Narval

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NARVAL Cristina Bustamante

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NARVAL

Cristina Bustamante

Page 2: Narval

Recuerdo la primera vez que me enfrenté al mar. Era de noche y lo que tenía frente a mis

ojos era un enorme vacío, una mancha negra interminable, ni siquiera había manera de

encontrar el horizonte. De pronto creí que estaba viendo las estrellas, pero no era otra cosa

que las miodesopsias haciendo hincapié en mis noches de insomnio. El ruido era

abominable, el agua confesaba en su resuello los miles de años que lleva danzando de un

lado a otro y tragándose a los hombres indiscriminadamente. Son incontables las lágrimas

que se han mezclado entre la sal y la espuma.

También recuerdo la primera vez que tuve que enfrentarme a sus ojos. No podría descifrar

cuando fue que sentí más miedo, pero sí podría asegurar que fue en ese momento que

comencé a ahogarme. También era de noche, como con el mar. Entró en la habitación y se

abrió un paréntesis en el tiempo, me acerqué sin tener ni una sola palabra sobre mi lengua

pero toda la intención de enredarla en la suya, en su nuca, en su clavícula, en toda su piel.

Le invité un trago, claramente necesitaba un poco de ayuda para desenmarañarme la

garganta. Aceptó, bebimos, bailamos. Me estaba lanzando voluntariamente a un barranco,

todo por culpa de esos ojos que eran mi edén y mi ruina. La música retumbaba en las

ventanas, oleadas de gente que sudaban alcohol vestían el escenario, la noche estaba

diseñada para rozarnos los cuerpos y dejar que el silencio fuera nuestro lenguaje,

atravesarnos con la mirada y arrancarnos la ropa a arañazos.

De su boca nunca salió una sola palabra, únicamente se dibujaban sonrisas destinadas a

colgarse en mi memoria hasta el último de mis días. Cada uno de sus gestos venía

acompañado de una suave mordida, deslizaba su lengua sobre sus labios para hacerlos

brillar y exaltarme, lo hacía a propósito, le gustaba verme temblar. Había un demonio

encerrado en su cuerpo tibio, insinuándose en cada uno de sus movimientos, soltando un

perfume que se impregnó en mis manos y en mi respiración, y que poco a poco me fue

envenenando.

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Toda la sangre de mi cuerpo bombeaba acelerada, cada uno de mis órganos hinchados de

calor rogaban por sentir sus líquidos embadurnándome. Los olores de la habitación ya

podían mirarse, también los sonidos, también sus fantasmas. Se anunciaba el momento de

entretejernos como bestias y caer en un vórtice de carne y saliva.

Intenté arrebatarle un beso pero puso la mano sobre mi boca, me apartó y soltó una risa

desencajada, me lanzó con toda su fuerza para estrellarme contra la pared. Poco faltó para

que mi cabeza reventara por el golpe, me vibró el cerebro, se apagaron las luces.

Desperté ahí, flotando sobre un gigante espejo de agua descolorida que congelaba el tiempo

y los huesos. No tuvo siquiera la consideración de enviarme a ese purgatorio en una balsa

para intentar ir a buscar tierra firme. Aún podía sentir su burla cortándome la piel.

El sol en medio del cielo me cegaba y secaba la saliva renegrida sobre mi cara, pero al

entrecerrar los ojos pude ver grandes pájaros esperando abalanzarse sobre mí, mientras los

empujones del agua eran causados por veloces alimañas debajo de mi próximo cadáver.

Todos asomando sus largos cuernos a punto de perforarme, me encontraba flotando en una

batalla de esgrima en la que no podría sobrevivir, y finalmente lo sentí, uno de esos floretes

se encajó rompiéndome la carne, abriéndome el pecho y desatando una fuente de humores

que tiñó el agua de gris. La sal y la bilis me bañaron mi boca que sonreía, pero nunca pude

probar la suya.