- FILOSOFIA Antología de textos

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ANTOLOGÍA DE TEXTOS PROBLEMAS FILOSÓFICOS ACERCA DEL HOMBRE, SU ORIGEN Y DESTINO. Los sofistas "En efecto, la sofística es una sabiduría aparente, pero no real, y el sofista es un traficante en sabiduría aparente, pero no real." (Aristóteles, Refutaciones sofísticas I, 165) "Yo (Protágoras) digo, efectivamente, que la verdad es tal como he escrito sobre ella, que cada uno de nosotros es medida de lo que es y de lo que no es; y que hay una inmensa diferencia entre un individuo y otro, precisamente porque para uno son y parecen ciertas cosas, para el otro, otras. Y estoy muy lejos de negar que existan la sabiduría y el hombre sabio, pero llamo precisamente hombre sabio, a quien nos haga parecer y ser cosas buenas, a algunos de nosotros, por vía de transformación, las que nos parecían y eran cosas malas"..."Así, también en la educación es necesario cambiar un hábito con otro mejor, sólo que mientras el médico ayuda al estado del enfermo con medicinas, el sofista lo transforma con discursos."..."Y a los sabios... para los cuerpos, los denominó médicos; para las plantas, agricultores. Porque afirmo que, también éstos, cuando una planta está enferma, les engendran, en lugar de sensaciones malas, sensaciones útiles y sanas y (no) verdaderas; y de la misma manera, los sabios y buenos oradores hacen parecer como justas a la ciudad, las cosas útiles en lugar de las malas." (Platón, Teetetos, 166-7) "La palabra es una gran dominadora, que con un pequeñísimo y sumamente invisible cuerpo, cumple obras divinísimas, pues puede hacer cesar el temor y quitar los dolores, infundir la alegría e inspirar la piedad... Pues el discurso, persuadiendo al alma, la constriñe, convencida, a tener fe en las palabras y a consentir en los hechos"... "La persuasión, unida a la palabra impresiona al alma como ella quiere." (Gorgias, Elogio de Elena, 8, 12-14)

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ANTOLOGÍA DE TEXTOS

PROBLEMAS FILOSÓFICOS

ACERCA DEL HOMBRE, SU ORIGEN Y DESTINO.

Los sofistas

"En efecto, la sofística es una sabiduría aparente, pero no real, y el sofista es un traficante en sabiduría aparente, pero no real." (Aristóteles, Refutaciones sofísticas I, 165)

"Yo (Protágoras) digo, efectivamente, que la verdad es tal como he escrito sobre ella, que cada uno de nosotros es medida de lo que es y de lo que no es; y que hay una inmensa diferencia entre un individuo y otro, precisamente porque para uno son y parecen ciertas cosas, para el otro, otras. Y estoy muy lejos de negar que existan la sabiduría y el hombre sabio, pero llamo precisamente hombre sabio, a quien nos haga parecer y ser cosas buenas, a algunos de nosotros, por vía de transformación, las que nos parecían y eran cosas malas"..."Así, también en la educación es necesario cambiar un hábito con otro mejor, sólo que mientras el médico ayuda al estado del enfermo con medicinas, el sofista lo transforma con discursos."..."Y a los sabios... para los cuerpos, los denominó médicos; para las plantas, agricultores. Porque afirmo que, también éstos, cuando una planta está enferma, les engendran, en lugar de sensaciones malas, sensaciones útiles y sanas y (no) verdaderas; y de la misma manera, los sabios y buenos oradores hacen parecer como justas a la ciudad, las cosas útiles en lugar de las malas." (Platón, Teetetos, 166-7)

"La palabra es una gran dominadora, que con un pequeñísimo y sumamente invisible cuerpo, cumple obras divinísimas, pues puede hacer cesar el temor y quitar los dolores, infundir la alegría e inspirar la piedad... Pues el discurso, persuadiendo al alma, la constriñe, convencida, a tener fe en las palabras y a consentir en los hechos"... "La persuasión, unida a la palabra impresiona al alma como ella quiere." (Gorgias, Elogio de Elena, 8, 12-14)

"He oído decir a menudo a Gorgias que el arte de persuadir difiere mucho de los otros, porque todo se deja dominar espontánea-mente y no por violencia." (Filebo, 58)

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"Dos clases de discursos se hacen en Grecia por los filósofos en torno al bien y al mal. En efecto los unos afirman que uno es el bien y otro es el mal; los otros que son la misma cosa, y ésta sería para algunos bien, para otros mal, y para el mismo hombre, ora bien, ora mal. Yo por mi parte me uno a estos últimos." (De los discursos dúplices, de autor desconocido)

"Que no se crea a ésta (la justicia) existente por naturaleza o automáticamente recibida como don, sino conquistada por medio de la enseñanza y el ejercicio." (Platón, Protágoras, 323)

"Porque las cosas que les parecen justas y bellas a cada ciudad, lo son también para ella mientras las crea tales." (en -Protágoras, Platón, Teeteto, 167)

"Afirmo que lo justo no es más que aquello útil al más fuerte"..."es decir, en todos los Estados lo justo es siempre"..."aquello que conviene al gobierno constituido." (en -Trasímaco, Platón, República, 338)

"... pues tal es el criterio de lo justo: el dominio y el predominio del más fuerte sobre el más débil"..."éstos, según creo obran de acuerdo a la naturaleza y, por Zeus, de acuerdo a las leyes; pero las leyes naturales, no éstas que confeccionamos nosotros, tomando desde jóvenes a los más fuertes y capaces, como a leoncillos, y con encantamiento y magias esclavizándolos, con decir que es necesario mantener la igualdad y que esto es bello y justo. Pero si hay un hombre pienso, a quien le baste su natural índole para sacudir y despedazar todos estos estorbos y huir de ellos hollando todos nuestros escritos y lisonjas y los encantamientos y todas las leyes contrarias a la naturaleza, él, rebelde, se erigirá en nuestro amo de esclavo que era; y entonces resplandecerá el derecho natural." (en -Calicles, Platón, Gorgias, 482-484)

"¡Oh hombres aquí presentes!, os creo a todos unidos, parientes y conciudadanos por naturaleza; pero la ley como tirana de los hom-bres, en muchas cosas emplea la violencia contra la naturaleza" (en -Hipias, Platón, Protágoras, 337).

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Platón

Mito del Carro alado

“Acerca de su idea debe decirse lo siguiente: describir cómo es el alma sería cosa de una investigación en todos los sentidos y

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totalmente divina, además de larga; pero decir a qué es semejante puede ser objeto de una investigación humana y más breve; procedamos, por consiguiente, así. Es pues, semejante el alma a cierta fuerza natural que mantiene unidos un carro y su auriga, sostenido por alas. Los caballos y aurigas de los dioses son todos ellos buenos y constituidos de buenos elementos; los de los demás están mezclados. En primer lugar, tratándose de nosotros, el conductor guía una pareja de caballos, el uno es hermoso, bueno, y constituido de elementos contrarios y es él mismo contrario. En consecuencia, en nosotros resulta necesariamente dura y difícil la conducción.”

“Hemos de intentar ahora decir cómo el ser viviente ha venido a llamarse “mortal” e “inmortal”. Toda alma está al cuidado de lo que es inanimado, y recorre todo el cielo, revistiendo unas veces una forma y otras, otra. Y así, cuando es perfecta y alada vuela por las alturas y administra todo el mundo; en cambio, la que ha perdido las alas es arrastrada hasta que se apodera de algo sólido, donde se establece tomando un cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo a causa de la fuerza de aquélla, y este todo, alma y cuerpo unidos, se llama ser viviente y tiene el sobrenombre de mortal. En cuanto al inmortal, no hay ningún razonamiento que nos permita explicarlo racionalmente; pero, no habiéndola visto ni comprendido de un modo suficiente, nos forjamos de la divinidad una idea representándonosla como un ser viviente inmortal, con alma y cuerpo naturalmente unidos por toda la eternidad. Esto, sin embargo, que sea y se exponga como agrade a la divinidad. Pasemos a la causa que hace caer las alas, por la que éstas se separan del alma. Es algo de esta naturaleza:

La fuerza del ala consiste naturalmente en llevar hacia arriba lo pesado, elevándose por donde habita la raza de los dioses, y así es, en cierto modo, de todo lo relacionado con el cuerpo, lo que en más alto grado participa de lo divino. Ahora bien, lo divino es hermoso, sabio, bueno, y todo lo que es de otra índole; esto es, pues, lo que más alimenta y hace crecer las alas; en cambio, lo vergonzoso, lo malo, y todas las demás cosas contrarias a aquéllas, las consume y las hace perecer. Pues bien, el gran jefe del cielo, Zeus, dirigiendo su carro alado, marcha el primero, ordenándolo todo y cuidándolo. Le sigue un ejército de dioses y demonios ordenado en once divisiones, pues Hestia queda en la casa de los dioses, sola. Todos los demás clasificados en el número de los doce y considerados como dioses directores van al frente de la fila que a cada uno ha sido asignada. Son muchos en verdad, y beatíficos, los espectáculos que ofrecen las

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rutas del interior del cielo que la raza de los bienaventurados recorre llevando a cabo cada uno su propia misión, y los sigue el que persevera en el querer y en el poder, pues la Envidia está fuera del coro de los dioses. Ahora bien, siempre que van al banquete y al festín marchan hacia las regiones escarpadas que conducen a la cima de la bóveda del cielo. Por allí, los carros de los dioses, bien equilibrados y dóciles a las riendas, marchan fácilmente, pero los otros con dificultad, pues el caballo que tiene mala constitución es pesado e inclina hacia la tierra y fatiga al auriga que no lo ha alimentado convenientemente. Allí, pues, se enfrenta el alma con la prueba y la lucha suprema. En efecto, las almas llamadas inmortales, cuando llegan a la cima, salen afuera y se detienen firmes sobre la parte superior del cielo, y, en esta posición, las conduce el movimiento circular de la bóveda celeste mientras ellas contemplan lo que hay fuera del cielo.”

