la confirmación es la participa­ción en la consagración mesiánica de Jesús por el Espíritu.

4. La relación entre el bautismo y la confirmación es análoga a la que existe entre el misterio de Pascua y el de Pentecostés.

No escapa a una mirada atenta el que estos pensamien­tos, de por sí bellos, no bastan para solucionar las dificulta­des planteadas, y con mucha mayor razón en este caso en el que no se trata de plantear sutiles disquisiciones conceptuales.

Respecto a la primera tesis, cabría preguntar si el bautis­mo significa y realiza la comunidad de vida con el Señor cru­cificado y resucitado; además, la doble gradación de un mis­mo rito, ¿cómo podría ser fundamento suficiente para la exis­tencia de dos sacramentos, siendo así que se trata de una rea­lidad homogénea? 19.

En cuanto a la segunda tesis, es de notar que la donación de sí mismo que el hombre hace a Cristo en la iniciación cris­tiana aparece en la teología del Nuevo Testamento bajo el concepto de sigilación escatológica por medio del Espíritu de Cristo 20. En este sentido, la tendencia a la diferenciación que considera este proceso como «confirmación», es decir, como un segundo peldaño en la iniciación, representa una línea secundaria de evolución 2X. ¿Hasta qué punto, por ejem­plo, un cristiano que recibe por separado el bautismo y la

19 Cf., p. ej., Const. apost., 7, 22,2 (Funk I, 406). Cf., tam­bién Neuenheuser, Taufe und Firmung, 101, así como las refle­xiones en torno a una interpretación actual de la confirmación hecha por K. Rahner, Kirche und Sakramente (Quaestiones dis-putatae 10), Friburgo, 1961, 46-52.

20 Cf. 2 Cor 1,22; Ef l,13s. 21 Cf. A. Adam, op. cit., 48-50, y la profunda investigación

de F. Dolger, Sphragis. Eine altchristliche Taufbezeichnung in ihren Beziehungen zur profanen und religiósen Kultur des Alter-tums, «Studien zur Geschichte und Kultur des Altertums», V, 3-4, (Paderborn, 1911).

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confirmación adquiere por ésta una sigilación escatológica «mayor» de la que ya poseía por el bautismo? ¿Constituiría la sigilación un grado específico? Dentro de esta evolución se­cundaria, el concepto de «sello» parece haber sufrido tam­bién una transformación: la confirmación sella lo que se ha realizado en el bautismo; la confirmación es sello, referida al bautismo. Mas ¿qué sentido tiene tal sigilación? Esta debe­ría brotar de un modo evidente de la realidad misma.

La perspectiva cristológico-pneumatológica de la confir­mación, que nos ofrece el obispo Cirilo de Jerusalén (ya que de su teología han sido tomados los conceptos de la tesis tercera22), constituye, al parecer, la teología más profunda de la confirmación en la época patrística porque no separa, sino que une la cristología y la pneoumatología. Por muy convin­cente que pueda resultar la comparación entre Cristo, que, después de ascender del Jordán, recibe el Espíritu, y el cris­tiano, que ha de ser ungido después del bautismo, cabe pre­guntar: pero ¿es que el bautismo cristiano no recibe su esen­cia del hecho de que el Espíritu, ya desde el principio, incu­baba sobre las aguas? ¿Es que el misterio de Cristo se halla dividido en un misterio pascual y en un misterio mesiánico del Espíritu? Esta sería igualmente la pregunta que habría que formular ante la tesis cuarta: supuesta la relación entre los misterios de Pascua y Pentecostés, ¿habría ésta de ser considerada como la distinción entre el Kyrios que primero resucita y luego envía el Espíritu? Ante estos interrogantes se acentúa la impresión siguiente: lo único sorprendente que encierra el testimonio patrístico es la evidente claridad res-

22 Cat. myst., 3, 1-2 (Patr. Gr., 33, 1088ss). Actualmente en­contramos conceptos parecidos sobre todo en E. Schillebeeckx, Christus, Sakrament der Gottbegegnung, Maguncia, 1960, 163-173 {trad. del holandés: Christus, Sacrament des Godsontmoeting, Bilthoven, 81965). Se halla también traducido al inglés, francés, italiano, japonés y español; esta última traducción bajo el título Cristo, Sacramento del encuentro con Dios, San Sebastián, 1964.

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pecto al hecho de que la iniciación tenga dos grados. La teo­logía de los Padres ofrece pocos puntos de apoyo cuando se trata de demostrar la doble gradación partiendo de la esencia de la salvación que se nos da en la Iglesia.

EL MISTERIO DE PASCUA Y DE PENTECOSTÉS

No obstante, el problema de las relaciones entre el bautis­mo y la confirmación corre paralelo, en mi opinión, al de las relaciones entre Pascua y Pentecostés. Tanto la exégesis neo-testamentaria como la investigación litúrgica nos obliga a afirmar que esta relación dista mucho de ser teológicamente clara. Aun cuando la concepción «vulgar» según la cual Pen­tecostés es la fiesta del Espíritu Santo ha sido superada por una teología más cristológica del conjunto de las fiestas cris­tianas y más centrada en la historia de la salvación, a menu­do seguimos distinguiendo su contenido así: Pascua represen­ta la glorificación de Cristo; Pentecostés implica la misión del Espíritu por el Señor resucitado. Sin embargo, a esta concep­ción se opone una celebración más antigua de Pentecostés que, aunque conoce el texto de Act 1-2, no conoce tal distin­ción y separación23. Aquella celebración no sólo incluía la muerte y resurrección como una unidad —hasta este punto existe acuerdo unánime—, sino que a la misma unidad perte­nece también la misión del Espíritu. A ello responde también la predicación neotestamentaria tal como aparece sobre todo en San Juan24: la misión del Espíritu no se agrega al mis­terio pascual como un nuevo acontecimiento salvífico, sino que constituye la característica salvífica más profunda y pe­culiar de la glorificación de Jesús.

23 Cf. la investigación de R. Cabié, La Pentecóte. L'évolu-tion de la Cinquantaine paschale au cours des cinq premiers siécles, Tournai, 1965.

24 a . , p. ej., Jn 7,39.

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Ahora bien: ¿es verdad que en los Hechos de los Após­toles aparece otra teología distinta, que sitúa la misión del Espíritu a cincuenta días de distancia de la Pascua? ¿O se trata en los Hechos no de una distribución tan simple del misterio de Cristo, sino de una mayor diferenciación en la historia (que, por lo demás, también se encuentra en Juan25, a pesar de su concepción unitaria de la Pascua y la misión del Espíritu)?

Lo más interesante, desde el punto de vista histórico, en la Pascua es el hecho de que, aunque todo ha llegado a su consumación, la historia sigue existiendo, sigue todavía su curso26. La Iglesia vive, por una parte, en el seno del miste­rio de la absoluta plenitud pascual, en el «una vez para siem­pre» 2r, propio del ser de Jesús junto al Padre. Por otra parte. esto constituye precisamente el ámbito de su libertad, en el que puede tomar cuerpo el único misterio de Cristo. Expre­sado en otros términos: la historia sigue su curso después de Pascua con el único objeto de que todos puedan participar del misterio pascual ya perfecto e insuperable. Pero no se tra­ta ya, sobre todo, de la historia de una multiplicidad de indi­viduos, sino de la historia de la Iglesia, de la historia de una familia en torno a su hermano mayor. Los Hechos de los Apóstoles se centran precisamente en esta estructuración de la Iglesia, en su forma; pero su mirada no se dirige a través de la Pascua hacia el futuro —después de Pascua nada nuevo sucede en el sentido de una consumación cualitativa—, sino que parten de la Pascua. Esta historia no es una mera repre­sentación teatral, sino que la Iglesia se esfuerza verdadera­mente por lograr su propia estructuración; pero en todo este esfuerzo no es ella quien crea, sino el Espíritu, el cual, a través de sus carismas, edifica a la Iglesia como él quiere.

25 Cf. los pasajes que hablan del Paráclito. 26 Cf. Le 24,44-49. 27 Hebr 9,12.

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Por ¡o demás, este Espíritu nunca abandonará con sus caris-mas a la Iglesia de los apóstoles.

Al llegar aquí se nos plantea lógicamente la pregunta: ¿cómo inserta la Iglesia a los hombres en esta polaridad de la realidad pascual de Cristo, y que es también propia de ella: polaridad constituida, de una parte, por su comunión con el Cristo ya consumado —y que se halla junto al Padre después de haberlo hecho todo por ella—, y de otra, por el espacio concedido a esta comunidad salvífica para que pueda realizarse sin cesar en un sentido auténticamente humano?

ACT 8,14-17: LA IMPOSICIÓN DE LAS MANOS EN SAMARÍA

Al parecer, los Hechos de los Apóstoles dan a esta pre­gunta una respuesta implícita. Presuponemos aquí el hecho, de todos conocido, de que el relato de Act 8,14-17 no pretende dar una enseñanza sobre la confirmación. No obstante, situa­do en el contexto más amplio en que se inserta, sigue cons­tituyendo la cita clásica en lo que a la confirmación respecta. Según los Hechos, la transformación en Cristo y el enrola­miento al servicio del Espíritu, dador de los carismas, se hallan íntimamente ligados entre sí28. Pero precisamente estos carismas, vinculados a la transformación del hombre en Cristo, faltan en Samaría mientras esta nueva iglesia de mi­sión —donde Cristo ha sido predicado y en la que, además, ha sido administrado el bautismo— no haya entrado en con­tacto personal con la Iglesia de los apóstoles. Este contac­to personal con la Iglesia apostólica, comunicado por la imposición de las manos de Pedro y Juan, da paso a la fe-

28 Cf., en este contexto, 19,6 y 10,44. La admiración provie­ne, en este caso, del hecho de que el Espíritu descienda ya an­tes del bautismo.

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cundidad carismática de la comunidad. Es verdad que los carismas no se hallan necesariamente vinculados a la imposi­ción de las manos. El Espíritu actúa donde él quiere 29. No obstante, el Espíritu actúa precisamente en el seno de la Igle­sia apostólica. Este es el ámbito en el que el misterio pascual, salvífico, de Cristo puede tomar forma y la tomará de hecho. La estructuración de la Iglesia tendrá lugar, en su historici­dad concreta, por medio de los carismas del Espíritu; de aquel Espíritu que es el mismo don salvífico, pero que además toma a su servicio de un modo concreto y específico a cada uno en el seno de la Iglesia que se va transformando sin cesar en Cristo30.

Así nos encontramos también con una respuesta al pro­blema de la doble gradación del proceso de iniciación cristiana en la Iglesia; respuesta planteada esta vez a partir de la rea­lidad misma, es decir, basada en la eclesiología: la Iglesia, al incorporar al hombre —en el bautismo— a Cristo, lo in­serta en el misterio pascual cristológico-pneumático que está ya consumado y que ella contiene como propio. La Iglesia incorpora al hombre a su solicitud por su pronta estructura­ción histórica —pues le ha sido confiado el misterio de Cris-te*—, capacitándole para una labor de edificación conjunta al

29 No en vano se encuentra la perícopa 8,14-17 en el contex­to más amplio de la historia de Simón Mago; esta narración in­tenta demostrar que no son los apóstoles los que disponen del Espíritu, sino al contrario.

30 La tendencia, profundamente arraigada en la exégesis ca­tólica, a interpretar este pasaje en relación con el «Espíritu ca-rismático» no puede ya sostenerse sin más. Cf. J. Gewiess, Die urapostolische Heüsverkündigung nach der Apostelgeschichte (Breslauer Studien zur historischen Theologie, N. F. V.), Breslau, 1939, 128; A. Wikenhauser, Die Apostelgeschichte (Regensbur-ger NT 5), Ratisbona, 31956; H. Schlier, Die Zeit der Kirche, Friburgo, 1956, 116.

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insertarlo de un modo personal, por la confirmación, en la communio apostólica concreta.

Desde esta perspectiva adquieren un valor nuevo las afir­maciones tradicionales sobre la gracia de la confirmación: ésta otorga el Espíritu para dar testimonio. Sólo es preciso liberar a esta concepción de su aislamiento. En efecto: la visión tradicional —como ya hemos dicho— presentaba la donación del Espíritu carismático dentro de una perspectiva demasiado individualista y no lo suficientemente eclesioló-gica, prescindiendo, por otra parte, del presupuesto necesario para la comunicación del Espíritu carismático específico: la participación en el Espíritu como don salvífico en su pleni­tud pascual; participación que se verifica ya en el bautismo. La relación de la confirmación al Espíritu presupone de an­temano la relación básica que se da ya en el bautismo.

Partiendo de este concepto de la confirmación, no sería muy difícil dar una respuesta al problema del puesto que co­rresponde en la liturgia a su administración. Cuando se trata del bautismo de los niños, sería preferible la separación entre bautismo y confirmación, dado el carácter de ésta, que comporta una exigencia y una responsabilidad del hombre centradas en su mismo ser personal. (Lo cual no significa que el bautismo no encierre también una exigencia; muy al con­trario. Pero es, en primer término, entrega del hombre a Cris­to.) No obstante, aun cuando se halle separada del bautismo, la confirmación sigue formando parte de la iniciación en su estricto sentido.

En el caso de un adulto, ambos aspectos pueden darse en mutua conexión, ya que la entrega del hombre a Cristo exige, complementariamente, la afirmación —dispuesta a la colabo­ración consiguiente— de la Iglesia concreta en el espacio y en el tiempo. Sólo la conexión de ambos peldaños es, en este caso, el presupuesto natural para la admisión en la com­munio eucarística, en la que culmina la iniciación. Entonces

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la fuerza expresiva que encierra la administración de la con­firmación por el obispo, precisamente en el bautismo de adul­tos, debería pasar a un segundo término ante la fuerza ex­presiva de la iniciación cristiana entendida bajo la perspecti­va expuesta.

W. BREUNÍNG

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Boletines

LA MÚSICA SAGRADA EN EL MARCO DE LA RENOVACIÓN LITÚRGICA

A) E U R O P A

1. Italia

En Italia, la reforma litúrgica no ha cogido de sorpresa a la acción pastoral en el campo del canto sacro; el movimiento ceciliano había preparado el terreno con un trabajo inteligente y capilar que había dado frutos no despreciables. No obstante,

es innegable que la promulgación de los últimos documentos so­bre la materia 1 ha determinado una orientación completamente nueva tanto en la producción musical como en la acción pas­toral.

Por consiguiente, al intentar hacer un breve análisis del ac­tual estado de cosas, es indispensable distinguir las diversas eta­pas por las que ha ido pasando el problema. Podían resumirse así: a) Antes de la «Instructio» de 1958; b) Desde 1958 a la Constitución sobre la liturgia del Vaticano II; c) La situación actual.

Para mayor claridad y brevedad limitaremos nuestras obser­vaciones al canto sacro relacionado directamente con la misa.

1 Nos referimos especialmente a la Instructio del 3 de septiembre de 1958 sobre la música sacra y la liturgia, a la Constitución De Sacra Liturgia del Vaticano II y a la Instructio ínter oecumenici.

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292 Luciano Borello

A) Hasta 1958 el repertorio del canto sacro popular com­prendía únicamente:

1. Los cantos latinos del ordinario de la misa, algunos him­nos, algunas secuencias y las respuestas al diálogo con el cele­brante y los ministros 2.

2. Cantos en italiano para la misa rezada3. En cuanto a los primeros, podemos señalar que, a pesar del

encomiable esfuerzo de los pastores de almas, eran relativamen­te pocas las comunidades parroquiales que poseían una discreta suficiencia de repertorio y ejecución.

En cuanto a los segundos, existía el inconveniente de que quedaban categóricamente fuera de la auténtica acción litúrgi­ca, limitándose a servir a la celebración con cantos de «comen­tario» a los diversos momentos de la misa: introito (gloria)» ofertorio (Sanctus, Agnus Dei), comunión, final.

A esto se debe quizá su escasa difusión 4. B) Con la aparición de la «Instructio» sobre música sacra

y liturgia (1958), la acción pastoral se encontró frente a pers­pectivas nuevas: crear un repertorio de cantos que se insertasen más en la acción litúrgica.

2 En este campo, la situación era muy diversa según los lugares. No obstante, se puede decir que eran de patrimonio común: la «Misa De Angelis» y la «Misa de réquiem».

Muy difundidas (pero en grado menor) estaban también dos misas populares: la «Misa Cántate Domino», de Oltrasi, y la «Misa Laus tibí Christe», de Caudana.

También eran de patrimonio común varios himnos gregorianos y al­gunos cantos latinos más conocidos, como Lauda Sion, Pange lingua, Adoro te devote, Ave verum, etc.

3 Entre los más difundidos señalamos: G. Haydn, Messa popolare, Ed. Maurri, Florencia; L. Refice, La Messa dei fanciulli, Ed. AISC, Roma; D. Bartolucci, / canti del popólo per la Messa, Ed. AISC, Roma; M. Scapin, Canti per la Messa, Ed. Eco, Milán; M. Pagella, Canti per la Messa, Ed. L. D. C , Turín; N. Vitone, Cinque canti per la Meisa, Ed. L. D. C, Turín.

4 Hay una colección de cantos para la misa rezada que merece una mención particular; // popólo alia Messa. Ed. Regalitá, Milán; quizá sea el intento más serio de presentar una colección de cantos estrictamente funcionales con miras a la celebración litúrgica. Por desgracia, ha tenido poca difusión.

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La música sagrada en Italia 293

Se inició así una rica producción de cantos para la misa rezada, que en poco tiempo llegaron a ser patrimonio de buena parte de las parroquias italianas 5.

Todavía hoy son los cantos más difundidos, debido sobre todo a dos factores:

— la novedad de la forma musical: se trata de cantos en forma responsorial;

—Ja aportación determinante de los discos, que favorecen su aprendizaje: todos los cantos citados han sido grabados en discos.

Si, por un lado, estos cantos han tenido el mérito de «rom­per el hielo» en muchas asambleas tradicionalmente reacias, por otro han demostrado pronto sus límites por las razones si­guientes :

—en su mayoría son cantos musicalmente decadentes; —Ja forma responsorial (al hacerse exclusiva) acabó por ni­

velar indebidamente (y, en consecuencia, por empobrecer) el canto de las asambleas;

—el entusiasmo poco iluminado por «los nuevos cantos» apartó la atención del patrimonio latino, que para muchas cons­tituía un instrumento válido de participación activa;

—Ja escasa preparación de los pastores de almas y la falta de orientación en los responsables impidió una adecuada se­lección entre el repertorio demasiado rico, preparado las más de las veces con gustos empíricos o con preocupaciones primor-dialmente comerciales.

Así se explica, en parte, la fuerte reacción de los musicólo­gos y de muchos «entendidos» frente a una producción injus­tamente identificada con «la nueva música exigida por la refor­ma litúrgica».

5 Citamos los más conocidos: Gazzera-Damilano, Canti liturgici per la Messa letía, Ed. AISC, Roma; Gazzera-Damilano, Fanciulli a Mes­sa, Ed. Eco, Milán; Bosio-Lasagna-Loss-Stefani, Canti per la Messa dia­lógate, Ed. L. D. C, Turín; A. V., I canti dell'Assemblea, Ed. UTOA, Bolonia; Moneta-Molfino, Plebs sancta, Ed. Eco, Milán; N. Vitone, Cinque canti per la Messa, Ed. LES, Mesina; A. V., La Messa del Fan-ciullo, Ed. L. D. C , Turín.

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294 Luciano Borello

Hasta hoy, los intentos realizados para remediar esta situa­ción no han tenido resultados satisfactorios 6.

Una mención especial merecen los diversos intentos en el sector del canto de los salmos en lengua italiana 7, aunque en muchos aspectos pueden ser considerados dentro del conjunto de los demás cantos, pues de ellos se hace un uso indiscriminado dentro y fuera de la liturgia. A pesar de su gran difusión, nos parece que el problema es hoy más agudo que nunca. Y este problema no se puede resolver con la pueril imitación de for­mas (o con la polémica a ultranza), sino con un estudio serio sobre el valor y la función del salmo en la liturgia.

C) La Constitución litúrgica del Vaticano II y el comien­zo de la reforma, sancionada por la ínter oecumemci, marcaron un nuevo cambio de rumbo con consecuencias fácnmente previ­sibles, pero de difícil valoración.

En efecto: 1. La reforma litúrgica no abarca únicamente el canto de

los fieles, sino el canto de toda la asamblea: celebrante, minis­tros, coro y pueblo.

2. La introducción de la lengua vulgar en la liturgia ha sus­citado de repente el problema del canto del «propio», consi­derado hasta ahora como exclusivo del coro.

3. Pero el problema más delicado (por ser absolutamente nuevo para los musicólogos) ha resultado ser el concerniente a las diversas estructuras y diversas formas musicales exigidas por la celebración litúrgica8.

6 Aludimos sobre todo a la constitución de la Asociación ECAS (Edi-tori canti a scheda), que prevé un examen preventivo de los cantos, tanto desde el punto de vista musical y litúrgico como en lo relativo al texto.

7 El más serio nos parece el de Trenta Salmi ed un cántico, edito­rial L. D. C.s Turín. Se trata de una traducción del origiual hebreo, utili­zando los módulos de Gelineau y antífonas de compositores italianos. En la edición completa del Salterio córale se han añadido los «módulos simples» de Dusan Stefani, adaptados a la recitación coral alternada.

No faltan otros ensayos (entre ellos recordamos el de Fr. Colombo, Salmi per l'anno litúrgico, Ed. Quiriniana), pero, en general, se trata de imitaciones (más o menos conscientes) del camino abierto por Gelineau.

