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«La presencia del Señor entre nosotros no nos permite ceder al pesimismo ni a la desesperación, por grandes que sean los desafíos» Documentos Sínodo de los Obispos de Europa Relación antes del debate Viaje al mundo de la luz (detalle). De Miguel, 1999 4

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«La presencia del Señor entre nosotros no nos permite ceder al pesimismo

ni a la desesperación, por grandes que sean los desafíos»

Documentos

Sínodo de los Obispos de EuropaRelación antes del debate

Viaje al mundo de la luz (detalle). De Miguel, 1999

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Sínodo de los ObisposSegunda Asamblea Especial para Europa

«La esperanza cristiana –dijo el Papa en su discurso de apertura– no es una ideología utopística».Cristo ha sufrido en los lager y en los gulag, allí donde cada ser humano es humillado y oprimido.Con la Asamblea sinodal el Señor dirige al pueblo cristiano que vive entre el Atlántico y los Uralesuna fuerte invitación a la esperanza, como se puede comprobar en el texto que leyó ante los padres

sinodales, previo al debate, el Relator General de este Sínodo, nuestro arzobispoel cardenal Rouco Varela. Lo publicamos íntegramente.

Relación antes del debate

«Jesucristo,vivo en su Iglesia,

fuente de esperanza para Europa»

Por el cardenal Antonio María Rouco Varelaarzobispo de Madrid

Relator General

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stá todavía viva en nuestra memoria –en la memoria de todos los que desde dentro y desde fuera de la Iglesia siguen conatención los acontecimientos europeos– la Santa Misa celebrada por Vuestra Santidad el día 23 de junio de 1996 en el es-tadio olímpico de Berlín. Las palabras del Angelus con las que pusisteis fin a aquella conmovedora solemnidad de la be-atificación de Karl Leisner y Bernhard Lichtenberg os sirvieron para anunciar a la Iglesia vuestra intención de convocaresta segunda Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos. La Asamblea especial de 1991 había reflexionadosobre las nuevas condiciones creadas después de 1989, año de la caída del muro que había dividido artificialmente aEuropa justo desde el corazón de la ciudad de Berlín. La nueva convocatoria de los representantes de los obispos euro-peos la hacíais –son vuestras palabras– con el fin de analizar la situación de la Iglesia con vistas al Jubileo, en la esperanza deuna época de auténtico renacimiento a nivel religioso, social y económico... fruto de un nuevo anuncio del Evangelio.

Al acometer hoy esta tarea, proseguimos el trabajo comenzado hace ocho años en la primera Asamblea especial. Ya en-tonces resultaba evidente que lo que se hacía no era sino dar un primer paso de un camino que tenemos que continuar sin in-terrupción (Declaratio finalis, Proemio). El Sínodo de 1991 fue muy consciente de las oportunidades, pero también de losingentes desafíos de la hora presente (ibíd.) ¿Estamos, en la forma de asumir nuestra vocación cristiana, a la altura de lo quenos piden los tiempos de hoy? Los cristianos, dispuestos ya a celebrar el gran Jubileo de la Encarnación, hacen en todo elmundo, siguiendo la invitación de Vuestra Santidad, un serio examen de conciencia no sólo para reconocer los fracasos deayer en un acto de lealtad y de valentía (Carta apostólica Tertio millennio adveniente 33), sino poniéndose humildemente ante elSeñor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo (Tertio millennioadveniente 36).

El trabajo de este Sínodo puede muy bien ser entendido como una contribución al examen de conciencia que nos exi-ge a todos la celebración jubilar. Europa habrá de revisar los pasos que viene dando desde 1989 en orden a la construcciónde una nueva unidad basada en la libertad, la justicia y la solidaridad. Nosotros hemos de examinar la situación de la Igle-sia en orden a la nueva evangelización, que es la aportación específica que ella puede ofrecer para el deseado renacimientoespiritual, social y económico de nuestros pueblos con el objetivo final, inherente a la misión que le ha confiado el Señor,y que constituye su razón de ser: anunciar y ofrecer al hombre el Evangelio de la Salvación.

Para los cristianos el examen de conciencia es oportunidad de un encuentro renovado y profundo con el Señor, es de-cir, ocasión de conversión. Porque no consiste tanto en un ejercicio de autocontemplación o de introspección, cuanto enun mirar sobre todo a Cristo para volver, ante Él, los ojos a la propia vida, que se descubrirá débil y pecadora, pero bañaday renovada por la fuerza de la Gracia, que es el mismo Cristo. Él está vivo hoy en su Iglesia. Por eso podemos afrontar nues-tra realidad con auténtica voluntad de verdad. La presencia del Señor entre nosotros no nos permite ceder al pesimismoni a la desesperanza, por grandes que sean los desafíos que se nos dirigen y escasos nuestros logros y poderes. El consueloque de Él recibimos nos hace capaces de consolar a los hermanos y de ofrecerles verdaderos motivos de esperanza (cf. 2Cor 1, 3-4): Jesucristo, vivo en su Iglesia, fuente de esperanza para Europa.

Esta Relatio ante disceptationem, siguiendo el esquema del Instrumentum laboris, tratará en primer lugar (I.) de los desafí-os de los tiempos y las dificultades experimentadas en la Iglesia; en segundo lugar (II.) volverá la mirada al misterio de lapresencia viva de Cristo en la Iglesia de hoy; y desde ahí propondrá, en tercer lugar (III.), algunas líneas fundamentales pa-ra el anuncio, la celebración y el servicio del Evangelio de la esperanza en la Europa de nuestros días.

Relación antes del debate4 ΑΩ

INTRODUCCIÓN

EBeatísimo Padre, Venerables Hermanos:

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Relación antes del debate

1. Algunos pensaron que a los felices y sor-prendentes acontecimientos de 1989 en la

Europa central y oriental seguiría con cierta fa-cilidad una época en la que los europeos iban aver por fin realizados sus ideales de libertad yjusticia en el respeto a la dignidad de la perso-na humana. En cambio, el ponderado diag-nóstico emitido por el Sínodo de 1991 se basa-ba en una apreciación que no permitía alber-gar esperanzas desmedidas: El colapso del co-munismo –dice la Declaratio, I, 1– pone en crisistodo el itinerario cultural, social y político del hu-manismo europeo, marcado por el ateísmo no sóloen su forma marxista, y demuestra con hechos, no só-lo con principios, que no se puede separar la causa deDios de la causa del hombre.

1. 1. En efecto, pasados diez años de la desapa-rición de los regímenes comunistas y recupe-rada la libertad de los pueblos y la unidad delcontinente en unas formas similares de gobier-no democrático, son diversos los signos quenos hablan de una evolución de las cosas nosiempre favorable para la causa del ser huma-no, sino también en cierto sentido alarmante ynecesitada de una honda reflexión. Son signosque delatan la persistencia, bajo nuevas condi-ciones, de algunos problemas de fondo propiosde aquel humanismo inmanentista que de-sembocó en los totalitarismos sufridos por Eu-ropa casi hasta los últimos días del siglo quetermina.

No cabe duda de que este último decenio hasido testigo de nuevas y positivas posibilida-des económicas, sociales, culturales y políticaspara los pueblos de Europa central y oriental, li-

berados de regímenes verdaderamente opre-sores de la libertad e inhábiles para permitir eldesarrollo de las capacidades productivas desociedades dotadas, con frecuencia, de un ricobagaje cultural e incluso científico-técnico. Loconstatamos con verdadera alegría. En parti-cular, porque estos nuevos horizontes han com-

portado también el reconocimiento de la liber-tad religiosa y han abierto nuevas posibilida-des a la acción evangelizadora de la Iglesia. Lascomunicaciones y los intercambios se han hechomucho más fluidos y la construcción de la casacomún europea, entre múltiples y persistentesdificultades, no ha dejado de avanzar.

Sin embargo, constatamos también que nopocas esperanzas de estos años, más o menosvaliosas, han conducido a la desilusión y al de-sánimo tanto en el Este como en el Oeste. En elEste se han visto defraudadas las expectativasde un crecimiento económico tal que igualaraen poco tiempo sus niveles de bienestar con losde los países más desarrollados del Oeste. Eltránsito a la economía de mercado, en circuns-tancias tan extraordinarias, ha conducido enocasiones a la gestación de modos de compor-tamiento de tipo mafioso que dificultan la vidaeconómica y política, ya de por sí nada fáciltras decenios de tutela estatal desmesurada. EnOccidente, aparte de las incomodidades pro-ducidas por la desviación de recursos para lareconstrucción económica de antiguos paísesde detrás del telón de acero y para el sosteni-miento de la estabilidad y la paz en la zona,asumidas sin excesivo entusiasmo por la po-blación, hay que reseñar la nivelación y agrisa-miento cultural y político de las doctrinas e ide-ologías vigentes. No sólo se ha caído el refe-rente utópico que el marxismo había supuestopara ciertos exponentes del humanismo inma-nentista, apoyado tan ilusoriamente en los su-puestos logros del marxismo real, sino que pareceimponerse una cierta suerte de resignación an-te la aparente imposibilidad de presentar a la

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Hay signos que delatan lapersistencia, bajo nuevascondiciones, de algunos

problemas de fondopropios de aquel

humanismo inmanentistaque desembocó en lostotalitarismos sufridospor Europa casi hasta

los últimos días del sigloque termina

CAPÍTULO I

Europa y la Iglesia a las puertas del tercer milenio: desafíos y dificultades

El Muro de Berlín

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sociedad un proyecto y programa de verdade-ra renovación para el futuro de Europa. La pa-tente incapacidad de los Estados en general y dela propia Comunidad Europea para acabar conel problema del paro constituye uno de los sig-nos más evidentes de esa apatía ambiental quecon tanta frecuencia se percibe en los países dela Europa occidental.

Además, después de 1989 en los países del an-tiguo bloque oriental, tras la caída del comunismo, haaparecido el grave riesgo de los nacionalismos, comodesgraciadamente muestran los percances de los Bal-canes y de otras áreas próximas [así como la re-ciente y trágica guerra]. Esto obliga a las nacioneseuropeas a un serio examen de conciencia, recono-ciendo culpas y errores cometidos históricamente enlos campos económico y político en relación a las na-ciones cuyos derechos han sido sistemáticamenteviolados por los imperialismos del siglo pasado y delpresente (Tertio millennio adveniente 27). Y obli-ga también –como recordaba Vuetra Santidaden el mensaje de 1995, con ocasión del 50º ani-

versario del final de la segunda guerra mun-dial– a no olvidar la advertencia de Pio XI en1930: Más difícil, por no decir imposible, es que du-re la paz entre los pueblos y entre los Estados, si enlugar del verdadero y auténtico amor a la patria rei-na y arrecia un duro nacionalismo, que es equivalentea odio y envidia en lugar de mutuo deseo de bien.Aquel clarividente y audaz Pontífice denun-ciaba poco después el nacionalismo, en su en-cíclica Mit brennender Sorge, como una de lasfatales idolatrías de los tiempos modernos.

