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El escuadrón de los hijos no deseados
“Soñé que me iban a ejecutar, de repente me di cuenta que había muchas cosas que valían
la pena hacer si me concedían un aplazamiento. Stephen Hawking”.
“A mis dos viejos. Sus consejos, regaños y ejemplo son como el tesoro que cualquier pirata
quisiera robar. Afortunadamente a mí me lo regalaron”.
Esteban Vai
Índice
El dragón chino...............................................................................................................3
La premonición de un día mortal................................................................................10
Un regalo de Dios para el futuro.................................................................................18
El lugar a donde pertenezco........................................................................................24
El pozo de la oscuridad................................................................................................30
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El dragón chino
Lo apodaban “El Gato” no porque fuera el achichincle de la directora sino porque sus
ojos verde olivo penetraban a través de cualquier persona, su iris se había sumido en el
mismo oro negro para hacer juego con lo largo de sus pestañas. En el bajo mundo de
los estudiantes lo llamaban “El Gato”. Sus compañeros maestros le decían “El lame” por
el más barbero y lambiscón con la directora. Aunque su nombre verdadero era Gaspar
Domínguez siempre lo saludaban con mucho respeto por ser el jefe del departamento y
obviamente se referían a él como ingeniero. Gaspar tenía un oído realmente
sorprendente, cuando entraba al departamento de ingeniería, escuchaba claramente el
momento en que decían “ahí viene el lame”, no le molestaba en absoluto que lo
llamaran “El Gato” al contrario, le gustaba, creía que elogiaban su astucia y agilidad
para moverse entre los asuntos del departamento y la rapidez con los que lo
solucionaba pero, “¿El lame?”, le revolvía el estómago, claro que lo disimulaba muy
bien con una ligera sonrisa y un fuerte apretón de manos.
Cada año, la escuela organizaba “el congreso internacional de ingeniería” donde
tenían lugar distintas personalidades del país y uno que otro extranjero, duraba tres
días y culminaba con un evento artístico. El año pasado no hubo un gran presupuesto
por lo que llamaron a la sociedad de bailes típicos del estado. Este año el encargado de
gestionar esta participación era Gaspar. Tenía que ser una exhibición que todos
disfrutaran, entretenida, apasionante o por lo menos que se dijera algo bueno del Gato.
Por un momento se le vino a la mente un baile erótico pero inmediatamente desecho la
idea después de todo era para los estudiantes: tenía que ser educativo.
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No tenía nada en la cabeza y la fecha del dichoso congreso estaba ya a la vuelta de
la esquina, fue entonces que se le ocurrió una gran idea. Era sábado por la tarde,
decidido a desestresarse un poco, miraba junto a su esposa una película de Jackie
Chan. De pronto se levantó del sillón sintiéndose iluminado por el cielo, su esposa se
asustó al ver la cara que su marido puso, tenía una sonrisa que le deformaba la cara.
— ¡Ya se! —dijo Gaspar.
— ¡¿Qué, qué tienes?! —le grito la mujer alarmada.
—Ya se lo que vamos a presentar en el congreso, esto es grande, muy grande. —
respondió Gaspar, luego pensó para si— Con esto me van a dejar de decir lame
huevos.
—Ay Gaspar, me espantaste, creí que te había pasado algo, y ¿qué se te ocurrió?
—Ves a Jackie Chan haciendo acrobacias, patadas voladoras, derrotando a los
malos… —su esposa no tenía idea de qué era lo quería decir, pero él continuo— sí, eso
mismo que estás pensando —le apunto con el índice— un dragón chino.
— ¿Un dragón chino? —pregunto su mujer confundida.
—Sí, uno de esos que solo es una sábana en forma de dragón pero que debajo hay
mucha gente bailando. Y para rematar... fuegos artificiales.
La mujer había escuchado tantas barbaridades de parte de su esposo que ya no le
sorprendía, o bueno, no mucho.
— ¿A dónde los vas a contratar? —le preguntó tratando de desanimarlo.
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— En el restaurante chino del centro, mi amor, no te cierres las puertas, piensa en
grande, estoy seguro que ellos pueden montar un espectáculo de esa magnitud, es
más, vamos ahora mismo.
Gaspar y su mujer llegaron al lugar llamado “Comida china y dragones”, les dio la
bienvenida un hombrecito de ojos rasgados y con una reverencia los invito a sentarse
en una mesa. Era un día caluroso, así que ambos ordenaron un platillo de fideos y un
pan. Terminaron sus sendas comidas y Gaspar llamo al hombrecito, le dijo que si podía
llamar al dueño del lugar. El dueño del restaurante era también el cocinero y como no
tenían mucha clientela, se dio su tiempo para conversar con la pareja.
—Señol, en que le puedo ayudal. —dijo el hombre al tocar el hombro de Gaspar.
—Que tal, mucho gusto mi nombre es Gaspar Domínguez. Quiero felicitarlo por este
lugar, la comida es deliciosa y realmente admiro su cultura. Me gustaría preguntarle una
cosa y proponerle un negocio…
Gaspar le explico la posición en la que encontraba y del evento que tenía en puertas.
El chino a veces asentía con la cabeza, cruzaba los brazos y de reojo miraba los
exuberantes senos de la mujer de Gaspar. Cuando terminó de compartirle todos los
detalles al dueño del restaurante éste adopto una expresión seria y de una manera sutil
le dijo:
—Mile señor Domínguez, es una gran idea, no a cualquiera se le ocurriría. Le voy a
ser flanco, es muy difícil llevar a cabo ese evento que usted me pide. En primera, se
necesita mucha gente, una coreografía que debe de ensayarse con mucho tiempo de
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anticipación, si lo hacemos estaríamos muy presionados sin contar con que el precio
aumentaría considerablemente.
— ¿Cuánto más?
— Mmmm, por lo menos el doble.
— ¿Pero lo tendría listo para la fecha establecida?
— Si es a ese precio, se lo galantizo.
— De acuerdo, de acuerdo, hagamos el trato.
La mujer de Gaspar estaba algo sorprendida, “Ahora sí se discutieron con el
presupuesto eh” pensó, lo que no sabía era que Gaspar iba a disponer de una parte de
sus ahorros familiares para pagar el dragón chino.
— Bueno Señol Domínguez como anticipación es el cincuenta por ciento y el día
del evento liquida todo.
Gaspar estaba tan entusiasmado con esta idea que aceptada todo lo que el chino le
decía, con tal de impresionar a toda la comunidad estudiantil y quitarse la etiqueta de
lambiscón estaba dispuesto a cualquier cosa. Probablemente si el chino le hubiera
dicho que le diera a su esposa una noche como anticipación él habría aceptado, para
su fortuna esto no ocurrió.
El tiempo pasó volando y cuando menos lo esperaban faltaban tres días para la
inauguración del congreso internacional, que de internacional solo era el nombre
porque el ponente que venía de más lejos era uno de Oaxaca confirmada su asistencia.
Estaban demasiado ocupados por la logística del evento, Gaspar llamó al restaurante
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pero nadie le contesto, le parecía muy extraño así que para asegurarse fue
personalmente al establecimiento pero lo encontró cerrado, le entro pánico, se imaginó
el peor escenario en donde no habría presentación cultural. Su reputación quedaría por
los suelos, arruinada, hecha pedazos, él sería el mayor mentiroso, había estado
presumiendo a todos de su dragón chino y ahora quedaría en ridículo, el fiasco más
grande del año.
Le regreso el color a la cara cuando vio al chino llegar al restaurante cargando una
hielera.
— Ah Señol Domínguez ¡qué bueno que lo veo!
— A mí me da más gusto señ…
— Necesito que me dé el dinero restante del trato —dijo el hombre interrumpiendo a
Gaspar.
— Pero…
— Ya hemos gastado todo en material, vestuario y escenografía pero los actores se
encuentran todavía en china y no hay manera de traerlos hasta aquí. Estoy consciente
que la liquidación era hasta que finalizara la participación, pero si no hay actores no hay
evento ¿me entiende?
— Claro que lo entiendo, pero aun así…
— Señol confíe en mí, esto es algo grande usted lo dijo y su escuela será testigo de
lo que alguna vez fue la civilización más importante del mundo antiguo.
A Gaspar le emocionaron las palabras del chino.
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— Ok, voy al banco más cercano y le traigo el dinero en efectivo, aquí mismo.
Gaspar corrió hasta el banco. Miro a la bella señorita que lo atendía y con una
sonrisa pensó “Por nuestro futuro” después le dio su tarjeta y le dijo que serían cuarenta
mil pesos los que retiraría. Por último introdujo el dinero en un portafolio que llevaba
consigo y se dispuso a volver.
Estaba solo a unas cuantas calles de llegar cuando escucho un verdadero alboroto.
Venia del restaurante, muchos policías y varias patrullas rodearon el lugar. En el
preciso momento que Gaspar llegaba al lugar estaban sacando al chino, esposado, otro
policía llevaba la hielera que minutos antes el chino sostenía.
