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"Al parecer Einstein estaba doblemente equivocado cuando afirmó que "Dios no juega a los dados". Los estudios sobre la emisión de partículas desde agujeros negros permiten sospechar que Dios no solamente juega a los dados, sino que, a veces, los echa donde nadie puede verlos". Stephen W. Hawking
LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA DEL SIGLO XX
Luis Enrique Otero Carvajal Profesor Titular de Historia Contemporánea. Universidad Complutense.
Madrid. España (Spain).
Publicado en: Cuadernos del Mundo Actual. Historia 16. Madrid, 1993
ÍNDICE
Crisis civilizatoria y revolución científica La representación determinista. El electromagnetismo. La crisis de la representación determinista. Einstein y la teoría de la relatividad. La mecánica cuántica. El principio de incertidumbre. Del átomo a la estructura de la vida. El eclipse del darwinismo. El nacimiento de la genética y la teoría de la evolución. La física de altas energías. Del átomo al microchip. Del microcosmos al macrocosmos. Pensar desde la complejidad. Bibliografía sucinta.
Las palabras del célebre físico británico evidencian la magnitud de la revolución científica que ha recorrido el
siglo XX. En efecto, la seguridad del hombre occidental en el progreso indefinido de la ciencia y, mediante la
innovación tecnológica, de la humanidad a través del dominio de la Naturaleza ha sido cuestionada a raíz de la
publicación en 1972 del primer Informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento. Esa confianza
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ilimitada en la ideología del Progreso comenzó a resquebrajarse con la aparición de las nuevas teorías que desde
el campo de la física destruyeron los postulados básicos sobre los que se construyó la racionalidad moderna de
la civilización occidental. Relatividad, mecánica cuántica, genética y biología molecular han dado lugar a una
nueva representación del Universo y de la Naturaleza, alejada de los cánones de la visión derivada de la física
newtoniana y sistematizada en la Teoría del Conocimiento del filósofo alemán Immanuel Kant.
Crisis civilizatoria y revolución científica.
El edificio de la Ilustración ha entrado en crisis a lo largo del siglo XX. Dos momentos son particularmente
simbólicos de esta crisis. Los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, cuando el impacto moral de la
hecatombe y la alteración radical del mapa político europeo confrontaron a los hombres
ilustrados con el sentimiento de decadencia de la civilización occidental. El segundo
momento lo estamos viviendo hoy en día. La caída del muro de Berlín ejemplifica la
incertidumbre que atenaza a la sociedad del presente. El fin del milenio se ve
atravesado por la sensación de ausencia de un horizonte diáfano respecto de los destinos del planeta y de la sociedad internacional. La crisis ecológica; la inexistencia
de un orden internacional político y económico estable y vertebrado, tras la
desaparición del orden mundial bipolar; el derrumbe del sistema económico, y el
desmoronamiento de los grandes discursos ideológicos configurados a lo largo del siglo
XIX, a partir de mayo del 68, nos sitúan ante una crisis civilizatoria de la que todavía no
hemos sido capaces de diseñar las sendas que nos permitan superarla.
Sin embargo, una justa apreciación de las consecuencias derivadas de la revolución
científica del siglo XX nos permite vislumbrar un horizonte en el que la incertidumbre
derivada de la complejidad de los problemas actuales no sea interpretada como el
callejón sin salida que parece recorrer a las instituciones y al espíritu de este fin de siglo.
La representación determinista.
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Comprender las consecuencias profundas del significado de la revolución científica del siglo XX exige una somera
recapitulación de los fundamentos de la racionalidad que ha entrado en crisis. Durante la segunda mitad del siglo XVIII la
física newtoniana consiguió imponerse a lo largo y ancho del Viejo Continente, una vez solventadas las polémicas que
enfrentaron a Newton con Descartes y Leibniz. La influencia del sistema newtoniano rebasó los límites estrictos de la Física, para convertirse en el fundamento de la Filosofía de la Ilustración.
El gran éxito del sistema newtoniano a la hora de explicar los procesos físicos relacionados con el movimiento de los
cuerpos y del sistema solar, sin obviar la importancia del método científico empleado en los Principia, explica el vigor de la
Filosofía Natural propuesta por Newton, donde la Mecánica se constituye en la matriz en la que se funden los instrumentos necesarios para la explicación del "sistema del Mundo". La representación mecanicista de la Naturaleza se convirtió así en
la Filosofía Natural dominante en la cultura occidental desde mediados del siglo XVIII hasta bien entrada la segunda mitad
del siglo XIX, momento en el que la visión electromagnética de la Naturaleza disputó la primacía que hasta entonces había
disfrutado el mecanicismo en la Física.
Fue a través del enorme influjo que sobre la cultura occidental ejerció la obra de Immanuel Kant como el sistema
newtoniano adquirió un status de verdad ontológica, cimiento de todo el edificio del Saber clásico. En la Crítica de la Razón
Pura, Kant trató de establecer los fundamentos y los límites de la razón humana, a través de la realización de una síntesis
superadora de las dos grandes corrientes del pensamiento occidental de la segunda mitad del siglo XVIII: el racionalismo
de la Ilustración y el empirismo inglés.
En la solución de las antinomias propuesta por Kant en la Crítica de la Razón Pura se
condensa el marco conceptual de la nueva representación cosmológica que dominó la época
clásica hasta la aparición de la Teoría General de la Relatividad en 1916. "El Mundo no tiene
un principio en el tiempo ni límite extremo en el espacio". Kant sitúa la ley de la causalidad
como ley fundamental de la Naturaleza, condición imprescindible de toda posibilidad de conocimiento: "Esta ley de la Naturaleza (...) es una ley del entendimiento en la que no está
permitido, bajo ningún pretexto, apartarse o distraer ningún fenómeno, porque de otro
modo se colocaría a este fenómeno fuera de toda experiencia posible..."
Lo que en Newton eran meros postulados en Kant adquirió el rango de absoluto. La
extraordinaria influencia que tuvo la filosofía kantiana durante la primera mitad del siglo
XIX contribuyó decisivamente a que físicos y matemáticos tomaran las leyes de la Física
clásica por absolutamente necesarias. El concepto de Naturaleza defendido por Kant se constituyó así en la
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concepción dominante de la cultura occidental hasta la aparición de la Teoría de la Relatividad y la Mecánica
Cuántica durante el primer tercio del presente siglo, instalándose en el centro de la episteme occidental hasta
nuestros días.
A comienzos del siglo XIX el imperio de la Razón brillaba en todo su esplendor y, dentro
del mismo, la representación determinista ocupaba una posición privilegiada. La aparición de la teoría evolucionista de Darwin, con la publicación de El origen de las
especies en 1859, fue interpretada como la culminación de dicha representación, tal
como afirmó el gran físico vienés Ludwig Boltzmann en su conferencia ante la Academia
Imperial de la Ciencia, el 29 de mayo de 1886: "Si ustedes me preguntan por mi
convicción más íntima, sobre si nuestra época se conocerá como el siglo del acero, o
siglo de la electricidad o del vapor, les contestaré sin dudar que será llamado el siglo de
la visión mecanicista de la naturaleza, el siglo de Darwin".
En El Origen de las especies Darwin recurre para presentar su teoría al método
hipotético-deductivo empleado por Newton. A partir de ahí, desarrolla las tesis
malthusianas para explicar la lucha por la supervivencia de las especies, en función de su
crecimiento geométrico frente al desarrollo aritmético de las fuentes alimentarias. Una
vez establecido el principio de la lucha por la existencia, Darwin plantea el mecanismo de
la selección natural sobre la base de la adaptabilidad al medio, por la cual los organismos que incorporan mejoras heredables muestran mayores posibilidades para sobrevivir y reproducirse que los que no las
incorporan o desarrollan variaciones heredables desfavorables. Paralelamente a la selección natural y
complementaria a ésta se desarrolla la selección sexual por mediación del macho y/o de la hembra.
En El Origen de las especies Darwin presenta de forma íntimamente asociada la evolución y la selección natural,
eliminando cualquier referencia a la generación espontánea, de esta forma presentaba su teoría como un todo
coherente, que respondía plenamente a las exigencias de una ley natural de carácter universal, acorde con los presupuestos epistemológicos de raíz newtoniana.
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El electromagnetismo.
La construcción de una teoría sobre la naturaleza de la luz creó innumerables problemas de carácter teórico
para la física del siglo XIX. A la altura de 1850 dos teorías contradictorias, la corpuscular y la ondulatoria,
aparentemente incompatibles entre sí, pugnaban por explicar la naturaleza de la luz. Las dificultades se
acrecentaban de manera notable a la hora de encontrar una manera satisfactoria de explicar los fenómenos
eléctricos y magnéticos, provocando una importante división entre los partidarios de una y otra teoría que termino por desembocar en la construcción de una electrodinámica.
Con la llegada de James Clerk Maxwell la situación cambió radicalmente. Inspirándose en los trabajos de
Michael Faraday, estableció la teoría unificada de los fenómenos eléctricos y magnéticos, para lo cual postuló la
existencia del éter, que ocupando todo el espacio, se constituye en el medio en el que se desarrollan los
fenómenos electromagnéticos. Además, Maxwell afirmaba que la luz era un fenómeno electromagnético más,
por lo que la óptica debía ser considerada bajo la perspectiva de la electrodinámica y, por tanto, debía ser incluida en una teoría electromagnética que abarcará los fenómenos ópticos.
