Hemos contemplado los sacramentos que llamamos de iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y...

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Hemos contemplado los sacramentos que llamamos de iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. El ser humano puede tener una nueva vida, la vida de Dios, que recibe en el bautismo, la reafirma en la confirmación y la alimenta por medio de la eucaristía.

Pero, como dice san Pablo, esta vida la llevamos como en vasos de barro, por lo que fácilmente se puede romper y manchar. Esta vida espiritual está envuelta en dificultades, como lo está la vida del cuerpo. Nunca es perfecta en esta vida mortal hasta que lleguemos a la definitiva.

El pecado está a nuestro alrededor y dentro de nosotros. San Juan dice en su primera carta que todos hemos pecado y quien dice que no es pecador, es un mentiroso.

Por el bautismo hemos entrado en la vida de Dios. El bautizado va buscando en la esperanza la participación en la plenitud de la vida gloriosa de Cristo. Pero la realidad es que está siempre amenazado por el pecado.

Los únicos que no pecaron fueron Jesucristo y la Santísima Virgen. Los santos normalmente pecan muy poquito, pero algo, aunque sea de debilidad. Lo dice el Concilio de Trento. El justo necesita una gracia especial para evitar todo pecado de debilidad.

Ningún bautizado, a pesar de su unión con Cristo, tiene garantizada la gracia y puede caer tan hondo en el pecado que llegue a apartarse de la comunidad viviente de cristianos.

Sobre la gracia y el pecado trataremos ampliamente al comentar la 3ª parte del catecismo. Ahora nos basta con decir que el pecado es una falta contra la razón y la conciencia recta. Es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes de la naturaleza.

Como decía san Agustín, el pecado es una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna. El pecado puede ser pequeño, como una debilidad, o puede ser pecado grave. Cuando es así queda separado de Cristo, aunque nunca podrá borrar el sello de Cristo, como vimos al tratar sobre el bautismo.

Es como creerse un dios de la creación. Muchas veces es difícil ver hasta dónde llega el pecado porque no se tiene la expresa intención de ofender a Dios.

El bautizado debe decidir entre la entrega a Cristo y su propio orgullo o autonomía, que es en lo que consiste el pecado.

Por todo ello, la vida del cristiano es una continua lucha contra el pecado.

Normalmente no se suele ir contra Dios de una manera inmediata, sino a través de las cosas, de los acontecimientos en la vida humana. Porque Dios, que es el Creador, el Señor y protector, tiene un fin para cada cosa y acción.

El pecado es saltarse esa voluntad de Dios y usar las cosas según el capricho propio.

De hecho la voluntad de Dios, al fin y al cabo, es nuestro bien. Por lo tanto no cumplir la voluntad de Dios no es sólo ir en contra de Dios, sino en contra de nosotros mismos y en contra de la humanidad.

Por eso el pecado es una contradicción en nuestra vida, según lo que somos y lo que pensamos. El pecado es no ser auténticos, es ir contra los principios de Dios y de nuestra razón. Es una contradicción entre nuestra manera de ser y nuestra manera de pensar.

Sí, decidme porqué,

Sí, la extraña razón,

Automático

de tanta contradicción

en nuestro modo de

ser:

Sí, decídmelo

a mí,

que no lo sé comprender:

Por una parte el decir…,

Por una parte el creer…,

por otra

parte el

vivir.

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De hecho es un misterio grande el hecho de que el hombre sea capaz de juzgar a Dios, porque depende en todo de Dios. De tal manera que hasta para el hecho de actuar contra Dios, debe ser por virtud y fuerza de Él. Por eso sólo puede negar a Dios con la fuerza del amor divino que le mantiene y le mueve. Eso es lo terrible del pecado.

Esa es la grandeza y lo terrible de la libertad que Dios nos ha dado. Nos la ha dado para nuestro bien, porque Él es bueno. La libertad es un gran bien, porque podemos hacer el bien con libertad; pero también tenemos el riesgo de hacer el mal con esa misma libertad.

Así que el pecado tiene en nosotros una gran contradicción. Y por ello lleva a la destrucción del ser espiritual y corporal del hombre. Eso en todo ser humano; pero en un bautizado mucho más, porque implica una resistencia contra Cristo, cabeza de la Iglesia, con quien está más íntimamente unido.

No hay una relación directa entre el pecado como tal y el sentimiento de culpabilidad. Porque hay personas con muchos pecados, que no tienen sentido de culpabilidad. Y hay santos que a veces por un pecadillo muy pequeño sienten un dolor muy grande por esa contradicción, de modo que les parece como una oposición para ir hacia Dios.

Para esto se suelen poner ejemplos interesantes: Por ejemplo, un hombre de una gran ciudad llena de ruido, de modo que lo tiene como asimilado dicho ruido. Un día se va al campo por una temporada. Cuando vuelva a la ciudad, el ruido le parece mucho mayor.

Lo mismo se puede poner el ejemplo del respirar el aire enrarecido de la ciudad o la fábrica a vivir una temporada en la montaña, cuando luego vuelve a la ciudad o la fábrica.

El ser humano que vive en la luz de Dios, la más pequeña falta le parece una atrocidad que irrita dolorosamente su alma. Por eso es una verdad el hecho de que un santo por una pequeñita falta se sienta como el más grande pecador. No está haciendo teatro, sino dice lo que siente. Todo por la luz de Dios.

Así pasa con los hombres verdaderamente temerosos de Dios.