“El lugar supraceleste, ningún poeta de esta tierra lo ha cantado, ni lo cantará jamás dignamente. Es, pues, así (se ha de tener en efecto la osadía de decir la verdad, y cuando se habla de la Verdad): la realidad que verdaderamente es, sin color, sin forma, impalpable, que sólo puede ser contemplada por la inteligencia, piloto del alma, ocupa este lugar. Así, pues, como el pensamiento de la divinidad se alimenta de inteligencia y de ciencia sin mezcla, y lo mismo el de toda alma que se preocupa de recibir lo que le conviene, al ver, en el transcurso del tiempo la realidad, la ama, y contemplando la verdad se alimenta y se siente feliz hasta que el movimiento circular en su revolución la vuelve a llevar al mismo lugar. Y en esta circunvalación contempla la templanza, contempla la ciencia, no la que implica devenir, ni la que es diferente según trata de cada una de las cosas diferentes que nosotros ahora llamamos realidades, sino la ciencia que versa sobre lo que realmente el la realidad. Y después de haber contemplado de la misma manera las demás realidades verdaderas y de haberse regalado con ellas, desciende de nuevo al interior del cielo y se va a casa. Una vez allí, el auriga, colocando los caballos junto al pesebre, les sirve ambrosía y después los abreva con néctar.”

PLATÓN, Fedro, 246 – 247e

Mito de la caverna

“-Y ahora –proseguí- compara con el siguiente cuadro imaginario el estado de nuestra naturaleza según esté o no

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esclarecida por la educación. Represéntate a unos hombres encerrados en una especie de vivienda subterránea en forma de caverna, cuya entrada, abierta a la luz, se extiende en toda su longitud. Allí, desde su infancia, los hombres están encadenados por el cuello y por las piernas, de suerte que permanecen inmóviles y sólo pueden ver los objetos que tienen delante, pues las cadenas les impiden volver la cabeza. Detrás de ellos, a cierta altura y a cierta distancia, hay un fuego cuyo resplandor los alumbra, y entre ese fuego y los cautivos se extiende un camino escarpado, a lo largo del cual imagina que se alza una tapia semejante al biombo que los titiriteros levantan entre ellos y los espectadores y por encima del cual exhiben sus fantoches.

-Imagino el cuadro –dijo.

-Figúrate además, a lo largo de la tapia, a unos hombres que llevan objetos de toda clase y que se elevan por encima de ella, objetos que representan, en piedra o en madera, figuras de hombres y animales y de mil formas diferentes. Y, como es natural, entre los que los llevan, algunos conversan, otros pasan sin decir palabra.

-¡Extraño cuadro y extraños cautivos! –exclamó.

-Semejantes a nosotros –repliqué-. Y ante todo, ¿crees tú que en esa situación puedan ver, de sí mismos y de los que a su lado caminan, alguna otra cosa fuera de las sombras que se proyectan, al resplandor del fuego, sobre el fondo de la caverna expuesto a sus miradas?

-No –contestó-, porque están obligados a tener inmóvil la cabeza durante toda su vida.

-Y en cuanto a los objetos que transportan a sus espaldas, ¿podrán ver otra cosa que no sea su sombra?

-¿Qué mas pueden ver?

-Y si pudieran hablar entre sí, ¿no juzgas que considerarían objetos reales las sombras que vieran?

-Necesariamente.

-¿Y qué pensarían si en el fondo de la prisión hubiera un eco que repitiera las palabras de los que pasan? ¿Creerían oír otra cosa que la voz de la sombra que desfila ante sus ojos?

-¡No, por Zeus! –Exclamó.

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-Es indudable –proseguí- que no tendrán por verdadera otra cosa que no sea la sombra de esos objetos artificiales.

-Es indudable –asintió.

-Considera ahora, -proseguí- lo que naturalmente le sucedería si se los librara de sus cadenas a la vez que se los curara de su ignorancia. Si a uno de esos cautivos se lo libra de sus cadenas y se lo obliga a ponerse súbitamente de pie, a volver la cabeza, a caminar, a mirar a la luz, todos esos movimientos le causarán dolor y el deslumbramiento le impedirá distinguir los objetos cuyas sombras veía momentos antes. ¿Qué habría de responder, entonces, si se le dijera que momentos antes sólo veía vanas sombras y que ahora, más cerca de la realidad y vuelta la mirada hacia los objetos reales, goza de una visión verdadera? Supongamos, también, que al señalarle cada uno de los objetos que pasan, se le obligara, a fuerza de preguntas a responder qué eran; ¿no piensas que quedaría perplejo y que aquello que antes veía habría de parecerle más verdadero que lo que ahora se le muestra?

-Mucho más verdadero –dijo.

-Y si se le obligara a mirar la luz misma del fuego, ¿no herirá ésta sus ojos? ¿No habrá de desviarlos para volverlos a las sombras, que puede contemplar sin dolor? ¿No las juzgará más nítidas que los objetos que se le muestran?

-Así es –dijo.

-Y en caso de que se lo arrancara por fuerza de la caverna –proseguí-, haciéndolo subir por el áspero y escarpado sendero, y no se lo soltara hasta sacarlo a la luz del Sol, ¿no crees que lanzará quejas y gritos de cólera? Y al llegar a la luz, ¿podrán sus ojos deslumbrados distinguir uno siquiera de los objetos que nosotros llamamos verdaderos?

-Al principio, al menos, no podrá distinguirlos –contestó.

-Si no me engaño –proseguí-, necesitará acostumbrarse para ver los objetos de la región superior. Lo que más fácilmente distinguirá serán las sombras, luego las imágenes de los hombres y de los demás objetos que se reflejan en las aguas y, por último, los objetos mismos; después, elevando sus miradas hacia la luz de los astros y de la luna, contemplará durante la noche las constelaciones y el firmamento más fácilmente que durante el día el Sol y el resplandor del Sol.

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-Sin duda.

-Por último, creo yo, podría fijar su vista en el Sol, y sería capaz de contemplarlo, no sólo en las aguas o en otras superficies que lo reflejaran, sino tal cual es, y allí donde verdaderamente se encuentra.

-Necesariamente –dijo.

-Después de lo cual, reflexionando sobre el Sol, llegará a la conclusión de que éste produce las estaciones y los años, lo gobierna todo en el mundo visible y que, de una manera u otra, es la causa de cuanto veía en la caverna con sus compañeros de cautiverio.

-Es evidente –afirmó- que, después de sus experiencias, llegaría a esas conclusiones.

-Si recordara entonces su antigua morada y el saber que allí se tiene, y pensara en sus compañeros de esclavitud, ¿no crees que se consideraría dichoso con el cambio y se compadecería de ellos?

-Seguramente.

-Y suponiendo que allí hubiese honores, alabanzas y recompensas establecidos entre sus moradores para premiar a quien discerniera con mayor agudeza las sombras errantes y recordara mejor cuáles pasaron primeras o últimas, o cuáles marchaban juntas y que, por ello, fuese el más capaz de predecir su aparición, ¿piensas tú que nuestro hombre seguiría deseoso de aquellas distinciones y envidiaría a los colmados de honores y autoridad en la caverna? ¿O preferiría, acaso como dice Homero, “trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio” y sufrirlo todo en el mundo antes que volver a juzgar las cosas como se juzgaban allí y vivir como allí se vivía?

-Yo, al menos, creo que estaría dispuesto a sufrir cualquier situación antes que vivir de aquella manera.

-Y ahora considera lo siguiente –proseguí-: supongamos que ese hombre desciende de nuevo a la caverna y va a sentarse a su antiguo lugar, ¿no quedarán sus ojos como cegados por las tinieblas, al llegar bruscamente desde la luz del Sol?

-Desde luego –dijo.

-Y si cuando su vista se halla todavía nublada, antes de que sus ojos se adapten a la oscuridad –lo cual exige no poco tiempo-, tuviera que competir con los que continuaron encadenados, dando su opinión

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sobre aquellas sombras, ¿no se expondrá a que se rían de él? ¿No le dirán que por haber subido a las alturas ha perdido la vista y que ni siquiera vale la pena intentar el ascenso? Y si alguien ensayara libertarlos y conducirlos a la región de la luz, y ellos pudieran apoderarse de él y matarlo, ¿es que no lo matarían?

-Con toda seguridad –dijo.

PLATÓN, República.

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Aristóteles

El alma: "Sobre el alma" (Peri Psiqué)

"El alma es el acto primero de un cuerpo natural que tiene vida en potencia". (o "acto perfecto primero de un cuerpo natural orgánico")(De Anima, II,1)

El alma vegetativa:

"La operación que para los vivientes resulta más natural de todas es la de producir otro ser igual a sí mismo: un animal produce un animal, una planta, otra planta, con objeto de participar, en la medida que sea posible, en lo eterno y lo divino. Todos aspiran a ello y éste es el fin por el cual llevan a cabo todo lo que realizan por naturaleza (...). Puesto que los vivientes no pueden participar con continuidad de lo eterno y de lo divino, por razón de que ninguno de os seres corruptibles puede permanecer idéntico y numéricamente uno, entonces cada uno de éstos participa en la medida en que le es posible participar, unos más y otros menos, y permanece no él, sino otro semejante a él, y no uno en cuanto al número, pero sí uno en cuanto a la especie."(De anim.II)

El alma sensitiva: La percepción.

"La facultad sensitiva es en potencia lo que la cosa sensible es ya en acto (...) Padece, pues, en la medida en que no es semejante; pero una vez que ha padecido, se convierte en semejante y es como aquél."(De An. II,5)

"En general, al referirnos a la percepción, es necesario tener presente que el sentido es el receptáculo de las formas sensibles exentas de materia, como la cera recibe la impronta del anillo sin el hierro ni el oro, es decir, recibe la impronta del oro y del hierro, pero no en cuanto oro o hierro. Análogamente, el sentido padece bajo la acción de algún ente que tiene calor, sabor o sonido, pero no en cuanto se considera a

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algunos de estos entes en particular, sino en cuanto tiene tal cualidad y en virtud de la forma.(De anim.II,5)

El alma intelectiva:

"Con respecto a la parte del alma, con la que ésta conoce y piensa es necesario considerar qué característica posee y cómo se produce el pensamiento. Ahora bien, si el pensar es como el sentir, debe ser un padecer la acción de lo pensado, o alguna otra cosa de este género. Pero, en rigor, la mencionada parte del alma no debe padecer nada, sino tan sólo recibir la forma, y convertirse potencialmente en semejante a la cosa, pero no ya en la cosa misma (...) Por consiguiente, el intelecto, en cuanto piensa todo, está exento de cualquier mezcla, como dice precisamente Anaxágoras que debe ser para que pueda "dominar", lo que quiere decir: para que pueda conocer. (...)

