001-456 Corsarios del Nilo

14
CORSARIOS DEL NILO Una novela del mundo antiguo Traducción del inglés isabel murillo steven saylor La Esfera de los Libros

Transcript of 001-456 Corsarios del Nilo

Page 1: 001-456 Corsarios del Nilo

CORSARIOSDEL NILO

U n a n ov e l a d e l m u n d o a n t i g u o

Traducción del inglési s a b e l m u r i l l o

s t e v e n s ay l o r

001-456_Corsarios del Nilo.indd 5001-456_Corsarios del Nilo.indd 5 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 2: 001-456 Corsarios del Nilo

11

I

Como cualquier joven romano que viviera en la ciudad más apasionante del planeta —Alejandría, la capital de

Egipto—, tenía en mente una larga lista de cosas que quería hacer, pero formar parte de un atraco cuyo objetivo era ro-bar el sarcófago dorado de Alejandro Magno nunca estuvo en-tre ellas.

Y aun así, allí estaba yo, una mañana del mes que los ro-manos denominamos maius, haciendo justamente eso.

La tumba del fundador de Alejandría se encuentra en un impresionante y suntuosamente decorado edificio situado en el corazón de la ciudad. El altísimo friso que recorre uno de sus lados describe las hazañas del conquistador universal. El mo-mento de inspiración que dio lugar al nacimiento de la ciudad, hace aproximadamente doscientos cuarenta años, está repre-sentado con gran intensidad: Alejandro aparece en lo alto de una duna de arena contemplando la costa y el mar mientras sus arquitectos, topógrafos e ingenieros le observan maravilla-dos, aferrados a sus distintos instrumentos.

El imponente friso estaba esculpido y pintado con tanto realismo, que casi esperaba que la gigantesca imagen del con-quistador volviera de repente la cabeza, nos mirara y nos vie-ra pasar corriendo por debajo de él de camino a la entrada del edificio. No me habría sorprendido verle enarcar una ceja y preguntarnos con la voz atronadora de los dioses:

001-456_Corsarios del Nilo.indd 11001-456_Corsarios del Nilo.indd 11 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 3: 001-456 Corsarios del Nilo

1212

—¿Dónde, por Hades, os creéis vosotros que vais? ¿Por qué algunos vais armados con espadas? ¿Y qué es eso que car-ga el resto de vosotros? ¿Un ariete?

Pero cuando mis compañeros y yo pasamos corriendo por debajo de él y accedimos a la columnata de la entrada, Alejan-dro permaneció inmóvil y mudo.

Aquel día, la tumba no estaba abierta al público. Una ver-ja de hierro prohibía el acceso al vestíbulo. Yo estaba entre los que cargaban con el ariete. Nos colocamos en formación, en per-pendicular a la verja. Cuando Artemón, nuestro líder, contó hasta tres, movimos el ariete hacia delante, luego hacia atrás, y luego empujamos otra vez hacia delante con todas nuestras fuerzas. La verja se estremeció y se combó con el impacto.

—¡Otra vez! —gritó Artemón—. ¡Empiezo a contar! ¡Uno, dos..., tres!

Como si de un ser vivo se tratara, la verja gemía y chi-llaba cada vez que el ariete se estampaba contra ella. Cedió por fin a la cuarta embestida. Los que cargábamos con el ariete sa-limos de nuevo a la calle y lo dejamos allí mientras el grupo de vanguardia, conducido por Artemón, cruzaba corriendo la cercenada verja. Desenfundé la espada y los seguí hacia el ves-tíbulo. Deslumbrantes mosaicos con escenas de la vida de Ale-jandro decoraban todas las superficies, desde el suelo hasta la cúpula del techo, donde una abertura dejaba pasar la luz del sol para que se reflejase sobre los millones de piezas de piedra y cristal coloreado.

Un escaso puñado de hombres armados nos ofreció re-sistencia. Los soldados que custodiaban la tumba estaban sor-prendidos, asustados y prestos a huir... ¿Y quién no habría hecho lo mismo en su lugar? Los superábamos en número con creces. Sus rostros arrugados y sus cejas canosas dejaban pa-tente, además, que eran demasiado mayores para trabajar como centinelas armados.

