Post on 25-Sep-2018
Escuela Sec. Ofic. No. 920 Sor Juana Inés De La Cruz
P r e s e n t a : E V A M A R I A
C A R M O N A R E Y E S
M o v i m i e n t o L i t e r a r i o
S a n M a r c o s D e L a C r u z
O c t u b r e
Antología Electrónica
Movimientos literarios
1
INDICE
EL PERIODO BARROCO 1. LUIS ARGOTE GONGORA Y ARGOTE 4
2.poema (Luis …) 5 2.: Miguel Ángel Quevedo 11
Poema 12 3 Juan Ruiz De Góngora 13
Poema 14 4 Sor Juana De La Cruz 15
poema 17 5 Carlos de singuenza y gongora 18
El romanticismo 24
Gustavo Adolfo bequer 27 Las golondrinas 33 El modernismo 36
Manuel Acuña 42 Ruben dario 45
Amado nervo 57
Munuel gutierrez 50
Ramón lopez Velarde 51 GENERACION 55
Horacio zuñiga 57 Gabriela mastirl 61
Rosario castellanos 64
Jaime Sabines 67ª 86
2
PERIODO BARROCO
Luis de Góngora y agote
Luis de Góngora y Argote (Córdoba, 11 de
julio de 1561-ibídem, 23 de mayo de 1627)
fue un poeta y dramaturgo español del Siglo
de Oro, máximo exponente de la corriente
3
literaria conocida, más tarde y con
simplificación perpetuada a lo largo de
siglos, como culteranismo o gongorismo,
cuya obra será imitada tanto en su siglo
como en los siglos posteriores en Europa y
América. Como si se tratara de un clásico
latino, sus obras fueron objeto de exégesis
ya en su misma época.
A un tiempo
dejaba el Sol
Los colchones
de las ondas,
Y el orinal de
mi alma
1
La vasera de
su choza;
Él porque tres
veces quiere
En las tres
lucientes
bolas
De la torre
de Marruecos
Ver su caraza
redonda;
Y ella porque
sus corderos,
En tanto que
el Alba llora,
Se longanicen
las tripas
De
esmeraldas y
de aljófar,
A cuenta de
los poetas
Que baratan
estas joyas
Entre los que
en avellanas
Les pagan a
«qué quiés,
boca».
De luz, pues,
y de ganado
Se cubre la
vega toda,
Y el aire de
la armonía
Que despide
una zampoña,
Profundament
e tañida
De un cuitado
que la sopla,
Quizá tan
profundament
e
Que no hay
Judas que la
oya.
Guarda el
pobre unas
ovejas,
Si el que se
las deja solas
Las guarda, y
a sus rediles
No las vuelve,
o vuelve
pocas;
2
Culpa de un
Dios que,
aunque ciego,
Clava una
saeta en otra,
Y calienta,
aunque
desnudo,
El muro
helado de
Troya
(Cuando
criminante y
bella
Salió
ministrando
aljófar),
Del sacro
Betis la Ninfa
Que vio
España más
hermosa;
Tan celada
de su padre,
Que el lado
aún no le
perdona,
Y si hay
sombras de
cristal,
La Ninfa se
ha vuelto
sombra.
Viola en las
selvas un día
En una
virginal tropa
De secuaces
de Diana,
Saeteando
una corza.
Nunca la
viera el
cuitado,
Y no dejara
en mal hora
Por el campo
su hacienda,
Por el río su
memoria.
Desde
entonces los
carneros
Van
perdiendo sus
esposas,
Y de lanas de
bayeta
3
Les va el
lobo haciendo
lobas.
Río abajo, río
arriba,
Pasos gasta,
viento
compra,
Que se
venden por
suspiros
Y valen
misericordia.
Tantos días,
tantas veces
Oyó su voz
lagrimosa
El río desde
su urna,
Que un día
sacó la
cholla,
Y le halló
entre unos
carrizos
Ventoseando
unas coplas,
En favor a lo
que dicen
De su húmida
señora,
Que lo oía
entre unos
sauces
Haciendo
desdén y
pompa
Del pastor y
de sus
versos,
Zahareña y
gloriosa.
De las plumas
de una
mimbre
Cortó el viejo
dos garzotas,
Y en el envés
de la Ninfa
Me las
desnudó de
hojas.
Cansado,
pues, el
pastor
4
De invocar
piedad tan
sorda,
De mi bella
pastorcilla
El dulce favor
implora.
Un rato le
ruega humilde
Que su lira
sonorosa
Al aire haga
y al río
Cualque
suave lisonja.
Condescendió
con sus
ruegos
Cloris, y
luego a la
hora
Yerba y flores
a porfía
Le tejieron
una alfombra.
Pulsó las
templadas
cuerdas,
Y al punto el
cielo se
escombra,
El aire se
purifica,
La ribera se
convoca.
Las Ninfas
que de aquel
soto
Los muchos
árboles
honran,
Vistiéndose
miembros
bellos
Desnudan
cortezas
toscas.
A un verde
arrayán
florido
Se casaron
dos palomas,
Blancas señas
de que el
aire
La madre de
Amor corona.
