JUNG Y EL RENACER DE LA ALQUIMIA

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C. G. JUNG Y EL RENACER ALQUÍMICO

Stephan A. Hóller

La encantadora y pequeña ciudad de Knittlingen, cerca de la Selva Negra, en el oeste de Alemania, es considerada la residencia original del famoso Dr. Johannes Fausto. Una placa en el pequeño pero exquisito museo dedicado a los hechos y las leyendas del Dr. Fausto nos dice que, a pesar de que la alquimia ha sido considerada a menudo una pseudo-ciencia basada en la pretensión de que el oro podría fabricarse partiendo de otros metales, ahora se sabe que, en realidad, se trataba de un arte espiritual cuyo objetivo era la transformación psicológica del propio alquimista. Esta declaración pública, contemplada a diario por un gran número de visitantes, es una impresionante muestra de la rehabilitación que la imagen de la alquimia ha adquirido en las últimas décadas. Este cambio positivo se debe en gran medida a la labor de un hombre excepcional: Carl Gustav Jung.Cuando Jung publicó su primer trabajo importante sobre la alquimia hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, la mayor parte de los libros de referencia describían esta disciplina simplemente como la precursora fraudulenta e ineficiente de la química moderna. Hoy día, más de veinticinco años después de la muerte de Jung, la alquimia vuelve a ser un tema respetado, de interés tanto académico como popular, y la terminología alquímica se utiliza frecuentemente en libros tanto de psicología profunda como de otras disciplinas. Se puede decir sin temor a exagerar que la situación actual de la alquimia se debe al genio de Küsnacht. Si dejásemos a un lado la monumental contribución de C. G. Jung, las investigaciones más modernas sobre este fascinante tema se vendrían abajo como un castillo de naipes. Hablar de alquimia en nuestra época y no mencionarle podría compararse con discutir sobre ocultismo sin señalar la importancia de Helena P. Vlabatsky, o hablar sobre los estudios religiosos en las universidades americanas contemporáneas sin rendir homenaje a Mircea Eliade. El “primer amor” de Jung en lo referente a los sistemas esotéricos fue el gnosticismo. Desde los primeros días de su carrera científica hasta el momento de su muerte, su dedicación al mencionado tema fue incesante. Ya en agosto de 1912, Jung dio a entender en una carta a Freud, que tenía la intuición de que la sabiduría arcaica de los gnósticos y su esencia básicamente femenina, conocida simbólicamente como Sophia, estaba destinada a volver a entrar en la moderna cultura occidental a través de la psicología profunda. Posteriormente, dijo a Barbara Hannah que cuando descubrió los escritos de los antiguos gnósticos, “Me sentí como si al fin hubiera encontrado un círculo de amigos que me comprendiesen.”No obstante, el antiguo círculo de amigos era frágil. La información de primera mano que Jung tenía a su disposición y en la que podría haber encontrado el mundo y el espíritu de luminarias gnósticas como Valentín, Basílides y demás, no era demasiado fiable. Los datos fragmentarios y posiblemente falaces sobre las prácticas y enseñanzas gnósticas que aparecían en las obras anti-heréticas de padres de la Iglesia como Irenéo e Hipólito, se alejaban mucho de la riqueza de la tradición arquetípica disponible hoy día gracias a la colección de Nag Hammadi. De las fuentes primarias, la destacable Pistis Sophia fue una de las pocas traducciones a disposición de Jung, y su aprecio por este trabajo era tan grande que hizo un esfuerzo especial para buscar en Londres al traductor, el entonces anciano y menesteroso George R. S. Mead, para expresarle su enorme gratitud.(1) Jung continuó explorando la tradición gnóstica con gran diligencia, y su propio núcleo de experiencia interior se mostró tan afín a la imaginería gnóstica que el único documento publicado acerca de su gran crisis transformacional, Los Siete Sermones a los Muertos, lo escribió usando la terminología y los mitologemas puramente gnósticos del sistema de Basílides.(2)Este devoto estudio de Jung se vio perturbado por una seria dificultad: los mitos y tradiciones gnósticos tenían unos diecisiete o dieciocho siglos de antigüedad, y no parecía existir, en tiempos de Jung, ningún vínculo viviente con el que pudieran unirse. (Hay una mínima y oscura evidencia de que Jung conocía la existencia de pequeños grupos gnósticos secretos en Francia y Alemania, pero su papel en el establecimiento de dicha conexión no estaba suficientemente claro). Por lo que Jung pudo discernir, el vínculo que podría haber conectado a los gnósticos con el presente parecía haberse roto. No obstante, su intuición (que más tarde justificaría mediante una investigación minuciosa) le reveló que la principal conexión con los gnósticos en edades posteriores no era otra que la alquimia. Aunque por aquel entonces su principal interés era el gnosticismo, lo cierto es que ya era consciente de la importancia de la alquimia para sus investigaciones. En referencia a las intensas vivencias interiores que experimentó entre los años 1912 y 1919 escribió:

Primero tenía que encontrar pruebas de la prefiguración histórica de mis experiencias internas. Es decir, tuve que preguntarme: “¿En que momento de la historia tuvieron lugar mis particulares premisas?” De no haber tenido éxito en la búsqueda de esas pruebas, nunca habría sido capaz de fundamentar mis ideas. Por tanto, mi encuentro con la alquimia fue algo decisivo, ya que me proporcionó la base histórica de la que hasta entonces carecía.(3)

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En 1926, Jung tuvo un extraordinario sueño. Se vio a sí mismo transportado al siglo XVII y convertido en alquimista trabajando en el opus, o la gran obra de la alquimia. Tiempo atrás, Jung, al igual que otros psicoanalistas, se encontraba sorprendido e intrigado por el destino de Herbert Silberer, un discípulo de Freud que en 1914 publico un trabajo que en gran medida trataba de las relaciones entre el psicoanálisis y la alquimia. Silberer, que orgullosamente acudió a mostrar su libro a su maestro, fue fríamente reprendido por éste y su desánimo fue tal que terminó sus días suicidándose, convirtiéndose así en lo que podríamos llamar el primer mártir de la causa de la visión psicoanalítica de la alquimia.Todo terminó por reunirse, por así decirlo. La Sophia gnóstica estaba a punto de regresar triunfalmente a la arena del pensamiento moderno, y el vínculo psicológico entre ella y sus, por largo tiempo despreciados, devotos modernos, estaba a punto de ser rehabilitado mediante la disciplina simbólica de la alquimia. El reconocimiento había llegado. Anunciado por un sueño, el papel de la alquimia como nexo de unión entre el gnosticismo y la psicología moderna, así como el papel de Jung en la reactivación de dicho nexo, se hizo evidente. Tal y como Jung recordaría más tarde:

[La alquimia] representa el vínculo histórico con el gnosticismo, y… existe, por tanto, una continuidad entre pasado y presente. Tomando como base la filosofía natural de la Edad Media, la alquimia es el puente entre el pasado, el gnosticismo, y el futuro, la moderna psicología del inconsciente.(4)

Richard Wilhelm y la conexión chinaEn 1928, el eminente sinólogo alemán Richard Wilhelm, recién llegado de una larga estancia en China, envía a Jung el manuscrito de la traducción de un antiguo tratado de alquimia de origen taoísta, solicitándole que escriba un comentario psicológico sobre el texto. Esta obra, conocida posteriormente como El Secreto de la Flor de Oro, condujo a Jung al mismo seno de la temática alquímica. Sus estudios revelaron que la alquimia china, al igual que la occidental trata básicamente del simbolismo de las transformaciones del alma humana. Aunque los antiguos taoístas postulaban la búsqueda de la inmortalidad como la obra principal de la alquimia, su “Flor de Oro” de la inmortalidad no difiere sustancialmente de la “Piedra Filosofal”, el objetivo supremo de los practicantes occidentales del Gran Arte.No sólo aquí es discernible el arco iris que actúa como puente entre la moderna psicología profunda y los antiguos gnósticos, pero lo cierto es que también encontramos un puente que conecta esas disciplinas y tradiciones occidentales con la sabiduría taoísta del antiguo Reino Medio. Mientras que el puente que une el pasado con el presente puede imaginarse históricamente, la conexión entre Oriente y Occidente puede ser considerada más como un arquetipo que como algo histórico. Como el propio Richard Wilhelm sugiere:

