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SAN PABLO Y LOS NUEVOS AREÓPAGOS (Material entregué para posible “Instrumentum Laboris”: Plenaria de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, 16-19 noviembre 2009; posteriormente se amplió, renovó, etc., con aportaciones de los Asistentes y observaciones) Sumario: 1.- INVITACIÓN A DISCERNIR Y AFRONTAR LOS NUEVOS AREÓPAGOS DE NUESTRO TIEMPO 2.- LOS NUEVOS AREÓPAGOS, RETOS PARA LA EVANGELIZACIÓN “AD GENTES” 3.- AFRONTAR LOS NUEVOS AREÓPAGOS DE LA EVANGELIZACIÓN CON EL “ESPÍRITU” DE SAN PABLO * * * PRESENTACIÓN: La celebración del año jubilar dedicado a San Pablo ha ayudado a reflexionar sobre los “nuevos areópagos” que hoy debe afrontar la Iglesia especialmente en el campo de la evangelización “ad gentes”. Constatar y discernir estos “nuevos areópagos” es hoy una tarea urgente para poder programar adecuadamente el modo específico de la actuación apostólica. Nuestro trabajo se encuadra en el contexto actual de legar para el futuro de la evangelización el fruto del año dedicado a San Pablo. A casi veinte años de la publicación de la encíclica misionera Redemptoris Missio (7 diciembre 1990), sigue siendo apremiante la invitación de Juan Pablo II cuando describía la situación histórica del momento, que debía inspirarse en el modelo evangelizador del Apóstol de las gentes: “Pablo, después de haber predicado en numerosos lugares, una vez llegado a Atenas se dirige al areópago donde anuncia el Evangelio usando un lenguaje adecuado y comprensible en aquel ambiente (cfr. Hech 17, 22-31)” (RMi 37). El presente “instrumento de trabajo”, en vistas la reunión Plenaria de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha aprovechado las aportaciones enviadas por 1

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SAN PABLO Y LOS NUEVOS AREÓPAGOS

(Material entregué para posible “Instrumentum Laboris”: Plenaria de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, 16-19 noviembre 2009; posteriormente se amplió, renovó, etc., con aportaciones de los Asistentes y observaciones)

Sumario:1.- INVITACIÓN A DISCERNIR Y AFRONTAR LOS NUEVOS AREÓPAGOS DE NUESTRO TIEMPO2.- LOS NUEVOS AREÓPAGOS, RETOS PARA LA EVANGELIZACIÓN “AD GENTES”3.- AFRONTAR LOS NUEVOS AREÓPAGOS DE LA EVANGELIZACIÓN CON EL “ESPÍRITU” DE SAN PABLO

* * *PRESENTACIÓN:

La celebración del año jubilar dedicado a San Pablo ha ayudado a reflexionar sobre los “nuevos areópagos” que hoy debe afrontar la Iglesia especialmente en el campo de la evangelización “ad gentes”. Constatar y discernir estos “nuevos areópagos” es hoy una tarea urgente para poder programar adecuadamente el modo específico de la actuación apostólica. Nuestro trabajo se encuadra en el contexto actual de legar para el futuro de la evangelización el fruto del año dedicado a San Pablo.

A casi veinte años de la publicación de la encíclica misionera Redemptoris Missio (7 diciembre 1990), sigue siendo apremiante la invitación de Juan Pablo II cuando describía la situación histórica del momento, que debía inspirarse en el modelo evangelizador del Apóstol de las gentes: “Pablo, después de haber predicado en numerosos lugares, una vez llegado a Atenas se dirige al areópago donde anuncia el Evangelio usando un lenguaje adecuado y comprensible en aquel ambiente (cfr. Hech 17, 22-31)” (RMi 37).

El presente “instrumento de trabajo”, en vistas la reunión Plenaria de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha aprovechado las aportaciones enviadas por pastores y expertos de las diversas Iglesias locales dependientes de nuestro Dicasterio. También ha tenido muy en cuenta los contenidos de las catequesis y de otros documentos del Papa Benedicto XVI durante el año jubilar dedicado a San Pablo. Toda esta documentación es un verdadero arsenal que está en armonía con los contenidos de los documentos conciliares del Vaticano II y con otros documentos postconciliares de estos últimos años, mientras, al mismo tiempo, ofrece abundante luz y ayudas para discernir y afrontar la situación misionera actual.

Después de discernir y analizar lo nuevos areópagos de hoy, lo más importante será afrontarlos con las mismas actitudes y con el mismo espíritu del Apóstol de las gentes, para llevar a efecto una programación adecuada en el campo de la evangelización. Éste será un buen servicio que la Congregación para la Evangelización de los Pueblos puede ofrecer a la acción evangelizadora actual, como fruto de la celebración del bimilenario de San Pablo.

1.- INVITACIÓN A DISCERNIR Y AFRONTAR LOS NUEVOS AREÓPAGOS

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Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (1975), hizo un fuerte llamado a ir más allá de las fronteras de la fe, hacia los nuevos campos de la evangelización: “Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del evangelio, los criterios de juicios, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (EN 19). Son los puntos neurálgicos o nuevos areópagos de nuestra sociedad.

La encíclica misionera de Juan Pablo II, Redemptoris Missio (1990), fue una invitación a discernir y afrontar las nuevas situaciones de la misión, porque “Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica” (RMi 3). Por esto, “el renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos... Es necesario suscitar un nuevo «anhelo de santidad» entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana” (RMi 90).

Esta invitación, llena de esperanza, se concretaba de modo especial en discernir los nuevos “areópagos”, aludiendo explícitamente al hecho de la predicación de Pablo en la explanada del areópago de Atenas, ante el “tribunal” que juzgaba asuntos de importancia cívica. La mención final a Jesús resucitado no tuvo allí muy buena aceptación, salvo en el caso de la conversión del areopagita Dionisio y de una mujer llamada Dámaris.

Después de explicar las tres situaciones de la misión (“ad gentes” o de primera evangelización, pastoral ordinaria y nueva evangelización), Juan Pablo II recuerda y reafirma la importancia y urgencia de la “actividad misionera específica o misión ad gentes” (RMi 34). Es en este contexto donde aparece la invitación a analizar y afrontar los diversos ámbitos de la misión: territoriales, fenómenos sociales y áreas culturales (cfr. RMi 37). Aludiendo a la predicación de Pablo en el areópago de Atenas, Juan Pablo II hace hincapié en los “areópagos modernos”: “El areópago representaba entonces el centro de la cultura del docto pueblo ateniense, y hoy puede ser tomado como símbolo de los nuevos ambientes donde debe proclamarse el Evangelio” (RMi 37).

Entre los “areópagos” de nuestro tiempo, el Papa señalaba ya entonces: “el mundo de la comunicación” o medios de comunicación social en un mundo que es ya “una «aldea global”, “la evangelización de la cultura moderna” o de “la nueva cultura”, “la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos”, “los derechos del hombre y de los pueblos sobre todo los de las minorías”, “la promoción de la mujer y del niño”, “la salvaguardia de la creación”, “las relaciones internacionales”. Lo más importante es que éstos y otros areópagos “han de ser iluminados con la luz del Evangelio” (RMi 37).

Esta descripción de los nuevos areópagos se presenta como invitación a una actitud de esperanza misionera: “Nuestro tiempo es dramático y al mismo tiempo fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumístico, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y oración” (RMi 38). Así se comprende la intuición profética del final de la encíclica: “Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros

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y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo” (RMi 92).

La carta apostólica Tertio Millennio Adveniente (1994) de Juan Pablo II, al invitar a preparar la acción evangelizadora del nuevo milenio, fue una llamada a la esperanza cristiana, que se apoya en el misterio del Verbo Encarnado: “El Jubileo deberá confirmar en los cristianos de hoy la fe en el Dios revelado en Cristo, sostener la esperanza prolongada en la espera de la vida eterna, vivificar la caridad comprometida activamente en el servicio a los hermanos” (TMa 31). En este contexto describía los retos o areópagos del momento histórico en medio de “muchas luces y no pocas sombras” (TMa 36).1

Las invitaciones a discernir los nuevos retos o areópagos del presente, se presentan a la luz del misterio de Cristo: “Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana. Es misterio de gracia” (TMa 6).

Estas invitaciones se han hecho más apremiantes con ocasión del año paulino (junio 2008-2009). Ya en el anuncio de este evento (28 de junnio de 2007), el Papa Benedicto XVI había indicado a San Pablo como modelo para afrontar las nuevas situaciones: “El Apóstol de los gentiles, que se dedicó particularmente a llevar la buena nueva a todos los pueblos, se comprometió con todas sus fuerzas por la unidad y la concordia de todos los cristianos”.2

El mensaje del Santo Padre para le Jornada Mundial de las Misiones (año 2008), encuadrado dentro de la celebración del año paulino, es una llamada urgente a afrontar las nuevas situaciones de la misión “ad gentes”: “Es el Año paulino nos brinda la oportunidad de familiarizarnos con este insigne Apóstol, que recibió la vocación de proclamar el Evangelio a los gentiles, según lo que el Señor le había anunciado:  «Ve, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles» (Hech 22, 21). ¿Cómo no aprovechar la oportunidad que este jubileo especial ofrece a las Iglesias locales, a las comunidades cristianas y a cada uno de los fieles, para propagar hasta los últimos confines del mundo el anuncio del Evangelio, «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree?» (Rom 1, 16)”.3

Durante las audiencias del Papa Benedicto XVI, con ocasión del año dedicado a San Pablo, sus 20 catequesis paulinas han sido una llamada urgente a imitar la disponibilidad

1 La lista de retos que se describen (cfr. TMa 36-38) es parecida a la de la encíclica Redemptoris Missio (resumida más arriba) y a los retos que veremos en el apartado siguiente. La carta apostólica Novo Millennio Ineunte (2001), también de Juan Pablo II, invita a “ser testigos del amor” para afrontar estos retos del presente (NMi 42-57).

2 BENEDICTO XVI, Homilía durante la celebración de las primeras vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, 28 de junio de 2007, en la basílica de San Pablo.

3 BENEDICTO XVI, Mensaje para la jornada mundial de las misiones 2008 (publicado el 11 mayo de 2008). Como Pablo, así también el apóstol de hoy “está llamado a preocuparse de las personas lejanas que todavía no conocen a Cristo, o que todavía no han experimentado su amor, que libera... La missio ad gentes se convierte así en el principio unificador y convergente de toda su actividad pastoral y caritativa” (ibídem).

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misionera del Apóstol ante las nuevas situaciones que se le presentaron: “Sólo la preocupación por el crecimiento en la fe de aquellos a los que había evangelizado y la solicitud por todas las Iglesias que había fundado (cfr. 2 Cor 11,28) lo impulsaban a ralentizar la carrera hacia su único Señor, para esperar a los discípulos de modo que pudieran correr con él hacia la meta”.4

La llamada que había hecho Juan Pablo II al iniciar su pontificado (1978), fue asumida, comentada y actualizada por Benedicto XVI. Es una indicación clave para la evangelización actual: “«¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!» El Papa (Juan Pablo II) hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa... Y todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande... ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.5

El Papa Benedicto XVI, en su primera encíclica, Deus Caritas Est (2005) reiteraba la línea de esperanza misionera, basada en un transparente testimonio de caridad evangélica. Cuando la Iglesia “muestra la universalidad del amor” (DCe 25), entonces “la fuerza del cristianismo se extiende mucho más allá de las fronteras de la fe cristiana” (ibídem, 31). Es la idea que ha recalcado también en su segunda encíclica, Spe Salvi (2007): “Dios mismo se ha dado una « imagen »: en el Cristo que se ha hecho hombre. En Él, el Crucificado... Ahora Dios revela su rostro precisamente en la figura del que sufre y comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola consigo. Este inocente que sufre se ha convertido en esperanza-certeza: Dios existe” (Spe Salvi 43).Verdaderamente nuestro tiempo es una llamada urgente a descubrir, discernir y afrontar los nuevos areópagos, imitando, como Pablo, “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2,5), que son siempre de “compasión” (Mt 15,32) ante las multitudes hambrientas y sedientas de esperanza (cfr. Jn 7,37).

La recta aplicación del concilio Vaticano II dependerá de la respuesta generosa a estas invitaciones postconciliares, que vienen a ser una aplicación de los contenidos paulinos del concilio Vaticano II. En efecto, la doctrina del Apóstol se encuentra citada ampliamente en los documentos conciliares. Respecto a la misión “ad gentes”, basta recordar estos pasajes directamente misioneros:

Rom 15,16 “La oblación de los gentiles” (citado en AG 23; GS 38; PO 2).

1Cor 9,16: “Ay de mí si no evangelizare” (citado en AG 7 y 13; LG 17; AA 6).

1Cor 9,19: “Me he hecho esclavo de todos para ganarlos a todos” (citado en AG 24; PO 10; OT 4).4 BENEDICTO XVI, Catequesis durante la Audiencia del miércoles 19 noviembre 2008.

5 BENEDICTO XVI, Homilía en la inauguración de su Pontificado (24 de abril de 2005).

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1Cor 10,33: “Yo me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven” (citado en AG 41; DH 11).

2Cor 8,9: “Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (citado en AG 3; LG 8 t 42; PO 17; PC 13).

Ef 1,10: “Recapitular todas las cosas en Cristo” (citado en AG 3; GS 38, 45,58; LG 48).

Fil 2,7: “Se anonadó tomando la forma de siervo” (citado en AG 24 al hablar de la vocación misionera: “el enviado entra en la vida y en la misión de Aquel que «se anonadó tomando la forma de siervo»”; cfr. LG 8, 36, 42; PO 15; PC 14).

Col 1 ,18: “Para que sea él el primero (la primicia) de todas las cosas” (citado en AA 7).

2Tes 3,1: “Orad por nosotros para que la Palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria, como entre vosotros” (citado en AG 1; DV 26).

1Tim 2,4: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (citado en AG 7 y 42; SC 5 y 53; LG 16; DH 14; NAe 1).

1Tim 4,6: “Serás un buen ministro de Cristo Jesús, alimentado con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido fielmente” (citado en AG 26, formación misionera).

El concilio Vaticano II, en la constitución Gaudium et Spes (proemio y exposición preliminar, nn.1-10), invitaba a observar los aspectos positivos, que son “gozos y esperanzas” de la sociedad actual.