5
Un dulce
lascivo
enjambre
De hijuelos de
la Diosa,
Vertiendo
nubes de
flores
Jazmines
llueven y
rosas.
Sofrenó el Sol
sus caballos
Para oír a mi
pastora,
Tanto, que
besó algún
signo
Las caderas
luminosas;
Y fue tal la
sofrenada,
Que con las
lucientes
colas
Ensuciaron y
aun barrieron
Dos tachones
de la zona.
Su verde
cabello el
Betis
Descubrió, y
su barba
undosa,
Y el húmido
cuerpo luego
Vestido de
juncos y ovas.
La hija
aguarda que
el padre
Todo el
campo
reconozca,
Y a las
detenidas
aguas
Fla luego la
persona.
Salió de
espumas
vestida,
Y por lo que
es
vergonzosa,
calzada una
celosía
6
De caracoles
y conchas.
¡Oh, lo que
diera el
pastor
por ser aquel
día babosa
de algún
caracol de
aquellos!...
Miguel Ángel Quevedo
Miguel Ángel de Quevedo y Zubieta (Guadalajara,
Jalisco, 1859 - Ciudad de México, 15 de julio de
1946) fue un ingeniero e investigador mexicano
que dedicó gran parte de su vida al estudio y
cuidado de la flora. Es a veces llamado el
«Apóstol del árbol». Fue hermano de Salvador
Quevedo y Zubieta y del ingeniero Manuel G. de
Quevedo y Zubieta.
1
Poema
Autor: Miguel Ángel Quevedo
(del ingeniero Manuel G. de Quevedo y Zubieta.)
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.
Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara pensativa,
érase un elefante boca aariba,
era Ovidio Nasón mas narizado.
2
Érase un espolón de una galera,
Érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.
Érase un narcisismo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.
Juan Ruiz Alarcón}
Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza (Taxco, 1580 o
15813 - Madrid, 4 de agosto de 1639) fue un
escritor novohispano del Siglo de Oro que cultivó
distintas variantes de la dramaturgia. Entre sus
obras destacan la comedia La verdad sospechosa,
que constituye una de las obras claves del teatro
barroco hispanoamericano, comparable a las
mejores piezas de Lope de Vega o Tirso de
Molina.
3
AMOR Y ABORRECIMIENTO
Hermoso dueño mío, por quien sin fruto lloro,
pues cuanto más te adoro tanto más desconfío
de vencer la esquiveza que intenta competir con
la belleza!
La natural costumbre en ti miro trocada: lo que a
todos agrada te causa pesadumbre; el ruego te
embravece, amor te hiela, llanto te endurece.
Belleza te compone divina-no lo ignoro, pues por
deidad te adoro-; mas ¿qué razón dispone que
perfecciones tales rompan sus estatutos
naturales?
4
Si a tu belleza he sido tan tierno enamorado, si
estimo despreciado y quiero aborrecido, ¿qué ley
sufre, o qué fuero, que me aborrezcas tú porque
te quiero?
5
Sor Juana Inés de la cruz
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana,
más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz
(San Miguel Nepantla, 12 de noviembre de 1651 -
Ciudad de México, 17 de abril de 1695) fue una
religiosa y escritora novohispana, exponente del
Siglo de Oro de la literatura en español. Cultivó
la lírica, el auto sacramental y el teatro, así como
la prosa. Por la importancia de su obra, recibió
los sobrenombres de «el Fénix de América», «la
Décima Musa» o «la Décima Musa mexicana».
A muy temprana edad aprendió a leer y a
escribir. Perteneció a la corte de Antonio de
Toledo y Salazar, marqués de Mancera y 25.º
virrey novohispano. En 1667, por vocación
religiosa y anhelo de conocimiento, ingresó a la
vida monástica. Sus más importantes mecenas
fueron los virreyes De Mancera, el arzobispo
virrey Payo Enríquez de Rivera y los marqueses
6
de la Laguna, virreyes también de la Nueva
España, quienes publicaron los dos primeros
tomos de sus obras en la España peninsular.
Murió a causa de una epidemia el 17 de abril de
1695.
Sor Juana Inés de la Cruz ocupó, junto a Juan
Ruiz de Alarcón y a Carlos de Sigüenza y
Góngora, un destacado lugar en la literatura
novohispana.1 En el campo de la lírica, su trabajo
se adscribe a los lineamientos del barroco
español en su etapa tardía. La producción lírica
de Sor Juana, que supone la mitad de su obra,
es un crisol donde convergen la cultura de una
Nueva España en apogeo, el culteranismo de
Góngora y la obra conceptista de Quevedo y
Calderón.2
La obra dramática de Sor Juana va de lo
religioso a lo profano. Sus obras más destacables
en este género son Amor es más laberinto, Los
empeños de una casa y una serie de autos
sacramentales concebidos para representarse en
la corte.3
7
A una Rosa
Rosa divina, que en gentil cultura
Eres con tu fragante sutileza
Magisterio purpúreo en la belleza,
Enseñanza nevada a la hermosura.
Amago de la humana arquitectura,
Ejemplo de la vana gentileza,
En cuyo ser unió naturaleza
La cuna alegre y triste sepultura.