Maxwell en su fundamental obra Treatise on Electricity and Magnetism, publicada en
1873, aunque no tenía muy claro como interpretar las ecuaciones de campo por él
formuladas, independizó las mismas de toda analogía mecánica, proponiendo una
teoría de campos. Aunque ello no supuso una ruptura de Maxwell con la teoría
newtoniana, en tanto que trató de demostrar que su teoría era consistente con la
existencia de un mecanismo newtoniano en el campo, al fin y al cabo los resultados por él alcanzados cuestionaban radicalmente la posibilidad de una explicación mecánica del
campo.
A raíz de la aparición de la teoría electromagnética de Maxwell, se fue abriendo camino
una nueva representación de la Naturaleza: la representación electromagnética,
especialmente desde la aparición de los trabajos de Hertz en 1887-88, en los que
exponía sus experimentos, que demostraban la existencia de la radiación
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electromagnética. Los trabajos de H. A. Lorentz que culminaron con la aparición de la teoría electrodinámica de
los cuerpos en movimiento, en 1892, no hicieron sino acrecentar el prestigio y el número de seguidores de la
representación electromagnética de la Naturaleza en detrimento de la representación mecanicista.
La crisis de la representación determinista.
Ahora bien, conforme la teoría electromagnética se iba imponiendo en los círculos científicos del último tercio
del siglo XIX, surgieron voces que reclamaban una revisión crítica de los fundamentos de la Física clásica
orientada a eliminar los elementos metafísicos que habían contaminado la Física teórica desviándola, a su juicio, de su verdadero carácter de ciencia empírica. Dos fueron las corrientes que sobresalieron en este período: el
sensacionismo de Ernst Mach, cuyas posiciones se acercan bastante a una fenomenología de la ciencia, sobre
todo en sus escritos histórico-críticos sobre Física, y el energetismo, cuyo máximo exponente fue el químico
William Ostwald.
Ambas corrientes se enfrentaron con empeño a la representación mecanicista de la Naturaleza, y en particular a
las hipótesis atomísticas. Los fenomenistas rechazaban toda hipótesis que no se fundamentara directamente en la experiencia, eran, por tanto, defensores de un positivismo extremo, de ahí la influencia que ejerció Ernst
Mach en los fundadores del Círculo de Viena y del neopositivismo. El energetismo trataba de construir una
concepción metateórica que liberara a la ciencia de su dependencia respecto de la Física, mediante el desarrollo
de una ciencia superior, la energética, que unificara en ella el resto de las ciencias. La justificación de dicha
pretensión la encontraban en el enorme desarrollo y éxitos que el tratamiento de la energía había deparado
durante la segunda mitad del siglo XIX en la Física y en la Química.
De hecho, Mach lo que pretendía era refundar la mecánica newtoniana sobre la base de unos nuevos presupuestos descriptivo-analíticos desposeídos de todo vestigio de carácter metafísico. Lo que Mach persigue
es eliminar todo rastro de razonamiento deductivo de carácter metafísico-filosófico de la mecánica newtoniana,
no su verdad de hecho, ni siquiera pretendía acabar con sus presupuestos epistemológicos intrínsecos. En
cualquier caso, desde la crítica machiana no era posible destruir, ni Mach pensaba en ello, la episteme clásica.
Tuvo que desarrollarse la revolución relativista y cuántica para que de la crisis se pasara a la revolución de los
fundamentos, esto es, a la destrucción de los presupuestos epistemológicos básicos que habían configurado la
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episteme clásica, razón de ser de las formas del Pensar que han dominado la cultura occidental desde hace tres
siglos.
Einstein y la Teoría de la relatividad.
En sus Notas Autobiográficas, Einstein explícita el origen de la Teoría Especial de la Relatividad en la necesidad
de encontrar un principio formal y general que condujese a resultados seguros capaces de dar respuesta a los
problemas enunciados. Einstein modificó radicalmente, con la Teoría Especial de la Relatividad, la forma de ver
la física, al establecer que "no existía ninguna incompatibilidad entre el principio de relatividad y la ley de la propagación de la luz", a través de una nueva formulación de los conceptos de Espacio y Tiempo.
Para ello recurrió a una nueva definición del concepto de simultaneidad, según la cual
"Cada cuerpo de referencia (sistema de coordenadas) tiene su tiempo especial; una
localización temporal tiene sólo sentido cuando se indica el cuerpo de referencia al
que remite". Desaparece así el tiempo absoluto característico de la Mecánica clásica:
deja de ser necesario para la Física y se convierte en un elemento superfluo que estorba ahora a la propia teoría física. La ruptura con la física clásica aparece aquí
evidente. Otro tanto ocurre con el concepto de espacio absoluto, el concepto de
distancia espacial entre dos puntos de un cuerpo rígido se encuentra en función del
sistema de referencia y sólo en este sentido puede ser empleado en Física. La
reinterpretación de Einstein de las ecuaciones de transformación de Lorentz permitió
establecer la transformación de las magnitudes espacio-temporales de un suceso al
pasar de un sistema de referencia a otro. Einstein señalaba así su carácter de grupo, que no exigía la existencia de un sistema inercial privilegiado, diferente de los demás
sistemas por su estado de reposo (espacio absoluto).
Claro que esto que parecía tan sencillo a primera vista, suponía el fin de la vieja ilusión mecanicista, con lo que
todo el edificio de la Física clásica, que tantos esfuerzos había costado levantar, se tambaleaba peligrosamente.
Estas son las razones que explican la incapacidad de Lorentz para interpretar correctamente las ecuaciones de
transformación que él mismo había descubierto, atrapado como estaba por la epistemología de la Física clásica,
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de manera similar Poincaré no llegó a generalizar su principio de relatividad. Tuvo que ser Einstein quien cortase
el nudo gordiano, haciendo desaparecer de la faz de la Física el espacio y el tiempo absolutos newtonianos.
La aparición de la Teoría Especial de la Relatividad provocó la ruptura de la estructura armónica y totalizadora
de la cosmovisión procedente de la física clásica, según la cual las leyes de la Mecánica daban razón de la
totalidad del Universo, constituyéndose en Leyes Naturales de carácter universal. La desaparición de un sistema de referencia privilegiado, constituido sobre la base de la existencia de un espacio y tiempo absolutos, eliminaba
la posibilidad de establecer, bajo las premisas de la antigua física clásica, una teoría física que unificase,
mediante el establecimiento de unas Leyes Generales, el funcionamiento de la Naturaleza, situación que se
agravaría con el desarrollo de la Mecánica Cuántica durante el primer tercio del siglo XX, y que en la actualidad
todavía no ha podido ser resuelta a pesar de los esfuerzos teóricos desarrollados con el fin de dar con una teoría
unificada, en la que se ensamblen los resultados alcanzados por la Relatividad
y la teoría cuántica.
La teoría Especial de la Relatividad analiza y resuelve los problemas físicos de
los cuerpos en movimiento en sistemas de referencia inerciales, pero deja
fuera de su campo de aplicación toda una serie de problemas físicos, como los
del campo gravitatorio y la no equivalencia de todos los cuerpos de referencia
de Galileo, de cara a la formulación de las leyes naturales. Einstein dedicó
buena parte de sus esfuerzos intelectuales en los siguientes diez años a generalizar la relatividad especial. En la teoría especial había establecido la
equivalencia de todos los sistemas inerciales para la formulación de las leyes
de la naturaleza, pero pronto se planteó la pregunta de "si sólo se puede
adjudicar un significado relativo al concepto de velocidad" y, por tanto,
"¿debemos, con todo, seguir considerando la aceleración como un concepto
absoluto?".
Einstein llegó pronto, en 1907, al convencimiento de que en el marco de la Teoría de la Relatividad Especial no
había lugar para una teoría satisfactoria de la gravitación. En el proceso de generalización de la Relatividad
Especial se percató enseguida de la igualdad existente entre masa inercial y masa pesante, de donde se deducía
que la aceleración gravitatoria es independiente de la naturaleza del cuerpo que cae. Esta igualdad ya había sido
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registrada por la física clásica, pero no había sido interpretada. El reconocimiento por parte de Einstein de que
"la misma cualidad" del cuerpo se manifiesta como inercia o como gravedad, le condujo a establecer el principio
de equivalencia.
De esta forma, Einstein encontró en 1907 el camino por el que podía ser generalizada la Relatividad Especial a
los sistemas de referencia de movimiento uniformemente acelerado, es decir, el medio de aplicar las ecuaciones relativistas a un campo gravitatorio homogéneo, llegando a la conclusión de que debía producirse una
aceleración en la frecuencia de los relojes situados en un campo gravitacional intenso respecto de la frecuencia
de los relojes situados en campos gravitacionales débiles. En el mismo artículo de 1907, Einstein llegó a la
conclusión de que la acción de un campo gravitacional sobre la trayectoria de un rayo luminoso se manifiesta en
su curvatura, algo que parecía entrar en abierta contradicción con el postulado de la Relatividad Especial, según
el cual la velocidad de la luz en el vacío es constante.
En la Teoría de la Relatividad General, completada por Einstein en 1916, se plantea una nueva ley general de la gravitación acorde con la
física relativista, que elimina la acción instantánea a distancia de la
teoría de la gravedad de Newton, dando cuenta del avance del perihelio
de Mercurio -algo que no podía explicar la ley de gravitación
newtoniana- y de la curvatura de la trayectoria de los rayos luminosos
bajo la acción de intensos campos gravitatorios. En el campo gravitatorio relativista relojes sincronizados marchan a distinta
velocidad según su posición en el mismo. El reloj situado en la periferia
del campo gravitatorio marchara constantemente más despacio,
respecto de un sistema de referencia no afectado por el campo
gravitatorio, que el reloj situado en el centro del campo gravitatorio. De
tal manera que resulta imposible dar una definición exacta del tiempo dentro de un campo gravitatorio. Otro tanto ocurre a la hora de
efectuar una definición de las coordenadas espaciales; éstas variaran
en función de como se sitúen dentro del campo gravitatorio. Tales resultados llevaron a la conclusión a Einstein
de "que los teoremas de la geometría euclideano pueden cumplirse exactamente sobre el disco rotatorio ni, en
general, en un campo gravitacional... También el concepto de línea recta pierde con ello su significado".