Y tienen razón los que dicen que el alma es el lugar de las formas ideales; salvo que esto no se dice de toda el alma, sino sólo del alma pensante (...)

... el órgano del sentido no existe sin el cuerpo, mientras que la inteligencia existe por su cuenta." (De anim. III,4)

Intelecto agente (actual) e intelecto paciente (potencial):

"Y, en realidad, por una parte, está el intelecto que tiene la potencialidad de ser todos los objetos,por la otra, el intelecto que produce todos, como si fuera un estado semejante a la luz, ya que, desde cierta perspectiva, la luz convierte en colores en acto los que sólo son en potencia. Y este intelecto está separado, es impasible y carece de toda mezcla, puesto que en su esencia es acto. El agente es siempre superior al paciente y el principio a la materia. (...) Separado (del cuerpo) sólo es lo que es cabalmente, es decir, inmortal y eterno." (De an. IV,5)

"Pero, se cree que el intelecto está a la manera de una substancia especial y que no perece. Si pereciera, influiría principalmente en su destrucción la extenuación propia de la vejez, y en estas condiciones sucedería sin duda lo que acontece con los órganos sensoriales: si el anciano recuperase un ojo íntegro, vería de la misma manera que el joven. No cabe duda de que la vejez se debe a una afección, no del alma, sino del ser en el que ésta se halla encerrada, como cabe comprobar en los estados de embriaguez y de enfermedad. Tanto la actividad teorética como la especulativa pierden vigor cuando otra parte del cuerpo, en el interior, empieza a desfallecer; pero el intelecto es impasible en sí mismo. El meditar y el amar o el odiar no son

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afecciones suyas, sino del sujeto que tiene intelecto, en cuanto lo posee. Por esta razón, si perece este sujeto, el intelecto no recuerda ni ama; porque lo que ha perecido no era suyo, sino del compuesto; y el intelecto es sin duda algo más divino y es impasible." (De an. I,4)

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René Descartes

“Tiempo ha que había advertido que, en lo tocante a las costumbres, es a veces necesario seguir opiniones que sabemos muy inciertas, como si fueran indudables, y esto se ha dicho ya en la parte anterior; pero deseando yo en esta ocasión ocuparme tan solo de indagar la verdad, pensé que debía hacer lo contrario y rechazar como absolutamente falso todo aquello en que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de ver si, después de hecho esto, no quedaría en mi creencia algo que fuera enteramente indudable. Así, puesto que los sentidos nos engañan, a las veces quise suponer que no hay cosa alguna que sea tal y como ellos nos la presentan en la imaginación; y puesto que hay hombres que yerran al razonar, aun acerca de los más simples asuntos de geometría, y cometen paralogismos, juzgué que yo estaba al error como otro cualquiera, y había tenido por demostrativas; y, en fin, considerando que todos los pensamientos que nos vienen estando despiertos pueden también ocurrírsenos durante el sueño, sin que ninguno entonces sea verdadero, resolví fingir que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad: “yo pienso, luego soy” era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando.

Examiné después atentamente lo que yo era, y viendo que no podía fingir que no tenía cuerpo alguno y que no había mundo ni lugar alguno en el que yo me encontrase, pero que no podía fingir por ello que no fuese, sino al contrario, por lo mismo que pensaba en dudar de la verdad de las otras cosas, se seguía muy cierta y evidentemente que yo era, mientras que con solo dejar de pensar,

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aunque todo lo demás que había imaginado fuese verdad, no tenía ya razón alguna para creer que yo era, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia y naturaleza toda es pensar, y que no necesita, para ser, de lugar alguno, ni depende de cosa alguna material; de suerte que este yo, es decir, el alma por la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es.

Después de esto, consideré, en general, lo que se requiere en una proposición para que sea verdadera y cierta, pues ya que acababa de hallar una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en qué consiste esa certeza. Y habiendo notado que en la proposición “yo pienso, luego soy”, no hay nada que me asegure que digo verdad, sino que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir esta regla general: que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas, pero que sólo hay alguna dificultad en notar cuáles son las que concebimos distintamente.”

DESCARTES, Discurso del método (cuarta parte)

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Blaise Pascal

Cuando considero la pequeña duración de mi vida, absorbida en la eternidad que le precede y que le sigue, el pequeño espacio que lleno y aun el que veo, abismado en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran, me espanto y me asombro de verme aquí y no ahí, pues no hay razón para que yo esté aquí y no ahí, ahora y no entonces...

El silencio eterno de estos espacios infinitos me espanta.

¡Cuántos reinos nos ignoran!

Que el hombre contemple, pues, la Naturaleza entera, con su alta y plena majestad; que aparte sus miradas de los objetos bajos que le rodean; que observe esta deslumbradora luz colocada como una lámpara eterna sobre el Universo; que la Tierra le aparezca como un punto en el vasto círculo que aquel astro describe, y que asombra al pensar que, a su vez, este círculo no es más que un punto muy delicado, en comparación con el que los astros, que ruedan en el firmamento describen. Pero si nuestra vista se detiene aquí, nuestra imaginación llega más lejos; pero aún se cansaría antes ella de

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percibir que la Naturaleza de dar. Todo este mundo visible no es más que un rasgo imperceptible en el vasto seno de la Naturaleza. Ninguna idea se puede ni aproximar. Por más que hinchemos nuestras concepciones más que todo lo imaginable, no producimos sino átomos, en comparación con la realidad de las cosas. Estas es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes, la circunferencia en ninguna. En fin, el más visible carácter de la omnipotencia de Dios es este hecho de que la imaginación se pierde en ese pensamiento.

Que el hombre, al volver en sí, considere lo que es él, en comparación a lo que es; que se vea como perdido en esta pequeñísima provincia apartada de la Naturaleza; y que, desde esta pequeña celda en que se encuentra alojado, quiero decir, el Universo, aprenda a estimar la Tierra, los reinos, las villas y a sí mismo en su justo precio.

¿Qué vale un hombre en el infinito?

Mas para presentarle otro prodigio no menos asombroso, que busque en lo que conoce las cosas más tenues. Que un gusano le ofrece, en la pequeñez de su cuerpo, partes incomparablemente más pequeñas, piernas con articulaciones, venas en sus piernas, sangre en sus venas, humores en esta sangre, gotas en sus humores, vapores en estas gotas, y dividiendo aún más estas últimas cosas, agote sus fuerzas en estas concepciones, y el último objeto al que pueda llegar sea el de nuestro razonamiento... Tal vez piense que ha llegado a lo extremadamente porqueño en la Naturaleza... Yo quiero hacerle ver ahí dentro un nuevo abismo. Quiero pintarle, no solamente el Universo visible, sino la inmensidad que se puede concebir en la Naturaleza, dentro del recinto de este resumen que es el átomo. Que vea una infinidad de universos cada uno de los cuales tiene su firmamento, sus planetas, su tierra en la misma proporción que el mundo visible... ¿a quién no sorprenderá que nuestro cuerpo, que hace poco hemos considerado como imperceptible al Universo, imperceptible en el seno de todo, sea ahora un coloso, un mundo, o más bien un todo, vista la nada a que se puede llegar?

Quien se considere de esta suerte se espantará de sí mismo y, considerándose sostenido en la masa que la Naturaleza le ha dado entre dos abismos de infinito y de nada, temblará a la vista de tales maravillas; y creo que, cambiada su curiosidad en admiración, estará más dispuesto a contemplarlas en silencio que a buscar con presunción.

Porque en fin, ¿qué es el hombre en la Naturaleza? Un nada en comparación con lo infinito, un todo en comparación con la nada: un

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término entre todo o nada. Infinitamente lejano a estos dos extremos, el fin de las cosas y su principio están para él infinitamente ocultos en un secreto impenetrable y es igualmente incapaz de ver la nada de donde ha sido extraído y el infinito donde está sumido...

Conozcamos pues nuestro alcance; somos algo, no somos todo; lo que tenemos de ser nos veda el conocimiento de los primeros principios, que nacen de la nada; y lo poco que tenemos de ser nos esconde la visión del infinito...

He aquí nuestro estado verdadero. Esto es lo que nos hace incapaces de saber con certeza o de ignorar en absoluto. Vagamos siempre en un medio vasto, siempre inciertos y flotantes, arrastrados de uno a otro extremo. Cualquier cabo a que pensemos ligarnos, para afianzarnos, oscila y nos abandona; y si le seguimos, escapa a nuestras amarras, nos resbala y nos huye, en una fuga eterna. Nada se detiene para nosotros. Este estado nos es natural, nada, sin embargo, más contrario a nuestras inclinaciones; ardemos del deseo de encontrar una base constante para edificar una torre que se eleve a lo infinito; pero todo nuestro fundamento cruje, y la Tierra se abre hasta los más profundos abismos...

Blaise Pascal, Pensamientos, Cap. XVII: Conocimiento General del Hombre, Ed. Port Royal.

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David Hume (1711-1776)

Cuando, convencidos de estos principios, hojeamos los libros de una biblioteca,

¿de qué nos hemos de deshacer? Si tomamos un volumen – de teología o

de metafísica escolástica, por ejemplo- preguntémonos:...¿Contiene razonamientos basados sobre la experiencia y

referentes a los datos de hecho o la existencia de las cosas?No. Entonces, hay que entregarlos a las llamas, ya que sólo

pueden contener sofismas y engaños.(Investigaciones sobre el entendimiento humano)

1.- El único medio de obtener el resultado que esperamos de nuestras investigaciones filosóficas, consiste en abandonar el tediosos y agotador método seguido hasta hoy; y en lugar de

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adueñarnos, de vez en cuando, de un castillo o de un pueblo fronterizos avanzar directamente hacia la capital, hacia el centro de estas ciencias, es decir, a la naturaleza humana misma: una vez dueños de ésta, conseguiremos en todas partes una fácil victoria. Partiendo de aquí, podremos extender nuestra conquista sobre todas las ciencias más íntimamente ligadas con la vida humana, y avanzar luego con comodidad, para profundizar en aquellas que son objeto de mera curiosidad. No existe cuestión de alguna importancia cuya solución no se encuentra en la ciencia del hombre, y ninguna puede solucionarse con certeza si antes no nos hemos convertido en amos de esa ciencia. Por lo tanto, ateniéndonos a explicar los principios de la naturaleza humana, en realidad nos proponemos llegara un sistema de todas las ciencias, construido sobre una base nueva casi en su totalidad y la única en la que podemos apoyarnos con seguridad. (Tratado sobre la naturaleza humana)

2.- Si las ideas estuviesen completamente desligadas e inconexas, sólo podrían unirse por azar; pero es imposible que las ideas simples se combinen regularmente en ideas complejas sin un vínculo que las una entre sí, sin una propiedad asociativa, de modo que una idea lleve a otra naturalmente. Este principio de unión entre las ideas no hay que considerarlo como una conexión indisoluble... tampoco hemos de concluir que, sin tal principio, la mente no puede unir dos ideas: nada hay más libre que dicha facultad. En cambio, hemos de considerarlo simplemente como una fuerza suave que se impone habitualmente... Las propiedades que dan origen a esta asociación y hacen que la mente se traslade de una a otra idea, son tres: semejanza, contigüidad en el tiempo y en el espacio, causa y efecto. (Tratado sobre la naturaleza humana)

3.- “En la metafísica no hay ideas más oscuras e inciertas que las de poder, fuerza, energía o conexión necesaria...