8
¡Cuán altiva en tu pompa, presumida
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida.
De tu caduco ser das mustias señas!
Con que con docta muerte y necia vida,
Viviendo engañas y muriendo enseñas.
Carlos De Sigüenza Y Góngora
Carlos de Sigüenza y Góngora (Ciudad de México;
1645 - 22 de agosto de 1700) fue uno de los
primeros grandes intelectuales nacidos en el
virreinato de la Nueva España, polimata,
historiador y escritor, que ocupó numerosas
puestos académicos y gubernamentales. Dirigió las
excavaciones en Teotihuacan en 1675 que fueron
las primeras excavaciones arqueológicas llevadas
a cabo en México en el tiempo colonial
9
Soneto del triunfo parténico
Si celeste, si cándida, si pura
Es etérea azucena al Sol luciente,
cuando indultando a Delos por su Oriente
privilegia de intacta su hermosura,
¿cómo pudo el borrón de sombra impura
profanar su excepción? ¿Cómo indecente
villana espina horrorizar ardiente
la luz nevada que aun en Delos dura?
Si en la sombra no hay sombra, si en la idea
la mancha falta, no queriendo el Día
que menos que de luz su cuna sea,
¿cómo el Original? ¿Cómo podía
10
hallarse impuro con la culpa fea,
siendo de luz la sombra de María?
11
12
13
14
Gustavo Adolfo Becquer
(Sevilla, 17 de febrero de 1836 - Madrid, 22 de
diciembre de 1870), más conocido como Gustavo
Adolfo Bécquer, fue un poeta y narrador español,
perteneciente al movimiento del Romanticismo. Por
ser un romántico tardío, ha sido asociado
igualmente con el movimiento posromántico.
Aunque en vida ya alcanzó cierta fama, solo
después de su muerte y tras la publicación del
conjunto de sus escritos alcanzó el prestigio que
hoy se le reconoce.
Su obra más célebre son las Rimas y Leyendas.
Los poemas e historias incluidos en esta
colección son esenciales para el estudio de la
literatura hispana, sobre la que ejercieron
posteriormente una gran influencia.
15
Amor Eterno
Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor….
16
Las Golondrinas
A donde irá veloz y fatigada
la golondrina que de aquí se va.
No tiene cielo, te mira angustiada sin
paz ni abrigo que la vio partir
Junto a mi pecho
Allara su nido
en donde pueda
la estación pasar.
También yo estoy
en la región perdida
¡Oh cielo santo!
y sin poder volar.
17
Junto a mi pecho hallará su nido
en donde pueda la estación pasar
también yo estoy en la región perdida
¡oh, cielo santo! y sin poder volar.
A donde irá veloz y fatigada
la golondrina que de aquí se va
¡Oh, si en el viento, se hallara extraviada!
buscando abrigo y no lo encontrará.
Junto a mi pecho hallará su nido
en donde pueda la estación pasar
también yo estoy en la región perdida
¡oh, cielo santo! y sin poder volar.
Dejé también mi patria adorada,
esa mansión que me miró nacer,
18
mi vida es hoy errante y angustiada
y ya no puedo a mi mansión volver.
Ave querida, amada peregrina,
mi corazón al tuyo estrecharé,
oiré tus cantos, bella golondrina,
recordaré mi patria y lloraré.
Manuel Acuña
(Saltillo, Coahuila, 27 de agosto de 1849 - Ciudad
de México, 6 de diciembre de 1873) fue un poeta
mexicano que se desarrolló en el estilizado
ambiente romántico del intelectualismo mexicano
de la época.
Manuel Acuña Narro mayor conocido como
"CUSUCO" Biografió varias ramas de la ciencia,
como filosofía y matemáticas, además de varios
idiomas, como el francés y el latín. Comenzó la
19
carrera de medicina, aunque todo terminó con su
vida a los 24 años. Durante sus años de
participación en tertulias literarias, conoció a
Ignacio Manuel Altamirano, Agustín F. Cuenca y
Juan de Dios Peza. Con este último mantuvo un
fuerte vínculo amistoso, motivo por el cual Peza
fue uno de los oradores principales el día del
sepelio de Acuña.
20
Soneto
Porque dejaste el mundo de dolores
buscando en otro cielo la alegría
que aquí, si nace, sólo dura un día
y eso entre sombras, dudas y temores.
Porque en pos de otro mundo y de otras flores
abandonaste esta región sombría,
donde tu alma gigante se sentía
condenada a continuos sinsabores.
Yo vengo a decir mi enhorabuena
al mandarte la eterna despedida
que de dolor el corazón me llena;
21
Que aunque cruel y muy triste tu partida,
si la vida a los goces es ajena,
mejor es el sepulcro que la vida.
Manuel Acuña
Ruben Dario
Félix Rubén García Sarmiento, conocido como
Rubén Darío (Metopa, hoy Ciudad Darío,
Matagalpa, 18 de enero de 1867 - León, 6 de
febrero de 1916), fue un poeta, periodista y
diplomático nicaragüense, máximo representante
del modernismo literario en lengua española. Es,
posiblemente, el poeta que ha tenido una mayor
y más duradera influencia en la poesía del siglo
XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de
las letras castellanas.
