Milites litterati_MUÑOZ GARCIA DE ITURROSPE

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La lengua clásica como seña privilegiada de identidad: milites litterati del siglo XX1.

Mª Teresa Muñoz García de Iturrospe Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

maite.munoz@ehu.es

En este trabajo revisa los modos de caracterización de diferentes soldados (a veces sus víctimas) a partir de los textos y autores clásicos que mencionan. Estos modelos literarios pretenden ser un medio de cohesión, que subsiste en la literatura europea y parece reverdecer en el último siglo (desde Woolf y Lem a Schlinck y Byatt, por ejemplo). Se subraya con especial atención el papel decisivo que cumplen en Les Bienveillantes de J. Littell y L’art français de la guerre de A. Jenni la pervivencia del pasado, la (in)cierta ruptura con él y la constatación del poder civilizador de la cultura, a través de los recuerdos escolares, lecturas y breves citas de autores canónicos, en especial Homero y Virgilio. This work reviews how different soldiers – and sometimes their victims – are characterized on the classic texts they mention. Being these literary models a means of cohesion, which survives in European literature and seems to be strengthened in the last century’s fiction (from Proust and Woolf or Lem to Schlinck and Byatt, among others). The survival of the past and the (un)certain break with it, and the eternal finding of the civilizing power of culture especially in J. Littell’s Les Bienveillantes and A. Jenni’s L'art français de la guerre is emphasized through school memories of readings and brief quotes from canonical classical writers, especially Homer and Virgil. Palabras clave: educación clásica – literatura occidental y guerra – siglos XX y XXI Keywords: classical education – Western literature and war – XX-XXI centuries

El latín es ya en Roma la lengua de lo oficial, de la autoridad impuesta desde fuera, instrumento para

resaltar la estructura jerárquica de la sociedad, por lo que conviene desplazar la idea “clásica” de una

comunidad de intereses e identitaria (Anderson, 1983: 40, 46-47).

Dado que el ejército representa secularmente esa estratificación como pocas instituciones, los testimonios

literarios de una incuestionable heterogeneidad lingüística —non lex, non mos, non lingua communis (LIV.

XXVIII, 12, 3)— se remontan a la evocación homérica del ejército troyano (Il . II, 804; IV, 437-8) y a los de

Aníbal (LIV., loc. cit., SIL., III, 221, 16, 19-22) y la de Pompeyo (LVCAN. III, 288-90; APP., BC II, 75),

donde no faltaban scholae collegia, desde tiempos de Septimio Severo, y donde eran reconocidos sus

milites litterati, suboficiales privilegiados, adscritos a la primera cohorte de una legión (VEG. Mil . II, 19: in

legionibus plures scholae sunt, quae litteratos milites quaerunt)2. El hecho de que los ejércitos romano y

germano resultaran linguis moribusque dissonos fue presentado como un impedimento para la cohesión

(TAC., Hist. II, 37.2; 33.2), por lo que es relevante que algunos hijos de los cabecillas de los pueblos

1 Este trabajo ha sido realizado dentro del Grupo de Investigación GIU 10-19 “LITTERARVM. Grupo de Investigación en Literatura, Retórica y Tradición Clásica” de la UPV/EHU. 2 Las inscripciones, funerarias y honoríficas, se han mostrado asimismo como prueba irrefutable tanto de la expansión del latín como lengua de cultura, siendo los soldados parte fundamental de este grupo (Rochette, 1997; Bowman, 2000), como de la variedad lingüística real del ejército. Daris (1964) reúne 108 documentos, de los cuales 61 están redactados en griego, 41 en latín y 6 en ambas lenguas.

asimilados, sean de Britania o galos de Autun, recibieran una educación “clásica”, con vistas a un necesario

y efectivo dominio de la retórica (Agr. 21.2; Ann. III, 43).

Para resaltar este hecho los mismos historiadores ofrecen testimonios, aislados y con coincidente tono

irónico, de la utilización privilegiada de la lengua latina por parte de, al menos, quienes en esos ejércitos no

tienen el latín como primera lengua. Así, Calígula se dirige a la guardia germana de su ejército para que

apure la celebración, en la esperanza de que si sobreviven vendrán tiempos más felices, recordando un

conocidísimo verso de Virgilio: monuit etiam notissimo Vergili versu ‘durarent secundisque se rebus

servarent’ (SVET., Cal. 453, prueba más de la locura del emperador a través de sus saltos de humor y de su

actitud antirromana). Por otro lado, el latín es también elegido por el germano Arminio cuando pretende

amenazar a su hermano Esterninio, insultándole latino sermone por desertor y proditor (TAC., Ann. II,

10.3)4.