La invitación a discernir y afrontar los nuevos areópagos, como nuevas situaciones de la misión “ad gentes”, no significa echar en olvido el ámbito geográfico de esta misma misión, sino que la misión “a todos los pueblos” implica hoy también el ámbito cultural y sociológico. La misión de Cristo comunicada a la Iglesia es siempre sin fronteras geográficas y culturales. En este sentido la misión eclesial tiene que ser siempre misión “ad gentes” como la de Pablo (cfr. Hech 9,15; 13,46; 18,6), como misión del primer anuncio, que puede darse también en lugares de antigua tradición cristiana. En estos países, como afirma el concilio, “pueden originarse condiciones enteramente nuevas. Entonces la Iglesia tiene que ponderar si estas condiciones exigen de nuevo su acción misionera” (AG 6; cfr. AG 23, 27). Pero queda en pie que la misión “ad gentes” es “una actividad primaria de la Iglesia, esencial y nunca terminada” (RMi 31; cfr. n.34).

El concilio Vaticano II describe la misión “ad gentes” con estas palabras, que siguen siendo de apremiante actualidad: “La misión, pues, de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe, a la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo” (AG 5).

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2.- LOS NUEVOS AREÓPAGOS, RETOS PARA LA EVANGELIZACIÓN “AD GENTES”

A la lista de los areópagos que ofrece la encíclica Redemptoris Missio y otros documentos magisteriales (que hemos enumerado sucintamente en el primer apartado), hay que añadir otros, y especialmente hay que descubrir la peculiaridad con que se presentan hoy todos estos nuevos areópagos. Así lo han indicado los estudios competentes que han llegado a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en vistas a la presente reunión Plenaria, como se intenta resumir a continuación.6

Precisamente por esta novedad de los areópagos, en parte inéditos hasta el presente, y de sus nuevas circunstancias, se amplía el ámbito geográfico de la misión, que ya no es siempre equivalente a “países de misión”. Podemos observar las grandes urbes (las “megalópolis”), donde las multitudes son plurirreligiosas y pluriculturales, que proceden de migraciones de todo tipo, y que hacen muy complejas las situaciones actuales. Pero también hay otros sectores que reclaman un primer anuncio: las nuevas situaciones de pobreza e injusticia, la familia, la juventud, los medios de comunicación, las nuevas formas de cultura y de educación, etc. Parecen los mismos areópagos de hace veinte años, pero, en realidad, las circunstancias son muy novedosas.

Cada uno de los nuevos areópagos se puede encuadrar en el conjunto de los diversos ámbitos: sociopolítico, sociocultural, socioeconómico. Al mismo tiempo, cada nuevo areópago encuentra resonancia en los demás.

Quizá el ámbito cultural o de valores es el más complejo y urgente, puesto que se trata de hacer llegar el evangelio hasta el “corazón” de los pueblos, de la familia, de la juventud, de los centros educativos y de investigación científica que hoy están condicionados más por intereses económicos y políticos. Los núcleos culturales y artísticos son puntos neurálgicos de nuestra sociedad, a los que hay que llegar con el tono característico de la “esperanza” cristiana.

Estas nuevas situaciones son como “signos de los tiempos”, según la afirmación conciliar, cuando invita a toda la iglesia a “auscultar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio” (GS 4), “con la ayuda del Espíritu Santo” (GS 44), como nuevos paradigmas de la evangelización.

La misión de Cristo empezó hace ya veinte siglos, pero “está aún lejos de cumplirse... se halla todavía en sus comienzos” (RMi 1). Allí están las “semillas del Verbo”, que comenzaron a sembrarse desde los inicios de la historia humana y en todos los pueblos y culturas, y que, bajo la acción del Espíritu Santo, esperan llegar a su maduración en Cristo.

La lista de areópagos que ofrecemos a continuación es sólo una síntesis que debería ampliarse y valorarse adecuadamente:6 La colaboración que se ha recibido de personas consultadas (Cardenales, Obispos, Consultores, Teólogos, Pastoralistas) proviene de los diversos sectores continentales. Se han presentado reflexiones sintéticas y prácticas, señalando realidades actuales (los nuevos “areópagos”), aplicaciones concretas al propio país, siempre teniendo en cuenta la actualidad de la figura y de la doctrina de San Pablo.

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1º) El areópago de anunciar el evangelio íntegro y de la proclamación explícita de la Palabra con testimonio el de vida:

Se podría decir que el primer areópago (a partir del cual se llega a los demás) es el verdadero anuncio del Evangelio hoy, a partir del encuentro con Cristo resucitado, como en Pablo. Se trata propiamente de evangelizar el corazón de los apóstoles de hoy, llamados a vivir con autenticidad lo que van a anunciar. Es una llamada a mejorar el mismo modo de evangelizar, cuidando las expresiones (sin cambiar los contenidos), mejorando los métodos y especialmente ofreciendo el testimonio y la vivencia. Se anuncia a “alguien” que “vive”, Cristo resucitado presente.

La evangelización comporta la correlación viva del anuncio y de la respuesta, por parte de un sujeto que es a la vez persona y comunidad. Es el evangelizador quien primero debe purificar su memoria y curar sus heridas en contacto con Cristo crucificado y resucitado. El encuentro personal del evangelizador con Cristo es una prioridad pastoral.

Es, pues, una urgencia de la evangelización actual, el compromiso de todo apóstol por la santidad, como “perfección de la caridad” (LG 40) en el contexto de la verdad. Todos los bautizados están comprometidos en este proceso de santidad, que es parte integrante de la evangelización. “La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad” (RMi 90).7

En cuanto al testimonio, cabe observar que la sociedad actual es más “icónica”, en el sentido de necesitar y exigir signos y testigos creíbles del evangelio (cfr. EN 76; RMi 91). Los principios evangélicos necesitan concretarse en convicciones válidas y permanentes sobre la verdad, la libertad y el bien, así como sobre la ética personal, familiar y social. “Los cristianos, que viven y trabajan en esta dimensión internacional, deben recordar siempre su deber de dar testimonio del Evangelio” (RMi 37), porque “el hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros” (RMi 42; cita de EN 41).8

Se necesita en la sociedad actual una proclamación explícita de la Palabra evangélica como mensaje de la salvación. La novedad del mensaje evangélico se centra en Cristo muerto y resucitado, que es la Palabra viva y personal de Dios, celebrada en los sacramentos y en toda la acción litúrgica, como fuente y cima de la evangelización. La misión se centra en la Eucaristía, que es fuente y cima de la vida de la Iglesia. Entonces se encuentra la armonía entre anuncio, catequesis, sacramentos, testimonio, promoción, desarrollo integral, derechos humanos. El evangelio es novedad permanente de gracia.

En esta armonía de la evangelización (que es siempre y simultáneamente profética, litúrgica y diaconal), los areópagos tradicionales (predicación, catequesis, retiros, cartas pastorales, etc.) se afianzan y adquieren una novedad permanente. La catequesis 7 Sobre la llamada actual a la santidad, ver las diversas exhortaciones apostólicas postsinodales sobre cada Continente: EEu n.14, EAm nn.30-31; EAf n.136; EO n. 30. Citamos estas exhortaciones (de gran valor misionero universal) indicando su sigla: Ecclesia in Africa EAf (1995); Ecclesia in America EAm (1999); Ecclesia in Asia EAs (1999); Ecclesia in Oceania EO (2001); Ecclesia in Europa EEu (2003).

8 Cfr. EEu nn.3, 20), EAf nn.77, 106 (testimonio).

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diferenciada (según edad y formación) y también intergeneracional, apunta a fortificar la familia y ofrece una dimensión eclesial y misionera. Catequesis, liturgia y construcción de la comunidad eclesial se relacionan indisolublemente.

La Palabra es “viva y eficaz” (Heb 4,12; cfr. 1Pe 1,23; Is 49,2), para crear un corazón que se abre a ella con generosidad. “La Palabra de Dios no está encadenada” (2Tim 2,9), es “fuerza y sabiduría de Dios” (1Cor 1,24). Al ser anunciada, celebrada y vivida, la Palabra llama, convierte, transforma y crea nuevos enviados. Los sistemas políticos irrespetuosos de la dignidad humana no podrán nunca encadenar la Palabra de Dios.

Uno de los areópagos más urgentes es el de proponer, testimoniar y comunicar la fe, anunciando el evangelio que da sentido a la existencia humana. Hay que proponer claramente el corazón de la fe para llegar al corazón del hombre de hoy. El mensaje paulino expresa las vivencias de fe del mismo apóstol.

2º) El nuevo areópago de la “globalización”:

Aunque en cada pueblo y en cada cultura y situación sociológica los retos son peculiares, no obstante, hoy surge una situación global (“globalización”), que algunos llaman “holística”, muy parecida en todas partes, debido al sistema de educación estereotipada (a veces, sin valores permanentes) y también al influjo (positivo y negativo) de los cada vez más nuevos medios de comunicación. Es un influjo que intenta ser inmediato, universal y prevalentemente de impresiones o sensaciones. El resultado es un tono de pluralismo indiferenciado y de relativismo cultural, que se inserta en la raíz de todos los retos o nuevos areópagos actuales.

La “globalización”, con sus aspectos positivos y negativos, tiene diversos niveles: globalización sociológica, constituida por migraciones, medios de comunicación e informática; globalización cultural, a modo de encuentro entre culturas antiguas y con la cultura emergente de una sociedad postmoderna; globalización económica, de liberalización monetaria (bolsa financiera) que debería ser un camino de solidaridad universal, pero que corre el riesgo de convertirse en una nueva esclavitud a escala mundial.

La globalización tiene aspectos negativos, que llegan, a veces, a la mundalización de la apostasía o del agnosticismo moderno y postmoderno e incluso de un “laicismo” que destruye la misma laicidad legítima. Pero conviene no olvidar los aspectos positivos de apertura potencial de los pueblos a los valores evangélicos. La globalización actual, después de la celebración del año paulino, puede convertirse también en el encuentro cotidiano de los cristianos con las “semillas del Verbo”.

3º) El nuevo areópago de las comunicaciones sociales:

Los temas cristianos necesitan ser captados y asimilados, sin rebajar las exigencias evangélicas. El arte del lenguaje es imprescindible. Se necesita el uso adecuado y pedagógico de los medios de comunicación social. Hay que tener algo que ofrecer y saber cómo ofrecerlo. Juan Pablo II decía: “El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola - como suele decirse - en una aldea global. Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de

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orientación y de inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales. Las nuevas generaciones crecen en un mundo condicionado por esos medios” (RMi 37).9

Los medios de comunicación social, cuando están bien utilizados, son una posibilidad extraordinaria para la evangelización. Somos invitados a seguir la línea del Vaticano II: “La Iglesia católica... considera parte de su misión servirse de los instrumentos de comunicación social para predicar a los hombres el mensaje de salvación y enseñarles el recto uso de estos medios” (Inter Mirifica 3).10

4º) Las diversas facetas del nuevo areópago de las migraciones:

La migración actual masiva o multitudinaria, es originada por diversas causas: guerras (con la secuela de los refugiados), trabajo, estudio, negocios, turismo, navegación (por comercio, pesca, etc)... “Entre los grandes cambios del mundo contemporáneo, las migraciones han producido un fenómeno nuevo: los no cristianos llegan en gran número a los países de antigua cristiandad, creando nuevas ocasiones de comunicación e intercambio culturales, lo cual exige a la Iglesia la acogida, el diálogo, la ayuda y, en una palabra, la fraternidad” (RMi 37). Todos estos tipos de migración pueden incluir un desplazamiento masivo de los creyentes fuera de sus comunidades eclesiales, que, al mismo tiempo origina un encuentro pluralístico y polifacético, permanente y universal entre culturas y religiones, que tiende a construir una humanidad pluralística en todos los sentidos (racial o étnica, cultural y religiosa).

Es un fenómeno polifacético, porque puede ser migración selecionada o escogida, clandestina, de refugiados políticos y económicos, desplazados por guerras o carencias sociológicas, etc. A veces es migración con accidentes dramáticos o traumáticos, especialmente en el mar. Pero es siempre una nueva posibilidad de evangelizar y una urgencia inaplazable, también por el modo cómo hay que ejercitar la caridad cristiana sin discriminaciones.11

El fenómeno actual de esta migración tan compleja y variada, ha hecho posible un encuentro pluralístico, permanente y universal entre culturas y religiones. Esta movilidad e itinerancia humana tiende a la construcción de una humanidad pluralística o polifacética en cuanto a razas, culturas y religiones. Ello constituye un nuevo “areópago”

9 Ver el mensaje que Benedicto XVI ha escrito para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales del año 2009, 24 mayo, sobre el tema: Nuevas tecnologías, nuevas relaciones. Promover una cultura de respeto, de diálogo y amistad.

10 Cfr. IM (todo el documento); AG 26; EN 45; RMi 37; CEC 2493-2499; CIC 822-832; EEu n.63, EAm n.72, EAs n.48, EAf nn.52, 71, 124-125, EO n.21.

11 Ver otros documentos: GS 6, 27, 66, 84, 87; AG 20; AA 10; ChD 16, 18. Carta Ap. Stella Maris (21.1.97). También: Carta conjunta a las Superioras y Superiores Generales de los Institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica sobre los emigrantes (Ciudad del Vaticano, 13 de mayo de 2005); (Pont. Consejo Pastoral Emigrantes e Itinerantes) Orientaciones para una pastoral de los gitanos (8 diciembre 2005).

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que cuestiona profundamente al cristianismo, puesto que se le pide presentar lo específico del mensaje cristiano y concretamente de su experiencia de Dios.

5º) El nuevo areópago de la cultura universal dominante (“postmoderna”):

La cultura dominante (llamada a veces “postmoderna”), privilegia a escala mundial el bienestar, la eficacia, lo útil, la experiencia, las impresiones fuertes, donde frecuentemente ya no hay lugar para los valores éticos y permanentes. En este sentido nace “una nueva época de la historia humana... una nueva forma más universal de cultura” (GS 54), que tiende al “secularismo”, al indiferentismo, al agnosticismo y al relativismo, pero que, al mismo tiempo manifiesta “una angustiosa búsqueda de sentido” (RMi 38) y de la experiencia de Dios. El “laicismo”, como tergiversación de la verdadera “laicidad”, adopta una actitud negativa y agresiva respecto a todo lo religioso. A veces, llega al ateismo práctico o ideológico. Los defectos de algunos creyentes, que “han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión” (GS 19).

En un mundo “secularizado”, se necesita presentar mejor los valores humanos, a la luz del evangelio. Pero la cultura emergente presta atención casi excluyente al adelanto tecnológico prescindiendo de su valor ético.

Se tiende a construir una ciencia nueva sobre el hombre; el verdadero humanismo armoniza razón y fe. “Según la fe cristiana y la doctrina de la Iglesia, solamente la libertad que se somete a la verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la verdad y en realizar la verdad” (VS 84). En un mundo secularizado el hombre es todavía y lo será siempre “capaz de Dios” (CEC 27), inmerso en la búsqueda y sed de Dios, aunque el concepto sobre Dios le queda difuminado.

El areópago de la tecnología reclama una atención especial a los valores de la creación. Los bautizados ya han entrado en esta “nueva creación” (2Cor 5,17). Ellos podría cuidar mejor de la creación que se está deteriorando, sin explotarla; entonces la productividad sería mejor y más auténtica.

