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MICHEL ANTOCHIW Viajes a América de Nicolás Cardona 63-623 CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS

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de Nicolás Viajes a 63-623 CENTRO DE ESTUDIOSHISTÓRICOS Michel Antochiw directora del departamento de ciencias sociales Vicerrector de educación superior director del centro de estudios históricos rector Mtra. Miriam hinojosa dieck lic. rafael Garza Mendoza 2 título original Viajes a América de nicolás cardona 63-623 dr. Francisco javier Azcúnaga Guerra Primera edición de esta colección, octubre de 2006 dr. Óscar Flores torres isBn 968-6858-8-0 impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

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CENTRO DE ESTUDIOSHISTÓRICOS

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título original Viajes a América de nicolás cardona �6�3-�623

Primera edición de esta colección, octubre de 2006

© Michel Antochiw© 2006 Universidad de MonterreyAv. ignacio Morones Prieto 4500 Pte., san Pedro Garza García, nuevo león,

México

conmutador (8�) 82�5-�000. lada sin costo 0�-800-80�-UdeM. www.udem.edu.

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cial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la

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mediante alquiler o préstamo públicos.

impreso y hecho en México

Printed and made in Mexico

isBn 968-6858-�8-0

UniVersidAd de MonterreY

rectordr. Francisco javier Azcúnaga Guerra

Vicerrector de educación superiorlic. rafael Garza Mendoza

director de la división de derecho y ciencias socialeslic. jorge Manuel Aguirre hernández

directora del departamento de ciencias socialesMtra. Miriam hinojosa dieck

director del centro de estudios históricosdr. Óscar Flores torres

editor: oscar Flores torresdiseño de portada e interiores: león García dávila / diseño 3Material iconográfico: Facsímile del códice, Archivo de indias, sevilla, españa.

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Michel Antochiw

méxico

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introducción

Índice��

i. hombres y hechos n los cardonan la capitulación de �6�2n la flota perdida de luis Fernández de córdoba

�3del caribe al Golfo de Méxicon en el cariben los pobladores nativos de las islasn ¿Quienes fueron los caribes? n los esclavos africanosn los pobladores blancos de las Antillasn ¿Quienes fueron los caribes?

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de Veracruz a la californian de Acapulco a culiacánn california: del mito a la realidadn el largo camino de regreso n relación de la californian california: isla o península

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el último viaje a Américan la conquista de América centraln cardona en Panamán el paso de drake por Panamá n cruzando el istmon salida de Panamán de México a la Floridan españa de nuevo

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Facsímile del códice�23

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A mi amigo

don Guillermo Zambrano lozano,

un hombre que conoce el valor

del trabajo, de la amistad

y del amor a la Patria

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Prólogo delrector

Como todas las épocas de transición, el siglo XVII trae consigo un conjunto de oportunidades para reafirmar frutos y alcanzar las metas esperadas por quienes tomaron riesgos en territorios prácticamente desconocidos. Este fue el caso de Nicolás Cardona,

navegante sevillano que puso proa por los mares del nuevo mundo y quién dejó a la posteridad un cúmulo de información que ahora damos a conocer. De este material, destaca el códice elaborado por él mismo, así como los innumerables mapas dibujados a mano durante esta agotadora travesía. Este códice encontrado por Michel Antochiw -tras minuciosa investigación- en los archivos españoles, es analizado y puesto en el contexto de

su elaboración. Esta mirada retrospectiva, nos permite evaluar los logros ante las adversidades y definir en contornos más claros al personaje emprendedor de aquella época histórica.

Desde esta perspectiva, la Universidad de Monterrey, a través de su Centro de Estudios Históricos, cumple parte de su misión al rescatar, preservar y difundir todo documento histórico concerniente a México. Este libro brinda una mirada analítica de nuestra historia, y ofrece a los lectores elementos para conocer y apreciar nuestro pasado lejano.

Dr. Francisco Javier Azcúnaga GuerraRector

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Prefacio

Esta edición de los Viajes a América de Nicolás Cardona, 1613-1623, posible gracias a la feliz cooperación de la Universidad de Monterrey y el empresario Guillermo Zambrano, representa un acontecimiento importante en los estudios sobre

las empresas hispanas en busca de nuevos mercados en el nuevo mundo. La publicación del códice elaborado por Nicolás Cardona, nos muestra esta energía comercial que llevó a nuestro navegante a realizar dos largos viajes -comprobados históricamente- durante el primer cuarto del siglo XVII. La travesía marítima comprendió ambos océanos: en la costa del Pacífico sus marineros lo acompañaron de Panamá al Mar de Cortés; así como de Veracruz a Cozumel, en el Golfo de México. Este itinerario fue enriquecido con minuciosos mapas sobre las costas del virreinato de la Nueva España. El documento elaborado por Cardona, hombre vigoroso y hábil, no había salido a la luz pública hasta ahora. He ahí su valor.

El viaje no dio los resultados que acometía nuestro navegante, pero dejó a la posteridad un documento rico en hazañas y comentarios que el lector del siglo XXI apreciará.

Para esta edición –que consta de un facsímil del Códice- se ha contado con la colaboración de Michel Antochiw, quién además realiza un estudio sobre la época, el mundo y su argumentación jurídica y teológica. Actualmente, mientras el mundo busca afanosamente un fundamento honrado para la paz duradera entre pueblos de culturas diversas, se vuelve imprescindible el regreso a la comprensión de estos asuntos en épocas pasadas. Estoy seguro de que en estas páginas encontrará el lector la función de la historia en la célebre frase de Cicerón: “testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad.”