La Iglesia no quiere engendrar, sin más, una conciencia de culpa en sus hijos. El que es verdaderamente cristiano puede mirar a Dios de frente y con alegría. Confiado y esperanzado, debe llamar a Dios “Padre”, porque la Iglesia tiene la conciencia de que los pecados se pueden perdonar.

Esta es la gran verdad que vimos en el Credo: “Creo en el perdón de los pecados”.

Así que después de haber tratado sobre los sacramentos de la iniciación cristiana, tratamos sobre los sacramentos de curación, que son el sacramento de la Penitencia y el de la Unción de enfermos. Sobre el perdón de nuestras faltas ya profetizaba el profeta Ezequiel cuando decía: “Dice el Señor, derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará…”

Automático

y os dará un

corazón nuevo.

Rocíame, Señor, con el

hisopo:

quedaré limpio; Lávame:

quedaré más blanco que la nieve.

Oh Dios, crea en mi un corazón

puro,

Devuélveme la alegría

Derramaré sobre

vosotros

un agua pura

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La Iglesia pone en juego todas las fuerzas de su existencia en la lucha contra el pecado. Esta lucha se basa en lo que es el cuerpo de Cristo, en su misma esencia, que es comunión o comunidad con el Espíritu Santo. Cristo es la Cabeza y el Espíritu Santo es el ser amor personal, que va actuando en ella. Por eso todos estamos envueltos en esa lucha contra los pecados cometidos después del bautismo.

Tratamos de los pecados cometidos después del bautismo. Pues aunque haya sido bautizado de adulto y quedado limpio de todo pecado, luego somos débiles y seguimos cometiendo pecados. Pero la Iglesia tiene unas armas grandes contra el pecado, de lo que vamos a considerar en varios temas.

En la Sagrada Escritura, ya desde el Ant. Test., aparecen dos armas contra el pecado, la oración y la penitencia. Sobre la oración se tratará muy ampliamente hacia el final del Catecismo. Ahora trataremos sobre la penitencia en todos sus sentidos.

“Penitencia” es el nombre común para este sacramento que comenzamos a tratar, que es el cuarto. Pero también tiene otros nombres. Muy común es llamarle también “sacramento de la confesión”. Pero también se le llama sacramento de la conversión, del perdón, de la reconciliación.

La Iglesia Católica, a través de toda su historia, siempre ha estado convencida de que es posible el perdón de los pecados. Ha habido herejes que negaban la posibilidad de perdón para algunos pecados graves.

Pero, mientras estamos en esta vida, la Iglesia sostiene que se pueden perdonar los pecados. Cosa que no se puede hacer ya en la otra vida.

Jesucristo perdonaba de verdad. Pedía y exigía que no volvieran a pecar más. Así cuando perdona al paralítico (Jn 5), que carga con su camilla. Y a quien, al encontrarle más tarde, le dice: “No vuelvas a pecar, no te suceda algo peor”.

Para Jesús la conversión era algo fundamental. Dirá: “Quien pone la mano sobre el arado y mira atrás no es digno de mi”. La conversión debía ser total. Se suponía que no debía recaer; pero Jesús contaba con nuestra debilidad. Por eso nos enseñó a pedir continuamente el perdón, como nos enseñó a pedir el pan de cada día.

Jesús nos enseñó a que nosotros debemos perdonarnos, no sólo 7 veces sino hasta setenta veces 7, que significa siempre. Y la razón que nos da es que es una condición para que el Padre celestial también nos perdone. Es como tener el espíritu bueno, a imitación de Dios.

Una vez parece poner una excepción a lo de siempre perdonar. Es cuando habla del pecado contra el Espíritu Santo. Todos los comentaristas están de acuerdo que se trata de una obstinación tal en la creencia de que Jesús hacía los milagros por obra del demonio, que era señal de una tal malicia que encerraba la persona el camino a la gracia de Dios.

Al principio la Iglesia, en el tiempo de los apóstoles, se esforzaba para que sus miembros no pecaran; pero siempre ayudaba a los pecadores para obtener el perdón de Dios, con sus correcciones y con la oración. Así fue con Simón mago que quería comprar con dinero el don que tenían los apóstoles, como si fuese algo de magia. Aparece que se puede perdonar el pecado.

San Pablo en sus cartas habla del Espíritu de Dios que nos va perdonando. Y va nombrando varios pecados, que son situaciones reales, donde san Pablo amonesta y condena; pero siempre pensando en que hagan penitencia para que sean librados de esas “trampas del demonio” (2Tim).

En otros lugares san Pablo (2 Cor) habla de que los pecadores pueden reconciliarse con Dios. Y manifiesta su alegría porque los pecadores de Corinto hicieron penitencia. Así que siente tristeza por el pecado; pero siente alegría porque han hecho penitencia. El Apocalipsis termina incitando a la penitencia, porque sabe que Dios nos perdona.

Jesús nos describe hermosamente el perdón en aquel padre del hijo pródigo, que está dispuesto siempre a perdonar, que es dando de nuevo los bienes y el abrazo de padre.

Nosotros también,

como hijos pródigos,

digamos: Me pondré en camino a

donde está mi padre.

Automático

y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra Ti.

Se puso en

camino adonde estaba

su padre,

el cual le vio y se conmovió

Por tu inmensa compa-

sión borra mi

culpa.

Lava del todo mi delito, renueva mi vida, limpia mi pecado.

y le diré: Padre,

he pecado

contra el cielo

y contra

Ti.

María, refugio de los pecadores, nos tenderá su

mano para acercarnos a

Dios.

AMÉN