22
¡Desgraciado
Almirante! Tu
pobre
América,
tu india
virgen y
hermosa de
sangre
cálida,
la perla de
tus sueños,
es una
histérica
de
convulsivos
nervios y
frente pálida.
Un
desastroso
espirítu posee
tu tierra:
donde la tribu
unida blandió
sus mazas,
hoy se
enciende
entre
hermanos
perpetua
guerra,
se hieren y
destrozan las
mismas
razas.
Al ídolo de
piedra
1
reemplaza
ahora
el ídolo de
carne que se
entroniza,
y cada día
alumbra la
blanca
aurora
en los
campos
fraternos
sangre y
ceniza.
Desdeñando a
los reyes nos
dimos leyes
al son de los
cañones y los
clarines,
y hoy al favor
siniestro de
negros reyes
fraternizan los
Judas con los
Caínes.
Bebiendo la
esparcida
savia
francesa
con nuestra
boca indígena
semiespañola,
día a día
cantamos la
Marsellesa
para acabar
danzando la
Carmañola.
Las
ambiciones
pérfidas no
tienen
diques,
soñadas
libertades
yacen
deshechas.
¡Eso no
hicieron
nunca
nuestros
caciques,
a quienes las
montañas
daban las
flechas! .
Ellos eran
soberbios,
leales y
francos,
ceñidas las
cabezas de
raras
2
plumas;
¡ojalá
hubieran sido
los hombres
blancos
como los
Atahualpas y
Moctezumas!
Cuando en
vientres de
América cayó
semilla
de la raza de
hierro que fue
de España,
mezcló su
fuerza heroica
la gran
Castilla
con la fuerza
del indio de
la montaña.
¡Pluguiera a
Dios las
aguas antes
intactas
no reflejaran
nunca las
blancas
velas;
ni vieran las
estrellas
estupefactas
arribar a la
orilla tus
carabelas!
Libre como
las águilas,
vieran los
montes
pasar los
aborígenes
por los
boscajes,
persiguiendo
los pumas y
los bisontes
con el dardo
certero de
sus carcajes.
Que más
valiera el jefe
rudo y
bizarro
que el
soldado que
en fango sus
glorias finca,
que ha hecho
gemir al zipa
bajo su
carro
o temblar las
heladas
momias del
3
Inca.
La cruz que
nos llevaste
padece
mengua;
y tras
encanalladas
revoluciones,
la canalla
escritora
mancha la
lengua
que
escribieron
Cervantes y
Calderones.
Cristo va por
las calles
flaco y
enclenque,
Barrabás tiene
esclavos y
charreteras,
y en las
tierras de
Chibcha,
Cuzco y
Palenque
han visto
engalonadas
a las
panteras.
Duelos,
espantos,
guerras, fiebre
constante
en nuestra
senda ha
puesto la
suerte triste:
¡Cristóforo
Colombo,
pobre
Almirante,
ruega a Dios
por el mundo
que
descubriste!
1
Amado Nervo
Amado Nervo, seudónimo de Juan Crisóstomo
Ruiz de Nervo y Ordaz (Tepic, en ese entonces
en Jalisco, hoy en Nayarit; 27 de agosto de 1870
- Montevideo, Uruguay; 24 de mayo de 1919), fue
un poeta y prosista mexicano, perteneciente al
movimiento modernista. Fue miembro
correspondiente de la Academia Mexicana de la
Lengua, no pudo ser miembro de número por
residir en el extranjero.
2
Todo amor nuevo que aparece
nos ilumina la existencia,
nos la perfuma y enflorece.
En la más densa oscuridad
toda mujer es refulgencia
y todo amor es claridad.
Para curar la pertinaz
pena, en las almas escondida,
un nuevo amor es eficaz;
porque se posa en nuestro mal
sin lastimar nunca la herida,
como un destello en un cristal.
Como un ensueño en una cuna,
como se posa en la rüina
la piedad del rayo de la luna.
1
como un encanto en un hastío,
como en la punta de una espina
una gotita de rocío...
¿Que también sabe hacer sufrir?
¿Que también sabe hacer llorar?
¿Que también sabe hacer morir?
2
Ramon Gutierrez Najera
Manuel Gutiérrez Nájera (Ciudad de México, 22 de
diciembre de 1859 - ibídem, 3 de febrero de
1895) fue un poeta, escritor y cirujano mexicano,
trabajó como observador cronista. Debido a que
trabajó en distintos hospitales, utilizó múltiples
antónimos,obstante, entre sus contertulios y el
público, el más arraigado fue: El Duque feo.
Cortina de los pilares
es la enredadera
verde.
¡Cuál se amontonan
pesares
cuando la ilusión se
pierde!
¿Ya olvidaste la
canción
que decía penas
hondas?
De un violín el grato
son
se oía bajo las
frondas.
Suspendida del alar
lucía mata de flores.
¿Ya olvidaste aquel
cantar,
cantar de viejos
amores?
De noche en el
corredor
te hablaba siempre en
voz baja.
¡Cómo murió nuestro
amor!