La relevancia de la figura del soldado se mantiene en la literatura más reciente con una cierta insistencia en

la caracterización de algunos de ellos a través de su conocimiento de las lenguas clásicas, lo que en el siglo

XX supone formar parte de una minoría de letrados. En ellos, se trata de una inclinación “natural” por tener

presente en un momento trascendental el latín escolar (a menudo es el griego, casi sin excepción de

Homero), aún parte de una cierta intelligentsia. Evidentemente este uso aislado de la lengua no expresa el

pensamiento, pero sigue estando vinculado a la humanitas y, como tal, a la civilización5. Exclusivo

marcador social para definir al caballero en Inglaterra o al burgués ilustrado en Francia, elemento

diferenciador del “hombre de mundo” para autores “educados”, a través de citas aprendidas se formula la

pertenencia a una clase que podía hasta gastar su dinero, tiempo y energía aprendiendo algo que, en

términos profesionales, tenía limitada utilidad práctica6.

3 Durate, et vosmet rebus servate secundis (VERG. Aen. I, 2079, hexámetro que es asimismo la exhortación final que Petrarca dirige a tres de sus amigos, con una entrada semejante (Fam. IX, 1,8; XVI, 6, 27; XXI, 9, 18: dic animo, dic corpori Virgilianum illud famosissimum…). 4 Comenta éste y otros casos de bilingüismo real en diferentes ámbitos “reales” de la sociedad romana Adams (2003: 20). 5 PLIN . Nat. III, 39 se refiere a Italia como una tierra elegida por los dioses, con una lengua común, apta para la civilización (nec ignoro ingrati… in toto orbe patria fierit); VITR. IX, praef. 2, al establecimiento de una mos humanitatis por los hombres educados como uno de los requisitos para la seguridad de la vida ciudadana. Sobre el poder legitimador de la humanitas, cf. Gordon (1990: 235-38, esp. 237). 6 En 1855 dedicarse a ello es una salida poco práctica para quienes no sean caballeros: “¡A private tutor! […] ‘What in the world do manufacturers want with the classics, or the literature, or the accomplishments of a gentleman?” (Elizabeth Gaskell, North and South, 4). Estudios muy completos y bien documentados,

Uno de los contextos en que hemos advertido esta trascendencia es el de los escenarios de las grandes y

mortíferas guerras de nuestro tiempo. La evocación del pasado denota la eternización del presente y, en

lenta progresión, también el olvido de los clásicos en una mayoría de iletrados (a menudo “rebeldes”), que

asisten asombrados al descubrimiento de un legado para ellos oculto e incomprensible, barrera que ayuda a

la jerarquización del ejército.

En las clases menos favorecidas la alusión empieza, como el traumatizado soldado Septimus Warren Smith

en Mrs. Dalloway (1925) de Virginia WOOLF en su nombre, que además de ofrecer una cadencia latina que

sirve para distinguirle de otros Smith y, de paso, para evocar al Stephen Dedalus del Ulysses de Joyce,

nombre clásico por excelencia (Muñoz, 2011: 241-243). A diferencia de la mayoría de nuestros soldados

letrados modernos, Septimus es un héroe “medio-educado” que, en sus alucinaciones, escucha pájaros

cantando en griego (Mrs Dalloway, 26) y evoca los campos de Tesalia, héroe que ha leído los clásicos en

traducción (las tragedias de Esquilo y Virgilio, entre ellos), de acuerdo con las directrices educativas de una

maestra. El narrador intenta convencernos, con evidente ironía, de que la guerra había conseguido cultivar

al soldado: “The War had taught him. It was sublime. He had gone through the whole show, friendship,

European War, death, had won promotion, was still under thirty and was bound to survive” (ibid. 95).

Extremadamente cultivado es el protagonista de Les Bienveillantes (Las Benévolas, 2006). Jonathan

LITTELL7, periodista de formación, neoyorquino que ha escrito en francés su primera novela –merecedora,

entre otros premios, del prestigioso Goncourt–, muy popular y aún más controvertida (Laurent, 2010: 11-

17), vincula su obra a la tragedia de la guerra desde el título, pues “las Benévolas” es la traducción de