8 Véase a este respecto cuanto se ha escrito en las revistas especiali­zadas Eglise qui chante (Francia), Musik und Altar (Alemania), // canto dell'Assemblea (Italia), en números monográficos redactados en común.

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La música sagrada en Italia 295

Demasiados problemas y demasiado complejos para que pue­dan enfrentarse con ellos personas celosas, pero a menudo no preparadas, o que al menos no pueden trabajar en las mejores condiciones. Y más teniendo en cuenta que la acción pastoral exigía que se hiciese algo, pues había comenzado ya la reforma litúrgica.

Esto explica que, apenas transcurrido un año desde la re­forma litúrgica de la misa (7-3-1965), la producción italiana de canto sacro destinado a la misa parezca enorme desde el punto de vista cuantitativo.

Para analizarla podemos clasificarla como sigue: 1. La producción más abundante se refiere al Ordinarium

Missae, del que hasta hoy han aparecido más de quince musica-lizaciones, unas destinadas al pueblo9, otras reservadas a la schola 10 y otras para schola y pueblo 11.

Pero es preciso reconocer que, salvo escasas y laudables ex­cepciones, se trata de obras decadentes, realizadas con poca sensibilidad litúrgica y modesto dominio de la técnica.

2. En cuanto al canto del Proprium, se han delineado dos caminos:

a) Musicalizar el texto litúrgico integral, como está conte­nido en el misal12.

b) Reducir la antífona a un breve estribillo, al que siguen versículos de salmo 13.

Aun admitiendo la seriedad del trabajo, nos permitimos du­dar bastante de la calidad de los resultados.

Aparte el hecho de que el actual texto oficial no está redac-

9 La mayoría han sido publicadas en las fichas Ecas, del número 6/52 al 6/115.

10 Los ensayos de mayor interés me parecen los de P. Santucci, Missa vulgaris (primera, segunda, tercera, cuarta), Ed. Nigrizia, Bolonia.

11 Señalamos la Messa Vaticano II de L. Picchi, de origen monódico, pero adaptada a dos, tres y cuatro voces alternando con el pueblo. Ed. Carrara, Bérgamo.

12 Ejemplos significativos han aparecido en las revistas Música Sacra (Milán) y Ecclesia Cantal (Bérgamo).

13 La revista Armonie di voci (Ed. L. D. C. Turín) ha publicado un nutrido número de composiciones de esta clase, como apoyo al Misal de la Asamblea, que ha adoptado el mismo principio.

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296 Luciano Borello

tado con miras al canto, queda en pie el problema de fondo de la funcionalidad de cada uno de los cantos del propio.

3. Por lo que respecta al canto del celebrante y de los mi­nistros (tonos de las lecturas, de las oraciones, del prefacio, del Valer y de los diálogos con la asamblea), no ha habido tiempo de reflexionar: la Comisión Episcopal de Liturgia, con fecha de 7 de octubre de 1965, daba aprobación provisional a los to­nos y melodías aprobados ya para la diócesis de Lugano (Suiza).

La acogida no fue entusiasta (quizá por el modo repentino de ser introducidos), pero sólo la experiencia podrá decir una palabra definitiva 14.

4. Entre tanto disminuyó la producción de cantos genéricos para misas dialogadas 15.

5. Nos parece significativo el interés por el coral y el himno estrófico, que recientemente ha dado frutos apreciables. Se pue­den distinguir tres pistas diferentes de trabajo:

a) Transcripción de corales antiguos (especialmente alema­nes) con fidelidad sustancial a la música y al texto i e .

b) Adaptación de corales antiguos a un texto redactado en forma libre en cuanto al contenido y a la forma l r .

c) Creación de himnos estróficos originales en el texto y en la estructura musical, aun inspirándose en textos latinos 1S.

La primera solución nos parece la más débil; la segunda y la tercera parecen ofrecer buenas perspectivas de trabajo con miras a la creación de un repertorio válido tanto desde el punto de vista musical como en lo relativo al texto. Sobre todo los cora­les e himnos estróficos inspirados en los diversos tiempos litúr­gicos tienen una importancia decisiva para la pastoral.

11 Toni per il celebrante, Ed. Carrara, Bérgamo. Incluidos en el Messale quotidiano latino-italiano, L. D. C, Turín, Leumann.

15 Los últimos ejemplos nos vienen de la casa musical Eco (Schede Ecos, 6/121-124) y de Carrara (Ecos, 6/102-110).

16 Un cierto número ha aparecido en las fichas Ecas, preparadas por la casa musical Eco (Milán); pero el caso más importante es la edición de 80 corali di Bach, transcritos por P. Santucci, Ed. Nigrizia (Bolonia).

17 Véanse las adaptaciones realizadas por G. Stefani y aparecidas en las fichas Ecas 10/24-28.

18 Los mejores son los preparados por el Centro Litúrgico di Lugano, aparecidos en parte en las fichas Ecas.

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La música sagrada en Italia 297

Nos hallamos, por tanto, en presencia de un despertar im­presionante de actividad, en el que quizá habían soñado los pioneros del movimiento ceciliano en Italia, pero sin poderlo realizar. ¿Debemos concluir con un juicio positivo? Sólo en par­te. Desgraciadamente, a la cantidad no corresponde siempre la calidad. Las polémicas entre las facciones opuestas demuestran no sólo que falta el acuerdo sobre las valoraciones concretas (cosa inevitable), sino sobre todo que falta un terreno común de entendimiento para el diálogo.

Unos hacen, actúan por instinto, movidos por las exigencias inderogables de la pastoral; otros critican, se atrincheran en po­siciones cómodas, o al menos de legitimidad no demostrada.

Hacen falta ideas precisas, tanto desde el punto de vista li­túrgico como desde el musical y pastoral: debe haber diálogo e intercambio de experiencias, y sobre todo directrices, incluso para que guíen las experiencias que se van intentando.

Por eso saludamos como un hecho altamente positivo la apa­rición de la revista II canto dell'assamblea 19. Su objetivo es fa­vorecer la búsqueda común y guiar las experiencias hacia una meta claramente definida. Puede ser un primer paso; el resto vendrá como consecuencia.

LUCIANO BORELLO

2. España

Esta colaboración a CONCILIUM será un intento de adaptación al esfuerzo que aparece, en varios de sus números, de plantear toda la temática, posibilidades y realizaciones en la música sa­grada en el marco de la renovación litúrgica del Concilio Va­ticano II.

Nuestra reflexión tendrá en cuenta tres grandes etapas.

19 La responsabilidad de la revista está a cargo del Centro Catechistico Salesiano de Turín-Leumann, en relación con las revistas Eglise qui chante (Francia), Adem (Bélgica), Musik und Altar (Alemania), Katho-lische Kirchenmusik (Suiza), Church Music (Inglaterra).

20

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Situación real anterior al año 1955

A partir de la promulgación en 1903 del motu proprio «Tra le sollicitudinis) de San Pío X, se inicia un doble camino de re­novación: el movimiento litúrgico, que centrará toda la actividad cultual de la Iglesia en la celebración litúrgica de los misterios de la vida de Cristo, y que, más tarde, enlazará con la renova­ción pastoral y la reforma de la música sagrada de acuerdo con las normas pontificias. Desgraciadamente, estas dos corrientes marcharán paralelas y tardarán mucho tiempo en encontrarse.

En esta época, los músicos de la Iglesia orientan su esfuerzo hacia tres direcciones.

Por una parte, se inicia el «movimiento gregoriano», que tiende a hacer descubrir la belleza y santidad de las melodías gregorianas, expresión de la plegaria litúrgica de la Iglesia. Dada la situación de decadencia de la música sagrada, el resultado no se hizo esperar: algunas melodías quedaron pionto integra­das en el repertorio popular. Ciertas dificultades, sin embargo, condicionaron progresivamente su eficacia: la falta de atención de sus apóstoles a las realidades pastorales, a veces una con­cepción indebida de la celebración litúrgica y el no tener en cuenta la capacidad real de una asamblea. De ahí las pequeñas «élites gregorianistas», actuando al margen de las asambleas.

Junto a este movimiento, los grandes músicos, glorias del arte musical eclesiástico, quieren dar relieve y esplendor a las celebraciones litúrgicas, y para este fin se sirven de dos exce­lentes medios de la técnica musical: la polifonía y el arte orga-nístico. También su esfuerzo se vería a la larga condicionado, por cuanto desatendieron dos exigencias fundamentales que la Pastoral litúrgica nos revelería más tarde: «la participación ple­na, consciente y activa» de los fieles en la celebración y el mu-nus misteriale de cada pieza musical en la estructura litúrgica.

Finalmente, aquellos que, preocupados por la necesidad de facilitar al pueblo cristiano la expresión festiva de su plegaria y de su fe, crearon melodías populares, que serían un relleno de los actos piadosos o bien un doblaje de la celebración litúr­gica «privada», debido ciertamente a los condicionamientos de

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La música sagrada en España 299

las normas litúrgicas en materia musical. La dificultad primor­dial de estos cánticos sería la inadecuación de sus textos a unas formas de plegaria que iban siendo marcadas por la corriente renovadora de la pastoral.

Sin embargo, esta época de trabajo fecundo ha sido el pre­ludio de otras etapas muy prometedoras; por lo que no podemos dejar de consignar aquí el nombre de algunos músicos, los que nos son más familiares, y que han hecho un gran servicio a la Iglesia: J. Valdés, N. Almandoz, N. Otaño, G. M. Suñol, P. Do-nostia, P. Iruarrízaga, L. Romeu, L. Millet, L. Urteaga, P. Prie­to, P. Altissent, P. T. de Manzárraga, etc.

Nueva época: del año 1955 a la Constitución sobre la Sagrada Liturgia: 1963

En realidad, esta época tuvo una fase de preparación que empieza en 1945. La pastoral litúrgica empieza a revitalizar a los sectores más vivos de la Iglesia: el realismo ante los proble­mas pastorales, los estudios bíblicos, la renovación de la catc­quesis plantean a los pastores el problema de la inadaptación de muchos de los elementos del tesoro musical. En el momento en que la crisis de la música sagrada llega a su culminación, Pío XII, en su encíclica Musicae sacrae disciplina (1955), auto­riza la música sagrada popular para la liturgia, y empiezan a multiplicarse las composiciones musicales en esta linea, a veces sin un criterio de equilibrio; pero, ante un fenómeno inevitable como éste, sólo cabría un esfuerzo sereno para encauzar la pro­liferación musical. En este momento, diversos Centros de Pas­toral Litúrgica y otras instituciones, atendiendo a la llamada de los pastores, se ponen al frente de este trabajo renovador.

— El Instituto San Pío X, de Salamanca, ha hecho un es­fuerzo muy inteligente; su labor, bien llevada por J. Rodríguez Medina, ha encontrado en Tomás Aragüés al creador de exce­lentes melodías populares, algunas de las cuales han represen­tado nuevas y casi únicas dentro de la problemática musical de la liturgia actual: por ejemplo, sobre los cantos procesio­nales.

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300 Domingo Cois

, — El Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona, englobando en su actividad todos los problemas de la pastoral litúrgica, ha atendido también a los diversos aspectos de la música sagrada posconciliar, y su influencia, traspasando las fronteras de la re­gión catalana, se ha extendido a toda España. Alrededor de su equipo musical —A. Taulé, J. Ubeda, D. Cois—, muchos mú­sicos han colaborado en cambiar el ambiente musical de las asambleas litúrgicas.

— Montserrat, a través de la actividad de Dom I. M. Sega-rra y de D. G. Estrada, nos ha proporcionado salmos, himnos y cánticos de un carácter popular perfectamente entroncado con la tradición musical de Cataluña y que han pasado a enriquecer a todas las asambleas. La salmodia de Montserrat (Segarra) si­gue la estructura fundamental del padre Gelineau, aunque su carácter tonal la hace distinta. Una primera serie de estos sal­mos ha sido adaptada al francés.

Montserrat y el C. P. L. de Barcelona, junto con otros cen­tros de difusión de música sagrada, como Hogar del Libro, re­presentan un fenómeno de vitalidad litúrgico-musical en una región maravillosamente fecundada en lo que va de siglo por grandes maestros.

— Hemos de hacer mención también de dos equipos que han hecho una adaptación al castellano de música sagrada en fran­cés: el equipo «Hechos y Dichos», dirigido personalmente por el padre Gelineau, ha ofrecido a los pastores sus fórmulas sal-módicas adaptadas a una versión castellana, de la cual diremos algo luego; el equipo «Berit» ha adaptado muchas de las ricas melodías del padre Deiss.

La publicación de una colección general de fichas, integran­do las colecciones de los diversos centros de difusión, ha abierto la puerta a la colaboración de un más amplio sector de músicos del país.

El futuro

A partir de la promulgación de la Constitución sobre la sa­grada liturgia, se han podido hacer realizaciones en la música litúrgica con carácter definitivo, como, por ejemplo, musicando

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La música sagrada en España 301

las piezas del ordinario de la misa y algunos cantos del propio. La aceptación y permanencia de estas piezas depende de mu­chos factores y es imprevisible.

Pero diversos problemas exigen un esfuerzo común entre pastores, liturgistas y músicos, para que el camino de renovación llegue a una madurez y pueda enraizarse en el corazón mismo de las asambleas de los fieles.

Son éstos: — Adaptación de la mentalidad y esfuerzo de los músicos

eclesiásticos al espíritu conciliar. Es un problema a escala na­cional.

— Revisión de los métodos de formación musical en los cen­tros de formación de la Iglesia.

— Dada la riqueza del acervo musical del pueblo respecto al canto popular y al folklore musical, se impone un esfuerzo de introducir al pueblo en la celebración litúrgica cantada. Un es­tudio profundo de la modalidad de la música popular nos lleva­ría a constatar aspectos técnicos insospechados.

— La recitación musical del salterio en sí y como elemento esencial de los cantos de la misa. Son necesarias nuevas expe­riencias, por cuanto la adaptación de la salmodia del padre Ge-lineau, por dificultades técnicas de la versión castellana, no ha encontrado un camino fácil. Además, debido a la próxima pu­blicación por la Comisión Episcopal del salterio único, hemos de esperar nuevos ensayos en este sentido.

Por otra parte, el problema del munus ministeriale de los cantos procesionales de la misa exige un largo estudio sobre su estructura y forma musical.

— Finalmente, las fuentes de inspiración de las nuevas me­lodías nos obliga a hacer esta consideración: el músico, si bien no es claro que tenga que decir siempre cosas nuevas, sí debe decir cosas interesantes, de acuerdo con los elementos musicales que son una conquista de las nuevas corrientes técnicas, y que han penetrado en los sectores más sensibles a la renovación ar­tística.

DOMINGO COLS

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B) Á F R I C A

Sudájrica

Antes de presentar una valoración del progreso que hemos hecho y exponer el nivel general en que la música sacra se en­cuentra actualmente, consideramos oportuno aludir a los pro­blemas que nos crean la extensión de nuestro territorio nacional, su división en múltiples grupos lingüísticos y lo reducido de la población católica dentro de la población total. Esta comprende unos 835.000 africanos, que hablan seis o siete lenguas bantúes distintas; 300.000 blancos y gentes de color, que hablan inglés y africander, y pequeños grupos de indios y chinos. En total, poco más de un millón.

Desde su conversión a la fe, los africanos han cantado en sus lenguas en el estilo característico de la mayoría de los paí­ses de misión hasta tiempos muy recientes. Esto quiere decir que ordinariamente, mientras el sacerdote decía la misa en voz baja en un extremo de la iglesia, la asamblea ejecutaba un acompa­ñamiento de oraciones e himnos relacionados a veces con lo que se estaba realizando en el altar. Las melodías de los himnos que se usaban en Sud áfrica eran principalmente de origen alemán o francés, y las palabras bantúes eran adaptadas a su metro y rit­mo sin tener en cuenta las exigencias de la lengua y el estilo.

Ahora, al promoverse la auténtica participación de la asam­blea y aceptarse las lenguas vernáculas en la liturgia, se están realizando esfuerzos para proporcionar música sacra adecuada para las diversas lenguas bantúes. Recientemente se celebró una conferencia, que fue un éxito, en el Missiological Institute de Lumku, en la diócesis de Queenstown, donde una entusiasta y representativa reunión de profesores, compositores y sacerdotes estuvo orientada por dos famosas autoridades en música africa­na. Varias misas nuevas compuestas por africanos fueron some­tidas a crítica; algunas partes de ellas fueron aclamadas como contribuciones meritorias y como un importante paso en la evo­lución de la música sacra bantú.

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La música sagrada en Sudáfrica 303

Uno de los principales obstáculos para el progreso es la difi­cultad de encontrar gente que conserve una apreciación intuitiva de la lengua bantú y posea a la vez una formación musical ade­cuada para la composición. Sudáfrica ha sufrido más que cual­quier otra parte de África por obra de la occidentalización de su población indígena. Un punto importante que surgió en la conferencia de Lumku fue la necesidad de que los africanos se beneficiasen de los avances técnicos europeos, pero conservando la peculiaridad de su lengua. Y para remediar esta necesidad se propuso ayudar a los compositores africanos organizando de cuando en cuando semanas de estudio bajo la supervisión de pro­fesores competentes de Universidad. Esto será una gran ayuda para las comisiones de lenguas regionales que, en asociación con la «National Language Commission», intentan promover la música litúrgica en lengua bantú.

Por lo que se refiere a los ambientes de habla inglesa, el problema con que nos enfrentamos al introducirse la lengua ver­nácula era, naturalmente, la carencia casi absoluta de música sacra católica en inglés. Afortunademente hoy disponemos de un buen número de composiciones aceptables procedentes de otros países. No obstante, la experiencia ha demostrado que no podemos recomendar indiscriminadamente estas composicio­nes, sino que hemos de hacer una cuidadosa selección. Muchas de las producciones de este período de transición han sido es­critas en un estilo seudogregoriano que no armoniza con las lenguas modernas.

Por lo que respecta al inglés y el africander, los dos princi­pales centros implicados en la promoción de la música litúrgica son Stellenbosch, en la archidiócesis de Ciudad del Cabo, y Durban. Los padres dominicos de St. Nicholas Priory, Stellen­bosch, han preparado un libro de misa en inglés y africander con himnos adecuados y el texto de los cantos procesionales para domingos y días de fiesta.

El primer trabajo de Durban fue la publicación de una co­lección de himnos que pudieran usarse durante la misa. Dentro de un auténtico espíritu ecuménico, el libro recogía abundante material del tesoro musical de otros grupos cristianos. Más re­cientemente se ha creado una Biblioteca Católica de Música

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304 M. Kearney

Sacra como centro de publicación y distribución. Este centro se­lecciona y recomienda música de ultramar, y publica composi­ciones locales. Por lo que se refiere a las composiciones locales, se insiste en el canto responsorial. Se ha hecho un esfuerzo sin­cero para dar la importancia debida a los textos y para reflejar el espíritu y el significado de las palabras.

Con el fin de promover una participación más activa en nues­tras asambleas, nuestros coros parroquiales se reúnen periódi­camente, intercambian sus experiencias y combinan sus esfuer­zos, resultando así un gran entusiasmo por la prosecución de la búsqueda y el progreso. Estas reuniones han demostrado ser un gran estímulo, y estamos seguros de que el fruto de ellas se ha dejado sentir en la mayoría de nuestras parroquias, donde las asambleas son notablemente más conscientes de la parte que les corresponde en la liturgia. Cuando el clero se preocupa de diri­gir, el pueblo pierde gradualmente su reserva, y no tardará mu­cho en contribuir en no pequeña medida a la unidad real del culto.

Sudáfrica estuvo representada en la Conferencia Internacio­nal de Música Sacra y Liturgia, celebrada en Friburgo (Suiza) en 1965, y la experiencia ha demostrado ser extraordinariamen­te valiosa, pues nos ha hecho conocer lo realizado en países europeos que llevan ya muchos años de progreso y experiencia en este campo. Los informes sobre esta conferencia despertaron gran interés, y se está haciendo un verdadero esfuerzo para pro­porcionar a nuestras iglesias música de la mejor calidad y aco­modada a las nuevas exigencias litúrgicas.

La Comisión Nacional de Liturgia de Sudáfrica tiene su co­rrespondiente subcomité de música sacra, y es de esperar que se celebre pronto una conferencia nacional a la que sean invita­dos especialistas de música sacra de Europa para que nos co­muniquen sus experiencias y nos den información sobre las realizaciones más recientes en materia de música sacra.

La orientación que reciben en este punto los niños y jóvenes de nuestras escuelas es considerada como una contribución ver­daderamente vital, y se está haciendo un esfuerzo serio para educarlos en el espíritu de la renovación litúrgica, procurando garantizar que no les sirvan luego de obstáculo las inhibiciones

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La música sagrada en Sudájrica 305

de gran parte de nuestra generación vieja. Personal preparado en música se encarga de dar en las escuelas instrucción regular en música sacra, y creemos que no tenemos mejor garantía del éxito de nuestras futuras asambleas por lo que se refiere al can­to litúrgico.

Esta es en resumen la situación en que se encuentra esta parte nuestra del mundo; somos un país relativamente joven que no posee los siglos de tradición que tienen tras sí las naciones europeas, pero miramos al futuro con paciencia y una esperanza optimista. Afortunadamente contamos con dirigentes capaces, tanto en liturgia como en música, y estamos completamente se­guros de que nuestros humildes esfuerzos podrán mantenerse a la altura de los de otros países de recursos similares.

