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254Cuco, Cuadernos de cómic número 2. Abril de 2014

Vampir

CuCoCrítica

Vampir Joann Sfar

Fulgencio Pimentel, 2013

Vampir es la gran obra de juventud de un autor que hizo de su nervio juvenil, su impaciencia juvenil y su encanto juvenil sus grandes señas de identidad. El reciente y extraor-dinario tomo recopilatorio —con cubiertas de tacto sensual, papel de gramaje generoso, extras pertinentes y traducción musical— editado por Fulgencio Pimentel no solo nos re-cuerda lo grande que ha sido Joann Sfar, sino que nos retrotrae a los años en que empezábamos a leerle, a él y a los otros autores que esta-ban cambiándole la cara al cómic y dejándolo que no lo iba a reconocer ni la madre que lo parió. Me refiero a los que ya éramos lectores vetera-nos, durante la década de los 2000, pero en ocasiones no sabíamos cómo evaluar estas nuevas estéticas y éticas autorales, y las ninguneábamos con las capciosas categorías del viejo cómic que seguía haciéndose por entonces, y que de hecho, todavía sigue. Hoy, tanto Sfar como Vampir gustan más, porque se entienden mejor.

¿Es posible concebir y desarrollar una comedia vampírica que no trate realmente sobre vampiros? Adelantándose a las oleadas literarias y cinematográficas que tanto nos satu-raron los escaparates culturales en los últimos años, Sfar compuso, en realidad, un tratado sobre las relaciones sentimentales en una edad del pavo permanente. El castillo oscuro, el confortable ataúd para dormir, el colmillo afilado, el ansia de hemoglobina, son solo accesorios estetizantes para cargar de fascinación el artefacto. El vampiro Fernand quiere enamorarse. Y tiene muchos problemas con las mujeres. Todo son desencuentros, desave-nencias, contratiempos, con sus novias reales o posibles. A Fernand le gusta Lio, pero ella le ha engañado, y entonces conoce a Aspirina, y Aspirina se vuelve loquita por Fernand, pero él la encuentra insoportable, y tontea con varias extranjeras, y luego descubre que le gusta la hermana de Aspirina, Josamicina, que tiene unas tetorras, y pasan más cosas, pero todo es así.

Vampir es un ejemplo extraordinario de cómo instrumentalizar y subvertir unos deter-minados códigos de género para hablar de cuestiones íntimas, personales, que afectan al autor. En el caso de Sfar y a diferencia de otros creadores y obras con los que parece ha sido comparado por subvertir un arquetipo del género terrorífico –Tim Burton, y Sfar se lamentaba con razón por esa comparación–, su visión es totalmente irrespetuosa y despreocupada: Fernand es el vampiro más incompetente y menos terrorífico que cabe

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esperar. En diversos pasajes queda explicitado que los vampiros conviven tranquilamente con los humanos, con una falta de verosimilitud que recuerda al de las ficciones infantiles y juveniles, donde los elementos fantásticos u oníricos suelen ser asumidos sin problemas por los personajes. En una escena, Fernand aborda en una terraza a una joven atractiva con ánimo seductor, pero ella en ningún momento da señales de sentirse amenazada (que el propio Sfar realizara una versión juvenil de su personaje, Pequeño Vampiro, es perfecta-mente comprensible: el tono de Gran Vampir casi invitaba a ello).

Por la cercanía personal entre los autores y por sus vinculaciones temáticas y estéticas, po-demos considerar que una continuación espiritual de Vampir la ha realizado Christophe Blain en su serie Gus. Como Sfar, Blain toma en Gus un género especialmente marcado por unos convencionalismos muy rígidos, el western, y lo transforma en instrumento para reflexionar sobre el mismo tema, el eterno femenino. Los cowboys enamoradizos de Blain son más canallas, maduros, menos sufridores, pero los paralelismos con el vampiro enamoradizo de Sfar son evidentes. En ambos casos el trazo gestual y poco académico tanto de Sfar como de Blain ayuda a acentuar la distancia del relato gráfico con esas con-venciones de género de las que se apropian y subvierten.