Eumémides, la tercera tragedia de la Orestíada de Esquilo. Las divinidades griegas de la venganza,

protectoras del orden establecido8, sólo son invocadas en el final de una novela de casi novecientas páginas,

que además se vincula con al menos dos obras clave de la literatura francesa de los años del penoso

conflicto, Electre de Jean Giraudoux (1937) y Les Mouches de J.-P. Sartre (1943), con protagonistas más

como los de Waquet (1998) y de Stray (1998), demuestran que el conocimiento de los clásicos era un medio de mantener las identidades sociales y la exclusión de los “outsiders”. 7 Céspedes (2007, 160-162) ofrece una sugestiva panorámica crítica de la novela. 8 La recepción de la Orestíada se revela de forma expresa en la novela a través de la compra de Faux Pas, de Maurice Blanchot (461), por lo demás figura del escritor modelo para Littell (cf. Zenkine 2010: 232) y de la opinión expresa que Blanchot-personaje da de la obra de Sartre : “Ce dernier avait apparemment écrit une pièce où il se servait de la figure du malheureux parricide pour exposer ses idées sur la liberté de l’homme dans le crime” (714).

torturados por las consecuencias de sus actos y que no escapan a sus Erinias –las Furias romanas, “chiens

furieux” (814)–, que en los dos casos se transforman en alegorías (tres extrañas niñas envejecidas y las

moscas invasoras, respectivamente)9.

Su protagonista Max Aue, Doctor en Derecho, ilustrado e inteligente erudito y a la vez cruel e inhumano,

narra en primera persona –desde el norte de Francia, donde vive con una falsa identidad en la posguerra– su

experiencia, tras haberse visto obligado a ingresar en las SS para evitar una condena por homosexualidad,

como ejecutor de la solución final durante la Segunda Guerra Mundial10. Su formación refinada sustenta

una potente metaficción historiográfica, con el peso del pasado como eje (“J’éprouvais à quel point je

peinais sous le poids du passé, des blessures reçues or imaginées”, Bienveillantes, 484) y la erudición

moderna como fundamento11. Con un selecto grupo de oficiales, en distintos escenarios de crueldad

suprema, Aue mantiene un código vivo entre hombres educados, que ya no intercambian citas latinas, sino

términos “militares” de un nivel básico para jugar con los desastres de la guerra, en este caso para afirmar

que Stalingrado es una ciudad “obsedée”: “Mais docteur, lui fis-je remarquer, vous savez certainement

qu'en latin assiéger se dit obsidere” (357). El desprecio por el enemigo más débil con un argumento tan

pueril envilece aún más al depravado Aue, quien, en su locura racista, considera que un niño alemán no

encontrará nunca la misma dificultad de los niños franceses a la hora de aprender términos grecolatinos, por

la superioridad de su propia lengua: “n’importe quel mot, même les plus savants, c’est qui n’est pas le cas

d’un enfant français, par exemple, qui va mettre très longtemps à apprendre les mots “difficiles” dérivés du

grec ou du latin” (253). Su mayor respeto por un ejemplar de las obras de Esquilo —que encuentra partido

en dos (“Le livre était déchiré en deux, quelqu’un avait dû vouloir le partager, et ce n’était hélas que des

traductions”, 380) en el que por suerte está su preferida (“Électre ma préférée”, proclama) pero

desgraciadamente en traducción— que por la vida humana se antoja grotesco. Resulta en esta dirección casi

pueril la única y extensa conversación que Aue mantiene en griego con una de sus víctimas, de la que están

necesariamente apartados los demás oficiales presentes. Este interlocutor sabio es un anciano judío cuyo

9 El propio Littell, en una entrevista (“Jonathan Littell, homme de l'année” (Le Figaro Magazine, 29-XII-2006) alude a estas presencias trágicas, que no se reducen a la procedencia del título. 10 Sirve como introducción a los personajes y la trama Pagès (2010: 57-60). 11 Así, se destapa como detallista lector de Georges Dumézil, más que mencionado en las páginas 202 y 252, en dos elevadas conversaciones con otros oficiales sobre el Cáucaso, los orígenes indoeuropeos y sus lenguas, con referencia a dos obras de 1930 y 1931, de las que se dan detalles pero no títulos.

discurso los soldados alemanes no reconocen como ruso; sólo Aue, como caballero, puede descubrir y

descifrar lo que resulta ser una extraña variante del griego clásico, tras dos directas aseveraciones de quien

está en inferioridad de condiciones, pensando en una muerte inevitable (“Tu es un homme eduqué, je vois.

Tu dois savoir le grec”), entendiendo a la víctima pese a su acento extraño (¡¡!!): “son grec, je l’entendais

maintenant [aquí el autor parece confundir “entendre” con “comprendre”] comportait des tournures tout à

fait inhabituelles” (Bienveillantes, 261)12.