Parece una proposición que no admitirá mucha discusión que todas nuestras ideas no son sino copias de nuestras impresiones, o, en otras palabras, que nos es imposible pensar algo que no hemos sentido previamente con nuestros sentidos...

Cuando miramos los objetos externos en nuestro entorno y examinamos la acción de las causas, nunca somos capaces de descubrir de una sola vez poder o conexión necesaria algunos, ninguna cualidad que ligue el efecto a la causa y la haga consecuencia indefectible de aquella. Sólo encontramos que, de hecho, el uno sigue realmente a la otra. Al impulso de una bola de billar acompaña el movimiento de la segunda. Esto es todo lo que

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aparece a los sentidos. La mente no tiene sentimiento o impresión interna alguna de esta sucesión de objetos. Por consiguiente, en cualquier caso determinado de causa y efecto, no hay nada que pueda sugerir la idea de poder o conexión necesaria.” (Investigaciones sobre el entendimiento humano)

4.- Entonces ¿cuál será la conclusión de todo este asunto? Se trata de una conclusión sencilla, si bien – hay que admitirlo – muy alejada de las teorías filosóficas corrientes. Toda creencia en un dato de hecho o en una existencia real se deriva simplemente de un objeto – presente ante la memoria o los sentidos – y de una acostumbrada conexión entre este y otro objeto. En otras palabras, al haber comprobado en numerosos casos que dos especies determinadas de objetos – llama y calor, nieve y frío - , siempre están unidas entre sí, cuando vuelve a presentarse ante los sentidos una llama o la nieve, la costumbre impulsa a la mente a esperar el calor o el frío, y a creer que existe una cualidad así, que se desvelará ante nuestro ulterior acercamiento. (Investigaciones sobre el entendimiento humano)

5.- “No tenemos ninguna idea del “yo”... ¿De qué impresión podría derivarse tal idea? Es imposible responder a esta pregunta, sin caer en contradicciones y absurdos manifiestos; no obstante, se trata de una pregunta a la que por fuerza hay que dar respuesta, si pretendemos convertir la idea del yo en algo claro e inteligible. Para producir una idea real siempre nos hace falta una impresión. El “yo”, o la persona, no es una impresión: es aquello a lo cual se refieren, por suposición, nuestras diferentes impresiones e ideas. Si hubiese una impresión que diese origen a la idea del “yo”, tal impresión debería seguir siendo la misma, de forma invariable, en el transcurso de toda nuestra vida... En realidad, no tenemos ninguna impresión constante e invariable: dolores y placeres, anhelos y alegrías, pasiones y sensaciones, se alternan de manera continuada y nunca existen todos a la vez. Por lo tanto, la idea del “yo” no puede provenir de ninguna de estas impresiones y tampoco de ninguna otra. En consecuencia, tal idea no existe [...] Empero, excepción hecha de algún metafísico... me atrevo a firmar que para el resto de la humanidad no somos más que agrupamientos o series de diferentes percepciones que se suceden con una rapidez increíble, en un flujo y un movimiento perpetuo... Nuestro pensamiento resulta aún más variable que nuestra visa, y todos los demás sentidos y facultades contribuyen a tales cambios... la mente es una especie de teatro, donde hacen su aparición las diversas percepciones, pasan y vuelven a pasar, se deslizan y se mezclan con una variedad infinita de actitudes y situaciones... Y no se entienda erróneamente la comparación con el

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teatro: las percepciones sucesivas son las únicas que constituyen la mente. No poseemos ni la más mínima noción del lugar donde se representan tales escenas, o del material del cual están hechas”. (Tratado sobre la naturaleza humana)

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Immanuel Kant (1724-1804)

1.- “Hasta ahora se ha admitido que todos nuestros conocimientos deben regularse según los objetos; pero todos los intentos de establecer con respecto a ellos algo a priori, por medio de conceptos – con los que se habría podido ensanchar nuestro conocimientos, adoptando tal supuesto – no han logrado ningún resultado. Por lo tanto, hágase la prueba de ver si somos más afortunados en los problemas de metafísica, suponiendo la hipótesis de que los objetos deban regularse de acuerdo con nuestro conocimiento: esto concuerda mejor con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori, que establezca algo con relación a los objetos, antes de que éstos nos sean dados. Aquí sucede lo mismo que con la primera idea de Copérnico: al ver que no podía explicar los movimientos celestes admitiendo que todo el ejército de los astros giraba en torno al espectador, buscó una solución mejor haciendo girar al observador y dejando en cambio los astros en reposo. En metafísica podemos ahora tratar de realizar un intento semejante”. (Crítica de la Razón Pura)

2.- “Hemos querido decir, pues, que todas nuestras intuiciones no son más que la representación de un fenómeno; que las cosas que intuimos no son en sí mismas aquello mediante lo cual las intuimos, ni sus relaciones son tales como se nos aparecen, y que, si suprimiésemos nuestro sujeto, o incluso únicamente la naturaleza subjetiva de los sentidos en general, desaparecerían toda la naturaleza, todas la relaciones entre los objetos en el espacio y en el tiempo, ya que los fenómenos no pueden existir en sí, sino sólo en nosotros. Lo que pueda existir en los objetos en sí y separados con respecto a la receptividad de nuestros sentidos, nos resulta enteramente desconocido. No conocemos más que nuestro modo de percibirlos, que nos es peculiar, y que ni siquiera es necesario que pertenezca a todos los seres, aunque pertenezca a todos los hombres. Sólo tenemos que ver con él. Espacio y tiempo son las formas puras de él (del modo de percibir los objetos); la sensación, en general, es su materia. Aquella, la forma, sólo podemos conocerla a priori, es decir, antes de toda percepción real... Aunque elevásemos esta intuición nuestra al máximo grado de claridad, no por eso nos aproximaríamos más a la naturaleza en sí de los objetos. Porque, en cualquier caso, no podremos conocer cabalmente más que nuestro modo de intuición, nuestra sensibilidad, y ésta siempre en las condiciones de espacio y tiempo, originariamente inherentes al

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sujeto; empero, qué son los objetos en sí mismos, por iluminado que esté el conocimiento de sus fenómenos – lo único que se nos da – jamás lo conoceríamos.” (C.R.P.)

3.- “Sólo hay dos caminos por los cuales se llegue a pensar un acuerdo necesario entre la experiencia y los conceptos de sus objetos: o la experiencia hace posible estos conceptos, o éstos hacen posible la experiencia. El primer camino no se da con relación a las categorías; éstas son conceptos a priori, y por lo tanto independientes de la experiencia (la aserción de un origen empírico sería una especie de generatio aequivoca). En consecuencia, nos queda sólo el segundo camino (un sistema por así decirlo, de epigénesis de la razón pura); así, las categorías – por parte del intelecto – contienen los fundamentos de la posibilidad de toda experiencia en general. Esto constituye una etapa más de la “revolución copernicana”, que concluye y culmina con la concepción del “yo pienso”, del cual vamos ahora a hablar.” (C.R.P.)

4.- “El pensamiento: “estas representaciones dadas en la intuición (espacio-tiempo) me pertenecen todas” suena igual que “yo las uno en una autoconciencia” o al menos puedo unificarlas allí... llamo “mías” a todas aquellas representaciones, únicamente porque puedo abarcar en una autoconciencia su multiplicidad; de lo contrario tendría un “yo mismo” variopinto, heterogéneo, al igual que las representaciones de las que tengo conciencia. La unidad sintética de lo múltiple procedente de las intuiciones, en la medida en que es dada a priori, es el fundamento de la identidad de la apercepción misma, que precede a priori todos mis pensamientos determinados. La unificación, empero, no está en los objetos y no puede considerársela como algo que éstos consigan mediante el camino de la percepción, y el intelecto así lo asuma en primer lugar; se trata únicamente de una función del intelecto, el cual no es más que la facultad de unificar a priori y de someter a la unidad de la apercepción la multiplicidad de representaciones dadas; éste es el principio supremo de todo el conocimiento humano”. (C.R.P.)

5.- El concepto de noúmeno de una cosa que debe ser pensada no como objeto de los sentidos, sino como cosa en sí, no es en absoluto contradictorio; no se puede afirmar, en efecto, que la sensibilidad sea el único modo posible de intuición. Más aún, dicho concepto es necesario, para que la intuición sensible no se extienda hasta las cosas en sí y de este modo se limite la validez objetiva del conocimiento sensible... Finalmente, ni siquiera es posible darse cuenta de la posibilidad e tales noúmenos, y el territorio que está mas allá de la esfera de los fenómenos está vacío; poseemos un intelecto

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que va más allá problemáticamente, pero no tenemos una intuición y tampoco el concepto de una posible intuición, donde puedan darse objetos fuera del campo de la sensibilidad y pueda utilizarse el intelecto más allá de ésta, de un modo asertórico. El concepto de noúmenos, es, pues, únicamente un concepto límite, que circunscribe las pretensiones de la sensibilidad y que sólo se usa negativamente.” (C.R.P.)

