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La cuestión criminal Eugenio Raúl Zaffaroni Suplemento especial de P ágina I 12 9

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La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

Suplemento especial de PáginaI12

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19. El parto sociológicoLa vieja criminología etiológica de médicos y abo-

gados languidecía en los rincones de nuestras faculta-des de derecho, pese a la buena fe de muchos de susexpositores, que no lograban acercarse al fenómenodesde la perspectiva del grupo humano y menos delpoder. De vez en cuando espolvoreaban su olla conun poco de sal social, con afirmaciones un tanto so-cialistas (cuando se abre una escuela se cierra una cárcel,y otras semejantes), pero ignoraban a criminales quenunca pasarían por una cárcel y habían frecuentadomuy buenas escuelas. La delincuencia seguía siendo pa-ra ellos la que veían en la prisión o en la crónica poli-cial, aunque de vez en cuando se les escapaba la con-tradicción en que caían.

Si bien la cuestión criminal siempre fue un temacentral para quienes ejercieron o disputaron el poder,esto no lo podía explicar una criminología de médicos yabogados. Pero por suerte hay saberes que se ocupandel comportamiento humano y exceden bastante ellimitado campo de esos especialistas, de modo queotros avanzaban por un camino diferente, observandolos fenómenos desde el plano social. Nunca faltaronlos que lo hicieron desde este atalaya diferente, perofue precisamente a partir del análisis de la cuestióncriminal que fue tomando forma y terminó obtenien-do patente académica una nueva ciencia: la sociología.

Todo comenzó cuando entre 1830 y 1850 dos per-sonajes –el belga Adolph Quetelet y el francés An-dré-Michel Guerry– llamaron la atención acerca delas regularidades en la frecuencia de los homicidios ylos suicidios.

Quetelet vivía haciendo cálculos actuariales paralas compañías de seguros, pero inventaba toda clasede cosas y, entre ellas, fue el fundador del observato-rio astronómico de Bruselas, lo que no deja de ser ori-ginal, porque la capital belga tiene el cielo nublado lamayor parte del año.

Guerry era un abogado que se enamoró de las esta-dísticas y llamó a estas regularidades estadística moral,en tanto que Quetelet buscaba un nombre para suciencia. Cuando se quiere obtener jerarquía de cienciapara algún saber existe la tendencia a acercarlo a la fí-sica (esto hoy se llama fisicalismo) y como Queteletno era ajeno a esa tendencia, no tuvo mejor idea quellamar a lo suyo física social.

Pero no era el único que quería fundar una física so-cial, pues en Francia Augusto Comte andaba en lomismo y se enfadó mucho con Quetelet, afirmandoque le robó el nombre a su ciencia, por lo que decidiórebautizarla como sociología. Gracias al plagio nos sal-vamos de estar rodeados hoy de físicos sociales.

En verdad, Comte fue sorprendido por la irrupcióndel belga, porque sus ideas son producto de otra histo-ria. La empresa de Comte fue precedida e impulsadapor los reaccionarios (Louis de Bonald, Joseph deMaistre, Edmund Burke) que consideraban que la Re-volución Francesa era un episodio criminal y antinatu-ral en contra de la historia y que después de la derrotadel díscolo Napoleón y de la Santa Alianza (alianza decabezas coronadas para mantenerse pegadas al cuerpo)volvían a la carga reafirmando que la sociedad es un or-ganismo y jamás puede admitirse el disparate del contrato.Si la sociedad es un organismo, se supone que debe ha-ber una ciencia que estudie las leyes naturales de éste.

Pero los reaccionarios eran nostálgicos del medioe-vo y apelaban a argumentos de derecho divino, lo queestaba pasado de moda en tiempos en que despuntabala ciencia como única garantía del saber. Además, loscríticos del orden social –los llamados socialistas utópi-cos– con los que confrontaban los reaccionarios, erantan o más organicistas que ellos. En esas condiciones,era obvio que a alguien se le habría de ocurrir la ideade responderles desde la misma perspectiva conserva-dora y organicista, pero conforme al signo de los

tiempos, es decir, con una ciencia de la sociedad: eso lohizo Comte.

El gran mérito de Comte es haber dado impulso auna ciencia de la sociedad libre del lastre religioso, perodesde el punto de vista ideológico hubiese podido to-mar unos vinos con los reaccionarios sin mucho pro-blema en el plano práctico.

Como nadie puede verificar que la sociedad sea unorganismo, la voluminosa obra de Comte –publicadaa mediados del siglo XIX– presuponía un dogma gra-tuito. Aunque parezca mentira, se fundó una cienciasobre una premisa anticientífica o no verificable.

Conforme a ese dogma, el organismo social tenía susleyes, por ende debía ser gobernado por quien las co-nociera, o sea, por los sociólogos. Por eso le enmenda-ba la plana a Platón postulando algo parecido a un so-ciólogo-rey (un tecnócrata social). Esto lo explicabapor la ley de los tres estados por los que habría pasado lahumanidad: el teológico (primitivo), el metafísico (losiluministas) y –finalmente– el científico (adivinencon quién: con Comte). Otro más tenía ganas de sen-tarse en la punta de la flecha del tiempo.

Además, por humanidad se entendía a la raza blanca(a la que pertenecía Comte), pero no a todas las per-sonas de esa raza, sino sólo los hombres (Comte tam-bién lo era), porque a las mujeres había que mante-nerlas en estado de perpetua infancia, para sostener lacélula básica de la sociedad: la familia.

Dada la importancia de las jerarquías para sostenerel orden social, miraba con simpatía a la sociedad decastas de la India. Como si esto fuese poco, tampocorenunciaba a un componente místico e inventó unanueva religión con toda su liturgia en que el Gran Serera la humanidad e integraba una trinidad con elGran Medio (espacio del mundo) y el Gran Fetiche(la tierra).

Es curioso, pero las ideas de Comte prendieron enBrasil a la caída del Imperio y los militares fundadoresde la República velha las tomaron tan en serio que in-corporaron a la enseña nacional el lema Ordem e pro-gresso. No paró allí la cosa, sino que incluso hubo untemplo comtiano en Rio de Janeiro, lo que pruebaque no es nueva la generosidad de nuestro continenteen la importación de disparates.

Es bastante sabido que Comte no gozaba de muybuena salud mental y que al compás de sus desilusio-nes amorosas intentaba suicidarse arrojándose al Se-na. Es obvio que si hubiese vivido cerca del Riachue-lo no hubiese inventado la sociología.

Por regla general, las historias de la sociología se-ñalan como fundadores a Comte y a Spencer, dequien ya nos ocupamos y vimos que del otro lado delcanal de la Mancha compartía la concepción organi-cista y también se acomodaba en la punta de la fle-cha civilizatoria.

20. Los verdaderos padres fundadoresEsta prehistoria de la sociología moderna muestra

cómo ésta y la criminología nacieron del entreveroentre el poder y la cuestión criminal, pero en tantoque la criminología quedó atada a Spencer, la socio-logía posterior a Comte se desprendió del contenidoreaccionario de sus ideas y adquirió vuelo propio enEuropa continental hasta la primera guerra mundial oGran Guerra (1914-1918).

En rigor, la criminología y la sociología habían na-cido mellizas, sólo que la criminología permaneciópresa del racismo y reduccionismo biologista delspencerianismo, desintegrándose paulatinamente apartir de la crisis de esas lamentables bases ideológi-cas, en tanto que en la sociología, las ideas de Comte,quizá por reaccionarias e insólitas, abrieron un amplioespacio de discusión y análisis.

Lo cierto es que en la segunda mitad del siglo XIX yprimeras décadas del XX aparecieron los sociólogos

que dejaron de lado las lucubraciones de sobremesa ycomenzaron a pensar más en serio, poniendo unacuota de orden y cordura. Estos sociólogos más analí-ticos pueden considerarse en realidad los verdaderospadres fundadores de la sociología.

Mucho se ha escrito sobre estos primeros autores y,si bien su pensamiento es un tema propio de la socio-logía, es necesario señalar al menos por qué caminosmarcharon, porque de lo contrario parecerá que de al-guna galera de mago salió una criminología diferente,cuando en realidad venía preparándose desde la socio-logía, aunque sin que los criminólogos del rincón de lafacultad de derecho le prestasen mucha atención.

Estos padres fundadores fueron los principales soció-logos franceses como Emile Durkheim y Gabriel Tarde

y alemanes como Max Weber y Georg Simmel. Su im-portancia no se debe tanto a lo que sostuvieron sino acómo se proyectaron hacia el futuro de esta ciencia,pues Durkheim y Max Weber fueron los pioneros delo que luego se desarrollará como sociología funcionalis-ta y sistémica, en tanto que Tarde y Simmel abrieron elcamino de lo que habría de ser el interaccionismo.

Traducido a lenguaje comprensible, esto significasimplemente que la sociología europea anterior a 1914tendía a atender a dos diferentes aspectos de lo social:uno privilegiaba la búsqueda de un sistema dentro delque todo cumpliría alguna función, y otro no pensabatan en grande y se detenía en las relaciones más micro,tratando de establecer sus reglas. Desde lo macro Dur-kheim pensaba que el delito cumplía la función social

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positiva de provocar un rechazo y con eso reforzar lacohesión de la sociedad. Entendámonos: para Dur-kheim no era positivo que alguien descuartizase a laabuela, sino la reacción social de cohesión que ese cri-men provocaba. De esta forma despatologizaba al delito,lo consideraba normal en la sociedad.

Max Weber en Alemania también pensaba en lomacro y acentuaba la importancia de las ideas paraavanzar a través de los sistemas de autoridad, que pa-saban del ancestral al carismático y de éste al legal-racio-nal, que sería el de las grandes burocracias que regíanen los países centrales y que se extenderían a todo elmundo. En tal sentido sostenía que el protestantismohabía facilitado el desarrollo del capitalismo.

En tanto, Gabriel Tarde se fijaba más específica-

mente en la imitación como clave de las conductas,impresionado por el poder que adquiría la prensa, es-pecialmente con el escándalo del caso Dreyfus, queprovocó un brote antisemita reaccionario y monárqui-co que dividió a Francia quizás hasta al propio gobier-no de Vichy en la segunda guerra. Se daba cuenta –adiferencia de Durkheim– de que había una enormecantidad de delitos impunes, con lo que adelantaba lacuestión de la selectividad.

Simmel, por su parte, puso el acento en la observa-ción de que la esencia de lo social es la interacciónde las personas y en que cada día tenían menos valorlas capacidades individuales en la sociedad indus-trial, lo que también parecía contradecir algunas ide-as de Durkheim.

Es evidente que en Alemania no podía obviarse aKarl Marx, pese a que no fue sociólogo, pero las ideasde Weber responden a un debate con Marx (algunoshistoriadores afirman que toda la sociología alemanade la época lo fue).

Cabe aclarar que Marx se refirió a temas penales ycriminológicos sólo muy tangencialmente. Hay un ar-tículo publicado en la Gaceta Renana en 1842 en quecritica la penalización del hurto de leña y un párrafoen la Teoría de la plusvalía en que ironiza acerca de lanecesidad de los delincuentes. En este último pareceun funcionalista, pero plantea algo real: si los delin-cuentes no existiesen habría que inventarlos. En efec-to: aunque Marx no lo dice, si dejamos volar la imagi-nación y pensamos en una fantasmagórica huelga ge-

neral de delincuentes, veremos que se derrumbaría to-do el sistema: se volverían inútiles los seguros, los ban-cos, las policías, las aduanas, las oficinas de impuestos,etc. Sin duda que sería una verdadera catástrofe.

En el pensamiento de Marx y de Engels llama laatención el total desprecio por el subproletariado(Lumpenproletariat), que es el nombre marxista de lamala vida positivista. Lo consideraban una clase peli-grosa, inútil, incapaz de cualquier potencial dinami-zante y siempre dispuesta a aliarse con la burguesía.Estas afirmaciones pesaron más tarde en el marxismoinstitucionalizado, dando lugar a los conceptos de pa-rásito social y análogos y permitiendo legitimar la re-presión peligrosista de la delincuencia en esos sistemas.

En realidad, la criminología marxista no se apoya en

las escasísimas referencias de Marx al tema, sino en laaplicación que de las categorías de análisis de éste hi-cieron los criminólogos marxistas, como lo veremosmás adelante.

Pero todo este riquísimo debate sociológico de lasúltimas décadas del siglo XIX se agotó en Europa conlos padres fundadores que –por coincidencia– murieroncerca del final de la primera guerra; hacia 1920 la so-ciología europea se opacó.

Esto se explica porque la Gran Guerra arrasó Euro-pa. En 1914 las potencias europeas habían creído queésta sería una guerra de ejércitos –como la franco-pru-siana de 1870– y que duraría algunos meses. Pero fuela primera guerra total; se jugó el potencial económi-co de los beligerantes durante cuatro sangrientosaños, en que los jóvenes morían despanzurrados a ba-yonetazos, de tétanos en el barro o envenenados o en-ceguecidos por gases tóxicos. Se consideró enemiga ala población civil y los centros industriales y econó-micos fueron objetivos bélicos.

Al final de la guerra estaban todos los contendien-tes agotados y sus economías destruidas. La interven-ción de los Estados Unidos inclinó la balanza, pero losimperios centrales cayeron cuando los otros no esta-ban para nada bien parados. Europa se suicidó con esaguerra que, por cierto, está bastante olvidada por loshistoriadores. Para colmo, inmediatamente después dela guerra sobrevino una terrible epidemia de gripe quemató a unos cuantos millones.

21. La criminología sociológica de los Estados Unidos

El gran beneficiario de la primera guerra fue EstadosUnidos, que no la sufrió en su territorio. El presidenteWilson pensaba ratificar el tratado de paz de Versai-lles, pero los republicanos ganaron las elecciones, asu-mieron pésimos presidentes, no ratificaron el tratadode paz y Europa quedó sola y devastada, con una masi-va corriente de emigrantes hacia Norteamérica. Losvencedores insistieron en el suicidio porque para recu-perarse tuvieron la brillante idea de imponerle a Ale-mania una reparación de guerra de pago imposible, lahumillaron y desestabilizaron a la República de Wei-mar, fomentando los extremismos y abriéndole el ca-mino a un cabo austríaco que tomó la batuta de lamayor locura criminal del siglo.

Los pensadores europeos trataban de explicar el de-sastre con talante depresivo. Oswald Spengler con Ladecadencia de Occidente y Vilfredo Pareto con la de laselites eran los dark de la época. Además, los totalitaris-mos que se iban instalando despreciaban a quienespretendían explicarles qué pasaba, porque los dictado-res siempre lo saben y cuando alguien les dice que seequivocan suelen matarlo. La sociología nunca tuvobuena acogida en las dictaduras: nuestra seguridad na-cional quiso incorporar la carrera a la Facultad de De-recho y reducirla a una escuela de mercadotecnia.

Mientras Europa no lograba explicar su eclipse y do-minaban las respuestas de los iluminados como Hitler,Mussolini, Dollfuss, Stalin, Oliveira Salazar, Pétain oFranco, los Estados Unidos estaban en la cresta de laola: les llovían capitales, millones de emigrados europe-os, sus ciudades crecían de modo incontenible, el mel-ting pot era más pot que melting, la especulación finan-ciera alcanzaba el nivel de un verdadero orgasmo eco-nómico. Todo esto creaba problemas, pero se los enca-raba con el optimismo propio de quien ganó la lotería.

Eran los locos veinte con su fondo de Charleston y fo-nógrafo. Los norteamericanos que se consideraban au-ténticos descendientes del Mayflower se sentían invadi-dos por los inmigrantes. Habían prohibido la marihua-na para reafirmar su puritanismo frente a los mexica-nos, pero ahora les llegaba la cultura de la taberna de lamano de los católicos y luteranos. Para reafirmar su su-premacía cultural puritana emprendieron una cruzada

contra el alcohol, impulsada por viejas locas que rom-pían tabernas a los alaridos y que lograron imponeruna reforma constitucional que prohibía el alcohol.

Toda prohibición que reduce la oferta y deja en pieuna demanda rígida hace que la porquería prohibidaadquiera una plusvalía que la convierte en oro y desa-ta competencia por su producción y distribución enel mercado ilícito. En el caso del alcohol, tanto suproducción relativamente barata como su distribu-ción se realizaban dentro del propio territorio.

La contención de la oferta era necesaria para man-tener el efecto alquímico de la prohibición, perodesató una violencia competitiva con altísimo gradode corrupción del aparato punitivo y político, provo-cando una letal simbiosis de criminalidad astuta yviolenta nunca antes vista.

Este fenómeno de los años veinte fue alecciona-dor, porque con la cocaína se apeló a una distribu-ción internacional del trabajo: la producción y elcontrol de la oferta –con su consiguiente violencia–quedan fuera del territorio del principal demandan-te, provocando las masacres en curso en México(40.000 muertos, decapitados y castrados, en cuatroaños) y América Central, en tanto que dentro delterritorio del gran consumidor sólo se distribuye, loque es a la vez la actividad menos violenta y másrentable del tráfico. Algunos sospechan que propor-cionó parte de los recursos necesarios para los salva-tajes bancarios en la reciente crisis.

Pero volvamos a los roaring twenties y a la jazzage. Era obvio que estos problemas debían llamar laatención de los sociólogos norteamericanos. Comoes sabido, una de las grandes virtudes de los EstadosUnidos es su considerable espacio de libertad aca-démica, sólo opacado en la posguerra con la cam-paña del senador McCarthy. En uso de este espa-cio, el pensamiento académico se separó y denun-ció a la ideología que dominaba en los cuadros dela administración.

Por efecto de la autonomía académica, una cosafue la administración y el gobierno (y la SupremaCorte), que seguían en la línea del spencerianismoracista admirado por Hitler en Mein Kampf, y otra loque ocurría en las universidades, donde se respirabanotros aires: Franz Boas renovaba la antropología ysentaba las bases del culturalismo, que dejaba de ladolos pretendidos naturalismos biologistas y creaba la es-cuela en que descollarían Margaret Mead, Ruth Be-nedict y Clyde Kluckhohn. Este último llegó a escri-bir que incluso nuestras creencias más profundas ynuestras convicciones más queridas pueden ser la expre-sión de un provincianismo inconsciente.

En este clima la cuestión criminal empezó a ser es-tudiada sociológicamente, a trabajar con investiga-ción de campo, a preguntar qué condiciona el delitoen la sociedad. De este modo, con el paso del prima-do de la sociología de Europa a Estados Unidos diocomienzo una nueva etapa de la criminología.

De aquí en adelante puede decirse que comenza-mos a hablar en serio, aunque al principio no del to-do, porque la criminología arrastrará durante déca-das una falla fundamental: seguirá preguntándose porel delito y dejará de lado el funcionamiento del poder pu-nitivo. El aparato penal del estado no entraba en elcampo de investigación de esta criminología. Si bienno lo legitimaba activamente, lo hacía por omisión:si no me pregunto por algo es porque creo que fun-ciona bien.

Si bien es inevitable que quien pregunte sobre laetiología social del delito en algún momento se topecon el propio aparato punitivo como reproductor debuena parte del fenómeno, éste era un camino queaún debía ser transitado. Esta fue la función quecumplió la criminología etiológico-social.

Además de sepultar la carga de racismo manifiesto

de su precedente, encaró el problema por la vía ade-cuada y fue el paso necesario para llegar a lo que hoyparece casi evidente: no se puede explicar el delitosin analizar el aparato de poder que decide qué definey qué reprime como delito.

Debido a esta omisión los planteos de la primeraetapa de la criminología sociológica –que se extien-de hasta las décadas de los años sesenta y setenta delsiglo pasado– son un tanto ingenuos y hasta simplis-tas, pero crearon todo un arsenal conceptual sin elcual no hubiese sido posible la etapa posterior.

Estos sociólogos norteamericanos desde 1920 has-ta fines de los años sesenta se seguían preguntandopor la etiología del crimen, dicho más simplemente,por las causas del delito. Aclaro que lo de causas nodebe entenderse en sentido literal, porque la socio-logía no es la física –pese a Quetelet–, pero valga laexpresión sólo por gráfica.

En esta búsqueda de causas, factores, correlacioneso como se lo quiera llamar, se dividieron fijando suatención en cinco diferentes fuentes: 1) en la desor-ganización social, 2) en la asociación diferencial, 3) enel control, 4) en la tensión y 5) en el conflicto. De estemodo, se abrieron cinco grandes corrientes en estaetapa de la criminología sociológica.

Todo esto parece muy complicado, pero no lo esen absoluto. En definitiva, esta criminología socio-lógica elaboró conceptos que rondan en cualquiermesa de café donde alguien pregunte por las causasdel delito y se opine con cierto sentido común desdela ingenuidad de desconocer el papel del propio apa-rato represivo.

Confieso que debo contener la sonrisa cuando es-cucho en algunas sobremesas lanzar estas teorías porquienes ni sospechan que hubo quienes las envolvie-ron para regalo con todo el arsenal del vocabulariosociológico. Era niño cuando escuchaba a los gorilasafirmar que la invasión de cabecitas negras a la ciu-dad había desorganizado todo. Con un sentido políti-co más democrático, por cierto, pero esta es la esen-cia de la teoría ecológica de la Escuela de Chicago delos años veinte y treinta.

¿Quién no ha oído a alguien afirmando que el de-lito juvenil obedece a la falla de la familia, de la es-cuela, etc., a la consabida falta de educación? Estasson las teorías del control.

Otros hay que en la sobremesa sostienen que se crí-an en la villa, donde hay narcos y delincuentes. Un pocomás sofisticadamente, es cierto, pero en el fondo esose respira en la teoría de la asociación diferencial.

No falta el que denuncia que la TV muestra rique-zas fáciles, éxitos súbitos, ídolos surgidos de la nochea la mañana y sin mayor esfuerzo adorados por muje-res hermosas, ofertas de autos lustrosos, cuando estosobjetos no están al alcance de la generalidad de laspersonas. Esta es la esencia de las teorías de la tensión.

Por último, habrá alguno que observe que reina unindividualismo en que cada uno tira para su lado, quetodos son grupos de intereses que chocan y se matan en-tre ellos. No es muy diferente la base sobre la que seelaboraron las teorías del conflicto.

Pero todas estas opiniones de sentido común –quela criminología sociológica sofisticó entre 1920 y1970– no son incompatibles. Los contertulios de lasobremesa o del café discuten, pero en definitiva –sisaben escuchar al otro– no terminarán en una gres-ca, y hasta no faltará quien pretenda compatibilizarlas opiniones con cierto asentimiento general.

¿Qué es lo que permite hacer compatibles estasopiniones? Si lo pensamos un poco, veremos que esel fondo común de confianza en que la sociedadpuede mejorar y superar esos factores o causas. Es laopinión de que tenemos que ir para adelante, que Pe-pe, Pancho o Quique son unos corruptos que hay queechar o con los que hay que acabar, pero que al final

podemos tener una sociedad mejor. Si bien la mayoría de los taxistas porteños son ra-

zonables, por lo que les pido perdón por lo que sigue,pues está lejos de mi intención fabricar un estereoti-po, lo cierto es que con cierta frecuencia nos vemosobligados a soportar que alguno de sus compañerosque escuchan radio nos atormenten con que la únicasalida es la mano dura, que se necesita una mano fuerte,que hay que poner orden dando garrotazos, meter bala,que en la dictadura no pasaban estas cosas, que no sepuede llenar el país de bolivianos y otros conceptos po-litológicos semejantes.

Bien: supongamos que el taxista con ese discursose suma a la tertulia y lo lanza al ruedo. Los que has-ta entonces discutieron, si bien con diferente gradode convicción, le responderán: Estás loco, despuésnos matan a todos, no pasaban porque no sabías, no, yono quiero volver a eso, le dejás la mano libre y agujereana cualquiera, no, eso tampoco es vida, y de inmediatoirán más allá y se pondrán a discutir sobre la corrup-ción policial.

¡Asombroso! ¡Los contertulios del café o de la so-bremesa habrán recorrido el camino de la criminolo-gía sociológica del siglo veinte! ¡La intuición los ha-brá llevado hasta lo que la sociología tardó más decuarenta años en descubrir!

Los de la primera discusión se movieron dentro delesquema de que la sociedad puede avanzar y remo-viendo obstáculos puede superar las causas del delito.En el fondo, todos admitirían que se puede mejorar aquienes sufren esos factores y traerlos junto al resto.Quizá sin saberlo están postulando un concepto bo-rroso o no técnico del modelo de estado social.

El taxista fascista (insisto, no se me enoje el restode los muchachos taxistas, pero reconozcan que tie-nen algunos compañeritos así; no son los únicos, to-dos los tenemos), llega y rompe el esquema. ¿Porqué? ¿Qué propone? También intuitiva y borrosa-mente está proponiendo un modelo de estado dife-rente, en el que una autoridad vertical no discuta si-no que haga que cada cual se quede en su lugar y nomoleste, mediante un ejercicio ilimitado del poderrepresivo. Eso no es más ni menos que el modelo delestado gendarme.

¿En qué terminan discutiendo los que le contestan?En la crítica al aparato del poder represivo. Hicierontodo el recorrido y acicateados por el taxista llegaronpor intuición a la criminología de los años setenta.

A esto quería llegar: no lo duden, la discusión–aunque no nos demos cuenta– es política. Los so-ciólogos de este período se identificaban, preparabano andaban alrededor del populismo norteamericano,del New Deal de Franklin Delano Roosevelt, de unmodelo de welfare State, de estado social. Estaban en-frentados con el modelo de estado gendarme, con losafroamericanos iguales pero separados (como habíadicho la Suprema Corte), supremacía blanca, KuKlux Klan, patriarcalismo, silla eléctrica, y todo elpro-nazismo de esos años, Henry Ford, CharlesLindbergh, etc.