M. KEARNEY

C) AMERICA

1. Estados Unidos y Canadá

Hasta hace unos años, el tema de la música de la Iglesia católica era más bien tedioso en Norteamérica. La primera señal de vida nueva puede decirse que apareció en 1958 a raíz de la famosa instrucción de la Sagrada Congregación de Ritos sobre la música. Pero el cuerpo musical ha recibido un mayor torren­te de vida desde el Vaticano II y la gran Constitución sobre la liturgia.

La materia es ahora vasta e interesante, y a veces fascinan­te. No puedo comenzar a hacerle justicia en un breve artículo —estas observaciones son necesariamente esquemáticas— y ba­sado en mis propias experiencias en ciertas áreas del Canadá de habla inglesa (especialmente Toronto) y Estados Unidos.

La situación actual de la música eclesiástica denuncia gran promesa, vitalidad y excitación. Pero existen grandes áreas de imperfección. La conocida fosilización de la liturgia católica

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306 S. Somerville

hasta tiempos recientes había tenido lugar también en la músi­ca, con la consiguiente separación de la música secular. Había una explicable falta de orientación técnica y episcopal y una mentalidad que deseaba que las materias musicales quedasen reguladas de una vez para siempre mediante normas escritas. No había una cultura musical única que uniese al pueblo, com­puesto en su inmensa mayoría de inmigrantes de distinto origen étnico. Las creaciones de la música nativa parecían muy aleja­das del culto, exceptuando, naturalmente, los spirituals negros.

El gran cambio se operó en el invierno de 1964-65. A mi juicio, este cambio fue demasiado repentino. Mientras unas po­cas parroquias creadoras y otros centros habían ido elaborando formas nuevas y sanas de música sacra, a la mayoría se les dijo que a partir de cierto domingo podían (y probablemente «debían», o bien «no debían un día antes») cantar la misa en inglés y cantar himnos comunitarios en la misa rezada.

Esto pudo ser un excelente shock terapéutico; al menos pro­vocó una racha de comentarios en las conversaciones y la pren­sa. Pero no tenía en cuenta la ley del crecimiento gradual e hizo que muchos pastores y músicos se sintieran desamparados y angustiados porque era sencillamente imposible hacer algo in­mediatamente. El malestar está desapareciendo. Y, con el paso del tiempo, era alentador visitar lugares como Grailville, el cen­tro principal (Loveland, Ohío) del «Grail Movement», donde se estaba elaborando música sacra auténtica.

La restauración del canto de himnos por la congregación es ahora una característica de las iglesias católicas norteamerica­nas. A veces parece denunciar más obediencia que entusiasmo, y a veces también el repertorio es monótono. Pero colecciones de himnos publicadas recientemente compiten afanosamente para mejorar la situación. The People's Mass Book (World Li-brary of Sacred Music), Our Parish Prays and Sings (The Li-turgical Press, St. John's Abbey), The Hymnal of Christian Unity (Gregorian Institute of America), The Book of Catholic Worship (The Liturgical Conference), The English Liturgy Hymnal (F. E. L. Publications); éstos son títulos bien conoci­dos, y existen otros muchos. Hay un deseo general de libros de canto puestos al día.

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La música sagrada en América 307

Algunos de estos libros alcanzan las 800 páginas debido a un amplio relleno de textos suplementarios y ritual. A mi juicio es dudosa la conveniencia de semejante volumen, especialmente en un tiempo en que podemos toparnos con cambios drásticos a la vuelta de la esquina y cuando necesitamos insistir en el valor que en la liturgia tiene el mirar y escuchar.

Hasta hace poco era raro oír un himno «protestante» en una iglesia católica. Ahora es común encontrar una lista creciente de los mejores viejos himnos de maestros hermanos de otras de­nominaciones. A veces las palabras han sido modernizadas o cambiadas. Es alentador ver que hay un buen número de escri­tores de himnos que producen textos nuevos.

Probablemente se necesite una poda para controlar la pro­liferación de himnos nuevos. Esto es ciertamente verdad con res­pecto a las misas nuevas. Del ordinario de la misa se ha pu­blicado una serie incontable de «musicalizaciones»: trescientas no sería un cálculo exagerado. Como presidente de la Comisión de música de Toronto comencé, con un esfuerzo sincero, a va­lorarlas según iban apareciendo. Pronto tuve que dejarlo. En todo caso, el veredicto del tiempo es quizá más importante. Mi impresión fue la de una frecuente falta de equilibrio litúrgico. Muchos credos, por ejemplo, estaban escritos para coro a cua­tro voces o en una línea melódica compleja. Muchos Kynes pretendían ser una obertura.

El doctor C. Alexander Peloquin ha prestado considerable prestigio a la misa en inglés cantada mediante sus excitantes obras. Su misa para coro, asamblea, órgano e instrumentos de metal ha sido ejecutada en algunas ocasiones solemnes con auténtico éxito. Ha producido otras muchas composiciones sacras.

Se está prestando cada vez más atención a los propios de la misa. La Summit Series de la «World Library», por escrito­res contemporáneos, es un esfuerzo serio para producir arte litúrgico. Generalmente, una debilidad en el sector de los pro­pios es una fidelidad más bien rígida a los textos del misal ro­mano. En las misas rezadas es costumbre en muchas parroquias que los fieles reciten (no canten) cada palabra de estos textos fragmentarios, sin distinguir entre verso (cantor) y antífona o

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308 S. Somerville

responsorio (asamblea o coro). Incluso los editores de misaies de bolsillo o de misas en hojas sueltas que se usan comúnmente parecen ciegos al hecho de que estas partes de la misa son pie­zas cantables, y cantables en canto alternado, así como al hecho de que, en última instancia, no son adecuados para servir de cantos procesionales modernos. Mientras escribimos estamos es­perando la publicación del Gradúale Simplex, que mejorará la situación de los cantos propios. En febrero de 1966, el Consejo Nacional de Liturgia (Música) de Canadá efectuó una mejora considerable recomendando que el introito, etc., se sustituyera por un canto popular adecuado. Naturalmente no intentó autori­zar la omisión del texto del misal: simplemente señalaba que «no era necesario leerlo en voz alta».

Todos conocemos la vieja distinción entre misa «cantada» y misa «rezada». Afortunadamente, en Canadá y Estados Unidos esta distinción está desapareciendo, y las asambleas se sienten libres para cantar una parte mayor o menor de la misa según sugieren las circunstancias.

¿Qué decir del canto gregoriano? Está también definitiva­mente desapareciendo. Pero al comienzo hubo un amplio esfuer­zo para adaptarlo al inglés. Era un tanto desalentador ver edi­tores con versiones rivales. ¿Qué decir de media docena de ela­boraciones inglesas diferentes de la Misa XVI o de la Misa de Réquiem? Y en algunos sitios se están cantando todavía. Pero desde entonces han aparecido nuevos talentos creadores. De momento, los expertos nos dicen que el canto gregoriano sólo debe ser cantado con su texto latino. ¿Quiere decir esto que no será ya cantado nunca, o sólo muy poco? ¿Se puede esperar al menos que los valores y la belleza del viejo canto inspirarán a los compositores modernos?

Casi todo el mundo está interesado en los salmos. En este campo actuó como catalizador la obra del padre Gelineau, tradu­cida al inglés. El salterio común en Norteamérica es el de la versión de la Confraternity, y más bien parece que semejante versión se resiste al canto. Pero por doquier se componen sal­mos. Como era de esperar, algunos autores intentan salvar los tonos gregorianos de los salmos. El Comité Internacional para el Inglés en la Liturgia espera ofrecer un salterio definitivo en

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La música sagrada en América 309

buen inglés para uso litúrgico y musical. Esto será una auténtica bendición y animará a los compositores con la perspectiva de un mercado internacional.

Los sacerdotes de Canadá y Estados Unidos cantan ahora los prefacios en inglés. Sus traducciones son distintas, pero la música es semejante: el tono ferial tradicional. Según mis noti­cias, el abad Reimbert Weakland, osb, y otros están interesados en la prueba de tonos nuevos.

Las «Misas populares», con sus cantos de tipo popular y acompañamiento de guitarra, son ahora un fenómeno interna­cional. Pero parece que donde verdaderamente florecen es en Norteamérica. A veces han originado una controversia violenta, y las medidas represivas han originado protestas organizadas y vivas discusiones públicas. Aquí debo ser breve. Las asambleas de estudiantes en estas celebraciones parecen crear y encontrar una experiencia genuina de comunidad y Eucaristía que en otra parte muy bien podían no encontrar. Incluso los adultos asisten regularmente. Para algunos, este tipo de música puede ser una atracción pasajera. Pero no hay ninguna razón para que la mú­sica popular aplicada al culto no deba ni pueda tener calidad por sí misma, aun cuando no se trate de algo más sólido. La principal lección que pueden darnos las misas populares pro­bablemente no es tanto musical como litúrgica y comunitaria. Tales misas constituyen una saludable reacción contra la pesa­dez de muchas misas parroquiales.

He asistido a misas de éstas en el St. Michael's College, en la Universidad de Toronto 1. Vaha la pena. Han aparecido ya

1 Una de las instituciones más importantes dedicadas a la música sacra en Canadá es la «St. Michael's Cathedral Choir School». Fue fundada en Toronto, en 1937, por el que fue luego monseñor J. E. Roñan, P.A. El cen­tro cuenta con 240 estudiantes diarios desde el 3.° al 13." grado, es decir, hasta el término de la Escuela Superior y el ingreso en la Universidad. Además de un curriculum académico completo, el centro proporciona una formación básica completa en música. Todos los alumnos (de ocho a die­ciocho años de edad) reciben formación coral y cantan en uno de los cinco coros; estudian también piano, pasando gradualmente a teoría mu­sical, armonía, órgano, contrapunto y todas las materias básicas que exige el Real Conservatorio de Toronto. Muchos de los graduados han llegado a ser organistas y directores de coro en iglesias parroquiales. La escuela es filial del Pontificio Instituto de Música Sacra de Roma.

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310 S. Somerville

muchas grabaciones. La más famosa es probablemente la de Cla-rence Rivers, un sacerdote negro de Cincinnati. Su misa, ins­pirada en los spirituals, dio el impulso definitivo al movimiento de misas populares.

Ciertos músicos se lamentan de la disolución de los coros de las iglesias y de la desaparición de las obras de música sacra de los viejos maestros. A mi juicio, este lamento es un tanto desconcertante. Es cierto que el canto gregoriano y las piezas latinas en general están desapareciendo. También puede ser ver­dad que muchos buenos coros se están deshaciendo, aunque de esto poseo escasos testimonios. El hecho principal parece que el canto gregoriano y la música polifónica latina ordinariamente o eran cantados mal o eran cantados como piezas de museo, o ambas cosas a la vez. Lo primero es un mal musical; lo segun­do, un mal litúrgico. Por tanto, lejos de deplorar la situación presente, deberíamos alegrarnos de que hayan sido barridos es­torbos, de que el viñador haya podado la vid para que dé fru­to fresco.

En la Iglesia de Norteamérica hay un campo inmenso para una fecunda producción musical. Pero es evidente que los bue­nos músicos escasean todavía, y también que éstos necesitan entrar en contacto con los liturgistas. En otras palabras: se pre­cisa mucha educación. Esta tarea educadora se está llevando a cabo. Para ello contamos con una fuerte organización en la Con­ferencia Litúrgica, con sede en Washington, que celebra anual­mente una semana litúrgica en una gran ciudad, dando amplia cabida a la música. Hay también otros muchos colegios e ins­tituciones que enseñan música. Hay medios de establecer con­tacto con países como Holanda, Francia y Alemania, donde se han logrado ya resultados muy positivos que pueden aprove­charse.

Una vez más insisto en el carácter esquemático de este in­forme y lo limitado de mi experiencia en una materia tan vasta. A otros observadores norteamericanos dejo la tarea de revisar de nuevo la escena.

S. SOMERVILLE

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2. Brasil

La renovación litúrgica en el Brasil tiene hoy en su haber un gran esfuerzo para el encuadramiento de la música sacra dentro de una pastoral dinámica, conforme con los principios establecidos por el Concilio. Aunque subsisten antiguas dificul­tades, hay en todo su inmenso —casi continental— territorio síntomas de verdadera renovación. A pesar de la escasez de músicos sacros y de la falta de institutos especializados en mú­sica sacra, se registra actualmente un verdadero movimiento mu­sical, apoyado por el excelente Plan de Pastoral de Conjunto de la Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil.

Desde abril de 1962, el Plan de Emergencia de esta Confe­rencia preveía el impulso de la pastoral considerando la urgente necesidad de formar comunidades de fe, culto y caridad. Algu­nos esfuerzos aislados comenzaron a evidenciar un aprovecha­miento especial de las iniciativas musicales que surgían. Desde 1960 se había difundido con increíble facilidad la versión de varios salmos, publicados con las melodías de Gelineau, por iniciativa de la Comisión Archidiocesana de Música Sacra de Río de Janeiro. Los cursos de canto pastoral, realizados inicial-mente bajo orientación de la misma Comisión, fueron repetidos en varias de las mayores ciudades del país, facilitando la difu­sión de las primeras fichas para el canto del pueblo. Se perfila­ron entonces nuevas perspectivas, y tales iniciativas cobraron impulso con la introducción de la lengua vernácula en los actos litúrgicos y la consiguiente renovación ordenada por el Concilio. En 1965, la aprobación del Plan de Pastoral de Conjunto del episcopado procuró un campo favorable para los programas pre­conizados. Las recientes composiciones ya habían introducido el canto del pueblo como elemento esencial para la participación pretendida. Los cursos de canto pastoral habían sido muy bien recibidos por las comunidades religiosas, y hoy es una constan­te la participación cantada en los colegios, casas de formación, seminarios, etc. Tales comunidades han ejercido una influencia decisiva en las parroquias bajo el imperativo de la revisión pas-

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toral. En las grandes ciudades, de modo especial las parroquias, cuentan con la actuación de los seminaristas, que colaboran no­tablemente al incremento del canto entre los fieles.

La música para el canto del pueblo está conociendo una propagación sorprendente en los grandes centros e incluso en los rincones más alejados de las regiones misioneras. Algunas melodías, por ejemplo, han alcanzado en tres años ediciones iguales en cantidad a los más populares cánticos franceses en ocho años. Iniciadas sin pretensiones y sin recursos especiales, tales ediciones para el canto de la asamblea son consagradas por la verificación: hoy —a diferencia de los países europeos— las comunidades se renuevan con estas pocas aportaciones, de ma­nera uniforme, sin choques de mentalidad. Es claro que todavía no se poseen cánticos de gran valor, ni se puede decir que los existentes sean satisfactorios. Pero en una nación en pleno des­arrollo la música sacra no encuentra obstáculos para una verda­dera pastoral litúrgico-musical. Los pocos músicos se van cono­ciendo y participan en un gran esfuerzo de inserción en el pla­neamiento de conjunto. También la música religiosa extralitúr-gica encuentra eco positivo y constante.

Una tarea de gran responsabilidad fue encomendada a la Comisión Nacional de Música Sacra, creada en 1965 por la Conferencia Episcopal: dinamizar el proceso musical ya inicia­do y estudiar los fundamentos de una acción pastoral profunda y eficiente. Su primera iniciativa fue organizar, en julio del mis­mo año, la Primera Asamblea Nacional de Música Sacra (Va-linhos, Sao Paulo), que contó con la presencia de los músicos integrados en el movimiento de renovación de la música litúr­gica. La mayor preocupación fue estudiar los fundamentos de un posible aprovechamiento de elementos musicales de nuestra propia música brasileña, dado que ésta presenta una fabulosa riqueza. El noventa por ciento de nuestro cánticos sagrados son «importados», y aunque arraigados en el pueblo, no llegan con profundidad al alma del brasileño moderno y, más en particu­lar, de la juventud, ni reúnen los requisitos básicos de la reno­vación. En la Asamblea, el padre José Geraldo de Souza, sdb, presentó a los músicos un estudio sobre «el problema de una ex­presión musical brasileña en la liturgia».

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La música sagrada en Brasil 313

Por otra parte, procurando integrarlo en un marco de pers­pectivas pastorales, el padre José Alves de Souza, profesor de música en el Seminario de Río de Janeiro, elaboró un trabajo titulado «Programa de una pastoral litúrgica», donde analizaba las formas de composición para una activa y plena participación cantada de la asamblea.

En 1966 se celebró en Recife, estado de Pernambuco, la Se­gunda Asamblea Nacional. Se dio un paso adelante gracias al estudio conjunto sobre el tema general de «posibilidades prác­ticas para la adaptación del arte musical brasileño a la liturgia». Al certamen fueron invitados varios músicos seglares para es­tudiar, en unión de los músicos litúrgicos, las características me­lódicas, armónicas y rítmicas de las formas musicales y de los instrumentos de posible admisión en el culto litúrgico. Se pensó en la metodología y en la propia técnica musical que debería emplearse en el trabajo.

De tales iniciativas de la Comisión Nacional de Música Sa­cra surgieron ciertamente felices progresos para el futuro de nuestra música sagrada. Esta iniciativa fundamental va acom­pañado de otras no menos importantes para los tiempos veni­deros. En 1966 se fundó el Instituto Superior de Pastoral Litúr­gica por iniciativa del Secretariado Litúrgico de la Conferencia Episcopal. Este Instituto contará al principio con un Departa­mento de Música Sacra, germen de un futuro Instituto. Con la colaboración de músicos eminentes de las Comisiones regionales de música sacra se ha ampliado el número de nuevas compo­siciones. Ya han aparecido varias misas en estilo pastoral. La Comisión Nacional ha iniciado la publicación de una serie de obras básicas para la formación bibliográfica de fácil acceso en colaboración con la editorial «Vozes», de Petrópolis. Algunos servicios prestados por ella han llegado a todas las regiones del inmenso territorio brasileño, como la publicación de los textos musicales de varios autores para la Semana Santa, acompaña­dos de un disco de gran calidad.

En resumen, estimamos que el Brasil ofrece, con los ele­mentos aquí apuntados, un proceso de renovación musical. Las imperfecciones y los fallos son inevitables en todo lo que co­mienza. Pero las promesas de llegar a un trabajo mayor y más

21

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314 A. Cavalcanti de Albuquerque

profundo llenan de esperanza a nuestros músicos. Sobre todo cuando se ve que el pueblo brasileño es muy dado a la música en todas sus manifestaciones. Cantar es un imperativo del alma brasileña. Por eso el Padre Santo, durante el Concilio ecuméni­co, exhortó a los obispos brasileños a que desarrollen en el Bra­sil una acción pastoral mediante la poesía y la música, que él consideraba como cuerdas sensibles de la psicología del brasile­ño, recordándoles sobre todo que «un pueblo que canta es un pueblo que reza».

A. CAVALCANTI DE ALBUQUERQUE

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LA ADMINISTRACIÓN DEL BAUTISMO «SUB CONDITIONE»

El Derecho Canónico vigente en el catolicismo prevé, en de­terminadas circunstancias, la administración del bautismo en for­ma condicionada tanto en casos en que es administrado por primera vez como en casos en que es repetido. La necesidad del baptismus conditionatus 1, es decir, del bautismo bajo condición, se presenta siempre que existen serias dudas acerca de la capa­cidad de un hombre concreto para recibir válidamente el bautis­mo. En efecto, en tales casos, al menos según la opinión común, el sacramento administrado de modo absoluto quedaría expues­to al peligro de la frustración, lo cual iría contra la dignidad del sacramento. Por otra parte, la renuncia absoluta al mismo sería contraria a la necesidad de este sacramento para la salva­ción. Por ello, la norma del Derecho Canónico sobre el bautismo condicionado pretende ser una respuesta a un principio más ge­neral del derecho sacramentario católico, según el cual los sa­cramentos de la nueva alianza instituidos por Cristo han de ser administrados y recibidos «con sumo respeto y reverencia» 2 a causa de su especial importancia para la salvación.

Ya en concreto, el Derecho Canónico se refiere expresamen­te a la duda de si —en el nacimiento de un ser monstruoso— se trata de un hombre, o de si vive todavía en el momento del bautismo, o de si puede recibir el bautismo no sólo en la ca­beza, sino también en cualquier otro miembro; o a la duda de si, una vez llegado al uso de razón, desearía el bautismo por propia voluntad'1. Finalmente, el Derecho Canónico menciona la

' Codex Iuris Canonici (CIC), can. 763, § 1. 2 Cf. ibíd., can. 731. § 1. 1 Cf. ibíd., can. 748; 747; 746, § 3; 752, § 3.

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posibilidad de que surja la duda de si una persona —particu­larmente cuando se trata de niños expósitos 4— ha sido bautiza­da o lo ha sido válidamente5. En todos estos casos dudosos es discutible la capacidad del hombre para recibir válidamente el sacramento del bautismo y, por ello, el derecho prevé, en todos ellos, una administración del bautismo sub conditione ñ.

El bautismo bajo condición sólo cumplirá su fin de salva­guardar la dignidad del sacramento cuando no es administrado con ligereza e irreflexivamente. Esto tiene especial aplicación en la repetición condicionada del bautismo: no está permitido en modo alguno desvirtuar el carácter irrepetible del bautismo a causa de una irreflexiva repetición del mismo. El bautismo, por tanto, sólo puede ser repetido en forma condicional cuando exis­ta una duda razonable y fundada (dubium prudens) acerca del hecho o de la validez de una administración anterior del sacra­mento 7. En el caso concreto de los niños expósitos se prescribe expresamente la necesidad de eliminar antes las dudas existen­tes por medio de «diligentes indagaciones» 8. En consecuencia, F. Sola9, entre otros, afirma que una mera sospecha acerca del hecho o la validez de un bautismo anterior no justifica la repe­tición condicionada del sacramento. Añade, sin embargo, que en el caso del bautismo se requiere la existencia de una duda

4 Cf. ibíd., can. 749. 5 Cf. ibíd., can. 732, § 2. 6 El subjuntivo «conferantur», en el canon 732, § 2, implica un pre­

cepto obligatorio en relación con el bautismo, lo cual no rige respecto de la confirmación y la ordenación sagrada. Cf. K. Mórsdorf, Kirchenrecht, Paderborn, "1961, II, 22.