Tanto la sabiduría china como el Dr. Jung, cada uno por su cuenta, han descendido a las profundidades de la psique colectiva del hombre y han dado con realidades similares, ya que ambos se encuentran anclados en la verdad. Esto prueba que se puede llegar a la verdad desde cualquier punto de vista siempre y cuando se profundice lo suficiente. Así el paralelismo entre el científico suizo y la antigua sabiduría china nos viene a mostrar que ambos tienen razón ya que ambos han encontrado la verdad.(5)

Llegados a este punto podríamos preguntarnos, ¿podría esa verdad ser definida? Es una realidad psíquica que los opuestos surgidos de la materia oscura del nacimiento agónico del alma humana se enfrentan entre sí en el recipiente alquímico de la transformación espiritual (en la alquimia china es concebido frecuentemente como el cuerpo humano) y después de muchas batallas, heridas y auténticas muertes, al final se llega a un estado de unión indestructible y de reconciliación entre opuestos. El Rey Solar y la Reina Lunar (representados en China por el símbolo del Yin y el Yang) son una presencia viva en nuestro interior que anuncia la promesa de la Piedra Filosofal o la Flor de Oro, que es lo que nosotros mismos estamos destinados a ser. “La conexión china” revela a Jung que la alquimia se basa en principios arquetípicos universales, relevantes tanto para los antiguos gnósticos como para los sabios taoístas y los psicólogos modernos. Es así como Jung encuentra en el simbolismo de la alquimia una de las conexiones más fuertes entre la psique de las gentes del Este y las del Oeste. En la conclusión de su trabajo en colaboración con Whilhelm encontramos las siguientes palabras: “El propósito de mi comentario es tratar de construir un puente de comprensión psicológica entre Oriente y Occidente.”

Redención alquímicaDurante los años 1925 y 1926, Jung sueña frecuentemente que se halla en antiguas casas rodeado de códices alquímicos de gran belleza y misterio. Inspirado por este tipo de imágenes acumuló tal cantidad de libros sobre el Gran Arte que probablemente constituya una de las mejores colecciones privadas en este campo. Además consiguió fotocopias de un gran número de obras raras procedentes de colecciones de todo el mundo. Recuerdo muy bien lo que más tarde dijo el Dr. Henry Drake, vicepresidente de la Sociedad de Investigación Filosófica de Los Ángeles, cuando Jung consiguió copias de la extensa colección alquímica de dicha sociedad en la década de los cuarenta, y