NO ES EL HOMBRE QUIEN HACE A DIOSSINO AL REVÉS

1. 2. En efecto, si nos preguntamos por las raícesde la situación actual de desesperanza, hemosde profundizar hasta aquella concepción mo-derna del hombre que ha llegado a considerar-lo como el centro absoluto de la realidad ha-ciéndolo ocupar así falsamente el lugar de Diosy olvidando que no es el hombre el que hace a

Dios, sino que es Dios quien hace al hombre.El olvido de Dios condujo al abandono delhombre. La pervivencia de este humanismo in-manentista, que se encuentra en la base tantodel liberalismo filosófico radical como del mar-xismo, coloca a los europeos de hoy ante una si-tuación tan problemática como decisiva. Porun lado, los acontecimientos de 1989 dieron lu-gar a una justa expectativa respecto a la supe-ración de las secuelas negativas de la formamás extremada del inmanentismo todavía envigor, es decir, del totalitarismo comunista. Eraun buen momento también para revisar las cla-ras y a veces dramáticas exageraciones del in-dividualismo predominante en Occidente. Pe-ro, por otro lado, muchas de las vías de salidaque se han escogido para avanzar juntos haciauna nueva Europa son tributarias de la men-cionada concepción del hombre, la misma queestaba en las bases de los problemas que se de-seaban –y desean– superar. No se acaba dedar con una solución verdadera y satisfactoria.

De modo que hoy nos encontramos con que,tanto en Oriente como en Occidente, parecenagotarse incluso aquellas energías que lleva-ron a la cultura dominante en la Europa de es-tos últimos siglos a poner todas sus esperan-zas en el progreso de la humanidad hacia metassiempre más altas no sólo de bienestar mate-rial, sino también de justicia y libertad.

No es extraño que en este contexto se hayaabierto un amplísimo campo para el libre de-sarrollo del nihilismo, en la filosofía, del relati-vismo, en la gnoseología y en la moral, y delpragmatismo y hasta del hedonismo cínico, enla configuración de la existencia diaria. El pro-yecto de construir un mundo verdaderamentehumano sobre el único fundamento de las pu-ras potencialidades del hombre no puede yaconcitar la adhesión un tanto ingenua del sigloXIX, ni la de los años sesenta de este siglo XX.Todo parece haber sido ensayado ya. Queda lapregunta: ¿sobre qué construir la vida y la ciu-dad? ¿Sobre qué verdad, qué valores morales,qué motivaciones vitales? La respuesta pareceser hoy, con preocupante frecuencia, la si-guiente: sobre ninguna verdad (pues no se con-fía ya ni siquiera en la verdad del hombre); so-bre ningún valor permanente (pues se piensaque no existen); sobre ningún ideal que no seael del disfrute inmediato de lo que la vida pue-da ofrecer de placentero (pues no se confía ya nien el progreso como meta de humanidad). Latremenda crisis por la que atraviesa una insti-tución tan esencialmente vertebradora de la so-ciedad como es la familia, a la que se pretendedesvincular de su raíz intrínseca y fundante –elmatrimonio- con la secuela de un descenso dela natalidad que parece imparable, da motivomás que suficiente para pensar que ésas sonlas respuestas mayoritarias de unas sociedadesque se han asentado en una desconfianza inhi-bidora y egoísta ante el futuro. Con estos su-puestos son inevitables tanto el crecimiento denuevas formas de marginación social, como laimpotencia para afrontar con criterios de jus-ticia y solidaridad el fenómeno creciente de laemigración.

¿Ha sido la esperanza de liberación de lospueblos oprimidos por el comunismo la últi-

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Todo parece haber sido ensayado ya. Queda la pregunta: ¿sobre quéconstruir la vida y la ciudad? ¿Sobre qué verdad, qué valores morales,

qué motivaciones vitales? La respuesta parece ser hoy, con preocupantefrecuencia: Sobre ninguna verdad, sobre ningún valor permanente

El grave riesgo de los nacionalismos: Balcanes y Kosovo

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Relación antes del debate

ma esperanza de hondo calado y de largo al-cance que han abrigado los europeos del sigloXX? ¿Les queda sólamente el resignarse con elmodesto horizonte de lo cotidiano, con la ins-talación en la fugacidad del goce del presente,sabido precario, pero tenido por lo único que endefinitiva cuenta? ¿Será ésta verdaderamente laúnica salida a la crisis de la ideología del pro-greso a la que se ve hoy abocado el humanismoinmanentista? Preguntas como éstas no dejande golpear con fuerza nuestra conciencia ynuestro corazón de pastores de la Iglesia deCristo que peregrina en Europa. Se impone queles dediquemos seria atención en esta Asam-blea. Es verdad que no son las únicas que seformulan hoy alrededor nuestro. También hayquienes siguen hablando del progreso mera-mente humano como meta ilusionante para losdeseos de las personas y como clave estimu-lante para los programas políticos. Otros mu-chos quieren confiar y confían de verdad en unfuturo más humano y solidario entre los pue-blos de Europa del oeste y del este y de Europacon los pueblos del sur; proyecto al que dedicanimaginación, recursos y trabajo. Sin embargo,no parece que logren vencer la desesperanzapropia de una situación que se percibe comosin meta y sin salida, ni evitar que esta deses-peranza haya de ser considerada como una delas notas dominantes del actual momento deEuropa que interpela profundamente a la Igle-sia. ¿Cuál es la situación de la Iglesia en estecontexto? ¿Cómo recorre ella el camino por elque van sus contemporáneos de hoy? ¿Qué ser-vicio les presta? ¿Cuál será su aportación deverdadera humanidad a los europeos de estetiempo crucial?

UNA MODA PELIGROSA

2. A responder a estas preguntas habremos deorientar, venerables Hermanos, el trabajo deestos días. Queremos abrirnos generosamentea la gracia del Espíritu Santo y escuchar su tes-timonio para comprender la multiforme rique-za de la presencia de Cristo en su Iglesia. Éste esnuestro tesoro. No tenemos otra cosa que ofre-cer a quien nos pide ayuda. Recordad el episo-dio de Pedro que nos narran los Hechos de losApóstoles: No tengo plata ni oro; pero lo que tengote doy: en nombre de Jesucristo Nazareno, ponte a an-dar (Hch 3, 6). Volveremos sobre ello en las par-tes siguientes de esta Relatio. Pero antes es ne-cesario que nos hagamos también conscientesde algunas situaciones que debilitan hoy la vida dela Iglesia en Europa y que no le permiten ofreceral mundo ese testimonio nítido de Cristo y desu Evangelio que con tanta urgencia está nece-sitando.

2. 1. No podemos dejar de reconocer, en primerlugar, que los mismos cristianos, en particularen Occidente, se han dejado a veces afectar porel espíritu del humanismo inmanentista y hanprivado a la fe de su vigor propio, hasta llegarincluso, por desgracia en no pocas ocasiones,a abandonarla por completo. No parece quehaya sido todavía superada la moda de inter-pretar secularistamente la fe cristiana como unaestrategia para organizar mejor las cosas de es-te mundo. La reducción de la fe a palanca mo-

vilizadora de voluntades para la consecuciónde objetivos sociales o políticos proviene deloscurecimiento de la fe en Jesucristo, crucifica-do y resucitado por nuestra salvación, y tieneuna de sus expresiones más evidentes y nega-tivas en la evacuación del contenido del últi-mo artículo del Credo: Esperamos la Resurrec-ción y la Vida eterna. En efecto, cuando la fe enDios Padre y en Jesucristo, que nos abre las

puertas de la salvación eterna por medio de suEspíritu, cede de una u otra manera su lugarinsustituible a una fe meramente humana enel progreso y en el futuro de este mundo, la es-peranza de la Vida eterna se debilita y desapa-rece. Fuera de Jesucristo no sabemos lo que sonde verdad Dios, la vida, la muerte, ni nosotrosmismos. No es extraño que una cultura sin Diosacabe también por ser una cultura sin esperan-za. Porque sólo en Él, que es el Amor eterno ycreador, encuentra el corazón del hombre suorigen y destino verdaderos. Pero sí es extra-ño y alarmante que la predicación, la cateque-sis, la enseñanza de la Religión y, en general,la vida cristiana, no presten la debida atencióna la fe de la Iglesia en la Resurrección y la Vidaeterna. Esto es un síntoma claro de debilita-miento e incluso de vaciamiento profundo de lafe cristiana, pues ... la misión de los creyentes estásiempre y en todas partes orientada hacia el futuro es-catológico (Juan Pablo II, Discurso al Consejodel CCEE, el 16 de abril de 1993).

Las consecuencias que se derivan de la ero-sión de la fe por la mentalidad inmanentistaafectan capilarmente a todos los ámbitos de lavida de la Iglesia. La integridad de la Verdadsalvífica profesada en el Credo no es una cues-tión meramente teórica que no tocara en nada lavida de los cristianos. Al contrario, no es posi-ble ortopraxia alguna –como se dice– sin ver-dadera ortodoxia, y sólo una ortodoxia since-ramente vivida conduce a una auténtica orto-praxia. En efecto, casi todos los problemas más

acuciantes con los que la Iglesia se ve confron-tada en esta hora de Europa hunden sus raícesen la crisis de la Verdad de la fe, que origina a suvez una grave fragmentación doctrinal que lle-ga a afectar la conciencia de los creyentes: lacuestión del ministerio eclesial y de la vida con-sagrada; la vocación de los laicos y su presenciaen el mundo; el anuncio del Evangelio a lasnuevas generaciones.

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Los mismos cristianos, enparticular en Occidente, sehan dejado a veces afectar

por el espíritu delhumanismo inmanentista.No parece que haya sido

todavía superada la modade interpretar

secularistamentela fe cristiana.

No es extraño queuna cultura sin Dios

acabe también por seruna cultura sin esperanza

Hay diversos indicios que nos inclinan a pensar que la predicación íntegra,clara y renovada de Jesucristo resucitado, de la resurrección y de la vida

eterna ha de constituir una prioridad en los próximos años

Una sesión del Sínodo de los Obispos

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La crisis de las vocaciones sacerdotales y, enparticular, de las vocaciones a la vida consa-grada no ha sido superada todavía. Europa,que no hace mucho tiempo enviaba sacerdo-tes, religiosos y religiosas a las misiones y a lasjóvenes Iglesias de todo el mundo, cuenta hoycon menos vocaciones que ningún otro conti-nente y se encuentra con crecientes dificulta-des para proveer de ministros ordenados a suspropias comunidades locales; muchos monas-terios se despueblan y desaparecen; la ingentelabor evangelizadora y educativa de las órdenesy congregaciones religiosas o está seriamentediezmada, diluida en fórmulas meramente po-sibilistas de cooperación con personas e insti-tuciones del mundo civil, o simplemente ha de-saparecido ya en diversas regiones y sectores.Las causas de esta preocupante situación sondiversas y complejas, no cabe duda. Pero tam-poco se puede dudar de que sus raíces más pro-fundas hay que buscarlas en la secularizacióninterna, es decir, en el oscurecimiento o aban-dono de la Verdad de la fe en nuestras mismasvidas y empeños pastorales.

No se pueden esperar vocaciones sacerdo-tales cuando la imagen que se ofrece del sacer-dote es la de un trabajador social o la de un psi-coterapeuta, y no la de quien es antes que nadaministro del único sacerdocio de Cristo y desus misterios de salvación, que liberan al serhumano de la muerte y del pecado y le abren alos horizontes infinitos de la Vida y del Amoreternos de Dios. No se pueden esperar voca-ciones suficientes y duraderas a la vida consa-grada cuando los religiosos y religiosas apare-cen más como fieles al mundo que como testigosy servidores de lo único necesario a través de unavida de pobreza, castidad y obediencia cuyosentido último es ser signo visible de la Vidaeterna. No se puede contar con una verdaderarevitalización de la espiritualidad y del apos-tolado de los laicos si para ello se emplean es-quemas de organizaciones sociales o políticasque persiguen objetivos puramente mundanosde reivindicación y repartos de poder, desco-nociendo así la verdadera naturaleza de la vo-cación laical, que no es otra que la de la trans-formación de este mundo según el Evangelio.

