Post on 09-Feb-2017
Recuerdos de un lugar de la Mancha
Cuento
Autora
MARITZA MENDEZ ARRIETA
Estudiante de Gestión Turística Sostenible
CU: San Vito
Curso
Técnicas de Animación turística
Cod:05156
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Recuerdos de un lugar de la Mancha
“En un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”.
Esta era la frase pronunciada por nuestro padre que llenaba de
entusiasmo nuestros corazones y nos hacía apresurarnos para irnos
a la cama, pues no queríamos perdernos un instante de aquella
historia. Pero antes debíamos tener nuestros dientes limpios y
puestas nuestras pijamas.
Era la década de los ochenta, mi hermana y yo teníamos cinco y seis
años. No contábamos con electricidad ni televisión, era aquel tiempo
donde se disfrutaba realmente cada historia. Donde la imaginación
volaba a la luz de una vela, mientras los padres compartían con los
niños el calor de sus cobijas.
Nuestro padre llego días atrás, con un libro que no tenía gracia
aparente, pues por ser niñas buscábamos dibujos y solo veíamos un
señor extraño en la portada. Con gran ingenio nuestro padre nos
explicaba que dentro de aquel libro que decíamos “feo”, había una
gran historia, que pronto tendría un lugar muy especial en nuestros
recuerdos y solo teníamos que usar nuestra imaginación.
Poco a poco nos enseñó a construir los personajes en nuestra mente
y empezó a contarnos aquella gran aventura – “En un lugar de la
mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” frase que siguió
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utilizando cada vez que quería que nos preparáramos para ir a la
cama.
A la luz de las velas, mi padre leía una y otra página de aquel libro y
se detenía de vez en cuando para explicarnos de forma sencilla las
palabras que no entendíamos, creando toda aquella aventura en
nuestra mente hasta que el sueño lograba vencernos.
Mi madre lavaba cerca de un naciente de agua ubicado al pie de unos
guarumos muy grandes, estos árboles (muy comunes en la zona sur
de Costa Rica donde vivíamos ) dejan caer sus hojas secas, mi
hermana y yo encontramos gran parecido en los tallos de dichas
hojas a caballos. Entonces nuestra madre nos ayudó a ponerle rienda
con un mecate de cabuya, y cuando me pregunto cómo se llamaba
mi caballo rápidamente y muy emocionada respondí “Rocinante”.
Al tener un “caballo” de nombre tan famoso entonces quise ser Don
Quijote de la Mancha. A sus cinco años mi hermana era muy dócil y
desde luego la convencí de ser mi escudero Sancho Panza y no
podía faltarle su burrito de guarumo. Nos íbamos al jardín a repetir
las aventuras que nos leía nuestro padre la noche anterior. Con un
chilillo de olivo prepare mi espada, y una bolsa plástica fue mi
armadura.
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Los primeros enemigos en ser perseguidos fueron las pobres
gallinas, que se asustaban cuando les quería pegar con el chilillo, por
lo cual mi madre me regaño para que no las maltratara, pero yo
continúe persiguiendo mis “enemigos,” y como buen escudero mi
hermana me repetía “- mami dijo que no, mami dijo que no”.
Para esa época no se daba kínder en las zonas rurales, el
aprendizaje se cultivaba con los juegos junto al bosque. Recuerdo
uno de mis sitios favoritos donde había un pequeño naciente que
daba vida a unos juncos, de esos que cuando uno pasaba apretando
sus hojas en forma de pajillas sonaban como si reventaran, y con los
pies descalzos nos hundíamos hasta media pierna en el barro, era
muy divertido, precisamente aquel lugar donde mama nos decía que
no fuéramos solas porque habían serpientes.
Ese día como era usual andábamos en nuestro caballito de guarumo
cuando los árboles comenzaron a mecerse. Recordando la historia
de don quijote contra los molinos de viento, comencé a decir, “son
feos gigantes, hay que matarlos,” mientras mi hermanita muy
emocionada gritaba “los monos, los monos” , era muy común verlos
en los alrededores, solo que ese día quizá por andar solas, los
animalitos más curiosos que de costumbre se acercaron más y más,
mirándonos con su carita blanca pero cuando les grite “gigantes los
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acabare con mi espada”, comenzaron a gritar y a tirarnos lo que
tuvieran a mano, por suerte nuestra madre estaba cerca y logro
auxiliarnos a tiempo de aquellos gigantes enojados.
En una tarde de verano, recuerdo que estábamos con nuestro
acostumbrado juego, pero esta vez en la mata de zacate limón que
estaba junto al desagüe del fregadero la cual distaba como veinte
metros de donde caía el agua, un poco alejado de casa, la noche
anterior mi padre nos había contado cuando don quijote se
encontraba con un leonero al que exigía echara fuera sus leones para
el vencerlos en batalla.
En ese momento, con mi espada golpeaba la mata de zacate y
comenzamos a escuchar un gruñido y la mata se sacudió, llenas de
temor, corrimos a casa muy asustadas dando gritos, pensando que
nuestro león imaginario se había convertido en verdadero – El
leooón, nos come el leooón. Por supuesto nuestro padre salió
corriendo a ver que nos sucedía. Pero cuando fue a revisar la planta
no había ningún león, solo un escarbadero. Para mis padres
posiblemente sería un armadillo que buscaba lombrices para
alimentarse, para nosotras un león feroz que quiso devorarnos.
Muchas otras aventuras hicieron volar nuestra imaginación como la
de la de aquella cueva que se formó con las enormes matas de olivo
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que mi padre no volvió a cortar y se llenaron de zacate que las hizo
doblarse, era el lugar favorito de las gallinas que se escapaban a
poner sus huevos. Cuando el sol le daba directamente salía vapor y
parecía que se estaba quemando, lo que dio lugar a imaginar que
dentro de aquella cueva vivía un dragón que echaba fuego por la
boca y debíamos vencerlo para que no se robara a Dulcinea del
Toboso.
El tiempo ha pasado y muchos han hecho homenaje a Miguel de
Cervantes dando el nombre de estos personajes a sodas y
restaurantes, hoy me invade la nostalgia porque muchos niños no
vivirán tan grandes aventuras como las que vivimos de niñas, cuando
nuestra mente dibujaba aquellos personajes al escuchar aquella voz
que nos decía “En un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero
acordarme.”
Al pasar por lugares, como la zona de los santos y ver los enormes
molinos de viento, siento despertar en mi aquel ingenioso hidalgo
que mira aquellos gigantes, que sigue creyendo que a este mundo le
están haciendo falta caballeros andantes.
Fin