001-456_Corsarios del Nilo.indd 12001-456_Corsarios del Nilo.indd 12 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 4: 001-456 Corsarios del Nilo

13

¿Por qué había tan pocos centinelas y por qué de tan baja categoría? Artemón nos había contado que la ciudad vivía su-mida en el caos y sufría disturbios a diario. El rey Ptolomeo había reunido a los soldados más competentes para proteger el palacio real y había dejado la tumba de Alejandro bajo la pro-tección de aquel débil grupillo de hombres. Tal vez el rey pen-sara que ni siquiera la turba más violenta se atrevería a violar un lugar sagrado como aquel, y mucho menos a plena luz del día. Pero Artemón había demostrado ser más astuto que él.

—Nuestra principal ventaja será el elemento sorpresa —nos había dicho.

Y era evidente que había acertado.Escuché el choque metálico de las espadas, luego gritos.

Me había presentado voluntario a llevar el ariete con el fin de evitar estar en primera línea en el caso de que se produjera al-gún enfrentamiento. De poder evitarlo, no quería mancharme las manos con sangre. Aunque, en realidad, ¿era por ello me-nos culpable que los camaradas que integraban la avanzadilla y que en aquel momento blandían a diestro y siniestro sus es-padas?

Tal vez estés preguntándote por qué estaba yo tomando parte de un acto criminal como ese. Me había visto forzado a sumarme a aquellos bandidos en contra de mi voluntad. Pero ¿no podría haber escapado en algún momento? ¿Por qué seguía con ellos? ¿Por qué continuaba acatando las órdenes de Arte-món? ¿Lo hacía por miedo, por lealtades equivocadas o sim-plemente por la avaricia de querer hacerme con la parte de oro que nos habían prometido?

No. Hacía lo que hacía por ella, por aquella esclava loca que se había dejado secuestrar por esos bandidos.

¿Qué tipo de romano llega a caer tan bajo, hasta el ex-tremo de cometer un crimen por amor a una chica, una simple esclava, además? ¡Si me encuentro metido en este berenjenal

001-456_Corsarios del Nilo.indd 13001-456_Corsarios del Nilo.indd 13 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 5: 001-456 Corsarios del Nilo

14

debe de ser porque el cegador sol egipcio me ha vuelto loco de remate!

Corriendo por el vestíbulo en dirección al amplio corre-dor que llevaba al sarcófago, caí en la cuenta de que estaba su-surrando su nombre: «Bethesda». ¿Seguiría sana y salva? ¿Vol-vería a verla algún día?

Resbalé en un charco de sangre. Agité los brazos para re-cuperar el equilibrio y vi a mis pies la cara blanca de uno de los centinelas. Sus ojos sin vida estaban abiertos de par en par y su paralizada boca esbozaba una mueca de dolor. ¡El pobre ya debía de ser abuelo!

Uno de mis compañeros me sujetó para que no cayera. «Mira que eres patoso —pensé—. Podrías haberte parti-

do el cuello. Podrías haber caído sobre tu propia espada. ¿Qué habría sido entonces de Bethesda?».

La batalla se inició de nuevo por delante de mí, pero esta vez su duración fue breve. Cuando entré en la cámara, solo quedaba un centinela en pie y Artemón lo remató en aquel momento traspasándole el vientre. El pobre hombre se derrum-bó sin vida sobre el duro suelo de granito y su espada cayó a su lado con un estrépito metálico. Y acto seguido se hizo el si-lencio.

La única iluminación la proporcionaban pequeñas lám-paras instaladas en nichos. Aunque fuera brillaba el sol, en el interior todo eran sombras y penumbra. Frente a nosotros, co-locado sobre una tarima baja, teníamos el impresionante sar-cófago. Su forma y su estilo eran en parte egipcios, recordando los ataúdes angulares que contenían las momias de los anti-guos faraones, y en parte griegos, por los grabados en los la-terales que representaban las hazañas de Alejandro: la doma del corcel Bucéfalo, la entrada triunfal por las puertas de Ba-bilonia, la terrible batalla del Indo, con el ejército de elefantes. El reluciente sarcófago, construido en oro macizo, tenía incrus-

001-456_Corsarios del Nilo.indd 14001-456_Corsarios del Nilo.indd 14 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 6: 001-456 Corsarios del Nilo

15

taciones de piedras preciosas, destacando entre ellas aquella res-plandeciente gema verde llamada esmeralda que se extraía de las montañas del sur de Egipto. El sarcófago brillaba bajo el parpadeo de las lámparas, un objeto de sobrecogedor esplendor y valor incalculable.