No se podrá, en fin, transmitir el testigo de la fea las nuevas generaciones si lo que se les en-trega son fórmulas de un humanismo más omenos moderno o postmoderno y más o me-nos teñido de una vaga religiosidad de confec-ción heterogénea, en lugar de la única Verdadque nos salva: la del Amor de Dios reveladopor Jesucristo, reconocido siempre de nuevoen y por su Iglesia.

LOS FRUTOS DEL RELATIVISMO

2. 2. En segundo lugar, hemos de reconocer quela secularización interna de la vida cristiana,además de la mencionada evacuación de la Ver-dad de la fe, de consecuencias desertizantes tangraves para la vida de la Iglesia, lleva tambiénconsigo una profunda crisis de la conciencia y dela práctica moral cristiana que pone en peligro launidad eclesial e imposibilita la obra evangeli-zadora. Las cartas encíclicas Veritatis splendor, de1993, y Evangelium vitae, de 1995, lo han seña-lado con clarividencia teológica y pastoral.

Se ha introducido, también entre algunos ca-tólicos, el prejuicio de que la apelación a valo-res morales absolutos resulta incompatible conuna antropología que estime en su justa medi-da el carácter libre y responsable del ser hu-mano, así como con el respeto debido a la con-ciencia de cada uno. Bajo este influjo del relati-vismo historicista y de una concepción reduc-

tiva de la razón humana, no son pocos quie-nes, al menos en la práctica, niegan al Magis-terio de la Iglesia una competencia verdadera-mente normativa en las cuestiones morales yse limitan a concederle una función exhortativay meramente superpuesta a la labor fundantede la moralidad que, según algunos, sería pro-pia del puro discurso racional.

No es extraño que, sobre la base de tales pre-supuestos, se sigan ofreciendo enseñanzas teológicas que están en contradicción con ladoctrina de la Iglesia en materias que afectana los derechos fundamentales de la persona hu-mana y a la justa convivencia entre los hom-bres; con lo que se fomenta aún más el preocu-pante disenso eclesial (cf. Congregación parala Doctrina de la Fe, Instrucción Donum verita-tis (1990), especialmente números 32-38).

En las raíces de esta situación opera de nue-vo una antropología reductiva, que poco tieneque ver con la visión cristiana del ser humano.El eclipse de Dios en la conciencia moderna haconducido a una comprensión desmesuradade la subjetividad como fuente y fundamentode la verdad. En este marco, la libertad, enten-dida como fuente última de toda verdad, acabapor ser comprendida como dueña y soberanadel mundo: carente de otra ley que no sea supropio proyecto. ¿Cómo admirarse luego nosólo de las violaciones particulares de los de-rechos de las personas, sino también del estilo

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No se pueden esperarvocaciones sacerdotalescuando la imagen que

se ofrece del sacerdote esla de un «trabajador social»o la de un «psicoterapeuta»,

y no la de quien es antesque nada ministro

del sacerdocio de Cristoy de sus misterios

de salvación

La preocupante erosión de la fe

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de las concepciones y las prácticas del Estadotirano, desvinculado de cualquier valor y decualquier norma que no sea su propia sobera-nía? El nacionalsocialismo y el comunismo hansido los exponentes más nefastos de este tipo deconfiguración del Estado. Pero las mismas de-mocracias no escapan hoy a la amenaza, en Oc-cidente y en Oriente, de poder ser manipula-das y de convertirse, por este camino, en am-paradoras o encubridoras de actos y hábitossociales que ponen en peligro –cuando no losquebrantan directamente– los derechos invio-lables de la persona humana y de las institu-ciones originarias que la amparan.

2. 3. En estas circunstancias, la Iglesia ha depreguntarse a sí misma con serenidad y con-fianza, ante el Maestro crucificado y resucitado,sobre su propia situación y sobre las condicio-nes exigidas para que su testimonio sea verda-dera fuente de esperanza y de vida para loshombres y mujeres de la Europa de nuestrotiempo. Lo que nos llevará a reconocer, en ter-cer lugar, que el debilitamiento de la Verdadde la fe y de la conciencia moral cristiana pro-duce inevitablemente un debilitamiento de la ca-pacidad evangelizadora de la Iglesia, la cual no secohonesta con ciertas interpretaciones de la dis-posición para el diálogo y para el servicio.

DIÁLOGO SÍ;RENUNCIA A LOS PRINCIPIOS, NO

No cabe duda de que la credibilidad de lasIglesias en la nueva Europa tiene como con-dición necesaria el que se consolide y cultive eldiálogo y la cooperación entre las distintasconfesiones cristianas y entre todos los quecreen en Dios. Es más, también el diálogo serioy confiado con los no creyentes es absoluta-mente imprescindible en las sociedades de-mocráticas y pluralistas (cf. Veritatis splendor74 y Evangelium vitae 82a, 90, 95c). Ahora bien,el diálogo de salvación (cf. Pablo VI, encíclicaEcclesiam suam 39) de los cristianos entre sí y dela Iglesia con el mundo se presenta como unaempresa exigente y delicada que sólo dará fru-tos valiosos si no se prescinde de la Verdadevangélica y no se la pone sistemáticamente

entre paréntesis. No son pocos los asuntos devital importancia en el debate público de nues-tros días en Europa que resultan con cierta fre-cuencia, como escribía Pablo VI, hostiles y re-fractarios a un amistoso coloquio (Ecclesiam suam5). Pensemos en los problemas de la investi-gación con embriones humanos o de su des-trucción sistemática; del aborto y de la euta-nasia; de la recta concepción del matrimonio yde la familia; de las drogas o del tráfico de ar-mas. En algunos de estos asuntos existen nor-mativas de los Estados o de los organismoseuropeos en abierta contradicción con la vi-sión cristiana del hombre y del mundo. Seránecesario no cejar en el diálogo paciente yconstructivo. Pero el presupuesto de un taldiálogo no podrá ser, como también algunoscatólicos parecen pensar, el pluralismo relati-vista, es decir, la renuncia, incluso teórica, atodo principio en aras de acuerdos meramen-te pragmáticos.

Algo semejante se puede decir también dela disposición para el servicio en los diversoscampos en los que la solidaridad humana y lacaridad cristiana exigen la presencia de losdiscípulos de Cristo. Gracias a Dios, no sonpocos los que empeñan voluntariamente sutiempo y sus recursos, y aun sus vidas, en ser-vicios de promoción y de asistencia de muydiversos tipos. Las organizaciones eclesialesde caridad y de promoción de la justicia en-tre los marginados de nuestras sociedades yentre los pueblos de Europa y los más pobresde otros continentes trabajan con admirable yencomiable dedicación. Sin embargo, la ten-tación de la secularización interna llega tam-bién hasta aquí. Será necesario atender a quelas labores de voluntariado y sobre todo lasorganizaciones eclesiales de caridad no aca-ben por convertirse en unas organizaciones nogubernamentales más, cuya identidad y crite-rios cristianos de actuación queden desdibu-

jados o se esfumen en la pura actividad hu-manitaria. Los servicios prestados por perso-nas y organizaciones católicas cuanto más re-flejen la doctrina moral de la Iglesia relativaa la dignidad de la persona y al sentido ver-dadero de la sociedad y del bien común, másfecundas serán en la erradicación de las ver-daderas causas de la pobreza y de la margi-nación. No es menos claro que sólo la ade-cuada integración orgánica en las estructuraseclesiales parroquiales, diocesanas y supra-diocesanas, así como la radicación en la vidaespiritual y sacramental de la Iglesia podrá vi-talizar las acciones y las instituciones de ser-vicio y de cooperación, haciendo de ellas tes-timonios vivos de la caridad y de la esperanzaque demandan hoy nuestros hermanos euro-peos, en especial los menos favorecidos: la es-peranza que no defrauda (cf. Rom 5, 5) y bro-ta de su fuente perenne, que es Jesucristo (cf.Juan Pablo II, encíclica Redemptor hominis 13).

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Nada puede suplir a Dios

El eclipse de Dios en la conciencia moderna ha conducidoa una comprensión desmesurada de la subjetividad como fuente

y fundamento de la verdad

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El Concilio Vaticano II, el gran don del Espí-ritu Santo para nosotros en este siglo que

termina, ha supuesto una renovación de la con-ciencia de la Iglesia sobre sí misma y sobre sumisión en el mundo porque la ha movido a pro-fundizar en la conversión hacia su centro yfuente permanente: hacia Cristo y el Dios tri-no por Él revelado. El mismo acontecimientoconciliar y, en su medida, también las celebra-ciones sinodales que han jalonado los últimosdecenios (pienso, en particular, en la Asambleaextraordinaria de 1985 que celebró y verificó elConcilio a los veinte años de su clausura) sonexpresión de la presencia viva del Resucitado ensu Iglesia, a la que no deja de asistir con la fuer-za del Espíritu Santo.

La nueva primavera de la Iglesia anunciadapor el Papa Juan XXIII y preparada por el Con-cilio se ha visto a veces obstaculizada y no in-frecuentemente retrasada, sobre todo en Euro-pa, a causa de los problemas planteados por elsecularismo, a algunos de cuales acabo de alu-dir. Pero no nos han faltado tampoco en estosúltimos tiempos signos claros de la acción delEspíritu de Jesucristo que confirman nuestrafe en la Iglesia como Cuerpo de Cristo y nuevoPueblo de Dios y alientan sobrenaturalmentenuestra esperanza. Permitidme, venerables Her-manos, espigar algunos de estos signos que po-nen de manifiesto la fuerza con la que Jesu-cristo es testimoniado, celebrado y servido hoyen nuestras Iglesias de Europa.

1. Constatamos con agradecimiento que la Igle-sia no ha dejado de escuchar y de escrutar la Palabrade Dios ni de dar testimonio de ella de muchas ma-neras ante los hombres y las mujeres de nuestrotiempo. Porque esa Palabra, que es el mismoSeñor Jesucristo, sigue interpelando cada díatanto a los pastores como a los fieles y tambiéna todos los hombres. Él es, en efecto, en perso-na, el Verbo de la Vida, el Hijo eterno de Diosencarnado en el seno virginal de María que,unido en cierto modo a todos nosotros por loscaminos de este mundo, nos ha revelado el ros-tro del Dios vivo, el Padre de la misericordia, ynos ha abierto las fuentes de la Vida verdadera.Por su encarnación, vida, muerte y resurrec-ción tenemos acceso a la Vida eterna, que con-siste en conocer a Dios y a su enviado Jesucris-to (cf. Jn 17, 3).

Se siente la necesidad en estos últimos añosde que la Constitución Dei Verbum, sobre la di-vina Revelación, del Concilio Vaticano II, seamás estudiada, mejor comprendida y más co-herentemente llevada a la vida de la Iglesia. Nohan resultado vanas las luminosas orientacionesy sugerencias del Sínodo de 1985 a este respec-to. Se han hecho progresos en la superación dela falsa oposición entre el oficio pastoral y el doctri-nal, dado que la verdadera intención pastoral con-siste en la actualización y concrección de la verdadde la salvación, que en sí vale para todos los tiempos(Relatio finalis B, a, 1). Muchos son los que pro-curan tomar una conciencia más viva del ver-dadero sentido católico de la interpretación dela Escritura en la Iglesia, a la que sin duda hancontribuido las orientaciones publicadas por

la Pontificia Comisión Bíblica en 1993. Pero lasugerencia sinodal que ha obtenido unos frutosmás visibles y de largo alcance ha sido la deque se escribiera un catecismo de referencia pa-ra toda la Iglesia.

