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TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 29 de noviembre de 2014 08 | COMPORTAMIENTO D e ser cierto que la historia la escriben los vencedores, es indudable el atrac- tivo de una escrita por los vencidos. La historia del erotismo la han relatado, desde al menos cuatro siglos, los hombres. Los libros del marqués de Sade, D. H. La- wrence, Henry Miller o Georges Bataille eran estaciones en esa educación sentimental. Y no ha- bía que estar muy avanzado en el feminismo para sentir que mu- chas veces su visión de las muje- res era simplificadora y sexista. ¿Qué decían ellas? Poco o nada. Pero en el principio no fue Cin- cuenta sombras de Grey. Tras la poeta Safo, es probable que la primera obra en que una mujer hable francamente de sexualidad sea La his- toria de O (1954),de Pauline Réage, pseudónimo de Domini- que Aury. Ella no escribía de sexo con amor, el único que la litera- tura y las mujeres podían enco- miar, sino una estilizada fantasía sadomasoquista. También en torno a la discipli- na, la dominación y la sumisión gira el libro que ha generado una industria de literatura erótica femenina, Cincuenta som- bras de Grey, sobre las proezas sexuales de un mi- llonario dominante y una La española Megan Maxwell fue uno de los fenómenos de la reciente Feria del Libro de Santiago. Junto a la antología chilena Cuentos para ir a la cama, son muestras de la vitalidad de la literatura erótica escrita por mujeres, en la estela de la trilogía Cincuenta sombras, uno de los libros más vendidos en el mundo y cuya versión en cine se estrena en febrero próximo. POR: Patricio Tapia ILUSTRACIÓN: Alfredo Cáceres joven inocente e inexperta. Algunas sombras De autora desconocida Cincuenta sombras de Grey (2011), de E. L. James, se convirtió, fuera de los circuitos editoriales importantes, en un suceso: la trilogía ha vendi- do más de 40 millones de copias en el mundo. La joven Anastasia (Ana) Steele se enamora del liber- tino Christian Grey. Ella, de 21 años, no sólo es virginal, sino vir- gen. Él, de 27, es un aproblemado magnate, elegante y atractivo, que tiene en su departamento una “sala de juego” equipada con ca- denas, grilletes y látigos. Para rela- cionarse, Ana debe firmar un con- trato entre “el amo” y “la sumisa”. Grey la había prevenido: “Yo no hago el amor. Yo tengo sexo... duro”. Caballeroso, siempre le pregunta a ella cómo se siente y le trae cremas para aliviar el dolor después de haberla azotado. “Tengo muchas más sombras que luces. Cincuenta sombras más”, le explica a Ana. De a poco sabremos que es hijo de una prostituta y que fue maltratado por un proxeneta, que una amiga de su madre adoptiva lo sedujo cuando él tenía 15 años. Como lo dice E. L. James: “Christian Grey tiene un lado triste”. Y otras más Grey parece ser irresistible. Es generoso: regala la tecnología más sofisticada, o autos. Puede permitírselo; en el segundo volu- men, Cincuenta sombras más oscuras, reconoce que gana unos cien mil dólares... por hora. Y toca el piano, pilotea helicópte- ros y planeadores, navega barcos (todos suyos). Pero lo que más le atrae a Ana es su tono dictatorial y posesivo: “Es tan erótico... Soy una autén- tica marioneta y él es mi maestro titiritero”, dice. O en otro párra- fo: “todas mis terminaciones nerviosas me empujan hacia él”. En Cincuenta sombras más os- curas la sexualidad “desviada” ha desaparecido en gran parte y la más normal no parece entusiasmar a la autora. Muchas veces al acer- carse las escenas sexuales, el rela- to, como en las películas antiguas, se funde en negro para retomarse cuando la pasión ya ha pasado. Algo que está presente en los tres tomos son los personajes como esbozos y algunos tics irri- tantes, como la guerra entre el subconsciente de la narradora y lo que ella describe como “la dio- sa que lleva dentro”, que aparece constantemente en las más de 1.500 páginas de la trilogía. O la inclusión de textos: el contrato entre los protagonistas o sus in- tercambios de e-mails. Pero no sólo de Grey masculi- nos vive el erotismo. La más inte- lectual de las estrellas porno, Sasha Grey, ha tenido una desta- cadísima trayectoria (en los lími- tes del género) como actriz de cine para adultos, hasta que en 2011 prefirió dejarlo para hacer uno más convencional. En 2013 publicó un primer libro, La So- ciedad Juliette. Es una asociación secreta conformada por “los gru- pos más poderosos de la socie- dad”. Una estudiante de cine tie- ne un novio que no le presta mu- cha atención y está enamorada de un profesor, de quien incluso las palabras que usa la entusiasman sexualmente (como “semiótica”, “urtext” o, la favorita, “hegemo- nía”). Ella tiene una compañera de curso quien la inicia en la So- ciedad Juliette y, por tanto, en el sexo grupal y el sadomasoquis- mo. “Siento el hormigueo en las terminaciones nerviosas, envian- do corrientes que me recorren todo el cuerpo”, dice en una de esas sesiones. Industria erótica Se sabe: no hay que confundir li- bertad con libertinaje. Ni erotis- mo con pornografía: el primero es sugerente; la segunda, explíci- ta. O eso quiere el lugar común. Pero la delgada línea rosa que di- vide la novela romántica de la erótica, es tan borrosa como la que existe entre la literatura eró- tica y la pornográfica. Y pueden coincidir en la misma línea de montaje. Como el éxito en Chile de Megan Maxwell demuestra. Maxwell ha tenido una destaca- dísima trayectoria (en los límites del género) como novelista rosa. Pero su editora, de seguro por el éxito de Cincuenta sombras, le pidió algo más osado. Pídeme lo que quieras, ahora y siempre se anuncia como “la es- perada continuación” de Pídeme lo que quieras y Adivina quién soy esta noche, y se publica po- cos meses después de Adivina quién soy, todos ellos aparecidos entre 2013 y 2014. En la primera, la impulsiva Ju- dith Flores quiere alejarse de su Luces y sombras de la literatura erótica femenina SIGUE EN PÁG. 10