Óscar Flores TorresUniversidad de Monterrey

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“Y es más fácil, oh españa, en muchos modos,que lo que a todos les quitaste solate puedan a ti sola quitar todos.”Quevedo

Introducción

La conquista y dominación de los vastos territorios del Nuevo Mundo fue obra de intereses particulares cuyo único afán, disfrazado tras motivos religiosos y patrió-ticos, era el enriquecimiento. La aventura indiana sin embargo, implicaba grandes riesgos y los sobrevivien-

tes de los naufragios, de los combates contra la resistencia in-dígena, de las enfermedades y otros peligros, consideraban sus conquistas como logros y posesiones personales que les daban derechos inalienables sobre territorios y poblaciones, que no es-taban dispuestos a compartir o a ceder. La corona española, ocupada en otros tantos asuntos, no prestó mucha atención a los “pequeños hechos dolorosos”, la mayoría sin denunciar, que protagonizaban sus conquistadores y adelantados en un mundo tan lejano y desconocido. Mientras avanzaba el proceso de “pacificación” y desaparecían pueblos y culturas, empezaban a fluir las riquezas que tanta falta hacían en la bélica España del Renacimiento. La ferocidad que mostraba la mayoría de los conquistado-res, no sólo hacia las poblaciones autóctonas sino también hacia sus propios compañeros, llenó de indignación a algunos de los protagonistas quienes, a su vez, tomaron la defensa de aquellos que no podían defenderse; mientras unos denunciaban pública-

mente las atrocidades que se cometían, otros dejaban la espada y dedicaron posteriormente su existencia a aliviar el dolor que antes habían provocado. Casi medio siglo tardó la lucha de reli-giosos y juristas para que se admitiera al indígena americano en la hermandad humana. El oro brillaba tanto, que cegaba muchas conciencias al punto de que las Leyes Nuevas, que Carlos V quiso imponer a sus súbditos de América, motivaron sublevaciones, asesinatos e intentos de independencia. Con prudencia, la corona evitó otor-gar títulos de nobleza a los conquistadores según la tradición medieval, con excepción del Marquesado del Valle, para no crear derechos territoriales hereditarios que pudieran tratar de sus-traerse a la autoridad real. La corona inició entonces el proceso que le permitiría conquistar sus conquistas al encargarse de la administración de los territorios de ultramar, sustituyéndose poco a poco la po-derosa influencia de los encomenderos. Se fueron creando las Audiencias y finalmente las gobernaciones y virreinatos que se impusieron como la forma definitiva del gobierno. Sin embargo, la distancia entre Madrid y los virreinatos, así como entre las ca-pitales de aquellos y las lejanas provincias, favorecieron la alian-za de los oficiales reales con las oligarquías locales, generando

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una atmósfera de corrupción y de abusos que la corona no sólo no pudo erradicar, sino que llegó a tolerar. La Casa de Contratación de Sevilla, que sólo con algunas excepciones temporales retuvo para la corona el monopolio del comercio y del tráfico entre la metrópoli y las Indias Occidenta-les, junto con la Armada que impedía o limitaba la ingerencia de las potencias extranjeras en el trópico, aseguraba para España la exclusividad del comercio americano y la importación de los pro-ductos y metales americanos. Sin embargo, los conflictos euro-peos, con Francia durante el reinado de Carlos V, con Inglaterra durante el de Felipe II y con Holanda, propiciaron la presencia de aventureros y corsarios en los mares americanos que con sus flotas, realizaban asaltos a los indefensos puertos mientras los piratas amenazaban a la navegación en las costas peninsulares. La malograda decisión de Felipe II de enviar contra Ingla-terra a la Armada Invencible, abrió una profunda brecha en las defensas españolas del Caribe y permitió la ocupación progresiva de las islas de las Antillas Menores por colonos extranjeros que, conocidos como bucaneros, jugarían muy pronto un importante papel en la historia del Caribe. Para defenderse contra estas agresiones se tomaron va-rias medidas, como obligar a las naves del comercio a navegar en flotas bajo la protección de la Armada y fortificar los principales

y estratégicos puertos americanos, tarea que fue encargada al ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli. Poco a poco, España adoptaba una actitud defensiva, mientras la presencia pirática se intensificaba en los mares. Los esporádicos ataques españoles a los asentamientos extranjeros en las islas caribeñas no lograron los efectos deseados, sino que los transformaron en temibles enemigos que engrosarían las huestes de los piratas y filibusteros del siglo XVII. Fue en esta época cuando Nicolás Cardona, originario de Sevilla, recorrió los mares americanos y visitó muchos de los luga-res que pocos años después, estarían vedados para los españoles. Cardona no dejó huella en la historia. Sus viajes sólo tenían un propósito de enriquecimiento personal, sin embargo, la crónica que nos dejó nos muestra un vasto panorama de la situación que regía en los puertos, mares e islas americanas, en un momento en que la gran ofensiva filibustera del siglo XVII se gestaba y que en Inglaterra, se preparaba el asalto contra lo que ya se perfilaba como la fortaleza española de América. Pocos años después de su visita, las Antillas Menores dejarían de ser españolas y se trans-formarían en las bases enemigas de donde saldrían los ataques al continente; Jamaica, la joya caribeña de los herederos de Colón, pasaría a manos de Cromwell, anticipando las sistemáticas cam-pañas inglesas en el Caribe del siglo XVIII.

