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PRIMERA CARTA DE SAN PEDRO
SCHWANK-BENEDIKT
Introducción
GRACIA Y CRUZ
1. Juntamente con Silvano concluye san Pedro esta carta pastoral (cf. 5,2-4;
2,25), la más antigua en su género en la historia de la Iglesia, diciendo que ha escrito
exhortando y conjurando, para asegurar a sus destinatarios de que, pese a sus
tribulaciones, van indudablemente por el recto camino y se mantienen en la gracia de Dios
(5,12). ¿Qué quiere decir este mantenerse en gracia de Dios?
En diferentes pasajes habla de ello san Pedro. Por ejemplo, si se mira con los ojos de la
fe, se mantiene en gracia de Dios un esclavo que soporta sin odio vejaciones inmerecidas
(2,19), que hace el bien y que, aunque tenga que sufrir por ello, sigue impertérrito su
camino (2,20). Esta gracia, de la que habían hablado ya anticipadamente los profetas del
Antiguo Testamento (1,10), que constituye el último fin de la vida cristiana (1,13; 3,7;
5,10),
significa, pues, con frecuencia sufrimientos durante la vida terrena, sufrimientos que Dios
no
sólo permite, sino que hasta mira con complacencia (3,14). Sufrir conforme a la voluntad
de
Dios significa mantenerse en gracia de Dios.
La razón más honda de esta concepción de la gracia está en que en el sufrimiento se
hace el hombre semejante al Señor que cargó con la cruz, semejante a Jesús que, «cuando
lo insultaban no devolvía el insulto; cuando padecía, no amenazaba» (2,23), que nos
precedió en el camino del sufrimiento, para dejarnos un «ejemplo» (2,21) conforme al cual
podamos imitarle y que nos haga más fácil seguir sus huellas (2,21). Esta vía dolorosa,
llena de gracia, de Cristo le llevó a la exaltación a la derecha del Padre (3,18-22). Por esto
puede decirnos san Pedro: «A medida que tomáis parte en los padecimientos de Cristo,
alegraos, para que también en la revelación de su gloria saltéis de gozo» (4,13).
La imagen de mantenerse en gracia constituye la clave para la inteligencia de la carta.
Por lo demás, se trata de una imagen entre muchas, todas las cuales tienen un mismo
objeto fundamental: exhortar y consolar a los cristianos en medio de sus sufrimientos.
2. La exhortación a la imitación de Cristo, que recorre toda nuestra carta, forma parte del
núcleo de la enseñanza en la Iglesia primitiva. Pero también desde otros puntos de vista,
apenas si hay otro escrito del Nuevo Testamento que refleje tan inmediatamente como la
primera carta de san Pedro el espíritu de la comunidad primitiva. En esta carta, que sólo
contiene los versículos, se descubren todos los puntos esenciales del pensar de la Iglesia
primitiva. En una lectura meditada topamos siempre con esos pensamientos con que nos ha
familiarizado la oración del Señor y el símbolo de los Apóstoles, es decir con los elementos
más antiguos de la teología cristiana.
3. Si pensamos en una carta privada redactada en sentido moderno, con toda seguridad
esta carta no provendría del pescador de Galilea. La historia de su origen puede más bien
compararse con la de una encíclica pontificia de nuestros días. Se trata de un trabajo
comunitario, aunque apoyado en la autoridad viva del apóstol san Pedro.
Tres colaboradores se destacan claramente. En primer lugar el evangelista Marcos,
designado en 5,13 como «hijo» de Pedro. La tradición eclesiástica refiere también de él que
ejerció en Roma la actividad de intérprete y catequista de san Pedro. Sin embargo, su
Evangelio muestra que la forma refinada de la carta, la elección magistral de las palabras
griegas y su estilo rítmico no pueden ser obra de Marcos.
SILAS/SILVANO: Más importante que este colaborador parece, pues, ser Silvano, a
quien también se menciona expresamente en la conclusión de la carta (5,12). Este Silvano
era una figura destacada en la Iglesia primitiva. Gozaba de gran prestigio en la comunidad
judeocristiana de Jerusalén (Act 15,22). Además, dado que gozaba de la ciudadanía
romana (Act 16,25.35-39), había seguramente recibido una sólida formación. Había
acompañado largo tiempo al apóstol san Pablo (Act 18,5; lTes 1,1), y en las comunidades
cristianas procedentes del paganismo era considerado como «profeta», que poseía el don
de exhortar y confirmar a los hermanos (Act 15,32, donde se le llama Silas).
También al tercero y más importante de los colaboradores se cita en la conclusión de la
carta: la comunIdad de Roma, «la Iglesia que está en Babilonia, elegida como vosotros»
(5,13). En esta comunidad, en la única ciudad de millones de habitantes del mundo de
entonces, había un continuo ir y venir, un trasiego de cristianos de toda la cuenca del
Mediterráneo. Se había convertido ya en el corazón con que latía la Iglesia universal.
Pese a toda la innegable colaboración ajena, quedan todavía en la carta suficientes
pasajes, en los que se trasluce el espíritu y la viva personalidad de Cefas. La carta entera
se apoya en la firmeza de su fe completamente personal y madurada en la humildad, en su
adhesión a Cristo y en su amor a la cruz, en su solicitud pastoral y en su conciencia de su
responsabilidad como «presbítero» dirigente (5,1-5).
4. Los destinatarios son los cristianos bautizados de las numerosas comunidades de las
provincias de Asia, citadas en 1,2, a los que en consideración de su dignidad se exhorta
como bautizados. Aquí y allá se entremezclan exhortaciones particulares dirigidas a
determinadas categorías, como los criados (2,18-25), las esposas (3,1-6), los maridos (3,7),
los clérigos (5,1-5). En diversas formas se hace alusión a la «vana manera de vivir» anterior
(1,18), al tiempo de la «ignorancia» en que anteriormente vivían (1,14), a la idolatría y a los
excesos de su vida pasada (4,3). Sin embargo, están ya bastante familiarizados con el
Antiguo Testamento (1,16; 2,9; 3,6).
Las comunidades están, por tanto, constituidas, a lo que parece, principalmente por
cristianos procedentes del paganismo, que antes de su conversión al cristianismo habían
recibido ya la circuncisión o eran por lo menos «temerosos de Dios», que habían entrado
ya en contacto con el monoteísmo judío y con las Sagradas Escrituras en la traducción
griega de los Setenta 1. A tales cristianos adultos, maduros y probados, que se hallan
plenamente en medio de la vida se refiere san Pedro en primera línea cuando los interpela
como elegidos y peregrinos en la diáspora (1,1).
5. La carta fue llevada de Roma a Asia Menor por Silvano hacia el año 64, es decir, en
vísperas de las persecuciones de Nerón contra los cristianos. Todavía no se ha derramado
sangre, pero ya pesa sobre los cristianos la amenaza de crueles persecuciones. Se cuenta
ya con interrogatorios oficiales (3,15), con calumnias y difamaciones privadas (2,13; 3,16).
La fe de los destinatarios comienza ya a ser probada como oro en el crisol (1,7; 4,12). Con
tremendo presentimiento pinta san Pedro el peligro amenazador del Anticristo en la imagen
de un león rugiente que «ronda buscando a quién devorar», a quién seducir a la apostasía
(5,8).
Así se explica que esta estimulante carta pastoral, que por los años sesenta del siglo X
se escribió a cristianos probados por los sufrimientos, viniera a ser la carta consolatoria de
la Iglesia perseguida de todos los siglos. En las cartas de despedida escritas en las
cárceles y prisiones encontramos constantemente palabras tomadas precisamente de esta
carta. Su visión grandiosa, llena de fe y de optimismo, de la historia universal, en la que las
pruebas de la tierra duran «un poco» de tiempo (1,6; 5,10), ha logrado también infundir
consuelo y fortaleza en los tiempos más difíciles. Así esta carta del vicario de Cristo vino a
ser la carta de los mártires, de los mártires por su fe en Cristo (1,8), por su esperanza de la
vida eterna (3,15) y por su fidelidad a la comunidad eclesial.
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1. BI/SETENTA:La versión griega de todo el Antiguo Testamento, llamada de los
Setenta, por haberse
atribuido a la colaboración de setenta traductores, se produjo en Alejandría, entre los judíos
de la diáspora,
durante el siglo lll a.C. Entre los padres de la Iglesia, esta versión gozaba de gran prestigio:
era
sencillamente la Biblia de la Iglesia primitiva.
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ENCABEZAMIENTO
/1P/01/01-02
1. REMITENTE (1,1a).
1a Pedro, apóstol de Jesucristo...
Fuera de las palabras del Señor mismo, que nos han sido transmitidas en los Evangelios,
ningún texto del Nuevo Testamento nos habla en forma tan autoritativa como aquí, en el
comienzo de esta carta. Pedro, quiere decir exactamente lo que significaba originariamente
la voz aramea con que Cristo había apellidado a Pedro: Cefas, kefa, la roca. Con esto
quería indicar Jesucristo que Simón, conforme al plan salvífico de Dios, participaría en
adelante de la firmeza en invencibilidad de Dios. En el Antiguo Testamento, con
frecuencia,
se designa a Yahveh como la «roca» de Israel, y en el Nuevo es Cristo la roca (lCor 10,4).
Este nombre, que expresa una cualidad divina, se aplicó a un hombre débil. Sólo con la fe
puede el hombre participar de la firmeza de Dios. Por esta razón el padre de nuestra fe,
Abraham, fue ya designado como roca por el profeta Isaías (cf. Is 51,1s). Había sido
llamado por Dios a ser el fundamento de su pueblo elegido. Cefas ocupa este puesto con
respecto al nuevo y verdadero Israel.
Pedro se llama a sí mismo apóstol. Apóstol era en aquel tiempo un concepto bien
determinado. En él la idea de ser un enviado pasaba a segundo término frente a la de ser
un mandatario, lugarteniente o vicario de otro. Naturalmente, lo que importaba saber era de
quién era uno apóstol o enviado. En la segunda carta a los Corintios se habla de «enviados
de las Iglesias» (8,23). Aquí en cambio se habla de un «apóstol de Jesucristo». En estas
primeras palabras de la carta hay una tensión increíble: Pedro, que por su fe tiene parte en
la firmeza de Dios y constituye el fundamento roqueño de la Iglesia, comienza a exhortar y
a
consolar por encargo de Jesucristo y como mandatario suyo
2. DESTINATARIOS (1,1b-2a).
1b ...a los elegidos, peregrinos de la diáspora en el Ponto, Galia, Capadocia,
Asia y Bitinia...
Aquí se dirige la palabra a elegidos, que al mismo tiempo, o precisamente por ello, son
también peregrinos y viven en la diáspora, en la dispersión. El cristianismo primitivo sabía
que ser cristiano implica ser elegido, ser uno llamado por la libre y eterna elección de Dios,
sin mérito alguno personal, ser un preferido.
Este es el primer apelativo, el fundamento de nuestra vida. ¿Estamos bien convencidos
de esto? El que ha sido llamado y elegido ha venido a ser por ello peregrino en su mundo
anterior. Llamamiento a la santidad y renuncia son cosas que van de la mano. En estas dos
palabras resalta algo fundamental sobre la posición del cristiano en el mundo no cristiano
que le rodea. Como en otro tiempo el Israel carnal, así también el verdadero Israel, la
Iglesia, vive lejos de la eterna patria, en el exilio, en la dispersión, en la diáspora. Esto
resulta a menudo difícil de admitir. Pero, aun con la mejor voluntad del mundo, no cesamos
de experimentar este hecho.
En aquel tiempo estaban los cristianos en el Estado romano privados de derechos desde
el punto de vista de la práctica religiosa 2. Ahora bien, esos mismos hombres se ven
interpelados ahora como «peregrinos elegidos» o también como «elegidos» y «peregrinos»;
de esta manera se deja entrever que el remitente está informado de sus múltiples
sufrimientos, pero al mismo tiempo se les insinúa cuán positivamente enjuicia tales
pruebas.
Los cristianos son elegidos y peregrinos «de la diáspora», literalmente «de la
dispersión». Y esto no sólo porque en Asia Menor viven geográficamente en la dispersión,
sino porque la situación espiritual de todos los cristianos se asemeja a la del pueblo judío
en la cautividad de Babilonia: vivimos lejos de nuestra patria, de la Jerusalén celestial. Pero
en la cautividad estaba Israel al mismo tiempo diseminado entre los pueblos. Así la
dispersión tiene también su lado y significado positivos. No obstante la segregación, por el
hecho de ser llamados y elegidos tenemos una misión en el mundo incrédulo que nos
rodea: con una vida de temor de Dios y con buenas obras hemos de ser testigos del Dios
invisible...
2a ...según el previo designio de Dios Padre,
santificados por el Espíritu
para recibir el mensaje de Jesucristo
y la aspersión de su sangre.
Antes de pronunciar el saludo propiamente dicho, acompañado del deseo de paz,
presenta san Pedro nuestra situación, y también su propio ministerio, sobre un fondo
grandioso, todo ello motivado por la acción salvífica del Dios trino.
En primer lugar aparece el Padre. En el bautismo hemos sido llamados y elegidos según
la presciencia, la providencia eterna del Padre. Esta es también predestinación amorosa y
eficaz a la vida eterna. Lo que se dice de Cristo en términos análogos se aplica también a
cada uno de nosotros: Desde la eternidad se ocupó de nosotros el amor de Dios.
Desde el día del bautismo el Espíritu Santo y santificante nos envuelve también a
nosotros en su acción poderosa que impulsa hacia adelante. Y en la medida en que vamos
desarrollándonos en sentido de esta nueva realidad se nos hace extraño el mundo profano.
Con esta santificación por el Espíritu comienza la vida cristiana, que en la virtud
santificante
de este Espíritu se confirmará en forma de santidad.
Al hablar de nuestra relación con el Hijo de Dios emplea san Pedro palabras que, por
primera vez, recuerdan el éxodo de Israel de Egipto, del que tantas veces se hablará
todavía en esta carta. Después que el pueblo de Israel había sido elegido por la
providencia de Dios, después que, anticipando en figura el bautismo, hubo atravesado el
mar Rojo y emprendido la marcha hacia la tierra prometida, profesó en el Sinaí obediencia
a
todos los mandamientos de Dios. Y esta alianza fue sellada con aspersión de sangre3.
Aquella alianza sangrienta fue la imagen de la que se había de consumar mediante la
muerte de Jesucristo entre nosotros y el Dios uno y trino.
El «alimento» de Jesús era hacer la voluntad de su Padre celestial (Jn 4,34). Así pues,
también nosotros somos elegidos con vistas a la obediencia, somos llamados a obedecer, a
prestar oído al llamamiento del Padre y a secundarlo a la manera de Jesús. Para el hombre
que va en seguimiento de Cristo, prestar oído a la voluntad de Dios en la vida cotidiana es
la confirmación y la realización de su fe, de su humildad y también, y sobre todo, de su
amor filial.
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2. Tras la muerte violenta del «hermano del Señor» y obispo de Jerusalén, Santiago, el año
62, fue ya un hecho
patente la separación entre el naciente cristianismo y el judaísmo. Un cristiano ya no podía,
como tal, invocar
los privilegios de los judíos, que, por ejemplo, desde los tiempos de César estaban
dispensados oficialmente
de la obligación de tributar al emperador honores divinos en el culto público.
3. Cf. Ex 24,3-8.
...............
3. EL SALUDO (1,2b) .
2b Que abunden en vosotros la gracia y la paz.
Estos votos del cristianismo primitivo, gracia y paz, se distinguen de los saludos y
parabienes que se hallan en el encabezamiento de las cartas no cristianas de todos los
tiempos. En éstas se dice con frecuencia únicamente: «¡Salud!», o bien: «Te saludo», o:
«¡Que te vaya bien!» ¡Cuánto más profundo es este saludo de la Iglesia primitiva! Además,
aquí se añade todavía que esta paz y esta gracia deben desarrollarse y crecer.
Por lo pronto y ante todo debe abundar la gracia, a saber, la clemencia y
condescendencia de Dios. Esto quiere decir que nos sea propicia la voluntad de Dios, libre
y eterna, esa amorosa condescendencia con que Dios pensó especialmente en nosotros
desde la eternidad y nos eligió para la santidad, para la obediencia y para una nueva
alianza, sellada con la sangre del Hijo único. Esta clemencia de Dios hará además que
nosotros mismos le seamos agradables. Al decir «gracia» pensamos sobre todo en la
complacencia divina. Ésta es la bondad y clemencia de Dios que se inclina hacia nosotros,
que se nos da, y también el resultado de este don, a saber, la complacencia que halla Dios
en un hombre dotado de su gracia. A lo largo de la carta se hablará con frecuencia de las
cosas que son especialmente agradables a Dios: ante todo los sufrimientos inmerecidos y
aceptados voluntariamente (2,19s) y la sumisión humilde (5,5). Más aún: en este tema de la
gracia ve san Pedro el asunto principal de toda su carta y lo compendia diciendo que los
cristianos en sus sufrimientos y dificultades se hallan en el verdadero camino, que
precisamente así se mantienen en la gracia y en el beneplácito de Dios. La gracia de Dios
adopta no pocas veces la forma de la cruz de Cristo...
PAZ/BIBLICA:Como en el saludo de los ángeles a los pastores de los alrededores de
Belén se anunciaba la paz, también cn la Iglesia primitiva formó en todo tiempo parte del
saludo el deseo y la certidumbre de la paz. Esta paz bíblica no consiste en una tranquilidad
imperturbada. Según la Sagrada Escritura sólo reina la paz allí donde domina plenamente
el Dios de la paz. Así la liberación de la servidumbre del pecado viene a ser el presupuesto
de esta paz, que no se logra nunca con fuerzas humanas. Sólo cuando Dios reina
soberanamente en nuestras almas tenemos participación en la paz victoriosa de Cristo.
Parte primera
GRANDEZA DE LA VOCACIÓN CRISTIANA
1,3-2,10
Una vez san Pedro ha formulado en el encabezamiento de la carta el deseo de gracia y
de paz, luego, en el texto propiamente dicho, pasa a hacer presente a los destinatarios el
gran misterio de la regeneración. Un consuelo y un estímulo se encierra para ellos en el
hecho de haber sido llamados a formar el santo pueblo de Dios.
I. ACCIÓN DE GRACIAS (1,3-12).
1. ACCIÓN DE GRACIAS AL PADRE
(1/03-05).
3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, según su
misericordia, nos reengendró a una esperanza viviente por la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos.
En primer lugar hallamos un homenaje al Padre, un agradecido grito de júbilo: Bendito
sea, alabado y glorificado, pero el Padre es ya bendito por toda la eternidad gracias a su
creación. La palabra «bendito» es reminiscencia del hebreo barukh 4. Un barukh es para el
oriental uno a quien se rinde homenaje como de rodillas y haciendo votos por su
prosperidad, uno a quien se glorifica de palabra y de obra. En el judaísmo tardío el título
«el
Bendito» había venido a ser sencillamente un nombre divino, el nombre de aquel cuya
glorificación es el sentido de toda la creación y la meta y el honor supremo del hombre.
El punto de vista especial desde el que aquí se bendice y se alaba a Dios como Padre de
nuestro Señor Jesucristo es su paternidad para con nosotros. Dios es nuestro Padre. No
sólo por razón de nuestra concepción natural en el seno materno, la cual hubiera sido
imposible sin su voluntad, sino quizá todavía más porque él es quien engendró nuestra
nueva vida, por ser la causa de nuestra regeneración. «Su gran misericordia» fue la que
realmente le impulsó a este acto de darnos vida. Con el término «misericordia» no se
entiende precisamente su compasión con los miserables y los pobres, sino más bien su
íntima unión con la humanidad desde los tiempos del paraíso.
Más adelante vemos más claramente cómo se ha de entender esta «regeneración», este
nuevo nacimiento. En efecto, «habéis sido reengendrados, no de una semilla corruptible,
sino incorruptible, mediante la palabra viva y eterna de Dios» (1,23). Los cristianos deben
recordar el día en que por primera vez tuvieron noticia de la muerte y sobre todo de la
resurrección de Cristo, el día en que por primera vez cayó esta semilla del cielo en sus
corazones y comenzó a germinar y a desarrollarse. Esta nueva vida con Cristo alcanzó su
expresión visible, su obligación y vigencia externa por razón de la fe, en el bautismo,
sacramento de la regeneración.
Esta admirable semilla que depositó Dios en nuestro corazón es la esperanza cristiana.
Un tono fundamental de esperanza resuena a lo largo de toda la carta 5. La esperanza de
que aquí se trata no es un deseo devoto, sino una realidad viviente y vital, más que nada
comparable con un niño que lleva su madre en el seno en espera del acontecimiento feliz.
La verdadera esperanza cristiana tiene puesta la mira en la segunda venida de Cristo y en
la soberanía regia de Dios, pero con todo quiere ya comenzar a vivir y a crecer aquí en la
tierra; esperanzadamente se interesa por el desamparo de los que carecen de esperanza;
quiere contribuir al triunfo del bien y de la verdad ya en esta vida de todos los días en la
medida de lo posible. De la esperanza se puede decir lo que se dice del reino de los cielos:
Comienza ya en la tierra, aunque su fin último está situado más allá de la vida de la tierra.
El hombre en quien se ha animado la esperanza con el mensaje de la resurrección de
Cristo, mira anticipadamente al día de su muerte, como la madre que aguarda los dolores
de parto, pero también las alegrías del nacimiento de su primer hijo...
...............
4. Cf. por ejemplo, una de estas fórmulas de barukh en Gén 9,26.
5. Cf.1,7.13; 5,4.10.
...............
4 ...para una herencia incorruptible, pura e inmarchitable, reservada en el cielo
para vosotros...
La nueva vida de hijos de Dios nos ha sido otorgada con vistas a una herencia que
hemos de recibir. Debe de tratarse de una herencia maravillosa, pues se califica con
adjetivos tan poco corrientes. En el Antiguo Testamento cada tribu israelita recibió su parte
en herencia en la tierra prometida, el suelo y el terreno que le tocó en suerte. También a
nosotros nos aguarda al final de nuestro camino, de nuestra vida, una «tierra» santa y
gloriosa que hemos de recibir como recompensa. Si al hablar de esta tierra pensamos en el
cuerpo del Resucitado, comprenderemos por qué se trata de algo incorruptible, puro e
inmarchitable, algo que nos aguarda y nos está reservado, no en graneros o en arcas, sino
en el corazón amoroso de Dios. Debido a su incorruptibilidad será algo semejante a Dios y
libre de toda corrupción del pecado 6. Resplandecerá limpio, inmaculado y puro como
nieve, puesto que está exento de toda suciedad de la tierra, y este don de Dios brillará
lozano e inmarchitable con la belleza de una eterna juventud 7.
...............
6. En 1Co 15,52 emplea san Pablo la misma palabra («incorruptible») para calificar el
cuerpo resucitado de los
cristianos.
7. Los tres adjetivos se hallan en el libro de la Sabiduría (y el tercero exclusivamente allí).
Los pasajes de Sb
ilustran bien las tres aserciones formuladas aquí: Sb 12,1; 18,4; 3,13; 4 2; 8,20; 6,12.
...............
5 ...que por el poder de Dios habéis sido custodiados
mediante la fe,
para la salvación, dispuesta
a manifestarse en el último tiempo.
Lo peligroso de la vida cristiana está en las infinitas posibilidades de perder el camino
emprendido y de no alcanzar ya la meta. San Pedro sabe de esta preocupación de los
cristianos. Por esto, al mismo tiempo que mira a la meta resplandeciente, añade el consuelo
de la asistencia divina en este intervalo transitorio de tiempo. Por el poder de Dios somos
guardados y custodiados . La palabra «custodiados» que aquí se utiliza, aparece también
en otros pasajes en que se trata de la protección y custodia de una ciudad. No sólo la
entera Iglesia de Cristo, sino cada familia, cada comunidad, cada alma en particular es una
ciudad, un baluarte, contra cuyos muros las huestes enemigas de Dios constantemente nos
combaten y embisten, y con frecuencia insidiosamente (cf. 2,11). Pero en la poderosa
custodia de Dios posee esta ciudad su firme protección, algo así como sus murallas de
defensa. La unión de fe con Dios constituye estos muros sólidos e inexpugnables que nos
han de resguardar a lo largo de nuestra vida.
Pero san Pedro no se detiene en la idea de los peligros del camino. Inmediatamente se
levanta su mirada a la meta final, a la salvación que Dios nos tiene preparada. La salvación
no es nunca asunto privado de los particulares. En la salvación se trata siempre de la
consumación de la comunidad en que está integrado el cristiano; más aún, de la
consumación de la entera Iglesia de Cristo. La salvación ha alboreado ya... En el futuro nos
aguarda todavía su consumación y su gozosa manifestación. Desde el día que recibimos el
bautismo poseemos la salud cultamente y en forma todavía invisible a nuestros semejantes.
Todavía debe crecer y aguardar que se manifieste; debe aguardar el postrer día en que se
descorrerá el velo.
2. ACCIÓN DE GRACIAS POR LA SALVACIÓN EN CRISTO
(1/06-09).
6 Por ello vibráis de jubilo,
aunque tengáis que sufrir por ahora un poco
en diversas pruebas.
7 Así la calidad de vuestra fe,
de más valor que el oro,
que aun después de acrisolado por el fuego perece
se convertirá en alabanza, gloria y honor
en la manifestación de Jesucristo.
Por esta salvación (1,5) pueden y deben saltar de júbilo los cristianos, aunque este júbilo
y este gozo está todavía turbado en la vida de la tierra, hallándose todavía los cristianos en
diversas pruebas. Todavía no ha estallado la persecución de los cristianos decretada por el
emperador Nerón, pero ya comienzan a mostrarse sus indicios. Pedro quiere decir a las
nuevas comunidades cristianas que en el futuro tendrán probablemente que soportar cosas
más duras, pero su gozo por la salvación es tan profundo, que la tribulación sólo los afligirá
por poco tiempo. Todavía no se habla de persecuciones sangrientas de cristianos o de
mártires gloriosos; solamente se trata de las dificultades cotidianas de los cristianos en su
ambiente pagano, en el puesto de trabajo y también en las familias. Entonces exasperaban
y escandalizaban gentes que tomaban en serio la obediencia humilde, el arrepentimiento de
pecados humanos, la renuncia a la injusticia, la práctica de la castidad y privaciones
voluntarias. Las pullas, las habladurías y los postergamientos personales son precisamente
las «diversas pruebas» que a menudo nos afectan de manera tan dolorosa.
El sufrimiento que aflige al cristiano es en realidad una purificación un acrisolamiento de
su verdadera y auténtica fe (cf. 4.12). Es sabido que ya en la antigüedad se ponían en
circulación monedas que en realidad sólo estaban doradas. El plomo, debido a su elevado
peso, se prestaba especialmente a semejantes adulteraciones. Pero en la prueba del fuego
se veía muy pronto si en la pieza que se presentaba como de oro se había mezclado algún
metal vulgar. Además, en el Antiguo Testamento nos encontramos con frecuencia con la
imagen del hombre que ha sido probado y purificado en el crisol de Dios, para que gracias
a esta prueba adquiera su pleno valor para la eternidad 8. El libro de la Sabiduría dice de
tales personas: «Las almas de los justos están en las manos de Dios... Dios los probó y los
halló dignos de sí, como oro en el crisol los probó» (Cf. Sab 3,1-7).