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Einstein se vio obligado a abandonar la geometría euclidea como marco en el que se desenvuelve el espacio-
tiempo bajo la acción de un campo gravitatorio, rompiendo radicalmente con la representación espacial de la
física clásica. Einstein recurrió a la utilización de coordenadas gaussianas como el método adecuado a medidas -
distancias- no euclideas, características del continuo espacio-temporal bajo el efecto de un campo gravitatorio.
La Teoría de la Relatividad General planteaba una nueva configuración del Universo, a partir de la nueva geometría del continuo espaciotemporal de carácter no euclideo. El Universo infinito y estático característico de
la cosmología clásica se ve obligado a ceder el paso a una nueva representación: el Universo finito y dinámico de
la Relatividad General.
La Mecánica cuántica.
Si bien la teoría de la Relatividad eliminó algunos de los presupuestos epistemológicos básicos de la física
clásica, como el espacio y el tiempo absolutos, sobre los que se asentaba la representación moderna del
Universo, no puso en cuestión la representación determinista de la Naturaleza característica de la época
Moderna. Dicha representación se asentaba en la validez universal del principio de causalidad clásico, cuyas premisas no quedaban afectadas por la revolución relativista. Lo que salvaguardaba la vigencia del criterio de
realidad dominante en la física moderna, mediante el cual era posible aprehender la
naturaleza de los procesos físicos sin interferencias del observador, postulado básico
de la teoría del conocimiento desarrollada en la época Moderna.
Sin embargo, este pilar fundamental del Saber moderno pronto se vería afectado por
una profunda crisis, como consecuencia del desarrollo de la Mecánica Cuántica. El
inicio de esta fractura epistemológica se sitúa en la introducción del cuanto de acción por Max Planck en 1900, resultado de su investigación sobre el problema de la
radiación del cuerpo negro.
Con ello introdujo el cuanto de energía como una realidad física, al subdividir el
continuo de energía en elementos de tamaño finito, asignándoles un valor constante y
proporcional a su frecuencia. Un paso que rompía radicalmente con la física del siglo
XIX, al introducir la discontinuidad en la emisión y absorción de energía, hecho del
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que no se percató el propio Planck cuando estableció su teoría de la radiación del cuerpo negro, y que tardaría
en reconocer cerca de diez años por la repugnancia epistemológica que ello le producía.
La fórmula de Planck por la que se establecía una igualdad entre la energía concebida como discontinua y la
energía considerada continua, en función del carácter ondulatorio de la frecuencia, resultaba completamente
extraña para los físicos de la época. Sólo Einstein comprendería el problema en toda su magnitud, al postular en 1905 la existencia de partículas de luz -fotones-, y con ello establecer el carácter corpuscular y ondulatorio de la
luz. Una posición que gozó de la animadversión del resto de los físicos, entre ellos el propio Planck, que
atrapados por la teoría ondulatoria de la luz, dominante desde la segunda mitad del siglo XIX, no podían
concebir un comportamiento a primera vista tan contrario a los postulados de la física. Tan sólo en 1922, con la
introducción del efecto Compton y el desarrollo de la Mecánica Cuántica a partir de 1926-27, la solución
propuesta por Einstein se abrió camino.
Fue Ehrenfest el primero en señalar que la teoría de Planck constituía una ruptura con la teoría clásica, al limitar la energía de cada modo de vibración a múltiplos enteros del elemento de energía establecido por la realidad
física del cuanto de acción, señalando que la cuestión fundamental de la teoría de Planck radicaba en el
tratamiento probabilístico del campo. A conclusiones similares, pero por caminos distintos, llegó Einstein en las
mismas fechas, al defender que durante la absorción y la emisión la energía de un resonador cambia
discontinuamente en un múltiplo entero.
La teoría de Einstein sobre los calores específicos planteaba la imposibilidad de reducir la discontinuidad a la interacción entre materia y radiación, ni siquiera era
posible reducirla a una teoría de los electrones mejorada. La teoría de Einstein
era una teoría mecánico-estadística, independiente de consideraciones
electromagnéticas, que exigía cuantizar la energía no sólo de los iones sino
también de los átomos neutros. La aplicación de la mecánica clásica a cualquier
proceso atómico era puesta en cuestión y con ella la totalidad de la teoría cinética. La discontinuidad aparecía así como un fenómeno de una gran
generalidad y de profundas consecuencias físicas, que planteaba la reformulación
sobre bases nuevas de la teoría cinética de la materia.
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El siguiente gran paso no se produjo hasta 1913, cuando Niels Bohr aplicó la
distribución cuántica de la energía para explicar el comportamiento de los
electrones en el seno de la estructura atómica. Bohr resolvió así las dificultades
del modelo atómico de Rutherford, al explicar por qué el átomo no emite
radiación de forma continua y los electrones no se precipitan sobre el núcleo permaneciendo en órbitas estacionarias. Sin embargo, el modelo atómico de
Bohr no estaba exento de dificultades teóricas, debidas a la introducción del
cuanto de acción para explicar las transiciones energéticas del electrón. Ello implicaba que las transiciones entre los diferentes estados energéticos del átomo
se producían mediante saltos cuánticos, algo que resultaba absolutamente
incompatible con la teoría clásica que postulaba transiciones continuas de un
estado de energía a otro. La dificultad se veía agravada por el recurso en la misma teoría a los principios de la mecánica y el electromagnetismo clásicos,
para definir la carga y la masa del electrón y del núcleo. La utilización dentro del mismo modelo atómico de dos
teorías, la clásica y la cuántica, incompatibles entre sí, generaba enormes problemas teóricos, que no fueron
resueltos hasta la aparición de la Mecánica Cuántica en 1926-27.
Los experimentos de Frank y Hertz de 1914 demostraron que la cuantización de los
niveles de energía de los átomos constituía una propiedad de la materia muy general, incompatible con la teoría corpuscular clásica de la materia, pues para ésta última la
energía en un sistema de corpúsculos clásicos es una magnitud continua.
La publicación de un artículo de Heisenberg en 1925 representó un salto cualitativo en la
resolución de los problemas que aquejaban a la teoría cuántica del átomo de Bohr, al
proponer la necesidad de abandonar el concepto clásico de órbita electrónica e introducir
un nuevo formalismo matemático, que sería desarrollado inmediatamente por Max Born y Pascual Jordan, consistente en la aplicación de la matemática de matrices. Nacía así la
mecánica matricial, sobre la que se fundaría la Mecánica Cuántica. Paralelamente, Dirac
llegó a resultados similares en Cambridge.
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Por las mismas fechas, 1924-1926, se desarrolló la Mecánica ondulatoria por De Broglie y Schrödinger. De
Broglie generalizó la dualidad onda-corpúsculo de la luz, establecida por Einstein en 1905 para el caso del
electrón, señalando que esta dualidad se encontraba íntimamente asociada a la existencia misma del cuanto de
acción. Se trataba, en definitiva, de asociar al movimiento de todo corpúsculo la propagación de una onda,
ligando las magnitudes características de la onda a las magnitudes dinámicas del corpúsculo, mediante relaciones en las que intervenía la constante de Planck.
Esta nueva mecánica ondulatoria fue desarrollada por Schrödinger en los primeros meses de 1926. En ella
señaló que los estados estacionarios de los sistemas atómicos podían representarse por las soluciones propias
de una ecuación de ondas, cuyo formalismo matemático encontraba fundamento en la solución de Hamilton
respecto de la analogía formal existente entre los sistemas mecánicos y ópticos.
La situación no podía dejar de ser más confusa. Por una parte, el desarrollo de la
nueva mecánica matricial ofrecía una teoría que resolvía matemáticamente los problemas que habían aquejado a la primera teoría cuántica, sobre la base de la
consideración corpuscular del electrón, obviando su posible comportamiento
ondulatorio. Por otra parte, la mecánica ondulatoria de Schrödinger se basaba
en el comportamiento ondulatorio del electrón y obviaba el posible carácter
corpuscular del electrón. Dos teorías que en principio parecían radicalmente
contradictorias sin embargo alcanzaban resultados similares.
La situación se complicó aún más por la interpretación clásica que Schrödinger
hizo de la ecuación de ondas, que perseguía eliminar los saltos cuánticos y la
discontinuidad de los procesos atómicos, sobre la base de interpretar la función
de ondas de su ecuación desde la perspectiva de la teoría clásica de la radiación
electromagnética. En otras palabras, interpretó la teoría cuántica como una
simple teoría clásica de ondas, en la que era negada categóricamente la existencia de niveles discretos de energía. La interpretación clásica de
Schrödinger encontró una gran audiencia entre los físicos, pues eliminaba el contrasentido de los saltos
cuánticos que amenazaba a todo el edificio de la física clásica. Dicha interpretación fue contestada por Niels
Bohr, Werner Heisenberg y Max Born.