“Pero, ¿Qué ocurre aquí?” pensó Gaspar. Muy cauteloso se acercó a un policía y le
pregunto sobre los hechos
— Disculpe ¿Por qué se llevan al Señor Seong?
— ¿Usted lo conoce?
— Bueno, en realidad he venido a comer algunas veces.
— En ese caso vamos a tenerle que hacer algunas preguntas. El Señor Seong es un
traficante de órganos humanos.
La noticia lo paralizo.
— ¿Alcanza usted a ver la hielera que cargaba mi camarada? —le comento el policía
—Contiene órganos de unas cinco o seis personas, ojala que usted no esté involucrado
en este crimen.
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Gaspar no pudo resistir el impacto que le causo escuchar esta noticia, estaba a
punto de llevar a la escuela a un delincuente y poner en peligro a todos, el chino no
trabajaba solo, detrás del él se encontraba una organización muy grande, giro rápido su
cuerpo, se agacho y vomitó. Los siguientes días no pudo comer o siquiera dormir.
Termino el Congreso Internacional de Ingeniería y en el evento artístico final una banda
de rock se llevó la noche se llamaban “Los mongoles”.
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La premonición de un día mortal
Un escalofrió atravesó el cuerpo de Víctor mientras sujetaba con fuerza el volante.
Maniobraba como un experto. Adrenalina y miedo mezclados hacían que se escabullera
por estrechos callejones. Sus dientes castañeteaban y su estómago emitía una presión
que luego subía a su pecho. Sudaba a tal grado que su camisa se mojó completa a
pocos minutos de su persecución.
Era una mañana calurosa, un mosquito había estado zumbando toda la noche y sin
conseguir eliminarlo Víctor se levantó cansado como de costumbre a las cinco y media
de la mañana. De repente sentado a la orilla de su cama, pensó que había cometido un
gran error al pensar no le quedaba otra alternativa más que conformarse con la vida
que le había tocado. Busco sus pantalones tratando de no arruinar el sueño de su mujer
que dormía profundamente con las manos bajo su mejilla. Se vistió muy
silenciosamente y entro al baño a asearse. Por fin terminada su rutina diaria caminó
hacia las camas de sus pequeñas hijas, Bequi y Karlita de doce y diez años, las miraba
deseándoles la bendición de Dios y luego se despedía con un cariñoso beso. Fue con
su esposa y le dio un beso en la frente lo cual hizo que se despertara de un sobresalto.
—Lo siento—dijo susurrando—ya me voy, duerme un poco más.
—Víctor...—dijo la recién despierta tomándolo del brazo—cuídate mucho ¿sí?
No eran las palabras si no la expresión en el rostro de la bella mujer, ella tenía una
extraña angustia que hacía pocos días sofocaban sus intentos de tranquilidad. Su
esposo perseguía su destino detrás de un volante. Cada día convivía con el peligro por
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toda la ciudad. Sabía exactamente que cualquier día podría ser el último que lo viera.
Temía que la muerte lo acompañara en un recorrido empedrado donde no hay
misericordia para quienes la enfrentan día a día. Por desgracia no había error en su
presentimiento, el miedo se apoderaría de ese día.
—Sí, no te preocupes. Tú también cuídate y cuida a las niñas.
Cuando subía al vehículo recordaba todas las oportunidades que le habrían
cambiado la vida, oportunidades en las que ahora su familia no sería miserable. Pero,
qué es lo que pensaba de joven, entre el bullicio de la ciudad y la facilidad de ganarse
un peso, el entusiasta y arrebatado muchacho solo pensaba en vivir el momento. Víctor
no vio claro lo pálida que se volvía su realidad. Sin embargo el tiempo no perdona y las
circunstancias menos, su edad había avanzado y ninguna empresa lo quería contratar,
no contaba con ninguna experiencia, excepto conducir. Con su rostro expresivo
concluía su lamento al limpiarse una gruesa lágrima y unos golpecillos al volante con
mano derecha para después comenzar su larga jornada.
Sin más, decidió esforzarse al máximo para que su familia pudiera tener una buena
calidad de vida. Ese día la ciudad estaba tranquila y silenciosa, se sentía realmente
muy bien, sabía exactamente cómo distribuir su tiempo y cuáles eran los puntos clave
en donde podría empezar. Pero ese día casi no hubo diferencia en comparación con los
anteriores.
Caída la tarde, un matrimonio de ancianos, le pedía a Víctor un viaje. El pueblo
quedaba a tres horas de camino, y le ofrecieron una muy buena paga por el viaje de ida
y vuelta. Se veían alegres y platicadores. Víctor no podía desaprovechar esta
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oportunidad e imaginó lo contenta que se pondría su esposa cuando llegara a su casa
con ese dinerito, que bien les hacía falta, así que acepto inmediatamente. Más tarde
Víctor avisó a su esposa que llegaría en la madrugada, pues haría un viaje a un pueblo
que quedaba tres horas de distancia, “duerme tranquila, es una agradable pareja de
ancianos”. Al escuchar la voz de Víctor ella se exalto y sintió una gran presión en su
estómago pero después se calmó al comprender que no había motivo para alarmarse.
Pero no podía sacarse la angustia y cada vez más un miedo extraño le llenaba la
cabeza de ideas.
Mientras Víctor conducía, el trayecto se hacía cada vez más apacible. Los señores
conversaban con él como si hubiera una extraña conexión entre ellos formada de años
que se unía poco a poco. Surgían historias alegres, cómicas, algunas tristes otras
trágicas, tan diferentes todas. Muchos pasajeros le confiaban a Víctor la historia de su
vida y ahora el intercambiaba opiniones con un matrimonio sabio y lleno de vida.
Fue entonces que llegaron al pequeño pueblo, se había oscurecido demasiado. Era
cuestión solo de minutos para llegar a su destino y realizar una misión en medio de la
noche en un lugar desconocido. Se estacionó frente a un zaguán negro. El hombre y la
mujer se bajaron del auto y entraron a la propiedad. Víctor se dispuso a esperarlos pues
ese era el trato. La luz de la luna iluminaba el cielo y por breves instantes alumbraba las
solitarias callejuelas aparentemente peligrosas, no había estrellas solo nubes grises
que se movían cubriendo al astro. El sonido de los grillos se ahogaba con el silencio de
la noche. El tiempo pasaba y de pronto recordó a su mujer diciéndole que se cuidara.
Unos minutos después se abrió el zaguán. Primero apareció la dama, llevaba en su
mano una maleta que parecía estar llena de ropa, luego la sombra del anciano emergió,
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sostenía a una jovencita que apenas podía caminar, estaba llena de golpes, sus ojos
morados y su labio abierto, se agarraba el abdomen como señal de algunas costillas
rotas. Víctor se apresuró a bajarse del carro, abrió la cajuela y guardo la maleta. El
anciano miraba para todos lados mientras subía a la joven.
Cuando todos estuvieron a bordo, encendió el taxi. Miro por el retrovisor, el rostro de
la chica estaba destrozado, desconcertado no hizo ninguna pregunta, pero en ese
momento una extraña camioneta salió a su encuentro, no se distinguía de qué color era
por la espesura de la noche. Se encontraban frente a frente, las luces de la camioneta
eran tan potentes que lo deslumbraban, Víctor se cubría el rostro. Al instante la señora
lo reconoció: “Es mi hijo ¡Acelere!”. Víctor se impresiono por el grito de la anciana que
metió la reversa y doblo la calle quemando llanta, era un gran conductor no en vano
había sido taxista durante veinticinco años cualquier otro se habría paralizado de
miedo.
Ya era de madrugada. Víctor y sus pasajeros escapaban a toda costa de esa
camioneta, los ancianos sabían bien cuáles eran las intenciones de su hijo. Víctor no
conocía el pueblo y las calles eran muy estrechas pero no podía dejar que los
alcanzara. En un solo movimiento giro a la derecha internándose en una especie de
laberinto en donde por un momento perdió a su perseguidor. Fue en ese momento que
Víctor exigió una explicación de lo que ocurría.
— Quiero que me digan que pasa aquí, esto me está asustando mucho, mi
familia...mi familia espera a que yo regrese así que ¡les exijo que me digan que está
pasando ¡¿quién nos persigue?!
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De pronto el anciano hablo.