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Karl Marx

“Pero como para el hombre socialista el total de lo que se llama historia del mundo no es más que la creación del hombre por el trabajo humano y el surgimiento de la naturaleza para el hombre, éste tiene pues, la prueba evidente e irrefutable de su autocreación, de sus propios orígenes. Una vez que la esencia del hombre y la naturaleza, el hombre como ser natural y la naturaleza como realidad humana, se ha hecho evidente en la vida práctica, en la experiencia sensible, la búsqueda de un ser ajeno, un ser por encima del hombre y la naturaleza se vuelve imposible en la práctica. El ateísmo como negación de esta irrealidad, no tiene ya sentido, porque el ateísmo es una negación de Dios y trata de afirmar mediante esta negación la existencia del hombre”. (Karl Marx; Manuscritos Económico-filosóficos. FCE, México, 1962, 147,8)

“El comunismo es la abolición positiva de la propiedad privada, de la autoenajenación humana y, por lo tanto, la apropiación real de la naturaleza humana a través del hombre y para el hombre. Es, pues, la vuelta del hombre mismo como ser social, es decir, realmente humano, una vuelta completa y conciente que asimila todo el desarrollo anterior en su riqueza. El comunismo, como naturalismo plenamente desarrollado, es un humanismo. Es la resolución definitiva del antagonismo entre el hombre y la naturaleza, y entre el hombre y el hombre. Es la verdadera solución del conflicto entre la existencia y la esencia, entre la objetivación y la autoafirmación, entre la libertad y la necesidad, entre el individuo y la especie. Es la solución del dilema de la historia y sabe que ésta es la solución.

“Por tanto, el carácter social es el carácter universal de todo movimiento: como la sociedad misma produce al hombre como hombre, así es producida por él.” (Ibidem, pág. 135, 6, 7)

“Es en su trabajo sobre el mundo objetivo como el hombre se muestra realmente comos ser genérico. Esta producción es su vida

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activa como especie; mediante ella, la naturaleza aparece como su obra y su realidad. El objeto del trabajo es, pues, la objetivación de la vida del hombre como especie; porque él ya no se reproduce solo intelectualmente en la conciencia, sino activamente y en un sentido real, y contempla su propio reflejo en un mundo que él ha construido. Al mismo tiempo que el trabajo enajenado arrebata al hombre el objeto de su producción, también le arrebata su vida como especie y transforma su ventaja sobre los animales en una desventaja, en tanto que su reino inorgánico, la naturaleza, le es arrebatado.”

ACERCA DEL BIEN, EL AMOR Y LA FELICIDAD

Aristóteles

La Moral y la Felicidad:

"Si planteamos como función propia del hombre un determinado tipo de vida (esta actividad el alma y las acciones que van acompañadas por la razón) y cm función propia del hombre de valor el llevarla a cabo bien y a la perfección (...) Si es así, entonces el bien propio del hombre es la actividad del alma según la virtud, y sin son múltiples las virtudes, según la mejor y la más perfecta. Y esto mismo puede decirse también de toda vida completa. En realidad, una sola golondrina no hace verano, ni un solo día, ni siquiera una jornada ni un período breve de tiempo proporciona la felicidad." (Et. Nicom. I,7)

El hombre bueno "actúa mediante la parte racional de sí mismo, que parece constituir a cada uno de nosotros". (Etic. I,4) "Y si ella (el alma racional) es la parte dominante y mejor, todo parecería indicar que cada uno de nosotros consiste precisamente en ella."

Las virtudes éticas:

"En cada cosa, es posible distinguir lo más, lo menos y lo igual... Llamo,pues, posición media de una cosa a la que dista igualmente de cualquiera de los extremos,... sin embargo, ésta o es única ni igual para todos. (...) En cambio, la posición media respecto a nosotros no se interpreta así, en realidad, si para un comer diez heminas es demasiado comer y dos es poco, el maestro de gimnasia no ordenará por ello que se coman seis; en realidad, para quien debe recibir esta ración, puede ser grande o pequeña; para Milón será pequeña, en cambio será grande para un principiante de gimnasia. Así,pues, toda persona que posee ciencia evita el exceso y el defecto, mientras que

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buscará y preferirá la via media, que se estable no con respecto a la cosa, sino a nosotros mismos.

(...)"según su esencia y conforme a la razón que establece su naturaleza, la virtud es un término medio, pero respecto al bien y a la perfección se encuentra en el punto más elevado."

La Felicidad perfecta:

"... si la actividad del intelecto, al ser contemplativa, parece sobresalir por su dignidad y por no considerar ningún otro fin fuera de sí misma y por tener un placer propio perfecto (que aumenta la actividad) y por ser autosuficiente, fácil e ininterrumpida, ya que es posible al hombre y parece que en tal actividad se encuentran todas las cualidades que se atribuyen al hombre feliz; por tanto, ésta será la felicidad perfecta del hombre, si dura toda la vida. Ahora bien, por lo que respecta a la felicidad, no puede haber nada incompleto. Pero una vida así será, sin duda, superior a la naturaleza del hombre; en realidad, no le corresponde vivir de esta manera en cuanto hombre, pero sí en cuanto hay en él algo divino; (...) Si, pues, en relación con la naturaleza del hombre el intelecto es algo divino, también la vida conforme a él será divina en comparación con la vida humana. No es necesario, sin embargo, hacer caso a quienes aconsejan que, como somos hombres, hemos de preocuparnos de cosas humanas y, por ser mortales, nos hemos de interesar por las cosas mortales, sino que es preciso hacerse inmortales en la medida de lo posible y empeñarse en vivir según la parte más elevada de cuantas hay en nosotros"

"... por tanto la actividad del dios, que sobresale por su felicidad, será contemplativa. Así, pues, ente las actividades humanas, la que más semejanza guarda con ésta será la que es más capaz de hacernos felices. Prueba de ellos es asimismo el hecho de que los demás seres vivientes no participan de la felicidad, porque están totalmente privados de esta actividad. En cambio, para los dioses toda la vida es feliz, y para los hombres lo es en cuanto hay en ellos una actividad parecida aquella; pero ninguno de los demás seres vivientes es feliz, porque no participa en modo alguno de la especulación. (...) Así la felicidad es una especie de especulación." (Etic.Nicom.)

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San Agustín

Dios, bien supremo e inmutable, del cual proceden todos los demás bienes espirituales y corporales.

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Dios es el supremo e infinito bien, sobre el cual no hay otro; es el bien inmutable y, por tanto, esencialmente eterno e inmortal. Todos los demás bienes naturales tienen en él su origen, pero no son de su misma naturaleza. Lo que es de la misma naturaleza que él no puede ser más que él mismo...

Por otra parte, toda naturaleza, en sí misma considerada, es siempre un bien: no puede provenir más que del supremo y verdadero Dios, porque todos los bienes, los que por su excelencia se aproximan al sumo Bien y los que por su simplicidad se alejan de él, todos tienen su principio en el Bien supremo. (cap.I)

Ninguna naturaleza, en cuanto tal, es mala.

Ninguna naturaleza, por tanto, es mala en cuanto naturaleza, sino en cuanto disminuye en ella el bien que tiene. Si el bien que posee desapareciera por completo, al disminuirse, así como no subsistiría bien alguno, del mismo modo dejaría de existir toda naturaleza. (cap. XVII)

La naturaleza es siempre buena en cualquier circunstancia en que se encuentre, mientras conserve el modo, la belleza y el orden. Dejará de ser buena si pierde totalmente el modo, la belleza y el orden, porque en ese caso dejará de existir. (cap. IX)

El modo, la belleza y el orden, bienes generales que se hallan en las criaturas.

Todas las cosas son tanto mejores cuanto son más moderadas, hermosas y ordenadas, y tanto menos bien encierran cuanto son menos moderadas, hermosas y ordenadas. Estas tres cosas, pues: el modo, la forma y el orden -y paso en silencio otros innumerables bienes que se reducen a éstos-, estas tres cosas, repito, o sea: el modo, la belleza y el orden, son como bienes generales que se encuentran en todos los seres creados por Dios, lo mismo en los espirituales que en los corporales. (cap. III)

El mal es la corrupción del modo, de la belleza y del orden.

...El mal no es otra cosa que la corrupción del modo, de la belleza y del orden naturales.

La naturaleza mala es, pues, aquella que está corrompida, porque la que no está corrompida es buena. Pero, aún corrompida, es buena en cuanto es naturaleza; en cuanto que está corrompida, es mala. (cap. IV)

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El pecado (mal moral) no es deseo de una naturaleza mala, sino abandono de otra mejor.

Del mismo modo, porque el pecado no es deseo de naturalezas malas, sino abandono o renuncia de otras mejores o más perfectas, se halla escrito así en las Sagradas Escrituras: “Toda criatura de Dios es buena.” Por eso todos los árboles que Dios plantó en el paraíso son ciertamente buenos.

El hombre, por tanto, no apeteció ninguna naturaleza mala cuando tocó al árbol prohibido, sino que cometió una acción mala al dejar lo más perfecto: pues mejor que todas las cosas creadas es el Creador, cuyo mandato no debió ser quebrantado por gustar de lo prohibido, aunque era bueno, porque abandonando lo más perfecto, se apetecía una cosa buena, que era probada contra el precepto del Creador.

No había plantado, pues, Dios un árbol malo en el paraíso, sino que él mismo, que había prohibido tocarlo, era más perfecto. (cap. XXXIV)

Ninguna criatura de Dios es Mala, sino que el mal consisten en hacer mal uso de ella.

Por consiguiente, el pecado no consiste, como ya he dicho antes, en el deseo de una naturaleza mala, sino en el abandono de otra más excelente, de manera que esa misma preferencia es el mal o el pecado y no la naturaleza, de la cual se abusa al pecar.

El pecado, pues, es usar mal del bien. Por eso el Apóstol censura o reprende a los ya condenados por el juicio divino que adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador. No condena a la criatura, y el que esto hiciere haría una injuria al Creador; sino que condena a aquellos que abusaron de un bien, renunciando o abandonando otro de orden superior. (cap. XXXVI)

Las perturbaciones anímicas. La vida de los justos goza de rectitud de afectos.