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Fue Max Born quien resolvió la polémica y clarificó la situación, mediante su
interpretación estadística de la ecuación de ondas de Schrödinger, al poner de
manifiesto el carácter equivalente de la mecánica matricial y la mecánica
ondulatoria; debido a que la ecuación de ondas, por su carácter complejo, exigía
una interpretación probabilística de la localización en el espacio de la partícula asociada. Born sostenía que en los procesos individuales no es posible determinar
con exactitud el estado de la partícula, sino que sólo puede establecerse la
probabilidad del estado de la partícula, como consecuencia de la existencia del
cuanto de acción. De esta manera, la función de la ecuación de ondas debía ser
interpretada como la probabilidad de encontrar al electrón en el espacio de
configuración determinado por el cuadrado de la función de ondas, no siendo
posible una determinación exacta de la posición del electrón. En otras palabras, Born demostró que la ecuación de ondas de Schrödinger sólo podía ser interpretada
de una forma probabilística.
La interpretación probabilista de la mecánica cuántica realizada por Max Born,
completada por la teoría de la transformación de Dirac y Jordan, constituyó un
avance sustancial en la comprensión del significado de la nueva mecánica cuántica,
al establecer el carácter físico de la probabilidad cuántica, hecho que constituía una profunda fractura con los fundamentos epistemológicos de la física clásica, por cuanto establece que tanto la localización espacial del
electrón como los estados estacionarios del átomo sólo pueden ser determinados probabilísticamente.
El Principio de incertidumbre.
La aparición en 1927 del artículo de Heisenberg en el que introducía las relaciones de incertidumbre como un
principio físico fundamental, al postular que no es posible conocer simultáneamente la posición y el impulso de
una partícula, no hizo sino profundizar dicha fractura epistemológica, al romper radicalmente con la antigua
pretensión de la Física Moderna de alcanzar, mediante el conocimiento completo de todos los fenómenos físicos
del Universo en un instante dado, la determinación absoluta hacia el pasado y hacia el futuro del Universo, en función de la validez universal del principio de causalidad estricto, origen y fundamento de la representación
determinista de la Modernidad. El artículo de Heisenberg apuntaba directamente al corazón de la vieja gran
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aspiración de la Física Moderna, al sostener la imposibilidad física de conocer simultáneamente con exactitud
determinista la posición y el impulso de cualquier clase de partícula elemental. Según las relaciones de
incertidumbre, el producto de las incertidumbres de la localización y de la cantidad de movimiento no puede ser
más pequeño que el cuanto de acción de Planck, constituyendo éste un límite físico
infranqueable.
Para poder apreciar el papel que desempeñó el principio de incertidumbre en la
renuncia del principio de causalidad estricto, conviene recordar que en la mecánica
clásica son justamente los valores iniciales y los ritmos iniciales de cambio de todas
las variables mecánicas -que definen el estado de un sistema dado- los que
determinan los movimientos futuros del sistema en cuestión. Sin embargo, de
acuerdo con el principio de incertidumbre, existe una limitación fundamental,
derivada de las mismas leyes de la naturaleza en el nivel cuántico, consecuencia de la existencia del cuanto de acción, que hace imposible la predicción determinista del
comportamiento de los procesos físicos cuánticos, debido a su naturaleza esencialmente probabilística.
La ruptura epistemológica con la física clásica se torna evidente si consideramos que ésta asocia a los sistemas
físicos, cuya evolución desea describir, un cierto número de magnitudes o de variables dinámicas. Estas
variables dinámicas poseen todas ellas, en cada instante, un valor determinado, a través de los cuales queda
definido el estado dinámico del sistema en ese instante. Por otra parte, se admite, en la física clásica, que la evolución del sistema físico a lo largo del tiempo está totalmente determinada cuando se conoce su estado en un
momento inicial dado.
El principio de incertidumbre se constituye en un principio físico fundamental que rige para el conjunto de los
fenómenos, y que no es posible soslayar en los niveles de magnitudes en los que el cuanto de acción no es
despreciable. El principio de incertidumbre se extiende, como principio físico fundamental, al conjunto de las
relaciones físicas de las magnitudes cuánticas, y no sólo a las relaciones de incertidumbre de posición e impulso. Las consecuencias epistemológicas de las relaciones de incertidumbre alcanzaban de lleno al centro mismo de lo
que había sido la Física desde los tiempos de Newton; es decir, cuestionan la capacidad de la Física para
establecer leyes de la Naturaleza que determinen con absoluta precisión su funcionamiento como si de un
mecanismo de relojería se tratará.
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Ello provocó una fuerte polémica entre los defensores y detractores de la mecánica cuántica, centrada en el
alcance de las consecuencias epistemológicas y la interpretación que debía realizarse de la nueva teoría
cuántica. Polémica cuyos rescoldos todavía no se han apagado en la actualidad, si consideramos las posturas
mantenidas por el neodeterminista Bunge o el realista clásico Popper, por citar sólo dos casos. La fractura era
tan radical que tanto Planck como Einstein se negaron hasta su muerte a aceptar los resultados de la mecánica cuántica, al considerar que significaba el fin de la física como teoría comprensiva de la Naturaleza. En el caso de
Einstein, éste mantuvo una prolongada y famosa polémica con Niels Bohr iniciada en la V Conferencia Solvay,
celebrada en Bruselas en octubre de 1927, y continuada hasta su fallecimiento en 1955. De dicha polémica
Einstein salió derrotado pero no vencido, y aunque terminó aceptando a su pesar la validez del formalismo de la
mecánica cuántica, no cejó en su intento de demostrar que la interpretación de dicho formalismo no era
correcta.
Einstein, en una carta dirigida a Max Born en 1926, explicitaba su repugnancia a las consecuencias de la mecánica cuántica: "la mecánica cuántica es algo muy serio. Pero una voz interior me dice que de todos modos
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no es ese el camino. La teoría dice mucho, pero en realidad no nos acerca gran cosa al secreto del Viejo. En todo
caso estoy convencido de que El no juega a los dados." En 1957 De Broglie expresaba con claridad la validez de
las consecuencias que Einstein rechazaba: "Mientras que en la física clásica era posible describir el curso de los
sucesos naturales como una evolución conforme a la causalidad, dentro del marco del espacio y del tiempo (o
espacio-tiempo relativista), presentando así modelos claros y precisos a la imaginación del físico; en cambio, en la actualidad la física cuántico impide cualquier representación de este tipo y, en rigor, la hace completamente
imposible. Sólo permite teorías basadas en fórmulas puramente abstractas, desvirtuando la idea de una
evolución causal de los fenómenos atómicos y corpusculares; únicamente suministra leyes de probabilidad
considerando que estas leyes de probabilidad son de carácter primario y constituyen la esencia de la realidad
cognoscible; y no permiten que sean explicadas como consecuencia de una evolución causal que se produjera a
un nivel aún más profundo del mundo físico".
Del átomo a la estructura de la vida.
La relatividad general y la mecánica cuántica son las dos grandes teorías sobre las que se basa la actual representación del Universo. Un universo dinámico y en
expansión, que encuentra sus orígenes en el big-bang. Las observaciones
astronómicas realizadas hasta la fecha han confirmado las previsiones teóricas de la
cosmología contemporánea. Pero además la relatividad general y la mecánica
cuántica no sólo han destruido los fundamentos sobre los cuales descansaban los
pilares básicos de la racionalidad occidental en la época moderna y nos permiten
explicar la estructura del Universo, sino que también se han constituido en el núcleo central de los desarrollos de la ciencia del siglo XX. La formulación de la ecuación de
Einstein por la que la energía y la materia están directamente ligadas (E=mc2) fue el
fundamento teórico para el desarrollo de la física nuclear, que ha dado lugar a las
bombas atómicas, pero también a las centrales nucleares o la medicina nuclear.
Aplicaciones científicas que han marcado la sociedad posterior a la Segunda Guerra
Mundial hasta el punto de que numerosos autores hablan de la Era nuclear para significar el sistema internacional de la guerra fría basado en la disuasión nuclear.
La mecánica cuántica está en la base de una nueva rama de la física que ha tenido
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desarrollos espectaculares en la segunda mitad del siglo: la física del estado sólido. Wolfang Pauli fue el primero
en desarrollar la nueva estadística de los metales, a partir de la introducción del espín del electrón, Sommerfeld
impulsó estos trabajos desde la dirección del Instituto de física de Munich entre 1927 y 1928. Mediante la
utilización de la ecuación cinética de Boltzmann obtuvo las expresiones de las conductividades eléctrica y
térmica, además de estudiar la emisión termoiónica y los efectos galvanomagnéticos y termomagnéticos. El avance de estos estudios desembocó en 1947 en el descubrimiento del transistor, por parte de Walter Brattain,
John Bardeen y William Shockey en los laboratorios Bell de los Estados Unidos. La teoría de Sommerfeld
presentaba fuertes dificultades dado su carácter semiclásico, al igual que sucediera con el modelo atómico de
Bohr de 1913, debido a la combinación de la física clásica y de la teoría cuántica, como la estadística de Fermi y
Dirac. La solución vino en la misma dirección que desembocaría en 1926-1927 en la mecánica cuántica: el
abandono de la física clásica. Fue Felix Bloch, alumno de doctorado de Werner Heisenberg quien dio el paso
fundamental que llevaría a la teoría de bandas, base sobre la que se edificó la física del estado sólido, al establecer que no todos los niveles energéticos del electrón permitían la conductibilidad.
De esta forma entre 1928 y 1933 se comprendió el por qué de los metales y los aislantes y la naturaleza de los
semiconductores. Hechos que tenían una enorme transcendencia para el desarrollo de la electrónica, las
telecomunicaciones, la física de los metales y de los sólidos en general, con
aplicaciones en los sectores metalúrgicos y fotográfico. Estados Unidos fue el país
donde estos nuevos desarrollos teóricos encontraron un caldo de cultivo propicio para la investigación aplicada, merced a la colaboración de la industria y la Universidad: así
ocurrió con John Slater desde el MIT con la colaboración de General Electric, o los
cursos sobre física de los metales desarrollados por la Universidad de Pittsburgh
financiados por la Westinghouse. Paralelamente, se desarrolló la química cuántica, a
partir de la publicación del artículo de Walter Heitler y Fritz London sobre la molécula
de hidrógeno en 1927, que junto con los trabajos de Friedrich Hund, Robert Mulliken y John Lennard-Jones, sobre el modelo órbital-molecular del enlace químico,
desembocaron en los trabajos de Linus Pauling sobre la naturaleza del enlace químico.