— Es nuestro hijo. —con lágrimas a punto de derramar continuó— Se ha vuelto
incontrolable. Esta chica es su esposa, hasta hace tres meses eran felices y nosotros
estábamos muy contentos de ver a nuestro hijo feliz con la mujer que amaba. Pero todo
cambio cuando él entro a un grupo religioso. Se hizo arrogante, altivo y se volvió
extremadamente agresivo. Su rostro era prepotente, su mirada orgullosa y soberbia. Un
infierno se desato en la vida de su esposa y en la de nosotros también. Iniciaron
discusiones, peleas, agresiones psicológicas y luego golpes. Esta mañana mi hijo le dio
una paliza a Ángela su esposa, casi la mata. Ella reunió fuerzas, levanto el teléfono y
nos llamó contándonos lo sucedido. Enrique es muy violento no podemos dejar que se
lleve a Ángela terminaría con su vida y con la de nosotros. Tenemos que llevarla a un
hospital de inmediato —se le cortaba la voz al hombre— gracias a Dios que la
encontramos con vida. Mi hijo se ha vuelto loco.
Cuando se percataron de que nadie los seguía, con las luces apagadas
emprendieron el viaje de regreso. La sombra de la muerte ennegrecía la luz tenue de
llegar a salvo. Iban pálidos y con mucho miedo de que él volviera a aparecer. Habían
logrado salir del pueblo sin ningún percance, sin embargo al entrar a la autopista la gran
camioneta estaba en medio del camino sin permitirles el paso, nuevamente frente a
frente. Él estaba recargado en frente del vehículo con los brazos cruzados
esperándolos con una sonrisa macabra. Víctor freno abruptamente, quedaron a una
distancia más o menos de cien metros, se asustaron y comenzaron a entrar en pánico
cuando lentamente él caminaba hacia ellos.
— No podemos dejar que la vea ¡la matara! —exclamó la señora.
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— El respaldo. —dijo Víctor—El respaldo del asiento trasero se puede quitar
¡Rápido! Muevan el asiento para que se oculte en la cajuela.
Víctor encendió las luces altas del carro a fin de deslumbrar al sujeto que se
aproximaba. Los señores quitaron el asiento y sin que los viera, la chica se metió en la
cajuela. Antes de que él llegara al taxi, los señores se bajaron, el anciano fue
caminando hacia su hijo.
— ¡Señores no vallan, hallaremos la forma de escapar!
La dama muy calmada le dijo a Víctor.
— ¡Por favor cuide de Ángela hasta que sane completamente!, confiamos en usted.
Aquí tiene el pago por el viaje y esto es para los gastos medico de Ángela—le entregó
un cantidad muy grande de dinero—nuestro hijo es imparable trataremos de ganar algo
de tiempo, cuide de su familia y de Ángela, se lo ruego. No se arrepienta y no tenga
miedo, sea valiente.
La señora se alejó del taxi para encontrarse en con su hijo. El papá trato de tomarlo
del brazo pero de un movimiento él individuo de soltó. La discusión de los tres en medio
del camino entre el taxi y la camioneta se veía bastante acalorada, el agresor le lanzo
una mirada amenazadora a Víctor seguida por una sonrisa malévola, sus ojos
resaltaban por las luces del automóvil, el brillo soberbio de una bestia apunto de atacar
a su presa. Mientras miraba, los ancianos subieron a la camioneta y el sujeto se subió
en el asiento del piloto. Víctor estaba expectante, la camioneta acelero repentina y
bruscamente para abrir el espacio suficiente y así el taxi pudiera pasar al otro lado. Los
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dos vehículos se cruzaron. El tipo alcanzo a ver el rostro de Víctor y trato de ver la
matricula por el espejo retrovisor en el último instante antes de desaparecer.
…
Pronto iba a amanecer y solo rogo a Dios que la chica aun siguiera con vida. Estaba
a solo dos cuadras de llegar a su casa cuando se detuvo. Sacudió su cabeza para
poder liberar todas esas ideas atascadas y se tranquilizó, no quería alarmar a su familia
con este acontecimiento en el que estuvo a punto de perder la vida, luego siguió su
camino. Ya con la cabeza fría estacionó su carro en la cochera de su casa. De pronto
tuvo la horrorosa idea de qué es lo que pasaría si la mujer en el portaequipaje hubiera
muerto en el camino. Le volvió a entrar el pánico y la desesperación al no escuchar a la
chica, Todo se aclaró en su mente cuando escucho un ruido.
— Señorita, ¿Se encuentra bien? —dijo estremecido.
— Sí señor. —reacciono Ángela o al menos eso creía.
Ante la alegría de escuchar esas palabras, Víctor quito inmediatamente el respaldo
del asiento y la ayudo a salir. El cielo estaba clareando, ella se sentía mareada, con las
piernas débiles como si su fuerza hubiera desaparecido de repente. Por la ventana de
su casa, la esposa de Víctor observaba todo lo que pasaba y dejo escapar un grito
ahogado cuando vio a una persona extraña salir del interior de carro. Pero luego se dio
cuenta de que la mujer apenas podía respirar, que se tambaleaba y estaba a punto de
desmoronarse en cualquier momento, salió apresurada a ver qué ocurría y a ayudar a
su marido. Cuando los tres entraron a la casa llevaron a la chica a la habitación de ellos
para que descansara y él aprovecharía para contarle los detalles a su esposa. En algún
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lugar en su interior, Víctor sentía un miedo oscuro. Abrazó a su esposa y sin más
comenzó a llorar agradeciendo a Dios por haberle permitido regresar y ver de nuevo a
su familia. Lo último que dijo fue que el las protegería de cualquiera que intentara
hacerles daño.
Ángela no se recuperó inmediatamente pasaron muchos días antes de poder
levantarse nuevamente. Con ayuda de la esposa de Víctor y una buena alimentación
que le proporcionaron, sano. Él ya no volvió a ver a los señores, no tenía la intención de
quedarse deprimido para siempre, sin embargo no podía evitar sentirse triste al
imaginar lo que les pudo haber pasado y lo que les podría pasar a ellos si se volvían a
topar con aquel maniaco.
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Un regalo de Dios para el futuro
Goya no tenía lugar donde pasar la noche. La anciana con aliento alcohólico bebía
para desaparecer su mente de la realidad sin la esperanza de encontrar un haz de luz
en medio de las tinieblas que era su vida caótica, con la miseria y soledad como únicos
acompañantes libraba una batalla donde el alcohol era su fiel escudero y así juntos
derrotar a sus malos recuerdos y pensamientos de regresar al mundo que le ofrecía la
belleza y la gloria de conservar el desprecio de todos. No era bienvenida en los refugios
de la ciudad, ni con sus compañeros de parranda ni con nadie, aparentemente la gente
reaccionaba negativamente al verla. Sin nada en el estómago y con toda su ropa
desprendiendo un fuerte olor a orines, se tumbó en el pasto de un parque, llevaba
varios días deambulando por toda la ciudad disfrutando el ardor que le provocaba el
aguardiente matarratas que ingería. Ahí tirada en el pasto, alcoholizada, delirante, con
los brazos y piernas extendidos veía moverse con gran rapidez las nubes negras
dispuestas a descargar la lluvia que traían consigo, claro está que era su propia cabeza
la que daba vueltas aunado a una terrible tristeza que inundaba su corazón. El cielo
amenazaba con rayos y truenos. Cerro lo ojos un momento pero al hacerlo un rayo
cayó en una antena cercana y esto la hizo regresar en si por un instante.
La anciana se sentó, sus ojos viajaron directamente hacia el sitio donde cayó el rayo.
Al girar su cabeza se encontró con un suceso que le bajaría su borrachera
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paulatinamente. Una cachorra de pelo negro raza maltes intentaba cruzar la calle para
llegar al parque y poder refugiarse de la lluvia, no se percató que un automóvil venia
hacia ella, un instante bastó para que la llanta delantera de un Mustang que conducía
un junior pasaría por encima de ella. Grandes alaridos, aullidos, gritos de dolor y
desesperación un clamor de ayuda por el indefenso animalito. Las primeras gotas de
lluvia impactaban en el asfalto suplicando que el sufrimiento pasara a ellas, árboles que
se movían violentos y desesperados trataban de extender sus ramas y arropar a la
pequeña criatura, con sus hojas cubrir su cuerpo y aliviar su dolor. El cuerpo de la
cachorrita no reventó en la carretera y de forma increíble tuvo la fuerza suficiente para
llegar a un árbol del parque, aun chillando se acostó en el pasto y cerro sus ojitos. La
mujer vio todo lo sucedido, se puso de pie ignorando la tormenta que acababa de
comenzar, ignorando los rayos que amenazaban con electrocutarla, ignorando su
embriaguez que esta vez se le paso más pronto que de costumbre. No era posible que
sobreviviera, sus órganos estaban completamente destrozados no había nada que
hacer por ella, ya no podía moverse. Goya tomo el cuerpo inerte del animalito, aun
respiraba, la cargó en sus brazos y pudo sentir su calor, tenía miedo de hacerle más
daño pero sabía que solo podía reprimir la rabia que sentía haciendo esto, las lágrimas
del rostro de la anciana no paraban de salir la respiración de la perrita se aceleraba,
goya sentía que era el final y la acerco a su pecho, su instinto maternal salió
repentinamente no le importo que fuera por un animal. La anciana se acordó de Dios y
rogo porque la criatura no sufriera más. El milagro sucedió. La perrita abrió sus ojos y
miro a la mujer, su lengua toco la cara sucia de la anciana. La anciana estaba
realmente asombrada sus ojos la habían engañado o el alcohol le jugó una mala broma,
en todo caso el animalito estaba dando brincos, se tiraba al suelo para que le sobara su
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pancita y le hiciera cosquillas como si nada hubiera pasado. La lluvia arreciaba y ellas
no tenían a donde ir, corrieron bajo el techo de una casa y ahí esperaron hasta que
terminara el aguacero. La perrita estaba tan curiosa sentada firme esperando a que su
dueña emprendiera el viaje. Su pelaje negro brillaba con la humedad, sus cuatro patitas
daban la impresión de tener calcetines blancos, todo su pecho también era blanco y en
la punta de su cola que no dejaba de mover por lo contenta que estaba tenía un
mechón de pelo igualmente blanco.