En conclusión, el querer recto es el amor bueno, y el querer perverso es el amor malo. Y así, el amor ávido de poseer el objeto amado es el deseo; la pasión y el disfrute de ese objeto es la alegría; el huir lo que es adverso es el temor, y el sentir lo adverso, si sucediere, es la tristeza. Estas pasiones, pues, son malas, si es malo el amor, y buenas, si es bueno. (p.70)

Por tanto, quieren, se precaven y gozan los buenos y los malos, o, para decir lo mismo con otras palabras, desean, temen y se

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alegran los buenos y los malos; pero los unos bien y los otros mal, según que su voluntad sea recta o torcida (p.74)

Pero, dirigidas y enderezadas por la recta razón estas afecciones hacia su fin propio, ¿quién osará llamarlas enfermedades del alma o pasiones viciosas? (p.78)

Concluiremos que la vida recta tiene rectos todos esos afectos, y la vida desordenada los tiene desordenados. La vida bienaventurada y eterna a la vez tendrá un amor y un gozo no solamente rectos, sino también ciertos, y estará exenta de temor y de dolor. (p.80)

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Kant

Lo esencial de toda determinación de la voluntad por la ley moral es que, como voluntad libre, y por consiguiente no sólo sin cooperación de impulsos sensibles, sino aun con exclusión de todos ellos y con daño de todas las inclinaciones en cuanto pudieran ser contrarias a esa ley, está determinada solo por esa ley. En esta medida, pues, el efecto de la ley moral como motor es solo negativo... Por consiguiente, podemos comprender a priori que la ley moral, como fundamento de determinación de la voluntad, debe producir un sentimiento, porque causa perjuicio a todas nuestras inclinaciones, sentimiento que puede ser denominado dolor...

La conciencia de una libre sumisión de la voluntad bajo la ley, como unida sin embargo con una inevitable coacción hecha a todas las inclinaciones, solo, empero, por la propia razón, es, pues, el respeto hacia la ley. La ley que exige y también inspira ese respeto no es otra, como se ve, que la ley moral. La acción, que es objetivamente práctica según esa ley, como exclusión de todos los fundamentos de determinación por inclinación, se llama DEBER, el cual, por esa exclusión, encierra en su concepción COMPULSION, es decir, determinación a acciones por muy a DISGUSTO que estas ocurran.

Es de la mayor importancia en todos los juicios morales poner atención con suma exactitud al principio subjetivo de todas las máximas para que toda la moralidad de las acciones esté puesta en la necesidad de las mismas, por DEBER y por respeto a la ley, no por amor e inclinación a aquello que deben producir las acciones. Para los

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hombres y todos los eres racionales creados, es la necesidad moral compulsión, es decir, obligación, y toda acción fundada sobre ella ha de representarse como deber, y no como un modo de proceder, amado ya por nosotros mismos o que pueda llegar a serlo.

Muy hermoso es hacer el bien a los hombres por amor a ellos y por benevolencia compasiva, o ser justo por amor al orden, pero esa no es todavía la legítima máxima moral de nuestra conducta... Deber y obligación son las únicas denominaciones que nosotros debemos dar a nuestra relación con la ley moral.

Lo contrario precisamente del principio de la moralidad es que el principio de la propia felicidad sea tomado como fundamento de determinación de la voluntad. (Kant, “Crítica de la Razón Práctica”).

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Arthur Schopenhauer

El único error innato que albergamos, es el de creer que hemos venido al mundo para ser felices. Hay que reconocer que es innato, porque se identifica con nuestra existencia misma... pues no somos más que voluntad de vivir, y lo que entendemos por felicidad es precisamente la satisfacción sucesiva de la voluntad.

Durante todo el tiempo que este error está adueñado por nosotros, y, sobre todo, si viene a confirmarnos en él dogmas optimistas, el mundo nos parece lleno de contradicciones. Constantemente, lo mismo en las cosas grandes que en las pequeñas, experimentamos que el mundo y la vida no están hechos para consentir una existencia dichosa. Para el hombre irreflexivo, todo se limita al sentimiento de los dolores reales; mas para el pensador, a los tormentos de la realidad se une una perplejidad teórica. Nos preguntamos por qué, si el mundo y la vida están creado s para que seamos felices, corresponden tan mal a su destino... Forzosamente tenemos que darnos cuenta, por lo tanto, de que todo está dispuesto en la vida para desengañarnos de aquel error primero y convencernos de que el fin de la existencia no es la felicidad. Vista de cerca y sin prejuicios, la vida se nos ofrece como especial y expresamente ordenada para que no seamos felices; toda ella presenta el carácter de algo de lo cual se nos quiere disgustar y apartar, de un error del que debemos desengañarnos, a fin de que nuestro corazón se cure de la sed de gozar y de vivir, y se desvíe del mundo, y en este plan sería más exacto considerar como fin de la vida el dolor en vez de la felicidad... (pg. 346)

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Cuando por uno u otro camino volvemos desengañados de este error, que a priori se hizo dueño de nosotros, de este de la existencia, vemos con otra luz todas las cosas y el mundo se nos presenta en armonía, si no con nuestros deseos con la noción que hemos adquirido de él. Las desdichas, los dolores que nos salen al paso, cualesquiera que sean sus proporciones y su índole, pueden hacernos padecer, pero no nos asombran, pues sabemos ya que el dolor y la aflicción tienden a realizar el fin propio de la vida, es decir, a apartar de ella a la voluntad. Y cuando ya el hombre se ha apropiado por completo esta convicción, le proporciona en todas las circunstancias de la vida una calma maravillosa, comparable a la docilidad con que un enfermo soporta los dolores de un largo y penoso tratamiento. Es insensato cerrar los ojos y no querer reconocer la clara revelación de que el verdadero destino de la existencia humana es el dolor; la vida está completamente rodeada por él, y no puede eludirle; entramos en el mundo con lágrimas; el curso de la existencia es trágico las más de las veces, y su término más todavía. Es forzoso ver en esto cierta intencionalidad. (pg. 347)

El dolor es un medio de purificación que, en la mayoría de los casos, basta por sí sólo para santificar al hombre, es decir, para hacerle abandonar el errado camino de la voluntad de vivir. (pg. 348)

Si el dolor tiene por sí esta virtud santificadora, la muerte, que es el mayor de los dolores, deberá tener esa misma virtud y aún en grado más exagerado.

Positivamente, la muerte es el fin propio de la vida; es la hora en que se cumple aquello para lo cual toda la vida fue preparación y preludio. Es el resultado, el resumen de la vida, una suma que nos da en conjunto la enseñanza que la vida ofrece en las siembras que día por día ha ido haciendo; esta lección es que toda aspiración que se manifiesta en la vida es cosa superflua, vana y contradictoria, y que rechazarla es un paso para la emancipación. La relación que hay entre la lenta vegetación de la plante y su fruto... es semejante a la que media entre la vida con sus dilaciones, sus esperanzas frustradas, sus proyectos fracasados y su dolor perpetuo, y la muerte, que de una vez lo destruye todo, absolutamente todo lo que el hombre quería, y corona así las enseñanzas de la vida. (pg. 349)

Es inútil considerar la existencia como otra cosa más que como un camino errado; toda ella lleva este sello. La salvación consiste en hallar el buen camino...

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El único fin que podemos señalar a la existencia es el de convencernos de que valdría más no existir. Esta es la más importante de todas las verdades y es necesario proclamarla, por contradictoria que sea con las opiniones que dominan actualmente en Europa. En cambio, es reconocida y profesada, lo mismo hoy que hace mil años, por todo el Oriente no musulmán. (pg. 329)

La muerte es la severa corrección que el orden de la Naturaleza impone a la voluntad de vivir y sobre todo al egoísmo que es inherente a ella; podemos definirla como el castigo del crimen de vivir... es la gran desilusión. La muerte nos dice: eres el fruto de un acto que no debió realizarse y debes morir para borrarlo (pg. 316). En el fondo, somos algo que no debería existir; por eso cesamos de existir. El egoísmo consiste esencialmente en que el hombre limita toda la realidad a su yo, puesto que cree vivir solamente en su persona, y no en las demás. La muerte le desengaña suprimiendo esa persona...

Mas por encima de todo esto, la muerte es la gran ocasión que se nos presenta para despojarnos del yo; feliz el que la aprovecha. (pg. 317)

La muerte es el instante que nos libra de la forma especial de una individualidad que no es la esencia de nuestro ser; que es más bien una especie de aberración, nuestra verdadera libertad original nos es devuelta, y este instante puede ser considerado, en la acepción que hemos ya definido antes, como el de una restitutio in integrum. (pg. 317)

La calma y la paz que se dibujan en la faz de la mayoría de los muertos parece tener este origen. El fin del justo es, por lo general, tranquilo y sereno; pero morir voluntariamente, morir con alegría, morir dichoso, es el privilegio del resignado, de aquel que repudia o niega la voluntad de vivir. Sólo él desea la muerte realmente y no sólo en apariencia; sólo él no necesita la permanencia de su persona ni la requiere. Renuncia voluntariamente a esta existencia, tal como nosotros la conocemos. La que será dada en cambio, a nuestros ojos en la nada... El budismo lo llama Nirvana, que quiere decir extinción. (pg. 317) “El mundo como voluntad y representación”, antología, Ed. Labor, Barcelona.

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Nietzsche

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“Escuchad, y os diré lo que es el superhombre.

El superhombre es el sentido de la tierra. Que vuestra voluntad diga: sea el superhombre el sentido de la tierra.

Yo os conjuro, hermanos míos, a que permanezcáis fieles al sentido de la tierra y no prestéis fe a los que os hablan de esperanzas ultraterrenas. Son destiladores de veneno, conscientes o inconscientes.

Son despreciadores de la tierra, moribundos y envenenados, para quienes la tierra es fatigosa: por eso quieren dejarla.

En otro tiempo, los crímenes contra Dios eran los más grandes crímenes; pero Dios ha muerto, y con él han desaparecido estos delitos. Ahora el crimen más terrible es el crimen contra la tierra y poner por encima del sentido de la tierra las entrañas de lo incognoscible.”

“Zaratustra, entretanto, miraba a la gente y se asombraba. Luego, habló así: “El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el Superhombre: una cuerda sobre un abismo; peligrosa travesía, peligroso caminar; peligroso mirar hacia atrás, peligroso mirar atrás, peligroso temblar y pararse.

Lo grande del hombre es que es un puente, y no una meta; lo que se puede amar en el hombre es que es un tránsito, un acabamiento.

Amo a los grandes desdeñosos, porque son los grandes adoradores, las flechas del anhelo hacia la otra orilla.

