Post on 05-Dec-2021
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Guillermo LoCane es Contador Público,
egresado de la Facultad de Ciencias
Económicas de la Universidad de Buenos
Aires.
Tributarista, consultor, ha sido asesor en el
Senado y en la Cámara de Diputados de la
Nación en materias de su especialidad.
Integra el Consejo Académico de la Especialización en Impuestos de la
Escuela de Economía y Negocios Internacionales de la Universidad de
Belgrano, y es miembro de la Comisión de Estudios sobre Finanzas
Públicas del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad
de Buenos Aires.
Desde el año 2008 es autor del blog del Contador LoCane en Perfil.com
y publica sus artículos sobre Impuestos y Finanzas Públicas en la sección
Clases Magistrales de la revista Noticias.
blogs.perfil.com/contadorlocane
/ContadorLoCane
@ContadorLoCane
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Dedicado a Patricia,
Pablo, Alejandro y Mariano.
Hecho el depósito que marca la Ley 11723.
Todos los derechos reservados.
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Prólogo I
Maldita Cuarta Categoría.
Como muchos emprendimientos en la vida, la idea de este libro surge a
partir de un fracaso. Mejor dicho, de una sensación de fracaso.
Sensación que, permanecía en nuestro ser íntimo, cada vez que alguien -
amigo, vecino u ocasional interlocutor- nos hacía la inevitable pregunta:
¿Por qué, siendo yo un simple empleado, tengo que pagar el impuesto a
las ganancias?
Una cuestión sencilla. Concreta. Que un tributarista, con la ley a su
favor, debería poder responder fácilmente, más o menos de la siguiente
forma:
La mayoría de las actividades lucrativas están alcanzadas por el
impuesto a las ganancias, y están clasificadas en cuatro categorías.
La ley establece dos categorías (Primera “renta del suelo” y Segunda “renta de capitales”), en las que los ingresos comprendidos provienen de la mera posesión de bienes, sin mayor actividad por parte de quien
las percibe. Con ellas, el impuesto se focaliza en los íconos del
capitalismo: los alquileres, la renta financiera, los dividendos, las
regalías, etc.
Luego aparece una Tercera categoría, donde los beneficios alcanzados
(la ganancia empresaria) son el resultado de la colaboración
productiva entre capital y trabajo.
Y, finalmente, una Cuarta categoría, que se “alimenta” de los ingresos provenientes del trabajo personal físico y/o intelectual del
contribuyente.
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Por otra parte, con el objeto de proteger del alcance del impuesto, a la
parte del ingreso que las personas deben destinar a solventar el costo
de vida personal y familiar, la ley prevé un mínimo no imponible y
admite deducciones por cargas de familia y otros conceptos. Y también
establece una escala ascendente de tasas de imposición para asegurar
que el que más gana, más paga.
Pero, como ya dije, a esta sencilla explicación le continuaba casi
invariablemente la sensación de fracaso o frustración que significa
enfrentar el sentido común de quién, como argumento adverso a la
misma, nos decía, con marcado énfasis:
“Todo muy lindo, Contador. Ahora, lo que yo sé, es que la ganancia es del empresario y el sueldo es del trabajador. Pero desde hace unos
años, a cualquier simple empleado le vienen cepillando el sueldo
bárbaramente con esa maldita cuarta categoría del impuesto a las
ganancias y la historia de tener que pedir, todos los años, que suban los
mínimos y las deducciones, con las vueltas que dan en el gobierno cada
vez que tienen hacerlo, se parece más a una telenovela que a otra
cosa”.
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Prólogo II
Pensar, es captar una metáfora.
Todas nuestras ideas son alusiones a metáforas. El pensamiento
humano está articulado por ellas. La metáfora permite que la mente con
un puñado de ideas básicas como sustancia, ubicación, fuerza y objetivo
pueda comprender estructuras abstractas. No es mediante fórmulas
lógicas sino por analogía entre el ámbito doméstico y uno conceptual
que aún no comprendemos, que podemos aprender ideas difíciles. Esto
escribió un reconocido periodista en una de sus columnas dominicales.