Con frecuencia son sólo las tentaciones al pecado las que se convierten en prueba para
el hombre y en posibilidad de dar buena prueba de sí.
Hemos hablado ya de que la salvación de los cristianos se manifestará en el futuro (1,5).
En último término se trata de una manifestación de Jesucristo mismo. Los cristianos -con
frecuencia purificados tan dolorosamente- han de constituir un día el ornato de Cristo
cuando, en el último día, se manifieste al mundo entero en su gloria. El pasaje que estamos
comentando muestra de qué manera tan profunda y vital está Pedro penetrado de la verdad
de la íntima unión de los cristianos con Cristo: estos son purificados, son educados por el
Padre celestial, en último término a causa de la solicitud del Padre por la gloria de su
Unigénito. Dios cuida de la gloria de Cristo cuando asaltan a los cristianos sufrimientos
purificadores...
...............
8. Cf. Is 1,25; 48,10; Ez 22,17,22; Dt 4,20.
...............
8 Sin haberlo visto
lo amáis,
y sin verlo por ahora pero creyendo en él,
vibrando de júbilo
con gozo inefable y glorioso
9 al lograr la finalidad de la fe:
la salvación de vuestras almas.
San Pedro traza un cuadro magnífico y espléndido del Señor en su segunda venida
gloriosa 9. Sin embargo, su amor entrañable, completamente personal, tiene ante todo por
objeto al hombre terreno de Nazaret, a ese Cristo cuyas pisadas se pueden seguir (2,21),
que arrastró al Calvario la carga de nuestros pecados (2,25), por cuyas heridas sangrientas
hemos sido curados (2,25). Aquí habla un amigo y testigo ocular apremiado por su amor a
Cristo 10. Esto comunica calor a sus palabras. En ellas resuena todo lo que sabe Pedro
acerca de cuán digno de nuestro amor es aquel hombre. Aquí nos parece ver alborear de
nuevo la clara mañana a la orilla del lago de Tiberíades, en la que un pescador aún tosco y
nada sentimental aseguró tres veces: «Señor, tú sabes que te amo» (Jn 21,15-17).
ALEGRIA/JUBILO: En los versículos 6-8 se habla dos veces del gozo jubiloso de los
cristianos, pese a que antes deben mostrar todavía «un poco» su constancia en las
pruebas. Con esto no se entiende, como pudiera parecer obvio, un gozo futuro en la gloria
eterna, sino una alegría radiante realizada ya aquí en la tierra 11. Este saltar de júbilo se
debe en primer lugar al conocimiento que se tiene de la salvación, la cual, aunque oculta,
está ya a nuestra disposición, y también el gozo anticipado por el encuentro con Cristo, al
que ahora ya vemos en cierta manera, aunque solamente con los ojos de la fe. Este gozo
que se da ya en la tierra se puede comparar en cierta manera con la felicidad eterna como
la alegría anticipada de los niños el 24 de diciembre con el júbilo de la nochebuena. Como
esa alegría anticipada es ya una alegría real, así también para nosotros se da en esta tierra
verdadera y auténtica alegría. Es un júbilo indescriptible, misterioso, que, a lo más, sólo se
puede leer en el brillo de los ojos.
La misma palabra «vibrar de júbilo» usó María cuando pisó el umbral de la casa de Isabel
(Lc 1,47), y saltando de júbilo se reunían también los cristianos de la lglesia primitiva en
Jerusalén para celebrar la fracción del pan (Act 2,46). En ambos casos había a la vez
preocupaciones, desconocimientos y calumnias por parte del mundo ambiente. Pero parece
ser que la alegría irradia con mayor pureza precisamente cuando se ve purificada por la
aflicción y las pruebas. La radiante alegría cristiana la vemos reflejada constantemente
desde los primeros siglos en los rostros de los santos de todas las épocas. En este pasaje
toca san Pedro un punto crucial del cristianismo: la alegría cristiana en medio de la misma
adversidad. La imagen del hombre que aquí se nos muestra es ya la realización de lo que
Jesús anunció en las bienaventuranzas en el sermón de la Montaña (Mt 5,3-12).
El anuncio anterior de una «herencia incorruptible» (1,4) parece quedar un tanto
desvirtuado por la circunstancia de que aquí sólo se habla de la salvación de las almas.
Pero la Sagrada Escritura no entiende por alma, como nosotros, algo puramente espiritual,
incorpóreo, sino que para ella es el alma el «yo», la persona entera. Esta «alma» quiere,
por ejemplo, san Pedro «entregar» por Cristo (Jn 13,37 *). Se trata por tanto de la
realización y satisfacción de la persona entera, de su vivificación, de su salvación y
conservación eterna por Dios. Pero no se trata de la salvación del alma, sino de la
«salvación de vuestras almas» (plural), puesto que la gloria eterna de los elegidos de Dios
sólo es posible en unión con Cristo y en la comunión de sus santos...
...............
9. Cf. 3,22; 4,11; 5,4.
10. Cf. también 5,1.
11. Cf. la oración sobre las ofrendas en la octava de Pascua: «Recibe, Señor, las ofrendas
de tu Iglesia exul-
tante de gozo, y pues nos diste motivos de tanta alegría, concédenos también la felicidad
eterna.
* En el texto original griego psykhe, que en este pasaje de Jn suele traducirse por «vida».
Nota del traductor.
.....................................
3. ACCIÓN DE GRACIAS POR LA COOPERACIÓN DEL ESPÍRITU
(1/10-12).
10 Acerca de esta salvación indagaron y escudriñaron profetas que predicaron
la gracia a vosotros destinada. 11 Ellos investigaban a qué tiempo y a qué
circunstancias se refería el Espíritu de Cristo que estaba en ellos y que
testificaba de antemano los padecimientos reservados a Cristo y la gloria que a
éstos seguiría. 12a y les fue revelado que, no a sí mismos, sino a vosotros
servían con este mensaje que ahora os anuncian los que os evangelizan por
medio del Espíritu Santo enviado del cielo.
Aquí se eligieron dos verbos casi de idéntico contenido para describir el laborioso y
anheloso meditar durante noches enteras, de los hombres de Dios del Antiguo Testamento,
aquel escudriñar en oración las Sagradas Escrituras. Tenían puestos los ojos en el tiempo
de la salvación mesiánica, en eso que en el pasaje precedente se ha descrito como la
salvación cristiana.
Merece notarse que la palabra «profetas» no va precedida de artículo. El autor no piensa
únicamente en algunos profetas determinados y conocidos por sus nombres, sino también
en otros muchos santos varones que «día y noche» (Sal 1,2) meditaban la ley del Señor 12.
Precisamente porque en el Antiguo Testamento se había revelado desde un principio un
tiempo venidero de gracia, se procuraba una y otra vez escudriñar el misterioso cuándo.
Cuanto más se acercaba la plenitud de los tiempos, tanto más insaciable era el deseo de
ver con claridad. Y se tenía la convicción de que la investigación de las Sagradas
Escrituras proféticas era un «preparar» espiritualmente «los caminos del Señor» a quien se
aguardaba. Las palabras del libro de Henoc del siglo II a.C. pudieron incluso servir de
esquema para nuestro texto: «Yo he meditado no sólo para generaciones presentes, sino
para la venidera. Yo hablo acerca de los elegidos y he comenzado sobre ellos mi discurso
figurado. El gran Santo dejará su residencia... y aparecerá venido del cielo... Hará paz con
los justos y guardará a los elegidos. Gracia reinará sobre ellos y todos ellos pertenecerán a
Dios. Gozarán de su complacencia y serán benditos...» (Henoc 1,2-8). Otros muchos textos
se podrían citar, que sin excepción documentarían la meditación investigadora de la
Sagrada Escritura y el anhelo del Redentor precisamente en los últimos decenios que
precedieron a la venida de Cristo. Sólo sobre este fondo vivo, tan próximo a san Pedro, se
hace comprensible por qué la referencia al ansia espiritual de los hombres de Dios de otro
tiempo y a la realización presente constituye el punto culminante de toda la doxología que
sirve de introducción a la carta.
Dos veces se habla del Espíritu en este pasaje y las dos veces resuena todo el
misterioso soplo y aliento del hálito de vida de Dios. El Espíritu de Dios que actuaba en los
profetas del Antiguo Testamento es el Espíritu de Cristo, y la actividad cristiana de
predicación de los apóstoles se efectúa en el Espíritu del Señor, enviado del cielo y
conocido por el Antiguo Testamento. Para san Pedro no comenzó la acción de Cristo
cuando éste apareció en Galilea 13. En tal visión aparece el Antiguo Testamento ligado con
el Nuevo como con un arco de puente de gran envergadura. Cristo fue quien envió aquel
Espíritu que habló en los profetas, y él es también ahora aquel en cuyo nombre derramó el
Padre su Espíritu sobre la Iglesia primitiva el día de pentecostés. Entonces, la primera
mañana de pentecostés, fue también san Pedro quien anunció a la multitud: El Espíritu de
Dios profetizado por Joel es el Espíritu Santo, al que Cristo había prometido enviar (Act
2,33).
En estas palabras se destacan dos verdades del símbolo de fe de los apóstoles: en
primer lugar, la creencia de que el Espíritu Santo había hablado al mundo por los profetas
desde los tiempos más remotos, pero luego también la creencia de que este Espíritu no es
sólo el hálito del Padre, sino también el del Hijo. La vida de los cristianos se ve a la vez
incorporada a esta corriente del Espíritu de Dios que obra misteriosamente.
En el camino de Emaús habla Cristo de los padecimientos y de la gloria del Mesías que
se podían reconocer en los escritos de los profetas (Lc 24,26). El caso más claro de esto es
sin duda el capítulo 53 del profeta Isaías. Allí se pinta en primer lugar claramente la pasión
del servidor de Dios, cómo es maltratado, cómo entrega su vida como víctima expiatoria
por
las culpas (Is 53,1-11). Pero luego se habla inmediatamente de su glorificación: «Por eso le
entregaré yo las muchedumbres, y se repartirá el botín con los poderosos, por haberse
entregado él mismo a la muerte» (Is 53,12). La muerte y la glorificación son inseparables
en
la imagen del servidor de Dios.
Lo que subyuga en esta visión es la asociación de la imagen del Señor glorificado y del
Señor que sufre 14. Nosotros debemos tener parte en sus padecimientos para tener
también participación en su gloria (4,13). En conocer y reconocer el sufrimiento se funda el
carácter realista de la carta, la cual descubre, en la vida del cristiano, la cruz con toda
sobriedad, sin ningún género de ilusiones. Ahora bien, precisamente en el hecho de no
separar nunca la cruz de la gloria del Resucitado se muestra su gozoso optimismo, sus
elevados sentimientos cristianos...
...............
19. Entre los monjes veterotestamentarios del mar Muerto se dice explícita- mente que por
lo menos uno de
ellos debe ocuparse constantemente, día y noche, en la lectura espiritual de la Escritura:
IQS VI, 6-8.
13. También en otros pasajes del Nuevo Testamento se habla de la existencia y acción de
Cristo ya en el
antiguo Israel: 1Co 10,4 (como roca); Hb 11,26 (los vituperios de Cristo); Jn 12,41 (la
gloria de Cristo).
14. Cf. 2,21-25; 3,18-22.
...............
12b Y aun los ángeles se inclinan con anhelo por contemplar este mensaje.
A Pedro, dominado por la grandiosidad de los designios redentores que hay en el Dios
uno y trino, le aparece todo este acontecer de salvación como un espectáculo para el cielo.
Así cierra su himno de acción de gracias que había comenzado en 1, 3 del texto de la carta,
con esta afirmación: Hasta los ángeles ansían contemplar esta admirable etapa de la
historia salvífica de Dios. En la primera carta a los Corintios nos encontramos con un
cuadro parecido. Allí habla san Pablo de las fatigas y luchas de la vida apostólica, que
vienen a ser como una representación en el anfiteatro romano, en la que los ángeles están
sentados en el gran círculo de los espectadores (lCor 4,9). Aquí no se concibe a los
ángeles como espectadores en las filas de un teatro, sino que se los describe como
mirando del cielo a la tierra. La celestial superioridad de los ángeles y la distancia entre
nuestro mundo y el suyo aparece mayor en esta imagen; pero al mismo tiempo es más viva
la sensación de su constante interés incluso en la vida de todos los días. El objeto al que
dirigen los ángeles su mirada desde lo alto no es una injusticia sangrienta «que clama al
cielo», ni tampoco exclusivamente el servicio litúrgico, sino la entera vida cristiana, oculta
o
incomprensible al mundo pagano circundante, o, para decirlo con más profundidad y
verdad: «los sufrimientos y la gloria» de Cristo, que pervive en su Iglesia...
..............................
Il. LA VIDA DE LOS CRISTIANOS.
VERDADERO ÉXODO DE ISRAEL (1,13-2,10).
Del gozo agradecido por nuestra redención se desprenden exigencias morales. Éstas se
exponen en las imágenes del éxodo de Israel de Egipto en estrecha conexión con la
instrucción bautismal de la primitiva Iglesia.
1. PRIMERA RECOMENDACIÓN: ARMAOS DE ESPERANZA
(1/13).
13 Por lo cual, ceñíos los lomos de vuestra mente; sed sobrios y poned toda
vuestra esperanza en la gracia que os llegará cuando Cristo se manifieste.
Tras el júbilo y el entusiasmo domina de repente un tono muy distinto. Precisamente por
razón de la salud que se nos ha otorgado debemos ser sobrios. En el cristianismo deber ir
de la mano el júbilo y la sobriedad. El gozo del Espíritu Santo es una «ebriedad sobria»,
que se distingue esencialmente de todo entusiasmo de religiones y cultos no cristianos. El
gozo supraterreno, reposado, del Espíritu Santo hace al hombre interiormente fuerte para
que pueda emprender un gran quehacer de la vida. Por esta razón la primera exhortación
enlaza mediante «por lo cual» con el versículo precedente: Ya que vosotros ahora sois
fuertes en este gozo, ceñíos, poned haldas en cinta. Y a la vez sed sobrios. Esta última
palabra subraya todavía la idea del fortalecimiento y de la preparación para luchar y dar
buena prueba de sí...
En la imagen de ceñirse, surge ante nuestros ojos aquella noche sagrada, en la que una
comunidad se aprestó por primera vez para una gran expedición: «Habéis de comerlo así:
ceñidos los lomos, calzados los pies...» (Ex 12,11). Con esta imagen se da enérgicamente
ese tono fundamental que había sonado ya suavemente en 1,2 y que de aquí en adelante
dominará toda la sección que se extiende hasta 2,10: el motivo del éxodo del pueblo de
Israel de Egipto. Pero la imagen tiene sentido no sólo con vistas a una expedición. También
para el trabajo se alzaba la ropa en la antigüedad, como lo muestran numerosas
representaciones romanas de esclavos que trabajan. También Cristo, como pastor que
trabaja, fue representado desde los primeros tiempos con la túnica remangada. A él
debemos mirar, cada día y en nuestro ajetreo anormal».
Se trata, naturalmente, de una lucha, de un trabajo y de una marcha espiritual. Por ello
san Pedro habla, con una imagen atrevida, de un ceñirse «la mente». Se refiere al entero
querer del hombre, a sus más profundas fuerzas motrices. Estas deben movilizarse para un
camino de la vida en el que el caminante se ve movido por la esperanza que tiene puesta
en la meta, a saber, la segunda venida del Señor.
2. SEGUNDA RECOMENDACIÓN: SED SANTOS
(1/14-16)
14 Como hijos obedientes, no os amoldéis a las pasiones que teníais cuando
estabais en vuestra ignorancia; 15 sino, como es santo el que os llamó, sed
también santos en toda vuestra conducta; 15 porque escrito está: Sed santos,
porque yo soy santo.
A la imagen de ceñirse se añade ahora, en el texto original, la del camino de vuelta.
Porque el concepto griego que hemos traducido por «conducta» dice más que los nuestros.
Abarca además de lo que nosotros expresamos con este término «conducta» o modo de
proceder en la vida, la idea de «marcha atrás», de «retroceso» o de «regreso». Así en la
Escritura dice siempre a la vez algo de esa marcha atrás, que es un regreso a Dios de tierra
extranjera. Una imagen de nuestro regreso a la casa paterna procedentes de la tierra del
pecado, una imagen de nuestro esfuerzo moral, era la vuelta del pueblo de Israel de Egipto
a la tierra prometida.
Dado que todo pecado es en definitiva desobediencia, la vuelta de la tierra del pecado al
Dios santo sólo puede efectuarse con la obediencia, con el prestar oído a la voz del Padre
que llama. Los caminantes que se han puesto en marcha son interpelados como hijos
obedientes. Este obedecer comienza para los cristianos el día mismo de su bautismo. Ahora
deben ya seguir el llamamiento de Dios y marchar por sus caminos aun en el caso en que
según su propio modo de pensar o por temores humanos preferirían elegir otros
derroteros.
Cada cual quiere significar algo en el mundo, por lo cual en su modo de vida, en sus
diversiones, en sus gastos de lujo y de pasatiempos se amolda al espíritu de la época. Esta
forma anterior de vida, en la que lo que importaba en primer lugar era representar algún
papel ante los demás, deben abandonarla los destinatarios directos de la carta, que del
paganismo habían venido a Cristo, pero también nosotros, que distamos bastante de vivir
realmente como cristianos. La carta no permite la menor duda de que nosotros, a pesar de
nuestra buena voluntad de colaborar en el sector social y político del ambiente en que
vivimos (cf. 2,13-17), debemos distinguirnos de nuestro ambiente en muchas cosas, incluso
en algunas que parecen puramente externas. El tema de la condición de peregrinos, que se
dejaba oír ya en el encabezamiento (1,1), se percibe aquí con toda claridad 15.
La vida anterior de los cristianos en la incredulidad la concibe aquí san Pedro como
tiempo de la ignorancia. Está convencido de que todo el que quiera conocer el verdadero
ser de Dios, debe modificar su forma de vida, su conducta. El conocimiento de Dios
significa con frecuencia en la Escritura lo mismo que la adoración de Dios, la cual halla su
expresión no sólo en el culto, sino ante todo en la santificación de la vida.
Con esto hemos llegado al tema capital: Sed santos. Los cristianos de las más variadas
condiciones, esos hombres a los que Dios ha llamado a un gran camino, deben santificarse
en esta marcha y mediante esta marcha, mediante esta forma de vida. El llamado debe
mostrarse digno del que lo llama. Los santos, miembros del pueblo de Dios, fueron los que
huyeron de Egipto para estar cerca de Dios. Dios es el santo por antonomasia, el
inaccesible, el segregado, el puro que irradia pureza, cuyo símbolo son la luz y el fuego.
Está segregado de todo lo no divino e impuro. El empeño del judaísmo tardío, sobre todo
en los círculos sacerdotales, expresado en sus prescripciones de segregación y de pureza
legal, sólo se comprende en este marco: el pueblo debe estar en consonancia con el Dios
completamente otro, completamente puro, completamente segregado, y hacerse digno de
servirle en su presencia.
La carta del apóstol cita literalmente el comienzo de la ley de santidad en el capítulo 19
del Levítico. Aquí vuelve a ponerse en vigor para los creyentes de la nueva alianza. Una
vez que Israel, al tercer mes de su salida de Egipto, hubo alcanzado el desierto del Sinaí,
acampó al pie de la montaña de Dios. Moisés, en cambio, subió al monte y Dios le habló:
«Habla a toda la asamblea de los hijos de Israel y diles: Sed santos, porque santo soy yo,
Yahveh, vuestro Dios» (Lev 19,2). Una explicación rabínica pone de manifiesto el sentido
más profundo de este precepto: «Cuando os santificáis os lo tomo en cuenta como si me
santificarais a mí, y cuando no os santificáis os lo tomo en cuenta como si no me
santificarais a mí.» Así esta exhortación responde a la gran petición que Jesús nos
recomienda en primer lugar: «Santificado sea el tu nombre» (Mt 6,9)...
En una mirada retrospectiva a estos versículos (1,14-16) podemos hacer la siguiente
recapitulación: A los peregrinos elegidos, a los que Pedro exhortó a ceñirse llenos de
esperanza para la marcha (1,13), se les propone la meta de la marcha: ese santuario que
representa la propia santidad. Este santificarse es por parte del hombre una manera
agradecida de asimilarse filialmente a Dios después de desprenderse de la impiedad, por lo
cual representa la mayor alabanza que tributamos a Dios no sólo con palabras, sino
también con obras. Es el más bello quehacer de nuestra vida. Lo especial está en el camino
que indica Pedro para llegar a esta meta: desprenderse de los viejos apetitos, incluso de
los propios deseos, y seguir obedientes los caminos de Dios: Como hijos obedientes, sed
santos.
...............
15.Cf. también 2,11s; 4,2-4.
3. TERCERA RECOMENDACIÓN: VIVID PRONTOS A OBEDECER
(1/17-21).
17 Y si invocáis como Padre al que, sin acepción de personas, juzga a cada
uno según su obra, conducíos con temor en el tiempo de vuestra
peregrinación...
De las seis recomendaciones que contiene la sección, sólo esta tercera está
estrechamente ligada con la precedente mediante la conjunción «y». En ella se reasumen
también, en cuanto al contenido, y se profundizan tres de las ideas allí expuestas: de nuevo
se hace presente la relación de filiación, de nuevo se pone todo bajo el signo de la marcha
y de la peregrinación, y una vez más se inculca el espíritu de obediencia, pues esto es lo
que en el fondo se expresa con el conducirse con temor.
El Antiguo Testamento no posee ningún término especial para expresar la obediencia,
sino que menciona esta virtud fundamental 16 con diferentes perífrasis, las más de las
veces con la expresión «temor de Dios». Como en el caso del conocimiento de Dios, en el
del temor de Dios tampoco se trata ya con frecuencia del comportamiento formulado
directamente, o sea del conocer y temer respectivamente, sino de las consecuencias que
de ello resultan cuando hay fe viva: de la veneración de Dios, de la voluntad de prestar
obediencia a Dios sin la menor resistencia, del deseo de cumplir plenamente la voluntad de
Dios.
Hemos visto anteriormente que el precepto de la santificación traía a la memoria las
palabras del Señor: «Santificado sea el tu nombre.» Aquí, en cambio, la recomendación de
conducirse con temor hace pensar espontáneamente en la tercera petición del Señor:
«Hágase tu voluntad.»
No hay nada de arbitrario en poner nuestro texto en conexión con el padrenuestro. No
sólo una vez, digamos en el momento del bautismo, deben los cristianos invocar
solemnemente a Dios como «Padre», sino que una y otra vez, hasta a diario, deben llamar
a Dios su Padre en la oración 17. Aquí no se pone precisamente ante los ojos la imagen del
Padre celestial que Jesús trazó al pueblo en las parábolas en el lago de Tiberíades, sino
más bien la imagen veterotestamentaria del Padre. Allí es el padre de familia la autoridad
que da órdenes y que enseña a los hijos la ley de Dios. Ya al comienzo mismo de la carta
(1,2) se había hecho visible esta gran imagen de un Padre omnisciente y omnipotente, que
se mantiene por tanto en vigor también en el cristianismo. Es éste el Padre al que la Iglesia
tiene presente en la mayoría de sus oraciones litúrgicas...
El deseo de cumplir cada día, mediante las obras, la voluntad de Dios se hace
especialmente comprensible por el hecho de que Dios no mira lo exterior, las bellas
palabras, sino el cumplimiento callado -con frecuencia ignorado incluso por los otros- del
deber en la vida de todos los días. No puede caber la menor duda de que para Pedro sólo
cuentan ante Dios los creyentes cuya fe se muestra en las obras 18. Téngase a la vez en
cuenta que en el texto no se usa el plural: no se dice que Dios juzga a cada uno «según
sus obras» (en plural), sino «según su obra» (en singular). La vida entera es una gran obra,
y el trabajo sobre uno mismo no constituye la parte más pequeña de esta obra.
...............
16. Cf. el relato del paraíso y la vocación de Abraham (Gén 2,4-3,24; 12,1-9).
17. A más tardar a comienzos del siglo II está ya documentada por escrito la costumbre de
la primitiva Iglesia de
recitar tres veces al día la oración dominical: Didakhe 8,3.
18. Cf. por ejemplo, Mt 16,27; 2Co 5,10; 11,15; Ga 5,6; Ap 2,23.
...............
18...sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra vana manera de vivir,
recibida de vuestros padres, no con cosas corruptibles, plata u oro, 19 sino con
sangre preciosa, como de cordero sin defecto ni tacha, la de Cristo,...
Durante el tiempo en que nos hallamos en país extraño y sin patria, en la gran
peregrinación de la vida, debe por una parte elevarse nuestra mirada al Padre eterno y
justo (de ahí toda nuestra voluntaria y filial sumisión), pero por otra parte debemos también
volver nuestro pensamiento al pasado, a la sangre de Cristo que fue derramada por nuestra
redención. La especial belleza de este pasaje reside en la palabra sabiendo. La carta no
expone prolijamente que de este pensar en la sangre de Cristo ha de resultar un entrañable
amor y agradecimiento. Se limita a mencionar los hechos. Tácitamente nos deja que
saquemos nosotros las consecuencias. ¿Cuáles son estos hechos?
En primer lugar debemos tener muy presente que hemos sido rescatados de la vana
manera de vida recibida de los antepasados. El verbo «rescatar» hace pensar no sólo en la
paga del precio de una compra, sino también en la liberación de la miseria y de la
ignominia, y ello a costa de la propia persona y de la sangre misma. Como una pobre
sirvienta, a la que un señor poderoso ha escogido por esposa, así -con una imagen
aplicable a nosotros- fue rescatado Israel de Egipto. En segundo lugar hemos de recordar
la sangre del cordero. Israel había gemido en la esclavitud de Egipto, y los destinatarios de
la carta bajo la férula del pecado. En otro tiempo, en ocasión de la de las diez últimas
plagas, todo Egipto hubo de ser castigado por Dios en sus primogénitos. Para ser
perdonado no podía Israel ofrecer a Dios oro o plata. Gratis, no por bienes o dinero, quería
Dios liberarlo. El cordero pascual tomó sobre sí el derramamiento de sangre en su lugar
para aplacar al Señor: es decir, en lugar de los primogénitos de Israel 19. El ángel pasó por
alto las casas en las jambas de cuyas puertas goteaba la sangre del cordero pascual.
También nosotros hemos sido rescatados a gran precio.
El cordero sacrificado es para nosotros Cristo. Se hizo semejante al cordero pascual en
Egipto 20. Este cordero es sin defecto ni tacha: «sin defecto» se dice de víctima material
irreprochable; «sin tacha» se refiere a una cualidad espiritual y moral del hombre. Así la
imagen del «cordero sin defecto ni tacha» aparece bajo una doble luz: hace pensar en la
figura, el cordero pascual, y también en la calidad espiritual y moral del Crucificado.