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TENDENCIAS | LA TERCERA | Sábado 29 de noviembre de 201408 | COMPORTAMIENTO

De ser cierto que la historia la escriben los vencedores, es indudable el atrac-tivo de una escrita por los vencidos.

La historia del erotismo la han relatado, desde al menos cuatro siglos, los hombres. Los libros del marqués de Sade, D. H. La-wrence, Henry Miller o Georges Bataille eran estaciones en esa educación sentimental. Y no ha-bía que estar muy avanzado en el

feminismo para sentir que mu-chas veces su visión de las muje-res era simplificadora y sexista.

¿Qué decían ellas? Poco o nada. Pero en el principio no fue Cin-cuenta sombras de Grey. Tras la poeta Safo, es probable que la primera obra en que una mujer hable francamente de sexualidad sea La his-toria de O (1954),de Pauline

Réage, pseudónimo de Domini-que Aury. Ella no escribía de sexo con amor, el único que la litera-tura y las mujeres podían enco-miar, sino una estilizada fantasía sadomasoquista.

También en torno a la discipli-na, la dominación y la sumisión gira el libro que ha generado una

industria de literatura erótica femenina, Cincuenta som-

bras de Grey, sobre las proezas sexuales de un mi-llonario dominante y una

La española Megan Maxwell fue uno de los fenómenos de la reciente Feria del Libro de Santiago. Junto a la antología chilena Cuentos para ir a la cama, son muestras de la vitalidad de la literatura erótica escrita por mujeres, en la estela de la trilogía Cincuenta sombras, uno de los libros más vendidos en el mundo y cuya versión en cine se estrena en febrero próximo.

POR: Patricio Tapia ILUSTRACIÓN: Alfredo Cáceres

joven inocente e inexperta.