En efecto, la publicación del Catecismo de laIglesia católica en 1992 debe incluirse, sin más, en-tre los mayores acontecimientos de la historia re-ciente de la Iglesia, en palabras pronunciadas porVuestra Santidad al presentar el Catecismo el 7de diciembre de aquel año. Es la segunda vez en

su bimilenaria historia que la Iglesia se dota a símisma de un libro como éste. Se trata de uninstrumento al servicio de la Iglesia universal.Pero el eco obtenido en Europa por el Catecismopone de relieve el acierto de la sugerencia hechapor el Sínodo de 1985 y de su especial relevan-cia para nuestras Iglesias, en las que el graveproblema de la transmisión de la fe a las gene-raciones nuevas sigue sintiéndose con especialurgencia. La multitudinaria acogida que se dis-pensó al Catecismo, con un sorprendente éxito

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CAPÍTULO II

Jesucristo vive en su Iglesia

Tabla central del Tríptico de la resurrección de Lázaro. Ambrosius Benson (siglo XVI). Brujas

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editorial, pone también de relieve la demandade orientación precisa sobre la fe de la Iglesiapor parte de nuestros contemporáneos. Por en-cima de las opiniones más o menos originalesde los autores particulares, el hombre de hoysigue interesado por la doctrina de salvaciónque le ofrece la Iglesia y que le acerca al Verbode la Vida, Jesucristo que vive en ella.

También hemos experimentado la presenciadel Espíritu de Jesucristo resucitado en su Igle-sia en la notable clarificación doctrinal propi-ciada por el magisterio de Vuestra Santidad alpueblo de Dios. Ya me he referido a las encícli-cas Veritatis splendor (1993) y Evangelium vitae(1995), pero no podemos olvidar tampoco la Utunum sint (1995) y la Fides et ratio (1998). Todasellas ofrecen un testimonio vigoroso y nítidode la Palabra de la Vida, como fundamento delos valores inmutables que sustentan la digni-dad y la vida humana, como imperativo y ca-mino de la unidad de los cristianos y como sal-vación y fuerza para la razón debilitada. Ade-más, el programa pastoral ofrecido por la Car-ta apostólica Tertio millennio adveniente (1994)permite a nuestras Iglesias acercarse a la cele-bración del Jubileo de la Encarnación del Verbomejor preparadas para la glorificación de la Tri-nidad Santa por medio de una vida de fe másfuerte, llena de esperanza y actuante por la ca-ridad (cf. Gal 5, 6).

TESTIMONIOSDIGNOS DE AGRADECIMIENTO

La Iglesia da gracias a Dios por todos estosservicios del Magisterio a la Palabra de la Vi-da, a través de los cuales sigue cumpliéndose la

promesa del Señor: Yo estoy con vosotros todoslos días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Pero laIglesia da gracias también porque el testimo-nio dado al mundo por hermanas y hermanosnuestros de todas las condiciones y estados devida no ha cesado de producirse nunca en estosaños y en este siglo que concluye.

Pienso en tantos sacerdotes que, en mediodel vendaval del secularismo que ha azotadoa la sociedad y la Iglesia en Europa, han sabidomantenerse fieles a su vocación de ministrosdel Evangelio. Su testimonio y su ministerio nohan faltado ni en las parroquias rurales ni enlas urbanas, ni en los centros de enseñanza ni enlos hospitales. Más de una vez han tenido quesoportar el menosprecio, las ironías y hasta elataque personal, también y precisamente en lospaíses occidentales, orgullosos de un supuestoestilo de vida abierto y tolerante, sin que lesfaltase en ocasiones la incomprensión de losmismos hermanos en la fe. Pero con su fideli-dad, humildad y fortaleza, signos claros de lapresencia del Espíritu Santo, que ha hecho fe-cunda su vida, han prestado un impagable ser-vicio a la Iglesia. Ellos han sostenido el testi-monio de la fe en tiempos de inclemencia y hantransmitido el testigo de la vocación y de la es-piritualidad sacerdotal a los jóvenes a quienesel Señor sigue llamando a su servicio. La edadavanzada, lejos de empañar el testimonio detantos sacerdotes, felices tras largos años de en-trega al Señor en el celibato por el Reino de losCielos, ha sido un motivo más para la irradia-ción de su ministerio.

Los misioneros y misioneras, procedentesen gran número de nuestras Iglesias de Europa,siguen dando testimonio de Cristo en todo el

mundo. Sus vidas, entregadas por completo alanuncio del Reino de Dios, son expresión de lapresencia vivificante del Señor en su Iglesia.En medio de una cultura de lo efímero y de laausencia del compromiso completo y de porvida, su testimonio adquiere, si cabe, nueva ca-pacidad de interpelación para nuestros paísesde vieja tradición cristiana. La búsqueda de losmás pobres en todos los paisajes de la tierra,para llevarles el amor de Jesucristo, ha alcan-zado frecuentemente grados de una nueva he-roicidad cristiana.

Pienso asimismo en quienes se dedican a lainvestigación y la divulgación teológica. Sonmuchos, la gran mayoría, los que respondencon el trabajo diario a su vocación en verdade-ra comunión con la Iglesia, a pesar de las nadainfrecuentes solicitaciones en otro sentido. Eldesafío que la urgencia de la nueva evangeli-zación de la cultura de la libertad dirige hoy a losteólogos es, sin duda ninguna, formidable. Espreciso trabajar con tesón y lucidez. En parti-cular, habría que agradecer y cultivar una in-corporación de la mujer a las tareas de la teo-logía que abriese nuevas posibilidades para elservicio de la evangelización y del diálogo conlas nuevas formas de cultura.

LAS FAMILIAS CRISTIANAS

Pienso también en las familias cristianas que,haciendo verdadera su condición de Iglesias do-mésticas, como las llama el Concilio Vaticano II(Lumen gentium 11), han sido el lugar en el queCristo se ha hecho presente para tantos euro-peos de Oriente y de Occidente. Cuando lasinstituciones públicas, la escuela e incluso de-

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terminados ambientes eclesiales han dejado deser cauces de la educación de las nuevas gene-raciones en el amor a Cristo y en la esperanzacristiana, son las familias las que han alimen-tado en el corazón de los jóvenes los gérmenesde una fe personalmente aceptada y vivida. Enno pocas ocasiones han sido las abuelas quieneshan sabido guiar a los nietos y, a través de ellos,a los hijos, al encuentro o al reencuentro conJesucristo. Tanto cuando el Estado estorba di-rectamente la evangelización, como cuando elmaterialismo práctico asedia la fe de los jóvenes,son muchos los que deben a sus padres o a susabuelos el bautismo, la preparación para la pri-mera comunión y aun para el matrimonio y laverdadera comprensión y aprecio de lo que sig-nifica la palabra amor. ¿Cómo no ver tambiéncon agradecimiento en estas familias y personassignos de la presencia viva del Señor resucita-do en su Iglesia?

En modo alguno podemos olvidar tampocolos importantes avances de los últimos años enel testimonio de Jesucristo dado al unísono almundo por las distintas confesiones cristianasen Europa. Me complace recordar a este res-pecto la Declaración común sobre la doctrinacristológica firmada el 13 de diciembre de 1996por Vuestra Santidad y el Patriarca Catolicósde todos los armenios, Gareguín I; también, laDeclaración conjunta sobre la justificación que fir-marán, D. m., el día 31 de este mes de octubre elConsejo Pontificio para la Unidad de los cris-tianos y la Federación Luterana Mundial. Elviaje del Papa a Rumanía y su encuentro conel Patriarca Teoctist, así como la presencia enRoma del Patriarca Bartolomé I de Constanti-nopla son signos del entendimiento progresivocon las venerables Iglesias ortodoxas. Es im-portantísimo que avancemos en el camino de launidad y del testimonio de lo que constituyeel corazón del Evangelio que la Iglesia predi-ca: que tanto amó Dios al mundo que entregó a su

Hijo único para que no perezca ninguno de los quecreen en Él, sino que tengan vida eterna (Jn 13,16).Es sin duda el mismo Espíritu de Jesucristo, vi-vo en su Iglesia, el que nos va conduciendo ha-cia la recomposición de la unidad sobre la basede un acercamiento conjunto, no exento de unesfuerzo de paciencia y humildad, a la verdadsobre el verbo de la Vida.

2. La unidad de los cristianos es tan importan-te porque la división no deja de afectar de algúnmodo al mismo carácter de la Iglesia como sa-cramento. En efecto, no es sólo a través del mi-nisterio de la Palabra como Cristo se hace pre-sente en su Iglesia para cada generación; es elser mismo de la Iglesia como misterio de co-munión, como Cuerpo de Cristo y Pueblo deDios, el que, según ha enseñado el Concilio, esen Cristo como un sacramento o signo e instrumentode la unión íntima con Dios y de la unidad de todoel género humano (Lumen gentium 1). Lo recor-daba con insistencia y acierto el Sínodo extra-ordinario de 1985. En la Relación final los Pa-dres sinodales decían que no podemos sustituiruna visión unilateral, falsa, meramente jerárquica dela Iglesia, por una nueva concepción sociológica tam-bién unilateral de la Iglesia. Jesucristo asiste siemprea su Iglesia y vive en ella como Resucitado. Por la co-nexión de la Iglesia con Cristo se entiende clara-mente la índole escatológica de la misma Iglesia (cf.Lumen gentium, cap. VII). De este modo, la Igle-sia peregrinante en la tierra es el pueblo mesiánico,que anticipa en sí mismo la nueva creatura (Relatio

finalis A, 3). Y más adelante los Padres precisa-ban que la Iglesia constituye este pueblo me-siánico, anticipo de la Gloria futura, en virtudde la unidad de fe y sacramentos y por la unidadjerárquica (ibíd. C, 2).

La celebración de la liturgia y de los sacra-mentos actualiza ya ahora para los fieles la par-ticipación en la vida divina, en la comunión dePadre, Hijo y Espíritu Santo, que un día seráplena en la Vida eterna. De ahí que la predica-ción y la catequesis conduzcan a la celebraciónde los misterios de la salvación. La renovaciónlitúrgica ha ayudado mucho a que la celebra-ción vaya más claramente unida a la Palabrade Dios y a la santificación de toda la vida. Sonnumerosos los lugares en los que la liturgia, re-novada según el verdadero espíritu del Conci-lio y las orientaciones de los obispos, ha dadolugar a una vida eclesial más rica y conscientede su carácter propio.

RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS

Pensemos en las comunidades de religiososy religiosas que ofician a diario la Liturgia de lasHoras con todo esmero, uniendo a la públicaalabanza divina el aliento y el aroma de la ora-ción y de la contemplación a solas en el desier-to al que el Espíritu los ha llamado. Pensemostambién en tantas catedrales, parroquias y san-tuarios, donde la celebración de la liturgia y delos sacramentos se hace con viveza, dignidad yparticipación interior y exterior de todos. Cre-

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Una comunidad de contemplativas

Dibujo de Francisco Solé para la revista Saber Leer

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ce el número de los celebrantes que asumen suoficio sagrado con la formación teológica y lapreparación inmediata deseada por el Conci-lio y urgida sin cesar por los obispos.