—Y bien, ¿qué opinas? Me estremecí, como si acabaran de despertarme de un

sueño. Tenía a Artemón a mi lado. Sus ojos brillaban y sus atractivas facciones resplandecían a pesar de la escasa luz.

—Es magnífico —musité—. Mucho más magnífico de lo que me imaginaba.

Artemón sonrió, mostrando una dentadura inmaculada-mente blanca, y a continuación dijo, levantando la voz:

—¿Habéis oído esto, hombres? ¡Incluso nuestro cama-rada romano se muestra impresionado! Y Pecunio —el nom-bre por el que todos me conocían— no es hombre que se deje impresionar con facilidad puesto que, como nunca se cansa de repetirnos, ha visto con sus propios ojos las siete maravillas del mundo. ¿Qué opinas, Pecunio, podría este sarcófago equiparar-se a las siete maravillas?

—¿De verdad que es de oro macizo? —susurré—. ¡Debe de tener un peso enorme!

—Pero disponemos de los medios necesarios para poder moverlo.

Mientras Artemón hablaba, varios de los hombres llega-ron con cabrestantes, poleas, cuerdas y calzas de madera. Por el amplio pasillo que enlazaba con el vestíbulo, apareció otro grupo arrastrando un robusto carromato que transportaba una caja cerrada de madera construida especialmente para albergar nuestro cargamento. Artemón había pensado en todo. De pron-to me recordó al joven Alejandro tal y como estaba representa-do en el friso del edificio, un visionario rodeado de arquitectos e ingenieros que le veneraban. Artemón sabía lo que quería y

001-456_Corsarios del Nilo.indd 15001-456_Corsarios del Nilo.indd 15 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 7: 001-456 Corsarios del Nilo

16

disponía de un plan para conseguirlo. Inspiraba temor en sus enemigos y confianza en sus seguidores. Sabía cómo doblegar a los demás para que acataran su voluntad. Y, por supuesto, ha-bía conseguido de mí que hiciera lo que él quería, contradicien-do mi buen juicio.

Colocaron el carromato al lado de la tarima. Levantaron la tapa de la caja. El interior se hallaba recubierto con mantas y paja.

Habían desarrollado un sistema con poleas para retirar la tapa del sarcófago.

—¿Abriremos el sarcófago? —pregunté con una punzada de pánico supersticioso.

—Tanto la tapa como el sarcófago son muy pesados —res-pondió Artemón—. Será más fácil manipularlos si los separa-mos y los levantamos de uno en uno.

Cuando la tapa del sarcófago empezó a izarse, me vino un pensamiento a la cabeza.

—¿Qué pasará con el cuerpo? —pregunté. Artemón me miró de reojo pero no respondió.—No pensarás pedir un rescate, ¿verdad? La cara que debí de poner le hizo estallar en carcajadas. —Por supuesto que no. Los restos de Alejandro se trata-

rán con el máximo respeto y se dejarán en el lugar al que per-tenecen: su tumba.

Robarle el sarcófago a un cadáver momificado no me pa-recía una gran muestra de respeto, pensé para mis adentros. Por lo visto, mis recelos le hicieron gracia a Artemón.

—Ven, Pecunio, echémosle un vistazo a la momia antes de retirarla del sarcófago. Dicen que su estado de conservación es notable.

Me agarró por el brazo y subimos juntos a la tarima. En cuanto hubieron depositado la tapa en el carromato, ambos aso-mamos la cabeza por encima del borde del sarcófago.

001-456_Corsarios del Nilo.indd 16001-456_Corsarios del Nilo.indd 16 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 8: 001-456 Corsarios del Nilo

17

Y así fue como yo, Gordiano de Roma, con veintidós años de edad, en la ciudad de Alejandría y en compañía de asesinos y bandidos, me encontré frente a frente con el mortal más fa-moso que hubiera morado en la tierra.

Para tratarse de un hombre que llevaba más de doscien-tos años muerto, las facciones del conquistador estaban exce-lentemente bien conservadas. Tenía los ojos cerrados, como si estuviera dormido, las pestañas intactas. Me imaginé que en cualquier momento parpadearía y me miraría fijamente.