7 Cf. CIC, can., 732, § 2. 8 Cf. ibíd., can. 749. Un cuidadoso examen previo es exigido tam­

bién por una instrucción del Santo Oficio emanada en el año 1860, cuan­do surgen dudas acerca de la intención del sujeto: Denzinger-Schónmetzer (DS), 2838. El CIC remite, en el can. 733, § 1, al Ritual Romano, donde a la fórmula del bautismo condicional se añade la siguiente advertencia, que contiene una obligación jurídica: «Hac tamen conditionali forma non passim aut Ievíter utí Iícet, sed prudenter et ubi re díligenter pervestigata probabilis subest dubitatio...» (II, 1, 9). De modo semejante, el Catecismo romano, p. 2, De Sacr. Bapt., n. 57.

9 F. Sola, De Sacramentis Initiationis christianae: Sacrae Theologiae Summa, IV, Madrid, 41962, 170, n. 101.

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Administración del bautismo «sub conditione» 317

proporcionada a la necesidad de este sacramento para la salva­ción: no necesita, pues, ser de tanto peso como en el caso de la confirmación; basta con una duda suficientemente fundada 10.

Los casos en los que el derecho prevé la posibilidad o nece­sidad de un bautismo condicional son muy contados, máxime teniendo en cuenta que el bautismo de niños expósitos, antes tan frecuente, hoy apenas si plantea problemas. En cambio, el único caso en el que el bautismo bajo condición sigue manteniendo su importancia en la actualidad no es mencionado expresamen­te por el Código de Derecho canónico: la repetición condicio­nada del bautismo en el caso de un cristiano que pasa de una Iglesia o comunidad no católica a la plena comunión con la Igle­sia católica.

La norma válida, todavía hoy, a este respecto fue estableci­da en un decreto del Santo Oficio el 20 de noviembre de 1878 11. Según este decreto, no todo aquel que se convierte puede ser bautizado sub conditione; semejante práctica estaría en evidente contradicción con la aceptación terminante, por el Concilio Tri-dentino, del bautismo administrado rectamente por los herejes 12. Lo que se exige es más bien un análisis en cada caso particu­lar. El bautismo ha de ser repetido condicionalmente no sólo cuando exista una duda fundada (probabile dubium), sino tam­bién cuando las indagaciones realizadas, en un caso concreto, no permitan deducir una conclusión en favor o en contra de la validez del primer bautismo. El decreto no llega a adoptar la actitud rigorista que encontramos en un estatuto sinodal de la diócesis de Paderborn, del año 1867, según el cual, habida cuenta de la actual situación, ha de presumirse la invalidez del bautismo administrado fuera de la Iglesia católica l s . No obs­tante, legitima una actitud de duda general acerca de la validez del bautismo conferido fuera de la Iglesia católica al permitir,

10 Cf. ibíd. 11 DS, 3128. 12 Sesión VIT, Decr. de sacramentis, Cañones de sacramento baptismi,

can. 4: «Si quis dixerit, baptismum, qui etiam datur ab haereticis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti, cum intentione faciendi quod facit Eccle-sia, non esse verum baptismum, anathema sit» (DS, 1617).

13 «Archiv f. Kath. Kirchenrecht», 20 (1868), 357.

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318 R. Kósters i en cada caso individual, una repetición condicionada: el decie-to no prejuzga la validez ni la invalidez de tales bautismos; sí, en cambio, su validez dudosa. Hemos de conceder que la obli­gación, inculcada por el decreto, de examinar cada caso aisla­do ha sido ignorada, por lo general, hasta el presente, o a lo más ha sido observada poco cuidadosamente. K. Mórsdorf se­ñala como «la práctica más corriente hasta hoy» la repetición condicionada del bautismo en los casos de conversión 14.

La duda acerca de la validez del bautismo administrado fue­ra de la Iglesia católica —que presume, para la mayoría de los casos, la norma dada por el decreto de 1878—•, y más aún la praxis, muy extendida, de bautizar condicionalmente a los con­vertidos, desatendiendo el deber de examinar cada caso concre­to, son consideradas por parte evangélica como un escándalo en el terreno ecuménico. En unas breves declaraciones de la Asociación de Iglesias evangélico-luteranas de Alemania (VELKD) se afirma a este respecto: «La Iglesia evangélica se manifiesta contraria al hecho de que la Iglesia católico-romana no estima en su verdadero valor el bautismo evangélico, que, según las ordenaciones de todas las Iglesias evangélicas, es ad­ministrado con agua en el nombre de Dios trino. Esta práctica católica es tanto más discutible cuanto que es un principio co­mún a todos los cristianos, reconocido también ya desde anti­guo por la Iglesia católico-romana, que el bautismo administra­do rectamente fuera del ámbito de la Iglesia católica haya de ser considerado como bautismo válido» 15. El poner en duda, ya en la teoría, ya en la práctica, la validez del bautismo admi­nistrado fuera de la Iglesia despierta en el campo evangélico una gran irritación, sobre todo desde el momento en que el Con­cilio Vaticano II ha subrayado con especial énfasis la importan­cia ecuménica del bautismo 1G.

Entre tanto se ha iniciado ya el diálogo ecuménico acerca de la teoría y la práctica en la administración del bautismo sub

14 K. Mórsdorf, art. Taufe (VI. Kirchenrechtlich), en Lex. Theol. u. Kirche, aIX, 1320-1322; 1321.

15 Boletín Oficial del VELKD, I, núm. 9, del 10 de noviembre de 1957. 16 Cf. Constitución sobre la Iglesia, arts. 14 y 15; además, el decreto

de Ecumenismo, arts. 3 y 22.

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Administración del bautismo «sub conditione» 319

conditione. El primer impulso para este diálogo proviene de la obra de H. Asmussen Cinco preguntas a la Iglesia católica 17. Asmussen rechaza la práctica abusiva del bautismo condicional en las conversiones a la Iglesia católica. Este problema es dis­tinto de otra cuestión planteada entre las confesiones y que es objeto de controversia: la legitimidad, por principio, del bau­tismo condicionado. A este problema nos referiremos a conti­nuación.

«El bautismo condicionado o eventual y el problema de su legitimidad en la Iglesia luterana» ha sido objeto de una pro­funda investigación, hace algunos años, por parte de F. Lau 1S. El origen del estudio de Lau hay que buscarlo en el trabajo realizado por el departamento de sectas del VELKD, donde se planteó la posibilidad de no reconocer como cristiano el bautis­mo de determinados grupos o sectas (p. ej., el de la «Comuni­dad cristiana»). Entonces se presentó el problema de si el bau­tismo condicionado no permitiría sortear las dificultades que pu­diera plantear una decisión a este respecto obligatoria para to­dos. Lau trata de estudiar, en su investigación, la posibilidad del bautismo condicionado a partir de la teología reformada y de la inteligencia que la Reforma tiene de la Escritura 19. Lau llega a una conclusión negativa. Apoya su reflexión sistemática con datos históricos referentes a la actuación de la Iglesia en la Antigüedad y en la primera Edad Media ante ciertos casos de bautismo dudoso. Estos datos permiten reconocer una prehis­toria del bautismo condicionado entre el 800 y el 1200; sin em­bargo, afirma Lau, esta prehistoria apenas ha dejado escasos ves­tigios. Sólo nos son conocidos dos testimonios del siglo ix. Lau hace especial hincapié sobre el hecho de que el decreto de Gra­ciano —contra lo que aparece en algunas citas falsas por parte de algunas obras católicas— desconoce el bautismo condicional.

17 H. Asmussen, Funf Fragen an die katholische Kirche, «Una Sanc-ta», 11 (1956), 127s. Estas preguntas han sido repetidas, pero esta vez te­niendo en cuenta las respuestas presentadas en Die Katholizitat der Kir­che, editado por H. Asmussen y W. Stahlin, Stuttgart, 1958, 375s.

18 F. Lau, Die Konditional- oder Eventualtaufe und die Frage nach ihrem Recht in der lutherischen Kirche, «Luther-Jahrbuch», 25 (1958), 110-140.

19 Ibíd., 112s.

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320 R. Kosters

Según Lau, W. Jetter no tiene toda la razón al afirmar, respec­to de Graciano, que «el bautismo condicionado no había sido todavía inventado» 20; sin embargo, «se puede afirmar con gran certeza que la Iglesia medieval no había conocido el bautismo condicionado hasta el año 1200 aproximadamente, sino que —siguiendo las tradiciones de los Padres y las disposiciones de la Iglesia antigua— ha considerado siempre como inexistente un bautismo realizado casualmente y del que no existen pruebas seguras: en tales casos el bautismo era administrado sin condi­ciones ni reservas»21. Sólo después del Papa Alejandro III, y sobre todo debido a la autoridad de Santo Tomás de Aquino, llegó a imponerse en la Iglesia el bautismo condicional: en ello influyó grandemente, entre otros motivos, la doctrina del carác­ter indeleble 22.

A continuación, Lau estudia detalladamente la postura nega­tiva de Lutero, que pretende ver excluido de la Iglesia todo bau­tismo condicionado porque éste nada pone, nada niega, nada afirma, nada da y nada quita23. Lutero señala la importancia de que pueda ser presentada ante la Iglesia una piueba segura del bautismo y de que ella misma pueda atestiguar también con seguridad un bautismo determinado; un bautismo incógnito no es verdadero bautismo para la Iglesia 21.

En opinión de Lau, hay que atenerse a la decisión de Lutero, porque está basada en una concepción profundamente evangé­lica acerca de la objetividad del bautismo, según la cual éste únicamente se da «cuando el perdón de mis pecados me es impu­tado inviolablemente por el mismo Dios, en el bautismo, ante los ojos de la comunidad». Por el contrario, el bautismo condi­cionado ha aparecido en la Iglesia «como expresión del concep­to de un character indelebüis conferido por el bautismo, impre-

20 W. Jetfer, Die Taufe beim ¡ungen Lulher, Tubinga. 1954. 36, nota 2. 21 F. Lau, op. cit., 119ss. 23 Ibíd., 121s. 23 En una carta del 12 de mayo de 1531 escribía Lutero a W. Linck:

«... baptismum conditionaiem simpliciter esse tollendum... Et ratio nostra haec est quod conditionalis nihil ponit ñeque negat ñeque affirmat ñeque dat ñeque tollit...». Cf. la documentación y explicación en F. Lau, op. cit., 126ss.

34 Ibíd.

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Administración del bautismo «sub conditione» 321

so en el hombre ex opere operato e independientemente de la fe, y que actúa de un modo objetivo» 2'°. Desde este punto de vista, Lau se opone también a J. H6fling2S, quien, como único teólo­go de rango en el ámbito evangélico —si prescindimos de la Iglesia anglicana, que practica todavía hoy el bautismo condi­cionado 27—, defiende expresamente el retorno a la práctica bau­tismal católica28.

Por parte católica, A. Hollerbach ha mostrado su disconfor­midad con Lau2 9 . Hace notar que el bautismo condicional apa­rece ya en testimonios muy anteriores, de fines del siglo iv y de comienzos del vi. Por medio de ulteriores datos y reflexiones, Hollerbach demuestra que el bautismo condicional puede ser considerado absolutamente como una «institución de la anti­gua Iglesia» y, en todo caso, sus raíces se sitúan mucho más cerca de la norma original de las ordenaciones eclesiásticas que lo que cabía suponer hasta ahora30. Hollerbach demuestra, so­bre todo, que los testimonios de la antigüedad cristiana hasía Graciano no consideran en absoluto «inútil» el bautismo dudoso anterior31. En su estudio sistemático del problema impugna la teoría de una vinculación demasiado estrecha de la doctrina del carácter sacramental de la alta escolástica con la doctrina del bautismo condicionado: los datos históricos hablan en contra, así como el hecho de que la Iglesia oriental, aunque rechace la doctrina del character indelebilis, haya practicado y siga prac­ticando en la actualidad el bautismo condicional32. Por otra parte, Hollerbach sospecha que el concepto que Lau posee de la doctrina católica sobre el character indelebilis es muy deficiente; en este sentido remite a Lau a la definición de

25 íbíd., 136. 26 J. Hófling, Das Sakrament der Taufe nebst den anderen damit zu-

sammenhángenden Akten der Initiation, 1846. 27 Cf. F. Lau, op. cit., 124, nota 46. 28 Cf. ibíd., 138s. 29 A. Hollerbach, Zur Problematik der bedingten Taufe, Existenz und

Ordnung: Festschrift für E. Wolf, Francfort, 1962, 122-154. 30 Ibíd., 126-130. 31 Ibíd., 130, 142. 32 Ibíd., 140s; 127.

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322 R. Kósters /

K. Rahner33, y afirma que la doctrina del carácter sacramental rectamente entendida apenas contradice al concepto que la Re­forma tiene de la objetividad del bautismo34. Finalmente es de suma importancia la advertencia de Hollerbach: la condición añadida a la fórmula bautismal no constituye una «auténtica» condición, sino que encierra el significado de una constatación declaratoria y, de por sí, podría también estar ausente; se sitúa, pues, muy cerca de la «exhortación a bautizarse» 33 recomenda­da también, en el caso paralelo, por la Comisión teológica del VELKD.

Resumamos brevemente el resultado de las discusiones acer­ca del recto uso del bautismo condicional en las conversiones. El material histórico referente a la teoría y a la práctica en este sentido, desde el Concilio de Trento, se contiene en una mono­grafía ya antigua, pero todavía no superada, cuyo autor es R. Stehfen36.

F. Thijssen, en contra de Asmussen, echa de menos en la doctrina del bautismo el tema de la intención necesaria37. En el campo evangélico, la atención no se dirige a la intención de hacer al menos lo que la Iglesia hace; por eso el sector católico presume «la presencia de un peligro real: el que no se bautice como bautiza la Iglesia». Thijssen opina que no es fácil hacer desaparecer este prejuicio. No obstante, es desacertado, según él, descuidar en un caso concreto el necesario examen, que bro­ta de esta presunción, sustituyéndolo por una repetición indis­criminada del bautismo sub conditione ss.

33 K. Rahner, Kirche und Sakramente (Quaestiones disputatae, 10). Friburgo, 1960, 79: «El carácter sacramental, por su contenido, representa la incorporación del bautizado a la Iglesia; exigencia que permanece siem­pre y que se verifica por medio de un acontecimiento sacramental his­tórico.»

34 A. Hollerbach, op. cit., 141. 35 Ibíd., 140. 36 R. Stehfen, Die Wiedertaufe in Theorie und Praxis der rómisch-

katholischen Kirche seit dem tridentinischen Konzil, Marburgo, 1908. 37 F. Thijssen, Sakrament und Am'i bei den nichtkantholischen Chri-

sten. Versuch einer Antwort auf die fünf Fragen von D. Hans Asmussen, «Una Sancta», 14 (1959), 82-108, sobre todo 87-94.

38 Ib id., 94.

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Administración del bautismo «sub conditione» 323

A. Hollerbach no comparte la opinión de Thijssen acerca de la intención39. En apoyo de su sentencia, Hollerbach cita acer­tadamente un trabajo de S. Tromp4 0 . Faltas aisladas contra la forma (Controversia bautismal de Bremen — bautismo de los «Deutsche Christen» o «Cristianos Alemanes») y contra la ma­teria (bautismo por aspersión, hoy generalmente rechazado) no justifican una desconfianza general. Por eso, según Hollerbach, hay que presumir como válido el bautismo administrado en las iglesias evangélicas: «El bautismo de agua administrado en nom­bre de la Trinidad en una de las comunidades eclesiales que se han comprometido en el campo ecuménico debería tener a su favor la presunción jurídica de la validez mientras no se de­muestre lo contrario» 41. Hollerbach supera así conscientemente la norma establecida en el decreto del Santo Oficio del año 1878 "2.

F. Haarsma llega a una conclusión parecida, independiente­mente de Hollerbach i3. Este dictamen es tanto más importante cuanto que sintetiza las reflexiones que acerca del problema de la validez del bautismo han formulado los profesores E. Schille-beeckx, F. Thijssen y F. Haarsma bajo la dirección del profesor J. Wetermann44. F. Haarsma rechaza sobre todo «cierto fisi-cismo y un escrupuloso tuciorismo en la doctrina de los sacra­mentos» 45. Según él, la presentación de un certificado de bau­tismo extendido por una de las principales comunidades protes­tantes de Holanda (enumeradas por él concretamente) bastaría para garantizar la necesaria certeza.

Lo mismo cabría decir, según un breve trabajo de E. Stake-

39 Cf. A. Hollerbach, op. cit., 147s. 40 S. Tromp, SC Concilii die 19 iunii 1570 de baptismo Calvinistarum

seu de intenüone ministri, «Divinitas», 3 (1959), 16-42. 41 A. Hollerbach, op. cit., 151; cf. 146s. 42 Cf. ibíd., 150. 43 F. Haarsma, Die Gültigkeit der Taufe in nicht-katholischen Kirchen,

«Una Sancta», 17 (1962), 181-187. Es traducción del original holandés: De geldigheid van de doop in niet-katholieke kerken, «Tijdschrift Theol.», 2 (1961), 171-177.

44 Ibíd., 181, nota 1; 172, nota 3. 15 Ibíd., 186; cf. 187.

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324 R. Kósíers

meier en torno al tema del bautismo condicionado 46, de las co­munidades agregadas a la Iglesia evangélica de Alemania: «Pue­de afirmarse, en general, que las ordenaciones bautismales son terminantes y que, además, las cabezas rectoras de las Iglesias se preocupan de que se lleven a la práctica, tanto por medio de la formación de sus candidatos como también con motivo de las visitas pastorales» 47. Podría constituir una importante tarea ecuménica el posibilitar, a través de negociaciones directas con todas las Iglesias y comunidades evangélicas que hagan al caso, un reconocimiento general del bautismo administrado por ellas. Esto supuesto, el deber de examinar cada caso individual (por ejemplo, en las conversiones) podría reducirse a exigir la presentación de un certificado de bautismo extendido por la Iglesia correspondiente.

R. KÓSTERS

16 E. Stakemeier, Zum ókumenischen Gesprách über dte bedmgte Taufe (Agencia católica de noticias), «Konzil-Kirche-Welt», 8/9 (1966), 8-12.

" Ibíd., 10.

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Documentación Concilium *

EVANGELIZARON Y CATECUMENADO EN LA IGLESIA MUNDIAL

INTRODUCCIÓN

Una simple ojeada sobre la documentación que ofrecemos basta para mostrar que no tiene la pretensión de ser completa, ni siquiera aproximadamente, desde el punto de vista geográfi­co: no se ofrece información más que sobre algunos países. Se comprende que no sean mencionadas Holanda y Alemania, ya que los colaboradores de estos países han tomado a su cargo diferentes contribuciones a este número y, por tanto, han ofre­cido en ellas un esbozo del estado de cosas en los mismos. La ausencia de Estados Unidos y Polonia, por ejemplo, donde, como en Francia, la situación ha evolucionado en lo que se refiere a la evangelización y al catecumenado, sería imperdona­ble si no se tratase más de un sondeo que de describir la tota­lidad geográfica en los distintos países en que la Iglesia está pre­sente.

Sin embargo, este sondeo no es arbitrario. De los siete países mencionados, tres corresponden a la vieja tierra materna del cris­tianismo: Francia, España y América del Sur, que pertenece al mismo tipo de cristianismo que España y Portugal. Otros tres se refieren a una cristiandad relativamente joven: África, For-mosa y Vietnam. En el primer grupo, el cristianismo está estre­chamente implicado en la cultura de estos países; en el segundo,

* Bajo la responsabilidad del Secretariado General.

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326 M. Vanhengel

la evangelización se ha encontrado frente a una cultura existen­te, con la que era preciso intentar entenderse. Cabría considerar al Japón como un puente entre la antigua cristiandad y la nue­va, ese Japón actual que ha adoptado de Occidente otros ele­mentos que el cristianismo.

Es, sin embargo, curioso constatar una cierta armonía, en lo que se refiere a la evangelización y al catecumenado, en estas tres culturas de tipo diferente.

Aparece por todas partes la necesidad de una renovación del catecumenado, cualquiera que sea la forma de considerar su realización concreta, de la misma manera que aparece la nece­sidad de una confrontación personal del candidato al bautismo con todo el contenido del Evangelio. Puede decirse de manera general que, en otro tiempo, el bautismo precedía al conjunto de la iniciación cristiana (basta pensar, por ejemplo, en la práctica del bautismo de los niños). El bautismo era administrado des­pués de haber puesto al candidato al corriente de la doctrina de la Iglesia de forma bastante uniforme, como era uniforme el rito del bautismo, que se presentaba siempre bajo la misma for­ma invariable. La razón de esta situación estaba en que se apre­ciaba unilateralmente la fuerza salvífica que emanaba del bau­tismo, y el Evangelio era reducido a un visión de conjunto de la doctrina de la Iglesia en forma de preguntas y respuestas. En la práctica actual se va manifestando una armonización cada vez mayor del bautismo con la catequesis y el deseo de adaptar la evangelización a las edades y culturas diferentes para ha­cer justicia a la Buena Nueva, en cuanto realidad que abarca la vida entera del catecúmeno. Son las mismas tendencias que aparecen tratadas de forma temática en las demás contribucio­nes de este número, y que de esta forma ganan actualidad gra­cias a la información concreta que aporta este sondeo en la Igle­sia mundial.