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I. Hombres y hechos

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Los Cardona

Poca información tenemos de Nicolás, aunque el apellido Cardo-na era de los de mayor abolengo en Cataluña, durante los siglos XVI y XVII. Esta antigua familia desciende de Ramón Folch, hijo de Julián, conde de Anjou y de Argencia, hermana de Carlomag-no quien le dio el señorío del pueblo de Cardona. Los Reyes Ca-tólicos concedieron a Juan Folch, muerto en 1513, el ducado de Cardona. Este, además del pueblo de Cardona, era señor de la ciudad de Solsona (Lérida), de 30 villas, 25 castillos, 4 puertos de mar, 272 lugares y 2300 casas.1

Entre los Cardona que más destacaron durante este pe-ríodo, aunque no todos de la rama anterior, mencionemos a Lá-zaro, escritor que nació en Cataluña y vivió en el siglo XVI; Luis, prelado que ocupó el obispado de Barcelona en 1530 y, en 1531, la sede metropolitana de Tarragona donde falleció en 1532. Juan Cardona, teólogo y prelado, fallecido en 1546, se cree perteneció a la familia de los duques de Cardona. Carlos V lo nombró obispo de Barcelona en 1531, sucediendo a su pariente Luis. Construyó la Universidad de Barcelona. María de Cardona, poetisa catala-na (1509-1563). Algunos miembros de la familia Cardona emi-graron a Valencia donde destacaron Juan, ilustre pintor del siglo XVI y Juan Bautista, teólogo y prelado, nacido en Valencia en 1511 y muerto en 1589. Fue obispo de Perpiñan, Vich y Tortosa y en Roma publicó en 1575 una biografía de San Esteban, proto-mártir.2 Un Folch de Cardona fue corregidor de Panamá a finales

del siglo XVIII.

Finalmente, otra rama de los Cardona se estableció en Italia, donde destacaron un tal Vicente Cardona o Cardone, na-cido en Atessa en los Abruzos, escritor fallecido hacia 1620, y En-rique, Cardenal español nacido y muerto en Roma (1485-1529),

obispo de Barcelona en 1505 y arzobispo de Monreale (Sicilia) en 1512. Poca información hemos encontrado relativa a Nicolás Cardona. La enciclopedia Espasa Calpe publica un breve artí-culo donde atribuye erróneamente al mismo individuo su parti-cipación como almirante de la flota de Pedro de Rodas3 o de las Ruelas, en 1560, así como la autoría de la Descripción… de la California, escrita y dibujada en 1632. El almirante Cardona participó también en otras trave-sías. En el Archivo General de Indias, hemos localizado un breve documento4 dirigido a un almirante Nicolás de Cardona, fechado en 1564, en el cual se le ordena, para no correr riesgos por los nortes que soplan en invierno, permanecer en el puerto de San Juan de Ulúa desde septiembre hasta marzo de 1565. En esta travesía, Cardona era almirante de la flota de Juan Tello de Guz-mán. Ambos jefes se separaron en la Dominica; Tello se dirigió a tierra firme (Portobelo y Cartagena) y Cardona a Nueva España (la “Tabla cronológica” invierte estos destinos). Las dos flotas regresaron juntas a España en 1565.

En 1569, este mismo Nicolás Cardona fue almirante de la Flota de Tierra Firme del cargo del general Diego Flores de Valdés, quien volvió a España ese mismo año con parte de la flo-ta. Nicolás Cardona regresó a España en 1570, con el resto de la flota y el cargo de general, siendo su almirante Álvaro Flores de Valdés, sobrino del general Diego Flores.

En 1571, como almirante de la flota de Pedro Menéndez de Avilés, salió junto con éste a “limpiar los mares de piratas”. Este Nicolás parece ser el mismo que el de la flota de Pedro de

las Ruelas.

1 Los Cardona se emparentaron posteriormente con los descendientes de Cris-tóbal Colón.

2 Oratio de D. Stephano protomartyre habita in scello. Rom. Pont. Anno jubila-ci MDLXXV. Sub. Gregorio XIII.

3 La Tabla cronológica de los generales que fueron a Indias con flotas y galeo-nes, 1787…,dice “Pedro de las Ruelas”. Salió de Sevilla en abril de 1559 y regresó “por julio de 1560”. AGI. MP. Libros manuscritos. PO.

4 AGI. Indiferente 415, L.2/1/514.

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¿Qué relación de parentesco habrá tenido con Ramón de Cardona, quien mandaba la escuadra que protegía las costas de Andalucía de los piratas africanos al final del reinado de los Re-yes Católicos? Es evidente que el Nicolás de Cardona de la enci-clopedia se refiere a dos personas distintas ya que el au-tor de la relación del viaje a California todavía vivía en 1647. Ignoramos sin embargo, si existía un lazo de parentesco entre ambos Nicolás Cardona. En el artículo citado de la enciclopedia, se menciona otro escrito o Memorial de lo que era necesario proveer para la de-fensa de Cartagena de Indias, conforme a la traza que dejó el vi-rrey don Francisco de Toledo.5 No hemos visto dicho Memorial, por lo que ignoramos cuál de los dos pudo ser el autor. Aunque ignoramos las razones que lo motivaron, en Amé-rica Central y en México existen varios lugares que ostentan el nombre de Cardona. En Honduras, un caserío se llama Cardo-na y con este nombre se conoce una ranchería del municipio de Colima en México, un rancho del municipio de San Juan de los Lagos, Jalisco, una hacienda del municipio de Mier y Noriega, en Nuevo León y un rancho del municipio de Villagrán en el estado de Tamaulipas. Poco sabríamos de la existencia de Nicolás Cardona si no fuera por un testimonio o relación de méritos redactado en 1647 por Juan Diez de la Calle, oficial segundo de la Secretaría de la Nueva España del Consejo de Indias, autor del Memorial y Noti-cias Sacras y Reales del Imperio de las Indias Occidentales. La referida Relación de Méritos de Nicolás Cardona se mandó imprimir para ser entregada a su Majestad,6 solicitando merced. Nicolás Cardona era vecino de la ciudad de Sevilla, miem-bro de una familia que, como muchas otras, vivían de las opor-tunidades que las flotas venidas de América ofrecían a los más osados y atrevidos —casi diríamos aventureros—, dispuestos a hacer fortuna en las Indias. En efecto, el año de 1610, “se alistó en la dicha Ciudad para servir en las ocasiones que se ofrecie-ssen”. Aunque ignoramos sus antecedentes, debió tener cierta

preparación como marino, ya que ese mismo año pasó a la Nue-va España como capitán ordinario en la flota del general Juan Gutiérrez de Garibay.7 Este viaje debió haberle dado la experien-cia suficiente como para embarcar en 1613, con el cargo de capi-tán del navío almiranta. Posteriormente, a raíz del fallecimiento en 1614 en la Ciudad de México de Francisco Basilio, encargado hasta entonces de la flotilla, Cardona le sucede como cabo de la expedición, junto con su nuevo socio el capitán Juan de Iturbe y el sargento Pedro Álvarez de Rosales.