En esta línea, pero más creíble, se plantea la relación entre Aue y Thomas, el amigo políglota que le salva y

ayuda a pasar las líneas soviéticas (haciéndose pasar por francés) a costa de su propia muerte en la última

escena de la extensísima novela (como el final de la Eneida, con la muerte de Turno). Su primer

reencuentro en la novela sucede en el Barrio Latino, el mismo ambiente en que habían coincidido en su

época de estudiantes distinguidos. En la jerga elitista de quienes pasean su cultura (y homosexualidad) debe

entenderse la pregunta que, en ese momento, le plantea a Aue otro militar con quien se encuentran,

intentando en vano una confirmación secreta con Aue, en griego y encima agriamente —“C’est ton

Pylade?” m’envoya acerbement Brasillach en grec”—, al no imaginar que la respuesta venga de propio

Thomas y en la misma lengua sagrada, demostrando que conoce perfectamente la historia de Pílades –el

amigo y el doble, nombre que le corresponde además como hombre de acción y pragmático– y Orestes,

representación por excelencia de la amistad clásica y, además, profetizando los peligros de la amistad en el

ejército: “Précisément, rétorqua Thomas dans la même langue, modulée par son doux accent viennois. Et il

est mon Oreste. Gare au pouvoir de l’amitié armée” (Bienveillantes, 60)13.

Del escaso conocimiento real por parte del autor de los textos clásicos más sencillos que se atreven a incluir

es prueba, una vez más, otra errata: Germanorium en lugar de Gemanorum (Bienveillantes, 632), o el hecho

de que las expresiones latinas se reduzcan a carpe diem (347) y un ad interim (115, en lugar del más

habitual en francés “par intérim”, quizá traicionando el origen anglófono del autor), y a las griegas -en

12 El lector asombrado del pasaje no puede imaginar cómo puede presentarse el verdugo ante su víctima diciéndole que viene “de Alemania” (término desde luego desconocido en griego antiguo); el viejo resulta ser un políglota que conoce la lengua griega por los libros (reconocido por Aue como “vraiment un hoomme savant”, Bienveillantes, 262). 13 Pílades y Orestes son en la tradición clásica el símbolo máximo de la amistad, a partir de Eurípides pero también de lo que de esta amistad expresa en varios lugares Cicerón (y la tragedia de Pacuvio a la que alude); es ésta una amistad que llega hasta ofrecer el sacrificio de la propia vida por salvar la del amigo (cf. Ruiz de Elvira,1977: 47).

contextos peyorativos- hoï polloï (por otro oficial, que adelanta su significado, “la masse”, ibid., 267) y

barbaros (“ceux qui ne savent pas parler”, 253); tampoco en griego incluye bien los vocativos dirigidos por

el viejo judío al oficial meirakion, meirakiske y nêpios –interesante apóstrofe ‘al que no habla’ pero está

cavando su tumba– (262, 264 y 265, mejor o meirakion, etc).

Frente a la supremacía que Littell da a la lengua y literatura griegas en la caracterización de su salvajemente

refinado protagonista, las evocaciones en torno a la lengua latina, su aprendizaje y utilidad son más

relevantes en la asimismo primera novela publicada de Alexis JENNI, L’art français de la guerre (2011,

asimismo merecedora del Premio Goncourt). En esta ocasión son las denominaciones de los capítulos de lo

que parece una crónica de la Guerra del Golfo las que adelantan el interés del autor, profesor de Ciencias

Naturales, por reivindicar la terminología latina: “Commentaires”. De ahí que no sorprenda que sea César,

autor escolar por excelencia en Occidente en el siglo XX, quien aparezca en la página 130, en un flash-back

de 70 años. Entre los recuerdos del oficial retirado Victorien [nombre parlante, sin duda] Salagnon está la

nítida y larga escena retrospectiva, en la que vuelve a ser el adolescente que traduce en Lyon en 1943 sus

textos de César justo antes de abandonar sus estudios y de enrolarse en las Juventudes de Francia.