¡Qué triste la noche
baja!
Por el patio van las
hojas...
en sombras está el
salón...
1
¡Qué tristes son las
congojas
de un herido corazón!
Ramón López Velarde
Ramón Modesto López Velarde Berumen (Jerez de
García Salinas, Zacatecas, México, 15 de junio de
1888- Ciudad de México, 19 de junio de 1921),
conocido popularmente como Ramón López
Velarde, fue un poeta mexicano. Su obra suele
encuadrarse en el modernismo literario. En México
alcanzó una gran fama, y llegó a ser considerado
el poeta nacional.
1
2
HUÉRFANO
Huérfano quedará mi corazón
alma del alma, si te vas de ahí,
y para siempre lloraré por ti
enfermo de amorosa consunción.
Triste renuncio a las venturas todas
de tu suave y eterna compañía,
hoy que se apaga con la dicha mía,
el altar que soñé para mis bodas.
Y el templo aquel de claridad incierta
y tú, como las vírgenes vestida,
brillarán en la noche de mi vida
como la luz de la esperanza muerta.
3
Horacio Zuñiga
Horacio Salvador Zúñiga Anaya fue un poeta,
orador y profesor mexicano, ícono de la
Universidad Autónoma del Estado de México.
Hombre de extraordinaria cultura, uno de los
personajes más representativos de la literatura
mexicana del siglo XX.
4
Gabriela Mistral
Gabriela Mistral, seudónimo de Lucila de María del
Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga (Vicuña, 7 de
abril de 1889 – Nueva York, 10 de enero de
1957), fue una destacada poeta, diplomática,
feminista1 y pedagoga chilena. Una de las
principales figuras de la literatura chilena y
continental, fue la primera latinoamericana y,
hasta el momento, única mujer iberoamericana,
premiada con el Nobel2 —ganó el Premio Nobel
de Literatura en 1945
5
DESOLACIÓN
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.
La tierra a la que vine no tiene primavera:
tiene su noche larga que cual madre me esconde.
El viento hace a mi casa su ronda de sollozos
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.
Y en la llanura blanca, de horizonte infinito,
miro morir intensos ocasos dolorosos.
¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha
venido
si más lejos que ella sólo fueron los muertos?
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y
yerto
6
crecer entre sus brazos y los brazos queridos!
Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto
vienen de tierras donde no están los que son
míos;
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos,
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos.
Y la interrogación que sube a mi garganta
al mirarlos pasar, me desciende, vencida:
hablan extrañas lenguas y no la conmovida
lengua que en tierras de oro mi vieja madre
canta.
Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa;
miro crecer la niebla como el agonizante,
y por no enloquecer no encuentro los instantes,
7
porque la "noche larga" ahora tan solo empieza.
Miro el llano extasiado y recojo su duelo,
que vine para ver los paisajes mortales.
La nieve es el semblante que asoma a mis
cristales;
¡siempre será su altura bajando de los cielos!
Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada
de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi
casa;
siempre, como el destino que ni mengua ni pasa,
descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.
8
Rosario Catellanos
Rosario Castellanos Figueroa (México, D. F., 25 de
mayo de 1925 - Tel Aviv, Israel, 7 de agosto de
1974) fue una poeta, novelista, diplomática y
promotora cultural mexicana.
9
Revelación
Lo supe de repente:
hay otro.
Y desde entonces duermo solo a medias
y ya casi no como.
No es posible vivir
con ese rostro
que es el mío verdadero
y que aún no conozco.
Rosario Castellanos
10
Jaime Sabines
PRIMERA PARTE
I
Déjame reposar,
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo.
Convalecemos de la angustia apenas
y estamos débiles, asustadizos,
despertando dos o tres veces de nuestro escaso
sueño
11
para verte en la noche y saber que respiras.
Necesitamos despertar para estar más despiertos
en esta pesadilla llena de gentes y de ruidos.
Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las
ramas,
por eso es que este hachazo nos sacude.
Nunca frente a tu muerte nos paramos
a pensar en la muerte,
ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la
alegría.
No lo sabemos bien, pero de pronto llega
un incesante aviso,
una escapada espada de la boca de Dios
que cae y cae y cae lentamente.
Y he aquí que temblamos de miedo,
que nos ahoga el llanto contenido,
12
que nos aprieta la garganta el miedo.
Nos echamos a andar y no paramos
de andar jamás, después de medianoche,
en ese pasillo del sanatorio silencioso
donde hay una enfermera despierta de ángel.
Esperar que murieras era morir despacio,
estar goteando del tubo de la muerte,
morir poco, a pedazos.
No ha habido hora más larga que cuando no
dormías,
ni túnel más espeso de horror y de miseria
que el que llenaban tus lamentos,
tu pobre cuerpo herido.
II
13
Del mar, también del mar,
de la tela del mar que nos envuelve,
de los golpes del mar y de su boca,
de su vagina obscura,
de su vómito,
de su pureza tétrica y profunda,
vienen la muerte, Dios, el aguacero
golpeando las persianas,
la noche, el viento.