—¡Cuidado! —gritó alguien.Al volverme descubrí que teníamos compañía, pero no se

trataba de los soldados reales, sino de un grupo de ciudadanos rabiosos por la profanación del monumento más sagrado de Alejandría. Algunos iban armados con puñales. El resto, sim-plemente con palos y piedras.

Cuando los hombres de Artemón cayeron con sus espa-das sobre los recién llegados para repelerlos, uno de los airados ciudadanos levantó un brazo y apuntó hacia mí. Una piedra dentada voló por los aires en dirección a mi persona.

Artemón tiró de mí con fuerza para apartarme, pero era demasiado tarde. Noté un fuerte golpe en la cabeza. Cuando caí de la tarima al carromato y me golpeé contra una esquina de la caja, el mundo empezó a dar vueltas. Aturdido, me volví, y vi la madera manchada de sangre, mi propia sangre. Y enton-ces todo se volvió negro.

¿Qué había hecho para llegar a tan triste final?Permíteme que te cuente la historia.

001-456_Corsarios del Nilo.indd 17001-456_Corsarios del Nilo.indd 17 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 9: 001-456 Corsarios del Nilo

19

II

Todo empezó el día que cumplí veintidós años. Era el vigésimo tercer día del mes que los romanos lla-

mamos martius; en Egipto era el mes de famenat. En Roma debía de hacer un tiempo húmedo y desapacible o, como mu-cho, frío y ventoso, pero, en Alejandría, mi cumpleaños ama-neció sin una sola nube en el cielo. El aliento cálido del desier-to cubría la ciudad, aliviado muy de vez en cuando por una ráfaga de brisa marina.

Vivía en el último piso de un edificio de cinco plantas del barrio de Rakotis. Mi pequeña habitación tenía una ventana que daba al norte, hacia el mar, pero la vista que hubiera po-dido disfrutar del puerto quedaba oculta por el ramaje de una altísima palmera. La brisa agitaba sus hojas en una melancó-lica danza, y los lentos movimientos de las ramas, que se ro-zaban entre sí, producían una música lánguida y repetitiva. El reflejo de los rayos del sol naciente sobre las relucientes hojas de la palmera creaba un baile de puntitos de luz en mis párpa-dos cerrados.

Me desperté, puesto que me había quedado dormido con Bethesda entre mis brazos.

Te preguntarás qué hacía mi esclava en mi cama. Podría decirte que el desvencijado apartamento en el que vivía era tan minúsculo que apenas había espacio para que una sola persona tuviera libertad de movimientos, y mucho menos dos. La cama,

001-456_Corsarios del Nilo.indd 19001-456_Corsarios del Nilo.indd 19 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 10: 001-456 Corsarios del Nilo

20

aun siendo estrecha, ocupaba prácticamente todo el espacio. Sí, podría haber obligado a Bethesda a dormir en el suelo, pero ¿y si tenía que levantarme por la noche? Tropezaría con ella, me caería y me partiría el cráneo.

Aunque, naturalmente, no era por consideraciones de este tipo por las que había invitado a Bethesda a compartir la cama conmigo. Bethesda era algo más que mi esclava.

Cuando de pequeño mi padre me enseñó las cosas de la vida, me dejó muy claro lo que pensaba de los amos que com-partían la cama con sus esclavas.

—Una mala idea, por donde quiera que la mires —re-cuerdo que me dijo.

Mi madre había muerto siendo yo muy niño y el único esclavo que teníamos en casa era un anciano llamado Damon, de modo que nunca supe si hablaba por propia experiencia.

—¿Por qué, padre? ¿Va en contra de la ley que un amo se acueste con una esclava?

Recuerdo la sonrisa de mi padre cuando escuchó tan in-genua pregunta.

—Iría contra la ley que un hombre se acostara con la es-clava de otro hombre sin el debido permiso de este. Pero si la esclava es de su propiedad, un ciudadano romano puede hacer lo que le plazca. Podría incluso matarla, del mismo modo que podría matar un perro, una cabra o cualquier otro animal de su propiedad.

—Y si un hombre casado tiene relaciones con una escla-va, ¿se considera adulterio?