M. VANHENGEL, OP

J. PEIERS, OCD

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A ) E U R O P A

1. Francia

«Podría ocurrir que, como consecuencia de la apostasía tan frecuente de los cristianos de nuestros días, la Iglesia llegase a reservar el bautismo a los niños cuya familia verdaderamente cristiana ofreciese garantías serias de una educación religiosa, mientras para los demás adoptara de nuevo el bautismo de adultos, devolviendo así a este sacramento toda su significación para los que lo recibieran a una edad de uso de razón» 1.

Fue un monje, Dom Cabrol, quien escribió estas líneas en 1906, anunciando así la puesta en marcha del catecumenado en Francia.

En efecto, el nacimiento de la institución del catecumenado se debió a la convergencia de varios factores: los estudios his­tóricos sobre el catecumenado, el redescubrimiento de la con­versión en los adultos, la voluntad de diálogo con los no cris­tianos, la preocupación misionera de encontrar a los hombres en su propia vida y, por último, el deseo de ligar el bautismo personal con la promoción colectiva. Los historiadores y los teólogos se encontraron de esta forma con los pastores en el terreno de la práctica pastoral.

Intentemos describir brevemente esta historia para mostrar después cómo se manifiesta la institución catecumenal en el seno de la pastoral dentro de la misión de la Iglesia de Francia y con­cluir evocando algunos problemas actuales.

Hacia un catecumenado organizado

En Francia, que era por definición un país cristiano, no se había imaginado que personas adultas pudieran, de buena fe, ser no creyentes, y no se tenía, por tanto, la preocupación de pres­tar atención a la conversión de los hombres que se presentaban

1 F. Cabrol, Les origines liturgiques, París, 1906, 168.

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a recibir el bautismo. Por más significativa que fuese la con­versión, se temía que, si se le daba demasiado valor, se haría creer que Francia ya no era cristiana y que la Iglesia estaba perdiendo terreno. Por eso, toda la preparación al bautismo y la celebración del mismo se realizaba en un clima de extrema discreción. Era siempre una especie de recuperación. Por otra parte, se pensaba que, en general, una vez bautizados, los adul­tos se harían, naturalmente, cristianos, ya que tal era su deseo.

Un elemento inesperado debía sacudir esta perspectiva. En efecto, varias conversiones llamaron vivamente la atención. Así, la conversión del nieto de Renán, Ernest Psichari (1912), que para muchos pertenecía al «clan de los malos». Es verdad que la atención que se les prestaba tenía mucho de común con la que se presta a las vedettes. Pero, poco a poco, iban viniendo a la Iglesia gentes procedentes de distintos ambientes y cuya actitud parecía leal.

A partir de 1930 se observa una gran corriente misionera en toda Francia; el slogan es: «Hay que hacer de nuevo cristianos a nuestros hermanos» 2. Si este slogan contenía una idea de conquista, contenía también el deseo de salir al encuentro de la gran masa lentamente y por etapas, evitando lo que se llamaba «pesca de caña», es decir, la conversión de un adulto aislado y que, al convertirse, rompía con su ambiente. De esta forma se manifestaba cada vez más clara la preocupación de poner en marcha todo un ambiente a partir de un adulto que tomaba conciencia de su fe y se ligaba a Cristo. En el impresionante libro de Godin France, pays de Mission, libro que ha ejercido durante los últimos veinte años una influencia misionera consi­derable, aparece varias veces la idea e incluso la palabra catecu-menado3.

2 Nacimiento de la J. O. C. Un cántico muy conocido decía:

«Hay que hacer de nuevo cristianos a nuestros hermanos. »Lo juramos, por Jesucristo, »Les llevaremos la luz »Y la llama en la que ardemos.»

3 H. Godin y Y. Daniel, France, pays de Mission (Rencontres, 12), Lyon, 1943.

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Evangelizarían y catecumenado en Francia 329

Hay, sin embargo, que esperar los años 1950-1952 para que aparezcan oficialmente tomas de conciencia suficientemente cla­ras y se inicien esfuerzos precisos orientados a acoger a los adul­tos que pedían el bautismo. El primer decreto restableciendo la institución del catecumenado 4 apareció en Lyon, y fue obra de su cardenal. Pero la idea quedaba así lanzada, y muy pronto se fueron reagrupando en París los esfuerzos dispersos, y en París, como en otras diócesis, fueron nombrados responsables dioce­sanos a este efecto.

Un decreto de la Congregación de Ritos de 16 de abril de 1962 lleva a la mayor parte de los obispos a instituir el ca­tecumenado, adelantándose a las decisiones del Concilio 5. Las expresiones que utilizan en sus decretos 6, tales como «respon­sables de la celebración del bautismo de los adultos y preocu­pados de velar por la preparación de todo adulto catecúmeno a los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confir­mación, eucaristía) conforme a la tradición de la Iglesia», ex­presan la toma de conciencia que habían realizado; pero, entre tanto, los responsables diocesanos se conocen ya y trabajan jun­tos en las regiones apostólicas constituidas por los obispos 7. La Comisión Episcopal de Enseñanza Religiosa, encargada de pro­mover la pastoral catecumenal, crea en 1964 un servicio nacio­nal para coordinar la investigación pastoral y animarla, ponién­dola en relación con todas las demás fuerzas vivas 8.

4 Decreto aparecido en la Semana Religiosa, de Lyón, 6 de noviembre de 1953. El abbé Cellier es nombrado Responsable diocesano.

5 Decreto sobre la Responsabilidad Pastoral de los Obispos. 6 Este decreto-tipo, cuyas primeras palabras hemos citado, fue pro­

puesto a los obispos por las comisiones episcopales de Liturgia y de En­señanza Religiosa.

7 Hay que señalar la publicación de un número especial, dedicado a los problemas del catecumenado, de la revista Catéchése, cuyo redactor es el abbé Coudreau, uno de los principales artífices del esfuerzo cate­cumenal en Francia y responsable diocesano de París.

8 El Servicio Nacional, dependiente directamente de la Comisión epis­copal encargada de promover la pastoral catecumenal, tiene su Secreta­riado en 37, rué Linné, París-5e. Posee un servicio de documentos, un boletín trimestral de información y de reflexión, y fichas de información destinadas a los religiosos.

22

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Cómo se manifiesta actualmente la institución catecumenal dentro de la pastoral

Podemos intentar establecer el balance de esta institución considerando los esfuerzos emprendidos y señalando su influen­cia dentro de la Iglesia.

Los esfuerzos del catecumenado.—Se agrupan en torno a tres ejes: la revalorización de los padrinos, la catequesis, la liturgia.

El esfuerzo para revalorizar las institución de los padrinos.— Es en este punto donde el esfuerzo del catecumenado en­cuentra las mayores dificultades. Desde el comienzo se vio clara­mente que a los catecúmenos les sería muy difícil apoyarse durante su proceso de conversión en otros cristianos. Los partici­pantes en la Sesión Nacional de Blois de 1962, cuando comen­zaba a organizarse en el conjunto de las diócesis un esfuerzo catecumenal serio, constataron un nivel de perseveración bas­tante bajo 9.

A partir de esta severa constatación se reconsideró el pro­blema de la acogida y se sometió a revisión la duración de un catecumenado auténtico. Muy pronto se vio que los padrinos constituían la clave, o, al menos, una de las claves, del éxito.

En seguida se cayó en la cuenta de que no bastaba atribuir a cada catecúmeno su padrino; y se trató de encontrar en el ambiente del catecúmeno las personas que pudieran ayudarle un poco en su proceso; se buscaron los lazos naturales necesarios para que la conversión arraigase en un ambiente; en una pala­bra: se acentuó el aspecto colectivo del padrinazgo mucho más que su aspecto individual. Esta toma de conciencia de un es­fuerzo considerable y fecundo permitió ver aumentar el nivel de perseverancia 10.

La institución de los padrinos iba a precisarse poco a poco

9 En las condiciones del momento —habida cuenta de las dificultades de apreciación— se había adelantado la cifra del 20 por 100 de perseve­rantes, como para los niños.

10 Algunos sondeos recientes permiten comprobar que el nivel de per­severancia alcanza el 80 por 100.

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Evangelizarían y catecumenado en Francia 331

en el pensamiento de los responsables. La Sesión Nacional de 1964 dio ocasión a una reflexión más profunda en esta cuestión. La conversión no aparecía solamente como un fenómeno indi­vidual, sino como el crecimiento dentro de un ambiente, de un pueblo que es la Iglesia, de una gracia que el Espíritu Santo ha concedido fuera de la Iglesia. Los responsables encontraban en su propia experiencia lo que Dujarier X1 había demostrado como vivido en los primeros siglos y los textos conciliares nos dirían después 12: «Toda la Iglesia debe ejercer la función de padri­no.» Y a ese ambiente convertido en padrino le corresponde, naturalmente, despertar las conversiones.

La institución de los padrinos es, pues, la primera preocu­pación cuando se trata de acoger a adultos que piden el bau­tismo sin estar interiormente convertidos, como ocurre en mu­chos casos. Un número considerable de posibles catecúmenos vienen a la iglesia con ocasión de su matrimonio, pero piden el sacramento sin la fe. Este período no pertenece, pues, estricta­mente hablando, al catecumenado, que en ese caso interviene sólo en plan de suplencia. A este respecto, señalaremos al final de este artículo una dificultad actual.

Numerosos catequistas

La catcquesis fue una preocupación constante en el catecu­menado. Para muchos, el problema de la preparación de los adultos a los sacramentos de la iniciación cristiana debía resol­verse por medio de una instrucción adaptada; por esta razón, la Comisión Episcopal para la Enseñanza Religiosa y el Centro Nacional de la Enseñanza Religiosa crearon ya en 1956 una subcomisión para la catequesis de los catecúmenos adultos, en la cual se reunieron teólogos, catequistas 13, pastores y miembros del Instituto Superior de Pastoral Catequística. Se emprendió

11 P. Dujarier, Le parrainage des adultes aux trois premien siécles, París, Les Ed. du Cerf.

13 Por ejemplo, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, 14. 13 Citemos los nombres del padre Liégé, de monseñor H. Denis (teó­

logos y de los ahbés Saudreau, Coudreau, Cellier.

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la tarea de formar catequistas para hacer frente a las necesida­des, ya que los catecúmenos eran relativamente numerosos en relación con los sacerdotes de que se disponía. Las religiosas, cuya influencia en el desarrollo del catecumenado en Francia hay que subrayar, se mostraron muy activas. Numerosos laicos se interesaron también por el problema.

En las grandes ciudades, un conjunto de clases dadas por la noche " , a modo de pequeña universidad, suscitó un interés in­menso. De esta forma, en la región de París millares de perso­nas recibieron una formación catequética. Pero, además de este resultado ya apreciable, surgió una verdadera efervescencia de cuestiones, una verdadera investigación, tanto por parte de los alumnos como por parte de los profesores. Las clases, como los equipos de catequistas, tendían a constituirse en verdaderos medios de reflexión, en una especie de taller casi permanente. Al ofrecerse como catequistas, algunos cristianos generosos pen­saban ser útiles, al mismo tiempo que esperaban una formación personal. Se convertían en hombres y mujeres más sensibles a la búsqueda de sus hermanos, más atentos al diálogo y a su contenido y trabajaban por sensibilizar igualmente la parte de Iglesia en la que vivían. La formación de los catequistas es más fácil en la ciudad que en el ambiente rural. Es indudable que otros sacerdotes, religiosos y laicos engrosarían el número de los catequistas de adultos si tuviésemos tiempo y medios para for­marlos.

Poco a poco cada catequista llega a descubrir el doble pro­blema que la Iglesia debe resolver: cómo abordar el diálogo sobre Dios y cómo dar a la fe su forma adulta en una cultura determinada. Esos cursos abrían una nueva orientación de teo­logía pastoral. Se trataba, en efecto, de ilustrar, primero, la fe naciente, pero también de alimentar esa fe que crece para darle una estructura intelectual suficiente para la vida adulta. La in­vestigación se realiza en todos los niveles en estrecho contacto con las investigaciones de la catequesis de adultos y bajo la res­ponsabilidad de los que están encargados de ella por el episco-

14 Algunas clases, como las del abbé Coudreau, tienen una resonancia considerable y han sido editadas notas de las mismas.

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Evangelizarían y catecumenado en Francia 333

pado. Igualmente, los responsables de la catequesis en todos los niveles deben sentirse responsables de la catequesis de los cate­cúmenos y, por tanto, de la formación de los catequistas. La catequesis de los adultos comienza a tomar, en la opinión de los obispos y de los sacerdotes, una importancia que no había te­nido hasta ahora 1S.

La liturgia catecumenal

El decreto de la Congregación de Ritos abrió una perspec­tiva nueva a la liturgia 16. Algunos obispos, a título experimen­tal, venían acogiendo ya a los catecúmenos a través de etapas sucesivas. En estas experiencias marcaban concretamente: 1) el rito de entrada al catecumenado, que abría el período más o menos largo del mismo; 2) el tiempo de la preparación última al bautismo. Cada uno de estos períodos iba precedido de una elección, que guardaba relación con la liturgia. El lugar de la liturgia en el esfuerzo catecumenal no siempre fue observado por el conjunto de los que conducían a los adultos al bautismo. Los ritos parecían más bien ser una ilustración de la catequesis que una intervención de Dios en la vida de los hombres. Sin embargo, cierto número de catecumenados 17 profundizaron su investigación en torno a la liturgia, a la cual situaban más ade­cuadamente en el conjunto de la preparación catecumenal y ex­perimentaban seriamente la celebración de la palabra y los ritos de la iniciación cristiana, demostrando así que la liturgia está realmente en el centro del catecumenado y que es el encuentro de Dios y el hombre. La revalorización de la celebración de la palabra en el catecumenado reforzó, al mismo tiempo, los es­fuerzos de la reforma litúrgica.

Actualmente, el rito de entrada es considerado como el rito de la conversión inicial y de la entrada efectiva en la Iglesia,

15 El Servicio Nacional edita los documentos. 16 Abbé Chavasse, en Problémes de Catéchuménat, 87-101. 17 Número especial de «Maison-Dieu», núm. 71: Catéchuménat et Li­

tar gie, y de «Paroise et Liturgie», 1 enero 1963: Le Nouveau Rituel du Baptéme, por A. Laurentin; Coudreau y Feder, Rituel du Baptéme, Pa­rís, Ed. Mame.

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iniciando el período catecumenal propiamente dicho, en el que se realiza experimentalmente la maduración de la fe. Este perío­do, cada vez más importante, va siendo lo suficientemente largo para que la iniciación en la vida cristiana se realice con las ma­yores probabilidades de perseverancia. Cuando se acerca la Cua­resma y los catecúmenos lo desean vivamente y son declarados aptos, tiene lugar el gran retiro bautismal. Con frecuencia, al principio de la Cuaresma, el obispo 1S, manifestando así su res­ponsabilidad, convoca a los futuros bautizados para comenzar esta última preparación; y esos «elegidos de Dios» que son los catecúmenos llegarán a la Noche Pascual a través de los ritos que señalan la intervención de la Iglesia (escrutinios y tradi­ciones).

A lo largo de toda esta marcha hacia el bautismo, el cate-cumenado intenta plantear en un marco restringido varios pro­blemas cruciales, de los que conviene hacer alguna observación. Asistimos a una especie de crisis del rito, provocada, en parte, por el catecumenado. Varios ritos suscitan dificultades reales; pero más allá de esas dificultades se plantea el problema más profundo de la actitud de nuestros contemporáneos frente a nuestros ritos en general. El catecumenado es un medio privi­legiado compuesto de hombres nuevos y creyentes que pueden ser sensibilizados a este problema.

influencia del catecumenado en la Iglesia

Todos estos esfuerzos en el terreno de la catequesis, de la liturgia, de la revalorización de la misión de los padrinos, han repercutido, naturalmente, en la vida misma de la Iglesia. El ca­tecumenado fue acogido como la respuesta de la Iglesia a los adultos que buscaban el diálogo con vistas a la recepción del bautismo o a la entrada en la vida eucarística. Los elementos de la iniciación cristiana, que el responsable diocesano tenía la misión de establecer, fueron aceptados por muchos y, en par-

18 En provincias, el obispo participa, a menudo, en la liturgia catecu­menal. En París reúne, una vez por año, a todos los calecúmenos que comienzan el retiro bautismal.

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i Evangelizarían y catecumenado en Francia 335

ticular, la necesidad de la conversión y el factor tiempo. Se acep­tó, además, la colaboración de los laicos, no porque pudieran ser útiles, sino porque poco a poco se llegó a la convicción de que toda la Iglesia debía acoger a los catecúmenos. Los laicos tenían una misión preponderante en esta acogida. Y dado que, con ocasión del nacimiento de un nuevo hijo, era necesario coor­dinar las funciones no ya catecumenales, sino de la Iglesia, el catecumenado se convirtió, a veces, en aguijón de la pastoral.

El punto en el que ha influido de forma más importante es probablemente el problema de la fe y los sacramentos. Monse­ñor Garronne decía ya en 1963 que el catecumenado era un fe­nómeno llamado a tener un gran influjo en la vida de la Iglesia. La seriedad con que se trata a los catecúmenos y la ligereza con que se acepta el bautismo de los niños y los matrimonios sin fe parecen contradictorias. Se hace inevitable una revisión de todas nuestras actitudes.

«Gracias al catecumenado —nos dice monseñor Maziers— nos hemos visto obligados a preguntarnos, tanto en el plano de las personas como en el de las instituciones, sobre la forma en que somos signos y llamada para los que buscan a Dios.» En un documento del Secretariado Pastoral del Episcopado pode­mos leer: «La conversión de un solo adulto, que pasa de la incredulidad a la fe, tiene carácter profético para la Iglesia y para el mundo: es el signo de la marcha hacia la salvación de todo un conjunto de hombres y de la acogida de los mismos iniciada ya en la Iglesia de Jesucristo.»

Conclusiones

El esfuerzo catecumenal no está suficientemente integrado en la pastoral de conjunto. Demasiados sacerdotes se desentien­den del problema, descargando su responsabilidad «en los que están nombrados para representar el esfuerzo catecumenal en sus respectivos sectores». A veces es criticada también la acogida de los catecúmenos y, sobre todo, de los que vienen no converti­dos, por los elementos más misioneros de la Iglesia. Se teme que, dado que el ambiente que debe suscitar el proceso de conver­sión no existe, el catecumenado restituya artificialmente algo que,

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al comienzo, debe aparecer de una forma más natural. El cate-cumenado comparte esta preocupación, pero se encuentra ante un problema que no puede resolver. Los esfuerzos del catecu-menado serán ligados al esfuerzo de evangelización en la medida en que se profundice la relación que guarda el catecumenado con la misión y se piense en el catecumenado cuando se piensa en pastoral de conjunto 19. El catecumenado debe inscribirse en la línea de la misión de la Iglesia.

La investigación actual en el plano nacional, en vísperas de la promulgación de un nuevo ritual que responda a los deseos de todos, se orienta en dos direcciones: 1) el estudio del fenó­meno de la conversión, emprendido por especialistas que lo ob­servarán con una actitud nueva; y 2) la confrontación de los cri­terios de conversión utilizados por los responsables del catecu­menado. Después podremos, teólogos y pastores, sacar las con­clusiones que se impongan y aportar a la Iglesia actual, que se pregunta sobre su diálogo con el adulto no creyente, un poco más de esperanza y de alegría, porque la salvación ha llegado.

B. GUILLARD

2. España

La Iglesia española es, sin duda, una Iglesia más instalada que misionera. Al parecer, en la mayoría de los responsables de la acción pastoral perdura la persuasión de que existe una ecua­ción casi perfecta entre el número de españoles y el número de católicos de una fe a toda prueba, si bien en muchos poco culti­vada, y de que siguen bastando para España los métodos y es­tructuras pastorales tradicionales. Se comprende que en seme­jante ambiente no hayan proliferado las iniciativas de inspiración misionera.

19 A condición de que la pastoral de conjunto no sea solamente una coordinación de esfuerzos, sino una búsqueda para poner a la Iglesia en estado de misión.

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\ \ Evangelizarían y catecumenado en España 337

Sin embargo, en los últimos treinta años no han faltado vo­ces realistas que han denunciado las graves deficiencias que pre­senta la situación religiosa del país. Los primeros estudios so­cio-religiosos han venido a darles la razón en una medida que nadie sospechaba. En algunos sectores del clero y del laicado es muy viva la preocupación misionera. Han surgido algunas ini­ciativas que nos interesa recoger aquí para una visión, lo más completa posible dentro de la escasez de estudios en que nos movemos, de la situación española en lo que a evangelización y catecumenado se refiere.

I . LA REALIDAD SOCIO-RELIGIOSA DE ESPAÑA

La necesidad más o menos urgente de una pastoral misionera depende de la situación religiosa del país. No podemos afirmar que tengamos de ésta un conocimiento preciso. Es verdad que estamos asistiendo en los últimos años, aunque con cierto re­traso respecto de otros países europeos, a un despertar del inte­rés por los estudios socio-religiosos 1. Pero la imagen de la Es­paña religiosa presenta todavía demasiadas lagunas2. Sobre todo, no han sido aún objeto de estudio algunos aspectos que serían de máximo interés para el objeto de nuestro informe. Ten­dremos que contentarnos con retazos de informaciones, pero que esperamos sean reveladores de una situación que está pi­diendo a gritos la renovación de los métodos y estructuras pas­torales actuales.