De la tierra también,
de las raíces agudas de las casas,
del pie desnudo y sangrante de los árboles,
de algunas rocas viejas que no pueden moverse,
de lamentables charcos, ataúdes del agua,
14
de troncos derribados en que ahora duerme el
rayo,
y de la yerba, que es la sombra de las ramas del
cielo,
viene Dios, el manco de cien manos,
ciego de tantos ojos,
dulcísimo, impotente.
(Omniausente, lleno de amor,
el viejo sordo, sin hijos,
derrama su corazón en la copa de su vientre.)
De los huesos también,
de la sal más entera de la sangre,
del ácido más fiel,
del alma más profunda y verdadera,
del alimento más entusiasmado,
del hígado y del llanto,
15
viene el oleaje tenso de la muerte,
el frío sudor de la esperanza,
y viene Dios riendo.
Caminan los libros a la hoguera.
Se levanta el telón: aparece el mar.
(Yo no soy el autor del mar.)
III
Siete caídas sufrió el elote de mi mano
antes de que mi hambre lo encontrara,
siete veces mil veces he muerto
y estoy risueño como en el primer día.
Nadie dirá: no supo de la vida
16
más que los bueyes, ni menos que las
golondrinas.
Yo siempre he sido el hombre, amigo fiel del
perro,
hijo de Dios desmemoriado,
hermano del viento.
¡A la chingada las lágrimas!,dije,
y me puse a llorar
como se ponen a parir.
Estoy descalzo, me gusta pisar el agua y las
piedras,
las mujeres, el tiempo,
me gusta pisar la yerba que crecerá sobre mi
tumba
(si es que tengo una tumba algún día).
Me gusta mi rosal de cera
en el jardín que la noche visita.
Me gustan mis abuelos de Totomoste
17
y me gustan mis zapatos vacíos
esperándome como el día de mañana.
¡A la chingada la muerte!, dije,
sombra de mi sueño,
perversión de los ángeles,
y me entregué a morir
como una piedra al río,
como un disparo al vuelo de los pájaros.
IV
Vamos a hablar del Príncipe Cáncer,
Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata,
que se divierte arrojando dardos
a los ovarios tersos, a las vaginas mustias,
a las ingles multitudinarias.
18
Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer
en la raíz del cuello, sobre la subclavia,
tubérculo del bueno de Dios,
ampolleta de la buena muerte,
y yo mando a la chingada a todos los soles del
mundo.
El Señor Cáncer, El Señor Pendejo,
es sólo un instrumento en las manos obscuras
de los dulces personajes que hacen la vida.
En las cuatro gavetas del archivero de madera
guardo los nombres queridos,
la ropa de los fantasmas familiares,
las palabras que rondan
y mis pieles sucesivas.
También están los rostros de algunas mujeres
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los ojos amados y solos
y el beso casto del coito.
Y de las gavetas salen mis hijos.
¡Bien haya la sombra del árbol
llegando a la tierra,
porque es la luz que llega!
V
De las nueve de la noche en adelante,
viendo televisión y conversando
estoy esperando la muerte de mi padre.
Desde hace tres meses, esperando.
En el trabajo y en la borrachera,
en la cama sin nadie y en el cuarto de niños,
en su dolor tan lleno y derramado,
su no dormir, su queja y su protesta,
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en el tanque de oxígeno y las muelas
del día que amanece, buscando la esperanza.
Mirando su cadáver en los huesos
que es ahora mi padre,
e introduciendo agujas en las escasas venas,
tratando de meterle la vida, de soplarle
en la boca el aire...
(Me avergüenzo de mí hasta los pelos
por tratar de escribir estas cosas.
¡Maldito el que crea que esto es un poema!)
Quiero decir que no soy enfermero,
padrote de la muerte,
orador de panteones, alcahuete,
pinche de Dios, sacerdote de penas.
21
Quiero decir que a mí me sobre el aire...
VI
Te enterramos ayer.
Ayer te enterramos.
Te echamos tierra ayer.
Quedaste en la tierra ayer.
Estás rodeado de tierra
desde ayer.
Arriba y abajo y a los lados
por tus pies y por tu cabeza
está la tierra desde ayer.
Te metimos en la tierra,
te tapamos con tierra ayer.
Perteneces a la tierra
desde ayer.
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Ayer te enterramos
en la tierra, ayer.
VII
Madre generosa
de todos los muertos,
madre tierra, madre,
vagina del frío,
brazos de intemperie,
regazo del viento,
nido de la noche,
madre de la muerte,
recógelo, abrígalo,
desnúdalo, tómalo,
guárdalo, acábalo.
23
VIII
No podrás morir.
Debajo de la tierra
no podrás morir.
Sin agua y sin aire
no podrás morir.
Sin azúcar, sin leche,
sin frijoles, sin carne,
sin harina, sin higos,
no podrás morir.
Sin mujer y sin hijos
no podrás morir.
Debajo de la vida
no podrás morir.
En tu tanque de tierra
no podrás morir.
24
En tu caja de muerto
no podrás morir.
En tus venas sin sangre
no podrás morir.
En tu pecho vacío
no podrás morir.
En tu boca sin fuego
no podrás morir.
En tus ojos sin nadie
no podrás morir.