Irradia
toda la belleza corporal y espiritual del Hijo del hombre. Lo que sigue a la palabra
«sabiendo» viene a ser cada vez más la razón más profunda del comportamiento en temor
de Dios; cada vez, en efecto, se hace visible con más claridad la tremenda prueba de amor
por parte de Dios.
...............
19. Cf. Ex 13,1s.15; 4, 22; Hb 11,28.
20. Cf. Jn 19,33-36; Ex 12,46
...............
20 ...reconocido desde antes de la creación del mundo y manifestado en estos
últimos tiempos en atención a vosotros, 21 los que por él creéis en Dios, que lo
resucitó de entre los muertos y le dio la gloria, de modo que vuestra fe y vuestra
esperanza estén puestas en Dios.
Cristo viene a centrarse todavía más en el campo de nuestras meditaciones. Después de
haber hablado de la pasión sangrienta le urge a Pedro hablar también de la resurrección.
Cristo en su pasión, y a través de este su sufrimiento expiatorio vicario vino a ser el primero
en la resurrección, el que precede victoriosamente a los libertados. En él se cifra la
esperanza y la firme seguridad de todos. Bajo la triunfante frase final late la convicción del
valor del sufrimiento vicario reconocido por primera vez por Isaías. Sólo puede conducir
realmente a la esperanza, a la victoria y a la vida eterna en unión con Dios aquel que tomó
sobre sí el pecado que separaba de Dios y despejó el obstáculo constituido por el pecado.
Como tal, precisamente en calidad de cordero de Dios, había sido previsto, «reconocido»
de antemano Cristo desde toda la eternidad, y manifestado al cumplirse los tiempos,
cuando el Bautista dijo de él: «Éste es el cordero de Dios» (Jn 1,29.36).
Dios se manifestó en atención a vosotros. Las comunidades cristianas entendían
entonces exactamente este «en atención a vosotros», y todavía hoy confiesa la Iglesia
apostólica: «Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo... y por
nuestra causa fue crucificado...» Cristo vino a ser para el hombre la posibilidad de llegar a
la unión con Dios. «Por él» se realizó la salvación: aquí «por» indica tanto el camino del
Padre y al Padre (como una puerta), como también la cooperación activa de Cristo. La
historia entera de la salvación es referida a Cristo. La posición singular del Padre que
«resucitó» y «dio gloria», tan enérgicamente subrayada en esta carta, no merma la posición
central y regia de Cristo, del Cordero «degollado», al que rinden homenaje las multitudes
(Ap 5,12).
4. CUARTA RECOMENDACIÓN: AMAOS UNOS A OTROS
(1/22-25).
22 Después que os habéis purificado con la obediencia a la verdad ordenada a
un sincero amor fraterno, amaos de corazón unos a otros intensamente.
La idea de la obediencia, tan decisiva para Pedro, vuelve a aparecer aquí, descrita más
en concreto como obediencia a la verdad. El sentido de esta frase es sencillo: en verdadera
obediencia 21. Con esto se da a entender un obedecer y un prestar oído a Dios, auténtico y
sincero, una vida en que se toman en serio los mandamientos de Dios. La profesión de
obediencia en el bautismo no era sino la expresión exterior de esta actitud interior,
fundamental que se manifestaba en las obras.
Anteriormente se recomendó la obediencia en la vida cotidiana como el camino mejor y
más sencillo para la santificación (1,14-16). Aquí se dan ya por supuestas estas fatigas de
la propia santificación. Pedro escribe: Después que os habéis purificado (de modo que
ahora estáis ya purificados). Sigue manteniéndose en el marco de su gran comparación, en
la que se contempla la vida de los cristianos como el verdadero éxodo de Egipto. Aquí la
palabra «purificar» hace pensar en la purificación ritual del pueblo de Dios antes de su gran
hora decisiva junto al Sinaí. De él se refiere que al pie del monte de Dios se purificó, se
santificó y se preparó para el encuentro con Yahveh.
La vida conforme al modelo de Cristo, que ve y afronta las dificultades precisamente
como voluntad de Dios, es para el cristiano esa purificación y santificación que el Israel del
Antiguo Testamento procuraba lograr en el Sinaí con lavatorios y privaciones. Esto
significa
con frecuencia renuncia y abnegación...
Pero esta purificación se efectúa en «sincero amor fraterno». Éste es, en efecto, como la
primera voluntad de Dios. El que se ha hecho obediente y avanza por el camino de la
santificación, reconoce que todo obrar desemboca en el amor. Cuanto más se vacía uno de
sí mismo en la renuncia y la privación, tanto más libre se hace para el amor fraterno. Por
eso se dice aquí: los cristianos deben amarse unos a otros intensamente, entrañablemente,
amarse con un amor intenso y constante, que esté fundado en el amor de Dios. Tan
infatigable y tan poco sujeto a desilusiones como nuestra oración debe ser también nuestro
amor.
...............
21. Cf. 2Pe 2,2; «El camino de la verdad» = el verdadero camino = la verdadera practica de
la religión.
...............
23 Habéis sido reengendrados, no de una semilla corruptible, sino
incorruptible, mediante la palabra viva y eterna de Dios. 24 Porque: «Toda carne
es como heno y toda gloria como flor de heno. Secóse el heno y se cayó la flor,
25 mas la palabra del Señor permanece siempre.» Esta es la palabra
evangelizada a vosotros.
El presupuesto para la incorporación a la nueva familia como hermanos o hermanas es
un renovado nacimiento espiritual, un nuevo empezar a vivir. Una vez se aludió ya en
nuestra carta (1,3) a esta hora tan decisiva del nuevo comienzo. También el Israel
veterotestamentario había pasado por tal hora, en la que le fue otorgada nueva vida por la
palabra del Señor, en el Sinaí. Los antiguos comentaristas entendieron esta hora, no sólo
en el sentido de gracia, en cuanto que Israel se mantuvo en vida en cada encuentro con
Dios y no fue pulverizado por la fuerza y poder de Dios, sino ante todo en el sentido de
que,
mediante la alianza con Dios y la ley, le fue otorgada nueva vida.
La situación de los cristianos es comparable con esto. También a ellos los había
interpelado Dios poderosamente, también a ellos les alcanzó su palabra cuando entraron
por primera vez en contacto con Jesucristo, «palabra viva de Dios» (Heb 4,12). El
encuentro del hombre con Cristo es asunto de vida y muerte, como para Israel en el Sinaí.
Al que cree y se somete a la ley de Cristo se le otorga por segunda vez la vida.
Muchos textos del cristianismo primitivo muestran que no precisamente el bautismo, sino
ya la primera vez que conscientemente oyeron el Evangelio, la buena nueva de la muerte y
resurrección de Jesús de Nazaret, fue concebida como regeneración o nuevo nacimiento.
Aquí deben los lectores recordar la hora en que por primera vez prestaron atención a la
predicación de los mensajeros de la fe y sintieron que la palabra de Dios hería su corazón.
Algo de esto se verifica cada vez que prestamos atención a la palabra de salvación y la
aceptamos.
El curso de las ideas en esta sección es el siguiente: Cuando oísteis hablar de Jesucristo
comenzasteis a ser hombres nuevos. Entonces os esforzasteis también por llevar una vida
verdaderamente cristiana y por despojaros de vuestros vicios paganos. Ahora coronad este
proceso con un crecimiento en el amor cristiano. La vivencia individual del primer sí y el
trabajo, distinto para cada uno, sobre su propio yo deben tener por meta la comunión en el
amor, es decir, en definitiva la Iglesia...
La exhortación pasa a un anuncio jubiloso de la amplitud y profundidad de la vida con
Cristo, un anuncio que nos habla de la buena nueva. La palabra de Dios procede del libro
de la consolación del profeta Isaías (Is 40,6-8). Toda carne es, en verdad, una pobre hierba
flaca, pero Dios es constante y firme. Estas palabras se concluyen con una orden de Dios:
Ve a la montaña y alegra a esa carne, anuncia a esa carne, anuncia a esa hierba
perecedera la buena nueva. «Ahí está vuestro Dios.» Mirad, el Señor viene con poder. Pero
no sólo con poder; viene también como pastor que lleva en sus propios brazos a los débiles
corderos (cf. Is 40.9-11).
Y de esta palabra eterna de Dios, de esta promesa de Dios, de venir a los hombres como
rey y pastor, dice nuestro versículo final: Esto se ha cumplido en vosotros. Esta es la
palabra de Dios que da vida, esta es la palabra que se os ha evangelizado como buena
nueva.
(_MENSAJE/20. Págs. 5-49)
BIBLIA NT CARTAS PEDRO /1P 2 3
MATERIA: EL NT Y SU MENSAJE: PRIMERA CARTA DE SAN PEDRO
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5. QUINTA RECOMENDACIÓN: APETECED, COMO NIÑOS RECIÉN NACIDOS,
LA PALABRA DE DlOS
(2/01-03).
1 Despojaos, pues, de toda maldad y de toda falsedad, de hipocresías, de
envidias y de toda clase de maledicencias. 2 Como niños recién nacidos,
apeteced la leche espiritual y pura, para crecer así hacia la salvación, 3 si es que
habéis «gustado lo bueno que es el Señor».
Una vez más ve Pedro al pueblo de Israel junto al monte Sinaí como figura de las
comunidades cristianas. Son el pueblo que ha aprendido a conocer a Dios, al que Dios ha
comenzado a hablar. Con ello han sido hechos hijos delante de Dios. No sólo han
comenzado, como Israel en el desierto, a tener sed del agua de la roca, sino que necesitan
incluso leche. San Pedro busca precisamente una imagen que hable todavía más
claramente de la nueva condición de hijos adquirida de los cristianos. Deben ser como
niños
recién nacidos, que han comenzado a pedir a gritos el pecho de la madre. San Pedro
les dice: Bebed, pues, desead con avidez este alimento puro, no adulterado, único que
fortifica y robustece.
Pero si son niños pequeños, no es sólo porque por la palabra de Dios han nacido de
nuevo, sino también porque se despojan de toda maldad y falsedad, y ahora, como niños
pequeños, son discípulos humildes e ingenuos de Cristo, únicos a quienes está abierto el
acceso al reino de los cielos 22. Aquí confluyen las dos interpretaciones cristianas
primitivas del niño pequeño. Los cristianos, ciudadanos y esclavos, mujeres y maridos,
presbíteros y clérigos despojándose de toda maldad deben convertirse de hombres de
mundo en niños humildes y puros en Cristo. Y por otro lado: de esta nueva infancia en la fe
en Cristo deben crecer hacia la entera magnitud de su vocación cristiana. Los mismos
hombres que en este pasaje son comparados con «niños recién nacidos», pocos versículos
más abajo son apostrofados como «nación santa» y como «sacerdocio regio» (2,9). En el
versículo segundo se carga el acento, no sobre la vida todavía breve, sino sobre el ansia
de la verdad de Dios.
Para el niño de pecho es la leche materna el alimento, el pan de todos los días, en el que
la madre misma se da. Dios, cuyo amor a nosotros se compara con el de una madre a su
niño pequeño, se da a la humanidad en su propio Hijo, la palabra eterna. Por esto el texto
original designa esta leche como leche de la palabra, del Logos. Es Jesucristo mismo, al
que los destinatarios han recibido en su corazón en la palabra de la buena nueva, para
fortalecerse en él y por él. Pero entonces había también falsos maestros que ofrecían leche
aguada. Ahora bien, la leche «pura», no adulterada, es la predicación apostólica sobre
Cristo, en cuyo centro se halla el relato de su pasión 23.
Si un hombre toma en serio lo que le anuncia el Evangelio, su vida se modificará
espontáneamente. Será como si tal hombre cambiara de vestido. En lo que realmente se
insiste no son vicios clamorosos, como homicidio, hurto o desenfreno, sino insinceridades,
desafecciones ocultas. Obsérvese que «hipocresías» y «envidias» se mencionan incluso
en plural: las hipocresías, todas esas pequeñas tentativas de hacerse uno pasar por mejor
de lo que es; las maledicencias, palabras poco caritativas sobre nuestro prójimo más
allegado.
El vestido es aquí símbolo de cualidades morales de una persona. En este simbolismo se
pone de manifiesto un gran optimismo. El pecado se considera como algo de que el hombre
debe realmente «despojarse», como de un vestido, de modo que se ponga de manifiesto su
ser más íntimo, que no está, pues, en modo alguno corrompido hasta las raíces, sino que
es bueno.
Ahora se añade todavía un último motivo de esta recomendación: así como al niño de
pecho le viene el apetito de la leche materna cuando la gusta por primera vez, así también
en los cristianos debería crecer cada vez más el ansia de santificarse, después de haber
gustado lo que significa ser cristiano. Ahora, después de haber atravesado la maraña de
errores judíos y paganos, han experimentado lo que es en realidad el Señor Jesucristo.
...............
22. Cf. Mt 11,25; 18,3.
23. Cf. pasajes como 1Pe 2,21-25 y 4,13s.
...............
6. SEXTA RECOMENDACIÓN: SED PIEDRAS VIVAS PARA EDIFICAR
(2/04-06).
4 Acudid a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero ante Dios
escogida y preciosa. 5 También vosotros servid de piedras vivas para edificar
una casa espiritual, ordenada a un sacerdocio santo, que ofrezca sacrificios
espirituales, agradables a Dios por Jesucristo.
Las dos palabras «a él» del primer versículo se refieren al «Señor», del que en el
versículo precedente se dice que lo han gustado como bebida los caminantes. Cristo es no
sólo la bebida, sino también la roca de la que brota agua 24. Ahora bien, esta roca se ha
convertido ahora en piedra labrada y hasta en piedra fundamental, en esa piedra angular
en la base de la edificación, de la que dependen la dirección de los muros, la cohesión y la
resistencia de la fábrica 25. Hacia esa piedra viva deben peregrinar ellos, que vienen del
«tenebroso Egipto». En la imagen de la piedra viva se asocian dos contrastes extremos: la
dureza de una roca y la vida palpitante, la verdad de Dios, eternamente fiel a sí misma, y el
amor de Dios. Esta gran piedra fundamental de Dios fue descartada de la obra por los
constructores como inútil y difícil de manejar. Pero precisamente esa piedra que en sentido
terreno había perdido su valor, ese ajusticiado ante las murallas de Jerusalén, se ha
convertido a los ojos de Dios en la piedra bien probada y, por tanto, doblemente valiosa.
Muerta en apariencia, volvió a vivir de nuevo. Más aún: esta piedra no sólo vive, sino que
contiene la plenitud de la vida y es capaz de vivificar a otros.
A la piedra fundamental viva y verdadera deben asemejarse las otras piedras. Quizá sean
también estas rechazadas por los hombres. Pero precisamente tales piedras vivas,
experimentadas, quiere el Padre colocar en la construcción sobre la primera piedra angular
que sirve de base. Para ello deben estar prontas a dejarse labrar a golpes y colocar y
adaptar por Dios en la estructura de las demás piedras vivas. En el pensar bíblico la
palabra «edificar» no significa, en modo alguno, un procedimiento puramente mecánico,
muerto. Dios, por ejemplo, «edifica» a Eva de la costilla de Adán (Gén 2,22); a David le
promete que le «edificará una casa» en su descendencia carnal (2Sam 7,11). Así resultaba
obvio pasar de la edificación carnal a la espiritual de una comunidad de hombres. Y de aquí
no hay más que un pequeño paso a las palabras de Jesús a Pedro, que aquí podemos oír
implícitamente: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificará mi Iglesia» (Mt 16,18).
La «casa espiritual» edificada con «piedras vivas» es un «sacerdocio santo». Estas
palabras se refieren a muy diferentes estados, profesiones, edades y generaciones. Ser
miembros de la Iglesia significa ser sacerdotes. ¿Cómo puede Pedro designar a una
comunidad como comunidad de sacerdotes? La respuesta se halla en el mismo versículo:
Todos han de ofrecer sacrificios. Si todavía preguntamos en qué pueden consistir estos
sacrificios, tampoco necesitamos buscar muy lejos. Este mismo dejarse uno edificar como
piedra bien probada, por cuanto hecha semejante a Cristo, labrada a golpes y que, sin
embargo, respira y vive, significa ya un sacrificio infinitamente grande, agradable al Padre.
En efecto, tal edificación del templo de Dios sólo puede verificarse allí donde se hallan
piedras de construcción, que con humildad, obediencia, respeto y consideración se hacen
aptas para la estructura de esta casa eterna que es la comunidad de los santos. En el
sacerdocio de la vida cristiana, que comienza con el bautismo, se ha de ofrecer el hombre
entero al constructor a la manera de piedra de construcción...
...............
24. Cf. 1Co 10,4.
25 Si atendemos a 2,6, resulta claro que esta piedra fundamental del templo en Jerusalén
debemos
representárnosla enclavada en la montaña de Sión.
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6 Por eso está escrito:
«Mirad que pongo en Sión una piedra angular escogida, preciosa,
y el que crea en ella no será defraudado.»
La cita procede probablemente del libro de Isaías 26. El texto habla del hecho de poner
Dios la piedra fundamental en Sión. Esta Sión, la montaña santa del Señor, es la meta
última del pueblo de Dios que camina y peregrina. Allí, en ese lugar santo, que en la carta a
los Hebreos (Heb 12,22) forma ya una unidad espiritual con la Jerusalén celestial, está
colocada en forma inamovible, como piedra fundamental, esa verdad que encarna
Jesucristo en su persona.
La inseguridad de la mentira, la inestabilidad del egoísmo y de la fe lánguida cesará allí
donde una fe viva esté firmemente asegurada en esa piedra. Los mismos hombres
convertidos en piedras de construcción comienzan a participar de la firmeza de Dios. Y esta
firmeza divinamente duradera se mantiene fiel. Cuando después de la muerte toda
grandeza que se había basado en éxito terreno y en poder terreno se desvanezca y quede
reducida a nada, entonces llegará la gran hora para el que con fe había comenzado ya a
participar de la firmeza de la edificación divina. No tendrá que avergonzarse de haber
creído en el Crucificado, en la piedra desechada por los constructores terrenales...
...............
26. El autor no utiliza directamente el Antiguo Testamento, sino alguna colecci6n de textos
de los profetas
usada en el cristianismo primitivo, que parecían de especial importancia a los catequistas de
la era apostólica.
También en la forma del texto se aparta la cita del texto griego del Antiguo Testamento.
Por otra parte, en esta
discrepancia (tithemi) concuerda con Rom 9,33. Parece, pues, que los redactores de Rm y
de 1P utilizaron el
mismo modelo.
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7. RECAPITULACIÓN: EL PUEBLO SANTO DE DlOS
(2/07-10).
7 Lo de preciosa, pues, va por vosotros, los creyentes;
mas por los no creyentes:
«La piedra que rechazaron los constructores,
ésa vino a ser piedra angular,
8a y piedra de tropiezo y roca de escándalo.»
En ella tropiezan los que se rebelan contra la palabra; ...
Han terminado los seis requerimientos o recomendaciones (1,13-2,6). Ahora comienzan
las grandes conclusiones de la primera parte, que casi adoptan la forma de un himno. En
primer lugar se recuerda todavía brevemente que los creyentes tienen participación en la
gloria de la piedra angular rechazada por los hombres, pero tanto más valiosa y preciosa a
los ojos de Dios. Pero a continuación se fija Pedro en el hecho, grávido de consecuencias,
de que esta piedra angular, la más inferior y más delantera en la arquitectura de Dios,
puede convertirse en piedra de tropiezo y hasta en piedra en la que se quiebren las olas de
los embates contra Dios. Aquí se trata a la vez de esa trágica experiencia de muchos
hombres, para quienes, por no querer aceptar con fe la encarnación de Dios, se convierte
ésta en perdición. Se trata del misterio que vio anticipadamente el anciano Simeón:
«Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para blanco de
contradicción» (Lc 2,34).
8b...a esto estaban destinados.
En la carta de Bernabé se dice sobre este pasaje que la roca de escándalo fue Cristo en
su carne (entre las bofetadas de los judíos y los escarnios de la cohorte) 27. Los verdugos
de Jesús, aquel Judas, aquellos jueces, fueron a parar a eso, a eso estaban destinados
según el designio de Dios: destinados a escandalizarse en Jesús, a entregarlo y a
condenarlo a la crucifixión por odio y envidia.
Con absoluta soberanía pone Dios, a lo que parece, a hombres y destinos, como figuras
blancas y negras, en el ajedrez de la historia. Y, no obstante, cada cual conserva su propia
responsabilidad. Más aún, precisamente esta libertad que tiene el hombre de poder obrar
incluso contra la voluntad de Dios, la hace Dios entrar en sus planes. En la tierra no
podremos nunca escudriñar este misterio de la libre voluntad humana, que, con todo sólo
parece ser realmente libre cuando participa en la voluntad absolutamente libre de Dios.
...............
27. Bernabé 6,2-9.
...............
9 Pero vosotros sois «linaje escogido,
sacerdocio regio,
nación santa,
pueblo adquirido» por Dios
«para anunciar las magnificencias»
del que os llamó de las tinieblas
a su maravillosa luz.
SACERDOCIO-COMUN: Sin querer reemplazar al Israel del Antiguo Testamento por algo
de otro género, se proclama el verdadero cumplimiento de todas las antiguas esperanzas
de Israel. A las comunidades cristianas se aplican los grandes títulos honoríficos del pueblo
de Dios. Ellas son, en primer lugar, «linaje escogido». Se trata de las mismas personas a
las que al principio se interpelaba ya como peregrinos elegidos (1,1). Vistos con los ojos de
la fe constituyen el resto santo del último tiempo mesiánico, ese rebaño que guiado por un
gran pastor avanza por el desierto y es objeto del amor y de la solicitud del Padre celestial
28. Ya en este primer título honorífico de «linaje escogido» hay una resonancia del texto de
Isaías que domina todo el versículo: «Porque he puesto agua en la estepa y torrentes en el
desierto, para abrevar a mi linaje, a mi linaje escogido, a mi pueblo que yo adquirí, para que
proclame mis hechos» (Is 43,20s).
Antes se había hablado de un sacerdocio «santo» (2,5); aquí se habla también de
sacerdotes regios, o reyes que son a la vez sacerdotes. Tal condición regia, tal pertenencia
al linaje del rey incluye también poder para dominar. Este poder de dominar lo refiere
Pedro
a la vida de los cristianos: éstos deben dominarse a si mismos. Así, aun en estos mismos
títulos gloriosos se siente palpitar algo de su solicitud fundamental de exhortar a los que le
están encomendados, solicitud que se extiende por toda la carta. Pero esta exhortación
apenas perceptible está incrustada en la consoladora proclamación de la verdadera
grandeza de todo cristiano bautizado.
Con razón se ha considerado en todo tiempo este texto del sacerdocio regio como el
fundamento más importante de la doctrina católica del sacerdocio universal. Es
significativo
que en todo el Nuevo Testamento sólo a Jesucristo se le llame sacerdote. A los prepósitos
de las comunidades sólo se les da el nombre de guardianes o de ancianos. Por ello es
tanto más sorprendente que aquí todos los cristianos, sin excepción, sean apostrofados
como un sacerdocio regio. La Iglesia primitiva estaba íntimamente convencida de que todos
los elegidos, hombres o mujeres, tenían sus funciones sacerdotales en la liturgia celebrada
en común, de que todos «celebraban» en común 29. De todos los israelitas se decía en el
libro del Éxodo: Allí, en el Sinaí, todo Israel vino a ser un pueblo de sacerdotes, porque fue
capacitado para asumir ministerios de intermediario por todo el género humano 30.
Exactamente este mismo poder reciben todos los bautizados en favor de la humanidad en
medio de la que vivimos en favor del mundo que no puede, o ya no puede, ser creyente. En
esta aserción del quehacer sacerdotal de todos los miembros de la Iglesia con respecto al
mundo se da también la más espléndida justificación de la actividad misionera de todo
cristiano.
Todos los títulos honoríficos que preceden se ven todavía en cierto modo compendiados
en la idea de que los cristianos son una posesión de Dios, que él mismo se ha reservado
en forma completamente personal, un pueblo que le pertenece de manera totalmente
personal, una comunidad que como pueblo puro, santo, sacerdotal, regio, tiene la misión de
glorificar a Dios precisamente en virtud de esta santidad. Los cristianos están llamados a
demostrar, con su vida, que la poderosa intervención de Dios hasta en el más íntimo yo de
una persona es capaz de hacer santos de pecadores y hasta de quienes habían sido
enemigos de Dios.
La gran gesta de Dios con respecto a su pueblo consiste en que él puede llevar a los
hombres de las tinieblas a la luz. En esta aserción del llamamiento de las tinieblas a la luz
resuena por última vez el motivo del éxodo de Israel de Egipto. En este júbilo final se habla
incluso de un llamamiento de las tinieblas a su «maravillosa luz». En el final mismo de la
carta (5,10) se designa este mismo hecho como un llamamiento «a su eterna gloria». Lo
uno y lo otro, luz y gloria, es ya ahora realidad: el mundo mismo en que vivimos, viste en
su
situación concreta. Estamos llamados a ser para la humanidad sacerdotes regios, que
irradian gozo, con dominio de sí mismos...
...............
28. Cf. 2,25; 5,4.7.
29. Realmente existieron en todo tiempo en esta liturgia diferentes ministerios, diferentes
grados. Ya san
Clemente subraya cuán importante es que «cada uno ofrezca a Dios la eucaristía en el orden
jerárquico que
le corresponde» (1 Clem 41, 1).
30. Ex 9,27s.
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10 Los que en un tiempo erais «no pueblo» ahora sois pueblo de Dios; los que
eraIs «no compadecidos» ahora sois los compadecidos.
El tiempo presente se distingue del pasado en que Dios ha otorgado ahora su
misericordia. Pero a Pedro le importa no menos subrayar que en un tiempo no eran pueblo,
pero ahora son llamados a ser el pueblo de Dios, a formar este pueblo mismo de Dios. El
profeta Oseas debió en un principio llamar a sus dos hijos «No agraciado» y «No mi
pueblo» respectivamente (Os 1,6-9). Pero luego describe el mismo profeta en forma
conmovedora cómo el amor de Dios -como el de un esposo- se vuelve de nuevo a la
esposa repudiada: «Yo agracio a la "No agraciada" y digo a "No mi pueblo": "Tú eres mi
pueblo". Y él me responde: "Tú, mi Dios"» (/Os/02/25). La Iglesia es el pueblo escogido: el
pueblo que se ha de multiplicar, que ha de sostener luchas, que se verá probado con
enfermedades y desórdenes internos, pero que no cesará nunca de ser agraciado...
....................
Parte segunda
DEBERES DE LOS LLAMADOS
(2,11-4,11)
La parte introductora (1,3-2,10) se había cerrado con una descripción gozosa,
estimulante y entusiasta del estado en que se hallan los cristianos. Con la interpelación
«carísimos» se inicia algo nuevo. Sólo en 4,12 vuelve a llamarse «carísimos» a los
destinatarios. El espacio intermedio forma la parte principal de la carta. En ella se nos
exhorta, dándonos ánimos, con reiteradas referencias a Cristo, nuestro modelo.
l. EXHORTACIONES GENERALES
(2/11-12).
