Determinidad de la frontera y libertad (posible) de la persona

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Adail Sobral (PPGL – UCPEL)

Proyecto enunciativo de Bajtín (enderezamiento al interlocutor específico, no al hablante ideal), entendido como la exigencia de que los actos del sujeto congreguen (en su determinidad, condición de la libertad: quiénes no conocen su condición no la pueden cambiar…) arte, vida, ciencia – en lugar de… aislarlas.

(B) En la vida real no nos interesa la totalidad de la persona sino actos aislados suyos, que de una u otra manera nos importan en la vida y en los cuales de una u otra manera estamos interesados. (…) (A) uno mismo es la persona menos indicada para percibir en sí mismo la totalidad individual.

Hay fronteras que aíslan (las fronteras oficiales) y hay fronteras que son sitios de transición y de contacto (fronteras por así decirlo personales): las personas de la frontera hablan unas con las otras, a veces sin percibir que lengua/variedad utilizan. Esa otra frontera es la condición de la proximidad que no amenaza sino que ofrece vida a todos los lados que la hacen frontera.

  Todo acto cultural vive, de manera esencial,

en las fronteras: en esto reside su seriedad e importancia; alejado de las fronteras pierde terreno, significación, deviene arrogante, degenera y muere.

La “isla” contiene un infierno, y huir del “infierno insular” se aislando en la casa no es huir, puesto que esta es el “lugar privado” (aislado) en el que “puede ocurrir cualquier cosa” (no aislado). El aislamiento es protección, pero no completa: es otra frontera.

Hay una condición de aislamiento que es frontera en un sentido positivo, de sitio de creación, de apartamento estratégico que permite la visión del otro en perspectiva, de extraposición (una posición extra, es decir, adicional): ni lejos ni próximo en exceso como para no ser visto o no ver.

Todas las fronteras son paradójicas. Por eso, podemos vincular esa condición de frontera con la irreductibilidad del ser que Bajtín propone como la “tarea” del sujeto: hay que irse hasta el otro (ser yo-para-el-otro) – pero hacerlo solo es positivo si se vuelve (si se puede volver) a uno mismo (ser yo-para-si) después de mostrar al otro lo que él no puede ver solo, y de haber visto el otro mostrándonos lo que no podemos ver solos.

  Cuanto mejor el hombre (sic) comprende a

su determinidad (a su materialidad), tanto más se aproxima de la comprensión e realización de su verdadera libertad.

Porque, si el sentido nace de la diferencia, solo en la diferencia podremos encontrar sentido. ¡Reconocer la diversidad no es necesariamente aceptar la diferencia en su irreductibilidad! ¡Cómo hacerlo es la cuestión, puesto que hacerlo es la tarea del ser sin coartada que somos nosotros!

¿No se podría decir que desde la perspectiva de la insularidad en cuanto pasaje-y-aislamiento, el yo es desde siempre otro, hablado por el otro/Otro (das Dichtung dichts, el lenguaje habla, dice Heidegger), pero desde su propia voz, no solamente en cuanto el resto de que habla Lacan, sino también en cuanto una posición irreducible que le hace precisamente ese yo y no otro cualquiera?

Tal vez lo propio de los seres humanos sea estar, más que próximos, juntos, si no siempre prójimos – ¡aunque demasiado juntos pueda sí ser una amenaza! ¡El encuadre/frontera que aísla es (¡insisto!) lo que permite distinguir entre yos y mantener la distancia-diferencia que garantice la existencia, aunque siempre fantasmática, del sentido, ese conflicto ruidoso que nunca acaba de finalizar.

La ontología dialógica de Bajtín propone a mi juicio un Ser y un Ente inacabados, en el proceso continuo de tornarse, que se componen sin cesar en la arena del contacto con el otro, una amenaza que paradójicamente es la condición necesaria y suficiente de ese dinamismo estabilizable, aunque momentáneamente, o de esa fijidez dinámica, que es el sujeto y su identificarse: ¡un amalgama de mismo y otro, una incesante y pululante permanencia en el flujo!