— Haber, haber ¿Cómo te vas a llamar?, ya que no tienes un lugar a donde ir como
yo te llamaras…Tita. Yo soy Goya.
Goya y Tita se volvieron inseparables, la mujer indigente le compartía la mitad de su
comida, le daba refugio en sus brazos cuando la perrita temblaba de frio, jugaba con
ella a pesar de su edad. Goya dejo de tomar poco a poco y más tiempo estaba sobria.
Pasaba el tiempo y Goya se volvía más anciana, desde tiempo atrás había notado
que su vista se iba deteriorando hasta llegar a un punto que solo veía sombras. Tita se
sentaba al lado de ella y lloraba por su dueña. “No te preocupes Tita” le decía Goya
acariciándole la cabeza “a partir de hoy vas a ser mis ojos”. La perrita había crecido y
ahora era su turno de cuidar a la mujer que le había dado cariño y protección. En
verdad que Tita era los ojos de Goya, cuidaba cada paso que ella daba, el tiempo que
le restaba no era mucho y como si la perrita estuviera consciente de ello quería seguir
siendo parte de su vida.
Un día llegaron al mismo parque en donde se habían encontrado. Ahí las dos, juntas,
se sentaron en el pasto. El viento suave tocaba sus rostros, Goya alzo sus ojos al cielo.
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— Tita, ¿Qué hay en el cielo? Seguramente es tan azul como siempre, las nubes son
esponjosas ¿verdad? Y el sol brilla brindándonos su calor sin pedirnos nada a cambio.
Puedo verlo, es tan hermoso.
De repente, interrumpiendo el silencio, Goya y Tita escucharon el llanto de una joven.
Estaba muy cerca, solo a unos cuantos metros. En una banca, se encontraba una
señorita que lloraba en silencio. Tita corrió hacia donde se encontraba la joven y se tiró
en el suelo para le sobara su pancita, es cierto que había crecido pero seguía siendo
tierna, tan curiosa con la combinación del blanco y negro. La chica dejo de llorar y echo
una risa cuando la vio hacer su espectáculo. Extendió su mano para hacerle cosquillas.
— Que bonita perrita, ¿Cómo te llamas eh?
— Se llama Tita. —le respondió a anciana que caminaba con la manos extendidas
para no tropezar.
— Ah, hola Tita. Es tan tierna…
— Gracias, pero Tita es más tierna.
Se echaron a reír.
— Ella escucho tu tristeza y quiso venir a alegrarte un poco.
— Gracias. Si lo ha hecho, ya no tengo ganas de llorar.
— Sabes, es una perrita muy especial. Me ha hecho compañía durante un tiempo y
se ha metido en los corazones de mucha gente. Ella es mis ojos, mi amiga, ella es mi
todo. No pretendemos meternos en tu vida, solo acaríciala y deja que el silencio te diga
que hacer.
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Permanecieron varios minutos sin decir nada. Los ojos de Goya volvieron a ubicarse
en el cielo, a veces suspiraba y Tita recostaba su cabeza en su regazo.
— Es la típica historia. Mi novio me engañó. —dijo al fin la joven y prosiguió sus
palabras dibujando una sonrisa— Solo quería que me acostara con él y después que
sucedió, me repudió. Hoy me hice una prueba de embarazo y resulto positiva.
— Es una gran noticia.
— ¡Como que una gran noticia! Se acabó mi vida. Voy a decepcionar a mi madre, la
pobre me crio sola y ahora repito su historia. Solo me queda abortar.
— Sabes que hace una vieja como yo aquí, que deambula por la ciudad sin un
rumbo fijo, que mendiga el pan, que se resigna al recibir el rechazo de las personas por
su apariencia. Sabes que esta vieja cada noche tiene que buscar un lugar donde pasar
la noche, se ha quedado ciega y lo único bueno en su vida es una perrita llamada Tita.
Está recibiendo lo que merece. Cuando yo era joven como tú, forme una familia, yo tuve
una hija que se llamaba Cristina, ahora tendría treinta y dos años. Yo la mate. Mi
esposo al igual que tu novio me engaño, yo lo descubrí en el acto y él ni se inmuto, nos
divorciamos y desde ese momento me volví alcohólica. Mi pequeña solo tenía cinco
años cuando me pidió de comer, yo estaba alcoholizada y no me di cuenta de lo hacía.
Su comida estaba demasiado caliente y le queme la boca, ella empezó a llorar y a mí
me puso furiosa. La tome de los brazos y la azoté contra el piso. Ya no volvió a abrir
sus ojitos. La policía me encerró en el carcel por veinticinco años. Y créeme no ha sido
suficiente castigo para lo que hice. Piénsalo muchacha, no es que la vida te cobre tus
malas acciones, es tu conciencia que nunca te dejara estar en paz. Yo estuve en la
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cárcel por asesinar a mi hija de cinco años, a ti no te van a encerrar por abortar a tu hijo
en tu vientre, pero a todos, a todos nos llega la justicia.
La joven se quedó muda, no sabía cómo reaccionar era obvio que estas palabras le
pegaban en lo más profundo de su corazón, no porque estuviera a lado de una
expresidiaria sino porque ella estaba a punto de cometer el mismo error que la anciana:
ser egoísta.
Hacía rato que estaban solas, Goya y Tita. La señorita se había despedido con una
expresión de tranquilidad y le aseguro a la mujer que definitivamente tendría a su bebe
y si se encontraba sola enfrentaría las circunstancias dignamente. Tita estaba jugando
con un grillo que saltaba en el pasto, a veces le rebotaba en la nariz y ella se sacudía o
estornudaba, de pronto un trueno en el cielo daba señal que se acercaba una tormenta,
Tita se quedó atenta y rápido se acercó a su dueña que se encontraba acostada en el
pasto.
— Tita ¿eres tú? Se acerca una tormenta como la de aquella vez. Tengo miedo. Solo
quédate a mi lado. Que afortunada soy de tenerte, no habría imaginado mi final sin
alguien que me dé su calor. Gracias Tita, mi fiel acompañante, mi tierna amiga, mi
motivo de no desfallecer. Ha llegado mi momento, Tita, no llores, eres y seguirás siendo
mi mejor amiga.
Las nubes acompañaban a la perrita en su llanto, la anciana se había ido con una
sonrisa en su rostro de tranquilidad. La lluvia mojó el cuerpo de la mujer, Tita también
estaba empapada, después de un tiempo, busco el árbol donde se refugió la vez que la
atropellaron. Lo encontró. Se recostó. Cerró sus ojitos y desapareció.
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El lugar a donde pertenezco
Un extraño vacío estaba cobrando fuerza poco a poco invadiendo mi alma. La única
oportunidad que tuve de ser feliz se esfumo tan fácil que yo mismo sentí la oscura
presencia de mi destino encarándome mi debilidad. Es mi propia naturaleza que domina
mi voluntad y me empuja a divagar por un camino de tristeza y soledad. Debe ser esta
cicatriz, un recordatorio del empobrecimiento de mi vida, el conflicto que me obliga a
preguntarme si algún día podré llegar a ser una persona útil o buscare el fondo para
cuestionarme nuevamente ¿Qué sentido tiene mi vida? La frustración y amargura que
mi corazón alberga tocan a mi ventana después de una noche lluviosa. Me levanto y
camino hacia el espejo. Miro por unos minutos mi mandíbula y parte de la nariz, ahí
está, el incendio que consumió al ser que más he amado y se llevó la mitad de mi cara.
La cicatriz jamás me dejara, les provoca tanto miedo, tanto rechazo, nada volverá a ser
igual, y por cierto hay otro aspecto que tiene más significado yo soy el basurero de la
ciudad.