Amo a los que no buscan detrás de las estrellas una razón para perecer y ofrecerse en sacrificio, sino a los que se sacrifican a la tierra, para que la tierra pertenezca un día al Superhombre.

Amo a aquél cuya alma se desborda, en términos que se olvide de sí mismo y que todo esté en él, porque así todas las cosas se harán su ruina.

‘El hombre es malo’ –así hablaban todos los más sabios para consuelo mío. ¡Ay! ¡Si eso fuese verdad hoy aún! Porque el mal es la mejor fuerza del hombre!

‘El hombre debe hacerse mejor y más malo’: eso es lo que yo enseño por mi parte. El mayor mal es necesario para el mayor bien del Superhombre.

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Padecer por los pecados de los hombres podía ser bueno para aquel predicador de los humildes. Pero yo me regocijo del gran pecado como de mi gran consuelo.”

NIETZSCHE, Así habló Zaratustra

EL INSENSATO. No habéis oído hablar de ese hombre loco, que, en pleno día, encendía una linterna y echaba a correr por la plaza pública, gritando sin cesar: “¡Busco a Dios, busco a Dios!” Como allí había muchos que no creían en Dios, su grito provocó la hilaridad. “¿Qué, se ha perdido Dios?”, decía uno. “¿Se ha perdido como un niño pequeño?”, preguntaba otro. “¿O es que está escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?” Así gritaban y reían en confusión. El loco se precipitó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. “¿Dónde se ha ido Dios? Yo es lo voy a decir”, les gritó. “Nosotros le hemos matado, vosotros y yo. Todos nosotros somos sus asesinos. Pero, ¿cómo hemos podido obrar así? ¿Cómo hemos podido variar el mar? ¿Quién nos ha dado la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho cuando hemos separado esta tierra de la cadena de su sol? ¿Adónde le conducen ahora sus movimientos? ¿Lejos de todos los soles? ¿No caemos sin cesar? ¿Hacia delante o hacia atrás, de lado, de todos lados? ¿Todavía hay un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿El vacío, no nos persigue con su hálito? ¿No hace más frío? ¿No véis oscurecer cada vez más, cada vez más? ¿No es necesario encender linternas en pleno mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros, que entierran a Dios? ¿Nada sentimos aún de la descomposición divina? También los dioses se descomponen. Dios ha muerto. Y somos nosotros quienes le hemos dado muerte. ¿Cómo nos consolaremos, nosotros, asesinos entre asesinos? Lo que el mundo poseía de más sagrado y más poderoso ha perdido su sangre bajo nuestro cuchillo. ¿Quién borrará de nosotros esta sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué juegos nos veremos forzados a inventar? ¿La grandeza de este acto no es demasiado grande para nosotros? ¿No estamos forzados a convertirnos en Dioses, al menos para parecer dignos de los dioses? No hubo en el mundo acto más grandioso, y las generaciones futuras pertenecerán, por virtud de esta acción, a una historia más elevada de lo que fue hasta el presente toda la historia.” Aquí calló el loco y miró de nuevo a sus oyentes; ellos también se callaron y le contemplaron con extrañeza. Por último, arrojó al suelo la linterna, que se apagó y rompió en mil pedazos. “He llegado demasiado

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pronto”, dijo: “No es mi tiempo aún. Este acontecimiento enorme está en camino, marcha, todavía no ha llegado hasta los oídos de los hombres. Es necesario dar tiempo al relámpago y al trueno, es necesario dar tiempo a la luz de los astros, tiempo a las acciones, cuando ya se han realizado, para ser vistas y oídas. Este acto está más lejos de los hombres que el acto más distante; y, “sin embargo, ellos lo han realizado”. Se cuenta, además, de este loco que penetró un día en diferentes iglesias y entonó un “Réquiem eternae Deo”. Expulsado e interrogado no cesó de responder siempre lo mismo: ¿De qué sirven estas iglesias, si no son las tumbas y los monumentos de Dios?” (n. 125, pg. 108)

NUESTRA SERENIDAD. El más importante de los acontecimientos recientes –el hecho de que “Dios ha muerto” y la fe en el Dios cristiano ha sido aniquilada- comienza ya a proyectar sobre Europa sus primeras sombras. Por lo menos, para ese reducido número cuya mirada, amenazadora, es bastante aguda y fina para este espectáculo, parece que un sol se ha puesto, una vieja y tranquila confianza se ha trocado en duda; a ellos es a los que nuestro viejo mundo debe parecer cada día más crepuscular, más sospechoso, más extraño, más “viejo”. Hasta puede decirse, de una manera general que el acontecimiento es demasiado grande, está demasiado lejos de la comprensión de todo el mundo para que podamos tratar del ruido que ha hecho la “noticia”, y menos aún para que las muchedumbres puedan darse cuenta, para que puedan saber que ahora que esta fe ha sido minada, se derrumbará todo lo que en ella tenía su fundamento, todo lo que se adhería a ella, todo lo que recibía su vida de ella; por ejemplo, toda nuestra moral europea. (n. 343, pg. 161)

GUARDÉMONOS. ...El orden astral en que vivimos es una excepción; este orden, así como la duración mediana, condición suya, ha hecho posible por su parte la excepción de las excepciones: la formación de lo que es orgánico. La condición general del mundo es, por el contrario, para toda la eternidad, el caos; no por la ausencia de una necesidad, sino en el sentido de una falta de orden, de estructura, de forma, de belleza, de sabiduría y cualesquiera que sean los nombres de nuestros estatismos humanos... ¿Cómo nos atrevemos a censurar o alabar el universo? Guardémonos de reprocharle su dureza y su sinrazón, o bien lo contrario. No es ni perfecto, ni bello, ni noble, ni quiere ser nada de esto, ni tiende en modo alguno a imitar al hombre. No participa de ninguno de nuestros juicios estéticos y morales...

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ignora también todas las leyes. Guardémonos de decir que hay leyes en la Naturaleza. No hay más que necesidades; no hay nadie que mande ni nadie que obedezca, nadie que enfrene. Cuando sepáis que no hay fines, sabréis también que no hay azar, pues sólo en un mundo de fines tiene sentido la palabra azar. Guardémonos de decir que la muerte es opuesta a la vida. La vida no es más que una variedad de la muerte, y una variedad muy rara... ¿Cuándo dejarán de turbarnos todas esas sombras de Dios? ¿Cuándo nos habremos despojado completamente de sus atributos divinos a la naturaleza? (n. 109, pg. 101) Friedrich Nietzsche, “El eterno retorno”, Aguilar, Buenos Aires, 1974.

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Jean-Paul Sartre (1905-1980)

“Consideremos un objeto fabricado, por ejemplo un libro o un cortapapel. Este objeto ha sido fabricado por un artesano que se ha inspirado en un concepto; se ha referido al concepto de cortapapel, e igualmente a una técnica de producción previa que forma parte del concepto, y que en el fondo es una receta. Así, el cortapapel es a la vez un objeto que se produce de cierta manera y que, por otra parte, tiene una utilidad definida, y no se puede suponer un hombre que produjera un cortapapel sin saber para qué va a servir ese objeto. Diríamos entonces que en el caso del cortapapel, la esencia -es decir, el conjunto de recetas y de cualidades que permiten producirlo y definirlo- precede a la existencia; y así está determinada la presencia frente a mí, de tal o cual cortapapel, de tal o cual libro. Tenemos aquí, pues, una visión técnica del mundo, en la cual se puede decir que la producción precede a la existencia”.

“Al concebir un Dios creador, este Dios se asimila la mayoría de las veces a un artesano superior; y cualquiera que sea la doctrina que consideremos, trátese de una doctrina como la de Descartes o como la de Leibniz, admitimos siempre que la voluntad sigue más o menos al entendimiento, o por lo menos lo acompaña, y que Dios, cuando crea, sabe con precisión lo que crea. Así el concepto de hombre en el espíritu de Dios es asimilable al cortapapel en el espíritu del industrial; y Dios produce al hombre siguiendo técnicas y una concepción exactamente como el artesano fabrica un cortapapel siguiendo una definición y una técnica. Así el hombre individual realiza cierto concepto que está en el entendimiento divino. En el siglo XVIII, en el ateísmo de los filósofos, la noción de Dios es

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suprimida, pero no pasa lo mismo con la idea de que la esencia precede a la existencia...”

“El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre, o como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada, sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. el hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo (...) El hombre es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente, en lugar de ser un musgo, una podredumbre o una coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el cielo inteligible, y el hombre será ante todo lo que habrá proyectado ser (...) Pero si verdaderamente la existencia precede a la esencia, el hombre es responsable de lo que es. Así, el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es, y asentar sobre él la responsabilidad total de su existencia...”

“Y cuando se habla de desamparo, expresión cara a Heidegger, queremos decir solamente que Dios no existe, y que de esto hay que sacar las últimas consecuencias. El existencialismo se opone decididamente a cierto tipo de moral laica que quisiera suprimir a Dios con el menor gasto posible. Cuando hacia 1880 algunos profesores franceses trataron de construir una moral laica, dijeron más o menos esto: Dios es una hipótesis inútil y costosa, nosotros la suprimimos; pero es necesario, sin embargo, para que haya una moral, una sociedad, un mundo vigilado, que ciertos valores se tomen en serio y se consideren como existentes a priori; es necesario que sea obligatorio a priori que sea uno honrado, que no mienta, que no pegue a su mujer, que tenga hijos, etc., etc.... Haremos por lo tanto un pequeño trabajo que permitirá demostrar que estos valores existen, a pesar de todo, inscritos en un cielo inteligible, aunque, por otra parte, Dios no exista. Dicho en otra forma (...) nada se cambiará aunque Dios no exista; encontraremos las mismas normas de honradez, de progreso, de humanismo, y habremos hecho de Dios

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una hipótesis superada que morirá tranquilamente y por sí misma. El existencialista, por el contrario, piensa que es muy incómodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; ya no se puede tener el bien a priori, porque no hay más conciencia infinita y perfecta para pensarlo; no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser honrado, que no haya que mentir; puesto que precisamente estamos en un plano donde solamente hay hombres. Dostoievsky escribe: “Si Dios no existiera todo estaría permitido”. En efecto, todo está permitido si Dios no existe y en consecuencia el hombre está abandonado, porque no encuentra ni en sí ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse. No encuentra ante todo excusas. Si en efecto la existencia precede a la esencia, no se podrá jamás explicar por referencia a una naturaleza humana dada y fija; dicho de otro modo, no hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad. Si, por otra parte, Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que legitimen nuestra conducta. Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros, en el dominio luminoso de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace (...) El existencialista tampoco pensará que el hombre puede encontrar socorro en un signo dado sobre la tierra que lo oriente; porque piensa que el hombre descifra por sí mismo el signo como prefiere. Piensa, pues, que el hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar al hombre.”