No falta la figura del profesor, que de forma aparentemente ciega defiende la superioridad de la lengua

latina14 para el pensamiento y como instrumento para acercarse a las cumbres de los autores clásicos15, con

una adaptación del popular proverbio sobre lo que se le debe al César:

Votre traduction est bonne, et la topographie exacte. Mais j’aimerais que vous ne mêliez pas de gribouillages à une langue latine qui est l’honneur de la pensée. Vous avez besoin de toutes les ressources de votre esprit, toutes, pour approcher ces sommets que fréquentaient les Anciens. Alors cessez de jouer. Formez votre esprit, il est le seul bien dont vous disposez. Rendez aux enfants ce qui leur revient, et à César ce qui lui est dû. (L’art français, 54)

14 “On connaissait les phrases de Fobourdon, une manie de professeur. Les élèves se les répétaient sans les comprendre, les collectionnaient pour en rire, mais s’en souvenaient par admiration. Ils apprenaient qu’à Rome le travail n’était rien; on laissait le savoir et les techniques aux esclaves et aux affranchis, pendant que le pouvoir et la guerre étaient l’exercice des citoyens libres” (L’art français, 96). 15 También el viejo profesor Mr. Shepherd alenta con argumentos semejantes a sus discípulos, niños evacuados durante la II Guerra, en A Whistling Woman de A. S. BYATT (2002), sobre la intraducibilidad y el origen latino: “.. some words cannot be translated…later languages are partly based on the forms and words of Latin, which they have absorbed and transmuted. To know Latin, boys, is to know part of the history of this country, which we are defending, part of its roots and origins” (107). En conclusión a su discurso a los chicos en defensa de la lengua del “common sense”: “It is my hope, boys, to be able to make you – or some of you – however fleetingly – think in Latin” (ibid., 108). Aquí también la Guerra emerge como un recuerdo indisolublemente ligado a la memoria y el pasado de los personajes, que evocan desde 1968 su infancia.

Otra autoridad militar y familiar para Victorien es un tío16 que viene de permiso de la guerra de Indochina.

Es entonces cuando La Odisea hace importante acto de presencia en L’art français de la guerre. A la

mención del libro sigue un sumario de la obra que parece ser una nota superflua y melodramática (el

veterano se traslada con una caja, a diferencia de los cargos militares, que llevan más libros, que son

verdaderamente letrados): “J’emporte avec moi l’Odyssée, qui raconte une errance, très longue, d’un

homme qui essaie de rentrer chez lui mais n’en retrouve pas le chemin. […]” (L’art français, 276). Como el

libro que incluye la Electra en Les Bienveillantes, es un libros mutilado y castigado por el tiempo, guardado

por el tío de Victorien como un tesoro en una caja de metal, envuelto en una tela roja y protegido con un

pequeño cojín (“Dessous était le livre d’Ulysse, un volume broché qui commençait de perdre ses pages”,

277)17. A lo largo de dos páginas se comparan dos textos homéricos con la guerra contra los Viet,

situaciones que tanto se parecen (“il récita les deux chants à mi-voix, les yeux clos …”, 287-288). Es un

libro que aprende de memoria el tío, después de pasar por tantas guerras, dando por hecho que la

consecución de su aprendizaje es su límite moral y vital: “Quand je le saurai en entier par coeur, sans me

tromper, comme un Grec, j’en aurai fini. Et je ne réponds plus de rien” (285).

El mismo Victorien sufre esa experiencia desde su licencia del ejército, tras la Guerra, cuando se inscribe en

la Universidad y, de todos los libros requeridos, sólo lee compulsivamente la Ilíada: “Il acheta les livres

qu’on lui demandait de lire, mais il ne lut que l’Iliade, plusieurs fois. Il lisait allongé sur son lit, en pantalon

de toile, torse nu et pieds nus lorsqu’il faisait chaud, et enroulé dans son manteau, sous une couverture, à

16 También hay una escena similar (repetida con variaciones por el autor en otros textos) de supuesto aprendizaje en La Bataille de Pharsale de Claude SIMON (1969), en la el narrador recita penosamente una traducción latina ante la mirada atenta de su tío Charles. Éste le predice con sarcasmo un universo en el que el abandono de las lenguas retrotraerá a la Humanidad a un estadio elemental de comunicación (¡de nuevo la defensa de la romanitas civilizadora!) acorde con su pereza, demostrada por su mala actuación. Se trata del mismo narrador que durante la Segunda Guerra Mundial asiste a una expedición militar, pero también a innumerables guerras textuales, con el modelo extremo del collage del Satyricon y de las Metamorfosis de Apuleyo y su parodia. El recorrido de la novela aparece salpicado por notas extraídas del cuaderno escolar con textos latinos, término que a su vez se lee en mayúscula en un cartel indicador en una carretera de Tesalia (FARSALA, 584), figura también como denominación en un itinerario, el nombre de una “bande de terre” en el que se disputa un partido de fútbol, de modo que se erige como referente e hito histórico y artístico para quienes han estudiado, ya en la escuela, esos textos escolares: Lucano ya no es un referente, lo es su texto por lo que significa como parte del curriculum; de hecho, el eje de la primera parte es el poeta Valéry, con un adulto que se vuelve a ver a sí mismo traduciendo textos latinos -fundamentalmente César-, casi a la vez que vuelve a ver escenas guerreras no precisamente heroicas. 17 Tío y sobrino comparten un “descubrimiento maravilloso” e igualmente maltratado, como el que Thomas y Maximilian hallan en el infierno del búnker de los almacenes Univermag (Les Bienveillantes, 380, cit. supra).