Pasó el tiempo y la criminología siguió el curso queiremos viendo, pero es bueno advertir desde ahoraque el debate de fondo –con epicentro en los EstadosUnidos y más evidente en la actualidad– sigue siendoentre dos modelos de estado: el social o incorporati-vo y el gendarme o excluyente. This is the question.

Pero volvamos a este período para ver más de cer-ca lo que cada una de las cinco corrientes mencio-nadas puso en descubierto y extraer los elementosque nos permitan comprender el curso posterior.

IV JUEVES 21 DE JULIO DE 2011

Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone

La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

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21. Desorganización, asociación diferencial y control

Como los mayores conflictos producidos por la súbitaexplosión económica acontecían en las ciudades y enellas se tenía una general sensación de desorganización,era natural que los investigadores sociales racionalescentraran su atención en la sociología urbana, que fuelo que hizo el Instituto de Sociología de la Universidadde Chicago en las primeras décadas del siglo pasado. Laciudad era ideal, pues Chicago había pasado de cuatromil a tres millones de habitantes en un siglo.

Quienes vivimos en ciudades grandes alguna vez es-cuchamos eso de me quiero ir a vivir tranquilo al campo.Algo parecido sucede con la tónica que los de Chica-go tomaron de Charles Cooley, que era profesor deMichigan.

Para atribuir los problemas –entre ellos la criminali-dad– a que algo se desorganiza, debe presuponerse queantes algo estaba organizado. Pues bien: para Cooley loorganizado era la vida provinciana. Así, se ha dichoque el sello de la escuela era nostálgico de la sociedadde pequeño contorno.

Sin embargo, Cooley aportó algunos conceptos quetienen vigencia hasta el presente, como la distinciónentre grupos primarios y secundarios. Los grupos prima-rios eran para este autor los de crianza y formación, lafamilia, los viejos del pueblo, etc., en tanto que los se-cundarios eran las instituciones. La diferencia entreellos se centra en el trato, que en los grupos primarioses personalizado y en los secundarios despersonalizado.

Esta diferencia fundamental se deja de lado al pre-tender que un grupo secundario reemplace a uno pri-mario (que el internado o el asilo reemplacen a la fa-milia o que el juez de menores sea el padre). El padre yla madre, si no están locos deben dar a cada hijo untrato conforme a sus características, necesidades, vir-tudes y carencias, en tanto que en el plano institucio-nal el elemental principio de igualdad impide en bue-na medida estas distinciones.

Otro concepto aportado por Cooley fue el de rolesmaestros. En la sociedad hay ciertos roles que condi-cionan todos los demás, como el del médico, el del sa-cerdote, etc. El albañil o el carpintero son bastante li-bres para ir de copas o travestirse si les gusta, pero nosucede lo mismo con el cura o el intendente. Algoparecido pasa con los roles asociados al poder represi-vo, como el policía, el juez y también el propio crimi-nalizado. A este último la estigmatización consiguien-te a la criminalización le obliga en buena medida aasumir su rol desviado. Se trata de algo parecido a ungran teatro en que algunos personajes tienen su papelmuy marcado, en tanto que otros pueden apartarsemás creativamente del libreto.

La figura más destacada de la primera escuela deChicago fue William I. Thomas, que revolucionó lametodología sociológica en una investigación sobreEl campesino polaco en Europa y en América, llevada acabo junto al polaco Znaniecki, porque incorporócartas, autobiografías y otros materiales hasta enton-ces considerados científicamente heterodoxos. Thomasdirigió la escuela hasta 1920, en que fue expulsado dela universidad porque lo encontraron en un hotel conuna mujer casada. Por lo visto, las autoridades acadé-micas consideraban que a los sociólogos les estabanprohibidas las relaciones sexuales extra-código.

Para nosotros el aporte más importante de este so-ciólogo es el llamado teorema de Thomas, según el cualsi los hombres definen las situaciones como reales, susconsecuencias son reales. Esto tiene una inmensa vali-dez en todos los órdenes sociales: es conocida la expe-riencia de Orson Welles en New York en 1938 alanunciar la presencia de marcianos por radio. Lo mis-mo pasa con la criminalidad: poco importa su fre-cuencia o gravedad, pero si se da por cierto que sonaltas se reclamará más represión, los políticos accede-

rán a eso y la realidad represiva será comosi la gravedad fuese real.

Después de la aventura sexual de Tho-mas, sus colegas se enojaron con la uni-versidad y lo eligieron presidente de laasociación americana de sociología, peroen la escuela de Chicago continuaron Ro-bert Park y Ernest Burgess.

Park –que había estudiado con Simmelen Alemania– fue quien aplicó a la ciudadlos conceptos tomados de la ecología (sim-biosis, invasión, dominio, sucesión) para ex-plicar los conflictos y la coexistencia de di-ferentes grupos humanos en un limitado te-rritorio, por lo que también se conoce a es-te grupo como escuela ecológica de Chicago.

Burgess dividió la ciudad en cinco zonasconcéntricas: I (la central, con actividadcomercial intensa), II (el círculo siguientetiende a ser invadido por el anterior, porlo que las viviendas son precarias y ocupa-das por los recién llegados), III (la zonaocupada por los obreros que huyen de laanterior), IV (la residencial) y V (la delos suburbios o conmutación).

Señalaba que la zona de desorganiza-ción permanente era la II, por la continuainvasión de los inmigrantes que luego pa-saban a la III. No encontraba diferenciasétnicas, pues el traslado a la III no arras-traba la criminalidad.

En general la escuela de Chicago repre-sentó un notorio progreso, en particularpor su antirracismo y por inaugurar unasociología criminal urbana mucho más ra-zonable. Por supuesto que tuvo limitacio-nes importantes, pues la criminalidad queobservaba era sólo la de los pobres y la zo-nificación de Burgess es propia de una so-ciedad muy dinámica, en crecimiento per-manente, pero no podría explicar los fe-nómenos de zonas precarias de las grandesconcentraciones urbanas actuales.

Por otra parte, la mayor criminalizaciónde los jóvenes de su zona II no toma encuenta que ésta se hallaba bajo mayorcontrol policial (los recién llegados siem-pre son sospechosos) y la precariedad habi-tacional expone más a la criminalización(los jóvenes clase media no tienen necesi-dad de fumar marihuana fuera de la casa).

Erwin Sutherland, profesor de la Uni-versidad de Indiana, se opuso a la tesischicaguiana de la desorganización, afir-mando que no era tal sino que se tratabade una organización diferente. La idea cen-tral de Sutherland era que el delito es una conductaaprendida y que se reproduce –como cualquier ense-ñanza– por efecto de contactos con definiciones favo-rables y del aprendizaje de los métodos.

Aunque Sutherland no se refiere a los crímenes deestado, lo cierto es que cuando nos preguntamos có-mo es posible que cometan atrocidades las personasentrenadas precisamente para evitarlas, caemos en lacuenta de que eso responde a un proceso de aprendi-zaje en una agencia que, por autonomizarse del con-trol político, abunda en definiciones favorables al de-lito. Es claro que ha sucedido esto cuando nuestrosoficiales comenzaron a recibir definiciones favorablesa conductas criminales con la introducción de los dis-cursos importados del colonialismo francés a partir delos años cincuenta del siglo pasado.

Sutherland introdujo esta tesis en la edición de suCriminology de 1939 y la modificó en la de 1947, consu principio de la asociación diferencial: una persona se

vuelve delincuente por efecto de un exceso de definicionesfavorables a la violación de la ley, que predominan sobrelas definiciones desfavorables a esa violación.

Con esto pretendía explicar la criminalidad de for-ma más amplia que la escuela de Chicago, porque losde Chicago no explicaban más que los delitos de lospobres, en tanto que Sutherland dejó en claro que lacriminalidad atraviesa toda la escala social y que haytanto delitos de pobres como de ricos y poderosos.Dejan de ser los prisionizados la única cara visible delos delincuentes y, como era de esperarse, a poco, en1949, Sutherland publica un estudio sobre el crimende cuello blanco (White Collar Crime) que ha devenidoun clásico en criminología y cuya dinámica no eraantes comprensible.

Si bien Sutherland no llegó a incorporar el poderpunitivo a la criminología, dio un paso fundamental ydejó la cuestión en el límite, pues el delito de cuelloblanco (grandes estafas, quiebras fraudulentas, etc.)

II JUEVES 28 DE JULIO DE 2011 JUEVES 28 DE JULIO DE 2011 III

dejaba en descubierto la selectividad de la punición.Era demasiado claro que los poderosos rara vez iban ala cárcel.

Como planteo general puede observarse que el serhumano quedaba demasiado preso del medio: la lectu-ra de Sutherland –y aunque lo matizase bastante– nodejaba de provocar la impresión de que el barrio causa-ba la delincuencia de los pobres y el club la de los ricos.

La asociación diferencial llevó de inmediato a otrossociólogos a pensar que no eran el barrio y el club, si-no que había otros agrupamientos que entrenaban y,estudiando los gangs o bandas, Cloward y Ohlin sostu-vieron en los años siguientes que se debían a la forma-ción de subculturas. Según ellos los que tienen menoschances sociales se agrupan y se someten a un apren-dizaje diferencial. Dicho más claramente: las condi-ciones sociales desfavorables llevarían a la margina-ción y ésta favorecería los agrupamientos de semejan-tes con definiciones favorables al delito, o sea, una va-

riable cultural o subcultura. Esta teoría subcultural presupone la exis-

tencia de una cultura dominante, lo que noes sencillo en sociedades plurales y menosaún cuando las condiciones sociales desfa-vorables son las de la mayoría, como enmuchísimos países periféricos.

En 1955 Albert K. Cohen expuso unanueva teoría de la subcultura criminal sos-teniendo que como los niños y jóvenes delos estratos desfavorecidos no podían ajus-tar su conducta a la cultura de clase mediaque se les enseñaba en las escuelas, reac-cionaban rechazándola e invirtiendo losvalores de la clase media. Cabe observarque esta tesis negaba toda creatividad va-lorativa a las clases más desfavorecidas,pues se limitaba a invertir los valores de laclase media.

Estas teorías subculturales recibieron unarespuesta crítica por parte de dos sociólo-gos –Gresham Sykes y David Matza– queen 1957 publicaron un artículo en la re-vista americana de sociología, que marcaun hito muy importante en la criminolo-gía contemporánea: Técnicas de neutraliza-ción: una teoría de la delincuencia.

Si bien Sykes y Matza en los años cin-cuenta tenían en vista a los jóvenes rebel-des sin causa (con filme póstumo de JamesDean y la dirección de Nicholas Ray ycon música de fondo y movimiento de ca-deras de Elvis Presley), lo cierto es que sutesis volvió a primer plano en cuanto co-menzamos a fijarnos en los crímenes demasa de los estados, porque la teoría de lastécnicas de neutralización parece estar he-cha pensando en los genocidas. Volvere-mos sobre esto más adelante, pero puedenustedes meditarlo desde ahora. De mo-mento, veamos en qué consiste.

La tesis central de Sykes y Matza es quelos jóvenes delincuentes no niegan ni in-vierten los valores dominantes, sinoaprenden a neutralizarlos. Sería el efectode recibir un exceso de definiciones queamplían de modo inadmisible las causasde justificación y exculpación. No se tratade que racionalizan actos perversos, porquela racionalización es posterior al hecho, tie-ne lugar cuando me mando una macana ydespués trato de justificarme. No, las téc-nicas de neutralización son anteriores al acto,es algo que se aprende antes y permite re-alizarlo en la convicción de que está justi-ficado o no es culpable.

Sykes y Matza descubren los siguientes cinco tiposde técnicas de neutralización:

1) Negación de la propia responsabilidad (Son lascircunstancias que me hacen así, yo no lo elegí, es mi ma-dre castradora, es mi viejo rígido, la sociedad me hace así).

2) Negación del daño (No lastimo a nadie, tienen mu-cha más guita, no es tan grave, había ofendido a mi vieja).

3) Negación de la víctima (Es él que me agrede, yosólo me defiendo, son unos negros, unos maricones, unosvilleros, etc.).

4) Condenación de los condenadores (La cana escorrupta, en la escuela me tratan mal, mi viejo es intole-rante, los jueces son unos hipócritas).

5) Apelación a lealtades superiores (No puedo dejarsolos a los compañeros, no puedo abrirme ahora de ellos, noles puedo fallar a los amigos, tengo que hacerles gamba).

Vayamos pensando si estas técnicas no son más pro-pias de los genocidas que de los rebeldes sin causa. Pe-ro, siguiendo en los años cincuenta y sesenta del siglo

pasado, es natural que si se piensa que el delito es unaconducta aprendida, quepa preguntarse por qué esmás fácilmente aprendida por unos que por otros. Estoes lo que trataron de responder las llamadas teorías delcontrol, centradas en la familia y en la escuela.

No cabe duda de que estas instituciones y las prime-ras vivencias tienen muchísima importancia en el cur-so posterior, pero esto pertenece más al campo de lapsicología que al de la sociología, que más bien ten-dría que ocuparse de las condiciones sociales desfavo-rables a su buen funcionamiento.

Por eso no nos ocuparemos en detalle de estas teorí-as, que son muchas y, aunque no sea verdad respectode todas, lo cierto es que suelen dejar un sabor conser-vador y no siempre liberal. Al prescindir de otros fac-tores sociales provocan una sensación extraña, puesparecen sugerir pistas técnicas para provocar confor-mismo, consenso, homogeneización, lo que no siemprees saludable, porque al no ocuparse de la mayor partede los problemas sociales, darían por supuesto que lasociedad funciona muy bien y que lo único que hayque hacer es domesticar prematuramente a las personas.

Si el conformismo fuese el ideal y hubiese un modoinfalible de obtenerlo, la humanidad quedaría huérfa-na de innovadores en todas las áreas y, con seguridad,el delito no desaparecería, pues el conformismo con elpoder que maneja la punición dejaría impunes los crí-menes del poder.

22. Sistémicos y conflictivistasDe las cinco corrientes en que se dividió la crimino-

logía sociológica norteamericana antes de reparar enel propio poder punitivo conforme a los condiciona-mientos en que cada una reparaba, hemos sobrevola-do las tres primeras (desorganización, organización dife-rente y control) y nos restan las dos últimas: tensión so-cial y conflicto.

Estas no sólo disputan entre ellas la etiología socialdel delito, sino el concepto mismo de la sociedad. Entanto que las tesis sistémicas conciben a la delincuen-cia como resultado de tensiones provocadas dentro deun sistema, las conflictivistas la explican como resulta-do del permanente conflicto entre grupos sociales.

Aquí yace el enfrentamiento entre dos diferentesideas de la sociedad: para unos la sociedad es un sistemaque abarca todas sus partes, las relaciones entre éstas ylas relaciones del conjunto con el medio externo, entanto que para otros es un conjunto de grupos en con-flicto que establecen en ocasiones reglas de juego pararesolverlos, que le otorgan una aparente estabilidadpero nunca configuran un sistema.

Como no hay ninguna forma que permita verificarque la sociedad sea un sistema o que se agote en lasreglas comunes para decidir los conflictos entre gru-pos, creemos que tanto la concepción sistémica comola conflictivista son algo así como armarios de cocinaen los que se ponen las tazas, los platos, las copas y loscubiertos (que en sociología serían los hechos empíri-camente observados) y como los utensilios de la coci-na no se pueden dejar desparramados por el dormito-rio y en algún lugar deben guardarse, el sociólogo de-be elegir el tipo de armario que prefiere.

La elección no es indiferente, pues los sistémicostienen problemas para explicar por qué la sociedadcambia, en tanto que los conflictivistas los tienen pa-ra explicar por qué hay componentes que son más es-tables, por lo que en ninguno de ambos armarios ca-ben con comodidad todos los utensilios.

Dentro de los sistémicos los hay más o menos radica-les y, por cierto, los más extremistas se acercan casihasta identificarse con el viejo organicismo. No obs-tante, de aquí no puede deducirse que todos los sisté-micos sean reaccionarios y los conflictivistas progre-sistas, pues los ha habido para todos los gustos.

El sociólogo sistémico más interesante para la crimi-

nología fue Robert K. Merton, que hizo época en lasociología norteamericana a partir de su obra más di-fundida (Social theory and social structure) publicadaen 1949.

Merton explica el delito como resultado de unadesproporción entre las metas sociales y los mediospara alcanzarlas.

Si la meta social es la riqueza, los medios para al-canzarla son pocos y, por ende, se genera una ten-sión porque no todos pueden llegar a ella. Es comoun concurso: a medida que avanzan las pruebas vanquedando excluidos más concurrentes hasta que lle-gan unos pocos. A esta desproporción la llama ano-mia (la palabra la toma de Durkheim, aunque paraéste era otra cosa).

Por supuesto, no todos los que quedan fuera deconcurso delinquen, por lo cual Merton afirma laexistencia de cinco distintos tipos de adaptación indivi-dual, según la aceptación o el rechazo de las metas ode los medios institucionales:

(1) Se aceptan las metas y los medios (conformismo). (2) Se aceptan las metas y se rechazan los medios

(innovación).(3) Se rechazan las metas y se aceptan los medios

(ritualismo).(4) Se rechazan las metas y los medios (retrai-

miento).(5) Se rechazan las metas y los medios, pero se

proponen nuevas metas y medios (rebelión). Conforme a este esquema, el conformista es el so-

cialmente adaptado, el ritualista se identifica con elburócrata, el retraído es el vago, mendigo, alcohóli-co, etc., y el rebelde es el renovador social que quierecambiar la estructura.

El innovador es la categoría mertoniana que abarcavarios personajes, como el inventor, pero a la quetambién corresponden los llamados delincuentes, o sea,los que eligen caminos que no son los institucionalespara acceder a la meta. Según Merton esto explicaque el delito no sea producto de la simple limitaciónde medios para alcanzar riqueza ni de la aislada exal-tación de las metas pecuniarias, sino que es necesariocombinar ambas para que se produzca la desviación.

La tesis de Merton merece críticas, como que nologra explicar el delito de cuello blanco, no parece to-mar en cuenta la delincuencia grupal y, sobre todo,por la dificultad para definir las metas comunes ensociedades plurales. Pero de cualquier manera nopuede ignorarse que aportó una serie de conceptosque iluminan hasta hoy a la criminología.

Así, partiendo del teorema de Thomas enunció laidea de la profecía que se autorrealiza (si corre el rumorde que el banco está en la quiebra y todos los clientesretiran sus ahorros, el banco termina en la quiebra).Otro aporte es la idea de alquimia moral, que hace quelo positivo y virtuoso para el in-group resulte negativoy vicioso en el out-group (es bueno que los jóvenes es-tudien para progresar, pero es malo que lo hagan lospresos, porque lo hacen para delinquir mejor).

Una contribución interesantísima de Merton, enespecial cuando se incorpore el sistema penal, es laidea de incapacidad adiestrada y de psicosis profesional,sintetizados en el adiestramiento burocrático –y profe-sional en general– que proporciona un modo de verque es también un modo de no ver, o sea que enfocarun objeto es algo que al mismo tiempo presupone eldesenfoque de otro objeto: el gorila invisible de losmodernos psicólogos de Harvard.

Esto explicará luego algunas características kafkia-nas en los segmentos del sistema penal. Muestra có-mo la adhesión a las reglas termina convirtiendo unmedio en un fin y desplaza las metas, con lo cual de-ja de importar el resultado con tal de que se obser-ven las formas (no tiene importancia la presenciadel cadáver si no hay certificado de defunción).

Hay otros aportes no menos interesantes por su uti-lidad en el análisis del sistema penal, como el tratodespersonalizado de la clientela del burócrata, que alcan-za límites insólitos en el sistema penal, o la idea degrupo de referencia, que es adoptado como modelo, co-mo cuando la policía adopta el modelo militar y ter-mina en que alguno asume el rol de Rambo, o cuandola clase media adopta como modelo a la clase alta (esla ridiculización de Jauretche en El medio pelo).

Si bien Merton fue un sociólogo sistémico, lo fueen una medida muy prudente. El modelo de armarioque eligió para poner los utensilios de la cocina eraun tanto modular, es decir, que a medida que teníanuevas cacerolas lo ampliaba para guardarlas. Perono todos los sistémicos fueron iguales, porque no fal-tan los que cuando no les caben las cacerolas las ti-ran o las abollan para meterlas a la fuerza.

En efecto: hay toda una sociología que sostieneuna dictadura del sistema. Parte de describir un siste-ma, para ellos ésa es la sociedad y, a partir de allí de-duce todo lo necesario para mantenerlo en equili-brio. Por lo general, esta sociología no se ocupa mu-cho de la criminología en forma expresa, podemosdecir que casi nada, porque se limita a dar por senta-do que el poder represivo forma parte del sistema co-mo necesario para mantener su equilibrio. Sus ma-yores exponentes fueron Talcott Parsons en los Esta-dos Unidos y su discípulo alemán Niklas Luhmann.No nos ocuparemos aquí de los detalles de estas co-rrientes sociológicas, porque son muy complejos yno tienen consecuencias criminológicas expresas,pero las tienen tácitas y son importantes.

Estas posiciones sistémicas extremas reconducenal organicismo, porque en definitiva lo único impor-tante para ellas es el sistema y su equilibrio. Pero a di-ferencia del viejo organicismo criminológico positi-vista racista, ya no les preocupa la etiología delcrimen, sino únicamente lo que el sistema debe hacerpara no desequilibrarse o para reequilibrarse.

De este modo, podría concluirse que si la crimi-nología mediática crea una realidad que genera talpánico en la sociedad que ésta reclama una repre-sión enorme, habrá que darla porque es necesariapara normalizar la situación y reequilibrar al siste-ma. No es puro azar que las consecuencias prácticasde las versiones más radicales de esta teoría coinci-dan con lo postulado por el politólogo norteameri-cano de extrema derecha James Q. Wilson, queafirma que es inútil preguntarse por las causas deldelito, pues lo único eficaz que puede hacer el esta-do no es neutralizar esas causas sino reprimir el de-lito. Es claro que para quienes pretenden reducir elestado a casi nada para dejar todo en manos delmercado (al estilo Reagan-Bush), lo único buenoque debe hacer ese cadáver insepulto del estado escastigar a los pobres.

La teorización sistémica acaba en una criminolo-gía que no responde al paradigma etiológico legiti-mante ni al de la reacción social, sino al de la purarepresión como necesidad del sistema, en la medida enque sea necesario para producir consenso, lo que pa-ra Wilson sería equivalente a satisfacer las exigen-cias de la publicidad vindicativa de la demagogiamediática: si la opinión pública pide encerrar a to-dos los negros, debemos invertir 200.000 millonesde dólares anuales para hacerlo.

Cabe aclarar que a Parsons y a Luhmann podemoscriticarlos, pero son sociólogos, en tanto que JamesQ. Wilson no es un sistémico, sino un reaccionariocon espacio mediático que no creo que haya estudia-do mucho a nadie.

Los conflictivistas son los que parten de la ideaopuesta de sociedad, concibiéndola como resultadode los conflictos entre diferentes grupos que en oca-siones encuentran algún equilibrio precario, pero

que nunca es un sistema. Sus antecedentes se re-montan a Marx y a Simmel, pero la primera expre-sión moderna del conflictivismo criminológico fuela del holandés Willen Bonger, quien a comienzosdel siglo pasado rechazaba todas las tesis que subesti-maban los factores sociales del delito, enfrentando alpositivismo y en particular a Garofalo.

Desde una perspectiva marxista afirmaba que el sis-tema capitalista generaba miseria por imponer egoís-mo en todas las relaciones y por ello era el único cre-ador del delito, tanto en las clases desprovistas comoen la burguesía. Negaba de este modo el pretendidocarácter socialista de las tesis de Ferri. Rechazó deplano el biologismo criminológico y combatió fron-talmente la esterilización y el racismo, lo que consti-tuye un mérito que hoy nadie puede negarle.

Afirmaba que el delito resulta de las condicionesde supervivencia de los trabajadores obligados acompetir entre sí, resaltando algo que suele ser pasa-do por alto incluso por criminólogos progresistas: lapobreza no genera mecánicamente el delito calleje-ro, sino cuando se combina con el individualismo, elracismo, las necesidades artificiales y el machismo.

Si bien Bonger fue considerado durante muchosaños el exponente de la criminología marxista, lo cier-to es que seguía haciendo criminología etiológica yno llegaba a la crítica del propio poder criminalizan-te, por lo que los criminólogos marxistas más moder-nos lo consideran un marxista formal.

Más adelante, en los años treinta fue Thorsten Se-llin quien volvió al planteo conflictivista, pero des-de el punto de vista del pluralismo cultural que, co-mo vimos, había sido una determinante de la prohi-bición alcohólica.

En los años cincuenta George B. Vold sostuvo lateoría del conflicto grupal, concibiendo a la socie-dad como configurada por grupos de intereses quecompiten entre sí y en la medida en que esa compe-tencia se acentúa se refuerza la solidaridad del grupo,pero también esas pugnas determinan la dinámicasocial. El proceso de legislar, violar la ley e imponer-la policialmente, en el fondo respondería a la diná-mica de los conflictos entre grupos, en la que pier-den quienes no tienen suficiente poder para impo-ner sus intereses.

Desde esta perspectiva afirmaba Vold que buenaparte del delito es producto de los conflictos inter-grupales. En esos mismos años estas tesis recibierondesde la sociología general el impacto de la obra deRalf Dahrendorf sobre el conflicto de clases en la so-ciedad industrial.