Antes de entrar en las exhortaciones particulares señala Pedro la importancia
fundamental del sacrificio, de la renuncia y de las buenas obras. Todo esto aprovecha a la
propia alma y es a la vez el medio más eficaz para hacer que los paganos que nos
observan con escepticismo, abran los ojos a la verdad de Dios.
1. RENUNCIA PERSONAL (2,11).
11 Carísimos, os exhorto a que, como forasteros y peregrinos, os abstengáis
de los deseos carnales, porque combaten contra el alma.
La designación «carísimos», sin ninguna añadidura, no se conocía como encabezamiento
de una carta en el mundo antiguo anteriormente a las primeras cartas cristianas. Tal
denominación brota de la convicción de que todos los cristianos, hechos hijos de Dios por
un nuevo nacimiento, han venido a ser entre sí hermanos queridos (1,22s).
Lo que los hace dignos de amor no son las cualidades que puedan tener, sino la
grandeza de aquel que los amó. Y así los ama también de todo corazón san Pedro, al que
tras el interrogatorio sobre el amor se le encomendó el cuidado de la grey del Señor (Jn
21,15-17). Esta interpelación personal brotó con viveza y hasta como necesariamente del
entusiasmo expresado en 2,9s. Aquí se deja sentir el espíritu que anima a esta entera carta
pastoral (2,25), a esta carta pontificia romana (5,13), primera en la historia de la Iglesia de
Cristo. De este espíritu de amorosa solicitud brotan las siguientes palabras que exhortan y
animan a los destinatarios.
Si se entendiera que deseos carnales son simplemente desórdenes morales, se
suprimiría lo mejor del texto. La Iglesia primitiva entendió por apetitos de la carne, en
primer
lugar, algo muy distinto. En la llamada Doctrina de los doce apóstoles, que es el escrito más
antiguo del cristianismo después del Nuevo Testamento, se amonesta en consonancia
verbal con nuestra carta: «Abstente de los deseos-carnales y corporales» 31. Y luego,
como explicación de lo que se entiende por ese abstenerse, sigue una enumeración de las
recomendaciones del sermón de la montaña: Al que te golpee en la mejilla derecha,
ofrécele también la izquierda; al que te requise para una milla, vete con él dos; al que te
pida la túnica, dale también el manto. Así pues, el apetito de la carne consiste ante todo en
el amor propio, en el egoísmo, que es el peor enemigo del alma. Esta primera exhortación
fundamental es ya una preparación para la primera exhortación particular a la sumisión
humilde y a la renuncia a la soberbia, segura de sí misma 32 sin lo que toda aspiración a la
perfección se queda en pura apariencia...
2. CONDUCTA EJEMPLAR (2,12).
12 Llevad entre los gentiles una conducta ejemplar. Así, en lo mismo que os
calumnian como malhechores, a la vista de vuestras buenas obras glorificarán a
Dios en el día de la visita.
No sólo internamente (2,11), sino también en forma visible al exterior (2,12) deben los
cristianos mostrarse dignos de su condición de sacerdotes regios. Deben llevar una
conducta tan ejemplar que atraiga las miradas de los otros. No cabe duda de que en esta
manera de dar importancia a las obras exteriores late un peligro de hipocresía. Son
numerosas en los Evangelios las imprecaciones contra los fariseos hipócritas, que ponen
también en guardia a los cristianos contra esta peligrosa tentación. Debemos predicar con
obras, que no son sino irradiación de la nobleza interior del alma. Y la experiencia enseña
que la predicación con las obras es más importante y más eficaz que la predicación con
palabras, que casi son vanas si no van acompañadas de obras 33.
El objetivo último de la predicación mediante las buenas obras no se cifra aquí en ganar
a los paganos para el cristianismo 34, sino en incrementar la gloria y la alabanza de Dios el
día de la visita. Por el día en que Dios, cuidándose de la humanidad en forma especial, la
«visita», benigno o también airado, se entiende el día postrero, es decir, el tremendo y al
mismo tiempo grandioso acto final del drama de la historia de la obra salvadora de Dios
con
los hombres. No se dice expresamente si tales calumniadores comprenderán ya
anteriormente la verdad. En todo caso es de desear que esto se vaya preparando ya
mientras, todavía en vida, pueden observar a los cristianos. Sin embargo, puede suceder
que a los que ahora viven como si no existiera ese «día de la visita», sólo en tal día se les
abran con pasmo los ojos. El texto deja esta cuestión en suspenso. Lo importante es que
en todo caso la santidad de Dios se ponga maravillosamente de manifiesto y se haga digna
de alabanza por sus santos y en sus santos. En nuestros esfuerzos no se trata del éxito
inmediato, sino del eterno.
...............
31. Didakhe 1,4.
32. 2,13.18; 3,1.5; 5,5.
33. Algunos ejemplos en el NT: Mt 5,16; 1Ts 4,12; 1Co 10,31s; Col 4,5.
34. Diversamente 3,2.
...............
Il. NORMAS DE CONDUCTA PARA LA VIDA COTIDIANA (2,13-3,12).
Tras la exhortación general a luchar contra el amor propio y contra el egoísmo y a llevar
incluso exteriormente una vida ejemplar, comienzan ahora las exhortaciones particulares a
la sumisión a la autoridad del Estado (2,13-17), a la de los esclavos a los señores
(2,18-25), de la mujer al marido (3,1-6) y a la consideración del marido con la mujer (3,7).
Una exhortación general a la mesura en el trato de unos con otros y al perdón (3,8-12)
cierra esta sección, que quizá como ninguna otra nos da una idea de la vida cotidiana de la
Iglesia primitiva. Su descripción del ejemplo del Señor (2,21b-24) es una de las partes más
bellas de la carta.
1. SUMISIÓN A LA AUTORIDAD DEL ESTADO
(2,13-17).
13 Someteos a toda institución humana, a causa del Señor: ya al rey como a
soberano, 14 ya a los gobernadores, como a enviados por él para castigar a los
malhechores y elogiar a los que hacen el bien. 15 Porque ésta es la voluntad de
Dios; que obrando el bien, amordacéis la ignorancia de los hombres insensatos.
Por primera vez se dice que los cristianos deben someterse, es decir, considerarse como
subordinados. Es característica de nuestra carta la exhortación a someterse
espontáneamente, a ponerse bajo las órdenes de la autoridad pública o de cualquier señor
terrenal 35. También en este punto es la carta un reflejo de la doctrina cristiana primitiva
36. La cuestión de la relación del cristiano con el Estado no se puede separar de este ideal
cristiano general de la subordinación voluntaria. Constantemente está en el primer plano la
virtud cristiana de la obediencia y de la humildad. Lo que se dice de la subordinación en la
vida política se aplica igualmente en la familia (3,1-7) y en el puesto de trabajo (2,18-25).
Anteriormente se habían aducido ya dos razones de la sumisión voluntaria: la salud
eterna del alma y la gloria de Dios (2,11s). Ahora se añade que se debe proceder de esta
manera a causa del Señor. Esto quiere decir en primer lugar: por el ejemplo del Señor, que
no sólo se sometió a la voluntad del Padre, sino que además se humilló adaptándose a las
preguntas de Anás y de Caifás, a los caprichos de Herodes y de Pilato, al apremio y a las
peticiones del pueblo y a las mil y mil preguntas y singularidades del grupo de los
discípulos
que le acompañó años enteros. Con estas palabras: «a causa del Señor», es posible que
se quiera también decir: para agradar al Señor, «por amor del Señor», por amor de ese
Señor cuya pasión conocen los cristianos (2,21b-24a), por cuyas sangrientas heridas
fueron curados (2,24b), cuyo ser conocieron con los ojos de la fe y al que comenzaron a
amar gozosamente como a amigo (1,8).
De dos maneras se designa la relación de los cristianos con el Estado romano. Ya al
comienzo de la carta, en el encabezamiento (1,1) se expresó un aspecto doble. Los
cristianos deben por una parte considerarse como dispersos o diseminados por el mundo
para llevar frutos espirituales en él y en colaboración con él; por otra parte deberían
también reconocerse como «peregrinos» o forasteros, que aunque se hallan en este
mundo, no tienen aquí su patria, que, por tanto, conservan su libertad interior frente a todas
las organizaciones e instituciones estatales. En el pasaje que nos ocupa se habla de la
relación positiva del cristiano con la autoridad civil, de la colaboración, con voluntad de
servicio, con todas las instituciones públicas legitimas y provechosas para el bien común.
Aquí tiene san Pedro ante los ojos un aparato administrativo del Estado, que se halla a la
altura de su quehacer. Sobre todo en las ciudades de provincia del imperio romano, en los
primeros tiempos de los emperadores, experimentaba todavía el ciudadano la sensación de
una administración bien ordenada y de una rigurosa disciplina. A esto se añadía la tradición
del Antiguo Testamento, que incluso en el Estado pagano veía un instrumento de Dios.
Sin el menor reparo reconoce san Pedro al rey, al césar o al emperador, así como a sus
órganos, el derecho de condenar a los criminales. En la carta a los Romanos se dice
todavía más claramente que la autoridad lleva a este objeto «la espada» de la justicia (Rom
13,4). Además del derecho de castigar se reconoce al Estado el derecho de elogiar y
distinguir a los que lo merecen. Tratándose de distinciones de los ciudadanos
especialmente beneméritos de la comunidad no hay que pensar precisamente en
condecoraciones, tan corrientes hoy día, sino más bien en el registro de sus nombres en la
lista honorífica de la ciudad, o en la erección de la estatua de un ciudadano en la plaza del
mercado.
Pedro escribe sobre estos derechos de un Estado pagano porque desea que también los
cristianos puedan desempeñar su papel en esa vida pública, incluso política. Dice que es la
voluntad misma de Dios (2,15) que los cristianos den prueba de sí, incluso públicamente,
mediante obras de beneficencia y dando muestras de su capacidad. En esto se deja sentir
un gran optimismo, que en todas partes cuenta con la presencia de hombres que piensen y
juzguen rectamente. Es evidente que en ninguna parte se alabará a los cristianos por sus
prácticas religiosas, pero es de esperar que por lo menos no haya que censurarlos tocante
a su amor al trabajo, a su prontitud en prestar servicios y a su cumplimiento del deber.
Tampoco aquí se trata de tentativas de misionar en el puesto de trabajo o entre la parentela
por medio de bellas palabras (cf. 2,12; 3,1). Las obras son mas eficaces y elocuentes...
...............
35. Cf. 2,13.1S; 3,1.5; 5,5.
36. Textos parecidos sobre la subordinación en otras reglas de vida del cristianismo
primitivo: Rm 13.1-7; Ef
5,21s; 6,1.5.8; Col 3,18.20.22.24; 1Tm 2,11; 6,1s; Tit 2,5.9; 3,1.
...............
16 Vivid como libres, no usando la libertad como disfraz de la maldad, sino
como esclavos de Dios.
CR/ESTADO/PODER: A la exhortación a la sumisión a la autoridad del Estado y a la
colaboración siguen como complemento unas palabras de gran elevación sobre la libertad
de los cristianos frente a dicho Estado. Estos ciudadanos y mercaderes, estos funcionarios
y soldados, estos menestrales y amas de casa, y hasta estos esclavos y esclavas deben en
definitiva sentirse como libres con respecto a las leyes y poderes del Estado. La libertad de
los cristianos se funda en el hecho de pertenecer a un Señor más grande, para el que
fueron comprados como esclavos al precio de la sangre de Jesucristo (1,18s). Sólo a él
están subordinados sin restricción. Su autoridad está muy por encima de la del Estado
romano, omnipotente en apariencia. Si alguna vez las órdenes de alguna instancia pública
se oponen a las leyes de Dios escritas en los corazones de los hombres, automáticamente
pierden su fuerza de obligar para todos los que se reconocen esclavos de Dios. Con ello no
desaparece quizá sin más su carácter conminatorio e inquietante. Pero en la medida en que
vaya creciendo en ellos el santo temor de Dios (2,17) propio de su condición espiritual de
esclavos, podrá también desvanecerse el temor a los poderosos de la tierra. Cuanto más se
hace uno esclavo de Dios, tanto menos se siente coaccionado en la tierra. Servir a Dios es
por tanto reinar espiritualmente.
17 Honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios, honrad al rey.
La sección relativa al comportamiento de los cristianos en la vida pública se cierra con un
principio general: En todo caso respetad a todos, se trate de quien se trate. La marcada
frase final «honrad al rey», a la que apunta todo lo que precede, muestra que Pedro no ha
perdido todavía de vista el tema de la subordinación del cristiano a los que están investidos
de autoridad política. Deben tributar a los funcionarios del Estado los honores que les
corresponden sometiéndose a la autoridad según el ejemplo de Cristo.
Algo diferente es el respeto y la veneración que se ha de profesar al Padre eterno. Como
hijos y esclavos deben pensar que Dios puede castigar no sólo temporalmente, como los
hombres, sino que incluso puede precipitar en la condenación eterna (cf. Mt 10,28). Este
alto grado del temor, el temor de Dios, hallará su expresión en la obediencia absoluta.
Aunque no se dice expresamente, por la manera de enumerar las diferentes formas de
temor aparecen claros los límites que no debe transgredir este temor cristiano en el trato
con los grandes de la tierra si no quiere convertirse en servilismo y adulación. El espíritu de
temor se manifiesta así como virtud fundamental del hombre racional en el trato con Dios y
con su entera creación. Y también el amor de los hermanos se destaca como una forma de
tal temor, que no vacila en tener a los otros por superiores (Flp 2,3).
2. SUMISIÓN DE LOS ESCLAVOS DOMÉSTICOS (2,18-25).
a) Exhortación
(2/18).
8 Esclavos, someteos a vuestros amos con todo temor no sólo a los buenos y
comprensivos, sino también a los rigurosos.
ESCLAVOS/1P:Después de haber exhortado a todos los cristianos a someterse a la
autoridad civil, comienzan ahora las instrucciones a determinados grupos particulares.
Tales catálogos de deberes que incumben a determinadas profesiones y condiciones
pueden designarse como reglas de vida 37. En primer lugar se dirige san Pedro al estado
más bajo. Los esclavos y esclavas representan para Pedro en su forma más pura el tipo de
la concepción cristiana del hombre; en efecto, el cristiano es esclavo de Dios (2,16), y en su
humillación y sufrimiento se hace muy semejante a Cristo (2,21) 38. De aquí que sólo a
esta
primera exhortación a los esclavos se añada el incomparable cuadro de los sufrimientos del
Señor (2,21 b-24), que suena como un retazo del relato evangélico de la pasión. El trato de
preferencia que se da a estos esclavos y esclavas, aparentemente sin derechos ni honra,
se funda en el tema capital de toda la carta, cuya pieza central comienza aquí: consolando
y exhortando trata de convencer de que mantenerse en sufrimientos equivale para el
cristiano a mantenerse en gracia (2,19a.20b; cf 5,12).
Los esclavos deben someterse a los amos con todo temor. Sólo aparentemente se
significa con esto, que el criado o esclavo debe apresurarse a obedecer a cualquier
indicación del amo de casa porque vive en constante temor del castigo. En efecto, en 2,20
se dice que estos mismos cristianos soportan sin miedo golpes inmerecidos; en 3,6 se
exhorta explícitamente a las mujeres a no tener temor; y en 3,14 vuelve a subrayarse que el
cristiano no debe temer a los hombres. No se trata de temor de los hombres sino de temor
de Dios. Los esclavos no deben considerarse esclavos de amos terrenos, sino de Dios. A él
dirigen la mirada con santo respeto cuando obedecen las órdenes de señores de la tierra.
...............
37. Se hallan también en la literatura extrabíblica. Dentro del Nuevo Testamento hay,
además de nuestro texto,
todavía otros cinco pasajes con parecidas reglas de vida: Rm 13,1-7; Ef 5.21-6.9; Col 3,18-
4,1; 1Tm
2,1-3,13; 6,1s; Tt 2,1-3,3.
38. Cf. también Flp 2,5-11.
...............
b) Primera motivación: El sufrimiento es gracia
(2/19-21a).
19 Puesto que es una gracia soportar penas, padeciendo injustamente, con la
conciencia de que Dios lo quiere. 20 Pues ¿qué mérito tenéis soportando golpes
por haber pecado? Pero si los soportáis por haber hecho el bien, esto es una
gracia ante Dios.
Tras la orden seca comienza ahora un tono más suave de explicación: tal obediencia es
agradable a Dios, merece su aprobación; tal hombre halla gracia a los ojos de Dios. ¿Cómo
concibe, pues, Pedro la situación de los interpelados? Los amos de tales esclavos son a
veces caprichosos o hasta malévolos, incluso virulentos, insidiosos. Piensa en situaciones
en las que a un cristiano, precisamente por ser cristiano, se le molesta constantemente con
pequeñas hostilidades disimuladas. Más gravemente que los golpes le afligen a diario estos
desaires inmerecidos. El pobre ha trabajado y ha prestado servicios y en recompensa es
objeto de befas y de irrisiones, quizá porque alguna vez se le ha visto rezar. No tarda en ser
considerado por los otros esclavos como uno a quien se pueden jugar malas partidas, ya
que no salen en su defensa ni el amo de casa ni su capataz.
Algo así es la situación de esos de quienes se dice que comenzaron a brillar con belleza
espiritual, que sobre ellos se posa clemente y con especial complacencia el ojo de Dios.
Todo lo absurdo de la doctrina y de la vida cristianas parece tocarse con la mano...
21a Para esto fuisteis llamados.
San Pedro llega incluso hasta a afirmar que tal es la finalidad de la conversión al
cristianismo, que los destinatarios han sido llamados para esto. El sentido del pasaje no
deja el menor lugar a duda: aceptar el sufrimiento del alma y del cuerpo es el estado a que
apunta en definitiva el llamamiento y la elección de Dios aquí en la tierra. Esto se
comprende bien por otros pasajes de la carta. En ellos se ha trazado el cuadro ideal de un
sacerdocio santo, regio, que ofrece sacrificios por el mundo (2,5.9). Y Pedro desea este
honor para sus cristianos. Mientras antes (2,5) se dijo, a manera de símil, que esta oblación
sacerdotal consiste en entregar el propio yo como una piedra viva de construcción al gran
arquitecto divino, aquí se habla mucho más en concreto de este regio ministerio sacerdotal:
Consiste en soportar calladamente agravios inmerecidos y en tolerar con paciencia golpes
recibidos en el propio cuerpo. En el «para esto» de nuestro texto late la dignidad de la
oblación de sacerdotes regios. Y si miramos más lejos, en este «para esto» brilla ya la
imagen de aquel hombre que «en su propio cuerpo» lleva a la cruz los pecados ajenos
(2,24).
Las palabras que siguen (2,21b) muestran que nos hallamos aquí ante una aserción de
vigencia universal sobre el fin supremo y el sentido más profundo de la condición de
cristianos. Con esto no se quiere decir que todos los cristianos estén llamados sin
excepción y constantemente al sufrimiento. Precisamente en 4,12 se quiere, para
precavernos, se nos indica que no debe extrañarnos si alguna vez nos veamos afligidos
con pruebas. Pero, con todo, muestra la carta que la participación voluntaria, alegre y
jubilosa (1,6) «en los padecimientos de Cristo» (4,13), es lo más grande a que un cristiano
puede ser llamado por Dios. Esto es, en efecto, participación en la realeza y en el
sacerdocio de Cristo...
c) Segunda motivación: El ejemplo de Cristo
(2/21b-24).
21b Porque también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que
sigáis sus huellas.
El último y más valioso triunfo que puede jugar san Pedro en su empeño por lograr una
justa representación de la naturaleza del cristianismo, es su descripción del Señor inspirada
por un corazón amante. Es que Cristo, con sus sufrimientos vicarios, nos mostró en forma
viva el fondo del problema.
La palabra griega que traducimos por ejemplo significa propiamente el modelo de
escritura para niños de escuela, conforme al cual aprenden a diseñar los difíciles trazos de
cada letra. También en terrenos difíciles, por ejemplo pantanosos, puede ser muy ventajoso
disponer de exactos trazados del rumbo que sigue el estrecho sendero. Quizá lo haya
seguido ya anteriormente alguien, sobre cuyas huellas se pueda caminar con seguridad.
Pero si se trata de escalar una empinada roca, entonces el guía que va en cabeza se
volverá constantemente para indicar su camino. Mostrará dónde ha puesto él mismo el pie
derecho, dónde ha podido hallar un agarradero para la mano izquierda. Además, no elegirá
caminos que sean demasiado difíciles para los que le siguen. Sólo tiene un deseo: que
todos juntos lleguen con él a la cumbre. Por esto deben seguirle cuidadosamente y
atenerse confiados a su ejemplo.
Todo lo que a continuación (2,22-24) se dirá de la pasión de Jesús hemos de entenderlo
como ejemplo que debemos imitar. Ahora bien, si todo ha de ser ejemplo, también lo serán
sus sufrimientos vicarios por vosotros, es decir, por nosotros. También nosotros debemos,
soportando calladamente las dificultades, preceder animosos a otros hombres que se
sienten desanimar, y dejando huellas, quizá sangrientas, mostrarles el único camino
posible.
22 Él no cometió pecado ni en su boca se halló engaño alguno».
En estos versículos que comienzan ahora se mueve la mirada de una parte a otra: de los
esclavos que sufren, a Cristo, y de Cristo que sufre, de nuevo a los cristianos. La imagen
del Señor que sufre no sólo surge aquí como un ejemplo estimulante, sino que además
brilla en su grandeza divina exenta de todo pecado: A vosotros, esclavos, se os reprende
por faltas presuntas que en realidad no habéis cometido (2,19), pero Cristo estaba todavía
mucho más libre que vosotros de cualquier culpa. A vosotros se os golpea ahora (2,20)
como si hubieseis hablado descomedidamente, pero en boca de él no hubo nunca una sola
palabra zahiriente, falsa o tendenciosa. Vosotros lucháis todavía con vuestras faltas
(2,11s), mientras que él pudo decir a sus discípulos, que estaban con él día y noche:
«¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?» (Jn 8,46). Y a pesar de esta absoluta
inocencia le envió su Padre por el camino del sufrimiento tan incomprensible para vosotros,
por el camino del servidor de Dios, al que Isaías había descrito anticipadamente de forma
tan impresionante 39.
...............
39. La cita está en Is 53,9. Acerca de 1P 2,21-25 habría que leer, meditándolo, todo el
capítulo 53 de Isaías.
...............
23a Cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; cuando padecía, no
amenazaba.
Tenemos ante los ojos una imagen de Cristo que sufre, tal como no la había trazado
todavía ningún escritor del Nuevo Testamento: un hombre que es insultado, que es
reprendido como un criado que se ha mezclado en cosas que no le importan, que se ve
abrumado de críticas y reprimendas, y él se calla. Salta a la vista la entrañable solicitud de
Pedro por aquellos a quienes quiere exhortar. Y se desborda todo el amor del amigo de
Jesús, que con su temperamento violento, dispuesto a devolver inmediatamente el golpe,
deduce las tentaciones que experimentaría el Señor en aquellas horas de dolor. Más aún:
va todavía más lejos y pinta cuán natural habría sido al Maestro amenazar a sus enemigos
con un castigo de Dios. También para nosotros es de lo más natural esta tentación de
invocar la venganza de Dios por ofensas personales. Pedro nos grita: ¿Dónde queda
vuestra imitación de Cristo?
23b Sino que se entregaba al que juzga con justicia.
Pedro no se refiere a la condenación de Cristo ante Pilato, sino que quiere decir: Cristo
se entregó, entregó su «caso», la entera solicitud de salir por sus derechos ante la injusticia
de que era víctima, a su Padre celestial y con ello nos dio un ejemplo a nosotros, que
tenemos muchas más razones para dejar la venganza en manos de Dios (Rom 12,19). El
versículo que sigue muestra que se trata todavía de mucho más que eso. Cristo no sólo
dejó su «caso» en manos del Juez eterno, sino que él mismo se entregó a la cólera divina
como víctima por los pecados. Dio un ejemplo todavía mucho mayor cuando con humildad
dejó caer sobre sí un castigo sangriento que propiamente correspondía a otros.
Así viene a ser para nosotros «palabra» de Dios que da la pauta. También nosotros, sin
preguntar si lo hemos merecido, debemos estar dispuestos a soportar el sufrimiento,
sabiendo que ha llegado el tiempo «de que comience el juicio por la casa de Dios» (4,17),
ese juicio en el que «el justo a duras penas se salva» (4,18). La historia del género
humano, con todos sus sufrimientos, que con frecuencia tienen que ser soportados
precisamente por los inocentes, resulta más comprensible si la consideramos como grande
y tremendo castigo por los pecados y la desobediencia de las criaturas contra su Creador.
24a Él mismo llevó nuestros pecados en su propio cuerpo y los subió al
madero;
Cristo no sólo llevó al Calvario la carga de nuestros pecados como un sacrificador lleva
su víctima al altar, sino que él mismo, en su encarnación, por medio de su cuerpo humano,
como Dios hecho hombre, se constituyó a sí mismo en esta víctima por el pecado, en el
cordero que tomó sobre sí «el pecado del mundo» (Jn 1,29). Se apropió de tal manera esta
carga del pecado que llegó hasta a hacerse por nosotros «maldición» (Gál 3,13).
Pedro lo ve todavía ante sí arrastrándose hacia el Calvario, donde se erguía ya, visible
desde lejos, el madero de la cruz. Se acuerda de cómo llevaba el palo transversal, de cómo
le clavaron en éste las manos y cómo, pendiente de él, fue izado como una vela sobre el
palo vertical. Los pecados de otros, también los de los esclavos a quienes ahora se dirige
Pedro, los tomó sobre sí y los llevó a este madero -que se convierte en altar- hasta las
últimas horas de su más extremo desamparo.
Pedro no se siente ya capaz de seguir hablando de «vuestros pecados» en segunda
persona, como acababa de decir: Cristo «os» dejó un ejemplo. Habla de nuestros pecados,
porque él mismo se siente afectado con nosotros. Quiere verse envuelto con nosotros en
este amor hecho hombre, en este amor desinteresado...
24b ...para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia.
Aquí se carga el acento sobre el fin positivo del que es condición previa la muerte al
pecado: para que vivamos para la justicia. También en esto es Cristo nuestro modelo. Vivió
para la justicia, dispuesto como estaba a sufrir por los pecados de otros y restablecer así el
orden perturbado. Su amor le impelía a renovar la recta y justa relación entre el Creador y
la criatura. Tampoco para nosotros significa el vivir para la justicia otra cosa que vivir para
el amor, porque el amor cristiano tiene muy poco que ver con los sentimentalismos,
teniendo más bien estrecha afinidad con la voluntad de practicar la justicia. Dada la manera
sobria de pensar de Pedro -que no obstante va siempre hasta lo último- es significativo el
hecho de que para él una vida por el prójimo, una vida que no se retrae ni siquiera de llevar
la cruz por los otros, no significa sino una vida para la justicia. Se trata del justo
cumplimiento del único gran mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón,
con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo»
(Lc 10,27).