En tu carne sin llanto
no podrás morir.
No podrás morir.
No podrás morir.
No podrás morir.
Enterramos tu traje,
tus zapatos, el cáncer;
25
no podrás morir.
Tu silencio enterramos.
Tu cuerpo con candados.
Tus canas finas,
tu dolor clausurado.
No podrás morir.
IX
Te fuiste no sé a dónde.
Te espera tu cuarto.
Mi mamá, Juan y Jorge
te estamos esperando.
Nos han dado abrazos
de condolencia, y recibimos
cartas, telegramas, noticias
de que te enterramos,
26
pero tu nieta más pequeña
te busca en el cuarto,
y todos, sin decirlo,
te estamos esperando.
X
Es un mal sueño largo,
una tonta película de espanto,
un túnel que no acaba
lleno de piedras y de charcos.
¡Qué tiempo éste, maldito,
que revuelve las horas y los años,
el sueño y la conciencia,
el ojo abierto y el morir despacio!
XI
27
Recién parido en el lecho de la muerte,
criatura de la paz, inmóvil, tierno,
recién niño del sol de rostro negro,
arrullado en la cuna del silencio,
mamando obscuridad, boca vacía,
ojo apagado, corazón desierto.
Pulmón sin aire, niño mío, viejo,
cielo enterrado y manantial aéreo
voy a volverme un llanto subterráneo
para echarte mis ojos en tu pecho.
XII
Morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
28
pasar el aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto.
Morir es olvidar, ser olvidado,
refugiarse desnudo en el discreto
calor de Dios, y en su cerrado
puño, crecer igual que un feto.
Morir es encenderse bocabajo
hacia el humo y el hueso y la caliza
y hacerse tierra y tierra con trabajo.
Apagarse es morir, lento y aprisa
tomar la eternidad como a destajo
y repartir el alma en la ceniza.
XIII
29
Padre mío, señor mío, hermano mío,
amigo de mi alma, tierno y fuerte,
saca tu cuerpo viejo, viejo mío,
saca tu cuerpo de la muerte.
Saca tu corazón igual que un río,
tu frente limpia en que aprendí a quererte,
tu brazo como un árbol en el frío
saca todo tu cuerpo de la muerte.
Amo tus canas, tu mentón austero,
tu boca firme y tu mirada abierta,
tu pecho vasto y sólido y certero.
Estoy llamando, tirándote la puerta.
Parece que yo soy el que me muero:
30
¡padre mío, despierta!
XIV
No se ha roto ese vaso en que bebiste,
ni la taza, ni el tubo, ni tu plato.
Ni se quemó la cama en que moriste,
ni sacrificamos un gato.
Te sobrevive todo. Todo existe
a pesar de tu muerte y de mi flato.
Parece que la vida nos embiste
igual que el cáncer sobre tu omóplato.
Te enterramos, te lloramos, te morimos,
te estás bien muerto y bien jodido y yermo
mientras pensamos en lo que no hicimos
31
y queremos tenerte aunque sea enfermo.
Nada de lo que fuiste, fuiste y fuimos
a no ser habitantes de tu infierno.
XV
Papá por treinta o por cuarenta años,
amigo de mi vida todo el tiempo,
protector de mi miedo, brazo mío,
palabra clara, corazón resuelto,
te has muerto cuando menos falta hacías,
cuando más falta me haces, padre, abuelo,
hijo y hermano mío, esponja de mi sangre,
pañuelo de mis ojos, almohada de mi sueño.
32
Te has muerto y me has matado un poco.
Porque no estás, ya no estaremos nunca
completos, en un sitio, de algún modo.
Algo le falta al mundo, y tú te has puesto
a empobrecerlo más, y a hacer a solas
tus gentes tristes y tu Dios contento.
XVI
(Noviembre 27)
¿Será posible que abras los ojos y nos veas
ahora?
¿Podrás oírnos?
¿Podrás sacar tus manos un momento?
33
Estamos a tu lado. Es nuestra fiesta,
tu cumpleaños, viejo.
Tu mujer y tus hijos, tus nueras y tus nietos
venimos a abrazarte, todos, viejo.
¡Tienes que estar oyendo!
No vayas a llorar como nosotros
porque tu muerte no es sino un pretexto
para llorar por todos,
por los que están viviendo.
Una pared caída nos separa,
sólo el cuerpo de Dios, sólo su cuerpo.
XVII
Me acostumbré a guardarte, a llevarte lo mismo
que lleva uno su brazo, su cuerpo, su cabeza.
No eras distinto a mí, ni eras lo mismo.
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Eras, cuando estoy triste, mi tristeza.
Eras, cuando caía, eras mi abismo,
cuando me levantaba, mi fortaleza.
Eras brisa y sudor y cataclismo,
y eras el pan caliente sobre la mesa.
Amputado de ti, a medias hecho
hombre o sombra de ti, sólo tu hijo,
desmantelada el alma, abierto el pecho,
Ofrezco a tu dolor un crucifijo:
te doy un palo, una piedra, un helecho,
mis hijos y mis días, y me aflijo.
SEGUNDA PARTE
35
I
Mientras los niños crecen, tú, con todos los
muertos,
poco a poco te acabas.