La biología molecular es asimismo deudora de la física cuántica. Sin las técnicas de
difracción de rayos X difícilmente se habría podido avanzar en el conocimiento de la
estructura y funcionamiento de los procesos biológicos en el nivel molecular. En esta
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labor desempeñaron un papel pionero los británicos William Henry y William Lawrence Bragg. William Henry
Bragg desentrañó en 1921 la estructura del naftaleno y del antraceno, mientras sus colaboradores Müller y
Shearer investigaron la de los hidrocarburos. Su hijo William Lawrence Bragg se ocupó por esos años de la
estructura de los minerales, sobre todo de los feldespatos. En 1938 Lawrence Bragg se hizó cargo de la dirección
del laboratorio Cavendish en Cambridge, a raíz de la muerte de Rutherford en 1937, donde permaneció hasta 1953, convirtiendo el laboratorio de cristalografía en líder mundial de la física de materiales, con la ayuda
financiera del Medical Research Centre. Las investigaciones impulsadas por Lawrence Bragg desembocaron en el
descubrimiento de la estructura de la hemoglobina por Max Perutz entre 1953 y 1957. La aplicación de la difracción
de rayos X permitió otro de los grandes logros científicos del siglo XX, el descubrimiento de la estructura del ácido
desoxirribonucleico (ADN), la famosa doble hélice, por James Watson y Francis Crick en 1953 en el Cavendish. Dos
acontecimientos que marcan la consolidación de la biología molecular y su transcendencia para el avance de las ciencias biomédicas.
En el descubrimiento de la estructura del DNA desempeñó un papel de primer orden la química
cuántica y uno de sus máximos representantes Linus Pauling, su concepción de la biología
molecular derivaba de su formación como físico y su conocimiento de la teoría cuántica, según sus palabras ésta era: "una parte de la química estructural, un campo que estaba comenzando a
desarrollarse cuando empecé a trabajar en la determinación de estructuras de cristales
mediante difracción de rayos X en el California Institute of Technology en 1922". Pauling estaba
convencido de que el futuro de la biología molecular pasaba por el conocimiento de la química de las macromoléculas, y que la clave de los procesos biológicos se encontraba en el
comportamiento de los enlaces químicos de los átomos, especialmente del carbono. Esta
convicción y la financiación de la Fundación Rockefeller concedida para investigaciones en el
campo biomolecular desembocaron en 1950 en el descubrimiento por Pauling y Robert Corey de la estructura en forma de hélice de las cadenas de polipéptidos, base sobre la que se sustentaría
el descubrimiento de la estructura de doble hélice del DNA.
Así pues, la mecánica cuántica ha permitido mediante el conocimiento del comportamiento de
los fenómenos atómicos y de la estructura de la materia el desarrollo de nuevas disciplinas
como la física de altas energías o la electrodinámica cuántica, o ha posibilitado importantes avances en múltiples disciplinas, desde la biología molecular y la bioquímica a la informática o
la superconductividad. Avances que están en la base de algunas innovaciones tecnológicas más
trascendentes de los últimos treinta años y que nos sitúan a las puertas de desarrollos aún más espectaculares. La
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mecánica cuántica ha permitido en el ámbito de la biología molecular avances sustanciales que han desembocado en el
conocimiento de la estructura del DNA y en el comportamiento de los procesos bioquímicos básicos en el interior de la
célula, contribuyendo de manera decisiva a la nueva teoría evolutiva que se ha levantado sobre la base de los resultados de la genética mendeliana y de la reinterpretación de la teoría darwinista.
El eclipse del darwinismo.
Si a la altura de 1875 las tesis darwinistas se habían abierto camino en la comunidad científica y extendido su
influencia a los sectores ilustrados de la sociedad europea, vencidas las iniciales resistencias de los
antidireccionalistas, a finales de siglo el darwinismo vio erosionado su prestigio entre los naturalistas, fruto del
resurgimiento del neolamarckismo y de la ortogénesis.
En el cambio de siglo los oponentes a la selección natural estaban convencidos de la decadencia de la teoría
darwinista como modelo explicativo del origen y evolución de los organismos vivos. Los principales argumentos
en contra del darwinismo pueden resumirse en la discontinuidad del registro fósil, los cálculos de Kelvin sobre la edad de la Tierra, el problema de la existencia de estructuras no adaptativas, la aparente regularidad artificial
de algunos mecanismos evolucionistas, las dificultades para explicar la variación y el argumento de la herencia
mezclada. La selección natural se basaba en la afirmación de que los caracteres aparecían y se consolidaban en
función de su valor en la lucha por la supervivencia. La existencia de caracteres no adaptativos constituía algo
difícilmente explicable sobre la base del primado que la teoría darwinista atribuía a la adaptabilidad al medio en
el proceso evolutivo. La excesiva regularidad artificial que parecía desprenderse de la selección natural fue otra objeción de peso debido a las dificultades para explicar la existencia de regularidades entre especies actuales
muy alejadas entre sí o en el tiempo. Este problema fue uno de los argumentos claves para el desarrollo de la
ortogénesis. Las variaciones entre individuos de la misma especie tampoco podían ser explicadas
satisfactoriamente por el darwinismo, puesto que la combinación de selección natural y adaptabilidad al medio
parecían apuntar a la uniformidad de los individuos de cada especie. El argumento de la herencia mezclada se
constituyó en un ejemplo totalmente negativo para la selección natural, las mutaciones individuales no tenían
ninguna significación en la evolución de la especie, en una época en la que la teoría mendeliana era todavía desconocida.
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Finalmente, dos elementos ajenos a la propia teoría darwinista también contribuyeron a su declive. En primer
lugar, la repugnancia que algunos naturalistas mantenían todavía respecto del carácter materialista que parecía
apuntar la selección natural, el neolamarckismo y la ortogénesis ofrecían un espacio para la reintroducción de
interpretaciones teístas, eliminando las desagradables consecuencias de una acción ciega de la Naturaleza. Por
otra parte, otros naturalistas se mostraban profundamente en desacuerdo con los postulados del darwinismo social, que era derivado directamente de la selección natural, por el que se justificaba la superioridad racial, en
un momento en el que las teorías raciales comenzaban a estructurarse dentro del núcleo matriz de
determinados movimientos sociopolíticos o por los excesos en los que habían caído algunos partidarios de la
antropología criminal y de las corrientes higienistas, a la hora de explicar los problemas de marginación social,
sobre la base de la degeneración hereditaria.
El término neolamarckismo había surgido de la mano del norteamericano Alpheus Packard en 1885. Fue en
Norteamérica donde esta corriente encontró se mayor difusión, sobre todo entre los paleontólogos. Las razones del resurgimiento de las tesis lamackianas pueden explicarse en dos grandes direcciones. De un lado, la mayor
adecuación explicativa de las tendencias lineales observadas en el registro fósil. De otro, su capacidad para
integrar la herencia de los caracteres adquiridos. La creencia de que el crecimiento individual (ortogenia)
recapitula la historia evolucionista de la especie (filogenia) concordaba con la visión neolamarckiana de la
variación y la herencia tal como fue enunciada por la ley biogenética de Haeckel y la ley de la aceleración del
crecimiento de la escuela norteamericana. Para los neolamarckianos los caracteres adquiridos como consecuencia del desarrollo del individuo y de su capacidad de adaptabilidad al medio eran posibles por su
incorporación en la edad adulta al plasma germinal, especie de célula madre en la que se depositaban los
caracteres hereditarios. El neolamarckismo encontraba, por tanto, posibles puntos de contacto con la
ortogénesis en su combate contra el darwinismo.
La ortogénesis compartía con el neolamarckismo la teoría de la recapitulación. La primera excluía la influencia
del medio ambiente, mientras la segunda lo incorporaba a través del uso-herencia explicativo de los caracteres adquiridos. La ortogénesis significaba, según su principal difusor Theodor Eimer, una teoría basada en la
evolución lineal no adaptativa. En otras palabras, la variación de las especies era debida a la existencia de una
predisposición interna del organismo en sentido unidireccional, al postular que la naturaleza del organismo
debía predisponerle a variar exclusivamente en una dirección determinada sin la intervención del medio
ambiente. Para los ortogenistas cada una de las especies se regía por un patrón regular de desarrollo en el que
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la desaparición de una especie venía provocada por la senilidad de la misma. La argumentación de la
ortogénesis respondía a un movimiento de más amplio alcance que engarzaba con la percepción de
determinados círculos ilustrados europeos sobre la decadencia de la civilización occidental, que tras la
hecatombe de la primera guerra mundial se abrió paso en amplios círculos de la opinión ilustrada. El éxito de La
Decadencia de Occidente de Spengler es una clara manifestación de esta percepción.
Ampliar imagen
23
El nacimiento de la Genética y la teoría de la evolución.