Hay que recordar que «España es un país de grandes con­trastes: socio-económicos, culturales, políticos, históricos y, en consecuencia, también religiosos» 8. Si, para el fin que nos pro­ponemos, nos interesa destacar algunos aspectos negativos del catolicismo español, no conviene olvidar que amplias zonas de

1 Cf. P. Almerich, The Present Position of Religious Sociology in Spain, «Social Compass», 12 (1965), 312-320.

2 Un buen resumen de los resultados obtenidos hasta ahora puede verse en R. Duocastella, Géographie de la pratique religieuse en Espagne, ibíd., 253-302.

s Ibíd., 257.

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338 1. Oñatibia /

España arrojan índices muy elevados de religiosidad en casi todos los conceptos.

Respecto del bautismo de los niños en zonas que se consi­deran descristianizadas, ha habido en nuestra generación un cambio radical de actitud. El padre Sarabia resumía así la si­tuación antes de la guerra civil: «Pueblos, en diversos lugares de España, donde bastantes niños no reciben el bautismo, lle­gando, en los barrios extremos de Madrid, a un 25 por 100; y en las populares barriadas de Barcelona a contarse por millares los que han rechazado el bautismo. En regiones mineras de As­turias, Extremadura, Andalucía..., casi la mitad de los niños no se bautizan» 4. La impresión es que hoy, en esos mismos luga­res, la inmensa mayoría hace bautizar a sus hijos. Pero el cambio habrá que atribuirlo en gran parte a la presión social, que se explica en la situación de privilegio que goza la Iglesia en Es­paña actualmente.

El panorama que nos ofrece la formación religiosa de los bautizados presenta grandes altibajos. Vamos a recoger dos in­dicios extremos de abandono: el uno de una gran ciudad indus­trial y el otro de una zona rural. En Barcelona, en las siete grandes zonas de suburbios (161.800 habitantes), el 62 por 100 de los niños no aprende catecismo 5. En el arciprestazgo de Oce-ra, diócesis de Jaén, sólo el 3,4 por 100 de la población total recibe alguna atención religiosa; otro 6,8 por 100 tienen misa dos o tres domingos por mes; el 40 por 100 una o dos veces al año, y el resto, es decir, más del 50 por 100, no reciben nada en punto a religión G. En situación parecida se encuentran mu­chos cortijos de Sevilla, Badajoz y Cáceres, el campo de Níjar en Almería y otras zonas de la provincia de Jaén 7.

Bajo este mismo aspecto de la formación religiosa de la in­fancia puede ser un indicio interesante el número de reclutas

" España... ¿es católica?, Madrid, 1939, 45. 5 Cf. J. Sola, Sociología religiosa urbana y misiones parroquiales,

«Razón y Fe», 161 (1960), 30; R. Duocastella, Los suburbios de Barce­lona, Barcelona, 1957.

6 Cf. R. Duocastella, op. cit., supra, n. 2, 263. 7 Cf. J. Azpiazu, ¿De dónde nace la irreligiosidad de las masas traba­

jadoras en España?, «Fomento Social», 4 (1949), 270.

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Evangelizarían y catecumenado en España 339

que hacen cada año su primera comunión en los cuarteles. Se­gún el Boletín Oficial de la Jurisdicción Eclesiástica Castrense, hubo 9.498 primeras comuniones en 1944; 15.000 en 1945; 3.283 en 1947; 12.492 en 1949; 13.354 en 1950; 11.839 en 1951; 9.863 en 1952; 8.541 en 1953; 8.745 en 1955; 6.719 en 1956; 6.425 en 1958; 7.006 en 1959; 5.428 en 1960; 3.551 en 1961; 2.874 en 1962; 2.852 en 1963; 2.298 en 1964; 2.838 en 1965. Observa­mos una curva descendente que hace pensar en un trabajo de catequización cada vez más eficaz a todo lo ancho de la geo­grafía nacional.

Las encuestas sobre la práctica dominical revelan la existen­cia de grandes masas de bautizados (por ejemplo, más del 90 por 100 de la población de Andalucía, Alicante y Valencia no asiste a misa los domingos) que viven al margen de toda in­fluencia directa de la Iglesia8. En los sondeos hechos entre obreros, porcentajes muy elevados declaran ser anticlericales (89,6 por 100) y antirreligiosos (41,3 por 100)9. Las fuertes co­rrientes migratorias dentro del país han venido a agravar el pro­blema religioso de algunas zonas industriales 10.

En cuanto al número de protestantes en España, según datos facilitados por pastores de las comunidades más importantes, hay actualmente de 1.500 a 2.000 que pertenecen a la Iglesia Es­pañola Reformada Episcopal, unos 6.000 a la Unión Evangélica Bautista Española y unos 10.000 a la Iglesia Evangélica Espa­ñola " .

II. SÍNTOMAS DE UNA RENOVACIÓN PASTORAL

En general, las estructuras y los métodos pastorales respon­den a un concepto de España como país de cristiandad, sin gran-

s R. Doucastella, op. cit., 276-285, ha recogido todos los datos que se conocen por el momento sobre la práctica dominical en distintos pun­tos de España.

* Cf. A. Comín, L'Espagne, pays de mission. La jeuneusse ouvriére et l'Église. «Esprit» (febrero 1964), 317; R. Doucastella, op. cit., 301.

10 Cf. R. Duocastella, Estudio de las migraciones internas en España, «Documentación Social», Madrid, 1958, n. 4.

11 Cf. N. Valí, Encuesta dirigida a las comunidades protestantes es­pañolas, «Unitas», 5 (1966), 36-37.

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340 I. Oñatibia

des problemas misioneros. Sin embargo, la preocupación misio­nera se va abriendo camino. Es un indicio la aparición de dos revistas orientadas en este sentido en los dos últimos años: Pen­tecostés y Pastoral Misionera.

No existe, sin embargo, en ninguna diócesis un planteamien­to de pastoral misionera a nivel diocesano. Sólo cabe hablar de tendencias misioneras que van tomando cuerpo en organizacio­nes apostólicas ya existentes o dando origen a instituciones nue­vas. Mencionaremos algunas, sin pretender ser completos en la enumeración.

Desde hace algunos años se observa un fuerte movimiento de renovación catequética, bien orientada desde el organismo central. Funcionan varios institutos a nivel nacional y diocesa­no. Su influencia empieza a dejarse sentir en el nivel general de la formación religiosa de los españoles.

Las Misiones Populares, que tanta influencia han tenido en la vida religiosa del país, se encuentran en una fase de revisión de métodos y temario, en busca de una orientación más en con­sonancia con las tendencias actuales de la pastoral misionera 12. La Obra de Ejercicios viene organizando desde hace años tan­das especiales para ambientes obreros descristianizados. Los Cursillos de Cristiandad han traído a la vida religiosa de las diócesis una nueva vibración apostólica y misionera l s.

Cada vez se siente más vivamente la preocupación misionera en los cuadros de la Acción Católica, sobre todo en los movi­mientos especializados de obreros.

En los últimos veinte años, los «Sacerdotes Misioneros Dio­cesanos», provenientes de diócesis que cuentan con clero abun­dante, se han volcado sobre algunas regiones del Sur tradicional-mente peor atendidas.

«Fe Católica» y la «Casa de la Biblia» están promoviendo eficazmente la formación bíblica mediante Semanas, equipos de estudio y emisiones radiofónicas.

En el curso 1965-1966 ha funcionado por vez primera en Ma-

12 Cf. M. Vidal, La Misión Parroquial, hoy; «Pentecostés», n. 10 (1966), 113-133.

13 Cf. J. Hervás, Los Cursillos de Cristiandad, «Cristo al mundo» (1962), 171-190, 337-351.

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drid, en la zona de Moratalaz, un catecumenado de adultos bau­tizados, inspirado en la gran tradición de la Iglesia, para desarro­llar una íe adulta en cristianos practicantes cuya iniciación cris­tiana presenta serias lagunas. Se ha concebido este ensayo como un primer paso hacia una estructura permanente a nivel dioce­sano. El Instituto de Pastoral ha organizado también algo seme­jante en un Colegio Mayor.

I I I . BAUTISMOS DE ADULTOS Y SU PREPARACIÓN

De las veintiocho respuestas que hemos recibido a una en­cuesta sobre adultos bautizados en los últimos cinco años en las diócesis españolas, resulta que, junto a algunas diócesis que ape­nas cuentan con bautismos de adultos, como Cuenca, Ciudad Real, Mondoñedo, Sigüenza, Segovia, Falencia, Vich, Ibiza, Seo de Urgel, Vitoria, Granada, Zamora, Zaragoza («unos pocos cada año»), Huesca («tres o cuatro cada año») y León («cuatro o cinco cada año»), hay otras que cuentan todos los años con un número bastante considerable: Gerona (15, 11, 12, 9, 3), Lo­groño (6, 12, 5, 10, 5), San Sebastián (14, 16, 18, 8, 24), Lérida (19, 21, 16, 20, 17), Toledo (22, 15, 15, 21, 27), Cádiz (31, 26, 36, 27, 34), Oviedo (38, 32, 37, 38, 30), Orihuela (31, 45, 63, 56, 50), Sevilla (101, 85, 95, 97, 65), Valencia (233, 231, 260, 166, 180), Barcelona («varios centenares cada año») y Madrid (411, 403, 408, 423, 383).

A estas cifras hay que añadir los reclutas que se bautizan to­dos los años en los cuarteles: 131 en 1953; 201 en 1955; 138 en 1957; 180 en 1958; 141 en 1959; 113 en 1960; 86 en 1961; 90 en 1962; 287 en 1964; 55 en 1965.

No existe, que sepamos, ninguna organización de tipo dioce­sano que se encargue de la preparación de los candidatos. Esta se hace, en general, de un modo enteramente privado e indivi­dual. En Madrid, «Fe Católica» se sirve de seglares cualificados; desde el año 1956 lleva preparados de este modo a 245, en su mayoría extranjeros.

La celebración del bautismo se hace también, normalmente, en forma privada, sin interesar a la comunidad parroquial, fue­ra de los casos más bien raros en que tiene lugar dentro de la

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vigilia pascual. Es aún menos frecuente el empleo del nuevo Ordo, que permite espaciar las distintas etapas litúrgicas del catecumenado.

A la vista de estos datos parece imponerse la necesidad de crear unos centros de catecumenado en aquellas diócesis en que se da todos los años un número considerable de bautismos de adultos " . Otro tanto se diga de los cuarteles; no parece utó­pico, en las actuales circunstancias al menos, pensar en reunir en un mismo centro, para su mejor preparación, a todos los re­clutas no bautizados de un reemplazo que pidan el bautismo.

Pero es aún más grave el problema pastoral que plantea esa masa ingente de bautizados que, o no recibe ninguna formación religiosa, o la recibe en un grado enteramente insuficiente. Va convirtiéndose en tópico el afirmar que España es un pueblo sa-cramentalizado, pero sin evangelizar. Sin dejarlo todo a la ini­ciativa privada, en la pastoral de conjunto de las diócesis de­berían hallar un hueco importante la acción evangelizadora orientada al grupo de los disidentes y la catequesis de tipo cate-cumenal para los adultos más o menos practicantes que no han recibido una auténtica iniciación cristiana. En este segundo or­den de cosas, las confirmaciones de adultos y, sobre todo la preparación al matrimonio podrían ofrecer una coyuntura favo­rable para una especie de catecumenado en sentido lato. En las diócesis en que el número de adultos que se bautizan es peque­ño, éstos podrían beneficiarse del cuadro de estos catecumena-dos. Las reuniones de Ultreya de los Cursillos de Cristiandad podrían también evolucionar con ventaja en este sentido 1:>.

I. OÑATIBIA

14 Nos consta que existe un movimiento en este sentido en la dióce­sis de Madrid. Cf. también J. Totosaus, Problemas actuales de cateque­sis, «Phase», 5 (1965), 139-146.

15 Cf. C. Floristán, Los Cursillos de Cristiandad y el catecumenado, «Incunable» (mayo 1961).

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B) A H i l C A

Gracias a la colaboración de estudiantes del grupo africano en el Centro Internacional de Catequesis y de Pastoral Lumen Vitae hemos podido reunir información sobre el catecumena-do en África. Esta información se refiere a 16 diócesis situadas en 12 países diferentes 1; las respuestas obtenidas nos permiten darnos una idea general de la situación. Estos estudiantes, que tienen en su haber una experiencia pastoral en África, habían reflexionado largamente en común sobre las orientaciones del Concilio Vaticano II relativas a la restauración del catecumena-do, por lo cual estaban en condiciones de esbozar una reflexión pastoral válida.

1. ASPECTO INSTITUCIONAL

La situación.—El catecumenado parece estar instituido, en toda el África subsahariana, en las parroquias y en las sucursa­les. En su mayor parte está basado en los catequistas. Los es­tatutos diocesanos atraen la atención del clero sobre la impor­tancia de este sector de la pastoral. De hecho, sólo la mitad de las respuestas reconoce un interés verdaderamente profundo; un cuarto de las mismas limita este interés a la última preparación hecha en la misión, y un último cuarto constata incuria. ¿En qué medida se recurre a las religiosas? Demasiado poco, al parecer: sólo seis respuestas son netamente positivas a este respecto. En cuanto a la institución de los padrinos, cuatro respuestas reco­nocen que se la toma en serio, otras dos hablan de esfuerzos recientes por revalorizarla, las diez restantes confiesan que es pu­ramente honorífica. ¿Está comprometida la comunidad cristia­na en el catecumenado? Siete respuestas son positivas, pero en seis casos se trata solamente de la actividad apostólica para

1 Del Oeste: Camerún, Ghana, Malí, Nigeria. Del Centro: Burundi. Congo-Léo, Ruanda. Del Este: Tanzania, Uganda, Zambia. Del Sur: Rho-desia, Unión Sudafricana.

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llevar los paganos al catecumenado; la séptima respuesta es muy significativa: los ritos del bautismo repartidos en etapas han despertado progresivamente el interés de la comunidad de los fieles por los catecúmenos. Un último aspecto por lo que se re­fiere a la institución es el de la duración: cinco respuestas se­ñalan cuatro años, otras nueve hablan de una dui ación oficial de dos años, pero cinco de ellas reconocen que este tiempo se reduce con frecuencia a un año e incluso a seis meses; una res­puesta menciona una duración de dos a tres meses; una última dice que la determinación del tiempo se deja a la discreción del párroco.

Fejlexión pastoral.—Ciertamente debemos alegrarnos de que la institución del catecumenado esté sólidamente implantada en África. Históricamente se han enfrentado dos corrientes. La pri­mera inspiró a los pioneros de las misiones modernas y se pro­longó durante tres siglos; se apoyaba en la teología de la época, ignorando prácticamente la gran tradición patrística relativa al catecumenado: esta teología, elaborada en ambiente cristiano, se preocupaba casi exclusivamente del bautismo de los niños; por otra parte, orientada hacia la controversia con los reformadores, insistía unilateralmente en el efecto ex opere operato de los sa­cramentos. En estas condiciones es explicable que los misioneros se contentasen con una preparación sumaria, destinada a asegu­rar la validez del sacramento.

La segunda corriente tuvo como paladín al cardenal Lavi-gerie. Iniciador de las misiones en el interior del continente afri­cano, restauró desde el comienzo la práctica del antiguo catecu­menado, exigiendo cuatro años de preparación para el bautis­mo, de manera que las conversiones fueran reales, conscientes y maduras. Esta segunda corriente acabó por imponerse en la ma­yoría de las misiones de África, aunque con ciertas suavizacio-nes, principalmente en lo relativo a la duración del catecu­menado 2.

La institución existe, pero se ha de emprender un serio es­fuerzo pastoral para aclimatarla a la visión, tan profunda, del

2 Beckmann, L'Iniíiation et la célébration baptismale dans les Mis-sions du 15' siécle á nos jours, «Maison-Dieu», 58 (1959), 48-70. Texto original alemán, más completo, en «N. Zeitschr. Missionsw.», 15 (1959).

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Evangelización y catecumenado en África 345

misterio de la Iglesia que nos ha ofrecido el Concilio Vati­cano II. De modo especial, el catecumenado debe estar íntima­mente integrado en la vida de la parroquia: «el catecumenado no es asunto exclusivo de sacerdotes y catequistas, sino de toda la comunidad de los fieles y especialmente de los padrinos» 3. Según existe actualmente, el catecumenado se presenta un poco como una actividad marginal en la parroquia. Cuando fue res­taurado en el África central, no era así. Las etapas litúrgicas del bautismo, celebradas con la participación activa de la comu­nidad, contribuyeron a crear en la Iglesia local la conciencia de su papel de madre con respecto a los catecúmenos. En relación con la comunidad de fieles, el Concilio cita a los padrinos: su oficio con los catecúmenos es ejercer de una manera más in­mediata la función iniciadora de la Iglesia local, de la que en cierto modo debían ser considerados como delegados. El Con­cilio deja entender que el papel y la responsabilidad de los pa­drinos serán más subrayados en los ritos4: la restauración de la liturgia proporcionará así una ayuda preciosa para la reva­lorización de la institución de los padrinos y, al mismo tiempo, operará una muy sana adaptación, ya que en las iniciaciones re­ligiosas animistas existe algo semejante a esta institución de los padrinos.

2. ASPECTO CATEQUETICO

La situación.—Todas las respuestas están de acuerdo en un punto: el catecumenado está organizado teniendo como meta hacer aprender la doctrina cristiana y las oraciones usuales. Los catecúmenos son a veces repartidos en categorías, cada una con un programa determinado de estudio (por ejemplo, las grandes verdades, el dogma, la moral, los sacramentos). Por medio de exámenes se determina el paso de una categoría a otra. Los con­tactos individuales de los catecúmenos con el sacerdote son so­bre todo de orden administrativo: interrogatorios, información sobre la situación matrimonial.

3 Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, n. 14. 4 Constitución sobre la sagrada liturgia, n. 67.

23

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Una acción apostólica, llevada a cabo sobre todo por los catequistas y los militantes de los movimientos de laicos, mueve a los paganos a inscribirse en el catecumenado. El motivo adu­cido en primer lugar es «servir a Dios», a veces «seguir el ca­mino de los padres», lo cual entraña un cierto diálogo de la sal­vación. A éstos se añaden otros móviles, especialmente la pro­moción humana o consideraciones familiares. Una vez consegui­do el ingreso en el catecumenado, se confía en la lógica de la exposición de las verdades cristianas, sin preocuparse apenas de una evangelización formal, de una pastoral de conversión ni de una auténtica iniciación.

Reflexión pastoral.—Frente a esta situación se comprende la insistencia del Concilio5. Al catecumenado propiamente dicho debería preceder una verdadera pastoral de evangelización que culminase en la conversión a Cristo. Esta evangelización consis­te en el anuncio del Dios vivo y de Jesucristo, enviado de Dios para la salvación. El Dios vivo no es sólo el Ser Supremo en que creen los animistas: es Dios tal como El se ha revelado al hombre, interviniendo en la historia de la humanidad, que habla al hombre, que lo llama a El, hace alianza con él, que envía a su Hijo para realizar la salvación mediante su muerte y su resurrección, que derrama su Espíritu sobre todos los creyentes para hacer de ellos sus hijos.

En cuanto al catecumenado propiamente dicho —siempre se­gún el Concilio—, éste debería reunir únicamente a los que es­tán convertidos a Jesucristo, con el fin de darles la iniciación cristiana. Lo que importa ante todo comunicar no es un siste­ma doctrinal, sino la visión, la realidad misma del misterio de la salvación, al que Dios llama a participar en Ciisto; la catc­quesis, por tanto, deberá ser reorganizada según las perspectivas de la historia de la salvación. De esos hombres convertidos al catecumenado debe hacer discípulos de Cristo: para ese fin es absolutamente indispensable un largo contacto con Cristo según es presentado concretamente en los evangelios sinópticos. Es pre­ciso, además, que hagan el aprendizaje de la vida en Iglesia, co­munidad de fe, de culto y de caridad. Una atención particular

5 Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, nn. 13 y 14.

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ha de prestarse a la iniciación a los signos litúrgicos, que deben ser leídos a la luz de sus supuestos bíblicos.

Para semejante iniciación es indispensable el factor tiempo. La duración del catecumenado debe ser determinada de acuer­do con las exigencias del fin perseguido.

Como se ve, esta reforma del catecumenado no es más que un retorno a la práctica de los grandes misioneros que fundaron la Iglesia en el corazón del continente africano. Un padre Lour-del, en Uganda, practicaba una auténtica pastoral de evangeli-zación, anunciando en toda ocasión la Buena Nueva de Jesu­cristo; sus catecúmenos llegaron a ser discípulos de Cristo por obra de un asiduo contacto con el evangelio según San Lucas. En la hoguera de Nyamugongo sellaron con su sangre esta fe que había hecho irrupción en las zonas más profundas de su personalidad.