La idea de contar como si fuese una novela el desarrollo del prolongado
conflicto de miles de trabajadores empleados y autónomos con el fisco
nacional, en torno al impuesto a las ganancias, no debe interpretarse
como una falta de respeto hacia los dirigentes o autoridades que “actúan
la trama” como personajes, ni a la importancia social del asunto. Solo
busca lograr una mejor comprensión del mismo, mediante el uso de ese
recurso metafórico.
Está demás decir, entonces, que esto no es una novela. Entre otras cosas
porque los hechos que se relatan no son ficción. Son “de verdad”, como dicen los chicos.
Y la novela, si algo es, es ficción. Además, por respeto a los autores de
novelas, por consideración a las grandes novelas de la historia, no
podemos considerar las siguientes páginas, una novela. Podría ser,
quizás, lo que los rioplatenses llamamos una telenovela, en
Centroamérica llaman un culebrón, y en los Estados Unidos una soap
opera, es decir un folletín que se difunde a través de la televisión en
forma de entregas periódicas.
-¿Y qué sabe éste de telenovelas?- Se preguntará el lector.
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Debo decir, señoras y señores, que soy un asiduo consumidor de
telenovelas. Sobre todo de las brasileras. También de las argentinas, por
supuesto, que hay muy buenas, y de las venezolanas. Las mejicanas no
son tan buenas.
-Si vos supieras todo lo que se aprende de la vida viendo telenovelas, no
te perderías ninguna- me dijo, alguna vez, alguien a quien admiro por
su inteligencia y sentido común. Asique, empecé hace mucho tiempo a
consumir telenovelas. Y eso ayudó a darme cuenta que, en muchas
ocasiones, la realidad de nuestros países, solo pueden ser entendida si se
la piensa como una telenovela. Una gran y maravillosa telenovela.
Claro que, una vez descubierto “de que se trata”, es probable que la
mayoría de los lectores, estén procediendo en este mismo instante a
cerrar el libro y pasar a cosas más entretenida. Porque, seamos sinceros,
el tema, a priori, no entusiasma. Pero, si se detienen unos minutos, y
me prestan un poquito de atención, les aseguro que no se van a
arrepentir de seguir leyendo.
En un intento por dar agilidad al desarrollo de la trama, la propuesta es
permitir que el lector pueda seguir los episodios de nuestra telenovela
como si la estuviera viendo en su televisor. Y sacar sus propias
conclusiones frente a la disputa en torno a los mínimos no
imponibles y deducciones del impuesto a las ganancias, que se
irá presentando como una especie de entrega por capítulos, a partir del
tratamiento que le dieron al tema los principales diarios del país y los
medios digitales especializados en temas económicos y tributarios.
Pero antes, para entender que el asunto de los impuestos es un “drama” universal que trasciende tiempos y fronteras, vaya en el medio de éste
prólogo, la letra de Taxman. Metafórica protesta contra los altos
impuestos al trabajo, escrita en clave de rock n´roll y grabada por el
célebre cuarteto de Liverpool.
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Según Wikipedia "Taxman is a song written by George Harrison
released as the opening track on The Beatles' 1966 album Revolver. Its
lyrics attack the high levels of progressive tax taken by the British
Labour government of Harold Wilson”. La letra de la canción dice así:
"Let me tell you how it will be:
There's one for you, nineteen for me
'cause I'm the taxman
Be thankful I don't take it all.
If you drive a car, I'll tax the street
If you try to sit, I'll tax your seat
If you get too cold I'll tax the heat
If you take a walk, I'll tax your feet
'cause I'm the taxman Yeah I'm the taxman
Don't ask me what I want it for
'cause I'm the taxman
Yeah, I'm the taxman
And you're working for no one but me".
"Deja que te diga cómo es:
Uno para ti, diecinueve para mí
Porque soy el recaudador de impuestos
Agradéceme que no me lo lleve todo.
Si conduces un coche, cobraré un impuesto por la calle.
Si quieres sentarte, cobraré un impuesto por la silla.
Si tienes mucho frío, cobraré un impuesto por la calefacción.