Los fieles laicos, así como los religiosos y reli-giosas, toman cada día mayor parte en la prepa-ración y en la celebración de la liturgia y los sa-cramentos. De este modo aparece con mayor cla-ridad ante el mundo y ante la propia comunidadcelebrante el carácter sacerdotal de todo el pueblosanto de Dios. En algunos lugares, ante la escasezde ministros ordenados, los fieles laicos y los re-ligiosos y religiosas ayudan a los obispos paraque no falte la celebración de la Palabra, el mi-nisterio de la Sagrada Comunión y otras celebra-ciones. Sin que sirva de pretexto para relativizarla gravedad doctrinal y pastoral del problema dela mencionada escasez de ministros, que siguecausando a las Iglesias sufrimientos y dificultades,este hecho ha servido de ocasión providencial pa-ra un replanteamiento más hondo del caráctersacramental de la Iglesia y del sentido central delministerio ordenado en ella como don del EspírituSanto para la representación de Cristo, cabeza dela Iglesia. La Carta apostólica Ordinatio sacerdota-lis, de 1994, ha contribuido de forma decisiva ala clarificación de esta realidad e invita a una pro-fundización en los aspectos teológicos y prácti-cos que están en cuestión.

Junto a la vida litúrgica, la religiosidad po-pular no ha dejado de encontar siempre for-mas de expresar la piedad de las personas y delos pueblos que la Iglesia orienta hacia el cultode Dios en espíritu y en verdad (Jn 4, 23). Algunasde estas expresiones de religiosidad, que se hanmostrado resistentes al secularismo, han servi-do a no pocos como sostén de su fe cristiana.La revitalización que en los últimos años hanexperimentado en algunos lugares la vida delas cofradías, de los santuarios, las celebracionespatronales y familiares, las peregrinaciones, lasprocesiones y otras expresiones del fervor reli-gioso es una gracia y un don del Espíritu paraestos tiempos de sequía espiritual. Todo ello vasiendo mejor integrado en la vida propiamen-te litúrgica de la Iglesia, por la que Cristo mis-

mo ofrece al Padre el culto de la Nueva y eter-na Alianza.

JÓVENES FELICES CON CRISTO

A la celebración pública de Jesucristo perte-necen también las Jornadas Mundiales de la Ju-ventud, convocadas por Vuestra Santidad. Laprimera de ellas que tuvo lugar en Europa, fue-ra de Roma, en Santiago de Compostela (1989),y la última, en París (1997), congregaron mu-chedumbres de jóvenes con los ojos fijos enCristo, felices de haberse encontrado con Él.Procedentes de todo el mundo, pero, en estasocasiones, en particular de nuestras Iglesias deEuropa, los jóvenes cristianos, reunidos con elPapa y con sus obispos, han sido y serán (pien-so en la Jornada del próximo año aquí en Roma)expresión viva y prometedora de una Iglesiavuelta en oración y en alabanza a Jesucristo,que vive en ella, y pronta a comunicar al mun-do la noticia alegre del Evangelio de la Salva-ción.

Es necesaria también una mención especialde los santuarios marianos. El pueblo fiel noha dejado de acudir a ellos. Al contrario, ha idoen aumento el número de los que se acercan aesos lugares para encontrarse con la Madre deJesús, el Señor. Allí María consuela a sus hijos y

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La dedicación profesional de los cristianosa las tareas de la política y de la

configuración pública de la sociedadreviste una grave y nueva urgencia

Nuestros contemporáneos, hastiadosde ofertas superficiales y de ritmos

de vida tan agobiantes, vacíos de sentido,están necesitados de alimentos sólidos

para el espíritu

Pentecostés, en la Plaza de San Pedro

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los fortalece en la fe, para que sean de verdadpiedras vivas de la Iglesia. La devoción maria-na es cultivada también en las parroquias, enlas familias y en las asociaciones cristianas co-mo camino seguro hacia Cristo, que se muestrade este modo vivo en su Iglesia.

3. La Gloria que la vida litúrgica, sacramental yde oración anticipa ya ahora en la vida cristia-na resplandece en el servicio de la caridad. Enefecto, la vida de los cristianos en el mundo,transida de la esperanza escatológica que la Pa-labra y los sacramentos alimentan, se convier-te toda ella en un verdadero culto de alabanzaal Creador.

Según la conocida expresión de san Ireneo, lagloria de Dios es el hombre dotado de vida y la vidadel hombre es la visión de Dios (Adversus haeresesIV, 20, 7). Por eso, la presenciaen la Iglesia de Cristo vivo ensu gloria se ha manifestadosiempre y se sigue manifestan-do hoy en la caridad de cadacristiano y de las institucionesque la Iglesia pone al serviciodel hombre en sus necesidadesespirituales y materiales.

Entre esas realidades es ne-cesario destacar ante todo lamisma doctrina social de laIglesia y los organismos que lapromueven, la estudian y la lle-van a la práctica. Durante al-gún tiempo –providencial-mente corto– esta doctrina fuejuzgada, precipitada y erróne-amente, como algo superado,según se decía, por la marchade la Historia. Después de lacaída del socialismo real en 1989,se ha podido comprobar denuevo la validez de sus princi-pios, basados en la verdad delhombre que proclama el Evan-gelio. Lo que constituye la tramay, en cierto modo, la guía... de todala doctrina social de la Iglesia es–según enseña la encíclica Cen-tesimus annus 11– la concepcióncorrecta de la persona humana yde su valor único, en cuanto «elhombre es... en la tierra la únicacreatura que Dios ha querido por sí misma» (Gau-dium et spes 24). En él ha esculpido su imagen ysemejanza (cf. Gn 1, 26), confiriéndole una dignidadincomparable... En efecto –continúa la encíclica–más allá de los derechos que el hombre conquista conel propio trabajo, hay otros derechos que no corres-ponden a ninguna obra puesta por él, sino que deri-van de su esencial dignidad de persona.

La defensa de los derechos inviolables de lapersona humana forma parte ineludible de lamisión de la Iglesia. Vuestra Santidad, ya des-de su primera carta encíclica, Redemptor hominis(1979), no ha cesado de proclamar que el hom-bre es el primer y fundamental camino de la Igle-sia, trazado por Cristo mismo (14), haciéndose ecovivo y penetrante de la doctrina conciliar de laConstitución pastoral sobre la Iglesia en el mun-do de nuestros días Gaudium et spes (especial-mente número 22). Hace veinte años estas pa-labras eran escuchadas con particular reso-nancia en aquellos lugares de Europa dondelos sistemas totalitarios violaban sistemática-mente derechos fundamentales tan importantescomo el de la libertad religiosa, de conciencia,de asociación, etc. Entre tanto, la situación de losderechos humanos ha cambiado notablementepara la Iglesia y para los ciudadanos de toda

Europa. Hay que constatar, no obstante, que ladignidad humana sigue sufriendo hoy restric-ciones y lesiones en muchos de nuestros paí-ses europeos, de modo que los cristianos nopodemos dejar de levantar nuestra voz y deponer los medios a nuestro alcance para queestas situaciones sean enmendadas cuanto an-tes.

EL DERECHO A LA VIDA

Damos gracias a Dios porque la Iglesia, através de numerosas instituciones y personas,y movida por el Evangelio de la vida, está dandoun testimonio claro en favor del derecho a lavida de todos los seres humanos, desde la con-cepción hasta la muerte natural. Hay cierta-mente otros grupos y personas no católicos em-

peñados en esta noble lucha. Sinembargo son, por desgracia, po-cos los frutos cosechados e in-cluso son cada vez más las ame-nazas que aparecen en el hori-zonte. La presencia de Cristo re-sucitado entre nosotros nos daráfuerzas para no ceder al desa-liento. Contamos con el ejemplode tantos hermanos y hermanasdel centro y oriente de Europaque lucharon sin desfallecer, du-rante decenios, por los derechosfundamentales de todos loshombres, a costa incluso, en nopocas ocasiones, de sacrificiosheroicos.

En el ámbito laboral son bas-tantes los problemas a los que seenfrentan hoy nuestros conciu-dadanos, en particular los másjóvenes y las mujeres. Sobre ellospesa de modo a veces intolera-ble la carencia de un trabajo queles permita, más que sobrevivir,vivir de un modo acorde con ladignidad del ser humano, queha de poder desarrollar sus ca-pacidades al servicio del bien co-mún. También en este ámbitoson numerosas las iniciativas deformación, de asistencia y, en ge-neral, de fomento de la concien-cia del problema que están sien-

do desarrolladas por Cáritas y otros grupos ypersonas comprometidos con la causa de losoprimidos y de los pobres. La tradición de losmovimientos apostólicos obreros sigue viva.Algo semejante puede decirse también con gra-titud respecto de la acogida de tantos trabaja-dores que han emigrado en estos últimos añosdentro de Europa o que han venido de fuera.La Iglesia, Cuerpo de Cristo, no ve en ellos cuer-pos extraños que rechazar, sino hermanos aquienes acoger como al mismo Cristo.

LA OPCIÓN PREFERENCIALPOR LOS POBRES

La labor caritativa de la Iglesia se ha exten-dido también a los ámbitos de las llamadas nue-vas pobrezas, aparecidas en medio de las socie-dades del bienestar de nuestros países, comoson el mundo de la droga, del sida, de los jó-venes sin trabajo, de los cónyuges abandona-dos y de los niños de matrimonios rotos. Cris-to, el Salvador, sigue hoy sanando y acompa-ñando, por medio de sus discípulos, al hom-bre quebrantado y apaleado que yace al bordedel camino de la vida (cf. Lc 10, 29-37).

La opción preferencial por los pobres se ex-

Relación antes del debate14 ΑΩ

Los medios decomunicaciónmás recientes,como internety las nuevastécnicas de la

televisión,y también losmás clásicos

–prensa, libros,radio– hay queaprovecharlos

mejor

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Paro, droga, violencia,niños abandonados: elhombre, quebrantadoy apaleado al borde

del camino de la vida

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tiende a las masas desnutridas y carentes de lascondiciones mínimas para una vida digna quepueblan los países del tercer mundo. Los po-bres son evangelizados allí por las Iglesias lo-cales, muchas veces todavía con la ayuda de losmisioneros y misioneras procedentes de nues-tras Iglesias de Europa. Las Iglesias jóvenes deesos países reciben también una ingente y ge-nerosa ayuda material que diversas organiza-ciones católicas, apoyadas en las perseverantesaportaciones de los fieles, canalizan desde aquí.El interés efectivo por tantos hermanos nues-tros en situaciones de extrema pobreza es sinduda suscitado por la presencia viva entre no-sotros de Aquel que dijo refiriéndose a los ne-cesitados: Todo lo que hicisteis con uno de estos mishermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt25, 40).

LOS NUEVOS MOVIMIENTOS

Así, pues, Jesucristo es testimoniado, ce-lebrado y servido en nuestras Iglesias de Eu-ropa porque Él vive en ellas. He recordadoalgunos de los signos que nos lo muestrancon toda evidencia. No quisiera terminar es-ta segunda parte de la Relatio sin mencionartambién una realidad pujante y prometedo-ra que por la providencia de Dios se abre ca-mino en nuestras Iglesias: me refiero a losllamados nuevos movimientos y comunida-

des eclesiales. A lo largo de este siglo quetermina han sido muchas las iniciativas delos fieles que el Espíritu Santo ha ido susci-tando en la Iglesia como respuesta a las nue-vas necesidades y a los imperativos de lostiempos. Algunas de ellas han experimenta-do en los últimos años un crecimiento cuan-titativo y cualitativo verdaderamente sor-prendente. Su pujanza no ha dejado de oca-sionar algunas dificultades de integraciónen las estructuras pastorales y jurídicas dela Iglesia. Pero no cabe duda de que son ungran don Dios que revitaliza las Iglesias deEuropa para la evangelización de nuestrostiempos. Con sus diversos carismas hacenpresente a la Iglesia en el mundo de la cul-tura, de los alejados, de los marginados, deldiálogo interconfesional e interreligioso, dela familia, de los jóvenes, en las fronteras dela misión ad gentes y en los espacios intrae-clesiales no suficientemente atendidos porotras instituciones tradicionales. De su senosurgen numerosas vocaciones para la vidareligiosa y, en especial, para el presbiterio denuestras diócesis.