5 Francisco de Toledo fue virrey del Perú de 1569 a 1581. Se caracterizó por sus medidas administrativas y económicas. Mandó ejecutar a Tupac Amaru.

6 AHN. Colección de Documentos de Indias. 27, N. 5.

Retrato de Felipe III a caballo. Por Velázquez. Museo del Prado. Madrid

7 Si era hijo del Nicolás de Cardona, almirante de la flota anclada en San Juan de Ulúa, pudo aprender el arte de navegar con su padre. Su nombre no aparece en las listas de los comítres. Gutiérrez de Garibay estuvo a cargo de la Flota de Nueva España en 1609, que regresó en septiembre de 1610. Su siguiente viaje lo inició en junio de 1612 y regresó en octubre de 1613, su almirante fue Tomás de Larrazpurru. Creemos que Cardona formó parte de la flota de 1609 ya que en junio de 1613 inició el viaje que lo llevaría a California.

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La empresa a que nos referimos, fue organizada por el ca-pitán Tomás de Cardona, tío de Nicolás, quien en sociedad con el

financiero Sancho de Merás, de origen catalán, firmó un “asiento”

o sea, un convenio con el rey Felipe III, para ir al descubri-miento…

“… de nuevos ostiales de perlas en el Mar del Norte y Sur, y buscar los galeones perdidos de la flota del gene-ral don Luis Fernández de Córdoba... y pasar al mar del Sur al descubrimiento del rico reino de la Califor-nia...” 8

Por la Capitulación9 sabemos que Tomás de Cardona era ”natural de Venecia y residente en la ciudad de Sevilla”. Pro-venía por lo tanto de la rama italiana de la familia. Era casado con Beatriz de Mendoza, natural de Sevilla. Ocupó puestos de relevancia en la administración real, siendo en varias ocasiones “maestre de plata” y con el licenciado Gregorio López Madera y acompañado de su sobrino Nicolás, reconoció las minas y esco-riales de Río Tinto, Guadalcanal y otros lugares, con el carácter de perito en asuntos de minas de plata, como consta en los escri-tos de Miguel de Ipeñarrieta, secretario del Consejo de Hacienda y de Cristóbal de Medina, secretario que fuera de la Real Junta de Minas.

Fue pagador de la Armada Real de las Indias y prestó, sin intereses, 30,000 ducados para pagar a la gente de la Armada a cargo del general Francisco Coloma. Su participación en 1594 en el rescate que costeó de su pe-culio, de la artillería y municiones del galeón Nuestra Señora de Hua que se había hundido en el puerto de Trujillo, Honduras, le hizo ver la posibilidad de sacar provecho de ciertos asuntos de las Indias como la explotación de ostiales de perlas y el rescate de objetos de valor de los barcos hundidos. Para ello, con su socio Sancho de Merás se ingenió para construir…

“…una nueva invención de instrumentos y ágiles para sacar perlas desde 25 hasta 50 y más brazas, donde los buzos con que agora se pesca no han entrado, ni pue-den entrar y que se asentaran la Pesquería en las partes donde hasta agora no la ha habido y deja de haberla por el daño que hacen los tiburones y otros animales a los negros buzos…”

A pesar de las dificultades que para cualquier individuo de-bieron presentarse para lograr una entrevista con el monarca, la calidad de Tomás Cardona le permitió acceder en varias ocasiones a presentar al rey sus inventos y su proyecto ya que en la Capitula-ción éste comenta que:

“habiéndose hecho por mi mandato, ciertas experiencias de algunos de los dichos instrumentos, y visto todo por los de mi Consejo Real de las Indias, y consultándoseme, he tenido por bien de tomar asiento con los dichos Tomás de Cardona y Sancho de Merás sobre la pesquería de per-las con los dichos instrumentos…”

La Capitulación se firmó en 1612. Tomás tenía un hijo también llamado Nicolás de Cardona, quien “sirvió en el oficio de Tesorero general que fue de la Serení-sima Señora Emperatriz, hermana de V.M.”10 Por cédula de 8 de septiembre de 1627, fue nombrado Contador de la Casa de la Di-putación de la Ciudad de Segovia y se desempeñó como “Tesorero general de su Majestad en la jornada que se sirvió de hacer en los Reinos de la Corona de Aragón, el año de 1632”, y hasta su muerte alrededor de 1644, fungió como Maestro de la Real Cámara. Su ma-8 Memorial del Capitán Nicolás Cardona al Rey. BN., X. 153.

9 En la Biblioteca de Palacio Real de Madrid, hemos encontrado en las Misceláneas Ayala, dos copias del mencionado contrato o capitula-ción firmada en 1612 entre el rey Felipe III y Tomás de Cardona y Sancho de Merás. Vol. XXIX II, 2844, fol 226r/272 r. y Vol. LXXXV. II. 2900. fol. 321 r/328 r.

Un escudo de oro y una moneda de plata de 8 reales del reinado de Felipe III.

10 Se trata de María, hermana de Felipe IV, casada con Fernando III (1608-1657) emperador germánico de 1637 a 1657.

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dre, Beatriz de Mendoza, viuda y heredera de Tomás de Cardona y de su hijo Nicolás, legó sus bienes a su sobrino Nicolás. Ignoramos por consiguiente el nombre y la fecha del fallecimiento del padre del autor del códice, hermano de Tomás, así como el nombre de su madre, aunque resulta evidente el estrecho lazo que unía a Nico-

lás con sus tíos.