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expresó sus sentimientos a Manly P. Hall sobre el valioso uso que se había hecho de dicho material al ser incluido por Jung en su libro Psicología y Alquimia. Esta colección de obras raras de alquimia se encuentra todavía en la antigua casa de Jung en Küsnacht, un suburbio de Zurich.Cuando se le preguntaba si valoraba algún tratado alquímico por encima de otros, Jung solía destacar uno u otro en función de su aplicabilidad sobre el tema del que se estuviera hablando. Aniela Jaffe declaró que “no eran los pensamientos individuales de los alquimistas lo que más importaba para las investigaciones de Jung sino la inagotable variedad de las arcanas imágenes y sus descripciones, tan diferentes en apariencia pero no obstante relacionadas”.(6) Cualquiera que haya tenido la fortuna de ver alguno de los principales códices alquímicos en su forma original y sus ojos se hayan recreado con tan increíble e impresionante imaginería, realizada mediante vivos colores y fantásticas formas, simpatizará con la costumbre de Jung de meditar sobre estas imágenes como un ejercicio de alteración y expansión de la conciencia.En 1935, después de años de intenso estudio y de transformaciones interiores, Jung dio a conocer al mundo por primera vez algunos de sus hallazgos. Huelga decir que esto no ocurrió en un frío ámbito académico, sino en la hermosa Villa Eranos, en Ascona. Rodeados por un espléndido jardín, muebles elegantes, finos vinos y refrescos, los brillantes y distinguidos invitados de la señora Olga Fröbe-Kapteyn se reunieron para presenciar la revelación de la alquimia como realización psicológica del siglo XX. En una conferencia titulada “Los símbolos oníricos y el proceso de individuación”, Jung trazó el simbolismo alquímico presente en los sueños de personas actuales, estableciendo así que la alquimia aún sigue tan viva en las mentes modernas como lo estuvo en la antigua Alejandría o la Europa medieval. Un año más tarde, en el mismo lugar, pronunció una conferencia sobre “La idea de la redención en la alquimia”. El selecto público se sintió encantado e intrigado. Probablemente había llegado el momento en que el hermético silencio podía ser roto y la gnosis de la alquimia dada a conocer a un número cada vez mayor de personas. Durante siete años más Jung trabajó con gran diligencia, expandiendo y ampliando sus investigaciones sobre la alquimia. Su labor culminó en su chef d'oevre, publicada en 1944, y titulada Psicología y alquimia. También dio a conocer algunos conceptos básicos de la alquimia en la conferencia dada en 1941 con ocasión del 400 aniversario del gran alquimista suizo Paracelso. Esta conferencia, que fue mas tarde ampliada e incluida en el volumen XIII de sus obras completas titulado Estudios alquímicos, presenta la que probablemente sea la imagen más clara de la actitud de Jung hacia la alquimia.Lo que con frecuencia suelen pasar por alto los estudiosos de Jung, pero que fue ampliamente dilucidado por él en las anotaciones de un texto anterior (publicado con el título “Paracelso como fenómeno espiritual”), se refiere a la cuestión de la alquimia como una forma de redención. Al igual que Paracelso, Jung sostuvo que en la vida humana existen dos fuentes de gnosis o conocimiento salvífico. Una de ellas es la Lumen Dei, la luz que emana de la divinidad no manifiesta, la otra es la Lumen Naturae, la luz oculta en la materia y en las fuerzas de la naturaleza. Mientras que la luz divina se puede discernir y apreciar en la revelación y en el misterio de la Encarnación, la Luz de la Naturaleza debe ser liberada a través de la alquimia antes de que pueda ser plenamente operativa. Dios redime a la humanidad, pero la naturaleza tiene que ser redimida por los alquimistas humanos, que son capaces de llevar a cabo un proceso de transformación que es el único modo de liberar la luz aprisionada en la creación física.El cosmos, según Paracelso, contiene la luz divina o luz de la vida, pero dicha esencia sagrada se encuentra atrapada por un dispositivo mecánico presidido por una especie de demiurgo, llamado por Paracelso Hylaster (de hyle, “materia”, y astrum, “estrella”). La araña cósmica divina ha tejido una red dentro de la cual la luz, como un insecto, se encuentra atrapada, hasta que el proceso alquímico destruye la red. Dicha red no es otra cosa que la realidad consensual formada por los cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire, en la que moran todas las criaturas. La primera operación de la alquimia, por tanto, va dirigida a provocar la ruptura (mutilación, desangrado, desmembramiento) de dicha estructura de confinación, reduciéndola a un estado de caos creativo (massa confusa, prima materia). A partir de aquí, durante el proceso de transformación, surgen las verdaderas polaridades creativas y comienza una interacción diseñada para lograr la unión o coniunctio alquímica. En esta unión definitiva, dice Jung, la luz anteriormente confinada es redimida y llevada hasta el punto final de su función redentora.Si bien estas afirmaciones aparentemente se refieren al universo material y a la naturaleza, Jung percibe también en ellas un modelo o paradigma para el aspecto físico y material de la naturaleza humana. Bajo el pretexto de liberar a la luz confinada en la materia, los alquimistas trataban de rescatar el espíritu o energía psíquica encerrada en el cuerpo y la psique (el "hombre natural" de St. Paul), por lo que esta energía quedaba disponible para las tareas más elevadas del espíritu o del hombre espiritual.Las raíces de este pensamiento, tanto las cristianas como las gnósticas herméticas son claramente reconocidas por Jung, quien compara la luz aprisionada en el hombre primordial de los gnósticos con el Adam Kadmon de la Cábala y las chispas de luz perdidas de la Cábala de la Isaac Luria. (Las implicaciones de este concepto de redención alquímica son muchas y muy importantes. Por un lado, está claro que la materia y el cuerpo no son de ninguna manera equiparables con el mal y la oscuridad, mientras que por otro lado, el énfasis pagano en la mera inmersión de la conciencia humana en la naturaleza tal y como lo defienden algunos en nuestros días mediante

