Post on 18-May-2015
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Protocolo para quienes no quieren Protocolo
La diplomacia tiene que improvisar nuevos usos ante la
actitud de algunos mandatarios de naciones que eluden las
reglas tradicionales
Una corriente iconoclasta arrastra la celebración de
efemérides, actos solemnes, ofrendas y celebraciones
nacionales
Fernando Ramos
Doctor en Ciencias de la Información
Profesor de Derecho de la Información
Asesor de la OICP
Comienzan a practicarse estilos de
relaciones exteriores poco acomodados con los
usos tradicionales en la sociedad internacional.
Son criterio de nuevos mandatarios dispuestos a
reducir o eliminar usos y costumbres
tradicionales de sus propios países,
principalmente en América.
Estas acciones abundan en la eliminación de usos
propios, como prescindir de ceremonias, escoltas
y resguardos de honor, celebraciones, efemérides
y todo tipo de actos simbólicos que se consideran
innecesarios en sentido modernidad que algunos
acaban de inventarse o descubrir
Apunta Vidal y Saura, en su célebre Tratado de Derecho
Diplomático que el ceremonial público es “la cortesía de
los estados y también la expresión de la conveniencia”. Y
añade que, aunque las faltan que contra él se cometen no
tienen las consecuencias desagradables de antaño (incluso
la guerra), hay que cuidarlo, para evitarse problemas
innecesarios entre las naciones. Las tradiciones
constantes, los usos y costumbres de la sociedad
internacional, las normas de los propios estados y los
Tratados son sus fuentes principales. Y, sobre todo, se
fundamente en la reciprocidad.
En los últimos años, en algunos importantes países de
habla hispánica, pero también en instituciones diversas,
tanto de España como de otras naciones, se ha producido una
especie de movimiento iconoclasta contra el protocolo, el
ceremonial e incluso inveteradas tradiciones que,
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precisamente por serlo, conforman parte de la personalidad
de no pocas de esas entidades, cuando –como ocurre con la
diplomacia-, no dejar de ser parte del Derecho público
internacional, en cuanto que son usos y costumbres, reglas
y convenios, establecidos y perfeccionados a lo largo de la
historia.
Algunos países de la comunidad iberoamericana han
comenzado a practicar estilos de relaciones exteriores poco
acomodados con los usos tradicionales en la sociedad
internacional. En el cono sur se observa este movimiento,
que más parece ser un criterio personal de actuales
mandatarios, en particular algunos presidentes,
partidarios, por lo que se ve, de revisar o simplemente
reducir o eliminar algunas prácticas que la comunidad
internacional tiene como parte obligada del ceremonial y el
protocolo diplomático.
En realidad, en alguno de estos casos, la supresión de
actos pautados, propios de los usos tradicionales de la
diplomacia, se inscribe dentro de una política más amplia
de eliminación de otros elementos del atrezzo cultural que
rodea la magistraturas que experimentan estas novedades,
como prescindir de ceremonias propias, escoltas y
resguardos de honor, celebraciones, efemérides y todo tipo
de actos simbólicos que se consideran innecesarios,
superfluos e impropios del sentido de la modernidad que
algunos acaban de inventarse o descubrir. La República
Argentina es uno de los países donde se observa, de manera
alarmante, la aparición de síntomas de esta nueva
enfermedad.
Una de las ceremonias cuestionadas es la fórmula de
recibimiento y entrega de cartas credenciales por parte de
los embajadores al primer mandatario de la nación
receptora. No solamente se trata de un acto formal y
protocolario, sino una institución jurídica, en cuanto que
la representación que ostenta se perfecciona, precisamente,
al entregar las cartas credenciales, de una manera física y
real como han hecho y hacen todos los embajadores del
mundo.