24c «Por sus heridas habéis sido curados».
Estas heridas son las señales que la vara o el azote dejan en las espaldas desnudas. En
el capítulo 53 del profeta Isaías, del que están tomadas también estas palabras (Is 53,5), al
hablar de estas heridas se usa una palabra hebrea que contiene la idea de «pintarrajear
con líneas». Esto es lo que debemos oír también aquí implícitamente. Pedro indica a los
esclavos la espalda de Cristo, que es tan semejante a la suya: inmediatamente después de
los azotes se ven líneas hinchadas, de un rojo vivo, quizá también manchas de un rojo
oscuro formadas por hilos de sangre; y después se vuelven las líneas cárdenas y verdes.
Con tales heridas han sido ellos sanados como con amarga medicina. Antes estaban
enfermos, quizá como aquella ramera a la que dijo Jesús: «Tu fe te ha sanado, vete en
paz» (Lc 7,50). Y el hombre en quien ella creyó es precisamente el que más tarde se dejó
azotar, también por ella. Es posible que los destinatarios de la carta se acuerden de que
también ellos fueron sanados en su bautismo y en adelante estarán más bien dispuestos a
soportar por amor, en lugar de otros, los azotes injustos de un capataz.
d) Se concluye la exhortación
(2,25).
25 Erais «como ovejas extraviadas», pero ahora os habéis vuelto al pastor y
guardián de vuestras almas.
La mirada se dirige a uno de aquellos terrenos pedregosos de Palestina en que pacen,
muy dispersas, las ovejas. El rebaño no está ya todo junto. Las ovejas se han puesto a
buscar restos de hierba en pendientes apartadas. El pastor solícito, que sabe que tales
ovejas testarudas, que van errantes de acá para allá, están expuestas a los mayores
peligros de las bestias feroces, quiere volver a recoger su rebaño. Pero para ello no es
necesario correr tras cada oveja y hacerla volver a palos. Basta con escarmentar
ásperamente a alguna de las ovejas del rebaño desperdigado. En seguida volverán
también precipitadamente las otras.
Pedro ve a Cristo como a una de estas ovejas en medio del rebaño disperso que anda de
una parte a otra. Dios Padre, pastor eterno, recoge su rebaño disperso. Ahora bien, la
oveja castigada con los golpes que en realidad había merecido todo el rebaño
desobediente, es el inocente «Cordero de Dios». Mientras restallan sobre su espalda los
golpes, vuelve precipitado al buen camino el rebaño entero, avergonzado y consciente de
su desobediencia. Por la dureza del castigo que tuvo que soportar una oveja comprenden
con cuanta insensatez las había extraviado su terquedad.
A esto añade san Pedro todavía una frase, en la que parece sentirse con más fuerza la
autoridad del apóstol: Estas ovejas descarriadas, estos hombres que anteriormente habían
vivido sin verdadera disciplina del alma han vuelto a su pastor y guardián 40. Aquí se
entiende en primer lugar a Dios Padre. Él es, en efecto, el pastor que con la encarnación de
su Hijo, sobre el que hizo pesar todo el castigo, se cuidó del rebaño disperso. Pero
tampoco está excluido el Hijo. Los cristianos le están, en efecto, sometidos como al pastor
principal (5,4). Sin embargo, este pastor y «guardián» (episkopos) está representado
visiblemente entre ellos por la persona de aquel a quien Cristo dio este encargo:
«Apacienta mis ovejas» (Jn 21,15-17). Pero Pedro conoce todavía otros representantes del
pastor principal: «guardianes», que no recibieron ya inmediatamente del Señor su encargo
de apacentar en el Espíritu Santo «el rebaño de Dios» (5,2). Ninguna de estas tres
perspectivas debe excluirse.
El que puede comprobar, con agradecimiento, que ha encontrado el «obispo» visible en
la tierra, pertenece también, por ello, al rebaño de Cristo (5,4) y está amparado por la tutela
solícita (5,7), aunque a veces también correctiva (4,12) del Padre.
...............
40. «Guardián» está expresado con la palabra griega episkopos que en los tiempos
apostólicos se usa también
como nombre de Dios, pero que se empleaba ya también como título del que estaba
investido de una
determinada dignidad eclesiástica, el obispo (Flp 1,1).
...............
3. DEBERES DE LAS ESPOSAS
(3/01-06).
a) Sumisión (3,1-2).
1 Asimismo vosotras, mujeres, someteos a vuestros maridos, para que si
algunos se muestran rebeldes a la palabra, sin palabra alguna sean conquistados
por la conducta de las mujeres,
El objetivo principal de la carta es consolar a cristianos probados por los sufrimientos y
exhortarlos infundiéndoles ánimos. Así se comprende por qué en este reglamento de vida
se dirige ya en segundo lugar la palabra a las mujeres. Cierto que aquí no se trata, como en
el caso de los esclavos, de una de las capas más pobres del pueblo. Lo que sigue muestra
que Pedro piensa también en mujeres acomodadas que saben vestirse con gusto y
adornarse con joyas de oro (3,3). Sin embargo, no están lejos de los esclavos: conforme al
orden social de la antigüedad, también las mujeres están sometidas a la autoridad absoluta
del cabeza de familia. Esto les origina no pocas molestias, preocupaciones y sufrimientos.
Pero por ello están también particularmente próximas a Cristo. Como los esclavos, también
las esposas acudían a los sacerdotes de la comunidad para exponerles sus aflicciones
interiores, con preguntas que serían más o menos de este tenor: ¿Por qué soy tan
desgraciada en mi matrimonio? ¿Por qué tengo que soportar todo esto? ¿Cómo he de
conducirme con mi marido?
A esto responde el apóstol con las siguientes palabras de liberación: Todavía más que
un apóstol, que anuncia con la boca la buena nueva, la mujer cristiana puede influir con su
ejemplo en su marido. Las mujeres cristianas son absolutamente aptas, incluso en forma
destacada, para la labor misionera. Más aún: hasta hombres paganos que no oyen predicar
pueden dejarse ganar por la vida de una mujer. El cumplimiento callado del deber les hará
percibir una palabra, que en el fondo es una parte de esa Palabra eterna del Padre que se
hizo carne y vive en estas mujeres cristianas...
2 ... observando vuestra conducta pura en el temor.
Una vez más se concibe la vida del cristiano como una marcha, como una peregrinación
(cf. comentario a 1,15). La conducta pura logrará convencer a tales hombres duros. La
«conducta pura», significa en nuestro pasaje, ante todo, moralmente irreprochable, íntegra
y casta. En este versículo nos parece oír a aquel apóstol dotado de experiencias prácticas,
que en su vida conyugal mostraría especial amor y veneración a su esposa 41. Sabe muy
bien que no hay nada que tanto atraiga y ennoblezca a un hombre, aun al más ordinario,
como una mujer que mira por su propia integridad.
...............
41. En la visita que hizo el Señor en casa de Simón Pedro se le rogó primero que curara a la
suegra de éste,
gravemente enferma (Mc 1,30).
...............
b) El verdadero ornato de la mujer
(3,3-4).
3 Vuestro adorno no sea el exterior, de rizado de cabellos, de atavío de joyas
de ora, ni suntuosos vestidos, 4 sino que sea el interior del corazón, lo
incorruptible de un espíritu suave y tranquilo. Esto es lo precioso ante Dios.
San Pedro no dice que el adorno sea reprobable sin más. Por su actitud madura y serena
se distingue de otras amonestaciones más rigurosas de su época. Su objetivo no es
prohibir a las mujeres que se adornen. Lo que le importa es llamar la atención de mujeres
que tienen sentido y gusto de la verdadera belleza, y hacerles comprender que hay un
ornato mucho más distinguido, que les sienta todavía mucho mejor. Es este un ornato que
posee un valor permanente, independiente de la moda, que es precioso incluso a los ojos
de Dios. Como cosas preciosas se suelen designar joyas, perlas y preseas. Todos estos
objetos de adorno son sólo como una sombra, un barrunto del ornato eterno con el que el
día del juicio brillará una mujer cristiana «en alabanza, gloria y honor de Jesucristo» (1,7).
Esta idea del ser humano, verdaderamente valiosa y magnífica, y constantemente
atrayente, que se propone a las mujeres, la anunció ya Jesucristo cuando, refiriéndose a sí
mismo, dijo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso
para vuestras almas» (Mt 11,29). Pedro no teme que se haga problemático el éxito
misionero de una esposa por el hecho de que el interés de una mujer se vea desplazado al
«cuidado de la belleza interior»...
c) Motivación: El modelo de grandes mujeres
(3,5-6).
5 Así se ataviaban en otro tiempo incluso las santas mujeres que esperaban en
Dios, obedientes a sus maridos.
La humildad, la mansedumbre, la paciencia callada son un ornato precioso, con el que
supieron adornarse siempre grandes mujeres. La santidad posee una belleza que le es
exclusiva, un encanto con nada comparable. Con tal santidad brillan las mujeres
antepasadas de Cristo, aquellas santas mujeres del Antiguo Testamento: Rebeca, que se
presta humildemente incluso a sacar agua para los camellos del forastero (Gén 24,18-20),
Rut, que con amor sincero permanece al lado de su suegra y va a espigar modestamente
en el campo (Rut 1,16s; 2,2-17), Ana, que en su aflicción se dirige calladamente al Señor
(lSam 1,10s). «Santa» no quiere decir aquí sencillamente «escogida» o «consagrada a
Dios», sino lo que entendemos realmente por «santa» y es distintivo del carácter ejemplar
de aquellas mujeres. Las primeras comunidades cristianas admiraban la fortaleza de su fe,
su invencible esperanza y humildad. De ello dan para todos los tiempos un testimonio
luminoso, pese a tales o cuales imperfecciones.
6 Así Sara obedeció a Abraham, llamándole señor. Vosotras os hacéis hijas
suyas, practicando el bien...
En el Antiguo Testamento realmente existe un pasaje en el que Sara habla de Abraham
como de su señor, pero apenas si se habla de obediencia: «Rióse, pues, Sara, dentro,
diciendo: "¿Cuando estoy ya consumida, voy a remocear, siendo ya también viejo mi
señor?"» (Gén 18,12). Quizá piensa Pedro también en otros textos del judaísmo tardío que
no han llegado hasta nosotros. Desde los descubrimientos del mar Muerto sabemos que
existían tales descripciones detalladas de las excelencias físicas y espirituales de la madre
del pueblo elegido. Mujeres cristianas que ya antes de su conversión, en su calidad de
«temerosas de Dios», habían entrado en contacto con el judaísmo, tenían el deseo muy
comprensible de ser espiritualmente hijas de Sara. Pensaban seguramente en el magnífico
texto que dirigió el profeta para consolarlos a los desterrados en Babilonia: «Oídme
vosotros, los que seguís la justicia y buscáis a Yahveh: Considerad la roca de que habéis
sido tallados, la cantera de que habéis sido sacados. Mirad a Abraham, vuestro padre, y a
Sara, que os parió en dolores» (Is 51,1s). El que es hijo de Sara, es también hijo de
Abraham. No palabras vacías, y ni siquiera la circuncisión podía asegurar esta filiación. Un
texto judío dice: «El que se compadece de los hombres, es cierto que pertenece a la
simiente de nuestro padre Abraham; pero el que no se compadece de los hombres es cierto
que no pertenece a la simiente de nuestro padre Abraham.» Única y exclusivamente ese
amor que brota de la fe viva y actúa en virtud de esta fe, es capaz de introducir en la
comunidad de esos hijos entre los que se cuentan un centurión de Cafarnaún, un Lázaro o
un Zaqueo.
6b ... y no teniendo miedo alguno.
Estas últimas palabras son las que dan el necesario complemento a la entera
exhortación. Anteriormente se ha insistido desde diferentes puntos de vista en la
subordinación de las mujeres. Sólo aquí, al final, se añade a la imagen de la mujer cristiana
su fortaleza y firmeza. La mujer puede eventualmente ser de diferente parecer que su
marido. Cuando se exhorta a no tener miedo alguno no se piensa necesariamente en el
deseo de un marido pagano de hacer algo indebido, o en sus órdenes conminatorias de
abandonar la fe cristiana. Basta con pensar en las iras antojadizas, en los arrebatos o en
las enfurecidas bravatas del marido que, como es natural, hacen profunda impresión en el
alma de la mujer. San Pedro, pensando en tales escenas familiares, muestra comprensión
con las mujeres y las invita a pensar en su grandeza fundada en lo divino, en su poder y en
su dignidad libre. Su sumisión al marido no debe proceder de timidez y miedo o de
subordinación propia de esclavos. Han sido redimidas por la muerte de Cristo y son por
tanto verdaderamente libres. Por amor voluntario a Dios reconoce la mujer el orden natural
de la creación y se subordina al marido. Ahora bien, esta subordinación como «esclava del
Señor» (Lc 1,38) significa en definitiva, elevación. Así, en conclusión, se muestra lo
equilibrado de la imagen que en esta sección se ha puesto ante los ojos de las mujeres
cristianas. Sus rasgos característicos son: humilde sumisión, amor a la paz, caridad e
inmunidad de todo temor humano como fruto del temor de Dios.
4. EXHORTACIÓN A LOS HOMBRES
(3/07)
a) Exhortación (3,7a)
7a De la misma manera vosotros, maridos, compartid vuestra vida con la
mujer, reconociendo en ella un ser más débil.
Hasta aquí se ha exhortado a todos los cristianos a someterse al Estado (2,13), a los
criados a sus señores (2,18), y a las mujeres a sus maridos (3,1). Ahora, en la exhortación
a los maridos se les invita a reconocer el modo de ser de sus mujeres. Deben reconocer el
valor que éstas tienen a los ojos de Dios y, en consonancia con esto, honrarlas con la
acción. Las esposas y las madres son para san Pedro personas que en muchas cosas se
asemejan al Señor en su pasión. Por razón de sus dolores de cuerpo y de alma soportados
calladamente, pone el Señor en ellas los ojos con especial complacencia. Están en gracia
ante él. Precisamente por su debilidad son grandes a los ojos de la fe 43.
Pedro sabe muy bien que los hombres propenden por lo regular a hacer la corte a
mujeres lozanas, jóvenes y llenas de vitalidad. Por esto los invita a abandonar los criterios
paganos y a enjuiciar en forma cristiana a la compañera de su vida. También de estos
«amos de casa» espera algo de la cristiana locura de la cruz. Es la misma locura que
induce a los esclavos a sufrir inmerecidamente y a las esposas a ceder calladamente
cuando hay diversidad de pareceres. Pedro espera una actitud de los maridos, que les
mueva a mostrarse deferentes y caballerosos con las mujeres precisamente por su
debilidad y por la necesidad que tienen de apoyo.
...............
42. «... pues mi poder se manifiesta en la flaqueza» (2Co 12,9).
...............
b) Primera motivación: La dignidad de la mujer (3,7b).
7b Honradlas -pues también ellas son coherederas de la gracia de la vida-, ...
Aquí se pone ante los ojos de los maridos el punto de vista jurídico: Vuestras mujeres
serán en la eternidad coherederas de Cristo con igualdad de derechos (Rom 8,17). Ya en
1,4 se pintó con los más espléndidos colores la futura herencia «incorruptible, pura e
inmarchitable»: la plenitud de vida de la persona corpórea y espiritual unida con Cristo en
la
comunidad de los santos. Allí no habrá ya estas diferencias de sexo tan acusadas que
tenemos en la tierra. Serán «como ángeles en el cielo» (Mt 22,30). En aquel tiempo era una
novedad inaudita esta asignación de una categoría particular a la mujer. En pocas y
sencillas palabras se ve aquí expresada la doctrina apostólica sobre la relación entre los
esposos definitivamente valedera.
c) Segunda motivación: Peligro de obstaculizar las oraciones (3,7c).
7c ... para que vuestras oraciones no encuentren impedimento.
ORA/IMPEDIMENTOS: Pedro se representa la oración como algo que debe recorrer su
camino antes de llegar a Dios. En este camino se verán como impedidas las oraciones de
los maridos -no se habla expresamente de oraciones en común-, si antes se incurre en
inconsideraciones con las esposas. Nótese que no se trata sólo de oraciones de petición,
en que sería de lo más comprensible el empeño en ser escuchados. Para Pedro es la
oración, el trato del hombre con Dios, el quehacer más importante en la vida espiritual de
los cristianos. En 4,7 se dirá que la sensatez y la sobriedad son la mejor preparación para
la oración. Un cristiano que no es ya capaz de orar eficazmente, descuida su quehacer
principal. Así comprendemos por qué la alusión a los impedimentos de las oraciones
constituye el argumento final de la exhortación a los maridos. Todo el obrar exterior en la
vida de cada día está orientado a la oración. Detalles de la vida cotidiana muy poco
tomados en consideración como, por ejemplo, desatenciones o frialdades entre los
miembros de la familia, no tardan en convertirse en obstáculos que ponen en crisis lo más
importante de todo.
5. COMPENDIO DE LAS NORMAS DE CONDUCTA
(3/08-12).
8 En fin, sed todos unánimes, comprensivos, fraternales, misericordiosos y
humildes.
MORAL/NIETZSCHE: Maravilloso compendio de todas las cualidades espirituales y
éticas que ha de poseer un cristiano como miembro que es de la Iglesia, como piedra de
construcción (2,5) que se adapta a la estructura y la sostiene. Todas estas virtudes están
ordenadas a la comunidad, sin reducirse, sin embargo, a puros motivos naturales, como
sucede hoy con tanta frecuencia. Tener una actitud de servicio es una cosa que sólo se
comprende por razón de la fe en Cristo 43. En efecto, en el mundo de entonces -y en gran
manera también en el nuestro- la humildad, tener un bajo concepto de sí mismo se
consideraba como debilidad. Todavía tenemos en los oídos la fórmula de la «moral de
esclavos del cristianismo» (·Nietzsche-F). Parece que lo único que vale es lo fuerte, lo
noble, lo vital. Aquí, en cambio, se da una verdadera inversión de los valores si somos
«unánimes, comprensivos, fraternales, misericordiosos y humildes».
...............
43. Cf. Mt 18,3a; 20,28 («el Hijo del hombre vino para servir»); Jn 12,26.
...............
9 No devolváis mal por mal ni insulto por insulto; sino, al contrario, bendecid,
porque para esto habéis sido llamados, para ser herederos de la bendición.
Estas exhortaciones a la bondad y a soportar con buen ánimo los agravios suenan como
una aplicación del sermón de la montaña a la vida ordinaria: «Sed, pues, perfectos, como
perfecto es vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). Estos requerimientos de devolver bien por
mal obligan a todo cristiano 44. Jesús no predicó un ideal utópico. Según las
circunstancias, cada uno de los oyentes o lectores de la carta debe proceder en su
ambiente no conforme a la letra, sino conforme al espíritu del sermón de la montaña. En él
no se recomienda que se ceda por miedo en cuestiones de principios. Esto ha mostrado
claramente repetidas veces en la carta (2,16; 3,6). Personas que sacan fuerzas de su
comunión con Cristo no tienen, a fin de cuentas, necesidad de hacer hincapié en su
«honra» personal o en su «buen nombre». Tienen más bien el valor de perdonar incluso a
los que les insultan o les critican indebidamente. El colmo de este perdón está en agraciar
positivamente con la bendición de Dios conforme al precepto del Señor: «Amad a vuestros
enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen; orad por los que
os calumnian» (Lc 6,27s).
El término griego traducido por bendecir significa primeramente «decir bien». Un cristiano
que así «bendice» ha descubierto en el otro algo bueno y gusta de hablar de ello. Además,
le desea el bien, incluso en casos en que no hay razones inmediatamente evidentes de
esta benevolencia. La verdadera razón está oculta. Es la palabra de bendición que fue de
antemano pronunciada sobre este mismo hombre que bendice y que le confirió esa plenitud
de bendición (cf. 1,2b) de la que ahora hace partícipes a otros. A todo hombre regenerado
en el bautismo, Dios le llamó «bueno», como en otro tiempo, antes de la caída, dijo de
Adán
que todo era «muy bueno» (Gén 1,31). Después de la caída cambió la situación. El hombre
no era ya sin más agradable a Dios. Sólo después de que el Hijo de Dios se hizo hombre y
padeció volvieron a cambiar las cosas. Antes se ha dicho que los cristianos están llamados
a padecer (2,21a), ahora se dice que están llamados a poseer la plenitud de la bendición
divina. El que sufre en unión con Cristo es agradable a Dios en manera especial (4,14), es
llamado «bueno» por Dios y posee su gracia y su bendición. Y de tal plenitud de bendición
puede también el cristiano mismo, en su contorno, impartir bendición como sacerdote. Si al
hacerlo utiliza con preferencia la señal de la cruz, entonces su bendición tiene un sentido
profundo.
...............
44. Cf. también Rom 12,9-21; 1Ts 5,13b-22 («Procurad de que nadie devuelva mal por
mal...»); Col 3,12-15.
...............
10 Pues: «El que quiera amar la vida y ver días buenos, guarde su lengua del
mal y sus labios de palabras engañosas. 11 Apártese del mal y haga el bien;
busque la paz y corra tras ella.»
Como antes la sección relativa al éxodo de Egipto (1,13-2,10) se cerró con citas de la
Biblia, también aquí concluyen con versículos del Antiguo Testamento las exhortaciones
del
reglamento de vida. La palabra «pues» sirve de empalme de los versículos del Salmista con
el versículo precedente que hablaba de la abundancia de la bendición. Pedro desea de
corazón esta bendición a las comunidades cristianas y vuelve a repetir en qué consiste tal
bendición: en las virtudes antes descritas, orientadas a la comunidad (3,8). Al hablar de
vida y de días buenos se refiere a la única y misma vida, de profundo gozo ya en este
mundo (1,6), pero que desembocará en un júbilo eterno (4,13) que constituye la herencia
(3,9) de los cristianos. Cuando se habla de guardar la lengua y los labios del mal se
entienden sin duda también los pensamientos recónditos y todavía no expresados del
corazón. Con frecuencia, tales palabras no expresadas acibaran la vida de los hombres
todavía más que los altercados manifiestos y ponen obstáculos a la bendición de Dios.
La imagen de «apartarse» suscita de nuevo la idea de un caminante que se halla en un
camino de la vida (1,13.15). Lo nuevo es la imagen del hombre que corre tras la paz. Esta
expresión se usa también cuando se habla de dar caza a animales o a enemigos que
huyen. Así, todos los que tienen paz deben poner empeño en procurar la unidad y la
reconciliación. El que agota hasta la última posibilidad de restablecer la paz incluso con el
que está enojado, ese corre tras la paz.
Los cristianos que, deseosos de paz, deben correr tras ella, serán portadores de paz
dondequiera que se hallen y a la vez hallarán la vida divina y «días buenos» para sí y para
sus semejantes. En las bienaventuranzas del sermón de la montaña dice Jesús:
«Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Quien
corra
tras el bien, se acercará cada vez más al Dios absolutamente bueno y será coronado con
su filiación...
12 Porque «los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos, atentos a sus
súplicas. Pero el rostro del Señor se enfrenta con los que hacen el mal.»
Por justos se entiende a los que viven «para la justicia» (2,24) a ejemplo de Cristo que
sufre en lugar de otros. Sobre ellos se posan con complacencia los ojos del Señor. A ellos
se dirige su mirada gozosa de aprobación, mientras que su rostro airado se vuelve contra
los desobedientes obstinados.
La Sagrada Escritura está llena de antropomorfismos al hablar de Dios. Esto no
empequeñece la grandeza de Dios, mientras que el hombre sabe de su incapacidad de
comprender el ser de Dios de manera apropiada a éste 45. Desde que el Hijo de Dios se
hizo hombre tienen una nueva legitimación las representaciones antropomórficas de Dios.
Mediante la encarnación se hizo visible el poder, la misericordia, la bondad y la paciencia
de Dios... Cristo, por razón de su naturaleza divina, pero también por ser perfectamente
hombre, pudo decir a Felipe: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9).
Podemos representarnos más fácilmente los ojos de Dios, al pensar en la mirada de
Cristo tantas veces descrita en el Nuevo Testamento. Cuando junto al Jordán fue Andrés
con su hermano Simón, por primera vez, al encuentro del Señor, Jesús fijó «en él su
mirada» (Jn 1,42). Esta primera mirada fue inolvidable para Pedro, como aquella otra
cuando, tras la negación en el atrio del sumo sacerdote, «volviéndose el Señor, dirigió una
mirada a Pedro» (Lc 22, 61). Y al joven rico «Jesús le miró y sintió afecto por él» (Mc
10,21).
Cuando un cristiano ha descubierto la complacencia de los «ojos de Dios» se inflama de
nuevo su deseo de vivir de forma agradable a Dios. Toda la carta podría concebirse
también como una carta sobre el gozo que se cifra en hallar gracia a los ojos de Dios. Gran
consuelo entraña la convicción de que los ojos de Dios se posan sobre una persona que le
teme, como también la seguridad de que Dios ve incluso todo lo bueno que hace tal
persona aunque esté oculto a los ojos de los hombres.
...............
45. Cf. 1Co 13,12: «Ahora vemos mediante un espejo, borrosamente».
............................
III. LOS CRISTIANOS EN LA PERSECUCIÓN (3,13-22).
En los versículos citados de los salmos se contraponía a los hombres buenos y a los que
«hacen el mal» (3,12b). San Pedro se interrumpe en medio del salmo y empalma la idea de
hacer el mal con la otra afín de hacer daño a alguien (3, 13a). Tiene casi por imposible que
haya gentes que, por malicia, creen dificultades a cristianos que cumplen con su deber.
Todas las citaciones ante el juez y todas las persecuciones vienen, más que de mala
voluntad, de desconocimiento del verdadero ser del cristianismo. Por ello se recomienda
que, si es necesario, demos razón de nuestra fe cristiana con valor e intrepidez conforme al
ejemplo de Cristo y manteniéndonos fieles a las promesas del bautismo.
1. PROCLAMAD VUESTRA ESPERANZA
(3/13-17).
a) Objeción fundamental (3,13).
13 Y ¿quién os hará daño, si os dedicáis al bien?
Una piedad auténtica, que vive de la esperanza, entraña ardiente celo por hacer el bien,
un celo por practicar buenas obras, por realizar eso a que se acaba de exhortar (2,11-3,12).
Como siervos diligentes -somos, en efecto, «esclavos de Dios» (2,16)- debemos «buscar la
paz y correr tras ella» (3,11), debemos esforzarnos «intensamente» por mostrar amor a los
otros (1,22; d. 4,8), practicar la hospitalidad «sin murmuración» (4,9). Tal celo se
convertirá
en celos, en envidia mortal, si alguien que se esfuerza por caminar por el camino de Dios,
olvida que todo obrar que parece ser propio sólo es posible gracias a los dones otorgados
por Dios (cf. 4,11), si se olvida de que sólo trabaja con «talentos» que le han sido prestados
por Dios (cf. Mt 25,15).
b) Estad dispuestos a mostraros valerosos (3,14-15).