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consignas tales como “afirmación de la vida” y “celebración de la naturaleza”, se revela como una visión demasiado limitada que podría ser corregida mediante la alquimia).

Eros alquímicoUna de las exploraciones más fascinantes sobre las analogías entre la alquimia y la psicología nos fue presentada por Jung en un largo ensayo que no suele ser considerado como uno de sus escritos alquímicos, La psicología de la transferencia. En este estudio, Jung emplea las diez imágenes que ilustran la obra de transformación alquímica incluidas en un clásico titulado Rosarium Philosophorum (Rosario de los Filósofos), donde los poderes duales del “Rey” y la “Reina” son mostrados sometiéndose a una serie de pruebas de carácter místico-erótico tras las que, finalmente, aparecen fundidos en un nuevo ser andrógino, llamado en el texto “la noble emperatriz”. El término “transferencia” es utilizado por Jung como sinónimo psicológico para el amor, que tanto en las relaciones interpersonales, como en el análisis de las profundidades psicológicas ejerce el papel de gran sanador de los dolores y pesares de la vida.La serie de imágenes se inicia con la fuente de mercurio, que simboliza el despertar de la energía transformativa y continúa con el encuentro entre el Rey y la Reina, en primer lugar totalmente vestidos y luego tras haber renunciado a sus prendas de vestir. Los amantes deben enfrentarse con su persona y sus defensas para llegar a un encuentro con la “verdad desnuda”. Luego ambos deben sumergirse en el baño alquímico, permitiendo así que la fuerza del amor engulla sus egos conscientes y borre las consideraciones racionales y mundanas. Durante este estado de inmersión pasional se lleva a cabo la unión psicosexual (coniunctio). Sin embargo, y contrariamente a las expectativas, esta unión, que inicialmente dio a luz un ser andrógino recién formado, termina en muerte. El resultado espiritual del amor no resulta viable y, tras haber expirado, sufre una descomposición. Es en este nivel cuando la fuerza del compromiso con el proceso (aunque no necesariamente con una de las partes en concreto) se convierte en lo más importante. Sin abandonar el trabajo de transformación, el alma del andrógino muerto asciende al cielo, es decir, a un nivel superior de conciencia, mientras que el cuerpo se lava con el rocío celestial. Pronto el alma del difunto regresa a su cuerpo terrenal, y el cadáver reanimado aparece en todo su numinoso esplendor para que todos lo vean. Ha nacido un nuevo ser, el fruto prometido del amor, la conciencia transformada de los enamorados, formada por los dos opuestos unidos en una totalidad inseparable e imperecedera. La alquimia del amor ha llegado a su verdadera y triunfal culminación.En La psicología de la transferencia, Jung ha compartido con el mundo su particular visión práctica no sólo del mecanismo psicológico del amor, sino también del proceso de reconciliación de toda clase de opuestos - emotivo, intelectual, físico y metafísico. Mucho más fácil de entender que su tratado definitivo Psicología y alquimia, esta disquisición sobre la alquimia de Eros es uno de los trabajos más lúcidos y concisos acerca del proceso de transformación unitiva. Publicado en 1945, no sólo es un digno sucesor de su obra anterior, sino también un excelente manual sobre el enfoque psicológico de la alquimia. En el amor, como en el crecimiento psicológico, la clave del éxito reside en la capacidad de soportar la tensión entre los opuestos sin abandonar el proceso, incluso cuando el proceso y sus resultados parecen haber sido reducido a la nada. En la época actual, repleta de impaciencia, inconstancia y búsqueda de cambios, este punto de vista psico-alquímico es ciertamente muy necesario.