Como explica José Antonio de Urbina: “La presentación
por un embajador de sus Cartas Credenciales al Jefe de
Estado ante el cual queda acreditado, constituye uno de los
actos de mayor trascendencia en la acción del Estado, pues
representa el perfeccionamiento, por medio de los
respectivos enviados, de las relaciones permanentes de
respeto, colaboración y amistad, entre los Estados,
esenciales para el desarrollo y el bienestar de la
Comunidad Internacional. Esta relevancia se traduce en la
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dignidad formal de la ceremonia, que será tanto más
majestuosa en sus símbolos externos como viejo en el tiempo
y en la cultura sea el país que la realiza, España, de
tradición dos veces milenaria, concede en consecuencia un
énfasis especial a este acto, señalado en su grande y al
tiempo sencilla dignidad”.
La supresión unilateral de lo que en el mundo
civilizado son prácticas ordinarias, más allá de los países
que pueda ocasionar a las cancillerías de los países
implicados o a la propia imagen de esa nación, nos coloca
en la necesidad de reflexionar sobre cómo se articula una
forma de protocolo, de ceremonial, de corrección formal,
para aquellos que se empeñan no querer protocolo.
La repetida frase que continuamente se escucha por
parte de algunos personajes públicos, en el sentido de que
“no son nada protocolarios, o no creen en el protocolo, o
no son partidarios del protocolo”, rebela en realidad una
actitud muchas veces pedante; otras de mero propósito dar
imagen de sencillez o de que falta de sincronía con la
propia dignidad el cargo que se ocupa –al que a veces se
llega por procedimientos diversos, incluida la propia
casualidad.
Esta falta de sensibilidad que, en ocasiones, se
producen en determinadas magistraturas, detrás de cuya
sencillez se oculta con frecuencia la ignorancia o el mero
populismo coyuntural, para consumo interno, necesita ser
reparada con urgencia para evitar innecesarios conflictos
diplomáticos, especialmente cuando estas acciones u
omisiones se producen en determinados escalones superiores
del Estado. Piénsese además en el principio de reciprocidad
que rige las relaciones internacionales. Si el jefe de
Estado de una nación no recibe adecuadamente a los
embajadores que le son enviados, ¿cómo espera que reciban a
los suyos?
Cabe recordar aquí, por elevación, los hábitos y usos
del protocolo diplomático correspondiente a la equiparación
mutua en el trato entre los estados que recoge el clásico
Tratado de Derecho Diplomático de Juan Sebastián de Erice y
O´Shea, que fue ministro plenipotenciario de España
(Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1954 (págs. 234-
235). En realidad se trata de la propuesta de Pradier-
Fodéré, que ya encontramos en el Tratado de Derecho
Diplomático de Ginés Vidal y Saura (Editorial Reus, Madrid,
1925, pág.120).
1º. Todos los Estados tienen idéntico derecho al respeto de
su dignidad nacional, de su personalidad política y de su
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honra; considerando que sea cual fuere la desigualdad de
hecho que pueda existir, la superioridad relativa no
establece subordinación alguna jurídica.
2º. Un país por, poderoso que resulte, no tiene facultad
para exigir a otro demostraciones positivas de especial
aprecio, pero ni siquiera de preferencia. (Ni tampoco
obviamente de lo contrario)
3º. Cada Estado posee libertad completa para considerar
ofensiva una actitud, de terminante desconsideración, o
para estimar ultrajante una indicación que conceptúa
contraria a su pundonor.
4º. Aunque las potencias tengan el arbitrio de conceder a
sus Jefes los títulos y distinciones honoríficos que
juzguen convenientes, esto en modo alguno obliga a las
restantes a reconocérselos, pudiendo admitirlos,
rechazarlos o concederlos condicionalmente.
5º. Todos los estados tienen igual derecho a para atribuir
a sus diplomáticos la calidad que mejor consideren.
La actitud de algún jefe de Estado de la América
española con respecto a los embajadores acreditados, a
quienes trata con excesiva familiaridad, confundiendo lo
que puede ser amistad personal con el respeto que su alta
misión merece en el plano público, constituye un pernicioso
ejemplo que conviene atajar antes de que se extienda.