La tecnología necesita ser encuadrada en la evangelización, para logar un proceso de paz y de desarrollo, que sea verdadera liberación de las personas y de los pueblos, con el respeto debido a las minorías.12

6º) El nuevo fenomeno de la proliferación de sectas de tono existencial:

Las sectas, aunque son un fenómeno de todas las religiones y de todas las épocas, tienden hoy a una fuerte experiencia subjetivista, con repercusiones de masa, de resultados inmediatos y de línea fuertemente sincretista y relativista, con gran ímpetu proselitista. Es necesario afrontar este reto instando en la catequesis, la vivencia del Misterio de Cristo (oración litúrgica, comunitaria y personal) y la acogida solidaria en la comunidad cristiana con fuertes derivaciones hacia los diversos campos de caridad. Los vacíos religiosos de nuestra sociedad son propicios para el éxito de las nuevas sectas y nuevos movimientos religioso (cfr. RMi 38).

12 El nuevo areópago de la postmodernidad está relacionado con el tema del diálogo intercultural (ver más abajo).

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Ningún creyente y ningún grupo religioso tiene que quedar aislado, a merced de estos embates sectarios, que hoy tienden a imponerse como una nueva escalvitud de tipo “pseudo carismático” y “pseudo pentecostal”.

Cabe incluir o relacionar con el fenómeno de las sectas de fuerte tono vivencial, el fanatismo religioso, bastante generalizado en casi todas las religiones actuales, cuando la razón queda obnubilada por una actitud pseudoreligiosa. Al mismo tiempo, se da un fuerte relativismo y secularismo cuando la razón mal interpretada soslaya la religión. Entonces el campo queda abierto a las supersticiones. La ruptura entre religión (fe) y razón puede tener consecuencias fatales para la vida social y también para la vida cristiana y la evangelización.13

7º) El nuevo areópago del diálogo interreligioso:

El diálogo interreligioso, entre el cristianismo y las otras religiones, necesita llegar al conocimiento mutuo y respetuoso, así como al intercambio sincero, leal y objetivo sobre las experiencias auténticas de encuentro con Dios (que es el objetivo de la “contemplación”). En toda actitud religiosa auténtica han una huella de humildad o realismo y, al mismo tiempo, de confianza en la bondad de Dios. El Señor ha puesto en culturas y religiones una “semilla” de actitud filial y una “preparación evangélica”, que sólo puede llegar a su plenitud en el “Padre nuestro” enseñado y vivido por Jesús.14

Las diversas religiones “reflejan no pocas veces un destello de aquella Verdad que ilumina a todo hombre” y “se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados” (NAe 2). En este contexto la Iglesia anuncia a Cristo, “en quien los hombres encuentran la plenitud de vida religiosa” (ibídem).

Esta relación interreligiosa es un “coloquio verdaderamente humano a la luz divina... para advertir en diálogo sincero y paciente las riquezas que Dios, generoso, ha distribuido a las gentes” (AG 11). Es actitud que manifiesta el “profundo respeto hacia todo lo que en el hombre ha obrado el Espíritu, que sopla donde quiere (cfr. Jn 3,8)” (RMi 56).15

8º) El nuevo areópago del diálogo intercultural:

El diálogo intercultural supone un encuentro de personas que se expresan de modo distinto, aunque no opuesto, sobre las realidades del ser humano, del cosmos y de la trascendencia. Todos los seres humanos y todos los pueblos están insertados en una misma familia humana y en una historia providencial, como hijos del mismo Padre, quien hace salir “su sol” indiscriminadamente (cfr. Mt 5,45). Todas las culturas han dejado entrever que “en lo más profundo del corazón del hombre está el deseo y la nostalgia de

13 La encíclica Fides et Ratio (1998) da pautas muy profundas y prácticas.

14 “Semillas del Verbo” y “preparación evangélica”, son expresiones patrísticas citadas por el concilio Vaticano II (cf. AG 3, 11 y LG 16-17).

15 Cfr. AG 3,9,11; LG 16; DH 2,10; NAE 1-5; ES 101; EN 53,77; RH 6,11-12; RMi 29,55-57; EAm nn.50-51, EAs n.31, EAf nn.65-67, EO n.25, EEu n.15.

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Dios” (Fides et Ratio 24). “El hombre busca un absoluto que sea capaz de dar respuesta y sentido a toda su búsqueda” (ibídem, 27).

Es necesario evangelizar la cultura “hasta sus mismas raíces”, porque “la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo” (EN 20). El diálogo es siempre y simultáneamente interpersonal, intercultural, interreligioso, social. Debe ser respetuoso de todos los destellos de verdad y de bien.

El diálogo entre culturas es una actitud evangelizadora permanente por parte de la Iglesia, la cual está en estado de inculturación continua. Al insertarse el evangelio en una cultura diferente, ésta es valorada, purificada y reorganizada. La Iglesia misionera, especialmente en la actualidad, está llamada a hacer este “paso” o “pascua” en la nueva cultura y en las culturas de todos los pueblos, sin mezcla, ni confusión, ni separación, siempre de camino hacia el Misterio de Cristo.

Se puede llegar al areópago del diálogo intercultural e interreligioso, solamente a través de una Iglesia en estado de inculturación consciente: quien escucha la Palabra guiado por el Espíritu Santo, queda tocado ontológicamente y movido por Cristo resucitado, enviado por el Padre, que ha comunicado a la Iglesia su misma misión universalista. “Todo ha sido creado por él y para él” (Col 1,16).

En estos fenómenos de relación interreligiosa e intercultural, San Pablo ha dejado una pista orientadora, citando en el areópago de Atenas una afirmación de la cultura griega: “Pues en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28). En toda religión y cultura, a pesar de las zonas obscuras (por el fanatismo pseudorreligioso o por el absolutismo de las ideologías), siempre quedan detalles imborrables de un amor eterno, que ya nada ni nadie podrá borrar jamás.

El diálogo interreligioso e intercultural sólo lo puede realizar adecuadamente un creyente o una comunidad, que hayan sido tocados por Cristo resucitado. Así la inculturación llega a la persona y a la comunidad “de manera vital y en profundidad” (EN 20). La persona humana, en todo su contexto cultural y primordial, queda tocada por Cristo muerto y resucitado.

Un pueblo al que se llega usando su cultura, está inquieto y abierto a algo más, para encontrar el verdadero sentido de la vida, que sólo puede darse en Cristo. Una fe viva en el Resucitado abre este proceso de transformación de la cultura en todas sus dimensiones.Es un pueblo entero y no sólo algún individuo, quien se inculturaliza: los valores culturales auténticos se transforman integrándolos en el cristianismo. En este sentido se puede hablar de enraizamiento del cristianismo en las culturas (cfr. EAf nn.55-70).

Ante la realidad de una nueva cultura naciente, los países de antigua cristiandad están llamados a aceptar con humildad que, al menos algunos de ellos, se han convertido en verdaderos países de misión “ad gentes”. Así sabrán captar mejor que la inculturación de las jóvenes Iglesias está iniciando dentro de un proceso normal de la inserción de la Revelación. Este proceso de inculturación invita y ayuda a establecer estructuras más sólidas para que duren más, también con sus expresiones artísticas.

Actualmente la inserción del evangelio en las culturas (inculturación) y más concretamente en la cultura emergente, es una prioridad inaplazable, que supone un

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proceso de aprecio, de purificación y de invitar a pasar a la plenitud en Cristo. Propiamente es la inculturación del amor de Cristo que murió por todos.16

Así lo resume el instrumento de trabajo para el 2º Sínodo de África: “El Evangelio se inserta en el tejido humano de la cultura... La Iglesia puede formar cristianos auténticos sólo asumiendo seriamente la inculturación del mensaje evangélico... El Apóstol (Pablo) ha sido un excepcional artífice de la inculturación del mensaje bíblico dentro de las nuevas coordenadas culturales... La Iglesia debe hacer penetrar la Palabra de Dios en la multiplicidad de las culturas y expresarla según sus idiomas, sus conceptos, sus símbolos y sus tradiciones religiosas”.17

9º) El nuevo areópago de la “esperanza” ante el desánimo y la falta de esperanza en las comunidades:

La esperanza cristiana es una respuesta alentadora al areópago del desánimo. Ante ciertos desánimos de la sociedad y también dentro de la misma Iglesia, es necesario presentar la esperanza cristiana como propuesta definitiva sobre el sentido de la vida. Es la esperanza que ahonda más sus raíces en las realidades humanas para transformarlas desde dentro, puesto que “la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales” (GS 21).

El tono de la acción evangelizodra ha de ser siempre de esperanza: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1).

En la vida de Pablo y en su doctrina encontramos esta orientación profunda de quienes, por estar enraizados en Cristo, viven “gozosos en la esperanza” (Rom 12,12). Es la afirmación tendría que plasmarse en testimonio concreto y vivencial: “Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo” (1Tim 4,10). San Pedro invitaba también así a los primeros cristianos: “Dad culto al Señor en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1Pe 3,15).

Afirma Benedicto XVI: “San Pablo había comprendido muy bien que sólo en Cristo la humanidad puede encontrar redención y esperanza. Por ello, sentía apremiante y urgente la misión de «anunciar la promesa de la vida en Cristo Jesús» (2Tim 1,1), «nuestra esperanza» (1Tim 1,1), para que todas las gentes pudieran compartir la misma herencia, siendo partícipes de la promesa por medio del Evangelio (cfr. Ef 3,6). Era consciente de que la humanidad, privada de Cristo, está «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2,12)”.18

16 Cfr. LG 13,17; GS 44; AG 3,10-11,22; EN 20,53,63; RH 12; SA (todo el documento); RMi 52-54; CA 24,50,51; PDV 55; CEC 1204-1206; VC 79-80; Eu n.58 (necesidad de inculturación), EAs nn. 21-22; EAf nn.55-70 (urgencia, necesidad, fundamentos teológicos, criterios y ámbitos, campos de aplicación), n.78 (inculturar la fe); EO n.16.

17 Instrumento de trabajo para el 2º Sínodo de África de 2009, n.73.

18 BENEDICTO XVI, Mensaje para la jornada mundial de las misiones, 2008 (publicado el 11 mayo de 2008). Ver también: Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la

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10º) El nuevo areópago de la juventud:

El areópago de la juventud actual debe afrontarse en esta línea de esperanza cristiana. “La crisis de esperanza afecta más fácilmente a las nuevas generaciones que, en contextos socio-culturales faltos de certezas, de valores y puntos de referencia sólidos, tienen que afrontar dificultades que parecen superiores a sus fuerzas”.19

La acción evangelizadora debe llegar especialmente al campo de la juventud y de la infancia, donde se fragua el futuro de la humanidad actual. Es un campo que se entrelaza con los nuevos areópagos de la cultura emergente y de los medios de comunicación social. “Los jóvenes en numerosos países representan ya más de la mitad de la población” (RMi 37).

La crisis en la juventud de cada época origina ordinariamente un alejamiento inicial de la religión, para descubrir posteriormente, de un modo más personal, la religión como encuentro comprometido con Cristo, a quien se acoge como a amigo personal e insustituible, el único que da sentido a la vida a la historia humana. De ahí la importancia de una educación catequística adecuada y vivencial.

Ante los nuevos cambios culturales y sociales, la sensibilidad reformista y universalista del joven puede orientarse hacia el redescubrimiento de los valores auténticos del evangelio, todavía no puestos en práctica suficientemente. El concilio Vaticano II invita a los jóvenes a reaccionar según el ideal reformador del evangelio: “Edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores. La Iglesia os mira con confianza y amor” (Pablo VI, Mensaje a los jóvenes, en la clausura del Vaticano II).

La juventud es “causa de esperanza” (Santo Tomás I-II, q.40, a.6) por su capacidad de afrontar y construir la vida porque siempre se puede hacer lo mejor. Los jóvenes son portadores de esperanza. San Juan alienta a los jóvenes a aprovechar sus cualidades para responder a la vocación cristiana: “Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, habéis vencido al maligno” (1Jn 2,14). Por esto, hay que presentarles a “Cristo, el héroe verdadero, humilde y sabio, el Profeta de la verdad y del amor, el compañero y amigo de los jóvenes” (Pablo VI, Mensaje a los jóvenes, en la clasura del Concilio Vaticano II).

Al presentar a los jóvenes las situaciones actuales, conviene plantearles esta pregunta clave: “¿Cómo hacer llegar el mensaje de Cristo a los jóvenes no cristianos, que son el futuro de Continentes enteros?” (RMi 37). Si responden generosamente a la llamada, “tendrán ante sí una vida atrayente y experimentarán la verdadera satisfacción de anunciar

XXIV Jornada Mundial de la Juventud 2009; este último mensaje termina con una oración mariana en la que, después de citar a San Bernardo, dice: “María, Estrella del mar, guía a los jóvenes de todo el mundo al encuentro con tu divino Hijo Jesús, y sé tú la celeste guardiana de su fidelidad al Evangelio y de su esperanza”.

19 Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXIV Jornada Mundial de la Juventud 2009 (publicado el 21 de febrero de 2009).

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la «buena nueva» a los hermanos y hermanas, a quienes guiarán por el camino de la salvación” (RMi 80).20

11º) El nuevo reto y areópago de hacer misioneras a todas las Iglesia particulares y comunidades:

Un gran reto, de carácter intraeclesial es el fortalecimiento de “las Iglesias particulares”, que tienen que llegar a ser “suficientemente fundadas y dotadas de energías propias y de madurez” (AG 6), para afrontar ellas mismas, con sus propios medios más adecuados, las situaciones y retos con herramientas propias y más eficaces.

La falta de personal apostólico en una Iglesia particular cuestiona y compromete a toda la Iglesia universal y a cada comunidad eclesial. No es adecuada la actual distribución de apóstoles y de recursos económicos, que origina una dependencia excesiva del exterior. Mientras hay que prestar especial atención a las grandes urbes, al mismo tiempo no puede olvidarse la importancia de la acción misionera en las zonas rurales más marginadas.

Las Iglesias particulares o locales necesitan potenciarse para afrontar las propias situaciones culturales y sociológicas, sin perder la perspectiva de la comunión universal. Mientras se tiende a utilizar los elementos culturales propios, hay que guardar la unidad y la universalidad, porque “solamente una Iglesia que mantenga la conciencia de su universalidad y demuestre que es de hecho universal, puede tener un mensaje capaz de ser entendido, por encima de los límites regionales, en el mundo entero” (EN 63).