La Sophia alquímicaLas dos obras más importantes de Jung sobre la alquimia son Psicología y alquimia y Mysterium coniunctionis, este último representa el resumen final de las implicaciones de su extensa investigación sobre dicho tema. En este último resumen de sus ideas sobre la alquimia, influido en parte por su colaboración con el premio Nobel de física Wolfgang Pauli, el ya anciano Jung habla sobre un gran misterio psico-físico al que los alquimistas de la antigüedad dieron el nombre de unus mundus (mundo único). En la raíz de todo ser, según da a entender, hay un lugar en el que lo físico y lo espiritual se encuentran y forman una unión transgresora. Fenómenos sincronísticos, así como numerosos misterios aún hoy inexplicables tanto de naturaleza física como psicológica, parecen tener su origen en esta condición unitiva. Es más que probable que esta condición misteriosa sea el verdadero hogar de los arquetipos como tales, desde aquí se limitarían a proyectarse por todo el ámbito de la psique, pero en realidad procederían de otros lugares. Si bien la relación tensional de los opuestos sigue siendo el gran mecanismo operativo de la vida manifiesta y de sus transformaciones, esta relación existe en el contexto de un modelo unitario del mundo donde materia y espíritu, Rey y Reina, aparecen como aspectos de una misma realidad psicoide.La cada vez más repetida acusación de dualismo radical dirigida contra gnósticos y alquimistas queda reducida así a un malentendido gracias a esta última, y quizás más amplia, visión de Jung. El funcionamiento del cosmos, tanto física como psíquicamente, se caracteriza por la dualidad, pero este principio está en relación con la realidad subyacente del unus mundus. El dualismo y el monismo son así revelados no como mutuamente contradictorios y excluyentes, sino como aspectos complementarios de la realidad. Es una curiosa paradoja el que esta revolucionaria idea, magistralmente reflejada por Jung en Mysterium Coniunctionis, haya recibido relativamente poca atención por parte tanto de psicólogos como de metafísicos.