Algunas sombras De autora desconocida Cincuenta sombras de Grey (2011), de E. L. James, se convirtió, fuera de los circuitos editoriales importantes, en un suceso: la trilogía ha vendi-do más de 40 millones de copias en el mundo. La joven Anastasia (Ana) Steele se enamora del liber-tino Christian Grey. Ella, de 21 años, no sólo es virginal, sino vir-gen. Él, de 27, es un aproblemado magnate, elegante y atractivo, que tiene en su departamento una “sala de juego” equipada con ca-denas, grilletes y látigos. Para rela-cionarse, Ana debe firmar un con-trato entre “el amo” y “la sumisa”. Grey la había prevenido: “Yo no hago el amor. Yo tengo sexo... duro”. Caballeroso, siempre le pregunta a ella cómo se siente y le trae cremas para aliviar el dolor después de haberla azotado.

“Tengo muchas más sombras que luces. Cincuenta sombras más”, le explica a Ana. De a poco sabremos que es hijo de una prostituta y que fue maltratado por un proxeneta, que una amiga de su madre adoptiva lo sedujo cuando él tenía 15 años. Como lo dice E. L. James: “Christian Grey tiene un lado triste”.

Y otras más Grey parece ser irresistible. Es generoso: regala la tecnología más sofisticada, o autos. Puede permitírselo; en el segundo volu-men, Cincuenta sombras más oscuras, reconoce que gana unos cien mil dólares... por hora. Y toca el piano, pilotea helicópte-ros y planeadores, navega barcos (todos suyos).

Pero lo que más le atrae a Ana es su tono dictatorial y posesivo: “Es tan erótico... Soy una autén-tica marioneta y él es mi maestro titiritero”, dice. O en otro párra-fo: “todas mis terminaciones nerviosas me empujan hacia él”.

En Cincuenta sombras más os-curas la sexualidad “desviada” ha desaparecido en gran parte y la más normal no parece entusiasmar a la autora. Muchas veces al acer-carse las escenas sexuales, el rela-to, como en las películas antiguas, se funde en negro para retomarse cuando la pasión ya ha pasado.

Algo que está presente en los tres tomos son los personajes como esbozos y algunos tics irri-tantes, como la guerra entre el subconsciente de la narradora y

lo que ella describe como “la dio-sa que lleva dentro”, que aparece constantemente en las más de 1.500 páginas de la trilogía. O la inclusión de textos: el contrato entre los protagonistas o sus in-tercambios de e-mails.

Pero no sólo de Grey masculi-nos vive el erotismo. La más inte-lectual de las estrellas porno, Sasha Grey, ha tenido una desta-cadísima trayectoria (en los lími-tes del género) como actriz de cine para adultos, hasta que en 2011 prefirió dejarlo para hacer uno más convencional. En 2013 publicó un primer libro, La So-ciedad Juliette. Es una asociación secreta conformada por “los gru-pos más poderosos de la socie-dad”. Una estudiante de cine tie-ne un novio que no le presta mu-cha atención y está enamorada de un profesor, de quien incluso las palabras que usa la entusiasman sexualmente (como “semiótica”, “urtext” o, la favorita, “hegemo-nía”). Ella tiene una compañera de curso quien la inicia en la So-ciedad Juliette y, por tanto, en el sexo grupal y el sadomasoquis-mo. “Siento el hormigueo en las terminaciones nerviosas, envian-do corrientes que me recorren todo el cuerpo”, dice en una de esas sesiones.

Industria erótica Se sabe: no hay que confundir li-bertad con libertinaje. Ni erotis-mo con pornografía: el primero es sugerente; la segunda, explíci-ta. O eso quiere el lugar común. Pero la delgada línea rosa que di-vide la novela romántica de la erótica, es tan borrosa como la que existe entre la literatura eró-tica y la pornográfica. Y pueden coincidir en la misma línea de montaje. Como el éxito en Chile de Megan Maxwell demuestra. Maxwell ha tenido una destaca-dísima trayectoria (en los límites del género) como novelista rosa. Pero su editora, de seguro por el éxito de Cincuenta sombras, le pidió algo más osado.

Pídeme lo que quieras, ahora y siempre se anuncia como “la es-perada continuación” de Pídeme lo que quieras y Adivina quién soy esta noche, y se publica po-cos meses después de Adivina quién soy, todos ellos aparecidos entre 2013 y 2014.

En la primera, la impulsiva Ju-dith Flores quiere alejarse de su

Luces y sombras de la literatura erótica femenina

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