Las teorías del conflicto no podían menos que irseaproximando a la crítica al poder punitivo, de modoque muchas de ellas quedan a caballo entre esta cri-minología etiológica y la que veremos seguidamente.Por otra parte, cuando se mantienen dentro de lacriminología etiológica, a medida que encuentran laetiología en planos de análisis social más macro, esmás difícil deducir medidas concretas de política cri-minológica, pues dependerían de muy profundas re-formas estructurales. Aunque parezca mentira, la re-gla parece ser que, cuanto más radical es una críticaal poder social, tiene en lo inmediato menos posibi-lidades de modificarlo y, por consiguiente, de moles-tarlo. De allí que los que lo ejercen las considerenmás inofensivas.

Veremos seguidamente el momento en que se pro-duce lo que como resultado de este recorrido se ha-cía inevitable: la incorporación del aparato de poderpunitivo al análisis criminológico.

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Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone

La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

Suplemento especial de PáginaI12

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23. ¡Se cayó la estantería!Desde los años treinta la sociología norteamericana

venía demoliendo la visión convencional de la socie-dad. Los surveys, como Middletown (Robert S. Lynd yHelen Lynd) y Yankee City (William Lloyd Warner)mostraron la estratificación social. Samuel Stouffer yPaul Lazarsfeld desnudaron la manipulación de la opi-nión y el efecto de la radiotelefonía, que de juego deniños pasó a decidir la elección de Roosevelt. El Pre-mio Nobel sueco Gunnar Myrdal con su American di-lemma ponía de relieve los efectos de los prejuicios delos blancos sobre el comportamiento de los negros.Los informes de Alfred C. Kinsey sobre las prácticassexuales despertaron una gritería histérica sin prece-dentes.

Algunos aportes de la microsociología iban por igualcamino. William Foote White en La sociedad de la es-quina, metido en medio de un grupo de inmigrantesitalianos (método del observador participante) puso demanifiesto en 1947 que el líder no era el más hábil, sinoque era el más hábil porque era el líder, lo que es impor-tante para comprender la resistencia a cualquier cam-bio en las agencias del sistema penal (y de la políticaen general: no me cambien las reglas del juego, porque conéstas estoy ganando y con las nuevas puedo perder).

En la teoría sociológica general la tónica la dabaCharles Wright Mills, un sociólogo difícil de clasifi-car, pero buen demoledor de prejuicios. Hay tresobras de este autor que son señeras.

En White collar (1951) describe e ironiza la forma-ción de la clase media, cercana a la clase obrera perodiferenciándose en status y prestigio. Observa que noes un grupo homogéneo, sino una pirámide super-puesta a otra pirámide. Sus ironías son válidas parabuena parte de nuestras clases medias latinoamerica-nas. Otro es sin duda The power elite, donde trata deestablecer quién tiene el poder en la sociedad nortea-mericana y observa visionariamente que a una verti-calización y burocratización iba correspondiendo unasociedad de masas y no de públicos. Hacía notar quedesaparecían las asociaciones voluntarias y los mediosmasivos manipulaban la opinión. En un tercero -Laimaginación sociológica (1959)- le tomaba el pelo a lasociólogía sistémica de Parsons, la llamaba la gran teo-ría y la acusaba de escamotear el problema del podercon lenguaje oscuro (decía que aún era necesario tra-ducirlo al inglés).

Como vemos, es incuestionable que las cosas no sur-gen de la nada, sino que las palabras de la academiatienen una continuidad y nunca son obra de alguienque las inventó mientras se afeitaba o se maquillaba.

En este clima creado por la sociología general a lolargo de más de veinte años, la criminología socioló-gica no podía seguir preguntándose por las causas deldelito sin reparar en el poder punitivo.

Hasta ese momento nadie había analizado el ejerci-cio del poder represivo. El delito podía atribuirse amuchos factores, incluso al poder mismo, pero del sis-tema penal en particular nadie se ocupaba. No obstan-te, no se podía seguir avanzando sin tomarlo en cuentay, al hacerlo, podemos decir que se cayó la estantería.

La caída de la estantería es algo que en términos cien-tíficos fue bautizado hace algunos años por Kuhn deun modo más elegante: cambio de paradigma. Significaque se cayeron todas las tazas y se mezclaron con otrasy, por ende, se deben reponer en un nuevo orden ycon unas cuantas tazas nuevas en un nuevo armario.Eso es lo que sucede en la ciencia, cuando se rompe elmarco dentro del cual todos pensaban y viene otro di-ferente, como pasó con Copérnico, Einstein y otros.

Fue así que la discusión acerca de la policía, los jue-ces, etc., o sea, a donde habían llegado nuestros viejosamigos del café discutiendo con el que quería manodura y bala, fue tomada por la criminología en losaños sesenta del siglo pasado. Dado que los habituales

del café no habían patentado el cambio de paradig-ma, se perdieron los derechos de autor.

De este modo se abrió una nueva etapa en la crimi-nología académica a la que, por incorporar al poderpunitivo, se la llama criminología de la reacción social,aunque también puede llamarse criminología crítica.Aclaro que las denominaciones son discutibles y pre-ferimos no perder tiempo en eso.

Dentro de esta nueva criminología (de la reacciónsocial o crítica) pueden distinguirse dos corrientes, quese han dado en llamar liberal y radical respectivamen-te. Veamos a qué responde esta diversificación.

Toda la criminología de la reacción social, por el me-ro hecho de introducir en su campo al sistema penal yal poder punitivo, no puede menos que criticarlo (poreso también la llamamos crítica).

Pues bien: la crítica al sistema penal es una críticaal poder y, por ende, puede quedarse en el nivel delsistema penal (o sea, del aparato represivo) o elevarsehasta diferentes niveles del poder social. Puedo anali-zar y criticar lo que hace la policía, los jueces, los pe-nitenciarios, los medios, etc., o ir más arriba y anali-zar su funcionalidad para todo el poder social, econó-mico, político, etc. y llegar a una crítica del poder engeneral.

Se ha dicho que hay una criminología crítica que sequeda en el nivel de los perros de abajo (under dogs),como máximo llega a los perros del medio (middledogs), pero que no alcanza a los perros de arriba (topdogs). Pues bien: a la que no llega a los de arriba se lallamó –por cierto que con algún tono peyorativo- cri-minología liberal y a la que los alcanza criminología radi-cal.

En los años setenta la discusión entre ambas co-rrientes de la criminología crítica era fuerte, pero enlas últimas décadas, el giro brutalmente regresivo dela represión penal, especialmente en los Estados Uni-dos, ha llamado a cerrar filas y el enfrentamiento per-dió fuerza. Los radicales, por lo general basados en elmarxismo no institucionalizado (como la escuela deFrankfurt), sostenían que los liberales eran reformistas,se quedaban a medio camino y que debía llegarse a unatransformación más profunda de toda la sociedad.

Lo cierto es que la criminología radical, al elevar sucrítica hasta esas alturas, no dejaba espacio para unapolítica criminológica de menor alcance y, en sus ex-presiones más extremas llevaba casi a una impoten-cia, porque había que esperar el gran cambio, la revolu-ción, para tirar todo por la ventana (y de paso tam-bién la ventana).

En tiempos en que muchos creían que la revoluciónestaba a la vuelta de la esquina, podía sostenerse unaposición semejante, pero cuando los hechos demos-traron que lo que estaba encima era una reconstruc-ción brutal del estado gendarme, estas posiciones de-bieron ceder a la prudencia.

Por otra parte, la llamada criminología liberal tampo-co era tan ineficaz como pensaban algunos radicales yconfieso mi propia experiencia al respecto.

En 1979, un extraordinario pensador italiano queera catedrático en Alemania, Alessandro Baratta, cu-ya desaparición dejó en el pensamiento criminológicoun vacío muy difícil de llenar, publicó un artículo enel que demostraba que la sociología anterior a la críti-ca y la liberal bastaban para demoler todos los discur-sos corrientes con que el derecho penal legitimaba elpoder punitivo en forma racional.

Me asustó mucho ese artículo, porque pensé que po-día demoler todo el derecho penal con consecuenciasimprevisibles para las garantías individuales, acerca delque, por otra parte, acababa de escribir cinco volúme-nes insufribles. Por eso intenté responderlo, natural-mente sin éxito, de lo que me convencí poco después.

En efecto, la criminología liberal –reformista, de me-dio camino y todo- bastaba para deslegitimar al poder

punitivo en forma irreversible. Esa criminología mos-tró que el poder punitivo es altamente selectivo, queno respeta la igualdad, que se funda en el prejuicio deunidad valorativa social, que no persigue actos sinopersonas, que selecciona conforme a estereotipos, etc.

Por cierto que esto no es nada inofensivo para elpoder, porque aunque no llegue a la crítica de nivelesmás altos, le deslegitima un instrumento necesariopara su ejercicio; no arroja la ventana, pero la dejabastante destartalada.

La criminología de la reacción social llegó a AméricaLatina en los años setenta y la difundieron dos distin-guidas criminólogas venezolanas: Lola Aniyar de Cas-tro desde la Universidad del Zulia y Rosa del Olmodesde la Central de Caracas. En nuestro país, sus segui-

dores se vieron forzados a tomar el camino del exiliodurante la dictadura: entre otros, Roberto Bergalli enBarcelona, Luis Marcó del Pont y Juan Pegoraro enMéxico. Durante los años sangrientos esta criminolo-gía sólo se comentaba en nuestro medio en pequeñoscenáculos, mientras las cátedras seguían languidecien-do en el rincón de la facultad de derecho (en la deBuenos Aires con el más puro positivismo peligrosista).

En la actualidad, pasados los años, vemos que la es-tantería se cayó para siempre, que la criminología ac-tual no puede eludir el análisis del sistema penal y delpoder punitivo en general y –como dijimos- el enfren-tamiento entre las dos corrientes criminológicas se haatenuado mucho, aunque más por efecto de pánico quede amor. El modelo Reagan-Thatcher-Bush y su nefastofestival del mercado tuvieron este efecto paradojal.

II JUEVES 4 DE AGOSTO DE 2011 JUEVES 4 DE AGOSTO DE 2011 III

24. La criminología crítica liberal y la psicología social

La llamada criminología liberal se anunció desdelos años cincuenta, en particular con un trabajo deEdwin Lemert, en que destacaba que la desviaciónprimaria por la que se impone una pena, es por lo ge-neral seguida por una desviación secundaria, peor quela anterior, causada por la misma intervención pu-nitiva y que condiciona las llamadas carreras crimi-nales.

Textualmemente escribió Lemert: La desviación se-cundaria constituye conducta desviada o roles socialesbasados sobre ella que llegan a ser medios de defensa,ataque o adaptación a los problemas manifiestos u ocul-tos creados por la reacción de la sociedad a la desviación

primaria. En efecto, las “causas” originales de la desvia-ción desaparecen y ceden el lugar a la importancia cen-tral de las reacciones de desaprobación, degradación yaislamiento de parte de la sociedad.

Esta criminología liberal no estaba aislada de la so-ciología general, sino que procedía directamente deella y, en particular, de dos grandes influencias que és-ta había recibidio: por un lado de la psicología social,con el interaccionismo simbólico; por otro, de la filoso-fía, con la fenomenología de Husserl. Comencemospor acercarnos al primero.

El interaccionismo simbólico se fundaba en las ideasde George Mead, según el cual todos tenemos un mique se va formando por las exigencias de roles de losdemás, y un yo que es lo que aportamos nosotros.

El sociólogo más importante dentro de esta corrien-

te fue Erving Goffman, que lo explicó como una dra-maturgia social.

Hablemos un poco más claro. Para Goffman la so-ciedad funciona como un teatro, en el que hay acto-res, público y organizadores. Pongamos por caso queme invitan a dar una conferencia, hay un público ylos organizadores han preparado todo. Yo espero delpúblico que se comporte como tal, que escuchen concierta atención, etc. El público espera de mí que déuna conferencia más o menos interesante y no muyaburrida. Tanto el público como yo esperamos de losorganizadores que todo esté en orden, que no se cortela luz, que el micrófono funcione, etc. Todas estas es-peranzas (o reclamos recíprocos) son lo que llamamosdemandas de rol.

Pues bien: si todas las demandas de rol se satisfacentodos nos vamos contentos y felices. Pero si me pongoa ladrar, el público se enoja y me grita de todo; si en elpúblico un grupo de borrachos grita barbaridades, elque me enojo soy yo. En el primer caso, los organiza-dores le explicarán al público que cuando me invita-ron no suponían que estaba loco; en el segundo casome explicarán a mí que fue imprevisible la presenciade los borrachos.

Esos episodios que generan agresividad cuando nose responde a las demandas de rol se llaman disrupcionesy nos enojamos porque cuando adviene una disrupciónno sabemos cómo seguir, nos quedamos sin libreto.

Esto sucede en todos los actos de la vida. Si nuestrovecino sale siempre con un mameluco y una caja deherramientas y un día le pedimos que nos ayude a ha-

cer arrancar el automóvil y nos dice que lo lamenta,pero que no sabe, porque en realidad es el catedráticode biología molecular de la universidad, aunque disi-mulemos nos quedaremos desconcertados y en nuestrofuero interno seremos agresivos preguntándonos porqué este aparato (o algo peor) se viste de esa manera ysale con una caja de herramientas.

Los roles pueden ser socialmente positivos o negati-vos, lo que no importa en cuanto a su funcionamiento,pues operan de la misma manera. Por lo general sole-mos responder a las demandas de rol, para que los otrosno se enojen y evitemos las disrupciones. Esto es lo queva configurando nuestro mi, o sea, que en buena medi-da somos como los otros nos demandan que seamos.

Cuando al que se asigna un rol negativo (ladrón,por ejemplo) se le formulan las demandas de rol co-rrespondientes al asignado porque se espera que secomporte como tal, también nos enojamos cuando nolas responde en la forma adecuada al rol. Al igual quecon el vecino del mameluco, nos preguntaremos porqué ese aparato asume las características de un ladróny nos confunde.

Goffman analizó con este esquema las institucionestotales, que son aquellas en que la persona desarrollatoda su actividad vital, desde que se levanta hasta quese acuesta, trátese de manicomios, prisiones, interna-dos, asilos, etc. Los círculos separados de trabajo, di-versión y descanso se unifican y reglamentan, no hayesferas separadas de la vida, la persona sedesculturaliza, la separación entre el personal y el in-ternado es tajante. El internado debe acostumbrarse apedir por favor lo que en la vida libre es obvio, se su-fre el efecto de ceremonias de degradación, la personaqueda librada a profanaciones verbales por parte delpersonal y además pierde toda reserva, incluso en losactos más íntimos es invadida y controlada.

La persona sufre ataques al yo, o sea, que pierde au-tonomía, queda a merced del personal y de sus humo-res, incluso los jerarcas pueden darse el lujo de ser másbondadosos que los subalternos, asumiendo la funcióndel rey bueno y gracioso de los cuentos infantiles.

Imaginemos por un momento algo muy loco: queusted vive en una casa de departamentos y un buendía es ocupada por invasores que demuelen todas lasparedes divisorias, incluso las de los baños, y lo obli-gan a convivir con todos los otros ocupantes del edifi-cio con los que mantenía relaciones no siempre cor-diales, bajo el control de los invasores, que los vigilanconstantemente y los igualan en lo posible porque ne-cesitan mantener el orden. Esta es una imagen aluci-nante, una pesadilla. Pues bien, más o menos eso esuna institución total, con mayor o menor intensidadcontroladora.

Es obvio que en el caso de la pesadilla usted noaprendería a socializarse, que sus hábitos de vida cam-biarían totalmente, que sufriría una pérdida de autoes-tima brutal y su objetivo dominante sería ver cómohace para salir de allí, para irse lo más lejos posible,huir de la pesadilla.

Todo el discurso de resocialización se desbarata conesta investigación, que si bien Goffman la llevó a ca-bo principalmente en los manicomios, es transferibleen gran medida a la cárcel.

Dentro de la misma corriente del intraccionismo sim-bólico fue determinante un libro de Howard Becker de1963, Outsiders, que consolidó la teoría del etiqueta-miento (en inglés labeling approach).

Becker trabajó su investigación con músicos dejazz usuarios de marihuana y lo hizo con tal interésque se convirtió en un virtuoso del piano. Descubrióque la desviación es provocada, que hay una empresamoral que hace las reglas, que no se estudia a los fa-bricantes de las reglas (empresarios morales) sino alas personas a quienes se les aplica la etiqueta que lasdeja fuera (outsiders). Esta rotulación coloca a la per-

sona en otro estatus que le impide continuar su vi-da normal: desde el no te juntes hasta la descalifica-ción en cualquier actividad competitiva de la vidacorriente. Se le condiciona una carrera conforme ala etiqueta que se le adosó.

Es obvio que esta crítica importa un golpe muyfuerte al poder punitivo al poner de manifiesto elarbitrario reparto de las etiquetas y arrojar dudasno ya sobre los subordinados (los perros de abajo) si-no sobre los altos responsables del poder que deci-den la legislación penal y orientan la selección delas personas a criminalizar.

Ni lerdos ni perezosos los defensores del orden leobjetaron que por ocuparse de los llamados delitossin víctima (consumidores de marihuana, hippies,homosexuales), trata de igual modo a éstos que alos asesinos seriales de ancianitas, porque todas se-rían puras etiquetas. Nada menos exacto ni másfalso que esta objeción.

Si bien sin etiqueta no hay delito, no es cierto queésta crea el delito ni Becker ni nadie sostuvo esto. Sincontrayentes tampoco hay matrimonio, pero el ma-trimonio no crea a los contrayentes como novios an-teriores al acto; el testamento no crea al causante nitampoco lo mata, aunque sin testador muerto nohay sucesión testamentaria.

Hay etiquetas que se colocan en material más eti-quetable que otro; sin duda que en el caso de los ase-sinos seriales hay mucho material bien etiquetable,así como que en los fumadores de marihuana haypoco y en los homosexuales no hay nada, pero locierto es que eso no interesa al etiquetamiento, quelo hace en unos pocos casos y de modo arbitrario,pues no siempre se etiqueta como homicidas a losque matan: sin detenerme en las ejecuciones sinproceso, en los escuadrones de la muerte, en los asesi-natos masivos genocidas y en otros horribles críme-nes impunes, lo cierto es que tampoco se etiquetacomo homicidio la guerra, las muertes por poluciónambiental, las penas de muerte por error, el cierre dehospitales, de puestos sanitarios, la desidia en el cui-dado de las rutas, ni los fabricantes y vendedores dearmas son etiquetados como cómplices de homici-dios, aunque sean sus cooperadores necesarios, ni si-quiera cuando las venden a los dos bandos en guerrao a los narcotraficantes en lucha.

Los envases pueden contener mucho, poco o nadade material etiquetable, pero eso es indiferente para laarbitraria distribución de las etiquetas, que las fija enenvases vacíos o llenos, pero deja de hacerlo conotros mucho más llenos.

Esta es la cuestión que no debe confundirnos nun-ca: lo que Becker prueba es la arbitrariedad del eti-quetamiento y esto pone en crisis todos los argu-mentos con que el derecho penal trata de darle ra-cionalidad al poder punitivo. No en vano el artículode Baratta me causó tanta impresión y alarma. Seme caía la estantería, por cierto.

El panorama del interaccionismo simbólico locompletó desde Gran Bretaña Denis Chapman conun libro llamado Sociología y el estereotipo del criminal(1968), en que esclarece cómo se selecciona paracriminalizar conforme a estereotipos que son creadoscomo síntesis de los peores prejuicios de una socie-dad y que no responden sólo a cuestiones de clase nide capacidad económica.

El concepto de estereotipo es hoy indispensable pa-ra explicar cómo funciona la selección criminalizan-te policial o judicial. En el barrio lo suelen llamarpinta de chorro y es una suerte de uniforme del outsi-der, pero por efecto de las demandas de rol no es al-go sólo externo, sino que el portador lo va incorpo-rando, se le va obligando a tragarse el personaje, loasume a medida que responde a las demandas de losotros, su mi va siendo como los otros lo ven, es como

el estereotipo respectivo y, por ende, carga con unestigma que condiciona la prohibición de coalición (enel barrio es el no te juntes, la mala junta).

25. La crítica liberal y la fenomenologíaComo es sabido, Husserl planteó desde la filosofía

el problema de la intersubjetividad, lo que no podíadejar indiferente a la sociología. El sociólogo austría-co Alfred Schütz atrapó la idea en el aire afirmandoque la intersubjetividad no es un problema sino unarealidad, con lo que dio un nuevo enfoque a la so-ciología del conocimiento.

En cuanto a la cuestión criminal, nos interesa enparticular la contribución que procede de un peque-ño libro publicado en 1966 por un austríaco (PeterBerger) y un alemán (Thomas Luckmann), que seha convertido en un clásico en las carreras de comu-nicación: La construcción social de la realidad.

Aunque este trabajo no se ocupa de criminología,veremos su enorme proyección cuando nos ocupe-mos de la criminología mediática, pero digamos bre-vemente en qué consiste.

La investigación parte de que hay conocimientosde sentido común sin los cuales no podríamos actuaren sociedad, pues la realidad con que nos maneja-mos es en definitiva una interpretación aceptada portodos de los significados subjetivos, vale decir, quevivimos en un mundo de interpretaciones comparti-das, intersubjetivo.

Esto no significa que no existan los entes físicos;es obvio que si me paro delante de un ómnibus meatropella, pero si extiendo la mano desde un lado, sedetiene y abre su puerta delantera. El mundo es elconjunto de significados que comparto con los otrosy que hace que el chofer no me atropelle ni los pasa-jeros protesten porque el ómnibus se detiene paraque yo ascienda. El material del mundo es sólo subase física, pero el mundo mismo resulta del conjuntode significados (los para qué) que forman el sentidocomún del conocimiento objetivado.

Ese conocimiento común de la vida cotidiana se se-dimenta con el tiempo y se tipifica volviéndose anó-nimo, es decir, se objetiva, el ser humano se habitúa.

Un acto que se repite con frecuencia crea un hábi-to que lo reproduce con economía de esfuerzos, pueslimita las opciones y evita que ante cada situaciónhaya que replantear todo desde el principio. Al le-vantarnos cada mañana no nos preguntamos si Diosexiste y de allí deducimos significados en cadenahasta llegar al valor de la acción de ducharnos. Hayreplanteos que se hacen algunas veces en la vida, pe-ro siempre seguimos tomando el café con leche conmedialunas.

Estos hábitos sedimentados adquieren carácter es-table, anónimo, preceden a nuestra vida y están so-metidos al control social. El más importante instru-mento de legitimación es el lenguaje, con una lógicaque se da por establecida. De este modo, los conoci-mientos de sentido común (que son subjetividadescompartidas) se objetivan y devienen cosas, se pro-duce la reificación (de res, cosa).

Si me aparto del mundo reificado me sancionan.Nadie haga la prueba, pero si usted se mete la me-dialuna en la oreja, se lustra los zapatos con el cafécon leche y le habla en ruso o en guaraní al mozo,se para delante del ómnibus o le pide que le vendacigarrillos al chofer, lo llevarán al manicomio, loque también es una sanción de internación en unainstitución total.

Berger y Luckmann explican que de ese modo elotro en la relación interpersonal siempre es visto co-mo un ser-como, es decir, en un rol. El chofer delómnibus nos ve como pasajeros y nosotros a él comochofer. Esas relaciones y roles que conservamos ypracticamos en base a un sistema de significantes co-

mún, se nos altera cuando en otro país y no sabemoscómo se compra el boleto del ómnibus, y mucho máscuando por desconocer el idioma y el alfabeto nosvolvemos analfabetas.

La sociedad –escriben Berger y Luckmann- es la su-ma total de las tipificaciones y de los modelos recurrentesde interacción establecidos mediante ellos. En cuantotal, la estructura social es un elemento esencial de la rea-lidad de la vida cotidiana.

Del pensamiento de sentido común trasciende laconversación del encuentro directo y da lugar alpensamiento abstracto, filosófico y científico. Eneste sentido, el pensamiento científico depende deun previo conocimiento de sentido común (que seresiste a desaparecer). Los filósofos también mojanlas medialunas en el café y se duchan a la mañana,si son limpios.

Para Berger y Luckmann los seres humanos sonproducto y artífices del mundo social. Todo lo queen lo institucional parece objetivo es meramente obje-tivado, es lo que se alcanza a través del proceso dereificación.

Es interesante señalar que Berger y Luckmann ob-servan que a la sociedad le molesta el intelectual.Eso obedece a que en ella prima el conocimientoobjetivado como cosa (reificado) y el intelectual locuestiona, pues cuando todos afirman que está la co-sa salta mostrando que la tal cosa no existe. Es el quedice que el rey está desnudo. Si bien cumple un papeldinamizante fundamental, pues propone una visiónalternativa, asume una posición marginal y tiene ne-cesidad de un grupo que lo defienda.

¿Cómo se explica esta opción por la marginalidadpropia del intelectual? Los autores creen que surge deuna disparidad entre la socialización primaria (quetiene lugar en la infancia) y la secundaria (del adul-to). Se trata de una insatisfacción personal del agenteadulto con su socialización primaria. Pareciera quecuando niño, el intelectual no ha estado muy satisfe-cho con las respuestas –y órdenes- de los adultos odespués se dio cuenta de que eran bastante tontos.