Las cobijas caen de la cama y se arrastran por el suelo, una inmensa luz penetra por
la ventana, doy media vuelta y miro el rostro de mi hijo que duerme, lo único que el
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fuego no me arrebato. Observo que se han secado lágrimas en sus mejillas y el
moretón en su pómulo está desapareciendo. Me dijo que en uno de los juegos le habían
dado un golpe con un balón de futbol pero estoy seguro que fue una pelea porque ya no
soportó tantos ataques. Es mi culpa que Arturo tenga que sufrir las humillaciones de la
gente, pensar que no solo se burlan de mí sino que mi pequeño es centro de
agresiones y ofensas hace que me hierva la sangre, lamentablemente no puedo hacer
nada, soy un cobarde.
Existe una esperanza para nosotros pero… no vale la pena mencionarla aunque, no
está mal que de vez en cuando la visualice en mi cabeza. Solo hay una cosa que puede
regresarme mi humanidad, sentirme vivo, disfrutar de la belleza que alguna vez pude
contemplar, son los sonidos maravillosos de un violín. La música que emite el violín es
la hermosa presencia del amor y la alegría impregnando con las emociones más puras
la satisfacción de escuchar una inspiración única, al mismo tiempo que es extravagante
y digna de ser admirada. Quiero imaginar que disfrutamos llenar ese vacío con los
suaves y dulces sonidos de la música, quiero creer que más cosas buenas sucederán
en la vida de mi hijo y en mi propia vida mientras sigamos estando juntos, pero no va a
ser posible porque yo soy la causa de su desdicha.
Hoy es el cumpleaños de Arturo, realmente es un niño comprensivo, es amable, de
un corazón puro, yo habría querido darle un festejo digno, una cena deliciosa y un gran
pastel de cumpleaños pero solo soy el basurero de la colonia, y me ha costado trabajo
ahorrar el dinero justo para comprarle un regalo. Diez años, lo he visto crecer y hoy, a
pesar de que soy un inútil y cobarde, me doy cuenta que no puedo dejarme vencer por
la amargura que siento sino seguir y no retroceder.
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Despierto a Arturo con mucho cuidado, él se talla los ojos, no quiere dejar las cobijas
pero le digo ¡Feliz cumpleaños! él me sonríe con el cabello todo alborotado. Le doy un
fuerte abrazo y es ese momento que siento un gran nudo en la garganta, me contengo
pero cuando nos soltamos Arturo derrama grandes lágrimas, por qué lloras le pregunto
intentando con todas mis fuerzas contenerme pero me es imposible, Arturo pronuncio
las palabras que hacen que me suelte a llorar como un niño igual que él “porque te
quiero mucho Pa”.
Le hago la promesa de llegar temprano de trabajar. No la cumplo. Como muchas
otras que he dejado tiradas. Está por demás poner mis propias escusas, creo que solo
me harán lucir más idiota. Eche a perder el cumpleaños de mi hijo, espero que pueda
remediarlo. Ya es tarde cuando vuelvo a casa, está a punto de oscurecer
— ¡Papá! Qué bueno que ya llegaste
—Mira, te tengo una sorpresa —le digo ocultando mi mano derecha detrás de mi
espalda.
—Papá, no hubieras gastado.
—Qué, ¿no lo quieres?
—Bueno... ¡si, si! ¿Qué es? ¿Qué es? ¡Wuao, un balón! ¿Podemos jugar?
—Claro, nada más espérame tantito, me cambio y nos vamos al parque, ¿sale?
—Sale.
Salimos a la calle pero ya ha oscurecido por completo.
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—Vamos hijo, anímate, otro día llegaremos más temprano y me meterás muchos
goles.
Arturo levanta la mirada y con una sonrisa tomo su balón. Hemos pasado por
muchas dificultades, mi trabajo es digno pero debido a mi apariencia la gente no
muestra un poco de compasión. Me persigue mi pasado, me agobia pensar que Arturo
heredara mi maldición. “Los milagros le ocurren a las personas que no se rinden”,
¿dijiste algo? le pregunto al niño, “está escrito aquí, en el balón” me contesta. Es cierto,
lo dice pero, lo extraño es que nunca escribí eso.
Estamos a punto de regresar a casa y comernos del pastel que guardamos para el
final. Apenas damos los primeros pasos cuando percibimos una melodía que acaricia
nuestros oídos, una canción verdaderamente bella
— ¿Lo escuchas? —le digo a Arturo.
— Si, puedo oírlo —me dice emocionado.
Ambos volteamos para todos lados buscando de donde proviene aquel hermoso
sonido. No es solo un violín, es una orquesta entera. Rodeamos el parque y justo en la
catedral hay un concierto con una orquesta reconocida mundialmente. Están los
mejores músicos del mundo reunidos interpretando la música más bella que se puede
escuchar. Música que abre corazones y hace desbordar emociones. Es realmente
inimaginable lo que ocurre en este lugar, la gente no puede contener las lágrimas al
escuchar tal combinación de notas. Pensamientos, recuerdos expresados a través de la
música. El lugar está repleto, casi todo el pueblo concentrado aquí. Es imposible para
un niño de diez años ver el concierto así que lo cargó en mis hombros. De pronto
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aparece un personaje bastante peculiar, un hombre de cabello blanco, cejas pobladas,
ojos despiertos y sonrisa alegre.
El lugar está demasiado lleno no puedo ver nada, solo estoy escucho las piezas que
tocan. Me empujan y corro peligro de caerme con Arturo pero encuentro el equilibrio y
logro restaurarme. Estamos bastante apretados pero es posible soportarlo. Con las
primeras notas del violín siento algo en el fondo de mi corazón, es un sentimiento que
no puedo explicar. Una gran alegría me invade por completo siento que todo ha valido
la pena.
De pronto, hay un gran silencio. Todo el mundo está confundido y se voltea a ver
unos a otros preguntándose qué es lo que ocurre. El anciano se levanta su lugar y
comienza a caminar. Baja las escaleras del escenario. Con el violín en su mano
izquierda y el arco en su mano derecha la gente le abre paso. Camina con gran
determinación en medio de la multitud. Sus compañeros músicos y el director musical
están expectantes ninguno dice nada, solo dejan ver una sonrisa en sus rostros como si
algo sorprendente fuera a pasar.
— Pero que es lo que ocurre, hijo —le pregunto a Arturo pues la multitud no me deja
ver.
— El señor que estaba tocando hace un momento se bajó del escenario y viene para
acá.
El anciano sigue caminando y poco a poco se acerca a donde estamos nosotros.
Nadie lo puede creer. La gente está atónita. “En verdad no hay ninguna posibilidad de
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que esto esté ocurriendo” me digo. De repente ese hombre me mira con una expresión
seria.
— El momento ha llegado. Toma sube al escenario —me dice el anciano
— ¿Qué? ¿Qué suba adonde? —le respondo impactado— no, no, discúlpeme pero
debe estar equivocado señor. Estoy aquí con mi hijo, venimos por casualidad, solo soy
un pobre recolector de basura, nada más.
—Por favor —me dice extendiendo el violín y el arco— estás haciendo esperar a
todos. ¡Sube y toca como jamás se ha escuchado!
Esas palabras provocan un gran eco en todo el lugar. Me armo de valor y mientras
camino en medio de la gente. Empiezan a gritarme: “Tu puedes” “Da lo mejor, Animo”
“Queremos escucharte”. Toda la gente que nos ha rechazado, despreciado y hasta
humillado están brindándome su apoyo. Subo las escaleras y todos los músicos están
de pie, me reciben con un aplauso. Los miro a los ojos y recuerdo los hermosos
momentos que pasamos juntos y no puedo aguantar. Mis lágrimas se desbordan de
felicidad.
—Al fin te hemos encontrado. Ha pasado largo tiempo ¿no, amigo? —me dicen mis
antiguos camaradas.
Sin poder parar de llorar grito con todas mis fuerzas:
— ¡Graciaaas!
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El pozo de la oscuridad
Fue la primera vez que vi Enrique. Estaba agachado mirando un montón de hormigas
rojas, siempre corriendo de un lado a otro, me desesperé de no poder seguir a una en
especial, todas son iguales, es decir rojas, me levanté dispuesto a pisar todo el
montículo, arrasarlo, aplastar a todos esos insectos que no dejaban de moverse, hacían
que me doliera la cabeza. Había levantado mi pie y antes de dar el primer golpe sentí
como me tomaban de la ropa y un fuerte impulso me arrojo hacia atrás. Me caí de
nalgas.
— Oye, ¿Qué te pasa? —le recrimine al niño que me jalo.
— Estabas a punto de matar a unas pobres hormigas.
— Y, ¿Qué te importa?
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— Ellas no pueden defenderse, pero yo sí que lo haré.
No me había dado cuenta que una hormiga se había subido por mi zapato y trataba
de escalar en mi pierna desnuda, cuando caí al suelo, esa estúpida hormiga clavo sus
colmillos en mi ingle así que cuando iba a arremeter contra ese niño sentí un fuerte
ardor que invadió mis testículos. Me pare rápidamente dando gritos, saltaba apretando
las nalgas. Me ardía hasta el infinito. Me baje los pantalones para ver que me ocurría y,
ahí estaba la muy infeliz, colgando de mi piel. La tome con mi índice y pulgar y la
revente ahí mismo pero, no se pasó el ardor. Ese niño, al verme no paraba de
carcajearse, fue un encuentro ridículo pero al fin y acabo esos son los recuerdos que
marcan la amistad para siempre.