mesure que l’hiver venait”. El pasaje que el narrador parafrasea a continuación es asimismo bien conocido:

la furia de Aquiles18, lo que provoca en Victorien una serie de cuestiones morales sobre la ética del héroe,

introducidas por la autoridad que al poema de Homero le da una antigüedad más remota, la Edad de Bronce,

con hincapié en el hecho legitimador de su lectura secular: “Il apprit par l’Iliade, par un livre que l’on se lit

depuis l’âge du bronze, que le héros peut n’être pas bon. Achille rayonne de vitalité, il donne la mort

comme l’arbre le fruit, et il excelle en exploits, bravoure et prouesses: il n’est pas bon ; il meurt, mais il n’a

pas à être bon. Qu’a-t-il fait ensuite? Rien. Que pouvait-on encore faire, après?”.

La decisión de dejar los estudios y de volver a prepararse para la inminente guerra de Argelia están

influidas decisivamente por esta lectura, frecuente y en un momento dado cerrada: “Il referma le livre, ne

retourna pas à l’Université, et chercha du travail. Il en trouva, plusieurs, les quitta tous, cela l’ennuyait. En

octobre de l’année de ses vingt ans il rassembla tout l’argent qu’il put et partit pour Alger” (L’art français,

265). Frente a esta admiración de los dos soldados, el padre tramposo en su contabilidad es quien plantea lo

que dictan los tiempos, la inutilidad de la instrucción clásica y su estupidez; el tendero desde el

desconocimiento niega en una sentencia corta la calidez de lo que se ha conservado de la literatura antigua:

“Ce sont des âneries tes vers latins. Les plus malins survivent, rien de plus” (82)19. Ello lo afirma después

de que, inusitadamente, el trabajo escolar del adolescente francés haya suscitado la comprensión de un

oficial alemán que revisa las cuentas de la “economía de guerra” en la Ocupación y que se despedirá con un

guiño de complicidad (“Sans sourire il lui fit un clin d’oeil”). Este oficial letrado sí le anima al lento y

esforzado trabajo de la traducción, precisamente como bálsamo en tiempos difíciles: “Traduis avec soin,

jeune homme. Les temps sont difficiles. Consacre-toi à l’étude”. Previamente se ha comportado con el

prisionero Salagnon como el profesor, con el consejo a propósito de las declinaciones, más fáciles para

quienes disponen de ellas en su lengua, argumento de superioridad que también proponía Littell a través de

18 “Il lut encore et encore la description de l’atroce mêlée, où le bronze désarticule les membres, perce les gorges, traverse les crânes, entre dans l’oeil et ressort par la nuque, entraînant les combattants dans le noir trépas. Il lut bouche bée, en tremblant, la fureur d’Achille quand il venge la mort de Patrocle. En dehors de toute règle, il égorge les Troyens prisonniers, maltraite les cadavres, rabroue les dieux sans jamais perdre sa qualité de héros. Il se conduit de la façon la plus ignoble, vis-à-vis des hommes, vis-à-vis des dieux, vis-à-vis des lois de l’univers, et il reste un héros”. 19 El propio padre es quien plantea esta afirmación a través de dos interrogativas: “…à quoi ça sert que tu fasses des études au lieu de travailler ? À quoi ça sert si tu n’es pas capable de tenir un livre de comptes qui ait l’air vrai?” (L’art français, 61); “Laisse tes Romains à leurs tombeaux et va faire quelque chose d’utile. De la comptabilité par exemple” (ibid. 82). El mismo argumento, 150 años atrás, en Gaskell (supra, nota 6).

su oficial letrado: “Ce verbe demande un accusatif plutôt que le datif, jeune homme. Vous devez faire

attention aux cas. Vous autres Français, vous vous trompez souvent. Vous ne savez pas décliner, vous n’en

avez pas la même habitude que nous.” (L’art français, 81).