Yo te he ido mirando a través de las noches
por encima del mármol, en tu pequeña casa.
Un día ya sin ojos, sin nariz, sin orejas,
otro día sin garganta,
la piel sobre tu frente agrietándose, hundiéndose,
tronchando obscuramente el trigal de tus canas.
Todo tú sumergido en humedad y gases
haciendo tus desechos, tu desorden, tu alma,
cada vez más igual tu carne que tu traje,
más madera tus huesos y más huesos las tablas.
Tierra mojada donde había tu boca,
aire podrido, luz aniquilada,
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el silencio tendido a todo tu tamaño
germinando burbujas bajo las hojas de agua.
(Flores dominicales a dos metros arriba
te quieren pasar besos y no te pasan nada.)
II
Mientras los niños crecen y las horas nos hablan
tú, subterráneamente, lentamente, te apagas.
Lumbre enterrada y sola, pabilo de la sombra,
veta de horror para el que te escarba.
¡Es tan fácil decirte "padre mío"
y es tan difícil encontrarte, larva
de Dios, semilla de esperanza!
Quiero llorar a veces, y no quiero
37
llorar porque me pasas
como un derrumbe, porque pasas
como un viento tremendo, como un escalofrío
debajo de las sábanas,
como un gusano lento a lo largo del alma.
¡Si sólo se pudiera decir: "papá, cebolla,
polvo, cansancio, nada, nada, nada"
!Si con un trago te tragara!
¡Si con este dolor te apuñalara!
¡Si con este desvelo de memorias
-herida abierta, vómito de sangre-
te agarrara la cara!
Yo sé que tú ni yo,
ni un par de valvas,
ni un becerro de cobre, ni unas alas
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sosteniendo la muerte, ni la espuma
en que naufraga el mar, ni -no- las playas,
la arena, la sumisa piedra con viento y agua,
ni el árbol que es abuelo de su sombra,
ni nuestro sol, hijastro de sus ramas,
ni la fruta madura, incandescente,
ni la raíz de perlas y de escamas,
ni tío, ni tu chozno, ni tu hipo,
ni mi locura, y ni tus espaldas,
sabrán del tiempo obscuro que nos corre
desde las venas tibias a las canas.
(Tiempo vacío, ampolla de vinagre,
caracol recordando la resaca.)
He aquí que todo viene, todo pasa,
39
todo, todo se acaba.
¿Pero tú? ¿pero yo? ¿pero nosotros?
¿para qué levantamos la palabra?
¿de qué sirvió el amor?
¿cuál era la muralla
que detenía la muerte? ¿dónde estaba
el niño negro de tu guarda?
Ángeles degollados puse al pie de tu caja,
y te eché encima tierra, piedras, lágrimas,
para que ya no salgas, para que no salgas.
III
Sigue el mundo su paso, rueda el tiempo
y van y vienen máscaras.
40
Amanece el dolor un día tras otro,
nos rodeamos de amigos y fantasmas,
parece a veces que un alambre estira
la sangre, que una flor estalla,
que el corazón da frutas, y el cansancio
canta.
Embrocados, bebiendo en la mujer y el trago,
apostando a crecer como las plantas,
fijos, inmóviles, girando
en la invisible llama.
Y mientras tú, el fuerte, el generoso,
el limpio de mentiras y de infamias,
guerrero de la paz, juez de victorias
-cedro del Líbano, robledal de Chiapas-
te ocultas en la tierra, te remontas
a tu raíz obscura y desolada.
41
IV
Un año o dos o tres,
te da lo mismo.
¿Cuál reloj en la muerte?, ¿qué campana
incesante, silenciosa, llama y llama?
¿qué subterránea voz no pronunciada?
¿qué grito hundido, hundiéndose, infinito
de los dientes atrás, en la garganta
aérea, flotante, pare escamas?
¿Para esto vivir? ¿para sentir prestados
los brazos y las piernas y la cara,
arrendados al hoyo, entretenidos
los jugos en la cáscara?
¿para exprimir los ojos noche
42
a noche en el temblor obscuro de la cama,
remolino de quietas transparencias,
descendimiento de la náusea?
¿Para esto morir?
¿para inventar el alma,
el vestido de Dios, la eternidad, el agua
del aguacero de la muerte, la esperanza?
¿morir para pescar?
¿para atrapar con su red a la araña?
Estás sobre la playa de algodones
y tu marca de sombras sube y baja.
V
43
Mi madre sola, en su vejez hundida,
sin dolor y sin lástima,
herida de tu muerte y de tu vida.
Esto dejaste. Su pasión enhiesta,
su celo firme, su labor sombría.
Árbol frutal a un paso de la leña,
su curvo sueño que te resucita.
Esto dejaste. Esto dejaste y no querías.
Pasó el viento. Quedaron de la casa
el pozo abierto y la raíz en ruinas.
Y es en vano llorar. Y si golpeas
las paredes de Dios, y si te arrancas
el pelo o la camisa,
nadie te oye jamás, nadie te mira.
No vuelve nadie, nada. No retorna
44
el polvo de oro de la vida.