En ocasiones se producen importantes transfor-maciones en las personas, que llaman alternaciones yque provocan redefiniciones o procesos de re-sociali-zación semejantes a la socialización infantil. Segúnlo hemos visto, el etiquetamiento desata un procesode re-socialización forzado. La persona es forzada acambiar, a autopercibirse de otro modo. No en vanouna prisión impacta como una suerte de internadopara adultos infantilizados y lo importante sería pro-porcionar un trato que neutralice hasta donde seaposible ese proceso de re-socialización. En esta termi-nología, el tratamiento penitenciario debiera evitarla re-socialización.

Es bastante clara la influencia de Heidegger enBerger y Luckmann: el ser humano, en vez de perci-birse como productor del mundo, lo hace como pro-ducto de éste. Los significados humanos ya no son vis-tos como algo que se produce por el mundo, sino comoproductos de la naturaleza de las cosas. Así se vio a laesclavitud, al colonialismo, a la guerra y a tantasotras aberraciones en el curso de la historia.

Cabe señalar que con lo expuesto no agotamos elcuadro de la criminología crítica que hemos llamadoliberal, pero tampoco nos proponemos hacerlo. Sim-plemente, recogemos los elementos que luego nosserán útiles para esclarecer el fenómeno de la crimi-nología mediática y en especial para escuchar las pa-labras de los muertos y fundar nuestro proyecto de cri-minología cautelar.

IV JUEVES 4 DE AGOSTO DE 2011

Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone

La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

Suplemento especial de PáginaI12

12

26. La vertiente marxista de la criminología radical

Como era de esperar, las críticas al poder punitivollamaron la atención de quienes formulaban planteoscríticos más amplios de la sociedad, que comenzaron avincularlos con los resultados de la criminología liberal.

Por nuestra parte llamamos criminología radical a laque proviene de este encuentro con los marcos ideo-lógicos que reclaman cambios sociales y civilizatoriosprofundos o generales, aunque esto no es pacífico,pues se discute qué es y no es radical. Sin entrar en esadiscusión, la definimos de ese modo, por puras razonesde orden expositivo.

En ese entendimiento, para nosotros la criminologíaradical (o crítica radical) responde a tantas versionescomo marcos ideológicos la inspiran y, por supuesto,la más extendida crítica social del siglo pasado ha si-do el marxismo, que no podía dejar de impactarla.

Desde el campo marxista se publicó en 1939 un tra-bajo anterior a toda la criminología sociológica de losaños sesenta, que fue la obra de Georg Rusche y OttoKirchheimer, titulada Pena y estructura social. Por vezprimera se profundizó desde el marxismo el análisis delpoder punitivo, a diferencia de los anteriores ensayos–como el del holandés Willen Bonger– que procedíandel marxismo pero analizando las causas del delito.

Esta investigación se realizó en el Instituto de Inves-tigación Social de Frankfurt, fundado para renovar elmarxismo frente a la versión institucionalizada de laUnión Soviética. Si bien se habla de la escuela deFrankfurt, no fue propiamente una escuela, porqueconvocó a prestigiosos pensadores bajo la única con-signa de la crítica social. Formaron parte de ese equipofiguras tan notorias y dispares como Max Horkhei-mer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse y ErichFromm, entre muchos otros.

La investigación de la cuestión penal fue encargadaa Georg Rusche, quien permaneció en Europa mien-tras el instituto, perseguido por el nazismo, se trasla-daba a New York. Rusche enviaba sus escritos a NewYork, donde no era suficiente lo investigado y enco-mendaron a Kirchheimer que lo completase, lo queno mereció la total aprobación de Rusche. Por tal ra-zón, la versión final tiene dos partes diferentes.

De todas formas, la idea central del libro es que exis-te una relación entre el mercado de trabajo y la pena,o sea, que con la pena se quita a una cantidad de per-sonas del mercado laboral, al tiempo que demanda tra-bajo para el propio sistema y, por eso, reduce la ofertae impide que bajen mucho los salarios; inversamente,aumenta la oferta cuando hay una demanda de manode obra, evitando una suba grande del salario.

Esto lo verificarían con la historia: en la edad me-dia la oferta era enorme y el poder punitivo podía ma-tar sin problemas; la fuerza del trabajo habría comen-zado a cuidarse cuando con el capitalismo aumentabala demanda de mano de obra.

Por otra parte, sostenían que el mercado determinalas penas conforme a la ley de menor exigibilidad, se-gún la cual, para tener efecto disuasivo, las condicio-nes de la vida carcelaria deben ser inferiores a las peo-res de la sociedad libre.

Este libro cayó prácticamente en el olvido y –comoa veces sucede– fue revalorado treinta años más tarde,en plena vigencia de la criminología crítica, reeditadoy traducido a varios idiomas.

En torno a Pena y estructura social se abrió un deba-te en 1979, cuando sus autores habían muerto (Kirch-heimer en 1965 y Rusche en fecha incierta) y su tesisfue confrontada en la obra Carcere e fabbrica de DarioMelossi y Massimo Pavarini, que sostuvieron que pe-caba de excesivo economicismo.

Estos autores de la escuela de Bologna no niegan laimportancia del mercado de trabajo, pero no creenque opere en forma tan mecánica, sino a través del

disciplinamiento en el momento del sur-gimiento del capitalismo y la acumula-ción originaria de capital. La similitudentre la cárcel y la fábrica en esta época(recordemos a Bentham y su panóptico)respondía a un programa de disciplina-miento que procuraba la oferta de manode obra capacitada.

García Méndez en el epílogo a su tra-ducción castellana de esta obra señalaque la función de disciplinamiento noles pasó del todo por alto a Rusche yKirchheimer y que lo vigente de su tesises el punto de partida según el cual ca-da sistema de producción tiende al descu-brimiento de castigos que corresponden asus relaciones productivas, indicando quela categoría de mercado de trabajo parecedemasiado estrecha, al tiempo que la derelaciones de producción se muestra comomuy amplia.

Cabe aclarar que la idea del disciplina-miento fue desarrollada al máximo den-tro de la criminología radical pero fuerade las corrientes marxistas, por MichelFoucault en Vigilar y castigar (1975), enlo que podría señalarse un camino hacia elabolicionismo, sobre lo que volveremos.

Para Foucault el poder punitivo no estanto el negativo de la prisionización,como el positivo, en que el modelo pa-nóptico se extiende a toda la sociedaden forma de vigilancia. En esto lleva to-da la razón, porque el mero poder de en-cerrar a un número siempre muy reduci-do –en relación con la población total–de personas de los estratos más subordi-nados de la sociedad no importa el ejer-cicio de un poder políticamente muysignificativo: lo importante es que con esepretexto se nos vigila a todos los que esta-mos sueltos.

La escuela de Bologna le objetó a Fou-cault que en su planteo la disciplina apa-rece descolgada, porque no la relacionacon el cambio operado en el sistemaproductivo, al que los de Bologna atribu-yen las reformas penales del iluminismo.

Al margen de esto, en los años seten-ta hubo manifestaciones del marxismocriminológico en Estados Unidos y enGran Bretaña. Sus expositores más no-torios en Estados Unidos son RichardQuinney y William Chambliss.

Quinney sostuvo que los delincuentesson rebeldes inconscientes contra el capi-talismo y el poder punitivo es el instru-mento de represión al servicio de lasclases hegemónicas. Si el criminal ac-ciona brutalmente contra la víctima, es resultado dela forma en que se lo brutaliza. Con esto inaugura unasuerte de visión romántica de los delincuentes.

Por cierto, este autor estaba muy cerca de la nuevaizquierda (New Left) de las protestas estudiantiles deBerkeley y se deprimió con su fracaso. Las autoridadesuniversitarias no vieron con buenos ojos su movimien-to y optaron por disolver su grupo. De cualquier mane-ra, fue un fenómeno que llamó la atención en su mo-mento y –dejando de lado exageraciones– sembró bas-tantes dudas acerca de las racionalizaciones corrientes.

Chambliss sostuvo una tesis menos lineal, pues sibien considera que el poder punitivo es un instru-mento del capitalismo, éste lo usaría para postergarhasta donde fuese posible el colapso final del sistema,que considera inevitable.

En líneas generales –y pese a los matices–, este mar-xismo criminológico norteamericano sostiene una ra-cionalidad del delito, como respuesta a las contradiccio-nes del capitalismo. Quien nos asalta en la calle o nosarrebata la cartera, sin saberlo, estaría obrando racio-nalmente frente a las contradicciones del sistema.

Como en las ideas de la New Left se hallaba la cre-encia de que los intelectuales podían concientizar alos delincuentes y marginales respecto de la racionali-dad de su función, algo de eso hay en estas construc-ciones. Con eso le enmendaban la plana a Marx,quien –como vimos– despreciaba olímpicamente alLumpenproletariat, en tanto que la New Left creía en supotencial revolucionario. A pesar de su ingenuidad yde que Marx les hubiese dicho de todo menos bonitos,no podemos negar la generosidad de su pensamiento,

II JUEVES 11 DE AGOSTO DE 2011 JUEVES 11 DE AGOSTO DE 2011 III

teniendo en cuenta el contexto en que se expresó. La criminología marxista británica tuvo mucho más

éxito y se expandió desde la publicación en 1973 deLa nueva criminología de Ian Taylor, Paul Walton yJock Young. Esta obra alcanzó singular éxito porque laprimera parte es una cuidada síntesis de la criminolo-gía teórica desde el iluminismo, rescatando a partir deDurkheim los elementos críticos de cada corriente,con conocimiento y aguda penetración sociológica.

Luego analizan a Marx y Engels y señalan que –co-mo vimos– Marx se ocupó sólo tangencialmente de lacuestión criminal, por lo que concluyen que la teoríacriminológica marxista debe construirse a partir de losprincipios y no de las incidentales manifestaciones delpropio Marx.

Si el marxismo nos ofrece algo útil para apreciar las for-

mas en que se genera y mantiene el conflic-to social –escriben– y en que éste coadyu-va a determinar el tipo y la cantidad de ac-tividad delictiva y desviada en general, esmás probable que lo encontremos en la teo-ría general de Marx que en las afirmacionesmás concretas hechas como respuesta acuestionamientos empíricos aislados.

Una cabal teoría marxista de la desvia-ción –afirman– tendría por fin explicar có-mo determinados períodos históricos, carac-terizados por conjuntos especiales de rela-ciones sociales y medios de producción,producen intentos de los económica y políti-camente poderosos por ordenar la sociedadde determinada manera. Pondría el mayorénfasis en la pregunta que Howard Beckerformula (pero no examina), a saber,¿quién impone la norma y para qué?

Sostienen que esto no lo logró ningu-na teoría de la desviación y consideranque tendría como consecuencia vincularlas tesis de la criminología liberal con lasteorías de la estructura social que están im-plícitas en el marxismo ortodoxo.

Este pensamiento también se apartadel desprecio de Marx por el Lumpen,otorgándole carácter dinamizante, loque permite entender que, en general,los criminólogos marxistas del primermundo que escribían en plena sociedadde consumo habían perdido la confianzaen la fuerza dinamizante y revoluciona-ria del proletariado (según ellos adorme-cida por el welfare State) y la deposita-ban en la marginación social.

La criminología radical impulsó en Eu-ropa y en América la creación de gruposde estudios que aglutinaron a los crimi-nólogos de esta tendencia y en algunospaíses a los críticos en general. Hubo unimportante grupo europeo, otro italiano,grupos británicos, un círculo de jóvenescriminólogos alemán, etc. En 1981, poriniciativa de la criminóloga venezolanaLola Aniyar de Castro, se emitió en Mé-xico el Manifiesto del Grupo Latinoameri-cano de Criminología Crítica, suscriptopor ésta (profesora de la Universidad delZulia), Julio Mayaudon (de la de Cara-bobo), Roberto Bergalli (exiliado y pro-fesor en Barcelona) y Emiro SandovalHuertas (de Bogotá, asesinado en la ma-sacre de la Corte Suprema el 6 de no-viembre de 1985).

27. Hacia el abolicionismo y el minimalismo

Era natural que la obra de Goffmancausase cierta impresión en la psiquiatría, puesto quese basaba en la experiencia manicomial de las institu-ciones totales. De la crítica al manicomio se pasó rá-pidamente a la de la psiquiatría y de allí a la crítica ra-dical de todo el sistema psiquiátrico, lo que se dio enllamar antipsiquiatría.

Todo el movimiento antipsiquiátrico fue una críticaradical al control social represivo ejercido al margendel sistema penal formal. El poder punitivo se revistede muchas formas y ya vimos el efecto del acuerdo en-tre médicos y policías que acabó en los campos deconcentración nazistas y otros no tan notorios, perono por eso menos letales.

Si nos colocasen ante la disyuntiva de cargar conuna etiqueta negativa, dándonos la opción entre la decriminalizado o de psiquiatrizado, si bien el último

evoca un sentimiento de pretendida piedad (y el pri-mero oculta el de venganza), lo cierto es que sería pre-ferible el de criminalizado, porque por lo menos no senos podría negar el derecho a defendernos y a denun-ciar los abusos que se cometan con nosotros, dado queal psiquiatrizado hasta esos derechos se le niegan, ar-gumentando simplemente que el pobre está loco, no sa-be lo que hace, hay que tutelarlo, protegerlo de sí mismo.

No en vano un connotado psiquiatra húngaro radi-cado en los Estados Unidos, Thomas Szasz, escribióun interesantísimo libro comparando el sistema psi-quiátrico con la inquisición y afirmando que la medi-cina reemplazó a la teología, el alienista al inquisidory el paciente a la bruja. Todo lo que el paciente ale-gue en contra de su condición de enfermo no será másque prueba de su enfermedad, al igual que sucedía conel hereje: pobre, no tiene consciencia de enfermedad.

En la corriente antipsiquiátrica se enrolaron autoresfamosos en las décadas de los años setenta y ochenta,como el italiano Franco Basaglia, el escocés RonaldLaing, el inglés David Cooper, el mencionado Szasz ymuchos más, que fundaron en 1975 en Bruselas unaRed Internacional de Alternativa a la Psiquiatría.

La idea de varios de estos antipsiquiatras era que laenfermedad mental es una respuesta política, o sea,que el ser humano ante las contradicciones del poderse encamina hacia la locura o hacia la revolución yque, por lo tanto, no debe matarse el potencial sub-versivo de la locura, sino politizarla para convertir alloco en un agente de cambio social.

La extrema radicalización de estas posiciones –aligual que las referidas al propio sistema penal formal–pueden llevar a la impotencia, puesto que es obvioque algo hay que hacer frente a un esquizofrénico quequeda inmóvil como un mueble en el extremo de suautismo psicótico (hoy hay pocos, es cierto) y otrosmuchos padecimientos en los que no se puede menosque reconocer que el paciente sufre.

No bastará con explicarle que su sufrimiento es unareacción a las contradicciones del poder, porque el ca-tatónico no se va a enterar.

No obstante, dejando de lado el extremismo quepuede llevar a la inmovilidad, lo cierto es que estemovimiento ha contribuido ampliamente a la consi-deración de los derechos de los pacientes psiquiátri-cos, abriendo un campo de debate que en modo algu-no se ha cerrado.

Si bien los psicofármacos han eliminado los chale-cos de fuerza y las celdas acolchadas y casi no se usa elshock eléctrico (que era lo más parecido a la picana),el actual chaleco químico se reparte con increíble gene-rosidad en la población. El efecto de este abuso es quetiende a suprimir toda resistencia y tolerancia al do-lor, cuando sabemos que los hay inevitables y no espara nada saludable su simple supresión psicofarmaco-lógica ni la generalización de la anestesia ante los su-frimientos socialmente condicionados.

El resultado práctico más importante de la antipsi-quiatría ha sido la desmanicomialización, o sea, la re-ducción de la institucionalización al mínimo, paraevitar el deterioro de la persona.

Como nunca faltan los vivos o perversos que todolo desvirtúan, este generoso movimiento de desmani-comialización ha pretendido ser usado por políticos in-morales para reducir el gasto en atención psiquiátricay por delincuentes corruptos para intentar hacer unnegociado inmobiliario con los edificios y terrenos delos manicomios. Pero esto no puede imputarse a la an-tipsiquiatría, sino sólo a la necesidad de cuidarnos delas contradicciones del poder, que no son sólo las quelos antipsiquiatras imaginaron.

En paralelo a la abolición del manicomio y la antip-siquiatría y con referencia al sistema penal formal sefue abriendo camino un complejo movimiento de abo-licionismo penal, que podemos denominar nuevo aboli-

cionismo, para distinguirlo del viejo, que era el delos teóricos anarquistas.

Si bien tuvo como antecedente el libro del profe-sor de criminología de Ginebra Paul Reiwald titula-do La sociedad y sus criminales, publicado en 1948, suobra no fue comprendida en su momento, quizás in-cluso debido a la temprana muerte del autor, por loque el nuevo abolicionismo eclosionó en los añossetenta y ochenta, recibiendo un notorio impulsocon los trabajos de Michel Foucault, aunque éste nose proclamase abolicionista, pues su pensamiento re-siste a las clasificaciones y él mismo se ocupó toda suvida de evitar los encasillamientos.

No tiene mucho sentido seleccionar aspectos par-ticulares de la crítica de Foucault, porque impactó alas ciencias sociales y a la criminología de modo talque a lo largo de estas páginas estamos viendo suclara marca transversal.

Los filósofos discutirán durante mucho tiempo lasideas de Foucault, en especial su concepción antro-pológica, pero en las ciencias sociales sus aportes soninvalorables y no necesariamente están soldados conésta, que es el principal punto de discusión en elcampo de la filosofía pura.

El nuevo abolicionismo surgió casi enteramente demovimientos y organizaciones que se ocupaban delos derechos de los presos y por las que se interesaroncriminólogos y otros académicos, que conforme a es-ta experiencia pasaron a teorizar y postular la aboli-ción de la prisión y finalmente del sistema penal.

Estos movimientos se crearon en Europa en losaños sesenta del siglo pasado, algunos de ellos seconvirtieron en verdaderas organizaciones y fueronimitados más tímidamente en otras latitudes.

Los primeros fueron los movimientos escandina-vos: el KRUM sueco (1965), el KRIM danés (1967)y el KROM noruego (1968). Le siguieron en 1970 elRAP británico (Radical Alternatives to Prison), en1971 la COORNHERT Liga holandesa, el grupo deBielefeld alemán, el Liberarsi del carcere italiano y elGroup d’information sur les prisons (GIP) francés. EnCanadá el impulso más importante provino del cam-po religioso, de los cuáqueros. Cabe anotar que des-pués de la dictadura argentina se organizó algo simi-lar en Buenos Aires como ONG: SASID (Servicio deAsistencia Social Integral al Detenido), que sobrevivióalgunos años. No podemos aquí seguirlos en detalle,pero fue un conjunto importante y demostrativo deuna tónica humanista muy interesante. Si alguno deustedes quiere profundizar en su historia e ideología,hay en castellano un libro de Iñaki Rivera Beiras(¿Abolir o transformar?, Buenos Aires, 2010) que seocupa del tema.

De estas organizaciones participaron académicosprestigiosos: Michel Foucault en el GIP, Louk Huls-man y Herman Bianchi en la Liga holandesa, RuthMorris en el movimiento cuáquero canadiense yThomas Mathiesen y Nils Christie en el KROMnoruego. Ellos fueron los principales promotores teó-ricos del nuevo abolicionismo penal, que se institucio-nalizó internacionalmente en ICOPA (InternationalConference on Penal Abolition), que lleva a cabo con-gresos bianuales en muy diferentes países del mundo.

El pensamiento de Louk Hulsman se sintetiza enun libro escrito en colaboración con Jacqueline Ber-nat de Celis (Peines perdues, Le système pénal enquestion, París, 1982), donde pone de manifiesto lairracionalidad del poder punitivo y en cierta formasu derivación teológica, lo que lo vincula con elplanteamiento de Szasz en psiquiatría. Cabe precisarque era profesor emérito de la Universidad de Rot-terdam y cabeza visible del documento sobre decrimi-nalización del Consejo de Europa de 1980. En el añode su fallecimiento –2009– había sido nominado co-mo candidato al Premio Nobel de la Paz, en razón

de haber promovido las primeras iniciativas de polí-tica de drogas en Holanda.

En cuanto a Nils Christie, su obra más conocida encastellano es Los límites del dolor (1981), cuya tesiscentral es que hasta el presente el poder punitivo in-flige intencionalmente dolor, por lo que postula alter-nativas y no meras limitaciones. El marco ideológicode Christie es más bien de antropología cultural. Ensu bibliografía posterior señala los peligros del modelonorteamericano de las últimas décadas; de allí el su-gestivo subtítulo de una de sus obras: Hacia el gulag es-tilo occidental. Quizás el primer libro de la nueva olaabolicionista sea el del noruego Thomas Mathiesen:The Politics of Abolition (1974), donde vuelca su expe-riencia en el KRUM a lo largo de varios años. Si bienla obra participa del marco ideológico del marxismono institucionalizado, no se somete al mismo forzandolos hechos verificados con su experiencia. De allí quehaya varios aportes interesantes, que han abierto elcamino a posteriores elaboraciones.

Consideramos que el mayor aporte de Mathiesenes la caracterización del poder punitivo como fagoci-tario respecto de todos los movimientos que lo en-frentan, a los que procura comprometer e incluir ensu discurso y acción. De allí que advierta que éstosdeben mantener una estricta posición de confronta-ción no contaminante. En este sentido, construye unconcepto que tiene plena vigencia: el de unfinished,lo nunca finalizado. Veremos más adelante, cuandohagamos referencia a la cautela, que ésta debe operarcomo un unfinished, o sea, un camino hacia la con-tención del poder punitivo nunca del todo acabado.

Entre todos los personajes humanamente increí-bles del nuevo abolicionismo se destacó Ruth Mo-rris, socióloga canadiense de muy interesante perso-nalidad, tanto teórica como activista. Su obra másdifundida fue Penal Abolition: The Practical Choice(1995), donde entre otras cosas plantea que la fe enel poder punitivo es una religión. Creemos que es unainteresante idea, teniendo en cuenta que hoy se atri-buye a éste una omnipotencia que no es de estemundo, por lo cual se ha convertido en un verdade-ro ídolo y su culto en una idolatría. Quienes desdelas distintas religiones lo adoran sería bueno que re-flexionen acerca de la posibilidad de que este cultono les haga incurrir en un gravísimo error dogmáti-co. Morris fue miembro activo de la Religious Societyof Friends (cuáqueros) y embarcó a todo su grupo enel abolicionismo penal.

La pregunta inevitable cuando se plantea el aboli-cionismo es: ¿Qué en lugar del sistema penal? Los nue-vos abolicionistas proponen soluciones conforme atodos los otros modelos de solución de conflictos alos que hemos hecho referencia: reparador, terapéu-tico, conciliador, etc. Por mi parte no creo que suspropuestas sean de política criminal, sino de políticaen general, pero en el sentido de un profundo cam-bio cultural y civilizatorio. En el fondo, la discusiónpodría sintetizarse en la cuestión de la posibilidad deeliminación de la venganza, lo que nos lleva a un te-ma que por su complejidad trataremos extensamentemás adelante y que no es nada sencillo de resolver.

El abolicionismo tuvo una virtud, que compartecon otras corrientes a las que nos referiremos a con-tinuación, pero que llega a su máximo extremo conestos autores y que consiste en que desnaturaliza alpoder punitivo.

En efecto: tal como lo explican Berger y Luck-mann, hay muchas cosas que se nos vuelven natura-les porque subjetivamente coincidimos o conveni-mos todos en ellas: nos parece que siempre han exis-tido o debido existir. Desde el bife de chorizo hasta lapizza con fainá, todo nos parece natural y no nos pre-guntamos por qué existe: está allí porque tenía que es-tar allí y punto. Con el poder punitivo pasa lo mis-

mo: siempre existió se dice, aunque no sea cierto,como vimos. Está porque tiene que estar. Eso determi-nó que todo aquel que lo critica debe explicar porqué lo hace, en tanto que el poder punitivo no debeexplicar nada acerca de su existencia.

Me imagino que lo mismo habrá pasado con laesclavitud, con la tortura, con la monarquía y contantas otras cosas tan poco naturales como la penade muerte, la cárcel o el propio poder punitivo. Es-to es lo que cambia con la crítica abolicionista: esel poder punitivo el que debe justificar su existencia yno a la inversa.

Y la verdad es que cuando hacemos esto, cuandotratamos de justificar la existencia del poder puniti-vo, aunque no seamos abolicionistas y tengamos di-ferencias con las soluciones y las veamos como plan-teos no criminológicos sino directamente civilizato-rios, nos hallamos en dificultades, y el abolicionismoes una de las principales fuentes de esas dificultades.

Por otros caminos hay propuestas menos radicalese incluso críticas del abolicionismo, puesto que nopostulan la abolición del sistema penal, sino su re-ducción. Se trata de lo que se conoce como minima-lismo penal, cuyos autores más conocidos –aunquepor diferentes caminos– son el inolvidable Alessan-dro Baratta, el querido Luigi Ferrajoli y en general laescuela de Bologna, con Massimo Pavarini y otrosmuchos.

Con diferencias, estos autores señalan que el po-der punitivo debería limitarse a conflictos muy gra-ves y que comprometan masivamente bienes básicos(como la vida o el medio ambiente) y resolver losconflictos de menor entidad por otras vías. Es in-cuestionable que si bien nuestra cultura no admitiríala decisión no punitiva de algunos conflictos, estono sucede con todo el inmenso campo abarcado porla proyección de criminalización secundaria ni mu-cho menos.

No obstante, cabe señalar que estas propuestas dederechos penales mínimos exigen también una profun-da transformación del poder que hoy camina en sen-tido diametralmente opuesto, aunque –al igual queel abolicionismo– tienen la virtud de invertir lacuestión: una vez más es el poder punitivo, como ar-tificio humano, el que debe justificar su existencia yextensión.