El estilo, por volver a Sfar, es siempre una declaración de intereses. Como digo, la irrupción de sus libros en edición española desde el principio y a lo largo de la década

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de los 2000, nos brindó la oportunidad de leer a un autor desconcertante para los estándares de entonces, ambicioso, impulsivo, de creatividad desbordante. Un autor capaz de lo mejor y lo peor, no diré de una página a otra, pero sí de un libro a otro. A Sfar era muy fácil restarle crédito porque no dibujaba como creíamos que debían dibujar los autores de cómics. Pero es bien cierto, también, que el deslumbramiento de libros como La Java Bleue o Klezmer se veía eclipsado por otros que parecía haber resuelto en cinco minutos, deprisa y por compromiso. En Vampir, nos encontramos a un Sfar burbujeante, travieso y centrado; quizás porque estaba trabajando sobre un material que posteriormente será muy importante para él, el del héroe de estirpe dionisíaca.

A diferencia de otras concepciones de raíz anglosajona, que vinculan el heroísmo al sacrificio, para Sfar ser un héroe está relacionado con saborear los placeres sensuales, incluyendo el vino, el arte y las mujeres. De esto habló cuando visitó algunas ciudades de nuestro país, como Valencia o Madrid, en 2010, en la gira promocional de su pelí-cula, atención al subtítulo, Gainsbourg, vie héroïque. Según Sfar, un héroe es quien vive la vida con intensidad. Que lo diga un hombre mediterráneo con formación clásica en letras y filosofía es significativo. El vampiro Fernand está aún verde para competir en la liga de otros avatares sfardianos, como Pascin, Heracles o el mismo Gainsbourg, pero la semilla de su heroismo se encuentra en su reincidencia en querer entender lo femenino.

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En los extras del tomo recopilatorio de Vampir de diciembre de 2013, a cargo de Ful-gencio Pimentel, además de una encantadora entrevista apócrifa con Fernand y varias ilustraciones y bocetos, nos encontramos una última página donde Joann Sfar desvela casi uno por uno los referentes para crear el personaje y el concepto de la serie. Es muy curioso leerlo porque parece que tal cual están ahí expuestos cualquier podría tomar esos ingredientes y crear una pócima semejante. El autor menciona el Nosferatu de Murnau, Gainsbourg, Klimt, Tod Browning, El gabinete del doctor Caligari, las películas de la Ha-mmer y otras influencias; especialmente interesante resulta la arriesgadísima fusión entre el cine expresionista y la comedia norteamericana: “Tomo a los monstruos de la antigua Europa y les hago representar la chispa típica de Wilder y Lubitsch”. Pero no es tan evidente que todos esos elementos pudieran conjugarse con coherencia y con resultados satisfactorios; ha sido Sfar con su personalidad creativa y su impronta gráfica quien les ha dado coherencia y proyección.

Según los responsables de Fulgencio Pimentel, editorial elegante y cada día más signifi-cativa, en sus planes para 2014 está el producir un volumen titulado Aspirina, que incluirá las entregas restantes de la serie. Esperaremos, pues, con los inofensivos colmillos prepa-rados, ese pequeño y sabroso evento comiquero de los próximos meses.

VALENTÍN VAÑÓ

Valentín Vañó ha escrito sobre cómic en El País, Rockdelux, El Manglar, Calle 20, Madriz, La Guía del Cómic y en publicaciones subterráneas tanto de papel como digitales. Escribe relatos literarios, y a veces los publica, como en su antología de 2011, Historias hermosas y repugnantes. Como guionista, ha colaborado con los historietistas Joan Marín y Max Vento. Autodidacta de toda la vida, en la actualidad es alumno del grado en Estudios Ingleses de la UNED.