“La «Iglesia de Dios» no es sólo la suma de distintas Iglesias locales, sino que las diversas Iglesias locales son a su vez realización de la única Iglesia de Dios. Todas juntas son la «Iglesia de Dios», que precede a las distintas Iglesias locales, y que se expresa, se realiza en ellas”.21

La Iglesia particular es sujeto y no sólo objeto de la misión. Por esto, está llamada a reconocerse como familia y comunidad misionera, que parte también de un “camino de Damasco”, como encuentro con Cristo resucitado. La Iglesia se pone al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz, cuando se edifica como familia de Dios local y universal. Los apóstoles son siempre enviados por la comunidad eclesial o en su nombre; ésta garantiza la autenticidad de la misión recibida del Señor.

La “aldea global” (”village global”) interpela a la “catolicidad” y a la Colegialidad Episcopal. Hay que hacer misionera a toda la Iglesia y a todas las Iglesias particulares; no basta con instituciones concretas o particulares, aunque éstas son siempre necesarias. Los creyentes en Cristo están llamados a vivir el “sentido de Iglesia”, como Cuerpo de Cristo, que se construye en comunión. No se pueden separar los dos polos: Cristo y su Iglesia. “Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia,

20 Cfr. AA 12; GS 7, 52, 75, 88; GE 1-6; ChD 14, 30; OP 6; IM 10-12; EN 72; RMi 37, 80; CEC 1632, 2688. Documento de Puebla 1166-1205; documento de Santo Domingo 111-120. EEu n.61; EAm n.47: esperanza de la Iglesia; EAs n.47, EAf n.93, EO, n.44.

21 BENEDICTO XVI, Catequesis (paulina) durante la audiencia del miércoles 15 de octubre de 2008.

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como Cristo… Para todo misionero y toda comunidad « la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia” (RMi 89).

La misión “a todas las gentes” es connatural a la Iglesia particular: “Todo el misterio de la Iglesia está contenido en cada Iglesia particular, con tal de que ésta no se aísle, sino que permanezca en comunión con la Iglesia universal y, a su vez, se haga misionera” (RMi 48). Así se llega a una consecuencia lógica: “Como la Iglesia particular debe representar lo mejor que pueda a la Iglesia universal, conozca muy bien que ha sido enviada también a aquellos que no creen en Cristo y que viven en el mismo territorio, para servirles de orientación hacia Cristo con el testimonio de la vida de cada uno de los fieles y de toda la comunidad” (AG 20).22

12º) El nuevo areópago de las vocaciones en su dimensión misionera:

El areópago intraeclesial tal vez más urgente y desafiante es el de la vocación cristiana y de las vocaciones específicas (laical, religiosa, sacerdotal) en su dimensión misionera. La respuesta a la vocación es “una respuesta positiva que presupone siempre la aceptación y la participación en el proyecto que Dios tiene sobre cada uno; una respuesta que acoja la iniciativa amorosa del Señor y llegue a ser para todo el que es llamado una exigencia moral vinculante, una ofrenda agradecida a Dios y una total cooperación en el plan que Él persigue en la historia”.23

La vocación laical es inserción y participación de los laicos especialmente en las estructuras sociales, con su propia responsabilidad y en comunión de Iglesia. Ellos son ciudadanos insertados en la realidad y en las estructuras concretas, ejerciendo sus deberes profesionales y religiosos sin divorcio, ya en el presente mundo (cfr. GS 43). A ellos toca en particular el difícil y muy noble arte de la política (cfr. GS 75 y ChL 42). Están llamados a compartir la responsabilidad de la misión universal en comunión con la Iglesia particular y siguiendo las indicaciones y oportunidades de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

El testimonio de santidad es de inserción responsable y comunional (eclesial) en las estructuras humanas. La inserción misionera del laicado en las estructuras humanas dependerá e su capacidad de ser fermento evangélico y de vivir la comunión eclesial.24

Por parte de la vida consagrada, el testimonio de santidad es de radicalismo evangélico. La Iglesia necesita siempre la santidad, la profecía, la actividad evangelizadora y de servicio de las personas consagradas, para ser “visibilidad los rasgos caracterçisticos de Jesús –virgen, pobre y obediente- en medio del mundo” (VC 1). “Verdaderamente la vida

22 Cfr. LG 23; ChD 11; AG 19-20; EN 62-64; RMi 48-49, 64, 89; OE 2-6; CEC 832-835, 1560; CIC 368-374. Ver también: Pastores Gregis n.65 (toda Iglesia particular debe abrirse responsablemente a la Iglesia universal).

23 BENEDICTO XVI, Mensaje para la jornada sobre las vocaciones, 3 mayo 2009.

24 Cfr. LG 30-38; AA; GS 38, 43; AG 2, 6, 13, 21, 41; EN 70-75; CFL 7-8, 64; RMi 71-74; CEC 897-913; CIC 224-231; Santo Domingo 94-103; EEu n.41; EAm n.44, EAs n.45, EAf n.90, EO n.43.

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consagrada es memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado” (VC 22).25

Por parte de los sacerdotes ministros, el testimonio de santidad es de ser signo claro del Buen Pastor. Por el sacramento del Orden, se configuran a Cristo Cabeza y Pastor, para prolongar su misma misión y su mismo estilo de vida evangélica. “El don espiritual que recibieron los presbíteros en la ordenación no los dispone sólo para una misión limitada y restringida, sino para una misión amplísima y universal de salvación «hasta los extremos de la tierra» (Hech 1,8), porque cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles” (PO 10).26

En las exhortaciones postsinodales y demás documentos postconciliares, al hablar de cada vocación o estado de vida, se describe la situación mundial, presentando los retos, de signo negativo o también positivo. En estos signos (positivos y negativos) se inserta cada vocación cristiana con su peculiar característica.27

En el conjunto de vocaciones cristianas destaca hoy la colaboración peculiar de la mujer (dignidad, colaboración responsable y misionera). “En las enseñanzas de Jesús, así como en su modo de comportarse, no se encuentra nada que refleje la habitual discriminación de la mujer, propia del tiempo... Este modo de hablar sobre las mujeres y a las mujeres, y el modo de tratarlas, constituye una clara «novedad» respecto a las costumbres dominantes entonces” (Mulieris Dignitatem 13). “En María, Eva vuelve a descubrir cuál es la verdadera dignidad de la mujer, de su humanidad femenina” (ibídem 11).28

La Palabra encuentra una acogida y sensibilidad especial en la mujer, que puede llegar a ser, como la Magdalena, “apóstol de los apóstoles” (MD 16, citando a Santo Tomás de Aquino). Es significativo que Pablo compare su acción ministerial a la maternidad (Gal 4,19), de la que es modelo María (cfr. Gal 4,4) y que Jesús haya invitado a superar las

25 Otros documentos: PC (todo el documento); LG 43-47; AG 18, 40; EN 69; RMi 69-70; VC 72-74, 77-78; CEC 914-933; CIC 573-730; ET; RD; EEu n.37; EAm n.43, EAf n.94, EAs n.44, EO nn.51-52.

26 Cfr. PO; PDV; Directorio para el ministerio y la vida de los sacerdotes; CEC 611, 1120, 1548-1568. Cfr. EEu n.34; cfr. EAm n.39, EAf nn.97-98; EAs n.43; EO n.49.

27 Sobre el laicado: Christifideles Laici (1988) nn.3-6. Sobre la formación sacerdotal: Pastores dabo vobis (1992) nn. 5-10. Sobre la vida consagrada: Vita consecrata (1996) nn.63 y 84 (profetismo), n.85 (mundo contemporáneo), nn.87ss (los grandes retos de la vida consagrada); ver también: Caminar desde Cristo (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, 2002) nn.45-46 (retos actuales). También la exhortación postsinodal Pastores Gregis (2003), sobre el obispo servidor del evangelio, presenta retos semejantes al final del documento (cap.VII), invitando a una acción evangelizadora llena de esperanza: justicia y paz, diálogo interreligioso, vida social y económica actual, respeto del ambiente, el campo de la salud, los emigrantes... (nn.66-72).

28 El Papa Juan Pablo II, en Mulieris dignitatem (1988) y en la carta a las mujeres (29 de junio de 1995), da gracias por la mujer como madre, esposa, hija, hermana, trabajadora, consagrada.

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dificultades no tanto con la agresividad del varón cuanto con la generosidad de la mujer-madre (cfr. Jn 16,20-22). “El apóstol hombre siente la necesidad de recurrir a lo que es por esencia femenino, para expresar la verdad sobre su propio servicio apostólico” (MD 22).29

13º) El nuevo areópago de los nuevos pobres y nuevos tipos de pobreza:

El desarrollo humano integral tiende a liberar a los pobres de la opresión y de la marginación, por un proceso constructivo y reconciliador de la justicia y de la paz. La misión cristiana es siempre misión hacia los pobres y hacia los ricos indiscriminadamente. Se trata de liberar a los pobres de su miseria y opresión, para recuperar la dignidad humana, mientras se ayuda a los hermanos mejor situados (bienestantes) a compartir los bienes con los demás, siguiendo el ejemplo de los primeros cristianos (cfr. Hech 4,32).

La colaboración en el desarrollo y progreso humano para liberar a los pobres, no debe ser una mera filantropía ni una mera variante de la acción social. “El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones: desde la comunidad local a la Iglesia particular, hasta abarcar a la Iglesia universal en su totalidad” (DCe 20).

En la caridad cristiana transparentan las bienaventuranzas. Los cristianos somos la Iglesia de las bienaventuranzas. La caridad evangélica se practica especialmente con los más pobres. La “opción preferencial por los pobres” (NMi 49) es una dimensión necesaria del ser cristiano y del servicio al Evangelio.

Jesús vivió la misión de “evangelizar a los pobres” (Lc 4,18). Es la nota característica de los tiempos mesiánicos, según la profecía de Isaías: “Los pobres son evangelizados” (Mt 11,5; Is 61,1). Jesús “siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2Cor 8,9). “A todas las víctimas del rechazo y del desprecio Jesús les dice: «Bienaventurados los pobres » (Lc 6, 20). Además, hace vivir ya a estos marginados una experiencia de liberación, estando con ellos y yendo a comer con ellos (cfr. Lc 5, 30; 15, 2), tratándoles como a iguales y amigos (cfr. Lc 7, 34), haciéndolos sentirse amados por Dios y manifestando así su inmensa ternura hacia los necesitados y los pecadores (cfr. Lc 15, 1-32)” (RMi 14).

La encíclica misionera de Juan Pablo II insiste en este aspecto: “El testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños, con los que sufren” (RMi 42). Por esto, “la actividad misionera lleva a los pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo, mientras que la nueva evangelización debe crear en los ricos, entre otras cosas, la conciencia de que ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el « desarrollo integral », abierto al Absoluto” (RMi 59).

Esta atención a los pobres y especialmente a los más pobres, es decir a los que no tiene la fe, indica que la caridad no tiene fronteras. Por esto, “la Iglesia en todo el mundo quiere ser la Iglesia de los pobres... quiere extraer toda la verdad contenida en las bienaventuranzas de Cristo y sobre todo en esta primera: «Bienaventurados los pobres de 29 Otros documentos: GS 8-9, 29, 49, 52, 60; 67; AA 9: MD (todo el documento); FC 6, 22-25; CFL 49; RMa 24-25, 37; VC 57; EAf 121; CEC 369-373, 1577, 2331-2336.

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espíritu...». Quiere enseñar esta verdad y quiere ponerla en práctica, igual que Jesús vino a hacer y enseñar”.30

14º) El nuevo areópago de atención pastoral a los enfermos y a las nuevas enfermedades:

La pastoral de los enfermos tiene en cuenta que en estos momentos de dolor, donde queda implicada toda la familia, se suscita la pregunta sobre el sentido de la vida. Por esto, el cuidado de los enfermos ha de ser una de las prioridades en la Iglesia y en la sociedad humana. La pastoral de la salud abarca muchas facetas, sin olvidar ofrecer a los paciente una ayuda espiritual especial, que supone cercanía fraterna y escuha.

Jesús resucitado sigue presente en el mundo para salvar al ser humano en toda su integridad y unidad de cuerpo y alma (cfr. GS 14). Su acción salvífica se actualiza en cada período histórico: “Pasó haciendo el bien” (Hech 10,38) y “cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8,17).

Frecuentemente la enfermedad expresa o también produce la división interna del corazón humano, que necesita ser sanado desde la raíz (cfr. GS 13). A la luz de la fe, el creyente descubre que Jesús se describe a sí mismo en la parábola del buen samaritano (cfr. Lc 10,33-34). La sanación forma parte de la misión confiada por Jesús a sus apóstoles: “sanad a los enfermos” (Mt 10,8; cfr. Mc 16,18). El sacramento de la unción es un signo portador de gracia para la salud integral del enfermo.

La realidad de las enfermedades y de la muerte, a la luz de la fe, se convierte en mayor aprecio de la salud y de la vida terrena, para transformarla según el espíritu de las bienaventuranzas y del mandato del amor. Entonces la vida y la salud recuperan su pleno sentido: el de servir amando a Dios y a los hermanos. Las realidades humanas de salud y enfermedad, pasan a ser, por medio de los sacramentos, prolongación de la misma vida de Cristo en su caminar hacia la Pascua.

Hoy como en toda época histórica, “Jesús se identifica con los pobres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados. « Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis » (Mt 25, 40). Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios” (DCe 15). Por esto, “la Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario. Pero, al mismo tiempo, la caritas-agapé supera los confines de la Iglesia; la parábola del buen Samaritano sigue siendo el criterio de comportamiento y muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado « casualmente » (cf. Lc 10, 31), quienquiera que sea” (DCe 25).31

30 Discurso de Juan Pablo II a los habitantes de la « Favela Vidigal » en Río de Janeiro, 2 de julio de1980, 4: AAS 72 (1980) 854. cfr. EEu n.85; cfr. EEu 86; EAm nn.52-55, 58: caridad, solidaridad; EAf nn.138-139: solidaridad; EAs n.34.

31 Ver la encíclica Deus Caritas est, especialmente la segunda parte. También: EEu n.88; cfr. EAm nn.18, 30, 63; EAf nn.68, 116; EAs nn.35-36; EO n.34. Hay que tener en cuenta la realidad de nuevas enfermedades, especialmente el azote del SIDA, buscando solucione auténticas para su erradicación y para su curación, independientemente de los intereses económicos egoístas. Sobre la pastoral de la salud: CEC 1502-1510, 2288-91.

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15º) El nuevo areópago de la familia:

La familia es el areópago tal vez más en más alto riesgo. La familia está llamada a ser la primera comunidad misionera, de la que depende el futuro del mundo y de la Iglesia, como célula fundamental de la sociedad.

En una perspectiva sociológica auténtica, la familia es “escuela de humanidad más completa y más rica” (GS 52). La familia es “la célula primera y vital de la sociedad” (AA 11). Es un dato constatable que “el futuro del mundo y de la Iglesia se fragua en la familia” Familiarisi consortio 75).