14 Y si tuvierais que padecer por la justicia, bienaventurados vosotros.
El sufrimiento no es sólo un mal -a veces inevitable-, sino una magnífica oportunidad de
vivir cristianamente. Aquí percibimos implícita- mente como una vibración de gozo,
aunque
sin olvidar que el sufrimiento no deja nunca de ser sufrimiento. Este gozo viene a parar en
una sorprendente bienaventuranza. Sólo una vez vuelve a salir ya a plaza en esta carta la
palabra «bienaventurados»: «Bienaventurados vosotros si sois ultrajados por el nombre de
Cristo» (4,14). El mismo «bienaventurados» se repite nueve veces en el sermón de la
montaña. Allí se concluye con la bienaventuranza de los que son perseguidos por la justicia.
También aquí se deja sentir el júbilo de aquellos textos: «Bienaventurados los perseguidos
por atenerse a lo que es justo, porque de ellos es el reino de los cielos... Alegraos y
regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos» (Mt 5,10.12a). Para Pedro
es la paz inalterable el fruto más obvio de una vida de justicia (3,13). Sin embargo, todavía
menciona un segundo fruto más valioso, a saber, el padecer persecución. Aquí irrumpe
espléndidamente el espíritu de martirio de la carta, alimentado por una ve viva...
14b «No les tengáis ningún miedo, ni os estremezcáis. 15a Antes bien», en
vuestro corazón, «tened por santo al Señor», a Cristo, ...
Pedro expresa sus pensamientos con palabras que le brotan de su familiaridad con el
profeta Isaías. Sin embargo, en tres detalles aparentemente pequeños se desvía de su
modelo. Estos proyectan luz sobre el modo y manera cómo el cristianismo primitivo leía la
Sagrada Escritura meditándola, o sea sobre la lectura de la Escritura en la Iglesia primitiva.
Pedro se basaba en un texto en el que el profeta exhorta a no preocuparse por el asalto
de las huestes enemigas, sobre todo del rey de Asur: «No le tengáis miedo ni os
estremezcáis. A Yahveh Sebaot habéis de temer, a él habéis de tener miedo» (Is 8,12). En
primer lugar san Pedro convierte el singular «le» (el rey de Asur) en plural «les». Con esto
se traslada la cita de la Escritura del pasado al presente. Por razón de los versículos
siguientes podemos entender que san Pedro se refiere a las instancias oficiales, a los
jueces, o también a los sayones que aplicaban el tormento, que tan importante papel
desempeñaban en la justicia romana.
En segundo lugar, el «Señor» es aquí Cristo. Todo lo que en el Antiguo Testamento se
afirma de Yahveh, Señor de los ejércitos, se entiende como dicho del Dios uno y trino y de
Cristo. Finalmente: en el texto del profeta se dice: «A él habéis de santificar, de él habéis de
temer.» Mientras que allí aparece Dios como el tres veces santo (6,3) en una lejanía
inaccesible que impone respeto, aquí se aproxima a la humanidad. «Puso su morada entre
nosotros» (Jn 1,14). Así este Señor debe ser santificado y hasta adorado en forma
completamente personal, en el propio corazón. En él hay que hallar la fuerza de comparecer
sin temor, incluso ante los emperadores, como mártires, como testigos de la verdad.
15b ...siempre dispuestos a responder a cualquiera que os pida razón de
vuestra esperanza.
En los interrogatorios no ha de ocultarse la fe con temor. Del cristianismo no sólo se
puede pedir razón, sino que también se puede dar. Se puede mostrar que es cosa
razonable vivir cristianamente. Esto no quiere decir que después de tal explicación también
el otro haya de creer. Para esto sería necesaria además la gracia, la «visita» de Dios
(2,12). Hay que dar razón, sobre todo, de la esperanza, porque ésta da sentido a la vida
entera, a la presente y a la futura.
¿No es la esperanza en una vida eterna lo que las más de las veces se sustrae a toda
motivación natural? Los apóstoles eran de otro parecer. Estaban convencidos de que
quienquiera que no se deje llevar de prejuicios tiene que reconocer los argumentos que se
pueden aducir en favor de la resurrección corporal de Cristo de entre los muertos. Ahora
bien, si Cristo resucitó, ¿por qué ha de ser irracional el que sus seguidores vivan también
en la esperanza de la resurrección? «Si nuestra esperanza en Cristo sólo es para esta vida,
somos los más desgraciados de todos los hombres» (I Cor 15,19).
c) Pero sin abandonar una actitud benévola (3,16).
16 Pero (hacedlo) con mansedumbre y respeto, teniendo buena conciencia.
Así, los que difaman vuestra buena conducta en Cristo, quedarán confundidos
por lo que hablan mal de vosotros.
También la comparecencia ante el juez es un quehacer misionero. Nunca, en tal
circunstancia, se debe perder el respeto debido a los representantes del Estado (2,17). Más
aún, hay que creer en el buen fondo de tales personas y mostrarles benevolencia. En
efecto, también Cristo procedió así cuando dialogó con Poncio Pilato y, a pesar de su
injusticia y sus respetos humanos, respondió con mansedumbre a sus preguntas y reparos
46. Todo el versículo hace pensar en los acontecimientos del pretorio de Jerusalén: fuera
grita el pueblo que Jesús es un alborotador del pueblo y enemigo del emperador. Sin
embargo, el sosiego y la soberana paciencia con que el acusado está ante los jueces es un
argumento contra todas las mentiras de los acusadores. Los cristianos deben comparecer
ante sus acusadores y jueces, en Cristo, es decir, como Cristo y en unión con él. Deben
mirar a la vida y muerte de Cristo. Más aún, están incorporados al acontecimiento de
Cristo.
En ellos está Cristo nuevamente ante el juez...
...............
46.Cf. Jn 18,34 37; 19,11.
d) Recapitulación: La voluntad de Dios (3,17).
17 Pues mejor es padecer haciendo el bien, si así lo quiere la voluntad de Dios,
que padecer haciendo el mal.
El que de veras pone empeño en vivir cristianamente quiere también hacerse semejante
a Cristo en dar como él una respuesta afirmativa a la voluntad del Padre. Con gran tacto da
Pedro a entender cuánta comprensión tiene de las dificultades y aflicciones que una
persecución acarrea a las comunidades cristianas. Se le ve hasta forcejear por hallar una
forma apropiada para indicar, con la mayor suavidad posible, esta posibilidad de pruebas
enviadas por Dios, con la que hay que contar. Sabe muy bien que este deseo de Dios de
que sigamos el camino doloroso de Cristo a la cruz, no es siempre fácil de cumplir. Y sin
embargo, precisamente en el hecho de ser esta la voluntad y deseo del Padre se ha de
hallar la más profunda consolación de los cristianos afligidos por las pruebas. Sufrir
persecución por la justicia conforme a la voluntad de Dios es algo distinto de comparecer
en
juicio por algún delito. Pedro sabe que con frecuencia la prueba más grave consiste en
verse uno equiparado con los criminales en la opinión pública y en ser estigmatizado como
enemigo del pueblo. Y con todo, hay que aprovechar también esta situación para predicar a
Cristo (3,15b). Pero el consuelo y la fuerza lo hallarán los cristianos en esta convicción:
Nada sucede sin la voluntad del Padre.
2. RAZONES: EL EJEMPLO DE CRISTO Y LAS PROMESAS DEL BAUTISMO (3,1
8-22).
a) Ejemplo de Cristo, víctima por el pecado
(3/18).
18 Porque también Cristo murió una vez para siempre por los pecados, justo
por injustos, para llevaros a Dios.
Una vez más (como en 2,21-25) se pinta la imagen del Crucificado con los colores del
profeta Isaías. La muerte del Señor en la cruz fue un sacrificio por el pecado: «Es que quiso
quebrantarle Yahveh con padecimientos. Ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado,
tendrá descendencia y vivirá largos días» (Is 53,10).
Como Cristo, también sus discípulos, que quizá en un futuro próximo tengan que
comparecer como acusados ante el juez y oír su sentencia de condenación, deben estar
dispuesto a poner su vida en la balanza de la justicia divina como víctimas por el pecado,
por las injusticias de los otros... Así, también ellos llevarán hombres a Dios o- con las
palabras de Isaías- «tendrán descendencia».
18b Entregado a la muerte según la carne, fue vivificado según el espíritu.
Una vez más se muestra un aspecto de la pasión de Cristo, que tiene que decir algo a los
cristianos que deben contar con la posibilidad de ser condenados a muerte: precisamente
en la muerte comenzó la mayor actividad de Cristo. El cuerpo temblaba, se debilitó y se
extinguió.
Sin embargo, en el reino de Dios, este ajusticiado en la tierra comenzó a actuar y a
«atraer a todos hacia sí» (Jn 12,32). También los cristianos que en Asia Menor se
preocupan pensando quién asumirá sus tareas si por su actitud sin compromiso llegan a ser
eliminados, han de saber que entonces actuarán todavía más, que con la muerte comienza
para ellos una vida en el espíritu. La Iglesia primitiva sabía por experiencia de ese poder
que dimana de los hombres que mueren en Cristo. Personas que murieron de esta manera
convirtieron con frecuencia a otros que anteriormente eran completamente inaccesibles.
b) El ejemplo de Cristo predica en el martirio
(3/19-20).
19 Y por él fue a predicar a los espíritus que estaban en la cárcel.
La actividad llena de vida de Jesús, que comenzó con su muerte y puede así ser modelo
para los mártires, se explica por el anuncio de su muerte victoriosa a los espíritus que
estaban en la cárcel. Según la convicción de los primeros cristianos, Cristo, en las horas
que transcurrieron desde su muerte hasta su resurrección, ejerció su actividad en el reino
de los muertos 47. Lo que sucedió en aquel intervalo de tiempo lo describe san Pedro con
imágenes tomadas de las representaciones del judaísmo tardío. La «cárcel» es un lugar
que se ha de entender algo así como en el interior de la tierra, donde los espíritus caídos
están encadenados: un lugar de castigo y de horror. El libro de Henoc habla también de un
encargo que recibió el mismo Henoc: «Henoc, escritor de la justicia, ve, predica a los
guardianes (caídos) del cielo...» Cristo descendió a este lugar para dar noticia de sí y de su
muerte, sin que de este pasaje resulte claro si para la salvación o para la condenación de
sus moradores. Con esta imagen parece expresarse una doble verdad: la acción salvífica
del Señor fue un hecho que abarcaba todos los ámbitos del mundo, que realizaba el juicio y
la gracia de Dios. Y luego: Cristo es el testigo fiel, el mártir que tras su acción salvífica dio
noticia de ella a todos los seres, incluso a los que tenían sentimientos hostiles a Dios. De la
misma manera será anunciado por nosotros en todo tiempo y en todo lugar...
...............
47. Cf. Mt 12,40; Hch 2,24-27; Rm 10,7; Ef 4,8s.
...............
20a Éstos en otro tiempo fueron desobedientes, cuando la paciencia de Dios
daba largas, mientras en los días de Noé, ...
Todavía se desarrolla más esta idea de la predicación. Pedro pasa de los espíritus en
general a determinados hombres desobedientes. Con esto se evocan dos épocas de la
historia de la salvación, en las cuales aguarda cada vez la paciencia de Dios ante el juicio:
el tiempo que precede al diluvio y los últimos tiempos, los tiempos cristianos. A estos dos
períodos corresponden dos grupos de «desobedientes», a los que se predica. A la sazón
del diluvio había gentes que comían, bebían y se entregaban a la lascivia, movidas por la
maldad del mundo de los espíritus caídos. En los tiempos de los apóstoles son los
representantes del Estado, paganos y contrarios a Dios, los que obedecen a las potencias
satánicas como a verdaderas fuerzas motrices. Los cristianos tiemblan ante la idea de tener
que comparecer ante tales jueces paganos (3,14bs). Ahora bien, la mirada a la historia
pasada proyecta nueva luz sobre su situación. Pero el mundo racional está como entonces
ante un juicio inminente (4,7.17). Todavía tienen muchos la posibilidad de conversión, pero
a los temerosos de Dios les incumbe el deber de la predicación. En otro tiempo hizo esto
Noé, «predicador de la justicia» (2P 2,5), luego Cristo, como verdadero Noé, y también
como verdadero Henoc (3,19).
También los cristianos tienen la tarea de pregonar la justicia de Dios con su fidelidad
hasta la muerte. Aparentemente mira Dios con indiferencia su vida en justicia y en temor de
Dios. En realidad, sin embargo, quiere, conforme a su designio inescrutable, dar todavía a
más gentes la posibilidad de decidirse expresamente por él o contra él, y hasta casi
forzarlos a tomar tal decisión (cf. 4,5).
20b ...se preparaba el arca, en la que pocos, o sea ocho personas, se salvaron
a través del agua.
Todavía más claramente salta a la vista la semejanza de la figura con la realidad en que
viven las comunidades cristianas. Entonces todo estaba bajo la amenaza de quedar
aniquilado por las olas de la cólera divina. Pero también entonces se preparó un medio de
salvación, un arca, una caja de madera. Las palabras indican discretamente que se trata de
algo más que de referir un acontecimiento pasado. Así preparar significa un obrar conforme
a un plan inteligente e ingenioso, y quiere decir algo más que fabricar. El mero carpintear
se
ha convertido en una preparación espiritual.
DIA-OCTAVO: Además, llama la atención que se cuente el número de los salvados, pues
es evidente que el número ocho está lleno de significado. Como consumación de la semana
de siete días, vino a ser este número el símbolo de una duración perpetua; en el
cristianismo es el día octavo el día en que se recuerda la resurrección del Señor. El día
octavo se practicaba la circuncisión, que era el estadio preparatorio del bautismo cristiano;
las capillas bautismales del cristianismo primitivo se construían de forma octogonal.
ARCA/CRUZ: Las palabras «a través del agua» hacen todavía más clara la alusión al
bautismo. Noé se salvó a lo sumo del agua o sobre el agua. Sólo en consideración del
bautismo se puede decir con razón que las almas se salvan a través del agua o por medio
del agua. El agua es el medio salvador, por el cual se conduce a los cristianos al madero y
se les señala el madero. De esta manera volvemos al «arca». Esta es aquí símbolo no sólo
de la Iglesia, sino también del madero salvador de la cruz (cf. 2,24). Como Noé en el
diluvio
obedeciendo a Dios, se confió a aquel leño y se salvó, así también nuestra vida se asocia
con el leño salvador de la cruz mediante el agua y la buena voluntad de obedecer...
c) Significado del bautismo
(3/21).
21 Con ella se simboliza el bautismo que ahora os salva, el cual no consiste en
quitar una impureza corporal, sino en un compromiso con Dios a una buena
conciencia; y todo, por la resurrección de Jesucristo.
Lo que hasta aquí sólo se podía deducir de insinuaciones, lo formula Pedro ahora
claramente. Lo que le interesa no son precisamente los acontecimientos de los tiempos de
Noé, sino el hecho del bautismo. Lo que da la pauta no es la semejanza exterior que hay en
el empleo del agua, sino la interior: en ambos casos se sometieron los hombres
incondicionalmente a la obediencia a Dios. Se dice que el bautismo es, ante todo, un
compromiso, un pacto concluido en presencia de Dios. En la carta a los Romanos se dice
que el hombre adquiere una nueva relación de dependencia: Vosotros, «después de haber
sido esclavos del pecado, os habéis sometido de corazón a la forma de doctrina a la que
fuisteis entregados» (Rm 6,17).
Entre las obligaciones que asumen los cristianos en el bautismo se destaca la que es
ahora más oportuna: su promesa de reconocer en todo la santa voluntad de Dios, de
entregarse a ella y, consiguientemente, de someterse también a jueces de la tierra (cf.
3,16).
d) El ejemplo de Cristo triunfante
(3/22).
22 Él está a la diestra de Dios, después de subir al cielo, subordinados a él
ángeles, potestades y virtudes.
En un principio se había mostrado a Cristo como aquel que se sometió a los jueces de la
tierra, que fue voluntariamente a la muerte y que utilizó su muerte para pregonar la obra
salvadora de Dios. Ahora surge su imagen como la del rey que impera, cuyo «escabel» lo
forman enemigos sometidos (Sal 110[109],1). Ahora le están totalmente subordinados. Los
subordinados se designan más en concreto con tres nombres. Pasajes análogos del Nuevo
Testamento 48 muestran que los tres nombres han de entenderse en sentido hostil a Dios.
La palabra «potestades» designa además, ante todo, a los representantes del poder
político. En efecto, en la Sagrada Escritura se funden con frecuencia en una magnitud única
poderes demoníacos invisibles y poderes políticos visibles. Ahora bien, los grandes de la
tierra, sostenidos por el poder de Satán, son ante quienes ahora tiemblan los cristianos. Su
consuelo consiste en que Cristo, desde su pascua, triunfa sobre estos poderes. Así estos
versículos, que muestran al Señor como un modelo tan estimulante, acaban en el tono
fundamental que se había dado ya desde un principio: «No les tengáis ningún miedo ni os
estremezcáis» (3,14).
...............
48.Cf. Rom 8,38; 1Co 15,24; Ef 6,12; Col 2,15.
(_MENSAJE/20. Págs. 49-106)
BIBLIA NT CARTAS PEDRO /1P 4 5
MATERIA: EL NT Y SU MENSAJE: PRIMERA CARTA DE SAN PEDRO
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IV
CONSTANCIA EN LAS TENTACIONES
(4/01-06)
Todavía estamos en la segunda de las tres partes principales de la carta que comenzaba en
2,11 con la interpretación «carísimos». Allí se habían resumido en dos versículos (2,11s)
los
temas de esta parte: la abstención de los deseos carnales y la buena conducta entre los
paganos. Una vez desarrollado el primer tema desde diferentes puntos de vista, vuelve
Pedro de nuevo al primero, el de la sobriedad en el combate.
1. EXHORTACIÓN (4,1-2).
1a Habiendo, pues, padecido Cristo en carne, armaos también vosotros de la
misma actitud...
En 2,11 se había hablado de los «deseos carnales que combaten contra el alma». La vida
en la tierra es tiempo de lucha. Para el desenlace de esta lucha tienen las armas
importancia decisiva. En la carta a los Efesios enumera el apóstol toda la «armadura de
Dios» (Ef 6,11.14ss). La verdad es el cinturón, la justicia es la coraza, los pies están
calzados «prontos para el Evangelio de la paz», la fe es el escudo, la salvación sirve de
casco, y la palabra de Dios, de «espada del Espíritu». Habla también más en general de las
armas ofensivas y defensivas «de la justicia» (2Cor 6,7) y exhorta a revestirse de «las
armas de la luz» (Rom 13,12).
Pedro es de nuevo mucho más sobrio y sencillo: las comunidades han de armarse de la
misma actitud de Cristo. Esta actitud consistió en tomar carne para «aprender la obediencia
(Heb 5,8) sufriendo en la carne. La mejor arma para conquistar la salvación y la vida es
imitar a Cristo en su prontitud para el sufrimiento y para llevar la cruz conforme a la
voluntad
de Dios...
1b ...-porque el que padeció en la carne ha quedado desligado del pecado-, 2
para vivir el resto de vuestra vida mortal, no según las pasiones humanas, sino
según la voluntad de Dios.
San Pedro se refiere a ese padecimiento en la carne que -enviado por Dios- se prueba
libremente y se acepta voluntariamente. Tal actitud no sólo salva el alma, sino que la
fortalece. Un hombre que ha llegado hasta el misterio de la cruz, se ha desligado ya
anteriormente del pecado. Su intento de «armarse» con los sentimientos de Cristo entraña
un ascenso interior.
La imitación amorosa del Señor hecho carne consiste en concreto en realizar la voluntad
de Dios en la vida. Es la misma voluntad cuyo cumplimiento constituía el «alimento» de
Jesús (Jn 4,34). De esta misma y única voluntad brotará en la aflicción una gran paz interior
que contrasta con los muchos deseos, ansiedades y cuidados terrenos, con las «pasiones
humanas». El misterio singular de la asimilación de los sentimientos de Cristo se cifra
precisamente en que un «yugo», al parecer pesado (Mt 11,29), confiere al alma paz,
refrigerio y fortaleza.
2. MIRADA RETROSPECTIVA (4,3).
3 Ya basta con el tiempo empleado en hacer la voluntad de los gentiles, viviendo
en desenfrenos, pasiones, libertinajes, orgías, bebidas y abominables idolatrías.
La palabra «basta» tiene cierto dejo amargo. Si atendemos al versículo precedente y al
siguiente, tenemos la sensación de que en las comunidades cristianas no desaparecieron
tales vicios con el bautismo. Sin embargo, no se amonesta directamente. El apóstol habla
de los vicios como de cosas del pasado. Además acepta como excusa que se hubieran
dejado influir por el ambiente: más que pecar por propia voluntad, habían cedido
irreflexivamente a la voluntad de los gentiles. Aquel obrar sin voluntad como los otros era
precisamente lo contrario de su actual respuesta dada a la voluntad de Dios con voluntaria
y libre decisión...
Gentes que se entregan a un vicio abrigan siempre el deseo de mover a otros a proceder
como ellos, de censurar a los que tienen por aguafiestas. Esto se verificaba todavía más en
tiempos en que la vida pública y el mérito se regían, en gran manera, por estos vicios
autorizados oficialmente. Basten como ejemplos la espléndida construcción recubierta de
mármol de un burdel descubierto en las excavaciones de Éfeso, las casas de lenocinio de
la acrópolis de Corinto o el teatro en la Roma imperial. Pedro traza un triste cuadro de la
prehistoria de los bautizados. Pero son esas mismas personas, a las que, consideradas
como el verdadero Israel (1,13-2,10), ha interpelado como «linaje escogido», como
«sacerdocio regio» (2,9). ¡Cuánto valor y cuánta fe se requiere para mantener los ojos fijos
en el fin sin dejarse ofuscar!
3. EXTRAÑEZA E INSULTOS DE LOS OTROS (4,4).
4 Por eso se asombran de que no concurráis a ese desbordamiento de liviandad
y os insultan.
Se trata aquí de ese asombro que muestra el mundo cuando irrumpe algo de la realidad
divina en el ambiente que les es habitual. Parecía tan natural todo eso que ahora de
repente es calificado de malo por algunos... Cierto que estos no hablan de tales cosas,
pero ya no las practican como los otros. Esto se siente como un reproche. Le quita a uno el
sosiego. ¿Por qué, pues, no proceden como ellos?
En un principio se recurre a buenas palabras. Pero cuando éstas no dan resultado, se
convierte la actitud en odio e insulto de los que «forman corro aparte». Por fuentes no
cristianas sabemos la gran sensación que ya en el siglo l producían los cristianos con su
nuevo estilo de vida. Su manera sobria de ser devotos (cf. 4,7b) los distingue
esencialmente de todas las demás religiones. Muchas cosas actuaban como un cuerpo
extraño en la sociedad y, no obstante, se sentía en lo más hondo que en aquel modo de
comportarse había algo justo, razonable y digno del hombre.
4. MIRADA AL JUICIO FINAL (4,5-6).
5 Ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a vivos y muertos.
J/JUEZ: También las gentes que no han oído nada, o apenas nada, de Cristo tendrán a
Cristo por juez. Todos los que se reían de los que querían vivir rectamente se oponían a
Cristo, pues Cristo sufre dondequiera que hay justos que sufren. Pedro está convencido de
que aquellos que se burlaban sabían en su interior lo que es justo y lo que no lo es. Cristo
es la norma de validez universal para la humanidad y, por tanto, también su único juez. En
el Evangelio de san Juan dice Jesús: «El Padre no juzga a nadie; sino que todo el poder de
juzgar la ha entregado al Hijo» (Jn 5,22). De su juicio no quedarán exentos ni los vivos ni
los muertos anteriormente. Pedro fue precisamente quien anunció a Cristo como tal juez en
presencia del centurión Cornelio. Al hacerlo se remitió a una orden del Señor: «Y nos
ordenó predicar al pueblo y atestiguar que por Dios ha sido instituido juez de vivos y
muertos» (Act 10,42) 49.
...............
49. Cf. 2Tm 4,1 y eI artículo correspondiente en el símbolo de los apóstoles.
...............
6 Porque se ha anunciado el Evangelio aun a los muertos, precisamente para
que, condenados en carne según hombres, vivan en espíritu según Dios.
EV/QUE-ES: ¿Cómo es, pues, posible que se anunciara el Evangelio a los muertos de
siglos o milenios pasados? En el lenguaje no bíblico se empleaba la palabra evangelium
cuando los mensajeros corrían por todo el imperio para anunciar la subida al trono de un
nuevo soberano o el resultado de una batalla decisiva. Tal noticia causaría gozo y
satisfacción a los amigos del nuevo soberano y vendría a ser angustia y castigo para sus
enemigos. Algo análogo sucede en la predicación del Evangelio cristiano, que es noticia de
una victoria espiritual y de una subida al trono para siempre. Aunque propiamente es una
buena nueva, sin embargo, anuncia un castigo para los enemigos de Dios 50.
De esta realidad habla Pedro. Gracias a Cristo y a su muerte por amor a todos los
hombres, lo que es bueno y lo que es malo viene a ser discernible con toda claridad para
los que todavía viven y para los que hace ya tiempo que cesaron de vivir. La cruz es la
piedra de toque en el juicio de «vivos y muertos». Para unos significa esta cruz pena
eterna, para otros vida eterna en la contemplación de Dios: «Los muertos oirán la voz del
Hijo de Dios... y los que hicieron el bien saldrán (de los sepulcros) para resurrección de
vida; los que hicieron el mal para resurrección de condena» (Jn 5,25.29).
...............
50. Acerca de este doble aspecto del mensaje de Cristo, cf. Lc 2,34, y el comentario a 1P
3,19.
...............
V. LA VIDA EN LAS COMUNIDADES
(4/07-11).
Los versículos 4,8-11 compendian las ideas precedentes y proponen ante todo el asunto
más importante: la exhortación al amor de los cristianos entre sí. Antes, el versículo 4,7
forma la transición a esta sección final.
1. PROXIMIDAD DE LA PARUSIA (4,7).
7a El final de todo está cerca.
JUICIO-FINAL/EP: Por lo regular, cuando se habla del fin del mundo, fácilmente se deja
percibir un acento de desaliento y resignación. Para san Pedro significa el fin un gran
acontecimiento, que se espera con un estremecimiento de alegría y de temor. Se avanza al
encuentro de este acontecimiento, porque es «la finalidad de la fe» (1,9). Hasta aquí se
habían orientado ya las exhortaciones hacia esta meta final. La carta entera respiraba una
actitud fundamental que ahora por primera vez se formula explícitamente: el fin cristiano es
tiempo final, los cristianos se hallan en la «hora última» (lJn 2,18). Lo que se decía de los
«elegidos» en 1,1 indicaba ya esta dirección. Pedro puede decir a las comunidades sin
sentimentalismos ni retóricas que ahora ha alboreado ya en realidad esa época de la
historia de la humanidad que anteriormente había sido esperada con tanta ansia por
muchos.
Pero con esto está también inminente el gran juicio. Este conocimiento significa seriedad
(4,17) y gozo a la vez (1,6; 4,13), puesto que el juzgar no consiste sólo negativamente en
condenar, sino también positivamente en restablecer el debido orden querido por Dios.