El redescubrimiento en 1900 de las leyes de la mutación
genética, establecidas por Mendel en 1865, cambió
radicalmente la perspectiva sobre el problema de la evolución
de las especies. Las cuestiones en torno a la variación y la
herencia dejaron de ser contempladas desde la visión
morfológica que había dominado a la teoría darwinista y al neolamarckismo. Por otra parte, se encontró una explicación consistente dentro de la genética mendeliana a la presencia de caracteres no adaptativos. Hugo de
Vries fue el reintroductor de la genética mendeliana al postular su teoría de la mutación, que no hacía referencia
a la selección al afirmar que eran los factores internos y no los externos los fundamentales en la evolución. Si
bien es cierto que en los primeros pasos de la genética mendeliana, como en el caso de De Vries, no enlazaron
con las teorías darwinistas, fue el desarrollo de la genética la que posibilitó la recuperación del darwinismo, eso
sí con algunas importantes correcciones, a la hora de explicar el origen y evolución de los organismos vivos.
Neolamarckismo y ortogénesis terminaron por desaparecer de la escena ante su imposibilidad de incorporar satisfactoriamente los resultados de la genética mendeliana. Apareció así la nueva síntesis moderna.
La actual teoría de la evolución cristalizó a partir de las obras de
Theodosius Dobzhansky Genetics and the Origin of Species (1937 y
1941); Ernst Mayr Sistematics and the Origin of Species (1942) y
George G. Simpson Tempo and Mode in Evolution (1944), que en el
campo de la genética, la zoología y la paleontología sentaron las bases de la nueva síntesis moderna. La genética de poblaciones se ha
constituido en una de las disciplinas centrales de la moderna teoría
evolutiva al suministrar modelos y parámetros relevantes del cambio
evolutivo, mediante la distribución de las frecuencias de los genes en
las poblaciones. Los desarrollos más recientes de Clegg y Epperson (1985) y Lewontin (1985) han puesto de
manifiesto la inmensa variabilidad genética de las poblaciones naturales, al menos para genes estructurales que codifican enzimas, incorporando modelos estocástico-poblacionales (modelos de conducta de las poblaciones
que se rigen probabilísticamente con dirección al azar). El potencial evolutivo de una población está
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determinado por la variabilidad genética presente en la población. La evolución se presenta cuando por
mutación aparece un alelo más eficaz que el alelo salvaje correspondiente.
El desarrollo de la biología molecular ha contribuido decisivamente a la nueva
teoría de la evolución. El gen ha dejado de ser un punto en el cromosoma para
transformarse en una secuencia de información bioquímica. El establecimiento del modelo estructural del DNA por Watson y Crick en 1953 permitió fijar el
contenido informacional de los genes sobre la base de las secuencias de
aminoácidos. El conocimiento de la estructura del DNA ha permitido avanzar la
importancia de los procesos de replicación en la variabilidad molecular que dan
lugar a mutaciones, así como la importancia de las regiones no codificadoras en
el control de la expresión génica.
El proyecto del genoma humano actualmente en marcha ha sido posible gracias al desarrollo de la biología molecular. El alcance del proyecto del genoma constituye una de los grandes debates
científicos del final del milenio. El conocimiento exacto de la estructura de cada uno de los genes y sus funciones
y anomalías están permitiendo ya avanzar en el combate
contra algunas de las enfermedades irreversibles del hombre,
incluso antes de que se manifiesten. Son los casos del
aislamiento del gen que interviene en el cáncer de colon, el problema de la hemofilia...
La genética permite detectar la existencia de genes
desencadenantes de enfermedades y establecer técnicas
analíticas para la prevención precoz de enfermedades, como el
cáncer, que de otra forma serían irreversibles. La ingeniería
genética está a las puertas de lograr la corrección o eliminación de los genes defectuosos que están en la base de
una variada gama de enfermedades. Sin embargo, la
controversia surge ante el peligro de que el conocimiento
preciso del genoma humano y el desarrollo de la ingeniería
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genética, posibiliten modificaciones dirigidas a alterar algunos de los rasgos de la herencia genética del hombre.
En la actualidad la creación de nuevas especies vegetales o animales con el fin de incrementar la producción
agraria es objeto de serios debates. Los criterios productivistas vinculados a los laboratorios de las grandes
empresas del sector han provocado en numerosas ocasiones efectos perversos, por la sustitución de especies
autóctonas que han terminado en la degradación del lecho ecológico con el consiguiente empobrecimiento del ecosistema.
La física de altas energías.
El desarrollo de la teoría cuántica, vinculada a los problemas
relacionados con la estructura del átomo, se realizó sobre la base de la
existencia de dos componentes: el protón y el electrón. El modelo
atómico de Rutherford, reformulado en 1913 por Bohr se basaba en este
supuesto. De hecho el desarrollo de la mecánica cuántica se realizó sobre
la base del comportamiento del electrón. Aunque ya en 1920 Rutherford postuló la existencia del neutrón, no fue hasta 1932 cuando este fue
descubierto por James Chadwick en el Cavendish. Un año antes, en 1931
Paul Dirac había postulado la existencia de una nueva partícula
elemental: el positrón, con la misma masa que el electrón pero con carga eléctrica positiva, cuya existencia fue
descubierta en la cámara de niebla por Carl Anderson algunos meses después. La estructura del átomo
comenzaba a complejizarse. De hecho, en 1929 Wolfgang Pauli predijo la existencia de una nueva partícula
elemental: el neutrino, con el fin de explicar el equilibrio energético de la desintegración beta del núcleo atómico. En 1935, Hideki Yukawa postuló la existencia de los mesones, que en 1947 se comprobó que eran de
dos tipos: el pión y el muón.
La física de las partículas elementales comenzaba su andadura de la mano de
la mecánica cuántica. Teoría fundamental de la estructura de la materia. Para
ello fue preciso el desarrollo de la física de altas energías, debido a la
necesidad de romper las fuerzas de ligadura del núcleo atómico. En su primera etapa, el análisis de la estructura atómica se había realizado sobre la
base de la radiación alfa. Para avanzar en el conocimiento de la estructura
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del núcleo atómico era necesario conseguir partículas alfa más energéticas, en 1932 John Cockcroft y Ernest
Walton lograron, mediante un multiplicador voltaico, la desintegración artificial de átomos de litio en dos
partículas alfa. Un paso más en esta dirección Van de Graaff diseñó un generador electrostático para acelerar
partículas que alcanzaba los 80 kV, en 1935 alcanzaban los cinco millones de voltios
(5 MV).
El salto más significativo se produjo de la mano de Ernest Orlando Lawrence, que
sobre la base de los trabajos de Rolf Wideröe, desarrolló el ciclotrón. Se
fundamentaba en una estructura circular en la que las partículas cargadas entraban
en un campo eléctrico alterno logrando su aceleración por la diferencia de potencial.
Lawrence aplicó al modelo de Wideröe la acción de campos magnéticos, que
lograban un incremento sustancial de la aceleración de las partículas. En 1932
Lawrence lograba poner en funcionamiento el primer ciclotrón con la colaboración de M. Stanley Livingston en Berkeley. Paralelamente, en la Universidad de Columbia
(Nueva York) Harold Urey y su equipo descubrían un isótopo del hidrógeno: el
deuterio, cuyo poder desintegrador era diez veces más potente que los protones. En
1936 con un ciclotrón más potente se logró medir el momento magnético del
neutrón produciéndose además el primer elemento artificial: el tecnecio. El ciclotrón
posibilitó la creación de isótopos radiactivos que pronto revelaron importantes
aplicaciones, entre otras en el campo de la medicina para el diagnóstico y tratamiento del cáncer.
En 1938, Otto Hahn junto con su colaborador Fritz Strassmann observo con sorpresa la
producción de bario como consecuencia del bombardeo con neutrones del uranio. Se
encontraban frente a la primera reacción de fisión nuclear conocida. El 6 de enero de
1939 publicaban sorprendidos estos resultados. Lisa Meitner, antigua colaboradora de
Hahn y exiliada en Estocolmo por su origen judío, fue la primera en interpretar correctamente el alcance del descubrimiento de Hahn junto con su sobrino Otto R.
Frisch. La aplicación de la fórmula einsteiniana E=mc2 a la fisión del uranio revelaba
dicho proceso como una fuente inagotable de energía. Las bases de la bomba atómica
estaban puestas. La proximidad de la Segunda Guerra Mundial aceleró el proceso.
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Frisch comunicó los cálculos a Niels Bohr en Copenhague antes de que partiera a Estados Unidos, para dar unas
conferencias sobre teoría cuántica en Princeton. El 16 de enero de 1939, Bohr y su colaborador Léon Rosenfeld
se encontraron en Nueva York con John Wheeler y Enrico Fermi, a los que comunicaron el hallazgo de Hahn y los
resultados de Meitner y Frisch. Inmediatamente los físicos en Norteamérica comenzaron a explorar el nuevo
horizonte de la posibilidad de provocar reacciones en cadena. Para ello era necesario que en la fisión del uranio se produjeran más de un neutrón. Joliot en París calculó un valor medio de 3,5 neutrones, mientras en Columbia
Fermi contabilizaba dos neutrones. La reacción en cadena era pues una realidad. Algo que había predicho en
1934 Leo Szilard a raíz del descubrimiento de la radiactividad artificial por Irène Curie y Frédéric Joliot.
Szilard consciente del peligro que entrañaba la bomba atómica en manos de la Alemania nazi se dirigió a Albert
Einstein para que alertara al presidente de los estados Unidos, Franklint Delano Roosevelt. Es la famosa carta de
Einstein del 2 de agosto de 1939: "Trabajos recientes de E. Fermi y L. Szilard,... me hacen esperar que el
elemento uranio pueda convertirse en una nueva e importante fuente de energía en el futuro inmediato... En el curso de los cuatro últimos meses se ha hecho probable -... - que pueda ser posible establecer una reacción
nuclear en cadena en una gran masa de uranio... Este nuevo fenómeno conduciría también a la construcción de
bombas y es concebible -...- que de esta manera se puedan construir bombas de un nuevo tipo extremadamente
poderosas... En vista de esta situación, acaso pueda Vd. considerar aconsejable que exista algún contacto
permanente entre la administración y el grupo de físicos que trabajan en reacciones en
cadena en Estados Unidos".