Para encuadrar a la familia en su dimensión misionera, “los padres han de ser para con sus hijos los primeros predicadores de la fe, tanto con su palabra como con su ejemplo, y han de fomentar la vocación propia de cada uno, y con especial cuidado la vocación sagrada” (LG 11). Por esta realidad eclesial, “la familia está llamada a anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la vida” (Evangelium vitae 92). La familia “tiene la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor” (FC 17).

Su acción evangelizadora es, pues, intrafamiliar, intraeclesial, interfamiliar y hacia toda la sociedad. La familia es un campo preferencial, tanto para evangelizarla como para hacerla evangelizadora, defensora de sus derechos inalienables, tanto en sí misma como en el campo de la educación donde ella colabora con su propia e inalienable responsabilidad. En este campo educacional, la familia cristiana está llamada a ser testimonio creíble del Evangelio de la esperanza. “También la familia humana, hoy más unida por el fenómeno de la globalización, necesita además un fundamento de valores compartidos, una economía que responda realmente a las exigencias de un bien común de dimensiones planetarias”.32

16º) El nuevo areópago de la formación humana, cristiana, misionera:

El areópago de la educación en las escuelas y universidades se enmarca en el contexto de la formación y desarrollo humano integral. Así se llega a la juventud, a las comunicaciones sociales, a todo el ambiente cultural y social.

Las exigencias de la evangelización actual requieren una formación adecuada. Esta formación capacita a los apóstoles de hoy para confrontarse críticamente con la cultura emergente. La formación catequética es imprescindible en este proceso de formación de personas y comunidades, ofreciendo un acompañamiento espiritual permanente, en un itinerario “mistagógico” que presente los contenidos de la fe para celebrarlos, vivirlos y anunciarlos.33

32 BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, “familia humana, comunidad de paz” (1 enero 2008) 10. Cfr. GS 47-52; AA 11; EN 71; RMi 80; FC (todo el documento); CEC 1655-1657, 2196-2233, 2685; EEu n.101; cfr. EAm n.46, EAs n.46. EAf nn.80-85, 92, EO n.45.

33 Cfr. EEu n.50-51; EAm n.69-70: catequesis y evangelización de la cultura; EAf n.91: catequistas; EO n.22.

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La teología de la misión, la misionología, necesita una clarificación y divulgación mejor. La misión es cuestión de fe y necesita absolutamente un clima de oración. “Sin la misión ad gentes esta dimensión misionera de la Iglesia quedaría privada de su significado fundamental” (RMi 34). Hay que evangelizar los estudios de teología (la misma formación teológica): cuando la Escritura es alma de toda la teología y de toda la pastoral, a la luz del Misterio de Cristo, entonces el Señor resucitado se muestra misionero del Padre (cfr. EN 7) que confía y continúa su misión en la Iglesia. Por esto, la “missio Dei” es al mismo tiempo “missio Ecclesiae”.34

El misterio de salvación según los planes de Dios tiene perspectiva “holística”: se evangeliza teniendo en cuenta la integridad de la creación, así como la situación concreta histórica, a la luz de la revelación de Jesucristo presente y activo en su Iglesia. Entonces se hace patente que la misión (como la fe) no es una ideología.

A partir de una buena teología sobre la misión, la Iglesia afronta la historia (y el sentido de la historia) como un areópago por evangelizar. En el paradigma y areópago de la historia de la Iglesia y de la sociedad, se discierne lo propiamente auténtico y la estrecha relación entre todos los pueblos. El centro del horizonte histórico es siempre Jesús, testimoniando por las grandes figuras misioneras.

La evangelización es plenamente humana (integral) cuando se realiza según el plan de Dios para toda la humanidad. Hoy se necesita afrontar diversas estrategias, potenciando a los agentes de pastoral (también en su formación inicial y permanente). Toda la Iglesia es misionera.35

17º) El aareópago de la “Nueva Evangelización”:

El areópago de la nueva evangelización supone un cambio de métodos y expresiones, aunque no de contenidos evangélicos; pero es sobre todo una llamada a un nuevo fervor por parte de los apóstoles. La Nueva Evangelización es una llamada eclesial “ad intra” para una auténtica renovación.

La “nueva evangelización” se orienta a “una situación intermedia, especialmente en los países de antigua cristiandad, pero a veces también en las Iglesias más jóvenes, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio” (RMi 33).

La “nueva evangelización” es un punto de referencia, a modo de necesidad urgente, en la que hay que comprometerse, sin confundirla con el proselitismo. Debe incluir el 34 Se nota en la formación de los futuros apóstoles una carencia del enfoque teológico a la luz del misterio de Cristo: “En la revisión de los estudios eclesiásticos hay que atender, sobre todo, a coordinar adecuadamente las disciplinas filosóficas y teológicas, y que juntas tiendan a descubrir más y más en las mentes de los alumnos el misterio de Cristo, que afecta a toda la historia del género humano, influye constantemente en la Iglesia y actúa, sobre todo, mediante el ministerio sacerdotal” (OT 14).

35 Cfr. AG 24-25; OT 4, 19-21; RMi 83.

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testimonio y un diálogo interreligioso profundo e inteligente, así como aprovechar el valor evangelizador de los bienes culturales.36

La atención a las pequeñas comunidades cristianas es imprescindible en este momento de globalización. Es una atención particular que afecta a parroquias, asociaciones, grupos bíblicos y de oración, peregrinaciones, movimientos apostólicos, nuevas comunidades, para encontrar nuevos caminos en vistas a afrontar la evangelización actual.

La evangelización en zonas urbanas necesita una acción pastoral más insertada y coordinada, por medio de una presencia (“itinerancia”) apostólica, que se concreta en disponibilidad, adaptabilidad, gratuidad en los servicios.

18º) El nuevo areópago de la Iglesia perseguida y martirial:

Las situaciones actuales de persecución y martirio recuerdan la época martirial de la Iglesia primitiva: “Por muchas persecuciones, hemos de entrar en el Reino de Dios” (Hech 14,22). Podríamos decir que se actualiza la situación permanente de la vida apostólica de San Pablo: “Somos perseguidos” (2Cor 12,11). Entonces aparece que “la sangre de los mártires es semilla de Cristianos” (Tertuliano). No se trata de complejo de persecución, sino de afrontar con espíritu de fe, con esperanza inquebrantable y con verdadero amor de donación y de perdón, que asegure la reconciliación en la verdad y la caridad.

Esta situación y actitud martirial forma parte de la Kenosis de Cristo, que es siempre misterio de cruz (cfr. Fil 2,6ss). La encíclica Redemptoris Missio, después de citar el texto de filipenses, añade: “Se describe aquí el misterio de la Encarnación y de la Redención, como despojamiento total de sí, que lleva a Cristo a vivir plenamente la condición humana y a obedecer hasta el final el designio del Padre. Se trata de un anonadamiento que, no obstante, está impregnado de amor y expresa el amor. La misión recorre este mismo camino y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz” (RMi 88).

El encuentro con las culturas y religiones, por parte del cristianismo, tiene que ser siempre con actitud “kenótica” de humildad y de cruz, en la perspectiva del mando del amor (“en esto conocerán que sois mis discípulos”: Jn 13,35). El misterio de Cristo es así, para transformar el sufrimiento y la humillación en renovación interior de los misioneros, disponibles para la persecución, la cruz, el sufrimiento (la misión no es turismo), y, de este modo, reflejar la actitud de Cristo de morir amando y perdonando.

Una nota característica de la evangelización será siempre la disponibilidad “martirial”. En efecto, el martirio es la encarnación suprema del Evangelio.37

19º) El nuevo areópago de construir la comunión eclesial (fundada en la Eucaristía) y de continuar promoviendo el ecumenismo misionero:36 Cfr. RMi 2-3, 30, 33, 59, 72-73, 83, 85-86; CA 5; VS 107; EAm 63; Puebla 366; Santo Domingo 23-30. EEu 37, 55, 60. Ver también: EAm 6 y todo el cap.VI (la nueva evangelización); EAf 57.

37 Cfr. LG 42; AG 24; DeV 60; EN 76; RMi 42: CEC 2473-2474; VS 89, 92-93; TMa 37; EEu n.13; EAs n.49.

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La comunión eclesial es de eficacia misionera. Sólo viviendo esta comunión eclesial, se podrá transformar en unidad verdadera el fenómeno de la interculturalidad. “El Evangelio fue el fermento de la libertad y del progreso en la historia humana, incluso temporal, y se presenta constantemente como germen de fraternidad, de unidad y de paz” (AG 8).

La “comunión” eclesial se realiza y se concretiza en el amor a la Iglesia, a imitación de Cristo, según la instancia de Pablo (cfr. Ef 5,25). La comunión de los Apóstoles orando con María, figura de la Iglesia, es factor de unidad (cfr. Hech 1,14).

La comunión eclesial es signo eficaz de evangelización. Así manifiesta, como signo eficaz, el misterio de Cristo resucitado presente en la Iglesia, misterio de salvación universal. “El es quien nos revela que «Dios es amor» (1Jn 4.8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles” (GS 38).

El testimonio evangélico de la caridad se expresa de modo especial en la “comunión” eclesial. La fuerza del anuncio del Evangelio de la esperanza será más eficaz si se une al testimonio de una profunda unidad y comunión en la Iglesia; la eficacia de la evangelización depende del testimonio de unidad por parte de los cristianos.

La “comunión” eclesial realiza la unidad pedida por Jesús: “Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21). Puesto que la “comunión” eclesial es un signo eficaz de evangelización y un “camino e instrumento de evangelización” (EN 77), la falta de unidad entre los cristianos es “uno de los grandes males de la evangelización”; por esto, “la suerte de la evangelización está ciertamente vinculada al testimonio de unidad dado por la Iglesia” (ibídem).

La Iglesia se hace realidad de “comunión”, a partir de la Eucaristía, puesto que es la “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (LG 11), la “fuente y culminación de toda la evangelización” (PO 5). Ella “contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua” (PO 5). La Eucaristía es, pues, “el compendio y la suma de nuestra fe” (CEC 1327). Por esto, “no se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima eucaristía... Esta celebración, para que sea sincera y cabal, debe conducir lo mismo a las obras de caridad y de mutua ayuda que a la acción misional y a las varias formas del testimonio cristiano” (PO 6).

“La eucaristía construye la Iglesia” (RH 20) y la Iglesia hace posible la eucaristía. Al comer de mismo pan, llegamos a ser un mismo cuerpo por la comunión fraterna y eclesial: “porque aun siendo muchos, somos un solo pan y un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan” (1Cor 10,17). La Eucaristía es “el signo de la unidad y vínculo de caridad” (SC 47).

En el campo de la evangelización, “los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor” (SC 10).

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La construcción de la comunión eclesial a partir de la Eucaristía, es la clave de la misión: “La Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres” (Ecclesia de Eucharistia 24). “La Eucaristía es fuente de unidad eclesial y, a la vez, su máxima expresión” (Mane nobiscum domine 21). “La comunión tiene siempre y de modo inseparable una connotación vertical y una horizontal: comunión con Dios y comunión con los hermanos y hermanas. Las dos dimensiones se encuentran misteriosamente en el don eucarístico” (Sacramentum Caritatis 76). “Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera” (ibídem 84).38

El camino ecuménico salva la peculiaridad de los dones recibidos, evitando el sincretismo y el relativismo. El intercambio de dones recibidos supone una actitud de autenticidad y de fidelidad. “La unidad debe ser el resultado de una verdadera conversión de todos, del perdón recíproco, del diálogo teológico y de las relaciones fraternas, de la oración y de la perenne docilidad a la acción del Espíritu Santo, que es también el Espíritu de reconciliación” (RP 9). “El auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior” (UR 7) y sin la “renovación de la Iglesia” (UR 6) puesto que se tiende a “una vida más pura según el evangelio” (UR 7); “esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones... han de considerarse como alma de todo el movimiento ecuménico” (UR 8).39

El proceso de reconciliación y paz se realiza en armonía (cfr. 1Cor 13,11), primordialmente como reconciliación con Dios (cfr. 2Cor 6,18-20), que se concreta siempre en reconciliación con los hermanos, consigo mismo y con el cosmos. Es proceso de conversión personal y estructura. La Iglesia necesita presentar esta reconciliación en su mismo proceso de comunión interna.

20º) La peculiaridad de los nuevos areópagos en los diversos Continentes:

Los cinco Continentes son ya en realidad país de misión, con diversas tonalidades. Hay que intercambiar misioneros en las múltiples direcciones. La responsabilidad “presente” (en “tiempo real”, como se exige en los “medios”), tiene que ser responsabilidad solidaria, “tiempo favorable... tiempo de salvación” (1Cor 6,2).

Durante la segunda mitad del siglo XX, además de la celebración del concilio Vaticano II y de innumerables encuentros internacionales, han tenido lugar los Sínodos Episcopales “Continentales”. En esas celebraciones se ha reflexionado sobre la realidad de las Iglesias de cada Continente y el Papa ha publicado la respectiva exhortación apostólica postsinodal, donde se refleja todo el trabajo realizado colegialmente, también con la aportación de todas las Iglesias particulares.

38 Cfr. SC 10, 47-58; LG 11; PO 5-6; CEC 610-611, 1322-1419; CIC 807-958. Encíclica Mysterium Fidei (Pablo VI); Carta Apostólica Dominicae cenae (Juan Pablo II); Encíclica Ecclesia de Eucharitia (Juan Pablo II); Carta Apostólica Mane nobiscum domine (Juan Pablo II); Exhortación Apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (Benedicto XVI).

39 Cfr. LG 15; UR (todo el documento); EN 77; UUS; CEC 820-822, 855-856; EEu n.53-54; EAm n.49; EAs nn.29-30; EAf n.65; EO n.23.

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Las circunstancias de cada Continente son diversas, pero, en realidad, la situación evangelizadora universal se está convirtiendo en una situación “global”, que invita a una “nueva evangelización”.40

Las situaciones misioneras frecuentemente son hoy parecidas a nivel universal, debido al fenómeno de la globalización y a la fuerza masiva de medios de comunicación. Los documentos sobre las situaciones en cada Continente, al describir la realidad peculiar y diferenciada a la vez, lo hacen con un tono de realismo y esperanza, así como de urgencia de santificación y misión.