Precisamente, y como advertimos en Littell, sorprende hallar alguna incorrección y banalidad en esta, por lo

demás, ambiciosa narración, errores que evidencian que lo de menos es la referencia justa. No se trata de

ninguna cita de Virgilio o de César, sino de la explicación incorrecta de un término fundamental y básico,

de los que cualquier bachiller tiene un recuerdo: el sustantivo vir, confundido involuntariamente con virtus,

cuando se explica al lector el alcance del commentarius de César –“De ses conquêtes, de ces meurtres de

masse, il faisait un récit enlevé, qu’il envoyait à Rome pour séduire le Sénat”–, desde la perspectiva de

Victorien, que aquí toma un tono didáctico y crítico): “Il décrivait les batailles comme des scènes d’alcôve

où le vir, la vertu romaine, triomphait, où le glaive de fer se maniait comme un sexe triomphant. Par son

récit habile20 il donnait par procuration à ceux qui étaient restés là-bas le frisson de la guerre” (52).

* Este valor liberador y redentor del griego y del latín, que en ocasiones asoma tanto en la caracterización del

oficial nazi como en los franceses (tío y sobrino), podemos finalmente vincularlo de alguna manera con otra

cuestión de aún mayor calado humano, la dimensión salvadora de la literatura, la del hombre preso por la

guerra puede ser salvado por el arte, que le ayuda a ser consciente de su propia trascendencia frente al

infierno. En estos casos el recuerdo, la evocación del pasado y el recurso a la memoria como único

resquicio de libertad permiten, por contraste, la rebelión casi silenciosa frente a cuanto hay de monstruoso y

bárbaro en el espíritu humano. Son conocidos los casos excepcionales de la profesora Tatiana Gnedich,

encarcelada sin luz y sin libros en un gulag de Siberia, que se repetía sin descanso los 30.000 versos del

Don Juan de Byron21, o de Primo Levi, que recitaba al piccolo (‘pinche letrado’) de su kommando el Canto

de Ulises de La Divina Comedia en un inmundo barracón de Auschwitz (Jurgeson, 2003: 208-212).

20 En sendas frases resume de forma simple la falta de objetividad de César y la conquista de la Galia: “César mentait comme mentent les historiens, décrivant par choix la réalité qui leur semble la meilleure..[…] César par le verbe créait la fiction d’une Gaule, qu’il définissait et conquérait d’une même phrase, du même geste” (L’art français, 53). 21 Steiner (1998: 119) se sirve de esta historia para ilustrar el milagroso poder de la mente humana: “La poesía puede salvar al hombre. Hasta en lo imposible”.

De la misma manera, una de las internas locas de El hospital de la transfiguración de Stanisław LEM

(1948), ambientada en los primeros meses de la invasión nazi de Polonia22, evidencia este supremo detalle

de civilización. El narrador es más “didáctico” y reconoce abiertamente no el verso exacto (en realidad, se

trata del primero, algo habitual de recordar) ni su traducción23, pero sí destaca la exactitud a la hora de

marcar las cesuras del más famoso de los hexámetros homéricos24:

la mujer, que en ningún momento había abandonado su porte rígido, empezó a declamar, con los brazos extendidos a ambos lados de su cuerpo:

–Menin aeide thea... Estaba recitando la Ilíada. Incluso acentuaba perfectamente las cesuras del hexámetro. Cuando la enfermera se la llevó, Nosilewska se dirigió a Stefan:

–Es doctora en filosofía. Durante un tiempo estuvo catatónica. Quería que usted lo viera. Se trata de un caso de manual: una memoria maravillosamente conservada... (El hospital de la transfiguración, 91)

Encontramos en la parte final de El hospital de la transfiguración el uso de una cita latina

convenientemente abreviada y adaptada a un contexto nuevo, para que el interlocutor en la novela (y

simultáneamente los sucesivos lectores) acabe de caracterizar a algún personaje instruido; el viejo, enfermo

y desilusionado Pajpak, consciente tras el fracaso de su entrevista con el decano en busca de auxilio del

próximo final espeluznante de enfermos y doctores, se pregunta: Achaeronta movebo? (El hospital, 284),

presuponiendo la comprensión de un joven Stefen que, aturdido y seguramente sin entender que se trata del

final de un verso de Virgilio (Aen. VII, 312), parece entender a medias (“¿Quiere que le acompañe?”25).