Si te vas de paseo, cobraré un impuesto por los pies.
Porque soy el recaudador de impuestos.
Sí, soy el recaudador de impuestos.
No me preguntes para qué lo quiero
Porque soy el recaudador de impuestos
Sí, soy el recaudador de impuestos
Y sólo trabajas para mí"
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La historia que se ofrece al lector, es el conflicto tributario más
prolongando que ha tenido que enfrentar un gobierno en la República
Argentina. Y, por lejos, el que más personas afectó.
Sin embargo, nuestro relato comienza y termina con actos solitarios por
excelencia: Una muerte y dos cartas.
El capítulo Uno, se sitúa en el lejano verano del 2006. Y se abre con el
asesinato del sub-oficial de policía Jorge Sayago, en la provincia de
Santa Cruz, en el marco de las violentas protestas de los trabajadores
petroleros por las retenciones del impuesto a las ganancias.
El capítulo Dos, se cierra con dos cartas. Una, la remite el personaje
masculino estelar de este culebrón, el Secretario General de la
Confederación General del Trabajo, Hugo Moyano, quien, el último día
del mes de enero de 2012, en amargo texto, expone sus cuitas a la
presidente de la nación (el personaje femenino de la novela), en lo
referente a diversas cuestiones de su interés y, en particular, los
mínimos no imponibles del impuesto a las ganancias. La otra carta, es
un poco anterior. La escribe y publica en diciembre de 2011, un
personaje inesperado. Un intelectual totalmente alejado de las ciencias
económicas y por supuesto de la teoría y técnica impositiva. El
reconocido escritor y ensayista Mempo Giardinelli, quien, desde el más
puro sentido común, se dirige a la primera mandataria preocupado por
temas de actualidad, pero comenzando, precisamente, con esta oración:
“Es un principio de elemental justicia, o debería serlo, que los
trabajadores asalariados no deben tributar el impuesto a las
ganancias”.
La telenovela abarca las administraciones 2003-2007, y 2008-2011.
Aunque, obviamente, la idea cobrar impuestos a los ingresos del trabajo
no nació con esos gobiernos. Ya tiene más de doscientos años y provino
de Europa.
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El primer impuesto a los réditos, como también se lo conoce, data de
1797, lo recaudó la República Bátava, es decir, Holanda. La siguió Gran
Bretaña, en 1799. Como la mayoría de los nuevos gravámenes, se
implantó a título temporario para sufragar los gastos de guerra. Lograda
la paz, el primer ministro inglés, Henry Addington, juró solemnemente
que jamás se volvería a cobrar en el Reino Unido. Pero el gobierno
británico lo reimplantó tiempo después, para nunca más derogarlo.
Uno de los hechos más destacados del siglo XX, y en particular de su
segunda mitad, es que, en todo el mundo, los gobiernos fueron
requiriendo una proporción cada vez mayor de impuestos,
principalmente para costear los crecientes gastos de lo que se conoce
como el Estado Benefactor.
En el ámbito del impuesto a la renta, quedaron alcanzadas las rentas de
capital (intereses, dividendos, regalías) y de la propiedad (todo tipo de
alquileres de muebles e inmuebles, urbanos y rurales), los honorarios
de profesionales, de directores de empresas, y los sueldos de gerentes y
empleados del más alto rango. Todos ellos sujetos a una escala
progresiva y con previa deducción de un monto no imponible que se
estimaba necesario para solventar el costo de vida.
En la Argentina el impuesto a los réditos se implantó en 1932 con
carácter de emergencia y por tres años, pero estuvo vigente hasta 1973.
En ese año fue reemplazado por actual Impuesto a las Ganancias. Nadie
duda de su inevitable continuidad.
Ambos ya preveían que la cuarta categoría del impuesto alcanzara a los
ingresos del trabajo. Y establecían en su articulado montos anuales de
deducciones admitidas y mínimos no imponibles correspondientes.
Incluso desde hace muchos años, suponiendo que el flagelo de la
inflación (así se lo calificaba) duraría por siempre, se estableció en la
misma ley, que esos montos debían actualizarse automáticamente,