En África, los nuevos areópagos están enmarcados en un contexto de gran vitalidad eclesial en vocaciones y organización pastoral, acentuando la responsabilidad laical, la inculturación y la formación. Estas situaciones actuales son también consecuencia de una problemática anterior a modo de nuevo colonianismo: guerras por competencia de poderes políticos y económicos multinacionales (suscitadas desde fuera y aprovechando las diferencias étnicas), grandes masas migratorias también hacia fuera de Africa, inestabilidad de los regímenes políticos, corrupción administrativa, substracción de las materias primas y empobrecimiento de la población, nuevas enfermedades, desempleo, neocolonianismo cultural... Por esto, se insta a la formación inicial y permanente (sacerdotes, religiosos, laicos), para realizar la inculturación en comunión eclesial, con la responsabilidad de laicos bien formados y el uso más adecuado de los medios de comunicación social, etc.41

En América, distinguiendo entre la parte septentrional, central y meridional, se constata la gran fuerza de la religiosidad popular, el sentido de Dios, la solidaridad, la sensibilidad respecto a los problemas sociales; al mismo tiempo, se insta a afrontar los problemas de la injusta distribución de los bienes, la inestabilidad administrativa, etc.42

40 Exhortaciones postsinodales sobre cada Continente (que ya hemos cetado más arriba, son sus siglas): Ecclesia in Africa (1995); Ecclesia in America (1999); Ecclesia in Asia (1999); Ecclesia in Oceania (2001); Ecclesia in Europa (2003), Ver el instrumento de trabajo para el 2º Sínodo sobre África. Lo consignó personalmente Benedicto XVI a los presidentes de las Conferencias Episcopales africanas, el jueves 19 de marzo en Yaoundé (Camerún), con ocasión de su viaje al continente (Camerún y Angola), 17 al 23 marzo 2009. La segunda Asamblea del Sínodo de Obispos sobre África, Roma, 4-25 octubre 2009, sobre el tema: La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz. “Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,13-14)”.

41 Ver una síntesis histórica y un resumen de la actualidad misionera africana en la exhortación apostólica Ecclesia in Africa, cap.II. El Instrumento de trabajo para el 2º Sínodo de África afirma: “A la luz del Espíritu Santo, las Iglesias particulares afirman que en el corazón herido del hombre anida la causa de todo lo que desestabiliza el continente africano” (n.11). Se describe a la Iglesia como familia de Dios, al servicio de la justicia, de la paz y de la conciliación. Es la justicio y la paz del Reino, para cuya realización se necesitan programas adecuados de formación.

42 Ecclesia in America señala: el fenómeno de la globalización (n.20), la urbanización creciente (n.21), el peso de la deuda externa (n.22 y 59), la corrupción (n.23 y 60), el comercio y consumo de drogas (n.24 y 61), el poco respeto a la ecología (n.25), los

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En Asia se subraya su gran sentido de religiosidad, la riqueza de sus culturas milenarias, su capacidad de contemplación y organización, etc. Al mismo tiempo, se observan en la actualidad tendencias materialistas, fanatismos de algunos sectores religiosos, falta de misionariedad en algunas comunidades, lentitud o también defectos en el proceso de inculturación, etc. Últimamente se ha acentuado el fenómeno de la religión como fuente de disturbios. Es una realidad cuestionadora la existencia de injusticias, diferencias socioeconómicas, desequilibrio entre diversas religiones, pobreza... El diálogo se presenta como un camino conjunto con otras religiones en comprensión mutua. La ruptura de esta comprensión ha producido persecuciones contra la Iglesia. Por parte de la Iglesia, se necesita emprender un nuevo camino de evangelización que salvaguarde la dignidad de pueblos y personas, el respeto a las diversas religiones, una promoción de diálogo que mejore la relación con la cultura y sociedad.43

En Oceanía, por parte de innumerables islas del Pacífico, se puede observar un cristianismo bastante arraigado en poblaciones indígenas, con cierto riesgo de aislamiento y dispersión, así como de falta de inculturación; Australia y Nueva Zelanda (de mayoría cristiana) tienen una problemática parecida al Occidente, también respecto a las masas migratorias y el proceso de descristianización.44

En Europa, se señalan algunos signos negativos de mucha trascendencia para la evangelización, que tienen repercusión a nivel universal, debido a la influencia cultural, económica y política. Destacan los siguientes: el agnosticismo práctico, la indiferencia religiosa, el laicismo, la pérdida del sentido de la vida, el descenso de la natalidad, la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, la inestabilidad del matrimonio (crisis familiares), las divisiones, las actitudes racistas, las tensiones interreligiosas, la indiferencia ética general, la búsqueda obsesiva de los propios intereses (individualismo, hedonismo), la marginación de los más débiles, el aumento del número de los pobres, nuevas formas de agresividad y violencia. Entre los signos positivos de esperanza se destacan: mayor sentido de la religiosidad en grupos selectos, toma de conciencia de la misión de cada bautizado, respeto de la dignidad de la mujer, unión entre los pueblos europeos, testimonio de los mártires, numerosos santos (antiguos y modernos), nuevos movimientos y comunidades, afianzamiento del movimiento ecuménico, etc.45

pecados sociales (n.56), la cultura de muerte (n.63), los pueblos indígenas y de origen africano (n.64), los inmigrantes (n.65), el desafío de las sectas (n.73).

43 Ver Ecclesia in Asia: cap.I, nn.5-9 (contexto religioso, cultural, económico, social), la globalización (n.39), la deuda externa (n.40), el ambiente (n.41). Ecclesia in Africa: problemas actuales de divisiones y degradación de la familia (nn.46-52), el SIDA (n.116), las guerras (n.117), los refugiados y prófugos (n.119), la deuda internacional (n.120), la mujer (n.121).

44 Ver Ecclesia in Oceania: los derechos humanos no atendidos (n.27), los pueblos indígenas poco valorados (n.28), la poca ayuda para el desarrollo (n.29), el deterioro del ambiente (n.31).

45 Ver Ecclesia in Europa nn.7-17.

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En todos los Continentes se señalan signos negativos: Afán desorbitado de lucro y de consumo, valorizar en sentido absoluto el progreso y la técnica, acentuar exageradamente la eficacia y utilidad, marginar a personas y pueblos, el menoscabo de la vida y dignidad humana también en la institución familiar, los brotes de racismo, el hambre de grandes multitudes, la mortalidad infantil, nuevas enfermedades (medicinas insuficientes), la degradación del ecosistema y de la atmósfera, la drogadicción, las guerras más o menos declaradas, la falta de educación cualificada para millones de personas (especialmente niños), las injusticias en el sistema económico, las corrupción administrativa, el aborto, la eutanasia, la manipulación de los embriones humanos, etc.

Pero los signos de esperanza son también parecidos en todas partes. Ecclesia in America: identidad cristiana (n.14), frutos de santidad (n.15), piedad popular (n.16), presencia católica oriental. Ecclesia in Africa: momento histórico alentador por los signos de esperanza (nn.9-29). Ecclesia in Asia: realidad pasada y presente (nn.5-9), la gracia de los mártires (n.49). Ecclesia in Oceania: actividad caritativa (nn.75-84). Ecclesia in Europa: posibilidad de una nueva evangelización (nn.11-17).

Los nuevos areópagos dejan entrever signos de esperanza: toma de conciencia universal sobre los derechos humanos, valoración de culturas y pueblos (rescate cultural), sentido de la libertad y dignidad humana, encuentro positivos de religiones, respeto del ambiente (ecología), ventajas de las comunicaciones inmediatas y globales, resurgir religioso y de interioridad, respeto a la dignidad y derechos de la mujer, “opción preferencial por los pobres” (NMi 49), nuevos movimientos y comunidades eclesiales, etc. Todo ello es un llamado urgente a evangelizar desde el Evangelio.

La misión “ad gentes”, en sus diversos niveles (geográfico, sociológico y cultural) será la nota característica para discernir si la evangelización local sigue el ritmo evangélico querido por el Señor y realizado especialmente por San Pablo. Muchos retos y problemas de la situación actual en el campo evangelizador local, no tienen solución si la Iglesia particular y toda comunidad cristiana no se abre a la misión “ad gentes”.

3.- AFRONTAR LOS NUEVOS AREÓPAGOS DE LA EVANGELIZACIÓN CON EL “ESPÍRITU” DE SAN PABLO A) La figura de Pablo como punto de referencia:

Pablo, a partir de su encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco, quedó transformado de perseguidor en evangelizador. La frase clave de esta transformación queda reflejada en las palabras de Jesús: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hech 9,5). El amor de Cristo le transformó en un amigo y en un apóstol iluminado por su amor.

Después de unos doce años de experiencias apostólicas iniciales, de oración y de contacto con las diversas comunidades eclesiales y también con quieres presidían la Iglesia, siguieron otros diez o doce años de viajes misioneros. Su llamada divina quedó también garantizada por la mediación de la Iglesia en Jerusalén y en Antioquía.

Sus tres grandes viajes fueron una labor constante para insertar el evangelio, que él había recibido, en diversas situaciones culturales y religiosas, tan complejas como en

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nuestro tiempo. El precio de esta inserción, que hoy llamaríamos inculturación, fue de continuas “flaquezas, ultrajes, dificultades, persecuciones y angustias” (2Cor 12,10). Él mismo describe sus grandes deseos de evangelizar el mundo entero, escribiendo la carta a los romanos, donde manifiesta su deseos de llevar el Evangelio al límite de Occidente (cfr. Rom 15,14-33).

Su mundo “globalizado” se concretó en las zonas del imperio romano en torno al Mediterráneo. Era un mundo cruzado por calzadas y vías marítimas, frecuentadas por mercaderes, soldados, peregrinos piadosos, esclavos (como mercancía o también porque huían de sus amos), prisioneros con sus guardianes, correos, funcionarios del gobierno, predicadores de nuevas doctrinas “mistéricas”... Al recordar sus viajes, no podemos menos de imaginar una amalgama de culturas y experiencias religiosas en torno a aquel pequeño mundo del Mediterráneo.

La estancia en las grandes urbes se prolongó a veces por largo tiempo, para poder enraizar allí el evangelio y expandirlo a sus alrededores. Sabemos, al menos, que estuvo un año y seis meses en Corinto (cfr. Hech 18,11), dos años en Éfeso (cfr. Hech 19,10, ó tres años años según Hech 20,31). Se calcula que recorrió durante sus viajes misioneros entre 15 y 16 mil km. En estos viajes fueron muchos los colaboradores que le ayudaron en la inserción adecuada del evangelio según las diversas situaciones.

Su acción evangelizadora se concretaba en crear células vitales (inicialmente pequeñas en número) en gran parte del Imperio, situadas a lo largo de la calzadas, donde se hablaba el griego “koiné” (común), aparte de sus propios idiomas. A estas mismas comunidades creadas o animadas por él, las informaba sobre la situación de comunidades hermanas y las formaba, siempre con la colaboración de sus discípulos.

Después de dos años en la cárcel de Cesarea y del viaje marítimo hacia Roma (por haber apelado al César), pasando por Malta, y después de un período de encarcelamiento y una probable libertad pasajera, entre los años 64 y 67, fue decapitado en Roma, capital del imperio romano.

Verdaderamente, “de perseguidor se transformó en testigo y misionero; fundó comunidades cristianas en Asia Menor y en Grecia, recorriendo miles de kilómetros y afrontando todo tipo de vicisitudes, hasta el martirio en Roma. Todo por amor a Cristo”.46

Pablo sigue siendo hoy maestro de los pueblos. Él mismo resume, casi al final de su vida, su itinerario apostólico: “Yo he sido constituido... maestro de los gentiles en la fe y en la verdad” (1Tim 2, 7). “Pero su mirada no se dirige solamente al pasado. «Maestro de los gentiles»: esta expresión se abre al futuro, a todos los pueblos y a todas las generaciones. San Pablo no es para nosotros una figura del pasado, que recordamos con veneración. También para nosotros es maestro, apóstol y heraldo de Jesucristo”.47

46 BENEDICTO XVI, Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXIV Jornada Mundial de la Juventud 2009.

47 BENEDICTO XVI: Homilía durante la celebración de las primeras vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, 28 de junio de 2008, en la inauguración del año paulino en la basílica de San Pablo extra muros.

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Pablo pudo inculturar el evangelio y proclamarlo en diversos “areópagos” culturales y sociológicos, porque, a partir de la gracia y vocación de su encuentro personal con Cristo, supo recibirlo y vivirlo en comunión con las comunidades eclesiales y especialmente con los Doce que eran “las columnas” de la Iglesia: con Pedro durante quince días (cfr. Gal 1,18), Santiago “el hermano del Señor” (Gal 1,19) y Juan (cfr. Gal 2,9). “La importancia que san Pablo confiere a la Tradición viva de la Iglesia, que transmite a sus comunidades, demuestra cuán equivocada es la idea de quienes afirman que fue san Pablo quien inventó el cristianismo: antes de proclamar el evangelio de Jesucristo, su Señor, se encontró con él en el camino de Damasco y lo frecuentó en la Iglesia, observando su vida en los Doce y en aquellos que lo habían seguido por los caminos de Galilea”.48

El universalismo de Pablo se concreta en la apertura a toda las gentes, puesto que Jesucristo, el crucificado y resucitado, ha dado la vida por todos. Su objetivo consiste en “que todas las naciones respondan a la fe” (Rom 1,5). La conversión de Pablo había sido un proceso de cambiar su perspectiva, más allá de las fronteras étnicas y religiosas de Israel, porque Cristo, como “luz de los gentiles”, aporta “la salvación hasta el fin de la tierra” (Hech 13,47; cfr. Is 49,69). La predicación del evangelio va más allá de toda frontera cultural y religiosa.49

En este proceso de inculturación y encuentro global, la Iglesia, por ser el “Cuerpo” de Cristo, muestra que las personas que la componen forman una sola familia. La diversidad de dones, cuando reina el amor, se hace un solo cuerpo, del que Cristo es “la cabeza” (Col 1,18). La diversidad de piedras vivas que componen la Iglesia como “templo del Espíritu Santo”, constituyen en Cristo una “ofrenda viva, santa y agradable a Dios” (Rom 12,1). Pablo quería “ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo” (Rom 15,16).

B) En Pablo, la misión es cuestión de amor:

Todo su empeño evangelizador brota de un triple amor, a Cristo, a la Iglesia y a toda la humanidad redimida por el Señor: “Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,20). Sin este amor a Cristo, no tiene explicación humana el celo misionero de Pablo para afrontar las nuevas situaciones culturales y

48 BENEDICTO XVI, Catequesis durante la audiencia del miércoles 24 septiembre 2008.

49 Este universalismo inculturado y de inserción en todos los areópagos de la época, ha sido subrayado por las numerosas catequesis de Benedicto XVI durante el año paulino. Además de las cuatro catequesis paulinas del inicio de su pontificado (25 de octubre, y 8, 15 y 22 de noviembre del año 2006), Benedicto XVI ha desarrollado otras 20 catequesis paulinas en el decurso del año dedicado a San Pablo. En el año 2008: 2 de julio, 27 de agosto; 3, 10 y 24 de septiembre; 9, 15, 22 y 29 de noviembre; 3 y 10 de diciembre. En el año 2009: 7, 14 y 28 de enero; 6 de febrero.