Los papeles se invierten de nuevo, y es un adolescente el maestro de una ya madura antigua carcelera en un

campo de concentración en Der Vorleser (1995), la exitosa y polémica novela de Bernhard SCHLINK

(Conway, 1999: 284-301; Niven, 2003: 381-396), buen ejemplo “postmoderno” de metaficción literaria,

22 Su personaje central, el joven doctor Stefan Trzyniecki, empieza a trabajar (con un acelerado aprendizaje vital) en un sanatorio psiquiátrico ubicado en un bosque remoto, donde paradójicamente la locura del mundo exterior se va filtrando; sádicos doctores realizan experimentos atroces con los enfermos, hasta que los nazis, después de acabar con todos, lo convierten en un hospital de las SS. 23 Es el mismo texto que sí traduce –y del que incluso explica un supuesto origen albanés, de forma que allí estaría el germen de la literatura europea– Ismail KADARÉ, en El expediente H (1989), novela en la que son dos irlandeses de Nueva York quienes, en una remota región del norte de Albania, intentan investigar la conexión de los rapsodas albaneses con la creación de la Ilíada y la Odisea; además, uno de ellos, Max, tiene que aprender en tiempo récord algo de latín, una vez más código secreto, para entender las conversaciones del obispo de Shkodër. 24 Entre las últimas utilizaciones del comienzo de la Ilíada, en clara clave de humor, la que hace un imposible James Bond educado en Cambridge en los últimos tiempos de Mussolini en la última novela de Carlos Pujol, Los Fugitivos (2011). 25 También parece haber entendido el verso a medias, proponiendo una traducción del verso que no se adecua al contexto sobre todo en esta parte final, la traductora: “Si no puedo cambiar la voluntad del Cielo, liberaré las fuerzas del Infierno”.

con referencias constantes a los actos de lectura y de escritura. El primero de los libros que el futuro escritor

Michael Berg lee a Hanna en la dura posguerra alemana –después de un “interrogatorio” de quien sólo años

después descubrirá, pese a su resistencia a hacerlo público, su analfabetismo– es La Odisea de Homero, uno

de los libros que lleva en su cartera de bachiller (otro es Guerra y Paz): “Am Tag nach unserem Gespräch

wollte Hanna wissen, was ich in der Schule lernte. Ich erzählte von Homers Epen, Ciceros Reden und

Hemingways Geschichte vom alten Mann und seinem Kampf mit dem Fisch und dem Meer. Sie wollte

hören, wie Griechisch und Latein klingen, und ich las ihr aus der Odyssee und den Reden gegen Catilina

vor“(Der Vorleser, I. 9, p. 42). A partir de estos sonidos ininteligibles pero mágicos, la analfabeta Hanna,

atraída por las letras desde Homero, justamente primera lectura y primer paso para su aprendizaje,

conseguirá ya desde la cárcel, acercarse a la lectura26.

*

En las páginas precedentes hemos advertido que diversos novelistas contemporáneos siguen recurriendo a la

inclusión de citas, a la mención de auctores y al homenaje a títulos representativos de la Antigüedad,

recurso del que se sirven igualmente los soldados como las víctimas de sus guerras, de acuerdo con el

procedimiento de escritura secular y relativamente habitual en Europa, pero con la particularidad de que los

mencionados son mayoritariamente los autores clásicos y los títulos de sus obras (Homero y Virgilio siguen

a la cabeza) o, a lo sumo, versos aislados y especialmente relevantes, como el comienzo de la Ilíada, o

retazos de las traducciones latinas escolares. Unos y otros manifiestan el carácter culto y refinado de una

ostentación de misterios, que siguen estando reservados a sus iniciados, y que a la vez, dado el contexto

bélico en que se insertan, pueden interpretarse asimismo como oráculos herméticos, y a la vez, como toques

tendentes a lo caricaturesco, un tanto en la línea de los autores macarrónicos. Se trata de una ostentación

cada vez más forzada en Jonathan Littell y en Alexis Jenni, que incluso cometen errores que evidencian los

nuevos peligros de citar de oídas, cuando la referencia está ya fuera de los recuerdos escolares que quieren

evocar.

26 En efecto, la lectura se repite, con inusitada facilidad, años después, sin duda en traducción, cuando

Michael decide mandar a la de nuevo prisionera las lecturas de sus encuentros grabadas en cintas de casete, después de una relectura adulta tras su divorcio: “Mit der Odyssee habe ich angefangen. [...] Bei der Odyssee fiel es mir anfangs nicht leicht, beim lauten Vorlesen so konzentriert aufzunehmen wie beim leisen Lesen für mich....” (Der Vorleser III, 5, 174-175).

Al fin y al cabo, de entre los efectos de las grandes guerras del siglo XX, el cese de ciertos privilegios y de

las esferas exclusivas ha sido uno de los más aplaudidos por la mayoría, por lo que en plena acción militar

algunos soldados (y víctimas) litterati se aferran a la romanitas como autoridad distintiva, además vestigio

de civilización entre la barbarie, pese a sus nuevas limitaciones.

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