La Capitulación de 1612.

Este documento se firmó en Madrid entre Felipe III y los socios Tomás de Cardona y Sancho de Merás, el 22 de diciembre de 1612. El documento concluye diciendo:

“… cumpliendo ellos de su parte, les ofrezco y ase-guro que se cumplirá la mía = y para seguridad de ello, mandé dar la presente firmada de mi mano, y refrendada de mi infraescrito Secretario de la qual mando tomen la razón dichos mis Presidentes y Jueces Oficiales de la dicha Casa de la Contrata-ción de Sevilla y mis Contadores de Cuentas que residen en mi Consejo de las Indias… Yo el Rey = Por mandato del Rey, nuestro Señor = Pedro de Ledesma.”

El contrato o capitulación es parecido en su estructura, a todos los que la corona firmaba con los particulares. Inicia con las condiciones que se imponen a los contratantes y que in-variablemente reflejan no sólo las relaciones económicas de la empresa sino, implícitamente, la relación jerárquica existente entre el soberano y sus súbditos, quienes debían considerarse y actuar como instrumentos de la grandeza y del incremento del poder y prestigio del monarca. En este sentido, la primera parte de la capitulación refleja esta relación cuando especifica que:

“… han de ser obligados a entablar y asentar las dichas pesquerías de Perlas a su costa, y misión, sin que de mi Real Hacienda se les haya de socorrer, ni dar cosa alguna en España, ni en las Indias.”

A estas condiciones se agregan “que todas las perlas que sacaren durante los diez años del privilegio que les mandaré dar, se me haya de pagar el quinto…” o sea que de todo lo que sacaran, debían pagar el quinto real sin consideración o des-cuento alguno.

A estas condiciones básicas se agregan otras, tales como la obligación de solicitar permiso a las autoridades para poder desembarcar donde tocasen tierra para inspección de los Oficia-les Reales o sea de los encargados de la Real Hacienda. La medi-da buscaba evitar el contrabando, es decir la venta de cualquier producto o mercancía sin el pago de las alcabalas correspondien-tes. Así, se especifica que:

“… no llevarán de estos Reynos, ni en las Indias de unos puertos a otros, ninguna mercadería de ningún género que sean, ni venderán, ni contrata-rán ninguna de las cosas que llevaren… so pena de tenerlo perdido todo, y los Navíos en que fuere y demás de ello, incurran en perdimiento de la mi-tad de sus bienes, aplicado lo uno y lo otro para mi cámara, juez y denunciador por tercias partes.”

Las medidas son más drásticas todavía cuando se trata de alguna transacción con navíos extranjeros ya que tal acción se haría “so pena de la vida, y del perdimiento de todos sus bienes en los casos declarados en las cédulas que sobre esto disponen.” El intercambio de productos y comercio con el extranjero equi-valía a un acto de alta traición, castigado con la pena máxima.

Establecidas desde el inicio las condiciones en las cuales podían los socios proceder a organizar su expedición, otro grupo de capítulos explica los “privilegios”, o sea las garantías que la Co-rona ofrece para la realización del proyecto. En primera instancia, se otorga a los empresarios el privilegio del uso exclusivo de los instrumentos de su invención por un período de diez años, 11 y se-guidamente el permiso de establecer pesquerías…

“… en todas las partes de las Indias, Islas y Tierra Firme del mar Océano, y las Islas de Barlovento que les corresponden a la mar del Norte, como las de Tierra Firme, Honduras, Campeche, Nueva Es-paña, La Florida, la Bermuda, California, Ríos y Lagunas de ellas y otras cualesquiera…”

11 El contrato indicaba el castigo que se aplicaría a cualquier persona que “usare de los dichos instrumentos, incurra en pena de tres mil ducados por cada vez que fueren denunciados, aplicados por ter-cias partes a mi cámara, denunciador y las partes”.

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Sin embargo, se fijan algunas restricciones ya que el privilegio se refiere exclusivamente a:

“.. las partes donde al presente no hay asentadas pesquerías de perlas y donde hubiere asentadas dichas pesquerías, treinta leguas de donde tengan las canoas con que agora pescan con buzos, ni tam-poco en Panamá y su costa con la distancia misma de 30 leguas por haberse entablado allí estos años, la dicha pesquería…”

En ese entonces, las principales pesquerías se encontra-ban en las costas de Venezuela, principalmente en las de la isla Margarita y en Riohacha (Río de la Hacha en el texto) en la costa

colombiana, de donde Peralonso Niño y Cristóbal Guerra traje-ron en 1500, 96 libras de perlas. Las pesquerías de Panamá se ubicaban alrededor del Ar-chipiélago de las Perlas y la Isla del Rey, del lado del océano Pacífico. Se les avisa que sus pesquerías de perlas gozarán de los mismos privilegios que las demás situadas en la Margarita y Río de la Hacha, sin consideraciones suplementarias. Uno de los aspectos más importantes de los privilegios se refiere a las naves, tripulaciones, aparejos y provisiones que podrán llevarse para la expedición. En total, la flota podrá com-ponerse de:

“… seis bajeles de 20 toneladas cada uno con toda la gente, jarcia, velas y demás aparejos, y cosas nece-sarias para el sustento de un año de la gente que en ellos fuere, a satisfacción de mis Presidente, y Jueces Oficiales de la Casa de Contratación de la Ciudad de Sevilla, sin que sean obligados a llevar maestres ni pilotos examinados, ni la artillería que manda la ordenanza…”

Para establecer las pesquerías con los aparatos de su in-vento, podrán…

“… llevar los instrumentos y pertrechos necesa-rios… y los materiales que fueren menester para renovar y hacer otros de nuevo, pagando los dere-chos que debieren de todo… y la cantidad de estos instrumentos y materiales que [los oficiales reales] juzgasen ser precisamente necesarios y no más…”

Uno de los aspectos más importantes para la pesquería era sin duda, la participación de los buzos. Aunque no se especi-fica la proveniencia de los mismos, se precisa que tienen licencia para…

“… llevar en los dichos seis bajeles, 60 negros, diez en cada uno de ellos para su servicio, pagando los derechos… y seis marineros levantiscos para que sirvan de buzos, sin embargo de que sean extran-jeros y lo proveído en contrario, dando fianza de cada 200 mil maravedíes,12 a contento de los dichos

12 450,000 maravedíes equivalían a 1,000 pesos de oro de minas o a 1654 pesos de oro común. 200,000 maravedíes equivalían entonces a 444.4 pesos de oro de minas o a 735 pesos de oro común.