3 . ASPECTO LITÚRGICO

La situación.—Entre las 16 respuestas de la encuesta, cinco hablan de esfuerzos recientes para restaurar las etapas litúrgicas del bautismo. En cuatro diócesis se utiliza la vigilia pascual como fecha normal para la celebración de los bautismos de adultos. Un examen general de la organización catecumenal re­vela que ésta se halla organizada al margen de las perspectivas litúrgicas. En efecto, los bautismos solemnes de adultos son ad­ministrados en fechas muy diversas; fijas: tres veces al año (3 respuestas), dos veces (7 respuestas), una vez (3 respuestas), o dejadas a la discreción del párroco (3 respuestas). A guisa de preparación inmediata se señala sobre todo un período de ins­trucción más intensa, hecha en la parroquia misma, y que dura de dos semanas a seis meses; tres o cuatro días de retiro pre­ceden generalmente al bautismo. Después los neófitos reciben de nuevo instrucciones, que se escalonan en un período de tres días a seis meses, cuyo objeto es prepararlos para la confirmación.

Reflexión pastoral.—Teniendo en cuenta la legislación ante­rior y la concepción ceremonial de la liturgia, sería injusto hacer reproches a los misioneros. Cualquiera que sea el pasado recien­te, las directrices conciliares invitan a hacer de la liturgia la base

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de la renovación del catecumenado. Se trata esencialmente de la restauración de las etapas litúrgicas (principalmente del rito de la admisión al catecumenado y de la inscripción en la categoría de los elegidos), de la Cuaresma como período de preparación espiritual intensa al bautismo (con los escrutinios y las «tradi-tiones»), del vínculo entre los sacramentos de la iniciación cris­tiana, de su celebración durante la vigilia pascual y, finalmente, del tiempo pascual como período de iniciación de los neófitos a las realidades de su regeneración, a la vida sacramental y al misterio de la Iglesia.

Así, por lo que se refiere a las otras acciones de la Igle­sia, la liturgia debe volver a ser la cumbre y la fuente de la pastoral catecumenal. Asumiendo el aspecto de un itinerario espiritual jalonado por una serie de ritos de paso que conducen al nuevo nacimiento en Cristo, el catecumenado responderá a las aspiraciones profundas de los animistas, formuladas en sus ini­ciaciones religiosas, compuestas todas ellas de iniciaciones, de ritos de paso de una vida vieja a una vida nueva.

La plena restauración del catecumenado constituirá en las misiones, sin duda, el elemento determinante para la renovación de la Iglesia; por obra de su vitalidad, la comunidad de los fie­les adquirirá conciencia de que es comunidad bautismal y co­munidad pascual.

X. SEUMOIS

Q A S I A

1. Japón

La obra misionera en Japón ha sido en todo momento difícil debido a la situación peculiar con que la Iglesia se ha enfrentado siempre en este país. Desde los comienzos de la evangelización, hace cuatro siglos, e incluso con la renovación de la actividad mi­sionera durante el siglo pasado, los misioneros cristianos se han enfrentado continuamente en Japón con la desalentadora reali-

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Evangelización y catecumenado en Japón 349

dad de una cultura autosuficiente que no siente ninguna necesi^ dad del cristianismo. Al contrario de lo que sucede en otras muchas partes del mundo, donde la predicación cristiana y la cultura humana entraron juntas, la cultura japonesa estaba ya altamente desarrollada cuando llegaron los primeros misioneros en el siglo xvi. Incluso en los tiempos modernos, los japoneses consideran su progreso cultural y social como algo totalmente independiente de la influencia cristiana.

Lo que los japoneses tienden a olvidar es el hecho de que el progreso contemporáneo de la humanidad hacia la sociedad democrática y estructuras sociales más perfectas tiene sus raíces en una corriente oculta de valores religiosos introducidos en el río de la historia humana por el mismo Cristo. El desarrollo cul­tural del mundo, que partió de la cultura cristianizada de Occi­dente, tiene su raíz en la gracia de Dios, que configura la his­toria humana según la imagen de Cristo. Cristo ha actuado en su Iglesia para arrojar luz sobre los valores humanos auténti­cos y dirigir el dinamismo interno de la historia humana. Por eso el hombre moderno no puede dejar de sentirse afectado por el acto salvador de Cristo, no puede dejar de encontrar la influencia salvífica de la Iglesia en la cultura humana. Pero los japoneses no ven que el progreso cultural contemporáneo es algo que fundamentalmente se debe a Cristo, a Dios. Lo consideran como un proceso que tiene lugar en independencia total del cristianismo, y sólo reconocerán el significado social de la Iglesia cristiana en la medida en que ésta aporte alguna contribución positiva propia, como cualquier otro grupo social, a este progre­so cultural común.

Los japoneses tienen amplio contacto con los pioductos cul­turales del cristianismo. Así, por ejemplo, en el hogar de un intelectual japonés medio, junto al templete shinto o budista usual, es muy probable que figure algún cuadro famoso de la Virgen o varios discos de música sacra. Los clásicos cristianos más importantes han sido traducidos y son bien conocidos. La Biblia, que figura entre los mejores de los best-sellers en Japón, es muy leída como uno de los grandes libros de la literatura mundial. Otros contactos con el cristianismo, directos o indirec­tos, se efectúan a través de los medios de comunicación social,

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350 F. Tsuchiya

las instituciones educadoras cristianas y los diversos órganos de asistencia social cristiana. El japonés, por tanto, adquiere su co­nocimiento del cristianismo por una variedad tan glande de mo­dos fragmentarios —ordinariamente, por así decirlo, desde fue­ra—, que es perfectamente natural que exista también una gran variedad, incluso oposición, en su valoración del cristianismo como un fenómeno cultural. Por otra parte, esta variedad y opo­sición se manifiesta no sólo en su conocimiento y valoración ob­jetiva del cristianismo, sino también, naturalmente, en sus acti­tudes subjetivas y sus sentimientos frente a él.

Siendo éste el campo en que se ha de depositar la semilla evangélica, no es necesario decir que la evangelización debe ir precedida de una especie de pre-evangelización, como se la vie­ne llamando: un período de preparación durante el cual el indivi­duo es puesto en contacto con el cristianismo de un modo que lo capacite para formarse una imagen más adecuada de lo que es realmente el cristianismo. Naturalmente también, la duración, el contenido y el método de este período varía de acuerdo con el estado psicológico del interesado. Por tanto, el posible con­vertido en Japón necesita un período de pre-evangelización no por su ignorancia con respecto al cristianismo, sino porque el conocimiento fragmentario que del mismo ha obtenido de sus lecturas y de su vida diaria, junto con la impresión general que ha podido recibir de los diversos cristianos y sus iglesias, lo ha dejado en una actitud frente al cristianismo que, sin falta por parte suya, está llena de malentendidos, prejuicios y, a menudo, expectaciones extravagantes.

La pre-evangelización, por tanto, exige que el misionero cen­tre su atención en el individuo, que lo escuche y comprenda. Esta actitud ha de mantenerse, naturalmente, a lo largo de to­das las fases de la actividad misionera. No obstante, la evan­gelización en sentido estricto se centra más directamente en el asombroso mensaje de salvación traído por Cristo y realizado en el cristiano. Las exigencias de la evangelización son rigurosas: la Palabra de Dios no admite distorsión ni compromiso, vaci­lación ni timidez.

Pero en un país como Japón, las tentaciones de timidez y distorsión son agudas si el misionero no tiene cuidado de dis-

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Evangelización y catecumenado en Japón 351

tinguir entre pre-evangelización y evangelización. Cuando se in­tenta sembrar la semilla antes de preparar el campo, fácilmente se siente la tentación de modificar y acomodar el mensaje cris­tiano. Cuando se presenta el Evangelio sólo para encontrarse con que la gente no lo acepta, se corre peligro de perder la confianza al hablar directamente de las realizaciones sobrenaturales y aca­bar por reducir la fe a un fenómeno natural. Cuando esto suce­de, se da fácilmente la impresión de que el cristianismo es sim­plemente algo equivalente a una «moralidad de ley natural» o a un tipo especial de «visión del mundo». Y así, la gente no se siente impulsada a dar el paso arriesgado hacia una verdade­ra conversión. En el centro del mensaje cristiano está la Pala­bra de Dios, palabra que no admite distorsión, que lleva en sí misma el poder de mover a los hombres hacia una entrega total a Dios, siempre que a esta Palabra se le dé el poder, me­diante la obra de evangelización, de llegar a los hombres de hoy.

Actualmente, en Japón, la distinción básica entre pre-evan­gelización y evangelización desgraciadamente no se lleva con claridad a la práctica. No es posible, por tanto, aislar y valorar una predicación kerigmática como un método misionero en el Japón de hoy. Por otra parte, muchos creen que la actividad mi­sionera, según se practica hoy en Japón, no ejerce el impacto necesario para urgir a los convertidos en perspectiva a superar su inercia y efectuar el compromiso cristiano. La razón es ésta: el «punto de conversión» es generalmente ignorado en teoría y, consiguientemente, también en la práctica. El tiempo propio para urgir la conversión o se le deja pasar por inadvertencia, o la instrucción catequética es introducida y realizada como una ta­rea académica, como algo que se ha de «dar» y «escuchar».

El problema implicado en la discusión entre conversión y comienzo del catecumenado consiste en que personas distin­tas están preparadas para ingresar en el catecumenado en tiem­pos distintos. La dificultad que esto crea es particularmente evi­dente cuando se trata de instrucción en grupo, exceptuando quizá el caso de estudiantes en colegios, los cuales tienden a progresar juntos a un paso más bien uniforme. En Japón, los misioneros no están de acuerdo sobre cuáles deben ser las con­diciones para la entrada en el catecumenado. Por tanto, puesto

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352 F. Tsuchiya

que la noción y la práctica del catecumenado en Japón son muy fluidos, es imposible ofrecer datos en cuanto a su duración. No obstante, en general, puede decirse que cuando una persona co­mienza a recibir instrucciones semanales regulares, tarda en lle­gar al bautismo de seis meses a un año.

Ciertamente, la fe es un don y no se puede decir que depende exclusivamente de métodos catequéticos. Pero muchos misione­ros se dan cuenta de que los elegantes catecismos concebidos para ser usados en los países cristianos resultan totalmente in­adecuados para el uso en un país de misión. La renovación ca-tequética europea, junto con la experiencia misionera en Japón, llevó, hace más de diez años, a la demanda también en Japón de una renovación catequética centrada en Cristo. El catecis­mo patrocinado por la jerarquía japonesa todavía no ha incor­porado esta renovación. El mal no puede remediaise con una revisión parcial, se impone una renovación radical. La reforma del catecumenado depende en gran medida de dicha renovación catequética.

La reforma del catecumenado depende también de la reno­vación litúrgica. Ciertamente ha de venir en primer lugar la pre­dicación de la Buena Nueva de Cristo, que urge al hombre a en­tregarse a Cristo. Pero una vez realizadas la conversión básica y la entrega a Cristo, el convertido ha de ser puesto en contacto vivo con la Iglesia viva: se le ha de llevar a orar y a asociarse con los cristianos bautizados. Como sugiere la Constitución so­bre la liturgia, una restauración de la liturgia para catecúme­nos ayudará en este sentido. La recepción formal, litúrgica, de los candidatos al bautismo en la Iglesia, la introducción de los padrinos y la creación de lazos entre los nuevos creyentes y el cuerpo de la Iglesia son muy significavas para la iniciación cristiana de los convertidos.

Debía recurrirse a celebraciones bíblicas, estructuradas en torno a los temas catequéticos, para llevar al nuevo cristiano a una experiencia litúrgica de la Palabra de Dios, de modo que el conocimiento adquirido en las instrucciones pueda penetrar más profundamente en el corazón y lograr así que el cristiano viva los misterios de la salvación en unión con Cristo («mista-gogía»). Alimentado, a través de la liturgia, con la Palabra de

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Evangelizarían y catecumenado en Japón 353

Dios en la Escritura y, eventualmente, en los sacramentos, el cristiano se ve puesto en contacto vivo con el Cristo vivo.

El misionero necesita una síntesis teológica kerigmática y pastoral que le sirva de base para su trabajo —un curriculum básicamente escriturario que integre la catequesis doctrinal y moral que debe dar—. Constituiría una ayuda enorme para el misionero el contar con una integración litúrgica de todos estos elementos. Una distribución más efectiva de las lecturas bíblicas en la liturgia regular de la Iglesia, como la propone la Consti­tución, es ansiosamente esperada en las Iglesias nuevas de los países de misión que sienten verdadero hambre de la Palabra de Dios. Si el misterio pascual de Cristo es presentado como el centro focal de toda la historia de la salvación, reexpresado me­diante pasajes pertinentes de la Escritura distribuidos en un ciclo de varios años, mientras se conserva el esquema del ciclo anual, entonces la liturgia servirá igualmente para la formación cristiana de todos, alimentando más eficazmente a los recién con­vertidos y a los viejos cristianos con la Palabra Dios .

F. TSUCHIYA

2. Vietnam

Fui enviado a establecer contacto con un pueblo todavía no evangelizado: los jórai, minoría étnica de la meseta central. Esto me llevó a estructurar poco a poco un catecumenado como no se conocía en el país. Los textos conciliares vinieron luego a confirmar el sentido de esta empresa personal. Mi puesto de misión se convirtió en centro de catecumenado para los jorai, servicio diocesano que sigue viviendo a pesar del estado de gue­rra que me tiene aislado, sin medios de comunicación ni de in­formación.

El pueblo jorai, casi en su totalidad, practica una religión tradicional que modela su mentalidad hasta el punto de hacerlo alérgico a toda otra forma religiosa; algunos jorai, más o menos evolués, viven sin religión. Todos son insensibles frente a una

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354 J. Dournes

enseñanza verbal y muy inestables en el ejercicio (provisional para ellos) de lo que es nuevo, extraño a sus costumbres.

Teniendo esto en cuenta, fácilmente se puede deducir que la simple predicación carecería de efecto y la «conversión» rápida no daría fruto duradero. Pero, por una parte, evangelizar no es solamente predicar, y por otra, un catecumenado largo puede hacer que el cristianismo deje de ser una «novedad». Este era el camino que me indicaba mi situación concreta para resolver una dificultad aparentemente desalentadora.

«Haced discípulos de todos los pueblos...» (Mt 28,19-21). Esto es evangelizar, hacer discípulos, no dándoles sólo la Pala­bra para que la oigan, sino para que se nutran de ella. Evange­lizar es liberar al hombre en su interior, porque la Palabra, que es Pan de Vida, es también Verdad que libera. Evangelizar es insertar al hombre en el misterio de esa Palabra personal que es Cristo, incorporación que se realiza progresivamente, y en pri­mer lugar, por el ingreso en el catecumenado. Evangelizar no consiste sólo en mover a los individuos, sino en iluminar desde el interior el genio de un pueblo y transformar sus estructuras. El catecumenado, tiempo de la concepción de un pueblo nuevo, tiene una dimensión personal y una dimensión comunitaria.

LOS OYENTES

Cuando parte de cero, el que evangeliza no se dirige a cris­tianos, sino en primer lugar a «oyentes» paganos. Primero solo, luego con mis catecúmenos a medida que van acudiendo, doy testimonio de mi fe. Desde sus comienzos, todo catecúmeno es un signo para el conjunto de sus hermanos paganos; luego lo es de manera especial para ese hermano que él trae a las puer­tas de la fe y del que es padrino.

Todo jorai es virtualmente oyente; pero aquí oyente en sen­tido estricto es el que, sin tener la fe y libre de continuar sus prácticas paganas, quiere establecer contacto seguido con nos­otros y acude, como espectador, a nuestras asambleas, a las que lo admitimos (excepto a la liturgia eucarística). Un ingreso en el catecumenado, una procesión de rogativas, una bendición de

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Evangelización y catecumenado en Vietnam 355

los pozos son celebraciones sacramentales en que la presencia de no-cristianos resulta provechosa, Los oyentes son también vi­dentes. Jesús efectuaba gestos que eran signos; nosotros repeti­mos estos gestos para nuestros hermanos: éstos son nuestros ritos (públicos y comentados) y también nuestro estilo peculiar de vivir la vida de los hombres de este país.

Esta etapa de los oyentes, unión del mundo a la Iglesia, no se debe descuidar; su duración puede prolongarse hasta que ha­yan desaparecido los obstáculos mayores para la conversión.

EL INGRESO EN EL CATECUMENADO

No he encontrado colectividad unánime en la conversión; por otra parte, no puedo admitir a un individuo aislado: la experiencia ha demostrado que no persevera. El hogar es la uni­dad más pequeña que resulta viable en ambiente pagano; por eso en el catecumenado entran hogares.

El oyente en proceso de conversión es llevado por un padri­no responsable. Los motivos son examinados por un consejo de padrinos: no se ingresa en el catecumenado por el hecho de seguir un curso de instrucción religiosa o para casarse con una cristiana; se ingresa porque se comienza a creer. El postulante entrega personalmente los objetos sagrados que conservaba y asegura que ya no está ligado por ningún voto o promesa de sa­crificio. Entonces es recibido ritualmente según el ordo de 1962 traducido al jórai1.

EL PROGRESO POR ETAPAS

Los catecúmenos son formados individualmente por el pa­drino, colectivamente por la asamblea litúrgica. Así, no sólo las

1 La experiencia hace desear que la monición del núm. 4, abstrusa e intraducibie, sea modificada; que el núm. 2 (ingredere) tenga su lugar en el primas gradus; que en el núm. 9 (signación) una monición advierta al sujeto que en ese momento se convierte en cristiano (conceptus nondum natus); que se refunda el secundus gradus, actualmente insignificante; que se prevean perícopas bíblicas adecuadas para cada etapa; que el rito se inserte (suprimiendo el ite final) en la misa de catecúmenos.

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356 J. Dournes

etapas son celebradas litúrgicamente; toda la iniciación progre­siva entre las etapas es recibida en el marco de la liturgia y en conexión con ella.

Los catecúmenos son juzgados sobre el Evangelio en su vida (iluminación interior manifestada por la modificación del estilo de vida) y sobre su participación en la evangelización de los suyos (influencia manifestada en sus buenas relaciones con los paganos y por los oyentes que traen). Las etapas no tienen dura­ción fija; ésta depende de las señales que cada uno da de su transformación; los primeros bautizados tuvieron no menos de cinco años de catecumenado.

Los catecúmenos siguen las siete etapas, celebradas durante la Cuaresma, al comienzo de la misa de catecúmenos. Como control utilizo un sistema de fichas móviles, desplazadas según las etapas superadas.

PROBLEMAS

La Constitución sobre la liturgia somete la práctica del cate­cumenado al juicio del Ordinario del lugar. De ahí resulta que, a escala local, un obispo no se atreve a imponerla antes que sus colegas del mismo país, y en la práctica se continúa bautizando sin etapas ni preparación seria. He constatado que el 99 por 100 de los jórai «bautizados» en la ciudad, sin catecumenado, aban­dona la religión al encontrarse entre los suyos.

La inestabilidad de los jórai exige un catecumenado largo; algunos desean permanecer catecúmenos durante toda su vida, problema conocido ya en la Iglesia antigua. Por otra parte, esta duración me crea otros problemas: los matrimonios de catecú­menos, como es natural, tienen hijos; y a éstos no puedo bauti­zarlos, pero tampoco dejarlos como paganos. No puedo impedir que los jóvenes se casen ni dejarlos que lo hagan sin rito (en ese caso seguirían los ritos paganos, o se les consideraría, y se considerarían ellos mismos, ateos). Para estos dos casos he te­nido que improvisar celebraciones, inspiradas en bendiciones del Ritual y que aluden a elementos cultuales paganos 2.

2 Para la iniciación per gradus propiamente dicha no había lugar de adoptar elementos rituales paganos (cf. Constitución sobre la liturgia,

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El jórai evoluciona y asimila la cultura, sus estructuras tra­dicionales se degradan; hay catecúmenos que se deslizan hacia el ateísmo, hijos nacidos de padres catecúmenos que no quieren seguirlos. En este pueblo, para el que la acción litúrgica es el todo de la actividad religiosa, es sobre todo la liturgia lo que puede resultar cristianizante. Ahora bien: en la realidad, nuestra liturgia acaba con frecuencia en una no-cristianización, porque, al ser todavía demasiado extranjera, deja al hombre incapaz de integrarse. Esto viene a responder al deseo íntimo y no confe­sado de todos los que, venidos a la Iglesia, sólo pretenden hacer acto de presencia y utilizar esta etapa para liberarse, sin riesgo y progresivamente, de toda forma religiosa. Sinceros en su in­tención de desacralizar una existencia anteriormente alienada, creen que este movimiento les permitirá dedicarse libremente a las actividades del siglo con el fin de evolucionar como los de­más pueblos.

Todo esto me lleva a observar más, a probar, experimentar, investigar, verificar en los campos etnográfico, sociológico, psi­cológico. Así, el Centro de Catecumenado tiende a convertirse cada vez más en Centro de Estudios misioneros, y quizá por aquí se debía haber comenzado.

J. DOURNES

3. Formosa

La obra de evangelización de Formosa comenzó en 1626. En 1949 la vida de esta pequeña provincia china se vio comple­tamente trastornada por la llegada de los refugiados de la China continental. A pesar de los graves problemas creados por esta situación, el país conoció un gran progreso en todos los órdenes. También la Iglesia experimentó un nuevo impulso, como lo de­muestran las cifras siguientes: en 1945, entre una población de

n. 65). Cuando puedo, prefiero prescindir de estas formas: si no pue­do, hago que se perciba su carácter provisional. Lo que procuro asu­mir y transfigurar es el substrato religioso permanente del pensamiento jórai, no formas que pronto serán folklore superado.