Convocados por Vuestra Santidad, fun-dadores y representantes de los movimientosy las nuevas comunidades acudieron aquí aRoma el 30 de mayo de 1998 para dar testi-monio de su comunión eclesial en torno aPedro y para manifestar su voluntad de po-

ner sus carismas al servicio de la Iglesia. En-tonces escucharon del Pastor universal estaspalabras: En nuestro mundo, frecuentementedominado por una cultura secularizada que fo-menta y propone modelos de vida sin Dios, la fe demuchos es puesta a prueba con dureza y no pocasveces se ve sofocada y apagada. Se advierte en-tonces con urgencia la necesidad de un anunciofuerte y de una sólida y profunda formación cris-tiana. Y he aquí, ahora, los movimientos y lasnuevas comunidades eclesiales. Ellos son unarespuesta suscitada por el Espíritu Santo a estedramático desafío del fin del milenio. ¡Ellos son,vosotros sois, la respuesta providencial! En efec-to, los movimientos constituyen un reclamosignificativo de que la Iglesia es una reali-dad histórica visible, un cuerpo animado porla presencia del Señor. Ellos ayudan a los fie-les a vivir esta presencia como la novedadde un encuentro personal y aportan así unfactor fundamental para la nueva evangeli-zación de Europa: el testimonio y la acciónde muchos hombres y mujeres cristianos,convertidos a Cristo y decididos a vivir paraÉl, dispuestos a profesar su Verdad en la co-munión de la fe, celebrando sus misterios,nutriendo en ellos su esperanza, sirviéndolecon una vivencia de la caridad en todas susfacetas, haciendo patente en sus vidas quela vocación a la santidad es la propia de todocristiano.

Damos gracias a Dios porque la Iglesia, a través de numerosas institucionesy personas, y movida por el «Evangelio de la vida», está dando un

testimonio claro en favor del derecho a la vida de todos los seres humanos,desde la concepción hasta la muerte natural

«La Iglesia, realidad historica visible». Basílica de San Ambrosio, de Milán (siglo XIV)

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Relación antes del debate

No son pocas las dificultades que la culturasecularista, dominante en la Europa de

nuestros días, presenta para la vida de los hom-bres y para el anuncio del Evangelio. Pero noson menos las razones para la esperanza. La na-ciente Iglesia apostólica no tenía las cosas más fá-ciles. Pero ella venía de Pentecostés. Ahora bien,Pentecostés no es sólo un hecho del pasado, sinoque sigue presente en nuestros días, en particu-lar, gracias al Concilio Vaticano II. Estamos con-vencidos de ello. Por eso continuaremos traba-jando sin desmayo en la nueva evangelización.

Europa ya no está hoy tan patentemente di-vidida por muros e ideologías totalitarias. Peropersiste en ella una división más profunda, cau-sa de graves quebrantos del ser humano y ame-naza de nuevas calamidades. Es la división exis-tente entre los bautizados que viven su fe enDios y los que se han alejado de su fe bautis-mal o ni siquiera la han profesado nunca. Con-servo bien en mi memoria las palabras escu-chadas a Vuestra Santidad en Santiago de Com-postela en 1982: Europa está dividida en el aspec-to religioso. No tanto ni principalmente por razón delas divisiones sucedidas a través de los siglos, cuan-to por la defección de bautizados y creyentes de las ra-zones profundas de su fe y del vigor doctrinal y mo-ral de esa visión cristiana de la vida, que garantizaequilibrio a las personas y comunidades.

Venerables Hermanos, Europa se encuentraen esta hora ante una decisión fundamental: ola conversión al Dios de nuestros padres, cuyoHijo se ha hecho hombre por amor al hombre,o el apartamiento de las raíces espirituales de

las que ha germinado el verdadero humanis-mo europeo. Nuestra tarea como Iglesia esanunciar con obras y palabras al Dios vivo, esdecir, el Evangelio de la esperanza. En el tra-mo final de esta Relatio deseo hacer algunas su-gerencias en orden a la mejor realización de es-ta tarea. Me serviré del mismo esquema em-pleado en la parte anterior y hablaré de cómotestimoniar, celebrar y servir hoy en Europa elEvangelio de la esperanza.

1. El ministerio de la Palabra ha de ser cuidadocon esmero. Porque ¿cómo creerán en aquel aquien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les pre-dique? (Rom 10, 14). Las posibilidades que hoyse abren a este ministerio son muchas y están le-jos de haber sido aprovechadas bien: los me-dios de comunicación más recientes, como in-ternet y las nuevas técnicas de la televisión, ytambién los más clásicos, como la prensa, loslibros y la radio, son instrumentos que hay quesaber aprovechar mejor. Para su buena utiliza-ción, y también para el uso de la palabra en lashomilías y las alocuciones directas, es necesariauna preparación adecuada. Pero deseo dete-nerme en la disposición fundamental que hade presidir este ministerio y en el que conside-ro uno de los contenidos de la predicación alque se ha de dar prioridad en nuestros días.

Hemos de anunciar el Evangelio con fe ple-na y valiente. Es cierto que no se trata tanto deconfiar en nuestros propios medios y posibili-dades, cuanto de recordar siempre de Quiénnos hemos fiado (cf. 2 Tim 1, 12). El Verbo deDios, por quien todo fue hecho, se hizo carne de mo-do que, siendo hombre perfecto, salvara a todos y re-capitulara todas las cosas. El Señor es el fin de lahistoria humana, el punto en el que convergen los de-seos de la Historia y de la civilización, centro del gé-nero humano, gozo de todos los corazones y plenitudde sus aspiraciones (Gaudium et spes 45). El diá-logo con la cultura atea de nuestros días y conotras religiones no deberá inducir a ningún cris-tiano a dudar de que en Jesucristo, el Hijo uni-génito del Padre, Dios se ha acercado de mo-

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La naciente Iglesiaapostólica no tenía las

cosas más fáciles. Pero ellavenía de Pentecostés. Ahorabien, Pentecostés no es sólo

un hecho del pasado, sino que sigue presente

en nuestros días,en particular, graciasal Concilio Vaticano II

CAPÍTULO III

Para anunciar, celebrar y servir el «Evangelio de la esperanza»

Nuevos medios para una evangelización nueva

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do único y supremo al ser humano y éste harecibido así la salvación y la plenitud de su ser.

HAN PASADO LOS TIEMPOS DEL TEMOR

Han pasado los tiempos del temor y delacomplejamiento. No estamos exentos de co-meter errores en nuestra predicación y en nues-tra labor pastoral. Pero confiamos en que nues-tras debilidades son superadas con creces por laPalabra misma que anunciamos cuando la ofre-cemos con limpieza y fidelidad. No nos estápermitido en modo alguno desconfiar del Evan-gelio, que es fuerza de salvación procedente deDios (cf. 1 Cor 1, 18-25). No podemos hurtar-les esta fuerza a nuestros hermanos, que sufrenla desesperanza alimentada –o, al menos, noimpedida– por el humanismo inmanentista. Siel aparente éxito de las promesas y de las so-luciones de las ideologías materialistas del pro-greso ejerció durante algún tiempo una ciertafascinación incluso sobre los llamados a anun-ciar el Evangelio, hoy, gracias a Dios, todos po-demos y debemos sentirnos libres de tal servi-dumbre. El fracaso manifiesto de las más em-blemáticas de dichas ideologías debe servirnosde lección también a los ministros de la Pala-bra. Son signos de los tiempos que nos confir-

man en la fe recibida de los Apóstoles: Jesu-cristo es el único Salvador del hombre.

La Iglesia ha de predicar hoy en Europa contoda confianza a Jesucristo, crucificado y resu-citado, Evangelio de la esperanza. Hay diversosindicios que nos inclinan a pensar que la pre-dicación íntegra, clara y renovada de Jesucris-to resucitado, de la resurrección y de la vidaeterna ha de constituir una prioridad en lospróximos años. El cierto déficit que el ministe-rio de la Palabra ha venido padeciendo en estepunto es el primero de dichos indicios. ¿No he-mos hablado demasiado poco y fragmentaria-mente de la Gloria que la Iglesia espera parasus hijos y para la creación entera? Por otro la-do, ¿no hemos silenciado a menudo la posibi-lidad real de la perdición eterna frente a la quenos previene Jesucristo mismo? En segundo lu-gar, otro indicio que nos habla en favor de darespecial relieve a la predicación del último ar-

tículo del Credo es el recurso cada vez más fre-cuente de no pocos de nuestros contemporá-neos, incluso entre los bautizados, a ciertos su-cedáneos de la verdadera esperanza, como sonla creencia en la reencarnación, la astrología yotras prácticas adivinatorias. En tercer lugar,el hedonismo e incluso el cinismo ético que vantomando carta de naturaleza entre nosotros es-tán sin duda también en relación con la caren-cia del verdadero aliento moral que procede dela fe en la Vida eterna, pues la espera de una Tie-rra nueva no debe amortiguar, sino más bien avi-var la preocupación por perfeccionar esta tierra (Gau-dium et spes 20, 2). Además, en cuarto lugar,frente a un cierto ecologismo que difícilmentepuede ser calificado de humanista, la esperan-za del Cielo evita que esta tierra o la naturalezasean vistas como el medio absoluto en el queel ser humano estaría destinado a integrarse eincluso a disolverse; y previene también con-tra al abuso irresponsable de los recursos de lacreación de Dios. Por fin, el paradójico escepti-cismo del europeo de nuestros días, que es hi-jo de la cultura de la libertad, respecto de la ver-dadera profundidad de las decisiones libres delser humano, nos hace pensar también en la ne-cesidad de hablarle con renovado empeño a es-te hombre de la dimensión de eternidad impli-cada en todos los estratos de su ser, convoca-do a la comunión perfecta con Dios.

Sabiendo, pues, que en un contexto en el quecrecen la indiferencia y la secularización estamos

Relación antes del debate18 ΑΩ

Hemos de anunciar el Evangelio con fe plena y valiente

Frente a una civilización que origina hombres solos,urge un serio cultivo de la vida espiritual

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Relación antes del debate

llamados en particular a rendir testimonio de losvalores de la vida y de la fe en la resurrección, que en-carna el mensaje cristiano en su integridad (JuanPablo II, Mensaje con ocasión de la Asambleaecuménica de Graz de 1997), todo lo dicho nosinvita a la reflexión sobre propuestas concre-tas en las que se pudiera articular la prioridadde la predicación de la resurrección y de la vi-da eterna.

En todo caso, el anuncio de la Palabra exigehoy más que nunca la formación de sus minis-tros, la cual ha de partir de un serio cultivo desu vida espiritual que los capacite para ser sustestigos. No basta alimentar la confianza y es-tablecer unas ciertas prioridades. Es necesariotambién preparar y cuidar bien los instrumen-tos. Sin duda el primero de ellos, si se puedehablar así, es la persona del ministro. Ante todo,los sacerdotes, los diáco-nos, los catequistas, losprofesores de Religión. Endefinitiva, todo bautiza-do, en cuanto testigo deCristo, ha de adquirir laformación apropiada a susituación para que la fe nosólo no se agoste por fal-ta de cuidado en un me-dio tan hostil como es elambiente secularista, sinopara sostener e impulsarel testimonio evangeliza-dor.