—No, porque para que se produzca adulterio tiene que existir la posibilidad de que haya descendencia libre. En caso de adulterio, el nacimiento de un hijo podría suponer una ame-naza para la posición social de la esposa y de los hijos de la esposa. Pero teniendo en cuenta que los esclavos carecen de existencia legal, y que cualquier hijo nacido de un esclavo es

001-456_Corsarios del Nilo.indd 20001-456_Corsarios del Nilo.indd 20 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 11: 001-456 Corsarios del Nilo

21

también un esclavo, la unión con una esclava no supone nin-guna amenaza ni para el matrimonio ni para los herederos. Es por ello que muchas esposas no ponen trabas a que su esposo retoce cuanto le apetezca con sus esclavos, hombres o mujeres. Opinan que es mejor que lo haga en su propia casa, sin gastos adicionales, a que lo haga con una mujer nacida libre o con la esposa de otro.

Puse mala cara. —¿Y entonces por qué dices que no es buena idea? Mi padre suspiró. —Porque, según mi experiencia, el acto de unión sexual

siempre acaba produciendo una reacción no solo física, sino también emocional, buena o mala, tanto en el amo como en el esclavo. Y eso genera problemas.

—¿Qué tipo de problemas? —¡Una caja de Pandora llena de enemigos! Celos, chan-

tajes, traiciones, ardides, engaños... Incluso asesinato. La experiencia mundana de mi padre era más extensa que

la de la mayoría. Se hacía llamar el Sabueso y se ganaba la vida descubriendo secretos de los demás, normalmente de natu-raleza criminal o escandalosa. «Revolver la porquería», lo lla-maba. Conocía la totalidad del espectro de la conducta huma-na, desde lo mejor hasta lo peor, aunque mayoritariamente lo peor. Si su experiencia le había llevado a la conclusión de que el conocimiento carnal entre amo y esclava no era bueno, lo más probable era que supiera de qué hablaba.

—Entiendo que pudiera ser poco aconsejable, pero ¿es malo que el amo se acueste con su esclava? —pregunté.

—La ley no pone objeciones al respecto, eso es evidente. Tampoco la religión, puesto que un acto así no ofende a los dioses. Tampoco los filósofos hablan mucho sobre cómo un hombre debe utilizar a sus esclavos.

—Pero ¿tú qué opinas, padre?

001-456_Corsarios del Nilo.indd 21001-456_Corsarios del Nilo.indd 21 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 12: 001-456 Corsarios del Nilo

22

Me lanzó una mirada penetrante y bajó la voz, lo que me dio a entender que se disponía a hablarme con la más comple-ta sinceridad.

—Creo que cuando dos personas tienen relaciones car-nales, cuanta mayor sea su diferencia social, más probable es que alguno de los dos se vea obligado a actuar en contra de su voluntad. Cuando eso sucede, el acto resulta degradante para ambas partes. O pueden cambiarse los papeles. He visto su-puestos filósofos comportarse como tontos, hombres ricos de-clararse en quiebra, hombres poderosos humillados..., y todo por amor a una esclava. Evidentemente, no todas las uniones pueden ser entre iguales. No todas las parejas pueden ser como la de tu madre y yo.

Se quedó en silencio y apartó la vista. Allí terminó la conversación, pero las palabras de mi pa-

dre permanecieron siempre en mi recuerdo. En el transcurso del viaje desde Roma hasta Alejandría

había hecho varias cosas de las que mi padre se sentiría orgu-lloso, o al menos eso me imaginaba. También había hecho va-rias que seguramente desaprobaría. Acostarme con Bethesda caía dentro de esta última categoría.

Había pensado vagamente en mi padre al despertarme —tal vez hubiera soñado con él—, pero lo que pudiera o no opinar dejó rápidamente de ser la mayor de mis preocupacio-nes. Mi padre estaba muy lejos, en Roma, y Bethesda estaba muy cerca. Con su cuerpo pegado al mío y nuestras extremi-dades entrelazadas, se me hacía complicado pensar en cualquier otra cosa.

