Post on 15-Dec-2015
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NARVAL
Cristina Bustamante
Recuerdo la primera vez que me enfrenté al mar. Era de noche y lo que tenía frente a mis
ojos era un enorme vacío, una mancha negra interminable, ni siquiera había manera de
encontrar el horizonte. De pronto creí que estaba viendo las estrellas, pero no era otra cosa
que las miodesopsias haciendo hincapié en mis noches de insomnio. El ruido era
abominable, el agua confesaba en su resuello los miles de años que lleva danzando de un
lado a otro y tragándose a los hombres indiscriminadamente. Son incontables las lágrimas
que se han mezclado entre la sal y la espuma.
También recuerdo la primera vez que tuve que enfrentarme a sus ojos. No podría descifrar
cuando fue que sentí más miedo, pero sí podría asegurar que fue en ese momento que
comencé a ahogarme. También era de noche, como con el mar. Entró en la habitación y se
abrió un paréntesis en el tiempo, me acerqué sin tener ni una sola palabra sobre mi lengua
pero toda la intención de enredarla en la suya, en su nuca, en su clavícula, en toda su piel.
Le invité un trago, claramente necesitaba un poco de ayuda para desenmarañarme la
garganta. Aceptó, bebimos, bailamos. Me estaba lanzando voluntariamente a un barranco,
todo por culpa de esos ojos que eran mi edén y mi ruina. La música retumbaba en las
ventanas, oleadas de gente que sudaban alcohol vestían el escenario, la noche estaba
diseñada para rozarnos los cuerpos y dejar que el silencio fuera nuestro lenguaje,
atravesarnos con la mirada y arrancarnos la ropa a arañazos.
De su boca nunca salió una sola palabra, únicamente se dibujaban sonrisas destinadas a
colgarse en mi memoria hasta el último de mis días. Cada uno de sus gestos venía
acompañado de una suave mordida, deslizaba su lengua sobre sus labios para hacerlos
brillar y exaltarme, lo hacía a propósito, le gustaba verme temblar. Había un demonio
encerrado en su cuerpo tibio, insinuándose en cada uno de sus movimientos, soltando un
perfume que se impregnó en mis manos y en mi respiración, y que poco a poco me fue
envenenando.
Toda la sangre de mi cuerpo bombeaba acelerada, cada uno de mis órganos hinchados de
calor rogaban por sentir sus líquidos embadurnándome. Los olores de la habitación ya
podían mirarse, también los sonidos, también sus fantasmas. Se anunciaba el momento de
entretejernos como bestias y caer en un vórtice de carne y saliva.
Intenté arrebatarle un beso pero puso la mano sobre mi boca, me apartó y soltó una risa
desencajada, me lanzó con toda su fuerza para estrellarme contra la pared. Poco faltó para
que mi cabeza reventara por el golpe, me vibró el cerebro, se apagaron las luces.
Desperté ahí, flotando sobre un gigante espejo de agua descolorida que congelaba el tiempo
y los huesos. No tuvo siquiera la consideración de enviarme a ese purgatorio en una balsa
para intentar ir a buscar tierra firme. Aún podía sentir su burla cortándome la piel.
El sol en medio del cielo me cegaba y secaba la saliva renegrida sobre mi cara, pero al
entrecerrar los ojos pude ver grandes pájaros esperando abalanzarse sobre mí, mientras los
empujones del agua eran causados por veloces alimañas debajo de mi próximo cadáver.
Todos asomando sus largos cuernos a punto de perforarme, me encontraba flotando en una
batalla de esgrima en la que no podría sobrevivir, y finalmente lo sentí, uno de esos floretes
se encajó rompiéndome la carne, abriéndome el pecho y desatando una fuente de humores
que tiñó el agua de gris. La sal y la bilis me bañaron mi boca que sonreía, pero nunca pude
probar la suya.