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mis Presidente y Jueces Oficiales, de que no queda-rán en las Indias y volverán a estos Reynos…”

Entre las consideraciones finales, se prohíbe a cualquier autoridad…

“… Audiencias, Virreyes, Presidentes, Gobernado-res, Corregidores y otras cualesquier Justicias, ni Generales de Armadas, ni Flotas, así de estos Re-ynos como de cualesquier partes de las Indias no les puedan embargar ni embargue para ningún efecto, los bajeles, gente de mar, pertrechos, basti-mentos y demás cosas que llevaren para la dicha pesquería.”

Con este artículo, la expedición quedó bajo la autoridad directa y exclusiva del rey, sin que nadie pudiera interferir o mo-dificar el propósito del viaje. El otro objeto de la expedición era el rescate de la pla-ta y la artillería de la flota perdida del general Luis Fernández de Córdoba. Los socios no parecen tener mucho interés en este asunto, aunque lo agregan a la pesquería de perlas para dar más

atractivos a la propuesta. La pérdida de la flota de Luis Fer-nández de Córdoba, debido a lo cuantioso y valioso de su carga, debió suscitar muchos comentarios entonces, tanto en España y en América como en Inglaterra, como se verá adelante. Sin embargo, los socios anticipan que, con las naves de tan poco peso como las que llevan, no podrían dedicarse a este tipo de faena y en el contrato, el rey precisa que, en caso de que se localizaran las naves perdidas, se compromete a dar las naves que se requie-ran, aunque su costo se deduciría de lo que se sacara, antes del reparto. Descontados estos gastos, el restante se dividiría en tres partes, una para la Real hacienda, la otra para los dos socios y la tercera para los damnificados, según las fes de registro. Todo el proceso sería vigilado por los oficiales reales nombrados para el caso. La California apenas se menciona como una posibilidad

entre tantas, sin embargo, los socios, sabedores de la existencia de perlas en el Mar Bermejo o de Cortés, tenían la intención de dirigirse a éste para establecer sus pesquerías.

Vista de Sevilla en el siglo XVI. Atribuido a Sánchez Coello. Museo de América.

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La flota perdida de Luis Fernández de Córdoba.

El martes primero de noviembre de 1605, la Flota de Tierra Fir-me al mando del general Luis Fernández de Córdoba, zarpó de Cartagena de Indias en Colombia para dirigirse a España, e hizo escala en la Habana para abastecerse en previsión de la travesía del Atlántico. En Portobelo, provincia de Veragua, había cargado un pesado tesoro de plata y otros productos preciosos provenien-tes del virreinato del Perú, de Chile y de otras partes, como lo muestra uno de los recibos firmados en Panamá, por la cantidad de 1568 lingotes de plata, pequeños y grandes. Los tripulantes de las naves, a pesar de las duras faenas de la navegación, distraían su atención dedicándose a los juegos de azar no sólo con sus compañeros, sino también con los pasajeros a quienes sustraían a veces fuertes sumas de dinero. El rey, ante la gravedad del asunto, dirigió en 1604 a los generales de las flotas una cédula prohibiendo los juegos de azar a bordo de las naves “de que han resultado muchos inconvenientes y del servicio de Dios, Nuestro Señor....” 13 Poco antes de su salida, Luis Fernández de Córdoba recibió la mencionada cédula. La majestuosa flota, encabezada por el galeón San Roque, nave capitana al mando del general Fernández de Córdoba, se deslizó orgullosamente por las tranquilas aguas del Mar Caribe, seguida por la almiranta Santo Domingo y los galeones San Am-brosio, Nuestra Señora de Begoña, San Cristóbal, San Martín, San Gregorio, el buque San Pedro y un patache de la Armada. La brisa era suave y el avance lento cuando, el domin-go 6 de noviembre, el cielo se oscureció de repente y el viento arreció con furia, causando daños en los lentos y muy cargados navíos. En la mañana del día 8, se habían perdido los galeones San Gregorio y San Martín así como el buque San Pedro. Ya se sabía que el patache había naufragado, sin dejar sobrevivientes. Mientras los barcos restantes intentaban llegar a Jamaica, el San Cristóbal casi totalmente destruido, logró regresar a Cartagena.

13 Real Academia de la Historia. Madrid. Colección Salazar y Castro. No. 1403 (5) foja 215-218 v. Fecha en Gumiel a 4 de septiembre de 1604.