JEAN PAUL SARTRE, El existencialismo es un humanismo, 1981, Buenos Aires, Ediciones del 80, 14 y ss.

“El hombre toma conciencia de su libertad en la angustia, o, si se prefiere, la angustia es el modo de ser de la libertad como conciencia de ser...” (p. 71)

“Existe (...) la angustia ante el pasado. Es la del jugador que ha decidido libre y sinceramente no jugar más y que, cuando se aproxima al ‘tapete verde’ ve de pronto ‘naufragar’ todas sus resoluciones (...) Lo que capta entonces con angustia es precisamente la total ineficacia de la resolución pasada. Esta está ahí, sin duda, pero congelada, ineficaz, trascendida por el hecho mismo de que tengo conciencia de ella. Yo soy todavía esa resolución, en la medida en que realizo perpetuamente mi identidad conmigo mismo a través del flujo temporal, pero yo no la soy ya por el hecho de que ella es

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para mi conciencia (...) estoy solo y desnudo como la víspera ante la tentación y, tras haber edificado pacientemente barreras y muros, tras haberme encerrado en el círculo mágico de una resolución, percibo con angustia que nada me impide jugar”. (p. 76)

“Y la angustia como manifestación de la libertad frente a sí mismo significa que el hombre está siempre separado de su esencia por una nada (...) La esencia es todo cuanto la realidad humana capta de sí mismo como habiendo sido. Y aquí aparece la angustia como modo perpetuo de arrancamiento a aquello-que-es (...) en la angustia, la libertad se angustia ante sí misma en tanto que nada la solicita ni la traba jamás”. (p. 78)

“La libertad es el ser humano en cuanto pone su pasado fuera de juego, segregando su propia nada...” (p. 71)

“Para que mi libertad se angustie acerca del libro que escribo, es menester que este libro aparezca en relación conmigo; es decir, es menester que yo descubra, por una parte, mi esencia en tanto que lo que he sido (yo he sido un ‘querer escribir este libro’, lo he concebido, he creído que podía ser interesante escribirlo y me he constituido de tal suerte que ya no se puede comprenderme sin tomar en cuenta que este libro ha sido un posible esencial); por otra parte, la nada que separa a mi libertad de esta esencia (yo he sido un ‘querer escribirlo’, pero nada, ni aún lo que yo he sido, puede constreñirme a escribirlo); por último, la nada que me separa de lo que seré (descubro la posibilidad permanente de abandonarlo, como la condición misma de la posibilidad de escribirlo y como el propio sentido de mi libertad). Es menester que (...) capte mi libertad, en tanto que posible destructora, en el presente y en el porvenir, de aquello que soy”. (p. 81)

JEAN PAUL SARTRE, El Ser y la Nada, 1972, Buenos Aires, Losada.

“Quería señalar que al no haber estado en la cárcel, al no haberme sentido responsable, al no haber tenido preocupaciones económicas, nunca me tomé el mundo en serio. En otros tiempos esto hubiera podido llevarme al misticismo, porque aquellos a quienes no satisface lo ‘poco de realidad’ están dispuestos a buscar la superrealidad (...). Pero yo era ateo por orgullo. No por sentimiento de orgullo, sino porque mi existencia misma era orgullo, yo era orgullo. A mi lado no había sitio para Dios, yo era tan continuamente la fuente de mí mismo que no veía que podía venir a hacer un Todopoderoso en esa historia. Por añadidura, la lamentable pobreza del pensamiento religioso terminó fortificándome en el ateísmo (...). Carente de fe, me limité a perder lo serio. En una palabra, hay

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seriedad cuando uno parte del mundo y atribuye más realidad al mundo que a uno mismo, o por lo menos cuando uno se atribuye una realidad en la medida en que pertenece al mundo. No es una azar que el materialismo sea serio: tampoco es un azar que siempre y en todas partes se presente como la doctrina filosófica de elección del revolucionario. Porque los revolucionarios son serios. Se conocen en primer lugar porque están aplastados por el mundo, se conocen a partir de que el mundo los aplasta, y quieren cambiar al mundo. En eso están de acuerdo con sus antiguos adversarios, los poseedores, que también se conoce y se estiman a partir de su situación en el mundo. Yo odio la seriedad (...). Uno es serio cuando ni siquiera concibe la posibilidad de salir del mundo, cuando el mundo, con sus Alpes y rocas, sus crestas y su barro, sus turberas y desiertos, todas esas inmensidades de obstinación, nos oprime por todos lados, cuando nos atribuimos a nosotros mismos el tipo de existencia de la piedra, su consistencia, su inercia, su opacidad; un hombre serio es una conciencia coagulada; es serio quien niega el espíritu (...). El espíritu de seriedad se caracteriza por la aplicación con la que considera las consecuencias de sus actos, es que todo para él es una consecuencia. El hombre serio es él mismo una consecuencia, una insoportable consecuencia, nunca un principio. Está atrapado al infinito en una serie de consecuencias, y no ve más que consecuencias hasta el horizonte (...). En suma, Marx estableció el dogma básico de lo serio cuando afirmó la prioridad del objeto sobre el sujeto.”

“Ahora bien, yo estaba protegido contra la seriedad por las razones que dije: yo no era del mundo porque era libre y comienzo primero. No es posible captarse a sí mismo como conciencia sin pensar que la vida es un juego”.

“¿Qué es en efecto un juego sino una actividad cuyo origen primordial es el hombre, cuyos principios instaura el hombre, y que no puede tener otras consecuencias que las que se siguen de los principios planteados? Pero en cuanto el hombre se concibe como libre y quiere usar su libertad, toda su actividad es juego: es su primer principio, por naturaleza escapa del mundo, plantea él mismo su valor y las normas de sus actos y sólo consiente en pagar de acuerdo con las normas que él mismo ha planteado y definido. De allí la escasa realidad del mundo y la desaparición de lo serio. Nunca quise ser serio. me sentía demasiado libre. En el tiempo de mis amores con Toulouse hice un largo poema, supongo que muy malo, llamado Peter Pan, la canción del niño que no quería crecer (...) el muchachito no quería crecer por miedo de llegar a ser serio. hubiera

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podido estar tranquilo: ahora tengo catorce años más y nunca he sido serio (...). Siempre reivindiqué la responsabilidad de mis actos con el sentimiento de escaparles por completo (...). Por eso suscribo enteramente la frase de Schiller: “El hombre es plenamente hombre solamente cuando juega”.

JEAN PAUL SARTRE, Diarios de Guerra (1939/1940), Losada, Buenos Aires, 1985, pp. 328 y ss.

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Gilles Lipovetsky,

“La Era del Vacío”, Anagrama, Barcelona, 1990.

Narciso o la Estrategia del Vacío.

A cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del momento: Edipo como emblema universal, Prometeo, Fausto o Sísifo como espejos de la condición moderna. Hoy Narciso es, a los ojos de un importante número de investigadores, en especial americanos, el símbolo de nuestro tiempo: “el narcisismo se ha convertido en uno de los temas centrales de la cultura americana” (cit. Lasch, “The Culture of Narcisism”).

[...]

... el consumo de conciencia se convierte en una nueva bulimia: yoga, psicoanálisis, expresión corporal, zen, terapia primal, dinámica de grupo, meditación trascendental; a la inflación económica responde la inflación psi y el formidable empuje narcisista que engendra. Al canalizar las pasiones sobre el Yo, promovido así al rango de ombligo del mundo, la terapia psi, por más que esté teñida de corporeidad y de filosofía oriental, genera una figura inédita de Narciso, identificado de una vez por todas con el homo psicologicus. Narciso obsesionado por él mismo no sueña, no está afectado de narcosis, trabaja asiduamente para la liberación del Yo, para su gran destino de autonomía de independencia: renunciar al amor, “to love myself enough so that I do not need another to make me happy” (“para amarme a mí mismo lo suficiente como para no necesitar a otro para ser feliz” *), ese es el nuevo programa revolucionario de J. Rubin (cit. por Lasch).

En ese dispositivo psi, el inconsciente y la represión ocupan una posición estratégica. Por el desconocimiento radical que instituyen sobre la verdad del sujeto, son operadores cruciales del

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neonarcisismo: ofrecer el cebo del deseo y la barrera de la represión es una provocación que desencadena una irresistible tendencia a la reconquista de la verdad del Yo: “Allí de donde era, debo advenir”. El narcisismo es una respuesta al desafío del inconsciente: conminado a reencontrarse, el Yo se precipita a un trabajo interminable de liberación, de observación y de interpretación. Reconozcámoslo, el inconsciente, antes de ser imaginario o simbólico, teatro o máquina, es un agente provocador cuyo efecto principal es un proceso de personalización sin fin: cada uno debe “decirlo todo”, liberarse de los sistemas de defensa anónimos que obstaculizan la continuidad histórica del sujeto, personalizar su deseo por las asociaciones “libres” y en la actualidad por lo no-verbal, el grito y el sentimiento animal. Por otra parte, todo lo que podía funcionar como desperdicios (el sexo, el sueño, el lapsus, etc.) se encontrará reciclado en el orden de la subjetividad libidinal y del sentido. Ampliando así el espacio de la persona, incluyendo todas las escorias en el campo del sujeto, el inconsciente abre el camino a un narcisismo sin límites. Narcisismo total que manifiestan de otra forma los últimos avatares psi cuya consigna ya no es la interpretación sino el silencio del analista: liberado de la palabra del Maestro y del referente de verdad, el analizado queda en manos de sí mismo en una circularidad regida por la sola autoseducción del deseo. Cuando el significado deja paso a los juegos del significante, y el propio discurso a la emoción directa, cuando las referencias exteriores caen, el narcisismo ya no encuentra obstáculos y puede realizarse en toda su radicalidad.

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