La formación de los mi-nistros de la Palabra nece-sita una teología elabora-da y transmitida de acuer-do con su estatuto especí-fico de saber fundado enla divina Revelación e in-tegrador de una razónconfiada en sus capacida-des y abierta a la metafísi-ca, como ha recordado laencíclica Fides et ratio. Unsaber así no puede fructi-ficar al margen, ni muchomenos frente a la Iglesia,a su tradición y a su ma-gisterio. La teología pros-pera y sirve verdadera-mente a la inculturación del Evangelio cuandoes, a un tiempo, contemporánea y arraigada enla comunión eclesial.

SABER RESPONDERA LOS PROBLEMAS DEL HOMBRE

En el orden catequético contamos hoy conel Catecismo de la Iglesia católica. Los catecismosadaptados a las diversas situaciones tienen enél una guía segura para convertirse en instru-mentos aptos de una formación integral en la fe.Los catequistas, los pastores y, en general, laspersonas de mayor formación, harán uso delCatecismo como libro de referencia básico parasu anuncio del Evangelio. El horizonte más am-plio del uso del Catecismo en una labor cate-quética orgánicamente integrada en la vida dela Iglesia se describe en el Directorio CatequéticoGeneral de 1997. Todos estos instrumentos hande estar muy presentes en la formación para elministerio de la Palabra, si se quiere respondera las dos necesidades más urgentes del mo-mento: la de su ejercicio íntegro y fiel a la fe dela Iglesia y la de saber responder a los verda-deros problemas del hombre de nuestro tiempo,carente y ansioso de Dios. Abandonarse a lamera creatividad particular y, más aún, a la im-

provisación bienintencionada sólo podría sernocivo.

2. La celebración de los misterios de la salvaciónconstituye el corazón de la Iglesia. El ministeriode la Palabra, rectamente ejercido, conduce ala celebración de los Misterios de la fe y se ex-presa en ella, sobre todo en los sacramentos, enparticular, en la Eucaristía. El anuncio del Rei-no de Dios, de la Gloria futura, no puede re-ducirse a una mera proclamación de ideas reli-giosas o morales, sino que ha de introducir alencuentro vivo de cada creyente con Cristo re-sucitado, que se acerca a los hombres de cadaépoca en los sacramentos de la Iglesia. Hemosde cuidar bien la celebración de la liturgia y delos sacramentos y propiciar la creación de lascondiciones adecuadas para ella. Permitidme,

venerables Hermanos, que mencione algunasde estas condiciones.

En primer lugar, es necesario fomentar lacomprensión del verdadero sentido de la litur-gia y de los sacramentos, superando la tenta-ción, a la que es tan proclive nuestra época, dequerer reducir el culto cristiano a pura cele-bración de la vida humana y despojarlo de sucarácter sagrado, alegando una pretendida su-peración de lo ritual y lo cúltico en la NuevaAlianza. El culto cristiano va unido, cierta-mente, a la vida y no puede ser verdadero sino se expresa en obras de caridad y de justicia.Pero la liturgia y los sacramentos son accionessagradas porque es el mismo Dios trino quienactúa en ellas para la edificación de la Iglesiay la santificación de los hombres. Conviene re-cordar que los sacramentos son legado precio-so de Cristo mismo para su Iglesia. Ella los ce-lebra con veneración; no los crea, sino que, másbien, se alimenta de ellos, pues por ellos le lle-ga la fuerza salvadora de Cristo, en el EspírituSanto. El sacramento del Orden, que habilita alos ministros de la Eucaristía, fuente y culmende toda vida cristiana (Lumen gentium 11) y sa-cramento de la condescendencia divina (Juan Pa-blo II, Exhortación apostólica Dominicae Coenae7), expresa con claridad la vinculación de toda

la vida sacramental de la Iglesia con Cristo. Laincorporación de los laicos –varones y muje-res– a nuevas responsabilidades y ministerioseclesiales ha de ser ocasión para profundizarmás en el carácter sacramental de la Iglesia yno para oscurecerlo.

En segundo lugar, la celebración de la litur-gia y de los sacramentos exige la formaciónadecuada de todos los que participan en ellos,ministros y fieles. La iniciación cristiana tiene uncomponente fundamental de mistagogia, o in-troducción a la celebración de los Misterios,que no debe ser descuidada, tampoco en los ni-ños. Por su parte, los ministros han de estar fa-miliarizados tanto con la teología como con lapastoral litúrgica y sacramental, de modo que,sin perjuicio de la rica diversidad de formas ymodalidades del culto reconocidas por la Igle-

sia, celebren la liturgia ylos sacramentos no co-mo sus dueños capri-chosos, sino como servi-dores agradecidos y fie-les de los Misterios sa-grados.

En tercer lugar, hayque recordar que la par-ticipación activa de to-dos en la liturgia y en lossacramentos, en parti-cular en la Eucaristía do-minical, debe ser cuida-da y fomentada según eldeseo del Concilio. Estaparticipación no ha deser confundida con elpersonalismo o el acti-vismo. Se trata ante to-do de que quienes cele-bran la liturgia y los sa-cramentos lo hagan converdadera implicacióninterior en lo que la Igle-sia celebra. Para ello,además de la formacióndoctrinal, es necesariatambién la formación es-piritual. ¡Qué distinta esuna celebración de laEucaristía por personascon verdadero espíritu

de oración, que la celebrada de modo más omenos mecánico, aunque con corrección for-mal e, incluso, con gran despliegue externo demedios estéticos y de animación!

Por eso, en cuarto lugar, el cultivo de la es-piritualidad es condición necesaria de la cele-bración viva y fructífera de la fe. La fe ha de serasumida desde lo más hondo de la persona.No convencen ni sirven las meras formula-ciones doctrinales ni el culto rutinario. En cam-bio, nuestros contemporáneos, hastiados deofertas superficiales y de ritmos de vida tanagobiantes, vacíos de sentido, están necesita-dos de alimentos sólidos para el espíritu; an-helan otras experiencias de verdadero en-cuentro con Dios. Es lo que buscan, por des-gracia, con no poca frecuencia, en movimien-tos esotéricos o en las nuevas fórmulassincretistas de la llamada espiritualidad oriental.Nuestras grandes tradiciones espirituales eu-ropeas de raigambre benedictina, carmelita-na, ignaciana, etc., así como las de los nuevosmovimientos y comunidades tienen muchoque aportar para que la celebración del mis-terio de Cristo, configurada y vivida en espí-ritu y en verdad, siga siendo fuente de espe-ranza auténtica en el alma sedienta de los eu-ropeos de hoy y de mañana.

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«La Eucaristía, fuente y culmen de toda vida cristiana»«La Santa Cena». Capitel de la iglesia de Issoire (Francia), siglo XII

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RECONCILIARSE PARA LA ESPERANZA

Termino estas palabras sobre la celebracióncon una referencia al sacramento de la reconci-liación y del perdón. El sacramento de la Peni-tencia ha de jugar un papel fundamental en la re-cuperación de la esperanza. Sólo quien recibe lagracia de un nuevo comienzo puede continuaradelante en el camino de la vida sin encerrarse enla propia miseria. ¿No estará una de las raícesde la resignación y la desesperanza de hoy enla incapacidad de reconocerse pecador y de de-jarse perdonar? ¿Y esta incapacidad no se debe-rá a la soledad en la que tantos viven como siDios no existiera, es decir, ante sí y por sí, sinnadie a quien poder y querer pedir perdón? Larevitalización del sacramento de la reconcilia-ción, vivida en la plena integridad de la doctrinaconciliar que no sólo no hace superflua la con-fesión sincera y concreta de los pecados, sinoque la postula e incluye necesariamente, urgecada vez más, si se quiere avanzar en el caminode la evangelización de Europa. Por el sacra-mento de la reconciliación, bien celebrado y prac-ticado, pasa el renovado encuentro del cristia-no con la gracia redentora de Jesucristo, que nosconduce a la Casa del Padre de la misericordia,nuestro origen primero y nuestro destino últi-mo, manantial perenne de esperanza (cf. JuanPablo II, encíclica Dives in misericordia).

3. El testimonio y la celebración del Evangeliode la esperanza llevan también consigo su servi-cio, que se expresa en el servicio al ser humano. Noson ciertamente idénticos el servicio de Dios yel servicio del hombre, ni el amor a Dios y elamor al hombre, pero son inseparables. La co-munión con Dios no es real ni verdadera si noincluye la comunión con sus hijos, nuestros her-manos. Los santos han vivido siempre, segúnsus carismas, la irreductibilidad y al mismotiempo la inseparabilidad de ambos amores yservicios. Europa necesita nuevos santos, per-sonas que, sin dejarse arrastrar por la reduc-ción temporalista de la caridad a mera filan-tropía, vivan la vida cristiana en toda su belle-za y esplendor; que la vivan como enviados deCristo allí donde se encuentren: en el mundode la política, de la economía, de la cultura, deltrabajo en la industria, en el campo o en el ho-gar. Todo trabajo y ocupación, no sólo el mi-nisterio de la Palabra y de los sacramentos, seconvierte en apostolado cuando es vivido comoservicio del Evangelio.

La dedicación profesional de los cristianos alas tareas de la política y de la configuraciónpública de la sociedad reviste una grave y nue-va urgencia en virtud del proceso, ya bastanteavanzado, de la construcción de la unidad deEuropa sobre bases inequívocas de justicia, de li-bertad y de paz. Como en los tiempos de los

llamados padres de Europa, alguno de ellos ca-mino de los altares, los cristianos de hoy han deseguir trabajando para que la doctrina social dela Iglesia sea llevada a la práctica en las estruc-turas de la Europa unida. La vigencia de estadoctrina es hoy, si cabe, más clara aún que hacecincuenta años, cuando se constituía el Consejode Europa, la más antigua de las actuales insti-tuciones europeas. Nos congratulamos de losesfuerzos tan meritorios que se hacen dentro yfuera del marco institucional de la Unión Euro-pea para llevar al nuevo ordenamiento jurídi-co europeo, que se perfila cada vez con mayornitidez, lo que, en definitiva, comportan las im-plicaciones de la dignidad humana, eje funda-mental, por otro lado, de la doctrina social dela Iglesia. Sin embargo, es mucho lo que quedapor hacer. La tarea para el próximo futuro es yainmensa, un verdadero reto histórico para loscatólicos y para todos los servidores del hombre.Quiero recordar dos asuntos fundamentalespuestos de relieve por Vuestra Santidad en eldiscurso del pasado 29 de marzo a la AsambleaParlamentaria del Consejo de Europa.

VIDA Y FAMILIA:DERECHOS IMPRESCRIPTIBLES

Se ha de trabajar todavía para que se reco-nozca en la práctica de forma completa el dere-cho más fundamental, el derecho a la vida de todapersona, y que sea abolida la pena de muerte. Este de-recho fundamental e imprescriptible de vivir no só-lo implica que todo ser humano pueda sobrevivir,sino también que pueda vivir en condiciones justasy dignas. En particular –decía Vuestra Santidad–¿cuánto tiempo debemos esperar aún para que el de-recho a la paz se reconozca como un derecho funda-mental en toda Europa, y que todos los responsa-bles de la vida pública lo pongan en práctica?