Como a un soberano que ha de hacer su entrada en una ciudad para hacer justicia, así
aguarda el cristiano al Señor en los años de su vida en la tierra. Este cortejo regio se
acerca cada vez más. Con Santiago querría decirnos también san Pedro: «Tened paciencia
vosotros también, fortaleced vuestro corazón, porque está cerca la parusía del Señor»
(/St/05/08).
7b Sed, pues, sensatos y sobrios para la oración.
ORA/PREPARACION: Todo lo que importa es establecer desde ahora contacto con el otro
mundo, que cada vez está más cerca. La oración es cada vez más importante. Pero no
quiere decirse que los cristianos hayan de orar para poder vivir con sensatez y continencia
hasta el juicio, sino que deben ser sensatos y sobrios para poder orar bien. Toda buena
oración, y no en último lugar la oración litúrgica en común, exige preparación. Aquí se
mencionan dos clases de preparación a las que, conforme al sentido, se puede añadir una
tercera.
SOBRIEDAD/VIGILANCIA VICIA/SOBRIEDAD: En primer lugar se trata de ese
sosiego
interior que permite al hombre formar ideas claras. Se trata de la integridad de la mente y
del alma. Además de esta integridad o buena salud tiene importancia para la oración el
fortalecimiento del alma mediante la abstinencia. Antes se había hablado ya de este
fortalecimiento proporcionado por la sobriedad (1,13). Más adelante volverá a
recomendarse para la situación de combate: «Sed sobrios, velad» (5,8). Con esto llegamos
al tercer presupuesto de la buena oración: la vigilancia espiritual. Sólo a los sobrios les es
posible mantenerse con el alma despierta y en vela. Por esta razón tienen tan íntima
conexión en la doctrina del apóstol la vigilancia y la sobriedad. Pablo advierte: «No
durmamos, pues, como los demás, sino mantengámonos en vigilancia y sobriedad» (lTes
5,6). Sensatez, sobriedad y vigilancia trazan el cuadro del orante cristiano. Son las
cualidades que con tanta viveza puso Jesús ante los ojos del pueblo con las imágenes de
las diez vírgenes (Mt 25,113), y de los hombres que, ceñidos y con lámparas encendidas en
las manos, aguardan a su señor. (Lc 12,35-38).
2. AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS (4/08-09).
8 Ante todo teneos un amor intenso unos a otros, porque el amor cubre multitud
de pecados.
A/CUBRE-P: ¿Cómo debe entenderse esto de que la caridad, el amor cubre multitud de
pecados? ¿Exhorta Pedro al amor mutuo porque desea que en las comunidades cristianas
se encubran las faltas de los hermanos y de las hermanas, se olviden y no se vuelva a
hablar más de ellas? ¿O es tan importante el amor porque cuando los cristianos se aman
mutuamente interviene Dios mismo? Entonces ¿qué pecados encubre? ¿Los del amado o
los del que ama?
Pedro dice: El que piensa en los otros y les hace bien, con ello procura por su propia alma
de la mejor manera. El juicio final está inminente, ya sea en la muerte o al final de la
historia
de la humanidad. Debemos pensar en nuestra vida pasada (4,3). ¿Podremos sostener el
juicio de Dios? San Pedro invita a lo único que también en él fue capaz de encubrir y hasta
envolver en rayos de luz su flaqueza pasada: el amor 51.
...............
51. Compárese la triple pregunta sobre el amor en Jn 21,15-17 con la triple negación en Mc
14,66 72.
...............
9 Practicad la hospitalidad unos con otros sin murmuración.
Sin duda alguna había ya en la primitiva Iglesia cristianos que se quejaban de la carga que
les imponían hermanos en la fe que pasaban de camino. Tal murmuración no parece haber
sido siempre completamente infundada. Ya hacia fines del siglo primero había sido
necesario dar directrices no sólo sobre el modo como se debía practicar la hospitalidad,
sino también sobre la manera de solicitarla. A un predicador de la fe se debe «ser recibido
como si fuera el Señor». Ahora bien, el huésped «debe permanecer sólo un día, o dos en
caso de necesidad. Pero si se queda tres, es un falso profeta» 52 Muchos textos del
Antiguo y del Nuevo Testamento hablan de esa forma de amor del prójimo que trata como
a
un amigo al forastero que está de paso. En el juicio final preguntará Cristo si se dio
albergue a sus hermanos más pequeños (Mt 25,31-40). Pero en ningún otro pasaje se
exhorta a la hospitalidad «sin murmuración». Lo que le interesa a Pedro son precisamente
los sentimientos del que da hospitalidad. A los que acogen al hermano que está de paso los
considera con los ojos de la fe. Con la murmuración se anularía una obra de caridad;
porque «Dios ama al que da con alegría» (2Cor 9,7).
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52 Doctrina de los doce apóstoles 11,4-5.
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3. SERVIOS MUTUAMENTE PARA GLORIA DE Dlos (4/10-11).
10 Que cada uno ponga al servicio de los demás el don que recibió, como
buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.
En la carta a los Romanos se exhorta en manera análoga a poner al servicio de la
comunidad los diferentes dones recibidos. Pero san Pablo se sirve para ello de la imagen
del cuerpo, cuyos miembros deben obrar en común (Rom 12,3-8); Pedro sigue ateniéndose
a su imagen de la casa (cf. 2,5). En la Iglesia, que es la «casa de Dios» (4,17), tienen
muchos administradores sus propias funciones. Con fidelidad y sensatez (Lc 12,42) deben
administrar y distribuir los bienes de su señor. Lo que se les ha confiado es múltiple y
variado. El uno puede quizá dedicarse con vigor al trabajo del campo, el otro, enseñar y
regir una comunidad. La variadísima abundancia de la propiedad divina es tan grande que
nadie ha quedado con las manos vacías. «Cada uno» tiene algo que administrar. A cada
criado ha confiado el señor de la casa su quehacer, todos los «talentos» deben
aprovecharse. Nadie carece de valor; hasta la más pequeña ocupación, natural o
sobrenatural, es don de Dios.
11a El que predica, hágalo como quien profiere palabras de Dios; el que ejerce
un ministerio, como quien tiene poder otorgado por Dios;
Entre la múltiple variedad de los dones de Dios, se fija san Pedro en los dos más
significativos para la administración de las comunidades: el servicio de la palabra, y el
servicio de las mesas (cf. Act 6,2). Tanto en la acción de los seglares como en los
quehaceres de los sacerdotes se trata de dones que han sido confiados por Dios. Por esto,
los que los administran no deben contentarse con pensar calladamente que se trata de una
propiedad de Dios, sino que también los agraciados por ellos deben poder reconocer que
se les reparte algo del tesoro de los dones de Dios. Del modo y manera humilde cómo uno
se pone al servicio de la comunidad con sus energías intelectuales y espirituales, y también
con las corporales y materiales, debería poderse deducir que comprende su deber de
ayudar a los otros con estos dones. Pero sobre todo los que han recibido el encargo del
servicio de la palabra deberían dar la sensación, no ya de dar algo propio, sino de transmitir
lo que han recibido gratuitamente de Dios. Sus palabras deberían ir animadas del mismo
espíritu con que dijo Jesús: «Mi doctrina no es mía, sino del que me envió... El que habla
por su cuenta, busca su propia gloria» (Jn 7,16.18).
11b ... y así, en todas las cosas será Dios glorificado por Jesucristo, a quien
pertenece la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Mediante esa desinteresada y humilde distribución de la riqueza de Dios ha de ser Dios
glorificado. Estas palabras de conclusión no se refieren sólo al ministerio de la palabra y al
servicio, no sólo a las otras obras de caridad mutua intraeclesial, de que se hablaba en 4,8,
sino que se aplican a todo el obrar bien a que se ha exhortado en la parte principal de la
carta 53. Pedro vuelve aquí a la idea que expresó al comienzo de esta parte: «Llevad entre
los gentiles una conducta ejemplar. Así... glorificarán a Dios en el día de la visita» (2,12).
Dios ha de ser glorificado por el hecho de que las gentes vean en los cristianos un modo
de vivir honrado y servicial precisamente en la vida cotidiana y en su trato mutuo. Por ello
deben conocer que hay todavía otro mundo y otros valores invisibles. Por el mero hecho de
reconocer esto incrementarán la gloria de Dios.
La carta entera está penetrada de la idea de la gloria eterna de Dios. 54. Tal concepción
del mundo orientada a la gloria de Dios sigue la tradición del Antiguo Testamento. En una
oración de la sinagoga se dice: «Alabado sea Dios que nos creó para su glorificación.»
...............
53. Cf. 2,15.20; 3,6.17.
54. Cf. 1,7; 4,13s; 5,1.4.10.
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Parte tercera
META FINAL DE LA VOCACIÓN CRISTIANA
4,12-5,11
Por segunda vez (cf. 2,11) vuelve a comenzar san Pedro con la interpelación «Queridos
hermanos». La parte central (2,11-4,11) ha terminado. Ahora comienza la tercera y última
parte. La palabra «amén» no significa precisamente que originariamente terminaba aquí
(4,11) la carta. Lo que sigue desde 4,12 no es una añadidura posterior. En la primitiva
literatura cristiana tropezamos con frecuencia en medio del texto de las cartas con
semejante alabanza de Dios reforzada con la palabra «amén», que quiere decir: «En efecto,
así es y así tiene que ser» 55.
Pedro vuelve una vez más a la idea fundamental y la profundiza. Nos referimos
principalmente a los conceptos de purificación (compárese 4,12 con 1,7), del sufrir con
Cristo (compárese 4,13 con 2,20s), de las buenas obras (compárese 4,14-18 con 2,12), de
la subordinación (compárese 5,5 con 2,13-3,6) y de la gloria eterna (compárese 5,10 con
1,7).
...............
55. Por ejemplo, la carta de san Clemente romano a los Corintios (hacia el año 95), que
tiene tanta afinidad con
la primera carta de san Pedro, se interrumpe, a lo que parece, diez veces con tales
doxologías. Cf. también
las dosologías con «amén» en Rom 1,25; 9,5; 11,36: 15,33; Ga 1,5; Ef 3,21; 1Tm 1,17.
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1. SUFRID EN UNIÓN CON CRISTO
(4/12-19).
a) Alegría en los padecimientos (4,12-14).
12 Queridos hermanos, no os extrañéis del incendio que se ha producido entre
vosotros para vuestra prueba, como si os hubiera sucedido algo extraño.
Al leerse esta carta en la celebración litúrgica, los «elegidos» deben pensar de otra manera
que antes sobre las pruebas que les han sobrevenido. Así comienza la parte final de la
carta. Que la pasión de Cristo acompañe a los cristianos en el camino de la vida es
sencillamente lo normal. Cierto que aquí se trata de un sufrimiento especialmente doloroso,
de un incendio. Ya en 1,7 se había hablado del fuego que purifica, al que Dios ha de
someter todavía el oro de su fe. Este fuego purificador no está constituido únicamente por
persecuciones e injusticias exteriores 56. Puede también deberse a tentaciones interiores
57. Es muy de notar que en el Apocalipsis se designa con la misma palabra «incendio» la
ruina de la Babilonia enemiga de Dios al final de los tiempos (Ap 18,9.18). Así en toda esta
sección de la carta se percibe no sólo el motivo de la purificación por el fuego, sino también
el del fuego final y con él el del juicio final. Dado que Dios mismo es un «fuego
consumidor»
(Is 33,14), tanto más afectará este fuego a cada uno y a la humanidad entera, cuanto más
se acerquen a Dios. Sólo lo que sea genuino y verdadero podrá subsistir en medio del
fuego de Dios.
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56. Cf. 2,18-20; 3,14.17.
57. Cf. 2,11; 4,2.
...............
13 Más bien, a medida que tomáis parte en los padecimientos de Cristo,
alegraos, para que también en la revelación de su gloria saltéis de gozo.
Pedro invita al gozo por la gracia de poder tener parte en los padecimientos de Cristo.
Exhorta así: Alegraos precisamente de participar en la pasión. Si os gozáis participando en
los padecimientos de Cristo, os iréis preparando para gozar eternamente con Cristo. Esto
sólo es posible si tal asociación en los padecimientos es en el fondo una asociación en el
amor, si brota de un gran amor completamente personal a nuestro Señor Jesucristo. En el
tránsito de esta vida a la eterna no se modifica nada esencial. Únicamente se intensificará
hasta el extremo la comunión en el amor.
Aquí topamos con un rasgo fundamental, oculto, de la carta entera: la unión con Cristo en
amor de amistad y el ardiente deseo de hacerse semejantes a él por amor es lo que inflama
a Pedro y la meta a que él desearía conducir a todos los «peregrinos elegidos».
14 Bienaventurados vosotros si sois ultrajados por el nombre de Cristo, porque
algo de la gloria y el Espíritu de Dios descansan sobre vosotros.
Esto sugiere dos imágenes: la imagen más fácilmente comprensible trae a la memoria el
bautismo de Cristo en el Jordán. Mediante el descenso del Espíritu Santo se hacen los
cristianos humillados semejantes al Mesías humillado en el bautismo. Pero no se dice sólo
que «el Espíritu de Dios» desciende sobre los que son ultrajados por el nombre de Cristo,
sino además que reposa sobre ellos algo de la gloria. Con frecuencia dicen los libros del
Antiguo Testamento que la gloria de Dios, su majestad, descendió sobre la asamblea de
Israel «llenando la casa del Señor» 58. El verdadero templo y la casa espiritual de Dios
(4,17) son los cristianos perseguidos. Sobre ellos desciende preferentemente la gloria del
Señor.
Gran sensibilidad muestra el hecho de mencionarse aquí entre todos los padecimientos el
de ser ultrajados por el nombre de Cristo. Es que éste es especialmente doloroso. Este
versículo tomado de la vida ordinaria está en espíritu muy cerca de las palabras del sermón
de la montaña, tan extrañas al mundo y tan impregnadas de ideal: «Bienaventurados seréis
cuando, por causa mía, os insulten» (Mt 5,11).
...............
58. 2Cro 7,1; del fuego, o de la nube, que anunciaba la presencia de la «gloria» de Yahveh
habla, por ejemplo,
Ex 40,35; 1R 8,11; Is 4,5, Ez 43,5; Ap 15,8.
...............
b) Sufrid por la justicia (4,15-16).
15 Que ninguno de vosotros tenga que sufrir por criminal, o por ladrón, o por
malhechor, o por entrometido. 16 Pero si es por cristiano, no se avergüence, sino
dé gloria a Dios por este nombre.
Sólo tres veces aparece la palabra cristiano en el Nuevo Testamento. Por primera vez
hacia el año 40 d.C., se comienza a llamar así a los miembros de la comunidad en
Antioquía
(Act 11,26). En el verano del año 60 d.C., es ya el nombre de cristiano una designación
corriente y obvia para el rey Agripa II, en Cesarea (Act 26,28). En nuestra carta se cita este
nombre por tercera vez. A los seguidores de Cristo se los llama cristianos, como a los
adeptos de Herodes se los designa como herodianos. Según la posición con respecto al
jefe del partido respectivo es esta designación un título honorífico o un insulto. Los relatos
de los escritores romanos Tácito y Plinio 59 dan a entender la situación jurídica que tiene
presente san Pedro: a los cristianos en los tribunales no se les echa en cara, como capítulo
de acusación, sino su condici6n de cristianos. En este nombre y por este nombre, unidos
vitalmente con el Cristo, deben «dar gloria a Dios». Lo que verdaderamente importa en
primer lugar es contribuir a la glorificación de Dios mediante una vida ejemplar. Pero ahora
se trata de glorificarle mediante la sumisión a la «prueba» (4,12). Será un honor sufrir
ultrajes por el nombre de Jesús, ya que él también fue ultrajado.
...............
59. TÁCITO, Ann. 15,44; PLINIO, Ep. 96 (97).
...............
c) Sufrid convencidos de que comienza el juicio final (4,17-19).
17a Porque ya es tiempo de que comience el juicio por la casa de Dios.
El primer «porque» (4,14) había introducido la idea de que la gloria de Dios y el Espíritu
reposa con preferencia sobre los que sufren. Como segunda razón de su bienaventuranza
se dice: Además, es ya el tiempo del juicio. En este segundo argumento, como en el
primero, tiene Pedro ante los ojos la Iglesia como «casa de Dios», como templo de Dios.
Los profetas habían hablado ya del comienzo del juicio por el templo. Ezequiel describe
circunstanciadamente el comienzo del juicio divino: Dios llama a los poderes que «han de
ejecutar la sentencia en la ciudad». Primeramente el «varón» sacerdotal, «que estaba
vestido de lino», ha de ir por en medio de la ciudad santa, por en medio de Jerusalén, y
«señalar con una cruz la frente de los que suspiran y se lamentan por todos los horrores
que se han producido en la ciudad». Sólo ellos serán perdonados. Luego se transmite la
orden: «Pasad en pos de él por la ciudad y herid... Comenzad por mi santuario.
Comenzaron, pues, por los ancianos que estaban delante del templo (en el atrio de los
sacerdotes). Y les dijo: Profanad también la casa (el templo propiamente dicho), henchid de
muertos los atrios. Salid luego y comenzad a matar por la ciudad» (Ez 9,1-7) 60. Es la
imagen de un destacamento de soldados que con la espada desenvainada salen del templo
y se lanzan por la ciudad y luego entre los pueblos. En esta imagen late la convicción de la
necesidad de una última purificación, ante todo también del pueblo de Dios.
Se podría utilizar otra imagen: los hombres delante del tribunal son como enfermos que
aguardan la intervención necesaria, pero dolorosa del médico. A los enfermos que le están
más allegados se dedicará el médico con más empeño, pese a los inevitables dolores.
Santos, como santa Catalina de Génova, que consideraban como una gracia sufrir ya en la
tierra y anticipar los tormentos purificadores del más allá, vivieron esta verdad de la
Escritura.
...............
60. Cf. Jr 25,29
...............
17b Y si empieza por nosotros, ¿cuál será el final de los que se rebelan contra el
Evangelio de Dios? 18 Y «si el justo a duras penas se salva, ¿dónde podrá
presentarse el impío y el pecador?».
La exhortación a los buenos se acentúa con el recuerdo de la suerte de los pecadores
empedernidos. Las dos interrogaciones dan más fuerza a las recomendaciones (4,12-17a).
Sólo a duras penas se salva el justo. Aquí se deja sentir toda la inseguridad en que se halla
el cristiano durante su tiempo de lucha en la tierra. El mismo san Pablo escribía a los
filipenses que todavía no había alcanzado la meta y que todavía tenía que correr tras el
premio de la victoria (Flp 3,12-14). Lo serio de la situación está expresado en la sentencia
del Señor, según la cual sólo se salvará el justo que se mantenga firme hasta el final» (Mt
24,13).
Esta fatiga, este «a duras penas», deja presentir también algo de las fatigas educativas
que debe prodigar el Padre celestial para llevar a sus hijos a la perfección. Pero la mayor
fatiga para salvarnos hubo de experimentarla el Salvador y Redentor. «Fatigado» se sentó
una vez Jesús junto al pozo de Jacob (Jn 4,6). Para salvarnos tomó sobre sí la pobreza, el
trabajo penoso, el caminar de una parte a otra sin albergue y, finalmente, la muerte en
cruz.
19 Así pues, también los que sufren según la voluntad de Dios, pongan sus
almas en manos del Creador fiel, practicando el bien.
Dios es creador, el cual, soberanamente y manteniéndose invariablemente fiel a sí mismo,
produce y conserva el mundo. Con esto se responde con la mayor sencillez a todas las
preocupaciones e interrogantes sobre el sufrimiento, que constantemente se hacen
presentes en la carta: Dios es el Creador. No procede sin razón. Vosotros sois criaturas y
tenéis que someteros.
Cuando fallen todas las consideraciones, el pensamiento en el Creador y en la propia
condición de criaturas dará fuerza y constancia en la aflicción. Pero la constancia y la
perseverancia no es algo pasivo: debemos esforzarnos por practicar el bien. Una y otra vez
resuena esta recomendación 61. Con frecuencia, mediante el contraste con los que «obran
el mal», con los malhechores 62, se había mostrado todavía más claramente de qué se
trataba: de la prontitud para prestar servicio y del amor desinteresado, que se hacen
patentes en buenas obras en el ámbito de la familia, en la comunidad y sobre todo en la
vida pública. Practicar el bien es el deber que no varía nunca, pese al sufrimiento y hasta al
«incendio». Los cristianos deben poner «sus almas» en manos de Dios, para que las
purifique, y a la vez perseverar en la práctica del bien.
No es quehacer fácil entregarse constantemente a Dios en la fe. Ahora bien, Cristo fue el
primero en seguir este camino (2,23) haciéndose cordero de Dios destinado al sacrificio.
También la vida del cristiano, con la entrega incondicional y constantemente reiterada, del
propio yo al Creador, vendrá a ser víctima en el «fuego» de Dios.
...............
61. Cf. 2,12.14s.20; 3,6.11.13.16.17.
62. Cf. 2,14; 3,12,17.
...............
2. EXHORTACIÓN A LOS PASTORES DE LA GREY DE DlOS (5,1-5)
a) Exhortaciones a los ancianos
(5/01-04).
1 Así pues, a los ancianos que están entre vosotros, exhorto yo, anciano como
ellos, con ellos testigo de los padecimientos de Cristo y con ellos participante de
la gloria que se ha de revelar:...
La carta va dirigida a las comunidades en cuanto tales, a todos sus miembros. Esto se
muestra aquí por el hecho de que con el aditamento «entre vosotros» se destaca la
categoría de los dirigentes. Pedro se dirige a los ancianos y él mismo se designa, en unión
fraternal, como uno de los ancianos, como ellos. «Anciano» es un cargo y designa un
sacerdocio especial distinto del sacerdocio común, del «sacerdocio santo» (2,5), que
forman todos los cristianos.
La exhortación a los ancianos se introduce con las palabras así pues. Hemos acabado de
oír hablar del cumplimiento del deber en la vida cotidiana -pese a los sufrimientos-, y antes
se habló todavía de la conexión entre sufrimiento y gloria (4,13). Empalmando con ello
dice
el apóstol: También los ancianos -y ellos muy especialmente- tendrán necesidad de
practicar el bien en el cumplimiento diario del deber, y con la esperanza en la gloria eterna
deberán asociar la convicción de la necesidad de la cruz.
2a Apacentad el rebaño de Dios que está entre vosotros...
La primera palabra es significativa tocante al espíritu de esta sección: Apacentad. Pedro
mismo recibió del Señor este encargo: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,16). En el Antiguo
Testamento se hallan ideas semejantes: «Apacentar» implica soberanía de rey y guía
comprensiva 63. El que apaciente tiene que cuidarse del pasto y del agua. Proporcionará a
su rebaño alimento espiritual, como Jesús, que se compadecía de las multitudes y las
instruía, pues se hallaban «como ovejas sin pastor» (Mc 6,34). Pero con especial solicitud
se cuidará de los pequeños y de los débiles y buscará a los extraviados. Más aún, a
ejemplo de Cristo ha de estar dispuesto a dar su vida por sus ovejas. El pastor es el jefe del
rebaño, del que depende su prosperidad. Un pastor sin rebaño se pierde. Por ello es tanto
más significativo el requerimiento de «apacentar» que se hace a los ancianos. Pedro
parece ser consciente de su posición privilegiada. ¿En este «apacentad» no se encierra ya
algo de la futura estructura jerárquica de la Iglesia?
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63. Cf. Is 44,28; Zac 11,4-7; Ez 3-4,13; Jn 10,4.
...............
2b ...vigilando, no obligados por la fuerza, sino de buen grado, según Dios;...
El encargo general de apacentar el rebaño de Dios se desarrolla en tres exhortaciones
particulares. Cada vez se contrapone la imagen del buen pastor a la del malo. La primera
instrucción presupone la institución oficial de los ancianos. Con toda seguridad no se les
impuso su cargo a la fuerza. Pero a lo largo de los años de servicio se daba la posibilidad
de sentir este cargo como una carga. Con las palabras de buen grado se indica un
cumplimiento gozoso del deber, su desempeño voluntario y espontáneo. Tal opción
voluntaria es «según Dios», conforme a Dios, cuando hay sumisión a su voluntad,
aceptación de su voluntad, unión con ella. El Hijo de Dios dio voluntariamente «su vida por
las ovejas» (Jn 10,11).
2c ,..y no por sórdida ganancia, sino con generosidad;...
«No por sórdida ganancia» podría quizá expresarse mejor, aunque menos literalmente, por
«no para aprovecharse». Ya en aquel tiempo parece haber sido un abuso del clero el sacar
provecho a costa de la comunidad. La exhortación presupone que los ancianos -a los que
quizá pudiéramos compararlos con nuestros párrocos- recibían un sueldo o donaciones
voluntarias de los fieles, conforme a la norma del Señor: «El obrero merece su sustento»
(Mt 10,10). Pedro no rechaza la remuneración de los ancianos por la comunidad. Lo que
reprueba es la avidez de lucro, la codicia de las clérigos. Cuando los miembros de la
comunidad solicitan servicios de anuncio de la palabra o administración de sacramentos,
deben prestarse con generosidad, sin dejar de oír ni una palabra de compensación o de
honorarios.
3 ...no como poseedores de un lote, sino siendo modelos para el rebaño.
Pedro presenta aquí un tercer aspecto de la misión del pastor: «Apacentad». Los ancianos
no deben dominar como dictadores sobre su lote. Esta palabra designa en el Antiguo
Testamento la parcela de tierra, la propiedad que tocó en suerte como patrimonio a las
tribus de Israel. Pero también Israel se entendía como «el pueblo y la heredad» de Dios. Así
el apóstol pone en guardia a los ancianos contra el dominio despótico sobre las
comunidades, ya que éstas no son patrimonio de los ancianos, sino propiedad y heredad
de Dios.
Un segundo significado se percibe todavía en esta palabra, a saber, el de «grado
jerárquico». Se quiere dar a entender el puesto en la jerarquía de la comunidad, clérigos y
laicos, que a cada uno se confirió real o sólo figurativamente mediante la asignación de un
puesto. En este sentido, se trata de una advertencia contra la modificación o colación
arbitraria de los cargos en las comunidades. Al rebaño de Dios no se le debe inquietar sin
necesidad.
Los ancianos deben dar a la comunidad ejemplo de fiel cumplimiento del deber. Deben, ir
por delante como Cristo (2,21) y dejar al rebaño su ejemplo, sus «huellas» (2,21) como la
mejor exhortación. Para guiar a los súbditos con el ejemplo se requiere el cumplimiento de
los deberes cotidianos con toda humildad y teniendo ante los ojos la admonición de Jesús:
«El que quiera ser entre vosotros primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,44).
4a y cuando se manifieste el mayoral de los pastores...
El título de mayoral designa una profesión. El mayoral recibe sus encargos de un señor
rico que posee grandes rebaños. En el ejercicio de su función le ayudan otros pastores que
están bajo su vigilancia. Cuando Pedro designa a Cristo como mayoral o pastor supremo,
esto quiere decir que Cristo es pastor juntamente con los ancianos, pero como su cabeza. A
ellos, que son sus pastores auxiliares o sus lugartenientes, les dará encargos y les otorgará
su recompensa conforme a su solicitud por el rebaño.