Estas posiciones que exigen profundos cambiossociales y civilizatorios tienen el inconveniente deque resulta muy difícil reconducirlas a respuestasconcretas a problemas urgentes, lo que no es fun-cional en una región donde la violencia del poderpunitivo es muy alta o, al menos, constituye unaamenaza constante.

Esto no significa que debamos subestimarlas nimucho menos, porque contribuyen con aportes quenos ayudan a reflexionar sobre nuestra realidad. Enlo personal, entiendo que la posición de Baratta ytoda su escuela minimalista –al igual que el abolicio-nismo– hacen ineludible la cuestión de la legitima-ción del poder punitivo y a preguntarnos a qué sedebía la incapacidad del derecho penal para asignar-le una función a la pena. Hulsman demuestra que elmodelo punitivo no resuelve los conflictos y, por en-de, nos impone la tarea de buscar en el campo de lasciencias sociales una explicación a su permanenciaen el tiempo. El unfinished de Mathiesen, por su par-te, es una idea que puede proporcionar un funda-mento fuerte para una criminología cautelar y pararefundar el derecho penal liberal desde una perspec-tiva más sólida.

IV JUEVES 11 DE AGOSTO DE 2011

Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone

La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

Suplemento especial de PáginaI12

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28. ¿De la criminología crítica se pasó al desbande?

Hay algunos criminólogos reaccionarios que sostie-nen que la crítica criminológica fracasó y que sólo fueun momento de euforia o una moda superada. Por su-puesto que para eso toman en cuenta las versionesmás radicales e ingenuas, a veces fáciles de ridiculizar.

En reemplazo proponen una criminología administra-tiva que, en términos claros, pretende que la palabrade la academia se limite a discutir una técnica eficazde contención de los pobres.

No deben engañarnos al respecto los libros bien en-cuadernados y los cursitos de fin de semana, propiosde una criminología sin historia ni pasado y que, ade-más, pretende mostrarse independiente de la política.

Lo cierto es que entre los criminólogos más seriosel talante crítico no desapareció, sino que, por elcontrario, se ha profundizado, ha ganado en realismoy se archivaron las ingenuidades. ¿Qué es lo que hallamado al realismo? ¿De dónde proviene el impulsoa superar la crítica con más crítica?

Es muy sencillo: lo que ha cambiado es el cuadrode poder planetario. Los criminólogos críticos de lossetenta en los países centrales se las veían con un po-der punitivo propio de los estados de bienestar y sus so-ciedades de consumo, con la sociología sistémica deParsons y la economía de Keynes.

Para los latinoamericanos eso nos resultaba un tan-to extraño, porque nuestros estados providentes inci-pientes y nunca completados, creados por los popu-lismos que ampliaron nuestras bases de ciudadaníareal, habían sido desbaratados brutalmente o estabanen vías de serlo.

La crítica criminológica central no correspondía anuestros sistemas penales, pues en nuestro margen semontaba un poder punitivo que sólo buscaba conte-ner a los excluidos. Se nos imponían estados gendar-mes con dictaduras o con políticos corruptos posmo-dernos. No tenía sentido poner en crisis aquí la ideade resocialización, porque nuestras cárceles tendían aser –o eran ya– campos de concentración, nuestraspolicías eran fuerzas de ocupación territorial con fre-cuencia reemplazadas por militares, el número depresos a disposición del poder ejecutivo competía con elde presos por orden judicial y, además, el 70 u 80 porciento de los últimos estaban presos por las dudas,porque eran procesados y no condenados.

Desde los setenta las cosas cambiaron: el estadogendarme avanzó sobre los países centrales. Friedmany Hayek fueron los nuevos gurúes del festival demercado; Reagan, Thatcher y Bush señalaron el ca-mino hacia el estado que tiene por única funciónmantener a raya a los pobres, Roosevelt era pocomenos que un comunista despreciable, Keynes eraun marxista irresponsable, toda gestión e interven-ción estatal era ineficiente y corrupta; el mercadoera lo único racional en el mundo; el estado debíadejar la máxima libertad para permitir eliminar a losmás débiles.

Herbert Spencer estaría feliz con ese mundo y afir-maría que no es más que la confirmación de sus teo-rías; podría pedirle a Satanás una revisión extraordi-naria de su juicio. Hay razas inferiores que somos loshabitantes de los países periféricos y los inmigrantesy excluidos de los países centrales. Las razas superio-res, que son los incluidos de los países centrales y susprocónsules designados en los periféricos, deben de-fenderse de los inferiores. El estado debe limitarse amantener la supremacía de las razas superiores y noprivar a los inferiores de su derecho a la lucha que loshaga fuertes y que permita que de vez en cuando al-guno salte el cerco, participando de Gran Hermano ohaciéndole un espacio en algún negociado.

El brutal salto del sistema penal de los EstadosUnidos, la exclusión definitiva del criminalizado y su

familia, la pena desproporcionada por la menor in-fracción conforme a la tolerancia cero del demagogomunicipal de New York (que les cobró una cifra in-creíble a los ingenuos empresarios mexicanos paradarles una conferencia absurda), no es más que unterrorismo de estado contra los pobres, un modeloneo-stalinista en marcha.

El estado gendarme es eso, su pensamiento descar-nado dice los negros en su lugar, nosotros mandamos yal negro que molesta le cortamos la cabeza. (A esto sedebería agregar: Los indios del sur deben producir coca-ína y matarse para no mandarnos más de lo necesariopara mantener alto el precio; nosotros nos ocupamos deque sólo nos llegue la que podemos distribuir a precio al-to y quedarnos con la mayor ganancia y el beneficio delreciclaje).

Tienen ustedes razón si acaso les llama la atenciónla claridad de estas expresiones, dado que hoy no semanifiestan de esa manera, pues no tienen la sinceri-dad del viejo Spencer, de Garofalo, de los positivistasracistas. Sinceramente extraño a los viejos racistas,porque por lo menos eran sinceros, auténticos oligar-cas, hablaban claro, sin tapujos, no se disfrazaban de

democráticos ni de generosos, eran abiertamente eli-tistas y lo confesaban. ¿En qué mundo vivimos, quenos permite encontrar por lo menos algún motivopara añorar a los viejos racistas?

Hoy las cosas son más complicadas y es más fácilconfundirse. Ahora, cuando el estado gendarme llegócomo boomerang al propio centro, tanto en el centrocomo en la periferia hay clases medias desclasadas,desconcertadas, anómicas (en el sentido originariode Durkheim), amenazadas por los de arriba –que lesreclaman fidelidad– y por los de abajo, a quienesconsideran sus únicos y mortales enemigos. Son pas-to fácil para internalizar la publicidad mediática deun ellos enemigo compuesto de pobres, inmigrantes yadolescentes de barrios precarios.

Pero no es sólo la clase media empobrecida por lademolición del estado de bienestar. Insistimos en quelo más artero de este spencerianismo actual es hacerque se maten entre los pobres, que la victimizacióncunda entre los propios excluidos, a lo que se agregaque entre ellos también se selecciona a la policía.

La técnica de control de los excluidos responde a laidea que se maten entre los negros, así no molestan. Estaes la lógica no confesada del racismo de nuestros días.Y es eficaz, porque eso permite que incluso entre lospropios excluidos tenga éxito la publicidad televisivaque los erige en un ellos enemigos de la sociedad.

Volveremos sobre todo esto con mayor detalle, pe-ro no puedo dejar de señalarlo ahora, porque de locontrario parece que la criminología crítica ha des-aparecido, cuando en realidad ha sucedido todo locontrario: se ha vuelto más realista y profunda esta-llando en varios sentidos.

Los criminólogos se hallan ahora frente a una rea-lidad del poder punitivo por completo diferente a losaños setenta. No podrían seguir criticando a un po-der punitivo que ya no se ejerce en la misma forma.La brutal regresión de los derechos humanos por obradel avance del estado gendarme –no ya en el margen,sino en el centro mismo del poder planetario– los co-loca en la necesidad de ser más realistas.

Los criminólogos centrales ya no tienen tiempopara sentarse en la acera de un café elegante de Pa-rís a discutir la posible revolución que los haga des-

pertar en una sociedad igualitaria; hoy tambiénellos tienen las urgencias que tuvimos nosotrossiempre, los amenazan los mismos peligros y su po-der punitivo corre el riesgo de irse asemejando cadadía más al nuestro, aunque aún en algunos paísescentrales estén lejos.

Como cabía esperar, los criminólogos centrales sedesconcertaron, porque todo pasa muy rápido, nohay ni siquiera cambio generacional marcado, mu-chas veces son los mismos que ayer sostenían posi-ciones radicales los que hoy deben variar de criterio.El brutal giro represivo de los estados gendarme insta-lados o en vías de instalación fue para ellos un fuertepuñetazo de realismo que, como todo puñetazo, a al-gunos los dejó knock-out, pero en otros provocó unaconsiderable descarga de adrenalina crítica.

A nosotros nos viene bien, pero no por alegrarnosde la desgracia ajena, por cierto. Si bien no tenemosen América Latina el mismo desarrollo teórico de lacriminología central, siempre lidiamos con el poderpunitivo descarnado con que ahora ellos se enfrentan

II JUEVES 18 DE AGOSTO DE 2011 JUEVES 18 DE AGOSTO DE 2011 III

y, por ende, los elementos críticos que nos llegan nosresultan mucho más adecuados a los fenómenos de po-der que debemos controlar que los que nos proveíancon la crítica al poder punitivo del estado de bienestar.

En décadas pasadas, cuando exponíamos nuestra re-alidad en el centro, no dejaba de haber un cierto dejode bueno, son países en vías de desarrollo. Hoy tenemosproblemas comunes y, además, la famosa globalizaciónnos facilita la comunicación.

Recordemos que cuando las brutalidades colonialis-tas pasaban en Africa o en Sudamérica, en el centrolas atribuían a la inferioridad de estas sociedades, pe-ro cuando el mismo poder neocolonialista se enroscóy pasaron a Europa, ese discurso no pudo seguir vi-gente y la comunidad internacional tuvo la necesidadde declarar solemnemente una obviedad: todo ser hu-mano es persona. No es lo mismo lo actual, claro, perocorre el riesgo de serlo.

La necesidad de profundizar la realidad del poderpunitivo hizo que las miradas se dirigieran en dife-rentes direcciones y se encontraran con otras que yahabían reparado en esos fenómenos del poder. Poreso, cuando echamos una mirada sobre la crítica cri-

minológica de nuestros días, muy lejos de creer queno existe, lo que vemos es que se desbandó en dife-rentes sentidos.

Si bien esto desconcierta al principio, es muy salu-dable, porque el poder punitivo es un fenómeno muycomplejo, que no puede encararse con simplificacio-nes que satisfacen al académico porque quedan redon-ditas y cierran, pero que no muerden bien la realidaddel poder.

Tampoco se trata de una disolución, sino de abrirla cabeza incorporando otras visiones críticas. Por úl-timo, este desbande de la miradas críticas no es uncaos, como al principio parece, sino que bien miradoes perfectamente lógico frente a la necesidad de en-carar la agresión violenta de un poder punitivo de-senfrenado y brutal.

Cuando ante esta necesidad los criminólogos sepreguntaron qué se estaba dejando de lado y por quéno habían advertido el peligro antes, sus miradas seorientaron en cuatro direcciones básicas y que en elfondo no son excluyentes.

(a) Por un lado, al tratar de explicar el poder puni-tivo y centrar la atención en su ejercicio, se subesti-mó el daño real que provoca el delito. El delito tienevíctimas y el reparto de la victimización es tan selec-tivo como el de la criminalización. No en vano lasclases subalternas son víctimas de la publicidad me-diática vindicativa, pues son los más victimizadas.Por este camino del daño real la crítica se fija en lavictimología y en Gran Bretaña algunos de los propioscríticos marxistas de otrora proponen un realismo deizquierda.

(b) Por otro lado, es claro que la criminología me-diática vindicativa, al construir el ellos enemigo mos-trando como único peligro el del delito común, pro-voca lo que se llama pánico moral (concepto que se de-be a Stanley Cohen y a Jock Young), miedo al delitoy a nada más, y, por ende, está ocultando otros peli-gros y daños en acción, mucho más graves y en curso.

Se inventa una sociedad de riesgo en la que el únicoriesgo es la agresión del adolescente del barrio preca-rio, como si no hubiese otros daños sociales en curso.Es algo así como la campaña para no usar desodoran-te en aerosol porque con eso vamos a evitar el aguje-

ro de ozono, mientras se queman irresponsablementebillones de toneladas de petróleo.

Esto llevó las miradas hacia más allá de la criminolo-gía, es decir, a tratar de hacer un saber del daño so-cial; es el paradigma del daño social propuesto por algu-nos criminólogos ingleses (el social harm approach),pero también a los aportes que venía haciendo la crí-tica social feminista y, por último, lo que iba poniendode relieve algo que la criminología había dejado delado de modo poco menos que inexplicable: el genoci-dio. El fenómeno de las masacres fue estudiado almargen de la criminología y no pueden menos queimpactarla.

(c) Como es obvio, el renacimiento violento delspencerianismo y su estado gendarme no podía dejarde ser objeto de análisis y crítica en forma directa porlos criminólogos centrales que asistían a este nuevoparto letal. En consecuencia, surgió toda una corrien-te que se ocupa de analizar y criticar la manifestaciónrepresiva de este estado gendarme y que la bautizó co-mo neopunitivismo.

(d) Por último, todo el panorama mundial contem-poráneo configura un paisaje de enorme agresividadque provoca interrogantes que están más allá de lasociología y de la ciencia política y cuyas respuestasllevan a bucear en otras palabras de la academia, co-mo son las de las disciplinas psi, de la antropología yde la etnología.

Como podemos ver, el desbande no es anárquico, si-no que responde a actitudes que debían esperarse,porque son bastante razonables, dadas las nuevas cir-cunstancias del poder planetario.

Este mero enunciado prueba que nada es más falsoque afirmar que ha desaparecido la crítica, cuando esclaro que ésta sólo se diversificó para profundizarse,lo que es mucho más adecuado a la urgencia por lle-gar a una mejor aproximación al fenómeno de poderrepresivo.

Simple y sencillamente, los criminólogos se pre-guntan:

¿Por qué prende la criminología mediática entre los po-bres? Porque hay un daño real del delito, del que noshemos ocupado poco. Pues bien, vamos a estudiar alas víctimas.

¿Qué es lo que la criminología mediática se empeña enocultarle al público con el pánico moral a la agresión deladolescente de barrio precario? Pues vamos a estudiarlos daños sociales que no se muestran.

¿Qué es este neopunitivismo brutal? Es claro que setrata de una cuestión exclusivamente política; puesbien, es menester analizarla y estudiarla.

¿A qué se debe esta agresividad intraespecífica que sepone de manifiesto en este momento del poder? Vamos apreguntarles a otros sabios.

Como puede verse, la academia no se ha vuelto lo-ca ni ha renunciado a la crítica, sino que va por más.

Pasemos a echar un vistazo sobre el panorama queofrece cada una de estas cuatro perspectivas, aunquelo haremos brevemente, pues en realidad estos apor-tes de la criminología académica actual nos preparanpara comprender el sentido de la criminología mediá-tica y para escuchar mejor la palabra de los muertos,por lo que volveremos en el curso de estas entregas ainsistir muchas veces en los aspectos de su contenidoque nos permiten acercarnos a la realidad de la cues-tión criminal.

No crean que lo que voy a exponer en las siguien-tes entregas y que –después de escuchar atentamentela palabra de los muertos– concluye en una propuestade criminología cautelar es por entero una ocurrenciapersonal, sino que en buena parte es el producto de laaplicación de los instrumentos conceptuales que nosproporciona este aparente desbande de las preguntascontemporáneas.

En alguna medida lo que expongo en estas semanasresulta del uso sintético de esos elementos y de unaatenta observación de la realidad cotidiana.

29. El daño real del delito:realismo de izquierda y victimología

Jock Young fue en 1973 uno de los autores de Lanueva criminología, que ensayaba un replanteo radicaldesde perspectiva marxista. Junto con John Lea, Ri-chard Kinsey y Roger Matthews sorprendió a co-mienzos de los noventa con un replanteo que llama-ron realismo de izquierda y cuya consigna es tomar enserio el delito a partir de verificar que causa graves da-ños a víctimas de las clases populares urbanas, en es-pecial a las mujeres, que son las más vulnerables.

Si bien este giro se atribuye políticamente a unacercamiento al laborismo británico, por nuestra par-te creemos que más bien es resultado de una aproxi-mación a la realidad de la victimización.

Las teorías macro tienen el obvio inconveniente desatisfacer explicaciones académicas encuadradas enmarcos ideológicos previos, pero para las víctimas

concretas y sus deudos y para los reclamos que éstosy los vecinos formulan a los políticos, no ofrecenninguna respuesta.

Creo que el más elemental contacto de un crimi-nólogo académico con esta realidad no puede me-nos que ponerle de manifiesto la necesidad urgentede hacer algo y de dar una respuesta, salvo que prefie-ra que los impulsos de venganza, la criminologíamediática y los políticos arrinconados marchen ca-da día más hacia el modelo del estado gendarme y dela represivización neostalinista dirigida en definitivacontra los excluidos.

Es bastante claro que los puros planteos de la cri-minología crítica radical elaborados desde la acade-mia, sin contacto con las vivencias cotidianas y sininvestigación de campo, son útiles como marco decrítica, pero que al quedarse en ese nivel allanan elcamino para una supuesta criminologíaadministrativa, que es la propia del estado gendarme,con la aprobación –cuando no el decidido apoyo–de los propios sectores contra los que políticamentese dirige ese modelo de estado.

Creo decididamente que esta verificación –desentido común– ha sido la determinante del llama-do realismo de izquierda británico que viene propo-niendo reformas al sistema penal y asistencial de supaís, algunas interesantes, aunque no todas transfe-ribles a la realidad de nuestro margen.

Entre las propuestas concretas de estos criminólo-gos, las más interesantes son las referidas a la poli-cía, planteando la disyuntiva entre un modelo depolicía militar (que nosotros llamamos aquí de ocu-pación territorial) y otro de policía de consenso (quenosotros llamamos comunitaria).

Volveremos sobre esto al ocuparnos de los seg-mentos del sistema penal, con la advertencia –queformulamos desde ahora– de que no puede confun-dirse una policía comunitaria con una dictadura éti-ca con la intervención de personas que no tengannada que hacer sino molestar a los jóvenes.

Al centrar la atención en el daño real del delitono puede menos que repararse en la victimología,que no es una ciencia ni un saber autónomo, sinouna línea de investigación que tuvo como antece-dente la obra de Hans von Hentig (que fue un cri-minólogo alemán antinazi y muy creativo) y de laque se considera fundador a Benjamin Mendelsohn,criminólogo rumano radicado en Israel.

En un principio la victimología se dedicaba a lasvíctimas de delitos comunes y en especial a sucomportamiento como determinante o facilitadorde éstos, pero hoy ha ampliado su campo de obser-vación hasta llegar casi a abarcar todo lo que to-man en consideración los que postulan ir más alláde la criminología y ocuparse de todo el daño social.Uno de los más destacados teóricos de la victimo-logía en nuestro tiempo fue el siempre recordadoAntonio Beristain, que había elaborado el concep-to de macro-víctimas en referencia a los conflictosarmados o a lo que se denomina “terrorismo”. En laArgentina esta perspectiva fue ampliamente desa-rrollada por Elías Neuman, lamentablemente falle-cido este año.

30. Los daños que oculta la criminología mediática

El feminismo es un fuerte movimiento teórico yactivista con desarrollo autónomo y en cuyo seno semueven desde posiciones radicales inspiradas enmarcos ideológicos preexistentes hasta toda la gamade posibles matices en torno del innegable fenóme-no civilizatorio de subordinación de la mujer.

En el fondo del debate feminista creemos hallar elfundado temor de que su potencial transformador–que es enorme– pueda ser neutralizado por un pen-

samiento falocéntrico o –como dicen en el barrio–machista, susceptible de cooptarlo.

Más allá de los extremos a que puede conducir es-te temor, lo cierto es que el feminismo conmuevelas bases mismas del poder planetario, teniendo encuenta –como vimos– que éste se preparó jerarqui-zando a las sociedades colonizadoras mediante la re-gulación de las relaciones sexuales para erigir a susprimeros sargentos en la pirámide del ejército colo-nialista.

El temor de las feministas no es otro que un capí-tulo importantísimo de las trampas que nos tiendentodas las racionalizaciones del poder y todas sus na-turalizaciones.

El feminismo ha aportado dos conceptos que hoyson de uso corriente y sin los cuales nos faltarían le-tras claves en el abecedario que usamos para descri-bir la jerarquización naturalizada que nos vende elpoder planetario: son el de patriarcado y el de género.

Por patriarcado se entiende, por decirlo claro, eldominio machista y todas sus implicancias. El géne-ro destapa la principal trampa del patriarcado: laconfusión de sexo con la de rol asignado. El sexo esalgo anatómico, pero el género no tiene nada quever con la anatomía. La mujer tejiendo, cocinando,esperando al marido, cosiendo, no tiene nada de se-xual, sino que es un conjunto de roles culturalmen-te asignados por el poder patriarcal. Eso es el género.

Siempre ha llamado la atención que el sistemapenal se ocupase casi exclusivamente de los hom-bres, pero no tiene nada de extraño: en el ejército dela sociedad jerarquizada a la mujer la controlan lossargentos y a éstos los controla el poder punitivo,que sólo se ocupa de las mujeres que se rebelan a lossargentos. Este es el programa originario que provie-ne de la edad media y que con matices se mantienevigente.

Por ende, la criminología guardó bastante silencioacerca de la mujer, salvo algunos disparates positi-vistas como el del equivalente de Lombroso o el este-reotipo de la mujer envenenadora.

Pero dejando de lado los disparates y también lasdiscusiones norteamericanas tratando de explicar elmayor protagonismo de la mujer, el feminismo im-puso correcciones a la crítica criminológica al des-tacar que si bien la mujer tenía menor incidencia en lacriminalización, no sucedía lo mismo en la victimiza-ción, lo que no sólo tiene lugar en la delincuenciacallejera, sino en victimizaciones que son conse-cuencia directa de la discriminación de género, des-de la violencia familiar homicida hasta la trata depersonas (antes se llamaba de blancas, curioso resa-bio racista de la esclavitud).

No ha habido una crítica criminológica gay tandesarrollada como la feminista, pese a que hace mu-chos años que el británico Gordon Taylor observóque en toda sociedad media una relación inversaentre el patriarcalismo y la tolerancia a la homose-xualidad.

De cualquier manera existen estudios importantes(como el de John Boswell), muchas ridiculizacionesde los disparates positivistas (Jorge Salessi entrenosotros), relatos de la persecución nazista (el roseWinkel o triángulo rosa en los campos de concentra-ción), del proceso de Oscar Wilde (el de Gide, porejemplo), numerosas contribuciones literarias (JeanGenet a la cabeza) y es innegable el peso de la cues-tión gay en la crítica de Michel Foucault.

Si bien la victimología puso de manifiesto dañosque no se habían tomado suficientemente en cuen-ta, el feminismo reclamó la atención sobre la mitadde la población olvidada por la criminología y losvecinos bajaron a la tierra a los teóricos ingleses, elpanorama de las víctimas del poder mundial no es-taba en modo alguno completo, respecto de lo cual

Stanley Cohen llamó la atención sobre lo que llamasociología de la negación que nos condiciona una indi-ferencia moral.

En su libro de 2001 que se llama Estados de nega-ción, este autor no se refiere al grosero negacionismoneonazista de la Shoá y similares, sino, por ejempli-ficarlo claramente, al que protagonizamos mientrasmiramos por TV el servicio de noticias que nosmuestra masacres y seguimos mojando las medialu-nas en el café con leche.

Siguiendo este camino, un grupo de ingleses(Paddy Hillyard, Christina Pantazis, Steve Tomb yDavid Gordon) organizaron un libro en 2004, enque proponen ir más allá de la criminología (así se lla-ma su libro, con el subtítulo Tomando en serio el da-ño) y abarcar todos los daños sociales del poder: po-breza masiva, hambre, violaciones masivas de dere-chos humanos, masacres estatales, muertes por con-diciones de trabajo, por privilegio de la heterose-xualidad, por preferencias en los nacimientos, porguerra a los migrantes, por maltrato infantil, por po-lución, por envenenamiento de alimentos, etc.

Es indiscutible que el libro pasa revista a datosaterradores, como que si bien el 11 de septiembrede 2001 murieron 3045 personas en New York, esemismo día murieron también 24.000 personas dehambre en el mundo, 6200 niños de diarrea y 2700de sarampión.

Es claro que nos acostumbraron a considerar queel crimen de New York era evitable y las otrasmuertes inevitables, pero no es cierto: según los cál-culos de la ONU serían necesarios 13.000 millonesde dólares para resolver el hambre y 40.000 para cu-brir las necesidades básicas en el mundo (esta últi-ma cifra implica el 50% del consumo de pizza en losEstados Unidos). Aunque el cálculo de la ONUfuese optimista y las cifras subiesen al doble, lo ob-vio es que esas carencias no son naturales o inevita-bles, con el argumento de que siempre hay miseria.

De cualquier manera, si la criminología afrontasetodos estos daños se perdería en un enorme campotodológico de conocimientos inabarcables. Todas es-tas muertes son resultado de violaciones a los dere-chos humanos y éstos, como campo de estudio jurí-dico, deben ser sostenidos por datos reales a los quecontribuyen todos los conocimientos humanos, loque por definición no puede tener unidad. Se tratade conocimientos que los estudiosos de derechoshumanos deben requerir a todas las ciencias natura-les y sociales, a todo el saber humano. Un saber quepretenda abarcar todo esto se perdería o resultaríadirectamente diletante.