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ocho millones de habitantes, los católicos son 8.000; en 1965, entre doce millones y medio de habitantes, hay 280.000 católicos y siete diócesis, cinco de ellas con obispos chinos. La proporción de cristianos de las distintas denominaciones es del 5 por 100, la mitad de los cuales son católicos.

La Iglesia se halla en pleno desarrollo. Entre los factores fa­vorables merece destacarse la simpatía y la tolerancia del pue­blo chino hacia toda religión. También ayuda la búsqueda del sentido de la vida frente al sufrimiento que entrañan la instala­ción en un ambiente nuevo y la inseguridad. La educación esco­lar, puesta al alcance de todos, y el interés que han suscitado la ciencia y la técnica eliminan lentamente las supersticiones. Pero estos elementos pueden convertirse en factores desfavora­bles para el cristianismo. Acogiendo a toda clase de religiones se puede acabar en el sincretismo. El sufrimiento puede empujar a la búsqueda de los bienes terrenos accesibles. Los conocimien­tos científicos mal dirigidos pueden eliminar todo sentido reli­gioso. A pesar de la ambigüedad de estos factores, parece que la mayoría de las conversiones tienen su origen en ellos porque el esfuerzo de evangelización ha sabido profundizar la aspiración de cada caso concreto y llevarla a su término en Cristo.

Es difícil hablar de una organización del catecumenado, pues ésta varía según los lugares. La instrucción religiosa de los cate­cúmenos se hace en grupos o individualmente. La duración, en principio, está fijada en un mínimo de seis meses, a razón de dos o tres instrucciones por semana. En ciertas parroquias se co­mienza un curso cuando hay un grupo de interesados; en otras, un candidato puede unirse a un curso ya comenzado y recuperar lo perdido en el ciclo idéntico que vendrá después. A veces tiene lugar una instrucción no sólo individual, sino también personal, siguiendo el ritmo del catecúmeno y no el del «programa». En la mayoría de los casos, el manual y la base del catecumenado son catecismos tradicionales. Para la admisión al bautismo es preciso sufrir un examen que comprende las preguntas del cate­cismo y el recitado de las oraciones —a veces se incluyen tam­bién preguntas sobre el compromiso de una vida cristiana en el mundo de hoy—, y dura más o menos, según el tiempo y el juicio del sacerdote encargado de los catecúmenos. Ha habido muchas

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conversiones en todos los ambientes, y, aparte los motivos gene­rales, se puede decir que la presencia y el ejemplo de amigos o compañeros católicos han ejercido a menudo una gran influencia.

Se habla de una disminución de las conversiones durante es­tos últimos años; no obstante, la expansión de la Iglesia en For­mosa continúa porque, a pesar del crecimiento de la población, el porcentaje de católicos se mantiene e incluso sube. Es verdad que las conversiones son menos espectaculares. Al comienzo era preciso crear muchos puestos nuevos de misión; ahora los nue­vos cristianos no tienen más que integrarse en las comunidades ya existentes. El gran número de refugiados ha tenido ya ocasión de tomar una decisión personal frente a la llamada del cristia­nismo. Muchas tribus de aborígenes han sido evangelizadas. Tras la aparición rápida de los brotes primaverales viene el cre­cimiento lento. Sin embargo, es importante revisar la concep­ción de evangelización para no limitarse a una simple continua­ción, sino lograr un progreso en superficie y profundidad. No basta aumentar el número de católicos. En esta Iglesia, que está sólo en los comienzos de su tarea, se constata ya el fenómeno doloroso de la descristianización. Algunos fueron bautizados prematuramente. Los responsables se contentaron con hacerles aprender el catecismo sin examinar los motivos de la conversión, de lo que resultó a veces una fe sociológica o utilitaria. En es­tos casos, un cambio en las circunstancias exteriores basta para que las gentes pierdan todo contacto con la Iglesia. Frente a esta situación, hoy la consigna general parece ser prolongar la dura­ción del catecumenado y al mismo tiempo ocuparse más de la pastoral de los nuevos cristianos. Es deseable, e incluso vital, para la Iglesia que todos actúen en este sentido. Esto supone una renovación en la presentación del mensaje antes y después del bautismo. Para muchas personas este sacramento ha sido una especie de punto final de la instrucción religiosa en lugar de un sacramento de la iniciación cristiana.

Será preciso fijar un tiempo mínimo y criterios para una apreciación de la vida cristiana antes de la admisión al bautismo que sean observados en todas partes. Se impone una cierta orga­nización del catecumenado. Los catecúmenos deberían ser in­troducidos en el mundo bíblico y litúrgico no sólo mediante

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algunas explicaciones paralelas a fórmulas doctrinales; ese mun­do bíblico-litúrgico debería impregnar toda la presentación del mensaje cristiano, cuyo centro lo formarían celebraciones litúr­gicas. Se ha de destacar el papel de los padrinos como guías del neófito en el camino de la vida cristiana. Asimismo se ha de poner de relieve el papel de una comunidad cristiana con sensibilidad para la alegría de acoger a miembros nuevos. Hasta ahora nada marca el ingreso en el catecumenado propiamente dicho, y en muchos casos incluso el bautismo es como una cere­monia desconectada de la comunidad. El ritual del bautismo de adultos se escalona en tres etapas, pero es todavía poco em­pleado, siendo de esperar que sea retocado porque no habla más a la mentalidad china que los rituales precedentes.

A los obreros que trabajan en la viña del Señor en Formosa se les exige un gran esfuerzo de apertura y de realismo. Es hora de darse cuenta de la situación y actuar en consecuencia. En la historia de la Iglesia en China hay aspectos muy dolorosos. Hoy esta Iglesia se halla sometida a la prueba de la persecución. No debemos olvidar a los hermanos del continente chino que mere­cen, en el sufrimiento, la primavera de la Iglesia en la provincia china de Taiwan. Estos nuevos cristianos deben ser dignos de sus hermanos y, en la hora fijada por Dios, podrán contribuir a la evangelización de toda China.

H. REICHL

D ) A M E R I C A

América latina

La primera cuestión que se plantea al tratar de catecumena­do en América latina es la de si existe realmente alguna forma de catecumenado en este continente. Una encuesta realizada ha dado por resultado la comprobación de que no existe actual­mente (junio de 1966) una forma propiamente dicha de catecu­menado. Hay ciertas actividades de iniciativa generalmente pri­vada que pueden ser principio del establecimiento de un futuro

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catecumenado, entre las cuales son de notar las experiencias de los misioneros salesianos en el oriente del Ecuador y algunas otras de iniciativa privada en otros países.

Mas entre todas las experiencias de que tengamos noticia, indudablemente la más importante es la realizada por un grupo de siete parroquias en la archidiócesis de Buenos Aires. A raíz de la petición por parte de los fieles de los sacramentos del bautismo, confirmación, primera comunión y matrimonio, los sacerdotes iniciaron un trabajo de conjunto para la organi­zad ín de un catecumenado de adultos. Al frente del mismo hay un sacerdote consagrado a este trabajo. Dicha experiencia se inició en el mes de julio de 1965, por lo cual los períodos de duración no están todavía establecidos. En principio no se da el bautismo a un adulto antes de un año de catecumenado, y en cuanto a los matrimonios, si uno de los contrayentes no es bau­tizado, se pide primero la dispensa por disparidad de culto, se celebra el matrimonio y se inicia el catecumenado. Hay, sin em­bargo, un principio de procedimiento, y es el que no se toma prisa para dar los sacramentos y se convence a los aspirantes que se les darán cuando se encuentren completamente prepa­rados.

Los encuentros personales tienen extraordinaria importancia, primero como contacto de caridad y luego para responder me­jor a la finalidad didáctica y a la adaptación concreta a las dife­rencias de sacramento por recibir, de edad, sexo, nivel cultural y actitud frente al Evangelio. Hay también reuniones colectivas para grupos relativamente homogéneos y, finalmente, encuen­tros generales, interparroquiales, celebraciones de la Palabra, retiros y hasta un poco de diversión en común.

No faltan algunos otros planes o iniciativas a nivel parro­quial o diocesano (sirva de ejemplo el plan elaborado por el Centro Catequístico para la archidiócesis de Méjico), o en las misiones, germen de un futuro catecumenado. Se ha compren­dido la insuficiencia de la vida sacramental si ésta no tiene una base profunda de fe y Evangelio. Estas iniciativas nacen como un imperativo de conciencia, como fruto de una nueva aprecia­ción acerca de lo que debe ser la Iglesia en el mundo de hoy y como una convicción de que no basta el crecimiento numérico 24

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de bautizados si al bautismo no responde una auténtica vida de fe; ni la simple frecuencia de sacramentos si éstos no son un testimonio o profesión, frente a la Iglesia y al mundo, de esa misma fe.

El pueblo latinoamericano, en su mayoría, se conserva religio­so a su manera, con una religiosidad de origen cristiano: prác­tica de sacramentos y proliferación de devociones; o, cuando faltan éstas, se manifiesta a través de creencias seudocristianas o supersticiones. Ese religiosismo, unido a la fe auténtica de pe­queñas minorías que siguen siendo el fermento de la masa, dan la impresión de un cristianismo suficiente, de una Iglesia viva, y se produce una especie de adormecimiento que impide ver la necesidad de cambiar, de querer ser mejores, aunque para ello sea preciso en un principio romper con la rutina, cambiar mu­chas tradiciones, introducir nuevos elementos y Iormas en la pastoral, y hasta tomar medidas restrictivas en algunos sectores de la vida sacramental.

Esta situación peculiar de la América latina no favorece la implantación próxima del catecumenado ni hay perspectivas se­guras de que cambie en un futuro inmediato: las conciencias no están todavía suficientemente despiertas; la inquietud por el problema Evangelio-Iglesia no suscita toda la necesaria refle­xión; se recibe la impresión de que los métodos pastorales tradi­cionales son los únicos seguros, y, por tanto, inmodificables, lo cual genera la rutina; experimentándose también una sensa­ción de inseguridad cuando se trata de introducir cambios pas­torales en razón de las exigencias de la fe. Esta actitud, que afortunadamente ya ha cedido en no pocos, conduce a la reac­ción contra las «novedades» de aquellos que se esfuerzan por ser más exigentes en la fe pre-requerida para los sacramentos; actitud que afianza a unos en sus métodos tradicionales y favo­rece el inmobilismo de otros, la rutina y, no pocas veces, la pereza.

También la América latina necesita la restaui ación del ca­tecumenado de adultos que ordena la Constitución Sacrosanc-tum Concilium (n. 64). Dicho catecumenado sería pre-requerido para los padres (posiblemente también para los padrinos) que piden el bautismo de sus hijos y cuya vida no es un testimonio

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de fe en el seno de la comunidad a que pertenecen. Igualmente debería ser un requisito para quienes desean santificar su amor, haciendo de él un signo ante los hombres de la unión de Cristo con su Iglesia. Asimismo, los sacramentos de la confirmación y la primera comunión podrían ser la ocasión para otras formas más de catecumenado, tanto para los aspirantes al sacramento como para sus padres.

Convendría además que el catecumenado fuera iniciado a niveles diocesanos; no sucediera que diferido el sacramento en una parroquia por la exigencia del catecumenado, se recurriera a otra iglesia vecina donde no se hiciera tal exigencia. Asimis­mo convendría evitar un catecumenado de simple institución, vacío de convicción, de diálogo, de contacto personal en la cari­dad y de adaptación a las condiciones particulares de cada sujeto y del sacramento que van a recibir.

Se pueden plantear también varios interrogantes acerca de la evangelización y catecumenado en América latina. ¿Encuen­tra evangelizada el clero joven la América latina? De acuerdo con una encuesta realizada, tanto el clero joven como el pro­gresista experimentan una seria dificultad en su pastoral. Se encuentran dentro de una corriente de devociones y, en algunas partes, con una frecuencia sacramental, pero sin una auténtica vida de fe, sin una adhesión personal y vital al Evangelio; mu­chedumbres de bautizados que poco o nada saben del misterio de la Salvación y del primado de la caridad en la vida de la fe. El clero se ve forzado por este culto devocional, del cual de­pende, en la mayoría de los casos, su propia subsistencia. Cuan­do, con solidez teológica, se quiere reaccionar contra algunos excesos, no siempre se cuenta con la necesaria comprensión, y todo se califica bajo el apelativo de «innovaciones».

¿Se consagra la Iglesia a su misión fundamental de evangeli­zar? En la opinión de muchos encuestados, se ha intensificado la intervención de la Iglesia en la solución de los problemas so­ciales y en obras educacionales de enseñanza secundaria y uni­versitaria para las clases más pudientes. El CLAF (Comité La­tino Americano de la Fe, del CELAM) y la CDC realizan una eminente labor de catequesis, pero su influjo permanece toda-

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vía muy limitado frente a las muchedumbres, que necesitan una mejor evangelización y una catcquesis fundamental.

Grupos selectos de sacerdotes comprenden la urgencia del restablecimiento del catecumenado para los adultos, según el espíritu de la Constitución; pero sólo unas escasas minorías del clero han podido pasar por cursos recientes de pastoral, catc­quesis o liturgia, y se han desembarazado de fórmulas y estruc­turas que impiden o dificultan la implantación del Evangelio. Florecen, sin embargo, cursos de preparación para el matrimo­nio, promovidos en su mayoría por el MFC (Movimiento Fa­miliar Cristiano), pero, evidentemente, sólo a unos pocos alcanza el fruto de estos movimientos, susceptibles aún de perfecciona­miento.

Las esperanzas de la Iglesia en la América latina están pues­tas en sus jerarquías. El pueblo creyente latinoamericano espera la puesta en marcha de las decisiones del Concilio por las con­ferencias episcopales. Algunas de éstas se han propuesto planes de realización inmediata o próxima, inspirados en las constitu­ciones y decretos conciliares, en cuya elaboración han partici­pado peritos entre lo más destacado del clero y del laicado; sirvan de ejemplo los planes pastorales, a nivel nacional, de Bra­sil, Chile y Ecuador. La América latina abre los ojos frente al momento histórico que vive, y es de esperar que surja de aquí la floreciente Iglesia del mañana.

J. MEJÍA

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COLABORADORES DE ESTE NUMERO

HENDRIK MANDERS (Véase CONCILIUM núm. 2, 1965)

LOUIS LIGIER

Jesuíta. Nació el 13 de agosto de 1911 en Lons-le-Saumer (Francia) y fue ordenado en 1941. Estudió en la Universidad Gregoriana de Roma y en 1960 obtuvo su doctorado en teolo­gía. Es profesor de liturgia oriental sacramental en el Instituto oriental (Roma). Entre sus numerosas publicaciones citaremos Peché d'Adam et peché du monde. Bible-Kippur Eucharistie, 2 vol., 1960-1961, y entre sus colaboraciones, la de la «Nouvelle Revue de Théologie».

ALOIS STENZEL

Jesuíta. Nacido el 1 de enero de 1917 en Schonheide (Alema­nia), fue ordenado en 1947. Cursó estudios en la Universidad Gregoriana de Roma y en la Universidad de Innsbruck. Es doc­tor en teología (1952). Merece especial mención su obra Die Taufe. Eine genetische Erklarung der Taufliturgie (El bautismo. Una explicación genética de la liturgia bautismal), 1958. Colabo­ra habitualmente en «Théologie u. Philosophie».

CHARLES PALIARD

Nació el 17 de abril de 1929 en Lyon (Francia) y fue orde­nado en 1957. Estudió en las Facultades católicas de Lyón y en el Instituto superior catequético de París. Es subdirector de en­señanza religiosa en Lyon. Colabora en «La Maison-Dieu».

MICHEL DUJARIER

Nacido el 16 de enero de 1932 en Tours (Francia). Estudió en la Universidad Gregoriana de Roma y en el Instituto católico de París y en 1961 obtuvo el doctorado en teología. Sacerdote «Fidei Donum» en Dahomey. Colabora en «La Maison-Dieu».

THIERRY MAERTENS (Véase CONCILIUM núm. 20, 1966)

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ROGER BERAUDY

Sulpiciano. Nació el 24 de septiembre de 1925 en Ambert (Francia). Fue ordenado en 1948. Estudió en la Universidad católica de Lyon y obtuvo el doctorado en teología en 1953. Ha sido profesor de liturgia en varios Institutos y en la Universidad católica de Lyon. En la actualidad es superior del Seminario universitario de Lyon. Entre sus varias obras citaremos Les ca-tégories de pensée de Ratramne dans son enseignement eucha-ristique, 1963. Colabora en la revista «Assemblées du Seigneur».

EMIL JOSEPH LENGELTNG

Nacido el 26 de mayo de 1916 en Dortmund (Alemania), fue ordenado en 1941 y estudió en las Universidades de Roma y de Munich. Doctor en teología (1947), es profesor de liturgia en la Universidad de Münster. Es autor de numerosos artículos sobre liturgia y colabora asiduamente en «Liturgisches Jahrbuch».

JOSEPH GELINEAU (Véase CONCILIUM núm. 2, 1965)

WILHELM BREUNING

Nació el 15 de mayo de 1920 en Sobernheim (Alemania). Fue ordenado en 1948 y estudió en las Universidades de Tréveris y de Bonn. Doctor en teología (1954), es profesor de teología dogmática en la Universidad de Tréveris. Entre sus publicaciones citaremos Die hypostatische Union in der Theologie Wilhelms von Auxerre, Hugos von St. Cher u. Roland von Cremona (La unión hipostática en la teología de Guillermo de Auxerre, Hugo de San Cher y de Rolando de Cremona). Colabora especialmen­te en «Trierer Theologische Zeitschrift».

LUCIANO BOREIXO

Salesiano de Don Bosco. Nació el 8 de febrero de 1927 en Mango (Italia); fue ordenado en 1956 y cursó estudios en el Ateneo pontificio saleciano de Roma, obteniendo la licenciatura en filosofía y en teología. Es miembro del Comité de redacción de la revista «Catechesi». Entre sus obras citaremos La Santa

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Colaboradores de este número 367

Messa azione sacra della communitá. Colabora en «La Rivista litúrgica» (Roma).

DOMINGO COLS PUIG

Nació el 11 de septiembre de 1928 en San Pablo de Ordal (España) y fue ordenado en 1952. Estudió en el Conservatorio superior de música de Barcelona y en la Academia de órgano de Haarlem (Países Bajos). Es maestro de capilla de la catedral de Barcelona y consultor en la Comisión episcopal de liturgia. Colabora en la revista «Phase».

MOIRA KEARNEY

Nacido el 16 de septiembre de 1917 en Durban (Unión Sud­africana); es organista, director de coro y compositor de música litúrgica.

STEPHEN SOMERVILLE

Nacido el 1 de abril de 1931 en Londres, fue ordenado en 1957. Estudió en la Universidad Laval (Quebec) y en el Institu­to Pontificio de música sacra de Roma. Es miembro de la Co­misión internacional para el inglés en la liturgia y profesor de liturgia en el St. Michael's Choir School. Colabora en «The Ca­ñad ian Register».

AMARO CAVALCANTI DE ALBUQUERQUE

Nació el 25 de julio de 1928 en Fora (Brasil) y fue ordenado en 1955. Es profesor de música sacra y presidente de la Comi­sión nacional brasileña de música sacra. Colabora en la «Revue Grégorienne».

REINHARD KOSTERS

Nació el 21 de octubre de 1931 en Delbrück (Alemania). Fue ordenado en 1958 y estudió en la Universidad de Innsbruck, ob­teniendo el doctorado en teología en 1965. Es párroco de Süd-Hagen. Es colaborador habitual de «Catholica».

BERNARD GUILLARD

Nacido el 19 de abril de 1921 en Nantes (Francia), ordenado en 1945, es director del Servicio Nacional de Catecumenado. Co­laborador asiduo de «La Maison-Dieu».

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IGNACIO ONATIBIA

Nació el 16 de enero de 1918 en Oyarzun (Guipúzcoa, Es­paña) y fue ordenado en 1941. Estudió en la Universidad católi­ca de Washington. Es doctor en teología, profesor de dogmática y de liturgia. Entre sus publicaciones citaremos Los Sacramentos y el Misterio Pascual, 1964.

XAVIER SEUMOIS

Nació el 3 de febrero de 1915 en Jemeppe (Bélgica) y fue ordenado en 1939. Es director del Instituto catequético africano y colaborador de «Lumen Vitae».

YOSHIMASA TSUCHIJA

Jesuita. Nació el 22 de junio de 1926 en Tokio (Japón). Fue ordenado en 1958. Estudió en The Sophia University (Tokio) y en el Instituto Litúrgico de Tréveris. Se graduó en filosofía (1944) y en teología (1959), y en la actualidad es profesor de teología en The Sophia University y secretario de la Comisión litúrgica japonesa.

JACQUES DOURNES

Nacido el 27 de mayo de 1922 en Saint-Pol (Francia), fue ordenado en 1945 y es misionero en el Vietnam. Entre sus pu­blicaciones citaremos Dieu aime les paiens, 1963.

HELENE REICHL

Nacida el 30 de septiembre de 1934. Estudió en el Instituto Superior de Pastoral catequética de París. Es directora del Cen­tro de Formación Catequética y Social «Fons Vitae», de Tai-Pei (Formosa).

JAIRO MEJIA GÓMEZ

Nació el 29 de enero de 1922 en Aguadas (Colombia); fue ordenado en 1945 y estudió en la Universidad javeriana de Bo­gotá (Colombia) y en el Instituto superior de música sacra de Roma. Pertenece como experto a la Comisión litúigica poscon­ciliar. Entre sus publicaciones citaremos Directorio litúrgico y su colaboración asidua en «La Maison-Dieu».