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sociológica: “Su fe consiste en ser conquistado por el amor de Jesucristo, un amor que lo conmueve en lo más íntimo y lo transforma. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios y sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios en su corazón. Y así esta misma fe es amor a Jesucristo”.50

La misión de hoy necesita apóstoles enamorados de Cristo como Pablo: “Es, pues, un deber urgente para todos anunciar a Cristo y su mensaje salvífico. «¡Ay de mí —afirmaba san Pablo— si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9,16). En el camino de Damasco había experimentado y comprendido que la redención y la misión son obra de Dios y de su amor. El amor a Cristo lo impulsó a recorrer los caminos del Imperio romano como heraldo, apóstol, pregonero y maestro del Evangelio, del que se proclamaba «embajador entre cadenas» (Ef 6,20). La caridad divina lo llevó a hacerse «todo a todos para salvar a toda costa a algunos» (1Co 9,22). Como el apóstol san Pablo, está llamado a preocuparse de las personas lejanas que todavía no conocen a Cristo, o que todavía no han experimentado su amor, que libera”.51

Imitar a Pablo es imitar a Cristo (cfr. 1Cor 11,1). Pablo se sabía amado por Jesús (cfr. Gal 2,20) y se movía sólo por su amor (2Cor 5,14). Ningún reto o nuevo areópago le podía separar del amor a Cristo (cfr. Rom 8,35-39). Se movía bajo la acción del Espíritu Santo (cfr. Hech 20,22), como conquistado por el Señor (cfr. Fil 3,12). Era sólo instru-mento y colaborador de Cristo para proclamarlo entre las gentes, urgido por su amor.

La vida de Pablo es la de un “convertido” al Evangelio, al que se ha abierto totalmente y al que pertenece incondicionalmente para anunciarlo aún con riesgo de la propia vida. Su amor a Cristo resume los trazos de su estilo apostólico. “Así pues, en vida o en muerte, pertenecemos al Señor” (Rom 14,8).

C) A partir del encuentro transformante con Cristo resucitado.

En encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco fue trascendental: “Jo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hech 9,5). La comunidad cristiana (la “ecclesia”) es la familia, el “cuerpo” de Jesús. Pablo respondió al esta gracia con suma fidelidad: “¿Qué quieres que haga?” (Hech 22,10). En Cristo encontró que las promesas hechas por Dios se cumplen en la plenitud de los tiempos (cfr. Gal 4,4; Mc 1,15). Pero esto comportará para Pablo un cambio radical de actitud religiosa, que se concretará en conocimiento personal de Cristo resucitado presente en su Iglesia, que es su Cuerpo. “No soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).

A Pablo el hecho de haber sido educado en la fe y teología judaica, como hebreo nacido de hebreos (cfr. Fil 3,5), y el haber vivido “sin reproche” (Fil 3,6) las exigencias de la ley, le sirvió para que, una vez recibido el don de la fe en Jesús, se abriera a los nuevos horizontes de la salvación. Su “conversión” fue propiamente una apertura generosa a estos nuevos planes del mismo Dios que había establecido la primera alianza.

50 BENEDICTO XVI: Homilía durante las primeras vísperas en la inauguración año paulino, 28 de junio de 2008.

51 BENEDICTO XVI, Mensaje para la jornada mundial de las misiones 2008..

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También para nuestra reforma apostólica, conviene no olvidar que Pablo, antes de este paso o conversión a la fe cristiana, era honesto y devoto, pero no podía aceptar que Dios quisiera hacer algo tan nuevo. Por esto colaboró en el martirio de Esteban. Podríamos decir que su “arrogancia” espiritual sólo podrá ser vencida por el don de la nueva gracia de Dios. Una vez abierto totalmente a Cristo, empleó el mismo celo de antes, pero ahora en anunciar el evangelio. Estaba bien preparado para inculturar la fe cristiana: como judío, como ciudadano romano y como conocedor de la cultura hebrea, griega y latina.

Su apostolado se concretaba principalmente en la enseñanza y testimonio (como Jesús), para construir la comunidad o familia de Jesús. Estaba urgido por el amor y, por esto, no buscaba su propio interés ni la posesión de bienes de esta tierra. Trabajó con sus propias manos, para no depender de ningún mecenas.

San Pablo se dedica a sembrar el evangelio donde todavía no ha sido sembrado. Predica la salvación en dimensión mundial. El evangelio es servicio de la reconciliación (“katallassein”, reconciliar: vocablo citado frecuentemente en sus escritos). Se trata de llevar el evangelio a pueblos que tienen otro concepto de Dios, del hombre, del mundo, aunque Dios es siempre el mismo y la familia humana es una sola. Pablo se dedicó a engendrar y nutrir a las Iglesias jóvenes recién fundadas por él.

Su vida consiste en una proclamación continuada y profundizada para presentar el único fundamento que es Cristo. La vida apostólica de Pablo se mueve armónicamente entre el encuentro con Cristo y el compromiso de la misión, como participación en la misma misión de Cristo: Jesús le espera en todo corazón humano para construir la comunidad eclesial como “cuerpo” de Cristo. Pablo entra a formar parte de la misma Iglesia de Jesús, a quien él había perseguido. Y transmite lo que ha recibido: el cuerpo eucarístico de Cristo resucitado presente en la Iglesia. Bajo la acción del espíritu, comunica este mensaje o Palabra de salvación: Cristo muerto por nuestros pecados, resucitado para nuestra justificación, vive presente entre nosotros.

D)Su estilo apostólico:

La norma pastoral de San Pablo sigue siendo vigente: “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1Tes 5,21). Si “Dios hace salir su sol sobre malos y buenos” (Mt 5,45), es señal de que hay dones de Dios en todos los pueblos, que preparan la aceptación de Jesús como único Salvador. La misión sigue urgiendo como en tiempo de Pablo: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Cor 9,16).

El muro entre los pueblos ha sido abatido, gracias al encuentro con Cristo en el camino de Damasco. Es un mensaje armónico: resurrección de Cristo, bautismo, Eucaristía, Iglesia. El “no pueblo” se hace “pueblo”, gracias al cuerpo crucificado, resucitado y eucarístico de Cristo. El Dios de Israel, el único Dios revelado, se manifiesta como Dios de todos los pueblos. Pablo fue elegido gratuitamente por el Señor para ser “vaso de elección para llevar el nombre de Cristo a los gentiles” (Hech 9,15). Y así se mostró especialmente desde que Bernabé fue a buscarlo a Tarso para llevarlo a Antioquía (cfr. Hech 11,25ss).

Pablo salva toda la herencia religiosa y cultural de cada pueblo (y especialmente la revelación del Antiguo Testamento), anunciando (como “apóstol de las gentes”) que Cristo ha muerto y resucitado para salvar a todos. Jesús (vivo, resucitado) hace

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irrupción en la vida y en la cultura. “¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?... Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo. Y pregunto yo: ¿Es que no han oído? ¡Cierto que sí! Por toda la tierra se ha difundido su voz y hasta los confines de la tierra sus palabras (cfr. Sal 19,5)” (Rom 10,14-15.17-18).

Dios ama a todos los pueblos. Cristo comunica una plenitud de vida que no anula los dones que ya se han recibido de Dios como preparación evangélica. Jesús es “la luz de las gentes” (Lc 2,32), en quien se cumplen todas las promesas y todos los anhelos. El desafío para la misión de Pablo eran las diferencias culturales y religiosas. Él intenta garantizar la cohabitación de estas diversidades, presentándose como “deudor” de griegos y bárbaros (Rom 1,14). Lo importante es que, a partir de la fe, “todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28).

Pablo se siente libre para evangelizar, porque todo lo que no sea para amar y hacer amar a Cristo, es “pérdida” (Fil 3,7). Continúa la misma misión de Cristo, como “siervo” y “apóstol” (Rom 1,1; Ef 1,1; Col 1,23). Y así puede afrontar la universalidad de situaciones, con la fuerza del mismo Cristo, con quien todo lo puede (cfr. Fil 4,13). Al Reino de Dios sólo se puede entrar “por muchas persecuciones” (Hech 14,22) y persecuciones (cfr. 2Cor 12,11). Su fuerza estriba en Cristo resucitado y en su Palabra viva.

La misión de Pablo se mueve entre la “kenosis” y la comunión, como camino crucial, camino de la cruz y de la resurrección, para entrar en el areópago de la interculturalidad y transformarlo en vivencias y realidades de comunión eclesial y humana.

El secreto del éxito estriba en su amor a Cristo que lo apremia a anunciar la buena nueva (cfr. 2Cor 5,14). Manifestó siempre un amor entrañable a judíos y paganos, dispuesto a sufrir amando por todos, imitando así la ternura del corazón de Cristo. Después de haber proclamado el evangelio en gran parte de la cuenca del Mare Nostrum (“desde Jerusalén hasta la Iliria”: Rom 15,19), expone a los romanos su deseo de llegar hasta el extremo de occidente: “como hace ya muchos años que deseo veros, confío en que, al fin, de paso para España, se logre mi deseo. Así lo espero… Partiré para España pasando por vuestra ciudad” (Rom 15,23-24.28). Probablemente llegó a España como exiliado, poco antes de ser apresado nuevamente y sufrir el martirio en Roma.

Él es sólo siervo y deudor del evangelio (cfr. Fil 2,22). Su “evangelio” es el mismo de todos los Apóstoles, pero insertado en situaciones culturales y sociológicas distintas (cfr. Rom 2,16; 16,25; Gal 2,2; 1Cor 1,17). Busca la “reconciliación” de todos con Dios en Cristo: “En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!” (2Cor 5,20).

Su “kerigma” o primer anuncio es como la síntesis de toda su predicación: Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, por obra del Espíritu Santo, muerto y resucitado, Mediador y Salvador, vive en su Iglesia y en el corazón de los bautizados (cfr. Rom 1,1ss; Gal 4,4-7, etc.). Dios nos ha elegido en Cristo ya antes de la creación del mundo y nos ha hecho hijos en el Hijo, perdonándonos los pecados en virtud de la sangre derramada de Jesús (cfr. Ef 1,3-14; Col 1,13-20). El objetivo de su acción pastoral consiste en “formar a Cristo” en cada creyente (Gal 4,19). En el Espíritu Santo y unidos a Cristo, ya podemos decir “Padre” a Dios, con el mismo amor de Cristo (cfr. Rom 8,5; Gal 4,6).

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Se necesitan misioneros y pastores animados por el amor apasionado hacia Cristo, como Pablo. Pastores que conozcan, amen y anuncien a Cristo apasionadamente. Pastores que se entreguen a un celo apasionado por Cristo. Conocer y amar a Cristo íntimamente, agradecidamente y apasionadamente. Esto supone una actitud de relación y amistad, meditación constante e imitación (cfr. Gal 2,20; Fil 2,5). El apóstol no se predica a sí mismo, sino a Cristo (cfr. 2Cor 3,5-6; 4,2-6).

Puesto que el Espíritu Santo es quien sostiene la misión (cfr. Rm 5,5; 8,14-15), es posible adoptar hoy una total disponibilidad y creatividad para el servicio evangélico, también con el espíritu de mortificación, obediencia, perseverancia de Pablo.

E) La construcción de las comunidades eclesiales en la comunión:

Vinculado a Cristo y al evangelio, Pablo funda y visita comunidades. Tiende a crear células vitales (inicialmente pequeñas en número) en gran parte del Imperio: situadas a lo largo de las calzadas, donde se hablaba el griego “koiné” (común), aparte de sus propios idiomas.

El interés del apóstol se muestra especialmente en crear comunidades con la colaboración de todos, e informarlas sobre la situación de todas las demás. Así va formando una conciencia eclesial comunional y misionera.

En sus cartas se pueden encontrar descripciones bastante detalladas de las comunidades que él había fundado, para hacer realidad en ellas la salvación de Cristo, Hijo de Dios enviado por el Padre bajo la acción del Espíritu Santo. Distingue entre la asamblea o comunidad doméstica (cfr. 1Cor 16,19; Rom 16,5) y toda la Iglesia (cfr. 1Cor 14,23; Rom 16,23). También la “Iglesia” puede ser el conjunto de fieles de una ciudad (cfr. 1Cor 5,4-5), o una región (Gál 1,2) o el conjunto de todos los creyentes (cfr. Rom 16,16; 1Cor 11,16.22). Esta integración de las comunidades concretas, más bien pequeñas, en la gran comunidad eclesial, suponía romper con la mentalidad de creencias opuestas y de clasificación social dentro de la Iglesia. Ordinariamente eran comunidades urbanas, donde llegaban gentes de diversas etnias, culturas, religiones, condición social. Los cristianos intentaban superar esas barreras y consecuentemente eran mal vistos por los no creyentes.

Además de esas Iglesia domésticas en las urbes, Pablo habla de “toda la Iglesia” que se componía por todas las Iglesias de una ciudad (cfr. 1Cor 14,23; Rom 16,23). Podían ser “la Iglesia de Dios que está en Corinto” (1Cor 1,2) o en Filipo, Tesalónica, Éfeso, etc. Pablo suscitaba la comunión con otros “Iglesias” de la misma ciudad y de otras ciudades. En las comunidades paulinas, lo más importante es que Cristo está presente con la acción del Espíritu Santo según diversos carismas, tendiendo siempre a la vida de comunión (cfr. Rom 12,4-8; 1Cor 12,4-11), a partir de la Eucaristía (cfr. 1Cor 11). En esas comunidades hay especialmente apóstoles, profetas y maestros (Ef 4,11-13).

Mantuvo siempre la unidad de esas comunidades con la comunidad madre de Jerusalén, especialmente por medio de la “colecta” para los pobres. Pablo es experto en comunión porque es apóstol por medio de la “kenosis”, es decir, por medio de su propia humillación y servicio, sin buscar su proprio interés. Funda o guía comunidades, presentándose él mismo como modelo de “kenosis”: “Sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo” (1Cor 11,1; cfr. 1Cor 4,16). Esta actitud humilde le sostuvo en momentos

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de dificultad, afianzando su comunión con quienes “eran considerados como columnas” (Gal 2,9). Por esto afirma con gozo: “nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé” (ibídem).

Esta misión, que podríamos llamar también “kenótica” y “comunional”, hizo posible la transformación de la comunidad cristiana de Corinto, ciudad cosmopolita, amalgamada de riqueza y pobreza, de miserias e injusticias (como hoy nuestras metrópolis interculturales, industrializadas y secularizadas). Con su testimonio humilde de imitación del crucificado, podía pedir y exigir con plena autoridad: “No haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio” (1Cor 1,10).

La ciudad de Filipo se desenvolvía en un ambiente cosmopolita y comercial como Corinto, reflejando una comunidad que daba un tinte intercultural a los neófitos cristianos. En este contexto intercultural afirma el Apóstol: “Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Fil 4,8).