Pero hay un campo que indudablemente pertene-ce a la criminología y sobre el que hubo un singularsilencio, que es el del homicidio doloso, intencio-nal. La criminología académica se detuvo en los ho-micidios seriales sensacionales y en todos los come-tidos por iniciativa privada, pero nunca en los públi-cos o estatales, es decir, en los genocidios y masacres,en los crímenes de masa cometidos por acción deagencias estatales.

¡Extraña omisión, por cierto! Si queremos tomaren serio los daños sociales, no podemos ignorar es-tos crímenes y, además, tampoco podemos negarque su estudio corresponde a la criminología. Sobreesto está llamando la atención la criminología delos últimos años, aunque aún sin suficiente penetra-ción y a regañadientes por parte de una buena partede los criminólogos académicos. Pero esto es tanimportante, que merece un capítulo especial.

IV JUEVES 18 DE AGOSTO DE 2011

Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone

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31. Los homicidios estatales o crímenes de masas

La criminología académica guardó un llamativo si-lencio acerca de los asesinatos masivos estatales, ape-nas interrumpidos por algún artículo aislado, como elde Leo Alexander en 1948 o el libro de SheldonGlueck de 1944 sobre crímenes de guerra. En el filode este siglo los trabajos son más frecuentes: Alex Al-varez (1999), William Laufer (1999), Georges S. Ya-coubian (2000), Andrew Woolford (2006) y en espe-cial Wayne Morrison, neocelandés profesor en Lon-dres, que en 2006 publicó un libro titulado Criminolo-gía, civilización y el nuevo orden mundial.

Por ser este último el más extenso y analítico, lo to-mamos como referencia.

Morrison recuerda que Hobbes separaba el espacio ci-vilizado del no civilizado (de guerra de todos contra to-dos), cuya presencia constituía una amenaza, y afirmaque esta línea hobbesiana se quebró cuando el mundoincivilizado irrumpió en el corazón del civilizado el 11de septiembre de 2001, destruyendo el símbolo de esemundo funcional y utilitarista de la globalización.

El World Trade Center era el máximo templo de latecnología y la seguridad y su caída convirtió de re-pente al espacio civilizado en tercermundial. De pron-to, los residentes del espacio civilizado tomaron con-ciencia del mundo externo, lo que fue muy impactan-te para los Estados Unidos, que había sido muy afor-tunado en su propio territorio.

A partir del 11 de septiembre la administración deBush reforzó su discutible origen y escaso prestigiocon un discurso que confunde la guerra con el crimenpara volver porosa la frontera entre el control internoy externo, borrando los límites hobbesianos.

Bush agitó el nacionalismo, tomó de la tolerancia ce-ro la idea de prevención y la llevó a la guerra y mani-puló la tecnología de la comunicación para declararla guerra a Irak sobre la base de una mentira. Pero semovió con reglas diferentes, pues las válidas para losotros civilizados no fueron las que aplicó frente a losincivilizados, o sea, en la lucha en la jungla, lo que noes más que otra faceta de la doctrina de la seguridadnacional y de la guerra sucia.

Morrison afirma que el presente se caracteriza por unavuelta de la emocionalidad, un nuevo popularismo, politi-zación, un sentido de crisis, un sentido de normalidad dealtas tasas de criminalidad, una nueva relación del crimencon los medios masivos, una pérdida de confianza en laexperticia del estado de bienestar.

Morrison reconoce que la criminología es el productode un sector del planeta, cuyos estados se construyeronsobre la violencia y el genocidio, con cita de Bauman:el triunfo de unas pocas etnias sobre otras llevó a la des-trucción de los vencidos y la historia la escribieron losvencedores, mostrando su civilización como un caminode progreso hacia la pacificación de la vida cotidiana.

Por otra parte, señala que las cifras de criminalidadregistrada que se reportan en los países donde ha habidogenocidios no incluyen los cientos de miles y a vecesmillones de muertos por ese crimen. Para la estadísticacriminal sólo cuentan los homicidios normales. Con to-da razón señala Morrison que existe una estadística cri-minal que registra en forma de apartheid criminológico.

La criminología sólo recoge datos domésticos y con-dicionados por el poder de las naciones-estado, for-madas por medio de la violencia y dominando a otrasde igual modo. Por ende, la criminología es un discur-so muy parcial, construido en torno de un mundo dehechos políticamente delimitado.

De inmediato presenta una tabla impresionante decrímenes masivos cometidos desde 1885 hasta 1994,reconocidos y no reconocidos, de la que nos ocupare-mos más adelante. Ante estos millones de cadáveresque la criminología no toma en cuenta en sus estadís-ticas, formula los siguientes interrogantes, que quedan

abiertos: ¿Podemos globalizar la estadística criminal? Siparte del objeto del análisis estadístico de Quetelet era me-dir la tasa normal de crimen en una sociedad y así deter-minar el riesgo ¿cómo se puede crear una imagen estadís-tica de una sociedad mundial de riesgo? Volveremos másadelante sobre esta posibilidad.

Pasa revista a toda la criminología neocolonialista ya los crímenes legitimados (Congo, Namibia, Benin,etc.). Señala que la criminología no reparó en Nürn-berg ni en Tokio, por considerarlos crímenes de gue-rra, violatorios de las reglas que las mismas potenciascolonialistas no respetaban en sus colonias. Pero siHitler los hubiese cometido sólo dentro de las fronte-ras alemanas, ¿los campos de concentración hubiesenquedado impunes? Sostiene que ha habido ambigüe-dad en el juzgamiento, que la víctima era la humani-dad, pero que no dejó de pesar que las víctimas con-cretas fuesen judíos, gitanos y gays.

Afirma que la criminología consideró que los gran-des crímenes del pasado siglo son excepciones de lasque la criminología –como ciencia de operaciones norma-les de control llevadas a cabo por el estado– no necesitaocuparse. En el caso del Holocausto, la imagen de loscampos de concentración reafirma esta distancia, asegu-rando que se trata de lugares verdaderamente excepciona-les que no volverán a existir nunca.

Niega rotundamente la explicación del camino espe-cial –el Sonderweg– del nazismo y de la patologizaciónde la Shoá, dado que las personas que participaron ac-tivamente en esos crímenes eran normales y muchosde ellos volvieron a la vida corriente sin dificultades.

Compara las ejecuciones ejemplificadoras –como lade Túpac Amaru, descuartizado públicamente– quetenían por objeto la reafirmación de la verticalidad delpoder (Miren lo que les vamos a hacer si se resisten) conla secreta fabricación de cadáveres en los campos de ex-terminio, como dos objetivos por completo diferentes.

Al momento de escribir afirma que entre Bush yBin Laden media un juego de espejos, pues sin BinLaden, Bush no hubiese obtenido poderes extraordi-narios ni hubiese podido ganar las elecciones.

Observa que al asignársele al terrorismo el status deacto de guerra se lo excluye de las garantías penales,al tiempo que, no tratándose de combatientes regula-res, se los excluye de la Convención de Ginebra, que-dando a disposición de las órdenes del más poderoso,que es quien resuelve en la excepción, señalando estocomo el equivalente actual de la ley marcial en los re-gímenes coloniales y del Führerprinzip en el nazismo.

Aunque no lo dice, es claro que esta es la tesis cen-tral de la definición de lo político de Carl Schmitt y laverificación de que se intenta una trágica planetariza-ción de la llamada doctrina de la seguridad nacional delos años setenta sudamericanos.

Esta senda teórica es una de las que desde la perife-ria debemos reelaborar y profundizar, porque nos in-cumbe muy directamente, pero además es desde don-de podemos detectar más fácilmente el papel centraly protagónico del poder punitivo.

32. El neopunitivismoLas características del estado norteamericano han

cambiado totalmente desde el establecimiento de loque se denomina New Punitiveness (neopunitivismo).

Insisto en los caracteres del nuevo rostro del siste-ma penal norteamericano: uno de cada tres hombresnegros entre veinte y veintinueve años se halla en lacárcel, un norteamericano de cada cien está en pri-sión, tres más están sometidos a vigilancia con proba-tion o con parole, se inhabilita a perpetuidad para vo-tar a cualquier condenado por cualquier delito, se di-funde el three strikes and you are out (o sea, una penade relegación perpetua para los simplemente moles-tos), se expulsa de las viviendas sociales a toda la fa-

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milia del condenado, se lo priva de todos los benefi-cios sociales, se restablecieron los trabajos forzados, seejecutaron unas 1300 penas de muerte desde el finalde la moratoria de los setenta (incluso a enfermosmentales y menores), los gobernadores hacen campa-ñas para su reelección rodeados de retratos de los eje-cutados a los que no les conmutaron la pena, se con-dena sin juicio mediante extorsión, los testigos de car-go son comprados con impunidad, se practican losmétodos más inmorales de investigación, se instiga ala denuncia dentro de la familia, lo posmoderno recupe-ra todas las características de lo premoderno inquisitorial.

De poco ha servido la caída del muro, porque el sta-linismo penal ha renacido en los Estados Unidos y seofrece como modelo mundial. De esto se ocupan mu-chos criminólogos, pero como no puedo mencionarlosa todos, nos ocuparemos de los tres más notorios: Da-vid Garland, Loïc Wacquant y Jonathan Simon.

Garland, formado en Edimburgo pero que tambiénenseña en New York, publicó varias obras; la que másnos interesa es La cultura del control de 2001.

Afirma que en la sociedad posmoderna reina unasuerte de esquizofrenia, que por un lado da lugar auna criminología de la vida cotidiana, que apela a todoslos recursos preventivos mecánicos, electrónicos,etc., pero por otro a una criminología del otro, que re-sucita en definitiva las versiones más tenebrosas delviejo positivismo.

La criminología de la vida cotidiana incorpora al de-lito como riesgo normal y nos llena de ingenios huma-nos preventivos, o sea que la prevención del delito nodepende de valores morales, sino de obstáculos físicosque privan de oportunidad. En este sentido contrastacon la tradición conservadora que entiende que laprevención depende de los valores morales y del res-peto a la autoridad.

Pero por otro lado aparece la criminología del otro,

basada en la venganza, que se expresa como exclu-sión, defensa social, neutralización del sujeto peligro-so, o sea, que usa el discurso del viejo positivismo peroen un sentido bien vindicativo.

La contradicción es clara: el delito no puede ser tannormal como la lluvia y al mismo tiempo dramatizarseal máximo, usando vocabulario militar o guerrero ypresentando al infractor como un sujeto irreductible-mente malo al que se debe aniquilar.

Wacquant es francés, profesor de la Universidad deCalifornia (Berkeley) e investigador del Centro deSociología de París. También ha publicado variasobras al respecto en los últimos diez años.

Para Wacquant la tensión señalada por Garland res-ponde a un sistema posfordista que precariza el trabajo,profundiza las discriminaciones y segregaciones de cla-se y raciales, relega a los sectores más golpeados por lapolítica llamada neoliberal a los barrios más pobres,marginales y alejados y monta un aparato punitivo decontención que configura lo que llama un estado penal.

Afirma también que este estado penal continúa el ra-cismo del apartheid que –según sostiene– nunca des-apareció de las prácticas burocráticas norteamerica-nas, por lo que lo considera también un estado racial.

En realidad es llamativo que en 1989, por primeravez en la historia de los Estados Unidos, la poblaciónpenal negra sea mayoritaria en las cárceles. Para Wac-quant esto lo provoca la política de expulsión del mer-cado laboral, que hace económicamente innecesaria osubempleada y mal paga a una parte de la población,que soporta el trabajo como una obligación ciudadana,siendo funcional mantener esa posición subordinada lacriminalización de la pobreza, claramente emprendidaa partir de los años ochenta del siglo pasado.

Además, la precarización del trabajo hizo desapare-cer la solidaridad del gueto, que fue reemplazado porun supergueto sin sentimiento comunitario, lo que

provoca la victimización de los pobres (los de la villaroban en la villa).

Es claro que Wacquant sostiene una interpretaciónestructural del fenómeno frente a la cultural de Gar-land. Lo cierto es que Wacquant se detiene poco enlos cambios políticos generales y en el propio sistemapenal que fueron preparando el terreno para el giroautoritario, o sea que no repara en la transformacióninstitucional que se produjo en las últimas tres déca-das y que, sin duda, incidió en el giro represivo delpoder punitivo estadounidense.

Jonathan Simon es profesor en Berkeley y en 2007publicó Governing through Crime, How the War on Cri-me Transformed American Democracy, en que lleva acabo una interesante investigación que a mi entenderno se opone a la tesis culturalista de Garland ni a laestructural de Wacquant, sino que las completa, ana-lizando en profundidad cómo se fue gestando la tre-menda transformación institucional y social que des-embocó en el autoritarismo penal actual.

Atribuye esta explosión represiva a la lenta pero in-cesante deslegitimación del estado de bienestar, fijan-do su comienzo en la agresiva campaña del conserva-dor Barry Goldwater en 1964, basada casi por comple-to en la consigna de ley y orden. A ella siguieron lasguerras contra la droga de Nixon, Reagan y Bush pa-dre, para culminar con la guerra al terrorismo de su in-olvidable hijo después del 11 de septiembre de 2001.

Para Simon todo esto configura una governance osea, una técnica de gobierno, que caracteriza como ungobierno mediante el crimen y que es por completoopuesta a la tradición liberal.

La clave de su interpretación se halla en que cuan-do se gobierna mediante el crimen el modelo punitivo–y vindicativo– se vuelve una técnica general de go-bierno, o sea, que se extiende a todas las formas socia-les: va desde el estado nacional hasta la escuela, inva-de el ámbito privado y las relaciones familiares, ame-naza la democracia en todas las instituciones.

Simon previene muy especialmente sobre la amena-za a la democracia que puede implicar la víctima-hé-roe: La democracia americana está amenazada por el sur-gimiento de la víctima del delito como modelo dominantedel ciudadano, como representante de la gente del común,cuyas necesidades y capacidades definen la misión del go-bierno representativo.

Según Simon, la Safe Streets Act de 1968 de LyndonJohnson marcó un cambio fundamental, pues se pasódel modelo del trabajador manual como el ciudadanocomún del imaginario colectivo, al de la víctima, seña-lando el comienzo del gobierno mediante la criminalidad.

El proceso se aceleró porque desde Reagan hastaBush todos los presidentes fueron antes gobernadoresde estados (salvo Bush padre, que venía de la CIA, loque no alteraba la tónica), que trasladaron al gobiernofederal la modalidad vindicativa de la política provin-ciana, donde los fiscales son elegidos por voto populary adquirieron la práctica de fabricar víctimas-héroescomo modo de dar el salto a las gobernaciones, sobrela base de campañas vindicativas.

Estas campañas estigmatizaron a los jueces comoenemigos aliados o encubridores de los criminales yresponsables de la inseguridad frente al crimen, lo quemotivó las reformas legislativas que impusieron penasfijas o redujeron la posibilidad de valoración judicial(son reacciones políticas frente a los jueces garantistas).

Los políticos que al legitimar el desmantelamientodel estado de bienestar lesionan los derechos de todala población, tienen la oportunidad de reivindicarse,mostrando su inexistente preocupación por la seguri-dad mediante las leyes más autoritarias, atendiendo alreclamo público del que las víctimas-héroes son su van-guardia (caso Blumberg), al tiempo que el modelo pu-nitivo se va derivando a todas las instituciones y for-mas sociales, públicas y privadas.

En definitiva se trata de una manera de gobernarmediante la administración de los miedos. El propioSimon recuerda que en tiempos de Nixon el miedodominante era al cáncer, lo que fue evolucionandohasta llegar al terrorismo.

Por cierto que el análisis de Simon es mucho máspormenorizado que los de Garland y Wacquant,aunque no se opone necesariamente a éstos, puestanto la dimensión cultural como la estructural bienpueden encajar en su interpretación como comple-mento de ella.

No obstante, creemos que Simon no percibe la di-mensión total del giro autoritario, porque no enfocala cuestión con una visión histórica más amplia. Go-bernar mediante el miedo importa la fabricación deenemigos y la consiguiente neutralización de cual-quier obstáculo al poder punitivo ilimitado, supues-tamente usado para destruir al enemigo, aunque to-dos sabemos que es materialmente utilizado para loque el poder quiera. Siempre el fenómeno es en elfondo una inmensa estafa para distraer la atenciónde otros riesgos y obtener el consenso para ejercerun poder policial sin control.

Este poder punitivo sin control siempre se usó pa-ra verticalizar y jerarquizar a las sociedades, como lohemos manifestado reiteradamente, o sea, para do-tarlas de estructura colonizante. Por ende, es naturalque esta técnica o governance se derive en forma decatarata hacia todas las instituciones sociales. La in-quisición necesitó reforzar el patriarcado para asegu-rar la base de la sociedad ejercitoforme que luego selanzó sobre América y Africa. Toda inquisicióntiende a jerarquizar y a producir homogeneidad yconformismo; el ideal político de todo inquisidor esel panal de abejas o el hormiguero.

Lo que hace Simon es describir muy bien el proce-so actual, en detalle y en su genealogía, pero lo cier-to es que en cuanto a lo estructural, no hay diferen-cias de esta naturaleza con otros momentos inquisi-toriales. ¿Se trata del prolegómeno o de una tentati-va en marcha de imponer un Leviatán planetario?¿O más bien obedece a la necesidad de reforzar unpoder debilitado o declinante? Esta es la preguntaque no se formula, pero que debe preocuparnos anosotros en nuestro margen.

De toda forma, Simon da en la tecla: la clave esgobernar valiéndose de la centralización del miedoen un objeto. En este sentido su aporte, al describir-nos cómo y por qué se lo hace en la actualidad enlos Estados Unidos, es fundamental para nosotros,porque de allí se globaliza o planetariza esta técnicade gobierno. Nos hacen falta investigaciones análo-gas a la de Simon en nuestros países.

33. Otras palabras: las ciencias psiCuando la criminología crítica proveniente del

interaccionismo y de la fenomenología puso de ma-nifiesto los caracteres estructurales del poder puniti-vo, la criminología etiológica del rincón de la facul-tad de derecho terminó de derretirse y con ella sedesprestigió la llamada clínica criminológica, o sea, elestudio de la persona criminalizada por los especia-listas psi.

Esta desconfianza no era gratuita, dados los ante-cedentes del primer encuentro de estas disciplinascon la criminología en el marco de la criminologíaracista, pero también porque su etiología y su prácticainstitucional no tomaba en cuenta el efecto deterio-rante y estigmatizante de la criminalización misma.

Era un poco difícil exigirle al psi institucional quepusiese de manifiesto que la intervención de la pro-pia institución de la que formaba parte cumplía unrol determinante en la etiología. Suponemos que a unoperador psi que informase que la policía, los juecesy los penitenciarios estaban condicionando una ca-

rrera criminal, por lo menos en nuestro medio, lohubiesen echado a la calle por vía rápida.

Debido a esto y a los tristes antecedentes históricosfue que los criminólogos críticos en general reaccio-naron alérgicamente frente a las propuestas de inter-venciones psi en su campo y se inclinaron por cortartodo vínculo con estos saberes. Esto no pasa de seruna reacción emocional –nunca buena consejera enla ciencia–, producto de una confusión de niveles.

En principio, los saberes psi de hoy no son los delpositivismo. Entre los cultores de estas ciencias haytantos sujetos de alta peligrosidad como en todas lasotras, pero por suerte no dominan.

Es verdad que no faltan quienes pretender recons-truir al criminal nato en base a neurociencias, volvien-do a extraer consecuencias apresuradas de nuevosconocimientos médicos y biológicos, como otrorasucedió con el evolucionismo, con las localizacionescerebrales o con la endocrinología. También es cier-to que algunos pretenden resolver cualquier cosarepartiendo alegremente el chaleco químico a toda lapoblación, al tiempo que se rasgan las vestidurasporque alguien fuma marihuana. Pero en todos lossaberes asistimos a exabruptos que –sin desmedro desu peligrosidad– son pasajeros.

La antipsiquiatría ha dejado una huella más allá desus exageraciones puntuales, el psicoanálisis hizo losuyo, la antropología de Franz Boas no pasó de ladosin impactar en el campo psi, la desnaturalización delas preferencias sexuales minoritarias es un hecho,etc. En síntesis: está muy claro que lo psi no se nutrehoy de ideologías racistas ni totalitarias.

El psicoanálisis impactó al comienzo a la crimino-logía etiológica del rincón con una montaña de tra-bajos, algunos de los cuales sólo extraían su profun-didad de que sus autores habían leído a Freud en elsubterráneo. En los años treinta hizo furor El delin-cuente y sus jueces desde el punto de vista psicoanalíticode Franz Alexander (psicólogo) y Hugo Staub (juris-ta), del cual casi todos los otros escritos fueron deu-dores (y algunos plagiarios).

Pero no era tarea de los psicólogos poner de mani-fiesto los caracteres estructurales del poder punitivo,sino de los sociólogos. Sería injusto cargarles conuna responsabilidad que no les incumbía. Lo ciertoes que tampoco es verdad que intentaran reconstruirun criminal nato por vía psicológica, por lo menosrespecto de sus exponentes más destacados.

No niego que se generan a veces confusiones pro-venientes de algunos apresurados lectores del propiocampo psi, como cuando alguien –que también violas tapas del código penal en el subterráneo– se con-funde la ley del padre de Freud o el nombre del padrede Lacan con el código penal, sin darse cuenta deque esos conceptos no se fijan por mayoría parla-mentaria. Pero por suerte ni Freud ni Lacan pensa-ron eso (ni Melanie Klein se miraba al espejo paraver si tenía dos senos muy diferentes). Tampoco La-can pensó que las cárceles debían llenarse de locos.Esta gente escribió textos inteligentes que no se pue-den leer como la revista Hola.

Este desencuentro no es más que el resultado deldesconocimiento de los respectivos planos de análi-sis y observación: el sociólogo observa desde lo grupal yel psicólogo desde el sujeto concreto. Por eso, los cono-cimientos del sociólogo son útiles en particular paraformular políticas, pero nada nos dice sobre qué ha-cer con el sujeto concreto, del que la criminología nopuede desentenderse.

Cuando nos hallamos con un fenómeno que es ne-cesario controlar, como puede ser el uso de un vene-no como el llamado paco, el sociólogo nos puede in-formar acerca de las medidas grupales (planes deasistencia para reducir el tráfico de subsistencia, pro-gramas de fomento de la escolaridad y de generación

de proyectos de vida positivos, modos de instruir alos operadores, medidas que eliminen o reduzcan laestigmatización del usuario, etc.), pero no nos puededecir qué hacer con el sujeto concreto (con el chicousuario al que es necesario tratar para evitar quemuera o se lesione en forma irreversible). Y esto esválido para cualquier otro problema.

La criminología crítica bien entendida, en lugar delimitar el campo psi en su materia, lo amplía. El eti-quetamiento no es algo que opera en forma mecánicani afecta a todos por igual, pues el ser humano no esuna marioneta. Hay personas que asumen la etiquetadel estereotipo y otras que no lo hacen. Es obvio,pues, que existe un grado de fragilidad que condicionauna vulnerabilidad al etiquetamiento. Esta es cuestiónque hace al sujeto concreto y en ese terreno son lasdisciplinas psi las que deben informarnos.

Si la intervención del poder punitivo tiene efectodeteriorante y estigmatizante y si hay personas quesufren estos efectos mucho más que otras, es el cam-po psi el que nos puede informar a qué responde lamayor vulnerabilidad en cada uno y, lo que es másimportante, cómo abordarla en el sujeto concreto.

En este último sentido, no debemos omitir la inspi-ración que puede proporcionar Viktor Frankl, que des-pués de sobrevivir a un campo de concentración hizode esa experiencia toda una teorización (que llamó lo-goterapia) con base existencial, que sintetiza en un li-bro titulado Un psicólogo sobrevive al campo de concen-tración (en castellano El hombre en busca de sentido).

Por otro lado es inocultable que el delito y el poderpunitivo producen víctimas, o sea, que ejercen violen-cias que afectan a muchas personas y, si bien la crimi-nología sociológica aporta información para políticasreductoras de los daños, no es menos cierto que, frentea los sujetos concretos afectados, son las disciplinas psilas que pueden indicar cómo actuar. Sólo el especialis-ta psi puede decirnos cómo tratar a quien sobrevive aun atentado criminal o a quien pasa por la tortura.

Por otra parte, dado que la criminología actual in-corpora a su campo el ejercicio del poder punitivo,amplía el universo de conductas de los sujetos concre-tos. Ya no se trata sólo de observar al criminalizado ya la víctima, sino de incorporar a los operadores delsistema penal.

Sin ánimo de psiquiatrizar nada, es sabido que todolo relacionado con el ejercicio del poder punitivo ope-ra como miel para moscas respecto de muchas perso-nas con patologías serias, lo que no es un dato menorpara la toma de decisiones a la hora de seleccionarpersonal o de desentrañar la naturaleza de algunasconductas desplegadas en otros segmentos del sistema.

Ignorar desde la criminología el campo psi es ungravísimo error prejuicioso que hace perder de vista alsujeto concreto, tan negativo como pretender trans-polar las observaciones sobre éste del campo psi a laspolíticas sociales: son dos perspectivas que deben en-contrarse sin pretender ignorarse ni neutralizarse, si-no, simplemente, reconociendo que aportan visionesdiferentes sobre la conducta humana, que es un obje-to configurador de un extremo de complejidad.