Tienen que apacentar el rebaño de Dios, que es a su vez el rebaño de Cristo 64. A su
retorno examinará Cristo si ha crecido su rebaño, qué rendimiento ha dado, cuántas reses
se han perdido. En la imagen del pastor supremo, al que el Padre dio las ovejas (Jn 10,29),
pero que dio a otros el encargo de apacentarlas con él y como sus representantes (Jn
21,16), asoma el misterio de la sucesión apostólica. Lo que a nosotros más nos asombra en
el orden salvífico de Dios no parece ser siquiera el hecho de que el oficio pastoral pasara
de los apóstoles a las manos de otros, sino el que el Padre confiara a Cristo el cuidado del
rebaño de Dios y el que Cristo lo confiara a hombres débiles.
4b ...conseguiréis la gloriosa corona de amaranto.
El apóstol no se detiene en la imagen escueta de un mayoral que paga el sueldo a sus
pastores auxiliares, sino que pasa a la imagen regia de la coronación. Aquí confluyen todas
las representaciones de alegría, de triunfo y de realeza. Pedro propone a los pastores que
se hayan hallado fieles una corona de inmarcesible amaranto 65. Esta corona de flores de
un rojo oscuro es símbolo de la gloria imperecedera de Dios, de la que ellos mismos serán
partícipes. Gloria eterna será su recompensa y el premio de su victoria. Así, la exhortación
a los pastores y ancianos termina en esta carta pastoral con una mirada dirigida al triunfo
eterno. Todos los defectos del clero de que se hablaba en 5,2s. parecen olvidados, e
irrumpe la elevación de ánimo, fundada en el poder de la redención de Cristo.
...............
64. Cf. Jn 10,27-30; 7.Mt 25,31-46; Hb 13,20
65. El amaranto es una conocida planta de jardín: una mata baja, con flores oscuras, que
cuelgan muy largo. En
España es conocida la variedad llamada «moco de pavo».
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b) Exhortación a los jóvenes
(5/05).
5a Igualmente vosotros, jóvenes, someteos a los ancianos.
Como en el caso de los ancianos, tampoco en el de los jóvenes se trata en primer lugar de
edad, sino de categoría en el orden eclesial, de un título. Estos jóvenes deben
seguramente entenderse como auxiliares y cooperadores de los prepósitos de las
comunidades y pueden considerarse como un grado preparatorio de los clérigos inferiores.
En los Hechos de los apóstoles aparece por primera vez tal servicio auxiliar en la
administración de las comunidades, desempeñado por jóvenes: «jóvenes» son los que
llevan a enterrar a Ananías (Act 5,6).
La subordinación de los jóvenes a los ancianos, tan difícil en todos los tiempos, la ve Pedro
con los ojos de la fe. Así no es una humillación, sino una posibilidad de poner en práctica el
primer y supremo mandato, el del amor de Dios.
c) Exhortación a todos.
5b Revestíos todos de humildad en servicio mutuo, porque «Dios resiste a los
soberbios y da su gracia a los humildes».
La última razón por la cual san Pedro exhorta tan a menudo y con tanto empeño a la
sumisión, no es para que la vida de la comunidad se deslice sin fricciones. Es decisiva la
idea de que el humilde es agradable a Dios y semejante a Cristo. Está en gracia con Dios.
En servicios mutuos y también precisamente en trabajos humillantes avanza el discípulo en
la imitación de Cristo, que vino a dar satisfacción por la soberbia del hombre mediante un
servicio de obediencia. Todos, clérigos y laicos, deben ceñirse la humildad como un
cinturón.
Pedro pensaba quizás en la última noche de Jesús en el cenáculo: «...se levanta de la
cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en el lebrillo y
se pone a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido»
(Jn 13,4s). Tal es el ejemplo que hay que imitar, tales son las «huellas» (2,21) que han de
seguir todos los cristianos.
3. EXHORTACIÓN A PERSEVERAR
(5/06-11).
a) Exhortación a la confianza en Dios (5,6-7).
6 Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que os exalte a su
tiempo.
El apóstol piensa en otra manera de humillación. Ésta recibe su nota especial de la imagen
de la poderosa mano de Dios. Ya ha habido persecuciones y otras están inminentes. Pedro
aconseja: Dejaos humillar y doblegar por hombres que no son sino instrumentos de Dios,
pues así entráis en la esfera de dominio de Dios. La omnipotencia de Dios que juzga, pero
que también cuida del hombre en su «poderosa mano». La mano que es activa y eficiente
es símbolo del eficaz despliegue de poder por Dios. En el Antiguo Testamento, sobre todo
en relación con el éxodo de Egipto, se habla constantemente de la «mano del Señor», que
es más fuerte que la «mano de los egipcios». «Aquel día libró Yahveh a Israel de las manos
de los egipcios, cuyos cadáveres vio Israel en las playas del mar. Israel vio la mano potente
que mostró Yahveh para con Egipto, y el pueblo temió a Yahveh» (Ex 14,30s). Bajo esta
mano poderosa deben dejarse humillar los cristianos por los golpes de la fortuna. Esta
mano de Dios tendrá poder para levantarlos de nuevo.
En el espíritu y con palabras de nuestra carta informa el año 177 la comunidad de Lyón a
las de Frigia sobre el triunfo de los mártires, que algunos de entre ellos habían reportado
con la poderosa asistencia de Dios: «Tales aflicciones hubieron de soportar las Iglesias
cristianas bajo el mencionado emperador... Se habían humillado bajo la poderosa mano de
Dios, por la que ahora han sido tan exaltados» 66
..............
66. Transmitido por EUSEBIO, Hist. Eccl. v, 2.
...............
7 «Echad sobre él» todas «vuestras preocupaciones», porque él cuida de
vosotros.
Como quien pone un peso sobre una bestia de carga deben los cristianos descargar en el
Padre celestial sus preocupaciones. El Salmista, puesto en aprieto por sus enemigos, cobró
ánimos con estas palabras: «Echa sobre Yahveh tu cuidado, porque él te sostendrá» (Sal
55 [54], 23) 67. En medio de todos los sufrimientos de las persecuciones no olvidará Dios a
sus comunidades. Más aún, nadie se cuidará de ellas tanto como él. Cierto que no se le
pueden dar prescripciones sobre cómo lo ha de hacer. Animados por la fe debemos
confiarnos a Dios.
Anteriormente se ha dicho que debemos perseverar en la práctica del bien y dejar a Dios el
cuidado de nuestro yo (4,19). Descargar nuestras propias preocupaciones en Dios no
excluye que nosotros nos preocupemos por otras personas, ya que tratamos de hacerles
bien. Así entendieron las primeras comunidades las nada fáciles palabras del Señor: «No
os afanéis... Buscad primero el reino y su justicia» (cf. Mt 6,25-34). Debemos ser para con
el Padre celestial como un niño pequeño, que, despreocupado del propio futuro, sólo
piensa en cómo podrá dar gusto a su padre obedeciéndole (cf. 1,14).
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67. La liturgia utiliza acertadamente este texto como gradual el tercer domingo después de
pascua. La epístola
está tomada de nuestro texto 1P 5,6-11, el evangelio, de Lc 15,1-10: el buen pastor busca
la oveja perdida y
la vuelve al redil sobre los hombros.
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b) Exhortación a la vigilancia
(5/08-09).
8 Sed sobrios, velad. Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda
buscando a quién devorar.
El versículo comienza con un doble y abrupto grito de alarma, lanzado en un apuro
extremo. Los fundamentos de la fe se hallan en peligro... ¿Se hacen todos bien cargo de la
situación?
Tratemos de representarnos el cuadro. Una vez que el rebaño ha sido recogido en el redil
para pasar la noche, poco pueden de suyo con él las bestias feroces. El redil está protegido
con un cerco de piedras y con un seto formado por una maraña de espinas. Sin embargo,
en medio de la noche parece de repente retumbar la tierra: A muy poca distancia ruge un
león. Un terror pánico invade a todo el rebaño. «Las ovejas corren como locas hacia el seto
de espinas, las cabras gritan con fuerza, bueyes, vacas y terneros se apiñan en montones
confusos lanzando fuertes mugidos de miedo, el camello trata de romper todas las cadenas
para poder escapar, y los perros animosos, que no temen luchar con leopardos y hienas,
dan fuertes ladridos lastimeros y corren desesperados a refugiarse cerca de su amo». El
león ruge en presencia de un cercado de ganado «con la intención de hacer que el ganado
allí encerrrado se escape movido ciegamente por el miedo».
En un cuadro semejante ve san Pedro los acontecimientos que se aproximan en Asia
Menor. Los enemigos de la Iglesia de Cristo, tras los cuales se oculta el poder del demonio,
intentarán intimidar con amenazas a los creyentes. El apóstol les grita y les conjura: ¡Sed
sobrios! ¡Daos bien cuenta de la situación! El león ruge para infundiros un temor
pernicioso. Sólo quiere atemorizaros, para que confusos y desconcertados abandonéis el
rebaño y el redil, único que puede ofreceros protección, y huyáis. Entonces, cuando hayáis
abandonado a Cristo, a su pastor y a su rebaño, seréis presa de la muerte.
9a Resistidle firmes en la fe.
Las ovejas de Cristo, en vista del león rugiente, deben mantenerse firmes sin vacilar.
Mediante su fe deben participar de la firmeza de Dios. Su unión con Dios les dará fuerza
para mantenerse con calma en su puesto incluso cuando parezcan desencadenarse los
poderes del infierno, cuando los enemigos traten de hacerlas vacilar con amenazas y
tormentos.
Sólo puede haber verdadera firmeza allí donde subsiste algo invariable e inamovible. Esto
no sucede en las cosas de la tierra. La verdad, la belleza, la justicia y el amor de Dios, en
cambio, no cambiarán nunca, permanecerán eternamente los mismos: para Dios, lo bueno
permanecerá eternamente bueno, y lo malo será eternamente malo. A esta tranquilidad de
la eternidad, a la eternidad de Dios miran los «forasteros y peregrinos» (2,11) ya desde
ahora. Con valiente esperanza han echado allí su ancla espiritualmente, mientras la
tempestad sigue enfurecida y amenaza con desbaratar su nave. Su fe les da fuerza para
perseverar y mantenerse firmes aunque caiga sobre ellos una noche oscura y no se
descubra ya la menor luz terrena que les sirva de punto de mira 69.
...............
69. Cf. también sobre tal constancia Lc 21,17-19; Sant 4,7.
...............
9b y sabed que a la comunidad de hermanos vuestros dispersa por el mundo
perfeccionan estos mismos padecimientos.
A la exhortación sigue todavía este breve aditamento. En primer lugar ha de estimular
consolando: No estáis solos, a las otras comunidades del mundo entero les sucede lo
mismo. También en ellas se comienza ya por los años 63/64 a amenazar con tormentos y
muerte si alguien se mantiene firme en su adhesión al cristianismo. Aparte este
pensamiento consolador se deja oir, como en voz baja, que también los remitentes de esta
carta en Roma, en esta «Babilonia» (5,13), tienen por lo menos tanta razón como ellos para
desanimarse. Los cristianos no deben tomar demasiado en serio sus propias
preocupaciones, sino verlas en el gran marco de la Iglesia universal. La mirada se extiende
de las comunidades particulares a la entera Iglesia de Cristo.
Aquí no es la Iglesia el «rebaño de Dios», como tampoco la «casa de Dios» ni el «cuerpo
de Cristo», sino la comunidad de hermanos. Desde un principio habían adoptado la usanza
veterotestamentaria de llamarse unos a otros «hermanos» y «hermanas» 70. Se
consideraba como un rasgo esencial de la Iglesia el hecho de constituir una comunidad de
hermanos, que podían llamar «Padre» al mismo Señor (1,17); porque por su palabra viva se
ha comunicado a todos ellos una vida nueva (1,3.23). Pero como Dios ama a sus hijos,
precisamente por ello hace que sean educados, corregidos y purificados en común. Este
proceso doloroso tiene que consumarse ahora en ellos: la vida cristiana se desarrolla en el
tiempo final. Ya ha llegado el momento en que el juicio ha de comenzar por la casa de Dios
(4,17). Los hermanos, separados en el espacio, pero unidos en espíritu, sufren en común
como «sacerdocio regio».
...............
70. Cf. por ejemplo, Act 2,29; 3,17.22, ICor 9,5. Notemos, en cambio que Cristo habla de
sus «hermanos» y
«hermanas» refiriéndose a los que le siguen (por ejemplo, Mc 3,33-35), pero nunca
interpela a nadie como
«hermano».
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c) Mirada final a la eterna gloria
(5/10-11).
10 El Dios de toda gracia, el que os llamó a su eterna gloria en Cristo, después
que hayáis padecido un poco, os restablecerá, confirmará, robustecerá y hará
inconmovibles. 11 A él el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Una vez más se vuelve al gran asunto de la constancia y el buen ánimo. La meta es la
«eterna gloria», en la que irrevocablemente, triunfalmente volverán a ponerse en pie los
resucitados. Siguen cuatro verbos que pintan esta maravillosa obra corpórea y espiritual de
Dios, la resurrección de la carne. Se habla de una cuádruple acción que Dios mismo -esto
se subraya expresamente- emprenderá con los creyentes. Se dice en primer lugar que Dios
Padre restablecerá a sus hijos. La misma palabra griega se usa para hablar de la
reparación de las redes estropeadas (Mt 4,21). Con los cuerpos destrozados por las fieras
en la arena del circo emprenderá Dios una labor no menos dificultosa. Reunirá los huesos,
análogamente a lo que vio Ezequiel en su visión del gran campo de esqueletos 71.
Además, los confirmará de modo que no puedan ya vacilar y flaquear. Lo que ahora es
todavía el quehacer de Pedro, a saber, el de «confirmar» a los hermanos en la fe (Lc
22,32), lo asumirá entonces el Padre: en lugar de la fe les otorgará la visión.
También los robustecerá. Les conferirá fuerza y vigor juvenil, como a luchadores fatigados
y sedientos los refrigerará en las «fuentes de aguas de vida» (Ap 7,17; 21,1).
Y finalmente «hará inconmovible» esta «casa espiritual» formada de «piedras vivas» (2,5),
esta «nueva Jerusalén» (Ap 21,2.10), fundamentándola en su amor divino. Entonces se
podrá decir en verdad de estos «forasteros y peregrinos»: «Arraigados y cimentados en el
amor, seáis capaces de captar, con todo el pueblo, cuál es la anchura y largura, la altura y
profundidad» de Dios (Ef 3,17s).
...............
71. Cf. Ez 37,1-10.
..............
CONCLUSIÓN
(5/12-14)
1. RECAPITULACIÓN DE LA CARTA (5,12).
12a Por Silvano, vuestro hermano fiel según creo, os escribo brevemente...
De esta observación final no se desprende claramente qué clase de intervención tuvo
Silvano en esta carta. Se le podría designar como colaborador en la redacción de la carta o
también como portador de la misma. Seguramente sería ambas cosas. Silvano no sólo es
recomendado a las comunidades como hermano fiel, que como tal hará llegar fielmente la
carta a su destino. También se proyecta luz sobre su carácter y además deben saber los
hermanos en Asia Menor que pueden fiarse de las explicaciones orales que añada Silvano
a este breve escrito73.
Sorprende el inciso según creo. Este aditamento sólo tiene sentido, caso que pueda
aprovechar al portador. Sin embargo, esta observación sólo adquiere tal valor para un
hombre como Silvano si los destinatarios saben quién se oculta tras esta opinión privada:
una personalidad, que no obstante su modestia como de miembro que forma parte de un
colegio (5,1), es consciente de su posición dirigente, y que sabe además que una opinión
formulada por él, aunque sólo sea de paso, tiene su peso en las comunidades. Todo esto
se supone si pensamos en Pedro «apóstol de Jesucristo» (1,1).
...............
73. Cf. sobre tal comentario oral Hch 15,27: el calificativo de «fiel» se da en Ef 6,21 al
portador Tíquico, en ICor
4,17, a Timoteo.
...............
12b ...para animaros y para testificar que ésta es la verdadera gracia de Dios, en
la que os mantenéis firmes.
Con pocas palabras da Pedro una idea del contenido de toda la carta. Había escrito para
«animar» y para «testificar». En primer lugar se menciona el término animar, palabra que
en
el texto griego original significa propiamente «llamar a voces». Pedro quería decir a las
comunidades que tuviesen ánimos, quería dirigirles palabras de consuelo. Cada línea de la
carta está animada por el deseo de infundir ánimos a los fieles, como un buen pastor grita a
las ovejas, las atrae, les dirige buenas palabras y anima a las que fatigadas quieren
quedarse atrás, recordándoles la meta que todavía deben alcanzar aquel mismo día.
La segunda palabra, testificar, tiene propiamente el significado de completar un testimonio.
Pedro apoya con su autoridad la predicación de los heraldos de la fe, de quienes se había
hablado en 1,12: «los que os evangelizan». Confirma su ortodoxia y la rectitud de su
enseñanza, en la que ocupaban un puesto central las palabras sobre la cruz y la esperanza
de la resurrección. Parece que ya entonces se daba importancia a la confirmación de una
doctrina por aquel apóstol que residía en Roma y al que el Señor había confiado la
dirección suprema.
Finalmente, se habla por última vez de la verdadera gracia. Todo lo que a lo largo de la
carta se ha dicho sobre la gracia se trae ahora a la memoria de los lectores. Sobre todo hay
que pensar en aquellos pasajes en los que se habló del sufrimiento como de una gracia, es
decir, una muestra de favor por parte de Dios, y a la vez de un estado (estar en gracia con
Dios) 74. En esta gracia deben mantenerse los cristianos, deben tener el valor de penetrar
en esta benevolencia de Dios, con frecuencia tan dolorosa en los principios, mantenerse
firmemente en ella y perseverar constantes en la misma en medio de cualesquiera golpes
de la fortuna. Para el tiempo incierto de la persecución envía el apóstol sus palabras
normativas: Precisamente en el sufrimiento habéis de ser verdaderos «cristianos» (4,16),
agradables a Dios. Sedlo, pues, con alegría (4,13).
...............
74. 2,19s; cf. 3,14-16.
..............
2. SALUDOS (5,13-14a).
13 Os saluda la Iglesia que está en Babilonia, elegida como vosotros, y mi hijo,
Marcos. 14a Saludaos unos a otros con ósculo de amor.
La palabra «Babilonia» 75 nos hace volver con el pensamiento al saludo introductorio
(1,1).
Destinatarios y remitentes viven todavía igualmente en el exilio, es decir, en un país muy
lejano y desterrados de la patria. La comunidad de Roma, exactamente como comunidad,
como unidad espiritual y sobrenatural, envía saludos a las comunidades del Asia Menor.
San Pedro añade a esto todavía una última recomendación que brota de un corazón lleno
de amorosa solicitud: Las comunidades deben permanecer también unidas entre sí con
verdadero amor. En muchos pasajes del Nuevo Testamento se habla del «ósculo santo»,
con el que deben saludarse mutuamente los cristianos 76. Sin embargo, sólo Pedro habla
del ósculo de amor. Para él se trata de algo más que del ósculo de paz en la celebración de
la liturgia. Estas palabras dejan percibir su solicitud pastoral y la responsabilidad que siente
por la concordia y por la unidad de toda la grey, que se ha de lograr no sólo por su
dirección, sino también gracias al amor mutuo. La grey está ya extendida «por todo»
(kath'holon) el mundo conocido. En verdad ha venido a ser ya «católica». Sin embargo, no
será suficiente que los cristianos en particular, en los más diferentes lugares, perseveren
hasta la muerte en la verdadera doctrina. Lo que ha de hacer que resplandezca el
verdadero ser de la Iglesia es la unidad de las comunidades y de los grupos de
comunidades entre sí, atestiguada en el amor mutuo. Porque, en efecto, ha de ser una,
«para que el mundo crea» (cf. Jn 17,21) que esta comunidad no es obra humana, sino un
trasunto, aunque débil, del amor entre las personas divinas.
...............
75. El nombre simbólico de Babilonia procede del Antiguo Testamento. Babilonia en el
Eufrates era enemigo
hereditario de Israel y se consideraba entre los judíos como arquetipo de impiedad y
corrupción pagana.
Entre los judíos y cristianos de los tiempos de san Pedro se ha convertido, ya mucho
después de su
destrucción, en encarnación del poder político que domina el mundo, y así se aplicó este
nombre a Roma,
que era entonces la metrópoli de la potencia mundial pagana.
76. Cf. Rom 16,16; ICor 16,20; 2Cor 13,12; ITes 5,26. El ósculo era en la antigüedad la
forma normal del saludo;
cf. Lc 7,45.
...............
3. DESPEDIDA (5,14b).
14b Paz a todos vosotros los que estáis en Cristo.
En este saludo final leemos la más bella calificación de la Iglesia. Es la comunidad de los
hombres que están en Cristo, la comunidad de todos los que sufren y triunfan en unión con
Cristo. En estas palabras finales de saludo (escritas seguramente como firma por la mano
del apóstol) se piensa en dos grupos de destinatarios; la mirada se dilata mientras todavía
está escribiendo Pedro. Quiere desear la paz a un círculo más extenso que las
comunidades a que se había dirigido hasta ahora. No dice solamente: Paz a todos vosotros
en Cristo, sino: a todos vosotros los que estáis en Cristo. Con un corazón abierto de par en
par abraza también a las otras muchas comunidades de las que no tiene noticias concretas,
pero que sabe que tienen que sostener la misma lucha, puesto que siguen a Cristo. ¿Es
que presiente que su carta no tardará en extenderse en copias por todo el imperio romano?
Después de que en la parte final, desde 4,12, se había vuelto a recordar un tema tras otro,
después de que la palabra «paz» ha evocado de nuevo la introducción (1,2), escribe Pedro
como última palabra dejada expresamente para el fin, y que domina la carta entera: Cristo.
El deseo de serle semejante, la mirada a su modelo, a sus huellas, el pensamiento de sus
sufrimientos terrenos y de su muerte, de su victoria sobre los poderes, de su resurrección y
de su estar sentado a la derecha del Padre, son las fuerzas que en esta carta, versículo
tras versículo, habían inducido a un desarrollo más amplio, que le habían dado su plenitud
de vida, su vigor entusiástico y ese tono que con frecuencia afectaba personalmente a los
lectores. Esta palabra, escrita aquí por una mano torpe de pescador, es quizá la más bella
expresión de esa misteriosa unidad de amor que existe entre Cristo, su vicario y la grey,
desde que un día, en la ribera oriental del lago fueron cambiadas aquellas palabras:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»-«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» «Apacienta mis
ovejas» (Jn 21,16).
(_MENSAJE/20. Págs. 106-145)
BIBLIA NT CARTAS PEDRO /1P TEXTOS
MATERIA:
/1P/03/01-17:EP/VCR
Este fragmento forma parte del conjunto de exhortaciones que encontramos en el centro
de 1 Pe. Se refieren al matrimonio, a la comunidad en general y al sufrimiento del inocente.
Tal vez convenga subrayar que el v 15 debe leerse así: "siempre prontos a dar razón de
vuestra esperanza a todo el que os lo pida". Así pues el contexto no es judicial. En otras
palabras: no se trata de que el creyente esté dispuesto a dar explicaciones de su esperanza
ante un tribunal o un juez.
Es notable la importancia que el tema de la esperanza tiene en este escrito. Y la
esperanza aparece aquí no como una parte o aspecto de la vida cristiana, sino más bien
como su definición: "¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran
misericordia nos ha hecho nacer de nuevo, para la viva esperanza que nos dio resucitando
de la muerte a Jesucristo" (1,3). En el fragmento de hoy se habla de la actitud de las
mujeres santas como actitud de esperanza (5) y se exhorta al cristiano a estar presto a dar
razón de esa actitud que define su vida.
¿Sabríamos nosotros dar razón de nuestra esperanza? Dicho de otro modo: ¿sabríamos
dar razón de nuestra fe? Cuando se habla de teología, tal vez se alude simplemente a la
tarea de dar razón de la esperanza. Porque, en el fondo, la esperanza muestra mejor que la
fe que la vida cristiana no se nos ha dado como una posesión, sino como un trabajo. Y, por
otra parte, incluye un dinamismo que nos alienta y que da sentido a lo que hacemos y
vivimos. Jesús nos da una convicción inquebrantable ante nuestra insuficiencia y nuestro
pecado, ante la injusticia y el sufrimiento, ante el mal y la muerte. Tal vez por eso insiste
tanto 1 Pe en que el hombre es peregrino en camino hacia la casa del Padre. Pero el
caminante necesita saber adónde va y llegado el caso, debe ser capaz de explicar a los
demás por dónde va, no sea que su caminar se reduzca a dar vueltas en torno a sí mismo.
(·ORIOL-TUÑI._BI-DIA-DIA.Pág. 581 s.)
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/1P/03/01-06:/1P/03/08-17
Aunque este fragmento de la carta de Pedro ha sido escogido para la conmemoración de
una mujer santa, a su primera parte, que habla de las esposas cristianas en relación con
sus maridos, se le añade una segunda dirigida a la comunidad de todos los creyentes.
La imagen que el apóstol ofrece del comportamiento de la esposa es por el estilo de la
que daban los más sesudos escritores de la época al tratar del papel que en una buena
vida familiar corresponde al marido y a la mujer, a padres e hijos, amos y esclavos. Dentro
de este espíritu, lo que tiene de singular la exhortación de Pedro es el sentido cristiano que
la matiza. El buen comportamiento de la esposa es el mejor anuncio del evangelio, tanto
que es capaz de ganar el marido para Cristo, si éste no es creyente. Lo cual quiere decir
que, aun sin palabras, todos pueden comprender que Cristo es quien inspira y anima la
vida de la mujer creyente. El ejemplo de las mujeres santas que confiaban en Dios enseña
a las mujeres que ante el Señor lo que vale no son las joyas y aderezos externos, sino la
disposición interior de un espíritu pacífico y tranquilo.
Pasando luego a la conducta de cualquier cristiano, no nos sorprenderá que la doctrina
de Pedro sea en el fondo la misma de Jesús: amar de corazón a los hermanos y seguir a
Jesús por la vía de la cruz. Por eso el apóstol recomienda la unidad de espíritu, la
compasión, la humildad, el perdón que hasta bendiga al enemigo.
Aconseja también sufrir el daño sin miedo y sin turbarse, estando dispuestos a dar razón
de nuestra esperanza con mansedumbre. Para el apóstol, vivir con buena conciencia es un
auténtico anuncio del evangelio, que confunde a los que calumnian a los creyentes.
Leídas en la celebración de los santos, estas exhortaciones, aparte de recomendarnos
un comportamiento digno como cristianos, nos llevan a admirar y agradecer a Dios la obra
que su gracia ha realizado en esos santos y nos dan la esperanza de que también a
nosotros nos conducirá la gracia por el mismo camino.
(·CAMPS-G._BI-DIA-DIA.Pág. 875 s.)