Cierto que, donde estas cosas suceden, los diplomáticos de
carrera han tenido que improvisar fórmulas sustitutorias y
alternativas para paliar la empecinada ignorancia de
quienes no se acomodan a las exigencias del cargo que
ocupan.
PROTOCOLO COMO RECONOCIMIENTO DE HONOR SOCIAL
Como nos enseña Weber “El reconocimiento del poder,
tanto político como económico es retribuido como un honor
social. El orden jurídico puede garantizar tanto el poder
como la existencia del honor […] Llamamos “orden social” a
la forma en que se distribuye el honor social dentro de una
comunidad entre grupos típicos pertenecientes a la misma”.
El reconocimiento social del Poder Político como
adquiere su máximo significado en las sociedades
democráticas. Los representantes de los ciudadanos que
encarnan los altos cargos de la nación deben asumir también
el denominado “Peso de la púrpura”; es decir, deben
acomodarse a aquellos elementos simbólicos que rodean el
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cargo que ostentan y que son manifestación pública de la
dignidad del mismo.
¿Puede un jefe de Estado o de Gobierno violentar o
incumplir las normas de Protocolo y Ceremonial del Estado,
las tradiciones, usos y costumbres de su pueblo? Poder
puede, pero no debe. Es decir, debe, en todo caso,
propiciar que esas normas se cambien o adecuen; pero
mientras que existan debe cumplirlas.
¿Es más democrático un mandatario por ignorarlas? ¿Lo
acerca más a los ciudadanos? ¿Democratiza más la
representación que ostenta? Es evidente que no.
Está claro que cuando un país abandona las propias
normas de su ceremonial y protocolo de Estado, mal lugar
hallará para encajar en las mismas el protocolo y el
ceremonial diplomático, que es instrumento esencial de la
política exterior en el acto de recibir a los embajadores
acreditados ante ese estado.
La creación de fórmulas de protocolo, ceremonial y
etiqueta para paliar la falta de sensibilidad de diversos
personajes que alcanzan, sin el bagaje preciso, elevados
cargos en la política, está dando lugar a un modelo de
“protocolo sustitutivo”, casi vergonzante. Tal es el caso
de reemplazar las tradicionales ceremonias de presentación
de cartas credenciales por otras fórmulas casi
administrativas de reconocimiento de la acreditación de
embajadores.
En cierta ocasión, en un determinado acto celebrado en
Washington, alguien de la Casa Blanca preguntó al entonces
embajador francés si tendría inconveniente en ceder su
puesto a un candidato a la presidencia, que todavía no era
otra cosa que el propuesto por su partido para optar a ese
cargo. Con ejemplo de diplomacia, el representante galo
afirmó: “Personalmente, no me importa; pero si me lo pide,
Francia abandonará este acto”.
El “Protocolo sustitutivo” que empiezan a practicar
algunas cancillerías sudamericanas, son una forma peculiar
de enfrentarse a una crisis de conocimientos y sensibilidad
de algunos altos cargos que asumen elevadas tareas en
algunas repúblicas americanas. No advierten que es la
propia imagen y la reputación de su país la que más se
resiente por el abandono de las reglas por las que se rige
el mundo civilizado.
Otro de los ejemplos negativos de esta situación la
ofrece la República Bolivariana de Venezuela, que ha
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sustituido la celebración tradicional del 12 de Octubre por
el “Día de la Resistencia Indígena”, negando una parte
esencial de su propia identidad, empezando por el nombre
que los españoles dieron al país, es decir, “Pequeña
Venecia” o Venezuela.
Antiguamente, el 12 de octubre, formaba una guardia
militar delante de la Embajada de España, que rendía
honores en el momento de izarse la enseña nacional. Hoy en
día, las autoridades municipales que pretenden celebrar
aquella fecha, en la que lo tradicional es una ofrenda ante
los monumentos a Simón Bolívar, son insultadas o atacadas,
como ocurrió este año.