— Ja, ja, ja, creo que me equivoque. Sí se pueden defender solas.
— Cállate, idiota.
— Por cierto, soy Enrique.
— Soy… Fernando.
Eran un chico que había llegado recién a la casa-hogar. Al parecer sus papas habían
tenido un accidente y ambos murieron, no me entere de esto hasta mucho tiempo
después. Esa noche no pude dormir, me dio una tremenda fiebre, mi temperatura subió
hasta los cuarenta grados o más, quien sabe, pero empecé a delirar. Me desperté, no
pude creer que ya era medio día, todos los demás se habían ido a clases. Hice a un
lado las cobijas para cambiarme de ropa y salir inmediatamente si se daban cuenta los
vigilantes que no fui a clases iba a tener un severo castigo. Nunca antes me habían
castigado pero me contaron algunos otros compañeros que les daban una paliza.
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Camine sigilosamente hasta la puerta y con mucho cuidado gire el picaporte,
demasiado tarde, el vigilante de los dormitorios ya estaba ahí, con su cara arrugada y
semblante mórbido.
— ¿Por qué no fuiste a la escuela? —me reprendió con su característica voz de
soprano.
— Es que, estaba enferm…
No me dejo terminar, me tomo de la oreja tan fuerte que sentí como se desprendían
algunos ligamentos, estaba a punto de arrancármela. No había nadie en los dormitorios
y yo no podía zafarme, si lo hacía, mi oreja se quedaría en su mano pero, era preferible
a lo él quería hacerme.
Me arrastro al cuarto de limpieza y me dio un fuerte empujón, fui a parar a la pared y
caí junto a las escobas y cubetas. Él salió y se asomó para asegurarse que nadie lo
viera, y así fue, no había nadie cerca. Cerró la puerta con llave y mientras caminaba
hacia mí frunció el ceño y con una sonrisa mordaz se bajó los pantalones.
Se llevó el dedo índice a los labios para callarme. “Mira niño, esto es lo que va a
pasar, tú me la vas a chupar y si gritas o tratas de pedir ayuda, que dudo que alguien
venga, nunca saldrás de este lugar, te lo garantizo. Además te a gustar”. Se empezó a
estimular los genitales, se bajó su ropa interior y me dijo que lo introdujera en mi boca
de otra forma seria mi ano en donde lo metería.
Yo me reusé, esto era realmente asqueroso, repugnante, tenía ganas de vomitar de
solo verlo. Entonces me agarro de los cabellos y me propino dos cachetadas, de nuevo
me tiro contra las cubetas. El ruido era bueno, me daba la esperanza de que alguien
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escuchara y se diera cuenta de lo que pasaba, pero nadie acudía. Me tomo
nuevamente de los cabellos y esta vez me puso su horrible pene en mi cara. Se me
terminaba el tiempo, me iba a dejar inconsciente y entonces destrozaría mi recto.
Levante la mirada y ya estaba su puño en mi estómago, ya no resistí y me tire al piso.
Me obligo a ponerme en cuatro, yo estaba a punto de perder la conciencia, solo sentí
que bajaba mis pantalones y fue cuando la luz resplandeció. Era enrique que abría la
puerta. El cuidador se paró de inmediato nervioso de ser descubierto pero en el
momento que se dio cuenta que solo era un niño el que estaba parado en la puerta, lo
atrapo de la camisa y lo zarandeo. Enrique lo miraba fijamente a los ojos, desafiándolo.
El hombre no se dio cuenta cuando el niño sacó un cúter y en un solo movimiento le
rebanó su miembro todavía erecto. No alcanzo a cortar la piel inferior de prepucio así
que el pedazo de carne colgaba de su lugar.
Enrique me ayudo a pararme y salimos de ese cuarto rápidamente. Nadie ayudo al
hombre hasta después de cuatro horas que llego la mujer de la limpieza y lo encontró.
Al parecer había pasado demasiado tiempo, no le pudieron salvar el pene, aunque por
desgracia si sobrevivió.
— ¿Cómo supiste que estaba ahí? —le pregunte a Enrique.
— Bueno, supuse que no irías a la escuela porque te daría fiebre después de la
picadura de la hormiga, así que fui a ver como estabas. En ese momento vi de lejos
como el cuidador te llevaba arrastrando de la oreja. Y de una manera muy sospechosa
salió a vigilar que nadie lo viera entrar al cuarto. Corrí hacia la oficina principal y busque
las llaves afortunadamente las habían dejado colgadas en la pared, cuando las tome vi
en el escritorio un cúter y decidí llevarlo. Todo lo demás tú lo viviste.
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— No tengo forma de cómo pagarte lo que has hecho por mí ¡Muchas Gracias!
La policía sospechó de este incidente y abrieron una investigación. Se descubrió que
este hombre había violado a una docena de niños, lo condenaron a cadena perpetua.
Enrique me dijo que escaparía. “Varios compañeros están organizando un escape
masivo en cuanto clausuren la casa-hogar. Allí tendremos nuestra oportunidad”. Todos
no dispersamos, solo nosotros permanecimos juntos. Por un tiempo vivimos en la calle,
pasamos por hambre, robamos, nos persiguió la policía, nos ocurrieron un sin fin de
cosas hasta que nos unimos a un grupo de niños que se hacían llamar “el escuadrón de
los hijos no deseados”. Su líder era un chavo de quince que se decía llamar José.
— Para comer hay que trabajar, para tener postre hay que trabajar —nos advirtió
José.
— ¿Que hay que hacer? —le pregunté.
— Solo entregar paquetes.
— ¿Solo eso?
— Si. Sencillo ¿no? Esto es para ustedes. —nos dio unas pastillas a cada uno—
Bienvenidos al pozo.
Me volví adicto. Si, ganábamos algo de dinero y habría podido confesar que ese
dinero era deseable a los ojos de muchos, pero no me importaba, yo prefería atravesar
la puerta de escape de la realidad y vivir, por lo menos un tiempo corto, en un mundo
pasajero. Me hacían olvidar, me provocaban placer, alivio, me transportaban a un
paraíso. Trabajaba solo para comprar drogas. Enrique también consumía pero él lo
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podía controlar. Yo, en cambio no podía vivir sin droga. Las veces que me tocaba
repartir los paquetes solo tomaba una pequeña dosis, en las noches me perdía.
Un día a José le dieron un balazo en el pecho. Yo iba de regreso al pozo cuando lo
vi. Me di cuenta que lo querían rematar e hice lo que Enrique hizo por mí, encarar al
agresor. Ya no tenía miedo de nada ni de nadie. José me dijo que no los enfrentara, me
matarían, creo que tenía razón así que decidimos retirarnos, la prioridad en ese
momento era llevarlo para que lo curaran. “Fer, lo dejo todo en tus manos tu sabes qué
hacer” ya no llego al pozo y murió, la bala si le perforo el corazón.
Dejarlo todo en mis manos, debes estar bromeando, pensé. El más indicado es
Enrique. Es mejor líder que cualquiera. Él no tiene adicción, yo sí. Si le digo el seguro
que lo hará, me consolé.
— No. Si José te dijo que lo dejaba todo en tus manos es por algo.
— Enrique tu eres mejor.
— Ni una palabra más. Serás el nuevo líder del escuadrón de los hijos no deseados.
Al principio ni yo me lo creía. Pero poco a poco fui ganado poder, fui ganando
autoridad entre los demás hombres y mujeres que estaban involucrados en el comercio
de drogas. Éramos la escoria de la sociedad. Había crecido el comercio y tráfico de
drogas sintéticas, y ahora yo controlaba un territorio.
Me convertí en el principal traficante de drogas de la ciudad, ya no las consumía, mi
problema era que solo quería ser aceptado, ser reconocido, que los demás me
respetaran. Me gustaba, más que la droga y el dinero, el poder y fue lo que se convirtió
en mi nueva adicción. Recibía toda clase de elogios, mis estrategias que habían
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ayudado a muchos, “tienes muy buen estómago” me decían y muy pronto fui apodado
El mollejas. Había creado un mundo real, no un mundo de fantasía, podría decirse que
yo era el dios de este mundo.
Una tarde, cuando mis subordinados distribuyeron los paquetes, resultaron
gravemente golpeados por una banda contraria distribuidora de mariguana y cocaína.
Se cruzaron en una zona escolar, cruzaron algunas palabras y fue cuando el problema
creció. Alguien mal herido escapo y fue al pozo a pedir ayuda. Yo estaba tan furioso
que solo quería venganza, no conocía mis límites. Enrique me enfrió la cabeza y luego
de pensarlo un poco, coincidimos en idear una emboscada mortal que nos dejaría como
únicos distribuidores de droga de la ciudad.