Es asimismo importante –decíais tambiénentonces y debemos recoger aquí– no descuidarla promoción de una política familiar seria, que ga-rantice los derechos de los matrimonios y de los hijos;esto es particularmente necesario para la cohesión yla estabilidad social. Invito a los Parlamentos nacio-nales a redoblar sus esfuerzos para sostener la célu-la fundamental de la sociedad, que es la familia, ydarle el lugar que le corresponde; constituye el ámbitoprimordial de la socialización, así como un capitalde seguridad y confianza para las nuevas generacio-nes europeas. En efecto, ¿qué esperanza puedealbergar Europa para su futuro si la triste y mu-chas veces desoladora situación espiritual y ma-terial de tantas familias se traduce en unas tasasde natalidad que ni siquiera bastan para la sus-titución de las actuales generaciones o –lo que esmás grave– si, a través del reconocimiento delas llamadas parejas de hecho, se cuestiona el pa-pel primordial de la familia misma?

En estos dos campos, el del derecho a la viday los derechos de la familia, las tareas y com-

Relación antes del debate20 ΑΩ

¿No será hoy una raízde la desesperanza

la incapacidadde reconocerse pecadory de dejarse perdonar?

El sacramento de la Penitencia, fundamental en la recuperación de la esperanza

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Relación antes del debate

promisos, incluidos los de los pastores de laIglesia, no admiten ni tibieza, ni demora. Porquees necesario establecer políticas sociales, cultu-rales y jurídicas –basadas siempre en el princi-pio de subsidiariedad– y también planes pas-torales encaminados decididamente a que serespeten la plena dignidad de la persona hu-mana y sus exigencias fundamentales de podervivir, crecer, educarse y desarrollarse en el amory en la esperanza de una vida propia del hom-bre, hijo de Dios, que brota del misterio pascualde Jesucristo, vivo y presente en su Iglesia.

Pero tampoco es pequeño el servicio que nospide el Evangelio de la esperanza en otros cam-pos. Los niños, los jóvenes, los ancianos, los en-fermos, los discapacitados, los que no tienentrabajo... todos ellos necesitan una cercanía hu-mana y cristiana que les permita alimentar la es-peranza que no defrauda.

Finalmente, es necesario subrayar con nue-vos y firmes acentos que la Iglesia desea con-tribuir a que se estrechen los lazos de solidari-dad y de cooperación desinteresada tanto den-tro de Europa como con los pueblos de las otraspartes del mundo, sobre todo de los más nece-sitados. Hay que empeñarse para que los paísesdel antiguo bloque comunista puedan incor-porarse progresivamente al concierto europeoy a sus instituciones, sin que tengan que re-nunciar para ello a sus peculiaridades históricasy culturales. Con el ejercicio generoso de la so-lidaridad se contrarresta eficazmente cualquieramenaza proveniente de los fanatismos nacio-nalistas. Hemos de aprender la lección de losacontecimientos tan dramáticos de nuestro pa-sado reciente, los que nos condujeron a la se-gunda guerra mundial, cuando el culto a la na-ción, fomentado hasta convertirlo en una nueva ido-latría, provocó en aquellos seis años terribles unainmensa catástrofe (Juan Pablo II, Mensaje conocasión del 50º aniversario de la segunda gue-rra mundial).

NACIONALISMO Y UNIVERSALISMO

Tampoco le es lícito a Europa encerrarse en símisma en una suerte de nacionalismo paneu-ropeo. Son notorias sus obligaciones de solida-ridad con los pueblos que sufren penurias detodas clases e incluso condiciones de vida pocomenos que infrahumanas. El universalismo, tancaracterístico de la común herencia humanistaeuropea, ha de hacerse efectivo en la ayuda ge-nerosa a tantos pueblos, con frecuencia ligadoscon Europa por lazos históricos y culturales,que no pueden ser abandonados a su suerte outilizados como meros mercados al servicio delos intereses de las llamadas sociedades del bie-nestar y del consumo: las nuestras.

Todos estos empeños precisan del acompa-ñamiento y sostén de un riguroso apostoladointelectual y de la cultura. El servicio al que es-tán llamados los profesionales de las ciencias

en general y de las llamadas ciencias humanasen particular es especialmente relevante. Elloshan de buscar el verdadero saber sobre el hom-bre, basado en un amor sincero y abierto a laVerdad y a cada persona humana. Un saber quesea capaz de aportar razones sólidas para laconvivencia en la justicia, la libertad y la paz, yde contribuir a superar la amenaza del relati-vismo, el escepticismo y el hedonismo.

Venerables Hermanos, hemos de convocarde nuevo a nuestras Iglesias al anuncio, a la ce-lebración y al servicio del Evangelio de la espe-ranza en la Europa de hoy. Porque Jesucristo,cuya fe ha inspirado a los europeos a lo largo delos siglos tantos proyectos e ideales cargados defuturo, sigue vivo en su Iglesia. He llamado vues-tra atención sobre algunos puntos que podríanser objeto de nuestra reflexión en orden a estanueva convocatoria en el umbral del año 2000de la era cristiana. Permitidme concluir esta ter-cera parte con algunas sugerencias generales,válidas para toda nuestra obra evangelizadora.

1ª. La nueva evangelización de Europa hade hacerse desde la estrecha comunión de todasla Iglesias locales con Pedro y entre sí. No pue-de ser de otro modo en un momento de inte-rrelación creciente en todos los órdenes de lavida. La unidad y el mutuo conocimiento entrelas Iglesias es, por lo demás, ya de por sí unaaportación importante a la unión de los pue-blos de Europa. Los organismos eclesiales deámbito europeo, como el Consilium Conferen-tiarum Episcoporum Europae (CCEE) y la Comi-sión de los Obispos de la Comunidad Europea

(COMECE), están llamados a jugar un papelimportante en este terreno.

2ª. El diálogo ecuménico e interreligioso es otrade las dimensiones que ha de caracterizar lapresencia evangelizadora de la Iglesia en estahora de Europa. No ha perdido actualidad loque el Sínodo de 1991 ha dicho a este respec-to. Vuestra Santidad no ha cesado de invitar-nos a este diálogo permanente y paciente, puesel testimonio de la unidad (entre los cristianos) esun elemento esencial de una evangelización autén-tica y profunda –según recordabais en febrerodel año pasado al Comité Conjunto del Consi-lium Conferentiarum Episcoporum Europae y dela Conferencia de las Iglesias de Europa.

3ª. Por fin, hay que tener presente la pastoralvocacional. Sin vocaciones suficientes para el mi-nisterio ordenado y la vida consagrada no seráviable una evangelización renovada y vigorosa.Y, a la inversa, la evangelización decidida, apos-tólicamente comprometida e integral, es el mejorprograma para la pastoral vocacional. Allí dondea los jóvenes se les presenta sin recortes la personade Jesucristo, prende en ellos una esperanza queles impulsa a dejarlo todo para seguirle, aten-diendo su llamada, y para dar testimonio de Élante sus coetáneos, tan maltratados en su cuerpoy en su espíritu por la cultura a ras de tierra denuestros días. No se trata de un mero postuladoteológico, sino de un hecho comprobado a diarioen los nuevos movimientos eclesiales y en todoslos lugares en los que se dan las condiciones ade-cuadas para el encuentro vivo con el Salvador.

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Son numerosos los signos quealientan nuestra esperanza,

basada únicamentesobre la fe en Jesucristo

Europa necesita la estrecha comunión de las Iglesias locales con Pedro y entre sí

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Europa, sobre la que, no obstante el mensaje degrandes espíritus, se siente el pesado y terrible

drama del pecado (Juan Pablo II, Discurso a losparticipantes en el Coloquio Internacional sobreLas comunes raíces cristianas de las naciones euro-peas, 6 de noviembre de 1981), atraviesa poruna situación delicada, vive en una encrucijadahistórica. La desesperanza más o menos con-fesada, pero evidente en situaciones como laresultante de la crisis familiar y demográfica,afecta a todos los sectores de la vida social, enparticular a los jóvenes sin trabajo o sin pers-pectivas para una vida con sentido. Por otro la-do, la unidad y la paz del continente siguen,gracias a Dios, avanzando y afianzándose enimportantes aspectos políticos y económicos.Aunque no pueda ni deba olvidarse la amena-za que suponen la perpetuación de determina-das violaciones de derechos humanos funda-mentales y los problemas de la guerra, los na-cionalismos excluyentes y las migraciones.

La Iglesia, unida a los destinos de Europadesde el comienzo de la obra evangelizadora,vive con preocupación esta situación. Pero sonnumerosos los signos que alientan nuestra es-peranza, basada únicamente sobre la fe en Je-sucristo. Él, con su encarnación, cuyo bimile-nario estamos a punto de celebrar en el AñoSanto 2000, se ha unido en cierto modo a todohombre. Muchos europeos han encontrado enÉl el sentido de la vida, han configurado unacultura de hondas raíces cristianas y han ex-tendido por todo el mundo el Evangelio. Y hoy,en Europa, la Iglesia sigue confesando a Jesu-cristo, celebrando sus Misterios y sirviéndoleen la caridad.

La Iglesia se propone ofrecer a Europa connuevo vigor este tesoro, a ella confiado. Poramor a cada hombre y a cada pueblo de Euro-pa y por fidelidad a su propia misión, no va adejar que se seque la fuente de la esperanza nia guardarla sólo para sí misma. Ante el clima dedesaliento que envuelve hoy tan frecuente-mente a nuestros pueblos, cuyas raíces máshondas están en el apartamiento progresivo delDios de Jesucristo, la Iglesia desea ofrecer denuevo a todos la esperanza que se le ha dado yde la que es portadora: Jesucristo mismo quevive en ella.

Invocamos, para ello y para el trabajo denuestra Asamblea, la intercesión de María y delos santos. Santa María, Madre de Jesucristo yde la Iglesia y estrella de la nueva evangeliza-ción. Los santos que han irradiado desde Eu-ropa la luz del Evangelio, entre los cuales deseoinvocar a san Ignacio de Loyola y a santa Tere-sa de Ávila, a la que han seguido en el siglo pa-sado y el nuestro dos insignes hijas: santa Teresadel Niño Jesús y santa Teresa Benedicta de laCruz. Él, Ignacio, formador de apóstoles paralos nuevos tiempos; ella, Teresa, doctora del es-píritu en la contemplación del Verbo de la Vida.Invocamos asimismo a los santos que rotura-ron los campos de la primera evangelización, enespecial a los Patronos de Europa, san Benito,san Cirilo y san Metodio. También con la inter-cesión de María y de los santos, Jesucristo, vivoen su Iglesia, es fuente de esperanza para Eu-ropa.

Relación antes del debate22 ΑΩ

Virgen de la Misericordia. Juan de Nalda (siglo XV–XVI). Museo Arqueológico Nacional. Madrid

CONCLUSIÓN

+ Antonio Mª Rouco VarelaCardenal Arzobispo de Madrid

Relator General

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Relación antes del debate

Introducción 4

I. Europa y la Iglesia a las puertas del tercer milenio: desafíos y dificultades 5

1. Europa desde 1989 5

1. 1. Una evolución no siempre favorable 51. 2. Raíces de la desesperanza 6

2. Situaciones que debilitan hoy la vida de la Iglesia 7

2. 1. La interpretación secularista de la fe y sus consecuencias 72. 2. La crisis de la conciencia y de la práctica moral cristiana 82. 3. El debilitamiento de la capacidad evangelizadora 9

II. Jesucristo vive en su Iglesia 10

1. La escucha y el testimonio de la Palabra 10

2. La celebración de los Misterios de Cristo 12

3. El servicio de la caridad 14

III. Para anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la esperanza 17

1. El ministerio de la Palabra 17

2. La celebración de los Misterios de la salvación 19

3. Un servicio que se expresa en el servicio al ser humano 20

Conclusión 22

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ÍNDICE

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