El camino de comunión, que Pablo predica y vive con los cristianos de Filipo y de Corinto, es el mejor medio para construir la comunión, superando tensiones culturales y así llegar a la “comunión” con la Iglesia madre de Jerusalén (cfr. Hech 2,42-47; 4,32-33). El “Cuerpo” de Cristo, que es la Iglesia, es fruto de su Cuerpo eucarístico (cfr. 1Cor 10,17). La expresión “Cuerpo” de Cristo, aplicada la Iglesia, es exclusiva de Pablo. Se trata de la armonía entre los miembros de este mismo cuerpo; pero sobre todo, tiene como punto de referencia a Cristo vivo en su Iglesia, como Cabeza de la misma (cfr. Col 1,24). Por esto, “bautizados en un mismo Espíritu, somos un sólo cuerpo” (1Cor 12,13; cfr. 12,27-26).

Aunque en la Iglesia hay ministerios diferenciados, existe una igualdad fundamental entre todos los bautizados: “Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28), “miembros de un solo cuerpo” (Col 3,15). Todos somos “coherederos” de Cristo (Rom 8,17). En la Iglesia actúa “la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, la comunión del Espíritu” (2Cor 13,13). Los carismas para la edificación mutua y armónica (cfr. 2Cor 12,7). Somos “familiares de Dios” (Ef 2,19), “casa de Dios” (1Tim 3,14). La “comunión” (“koinonía”) era el elemento aglutinante de los primeros cristianos (cfr. Hechos 2,42). En Pablo, la koinonía deriva de la unión con Cristo: “Habéis sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro” (1Cor 1,9). Es la “comunión” de sintonía y vivencia con el resucitado presente, también como fruto de la participación eucarística (cfr. 1Cor 10,16-17).

La “comunión” eclesial es reflejo y participación de la comunión trinitaria (cfr. 2Cor 13,13). Pablo suscitaba la “comunión” (“koinonía”) entre las diversas Iglesias y la Iglesia madre de Jerusalén (cfr. Rom 15,27). La “colecta” era expresión de koinonía y también agradecimiento por la acogida recibida en la Iglesia madre: “Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos” (Gal 2,9).

Para el Apóstol, la Iglesia es la comunidad de aquéllos que se reúnen en nombre de Cristo, la reunión de los que viven la santidad de hijos y el amor de hermanos en la

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plenitud del Espíritu. Es “la casa que Dios edifica” (1Cor 3,9). “Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de funciones, pero uno mismo es el Señor. Son distintas las actividades, pero el Dios que lo activa todo en todos es siempre el mismo” (1Cor 12,4-6).

F) Una Iglesia renovada por el espíritu apostólico de Pablo:

El amor de Cristo a su Iglesia, tal como lo describe Pablo (cfr. Ef 5,25-27), es una invitación constate a ver la realidad cultural e histórica, valorarla a la luz del evangelio y actuar en consecuencia, en vistas a una renovación o conversión pastoral y espiritual: “Dejaos reconciliar con Dios” (2Cor 5,20). La Iglesia es armonía de ministerios y de ministros diferenciados (Apóstoles, doctores o maestros y profetas...), guiados por la acción del mismo Espíritu Santo comunicado por Jesús resucitado presente.

Los nuevos areópagos de hoy dejan entrever los designios de Dios en Cristo Jesús, que reclaman una Iglesia que sea transparencia y signo portador de Jesús, “sacramento universal de salvación” (LG 48; AG 1). Ante estos nuevos areópagos, es necesario presentar un nuevo rostro de Iglesia, según el Espíritu de Jesús. Su centro es Jesús presente en sus diversos signos, también en el corazón de cada pueblo y cultura. Al apóstol y a toda la Iglesia, Jesús “le espera en el corazón de cada hombre” (RMi 88).

La Iglesia “peregrina” o “escatológica”, es “itinerante”, una Iglesia más libre y solidaria, desprendida de cargos y privilegios, plenamente dispuesta a evangelizar, porque todos sus miembros son discípulos y misioneros de Cristo. Evangelizar es su razón de ser. “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (EN 14).

Ser Iglesia de Jesús, como expresión e instrumento suyo, es el gran desafío de nuestra época. “Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias” (Documento conclusivo de Aparecida, V Conferencia General, CELAM, n.14).

La Iglesia se renueva en cada época para vivir con el entusiasmo de los primeros cristianos, siguiendo el ejemplo de Pedro y Pablo. En Pablo, la misión enraíza en el conocimiento humilde, en la confianza y en el amor de Cristo (cfr. 2Cor 5,14; Rom 8,35). “Finalmente, como si se tratara de un hijo nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí” (1Cor 15,8).

Pablo vive para transmitir lo que ha recibido (cfr. 1Cor 11,23). Esta “tradición” viene de Jesús y de los Apóstoles. “Un elemento típico del verdadero apóstol, claramente destacado por san Pablo, es una especie de identificación entre Evangelio y evangelizador, ambos destinados a la misma suerte”.52

52 BENEDICTO XVI, Catequesis sobre San Pablo, durante la audiencia del miércoles 10 septiembre 2008.

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La Iglesia es el signo portador de la presencia de Cristo a través del tiempo, en las diversas situaciones culturales y sociológicas. A la Iglesia se la renueva amándola como Cristo la ha amado (cfr. Ef 5,25). Amar a la Iglesia es servirla sin servirse de ella, buscando siempre no los propios intereses, sino “los intereses de Cristo Jesús” (Fil 2,21).

El espíritu eclesial de San Pablo ayudaría a vivir la realidad de la Iglesia misterio de comunión misionera. La recta aplicación del Vaticano II necesita mucho amor a la Iglesia, de suerte que personas y comunidades se sientan como signo comunitario de Cristo resucitado presente. Las cuatro Constituciones conciliares son una pauta siempre actual, porque se trata de la Iglesia misterio o sacramento, expresión e instrumento de Cristo (LG), Iglesia de la Palabra (DV), Iglesia del misterio pascual (SC), Iglesia insertada en el mundo (GS). Así es la Iglesia como misionera por su misma naturaleza (AG).

Una Iglesia evangelizadora, como transparencia e instrumento de Cristo, es una Iglesia “santa e inmaculada” (Ef 5,27). En ella está presente y se proclama el misterio de Cristo: “El Misterio escondido desde siglos en Dios… para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada… mediante la Iglesia” (Ef 3,9-10).

G)La espiritualidad misionera de San Pablo:

Pablo no duda de su identidad. “No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego” (Rom 1,16-17; cfr. 2Tim 1,6). Pablo está dedicado de por vida anunciar el “misterio” de Cristo, “escondido” por los siglos y ahora “manifestado” (cfr. Ef 3,4-10). Cristo resucitado es poder, fuerza y salvación para todos.

Jesús resucitado daba sentido a su vida: “No tengas miedo, sigue hablando y no calles; porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal, pues tengo yo un pueblo numeroso en esta ciudad” (Hech 18,9-10). Es como si el mismo Cristo le llamara desde el corazón de cada ser humano y de cada pueblo: “Ven a ayudarnos” (Hech 16,9).

Al cristiano, llamado desde el bautismo a la santidad y al apostolado, se le ofrece esta pauta de “espiritualidad”: “Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Gal 5,25). Para Pablo, el “mandato” o la “urgencia” misionera deriva del amor: “La caridad de Cristo me urge” (2Cor 5,14). “Os celo con el celo de Dios” (2Cor 11,2). “Como una madre cuida con cariño de sus hijos” (1Tes 2,7; cfr. Gal 4,19). “He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús” (1Cor 4,15). “Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas” (2Cor 12,15). Dispuesto al martirio. “Amándoos, daros nuestra vida” (1Tes 1,8). “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?... Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó” (Rom 8,35.37). Es la pauta trazada por el mismo Jesús para Pablo: “Instrumento escogido para llevar ni nombre antes las naciones” (Hech 9,15).

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Vivir en Cristo equivale a relación íntima, imitación, transformación en él. Esta espiritualidad misionera de Pablo se concreta en compartir la misma vida de Cristo: Ser “prisionero de Cristo Jesús” (Fil 1,7), tenido “como un malhechor” (2Tim 2,9), para poder reflejar “en mi cuerpo las llagas de Jesús” (Gal 6,17). Es embajador en cadenas, haciendo de su vida una “libación” (Fil 2,17).

La fuerza de Pablo y de toda la misión cristiana consiste en la imitación de la actitud de Cristo, “quien, siendo rico, se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2Cor 8,9). Esto supone “vaciarse” del propio interés, para hacerse uno con los demás, sea lo que sea de donde provengan. Así entra en los corazones y en las culturas el evangelio de la “kenosis” y de la comunión eclesial. Entonces toda comunidad cristiana se hace un himno de caridad (cfr. 1Cor 13), donde todos se esfuerzan por cumplir esta norma: “haced todo con amor” (1Cor 16,14)

Afirma Redemptoris Missio: “Al misionero se le pide « renunciarse a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos: en la pobreza que lo deja libre para el Evangelio; en el despego de personas y bienes del propio ambiente, para hacerse así hermano de aquellos a quienes es enviado y llevarles a Cristo Salvador. A esto se orienta la espiritualidad del misionero: « Me he hecho débil con los débiles... Me he hecho todo para todos, para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio » (1 Cor 9, 22-23)” (RMi 88).

Por esto, a Pablo el servicio apostólico no le engríe, sino que le ayuda a ser agradecido a la misericordia divina, como “el menor de los Apóstoles” (1Cor 15,9). Todavía al final de su vida, se reconoce un “pecador”, ya renovado y enviado a los otros pecadores para anunciar el perdón. “La gracia de Dios no ha sido estéril en mí” (1Cor 15,10). “Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo” (1Tim 1,15).

Su intimidad con Cristo se refleja en su amor a la Iglesia. Vive en Cristo (cfr. Fil 1,21; Gal 2,20), imitando sus “sentimientos” (Fil 2,5), puesto que “Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5,25).

La vida apostólica, para poder reflejar el evangelio de Jesús, tiene que ser de “gratuidad”: “Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre; a la abundancia y a la privación” (Fil 4,12). Por esto se dedica a “predicar el evangelio entregándolo gratuitamente” (1Cor 9,18), “no he buscado oro ni plata” (Hech 20,33), porque, dice citando a Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hech 20,35).

Así puede “servir” y “gastarse” por el evangelio y por el bien de los demás (cfr. 2Cor 12,15), llevando en su corazón y contagiando a los demás “la preocupación por todas las Iglesias” (2Cor 11,28), y “proclamar la Palabra... a tiempo y a destiempo” (2Tim 4,2), porque “la Palabra de Dios no está encadenada” (2Tim 2,9).

Su vida, en y con Cristo, fue un vaciarse de sí mismo en favor del Evangelio como enviado para anunciar a Jesucristo muerto y resucitado. “Pablo, apóstol no por disposición ni intervención humana alguna, sino por encargo de Jesucristo y de Dios Padre que lo resucitó triunfante de la muerte” (Rom 1,1). “Sé en quien he puesto mi confianza” (2Tim 1,12). Su vida no es suya, porque ya sólo pertenece a Jesús: “He sido conquistado por Cristo Jesús” (Fil 3,12). Así es la verdadera “autoestima” cristiana.

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La misión encargada es la misma de Cristo y, por tanto, no tiene fronteras: “Dios me reveló a su Hijo y me dio el encargo de anunciar su mensaje evangélico a los que no son judíos” (Gál 1,16). “La fuerza salvadora de Dios alcanza a todos los creyentes por medio de la fe en Jesucristo. A todos sin distinción... por su benevolencia los restablece en su amistad de forma gratuita mediante la liberación realizada por Cristo Jesús” (Rom 3,22.24).

Las dificultades de la evangelización, transformadas en amor, se convierten en fecundidad apostólica. Es la “cruz” que manifiesta la fuerza de la debilidad. La “cruz” es poder salvador de Dios “para los llamados” (Rom 1,24). Ante los nuevos retos de la evangelización, la única fuerza eficaz deriva de la cruz, que es “fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor 1,24). El “misterio de Cristo” (Ef 3,4) es “esperanza de la gloria” (Col 1,27), porque Cristo es “nuestra paz... por medio de la cruz” (Ef 2,14.18).53

A MODO DE CONCLUSIÓN:

La invitación de los documentos magisteriales, conciliares y postconciliares, sobre los nuevos areópagos de la actualidad, es una urgencia para responder por medio de un discernimiento y una programación misionera que se inspire en la figura del Apóstol de las gentes, como trasunto de Cristo Buen Pastor.

Ante los nuevos areópagos y teniendo en cuenta la figura de Pablo, se entiende mejor que “evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que ha amado al mundo en su Hijo” (EN 26). Los nuevos areópagos necesitan ser afrontados a partir de un encuentro personal y comunitario con Cristo. Sólo así aparece la armonía entre Cristo, que está presente en la Iglesia y en el mundo, y el apóstol que está llamado a dedicarse apasionadamente a la misión inculturada y sin fronteras.

El estilo “nuevo” de apóstol y de toda comunidad eclesial, es de una profunda relación personal e íntima con Cristo, de amor incondicional a la Iglesia, de disponibilidad sin fronteras, de gratuidad, servicio, humildad y de asociación a Cristo crucificado y resucitado. Esto se aprende especialmente en la celebración litúrgica del misterio pascual de Cristo y en la contemplación de su Palabra como proceso de “lectio divina”.

La Palabra de Dios, cuando da fruto abundante en el corazón de los apóstoles, puede cambiar profundamente el corazón del hombre. Es la Palabra que se hace “pan de vida” en la Eucaristía y que de este modo construye la comunidad como “Cuerpo” de Cristo, donde reina la caridad. La semilla evangélica es la Palabra de Dios que ya se empezó a sembrar en el corazón de los primeros padres y de toda la humanidad, pero que se ha hecho personalmente presente en la historia, por medio de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado.

La “buena semilla” (Mt 13,24) necesita encontrar la “tierra buena”, el “corazón bueno” (Lc 8,15), donde pueda germinar. La comunidad del resucitado se tiene que caracterizar

53 Redemptoris Missio 88 cita el texto completo de Fil 2,7ss, como base de la espiritualidad misionera.

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por la descripción que de ella hizo el mismo Jesús: “Mi madre y mis hermanos son... los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21).

La respuesta de la Iglesia para afrontar los nuevos areópagos, es como el “sí” de María, a modo de nueva maternidad apostólica y eclesial (cfr. Gal 4,4.19.26). Es un proceso de dejarse sorprender como María, por el misterio de Dios Amor, que, “al llegar la plenitud de los tiempos, ha enviado a su Hijo nacido de la mujer” (Gal 4,4). La capacidad de contemplación y de asombro ante el misterio de Dios que irrumpe en la historia, se convierte en confianza y audacia de nuevos apóstoles, “gozosos en la esperanza” (Rom 12,12), “esperando contra toda esperanza” (Rom 4,18).

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