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La idea de la alquimia impregna muchos de los numerosos escritos de Jung aparte de aquellos dedicados principalmente a dicha materia. Tanto su obra Psicología y religión: Este y Oeste como muchos de los textos de las conferencias Eranos utilizan el modelo alquímico como matriz para sus ideas. Destacó una y otra vez las afinidades y los contrastes entre las figuras de la alquimia y las del cristianismo, demostrando las analogías existentes no sólo entre la Piedra Filosofal y la imagen de Cristo sino entre la alquimia y el cristianismo en sí mismos. La alquimia, dijo Jung, mantiene una relación compensatoria con la corriente principal del cristianismo, del mismo modo que el sueño lo hace con las actitudes conscientes del soñador. La Piedra de la alquimia es en muchos aspectos la piedra desechada por los constructores de la cultura cristiana, que ahora exige ser reconocida y reincorporada al propio edificio.Es aquí donde vuelven a aparecer algunas de las consideraciones expuestas al comienzo de nuestro estudio. La alquimia no es un fenómeno sui generis, sino más bien un intento de asimilación procedente del gnosticismo - o al menos eso creía Jung. Incluso el sacramento principal de la cristiandad, la Santa Misa o Eucaristía, fue considerado por Jung como un trabajo alquímico relacionado con un gnóstico del siglo III, el alquimista Zósimo de Panópolis, en el que situó el punto histórico donde convergen el gnosticismo y la alquimia. (Estas consideraciones fueron expuestas por Jung en El simbolismo transformativo de la misa, publicado por primera vez en el Anuario Eranos de 1944/45 e incluido posteriormente en Psicología y religión occidental, Princeton University Press, 1985) Años después, un académico seguidor de Jung, el profesor Gilles Quispel, vino a acuñar una frase que refleja muy bien el punto de vista junguiano. “La alquimia”, dijo el erudito holandés, “es el yoga de los gnósticos.”Puede que una de las contribuciones más significativas en relación a este tema sea la aportada por la destacada discípula de Jung, Marie-Louise von Franz, quien tradujo y comentó un tratado descubierto por Jung titulado Aurora consurgens y atribuido a Santo Tomás de Aquino. Este renombrado santo, según cuenta la leyenda, tuvo una visión de la Sophia divina después de meditar sobre el Cantar de los cantares salomónico y, siguiendo una orden que le fue dada en la visión, escribió dicho tratado alquímico. La Aurora difiere de la mayoría de los tratados alquímicos en que su formato es predominantemente religioso y repleto de referencias bíblicas, y, lo más importante, porque presenta la obra alquímica como un proceso mediante el cual la Sophia femenina debe ser liberada. Compuesto por siete poéticos a la par que eruditos capítulos, este tratado describe la liberación de Sophia de su confinamiento siguiendo las fases de la transformación alquímica.Es por tanto a través de la mediación de una brillante discípula que el gran proyecto concebido por Jung en 1912 se dotó de un renovado impulso. Inspirados por el redescubrimiento de las palabras del “angélico doctor” Aquino, los estudiosos contemporáneos de la religión y la psicología volvieron a enfrentarse una vez más con el trabajo gnóstico de la alquimia. Publicada en alemán en 1957 y en inglés en 1966, la obra de Marie-Louise von Franz vuelve a poner de relieve la visión gnóstico-alquímica de Jung. Mientras que a nivel individual la alquimia puede estar relacionada con la Lumen Naturae oculta en los recovecos físico-psicológicos de la personalidad humana, tanto Aurora como Respuesta a Job parecen señalar hacia una obra mayor y más universal.Lamentándose desde las profundidades del caos de este mundo, Sophia, la sabiduría femenina, llama a los alquimistas de nuestra era. La psicología profunda ha sido una de las principales vías por las que este proyecto redentor se ha dado a conocer. Puede que el momento ya esté cerca, y será el día en que los alquimistas en potencia de las distintas tradiciones y disciplinas espirituales puedan dedicarse a esta tarea universal de la liberación alquímica. En 1950, Jung se sintió muy alentado cuando el Papa Pío XII utilizó varias alusiones manifiestamente alquímicas, como por ejemplo el “matrimonio celestial”, en la Constitución Apostólica “Munificentissimus Deus”, el documento oficial de la declaración del dogma de la Asunción de la Virgen María, (la Sophia católica). La alquimia ya se encuentra presente en la actualidad, y, desde hace dos décadas, el gnosticismo ha iniciado también su viaje de retorno. La piedra desechada por los constructores volverá pronto a formar parte de la estructura de la cultura occidental.En el jardín de la que fuera su casa de campo en Bollingen hay una gran piedra de forma cúbica con símbolos mágicos y alquímicos tallados a mano por el propio Jung. Poco antes de morir, tuvo éste un último sueño revelador en el que vio una enorme piedra redonda con unas palabras inscritas, “Y esto será para ti un signo de unidad y totalidad”. Puede que estos signos de la maravillosa piedra filosofal sirvan para recordar a todas esas vidas y almas tocadas por el mago suizo, el gran trabajo que queda por hacer, el gran milagro pendiente de ser completado. Es de esperar que este despertar de la conciencia complacerá a Carl Gustav Jung en la lejana tierra hacia la que se dirigía, y que será de gran ayuda a aquellos que aun se encuentran en este mundo sub-lunar buscando la quintaesencia, la piedra filosofal y el bien supremo.

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NOTAS:

(1) La información relativa a esta entrevista le fue proporcionada al autor por el profesor Pilles Quispell en una entrevista privada.

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(2) Para mayor información sobre los intereses gnósticos de Jung y los Sermones, remitimos al lector a la obra del autor The Gnostic Jung and the Seven Sermons to the Dead, (Quest Books, 1982).

(3) Memories, Dreams, Reflections of C.G. Jung, ed. by Aniela Jaffe, transl. by R. and C. Winston (Vintage, 1963) p. 200.

(4) Ibid. pp. 192-193.

(5) Wilhelm, Neue Zuricher Zeitung, 21 January, 1929.

(6) Jung's Last Years and Other Essays, by Aniela Jaffe, trans. by R.F.C. Hull and Murray Stein (Spring Publications, 1984) p. 54.

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