La emboscaba funciono, se realizó en su camino habitual, cada quien llevaba un
arma de fuego. Muy deprisa los interceptamos pero algo me anunciaba que pronto
estaría cruzando un sendero estrecho y escabroso. Inesperadamente como si alguien
les hubiera avisado, los del otro bando repelieron el ataque. Se armó un enorme tiroteo,
hubo algunos heridos entre los cuales estaba yo. Me había bajado de la camioneta para
agarrar al jefe de esa banda y una bala me atravesó el brazo izquierdo.
Cuando salí corriendo para escapar me topé con la sorpresa de que una bala perdida
le había dado en el pecho a una mujer indígena que casualmente cruzaba la calle. La vi
tirada en el piso llena de sangre, le había dado directo en el corazón, la mujer,
milagrosamente todavía con vida gritaba, aunque no tan fuerte, que alguien se
acercara. En sus brazos sostenía algo, me acerque cuidadosamente y era un bebé, el
pequeño e indefenso niño lloraba, no pude dejarla, quise pero no pude pasar de largo,
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no pude. Al mirarla a los ojos escuche sus palabras y retumbaron en mi cabeza “señor,
ya no podre cuidar a mi pequeñito, por favor…”ya no termino la frase y entonces murió.
La mujer no tenía mucho de haber llegado a la ciudad y se encontraba sola, sola con
su hijo en este mundo. Recordé las mismas palabras en boca de mi madre, ella ya no
me cuidaría y murió cuando yo tenía cinco años de edad. Mi padre no cumplió con su
promesa y en la primera oportunidad que tuvo me interno en el orfanato de donde
escapamos, abandonándome a mi suerte. Este bebé que por obra del destino había
encontrado, se convertiría en alguien peor de lo que fui yo, un ser solitario, frustrado,
amargado, triste y sin ninguna esperanza, tenía que hacer algo, lo mire y sus ojitos
reflejaban un brillo especial que pedían vivir a toda costa.
Lo tome con el único brazo que podía mover y como pude lo protegí en medio de
aquel tiroteo que estaba a punto de concluir. Me aproxime al automóvil de huida y grité:
“¡arranquen, no había posibilidad para nosotros de ganar en este momento!”.
Todos regresaron, afortunadamente con heridas no tan graves como la mía, con
balazos en las piernas, en el costado, pero ninguno con heridas mortales. De camino
nadie me dijo nada, ni una sola palabra escuche acerca del bebé. Cuando llegamos al
refugio se abrió un nuevo panorama para mí, una vida indefensa estaba bajo mi
cuidado.
Las preguntas que surgieron después de eso fueron: “Mollejas ¿y ahora, que es
esto?” “¿Es el hijo del jefe de la banda? Si es así, hay que matarlo y con eso nos
vengaremos de ellos”. Ya me figuraba que dirían eso y muchas otras cosas más, así
que les respondí “no imbéciles, es un niño que encontré a lado de su madre muerta a
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causa de una bala perdida. Yo cuidare de él”. Una sarta de carcajadas se dejó escuchar
pero ya me esperaba sus burlas, “¿Cómo, tú lo vas a cuidar?” “¿El mollejas va tener un
hijo?” “No idiota, ya lo tengo, que no lo ves, cállense” les conteste muy molesto “yo
hago lo que quiero, además este niño se convertirá en un hombre más grande que yo y
ustedes tendrán que obedecerlo”, eso decía muy seguro y orgulloso de mi, pero dentro
de mi decía que no podía dejar que este niño se volviera un drogadicto, falto de
objetivos, triste y solo como yo.
Me hice cargo del bebé, tenía las posibilidades y todo lo necesario para criarlo, le
podría dar todo aquello que yo nunca tuve cuando de niño. Tenía algunas influencias en
el ayuntamiento e hice que lo registraran con el nombre de Pablo Fuentes. Mis hombres
era groseros, vulgares, acostumbrados a drogarse todos los días, conocían aquellos
lugares sombríos donde las personas dejan de ser ellas mismas y venden amor, los
goces y placeres de una noche de juerga comprados con dinero manchado con sangre
de policías, sangre de victimas muertas por la droga. Estaba convencido que el niño no
debía mezclarse con este mundo de vicio y a la vez miseria en donde no sabíamos
cuando encontraríamos la muerte.
Mi vida dio un giro sorprendente, no podía abandonarlo. A veces me pregunto qué
hubiera pasado si mi vida hubiese sido muy diferente. Me aventure a hacerme cargo del
pequeño. No dormí durante dos semanas y cuando por fin descansaba un poco este
niño lloraba y lloraba no sabía cómo calmarlo. Al cabo de tres semanas tenía en la cara
unas tremendas ojeras, parecía un mapache muerto. Se había acabado la leche y tenía
que salir a comprar no sabía con quién dejar al bebe así que me lo lleve a la tienda de
autoservicio por leche y pañales. Con mis ojeras gigantescas fui directamente a la
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sección de bebes, tome la leche y justo cuando iba a tomar un paquete de pañales
tropecé con el carrito de compras, afortunadamente no me caí pero sentí como
empujaba a una persona que pasaba por el pasillo. Cuando levante la vista ella estaba
tirada junto con toda la ropa de bebé. Me miraba con una furia implacable, si sus ojos
hubieran sido dagas no dudarían en atravesarme. A pesar de lo enojada que estaba,
era la mujer más bella que pude conocer. Inmediatamente corrí y la ayude a levantarse
— ¿Está usted bien?—le pregunté.
— ¡Que n o se puede fijar!—me contesto con la cara tan roja como un jitomate
— De verdad lo lamento mucho—me disculpe.
Para cerrar con broche de oro el bebé empezó a llorar, no sabía qué hacer ni como
calmarlo. Viendo mi desesperación la señorita me dijo que si podía cargarlo no lo pensé
y le dije que sí. Mágicamente el bebé dejo de llorar cuando se sintió en los brazos de
ella. Quedé tan sorprendido que lo único que se me ocurrió decir en ese momento fue
¿Te gustaría ser su mama? Qué bueno que era ella quien cargaba al niño de otro modo
habría sido fatal, porque con la bofetada que me propino, más el cansancio acumulado
no habría podido salvarlo, caí al suelo como un costal.
— Mi intención no era ofenderla —le dije con una mano sobándome el rostro—
Como usted es la única con quien se calma, ¿Por qué no acepta cuidarlo mientras yo
salgo a trabajar? Le pagaría muy bien
— Mmm, ¿es en serio? de cuanto estamos hablando.
Le mostré una tarjeta con la cantidad escrita y me dijo:
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— Es un muy buen salario, déjeme pensarlo.
— Por favor señorita —le suplique— acepte cuidar a mi hijo.
— ¿Y su mama?—pregunto desconcertada.
— Su madre murió hace poco tiempo.
— Oh, lamento mucho mi impertinencia.
— No se preocupe, ¿aceptara, cierto? —me miró pensativa— bueno que le parece si
me da su número de teléfono y le hablo mañana temprano para que me dé su
respuesta.
— De acuerdo, mi número es 782… mi nombre es Verónica.
— Es un placer conocerla Verónica, yo soy el molle…quiero decir, mi nombre es
Fernando Fuentes.
No se podía enterar de mi apodo. Al siguiente día, muy temprano la llame por
teléfono esperando su respuesta afirmativa. Después de tanto insistir y de negociar su
sueldo, acepto, aunque solo fuera un pretexto para volverla a ver.
— Bueno, que le parece si empieza desde hoy—le sugerí.
— Ok, me da su dirección y ahí nos vemos como en una hora. ¿Tengo que llevar
alguna documentación?
— Oh no, no se preocupe confió en que usted es una buena persona ya nos iremos
conociendo—le dije.
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Le di la dirección de un departamento decente que estaba al oriente de la ciudad
para que no descubriera mi vida de narcotraficante, tenía que aparentar pues por
ningún motivo la podía involucrar en asuntos peligrosos. Yo también me preparé y me
dispuse a ir al departamento. Al llegar la hora acordada sonó el timbre, abrí la puerta y
evidentemente era ella, más hermosa que el día anterior.
Quede asombrado por su belleza, no pude resistir las ganas de decírselo, así que le
lance un piropo, su fría indiferencia se dio a notar. Salí corriendo en cuanto ella se hizo
cargo del bebe, ya eran muchos días que no me paraba por el pozo, solo me mantenían
informado de los negocios por teléfono.
Cuando llegué al pozo me encontré con mucho ruido, carcajadas y burlas, Enrique
me imitaba y fingía ser yo comportándome como un padre. Jamás me lo imagine, tan
serio y tan propio, el mismo que me salvo la vida, se reía en mi cara.
— Miren quien llego, abran paso al señor padre de familia
— Bola de desgraciados mierd…esta me la pagaran. A trabajar ¡Órenle!—les
reprendí pero fui ignorado.