EL PROTOCOLO EN LA GUERRA Y OTROS CASOS
En otras ocasiones, la improvisación del Protocolo y
el ceremonial para afrontar una situación imprevista arroja
resultados imprevisibles. El caso más notable fue la visita
del presidente egipcio Annar el-Sadat a Israel, cuando
ambos países estaban técnicamente en estado de guerra.
¿Cómo se recibe a un enemigo? Sin duda, con todos los
honores.
El 19 de noviembre de 1977, el presidente egipcio
Anuar el-Sadat llegó a Israel en la primera visita oficial
de un jefe de estado árabe. Esta inesperada decisión
sorprendió al mundo entero, Egipto e Israel incluidos.
"Nadie en Israel, incluyendo a los servicios de
inteligencia, tenía la más mínima idea de que Sadat iba a
llegar a Israel", reconoció Dan Patir, asesor de los medios
de comunicación del entonces Primer Ministro Menachem
Begin.
El 9 de noviembre, cuando Sadat anunció en una sesión
del parlamento egipcio su voluntad de visitar Israel, nadie
interpretó sus declaraciones como un plan de acción
propiamente dicho. En aquella sesión, como ha dicho
recientemente el entonces Vicepresidente Hosni Mubarak,
Sadat estaba sentado al lado del recientemente fallecido
Presidente de la Organización para la Liberación de
Palestina, Yasser Arafat. Al igual que todos los que
estaban en el edificio, Arafat aplaudió después del
discurso de Sadat. "A mí me sorprendió", dice Mubarak.
"¿Qué razón tenía Arafat para aplaudir?". Parece ser que, o
Arafat no entendió la trascendencia de lo que acababa de
decir Sadat, o no consideró que fuese más que una simple
metáfora. Incluso Jihan Sadat, la mujer del presidente,
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reconoció que no se había tomado demasiado en serio la
declaración de su marido.
Pero fue. E Israel se lució en el recibimiento. El
Ejército israelí, tan eficaz en la guerra, no se
caracteriza por su marcialidad ni por el culto a la
retórica ni el ceremonial militar.
La televisión de todo el mundo ofreció entonces una de
las más emocionantes y solemnes ceremonias transmitidas
hasta el momento. En el aeropuerto, además de la guardia de
honor y el gobierno israelí, esperaba a Sadat una banda de
clarines. Cuando descendió del avión, como si fueran las
trompetas de Jericó comenzaron a sonar…Nadie recuerda nada
parecido, musicalmente, desde la coronación de Isabel II de
Inglaterra…
La ceremonia israelí recordaba los viejos usos de
cortesía y caballerosidad de la guerra, respetados en los
campos de batalla hasta la II Guerra Mundial. Recibir o
despedir al enemigo con todos los honores es una vieja
práctica del ritual de gallardía en los campos de batalla.
Reglas no escritas, estos códigos de hidalguía se fueron
configurando a lo largo de los siglos en las sucesivas
guerras y paces que cubrieron los campos de Europa.
La pintura clásica –recreada por el cine- nos ofrece
infinidad de escenas de las tropas sitiadoras rindiendo
armas a la guarnición sitiada que abandona una plaza, con
honor, conservando armas y bagajes. El cuadro de la
Rendición de Breda, de Velásquez, es el más notable ejemplo
de estos usos del protocolo de guerra. Igual cabe decir de
los usos y ritos con que recíprocamente se trataban los
pilotos ingleses y alemanes capturados por el enemigo
durante la I Guerra Mundial o la costumbre de las
tripulaciones inglesas y alemanas, ya en la segunda guerra
mundial, de intercambiar en señal de respeto los botones de
sus guerreras.
Estos ejemplos de usos protocolarios en la guerra,
debidos a la costumbre o la caballerosidad humana, sirven
de exponente para mostrar el empobrecimiento de los
referentes simbólicos a los que se enfrenta el mundo. Las
cosas tienen la importancia que se les quiera dar. Pero
precisamente, determinados actos y ceremonias, por su
carácter simbólico, tienen mucha.