No se supo nada más de los demás galeones, desaparecidos con sus pasajeros, tripulaciones y tesoros. El gobernador de Cuba, Pedro Valdés, despachó de inmediato varias naves en todas di-recciones hacia el Golfo de México hasta las costas de Texas, las islas del Caribe y las costas de América Central sin que pudieran encontrarse sobrevivientes ni restos de los galeones. Cuando la flota de Luis Fernández de Córdoba salió de España hacia Tierra Firme, a principios de 1602, el Almirante de la misma era Martín de Noja y Castillo quien murió llegando a La Habana y fue sustituido por Juanes de Urdaire, que había salido de España ese año para Cartagena con naos de refuerzo para la flota de Hernández de Córdoba. En 1603, Luis Fernández de Córdoba y Sotomayor volvió a salir a Tierra Firme y en 1605 em-prendió su regreso. La Santo Domingo, nao almiranta, salió de Cartagena junto con el resto de la flota, sin embargo, no figura en la lista de las naves perdidas. El almirante Urdaire sobrevivió y trajo a España en 1605 los caudales restantes de la flota perdida. Así mismo, trajo parte de los caudales de la flota de Nueva Espa-ña a cargo de Fulgencio de Meneses Toledo y Padilla quien había fallecido en Veracruz en 1604. Su flota fue traída a Cádiz por su almirante Juan Pérez de Porta en septiembre de 1604. Para re-cibir y escoltar la flota que llegaba a cargo de Urdaire, salió a su encuentro el almirante Juan de Esquivel. Tres años después del desastre, el 15 de enero de 1608, la flota de Luis Fernández de Córdoba fue declarada perdida “por sus pecados”.

En 1616, un barco corsario inglés avistó en el mar una balsa que navegaba a la deriva y recogió a un holandés y dos marineros franceses. El holandés Simón Zacarías, un piloto que según dijo, había sido embarcado “contra su voluntad” en un bar-co pirata, logró fugarse con dos compañeros y llegar a una isla “desconocida” en el Mar Caribe. Buscando agua y alimentos, en-contraron varios cadáveres, uno de los cuales era supuestamente el del general de la flota perdida, Luis Fernández de Córdoba, abrazando la bandera real de la capitana. Cerca, había más de un millón de pesos en monedas, oro, barras de plata y joyas, que fueron escondidos en ocho agujeros. Después de algunas sema-nas en esta isla, los tres náufragos lograron armar una balsa para llegar a Cuba cuando los recogió el corsario inglés que los llevó a las Bermudas y de allí a Londres, donde obligaron al piloto a embarcarse para ir de nuevo a la isla “del tesoro”. El barco inglés fue a su vez capturado por los españoles y Zacarías, prisionero

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en Trujillo, hizo una nueva declaración a sus captores. Dijo ser natural de Amberes, de religión católica y que, navegando contra su voluntad en un barco pirata entre San Andrés y cabo Gracias a Dios, divisó una isla que no estaba en los mapas. Provocó en-tonces el naufragio del barco y logró escapar con dos marinos franceses. En la isla encontraron cuatro cabañas medio derrum-badas y en una de ellas un cadáver y cerca de él un arcón con ropa y papeles escritos en español, una barra de plata, un tesoro de joyas y una muy gruesa cadena de oro, etc... Cerca de la playa estaban los restos de dos barcos, uno de ellos de unas 600 a 700 toneladas.14 Zacarías falleció durante un temblor de tierra en 1625 sin haber podido volver a pisar la isla.

Los Rescatadores de las Naves Perdidas

Francisco Núñez Melián, regidor de la Habana y tesorero del Rey en esta isla, participó en 1623 en el rescate de medio millón de

pesos de los restos del galeón Santa Margarita de la flota del Mar-qués de Cadereyta, naufragado en 1622 en los cayos de Matacum-bé, en Florida. La nave pertenecía a la Flota de Tierra Firme a cargo de Juan de Lara Morán quien salió de España en marzo de 1622. Lara Morán falleció en La Habana y la flota quedó al man-do del almirante Pedro Pasquier y Esparza quien naufragó en los Cayos de Matacumbé, sucediéndole en el mando Luis Fernández de Córdoba Doncel, quien regresó a España en 1623 bajo la ban-dera de Lope Díez de Aux de Armendáriz, Marqués de Cadereyta, futuro virrey de Nueva España cuyo almirante fue Tomás Larraz-purrú.15 Fernando de Sosa Suárez trajo a España en 1625 la plata buceada de las naos perdidas en los Cayos de Matacumbé. Una comunicación anónima y sin fecha16 señala un hecho que muestra los grandes intereses creados alrededor del rescate de los tesoros de los barcos hundidos:

“Notorio es, haberse perdido a 3 de septiembre del año de 1622, tres galeones en los Cayos de Mata-

14 La declaración en AGI. Indiferente General 1868. El documento fe-chado en Madrid, el 16 de noviembre de 1617.

Pesca de perlas con red y con escafandra. 1623. Museo Naval. Madrid. Tomado de M. León-Portilla.

15 En 1603, Tomás de Larrazpurrú era almirante de la flota de Juan Gutiérrez de Garibay con la que navegó Nicolás Cardona.

16 Real Academia de la Historia. Madrid. Colección Salazar y Castro. No. 487. K). 376-377.

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cumbé, del cargo del general Marqués de Cadere-yta, y de que se hallaron los dos, y se fue sacando su plata por unos vecinos de la Habana, y de que no se dio con el tesoro, que era la Almiranta de la flota, sin embargo de algunas diligencias que se hi-cieron. De ésta hay algunas sospechas de haberle ocultado los que le iban a buscar por el interés que le iban sacando, llegando a fabricar una fragata hombres sin caudal, y habiendo salido con ella se perdieron sin haber noticias a dónde quedó sin otra diligencia asegurada la sospecha de lo oculta-do por estos hombres.”

Núñez Melián recibió autorización del rey en 1628, para buscar los restos de un galeón hundido cerca de la Bahía de la Ascensión y cuya existencia le fue revelada por un viejo piloto llamado Juan de Contreras, residente en Mérida de Yucatán.

Éste dijo que el barco hundido era uno de los de la flota de Luis Fernández de Córdoba, sin que se sepa cómo lo averiguó.17 Años antes, en 1614, siete naves de la Flota de Nueva Es-paña al mando del general Juan de la Cueva y Mendoza, naufra-garon entre el Cabo Catoche e Isla Mujeres. El gobernador de Yucatán, Antonio Figueroa, despachó inmediatamente por tierra a su hijo Íñigo de Figueroa y al capitán Francisco de Figueroa y por mar a Juan de Contreras…

“regidor de Mérida y que para ello juntase todas las fragatas y barcos que hallase en los puertos y como persona de tanta experiencia en aquellas

Naufragio. Grabado de Teodoro de Bry.