— Ah! Que tierno el padre ya no dice groserías—seguían burlándose.
Me di por vencido así que solo les seguí el juego. Pedí cuentas e informes del
comercio, ya no había problemas con los del otro bando, los negocios no iban tan mal
pero hacía falta que estuviera yo para que fuera mejor que antes. Me las ingenie parar
controlar el tráfico de drogas criar a Pablito y conquistar a Verónica. Asombrosamente
todo iba de maravilla.
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Durante tres años, el vacío que de niño sentía fue llenado primero con soledad y
tristeza, luego con drogas, después con poder y autoridad, ahora el amor de Pablito y
Verónica lo llenaban. Había cambiado, la rabia que sentía por aquellos que mataron a
José fue desaparecido, incluso pensé seriamente en dejar en negocio de drogas.
Un día mientras meditaba en el pozo, solo, sentado en mí sillón escuche sirenas de
patrullas, no le di la más mínima importancia, siempre pasaban por ahí. Pronto se
escucharon más cerca, y al asomarme por la ventana un gran escuadrón de policías
había rodeado el pozo. Me di un susto terrible cuando mi celular sonó, lo último que
quería era contestar pero era demasiado insistente.
— ¡Mollejas, mollejas,! ¡la tira va para el pozo, escapa rápido!
Era uno de mis camaradas, si hubiera llamado cinco o diez minutos antes, habría
considerado la opción de escapar pero ahora estaba atrapado, alguien le había dado
toda la información a la policía de dónde encontrarme. Estaba desesperado, escuche
como los puercos entraban al pozo, derribaron puertas, destruyeron muebles, no podía
hacer nada, así que solo me limite a sentarme de nuevo en mi sillón, mirar la ventana y
esperar pacientemente que me arrestaran. “No ponga resistencia. Fernando “El
mollejas” fuentes queda bajo arresto” no tenía intención de defenderme, aun así, sentí
muchos golpes en mi estómago, costillas y dos más en mi rostro. Lo que más me dolía
y me avergonzaba no eran los golpes que los policías me daban o que se toda la
ciudad se enterara que yo era un asesino, si no que Pablito y verónica no sabían nada
de esto y sería un golpe espantoso en su vida, jamás podría volver a mirarlos a los ojos.
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Me encontraron culpable de tráfico de drogas, lavado de dinero, crimen organizado,
entre otras, la lista podría seguir. Me sentenciaron a treinta y cinco años de formal
prisión. No volví a ver a Verónica, mi hermosa Verónica, ni a mi hijo. Siempre supe que
detrás de todas las cosas exquisitas de las cuales disfrutaba, había algo trágico.
Cuando por fin había encontrado el verdadero amor, el amor que no se compra, el amor
que no se da por lastima, cuando al fin había podido llenar el vacío con cosas que me
hicieron realmente feliz, mi pasado y mis malas decisiones se encargaron de destruir
todo lo bueno que había encontrado. No era casualidad que yo haya encontrado a
Verónica y a Pablito, más bien, creo que ellos me encontraron a mí para que yo
cambiara mi forma de ser y de pensar.
Al estar en la cárcel cumpliendo mi sentencia, el tiempo me hizo ser una persona
diferente, me hizo reflexionar y decidí convertirme en una persona renovada. Decidí
portarme bien con los guardias, con mis compañeros de celda y con los demás.
Procuraba darles consejos, una palabra de ánimo, unos me aceptaban, otros,
tajantemente me rechazaban diciendo que un asesino como yo jamás podría decir algo
bueno, no los culpé, simplemente tenían razón.
El tiempo paso y un día inesperadamente, después de veintidós años, me dijeron
que quedaba libre. Yo no lo creí me faltaban trece años para cumplir mi sentencia, pero
por buen comportamiento mi sentencia fue reducida. Fui tan feliz que lagrimas llenaron
mi rostro. Agradecí a Dios por esta nueva oportunidad, me despedí de los guardias y de
los amigos que pude hacer estando allí. Mi libertad regresaba, mi destino continuaba.
Salí del reclusorio sin nada en las manos y empecé a caminar. Respiré nuevamente el
aire de la ciudad, el tiempo no había pasado en vano, la ciudad había cambiado
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drásticamente, camine y sin darme cuenta me encontraba enfrente de lo que fue “El
pozo del Mollejas”, ahora era un salón de belleza, recordé momentos buenos y malos
con mis camaradas. Mi intención al ir a ese lugar no era regresar a ese mundo de
violencia y corrupción, sino solo recordar el agujero de donde fui sacado.
Al dar la vuelta y seguir mi camino, tres hombres cruzaron la calle y caminaban de
frente en mi dirección, arrugas, calvicie y el uso de anteojos no me permitieron ver
quiénes eran, cruzamos miradas pero yo seguí caminando, al llegar a la intersección
vial escuche.
— ¡Eh! Ha pasado mucho tiempo, ¿no Mollejas?
Sorprendido regrese mi mirada y eran ellos, mis antiguos camaradas y amigos.
— No nos avísate que habías salido. Te esperábamos en trece años.
— ¡Muchachos me alegra verlos!—les dije con tanta emoción y los abrace a cada
uno.
— Ven con nosotros, no tienes adonde ir ¿O sí?
— No, pero… bueno, gracias muchachos
Camine junto a ellos, platicamos de cómo les había ido y de cómo habían logrado
escapar. Se habían escondido por un tiempo, pero después muchos de los muchachos
regresaron al comercio de drogas. Solo ellos tres habían decidido abandonar el crimen
y vivir una vida honesta. Lamentablemente fueron matando uno a uno de los que
regresaron al crimen, otros en las cárceles también los mataron por alborotos y peleas
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entre bandas. No fue nada fácil para ninguno de los tres pero no se dieron por vencidos
y salieron adelante.
— Todo ha sido mi culpa—dije con una profunda tristeza.
— No Mollejas, todos tuvimos la oportunidad de arrepentirnos y llevar una vida
honesta solo que la avaricia pudo más que ellos y acabaron muertos —me respondió
Enrique—poco después nos enteramos que tú eras ya una persona diferente.
Llegamos a una casa, me invitaron a pasar, había mucha gente como si celebraran
un cumpleaños, tímidamente entre y me presentaron a todos, eran las esposas e hijos
de cada uno de mis amigos. Me senté en el sofá y Enrique se sentó conmigo. No me
atreví a preguntar nada sobre Verónica o Pablito solo le pedí a Dios que ellos se
encontraran bien.
— Tenemos una sorpresa para ti, Mollejas—me insinuó Enrique.
— Una sorpresa ¿para mí?—le respondí intrigado— ¿Qué podrá ser si acabo de
llegar?
En ese momento alguien toco el timbre y un niñito se apresuró a abrir.
— Bienvenidos, pasen, pasen—eran dos jóvenes altos y bien parecidos, uno de ellos
traía en sus manos un pastel y el otro llevaba consigo dos botellas de refrescos— ¿Y tú
mama?
— Viene detrás de nosotros se quedó a pagar el taxi.
Cuando cruzo por aquella puerta fue como si los años no hubieran pasado, ella
seguía igual de joven y hermosa solo que ahora con la expresión de una mujer madura,
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era ella, Verónica, sin lugar a dudas era ella. En cuanto la vi salte de mi lugar, quería
abrazarla, quería besarla, pero recordé lo que le había hecho y la vergüenza pudo más
que yo.
— Hola amigos ¿Cómo están?, trajimos el postre, Pablo ponlo en la mesa hijo, por
favor.
“Escuche bien ¿Pablo? Era mi Pablito, ¿ese bebito que decidí criar cuando su madre
murió?, no puede ser todos están aquí, que voy hacer” me dije mientras mi corazón se
aceleraba y el nerviosismo se apoderaba de mí. Como un niño chiquito que tiene miedo
de los demás, me agache en el sofá donde estaba sentado y me tape la cara con los
cojines, me sentía como una de esas hormigas que estaba a punto de aplastar cuando
era niño, quise pararme e irme, salir corriendo, pero fue demasiado tarde, Enrique me
detuvo.
— Familia, tenemos un invitado muy especial —dijo Enrique parándose en medio de
la sala.
— ¿Quién es tío Enrique? —pregunto el muchacho que venía a lado de Pablito.
— Qué bueno que preguntas Fer —dijo con una sonrisa— Mollejas, ¡Ándale, párate!
No seas un niño, ¡órale! Saluda.
Poco a poco fui quitándome los cojines de la cara y me fui levantando. Había un
silencio abismal, todos me miraban, los labios me temblaban. Levanté la vista y la
primera persona que vi fue a Verónica, ella se tapó la boca con las manos y sus ojos se
le llenaron de lágrimas abrazadoras, empezó a llorar en cuanto me vio.
— Hola, soy Fernando Fuentes, gusto en conocerlos.
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