En octubre de 1939 era creado un comité presidencial presidido por Lyman J. Briggs, era el
primer paso del llamado proyecto Manhattan que desembocaría en la fabricación de las
primeras bombas atómicas. A principios de 1941, en plena guerra mundial, Ernest Lawrence
se involucraba directamente en el proyecto. Desde que tuvo conocimiento de los trabajos de
Hahn y Meitner y Frisch había embarcado a su equipo de Berkeley a investigar el proceso de
fisión del uranio en los ciclotrones. En la primavera de 1940, Edwin McMillan y Philip Abelson descubrieron un nuevo elemento producido por la fisión del uranio en el ciclotrón:
el neptunio. En febrero de 1941, Glenn T. Seaborg identificaba un nuevo elemento de la
desintegración del neptunio: el plutonio, Halban y Kowarski en Cambridge postularon que
este nuevo elemento podía ser fisionable con neutrones lentos. De esta forma, se
optimizaba la utilización del uranio, puesto que sólo el escasísimo isótopo del uranio U-235
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era capaz de generar reacciones en cadena, mientras que el más frecuente U-238 no lo era, a cambio este podría
producir plutonio. Nacía así la posibilidad de la bomba de plutonio, que fue la utilizada en Nagasaki.
El siguiente paso lo dieron Otto Frisch y Rudolf Peierls en Gran
Bretaña al calcular aproximadamente la masa crítica de uranio
necesaria para desencadenar una reacción en cadena autosostenida. Los cálculos les llevaron a considerar esa masa
crítica en torno al medio kilo, cuya reacción en cadena liberaría
una energía equivalente a miles de toneladas de TNT. La bomba
atómica era ya una posibilidad real. En noviembre de 1942 se
inauguraba en Nuevo México el laboratorio de Los Alamos, bajo la
dirección de Robert Oppenheimer, donde se realizaron las pruebas
de la primera bomba atómica. Al amanecer del 16 de julio de 1945 estallaba en el desierto de Nuevo México la primera bomba
atómica. El 6 de agosto una bomba atómica de uranio, con una
potencia de 20.000 toneladas de TNT y unos 4.500 kilos de peso,
arrasaba Hiroshima. El 9 de agosto de 1945 una bomba de plutonio
arrasaba Nagasaki. Nacía así la era
nuclear.
Del átomo al microchip.
Una de las derivaciones del proyecto Manhattan fue el impulso que recibió la electrónica, sentando las bases prácticas para el desarrollo de los computadores. La
participación de John von Neumann en el proyecto Manhattan fue a este respecto
decisiva. Las necesidades de cálculo requeridas para el desarrollo del proyecto
nuclear exigían nuevas innovaciones. Von Neumann conoció por Hermann Goldstine
el proyecto de la Moore School of Electronics Engineering de la Universidad de
Pennsylvania, embarcada en la construcción del computador electrónico ENIAC
(Electronic Numerical Integrator And Computer) para los Ballistic Research Laboratories, que contaba con 18.000 válvulas. Von Neumann se incorporó al
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proyecto en el ámbito de la organización lógica. Al finalizar la guerra, Von Neumann se dedicó al desarrollo de
máquinas más potentes, que culminaron con la construcción en Princeton de la JOHNNIAC que entró en
funcionamiento en 1952. Era el comienzo de la era de los computadores. El desarrollo de la física del estado
sólido en el campo de los semiconductores contribuyó decisivamente a ello. En 1947 el descubrimiento del
transistor en los Laboratorios Bell por Brattain, Bardeen y Shockey permitió sustituir las viejas y aparatosas válvulas de vacío por los transistores, que redujeron las dimensiones e incrementaron las velocidades de cálculo
de los computadores electrónicos.
Sin embargo, los antecedentes de los computadores se remontan más
atrás en el tiempo. En 1930, Vannevar Bush desarrollo el analizador
diferencial, base sobre la que se desarrollaron los computadores
analógicos. El siguiente paso se debe a Howard Aiken, creador del
Automatic Sequence Controlled Calculator, más conocido como Harvard Mark I, iniciado en 1939 y que entró en funcionamiento en 1944, que
podía controlar toda la secuencia de cálculos, lectura de datos e
instrucciones en un punto e impresionar sus resultados. Von Neumann y
Goldstine avanzaron en el diseño lógico de los computadores, resolviendo
los problemas asociados al almacenamiento de datos y programas en una
memoria en común, proponiendo el sistema numérico binario, que se aplicó por primera vez en 1949 en el EDSAC de la Universidad de
Cambridge, base sobre la que se asientan los computadores desde
entonces. Antes habían contribuido a la construcción ENIAC, primer
computador electrónico digital, abriendo paso a la segunda generación de
computadores. Las ideas de von Neumann encontraron su plasmación más
acabada en Princeton, el primer prototipo fue el IAS, o máquina de von Neumann, a partir de la que se construyeron la AVIDAC, la ORDVAC, la
ORACLE, la SILLIAC, la ILLIAC, la MANIAC o la JOHNNIAC antes
mencionada.
Sobre el modelo estándar de la IAS, la IBM introdujó el sistema de tarjetas
perforadas que permitió desarrollar la IBM-701 en 1953. Un año más tarde aparecía la IBM-650 y en 1959 la
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IBM-1401. En esta época Jack Kilby de TI y Robert Noyce de Fairchild Semiconductor crearon el primer circuito
integrado, conjunto de transistores y resistencias interconectados, nacía así el chip, que permitiría dar un salto
de gigante en la construcción de computadoras y, en general, en la microelectrónica. A principios de los años
sesenta un chip incorporaba unos cuantos transistores microminiaturizados, a finales del decenio de los ochenta
un microchip incorpora millones de transistores. En abril de 1964 IBM desarrollaba el System/360, primera familia de computadores compatibles, y en 1981 creaba la primera computadora personal. En abril de 1976
Steve Wozniak y Steve Jobs fundaban la Apple Computer, que fabricaría la gama de computadores personales
competidora con el sistema IBM, los Macintosh. En 1987, IBM lanzó al mercado el IBM PS/2, que ha
reemplazado su anterior línea de computadoras personales.
El avance en el campo de los ordenadores ha exigido combinar
diferentes disciplinas desde la lógica formal a la física cuántica,
pasando por la física del estado sólido, la cibernética, la teoría de la información, la ciencia de sistemas y la teoría de sistemas. Dos ramas
han sido precisas para ello: el hadware, o soporte material de los
computadores, esto es la estructura de las máquinas, donde la física
del estado sólido ha sido transcendental al permitir desarrollar los
transistores y, posteriormente, los microchips, mediante los avances
registrados en el campo de la semiconductividad y más
recientemente de la supercon-
ductividad, en los que la física
cuántica es fundamental, logrando
máquinas infinitamente más potentes
y reducidas; y el software, o ciencia de los lenguajes de programación, donde las matemáticas, la lógica formal, la
teoría de la información y la teoría de sistemas han desempeñado un papel
esencial, dando lugar a nuevas aplicaciones fruto del avance de la
programación computacional, en este campo el concepto de algoritmo es
imprescindible.
31
Los trabajos del británico Alan M. Turing en 1936, Emil Post en 1943 y Markov en 1947 han sido básicos en el
desarrollo de la teoría algorítmica, cuyos antecedentes inmediatos se sitúan en el cálculo lambda de Alonzo
Church y las funciones recursivas generales de Gödel. La máquina universal de Turing, es un sistema
matemático diseñado para manejar el problema general del cálculo no un objeto, de manera que para un
argumento dado el valor de la función puede encontrarse utilizando sólo reglas preasignadas, aplicadas por la computadora y construidas previamente en su estructura. Su importancia reside en el hecho de que una
máquina universal de Turing puede en principio ejecutar todo tipo de cálculo que sea realizable, Churc señaló en
1936 que es el mecanismo más general posible para la solución de un problema resoluble. Shannon ha reducido
el número de estados internos de la máquina de Turing a sólo dos simplificando considerablemente el diseño de
una máquina de Turing.
Von Neumann ha extendido el principio de la máquina universal de Turing a los procesos biológicos regidos por
los mecanismos de replicación del DNA. Lo que ha llevado a los defensores de la Inteligencia artificial fuerte a pensar en la posibilidad de construir máquinas inteligentes, abriendo un nuevo campo en el que se entrelazan la
física y química cuánticas con la bioquímica del cerebro y la cibernética. En la actualidad los computadores,
tanto en serie como en paralelo, se basan en los principios de la máquina universal de Turing. Sin embargo, el
propio Turing ha reconocido posteriormente que no puede existir un algoritmo general capaz de decidir sobre
todas las cuestiones matemáticas. A ello ha contribuido decisivamente el teorema de incompletud de Gödel, al
demostrar que el programa de David Hilbert era irrealizable, en tanto en cuanto cualquiera de los sistemas de matemáticas formales de axiomas y reglas de inferencia debe contener algunos enunciados que no son
demostrables ni indemostrables con los medios permitidos dentro del sistema.
Del microcosmos al macrocosmos.