Las partes de mi cuerpo que estaban en contacto con ella emanaban la sensación más exquisita imaginable: carne calien-te contra carne caliente. Las escasas zonas que no la tocaban sentían casi celos y gritaban exigiendo rectificar con premura aquella situación. Mi cuerpo entero, todo él, deseaba estar en

001-456_Corsarios del Nilo.indd 22001-456_Corsarios del Nilo.indd 22 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 13: 001-456 Corsarios del Nilo

23

contacto con su cuerpo entero. Y por su manera de responder, era evidente que ella sentía lo mismo. ¿Es posible que dos cuer-pos mortales lleguen a fundirse en uno? Bethesda y yo nos esforzábamos con frecuencia en conseguirlo, a menudo varias veces al día.

El sudor daba brillo a nuestros cuerpos. Una débil brisa procedente de la ventana refrescaba débilmente los movimien-tos de nuestra piel. Suspiros y gemidos se sumaban a la mú-sica que emitía el crujido del ramaje de la palmera, hasta al-zarse de tal modo en tono y volumen que estoy seguro de que debían de oírnos incluso los vendedores ambulantes y los obre-ros que pasaban por la calle de camino al trabajo.

Nos separamos por fin después de alcanzar la cumbre del placer, nuestra unión consumada.

—¿Te parece un buen inicio de cumpleaños, amo? —dijo Bethesda.

La pregunta era tan innecesaria que rompí a reír a carca-jadas. Pasamos un buen rato sin hablar, acostados el uno junto al otro, sin apenas tocarnos. El sol matutino se reflejaba cada vez con más fuerza sobre las ramas de las palmeras, salpicando la habitación con fragmentos de luz. Se oían los gritos de las gaviotas y las sirenas de los barcos al pasar junto al lejano faro. Cerré los ojos y dormité un rato, hasta que volví a desper-tarme.

Bethesda estaba deslizando los dedos por mi rodilla, lue-go por el muslo, hasta alcanzar por fin una parte más íntima de mi cuerpo.

—Tal vez podríamos hacer que el inicio del día fuera el doble de bueno —dijo.

Y así lo hicimos, tomándonos nuestro tiempo. El cuerpo de Bethesda era un paisaje en el que acababa perdiéndome irremediablemente: el bosque de su larga cabellera negra, el laberinto de sus suaves extremidades, la topografía cambian-

001-456_Corsarios del Nilo.indd 23001-456_Corsarios del Nilo.indd 23 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os

Page 14: 001-456 Corsarios del Nilo

24

te de sus hombros. Cuando se estiraba, se retorcía y se gira-ba, sus caderas y sus pechos se convertían en ondulantes dunas de arena. Su boca era un oasis, el espacio entre sus muslos un delta.

Cuando terminamos, me sentí completamente despierto. —Creo que nunca me cansaría de esto —dije, hablan-

do para mí, ya que me expresé en latín. Pese a que Bethesda hablaba hebreo, griego y egipcio, hasta la fecha solo había conseguido enseñarle unas breves nociones de latín. Vi que enarcaba una ceja, indicando con el gesto que no me había en-tendido, de manera que repetí el comentario en griego, el idio-ma que teníamos en común—. Creo que nunca me cansaría de esto.

—Tampoco yo —replicó.—Pero a veces...—Hay que comer. De modo que fue el hambre lo que nos forzó a abando-

nar por fin la cama. Me vestí con la túnica azul, la mejor que tenía, a pesar de las manchas y de que el raído lino me quedaba algo justo de espalda; precisamente la noche anterior, Bethesda había zurcido un desgarrón de la manga y cosido los hilos que colgaban del dobladillo. Le dejé que se pusiera mi segunda me-jor túnica, la verde, un color que le sentaba muy bien. Al ser mucho más menuda que yo, la sencilla túnica resultaba una prenda recatada: le cubría codos y rodillas y, ceñida con un cin-turón de cáñamo, se ajustaba cómodamente sobre unos pechos que habían aumentado de tamaño de forma considerable des-de que la adquiriera.

Bethesda se acercó a la ventana y, con la ayuda de un pei-ne de ébano, se peinó la melena, enredada después de hacer el amor. Esbozó una mueca de dolor y maldijo para sus adentros cuando el peine se tropezó con un enredo especialmente terco. Me eché a reír.

001-456_Corsarios del Nilo.indd 24001-456_Corsarios del Nilo.indd 24 22/04/15 16:1422/04/15 16:14

La E

sfer

a de

los

Libr

os