Sabemos que no faltan quienes desde la academiaargumentan que esto es cuestión de la criminologíaaplicada pero no de la teórica. Por un lado, a conti-nuación mostraremos cómo los conocimientos psison indispensables para la criminología teórica ac-tual, pero, además, si alguien pretende hacer unacriminología teórica pura, sin consecuencias prácti-cas –sin aplicación–, es mejor que cerremos la puertay lo dejemos solo en su escritorio.

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34. ¿Somos todos neuróticos?No es nuestra intención caer en una teoría macro y

subirnos a un jet para que a fuerza de querer abarcarun panorama más amplio, cuando miremos hacia aba-jo no logremos ver nada. Sin embargo, no podemosnegar que algo debemos preguntar a los hombres sa-bios frente a la incuestionable característica de nues-tra especie, que es su tremenda agresividad intra-especí-fica (y extra-específica también, por supuesto).

Sin duda que los daños sociales que señalan los in-gleses que postulan ir más allá de la criminología exis-ten y están en curso, que millones de personas mue-ren ante la indiferencia del resto y que las masacres sehan cargado a muchos millones, sin contar con losotros millones de muertos por las guerras y, además,que nada de eso pertenece al pasado remoto.

No es fácil preguntarse por las razones profundas yúltimas de esta agresividad de la especie, porque esfrecuente que detrás de la búsqueda de esa respuestase esconda un buen pretexto –y hasta una justifica-ción– a los poderes que operan masacrando o violen-tando, en especial si la respuesta va por el camino dela inevitabilidad o de la naturalización de estas cala-midades. (En el café sería la tesis de un gordo que es-tuvo preso por cheques voladores y por vender un pa-saje a Marte: Te vas a volver loco, siempre fue así, nohay nada que hacerle.)

Sin embargo, es ineludible asomarse a estas cuestio-nes, porque la tesis naturalista es una actitud insensata–por no decir otra cosa–, que traducida en mi respues-ta al gordo en el café significa que es inevitable que noshagamos pelota en breve tiempo.

Por eso, es decir, para no caer en la insensatez –porlo menos no del todo– y aunque debamos tomar lasdebidas precauciones, husmear un poco en la cuestiónde las raíces últimas de la agresión humana no vienenada mal y en modo alguno puede entendérselo comola legitimación de cualquier masacre.

Es posible que desde la crítica macro se nos objeteque con eso pasamos por alto –o minimizamos– al ca-pitalismo, pero me parece que allí se confunden doscosas bien diferentes y, quizá, por temor a no tenerrespuesta frente al que dice que no hay nada que hacer.Poner en marcha un auto, girar la llave de arranque,es una cosa, otra bien distinta es luego, ya en la carre-tera, apretar el acelerador y estrellarse.

Admitiendo que las formas despiadadas de la explo-tación capitalista y de la búsqueda de acumulaciónindefinida de lucro sean las que aprietan el acelera-dor, algo parece haber antes, porque hubo masacresantes del capitalismo, incluso antes de las formas mo-dernas de estado, como el genocidio de los cartagine-ses por los romanos o las campañas de Gengis Khan.

Además, en esto mismo de acelerar, cabe pregun-tarse a qué responde el afán por acumular poder o lu-cro en forma indefinida, cuando la existencia es finita(¿Para qué querés tanta guita, si no hay mortaja con bol-sillo? se preguntaría el flaco filósofo en la esquina).

Son preguntas que no podemos ignorar y quedarnosen lo que pasó en los últimos siglos. Nadie pretendelegitimar con esto las masacres neocolonialistas, laShoá o Hiroshima y Nagasaki, sino sólo preguntarnosqué es lo que antes de ellos conectó el arranque.

La pregunta se impone porque se va haciendo ur-gente averiguar si es posible desconectar el arranque yparar el motor.

Quizá se objete que nos vamos demasiado lejos, pe-ro por desgracia no nos va quedando otro recurso,porque si no paramos el motor corremos el riesgo deacabar con las condiciones de vida humana en el pla-neta. Que el último saque la basura y apague la luz yano es una cuestión que sólo la plantea un arruinadorde fiestas.

Esto no es broma y no lo arreglamos dejando deusar el desodorante en aerosol: en el último siglo he-

mos deteriorado estas condiciones mucho más que entodos los milenios anteriores en que caminamos sobreel planeta y con esta proyección no falta mucho parallegar al límite. Además, la destructividad actual nose ejerce con ballestas y flechas.

Por eso, al plantear la cuestión criminal y darnoscuenta de que se inserta en un mundo donde lasmuertes masivas y no masivas importan poco y dondelos que ejercen el poder nos enroscan la víbora paraque nos cuidemos sólo de los ladrones mientras ven-den armas al por mayor, no podemos eludir la cues-tión de la agresividad y dejar de preguntarnos por suposible raíz última en la civilización.

En el siglo pasado muchos se preguntaron por esto,en particular en la psicología y más a partir de Sig-mund Freud, que fue un personaje bastante molestopara sus contemporáneos. No en vano se lo comparacon Copérnico y con Darwin: como si no fuera sufi-ciente que uno dijeraque no éramos tan cen-trales y el otro que tení-amos al mono como pri-mo, vino Freud a decirque ni siquiera somosracionales.

Pues bien: entre lasmolestias causadas porFreud, una de las másinteresantes es haberseremontado hasta la etno-logía, o sea más allá –an-tes– de la historia, paraexplicar la destructivi-dad humana. De estemodo fue quien ubicó elterreno en que se debíabuscar la respuesta.

Además de su teoríadel padre terrible de lahorda, del parricidio ori-ginario y de las limita-ciones que los hermanosse impusieron para con-solidar el nuevo sistema(tesis que sus mismos se-guidores miran con des-confianza), la conse-cuencia antropológicaque sostuvo en 1930 enEl malestar en la culturaes muy penetrante.

Afirma allí que la cul-tura reprime las pulsio-nes agresivas generandoun control interno me-diante el super-yo queno las elimina, sino quelas mantiene en el in-consciente, donde pugnan por aflorar, produciendoculpa, lo que impulsa a procurar la punición comocompensación.

Para decirlo más claramente: las ganas de hacer bol-sa a otro no desaparecen al contenerse, sino que semeten para adentro en el super-yo, inconscientemen-te cargan la conciencia (el super-yo dice ¡Qué tal porcual fuiste por querer eso!) y se traducen en una bús-queda inconsciente de castigo (y a continuación agre-ga: Por ser un tal por cual te merecés un castigo).

El delito sería, pues, una de las vías para satisfacereste reclamo inconsciente de punición, aunque puedeser otro autocastigo que nada tenga que ver con el sis-tema penal del estado, como cortarse el dedo pelandopapas, morderse la lengua comiendo un bife o cerrarseel dedo en una puerta.

La reacción social punitiva no cumpliría para Freud

la función de eliminar ni prevenir la criminalidad, si-no que proporcionaría satisfacción a la demanda depunición inconsciente del propio infractor. Este nosería quien introyectó mal las pautas, sino justamentequien internalizó la autoridad de manera tal que laspulsiones reprimidas en su inconsciente lo mueven aprocurarse la punición mediante la infracción.

Freud advierte que cuando una persona se abstienede agredir a otra sólo porque existe una fuerza exte-rior que se lo impide (cuando en serio se dice no lerompo la cara sólo porque voy en cana) no hay malaconciencia, sino que ésta aparece cuando la autoridadestá internalizada, o sea, cuando es parte del yo.

En nuestros días esto estaría señalando la muy esca-sa confianza de la autoridad en su capacidad de pro-vocar la introyección, puesta de manifiesto en la pa-rafernalia del aparataje mecánico y electrónico de im-pedimentos, aunque también podría pensarse que la

autoridad proyecta su propia y escasa introyección depautas, es decir, su poca mala conciencia (en la esquinadicen que parece que tiene muerta la conciencia).

Conforme a esta tesis, Freud criticaba la pena demuerte, pues según una encuesta respondida por The-odor Reik –al parecer por encargo de Freud– lejos deconstituir un elemento disuasorio, la pena de muertesería una ocasión de máxima expiación, una suerte desuicidio con complicidad de la justicia estatal.

Esta explicación es interesante con respecto a losatentados suicidas fundamentalistas de nuestro tiem-po, que desconciertan a quienes pretenden prevenir-los, pero no necesitamos acudir a ejemplos tan extre-mos, pues en la violencia urbana es verificable que adiario se producen muchos delitos suicidas y muchísi-mos más en que la imprevisión del infractor es tannotoria que parece confirmar la tesis freudiana. Son

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muchos los delitos que dan la impresión de cometersepara ser descubiertos.

Si bien por esta vía se deslegitima la racionalidaddel poder punitivo, por otro lado explicaría su resis-tencia y permanencia.

La idea que Freud tenía del ser humano no era muypositiva, porque estaría filogenéticamente condenadoa una agresividad que al reprimirse lo carga de culpa yésta a su vez lo impulsa inconscientemente a la infrac-ción en busca de castigo, aunque no necesariamenteen sentido penal.

Cabe precisar que en una etapa posterior Freud dejóde hablar de sentimiento inconsciente de culpa, para re-ferirse a necesidad de castigo o masoquismo primordial.Esta sería la explicación para los errores de conductamuy groseros, que acarrean notorios perjuicios a losprotagonistas, por completo ajenos al poder punitivo,pero que no podemos comprender. En este sentido la

torpeza no pasaría muchas veces de ser una manifesta-ción inconsciente de este masoquismo primordial, in-cluso la torpeza del delincuente frente al aparato re-presivo.

De cualquier manera, para Freud las masacres seríanen su raíz última una suerte de precio civilizatorio, alparecer no muy evitable. Esta idea la expresó en larespuesta –bastante pesimista– a la propuesta pacifistade Albert Einstein en 1932.

En efecto: para Freud el precio pagado por el progresode la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumentodel sentimiento de culpa, expresada en una creciente ne-cesidad de castigo.

Saltando a lo social, sostenía la existencia de un su-per-yo cultural, para eliminar el mayor obstáculo con quechoca la cultura: la tendencia constitucional de los huma-nos a agredirse mutuamente.

En este sentido afirmaba que era irrealizable el man-dato de amar al prójimo como a uno mismo y lanzó lahipótesis de que en la imposible realización del super-yocultural quizá se halle el origen de una neurosis colectiva,concepto que abrió un espacio de discusión formidable.

Concluía que el destino de la especie humana de-penderá del grado en que la cultura logre hacer frente alas perturbaciones de la vida colectiva emanadas del ins-tinto de agresión y autodestrucción. En síntesis, todo de-penderá de la forma en que nos arreglemos con nues-tras pulsiones de vida (Eros) y de muerte (Tánatos).En otras palabras, desde su lindo pisito de Viena nosdecía que nuestro futuro dependerá de cómo nos arre-glemos para contener nuestras broncas futuras y todoindicaría que hasta ahora lo venimos haciendo bas-tante mal.

Lo cierto es que la idea de neurosis colectiva de Freudabrió un abanico de reflexiones y respuestas, como no

podía ser de otra manera, dado que implicaba algo asícomo que todos somos neuróticos, condición que no to-dos asumen con naturalidad (y algunos rechazan ofen-didos mientras toman psicofármacos).

35. ¿Podemos dejar de ser neuróticos?La gama de reacciones a la tesis de la neurosis colecti-

va planteada por Freud es enorme y no puedo ni si-quiera mencionar a todos los que opinaron inteligen-temente al respecto, por lo que elijo señalar sólo a losdos autores: Herbert Marcuse y Norman O. Brown.

Soy perfectamente consciente de la heterodoxia deesta elección y quizás hasta de su arbitrariedad. Mar-cuse es muy conocido y alcanzó su máxima fama en elsesenta y ocho francés, por lo que llamará la atenciónque junto a él cite a Brown, que hoy está por comple-to olvidado (aunque era el autor de cabecera de Jim

Morrison, lo que en nada afecta la vigencia de TheDoors).

No obstante, no lo hacemos sólo porque la tesis deBrown sea tan radical y su desarrollo ingenioso y di-vertido, sino porque entendemos que constituye laantípoda más desenfadada y a la vez necesaria en estedebate.

Además, por el camino que va el mundo, nada pue-de considerarse del todo inverosímil ni ningún pensa-miento que proponga una salida debe despreciarse,aunque se lo considere descomedido o démodé.

¿Por qué lo entiendo de esta manera? En una síntesismás bien grosera, diría que Marcuse aceptaba la hipó-tesis freudiana, pero sostenía que podíamos ser menosneuróticos y de ese modo ir para adelante. Brown –porsu parte– también la aceptaba, pero como la civiliza-ción era la causa de la neurosis, proponía suprimir estacivilización y así dejar de ser neuróticos. Por desmedidaque parezca la respuesta, no puede negarse que incur-siona por un camino atrevido y ante la magnitud de lacuestión no hay camino que no deba explorarse.

¿Qué proponía Marcuse? Seguía a Freud y admitíaque el ello regido por el principio del placer y sin con-tención destruiría todo (cuando lo explico en la es-quina lo traducen: claro, si cada uno hace lo que quierehacemos bolsa todo).

No obstante, sostiene que Freud confundió la nece-sidad de represión que impone el orden biológico conla condicionada social o históricamente, que en la ac-tualidad demanda una sobre-represión innecesaria parael sostenimiento de la civilización, es decir, que parasostener la civilización no se necesita tanta represión.

Esta sobre-represión innecesaria (o exceso de repre-sión) no respondería al principio de realidad (a lo ne-cesario para no hacernos bolsa), sino a lo que llamaprincipio del rendimiento, que en la civilización actualprivilegia la competencia, el crecimiento, la expan-sión, que hace que todo lo que no se considere útil seproclame como perverso o nocivo.

Marcuse escribía en los años cincuenta y sesenta.Consideraba que en los países centrales se había desa-rrollado una aparente racionalidad envolvente queimposibilitaba cualquier resistencia o contra-sistema,pues éste era tan perfecto y cerrado que la incorpora-ría fagocitándola (el Che se convierte en una camise-ta). Me parece que hoy no podría explicar la exclu-sión en las sociedades centrales, la inmigración perifé-rica no asimilada, los brotes de xenofobia, la selectivi-dad racista del giro represivo del sistema penal norte-americano, la reducción del nivel de vida impuestapor el FMI en Europa, etc.

Por suerte, no existe un sistema tan perfecto comoel que describe Marcuse: todo sigue fluyendo (¡VivaHeráclito!).

Como vemos, Marcuse acepta la tesis freudiana dela necesidad civilizatoria, que convierte al niño (quepara Freud era un perverso polimorfo análogo al salva-je) en un ser civilizado. Se limitaba a observar una so-brerrepresión de nuestra civilización, cuya eliminaciónen un modelo de sociedad que no llegaba a delinearmuy claramente, pero que pasaba por lo que él llama-ba la dictadura de la idea y llegaba a la sociedad ideal(lo de la dictadura siempre me suena mal, pero no im-porta, no es eso lo que nos preocupa ahora).

Brown escribía en los mismos años y no sólo consti-tuye la contracara antropológica de Marcuse, sino delmismo Freud, de cuyas posiciones parte. Su tesis cen-tral no es que existe un exceso represivo –como veíaMarcuse–, sino que la fuente de la neurosis civilizato-ria radica directamente en hacerle perder al niño supolimorfismo: lo que Freud consideraba necesario,Brown lo considera neurótico.

Brown dio el salto de lo individual a lo social y con-cluye en que la sociedad misma es neurótica, que lahistoria humana es la de una neurosis masiva, y que el

psicoanálisis jamás podrá curar a los individuos, sal-vo que haga cambiar radicalmente la sociedad cuyaestructura neurótica refleja el propio individuo.

La historia humana sería la historia de una neurosisque, en definitiva, atribuye a la incapacidad de la ci-vilización occidental para incorporar la muerte, puesal separarla radicalmente de la vida provoca una am-bivalencia irreductible. Según Brown al no poder in-corporar la muerte a la vida hace lo contrario, o sea queincorpora la vida a la muerte. Más allá de las exagera-ciones, me parece que esto es para pensarlo.

El signo neurótico no sólo se traduce para Brownen una búsqueda indefinida de bienes, sino de po-der, lo que es válido también para la acumulacióndel saber como poder, pues la búsqueda de poder in-definido mediante la ciencia redunda en definitivatambién en acumulación de bienes. A este respectolas características morbosas de la sociedad modernano lo son en cuanto al conocimiento en sí, sino conrespecto a los esquemas que rigen la búsqueda delconocimiento, que tienen por meta la dominaciónde los objetos.

Pese a que esta crítica tiene más de medio siglo yes anterior al despertar de la conciencia ecológica,cobra mucha actualidad la conclusión de que unaciencia no morbosa no debiera tener por objeto eldominio de la naturaleza, sino la unión con ésta.

El capitalismo, estimulador de la acumulación in-definida, sería la expresión de esta neurosis civiliza-toria, que al señalar como meta la acumulación deriqueza lleva a la negación del Eros mediante la su-blimación del cuerpo: la riqueza no es un medio sinoun fin en sí mismo, con lo que avanza el triunfo dela pulsión de muerte sobre Eros.

Brown sigue a Freud pero le enmienda la plana, aveces en coincidencia con Jacques Lacan –en espe-cial al criticar la psicología del yo–, aunque no cono-cía los trabajos de éste.

Considera que si bien Freud descubrió el nuevomundo del inconsciente, las consecuencias que losfreudianos extraen son demasiado estrechas. Creeque la civilización occidental se asienta sobre la ne-gación del cuerpo, el imperio de la represión y lasdeformaciones del deseo, cuyo origen encuentra enla formación genital del psiquismo en la infancia,desplazando el principio del placer y reemplazándolopor el principio de realidad.

Para escapar a esa represión genitalista en la que veel origen de la neurosis civilizatoria, Brown sostienela necesidad de volver a la perversidad polimorfa in-fantil, en que todo el cuerpo es erotizado (en estesentido no considera ningún liberador al pobre Wil-helm Reich).

En tanto que para Freud la represión del polimor-fismo era una necesidad de todo proceso civilizato-rio, para Brown es la causa de la neurosis civilizato-ria. Para llegar a esto critica el concepto de sublima-ción freudiano como una forma de represión. El as-censo para Brown es de la mente al cuerpo en formade liberación de las potencialidades corporales, has-ta alcanzar el estado del polimorfismo. (En el café mepreguntarían: Che, ¿no se le fue un poco la mano?)

Creo que en buena parte contribuyen al olvido deeste autor sus muy detalladas y divertidas reflexionessobre el concepto de analidad freudiano y el conoci-do vínculo psicoanalítico entre el dinero y los excre-mentos (el dinero sucio).

En sus pintorescas reflexiones considera que Jona-than Swift en sus Viajes de Gulliver fue un precursordel psicoanálisis, afirmando que los yahoos –que eranunos cerdos, por cierto– son una metáfora del serhumano. Avanza más, y teniendo en cuenta queMartín Lutero confesaba su frecuente inspiración enel baño, lo señala como el máximo exponente de laética protestante que se corresponde con el capita-

lismo y la vincula con este lugar de inspiración (nosabemos qué hubiese opinado Max Weber).

36. Algo de etnología Freud ubicó correctamente la pregunta sobre la

destructividad humana en el campo de la etnología;por ende, vale la pena entrar un poco en esa mate-ria, para ver si se puede hallar alguna alternativa di-ferente.

En este orden creo necesario mencionar a RenéGirard, que es un filósofo francés dedicado a la in-vestigación de la violencia en las sociedades primiti-vas, donde construye su teoría de la mímesis, queaplica luego a la civilización actual. Es un pensadorsobre el que volveremos, porque es fundamental pa-ra entender la cuestión de las masacres.

Girard coincide en seguir a Freud hasta el parajede la etnología, pero considera que lo del padre terri-ble no es antropológicamente verificable y, además,es una tesis estática, que deja fundada la sociedadpara siempre y no se explica bien cómo puede man-tenerse hasta el presente (la memoria filogenéticafreudiana no es muy convincente).

Girard aporta una tesis dinámica, afirmando queen la sociedad se va generando una tensión que encierto momento se traduce en una violencia difusa,porque todos van queriendo las mismas cosas, enfunción de una rivalidad mimética.

¿Qué significa esto? Sería lo que se produce cuan-do se toma a otro como modelo. Si Fulano tiene unauto nuevo, yo también quiero tenerlo, de la mismamarca o mejor. ¿Por qué? Porque tomo a Fulano co-mo modelo y, por lo tanto, quiero parecerme o supe-rarlo y, por lógica, tener lo que él tiene o tener algoincluso mejor. Esto es la mímesis de Girard.

Entendámonos que no es una tensión que se gene-ra por lo necesario para sobrevivir: no se produceporque el otro come y yo no como y tengo hambre,sino porque el otro come caviar y toma champagney yo también quiero comer y tomar eso porque quie-ro parecerme al modelo de quien come y toma eso.

Girard explica que los grupos comienzan mirándo-se y terminan imitándose y deseando lo mismo, peroa medida que la violencia aumenta los objetos dese-ados pueden pasar a segundo plano e incluso olvi-darse, momento en que se pasa de la mímesis de apro-piación a la pura mímesis de antagonismo (en una deesas, nunca me gustó el caviar y prefiero el semillónal champagne).

De esta manera se llega a la violencia colectiva: sevierte sangre que reclama más sangre –venganza– enuna escalada de violencia esencial que sólo cesa cuan-do se canaliza en una víctima expiatoria, cuyo sacri-ficio resulta milagroso, pues hace cesar de inmediatola violencia destructora.

Girard observa que se señalan muy diferentes víc-timas sacrificiales, que son tales por su idoneidad ca-nalizadora en cada sociedad, sin que eso lo determi-ne ninguna previa identificación óntica. Se requiereen general que la víctima sea extraña, pero no deltodo diferente, por lo que puede desplazarse inclusoa animales, pero que antes debieron ser domestica-dos para acercarse al humano.

Justamente porque la víctima no es del todo dife-rente puede encarnar el mal de toda la sociedad, ca-nalizar la venganza de todos sus integrantes, sin im-portar si es culpable o inocente.

El nazi Carl Schmitt aconsejaba precisamente eso:buscar a quien sea más adecuado para hacerlo blan-co de toda la bronca social, sin importar si es bueno omalo, feo o lindo; lo único que debe importar es quesea útil para hacerlo responsable de todos los males.(En el café opinarían que quien hace eso merece serrecordado por su progenitora, por más que haya sidouna santa; tienen toda la razón.)

De cualquier manera, todos creerán que la víctimaes culpable cuando después de matarla vuelva la pazy el orden, aunque para Girard este es el momentoen que la víctima comienza a volverse sagrada.

Girard es terminante al considerar que el poderpunitivo formalizado en la civilización actual tienepor función intentar canalizar racionalmente la ven-ganza. Si nuestro sistema nos parece más racional –es-cribe–, en realidad es porque está más estrechamenteconformado con el principio de la venganza. La insisten-cia sobre la punición del culpable no tiene otro significa-do. En lugar de esforzarse por impedir la venganza, pormoderarla, por eludirla, o por desviarla hacia un objetosecundario, como todos los procedimientos propiamentereligiosos, el sistema judicial racionaliza la venganza, lo-gra subdividirla y limitarla como mejor le parece; hacecon ello una técnica limitadamente eficaz de curación y,secundariamente, de prevención de la violencia.

Lo religioso procura evitar o desviar la venganzasobre un objeto secundario, en tanto que el sistemapenal la quiere racionalizar: Detrás de la diferenciapráctica y al mismo tiempo mítica –agrega Girard–, esnecesario afirmar la no diferencia, la identidad positivade la venganza, del sacrificio y de la penalidad judicial,justamente porque estos tres fenómenos invariablementeson los mismos que siempre tienden, en caso de crisis, arecaer todos en la misma violencia indiferenciada.

Estas reflexiones son un golpe de gracia a casi todoel derecho penal, porque explican su dificultad paradarle racionalidad a la pena. Como la venganza noes racional, no puede incorporarse a un discurso ra-cional; sólo consigue racionalizarla, o sea, darle apa-riencia de racionalidad ante el hecho consumado desu ejercicio.

Permítanme ahora tomar un viejo libro y leer unaslíneas escritas en 1886 en Brasil por Tobias Barreto,que era un mulato nordestino, abolicionista de la es-clavitud, que mandaba comprar libros a Alemania ylos masticaba solitario en el interior del estado dePernambuco.

Este divertido y genial guitarrista y fundador de laescuela jurídica de Recife escribía: Envuelta con el sa-crificio, que constituye el primer momento histórico de lapena, más allá de la expiación, que le da un carácter re-ligioso, ya se halla el sentimiento de venganza, que losdioses de entonces tienen en común con los hombres ylos hombres con los dioses. Sin embargo, a medida queva decreciendo el lado religioso de la expiación aumentael lado social y político de la vindicta, que permaneceaún hoy como predicado indispensable para una defini-ción de pena.

Más adelante agregaba estas palabras inolvidables:El concepto de pena no es un concepto jurídico, sino unconcepto político. Este punto es capital. El defecto de lasteorías corrientes en tal materia consiste justamente en elerror de considerar la pena como una consecuencia dederecho lógicamente fundada. Y unos párrafos másadelante concluía: Quien procure el fundamento jurí-dico de la pena debe también procurar, si es que ya no loencontró, el fundamento jurídico de la guerra.

Como verán, pensando sólo y sin las coaccionesdel medio académico europeo, el hombre nacido enSergipe no decía nada muy diferente a lo que más deun siglo después descubre Girard.