Habíamos dejado el problema de la estructura de la materia con el descubrimiento de los mesones, formados
por piones y muones en 1947. Para avanzar en el complejo mundo cuántico se hacían necesarios aceleradores
más potentes que los ciclotrones de Lawrence. En 1945 MacMillan en Estados Unidos y Veksler en la Unión
Soviética propusieron el principio de estabilidad de fase para construir aceleradores más potentes, surgieron así
el sincrociclotrón y el sincrotón, además se construyeron aceleradores lineales merced a los trabajos de Álvarez, Hansen y Panfosky capaces de alcanzar los 900 MeV como el de Stanford. En 1943 Oliphant proponía un nuevo
tipo de acelerador en forma de anillo, en el que la aceleración se lograría por la variación simultánea del campo
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magnético y la frecuencia de la tensión aplicada, principio que fue desarrollado en 1952 por Courant, Livingston,
Snyder y Cristofilos que desembocó en la construcción del sincrotón en Ginebra del CERN en 1959, que
alcanzaba los 28,5 GeV. Entre tanto, la radiación cósmica vino en ayuda de los físicos. De esta forma, fueron
identificados los piones y los muones mediante la interpretación de las trazas dejadas en placas fotográficas por
los rayos cósmicos.
Microcosmos y macrocosmos aparecían ligados entre sí. La estructura de la
materia y del Universo debían de mantener una fuerte interrelación. De
alguna manera la relatividad y la mecánica cuántica deberían estar
relacionadas. De hecho, esa ligadura ya se había puesto de manifiesto con el
principio de exclusión de Pauli y la ecuación de Dirac, desarrollada en 1928,
que le llevó a postular la existencia del positrón, dando entrada al concepto
de antimateria, esto es, la existencia de pares de partículas iguales con carga distinta. En 1950 en Berkeley se identificaba un nuevo pión, el pión
neutro. A partir de entonces han ido apareciendo nuevas partículas, como los
mesones K y los hyperiones. El modelo propuesto por Yukawa para explicar
el comportamiento de la interacción fuerte, responsable de la estabilidad del
núcleo atómico, fue sustituida en los años setenta por la cromodinámica
cuántica (QDC) debido a la creciente complejidad del mundo atómico con la aparición de los quarks. Las partículas que interaccionan fuertemente se
denominan hadrones, que a su vez están integrados por dos familias de
partículas los mesones y los bariones.
Las características y propiedades de los bariones han dado lugar al
establecimiento de la ley de conservación del número bariónico, por la que el
número de bariones y antibariones se conserva y explica la estabilidad del protón, que es un miembro de la familia de los bariones, y con ella de la estabilidad de la materia. Además de los hadrones, existen los leptones,
constituidos por el electrón, el neutrino y los muones. A su vez los hadrones están formados por quarks, éstos
fueron propuestos en 1964 por Murray Gell-Mann y George Zweig. Los mesones están constituidos por un par
quark-antiquark, mientras los bariones tienen tres quarks. Según la cromodinámica cuántica, los quarks nunca
pueden aparecer bajo la forma de partículas libres. En los años setenta ha sido posible determinar las cargas de
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los quarks en el interior del protón, gracias al SLAC (Stanford Linear Accelerator Center). Junto con los quarks,
en el interior de los hadrones se encuentran los gluones, responsables de la unión de los nucleones, observados
en 1979 por el acelerador PETRA de Hamburgo. Como consecuencia del descubrimiento en la radiación cósmica
de una nueva partícula neutra, llamada hyperión lambda, y del mesón K a ella asociado se descubrió un nuevo
número cuántico, al que se denominó extrañeza, que aparece asociado a un nuevo quark, el quark s. La desintegración de las partículas con extrañeza responden, como la desintegración beta, a la interacción débil. La
combinación de los quarks d, u y s explican la existencia de los hyperiones epsilon, descubiertos a principios de
los años cincuenta, los hyperiones forman la familia de las partículas delta.
En 1964 se descubrió una nueva partícula con extrañeza, la omega- predicha con
anterioridad por la teoría de Gell-mann y Ne´eman, con ella podían interpretarse
satisfactoriamente los sistemas de hadrones constituidos por los quarks d, u y s.
Sin embargo, en la segunda mitad de los años sesenta los físicos predijeron una nueva interacción, la interacción de la corriente neutra que fue observada en el
CERN en 1973, asociada a un nuevo quark: el quark c, predicho en 1970 por
Sheldon Glashow. En 1974 se descubrió en el laboratorio Brookhaven por Sam
Ting y en el SLAC por Burton Richter una nueva partícula, la psi, que Richard
Feynman y Harald Fritzsch atribuyeron a
un nuevo número cuántico al que denominaron encanto. En 1979 se
encontraron evidencias de la existencia del
número cuántico encanto en los bariones,
que se añadían así a los mesones encantados. En 1970 Gell-Mann y
Fritzsch postularon la existencia de un nuevo número cuántico al que
llamaron color, para explicar por qué el estado de la partícula delta++ es antisimétrico como exige el principio de exclusión de Pauli. De esta forma,
los quarks podían ser rojos, verdes y azules -los colores son
exclusivamente denominaciones-, con el número cuántico color se
desarrolló la cromodinámica cuántica (CDQ), que ha venido ha completar a
la electrodinámica cuántica (QED) que se ocupa de la interacción
electromagnética a escala cuántica, para explicar la estructura y comportamiento de la materia.
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La física de las partículas elementales ha permitido avanzar en el conocimiento de la estructura del Universo. De
esta forma, relatividad general y física cuántica se revelan como dos teorías fundamentales para comprender el
macrocosmos. A razón de ello estriba en el hecho de que las partículas elementales requieren altísimas energías
para su producción, capaces de romper las fuerzas de ligadura del núcleo atómico. Estos procesos sólo se
producen en el interior de las estrellas o en la explosión de las mismas en sus variadas formas, en función de su masa: supernovas y gigantes rojas, que dan lugar a estrellas de neutrones, agujeros negros, enanas blancas y
enanas negras; o en las primeras etapas del big bang. El big bang se considera la singularidad inicial de la que
parte nuestro actual Universo. La teoría del Big bang forma parte del modelo estándar surgido de la relatividad
general, que además se ajusta con bastante precisión a los resultados de la física cuántica en el ámbito de las
partículas elementales. En 1948, George Gamow predijo que debería existir un rastro en el Universo de la
explosión inicial o big bang, dicho rastro fue observado en 1965 por Penzias y Wilson, era la radiación de fondo
de cuerpo negro, radiación térmica de 2,7 grados kelvin residuo del big bang.
En los instantes posteriores al big bang el Universo estaba extremadamente caliente y condensado, en aquellos
momentos las leyes de la física no operaban y las partículas elementales de la
materia no eran viables. Steven Weinberg ha descrito lo que sucedió en el lapso
de tiempo comprendido entre una diezmilésima de segundo después del big bang
y los tres primeros minutos del Universo actual, lapso en el que el Universo inicio
su expansión y enfriamiento haciendo posible las fuerzas de ligadura que regulan las leyes de la física. Una hora y cuarto después del big bang la temperatura ha
descendido a algo menos de una décima parte, unos 300 millones de grados
kelvin, en ese momento las partículas elementales se encuentran ligadas en
núcleos de helio o en protones libres, además de la existencia de electrones.
Alrededor de 700.000 años después del big bang la expansión y el enfriamiento
del Universo permitirán la formación de núcleos y átomos estables, el desacoplamiento de la materia y la radiación permitirá el inicio del proceso de
formación de galaxias y estrellas.
El modelo actual del Universo introduce la flecha del tiempo, que en el ámbito de
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la física había sido introducida por Ludwig Boltzmann con la segunda ley de la termodinámica en el último tercio
del siglo XIX. La segunda ley de la termodinámica afirma que la entropía de un sistema aislado aumenta con el
tiempo. En términos generales, la entropía de un sistema es una medida de su desorden manifiesto.
La segunda ley de la termodinámica introduce la asimetría temporal, o flecha del tiempo. El Universo es por
definición un sistema aislado, además el modelo actual del Universo dinámico y en expansión se ajusta a la existencia de una flecha del tiempo, cuya dirección discurriría desde el big bang hacia el futuro. El problema se
plantea a la hora de hacer compatible la entropía del Universo, regida por la segunda ley de la termodinámica, y
las ecuaciones de la relatividad general y de la mecánica cuántica que son simétricas en el tiempo especialmente
las primeras, en tanto en cuanto la reducción del paquete de ondas dentro del formalismo mecánico-cuántico es
asimétrica temporalmente. En la actualidad se piensa que la solución a este problema vendrá de la mano de la
construcción una teoría de la gravitación cuántica, una teoría cuántica de la estructura del espacio-tiempo, para
lo que el estudio de los agujeros negros se revela como el camino más factible, los trabajos de Roger Penrose y Stephen Hawking van en esta dirección.
Pensar desde la complejidad.
La revolución científica del siglo XX ha dado lugar a una nueva representación
del Universo y de la Naturaleza. Del Universo infinito y estático característico de
la época moderna, surgido de la revolución newtoniana, se ha pasado al
universo dinámico y en expansión de las revoluciones relativista y cuántica. De
la Naturaleza regida por leyes deterministas, derivadas del carácter universal
de la Ley natural de la causalidad se ha pasado a una concepción de la Naturaleza articulada sobre la base de los procesos complejos, en los que el
carácter probabilístico de los fenómenos cuánticos afecta no sólo al ámbito de
la física del microcosmos y del macrocosmos sino también a los propios
procesos biológicos, como consecuencia de la trascendencia de los procesos
bioquímicos en los organismos vivos.
La representación determinista característica de la racionalidad de la civilización occidental en la época moderna, que se articulaba en tres grandes postulados, espacio y tiempo absolutos y principio de causalidad
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estricto, tiene que ser reemplazada por una nueva racionalidad. Una nueva racionalidad que desde el paradigma
de la complejidad sea capaz de integrar de forma coherente y consistente azar y necesidad.
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