17 Los documentos de Francisco Núñez Melián y de Juan de Contreras en AGI. Santo Domingo. Leg. 27 A y Leg. 132. Si los restos fueran encontrados, podrían ser identificados por el número de cañones existentes. Por deducción, este barco podría ser el San Ambrosio o el Nuestra Señora de Begoña.

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costas fuese a ellas y los pusiese a buen recaudo…en el puerto de Sisal se juntaron todas las embar-caciones que había en Campeche y otras partes. Nombró el gobernador la fragata de Juan Mejía de Sotomayor por capitana, en que se embarcó el cabo Juan de Contreras con orden de que cual-quiera embarcación que encontrase a ida o vuelta, la visitase por si traía alguna cosa de los navíos y prendiese a quien lo llevaba…” 18

Pasajeros y tripulaciones de los barcos hundidos fueron rescatados y socorridos por los Figueroa y Juan de Contreras, y gran parte de las mercancías y del azogue fue asegurada. Cuan-do los barcos y la ayuda provenientes de la Habana llegaron al lugar del siniestro, poco pudieron rescatar ya que lo que quedaba fue pronto sepultado por la arena.19

Ésta no era la primera navegación en la que participaba Contreras. En efecto, ya en el año de 1596, había acompañado a Ambrosio de Argüelles, en calidad de piloto, en un recorrido a la Bahía de la Ascensión. En varias ocasiones, había recorrido las costas de Yucatán hasta la actual Bahía de Chetumal. El apellido Contreras era conocido en Yucatán. Uno de los conquistadores lo llevaba: Diego de Contreras y Arias, quien falleció antes de terminada la conquista. Su hijo, Juan Contreras Nieto, conquistador también, casado con Beatriz Durán en 1545, fue encomendero de Yaxkukul y Tahcabo. Su hijo mayor, Diego Contreras Durán, casó en 1573 con María Farías Sigüenza y he-redó las encomiendas de Nabalam, Tahcabo y Cozumel. A su vez, el hijo de éste, Juan Conteras Sigüenza nacido en 1578, heredó de su padre en 1607 las encomiendas anteriores, salvo Cozumel que le fue cambiado por Yaxkukul. Sin embargo, Juan Contreras Nieto tuvo otro hijo, Juan Contreras Durán, casado con Inés Sán-chez Mejía, establecidos en Valladolid. Aunque más joven que su hermano Diego, era desde luego mayor que su sobrino Juan, el hijo de éste. Valladolid tenía a su cargo la vigilancia de los “despoblados” del oriente, así como de la costa y de la Bahía de la Ascensión, y el “viejo piloto” al que se refiere Núñez Melián, debió ser Juan Contreras Durán y no su sobrino Juan Contreras Sigüenza quien en 1614 sólo tenía 36 años.

Este Juan Contreras, que dirigió la flota del rescate, ¿sería el mismo que avisó al rey de la existencia del barco hundido en la Bahía de la Ascensión? ¿Qué relación habrá existido, si hubo alguna, entre Francisco Hernández de Córdoba quien descubrió Yucatán en 1517 y el viejo Diego de Contreras y Arias quien años después, participó en la conquista de Yucatán? ¿Habrán los Fer-nández o Hernández de Córdoba conservado sus relaciones con los Contreras? ¿Quién recomendó a la corona conceder a Núñez Melián la autorización para rescatar las riquezas de los galeones hundidos en los cayos de Florida? Muchas preguntas quedarán sin respuesta, sin embargo, alguna relación hubo entre todos ellos. El hundimiento de la flota del general Luis Fernández de Córdoba despertó mucho interés tanto en España como en Amé-rica, debido a las riquezas que con ella quedaron sepultadas en el mar. Por mucho tiempo, perduró el deseo de encontrar en alguna parte, los restos de alguno o algunos de estos galeones y sus fabulosas riquezas. Los piratas ingleses, cuyas naves infesta-ban las aguas del Caribe, no eran sin embargo, como lo vimos, los únicos interesados.

El “clan” de los Fernández de Córdoba o Hernández de Córdoba era entonces muy poderoso en América. Otro Francisco Hernández de Córdoba, fundador de la ciudad de Granada en la provincia de Nicaragua y que conquistó la mayor parte de ella, murió como Balboa, degollado por Pedrerías Dávila, el año de 1526. Diego, nacido en Sevilla, fue Virrey de la Nueva España de 1612 a 1621 y luego del Perú de 1621 a 1629. Otro Diego, posible-mente pariente suyo, procurador general de Yucatán en Madrid, solicitó el nombramiento de gobernador de Yucatán, mismo que le fue concedido; sin embargo, antes de embarcar, fue promovido al gobierno de Cartagena en Colombia y en su lugar, fue nombra-do en 1642 para gobernar Yucatán el viejo buscador de tesoros Núñez Melián, quien murió trágicamente en Mérida durante un desfile militar. Otro general, Melchor Fernández de Córdoba, acude a reforzar las defensas de Acapulco en 1615, ante la ame-naza de los holandeses. Núñez Melián había intentado rescatar el tesoro del barco hundido en la Ascensión, ya que sabemos que desde La Habana mandó a Yucatán una fragata, dos falúas y dos canoas, sin que sepamos la suerte que corrió este intento. Sin embargo, fue re-compensado con el gobierno de Venezuela y, años después, con el de Yucatán.

18 López de Cogolludo, Fray Diego. Historia de Yucatán. Tomo III: 2019 Molina Solís, J.F. II:28-29. AGI. Contratación, leg. 5:72. Carta de

funcionarios reales al Rey. La Habana, 25 nov. 1614.

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