Volveremos sobre Girard. Su pensamiento abrehorizontes muy amplios, como lo prueban las impli-cancias que le encuentra un filósofo como GianniVattimo, pero creemos que no es necesario seguir aGirard en sus consideraciones más o menos teológi-cas, donde suele llegar a conclusiones dogmáticas.

IV JUEVES 1º DE SEPTIEMBRE DE 2011

Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone

La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

Suplemento especial de PáginaI12

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37. La criminología mediáticaDesde el comienzo hemos dividido estas entregas en

tres palabras: la de la academia, la de la criminologíamediática y la de los muertos. Nos han seguido uste-des en el largo curso de la criminología de los criminó-logos, o sea, la académica. Pero el común de las perso-nas no conoce esa palabra, sino que vive en el mundode la criminología mediática.

No puede ser de otra manera, porque las personaspor lo general no frecuentan los institutos de crimi-nología ni leen los trabajos especializados, porque tie-nen otras cosas que hacer. En algunos momentostampoco fue muy deseable que lo hiciesen, porque vi-mos que hay libros peligrosos y encubridores.

Lo cierto es que las personas que todos los días cami-nan por las calles y toman el ómnibus y el subte juntoa nosotros tienen la visión de la cuestión criminal queconstruyen los medios de comunicación, o sea, que senutren –o padecen– de una criminología mediática.

Esto ha sucedido siempre y lo que hemos visto deRené Girard lo explica claramente: si el sistema penaltiene por función real canalizar la venganza y la violenciadifusa de la sociedad, es menester que las personas creanque el poder punitivo está neutralizando al causante de to-dos sus males.

¿Pero por qué las personas lo aceptan o están inde-fensas frente a esa construcción de la realidad? La dis-posición a aceptarlo obedece a que de ese modo se ba-ja el nivel de angustia que genera la violencia difusa.Volveremos sobre esto más adelante, pero la regla esque cuando la angustia es muy pesada, mediante lacriminología mediática se la convierte en miedo auna única fuente humana.

Por eso, siempre ha existido la criminología mediáticay siempre apela a una creación de la realidad a travésde información, subinformación y desinformación enconvergencia con prejuicios y creencias, basada enuna etiología criminal simplista asentada en causali-dad mágica. Aclaramos que lo mágico no es la vengan-za, sino la especial idea de la causalidad que se usa paracanalizarla contra determinados grupos humanos, loque en términos de la tesis de Girard los convierte enchivos expiatorios.

Esta característica no cambia, lo que varía muchoes la tecnología comunicacional (desde el púlpito yla plaza hasta la TV y la comunicación electrónica) ylos chivos expiatorios.

El poder de la criminología mediática lo detectaronlos sociólogos desde fines del siglo XIX. Con motivodel poder de los diarios en el caso Dreyfus, GabrielTarde afirmaba que en el presente (en el año 1900), elarte de gobernar se ha convertido en gran medi-da en la habilidad de servirse de los diarios.Denunció claramente la fuerza extor-siva de los medios masivos (en sutiempo los diarios), la gran difi-cultad para neutralizar los efec-tos de una difamación perio-dística y la explotación de lacredulidad pública.

Pero Tarde fue más lejos,destacando el poder inversoal de extorsión, o sea, el del si-lencio cómplice, como el que te-nía lugar ante el ge-nocidio armenioo el negociadode Panamá. Sinduda que fue elsociólogoque descu-brió el in-menso con-tinente de la construcción social de la re-alidad que anunciaba su creciente poder.

El socialista Jean Jaurés había denunciado en la Cá-mara de Diputados francesa en 1896 el silencio cóm-plice de la gran prensa ante las masacres de armenios,porque sus principales directivos eran beneficiarios deempresas otomanas y los diarios llevaban adelante sucampaña antisemita –preludio europeo de la Shoah–difundiendo el invento de Los Protocolos, encabezadospor el delirante Edouard Drumont y por CharlesMaurras, quien terminaría sus días imputado comoideólogo del régimen vergonzoso de Vichy. Reciente-mente Umberto Eco reconstruyó esos años en su no-vela El cementerio de Praga.

Por ende, no hablamos de nada nuevo, aunque, co-mo es natural, la criminología mediática actual tengacaracterísticas propias. El discurso de la criminologíamediática actual no es otro que el llamado neopuniti-vismo de los Estados Unidos, que se expande por elmundo globalizado. Se trata del fenómeno que anali-zan Garland, Wacquant y Simon, al que hemos he-cho referencia y sobre el que no insistiremos.

La característica central de la versión actual de estacriminología proviene del medio empleado: la televi-sión. Por eso, cuando decimos discurso es mejor en-tender mensaje, pues se impone mediante imágenes,lo que la dota de un singular poder.

Los críticos más radicales de la televisión son Gio-vanni Sartori y Pierre Bourdieu. Para Bourdieu la te-levisión es lo opuesto a la capacidad de pensar, entanto que Sartori desarrolla la tesis de que el homo sa-piens se está degradando a un homo videns, por efectode una cultura de puras imágenes.

La tesis de Sartori es un tanto apocalíptica, aunqueno es necesario compartirla en su totalidad para reco-nocer que le asiste un alto grado de razón. En efecto:una comunicación por imágenes necesariamente serefiere siempre a cosas concretas, pues eso es lo únicoque pueden mostrar las imágenes y, en consecuencia,el receptor de esa comunicación es instado en formapermanente al pensamiento concreto, lo que debilitasu entrenamiento para el pensamiento abstracto.

El pensamiento abstracto es la base del lenguajesimbólico que caracteriza lo humano. Me explico másclaramente: cuando un psiquiatra interroga a un pa-ciente y sospecha que puede tener un defecto de inte-ligencia –cierto grado de oligofrenia para ser preciso–le pregunta por un concepto abstracto para ver si pue-de responder en el mismo nivel. Por ejemplo ¿Creeusted en Dios? ¿Qué es Dios para usted? Si el paciente

responde algo así como los santos o el que hacemilagros, está indicando la necesidad de investigarcon métodos más depurados la posibilidad de un défi-cit intelectual.

El gancho de la comunicación por imágenes está enque impacta en la esfera emocional. Por eso no puedeextrañar que los servicios de noticias más bien parez-can síntesis de catástrofes, que impresionan pero queno dan lugar a reflexión.

A veces la imagen ni siquiera necesita sonido (la del11 de septiembre era muda), sólo hablaba el intérprete.

Por otra parte, tampoco informa mucho, porque pa-sa imágenes sin contextualizarlas, es como si nos cor-taran pedazos de películas y los mostraran prescin-diendo del resto del filme. Vemos, pero no entende-mos nada, porque eso requeriría mayor tiempo y ex-plicación.

Además, no siempre se percibe lo que se mira. En unreciente libro llamado El gorila invisible –sin ningunaalusión política, por cierto– dos psicólogos norteame-ricanos demostraron que puestos a ver la filmación deun partido para contar el número de pases, el 50% delos participantes en el experimento no registró queuna persona disfrazada de gorila entraba al campo dejuego y saludaba.

Además, la voz del intérprete se vale de un lenguajeempobrecido. Se dice que la televisión no usa másque unas mil palabras, cuando en una lengua pode-mos llegar a usar unas treinta mil. Quizás el cálculosea exagerado, pero no mucho.

Esta interpretación a veces tiene contenidos implíci-tos, porque la corrección política impide que sean ex-plícitos, como en el caso del racismo, por ejemplo. Enesos casos mucho se insinúa, dando la impresión estu-diada de que se deja ver, lo que halaga la inteligenciadel destinatario, que cree que deduce el contenido im-

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plícito (¡Qué vivo soy!), cuando en realidad es víctimade una alevosía comunicacional.

La criminología mediática crea la realidad de unmundo de personas decentes frente a una masa de crimi-nales identificada a través de estereotipos, que confi-guran un ellos separado del resto de la sociedad, porser un conjunto de diferentes y malos.

Los ellos de la criminología mediática molestan, im-piden dormir con puertas y ventanas abiertas, pertur-ban las vacaciones, amenazan a los niños, ensucian entodos lados y por eso deben ser separados de la socie-dad, para dejarnos vivir tranquilos, sin miedos, pararesolver todos nuestros problemas. Para eso es necesarioque la policía nos proteja de sus acechanzas perversassin ningún obstáculo ni límite, porque nosotros somoslimpios, puros, inmaculados.

Este ellos se construye por semejanzas, para lo cual latelevisión es el medio ideal, pues juega con imágenes,mostrando a algunos de los pocos estereotipados quedelinquen y de inmediato a los que no delinquieron oque sólo incurren en infracciones menores, pero sonparecidos. No necesita verbalizar para comunicar queen cualquier momento los parecidos harán lo mismoque el criminal. Es la vieja afirmación del genocidaturco Talât: Se nos reprocha no distinguir entre armeniosculpables e inocentes, pero esto es imposible, dado que losinocentes de hoy pueden ser los culpables de mañana.

Para formar este ellos se seleccionan cuidadosamen-te los delitos más cargados de perversidad o violenciagratuita; los otros se minimizan o se presentan de mo-do diferente, porque no sirven para armar el ellos deenemigos.

El mensaje es que el adolescente de un barrio pre-cario que fuma marihuana o toma cerveza en una es-quina mañana hará lo mismo que el parecido que ma-tó a una anciana a la salida de un banco y, por ende,hay que separar de la sociedad a todos ellos y si es po-sible eliminarlos.

Como para concluir que ellos deben ser criminaliza-dos o eliminados, el chivo expiatorio debe infundir mu-cho miedo y ser creíble que sea el único causante detodas nuestras zozobras. Por eso para la TV el únicopeligro que acecha nuestras vidas y nuestra tranquili-dad son los adolescentes del barrio marginal, ellos. Pa-ra eso se construye un concepto de seguridad que se li-mita a la violencia del robo.

Cuando un homicidio fue por celos, pasión, enemis-tad, pelea entre socios o lo que fuere, para los mediosno se trata de una cuestión de seguridad, lo que tam-bién suelen afirmar las propias autoridades en declara-ciones públicas y con tono de alivio. El homicidio dela mujer a golpes dentro del santo hogar familiar noproduce pánico moral, se lo ignora y si alguno de estoshomicidios tiene amplia cobertura periodística, es porsus ribetes de morbosidad sexual.

Este ellos se construye sobre bases bien simplistas,que se internalizan a fuerza de reiteración y bombardeo

de mensajes emocionales mediante imágenes: indig-nación frente a algunos hechos aberrantes, perono a todos, sino sólo a los de los estereotipados;

impulso vindicativo por identificación con lavíctima de esos hechos, pero no con todaslas víctimas, sino sólo con las de los este-reotipados y si es posible que no pertenez-

can ellas mismas a ese grupo, pues en tal ca-so se considera una violencia intragrupal propia de sucondición inferior (se matan porque son brutos).

Es posible que ustedes no piensen así, que racional-mente se percaten de que esta creencia es falsa, pero na-die me negará que todos los días se ven obligados a ha-cer un esfuerzo de pensamiento frente a cada mensajepara no caer en la trampa emocional que lo acompaña.

Esto se debe a que la introyección de la criminologíamediática es muy temprana y potente, sin contar conque se la confirma todos los días en la interacción so-cial: su construcción se ha vuelto una obviedad, o sea,lo que en términos de Berger y Luckmann es algo quese da por sabido, por efecto de larga y paulatina sedimen-tación del conocimiento, como era una obviedad el poderde las brujas hace seiscientos años, o que la sandía se

endurece con el vino. Es lo que muestra la televisión,lo comentan todos entre sí, se verifica por lo que mecuenta el otro en la fila del ómnibus o en la panadería.

Si cada uno de nosotros hiciese memoria y confec-cionase una lista de las personas conocidas personal-mente y que fueron víctimas fatales del tránsito y dehomicidio por robo, verificaría que nada tiene que verla jerarquía mediática de riesgos para la vida con la re-al. Súmenles los suicidios y los homicidios fuera de lashipótesis de robo y se asombrarán aún más.

Los chivos expiatorios varían mucho conforme altiempo y lugar. Basta recordar el estereotipo del sub-versivo de los años setenta, que abarcaba a todos losadolescentes pelilargos y barbados que fumaban mari-huana alguna vez y que hoy son pacíficos abuelos. Hu-bo incluso sentencias en las que se expresó que afecta-ban la seguridad nacional. Todo signo de inconformis-mo o desviación de cualquier naturaleza era estereoti-pado en esos tiempos oscuros.

Este ellos dibuja un mundo de nosotros los buenos yellos los malos, que no deja espacio para la neutralidad,como no lo hay en la guerra. La prudencia no tiene es-pacio en la criminología mediática, toda tibieza esmostrada como complicidad con el crimen, con el ene-migo, porque construye un mundo bipolar y macizo,como el agustiniano en tiempos de la inquisición.

Al tres veces y afuera con que los norteamericanos lle-nan sus cárceles no le interesa la gravedad de las infrac-ciones, pues le basta con tres muy pequeñas para tenerpor acreditada su pertenencia al ellos y eliminarlo.

Debe quedar muy claro que no es contra los asesi-nos, violadores y psicópatas que la emprende la crimi-nología mediática, pues éstos siempre fueron y segui-rán siendo condenados a penas largas en todo el mun-do, sino contra un ellos poroso de parecidos que abarcaa todo un grupo social joven y adolescente y, en el ca-so de New York, negros.

Ellos nunca merecen piedad. Ellos son los que ma-tan, no los homicidas entre ellos, sino todos ellos, sontodos asesinos, sólo que la inmensa mayoría aún nomató a nadie.

Identificados ellos, todo lo que se les haga es poco, pe-ro, además, según la criminología mediática, no se leshace casi ningún daño, todo es generosidad, buen tratoe inútil gasto para el estado, que se paga con nuestros im-puestos, lo que implícitamente está reclamando muerte,exigencia que de vez en cuando hace explícita algúndesubicado que viola los límites de la corrección política yrápidamente es disculpado como un exabrupto emocio-nal, porque el desubicado pone al descubierto a Tánatos,la necrofilia del mensaje, el grito del siniestro MillánAstray (General, eso se piensa pero hoy no se puede decir).

Pero la criminología expresa su necrofilia en su voca-bulario bélico, instigando a la aniquilación de ellos, lo

que en ocasiones se lleva a la práctica en formade fusilamientos policiales. Cuando se pretendeencubrir estos fusilamientos se acompaña con los

supuestos datos del estereotipo –frondosoprontuario, cuantiosos antecedentes, dro-

gado– en forma automática, confiandoen que nadie razone que un par de robos a

mano armada sacan de circula-ción a una persona hasta casilos cuarenta años, cuando casitodos los ejecutados escasa-mente pasan los veinte, queel tóxico criminógeno porexcelencia es el alcohol yque nadie puede cometer undelito violento bajo los efec-

tos de la marihuana. La efebofobia se manifiesta en todo su

esplendor. Escuadrones de la muertey vengadores justicieros completanel panorama de las penas de

muerte sin proceso en nuestra región, centrada en jó-venes y adolescentes. Basta mirar las estadísticas paraverificar que son muchos los países donde hay másadolescentes muertos por la policía que víctimas dehomicidios cometidos por adolescentes.

La criminología mediática naturaliza estas muertes,pues todos los efectos letales del sistema penal sonpara ella un producto natural (inevitable) de la vio-lencia propia de ellos, llegando al máximo encubri-miento en los casos de fusilamientos disfrazados demuertes en enfrentamientos, presentadas como episo-dios de la guerra contra el crimen, en que se muestra elcadáver del fusilado como signo de eficacia preventi-va, como el soldado enemigo muerto en la guerra.

Como todos los muertos en esa guerra se contabili-zan y publican porque se consideran enemigos abati-dos, es posible seguir el fenómeno por las noticias.Cuando la frecuencia es muy irregular (desaparececuando se cuestiona a un ministro o se aproximanelecciones), la buena puntería es excesiva (aumentanlos muertos y bajan mucho los heridos), la concen-tración es inexplicable (se producen en cierto circui-to y no en los vecinos) y la suerte es notoria (los úni-cos muertos y heridos son ellos), podemos concluirque indudablemente nos hallamos ante una prácticahabitual de ejecuciones sin proceso. Muy a su pesar,la criminología mediática puede prestar este servicio.

La criminología mediática asume el discurso de lahigiene social: ellos son para la criminología mediáti-ca las heces del cuerpo social. Continuando el razona-miento –que aquí suele interrumpirse–, resultaríaque este producto normal de descarte debe canali-zarse mediante una cloaca, que sería el sistema penal.Ningún operador de éste debería omitir esta refle-xión: para esa criminología, nuestra función sería lade limpiadores de heces y el código penal un regla-mento para desaguadores cloacales. Policías, jueces,magistrados, fiscales, catedráticos, penalistas, crimi-nólogos, podríamos todos despojarnos de uniformesy togas e imaginar el atuendo que pretende ponernosesta criminología que nos amedrenta.

La criminología mediática entra en conflictocuando el poder punitivo comete un error y victimi-za a alguien que no puede identificar con ellos y quecomo víctima no puede negarle espacio mediático.Es el collateral damage de la guerra al crimen.

En esos casos las agencias entregan al ejecutor ma-terial para calmar la ola mediática y aprovechan parademostrar que se depuran de elementos indeseables.En realidad entregan a un policizado seleccionado deun sector social humilde al que entrenaron con sin-gular negligencia para hacer eso y que le tocó perder.

La construcción de la realidad no necesariamentese hace mintiendo y ni siquiera callando. Detrás decada cadáver hay un drama, una pérdida, un duelo.Basta con destacar lo cometido por el estereotipadoen toda su dimensión real o dramatizarlo un pocomás y comunicar asépticamente otro en mucho me-nor espacio, para que el primero provoque indigna-ción y miedo y el segundo no.

En cualquier cultura la causalidad mágica es pro-ducto de una urgencia de respuesta. Esto no obedece adesinterés por la causalidad, sino justamente a la ur-gencia por hallarla. En la criminología mediática su-cede lo mismo. Debe responderse ya y al caso concre-to, a la urgencia coyuntural, al drama que se destacay dejar de lado todos los demás cadáveres; la falta deuna respuesta inmediata es prueba de inseguridad.

Por supuesto que reclama una respuesta imposible,porque nadie puede hacer que lo que sucedió no hayasucedido. Frente al pasado la urgencia de una res-puesta imposible sólo puede ser la venganza. Como laurgencia es intolerante, no admite la reflexión, ejerceuna censura inquisitorial, pues cualquier tentativa deresponder invitando a pensar es rechazada y estigma-

tizada como abstracta, idealista, teórica, especulativa,alejada de la realidad, ideológica, etc. Esto se compade-ce a la perfección con la televisión, donde cualquiercomentario más elaborado en torno de la imagen seconsidera una intelectualización que quita rating.

Cabe aclarar que esto no significa que la TV ca-rezca totalmente de programas y presentaciones quehagan pensar. Por supuesto que hay comunicadoresresponsables, pero éstos deben resignarse desde elcomienzo a un menor rating y a una creciente reduc-ción de espacio por obvios intereses empresariales.

En esta técnica comunicacional hemos tenido ver-daderos virtuosos en la Argentina. Quizás el mayornivel lo alcanzó un comunicador famoso en los añosnoventa, que derivaba la exigencia de respuesta ur-gente en una imaginaria matrona de barrio, en batóny con ruleros e incapaz de cualquier pensamiento abs-tracto –doña Rosa–, con lo cual subestimaba tanto elcriterio de los vecinos del barrio como el de los desti-natarios, a los que llevaba a la trampa de forzarlos arazonar sin pensamiento abstracto, o sea, en el niveldel oligofrénico. (Siempre me sentí ofendido, porquemi abuela se llamaba Rosa, murió a los 95 años y dis-curría mucho más y mejor que ese personaje.)

La urgencia de respuesta concreta y coyunturallleva a dos grandes contradicciones etiológicas,pues por un lado atribuye la criminalidad a una de-cisión individual y por otro estigmatiza a un con-junto con caracteres sociales parecidos; además,proclama una confianza absoluta en la función pre-ventiva disuasoria de la pena, pero al mismo tiempopromueve la compra de todos los medios físicos deimpedimento y defensa.

Como la emotividad impide que el destinatarioperciba las contradicciones, los controles electróni-cos y mecánicos han aumentado en forma impresio-nante. Stanley Cohen (Visions of Social Control) loseñalaba hace años y hoy el síndrome de Disneylandiaes una realidad. Casi no hay momento en que unacámara no nos esté registrando en cuanto salimos denuestras casas.

Hay fantásticos estudios futuristas, como los datosbancarios ocultos en el ciberespacio, los chequeselectrónicos, las casas inteligentes, etc., con amena-zas a la privacidad muy intrusivas, pero que no alar-man a la criminología mediática, que las muestra co-mo proveedoras de seguridad. Como minimiza la se-lectividad de la victimización, nos convierte a todosen consumidores de la industria de la seguridad y en pa-cíficas ovejas que no sólo nos sometemos a las veja-ciones del control sino que incluso las reclamamos ynos llenamos de aparatos controladores.

El interés mediático en ocasiones se centra en al-gunos delitos sexuales, porque son hechos cuyasimágenes provocan mucha indignación y tambiéndespiertan gran interés morboso, aunque no en to-dos los delitos sexuales, sino en los que les sirven.

Por supuesto, no se dice que los violadores serialesson pocos, en tanto que la gran masa de delitos sexua-les contra niños se produce dentro de los grupos fami-liares, no siempre irregulares ni en barrios precarios nisobre adolescentes, sino sobre niños, que son un obje-to sexual diferente. Esas víctimas no aparecen en latelevisión, supuestamente para ser protegidas, aunqueen realidad es porque ponen de manifiesto la inutili-dad del poder punitivo para resolver el conflicto.

Pero en definitiva, insistimos en que la gran pa-radoja de la criminología mediática es que no buscanada contra los criminales violentos, porque enningún país se deja sueltos a los homicidas y viola-dores, sino que son sometidos a penas largas, salvocoberturas oficiales. No se necesita conocimientotécnico para darse cuenta de que si un homicida espenado con veinticinco años en lugar de veinte esalgo que no tiene nada que ver con el riesgo de que

me hurten la billetera en el subterráneo.Para el pensamiento mágico de la criminología

mediática, la guerra contra ellos choca con el obstá-culo de los jueces, que son su blanco preferido, y seda un banquete cuando un excarcelado o liberadotransitorio comete un delito grave, lo que provocauna maligna alegría en los comunicadores.

Los jueces son el obstáculo para una eficaz luchacontra ellos. Las garantías penales y procesales sonpara nosotros, pero no para ellos, pues ellos no respe-tan los derechos de nadie. Ellos –los estereotipados–no tienen derechos, porque matan, no son personas,son diferentes, a los pibes hay que dejarlos adentro.

Los politicastros sin muchos méritos ni ideas im-pulsan juicios políticos contra los jueces para obte-ner su espacio gratuito de publicidad reforzando lacausalidad mágica.

El juez unipersonal trata de no ofrecer flancos dé-biles a la criminología mediática porque actúa en so-ledad y se vuelve remiso a conceder excarcelaciones,con lo cual se llenan las cárceles y sobrevienen mo-tines y muertes, que son mostradas como prueba deque ellos son salvajes y los jueces poco diligentes.

La causalidad mágica impulsa las reformas legalesmás desopilantes, porque la imagen transformada enley también es una cuestión mágica. Nuestro ante-pasado dibujaba los animales de presa en las paredesde las cavernas, pues por pensamiento mágico al po-seer la imagen creía poseer el objeto representado.Ahora la imagen es la descripción de lo representa-do en el boletín oficial. Es el mito de la caverna, perono el de Platón que tanto dio que hablar, sino el delcavernícola que salía a cazar con un palo.

Los políticos atemorizados u oportunistas que sesuman o someten a la criminología mediáticaaprueban esas leyes disparatadas y afirman que deese modo envían mensajes a la sociedad, confundien-do la ley penal con internet. Es tan obvio que estasleyes no tienen ninguna incidencia sobre la fre-cuencia criminal en la sociedad, que no estoy paranada seguro de que entre quienes las promuevenhaya alguien que lo crea en serio.

Pero la criminología mediática no sólo se alimentade noticias, sino también –y principalmente– de la co-municación de entretenimientos que banaliza los ho-micidios y la imaginación la idea de un mundo en gue-rra. En un día de televisión vemos más asesinatos fic-cionales que los que tienen lugar en la realidad duran-te un año en todo el país, y cometidos con una cruel-dad y violencia que casi nunca se da en la realidad.

Además, siempre hay un héroe que termina haciendojusticia, por lo general dando muerte al criminal, y quecualquier psiquiatra lo calificaría de psicópata. No tie-ne miedo, es hiperactivo, ultrarresistente, hiposensibleal dolor, aniquila al enemigo sin trauma por haber da-do muerte a un ser humano, es hipersexual, despiertaen la mujer (siempre en papel de algo tonta que tro-pieza y cae en los momentos de mayor peligro), impo-ne su solución violenta a expensas del burócrata queobstaculiza con formalidades (detrás del que se adivinala figura del juez, fiscal o policía prudente). Por suertelos policías reales no son como ellos, pues de lo con-trario sería aconsejable tomar el pasaporte y huir.

Estas series trasmiten la certeza de que el mundo sedivide entre buenos y malos y que la única solución alos conflictos es la punitiva y violenta. No hay espa-cio para reparación, tratamiento, conciliación; sólo elmodelo punitivo violento es el que limpia la sociedad.

Esto se introyecta tempranamente en el equipopsicológico, en particular cuando el televisor es lababy sitter.

IV JUEVES 8 DE SEPTIEMBRE DE 2011

Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone