Post on 29-Oct-2015
1
CUADERNOS Nº 2.
2. Imaginar la Nación(1994)
Coordinadores: François-Xavier Guerra y Mónica Quijada
http://www.ahila.nl/publicaciones/cuadernos.html Consulta: 18-06-2007
2
INDICE
INTRODUCCION: EPIFANIAS DE LA NACION…………………… 3 – 8François-Xavier GUERRA
¿QUÉ NACION? DINAMICAS Y DICOTOMIAS DE LANACION EN EL IMAGINARIO HISPANOAMERICANO…………. 9 - 34DEL SIGLO XIXMónica QUIJADA
IMAGINANDO EL PASADO: EL MITO DE LAS
RUINAS DE PALENQUE. 1784 -1813 ……………………………….. 35 - 63Rosa CASANOVA
IDENTIDADES E INDEPENDENCIA: LA EXCEPCION……… 64 - 94
AMERICANA.
François-Xavier GUERRA
¿NACION MODERNA O REPUBLICA BARROCA?...................... 95 -126
MÉXICO 1823-1857.
Annick LEMPÉRIERE
LA NACION COMO SOCIABILIDAD. EL RIO DE……………… 127 -151
LA PLATA. 1820-1862.
Pilar GONZALEZ BERNALDO
OTRAS NACIONES: SINCRETISMO POLITICOEN EL MEXICO DECIMONONICO. ……………………………… 152-181Antonio ANNINO
NEGROS, INDIGENAS E IDENTIDAD NACIONAL
EN COLOMBIA. ……………………………………………………… 182 -202
Peter WADE
REFERENCIAS……………………………………………………….. 203 -206
3
IMAGINAR LA NACIÓNINDICE
INTRODUCCION: EPIFANIAS DE LA NACION
François-Xavier GUERRA* pp. 2-7
¿QUÉ NACION? DINAMICAS Y DICOTOMIAS DE LA NACION EN EL IMAGINARIO HISPANOAMERICANO DEL SIGLO XIX
Mónica QUIJADA* pp. 8-32
IMAGINANDO EL PASADO: EL MITO DE LAS RUINAS DE PALENQUE.
1784 -1813
Rosa CASANOVA* pp. 33-90
¿NACION MODERNA O REPUBLICA BARROCA? MÉXICO 1823-1857
Annick LEMPÉRIERE* pp. 91-122
LA NACION COMO SOCIABILIDAD. EL RIO DE LA PLATA. 1820-1862
Pilar GONZALEZ BERNALDO* pp. 123-147
OTRAS NACIONES: SINCRETISMO POLITICO EN EL MEXICO DECIMONONICO
Antonio ANNINO* pp. 148-176
NEGROS, INDIGENAS E IDENTIDAD NACIONAL EN COLOMBIA
Peter WADE* pp. 177-200
* Universidad de Paris I. * Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid* Centro de Estudios de México en Italia. * Universidad de Paris I.* Universidad de Paris VII-Jussieu. * Universidad de Florencia.* Departamento de Geografía e Instituto de Estudios Latinoamericanos, Universidad de Liverpool.
4
INTRODUCCION: EPIFANIAS DE LA NACION
François-Xavier GUERRA*
Los estudios sobre la “nación” han empezado a multiplicarse entre
especialistas desde hace ya varios lustros, incluso antes de que el hundimiento del
imperio soviético hiciera resurgir de manera violenta en Europa, un problema de
“nacionalidades” que muchos habían creído definitivamente superado. La reaparición
de esta temática se explica por razones diversas y, en parte, contradictorias. Por un
lado, el traumatismo provocado en Europa por la exaltación “nacionalista” de la nación,
tal como se manifestó en las dos guerras mundiales, llevaba, más o menos
explícitamente, a relativizar su primacía y preparaba la superación del Estado-nación.
Por otro, la descolonización y los “movimientos de liberación nacional” del llamado
Tercer Mundo llevaban tanto a una valorización de la reivindicación “nacional”, como
a analizar las condiciones de emergencia y la naturaleza de este nuevo nacionalismo
que, frecuentemente, aparecía como anterior a la nación. De todos modos, por uno u
otro camino, y antes —repetimos— que la descomposición del bloque soviético y el
sangriento conflicto de la ex-Yugoslavia, plantee estos problemas con una urgencia e
intensidad nuevas, la reflexión sobre los orígenes y la definición de la “nación”, del
sentimiento nacional, del nacionalismo estaban ya convirtiéndose en un importante
tema de investigación1.
América latina no podía quedar al margen de esta reflexión y,
efectivamente, desde hace unos años han empezado, a multiplicarse con enfoques muy
diversos los estudios sobre este tema2. Unos han privilegiado la óptica política: la
relación entre la nación y el Estado, ya sea bajo su aspecto institucional, o bajo el de las
prácticas políticas. Otros han insistido más sobre los aspectos culturales: primero, sobre
la formación de la conciencia criolla o de las identidades particulares de tal o tal región
en la época colonial; luego, sobre los imaginarios, las memorias, los lenguajes de todo
tipo, por los que se construían y en los que se cristalizaban los proyectos nacionales de
los nuevos estados.
Sin pretender sintetizar aquí los resultados de esos estudios3, señalemos
algunos puntos sobre los que existe un acuerdo relativo y también aquellos otros que
* Universidad de Paris I. 1 Una buena reflexión sobre esta historiografía — hasta el momento de su redacción — se encuentra en Eric HOBSBAWM, Nations and Nationalism since 1780. Programme, Myth, Reality, Cambridge University Press, 1990, 2 Cfr. para una extensa panorámica sobre el tema, el artículo de Mónica QUIJADA en este mismo número. 3 Una síntesis reciente de estos múltiples enfoques, es la obra colectiva, patrocinada por el Forum International des Sciences Humaines: A. ANNINO, L. CASTRO LEIVA y F.-X. GUERRA (ed.), De los Imperios a las Naciones. Iberoamérica, Zaragoza, Ibercaja (en prensa). .
5
siguen estando aún controvertidos. Entre los primeros, sobresale esencialmente la
afirmación del carácter no “natural” sino “artificial” o “construido” de la nación y la
necesidad, por tanto, de estudiar los procesos —largos o menos largos— de esa
construcción. Los segundos son mucho más numerosos : ¿que relación existe entre el
progreso de la la modernidad y la aparición de la nación? ¿cómo surge la nación
moderna tal como empieza a imponerse a finales del siglo XVIII, con la independencia
norteamericana primero y sobre todo después con la revolución francesa? ¿cuáles son
las causas —políticas, culturales, económicas…— que provocan su emergencia? ¿qué
designamos con el término “nacionalismo”? ¿la victoria de la “nación” es definitiva?
¿existe una alternativa al modelo del Estado-nación?
Es evidente que no pretendemos dar aquí una respuesta general a estas
cuestiones complejas. Nuestro intento es, a través de varios estudios sobre la
problemática de la nación en América latina, contribuir a una mejor comprensión de
problemas análogos en otros países. En el curso de estos estudios irá apareciendo la
constelación de conceptos e imágenes que giran en torno a la nación: reino, Estado,
república, patria, pueblo, pueblos… Una buena parte de los debates e interpretaciones
sobre la nación se verá así clarificada, al mostrar la polisemia considerable que, en el
tiempo y el espacio, dichos conceptos e imágenes poseen. El caso latino-americano nos
parece particularmente adecuado para este intento de clarificación. En efecto, por un
lado, la amplitud de esta área geográfica y la diversidad de sus “naciones” permiten
estudiar la pertinencia de los criterios utilizados para definirla. Por otro, la singularidad
de América latina es tal que permite distinguir bien en el fenómeno nacional lo esencial
de lo accidental.
Su singularidad, en efecto, es considerable, sobre todo en la América
hispánica. Primeramente no hay que olvidar que, como los Estados Unidos, los Estados
hispano-americanos son estados nuevos que se incorporan muy precozmente al
“concierto de la naciones”. También se cuentan entre los primeros que, para fundar su
independencia, apelan a la soberanía de la nación o de pueblos, sin que esta
reivindicación esté precedida por movimientos que podrían ser calificados de
nacionalistas.
En segundo lugar, en el campo de la causas que explican la aparición de
esta nuevas “naciones”, no son operativas muchas de las razones dadas para explicar el
nacimiento —más tardío— de los movimientos nacionales en Europa. No es operativo,
por ejemplo, ligarlas al triunfo de la economía moderna y a la aparición de nuevos
grupos sociales. Cierto es que el último tercio del siglo XVIII fue para muchas regiones
de la América hispánica, un tiempo de expansión económica, pero es difícil sostener
que ésta representara una solución de continuidad con las estructuras económicas o
sociales anteriores. Tampoco, es aquí satisfactoria una explicación basada en una
6
modernización cultural — alfabetización masiva, individualización, disolución de los
vínculos comunitarios tradicionales, etc. — que haga necesaria la construcción de una
nueva identidad, puesto que, aunque también hubo a finales del siglo XVIII un esfuerzo
notable de escolarización, la alfabetización en vísperas de la Independencia estaba lejos
de ser masiva y, sobre todo, los cuerpos, los vínculos y los valores de la sociedad
tradicional seguían siendo dominantes4.
La relación entre la afirmación de la nación y la modernidad política es
muy peculiar en nuestra área, y este es el tercer punto que queremos señalar. A
diferencia de muchos ejemplos europeos del XIX o de paises extraeuropeos del XX en
los que la aparición de la reivindicación “nacional” aparece ligada a la existencia de un
régimen representativo que, al favorecer a una “nacionalidad” mayoritaria, provoca la
reivindicación de las minorías, los dos fenómenos se producen simultáneamente en
Hispanoamérica: la instauración de un régimen representativo moderno y la aspiración
a la soberanía nacional son inseparables. Y ambas, además, aparecen bruscamente sin
prácticamente ningún antecedente, al producirse la gran crisis de la Monarquía en 1808.
En fin, y ésta es, sin duda, la originalidad más fuerte de nuestra área, la
“nación” que justifica la independencia, no está basada en una “nacionalidad”,
entendida ésta como una comunidad dotada de un particularismo lingüístico y cultural,
religioso o “étnico”5. América latina es un verdadero mosaico de grupos de este tipo,
pero ninguna “nación” latino-americana corresponde, ni pretendió nunca corresponder,
a ninguno de esos grupos. Al contrario, los forjadores de los nuevos Estados,
esencialmente las élites criollas, comparten todo lo que en otros sitios constituye una
nacionalidad : el mismo origen europeo, la misma lengua, la misma religión, la misma
cultura, las mismas tradiciones políticas y administrativas. Más aún, desde este punto
de vista, su semejanza con los habitantes de los reinos españoles de la Corona de
Castilla es considerable. Así enfocado, el problema de América hispánica es cómo, a
partir de una misma “nacionalidad”, construir naciones diferentes6.
Diríase que sólo queda entonces como explicación posible del surgimiento
de las “naciones” hispanoamericanas, suponer la existencia de comunidades territoriales
dotadas de una fuerte identidad cultural —reinos o provincias—, que serían como
proto-naciones, o naciones de tipo antiguo, análogas a lo que eran en la Edad Media y
moderna algunos reinos europeos —Francia, Inglaterra, Castilla, Portugal o Cataluña
—. Pero, la relación entre identidad cultural y aspiración al ejercicio pleno de la
4 Cfr. para una síntesis clara de esas diferentes teorías (E. Gellner, A. Smith, B. Anderson, etc.) Chris SOUTHCOTT, Au-delà de la conception politique de la nation, Communications, Paris, Le seuil, n° 45, 1987, pp. 51 y ss. 5 Utilizamos aquí esta palabra tan a la moda y más ambigua aún que la nación, como designando un grupo humano que se define por un origen común —¿racial?— real o supuesto. 6 El caso de Brasil es diferente, pues en él, la independencia fue simplemente la ruptura con la metrópolis, sin la desintegración territorial de la América hispánica.
7
soberanía dista mucho de ser evidente. Las “naciones” hispanoamericanas que aparecen
con la Independencia, no corresponden, en la mayoría de los casos, a comunidades
humanas dotadas de una fuerte identidad cultural. Es verdad que algunas de ellas, como
México o Perú, habían avanzado ya bastante en esta vía a finales del siglo XVIII, pero
paradójicamente es en estas dos regiones en donde el lealismo hacia la Corona de
España fue más intenso, y la independencia más tardía. Por el contrario, las regiones
más precozmente independentistas —Venezuela, el Rio de la Plata o Nueva Granada—
poseían identidades culturales muy embrionarias.
¿Cómo abordar entonces el tema de la nación? Reflexionar sobre ella es
salir en busca de una figura a la vez omnipresente y proteiforme en la historia de los
dos últimos siglos. Con ella nos encontramos desde finales del siglo XVIII, presidiendo
al nacimiento de los Estados Unidos, triunfante y soberana en la Revolución francesa,
amenazando ya a lo que con ella llamaremos desde entonces el Antiguo Régimen…
Ella es quien justifica la constitución de los nuevos estados independientes en la
América hispánica en el primer tercio del XIX y la unificación italiana y alemana pocos
lustros después. A ella apelan los movimientos de las nacionalidades a finales del siglo
XIX y los estados que luchan en la primera guerra mundial. En ella se funda la
disolución de los imperios austro-húngaro y otomano y los movimientos de
descolonización después de la segunda guerra mundial. Por ella, en este fin de siglo, se
desagrega lo que fue la URSS, se combaten los pueblos de la ex-Yugoslavia y
reivindican y se afrontan las minorías “étnicas” en África y en América… Por todas
partes encontramos la nación, algunas veces como elemento unificador de Estados y
pueblos y, en la mayoría de los casos, como un poderoso agente de disolución de unos
y de discordia entre los otros.
Pero la nación no sólo está presente en el ámbito internacional, sino
también en la vida interna de los Estados: en lo político, inseparablemente unida a la
progresión de una modernidad que lleva tanto a regímenes representativos como a
otros, autoritarios o totalitarios; en la política con movimientos y partidos
—”nacionalistas”— que dicen actuar en su nombre o en su defensa; en lo cultural como
motor de empresas de elaboración y de difusión de identidades unas veces integradoras
y muchas otras disolventes para los Estados; en lo económico y en lo social, como
afirmación de los derechos de la colectividad contra intereses los particulares o
extranjeros…
La simple enumeración de su onmipresencia en momentos y campos tan
diferentes muestra bien cuan difícil es estudiarla como si se tratase de un ente con una
existencia propia e inmutable. Tanto el estudio semántico del término como el análisis
de casos particulares indica por el contrario que la “nación” remite a significaciones
muy diferentes según las épocas y los países. Para evitar, pues, anacronismos o
8
generalizaciones poco fundadas, es necesario adoptar una óptica que explique los
aspectos aparentemente contradictorios de la nación: la permanencia de la referencia a
ella y la variabilidad temporal de su contenido; su extensión cada vez más universal y el
particularismo de donde procede su fuerza movilizadora; la crítica de su carácter
“artificial” o “construido” y la imposibilidad de pensar la realidad fuera de ella…
La mejor manera, a nuestro parecer, de superar estas aparentes
contradicciones es considerar la nación como una nueva manera de concebir las
comunidades humanas, como una forma ideal e inédita de organización social, como un
nuevo modo de existir al cual pueden aspirar grupos humanos de naturaleza muy
diferente. La nación aparece así como un nuevo modelo de comunidad. Modelo en un
doble sentido: en primer lugar, como arquetipo, es decir algo que pertenece al orden de
lo ideal, que sirve de referencia a la imaginación, al pensamiento y a la acción en
intentos —siempre inacabados— de plasmarlo en la realidad. En segundo lugar y en
cuanto al contenido de ese arquetipo, modelo como formalización conceptual de un
conjunto complejo de elementos ligados entre sí; como una combinatoria inédita de
ideas, imaginarios, valores y, por ende, de comportamientos, que conciernen la
naturaleza de la sociedad, la manera de concebir una colectividad humana: su estructura
intima, el vínculo social, el fundamento de la obligatoriedad política, su relación con la
historia, sus derechos…
Considerada la nación bajo este prisma, se puede así explicar que sea un
fenómeno nuevo que irrumpe en la historia a partir del siglo XVIII. Que, como en
todos los modelos culturales, haya que estudiar no sólo en qué lugares y en qué medios
aparece esta nueva representación, sino también sus ritmos de difusión tanto en una
determinada sociedad, como en otras áreas geográficas. Que, como en todos ellos, su
implantación en sociedades muy diversas, produzca modalidades propias a cada país.
Que diversos sectores de la sociedad puedan tener distintas concepciones de la nación.
Que la invocación de la nación sea tanto más fuerte, cuanto más lejos se esté de su
realización. Que la nación sea, en fin, una mezcla de razón y de historia, de concepto y
de realidad, de universal y de particular, de antigüedad y de novedad.
Para aprehender la nación más vale no intentar determinar si tal o tal
comunidad humana cumple con los criterios que permiten considerarla como nación,
sino analizar si esas comunidades humanas adoptan o no el modelo nacional y,
correlativamente: ¿cuándo? ¿por qué? ¿bajo que forma?
Añadamos, para terminar, que como el modelo nacional es una
combinatoria muy compleja de elementos que pertenecen a campos muy diversos, no
todas sus potencialidades se revelan al mismo tiempo, sino que van apareciendo en
momentos diferentes. Por eso, estudiar la nación equivale en gran parte a examinar sus
diversas y sucesivas epifanías. Este es el propósito de este número.
9
Mónica Quijada examina así los diferentes contenidos que de la nación
desde el siglo XVIII, y las prioridades, que el modelo nacional predominante en cada
época, impuso a los forjadores de la nación moderna. El descubrimiento de las ruinas
de Palenque lleva a Rosa Casanova a estudiar la ambigua relación entre el lejano
pasado indígena y el patriotismo local de fines del período colonial. En mi artículo, se
examinan las múltiples identidades existentes en la América de la época de la
independencia y cuáles fueron las que sirvieron, o no, de base a la Independencia.
Annick Lempérière estudia, a través de las fiestas y ceremonias públicas de la ciudad de
México, la permanencia, durante la primera mitad del siglo XIX, de la antigua y
corporativa visión de la “nación” del antiguo régimen, y los esfuerzos de la élite liberal
para imponer una nueva concepción individualista de la nación. Pilar González
Bernaldo aborda la construcción de ésta última bajo la perspectiva de la sociabilidad, en
el doble sentido de un nuevo modelo de comunidad regida por un ideal de nuevas
relaciones sociales y de la aparición de prácticas asociativas inéditas. Antonio Annino
constata, en los pueblos mexicanos, la existencia de otras visiones de la nación, en las
que se hibridan los viejos valores de la Monarquía católica, con otros nuevos, surgidos
del constitucionalismo moderno. En fin, Peter Wade, al estudiar el lugar que se atribuye
en la Colombia contemporánea a las minorías negras e indias, plantea un problema,
insoluble aún en el mundo actual: ¿cómo hacer compatible la heterogeneidad, cada vez
más evidente, de los grupos humanos con la homogeneidad que sigue siendo el ideal de
la nación moderna?
10
¿QUÉ NACION? DINAMICAS Y DICOTOMIAS DE LA NACION EN EL IMAGINARIO HISPANOAMERICANO DEL SIGLO XIX
Mónica QUIJADA*
Durante las primeras décadas del siglo XIX, los dominios españoles en América
se desmembraron y en el proceso de conformación de las nuevas unidades políticas
independientes actuaron dos claves fundacionales: por un lado, una voluntad de ruptura
(con el Antiguo Régimen, con la Corona de España); por otro, su inscripción consciente
en el paradigma ilustrado del Progreso. La combinación de ambas llevó a preferir un
modelo de organización sociopolítica coincidente con el que un segmento significativo
del pensamiento ilustrado y el ejemplo de las dos grandes revoluciones que precedieron
a la emancipación hispanoamericana, habían señalado como el más deseable y
apropiado para garantizar el cumplimiento de aquel paradigma: el estado-nación
fundado en la soberanía popular.
La acción emancipadora va asociada así a una nueva imagen de la sociedad
política. Imagen que tuvo como rasgos distintivos el sentimiento republicano y la
búsqueda de bases jurídicas que garantizaran la construcción de un estado
territorialmente unificado, idealmente moderno y orientado hacia el progreso, sobre
bases idealmente representativas, cuya fuente última de legitimación era la nación
soberana7. De tal manera, en la confluencia de aquellos tres conceptos -estado, nación y
soberanía-, los hispanoamericanos legitimaron sus guerras de independencia apelando
al derecho de restitución de la soberanía a la nación, y trasladando a esta última la
lealtad colectiva hasta entonces depositada en la autoridad dinástica.
Pero esta lealtad a la nación, fuente y elemento legitimador del poder del estado,
era un planteamiento teórico que de ninguna manera contribuía a dotar de contenidos
claros y precisos a una problemática fundamental en todo proceso de construcción
nacional: ¿qué nación? ¿quién constituye la nación? ¿cuándo hay nación? ¿desde
cuándo hay nación?
Dotar de contenidos a esas cuestiones fue un proceso complejo, variable y
polifacético8, porque en él interactuaba las potencialidades y los condicionamientos, los
* Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid7 J.L. ROMERO: "Prólogo" al Pensamiento Político de la Emancipación (1790-1825), Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1977, pp.IX-XLIII.8 A estas adjetivaciones debiéramos agregar la de "inacabado", en el sentido de la nación moderna como un proceso continuo y por tanto nunca terminado, según la tesis de E. O'GORMAN referida a México (La supervivencia política novohispana, México, 1967). Como ha señalado A. Annino, esta tesis de O'Gorman es análoga a la que años más tarde sostuvieron E. Gellner y E. Hobsbawm. A. ANNINO:"Nuevas perspectivas para una vieja pregunta", en El liberalismo en México, número monográfico de Cuadernos de Historia Latinoamericana, No. 1, 1993, pp.5-12; E. HOBSBAWM:
11
deseos y las circunstancias, los fundamentos y las fórmulas de la construcción nacional.
A ese proceso contribuyeron segmentos importantes de las élites hispanoamericanas,
tanto con la acción como con la pluma. Más aún, si en algún proceso de construcción
nacional hubo auténticos "nation-builders", individuales e individualizables, esos
fueron los hispanoamericanos. Ensayistas, historiadores y literatos compaginaron sus
horas de reflexión y producción escrita con las más altas responsabilidades políticas. En
esa doble capacidad, ellos "imaginaron" la nación que querían y a esa imaginación
aplicaron sus posibilidades de acción pública, que no eran escasas, desde la conducción
militar a carteras ministeriales y, en más de un caso, el propio sillón presidencial.
Hacer un seguimiento de algunas características de la "nación imaginada" en
Hispanoamérica a lo largo del siglo XIX es, precisamente, el propósito principal de este
trabajo; la segunda finalidad del mismo es ofrecer un panorama -en texto y en nota- de
algunos avances de la investigación sobre esa problemática. Pero antes de iniciar ese
análisis, creo imprescindible prologar el mismo con una delimitación del concepto
mismo de "nación", tan ambiguo y resbaladizo que, como ha dicho Walker Connor,
conceptualizar la nación es mucho más difícil que conceptualizar el estado, puesto que
la esencia de la primera es intangible, y de ahí la tendencia a identificar ambas
nociones9.
Anthony D. Smith ha señalado que en el mundo actual "we find two
overlapping concepts of the nation: civic or territorial, and ethnic or genealogical"10. La
concepción cívica trata a las naciones como unidades de población que habitan un
territorio demarcado, poseen una economía común con movilidad en un único territorio
que delimita un sistema único de ocupación y producción, leyes comunes con derechos
y deberes legales idénticos para toda la población, un sistema educacional público y
masivo, y una única ideología cívica. La concepción étnica o genealógica considera a
las naciones como poblaciones humanas que reclaman un ancestro común, una
solidaridad demótica, costumbres comunes y vernáculas y una memoria histórica
común. El primer concepto de nación suele identificarse con el sistema francés; el
segundo, con el alemán. Sin embargo, como el propio Smith ha señalado11, ambos
Nations and Nationalism since 1780, Cambridge U.P., Cambridge, 1990; E. GELLNER: Nations and Nationalism, Cornell U.P., Ithaca-New York, 1983.9 W. CONNOR: "A nation is a nation, is a state, is an ethnic group, is a...", Ethnic and Racial Studies, Vol.1, No.4, 1978, pp.377-397; cita en p.379. La referencia más pesimista que he encontrado en la literatura teórica sobre la nación es la de G. Delannoi, según el cual "se trata de un ente que es teórico y estético, orgánico y artificial, individual y colectivo, universal y particular, independiente y dependiente, ideológico y apolítico, trascendente y funcional, étnico y cívico, continuo y discontinuo"; Id.: "La Teoría de la nación y sus ambivalencias", en G. DELANNOI y P.-A. TAGUIEFF: Nacionalismo, Paidós, Barcelona, 1993, pp.9-17; citas en p.9.10 A.D. SMITH: "The myth of the 'Modern Nation' and the myths of nations", Ethnic and Racial Studies, Vol.11, No.1, 1988, pp.1-26; cita en p.8.11 A.D. SMITH: idem y The Ethnic Origins of Nations, Basil Blackwell, New York-Oxford, 1986.
12
conceptos están lejos de constituir departamentos estancos, puesto que uno y otro se
hallan presentes en los procesos de construcción nacional.
En efecto, la necesidad de crear un "nosotros" colectivo, inherente al concepto
"cívico" de la nación en tanto comunidad territorializada, y política, institucional, legal,
económica y educacionalmente unificada, dio génesis a la voluntad de "etnización" de
la polity12; voluntad reflejada en la instrumentalización y difusión de pautas culturales y
lingüísticas, mitos de origen y un conjunto de símbolos tendentes a la consolidación de
la identidad colectiva, y que aparece como programa explícito de los gobernantes en los
procesos de configuración de los estados nacionales en el siglo XIX y principios del
XX. A su vez, esos mitos, pautas y símbolos no fueron creaciones ex nihilo de los
estados o de las élites, sino que estaban enraizados en elementos preexistentes que
aquéllos buscaron redefinir, canalizar, generalizar y, sobre todo, "esencializar", tejiendo
con ellos las redes de la identificación colectiva en y con la "comunidad imaginada",
idealmente enraizada en un mismo origen y abocada a un mismo destino. En otras
palabras, si la nación fue el producto de una creación histórica moderna, lo que le dio
fuerza y continuidad fue la esfumación en el imaginario colectivo de su carácter de
"invención en el tiempo", y su sustitución por una imagen de la nación propia como
algo inmanente, además de singular y autoafirmativo, y en tanto tal receptáculo de
todas las lealtades.
Ahora bien, ese proceso de configuración y de "esencialización" de la nación se
desarrolló -y se desarrolla aún- al ritmo de dinámicas desiguales, puesto que la idea, o
más bien las ideas, sobre la nación no son unívocas e inmutables, sino sujetas a
variaciones a lo largo del tiempo y a lo ancho de la geografía. Una dificultad específica
se añade en el caso de las sociedades hispanoamericanas que, por un lado, se inscriben
en el mundo conceptual del pensamiento occidental -lo que las hace necesariamente
sensibles a los modelos por él generados-; y, por otro, se ajustan a pautas sociales y
sobre todo culturales configuradas al calor de sus propios procesos históricos, que
matizan de particular manera la recepción y traducción de aquellos modelos.
Por ello, el análisis antes propuesto se hará a partir de dos perspectivas
interrelacionadas: por un lado, la conceptualización variable de la nación en
Hispanoamérica a lo largo del tiempo; por otro, la interacción de esa evolución
conceptual con ciertas circunstancias específicas en cuyo marco hubieron de
desarrollarse los procesos de construcción nacional hispanoamericanos, y que exceden
con creces el llamado "problema" -tantas veces invocado por los análisis al uso- de las
dificultades de adecuación al imaginario político republicano, de unas estructuras
socioeconómicas de "antiguo régimen" y los intereses a ellas vinculados.
12 Según la frase feliz de J. ALVAREZ JUNCO: "Ciencias Sociales e Historia en los Estados Unidos: el nacionalismo como tema central", Ayer, No.14, 1994, pp.63-80; cita en p.68.
13
Finalmente, la necesidad de acotar un tema tan amplio ha aconsejado organizar
el análisis a partir de la abstracción de ciertas dinámicas o conceptos claves que
responden a otros tantos imperativos de la construcción nacional, y que están en la base
de la especificidad hispanoamericana. Esas dinámicas -que en ningún caso agotan la
problemática-son: la delimitación de la nación, el problema de la singularización y la
dialéctica inclusión/exclusión vinculada a la heterogeneidad13.
Los círculos concéntricos de la nación
En un trabajo pionero, Luis Monguió14 procuró adentrarse en el problema de las
identidades diferenciales americanas mediante el examen de los conceptos de "patria" y
"nación" en el virreinato del Perú. Seguía de esta manera el camino señalado siete años
antes por J. Godechot para el proceso francés15. Elegiremos esa senda señalada por
Monguió para comenzar nuestro análisis, porque en la utilización por los
independentistas de los términos mencionados asoman algunas de las claves que
permearían los procesos de construcción nacional hispanoamericanos durante el
siguiente centenio.
Es sabido que en el discurso de la Independencia, y en los sentimientos
colectivos que ella movilizó, el término clave no fue tanto el de nación como el de
patria. Dos pautas fundamentales subyacen a esta preferencia: una práctica común y
secular de identificación comunitaria, y una connotación político-ideológica de
acuñación moderna.
En el primer caso, es significativo que frente al concepto más ambiguo y
cambiante de "nación" -como veremos más adelante- el de patria tenga una connotación
precisa que se mantiene casi inmutable a lo largo de la edad moderna, y que es recogida
como tal por los distintos diccionarios de la lengua española: "La tierra donde uno ha
nacido" (Covarrubias, 1611); "El lugar, ciudad o Pais en que se ha nacido"
(Diccionario de Autoridades, 1726); "El país en que uno ha nacido" (Diccionario de
Terreros y Pando, 1787). Ya en 1490, el Universal Vocabulario en Latín y en Romance
de Alfonso de Palencia recogía esta acepción del término "patria", y le incorporaba
además una referencia al sentimiento de lealtad por ella suscitado: "Se llama ser comun
de todos los que en ella nasçen. Por ende deue se aun prefirir al propio padre. porque es
mas universal. Et mucho mas durable".
13 El presente análisis está hecho a partir de una abstracción de problemáticas y planteamientos que creo comunes al conjunto de Hispanoamérica, aunque no se me escapan las diferencias que separan a los distintos países. No obstante, creo imprescindible aclarar al lector que la base de mi investigación está constituida, sobre todo, por los casos de México, Perú, Argentina y en menor medida Chile.14 L. MONGUIO: "Palabras e ideas: «Patria» y «Nación» en el Virreinato del Perú", Revista Iberoamericana, Nos.104-105, 1978, pp.451-470.15 J. GODECHOT: "Nation, patrie, nationalisme et patriotisme en France au XVIIIe siècle", Annales historiques de la Révolution Française, vol.63, 1971, pp.481-501.
14
Patria aparece así, en la tradición hispánica, como una lealtad "filial", localizada
y territorializada, y por ello más fácilmente instrumentalizable en un momento de
ruptura de un orden secular, de lo que permite la polivalencia del concepto de nación.
La lealtad a la patria, a la tierra donde se ha nacido, no es discutible; por añadidura, a
diferencia de la "comunidad imaginada" de la que habla Anderson16, la patria es
inmediata y corporizable en el entorno de lo conocido.
Pero hay una segunda pauta que subyace a la utilización preferente del término:
la identificación creciente, desde finales del siglo XVII, del término patria con la idea
de libertad. "Il n'y a point de patrie dans le despotisme", afirmaba La Bruyère en 1688 17.
Como ha señalado J. Godechot, las palabras patriota y patriotismo fueron evocando
cada vez más el amor a la libertad, y patria se aplicó a la tierra de hombres libres y por
tanto felices. Esa carga revolucionaria de la idea de patria como sinónimo de libertad
respecto de todo despotismo, consolidada por la revolución francesa, se incorporó a la
idea tradicional de patria como la tierra natal, y en ese doble sentido fue
instrumentalizada tanto por el discurso independentista hispanoamericano como por el
que acompañó la lucha de los españoles peninsulares contra el invasor francés. En el
nombre de esa patria que es sinónimo de libertad irían forjando los americanos la
ruptura del vínculo político con el gobierno central de la monarquía castellana, y se
plantearían asimismo las reivindicaciones que constituyen el fundamento de la nación
"cívica", según la tipología de Smith: leyes comunes e igualitarias, economía unificada,
educación común para formar ciudadanos libres e iguales18, y que ya aparecen en los
documentos de la emancipación19.
Frente a esta univocidad del concepto de patria, el término nación abarca por lo
menos tres acepciones de distinto orden: cultural, territorial, institucional. La primera
de ellas está ya recogida en el vocabulario de Palencia de 1490: "Se llama de nasçer: et
dizense naçiones llamadas de las gentes iuntas en propios parentescos et lenguas: como
naçion alemana: et italica: et francesa. Et segund afirma Sesto Pompeyo el linaie de
ombres que no vienen de otras partes: mas son ende nascidos se llama naçion".
Asociado a este sentido, el término nación se utilizaría a lo largo de la colonia para
designar individualmente a los distintos grupos étnicos que convivían bajo el gobierno
16 B. ANDERSON: Imagined Communities. Reflections on the origin and spread of Nationalism , Verso, London-New York, 1983.17 Citado en J. GODECHOT, op. cit., p.485.18 F.-X. GUERRA ha señalado la importancia de distinguir conceptualmente los dos sentidos del término "libertad" en la emancipación: la ruptura del vínculo político con la Corona española, y la adopción de las ideas, imaginarios, valores y prácticas de la modernidad. Id.: "La Independencia de México y las Revoluciones Hispánicas", en El liberalismo en México, op. cit., pp.35-48. Este artículo da algunas claves fundamentales para comprender los inicios de la construcción de la nación en Hispanoamérica y el tránsito de un imaginario tradicional a la modernidad. Véase también del mismo autor: Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las Revoluciones Hispánicas, MAPFRE, Madrid, 1992.19 Véase la antología de textos recogida en Pensamiento Político de la Emancipación, op. cit.
15
común de la Corona de Castilla. Por inversión, nación tambien era el Otro, ya sea el
extranjero (Diccionario de Autoridades, Diccionario de Terreros y Pando), o los
gentiles o pueblos idólatras (Terreros y Pando), sentido este último en que el término
fue muy utilizado en América a lo largo del período colonial, para designar a las tribus
"salvajes" alejadas del control de la Corona y de la acción evangelizadora.
Además de esa connotación cultural -la más corriente durante la colonia- en la
tradición española el concepto de nación parece estar más vinculado que en la francesa20
a la idea de territorio, o de población asociada a un territorio. En el Vocabulario de
Palencia, por ejemplo, se lee: "Et hay diferencia entre gente y naçion: ca naçion
requiere el suelo de la patria, et gente es ayuntamiento de muchos desçendientes de una
cabeça"; en tanto que el Diccionario de Autoridades la interpreta como "La coleccion
de habitadores en una Provincia, Pais o Reino", y el Covarrubias la define en términos
de "Reyno o Provincia extendida, como la nacion española".
Finalmente, en el Diccionario de Terreros y Pando aparece una tercera
dimensión: la institucional. La nación sería en esta obra un "nombre colectivo que
significa algun Pueblo grande, Reino, estado, etc. sujeto a un mismo Príncipe ó
Gobierno". Esta interpretación del término nación está menos enraizada que las otras
dos en la tradición española, lo que se refleja en el hecho de que sea recogida por
primera vez en el citado Diccionario publicado en 1787. De hecho, en el ámbito
americano las referencias a esta dimensión institucional de la nación no aparecen de
forma sistemática y regular hasta la invasión del territorio peninsular por Napoleón21, lo
que sugiere una asociación estrecha con la mutación del imaginario político que se
produjo en la primera década del siglo XIX, y que ha sido puesto de manifiesto por los
trabajos de François Xavier Guerra22.
Por ende, en ambos términos, patria y nación, se detectan dos contenidos,
ambos vigentes a comienzos del siglo XIX: uno tradicional y el otro moderno,
vinculado este último a las ideas ilustradas y a la experiencia revolucionaria
francesa.
En el proceso de la emancipación, la dimensión institucional de la nación actuó
como un elemento organizador fundamental de la voluntad política, instrumentalizado
inicialmente no tanto por el afán independentista23, como por la aspiración a tomar parte
activa en los cambios que ha provocado la invasión napoleónica y el llamado a integrar
una Junta Central. La palabra nación aparece entonces con un sentido institucional
específico, a la vez que voluntarista y eventualmente modernizador: la sujeción de la
20 Cfr. J. GODECHOT, op. cit.21 Cfr. L. Monguió, op. cit., p.465.22 Ver nota 11 supra.23 De hecho, esa dimensión está ausente en los precursores de la emancipación, como Miranda y Vizcardo.
16
península y América a una misma fuente de poder, la monarquía española, convierte a
los habitantes de ambos territorios ("cuáles" habitantes lo examinaremos más tarde) en
una nación, y sólo con la concurrencia de representantes americanos a la Junta Central
se legitimará ésta como un verdadero "cuerpo nacional"24.
Este concepto de integración en una nación única pone de manifiesto el sentido
profundo del rechazo a la condición de colonias expresado por los diputados
americanos en las Cortes de Cádiz, y por los integrantes de las diversas Juntas
constituidas en los territorios americanos. En efecto, la negación del status "colonial"
era fundamental para la autoidentificación de los americanos en el cuerpo de la nación:
"los vastos y preciosos dominios de América no son colonias o factorías, como las de
otras naciones, sino una parte esencial e integrante de la monarquía española"25; es
precisamente esa negación de la condición de "colonias" lo que fundamenta la
pertenencia a una nación única, cuyos dos pueblos integrantes, el español y el
americano, son y deben ser iguales en derechos, "con voz y voto en el Gobierno del
reino"26. A la inversa, "la perfecta igualdad entre las provincias europeas y americanas"
es lo que justifica la pertenencia de estas últimas a la "nación española"27. Y esa nación
única apoyada en ambas márgenes del Atlántico es "el fundamento y origen de la
sociedad", que ante la ausencia del monarca "recobra inmediatamente su potestad
legislativa como todos los demás privilegios y derechos de la Corona"28. De tal manera,
vinculados a ese concepto de nación única e igualitaria, aparecen los dos grandes temas
de la independencia: la representación y la soberanía.
En el contexto de esa dimensión institucional de la nación, el rechazo del
vínculo con la Corona de Castilla -que convertiría a ésta en un "gobierno intruso"29-
afecta de dos maneras distintas y paralelas en el tiempo a la definición de los límites de
la nación. En primer lugar, los españoles europeos quedarán marginados de la misma,
aunque en un proceso más lento que el de la propia voluntad de independencia:
inicialmente, el vínculo que igualaba a "españoles europeos y americanos" en una
misma nación contribuyó a legitimar la autonomía americana como la posibilidad de
"ofrecer una patria" a los "hermanos europeos" para huir del yugo francés. Más tarde, la
expresa voluntad independentista condicionó esa integración, pero partiendo de un
reconocimiento del derecho de pertenencia a la misma nación. De tal forma Simón
Bolívar, en su decreto de 1813 que llamaba a la "guerra a muerte" para defender la
revolución, afirmaría que los españoles que no fueran "contrarios" ni "indiferentes" a la
24 Camilo TORRES: Memorial de Agravios (1809). En Pensamiento Político de la Emancipación, op. cit., vol.I, pp.25-26.25 Idem, p.26.26 Mariano MORENO: Representación de los Hacendados (1809), Id., p.77.27 Ibid.28 Fray Melchor de TALAMANTES: Idea del Congreso Nacional de Nueva España (1808), Id., p.97.29 Simón BOLIVAR, La guerra a muerte (1813), Id., p.139.
17
misma, serían considerados "americanos"30. Ya no se trataba, pues, de americanos y
europeos unidos e iguales en la "nación española", sino de la "nación americana" que
ofrecía a sus "hermanos españoles" formar parte de ella bajo determinadas condiciones:
se había producido una inversión significativa que el tiempo demostraría irreversible.
Ahora bien, esa inversión implicaba un desplazamiento de lealtades -de la
"nación española" a la "nación americana"- que al entrar en interacción dialéctica con el
concepto más restringido de "patria", afectaba no sólo a los españoles sino a los propios
americanos, en un proceso de redimensionamiento de la nación que se produjo con
distintos ritmos en los diversos ámbitos americanos.
El pensamiento precursor de la independencia, con anterioridad a la invasión
napoleónica, había hecho su llamamiento rupturista en nombre de la "patria americana".
De la misma manera, las guerras de la independencia tuvieron como fin explícito la
"libertad de América". Con ese mismo sentido globalizador, el periódico limeño El
Satelite Peruano afirmaría en 1812: "Todos cuanto habitamos el nuevo mundo somos
hermanos [y] dignos de componer una Nación". De tal manera América -referida a
menudo como "esta parte de la nación" en los documentos que aún no reflejan una
expresa voluntad independentista- se asume como "nación americana", que se identifica
a su vez con el concepto, anterior en el tiempo, de "patria americana".
Ahora bien, la idea de América como una unidad, como una sola patria, era una
construcción tardía que surgió al promediar el siglo XVIII, asociada a la introducción
de las ideas reformistas, tendentes a la racionalización y uniformización del sistema de
dominio imperial en América31. Mucho más arraigado que esa imagen global estaba el
concepto de patria que en los siglos XVI y XVII señalaba dos ámbitos más restringidos:
el pueblo o ciudad natal, y la provincia, país o reino en que se ha nacido32. Estas dos
proyecciones del concepto de patria están presentes desde los inicios del movimiento
emancipador, e interactúan con la perspectiva más amplia de la "patria americana". Los
decretos de los insurgentes novohispanos, por ejemplo, invocan a los "americanos",
pero el contenido del texto revela un interlocutor más restringido, que no es otro que
los habitantes del reino de la Nueva España. Los documentos rioplatenses se dirigen a
"los americanos del sur", pero también a los habitantes de Buenos Aires. Inversamente,
la constitución de Apatzingan de 1814 se dicta en nombre del Supremo Gobierno
Mexicano, pero cuando define la ciudadanía no habla de mexicanos, sino de
americanos33.
30 Ibid.31 L. MONGUIO, op. cit., p.454.32 Idem, 452.33 Decreto Constitucional para la libertad de América dictado por el Congreso de Anáhuac en Apatzingán, 22 de octubre de 1814. Pensamiento Político..., op. cit., Vol.II, p.60.
18
Paralelamente a esa interacción entre "patria americana" y su sentido más
restringido de "patria local", aparece también la asimilación explícita de esta última
dimensión al concepto mismo de nación. Testimonio precoz de ello son los escritos del
patriota chileno Camilo Henríquez, editados en 1811 y 1812 en el periódico por él
dirigido y significativamente denominado La Aurora de Chile. En ellos afirmaba
Henríquez que la separación de las distintas provincias reunidas en el "vasto cuerpo" de
la monarquía hispana era una "verdad de la geografía" por designio de la propia
naturaleza que, lejos de obligarlas a permanecer unidas eternamente, las había formado
para vivir separadas; esta "verdad" era palpable en el propio caso de Chile, apartada de
los demás pueblos por "una cadena de montes altísimos", por el desierto y por el
océano34. Asoma aquí la dimensión territorial de la nación, estrechamente vinculada al
concepto tradicional de patria. A su vez, esa dimensión territorial se asocia a la
institucional: si el ejercicio de la soberanía ha recaído en el pueblo, es éste el que debe
asumir explícitamente el gobierno del que ya es "dueño" en los hechos, y proclamar "la
justa posesión de sus eternos derechos". Amparado en la confluencia de territorio y
gobierno, Henríquez define los límites de la nación, afirmando que el destino de Chile
y de "cada una de las provincias revolucionadas de América" era el de convertirse en
"potencias", asumiendo individualmente "la dignidad y majestad que corresponde a una
nación"35.
Esta identificación territorial e institucional de la nación36 fue indudablemente
favorecida por la propia dinámica política generada a partir de la invasión napoleónica.
Los primeros planes o propuestas de gobierno dictados por las diversas Juntas que se
establecieron en el territorio americano restringieron su jurisdicción al ámbito del
"reino", de la audiencia, de la provincia, dando paso a los primeros conflictos de
lealtades que conducirían a la delimitación de los fronteras territoriales e institucionales
de las patrias, al tiempo que estas últimas se irían asumiendo como naciones. Ese
proceso se consagra y consolida en las sucesivas Actas de Independencia, que
proclaman la decisión de los pueblos de los respectivos territorios de "erigirse en
nación"37. De tal manera, la lealtad a la nación se ha ido desplazando de la "nación
34 Camilo HENRIQUEZ: Proclama (1811). op. cit., vol.I, p.221.35 Camilo Torres: escrito aparecido en La Aurora, Santiago (1812). Id., p.234.36 Otro ejemplo temprano de este fenómeno aparece en un escrito de Mariano Moreno publicado en La Gaceta de Buenos Aires en 1810: "Pueden pues estas provincias obrar por sí solas su Constitución y arreglo; deben hacerlo, porque la naturaleza misma les ha prefijado esta conducta, en las producciones y límites de sus respectivos territorios; y todo empeño que les desvíe de este camino es un lazo con que se pretende paralizar el entusiasmo de los pueblos, hasta lograr ocasión de darle un nuevo señor". Significativamente, el temor a un nuevo despotismo no hace referencia a un invasor externo, sino a un supuesto peligro que podría provenir del propio ámbito americano: "Es una quimera pretender que todas las Américas españolas formen un solo Estado [...] ¿Cómo conciliaríamos nuestros intereses con los del reino de México? Con nada menos se contentaría éste, que con tener estas provincias en clase de colonias...". Mariano MORENO: Sobre las miras del Congreso para reunirse, op. cit., vol.I, p.283.37 Cfr. por ejemplo, Acta de Independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica , 1816; Simón Bolívar: Discurso de Angostura (que crearía la República de Colombia), 1819; José de SAN MARTIN:
19
española" a la "americana" y de ésta a la "nación mexicana", "peruana" o "boliviana".
Ello no implica que esas "naciones" estuvieran ya configuradas en el imaginario
colectivo -proceso de largo plazo que no tomaría formas más o menos definitivas hasta
las últimas décadas del XIX-, pero pone de manifiesto la fuerza de una voluntad
consensuada que acabaría por imponer la singularización.
No se trata tampoco de un proceso lineal, sino de un fenómeno que se desarrolló
en una suerte de "círculos concéntricos" de lealtades. Durante la emancipación, el
concepto de "nación española" convivió en el tiempo con el de "nación americana" y
con el más restringido asociado a la patria. Con la consumación de la independencia,
desde la perspectiva del nuevo mundo desaparecería la "nación española", pero la
proyección americana y la proyección local de la nación (en su doble vertiente de reino
o provincia, y de ciudad natal) iban a interactuar durante largas décadas.
En esa interacción desempeñaría un papel significativo la dimensión cultural de
la nación que hemos visto reflejada en el Vocabulario de Palencia de 1490: "las gentes
iuntas en propios parentescos et lenguas". O, como dijera El Brocense siete décadas
más tarde, "la nación nos descubre la forma de ser peculiar o las costumbres propias de
cada pueblo"38. En efecto, por un lado, la invocación a la identidad de origen y
circunstancia, a "los vínculos de sangre, de lengua y de religión", alimentaría la
pervivencia de la proyección americana de la nación. Es significativo en este sentido
que uno de los argumentos contrarios a la formación de confederaciones se inspirase en
esa dimensión cultural globalizadora. Ejemplo de ello es la afirmación del patriota
sudamericano Bernardo de Monteagudo, de que en la aspiración federativa "se advierte
el anhelo en los pueblos por aumentar su vigor y unión. Pero cuando estaban ya unidos
por vínculos más estrechos que los que puede proporcionar la confederación misma
[...], adoptar una forma de administración que lejos de condensar esos mismos vínculos,
los relaja comparativamente, es buscar cabalmente el precipicio que se quiere evitar"39.
Por otro, dentro de la misma perspectiva cultural la visión "unificadora" podía
interactuar con el concepto de "carácter propio de cada pueblo". Un ejemplo temprano
de la coincidencia de ambas imágenes en un mismo discurso son las Instrucciones
dictadas en 1816 por el Director Supremo de las Provincias Unidas al general San
Martín para la reconquista de Chile. En ese documento, la aspiración a que "toda la
América unida en identidad de causas, intereses y objeto, constituya una sola nación",
se acompaña de un análisis comparativo sobre el carácter diferencial de argentinos y
Decreto de Asunción del Protectorado del Perú, 1821; Acta de la Independencia del Imperio Mexicano, 1821; Declaración de la Independencia de Bolivia, 1825.38 Francisco SANCHEZ DE BROZAS (El Brocense): "De Arte Dicendi" (1558), en Obras I. Escritos retóricos; introducción, traducción y notas por E. SANCHEZ SALOR y César CHAPARRO GOMEZ, Instituto Cultural El Brocense, Diputación Provincial, Cáceres, 1984, p.43.39 Bernardo de MONTEAGUDO: "Federación", escrito aparecido en El Independiente de Buenos Aires, marzo de 1815. Pensamiento político..., Vol.I, p.315.
20
chilenos; comparación que, por cierto, se hace en detrimento de los vecinos
trasandinos40.
La pervivencia de la proyección americana de la nación se refleja no sólo en las
aspiraciones unionistas de espíritus esclarecidos, sino en prácticas políticas y legales
prolongadas en el tiempo. En un trabajo pionero, José Carlos Chiaramonte ha
demostrado que en el territorio de las Provincias Unidas del Sur, hasta la sanción de la
Constitución de 1853 muchas provincias concedían el derecho a la ciudadanía (y
recordemos que desde la revolución francesa la "nación" la forman los "ciudadanos") a
todos los nacidos en los países americanos antiguamente unidos bajo la Corona de
Castilla41. Todavía en este siglo, se hicieron propuestas análogas en las cámaras de
representantes de algunos países hispanoamericanos42, y las pervivencias simbólicas de
aquél vínculo inicial han permeado programas de gobierno hasta fechas recientes43.
Asimismo, la pervivencia de esa proyección pone de manifiesto la envergadura
de los procesos por los que se buscaría convertir las aspiraciones voluntaristas de un
fragmento de la población, en naciones únicas en su singularidad y asumidas como tales
por el imaginario colectivo. A algunos aspectos de esa construcción nos referiremos en
el apartado siguiente.
La singularización de la nación
La celeridad con la que se consumó el proceso de diferenciación
hispanoamericana tras el colapso del imperio español en América ha llamado la
40 Juan Martín de PUEYRREDON: Instrucciones reservadas a San Martín para la Reconquista de Chile, 1816; Pensamiento político..., op. cit., pp.219-222. Los patriotas chilenos eran también muy conscientes de la existencia de caracteres diferenciales entre Chile y sus vecinos. En fecha tan temprana como 1813, afirmaba el patriota chileno Juan Egaña: "Rodeado de dos grandes pueblos, el uno vehemente en sus pasiones, por el clima, de una imaginación viva y de una fibra irritable y movible; el otro enérgico, activo, fogoso, amante de la superioridad y de la gloria, [...] necesita Chile: lo primero, un principio de patriotismo y firmeza, que sólo puede hallarse en la república para no ser insultado; segundo, un carácter de moderación y buena fe que siempre inspire confianza y evite recelos respecto de dos pueblos que en los siglos venideros no dejarán de mirarse como rivales..."; Notas ilustrativas de algunos artículos de la Constitución, Id., op. cit., vol.I, p.250.41 J.C. CHIARAMONTE: "Formas de identidad política en el Río de la Plata luego de 1810", Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, Tercera Serie, No.1, 1989, pp.71-92.42 Una de las polémicas del Congreso Constituyente de la Revolución Mexicana, en 1916-17, fue sobre el derecho de los ciudadanos de otros países hispanoamericanos ("individuos que están unidos a nosotros por vínculos de sangre y de raza") a ocupar bancas como diputados. Por las mismas fechas, la Cámara de Diputados de El Salvador discutió un proyecto de ley que porponía que todos los hispanoamericanos gozaran de los mismos derechos cívicos en cualquiera de los países de la región. Se aspiraba a que este proyecto, que debía ser presentado a los distintos estados latinoamericanos para su ratificación, produjese "la verdadera unificación latina". 50 Discursos Doctrinales en el Congreso Constituyente de la Revolución Mexicana, 1916-1917, Biblioteca del Instituto Nacional de Estudios Historicos de la Revolución Mexicana, México, 1967, pp.275-291.43 Sobre un programa concreto de gobierno orientado hacia la unificación y basado en ese concepto de nación histórica, véase M. QUIJADA: "Zollverein e integración sudamericana en la política exterior peronista, 1946-1955. Análisis de un caso de nacionalismo hispanoamericanista", Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, Vol.30, 1993, pp.371-408. Sobre perspectivas aún más recientes, véase el conjunto de artículos aparecidos en Cahiers des Amériques Latines, Vol. 12, 1991, coordinados por J. REVEL-MOUROZ.
21
atención de muchos investigadores. La identificación de señas tempranas de identidad
local ya preocupó al filósofo español Ortega y Gasset44, y recientemente David Brading
ha hecho de ella el leit-motif de su obra más ambiciosa45. Los trabajos de este
investigador, así como los de Edmundo O'Gorman, Anthony Pagden, Jacques Lafaye o
Bernard Lavallé, entre otros46, han puesto de manifiesto la configuración de señas de
identidad local en las élites criollas de los virreinatos. Por otra parte, desde una
perspectiva distinta, un trabajo reciente de Solange Alberro ha señalado la importancia
de tomar en cuenta los procesos de aculturación de los españoles y la sociedad criolla a
las culturas nativas y a las circunstancias del entorno americano47. Con ello, Alberro ha
introducido una perspectiva muy prometedora, que no sólo rompe el monopolio sobre
el concepto de "aculturación" usualmente ejercido por los estudios centrados en las
sociedades indígenas, sino que proporciona una nueva dimensión para comprender los
procesos de "localización", y por ende de particularización, de las formas de identidad
que surgen después de la conquista48.
Esas formas de identidad temprana no implican, desde luego, que la nación
existiera en el imaginario colectivo con anterioridad a la independencia, o que fuera el
destino inevitable del proceso abierto por ésta. No obstante, ellas ejercieron un papel no
desdeñable como sustrato de identificación colectiva -aunque segmentaria- cuya mayor
o menor presencia entre las élites criollas determinó en parte la precocidad y la
enjundia de los procesos de configuración del imaginario nacional a partir de la
independencia. En el caso de la Nueva España, por ejemplo, es bien conocido el
surgimiento de una "identidad criolla", parcialmente edificada sobre la apropiación y
adaptación de símbolos de la identidad indígena por parte de la élite "española
44 J. ORTEGA Y GASSET: Obras completas, tomo VI, Madrid, 1964, p.243.45 D. BRADING: The First America. The Spanish Monarchy. Creole Patriots and the Liberal State, 1492-1867, Cambridge U.P., Cambridge, 1991. 46 E. O'GORMAN, op. cit.; J. LAFAYE: Quetzalcóatl et Guadalupe, la formation de la conscience nationale au Méxique, Paris, 1974; B. LAVALLE: "Exaltation de Lima et affirmation créole au XVII siècle", en Villes et nations dans l'Amérique Latine, CRNS, Paris, 1983;id.: Recherches sur la'apparition de la conscience créople dans le vice-royauté du Pérou , Lille, 1982; id.: "Hispanité ou Americanité? Les ambigüités de l'identité créole dans le Pérou colonial", en Identités nationales et identités culturelles dans le monde ibérique et ibéro-américain, Toulouse, 1983; A. PAGDEN: Spanish Imperialism and the Political Imagination, Yale U. P., New Haven and London, 1990. Véase también J. PEREZ et al., Esprit créole et conscience nationale, CNRS, París, 1980; C.R. ESPINOSA FERNANDEZ DE CORDOVA: "The fabrication of Andean Particularism", Bulletin de l'Institut Français d'Etudes Andines, Vol.18, No.2, 1989, pp.269-298.47 S. ALBERRO: Les Espagnols dans le Mexique colonial. Histoire d'une acculturation, Armand Colin, Paris, 1992.48 Los procesos de aculturación indígena han sido el objeto de numerosísimas investigaciones. Desde una perspectiva de la configuración del imaginario, es particularmente interesante la propuesta de C. CAILLAVET sobre lo que ella denomina "le rôle de la gestuelle coloniale", en "Rituel Espagnol, pratique indienne: l'occidentalisation du monde andin par le spectacle des institutions coloniales", Structures et cultures des sociétés ibéro-américains, CNRS, Bourdeaux, 1990, pp.25-42. Véase también en el mismo volumen S. GRUZINSKI: "«Guerre des images» et colonisation de l'imaginaire dans le Mexique colonial", pp.43-52; del mismo autor: La colonisation de l'imaginaire, Gallimard, París, 1988.
22
americana", auténticos "éxitos" desde la perspectiva identitaria que se proyectaron
sobre el proceso de construcción de la nación en el XIX y primera mitad del XX.
Además de esas formas de identidad grupal como sustrato de la singularización
-que por lo demás, sólo conocemos bien en el caso mexicano49-, las propias
connotaciones del concepto de patria a que nos hemos referido en el apartado anterior
pueden proveer nuevos elementos que nos permitan adentrarnos en el tema. En México
y en el Perú, por ejemplo, la identificación de "patria" con "reino" puede haber
impuesto una percepción colectiva de singularidad, reforzada en sus límites por la
asimilación de la primera al concepto territorial e institucional de la nación. En este
sentido no parece casual que fuera precisamente el Alto Perú, separado en 1776 del
gran virreinato sudamericano, el que planteara y obtuviera la segregación en los tramos
finales del proceso independentista.
Caso muy diferente es el del virreinato del Río de la Plata, de creación
demasiado reciente como para poder ser asociado en el imaginario colectivo a los
límites de la patria. En ese ámbito, la fuerza simbólica de este concepto se asimiló más
comúnmente a la ciudad natal y su hinterland. El trabajo antes mencionado de José
Carlos Chiaramonte, por ejemplo, ha puesto de manifiesto la atomización de las
lealtades en las Provincias Unidas del Sud, donde el surgimiento en el imaginario del
concepto de "nación argentina" no se produjo sino tardíamente, al promediar el siglo
XIX; en este caso fue la "identidad provincial" lo que interactuó con la proyección
americana. Otro elemento que contribuyó a consolidar la percepción de la singularidad
fue el aislamiento, como en el caso de Chile o el del Paraguay.
Pero la influencia de los factores mencionados hasta aquí (es decir, formas de
identidad previas y las distintas proyecciones de la idea de patria según los ámbitos), no
hubiera sido suficiente para la creación de un "imaginario nacional" sin el proceso de
invención de la nación, que se produjo con y a partir de la independencia. Proceso que
por un lado entrañó la configuración, en el imaginario de las propias élites, de una serie
de rasgos diferenciales que singularizaban a la propia patria más allá de los límites
definidos por el territorio y la proyección institucional; rasgos asumidos como únicos e
irrepetibles, que establecían una distinción no ya del tronco inicial español, sino de los
propios vecinos. Por otro, implicó el difícil intento de integrar en ese imaginario a unas
poblaciones caracterizadas por una heterogeneidad suma, que se medía en términos de
tanta evidencia como el color de la piel, y de tanta significación como la convivencia de
universos simbólicos disímiles, o la pervivencia de incomprensiones mutuas -antiguas y
renovadas- que creaban barreras difíciles de traspasar. Heterogeneidad que, por
49 El caso del Perú estudiado por D. BRADING (The first America..., op. cit.) parecería señalar que en ámbitos ajenos al mexicano la construcción de la identidad criolla fue más fragmentaria y desarticulada. No obstante, la ausencia de estudios puntuales para otras áreas aconseja no generalizar las conclusiones obtenidas a partir del caso de los dos grandes virreinatos.
23
añadidura, estaba cruzada por líneas de jerarquización social, enraizadas en prácticas
seculares de dominación de una etnia sobre las restantes.
El elemento más temprano de singularización al que recurrieron los
movimientos emancipadores se vinculó estrechamente al concepto de patria como
sinónimo de libertad. Siguiendo la tradición de los revolucionarios franceses, los
patriotas se abocaron a la fijación de símbolos y fiestas celebratorias cuyo significado y
proyecciones han sido analizados en trabajos como los de Hans-Joachim König y
Georges Lomné50. Como ha señalado este último, la imagen, el rito y la pedagogía
política concurrieron a configurar un sistema de símbolos que autorizaba el
reconocimiento colectivo. Símbolos en parte tomados de la acción revolucionaria
francesa -como el gorro frigio-, que reflejaban la voluntad libertadora51, pero que
aparecían vinculados a imágenes enraizadas en la propia tierra americana, tales como
cóndores, águilas, nopales, el sol que anunciaba la aurora de una nueva época asociado
al "Inti" incaico52 y, sobre todo, la figura del indio mítico y mitificado.
A su vez, las fiestas en honor de las victorias patriotas articulaban nuevas
formas de identificación colectiva, superpuestas a -y alimentándose de- memorias y
espacios tradicionales53. Su fijación en un "calendario cívico" promovía la regularidad
del rito celebratorio, asegurando en su repetición periódica la continuidad de aquella
inicial apropiación colectiva. De tal forma, esas imágenes y esos fastos se ofrecían
como un ámbito simbólico en el que las élites y el pueblo llano unificaban las lealtades,
aunándose en el culto común de la patria.
50 H.-J. KÖNIG: "Símbolos nacionales y retórica política en la Independencia: el caso de Nueva Granada", en I. BUISSON , G. KAHLE, H.-J. KÖNIGy H. PIETSCHMANN, eds.: Problemas de la formación del Estado y de la Nación en Hispanoamérica, Köln-Wien, 1984, pp.389-407; id.: "Metáforas y símbolos de legitimidad e identidad nacional en Nueva Granada (1810-1830)", en America Latina: dallo Stato Coloniale allo Stato Nazionale , a cura di A. ANNINO, M. CARMAGNANI, G. CHIARAMONTI, A. FILIPI, F. FIORANI, A. GALLO, e G. MARCHETTI, editorial Franco Angeli, Milán, 1987, vol.II, pp.773-788. G. LOMNÉ: "Révolution Française et rites bolivariens: examen d'une transposition de la symbolique républicaine", en Cahiers des Amériques Latines, vol.10, 1990, pp.159-176; del mismo autor véase también: "Les villes de Nouvelle Grenade:t héâtres et objets des jeux conflictuels de la mémoire politique (1810-1830)", Mémoires en devenir.
L’Amérique latine. XVIe-XXe siècles, Bordeaux, Maison des Pays Ibériques, 1994.51 G. LOMNÉ: "Révolution française et rites bolivariens..." op. cit. Véase también J.E. BURUCUA, A. JAUREGUI, L. MALOSETTI y M.L. MUNILLA: "Influencia de los tipos iconográficos de la Revolución Francesa en los países del Plata", Cahiers des Amériques Latines, vol. 10, pp.147-158.52 Como han afirmado BURUCUA, JAUREGUI, MALOSETTI y MUNILLA en "Influencia de los tipos iconográficos...", op. cit., "el resurgimiento vigoroso [en América del Sur] de la figura de Inti desde el comienzo del proceso emancipador precipitó, también en el ámbito de lo visual, la adopción de un lenguaje relacionado con el mito solar" (p.149).53 Sobre la interacción necesaria entre elementos antiguos y modernos en los rituales véase P. CONNERTON : How Societies remember, Cambridge U.P, Cambridge, 1989. ("A rite revoking an institution only makes sense by invertedly recalling the other rites that hitherto confirmed that institution", p.9). Un análisis interesante de las fiestas y celebraciones patrias entendidas como "escenificaciones urbanas" que articulaban elementos tradicionales y nuevos es el de G. LOMNÉ: "Les villes de Nouvelle Grenade: thêatres et objets...", op. cit.
24
A esas formas compartidas de identificación cívica, que iban creando las redes
de la "comunidad imaginada"54, se sumó a lo largo del siglo XIX la configuración de un
panteón de próceres; proceso particularmente significativo, ya que el culto a los
"muertos gloriosos" en quienes encarnar simbólicamene las glorias de la nación, es una
condición importante de la construcción del imaginario nacional55. De tal forma, en la
personalidad de bronce de los héroes hacedores de la nacionalidad, las élites
hispanoamericanas reflejaron virtudes éticas y cívicas y las brindaron al imaginario
colectivo como una suerte de espejo sobre el que forjar las "virtudes nacionales". Ese
proceso56 no estuvo libre de conflictos y muchas veces entrañó una auténtica "guerra de
próceres", ya fuera por la asociación de éstos, en vida, a posturas ideológicas o acciones
políticas definidas y contrapuestas (Hidalgo o Iturbide), por la selección de orígenes
diversos de la nacionalidad (Cuauhtémoc o Cortés), o bien porque un mismo héroe era
compartido por dos o más países, como es el caso del culto cuasi religioso a la figura de
Simón Bolívar57. Asimismo, este culto exacerbado a los héroes fue creando la
servidumbre de un destino prefijado que, como ha analizado Luis Castro Leiva para el
caso de Bolívar, en última instancia entrañaba "la negación de la nacionalidad del
futuro, del curso y sentido de la propia historia"58.
Ahora bien, los conflictos en torno a la fijación del "panteón nacional" se
relacionan con un tipo de construcciones que actúan como factor fundamental en los
procesos de singularización de las naciones: la definición de los mitos de origen y la
54 Otras vías de análisis muy prometedoras que ha abierto la labor investigadora en los últimos años son las referidas a la redefinición de los espacios urbanos vinculados a la identidad comunitaria, y al papel desempeñado por las distintas advocaciones del culto mariano. Sobre el primer caso véase M. BIRCKEL et al.: Villes et nations en Amérique Latine, CNRS, París, 1983; A. ANNINO : "Prestiche creole e liberalismo nell crisi dello spazio urbano coloniale", Quaderni Storici, vol.23, No.3, diciembre de 1988; P. GONZALEZ BERNALDO : "L'urbanisation de la mémoire. Politique urbaine de l'Etat de Buenos Aires pendant les dix années de sécession (1852-1862)", Mémoires en devenir., op. cit.. Sobre el segundo tema: D. BRADING: Los orígenes del nacionalismo mexicano, Sepsetenta, México, 1983, esp. cap.I; Id.: The first America..., op. cit.; E. FLORESCANO: Memoria Mexicana, Contrapuntos, México, 1987, esp. cap.V; G. LOMNÉ: "Les Villes de Nouvelle Grenade...", op. cit.55 "In the cult of these great men, is reflected the attachment to the nation. Through the great of the past, the past of the community lives most fully and vividly. In their genius, the community's genius is fulfilled. In their creativity lies the creative impulse of their people". A.D. SMITH: "History and Liberty", Ethnic and Racial Studies, Vol.9, No.1, 1986, pp.43-65 (cita en p.56).56 Sobre la fijación del panteón en Argentina y Venezuela desde una perspectiva comparativa, véase Hans Ph. VOGEL: "L’Argentine et le Venezuela : des pays prisonniers de leur passé?, in Mémoires en devenir… op. cit. . Sobre Bolívar véase G. CARRERA DAMAS: El culto a Bolívar, EBUCV, Caracas, 1969, y el anásis particularmente crítico y novedoso de L. CASTRO LEIVA: De la patria boba a la teología bolivariana, Monte Avila Editores, Caracas, 1987.57 La importancia de este culto a los próceres en la construcción del imaginario nacional puede medirse no sólo por su desarrollo, sino por el vacío creado en la ausencia de un modelo patriótico lo suficientemente "apropiable" y merecedor de ser situado en las cimas del panteón. Tal es el caso del Perú, como pone de manifiesto R. de ROUX LOPEZ: "Mémoire patriotique et modelation du futur citoyen. Venezuela, Colombia, Ecuador, Pérou, XIXe-XXe siècles", in Mémoires en devenir., op… cit.. Un conflicto singular en relación con la mitificación de personajes históricos es el que se produjo en la Argentina en torno a la figura de Rosas, considerado como prócer por unos, encarnación del "antiprócer" por otros; cfr. D. QUATTROCCHI-WOISSON: Un nationalisme de déracinés. L'Argentine, pays malade de sa mémoire, CNRS, Paris, 1992.58 L. CASTRO LEIVA, op. cit., p.126.
25
elaboración de la memoria histórica, puesto que no hay identidad sin memoria, ni
propósito colectivo sin mito59. En Hispanoamérica, la asociación de la "patria" a la
"nación" conllevó la selección, reelaboración y construcción de memorias históricas
que actuaran, a la vez, como elemento de legitimación de las nuevas unidades políticas,
como factor de reafirmación en el presente y augurio venturoso del común destino, y
como singularidad capaz de sobreimponerse a la "identidad americana". Sobre todo,
que pudieran penetrar con la fuerza del mito una memoria social característicamente
heterogénea y articulada en torno a la dialéctica dominador/dominado60.
En esta perspectiva se inscribe la reivindicación y apropiación simbólica, por el
discurso independentista, de la imagen idealizada de los pobladores autóctonos de cada
territorio, así como de sus antiguas culturas (si las tenían), o bien de sus valores (como
en el caso de los araucanos en Chile). Estas referencias asumieron características
distintas según el ámbito territorial del que partieran, pero en todos los casos debían
cumplir una función múltiple de reforzamiento de la identidad colectiva. En primer
lugar, la diversidad de la población nativa era un factor de singularización frente al
patrimonio común de la "patria americana", fundado este último en el origen hispánico
y los elementos culturales de ella derivados, principalmente la lengua y la religión.
Segundo, las líneas de continuidad establecidas entre la emancipación y la imagen de
antiguas naciones indígenas usurpadas por la conquista, contribuía a legitimar la
primera como un acto de justa rebelión; asimismo, el reconocimiento de esa
continuidad brindaba "espesor temporal" a las nuevas "naciones", retrotrayendo sus
orígenes a épocas inmemoriales; es decir, las dotaba de "atemporalidad"61. Tercero,
podían tender un puente simbólico entre el grupo criollo y la sociedad indígena, al
proponer un punto de encuentro basado en la reivindicación de un común origen.
Finalmente, en ciertos casos proporcionaban un espejo de virtudes en el que podían
mirarse las nuevas naciones62.
59 A.D. SMITH: "The myth of the «Modern Nation» and the myths of nations", op. cit. Según este autor, en la interacción del doble concepto de nación a que antes nos hemos referido (cívico y étnico), los elementos de mayor significación que confluyen en la construcción nacional son: de los componentes cívicos, la extensión de derechos y deberes a toda la población y la adquisición de un territorio, y de los componentes étnicos, la elaboración de la memoria histórica y los mitos de origen; id., p.10. 60 Sobre la diferencia entre "memoria social" y "reconstrucción histórica", véase P. CONNERTON, op. cit., pp.13 y ss.61 Esta utilización de los elementos prehispánicos no era nueva: su fuerza simbólica se había puesto ya de manifiesto con anterioridad a la emancipación. Ejemplos de ello son el mexicano Clavigero y el quiteño Juan de Velasco, quienes a mediados del siglo XVIII elaboraron historias de las antiguas culturas de sus respectivas "patrias", con una clara intencionalidad afirmativa de los valores de estas últimas. Esa misma fuerza simbólica fue reconocida y utilizada por el precursor de la independencia Francisco Miranda, quien al redactar su Bosquejo de Gobierno Provisorio de 1801 imaginó un poder ejecutivo integrado por dos miembros denominados "Incas" -"nombre venerable en el país", según Miranda- y una asamblea provincial, dos de cuyos integrantes -encargados de promulgar y hacer ejecutar las leyes durante la guerra- recibían el título de "Curacas".62 Aunque la investigación ha tendido a considerar que los intentos por revivir el simbolismo político del mundo indígena se confinaron a México y Perú (p.ej. A. PAGDEN, op. cit., p.138), lo cierto es que
26
Pero estas y otras definiciones no fueron nunca unívocas. Por el contrario, si
algo caracteriza el proceso de selección de la memoria histórica en Hispanoamérica63, es
el hecho de haberse desarrollado a partir de una dinámica oscilante que buscaba la
continuidad en la ruptura, incluyendo y excluyendo alternativamente segmentos del
pasado. Aunque con distintos ritmos y contenidos según los países, dos binomios
fundamentales articularon -y articulan aún- esa dialéctica segmentadora de la memoria
histórica: sustrato indígena/sustrato hispánico, y liberalismo/ antiliberalismo. El
primero de ellos es particularmente importante, porque afecta a la definición de los
mitos de origen, que a su vez simbolizan en el imaginario colectivo las potencialidades
y limitaciones del porvenir de la comunidad64; el segundo actúa como un espejo en el
que los desencuentros del pasado se proyectan sobre el presente, y visceversa. Por otra
parte, la alternancia periódica de los segmentos del pasado reivindicados/rechazados no
sólo reflejan, sino que suscitan disyunciones en el imaginario colectivo, obstaculizando
la cohesión de la "comunidad imaginada". La integración de esas dicotomías se
presenta así como un proceso inacabado y posiblemente inacabable, ya que su
planteamiento parece renovarse desde distintos ángulos en cada generación65.
hay trabajos recientes que señalan lo contrario. En el Río de la Plata, por ejemplo, el imperio incaico fue asumido como "mito fundacional" y espejo de virtudes cívicas tanto durante la independencia como muchas décadas más tarde. Para el primer caso, véase D. Rípodas Ardanaz: "Pasado incaico y pensamiento político rioplatense", Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, vol.30 (1993), pp.227-258; para el segundo, M. QUIJADA: "Los «Incas arios»: Historia, lengua y raza en la Hispanoamérica decimonónica", México (en prensa). En cuanto a Chile, los valores guerreros de los araucanos y su apego a la libertad aparecen en los documentos de la Independencia como elementos en los que se reflejan las "virtudes patrias". Asimismo, es significativo que el manual de enseñanza de la historia para uso oficial presentado por el exiliado argentino Vicente Fidel López en 1845, fuera inicialmente rechazado por las autoridades chilenas porque reivindicaba los orígenes hispánicos, mientras que Chile se asumía como una "nación mestiza" integrada por la mezcla de la raza hispánica y los "heroicos araucanos", construcción mítica que formaba una parte vital de la retórica revolucionaria chilena (finalmente el manual fue aceptado con leves cambios, por no haber otro disponible). Véase Allan WOLL: A Functional Past. The uses of History in Nineteenth-Century Chile, Louisiana State U.P., Baton Rouge and London, 1982, pp.152-154. Todo parece indicar que es éste un fértil campo para futuras investigaciones.63 La relevancia de estas elaboraciones para los procesos de construcción nacional en Hispanoamérica está generando un número creciente trabajos de investigación, aunque es éste un campo en el que aún queda mucho por hacer y conocer. Véase entre otros D. BRADING: Los orígenes del nacionalismo mexicano, op. cit., E. FLORESCANO: Memoria Mexicana, op. cit.; D. QUATTROCCHI-WOISSON: Un nationalisme des déracinés..., op. cit.; A. WOLL, op. cit.; N. HARWICH VALLENILLA: "La génesis de un imaginario colectivo: la enseñanza de la historia de Venezuela en el siglo XIX", Structures et cultures des societés ibero-américaines, CNRS, París, 1990, pp. 203-241. Un conjunto importante de aportaciones son las ponencias presentadas al Colloque International de l'AFFSAL, Les Enjeux de la Mémoire, París, 1992, publicadas en Mémoires en devenir., op… cit., entre ellas, E. MUÑOZ: "La crítica al liberalismo político y la revisión del imaginario nacional en el centenario de la independencia de Chile"; M. QUIJADA: "Inclusión, exclusión y memoria histórica en el Perú decimonónico"; N. HARWICH VALLENILLA: "Construction d'une identité nationale: le discours historiographique du Venezuela au XIXème siècle".64 Sobre las implicaciones que entraña la definición de los mitos de origen, y su articulación en el marco global del desarrollo de las ideas en occidente, véase M. QUIJADA: "Los Incas Arios: Historia, lengua y raza en la Hispanoamérica del siglo XIX", México (en prensa).65 La pervivencia de la dialéctica inclusión/exclusión en las construcciones históricas de los países hispanoamericanos, ha vuelto a ponerse de manifiesto en las polémicas generadas en México por la presentación de nuevos textos oficiales de historia mexicana para los colegios, elaborados durante el actual período presidencial de Carlos Salinas de Gortari. Particularmente útil para comprender el
27
Ahora bien, estas y otras construcciones, tendentes a consolidar el
trasvasamiento del concepto de patria al de nación en tanto "comunidad imaginada" y
única en su singularidad, se fueron desarrollando al ritmo de imágenes diversas de la
nación. Sobre ello nos extenderemos en las páginas que siguen.
Nación cívica, nación civilizada, nación homogénea
Durante el levantamiento de Tupac Amaru, en los documentos producidos por
los rebeldes aparece frecuentemente citado el término "nación" asociado a la dimensión
que usualmente se le daba en la época colonial: la de "grupo étnico". Era, por ende, un
reconocimiento de heterogeneidad, en tanto que "patria" indicaba un elemento
referencial común al conjunto de los pobladores del virreinato. Pocas décadas más tarde
Perú proclamaba la independencia en nombre de la "nación peruana", englobando en
ella a los nacidos en el término de su territorio. En ese enunciado quedaban borradas las
diferencias de origen, y la proyección de la nación se equiparaba a la de la patria.
Lo que media entre uno y otro uso del término nación no es un cambio en la
percepción de la heterogeneidad, sino la irrupción de una concepción nueva: el
convencimiento por parte de los patriotas de la fuerza modificadora del liberalismo, que
había de subsumir las diferencias en la categoría única de "nación de ciudadanos"66.
Más aún, esa "nación de ciudadanos" era la puerta por la que se atisbaba un destino
alumbrado por el gran mito ilustrado del progreso.
El instrumento por el cual una yuxtaposición de elementos heterogéneas y
carentes de toda cohesión se transformaría en sociedades amalgamadas y
autorreconocidas como "peruanos", "chilenos" o "bolivianos", era el diseño y puesta en
vigor de un conjunto de instituciones y leyes avanzadas y orientadas al bien común. Si
el despotismo había generado siervos, la libertad generaría ciudadanos libres, iguales en
derechos, artífices del progreso de la comunidad. De ahí lo que Charles Hale ha
llamado "la fe en la magia de las constituciones", que preñó de optimismo los primeros
años de la independencia67 y que asoció la génesis del criterio moderno de nación en
Hispanoamérica a una imagen voluntarista de "inclusión". En el imaginario
sentido de ese debate reciente en perspectiva histórica, es la conocida obra de J. Zoraida VAZQUZ: Nacionalismo y Educación en México, El Colegio de México, México, 1975.66 Una de las visiones que se ha impuesto en los últimos años, es la que analiza las líneas de continuidad entre el Antiguo Régimen y los estados nacionales. Además de los trabajos de F.-X. Guerra antes citados, véase M.-D. DEMELAS y F.-X. GUERRA: "Un processus révolutionnaire méconnu: l'adoption des formes représentatives modernes en Espagne et en Amérique (1808-1810)", Caravelle, Vol.60, 1993, pp.5-58; M.-D. DEMELAS: L'invention politique. Bolivie, Equateur, Pérou au XIX siècle, ERC, París, 1992, esp. 1ère Partie. Otra perspectiva es la de la ruptura política con el mundo colonial como un proceso de larga duración, como la que aparece en el interesante artículo de B. R. HAMNET: "La formación del Estado Mexicano en la primera época liberal, 1812-1867", en A. ANNINO y R. BUVE (coords.): El liberalismo en México, op. cit., pp.103-120.67 Ch.A. HALE: El liberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-1853, Siglo XXI, México, 1977, p.81.
28
independentista la patria era la libertad, y la libertad se proyectaba sobre todos, fueran
criollos, fueran indígenas, fueran esclavos.
Pero la voluntad de ruptura de las prácticas tradicionales de servidumbre68, y una
confianza ilimitada en el poder de la educación -no sólo para instruir, sino para crear
"espíritu público", modernizar las mentalidades y formar las costumbres- hubieron de
interactuar tanto con prácticas sociales fundadas en intereses inconciliables, como con
abismos culturales difícilmente superables a golpe de decretos. Esta contradicción, que
está en la base de la especificidad de la construcción nacional hispanoamericana,
plantea un interrogante aún no suficientemente atendido por la investigación: ¿por qué
eligieron los liberales independentistas un desiderátum de inclusión, en lugar de un
sistema basado en la aceptación ética y legal de la segregación?
La respuesta no está sino parcialmente en la propia ideología liberal, puesto que
ésta ofrecía modelos de compatibilización de libertad y servidumbre. Ya Carlos María
de Bustamante -para quien la población mexicana era "heterogénea, compuesta de
muchas clases de gente que tiene mayor o menor civilización con absoluta posibilidad
de adquirirla69-afirmaba en 1817, haciendo referencia al liberalismo británico: "¡Qué
contradicción, predicar la libertad en el Támesis para sistematizar la esclavitud en el
Ganges"!70. Tampoco explican esa elección las condiciones socioeconómicas que, por el
contrario, en los años sucesivos impondrían trabas a la consolidación de aquella
voluntad inicial. Y se hace difícil pensar en un acto de hipocresía colectiva, tan usual en
ciertas perspectivas indigenistas poco matizadas. Más probable parece que una práctica
secular de relaciones interétnicas, jerárquicas pero relativamente flexibles, en las que
los cruces entre grupos eran una práctica cotidiana y la situación social definía a veces
la adscripción étnica, contribuyera a asociar el voluntarismo liberal a una percepción
incluyente de la nacionalidad71. En el caso de los indios, es conveniente recordar
68 Los propósitos de regeneración de los indígenas y liberación de los esclavos son recurrentes a lo largo de la independencia. Cfr. Pensamiento político de la independencia, op. cit., passim. Este tema ha atraído la atención de la investigación desde hace varias décadas. Cfr., entre otros, R. LEVENE: "Las Revoluciones indígenas y las versiones a idiomas de los naturales de proclamas, leyes y el Acta de la Independencia", Boletín de la Academia Nacional de la Historia (Buenos Aires), Vols.XX-XXIl, 1946-1947; id., "San Martín y la libertad de los aborígenes de América", Revista de Historia de América, Vol.XXXII, 1951.; J.V. LOMBARDI: The Decline and Abolition of Negro Slavery in Venezuela, 1820-1854, Greenwood Press, Westport, Conn., 1971; J. CHASSIN et M. DAUZIER: "L'image de l'indien dans l'ouvre de Bolivar", Cahiers des Amériques Latines, Vol.29-30, 1984, pp.61-74; O.D. LARA: "La place de Simon Bolivar dans le procès de destruction du système esclavagiste aux Caraïbes", Cahiers des Amériques Latines, Vol.29-30, 1984, pp. 213-240; A. YACOU, ed., Bolívar et les peuples de Nuestra América, Presses Universitaires de Bordeaux, París, 1990.69 Carlos María de BUSTAMANTE: El Indio Mexicano, o Avisos al Rey Fernando Septimo para la Pacificación de la América Septentrional, Instituto Mexicano del Seguro Social, México, 1981, pp.11-12.70 Id., p.61.71 Trabajos recientes demuestran que la convivencia interétnica en la Hispanoamérica colonial fue más fluida y compleja de lo suele pensarse. Véase en este sentido el magnífico trabajo de C. BERNAND y S. GRUZINSKI: Histoire du Nouveau Monde. Les métissages, Fayard, París, 1993. En una perspectiva semejante, C.M. MACLACHLAN y J.E. RDORIGUEZ O.: The Forging of the Cosmic Race. A Reinterpretation of Colonial Mexico, University of California Press, Berkeley-Los Angeles-London,
29
también que la legitimación de la independencia como un acto de repulsa ante un
gobierno tiránico, que perdía sus derechos al no estar orientado hacia "la felicidad de
sus súbditos", había llevado a los criollos a señalar una identidad entre su situación de
"víctimas de la tiranía" y la de los indígenas escarnecidos y esclavizados durante tres
siglos. De tal manera, la afirmación hecha por de Paw de que la abyección de los
indígenas se debía a su secular servidumbre, fue retomada por los independentistas para
aplicarla a su propio caso. Por inversión, parece coherente que la imagen de patria
como sinónimo de libertad se proyectara conjuntamente sobre criollos e indios.
En el imaginario de la emancipación, por ende, la nación aparecía como una
construcción incluyente, en la que la heterogeneidad y la ausencia de cohesión que a
ella se vinculaba, se irían esfumando paulatinamente por obra de unas benéficas
instituciones y una educación orientada a la formación de ciudadanos. En otras
palabras, la dimensión institucional de la nación se sobreimpondría a la cultural,
neutralizando la fuerza centrípeta de la diversidad mediante la cohesión fundada en la
identidad global de la "ciudadanía". Por otra parte, los cambios previstos no hacían
referencia a la percepción de la diferencia racial, ni tampoco a las costumbres
cotidianas, sino a aquellos elementos de sociabilidad tradicional que impidieran la
construcción de repúblicas de ciudadanos propietarios y felices, es decir, "el modelo
utilitarista del individuo industrioso e ilustrado que persigue sus propios intereses y
cuya máxima fidelidad, como ciudadano virtuoso, sería el Estado civil"72.
No se trata tampoco de que la percepción de la heterogeneidad se hubiese
disociado mágicamente de la jerarquización, sino que, por un lado, las desigualdades no
se atribuían a condiciones innatas irreversibles; por otro, se aspiraba a borrar la
jerarquización de base étnica, limitándola a la dimensión social. Ya no debía haber
indios, criollos, mulatos o mestizos, sino "pobres y ricos". Y ello afectaba no sólo a los
indios de las comunidades, vinculados durante tres siglos a la vida colonial, sino a los
considerados "bárbaros" o "salvajes", que habían de ser atraídos a la "vida social".
Con el correr de los años, esta imagen de la "nación cívica" iba a experimentar
una mutación importante. En 1845, a sólo dos décadas de la consumación de la
independencia, el argentino Domingo Faustino Sarmiento publicó un libro que había de
ejercer extraordinaria influencia en el ámbito hispanoamericano. En él -y a eso se debió
posiblemente el gran éxito de la propuesta- Sarmiento recogía en una metáfora
particularmente expresiva, una contradicción que ya estaba presente en el imaginario de
las élites: civilización o barbarie. Civilización era lo urbano y lo europeo, ya fueran
1980; sigue manteniendo su interés el libro ya clásico de M. MÖRNER: Race Mixture in the History of Latin America, Little, Brown, 1967. Por añadidura, es pertinente recordar aquí que la palabra "casta", en la tradición española, tiene el sentido contrario que en la británica: no indica fronteras infranqueables sino "mezcla". La sociedad de castas hispanoamericana es, por ende, una sociedad fundada en la "mezcla étnica".72 Ch. Hale, op. cit., p.177.
30
personas, ideas o sistemas sociales. Barbarie era el resto. La nación, para ser tal, debía
borrar o destruir lo bárbaro que había en su seno. "De eso se trata: de ser o no salvaje"73.
Y para no ser salvaje, era necesario "civilizar".
Lo que subyace a esta enunciación, en principio, no es tanto la pérdida de la fe
en la fuerza modificadora de las instituciones y la educación, como en el automatismo y
celeridad de su influencia. La "nación de ciudadanos" se veía obstaculizada en sus
efectos por "la abyección de muchos siglos", así como por el carácter diferencial y el
apego a sus costumbres de los elementos que era necesario "ciudadanizar"74. A partir de
esta concepción -que refleja una disminución del optimismo independentista- la nación
cívica, que había sido imaginada como una construcción incluyente, da paso a la
"nación civilizada", cuya imagen se irá asociando paulatinamente a la exclusión
"necesaria" de los elementos que no se adapten a ella.
Los términos de la exclusión no fueron ni mucho menos uniformes. En primer
lugar, en el imaginario liberal se fue imponiendo, como instrumento fundamental para
la construcción de naciones orientadas al progreso, la conveniencia de atraer
contingentes de inmigración europea; ya fuera española, como quería el mexicano
Mora, o del norte de Europa, según el argentino Alberdi. Pero en todos los casos,
expresa o implícitamente, la atracción de inmigrantes respondía a un mismo objetivo: la
fusión de la población nativa con elementos capaces de aportar rasgos que el imaginario
liberal asociaba a la configuración de la nación civilizada75: "Crucemos con ella [la
inmigración de origen británico] nuestro pueblo oriental y poético de origen; y le
daremos la aptitud del progreso y de la libertad práctica"76, afirmaba Alberdi. Más aún,
consideraba éste que la inmigración era condición previa de la civilización: "Se hace
este argumento: Educando nuestras masas tendremos orden; teniendo orden, vendrá la
población de fuera. Os diré que invertís el verdadero método de progreso. No tendréis
73 Domingo F. SARMIENTO: Facundo. Civilización y Barbarie (1845). Estamos utilizandola la edición de Hyspamérica, Buenos Aires, 1982, p.15.74 José María Luis MORA: "México y sus revoluciones" (1836), en Obras Completas, Sep, México, 1987, Vol.4, pp.61-63.75 Hasta fechas recientes, la inmigración europea a Hispanoamérica ha sido estudiada preferentemente a partir de enfoques demográficos, socioeconómicos o étnicos. No obstante, existe ya un creciente número de trabajos que abordan el tema desde la perspectiva del imaginario nacional. Cfr. entre ellos, T. HALPERIN DONGHI: "¿Para qué la inmigración? Ideología y política inmigratoria en la Argentina (1810-1914), en id., El Espejo de la Historia. Problemas argentinos y perspectivas latinoamericanas, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1987, pp.189-238; J.-P. BLANCPAIN: "Intelligentsia Nationale e Immigration Européene au Chili de l'Indépendence à1914", Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, Vol.18, 1981, pp.249-289; P. GARCIA JORDAN: "Progreso, inmigración y libertad de cultos en Perú a mediados del siglo XIX", Siglo XIX. Revista de Historia (Monterrey), No.3, 1987, pp.37-62; J. BOKSER-LIVERANT: "Identidad e integración nacional: México frente a la inmigración judía", Sixth Conference of the Latin American Jewish Association, Maryland, 1991; M. MARCONE: "El Perú y la inmigración europea en la segunda mitad del siglo XIX", Histórica, vol.XVI, No.1, 1992, pp.63-68; M. QUIJADA: "De Perón a Alberdi: selectividad étnica y construcción nacional en la política inmigratoria argentina", Revista de Indias, vol.LII, Nos.195-6, 1992, pp.867-888.76 Juan Bautista ALBERDI: Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina (1852), in Proyecto y Construcción de una Nación (Argentina 1846-1880), Bib. Ayacucho, Caracas, 1980, p.110.
31
orden, ni educación popular, sino por el influjo de masas introducidas con hábitos
arraigados de ese orden y buena educación"77. Pero la inmigración no entrañaba sólo
"civilizar las mentalidades": con un programa adecuado de colonización europea,
afirmaba Mora, México realizaría la fusión completa de los indios y la total extinción
de las castas: "Después de algunos años, no será posible señalar, ni aun por el color, que
está materialmente a la vista, el origen de las personas"78. Por ende, ya no se trataba
únicamente de naciones de ciudadanos, sino de ciudadanos "blanqueados" en el color, y
"europeizados" en la mentalidad y costumbres.
Este concepto de "exclusión por fusión", convivió con perspectivas más
drásticas. Hacia mediados de siglo, la paulatina proyección del poder central sobre las
áreas periféricas daría paso, por primera vez, a la vinculación del concepto de
"civilización" con el de "exterminio". Este último, surgido inicialmente en la década de
1840 como una alternativa extrema a la acción "civilizadora" -es decir, mencionado
como posibilidad pero rechazado como opción deseable79-, se iría imponiendo
paulatinamente en algunos sectores de las élites, como única solución a la pervivencia
de la "barbarie" en el territorio nacional. Por las mismas fechas, aparecen en los
periódicos hispanoamericanos opiniones favorables a la política indígena aplicada por
los Estados Unidos80.
Lo que subyacía a esta mutación era el convencimiento creciente de que lo
"bárbaro" no era "civilizable", porque las condiciones de la barbarie eran
biológicamente innatas. Como afirmara El Mercurio de Chile durante la campaña de
ocupación de la Araucanía, "El indio es enteramente incivilizable; todo lo ha gastado la
naturaleza en desarrollar su cuerpo, mientras que su inteligencia ha quedado a la par de
los animales de rapiña, cuyas cualidades posee en alto grado, no habiendo tenido jamás
una emoción moral". Por ello, agregaba en otro lugar, "No se trata sólo de la
adquisición de algún retazo insignificante de terreno, pues no le faltan terrenos a Chile;
no se trata de la soberanía nominal sobre una horda de bárbaros, pues esta siempre se ha
pretendido tener; se trata de formar de las dos partes separadas de nuestra República un
complejo ligado [...], en fin, se trata del triunfo de la civilización sobre la barbarie, de
la humanidad sobre la bestialidad"81. El indio heroico de la independencia, mito de la
77 Idem, p.93.78 J.M.L. Mora, op. cit., p.123.79 Sobre el surgimiento de este concepto en México ante el temor producido por los levantamientos de tribus fronterizas y la Guerra de Castas, véase Ch. HALE, op. cit., pp.244 y ss. 80 Un periódico de Veracruz, por ejemplo, "elogió la política india de los anglosajones porque por lo menos aseguraba la supervivencia de uno mismo, «que es la primera de las leyes», [y sostuvo] "que el conflicto entre las razas era inevitable y que las disposiciones humanitarias no harían sino aplazar el día en que se saldaran cuentas"; idem., pp.244-245.81 El Mercurio, Santiago, 24 de mayo y 5 de julio de 1859. Citado en J. PINTO RODRIGUEZ: "Crisis económica y expansión territorial: la ocupación de la Araucanía en la segunda mitad del siglo XIX", Estudios Sociales, No.72, trimestre 2, 1992, pp.85-126.
32
nacionalidad, se había convertido en una fiera carente de toda capacidad de
civilización.
Ahora bien, ese concepto biologicista que contradecía las creencias previas
sobre la potencial acción benéfica de las instituciones y la educación, no había surgido
de los intereses económicos y/o políticos de los nuevos Estados. Sus raíces se hallaban
en las corrientes del pensamiento europeo y norteamericano que desde principios de
siglo venían consolidando la noción de una escala jerárquica "biológica" de las razas;
convencimiento que tendió a desplazar del imaginario occidental la percepción ilustrada
de la diferencia como fruto de las influencias del clima, ambiente o educación82. Pero
estas concepciones, prestigiadas por su carácter de "pensamiento científico"83, al actuar
sobre el sustrato de antiguos prejuicios vinculados a formas tradicionales y jerárquicas
de relaciones interétnicas, fueron adaptadas e instrumentalizadas en aras de aquellos
intereses como factor múltiple de legitimación. De tal forma, la idea de una escala
biológicamente determinista de las razas humanas sirvió para justificar la pervivencia
de brutales prácticas de dominio, e incluso campañas genocidas, así como la relegación
de amplias capas de la población a la categoría, pretendidamente inamovible, de
"pueblo inconsciente", excluido de la identidad colectiva -y de los beneficios-de la
nación.
Ahora bien, el enorme prestigio y significación que se concedía en
Hispanoamérica a las corrientes intelectuales provenientes de Europa o del norte del
continente, da la medida de su capacidad de imponerse al imaginario de las élites. Por
ello, no es tanto su recepción y adopción por segmentos importantes de estas últimas lo
82 La recepción del pensamiento racial europeo en Hispanoamérica, fundamental para la comprensión de los procesos de construcción nacional, ha sido hasta el momento muy poco atendido por la historiografía. Algunas excepciones son M.-D. DEMELAS: "El sentido de la historia a contrapelo: el darwinismo de Gabriel René Moreno (1836-1908)", Historia Boliviana, vol.IV, No.1, 1984, pp.65-81; M. MONSERRAT: "La presencia evolucionista en el positivismo argentino", Quipu: Revista Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología, vol.3, 1986, pp.91-102; R. MORENO: "Mexico", en Th.F. Glick, ed.: The Comparative Reception of Darwinism, Chicago U.P., Chicago, pp.346-74; R. GRAHAM, ed., The Idea of Race in Latin America, 1870-1940, University of Texas Press, Austin, 1990; N.L. STEPAN: The Hour of Eugenics. Race, Gender and Nation in Latin America, Cornell U.P., Ithaca and London, 1991; E.A. ZIMMERMAN: "Racial Ideas and Social Reform: Argentina, 1890-1916", H.A.H.R., vol.72, No.1, pp.23-46; M. QUIJADA: "Los «Incas Arios»: Historia, lengua y raza...", op. cit. Para una reflexión general, ver id.: "En torno al pensamiento racial en Hispanoamérica: una reflexión bibliográfica", Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, vol.3, No.1, 1992, pp.110-129.83 Sobre la construcción de este paradigma por el pensamiento científico, y su consolidación en el imaginario occidental hacia mediados del siglo XIX, existe una extensa literatura. Véase entre otros, R. HORSEMAN: Race and Manifest Destiny. The Origins of American Racial Anglo-Saxonism, Harvard University Press, Cambridge, Massachussets, 1981; G.L. MOSSE: Toward the Final Solution. A History of European Racism, Howard Fertig, New York, 1978; W. STANTON: The Leopard's Spots. Scientific Attitudes Toward Race in America, 1815-1859, The University of Chicago Press, Chicago, 1969; G.M. FREDRICKSON: The Black Image in the White Mind. The Debate on Afro-American Character and Destiny, 1817-1914, Harper Torchbooks, New York, 1971; J.S. HALLER: Outcasts from Evolution. Scientific Attitudes of Racial Inferiority, 1859-1900, University of Illinois Press, Urbana, 1971; N. STEPAN: The idea of Race in Science: Great Britain, 1800-1960, The Macmillan Press Ltd., London, 1982; M. BANTON: Racial Theories, Cambridge University Press, London-New York, 1987.
33
que sorprende, sino el hecho de que esas ideas no consiguieran eliminar las
argumentaciones contrarias; argumentaciones que rechazaban el carácter innato de las
diferencias entre las razas, defendían la capacidad de la población "no blanca" para la
"civilización", y denunciaban las condiciones de vida como la causa última de las
diferencias entre los grupos humanos84.
En resumen, desde mediados del siglo XIX se impuso mayoritariamente la
imagen de una nación "civilizada", que mantenía la primacía de la dimensión
institucional y territorial, vinculada al concepto de una cohesión cultural fundada en la
exclusión de los elementos no asimilables y biológicamente "inferiores". Pero esta
imagen convivió con conceptualizaciones que rechazaban la posibilidad de esa
construcción excluyente, y que reclamaban la constitución de un tejido social unificado
sobre la base del derecho de toda la población a participar de los beneficios de la
nación.
Esta última imagen, tímida y minoritaria durante varias décadas, se haría más
insistente hacia finales de siglo y sobre todo al iniciarse el siguiente, cuando se
multiplicaron las alusiones públicas sobre los dudosos éxitos alcanzados en la
construcción de las respectivas naciones. Dos elementos fundamentales son señalables
en este proceso: por primera vez se estableció una diferencia entre la construcción del
Estado (que en ciertos países, como México y Argentina, era unívocamente considerada
como exitoso), y la de la nación, sobre cuya realización dudosa arreciaron las voces
críticas. Y, en estrecha vinculación a lo anterior, se fue afianzando en el imaginario de
las élites -o de un segmento creciente de las mismas- el retorno al ideal de una nación
incluyente.
Pero los fundamentos de la inclusión no eran ya los que poblaran el imaginario
liberal de las primeras décadas del siglo. No se trataba de una "nación de ciudadanos",
configurada naturalmente por influjo de la renovación institucional y una educación de
contenido cívico, sino de una comunidad amalgamada en la unidad de los ideales y por
la afirmación de una personalidad colectiva homogénea. Esa construcción volvía a
asociarse a la meta siempre ansiada del progreso, porque -se afirmaba ahora- la nación
con mayores probabilidades de engrandecimiento no era "la más rica", sino la que tenía
"un ideal colectivo más intenso"85. De tal manera, la imagen inicial de una nación
integrada por individuos industriosos, cohesionados en su lealtad al Estado civil, se
84 La convivencia e interacción de ambas concepciones ha sido puesta de manifiesto en numerosos trabajos de investigación. Véase por ejemplo, M. GONZALEZ NAVARRO: "Las ideas raciales de los Científicos, 1890-1910", Historia Mexicana, 4, 1988, pp.565-583; T.G. POWELL: "Mexican Intellectuals and the Indian Question, 1876-1911", Hispanic American Historical Review, 48, 1968, pp.19-36; M.S. STABB: "Indigenism and Racism in Mexican Thought, 1857-1911", Journal of Inter-American Studies, 1, 1959, pp.405-423; A. FLORES GALINDO: "República sin ciudadanos", en Buscando un Inca: identidad y utopía en los Andes, Lima, 1988, pp.257-286; J. TAMAYO: Historia del indigenismo cusqueño, Instituto Nacional de Cultura, Lima, 1980; L.E. TORD: El indio en los ensayistas peruanos 1848-1940, Editoriales Unidas, Lima, 1978; J. PINTO RODRIGUEZ , op. cit.; J.-P. BLANCPAIN, op. cit.; M. QUIJADA: "De Perón a Alberdi...", op. cit.
34
desplazaba a la de una comunidad en la que lo individual se subsumía en lo colectivo, y
la unificación de las lealtades se vinculaba a la homogenización de los universos
simbólicos.
Entre la "nación cívica" y la "nación homogénea" existían, por ende, diferencias
conceptuales y visiones distintas sobre los instrumentos idóneos para la realización de
la comunidad imaginada. Los procesos no eran automáticos y naturales, sino que
precisaban de la intervención consciente de las instituciones. No bastaba con la
integración política, ni siquiera con la social; era imprescindible alcanzar la integración
cultural plena. Además de la extensión efectiva de los derechos cívicos -aspiración
incumplida del imaginario independentista- la nación homogénea se fundaba en una
educación orientada a configurar una "cultura social" que borrara la heterogeneidad y
unificara los universos simbólicos; en la reivindicación de la tradición; en la
revalorización de lo propio frente a lo ajeno, y de lo específico frente a lo universal86.
En la imagen de la "nación homogénea" confluían así las tres dimensiones de la
nación -cultural, institucional, territorial- mediante la esfumación de la heterogeneidad
en un "yo" colectivo, en un mismo y único "espíritu nacional", en el que se integrara el
conjunto de la población sujeta a un mismo gobierno y habitando un mismo territorio.
Con ello, el proyecto de "etnización de la polity" alcanzaba su expresión más acabada.
Pero, como ocurriera a todo lo largo del siglo XIX, una cosa eran los
programas, y otra las realizaciones. La "nación homogénea" no logró borrar del
imaginario de las élites a la "nación civilizada", como ésta no lo hiciera tampoco con la
"nación cívica". La nación seguiría siendo un proyecto inacabado que, hasta el día de
hoy, se renueva en cada generación, reflejando las interacciones de viejas y nuevas
ideas, de aspiraciones no cumplidas y esperanzas inéditas, de prejuicios seculares y
ansias de transformación.
85 Víctor Andrés BELAUNDE: "Los factores psíquicos de la desviación de la conciencia nacional" (1917). En: Obras Completas. Meditaciones Peruanas (vol. II), Edición de la Comisión Nacional del Centenario, Lima, 1987, p.156.86 La imagen de "nación homogénea" comenzó a configurarse a finales del siglo XIX, pero su traducción en acciones prácticas de política y de gobierno no alcanzaría una dimensión significativa hasta las primeras décadas del XX. Para un análisis más detallado de este período, centrado en los casos comparados de México, Perú y Argentina, véase mi trabajo "La Reformulación de la Nación, 1900-1930", capítulo 2 de la parte II de la obra colectiva, A. ANNINO, L. CASTRO LEIVA y F.-X. GUERRA (ed.), De los Imperios a las Naciones. Ibéroamérica, Zaragoza, Ibercaja (en prensa). Desde distintas perspectivas han analizado algunos aspectos de este proceso, entre otros, M.-D. DEMELAS: op. cit. y Nationalisme sans nation? La Bolivie aux XIXe-XXe siècles, CNRS, 1980; J. DEUSTUA y J.L. RENIQUE: Intelectuales, indigenismo y descentralismo en el Perú, 1897-1931 , Centro de Estudios Rurales Andinos "Bartolomé de las Casas, Cusco, 1984; A. BASAVE BENITEZ: México mestizo. Anásis del nacionalismo mexicano en torno a la mestizofilia de Andrés Molina Enríquez , F.C.E., México, 1992; M.M. MARZAL: Historia de la antropología indigenista: México y Perú, Anthropos, Barcelona, 1993; A. LEMPERIERE: "D'une centenaire de l'Independence à l'autre (1910-1921): L'invention de la mémoire culturelle du Mexique contemporaine", in Mémoires en devenir., op… cit.; D. QUATTROCCHI-WOISSON, Un nationalisme de déracinés..., op. cit.; M. IRUROZQUI VICTORIANO: "¿Qué hacer con el indio? Un análisis de las obras de Franz Tamayo y Alcides Arguedas", Revista de Indias, Vol.LII, No.195-6, 1992, pp.559-588.
35
IMAGINANDO EL PASADO: EL MITO DE LAS RUINAS DE PALENQUE.
1784 -1813
Rosa CASANOVA*
Describir el imaginario comporta siempre riesgos; nos movemos en el
campo de las incertidumbres, las vaguedades, las ambigüedades. Por otro lado, las
certezas son ya parte de nuestro bagaje historiográfico, un poco desgastado; y acercarse
al imaginario tiene la ventaja de recuperar esa gama de grises que constituyen las
tensiones internas del tema unificador de este libro: la nación.
Desde esta perspectiva, propongo al lector asomarse a unos sucesos
marginales de las postrimerías del imperio español, un teatro en el que los hechos, los
actores, los diálogos y los comentarios son emblemáticos de las maneras divergentes de
percibir las antigüedades americanas en el contexto de un pasado histórico constitutivo,
junto a tantos otros elementos, del sentimiento de pertenencia a una nación.
Todo gira alrededor de unas ruinas famosas hoy, meta de masivos viajes,
pero desconocidas en 1784. El sujeto: el inicio de la reconstrucción consciente del
pasado indígena de Chiapas a través de tres expediciones a las ruinas de Palenque,
organizadas desde la capital de la Capitanía general de Guatemala. El escenario podía
definirse en ese entonces como una región de frontera, poblada por algunos españoles,
pocos criollos, un mayor número de mestizos o ladinos e indígenas en una apabullante
proporción. Los actores principales, casi todos personajes oscuros, escenifican las
actitudes, posturas y acciones del historiar las antiguas culturas americanas. El alto
oficial español ilustrado con su contrapartida provincial, junto a otros servidores del
imperio, el arquitecto mayor y el militar español en servicio; el historiador oficial de
Indias y los intelectuales de provincia. Tenemos obviamente referencias a los
protagonistas de la historia y, sobre todo, el convidado de piedra, el indígena que,
jamás interrogado directamente, marca la acción. Nos ubicamos en el breve período
antes de la ruptura con la metrópoli, en que parecían reforzarse los lazos con ella
gracias al interés político y científico -síntomas de un declarado interés económico-
demostrado por el régimen borbónico. A la vez, no se puede olvidar que es también el
período de duras acusaciones de la Europa ilustrada contra la gestión española en
América y, más importante para nuestra narración, contra la misma capacidad de los
americanos.87
* Centro de Estudios de México en Italia. 87 Estos temas han sido ampliamente estudiados, recuerdo tan solo algunas de las obras más recientes, además de la pionera de Antonello GERBI, La disputa del Nuevo Mundo, México, Fondo de Cultura Económica, 1982 (2a ed. corregida y aumentada; ed. en italiano 1955); Michèle DUCHET, Antropología e historia en el siglo de las luces, México, Siglo XXI editores, 1975 (ed. en francés
36
Por supuesto, los eventos representados pueden ser leídos en diferentes
registros, del más simple que remonta al inicio de la arqueología maya -y más en
general, de la americana- a nuestro tema, la reconstrucción de la memoria histórica
criolla y del proceso cultural que la genera.88 Algo que, al fin y al cabo, parece inasible
pues toca la esfera de la sensibilidad y la tradición, a través de una compleja
imbricación de argumentos, indicios y documentos disímiles. Se trata pues de analizar
la ubicación cultural y no política de estos eventos y sabemos bien que la cultura, como
el pensamiento, no es lineal; en ella operan presupuestos e informaciones de orígenes
heterogéneos, frecuentemente contradictorios pues provienen de áreas de la actividad
humana y de períodos históricos diversos.89 La cuestión se vuelve aún más compleja
cuando, como en este caso, se alude a una región periférica del imperio español.
Para entrar de lleno en lo que presumiblemente el lector espera, aclaramos
que buena parte del discurso histórico que se genera alrededor de estos sucesos todavía
hace referencia al viejo concepto de nación, el de pertenencia común a la nación
española, determinada por la fidelidad al soberano y por la unidad de religión y
lengua.90 Concepto que en términos de intención debía también englobar al segmento
indio, pero que en la realidad lo relegaba a un estado de sumisión, aunque
tendencialmente hubiera podido incorporarlo a través de la evangelización y la
aculturación. Por otra parte, advertimos ya indicios de algunos de los elementos que
pocos años más tarde permitirán hablar de una nueva nación. Estos referentes,
seleccionados a la par de otras opciones culturales, generarán una invención histórica
que llamamos memoria la cual, a su vez, participará del proceso de gestación de la
nación independiente.91 ¿Memoria de qué y de quién y, sobre todo, para qué y para
quién? surgen como primeras preguntas. Ciertamente se trata de elementos de ésta que
1971); Anthony PAGDEN, La caduta dell'uomo naturale, Turín, G. Einaudi Editori, 1989 (ed. en inglés 1982); Antonio ANNINO, "I paradossi occulti del V Centenario. Note gerbiane per una Verfassung ispanoamericana" en Quaderni Storici, 81, a. XXVII, n. 3, dic. 1992; Ricardo GARCIA CARCEL, La leyenda negra. Historia y opinión, Madrid, Alianza Universidad, 1992.88 La historia de la arqueología se ha ocupado poco de los inicios de la americana, pero existen tres estudios específicos: Ignacio Bernal, Historia de la arqueología en México, México, Editorial Porrúa, 1979; y José ALCINA FRANCH, Manual de arqueología americana, Madrid, Aguilar, 1965 y El descubrimiento científico de América, Barcelona, Anthropos, 1988. Entre los trabajos que tocan el problema de la construcción hispanoamericana de una identidad y memoria: Serge GRUZINSKI, La colonisation de l'imaginaire, Paris, Gallimard, 1988; Nicholas CANNY y Anthony PAGDEN (eds), Colonial Identity in the Atlantic World, 1500-1800, Princeton, Princeton University Press, 1989; David A. BRADING, Orbe indiano, México, Fondo de Cultura Económica, 1991.89 Utilizo el término de cultura no como una categoría ontológica sino epistemológica, tal como se propone en la nueva crítica antropológica, especialmente Harold MAH, "Undoing Culture" en Theory, Method and Practice in Social and Cultural History, P. KARSTEN y J. MODELL (eds), Nueva York-Londres, New York University Press, 1992.90 Para una discusión sobre los diferentes, y variantes, conceptos de nación a fines del s. XVIII en el ámbito hispanoamericano, cfr. François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, Madrid, MAPFRE, 1992, caps. V y IX.91 Cfr. Ernst GELLNER, Nations and Nationlism, Oxford, Basil Blackwell, 1983, especialmente el cap. 4.
37
no repercuten directamente en el pensamiento político, mucho menos en la acción
política. Son fragmentos de una visión del mundo que para los españoles agrega una
pieza más al opulento mosaico de su imperio, mientras para los criollos enriquece sus
reinos.
Conocemos bien la pasión por historiar que impregna el siglo XVIII, casi
una moda, atractiva por su objeto de estudio, la historia civil y no el espacio religioso o
el de los actos nobles o heroicos, como lo había sido hasta entonces. Se privilegia ahora
el conocimiento de los pueblos, sus leyes, costumbres y economía. Así la historia
adquiere un valor normativo que parece configurar una ciencia de las naciones.
Seguramente el efecto de la historia natural es determinante: la ciencia que permite la
clasificación de todos los componentes de la naturaleza, incluído el hombre, estudiado
en su agrupamiento social, los pueblos. En la península esta pasión se vuelve casi
obsesiva, dando lugar a reflexiones sobre los orígenes en todas las ramas del saber.
Como señala Maravall, los forjadores de esta concepción de la historia eran
profesionistas, funcionarios civiles y militares, magistrados, educadores y religiosos, un
nuevo grupo ajeno al poder tradicional.92 Personajes interesados en llevar a cabo una
evaluación crítica de la cultura española que coadyuvara a la integración de la nación al
fomentar el sentimiento patriótico: una labor que presuponía el exhaustivo rescate de
fuentes y, a veces, su publicación; la revisión crítica de la historiografía; el trabajo de
campo, como lo llamaríamos hoy, a través de las expediciones y de los cuestionarios
enviados a todos los rincones del imperio. Detrás de todo ello, la ilusión que con el
nuevo conocimiento se podría reformar no sólo la historia, sino la sociedad, el
gobierno, el hombre mismo.
Pero esta reflexión adquiere matices angustiosos cuando se traslada a los
historiadores americanos -los que hoy identificamos como tales-, que ni siquiera se
encuentran aunados por el trabajo intelectual, a excepción quizá de los jesuitas
exiliados. Son la versión americana de ese grupo descrito por Maravall; personajes en
los bordes del poder, situación agravada por el hecho de ser criollos o, peor aún,
mestizos. Su tarea, por tanto, se tiene que enfrentar con su propia marginalidad, pero
sobre todo con un objeto de estudio substancialmente diferente: el nuevo mundo, sobre
el que hay que historiar y justificar todo. Y es exactamente ésta la operación que no
tienen que realizar los europeos. Pensemos -por mencionar un ejemplo relevante para
nuestra narración- que para las excavaciones de Pompeya y Herculano, realizadas a
partir de 1738, se creía saber todo de la cultura clásica e, inclusive, se tenía la
descripción de su desaparición; excavar significaba así recuperar material artístico que
profundizaría el conocimiento y, fundamentalmente, enriquecería las colecciones
92 Cfr. el ensayo de José Antonio MARAVALL, "Mentalidad burguesa e idea de la Historia en el siglo XVIII" en Estudios de la historia del pensamiento español (siglo XVIII), Madrid, Biblioteca Mondadori, 1991, pp. 113 - 138.
38
reales.
Los americanos necesariamente tuvieron que afrontar la historia antigua del
continente, lo cual significaba explicar la presencia indígena y su génesis,
reconciliándola con la concepción corriente entonces que sólo admitía un origen único
del hombre. De ahí podían proceder a integrar su pedazo de América -su patria- en el
conjunto de la nación española. El patriotismo criollo, privado aún de una perspectiva
independentista, debió incorporar el pasado indígena como un principio que daba lustre
a los reinos y provincias americanos y, de ahí, al imperio español.93 La manera de
incorporarlo dependerá del pasado indígena al que se hace referencia, uno glorioso
como el azteca o el inca que permiten aludir a una antigüedad clásica indiana, o uno del
cual ni siquiera se sabe el nombre, como es nuestro caso. La falta de documentos
fiables y reconocibles orillan al empleo de fuentes fragmentarias y de difícil
sometimiento a un análisis crítico como ya se exigía en Europa: ruinas, códices,
crónicas de los primeros europeos.94 Empresa que se vuelve más abigarrada cuando es
acometida por eruditos provinciales de escasa formación intelectual, como nuestros
actores. Ellos, cuando se limitaron a describir el sitio y relatar sus observaciones
directas, lograron mantener un digno nivel de coherencia; el problema surgía al tener
que ofrecer una explicación globalizadora -de cualquier manera imposible en la época
por la falta de un modelo-, donde el mayor o menor grado de invención dependerá de la
capacidad personal de cada uno.
Así gran parte de la historiografía criolla hasta mediados del siglo XIX
oscilará, como en este caso, precisamente entre la necesidad de conocimiento nuevo
avalado por un espíritu crítico y la necesidad de explicar y justificar la antigüedad
americana.
1. El primer reconocimiento
93 Me refiero al patriotismo criollo en un sentido blando, como un fenómeno que necesariamente tuvo que generarse al vivir los criollos una realidad diversa a la de España, fundamentalmente por la presencia indígena. Al respecto, y polarizando, encontramos una corriente que privilegia la existencia de un nacionalismo criollo activo desde el siglo XVI y otra que plantea la unidad hispánica. Cfr. dos ejemplos en la historiografía europea: F.X. Guerra, op. cit. y D. Brading, op. cit.94 Obviamente, resalta la obra de Francisco CLAVIJERO, Storia antica del Messico, Cesena, 1780-1781, 4v; traducida al español en 1826. Para mantenerme en el ámbito del estudio, cito solamente las obras, algunas manuscritas, que se refieren a la Capitanía de Guatemala y que circulaban a finales del siglo XVIII. Un primer lugar lo ocupan los escritos de Bartolomé de LAS CASAS, especialmente la Apologética historia..., conocida al menos en las referencias de otros autores como Jerónimo de MENDIETA y Juan de TORQUEMADA; Antonio de REMESAL, Historia general de las Indias occidentales..., Madrid, 1619; Bernal DIAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Madrid, 1632; Francisco A. FUENTES Y GUZMAN, Recordación florida..., ms. de 1689 publicado en 1882; de autor anónimo -seguramente un fraile dominicano-, Isagoge histórico apologético..., ms. de inicios del siglo XVIII editado en 1892; Juan de VILLAGUTIERRE SOTO-MAYOR, Historia de la conquista de la provincia de el Itza... , Madrid, 1701; Francisco NUÑEZ DE LA VEGA Constituciones Diocesanas del Obispado de Chiapa, Roma, 1702; Francisco XIMENEZ, Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala, ms. de 1720 publicado en 1929-1931.
39
El 13 de diciembre de 1784 el Teniente de Alcalde mayor de Santo
Domingo del Palenque, José Antonio Calderón, cansado y mojado, observaba a los
indios y ladinos que, no muy lejos de donde se resguardaba, continuaban fatigosamente
a cortar la maleza que cubría los edificios. Se preguntaba qué encontrarían esta vez. De
cualquier manera estaba decido a no proseguir con el desmonte: hacía ya tres días que
estaba ahí, a merced de la lluvia y los mosquitos.95 Había decidido terminar los dibujos
de los relieves que le habían gustado y que, con gran dificultad y consciente de sus
deficiencias, había tratado de reproducir. Así podía partir la mañana siguiente con sus
trabajadores. Ya al abrigo de su casa, y después de una buena comida, comenzaría a
escribir su informe.
En puntual obediencia a la orden que le expidiera el 28 de noviembre el
Presidente y Capitán General de Guatemala José Estachería, Calderón se había
precipitado a aquel paraje, que en su pueblo llamaban Casas de Piedra. Eran tiempos de
anunciados cambios y hasta en Palenque había que hacer méritos en la revolucionada
administración real. De aquellas Casas se tenían noticias ciertas desde 1746, cuando el
licenciado Antonio de Solís había llegado como cura de Tumbalá, con visita en
Palenque. Los parientes que lo acompañaban se habían dedicado a cultivar nuevos
terrenos, topándose un día con las ruinas y difundiendo posteriormente la noticia.96. Por
su parte Calderón debió encontrarse en varias ocasiones con restos de antiguos edificios
en sus recorridos por la zona; nunca les había prestado atención. Después de todo, a un
funcionario español como él ¿de qué le servían un montón de piedras que nadie sabía
de dónde venían? Otras eran sus preocupaciones. Ocupaba su puesto desde 1750 y
durante esos 34 años había tomado parte en tres campañas, como Capitán de milicias,
"atajando, y apaciguando acontecimientos de sublevaciones" de los indios lacandones,
como él mismo decía.97
95 Las narraciones de las expediciones se basan en los expedientes que se conservan, junto con los dibujos que acompañaban los informes, en el Archivo General de Indias (AGI), Audiencia de Guatemala, exps. 256, 471 y 645; y Mapas y Planos Guatemala, 256 - 260. Una copia antigua se encuentra en el Archivo Histórico de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia de México (AHBNAH), Col. Antigua, Papeles varios, vol. 253. Fueron reproducidos por vez primera en el libro de Diego ANGULO IÑIGUEZ, Planos de monumentos arquitectónicos de América y Filipinas existentes en el Archivo de Indias, T. II: Estudio de los planos y de su documentación, Sevilla, Laboratorio de Arte, 1939. Pocos años después los retomó, junto con otros valiosos documentos Ricardo CASTAÑEDA PAGANINI, Las ruinas de Palenque. Su descubrimiento y primeras exploraciones en el siglo XVIII, Guatemala, Publicación del Ministerio de Educación Pública, 1946. A partir de entonces, han sido objeto de algunos estudios y reproducciones. La última edición completa del material es de Paz CABELLO CARRO, Política investigadora de la época de Carlos III en el área maya, Madrid, Ediciones de la Torre, 1992.96 Fue a través de un miembro de la familia Solís que se enteró Ramón Ordóñez y Aguiar, uno de nuestros personajes principales, según la versión que proporciona en "Fragmentos al Obispo de Chiapas hacia el año de 1790", manuscrito que copiara José Fernando RAMIREZ en "Apéndice Ixtlilxóchitl" conservado en AHBNAH, Col. Antigua, 226, pp. 124-154.97 Estos grupos se consideran los ancestros de los que hoy llamamos lacandones. Según Bricker, durante el período colonial Lacandón era un término geográfico y no cultural o lingüístico, que
40
En realidad, varios grupos indígenas se habían mantenido independientes,
escondidos y esparcidos por la selva, levantándose en armas periódicamente y
practicando algunos de sus antiguos ritos. A los ojos de los españoles y criollos, además
de representar una amenaza, constituían un mal ejemplo, un imán para los indios
cristianizados. Durante su visita a la diócesis en 1778, el obispo de Chiapas Francisco
Polanco redactó un informe al rey explicando la situación: debido al exceso de cargas
tributarias
“el juicio de los indios está turbado, o confundido... Por lo que toman el alivio de su pasión, irse
a vivir con los infieles lacandones ... y con otros han huido a diversos montes en donde pasan su
vida sin Dios, sin Rey, y sin ley”.98
Palenque precisamente se encontraba en el límite entre la zona tzeltal, chol
y el llamado despoblado, refugio de estos grupos. Este había sido el carácter del pueblo
desde su fundación llevada a cabo, alrededor de 1560, por un dominico, fray Pedro
Lorenzo, como misión para los indios de habla chol que había evangelizado. En los dos
primeros siglos de vida colonial, Palenque dependió de los pueblos más importantes a
su alrededor, Ocosingo, Tila y Tumbalá.99 Sólo el desarrollo de un tráfico, no sólo
ilícito, con los puertos de Campeche, Presidio del Carmen o Tabasco, en el último
tercio del siglo XVIII, lo había hecho un naciente nudo comercial.100
En aquellos años la convivencia entre los pocos españoles, algunos criollos
y un número mayor de ladinos, con la masa de población indígena resultaba pacífica,
pero el Teniente de alcalde sentía la necesidad de mantenerse alerta.101 No se había aún
connotaba a los diferentes grupos indígenas del noreste del actual estado de Chiapas con los cuales el gobierno español había establecido una paz precaria, después de años de intentos por someterlos. Cfr. Victoria Reifler BRICKER, The Indian Christ, the Indian King, Austin, University of Texas Press, 1981, pp. 43-52; así como el documentado libro de Jan de VOS, La paz de Dios y del Rey. La conquista de la Selva Lacandona (1525 - 1821), México, Fondo de Cultura Económica, 1988.98 Fue fundamental para la cultura chiapaneca la existencia de estos grupos que no habían sido cristianizados; será uno de los temas recurrentes en las crónicas, informes y documentos sobre la región. La cita está en Alma M. CARVALHO SOTO, "Teoría y práctica de la ilustración en Chiapas de las Reformas borbónicas a la Independencia", México, tesis de maestría UAM-Iztapalapa, 1988, pp. 123-132. He modernizado la ortografía de los escritos.99 A pesar de que en 1786 se introdujo el régimen de intendencias en Chiapas, estableciéndose en Ciudad Real, la forma de gobierno continuó siendo la tradicional; sólo en 1804 Palenque fue nombrada subdelegación. Cfr. CARVALHO, p. 136.100 Un informe del Intendente Agustín de las Cuentas y Sayas informaba que un vecino de Palenque en 1793 aconsejaba abrir un camino para fomentar ese comercio, "por la vía del pueblo de Palenque, que es el único arbitrio para que puedan resucitar estas dichas provincias, y con el tiempo ser las más floridas sí por la fertilidad de sus tierras, como de los frutos exquisitos que produce [los cuales] por falta de giro y comercio ni se extren, ni se cultivan..." Por otro lado, permitiría "recoger de los montes la gente que por varias causas se hallaban avecinados en ellos, careciendo de los auxilios espirituales de su religión y sin servir de utilidad alguna al demás vecindario de estas provincias..."; en CARVALHO, op. cit., pp. 154-155.101 Utilizo el término ladino, propio de Chiapas, para referirme a los mestizos. Un padrón tardío de 1814 da para el Partido de Zendales, al que pertenecía Palenque, un total de 639 españoles, 29, 895
41
borrado del todo la memoria de la sangrienta revuelta tzeltal de 1712 ni de los
periódicos motines que marcaron la vida chiapaneca, fruto de una mezcla explosiva: la
resistencia al pago de tributos y a los repartimientos, con el culto a santos y vírgenes
con una fuerte connotación mesiánica.102
En tal contexto era impensable que Calderón se interesara por dar a conocer
elementos que podían reforzar la cultura india ante los ojos de la minoría blanca y, así,
aumentar el miedo por las rebeliones. Año y medio después del reconocimiento de las
ruinas, en agosto de 1786, su hijo Manuel José Calderón, párroco de Palenque y
Tumbalá, pedía permiso para convertir un grupo de "caribes del monte", es decir,
lacandones de habla yucateca que mantenían "sobresaltados, desinquietos" a españoles
y ladinos.103 Para esa minoría blanca los indígenas eran holgazanes, mentirosos,
"idólatras", mano de obra cautiva en el mejor de los casos. Sabemos que Calderón -y
con él, su familia- hizo carrera, controlando parte de los oficios públicos y del comercio
ilícito de la zona. Para 1790, el Teniente era juez del partido de Palenque y
Subdelegado de la Intendencia y Administración de las Reales Rentas, además de cubrir
el puesto de capitán de milicias.104 Una buena carrera que aparentemente no le produjo
riquezas y que no le habría seguramente concedido la fama póstuma, si no hubiese
participado al descubrimiento de las ruinas, tarea que, con razón, no consideraba parte
de sus obligaciones.
El Capitán general de Guatemala le había pedido expresamente que reuniera
toda la información local, en particular las tradiciones que pudieran dar luz sobre la
antigüedad o la fundación del sitio. Calderón referirá que a pesar de las "...diligencias
muchas que he hecho, ya con el halago, ya con la amenaza, valiéndome de otros
ardides; no ha habido quien me dé razón de lo que esto fué, o quien haya sido el
indios y 489 ladinos. Reproducido en Antonio GARCIA DE LEON, Resistencia y utopía, México, Ediciones Era, 1985, p. 140. 102 Es ambiguo el papel que la población indígena de Palenque jugó en el levantamiento de 1712, en algunos estudios parece haber participado, junto a las otras dos poblaciones chol de la zona, Tila y Tumbalá; otros señalan que la población estuvo exenta del pago de tributos por algunos años, gracias a su no participación. Sobre este movimiento, uno de los más importantes en la historia de los reinos americanos, cfr. BRICKER, op. cit., pp. 55-69; Severo MARTINEZ PELAEZ, Motines de indios. La violencia colonial en Centroamérica y Chiapas, Puebla, UAP - Centro de Investigaciones Históricas y Sociales, Cuadernos de la Casa Presno, s.f., p. 238. 125-167; y Herbert S. KLEIN, "Rebeliones de las comunidades campesinas: la República Tzeltal de 1712" en Ensayos de antropología en la zona central de Chiapas, N. MCQUOWN y J. PITT-RIVERS (recop), México, Instituto Nacional Indigenista, 1970, pp. 149-170.103 AGI, Audiencia de Guatemala, leg. 645, abril 1790.104 No se entiende a qué subdelegación se refiere la carta del hijo pues, como ya dijimos, Palenque no es reconocida como tal hasta 1804. Por otro lado, sabemos que para 1808 es Subdelegado de Palenque José Antonio Calderón que, en caso de tratarse de nuestro Teniente, debía tener al menos unos 80 años. A pesar de los nombramientos, el hijo se lamenta de la pobreza de sus padres y hermanos. BRICKER, pp. 49 y 52; VOS, op. cit., pp. 224-227 y 443-444; PAILLES HERNANDEZ, M. C. y R. NIETO CALLEJA, "Primeras expediciones a las ruinas de Palenque", en Arqueología, Segunda época, no. 4, México, 1990, pp. 97-128; y v. II del Archivo de Documentos de Chiapas en la Biblioteca Orozco y Berra del INAH.
42
fundador..."; será el único a interrogar indios y ladinos. Es interesante señalar esta
ausencia de leyendas sobre Palenque, una diferencia fundamental con las ruinas de
Yucatán, por ejemplo.105 En cambio Calderón repetirá lo que había oído decir: que la
ciudad fue realizada o por romanos, o por señores de España durante la ocupación mora
o por habitantes de Cartago. ¿Cuáles eran sus fuentes?, se trata de "hipótesis" que eran
de dominio común y además su hijo, como cura, pudo conocer algunas de las crónicas
sobre América, como la de Gregorio García o la de Torquemada.
La carta del Capitán general explícitamente asentaba que el examen de la
ciudad podía "...producir luces para la mayor ilustración de los fastos de la Historia
Antigua y moderna; y siendo semejantes inventos dignos de todo mi cuidado, por lo
que pueden conducir a los fines dichos, y honor de la Nación ...", la española
evidentemente. Así prevenido, Calderón encontró "ocho Casas, y inclusive un Palacio
que por su estructura y magnitud no pudo ser menos". Todo ello le obligó a reconocer
que "... la obra es suntuosísima aunque si tosca en su fábrica, y por lo tanto de gran
firmeza", la corte de un poderoso rey.
Nos adentramos aquí en uno de los mayores problemas que plantean los
informes: una admiración por las ruinas que parecería contrastar con la valoración del
indígena, especialmente en Chiapas. Sin embargo, para el Teniente no existía una
discrepancia con su opinión de los nativos; claramente se trataba de la obra de un
pueblo desconocido y civilizado, que no podía tener ninguna relación con los indios,
miserables e incivilizados como le aparecían.
El conocimiento del territorio y de su naturaleza permitieron a Calderón
dar, a pesar de su escasa instrucción, una versión realista del sitio en su corto informe,
fechado el 15 de diciembre. De esta manera cumplía abundantemente con las
expectativas de Estachería quien, consciente de los límites y virtudes de sus
funcionarios, tan solo pretendía una primera incursión que confirmase la existencia del
sitio, para así "formar idea del método, reglas, e instrucciones sobre que debo
providenciar una exacta revisión".
2. Los antecedentes
El Presbítero chiapaneco Ramón Ordóñez y Aguiar, actor omnipresente en
todo nuestro relato, reclamaba ser el difusor de la noticia sobre Palenque. Habría sido él
quien avisó al Capitán general Estachería, a través de su hermano José que se
105 Sin duda, fue resultado del total abandono del sitio al final del período clásico sin ser reutilizado, aparentemente, durante el postclásico. De otra parte el movimiento de población generado por la conquista ubicó en las cercanías de las ruinas grupos indígenas que no tenían ningún vínculo con ellas. Sólo el continuo trabajo arqueológico y antropológico en la zona desde fines del siglo, hará generar leyendas.
43
encontraba en la ciudad de Guatemala.106 Dudoso, el Capitán general confirmó la noticia
con el Provincial de los dominicanos, fray Tomás Luis de Roca, quien sabía de las
ruinas. Contaba, en 1792, que era él quien había informado a Estachería pues su deseo
"siempre ha sido, el que una obra tan útil al Estado, no quedase sepultada en el
olvido...", confirmando así su fidelidad a la Corona.107 El dominico recordaba que el
primero en describirle la ciudad había sido Fernando Gómez de Andrade, Alcalde
Mayor de Ciudad Real, hijo de un alto funcionario de la Audiencia de Quito. Criollo
ilustrado con una curiosidad científica por las antigüedades se dirigió al sitio alrededor
de 1773, facilitado el viaje por las atribuciones de su cargo y posiblemente solicitando
ayuda a Calderón. En su opinión "esto del Palenque no es cosa de Indios, son Fábricas
de mucha solidez, de mucho arte...", de mayor antigüedad que los naturales de la zona.
Despertada su curiosidad, el Teniente general de la Alcaldía también realizó una visita.
Llegó a penetrar en un edificio, haciendo un hoyo en una bóveda, pero el sitio le inspiró
miedo, en parte por la abundancia de alimañas, y se retiró. Le parecía que la única
manera de tener noticias era "mandando el Soberano avocar porción de gente desde
últimos de Noviembre, hasta últimos de Marzo, a rozar todo el Monte, y después de
seco pegarle Fuego; ...o si no que los Pueblos Vecinos fueran todos a Milpear a
aquellos parajes y así se fuera descubriendo."
Resultan relevantes dos hechos entorno a estas testimonios: la convergente
curiosidad de tantos personajes de la vida pública guatemalteca y, específicamente
chiapaneca, por esa misteriosa ciudad, y el que no diera por resultado la promoción de
una expedición oficial en ese entonces. Como explicación del interés debemos recordar
el clima cultural del imperio hispanoamericano que, entre otros elementos que
reconocemos como ilustrados, era proclive a la historia antigua americana desde el
reinado de Felipe V y sobre todo en el de Carlos III. Referidos a hechos y eventos
únicamente hispanoamericanos, se pueden enumerar: la voluntad de reunir información
sobre la población y asentamientos americanos desde 1741; el inicio de las
expediciones científicas a América con aquella franco-hispana de Charles M. de la
Condamine, Jorge Juan y Antonio de Ulloa en 1735, que producirá resultados a partir
de 1746; la publicación de libros con temáticas americanas como el de Lorenzo
Boturini en el mismo año; la fundación de un Real Gabinete de Historia Natural en
106 El hermano de Ordóñez era vicario del curato de Chamula, cercano a Ciudad Real; por esa época se encontraba suspendido por un problema con el Capitán de Dragones provinciales, que se convirtió en un enfrentamiento de jurisdicciones entre el Justicia mayor de Chiapas y el Provisor capitular de Ciudad Real. En el pleito intervino Ramón Ordóñez como Promotor fiscal del Obispado de Chiapas. Documentos históricos de Chiapas, año IV, n. 6, en.-jun. 1956, pp. 75 - 99. La información sobre éste se encuentra en Ordóñez, "Fragmentos...", op. cit. y en E. C. BRASSEUR DE BOURBOURG, Lettres pour servir d'introduction à l'histoire primitive des nations civiliseés de l'Amérique Septentrionale , México, Imprenta de M. Murguía, 1851, pp. 4-14.107 Manuel BALLESTEROS GABROIS publicó tres cartas de Roca y San Juan sobre esta aventura, que aportan datos y redimensionan el papel jugado por Ordoñez; Nuevas noticias sobre Palenque en un manuscrito del siglo XVIII, México, UNAM-Cuadernos del Instituto de Historia, 1960.
44
1752 y en 1771, que solicitaba material americano para sus colecciones; las
resoluciones del Consejo de Indias y de la Academia de la Historia para la elaboración
de una historia y geografía de América en 1762-1765. Por otro lado, hay que recordar
que 1773 es el año de los grandes terremotos que obligaron a transferir la capital de la
Audiencia.108
La capacidad demostrada por Estachería para organizar las expediciones
hacen pensar en una afición personal, aunque su carrera, principalmente militar, no da
señales de ello.109 Como alto funcionario del imperio, obligado a mantenerse al día,
debió leer las Noticias americanas, escritas por Antonio de Ulloa en 1772, considerada
como fuente fidedigna por todos los ilustrados, inclusive Prévost, Voltaire, Robertson,
Raynal. El subtítulo del libro es ya en sí un programa: Entretenimientos Phisico-
Históricos, sobre la América Meridional, y la Septentrional. Comparación General de
los Territorios, Climas y Producciones en las tres especies, Vegetales, Animales y
Minerales, Con Relación particular de las Petrificaciones de Cuerpos Marinos. De los
Indios naturales de aquellos países, sus costumbres y usos, De las antigüedades,
Discurso sobre la Lengua y sobre el modo con que pasaron los primeros Pobladores.110
Ulloa, con una larga experiencia en territorio americano, estaba convencido
de que después del descubrimiento de América no se había procedido con suficiente
ahínco a "conocer lo que encierra de raro, haciendo poco aprecio de esta parte, como
menos apetecible...". Por ello eran escasos los estudios relacionados
“a la física terrestre, a las antigüedades, a las costumbres y al carácter, al genio e inclinaciones
de aquellos habitantes en su estado natural, y en el que tienen después de haber entrado bajo de
otra dominación, ofreciendo cada uno de estos asuntos no pocas particularidades en qué ocupar
el juicio, que son otros tantos documentos para el conocimiento del mundo y de las variedades
que encierra”111.
108 El Capitán general tuvo que imponer, a despecho de una fracción de las élites locales, el traslado, que obviamente conllevaba un cambio en el equilibrio interno de la Capitanía. Cfr. Wilbur E. MENEARY, "The Kingdom of Guatemala during the Reign of Charles III, 1759 - 1788", tesis de doctorado, Univ. of North Carolina - Chapel Hill, 1975. 109 Escogido por Matías de Gálvez -prototipo del alto funcionario ilustrado, siendo hermano del famoso José- como su sucesor, Estachería había llegado con éste a la Capitanía en 1778 como Brigadier de Infantería, distinguiéndose en la campaña contra los ingleses. Como recompensa había sido nombrado gobernador y comandante general de la provincia de Nicaragua, puesto en que duró poco pues recibió el nuevo nombramiento en 1783. De regreso a España recibió el nombramiento de Mariscal de campo. MENEARY, op. cit., p. 24-26 y J. Antonio VILLACORTA C., Historia de la Capitanía General de Guatemala, Guatemala, Tipografía Nacional, 1942, p. 79.110 A los temas que nos interesan dedicaba seis capítulos. Cfr. Francisco de SOLANO en su "Estudio Preliminar" en Antonio de Ulloa y la Nueva España, México, UNAM-Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1987.111" Fragmento de la introducción, citado por SOLANO, ibid., p. LII. No hay que olvidar que en el siglo XVI las relaciones de la historia indígena se integran al resto de los datos requeridos por la Corona; reunidas como elementos de apoyo para la evangelización denotan, sin embargo, la curiosidad de los frailes evangelizadores por un pasado diverso. Esa curiosidad se concretaba en una descripción, a veces pormenorizada, de los restos materiales de esas culturas. A través de algunas de estas relaciones
45
Un discurso que presuponía la experiencia de la historia natural a partir de
Linneo. En esta visión, el hombre también debía ser clasificado y, por lo tanto, descrito
con las mismas exigencias de las otras especies. Evidentemente, el hombre que era
objeto de estudio no era el civilizado, sino aquél ajeno a la sociedad europea, el
indígena americano, por ejemplo. Estos estudios presuponían un desarrollo histórico del
hombre, una serie de etapas sucesivas que portarían a la última, la civilización
occidental.112 La observación del indígena -que evidentemente no había alcanzado ese
grado de progreso- arrojaría luz sobre los estadios anteriores, sobre la evolución de la
organización política y económica que permitirían establecer leyes y, así, elaborar
teorías y proyectar reformas útiles a la sociedad civilizada.113 Los numerosos intentos
españoles por llevar a cabo este tipo de proyectos no fueron solamente una respuesta a
las críticas de los ilustrados, también fueron -quizá principalmente- la elaboración de
una propia ciencia que recorría caminos similares a los del resto de Europa. No llegaron
a cristalizar como proyecto dominante en América porque no tuvieron el tiempo de
sedimentarse en el imaginario de los habitantes. Por otra parte, convivían con
planteamientos que tenían sus raíces en el viejo orden, necesariamente transformados
en el tiempo, pero que eran igualmente válidos para los americanos.114
En este ámbito es oportuno recordar algunas de las visiones y actitudes que
sobre América y los americanos tuvieron los ilustrados europeos fuera de España. Si
bien todos reconocían la humanidad de los indígenas, el debate se centraba sobre el
estadio del desarrollo humano en que podían ser ubicados. Un pasado glorioso o, al
menos, más cercano al dominio de la naturaleza, era adjudicado a los incas y aztecas
por autores como Buffon y Voltaire. Pero en el desordenado enlistado de grupos
humanos, el indígena contemporáneo era infaliblemente percibido como ajeno a la
civilización; su rasgo primordial era la apatía o indolencia, una de las faltas más graves
tenemos hoy elementos para reconstruir la apariencia de sitios y objetos, de la misma manera que sirven como fuente para los estudios etnográficos.112 Existen varias versiones de las etapas del desarrollo humano, diferenciadas por la disciplina desde que se accede al problema; cito sólo a manera de ejemplo, los innumerables volúmenes de la Histoire naturelle, générale et particulière del conde Buffon, editados a partir de 1749 y el Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations de Adam Smith, 1776.113 En este sentido, para los ilustrados era importante apresurarse a recoger los vestigios de estos pueblos dado que en América estaban desapareciendo en su forma "salvaje", ante la evangelización y aculturación española que, por otro lado y a pesar de las críticas, se presentaba como la única vía factible de incorporarlos al mundo civilizado. Se plantea ya una doble postura ante el indígena que, con variantes ideológicas, se mantiene hasta nuestros días: una voluntad redentora que, a la vez, coexiste con el deseo de mantener, en la lejanía, un mundo salvaje. Cfr. DUCHET, op. cit., pp. 29-37.114 Cfr. el estudio clásico de Jean SARRAILH, La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, especialmente la parte II y III (1a ed. 1954); el coloquio franco-español La América española en la época de las Luces, Madrid, Cultura Hispánica, 1988; el vasto catálogo de la exposición Carlos III y la Ilustración, de M. Carmen IGLESIAS et al, España, Ministerio de Cultura, 1988, 2 v.; y Andrés GALERA GOMEZ, La ilustración española y el conocimiento del Nuevo Mundo, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1988.
46
para la moral ilustrada.115 La culpa tenía una doble cara: la naturaleza y clima
americanos, y la conducta de los españoles. Sobre la naturaleza son famosas las tesis
del holandés De Pauw, quien llevando a sus extremos la teoría de Buffon, hacían
aparecer América como irremediablemente inferior. Siendo la naturaleza una constante,
contagiaba a todos los que viviesen en ese continente, especialmente a los criollos. Fue
sobre todo este punto el que desencadenó una polémica en el mundo hispanoamericano.
La Corona no podía admitir esta manera tajante de subestimar una parte importante de
su imperio, que acentuaba el descrédito de su gestión. Por otro lado, aparecía difusa
entre la oficialidad española operante en América una opinión despreciativa de los
criollos, censurando sus usos y costumbre, con frecuencia atribuídos a un factor
climático. Esta actitud era percibida por los mismos criollos quienes se encontraron con
razones de más para delimitar una identidad propia que, no perdiendo sus raíces en
aquella española a la cual de cualquier manera se sentían pertenecer, permitiese valorar
y justificar su diversidad. Comprensiblemente, uno de los elementos constitutivos fue
esa misma naturaleza que encerraba bellezas distintivas y únicas, proveyendo así un
primer sentido de pertenencia, delimitable geográficamente.116 Los vestigios de las
antiguas culturas podían ahora integrarse en esta concepción de la belleza natural como
una extravagancia local más.
3. Las instrucciones del Capitán general y el segundo informe.
Estachería organiza con destreza la exploración de Palenque que, está
convencido, le portará el reconocimiento de las autoridades reales. Enterado de "las
constantes fatigas con que la Nación Española, y sus sabias Academias insudan en
investigaciones de este orden", procede con confianza. Con las noticias positivas del
Teniente de Alcalde decide en enero de 1785, sin contar con la aprobación del
soberano, enviar a revisar las ruinas al Arquitecto de las Obras reales de la nueva
capital de Guatemala, Antonio Bernasconi. Lo escoge seguro de que su formación
profesional le permitirá realizar una evaluación técnica y ejecutar los dibujos necesarios
como "demostraciones verídicas", tal como se usaba entonces. Días más tarde le escribe
a José de Gálvez, Secretario del Despacho Universal de Indias, enviándole el reporte de
Calderón, por el cual
"...tratando el asunto con varias personas sensatas creí desde luego que el examinar a fondo las
reliquias de la citada Ciudad pudiera acaso suministrar ideas beneficiosas a la Historia, y alguna
115 Es interesante notar la similitud de adjetivos negativos que se emplearon en la descripción del indígena y de las clases populares, especialmente urbanas, en España. Cfr. SARRAILH, ibid., cap. IV.116 Cfr. John H. ELLIOTT, "I.Introduction" en Colonial Identity in the Atlantic World, 1500 - 1800, N. CANNY y A. PAGDEN (eds), op. cit., pp. 9-11 y Anthony PAGDEN, "Identity Formation in Spanish America" en ibid., p. 83-85.
47
ilustración a los conocimientos de la antigüedad en estas partes, máxime si su fundación resulta
ser de Ultramarinos, como quieren indicarlo algunas de las particularidades referidas en el
informe del Teniente del Palenque".
Finalmente, le escribe a Calderón, encomiándolo vivamente por su labor y
recomendándole que acompañe y ayude a Bernasconi. De paso le aclaraba que los
gastos que se ocasionaren los podía reponer, mientras tanto, "de los tributos u otro ramo
de Real Hacienda de que esté hecho cargo"; después remitiría la cuenta.
La hazaña de Estachería, de la cual estaba orgulloso, es la elaboración de
una instrucción con 17 "capítulos", probablemente basada en el cuestionario que
Antonio de Ulloa había elaborado en 1777. Se trata de una síntesis de los elementos que
en ese momento se consideraban necesarios para definir una gran ciudad, metonimia de
la sociedad civil.117
Ulloa había redactado, con el beneplácito del virrey novohispano Bucareli y
de José de Gálvez, un Cuestionario... con la finalidad tanto de obtener datos para una
nueva "relación" de la Nueva España, como materiales para el Gabinete de Historia
Natural.118 Para Ulloa era necesario especificar con precisión los vestigios, los únicos
"documentos formales" que a sus ojos probaban "lo que fueron las gentes en los
tiempos a que se refieren: por ellas viene a averiguarse lo que alcanzaron, el modo en
que se manejaron, su gobierno y economía." Solicitaba noticias de "ruinas de edificios
antiguos de la Gentilidad, de cualquier materia que sean", fuesen "adoratorios" o casas
y de vasijas, herramientas, armas, ídolos y adornos. Con esos datos se podía evaluar el
impacto de la conquista y de la gestión española sobre los pueblos indígenas, "lo que
han adelantado o perdido, lo numeroso de sus gentíos, la industria, el valor y las
máximas de manejarse." No dudaba del resultado: cualquier vestigio, por importante
que fuese, jamás demostraría que hubiesen estado culturalmente a la par de los
españoles. "Si los indios hubiesen sido igualmente instruidos que los españoles no
hubiesen sido sojuzgados con tanta facilidad".119
Las instrucciones del Capitán general son aún más detalladas; muestran su
atención al informe de Calderón y a las descripciones de fray Tomás de Roca y Ramón
Ordóñez. Además, sugieren una inventiva y una curiosidad personal que le habían
llevado a estudiar tanto los métodos de la investigación histórica como aquellos de los
117 CABELLO menciona la atención hacia las antigüedades americanas demostrada por Ulloa, op. cit., pp. 16-18.118 El Cuestionario..., cuyo título completo era, de nuevo, un programa, salió de la imprenta en febrero 1777, distribuyéndose inmediatamente a los "presidentes de Guadalajara y Guatemala, a los obispos, a los provinciales de religiones", para que éstos a su vez lo distribuyeran a "alcaldes, curas, prelados de conventos y otras personas que se reconozcan con algunas luces". Desafortunadamente, la respuesta fue nula para Chiapas y Guatemala. Solana, op. cit., pp. LV-LVIII.119 En SOLANO, op. cit., p. LVII y CXLVIII.
48
anticuarios. Así el primer apartado establecía los cuatro puntos fundamentales sobre los
cuales se elaborarían los elementos a identificar: afirmar la existencia del sitio como
ciudad con una estructura económica, individuar el pueblo constructor, sus posibles
vínculos con otros pueblos y la causa de su desaparición. Estos testimonios escritos y
gráficos, no tenía dudas, se transformarían en verdaderos datos para la construcción de
una nueva historia del Reino de Guatemala y de todas las Indias. Con complacencia,
Estachería repasaba su obra y, ansiosamente, esperaba los resultados.120 El arquitecto
debía:
1) Estudiar en detalle las "estatuas", "lápidas inscripciones, Motes y escudos
para discernir si tienen caracteres, jeroglíficos, divisas, símbolos o cualquier cosa de las
muchas que pertenecen al blasón...", retratando el mayor número posible y llevándose
algunas de las piezas que parecieran "más demostrativas", teniendo cuidado en su
transporte.
2) Registrar todos los "oratorios, o Adoratorios, calabozos, baños,
Tesorerías, bóvedas de sepulcro u otras que indiquen poder, y magnificencia en sus
Dueños...". Si era necesario, debía realizar excavaciones reducidas para obtener
información sobre los cimientos que permitieran determinar "si los fundadores tuvieren
o no ignorancia de la Arquitectura civil y sus reglas... pues en el caso de que
unánimemente concordasen todas en unos regulares principios... habríamos de
persuadirnos a que su fundación se debe a gentes cultas y no bárbaras, y de ello fundar
juicios muy propios a la Ilustración de la Historia." Para ayudarse en el estudio, el
arquitecto debía llevar consigo "los Autores de Arquitectura que expliquen las reglas
que sucesivamente se han ido estableciendo... por las distintas naciones". Se trataba así
de volver conmensurable lo desconocido a través de la confrontación con lo ya
conocido; sólo de esta manera se tendrían claros los elementos de correspondencia o
diferenciación con otras culturas.
3) Determinar la existencia de un reino para lo que debía inspeccionar los
edificios que denotasen un uso diverso al habitacional, sobre todo aquellos que
pudieran indicar la existencia de "alguna manufactura, beneficios de metales, o
acuñación de moneda". Asimismo, debía: recoger todos los objetos de fierro, en caso de
que hubiesen; comprobar la existencia de caminos transitables, un río navegable y un
puerto que hubiesen permitido el comercio marítimo. Para Estachería era fundamental
determinar el medio de subsistencia de la población, evidentemente numerosa si se
trataba de un señorío. La existencia del comercio era determinante del estadio de
civilización alcanzado.
120 En su carta a Gálvez, Estachería se ofrece para ir personalmente a reconocer las ruinas, manifestando claramente su curiosidad. Es posible que la haya podido satisfacer durante su regreso a España a fines de 1789: el hijo de Calderón afirma que pasó por el pueblo de Palenque. Seguramente se hizo tiempo para visitar finalmente el objeto de tantas fatigas. Cfr. AGI, Audiencia Guatemala, Leg. 645, op. cit.
49
4) Investigar si los habitantes eran "ultramarinos".
5) Indagar de qué material estaban compuestos los cerros circundantes,
obviamente pirámides, que Calderón afirmaba que eran muy escarpados. Resulta obvio
que Estachería nunca había observado una pirámide prehispánica. Igualmente, debía
examinar con cuidado la bóveda que cubría el río y en cuya proximidad parecía haber
dos piedras de molino.
6) Investigar sobre el problema del abandono de la ciudad, aún hoy motivo
de complicadas hipótesis. Para ello debía consignar cuántas y qué orientación tenían las
puertas y ventanas tapiadas ya que confirmarían, junto con el uso de objetos de fierro,
la necesidad de defensa, corroborando la hipótesis de una guerra como causa de la
destrucción de la ciudad. A este mismo fin, debía delimitar los confines del sitio,
consignando si existía algún sistema de defensa.
7) Medir los edificios mayores, tratando de calcular cuál habría sido su
altura y hacer un "plano detallado circunstanciado de la Ciudad", consignando plazas,
fuentes y calles. Por separado, pero señalados en el plano, "en perspectiva manifestará
algunos de los Palacios, y Casas más principales que se conserven hoy menos
arruinadas".121
El Arquitecto de las Obras reales de la Nueva de Guatemala, Antonio
Bernasconi arriba a las ruinas después de haber permanecido algunos días en el pueblo
de Palenque adonde había llegado el 25 de febrero de 1785. Ahora, exasperado, se
encuentra en medio de la selva, acompañado de un grupo de indígenas que, aunque le
entienden y se dirigen a él en español, hablan entre ellos una lengua desconocida que lo
atemoriza cuando recuerda las historias que ha oído sobre su intempestiva violencia. La
presencia del Teniente de alcalde Calderón no mitiga su inquietud; tiene la impresión
que éste observa con burla su inexperiencia. Ya al partir de Guatemala presentía que no
le iba a gustar el sitio, pero el Capitán Estachería se lo había ordenado, insistiendo
sobre su importancia, y él dependía del Capitán. Debía complacerlo, le había encargado
una obra que podía significar su consagración como arquitecto: la pila para la Plaza
Mayor que tendría una estatua ecuestre de Carlos III. Se recordaba el júbilo con que
había aceptado el nombramiento de delineante y sustituto del Arquitecto de las Obras
de la Nueva Guatemala de manos de su maestro, Arquitecto mayor de las Obras Reales
en la capital hispana. Era su única posibilidad de hacer carrera, asegurándose un sueldo
no despreciable para un joven como él.122 El viaje realizado al puerto de Omoa en uno
121 "Instrucción de los puntos, y particularidades á que ha de dirigir el Arquitecto de las Obras Reales de esta Capital Don Antonio Bernasconi, las observaciones, reconocimientos, exámenes, y medidas que por orden del día le prevengo pase a ejecutar...", firmada 29 de enero de 1785. He resumido y dado un orden diferente a los incisos.122 Bernasconi seguramente era, como su maestro, italiano. CABELLO sostiene que era hermano del arquitecto Luis Bernasconi que trabajaba en "obras de carácter neoclásico en la España dieciochesca"; op. cit., p. 25. Antes de su nombramiento en Guatemala, nuestro arquitecto trabajaba como "sobrestante facultativo en las obras de El Pardo". El contrato estipulaba un sueldo de 1.000 pesos anuales mientras
50
de sus primeros años en América había sido duro, pero la tarea que le había sido
asignada, inspeccionar el camino y levantar los planos del fuerte y sus inmediaciones,
le era conocida. No se había sentido fuera de la civilización como le parecía estarlo
ahora entre las ruinas sombrías y húmedas. Debía admitir que la naturaleza de la zona
le apabullaba por su exuberancia. Pensaba apresurarse a tomar apuntes y medidas y
redactar su informe en Guatemala. Sabía que no podría responder a todas las demandas
del Capitán y eso aumentaba su ansiedad: tardó cuatro meses para decidirse a entregar
un trabajo que no le satisfacía.
Bernasconi realiza un corto relato que giraba alrededor del plano y los tres
dibujos anotados que acompañaban el informe, incluyendo escasos comentarios
personales. Una de sus dificultades mayores fue que "En su arquitectura no hay orden
alguno de los que yo conozco, ni antiguo ni moderno, y si sólo, que las bóvedas están
cerradas a lo gótico. Las paredes, tanto del palacio, como de las demás casas, son de
suma solidez...". La semejanza con el estilo gótico denotaba su disgusto: para los
ilustrados era sinónimo de desorden, rigidez, capricho, lo contrario del gusto neoclásico
en el que se había formado y que había venido a establecer en Guatemala. Igual
problema le presentaban los relieves, se perdía en los dibujos; no reconoce el contorno,
ni las vestimentas, ni las posturas de los personajes. A este propósito hay que recordar
que estaban cubiertos de maleza, líquenes y moho que seguramente hacían aún más
difícil descubrir su forma.
Por otra parte, el arquitecto confirmaba la existencia de algunos elementos
que serán de gran interés para los estudiosos, además de motivo de debate: camas de
piedra, ventanas y puertas tapiadas que, como daban al interior, no creía hubiesen
servido para la defensa del sitio; bóvedas subterráneas en el palacio que le parecía
"sirvieron de calabozos, por no tener luces..."; una "cantarilla de bóveda" sobre el río y
las piedras que "aunque pueden servir para molino, no me parece que sirvieran sino
para desagüe". Por otro lado, negaba la existencia de fábricas, oratorios, baños,
sepulcros, muralla, fosa o camino principal. No obstante, señalaba dos puentes, uno de
los cuales "ofrece la comunicación de nuestras poblaciones con aquél país abundante de
cacao, añil, zarzaparrilla, palo de tinte, vainilla y otros frutos de este clima", su única
demostración de entusiasmo.
Significativamente para nuestro tema, en la conclusión sugería,
acertadamente, que la destrucción de la ciudad "la produjo el abandono de sus
habitadores, los cuales es muy probable fuesen indios según la figura de las estatuas,
residiera en las Indias; terminadas las obras, que se calculaba en unos 12 años, podía regresar a España donde recibiría una gratificación o un sueldo vitalicio. Llegó a su destino en julio de 1777 junto a Marcos Ibañez, el Arquitecto mayor, quien en 1783 fue destinado a otra ciudad, quedándose Bernasconi al cargo de los trabajos. Cfr. Víctor Díaz, Las bellas artes en Guatemala, Guatemala, Tipografía Naiconal, 1934, pp. 122 y 176; Francisco X. Mencos, "Arquitectos de la época colonial e Guatemala" en Anuario de Estudios Americanos, T. III, Sevilla, 1946, pp. 883-893.
51
modo de fabricar en las eminencias y sin orden de calles y cuadras. Sin embargo de que
la construcción de los edificios no hace del todo incultos en el arte a los que la
fabricaron." Nos hace suponer que o había visto algún sitio prehispánico o conocía las
descripciones de los cronistas, aún si no se se sentía capacitado para proponer una
comparación.
Desilusionado por los resultados poco espectaculares de la expedición de
Bernasconi, el Capitán Estachería aplazó el envío del material a la corte. Finalmente, el
26 de agosto de 1785 le mandó todo a José de Gálvez, posiblemente sin que le hubiese
llegado todavía la aprobación real de sus pesquisas.123 Frente al tono entusiasta de sus
primeras cartas, destacaba aquel humilde de ahora, ante la duda de cómo serían
juzgadas sus iniciativas. No obstante, subrayaba la gran antigüedad de las ruinas y, ante
la afirmación de Bernasconi, moderaba su opinión que negaba la autoría a los
indígenas: "respecto a la incivilidad propia de los Indios antes de ser conquistados, a
cuya época es preciso atribuir aquella fundación, parece hay que adivinar en su
arquitectura por tosca que resulte ser, y de extrañarse la solidez y multitud de edificios
en una gente tan poco inclinada hoy a la habitación de duración y permanencia." Y
concluía informando que había tratado de obtener documentación histórica,
examinando "algún manuscrito de idioma indio", sin ningún resultado positivo.
4. El juicio de Muñoz y el informe de del Río
Habiendo recibido los materiales enviados por Estachería, José de Gálvez
recomienda a Carlos III aprobar de nuevo las iniciativas del Capitán general y consultar
al Cosmógrafo mayor e historiador de Indias, Juan Bautista Muñoz.124 Con la anuencia
del rey, Gálvez envía al historiador, el primero de marzo de 1786, toda la
documentación y dibujos para que "en su vista, informe lo que se le ofreciere y
pareciere".
Muñoz había tenido la oportunidad, y el interés, de consultar crónicas y
documentos que hablaban de las antigüedades americanas por lo que inmediatamente
individuó el contexto donde ubicar las noticias de Palenque. Responde seis días después
confirmando la importancia del sitio, dado que era desconocido hasta entonces y por la
dificultad de encontrar "hoy día" vestigios de ese tipo. Una manera de rebatir los
detractores de la saga de la Conquista:
123 Estachería envía el informe junto con cuatro "Planos y Perspectivas" y, posiblemente, algunas piezas identificadas por CABELLO; op. cit., pp. 53-58 y lams. 9-11.124 Muñoz fue nombrado Cosmógrafo mayor de Indias en 1770 y en 1779 el Rey le dio el encargo de escribir la historia de América. Así tuvo acceso a todos los archivos reales y privados para reunir material para su historia.
52
"...tenemos en estas ruinas una demostración ocular de la veracidad de nuestros Conquistadores
e Historiadores primitivos en orden a los edificios hallados en la Nueva España y sus cercanías
especialmente a la parte del mediodía. Entre ellos se distinguían por grandeza y arte los de las
provincias comprendidas en el distrito de Goatemala y la de Yucatán. Chiapa está en el comedio
de lo que antiguamente fue mejor poblado y edificado; y no parece improbable que esta ciudad
destruída fuese la Capital de una gran potencia algunos siglos antes de la Conquista". 125
Opina que pudo ser dominada por "los antiguos Tultecas, u otros de no
inferior grandeza" -referencia casi obligada en el contexto mesoamericano- y, casi
como si intuyera el trabajo que pocos años después realizarán Ramón Ordóñez y Pablo
Cabrera, reitera su método de trabajo:
“Fácil cosa sería dar especiosas conjeturas fundadas en las tradiciones Mexicanas acerca de los
viajes y conquistas de sus Mayores: tradiciones llenas de fábulas inverosímiles, pero que tienen
su fondo de verdad; el cual procuro investigar con los hechos y documentos, huyendo el general
vicio de formar sistemas”.126
Estas aseveraciones, que podrían parecer un reconocimiento de la grandeza
del pasado indígena y, en esta manera, de los mismos indios, son matizadas a
continuación: aunque "imperfectas y groseras, y en nada comparables a las obras de
Europa prueban claramente que los pobladores antiguos de aquellos países eran
superiores en saber y cultura a los del tiempo de la conquista". En su texto, que debía
haber sido la historia de América, Muñoz afirma la antigüedad de la población
americana que, al igual que la europea, se remontaría a la época posterior al diluvio.
"Siguen hasta fines del siglo XV separados del resto de los hombres; y corriendo varias
fortunas... Los grados por que fueron pasando las fundaciones y destrucciones sucesivas de
imperios y repúblicas, las transmigraciones de pueblos, y otros acontecimientos regulares en la
sociedad, se han perdido en un profundo olvido, o a lo menos se han confundido y desfigurado.
Solamente han prevalecido contra las injurias del tiempo algunos edificios de varia antigüedad,
algunas sombras débiles de ciertos sucesos distinguidos en tradiciones y fábulas llenas de
ambigüedad y confusión."
125 Muñoz hace referencia a la existencia de restos en Mitla ("Mixtlan"), Copán (ruinas de Honduras), además de Yucatán.126 En la dedicatoria al Rey de su Historia del Nuevo Mundo -único tomo que llegara a publicar- Muñoz declara "Determiné hacer en mi historia lo que han practicado en distintas ciencias naturales los filósofos... Púseme en estado de una duda universal sobre cuanto se había publicado... con firme resolución de apurar la verdad de los hechos y sus circunstancias hasta donde fuese posible..."; México, M. AGUILAR editor, 1975, p. 52 (1a edición 1793).
53
Aún los vestigios más cercanos a la Conquista, que mostraban el grado más
alto de cultura al que habían llegado, como los quipus o los códices mexicanos, para él
"manifiesta[n] el miserable progreso que ha hecho la razón de tan dilatada serie de siglos en
aquel hemisferio, privado de la luz inextinguible que con más o menos esplendor jamás cesó de
alumbrar en el opuesto".127
A pesar de que el informe de Bernasconi "desvaneció las magníficas
esperanzas que hizo concebir el entusiasmo de las primeras noticias", Muñoz juzga
conveniente hacer un nuevo reconocimiento para aclarar ciertos puntos, fuente de
discusión entre los expertos. Desea ver pedazos de material que confirmaran el uso de
la cal y del barro cocido, de lo cual no había certeza para América aunque ya había sido
mencionado en el texto de Sahagún, inédito en ese entonces; corroborar la existencia de
ciertos elementos arquitectónicos, como las ventanas o la escalera de caracol, descrita
por Calderón en la torre, pues no se había creído jamás que los "Arquitectos Indios"
fuesen capaces de tales construcciones. Igualmente duda del uso de arcos y bóvedas que
Bernasconi llamaba góticas, lo cual haría de estas ruinas, según el historiador, el sitio
más importante de México y Perú, al adjudicar al uso de la bóveda la connotación de
civilización. También se interesa por los bajorrelieves descritos por Calderón, con
forma de cruz, pues le recuerdan aquellos mencionados por el Oidor de la Audiencia de
Guatemala, Diego García de Palacio en un informe a Felipe II, fragmento que copia y
envía a Gálvez junto con su reporte, apuntando a una posible unidad cultural entre los
dos sitios.128
Con estas recomendaciones se imparte una Real orden a Estachería el 15
marzo para que continúe, con "los medios que regulare más adecuados", en la
investigación de Palenque. El Capitán general se siente halagado, sus superiores han
comprendido sus esfuerzos. Con nuevo brío, el 12 de agosto informa a José de Gálvez
sobre las medidas que ha tomado. Después "de haber discurrido con la mayor reflexión
sobre hallar sujeto idóneo", decide nombrar al Capitán de artillería Antonio del Río
pues Bernasconi había muerto -en octubre de 1785-, y los dos ingenieros de la
Capitanía, "cuya profesión es propio este asunto", estaban ocupados en obras de
defensa, evidentemente más importantes. Del Río le parece adecuado pues,
reconociendo los límites de su formación, se declaraba dispuesto "a emplear todo su
cuidado... y aplicar sus luces a formar la descripción y demás correspondiente en el
término mejor que le sea posible". Ahora solo quedaba esperar a que terminara la época
127 Ibid., p. 80. Ya Buffon subrayaba que la memoria histórica indígena era reciente.128 Se trata de una descripción de Copán de 1576 que no había sido publicada. El Oidor consigna que le fue relatado que el sitio era obra de un gran señor de Yucatán, lo cual le parece posible pues los edificios se asemejan a los que se habían encontrado en Yucatán y Tabasco.
54
de lluvias; después pasaron los meses y Estachería no se decidía a iniciar la expedición.
Finalmente el 20 de marzo de 1787 dio la orden.
El Capitán del Río llega al pueblo de Palenque el 3 de mayo, en su cabeza
bullen todas las recomendaciones, instrucciones y apuntes que le ha hecho Estachería.
Comprende que su reporte puede ser útil para desentrañar un misterio de la historia
antigua del reino de Guatemala y, por tanto, del imperio. Lo acompaña el dibujante
Ricardo Almendáriz quien espera lo ayude a trazar en manera comprensible el sitio.129
Se dirige a las ruinas y, abrumado, comprueba la absoluta necesidad de realizar un
vasto desmonte: "una espesura y obscuridad tan densa que a distancia de cinco pasos
nos impedía distinguirnos mutuamente; ocultándonos al mismo tiempo la Casa
principal". Regresa al pueblo para ponerse de acuerdo con Calderón sobre el
procedimiento a seguir para juntar "cuantos Indios y Ladinos se encontrasen", problema
al que harán referencia constante todos los futuros exploradores. Como no le bastan los
hombres que le puede proporcionar el Teniente de alcalde, se solicitan al pueblo de
Tumbalá 200 indios con hachas y machetes; el 17 mayo finalmente se presentaron 79,
con sólo 28 hachas a las que se lograron agregar otras 20. Calderón, muy ocupado
entonces en organizar el establecimiento del grupo de lacandones que había convencido
su hijo el cura, esperaba que este nuevo servicio al Capitán lo hiciera sentirse en la
obligación de dotar fondos para aquella reducción. Finalmente, del Río puede partir;
con sus hombres corta maleza a lo largo de 14 días, hasta que ordena una "quema
general que nos proporcionó un aire más puro y saludable" y, sin duda, una mayor
seguridad. Ya establecido, procede a realizar excavaciones, pues "para formar alguna
idea de los primeros pobladores y antigüedad de su establecimiento, sería
indispensable... por si se descubrían a beneficio de ellas adornos, medallas,
inscripciones u otros monumentos que ministrasen alguna luz". Con orgullo consigna
que no quedó sin abrir "ventana, ni Puerta tapiada, atajadizo y nicho con tabique, que
no se derribase, ni Cuarto, Sala, Corredor, Patio, Torre, Adoratorio y subterráneo".
Podemos imaginar la cantidad de material y, sobre todo, de información que se perdió
en el proceso y fue sólo el primero en realizarlo; después, al extenderse la fama del
sitio, vendrían más excavaciones, saqueos y robos.
Del Río, enérgico, trabaja incansablemente; en la noche repasa sus notas y
estudia. Almendáríz, agotado, sigue sus ordenes, toma apuntes y pasa en limpio los
dibujos. Así transcurren casi un mes, aliviados por la caza y la pesca que abunda en la
129 Tenemos muy pocas noticias sobre este personaje que en los documentos no es mencionado por su nombre, sólo lo conocemos por una anotación de Ramón Ordóñez quien dice que le proporcionó información de regreso de Palenque; "Fragmentos ...", op. cit. Brasseur le llama Ignacio Almendáriz, agregando que Ordoñez lo nombró su albacea testamentario, por lo que algunos de sus documentos debían estar en ese entonces, 1851, en manos de los hijos del dibujante; op. cit., p. 6. Castañeda nos informa que se llama Ricardo Almendáriz. Curiosamente no he encontrado ninguna referencia a él en los escritos que hablan de las artes en Guatemala. Posiblemente era un artesano que vivió en Ciudad Real, ateniéndonos a la noticia del francés.
55
zona.
El pensamiento del militar es confuso en cuanto al origen de los indígenas y
prefiere asentar sus incapacidades: "Yo conozco que mis reflexiones, se apoyan
solamente en meras conjeturas, débil fundamento para sentar unas proposiciones que
exceden los límites de una probabilidad...". Al igual que Calderón, piensa que tuvieron
contacto con alguno de los pueblos del pasado clásico:
"si atendemos con debida reflexión, a todos los asuntos que nos representan sus bajos relieves, es
necesario publicar la ceguedad en que vivieron estos antiguos Pobladores, que en sus fabulosas
supersticiones parece vemos retratada la idolatría de los Fenicios, Griegos, Romanos y otros; y
por tanto es de recelar que alguna de estas Naciones adelantaron sus conquistas hasta este País,
en el cual se conoce no permanecieron más tiempo que el que bastó a estas gentes Indias para
retratar sus ideas, y tomar un rudo y tosco estilo de las artes, que les querrían enseñar."
Es interesante que del Río señala uno de los elementos que harán famosas
estas ruinas -y todas aquellas del período clásico maya-, su posible asimilación a
cánones estéticos occidentales y, por tanto, reconocibles y apreciables. Fue en parte ello
lo que permitió fantasear sobre el origen de los primeros pobladores.
Significativamente del Río no disocia totalmente el pasado indígena con los pueblos
indios. Dado que sólo propone la presencia temporal de una cultura "ultramarina" que
enseña a los americanos, deja abierta la posibilidad de una continuidad. Uno de los
motivos que lo lleva a esa conclusión es la similitud que encuentra con los edificios de
Yucatán, tal como se los describiera fray Tomás de Sosa, franciscano del convento de
Mérida, con quien se había cruzado en Palenque. Las narraciones del franciscano sobre
sitios como Uxmal y Maní, lo emocionan pues cree que consignándolas en su reporte,
aportará información novedosa que, además, concordaba con la opinión del Historiador
Muñoz.
Reconstruye lo que pudo ser la vía navegable para llegar a Yucatán,
esforzándose por probar "hasta la evidencia, la uniformidad de los antiguos habitadores
Yucatecos y Palencanos, por la analogía de sus costumbres, edificios, y conocimientos
de las Artes, cuyos restos se distinguen en los monumentos que perdonó el transcurso
de los siglos". Es el primero en plantear de manera tan enfática la unidad cultural
maya.130
Hechizado por la naturaleza, que antes lo había asustado, del Río recuerda
los calores y la aridez de su tierra ibérica y no puede evitar escribir: "A la belleza
natural de su agradable situación se añade la fertilidad del suelo bajo, de un clima
130 Del Río también cita, quizá por recomendación de Sosa, el manuscrito de fray Jacinto Garrido, quien pasó por la región alrededor de 1638, dando una versión ligeramente diversa de la que se reproduce en Isagoge..., op. cit.
56
benigno que les ofrecería, sin duda, en abundancia, casi todos los artículos precisos
para satisfacer las necesidades de una vida cómoda y tranquila...", continuando con la
enumeración de frutos y animales. Una situación idílica que le hacía pensar que los
habitantes de esa ciudad "habían disfrutado de una vida quieta, una felicidad más
sólida, que la que nos presenta en el día, el lujo reconcentrado en las más cultas y
grandes poblaciones", a pesar de que, no conociendo "el hierro ni otros metales", la
construcción de los edificios debió de ser muy fatigosa. Se trata de un juicio totalmente
personal, difícil de conciliar con su condena de los habitantes de las ruinas por idólatras
y su apreciación del arte palencano como pálida sombra del arte de sus maestros,
inevitablemente occidentales. Calderón y Bernasconi habían mencionado la riqueza
natural de la región, pero no llegaron a ese extremo casi rousseauniano que
encontraremos en los exploradores de la primera mitad del siglo XIX.
Asimismo, alaba la calidad de "mezcla y ladrillos cosidos de que se valían
estas gentes"; le intrigan los remates de ciertos edificios, rasgo distintivo de la
arquitectura maya clásica y, adelantándose a los estudios contemporáneos a nosotros,
está convencido que los glifos que acompañan los relieves son escritos sobre los
personajes representados y sus hazañas. Finalmente termina su informe, firmándolo en
Palenque el 24 de junio de 1787. Podía ahora, junto con Almendáríz regresar a la
capital guatemalteca y esperar una nueva comisión.
Su mayor aportación a la posteridad fue el método que empleó, propio de
un oficial del ejército, que le lleva a anotar y documentar con detalle sus recorridos,
ubicándolos respecto a los puntos cardinales de manera que, como en cualquier
excavación actual, resulta relativamente fácil identificar los elementos descritos. En
realidad no fue esto el motivo de su fama, si no la fortuna que hizo que su escrito fuese
llevado fuera de Guatemala y divulgado en Inglaterra en 1822.
Leyendo el informe, Estachería se lamentaba que José de Gálvez hubiese
muerto: seguramente lo habría apreciado. Sin saber a quien dirigirse, espera hasta julio
del año siguiente para enviarlo junto con los materiales que del Río había recogido en
las ruinas y un arco con flechas de los "Indios Lacandones, todavía no reducidos", quizá
la primera vez que se tiene noticias del uso de estos objetos como recuerdo de un viaje
a Palenque. Mientras tanto, encarga al ingeniero José de Sierra -quien está haciendo
méritos para obtener el nombramiento de Arquitecto de las obras de la ciudad- que pase
en limpio los dibujos. Así en marzo de 1789, llega toda la documentación a Madrid; se
le muestra al Rey quien decide pasarla al Real Gabinete de Historia Natural donde Juan
Bautista Muñoz podría revisarla. Sabemos que éste analiza tanto el informe como los
dibujos y espécimenes, pero no emite ningún juicio; todo quedará en el olvido español
por varios años, mientras en Chiapas se escriben dos ensayos sobre los orígenes
57
americanos a partir de estas ruinas.131
5. La historia criolla
Alrededor de 1792 el Presbítero Ramón Ordóñez y Aguiar formó en la
Nueva Guatemala, sin ningún apoyo oficial, una tertulia, como la llamaba, para debatir
sobre las ruinas palencanas y los orígenes de los americanos. Participaban otros dos
aficionados al tema, el Regidor del Ayuntamiento de la ciudad, José Miguel de San
Juan y Pablo Félix Cabrera.132 Ocasionalmente se les unía el provincial de los
dominicos, fray Tomás Luis de Roca. Haber escogido una forma de reunión
fundamental en la nueva sociabilidad ilustrada, reflejaba el interés de estos intelectuales
de provincia por construirse, a través de la investigación histórica, un prestigio social.
Operación no lograda del todo pues ninguno de ellos participará activamente en la
fundación, tres años después y con la aprobación real, de la Sociedad de Amigos del
País, punto de congregación de la élite intelectual guatemalteca. Por otra parte, el tema
de las antigüedades tampoco fue un motivo de reflexión en la Sociedad, principalmente
ocupada en promover el desarrollo económico de la Capitanía; si acaso se hizo una
presentación sobre los descubrimientos de Palenque en alguna sesión.133 De cualquier
manera, esta negligencia no era sintomática; se trataba de un momento importante para
el desarrollo de la historia antigua americana: José Antonio Alzate apenas había
publicado su descripción de Xochicalco; ese mismo 1792, Antonio de León y Gama
presentaba un opúsculo explicativo sobre las dos esculturas aztecas recién encontradas
en la Ciudad de México -la Coatlicue y el Calendario-; y un año después aparecía la
Historia... de Muñoz.
La ambiciosa finalidad de nuestra tertulia era reconstruir el pasado
americano a partir tanto de los hallazgos de Palenque -sobre los cuales Ordóñez sentía
derechos- como de un documento indígena, la llamada "Probanza de Votán", sobre el
cual basaron su versión de la antigüedad del sitio. Cabrera, por su parte, pensaba que la
narración de Votán podía haber sido tomada de los jeroglíficos de Palenque que tenían,
131 CABELLO relata el recorrido que siguen el informe y los materiales; op. cit., pp. 41-43, 46-50 y 56-58.132 San Juan llamaba a Ordóñez "mi Capellán". De Cabrera sólo tenemos la noticia proporcionada por Recinos de que era italiano, afirmación no fundada; él mismo se describe como pobre y ocupado en escribir obras "en servicio de Ambas Majestades". Las noticias sobre la tertulia y las historias están tomadas de: Ballesteros, op. cit.; Ordóñez, op. cit. e Historia de la creación del cielo y de la tierra, conforme al sistema de la gentilidad americana, AHBNAH, Col. Antigua, 231, ms. de 255 pp. (editado en 1907 por N. LEON); Pablo F. Cabrera, AGI, Audiencia de Guatemala, leg. 646, abril 1794 (solicitud para obtener el apoyo real) y Description of the Ruins of an Ancient City, Londres, G. Schulze, 1822 (edición en inglés del informe de del Río con el escrito de Cabrera); Adrián RECINOS, "Introducción" en Popol Vuh, México, Fondo de Cultura Económica, 1947, p. 45.133 Para un estudio del tema cfr. Elisa LUQUE ALCAIDE, La Sociedad Económica de Amigos del País de Guatemala, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1962. Según García, se disertó en latín sobre los vestigios de las antiguas culturas americanas, entre ellas Palenque; op. cit., p. 130.
58
siguiendo a del Río, un carácter histórico. Este documento tzeltal, hoy perdido, había
sido mencionado por vez primera por Francisco Núñez de la Vega hacia finales del
siglo XVII. Considerándolo una prueba más de las prácticas idolátricas de los indígenas
de su diócesis, lo quemó públicamente junto a otros materiales. Más de un siglo
después de las hogueras ejemplares de fray Diego de Landa en Yucatán, habían ardido
de nuevo las llamas de la intolerancia.134
Ordóñez afirmaba poseer el "cuadernillo", regalo de los indígenas -y es
posible que haya conservado una copia- que para él tenía una valencia histórica y no
idolátrica. Poseía también copias de los "Mapas" de del Río y de su informe, "muchos
Anales de los Indios" y debió conocer el manuscrito de Francisco Ximénez de inicios
de siglo, que le será fundamental.135 Asimismo conservaba una medalla que probaba,
según él y Cabrera, la historia de Votán.136 Para sus compañeros, el Presbítero Ordóñez
era un erudito, "versado en la Sagrada Escritura, la Historia Natural, Eclesiástica y
profana", así como en los "Idiomas" de los indios y llevaba 30 años trabajando sobre el
tema. Todo ello le permitió establecer su autoridad sobre la tertulia.137
Las reuniones giraron en torno a la discusión de autores que podían aportar
elementos para desentrañar el relato de Votán y Palenque, labor que resultó posible con
el apoyo del regidor San Juan que les permitió obtener material; entre éste seguramente
las instrucciones de Estachería y la documentación que se produjo en torno al
descubrimiento. Tanto Ordóñez como Cabrera demostraron una cultura mediana,
mencionando en sus obras los historiadores indispensables: Núñez de la Vega, Sigüenza
y Góngora, Clavijero de quien tomaron muchas de sus explicaciones del calendario
náhuatl, Herrera, Boturini, Solís; pero también citaban a Feijoo, de la Peyrere, Kircher,
que no habían leído directamente, y al francés Agustín de Calmet, cuya historia de la
Biblia les proporcionó la cronología y los datos para contextualizar los personajes del
134 Según VOS, el documento estaba redactado a manera de las "probanzas de méritos y servicios" de los conquistadores, para comprobar la legitimidad de algún linaje indígena que se remontaba a un héroe del postclásico, Votán, op. cit., pp. 34 -36. Cfr. también Edward CALNEK, "Highland Chiapas before the Conquest", tesis de doctorado, University of Chicago, 1962.135 Ximénez, experto en varias lenguas indígenas y, habiendo establecido una buena relación con la comunidad de Chichicastenango, obtuvo el manuscrito quiché que hoy conocemos como Popol Vuh, que reproducía y comentaba. Muchas de las tesis utilizadas por Ordóñez, encuentran su origen en este fraile.136 Ambos autores afirman tener la medalla, que enviarían al rey y de la cual no queda traza; existe un dibujo de ella reproducido a partir de la edición inglesa de 1822, seguramente retomada de un grabado que mandó a realizar San Juan.137 Desconocemos la fecha de nacimiento de Ordóñez, pero debía contar alrededor de 50 años ya que afirma tener 30 trabajando sobre Palenque; sabemos que muere a una edad avanzada en 1825. Presbítero formado en el Seminario conciliar y sin grandes recursos económicos, logró forjarse una carrera en el Obispado chiapaneco: fue cura parroquial, capellán del coro, provisor general, juez de testamentos, capellanías y obras pías, maestro en teología moral en el Seminario conciliar y arcediano. Representa la mente inquieta interesada en todos los temas que podían reconducirse al progreso de su región, un Alzate local. Cfr. CARVALHO, op. cit., pp. 195-196 y 247-248.
59
"cuaderno".138 Ordóñez en su obra subrayaba las dificultades del estudio pues de "todos
los historiadores, tanto antiguos como modernos, que se ocuparon en averiguar el
origen, religión y costumbres de la Gentilidad... ninguno comprendió cuándo, cómo o
de dónde adquirieron los Americanos semejantes noticias; ni menos el modo con que
explicaban...". Cabrera, por su parte, censuraba duramente la destrucción tardía de
escritos indígenas por parte de los frailes dominicos, ante el temor que representasen un
incentivo a las "prácticas idolátricas".
Después de largos meses de trabajo cuya finalidad era la de escribir "una
Obrita no del todo despreciable, que pensamos dedicar al Rey Nuestro Señor...", según
cuenta San Juan en enero de 1793, el grupo se disolvió sin un texto común.139 Cabrera
terminó la introducción de su Teatro crítico americano o nueva tentativa para la
solución del gran problema histórico sobre la población de América y, sin avisar a
Ordóñez, ocupado en redactar su propio texto, solicitó permiso y ayuda para su
publicación, primero al Presidente de la Audiencia y luego al Ministro de Gracia y
Justicia en abril de 1794.140 Furioso, Ordóñez presentó una denuncia por plagio, a la
cual Cabrera respondió con otra por difamación, haciendo famosos en Guatemala los
autores tan sólo por este motivo, pues los libros no se llegaron a publicar entonces.141
Cotejando las obras de los dos autores, resulta clara su labor conjunta;
básicamente cambia el estilo, más dado a la fantasía y a la prolijidad en Ordóñez. 142
Ambos, en resumen, reconocían en Cham, uno de los hijos de Noé, el origen de la
población americana, creencia por cierto bastante difundida desde el siglo XVI.
Identificaban a Cham con Chan, que quería decir Culebra, y a éste como el antepasado
de Votán, fundador de Palenque. Votán había partido de Valum Chivim, "Trípoli de
Siria", pasando por Jerusalén, Roma y España había llegado a América donde fundó la
legendaria ciudad de los Culebra, cuna de toda la civilización que hoy conocemos como
138 Calmet fue un teólogo benedictino que gozó de gran popularidad en el mundo católico; su obra formaba parte del plan de estudios presentado para la Cátedra de Escritura sagrada de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Carlos MELENDEZ CHAVERRI, La ilustración en el Reino de Guatemala, San José, Editorial Universitaria Centroamericana, 1970.139 La adjudicación de Palenque como ciudad-origen parece haber sido difusa por esa época en Chiapas. Tenemos una carta de julio 1787 del cura doctrinero de Yajalón, cercano a Tumbalá, interrogado por sus conocimientos de historia y por su pasión por las antigüedades que lo había llevado a explorar Toniná, en los alrededores de Ocosingo. Para él, los constructores de Palenque fueron indios gentiles, los más antiguos, que después serían fundadores de Tenochtitlán, mencionando también Gotan (sic). Cfr. Dolores AROMONI CALDERON quien reproduce la carta, "Los indios constructores de Palenque y Toniná en un documento del siglo XVIII" en Estudios de Cultura Maya, vol. XVIII, México, 1981, pp. 417-438.140 Cabrera presentó el manuscrito, de 88 páginas por ambos lados, acompañado de 7 dibujos del reporte de del Río.141 No se sabe cómo haya terminado el proceso; el fiscal había decidido en 1797 confrontar los dos textos cuando estuviesen terminados.142 Ordóñez planea dos libros según explica en la introducción de su Historia..., op. cit., p. 3. No sabemos si los manuscritos que se conservan los considerase la obra terminada.
60
Mesoamérica, regresando cuatro veces a su tierra de origen.143 Los Culebra habían
conservado su historia para la posteridad en "ingeniosos Jeroglíficos, Símbolos y
emblemas (que fue el arte de escribir que aprendieron de los Egipcios)... [y] cuidaron
de conservar sus Historias y tradiciones, copiándolas en papel europeo y letra
corriente...", y ocultándolas posteriormente a los españoles, según refiere Ordóñez.
Habrían sido ellos, los Culebra, los que difundieron el uso de los jeroglíficos entre los
chiapanecos, yucatecos y mexicanos.
Para el Presbítero una prueba más de la antigüedad de Palenque la
constituía su arquitectura:
"Sean quienes se quiera los inventores de las Artes, lo cierto es que ni el dibujo ni la arquitectura
tuvieron su perfección sino en la enseñanza del mismo Dios, en aquel diseño en que describió a
David su Santo Templo; yo me atrevería a asegurar... que en aquel tiempo ya estaba habitada y
frecuentada nuestra ciudad Palencana; y siendo tan antiguos sus dibujos y arquitectura, creo que
no haríamos justicia a los artífices que la construyeron y adornaron, si con respecto a su
antigüedad no confesáramos que en aquella época no pudieran dar las artes más de sí".
El uso público de esta abigarrada historia tenía una finalidad diversa en
cada uno de nuestros autores. Cabrera pretendía despertar el interés del rey para
salvaguardar los restos de la antigüedad guatemalteca, consciente tanto de los efectos
devastantes de la negligencia, como de la afición del soberano por reunir vestigios la
historia, no solo natural, de sus reinos. Para ello realizó un apéndice con una lista de
ejemplos de materiales recogidos en los alrededores de la capital por aficionados o,
simplemente, curiosos. Bien comprendía que debían pasar a España los objetos más
preciosos, pero lo que en realidad estaba proponiendo era formar una especie de museo
que permitiera desarrollar en Guatemala el estudio de la historia antigua.
"Pero todo esto necesita del Real Brazo de su Majestad, su Real Gabinete es digno de unos
[códices] en su original; y fuera, a mi corto entender, muy oportuno que para la Libertad de esta
Real Universidad [de Guatemala], se destinasen las copias fieles y autentificadas en pública
forma de aquéllos, como de los Jeroglíficos, caracteres y figuras que se hallasen, y las salas y
corredores de ella, [se usen] para conservar las Estatuas y Lápidas que se puedan transportar a
efecto de que los Estudiosos de la Antigüedad hallen material bueno y seguro para
discurrir...".144
143 Para una lectura de la Probanza desde la perspectiva de la historia indígena, cfr. CANEK y VOS, op. cit.144 La salvaguardia de los materiales históricos locales es una preocupación compartida por los intelectuales americanos; León y Gama, por ejemplo, copió a sus expensas los documentos que se conservaban en la Secretaría del Virreinato novohispano, ante su inminente envío a España.
61
Ordóñez por su parte, solamente insistía en "las utilidades que el
descubrimiento de la indicada ciudad ofrece a la Religión, a la Corona y a toda la
Monarquía".145; aún si afirmaba la importancia de Palenque en sí: "fue famosa en los
pasados siglos por su opulencia; lo es en la presente por su descubrimiento y lo será en
el futuro por siempre por las ricas producciones de su terreno...". Riqueza del suelo
chiapaneco del cual continuará a ocuparse, formando parte de la Sociedad Económica
de Chiapas fundada en 1819 en Ciudad Real y convirtiéndose en el experto en la
historia, la geografía y la economía de la provincia, especialmente a partir de los
eventos políticos que culminarán con la independencia de la región y su anexión a
México.
Lo más significativo para nuestro tema es que a través de estas
elucubraciones se lograban unificar las diversas culturas americanas; por medio de
complicadísimos recorridos se explicaba la historia indígena conocida y, obviamente, la
travesía de la civilización desde el Viejo Mundo. Y, sobre todo, se legitimaba Palenque
que, al ser cuna de la cultura de los aztecas, recibía por reflejo la gloria que siempre
había gozado aquel imperio. Chiapas, provincia integrante del reino de Guatemala,
adquiría así una legitimidad histórica propia, un pasado indígena glorioso -ni más ni
menos, el origen de toda civilización americana- con el cual no contaba antes. Esta
compleja operación, por otro lado, no representaba aún una ruptura: Guatemala por su
parte, encontraba su propio pasado en el imperio quiché que, aunque menos glorioso
que el azteca o el inca, seguía ofreciendo una suficiente dignidad histórica.
Un epílogo
Pasaron algunos años, había crecido el patriotismo criollo, con una mayor
carga de autonomismo, a la par que se había difundido el interés por la historia antigua
americana que comenzaba a adquirir una legitimidad científica en Europa con la
publicación del Atlas pittoresque... de Humboldt.146 Palenque fue de nuevo objeto de
una expedición -realizada por el Capitán de Dragones Guillermo Dupaix- esta vez
como parte de un ambicioso proyecto real por reconocer, entre 1804 y 1813, todos los
vestigios de la antigüedad en territorio novohispano. Y es así, como parte no integrada
de Guatemala, que Chiapas es percibida en la Capitanía: en el monumento efímero que
se construyó en diciembre de 1808 en la capital guatemalteca para celebrar la
proclamación de Fernando VII, se recogían referencias a todas las historias, aún
145 La misma posición del Regidor San Juan quien está convencido "que su descubrimiento entero será de mucha gloria para S. M. por los raros e importantes monumentos de la más remota antigüedad que precisamente debe encerrar en sus Venerables reliquias y ruinas...".146 Conocido también como Vues des cordillères et monuments des peuples indigènes de l'Amérique , publicado en fascículos entre 1810 y 1813 en París; incluye una referencia a nuestras ruinas, información seguramente proporcionada por el Capitán Dupaix.
62
inéditas, del reino sin que figurasen nuestros autores y, más significativo, se
representaban las épocas de la monarquía en Guatemala, siendo la base la "Guatemala
Quiché", sin hacer mención alguna de Palenque.147
Como contrapartida, en Chiapas las ruinas adquirían el carácter de una carta
de presentación: el Diputado a las Cortes de Cádiz por esta provincia, el Canónigo
Mariano Robles Domínguez, presentó un informe donde retomaba los vestigios de la
ciudad de Palenque como pretexto para reforzar la dignidad de la antigua civilización
indígena, de la cual hizo una larga defensa invocando a Las Casas, para de ahí
finalmente afrontar la condición presente de los indios. Casi seguramente aleccionado
por Ordóñez -quien también le debió proporcionar la copia del informe de del Río y los
dibujos- Robles ofrecía esas muestras a la biblioteca de las Cortes como "un
monumento de la antigüedad", una especie de álbum de familia que integraba a Chiapas
dentro del gran registro de la cultura occidental. No como justificación de las demandas
de autonomismo -una Diputación provincial y una universidad- a las cuales se llegaba
por vías estrictamente políticas, más sí como un elemento de la constitución histórica
de la provincia, al igual que sus instituciones, sus usos y costumbres. 148 Finalmente,
después de un largo y fatigoso recorrido que llevará nuestra provincia ya independiente
a su confederación con México, las "Casas de piedra" de Palenque contribuirán a
conformar el pasado de la nueva nación.
147 Cfr. la larga e interesante descripción en Ricardo TOLEDO PALOMO, Las artes y las ideas de arte durante la Independencia (1794 - 1821), Guatemala, Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, 1977, pp. 138 y 140-141.148 El informe fue elaborado en respuesta al cuestionario realizado por las Cortes en 1812, donde se requería una historia de la provincia representada que incluyera el "tiempo del gentilismo"; cfr. Francisco de SOLANO, Cuestionarios para la formación de las Relaciones Geográficas de Indias, siglos XVI/XIX, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1988, pp. 201-230. La memoria de Robles se encuentra reproducida en F. Antonio PANIAGUA, Documentos y datos para un diccionario etimológico, histórico y geográfico de Chiapas, 3 v., San Cristóbal las Casas, Tip. de M. Bermúdez, 1908-1911, T. I, pp. 137-149.
63
IDENTIDADES E INDEPENDENCIA: LA EXCEPCION AMERICANA
François-Xavier GUERRA*
Una buena parte de las interpretaciones clásicas de la Independencia de
Hispanoamérica están fundadas, como bien se sabe, sobre el presupuesto, implícito o
explícito, de la emancipación nacional. Bajo la claridad aparente de esta expresión se
esconden, sin embargo, bastantes ambigüedades que proceden del olvido de la
polisemia de la palabra nación en las diferentes épocas. Influenciados por la
problemática de las nacionalidades —tan en boga en la Europa del siglo XIX y, de
nuevo, en este final del siglo XX— tendemos a considerar implícitamente que todo
grupo humano que aspira a una existencia autónoma como Estado, es decir, al ejercicio
de una soberanía plena, posee una fuerte identidad cultural fundada en la lengua, en la
religión, en las costumbres, en una particularidad étnica —real o imaginada—, en una
historia específica, etc. La relación entre la identidad cultural y la aspiración al ejercicio
pleno de la soberanía aparece como una evidencia que no necesita justificación.
Se tiende así a olvidar que, esquemáticamente, la nación en el sentido
moderno oscila en el siglo XIX entre una concepción esencialmente política, venida de
la Revolución Francesa, y otra, cultural, que se afirma con el romanticismo. En la
primera, la nación aparece como una colectividad humana constituida por la libre
voluntad sus miembros y gobernada por leyes que ella misma se da. Teóricamente,
nada en esta concepción remite a una identidad cultural común y la “gran nación”
francesa de la época revolucionaria admite en su seno —e incluso en puestos políticos y
militares importantes149— a gentes venidas de muy diversos paises. En la segunda, la
nación aparece como una comunidad fundada en un mismo origen, con una historia
común y múltiples rasgos culturales compartidos por sus habitantes que la diferencian
de otras comunidades vecinas. Ciertamente, estos dos tipos se apoyan en concepciones
más antiguas. La primera, en la pertenencia a una comunidad política territorial, tal
como lo expresa en 1737 el Diccionario de autoridades: : “Nación. La colección de los
habitantes en alguna Provincia, País ó Reyno” 150. La segunda, en la pertenencia a un
grupo humano que se considera de la misma estirpe, descendiente de antepasados
comunes, tal como el mismo Diccionario lo sugiere al dar, curiosamente, como
* Universidad de Paris I. 149 Pensemos en dos ejemplos, significativos, el del norteamericano, Thomas Payne, diputado de la Convención y el del caraqueño Francisco Miranda, general de la misma. 150 Diccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua.… Madrid, 1737. Ed. facsímil, Diccionario de Autoridades, Madrid, Ed. Gredos, 1969, t. II, p.644.
64
equivalente de la acepción precedente, la palabra latina Gens.
La correlación entre aspiración a la soberanía política e identidad cultural
no es, pues, evidente. Esto explica que puedan existir comunidades humanas con una
identidad cultural muy marcada, como Galicia o Andalucía en España 151, sin que esto
las lleve a la búsqueda de la independencia. Inversamente, la soberanía puede ser
reivindicada por colectividades que, desde el punto de vista cultural, se distinguen muy
poco de sus vecinas, como se ve a menudo precisamente en la época de la
Independencia hispanoamericana, en Buenos Aires, Montevideo o Caracas… Aquí
coexisten fuertes aspiraciones a la soberanía con identidades culturales comunes; la
nación, en estos casos, no remite a lo cultural, sino a lo político: a una colectividad
humana autogobernada e independiente de las demás.
De la confusión entre los dos conceptos surgen bastantes errores de
perspectiva y callejones sin salida para la investigación. Entre ellos el considerar, sin
más, que el surgimiento de identidades regionales en América o la afirmación de una
conciencia criolla son las causas directas de la independencia. Afirmación cada vez más
discutible, pues todo estudio preciso de estos fenómenos culturales en la época colonial
lleva siempre a afirmar correlativamente que coexistían con un fuerte sentimiento de
pertenencia a ese conjunto político que era la Monarquía hispánica.
Examinemos, pues, en esta perspectiva, Hispanoamérica, para analizar qué
relación guarda su independencia con la existencia de una o de varias identidades
americanas; para identificar qué tipo de comunidades humanas se convirtieron en países
independientes; para entender mejor en qué términos se planteará en el siglo XIX la
construcción del Estado-nación.
Intentaremos hacerlo teniendo siempre presente que la cuestión de las
nacionalidades es, sobre todo, un problema de los siglos XIX y XX, consecuencia del
triunfo, después de la Revolución francesa, del modelo del Estado-nación. Se tiende a
considerar a este último como algo que va de soi, olvidando su radical novedad y la
existencia anterior de grandes conjuntos políticos multicomunitarios dotados de una
gran estabilidad, puesto que no sólo existieron durante siglos, sino que resistieron
incluso hasta bien entrado el siglo XX. Pensemos en los imperios autro-hungaro y
otomano, disueltos solamente después de la Primera Guerra mundial por la voluntad de
los vencedores, y en el ruso (luego soviético), cuya desintegración estamos ahora
presenciando…
Es más bien en este último registro, el de la desintegración de un imperio,
en nuestro caso la Monarquía hispánica, como hay que considerar las independencias
americanas. Plantearse el problema en estos términos supone interrogarse sobre cuáles
151 La existencia actual en ellas de algunos muy minoritarios grupos independentistas, no hace más que confirmar cómo se ha ido imponiendo en nuestra época la identificación entre identidad cultural y soberanía.
65
eran los diferentes tipos de identidades que existían en la América hispánica y cómo
evolucionaron en la época de la independencia. Si la identidad remite siempre a lo que
un grupo considera ser y a lo que lo hace al mismo tiempo diferente de otros, podemos
considerarla bajo dos enfoques diferentes: el político —la pertenencia a una
colectividad que posee un gobierno propio— y el cultural —la posesión de rasgos
culturales específicos—152.
Desde ambos puntos de vista pueden distinguirse en América española dos
pirámides paralelas de identidades superpuestas: una, política y otra, cultural.
Una pirámide de comunidades políticas
Las comunidades políticas de pertenencia no son primariamente las
divisiones administrativas en las que ejercen su autoridad los representantes del Estado
(virreinatos, gobernaciones, audiencias, corregimientos, etc.), sino aquellas que forman
la trama de la sociedad: cuerpos de todo tipo, con poderes diversos, particularmente el
de justicia, atributo esencial de todas las autoridades del Antiguo Régimen y, sobre
todo, dentro de ellos, las estructuras políticas territoriales. Esta distinción nos parece
esencial en la medida en que las circunscripciones administrativas del Estado —
fiscales, jurisdiccionales, militares, de gobierno político— no solamente no coinciden
entre sí, sino que son además variables en el tiempo. Esto explica, como lo veremos
después con más detalle, que cuando desaparezcan o sean rechazadas con la crisis de la
Monarquía las autoridades regias, surjan a plena luz las comunidades políticas en que
estaba organizada la sociedad. Nadie hablará o actúará entonces en nombre de la
circunscripción de una audiencia, de una intendencia o de un corregimiento, pero sí de
un reino, de los pueblos, de una ciudad…
Esto no quiere decir, evidentemente, que estas dos realidades —las
divisiones administrativas del Estado y la organización política de la sociedad— no
tengan nada que ver entre sí, puesto que la Corona estableció y adaptó, el medida de lo
posible, sus divisiones administrativas a la realidad social: a las antiguas unidades
políticas precolombinas y a las zonas concedidas a un grupo de conquistadores en la
época de la conquista; a la evolución del poblamiento, después. También es cierto,
como lo veremos en seguida, que la existencia de estas instituciones administrativas
contribuye no sólo a estructurar vastos espacios, sino también a la consolidación, por
parte de la sociedad, de su identidad política.
Para describir estas comunidades es necesario recordar la estructura de la
152 Esta misma distinción se encuentra formulada de manera un poco diferente por Mónica QUIJADA, “De la Colonie à la République: inclusion, exclusion et mémoire historique au Pérou”, in Mémoires en
devenir. Amérique latine XVIe-XXe siècles, Bordeaux, Maison des Pays Ibériques, 1994.
66
Monarquía hispánica en la época de los Austrias, ya que entonces se fijan los
principales rasgos de la América española. La Monarquía aparece como un conjunto
plural, muy diferente de una monarquía unitaria a la francesa o del modelo borbónico
del XVIII. Se trata de un conjunto político formado por la agregación progresiva de
reinos y provincias, tanto europeas como americanas, unidos en la persona de un
soberano común. Aunque existe un aparato administrativo central que asiste al rey en el
gobierno del conjunto de la Monarquía y de cada una de sus partes, este aparato central
es relativamente reducido. Cada uno de los reinos y provincias que lo componen son
gobernados por un representante del rey, de acuerdo con sus propias instituciones y, en
la mayoría de los casos, por naturales del país.
Aunque no han faltado nunca, y sobre todo a finales del XVI y principios
del XVII, defensores de la soberanía absoluta del rey, otros son los principios que rigen
la Monarquía, unos principios que pueden ser calificados como pactistas 153. En efecto,
las relaciones entre en el rey y sus estados y entre el monarca y sus súbditos 154 están
hechas de deberes y derechos recíprocos que obligan tanto al uno como a los otros,
hasta el punto que el desacato por parte del rey de los derechos de sus súbditos justifica
toda una serie de reacciones, que van desde múltiples representaciones de los cuerpos o
individuos agraviados, hasta la revuelta, pasando por toda clase de negociaciones y por
la suspensión de la decisión real (“se obedece, pero no se cumple”).
El rey es, por tanto, la cabeza de un conjunto de comunidades políticas, —
sus “pueblos” o sus reinos— que sólo puede llamarse España por simplificación. La
expresión “las Españas”, más utilizada, refleja mejor el carácter plural de esta
construcción que es, de hecho, una pirámide de comunidades políticas superpuestas, tal
como bien lo expresa la titulatura regia. En el nivel más alto está la Monarquía, el
conjunto; luego, eventualmente, las Coronas, formadas a su vez por varios reinos o
provincias (la de Aragón, con Cataluña, Aragón, Valencia; la de Castilla, con Galicia,
Asturias, la Castilla propiamente dicha, los antiguos reinos musulmanes del Sur, y, en
fin, los reinos de Indias). En la base de esta pirámide, en los reinos castellanos, que son
los que nos interesan ahora, se encuentran dos tipos esenciales de unidades políticas 155:
los señoríos —laicos o eclesiásticos— y los grandes municipios 156; y, más abajo aún,
dependientes de unos u otros, una multitud de villas y pueblos.
153 Se trata, pues, de principios contractuales, pero preferimos reservar esta última palabra para el contractualismo moderno. 154 La palabra es poco utilizada entonces e, incluso después de la victoria del absolutismo, la arcaica palabra vasallos sigue siendo la más utilizada por los actores sociales. 155 Dotados ambos de poderes jurisdiccionales, fiscales, militares, de gobierno político, etc. 156 Estos grandes municipios castellanos son verdaderos señoríos colectivos, dominados por el ayuntamiento de la ciudad capital. La palabra provincia, no designa en el siglo XVII otra cosa que las circunscripciones, sobre todo con contenido fiscal, de las ciudades con voto en Cortes. Cfr. Antonio DOMINGUEZ ORTIZ, Instituciones y sociedad en la España de los Austrias, Barcelona, Ariel, 1985, y Miguel ARTOLA, Antiguo Régimen y Revolución liberal, Madrid, 1979
67
La estructura política de América reproduce, con alguna modificación, la
estructura política castellana. Los conquistadores intentaron transponer en América los
modelos de organización social y política de la Castilla de principios del siglo XVI: es
decir, por una parte, la organización municipal y, por otra, los señoríos. La fundación
de ciudades y la atribución de indígenas en encomiendas fueron fenómenos inmediatos
y universales. Sobre todo el primero: al fundar ciudades en las que ejercían sus
derechos de “vecinos”, los nuevos pobladores de América reprodujeron inmediatamente
en América la estructura municipal castellana. La ciudad precede a todas las demás
unidades políticas. En cuanto a los señoríos, bien se sabe que la Corona consiguió, al
cabo de cierto tiempo, impedir su formación, especialmente mediante las Leyes Nuevas
de 1542 sobre las encomiendas 157. La organización municipal triunfó, por el contrario,
plenamente y América se cubrió de ciudades, villas y pueblos, tanto “españoles” como
“indios”, puesto que la Corona extendió a la “república de los indios” esta institución
castellana.
Por lo que se refiere a los reinos, su constitución fue un poco posterior y
data de la conquista de los grandes “imperios” indígenas. Estos fueron inmediatamente
considerados por los conquistadores como reinos incorporados por conquista a la
Corona de Castilla de manera análoga a los reinos musulmanes de la Península, el
último de los cuales, Granada, había sido ganado sólo unas décadas antes. El uso de la
palabra reino se impone entonces muy rápidamente, no sólo entre los españoles, sino
también entre los mestizos y los indios. La expresión “este reyno”, “estos reynos” es
omnipresente en la obra Guaman Poma de Ayala 158 y las mismas leyes la recogen sin
cesar, empezando por la Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias.
Cabe, sin embargo, preguntarse si los reinos americanos tienen la misma
consistencia que los reinos peninsulares. En la pirámide de comunidades humanas que
forman la sociedad de Antiguo Régimen el reino aparece como una comunidad
territorial de orden superior que engloba en su seno, con combinatorias específicas, a
las múltiples comunidades locales y a los diferentes cuerpos en los que está estructurada
la sociedad. El reino es una comunidad humana tendencialmente completa por su
territorio bien definido, por su gobierno propio y por el sentimiento que tienen sus
habitantes de una común pertenencia y también de una común diferencia con otras
comunidades análogas. En esta óptica es evidente que, aunque los elementos
institucionales sean importantes, más lo son la particular combinatoria de los grupos
157 Estas observaciones valen para las zonas centrales de las Indias. La excepciones más notables sólo se encuentran —salvo el señorío de Cortés y el más tardío ducado de Atlixco en Nueva España— en regiones periféricas. Allí subsistieron largo tiempo las encomiendas o se constituyeron, como en el norte de México en el XVIII grandes mayorazgos con privilegios jurisdiccionales. Es también en estas zonas donde se encuentran la mayor parte de las reducciones que pueden ser asimiladas a señoríos eclesiásticos. 158 Cfr. Marie-Claude CABOS, L’acculturation de Guaman Poma d’après la Nueva Coronica y Buen Gobierno, Tesis de 3er ciclo, Universidad de Paris I, 1982 , p. 116.
68
sociales en un espacio regido por las mismas autoridades, la existencia de un espacio
económico relativamente unificado y, más tarde, la construcción cultural de la
identidad que refuerza el sentimiento de pertenencia. El reino, como la nación
moderna159, es quizás ante todo una comunidad imaginada, cuya construcción exige, por
lo tanto, tiempo.
En este sentido, los reinos peninsulares, aunque no posean todos la gama
completa de organismos a través de los cuales el rey ejerce su autoridad, son realidades
indubitables, comunidades ciertas de pertenencia, consecuencia de una existencia
secular que los hacen de hecho indivisibles. En América la mayoría de los reinos son
entidades más inciertas y todavía fluctuantes, como lo muestran en el siglo XVIII las
numerosos cambios de las circunscripciones administrativas 160 y, sobre todo, la
creación de nuevos virreinatos, Nueva Granada en 1739 y Rio de la Plata en 1776, que
fragmentan el antiguo y único virreinato del Perú. La acción de la Corona está inspirada
ciertamente por la racionalización administrativa, pero estas modificaciones sólo son
posibles porque la unidad del virreinato del Perú es más administrativa que humana 161.
En su seno existían ya otras comunidades menores, bien claras en la conciencia de sus
habitantes, calificadas como reinos y provincias.
Como en la constitución de toda comunidad política del Antiguo Régimen,
la formación de los reinos americanos resulta de su historia, de una pluralidad de
factores, algunos de los cuales se remontan a la época de la Conquista y otros que le
son posteriores. Entre los primeros figuran la densidad y el nivel de las poblaciones
indígenas, la existencia de unidades políticas precolombinas, las áreas de acción de un
grupo de conquistadores, la intensidad del poblamiento español y la red de ciudades en
que éste se asienta. En función de estas realidades la Corona, y con ella la Iglesia,
organizan el territorio e instalan progresivamente sus representantes. De ahí que en una
primera época, que duró dos siglos, sólo existiesen dos virreinatos, Nueva España y
Perú, aunque dentro de ellos se consideren como existentes otros reinos -Guatemala,
Quito, Nueva Granada, Chile- herederos de las unidades políticas o étnicas
precolombinas y de las empresas autónomas de conquista.
A finales del siglo XVIII la consistencia de los reinos americanos era
todavía muy diversa. Sólo dos reinos americanos, Chile y Nueva España, podían
entonces equipararse, según todos estos criterios, a los reinos peninsulares. El primero,
por su aislamiento geográfico y la cohesión de una población reducida y homogénea. El
159 Según la expresión de Benedict ANDERSON, Imagined communities, Londres, 1983. Poco importa en este sentido que el reino lo sea desde el punto de vista institucional; lo que cuenta es que sus habitantes lo consideren como tal. 160 Citemos entre las mas importantes en este registro la que concierne Venezuela que es dotada en 1742 de un gobernador propio y en 1786 de su propia audiencia.161 Sin embargo, hay indicios que su larga existencia había creado un cierto grado de sentimiento de pertenencia. Miranda se define aún a finales de siglo, como «peruano». Y en el mismo registro, la herencia incaica será míticamente reivindicada por los revolucionarios de Caracas y de Buenos Aires.
69
segundo, principalmente por la existencia de un espacio político ya estructurado en
parte por el imperio mexica, por la precocidad de la conquista y de la organización
administrativa y eclesiástica, por la densidad de la población indígena, del poblamiento
español y del mestizaje, por la intensa evangelización y el culto común a la Virgen de
Guadalupe, por un espacio económico bastante unificado y por el grado de elaboración
de una identidad cultural propia llevado a cabo por sus élites, como veremos pronto.
Las demás regiones americanas, aunque posean algunos de los elementos
que caracterizan al reino, son, ante todo, circunscripciones administrativas del Estado 162
superpuestas a un conjunto de unidades sociales de un ámbito territorial menor y de
tipo diferente. Estas unidades sociales son las formadas por el territorio dominado por
una ciudad principal, capital o cabecera de toda una región, con sus villas y pueblos
«vasallos». Estamos aquí, como ya lo hemos indicado, ante la transposición americana
de uno de los aspectos más originales de la estructura política y territorial de Castilla: la
de los grandes municipios, verdaderos señoríos colectivos que dominan un conjunto
muy vasto de ciudades, villas y pueblos dependientes. Estas son las comunidades
políticas de base de toda la América española, incluso en las regiones en las que el
reino tiene ya su propia consistencia.
Comunidades humanas y unidades políticas indiscutibles y permanentes,
integradas en los casos ya citados en la unidad superior del reino, y en otros —la
mayoría— reagrupadas con más o menos fundamento por el Estado moderno en
circunscripciones administrativas muy variables. Variabilidad de las unidades políticas
superiores que se explica no sólo por la inmensidad del territorio y los progresos del
poblamiento, sino también por la homogeneidad de estas unidades de base y de sus
gobiernos municipales. Se trata, pues, de comunidades tendencialmente completas,
pequeñas “repúblicas”, potencialmente ciudades-Estados, si viniesen a faltar el rey y
sus representantes, vínculos de su integración en conjuntos políticos más vastos, como
pronto se verá en la época de la Independencia. Aquí se encuentran las raíces del mal
llamado localismo o regionalismo americano del siglo XIX 163.
Falta en América, en mayor grado aún que en la Península, una comunidad
intermedia entre las ciudades y el reino, la provincia. La palabra existe, pero designa
realidades muy diferentes unas de otras. En algunos casos se trata de circunscripciones
del Estado: al principio, generalmente, las gobernaciones y luego, las intendencias. Son
éstas últimas las que hubieran constituido un embrión de estructura provincial, pero en
América su existencia es tardía y no fueron, además, instaladas en todas las regiones
162 Cfr. por ejemplo, para la complejidad de jurisdicciones en América, Horst PIETSCHMANN, «Las Indias de Castilla», en Christian HERMANN (Coord.), Le premier âge de l’Etat en Espagne (1450-1700), Paris, Ed. du CNRS, 1989.163 En la medida que no se trata de particularismos surgidos dentro de una unidad superior preexistente, sino de las comunidades humanas que preceden la construcción de una unidad superior: reino primero, o nación moderna después.
70
(por ejemplo, en Nueva Granada) 164. Por eso en la mayoría de los otros casos la palabra
designa simplemente, como en la Castilla del siglo XVII, el espacio dependiente de las
ciudades principales; se trata, por consiguiente, de ciudades-provincias. Pero no
existen, como en las colonias británicas de América del Norte, provincias que sean una
circunscripción superior a la ciudad y dotadas de instituciones representativas supra-
municipales; su ausencia que se hará cruelmente sentir en la época de la Independencia.
Si nos colocamos en 1808, al principio de la gran crisis de la Monarquía, las
identidades políticas americanas aparecen escalonadas en varios niveles. En la base, la
pertenencia a pueblos, villas y ciudades jerarquizados en función de su rango alrededor
de la ciudad principal, la “patria” por excelencia. Luego, en ciertos casos, el reino: en
Nueva España, Guatemala, Chile, Perú propiamente dicho o Quito. Después, la Corona
de Castilla y, en última instancia, el conjunto de la Monarquía. Pluralidad, pues, de
identidades políticas que no son, como en la España peninsular, contradictorias, sino
complementarias. Se es, primero, de un pueblo, de una villa o de una ciudad; luego, de
una ciudad-provincia; después , de un reino y, al fin, “español”. La pertenencia a la
Monarquía, o cómo se dice frecuentemente en 1808, a la “nación española”, pasa por la
clara conciencia de la pertenencia a comunidades políticas de ámbito más restringido.
Contrariamente al imaginario unitario absolutista los habitantes de la Monarquía la ven
aún mayoritariamente como una realidad plural.
Las ceremonias de jura de Fernando VII en 1808 en América muestran cuán
enraizada está esta visión de la Monarquía. Cuando, por ejemplo, Fernando VII es
jurado en Guanajuato
«diciendo Castilla, Nueva España, Guanaxuato por el Sr. Don Fernando VII, […] tremolando el
Real Pendón» 165.
la jerarquía de pertenencias está bien clara: la Corona —Castilla—, el reino —Nueva
España—, la ciudad —Guanaxuato—. Los mismo gritos se oyen en todas las ciudades
de la Península y de América e incluso en pueblos de indios, semejantes en esto a los
demás. Cuando en enero de 1809 las repúblicas de indios de la región se congregan en
la ciudad de Huexocingo (Nueva España) para la jura del rey, el muy arcaico
ceremonial se refiere al mismo imaginario:
«se dijo por los Reyes de Armas en altas voces las siguientes Palabras (silencio, silencio,
164 ?Bien es verdad que el territorio de las intendencia se calcó a menudo sobre el de los obispados (cfr. Horst PIETSCHMANN, “Los principios rectores de la organización estatal en las Indias”, cap. 3 de A. ANNINO, L. CASTRO LEIVA y F.-X. GUERRA (ed.), De los Imperios a las Naciones. Ibéroamérica, Zaragoza, Ibercaja (en prensa)) y, otras veces sobre el de algunas ciudades principales. 165 Relación de las demostraciones de lealtad y júbilo que dio la ciudad de Guanaxuato desde el 31 de julio […] hasta el día 18 de septiembre, en Suplemento a la Gazeta de México, 28.XII.1808, t. XV, n° 147, pp. 1019.
71
silencio, oygan, oygan, oygan, atiendan, atiendan, atiendan) […] y el señor sub-delegado recibió
el Pendón de manos del Alférez Real y poniéndose con el las manos a la orilla del tablado dixo
en voz alta: Por las Españas, por México y por Huexocingo El Señor Don Fernando séptimo
Nuestro Católico Monarca -viva-viva-viva- y enseguida en señal de regocijo se levantaron
muchas voces de todo el concurso repitiendo lo mismo» 166
La Corona de Castilla ha sido aquí remplazada por «las Españas», pero el
significado es el mismo, la Monarquía como conjunto de reinos, y luego, su propio
reino y la ciudad.
Hay, sin embargo, en América, un nivel de identidad política
suplementario: el de los reinos de Indias considerados como un conjunto diferente de
los reinos peninsulares; o dicho de otra manera, una concepción de la Monarquía como
formada por dos pilares iguales: uno europeo y otro americano. Esta distinción viene de
muy antiguo, de la época inmediatamente posterior a la Conquista, cuando la Corona
interviene enérgicamente en América para imponer su autoridad. Los reinos de Indias,
como reinos que eran de Castilla, no gozaban entonces de una especificidad
institucional análoga, por ejemplo, a los reinos de la Corona de Aragón: ni instituciones
particulares, ni autogobierno, ni gobernantes originarios del país. Pero muy pronto sus
circunstancias particulares —alejamiento del centro de la Monarquía; especificidad,
evangelización y protección de las poblaciones autóctonas; necesidad de proteger las
relaciones comerciales con la Península, etc.— hicieron que, desde un punto de vista
político se fueran distinguiendo rápidamente de los otros reinos castellanos y
empezaran a ser gobernados, y a concebirse como si constituyeran una categoría
especial de reinos. ¿Quiere decir esto que se convirtieran entonces en colonias, en el
sentido moderno del término?
La respuesta no puede depender de nuestra concepción actual de lo que es
una colonia, sino de los conceptos y del imaginario de la época. La evolución que
experimentaron las Indias no fue tanto una evolución “colonial” como un proceso de
diferenciación en relación con los otros reinos de la Corona de Castilla que los acerca a
los reinos no castellanos de la Monarquía. A ello contribuyen fenómenos como la
existencia de virreyes, de un Consejo de Indias —análogo al Consejo de Aragón o de
Italia— y la progresiva constitución de un “corpus” legislativo propio, aunque
edificado sobre el zócalo común de la legislación castellana. De ahí la aparición en
América de reflejos y reivindicaciones semejantes a los de los reinos no castellanos,
pero que son hasta cierto punto paradójicos. Es el caso, por ejemplo, de la petición
constante de los criollos de ocupar en prioridad —o exclusivamente— los cargos civiles
166 Representación del ayuntamiento de Huexocingo con el relato de la jura del rey y después de la Junta Central, 4.V.1809, en AGN México, Historia, vol. 417, exp. I.
72
y eclesiásticos en América; exigencia enteramente comprensible, y, en general,
respetada en los estados no castellanos de la Monarquía en tiempos de los Austrias,
pero extravagante dentro de la Corona de Castilla.
En este sentido, las Indias, aun siendo legalmente castellanas, evolucionan
en la conciencia de sus habitantes hacia un estatuto cada vez más particular, que las
asimila, en lo que concierne a sus relaciones con el rey, a los antiguos reinos de la
Corona de Aragón; evolución que persiste aún después de que los Borbones hayan
suprimido las instituciones publicas de los reinos de la Corona de Aragón. En este
campo las Indias serán hasta el final como el último bastión de la antigua visión plural
de la Monarquía y de las antiguas concepciones pactistas, muy atacadas ya por el
absolutismo en la Península.
Este viejo problema de la identidad política de América se ve incluso
reforzado en el siglo XVIII por la manera nueva que tienen las élites peninsulares de
considerar a los reinos y provincias americanos como “colonias” 167, es decir, como
territorios que no existen más que para beneficio económico de su metrópoli e —
implícitamente— carentes de derechos políticos propios. Esta nueva visión implicaba
igualmente que América no dependía del rey, como los otros reinos, sino de una
metrópoli, la España peninsular… Que este vocabulario no fuera empleado en los
documentos oficiales, en los que seguían utilizándose las viejas apelaciones de reinos y
provincias, no era óbice para que el término «colonias» —u otros equivalentes, como
«establecimientos»— se utilizasen con frecuencia creciente, primero, en los
documentos internos de la alta administración de Madrid y en la correspondencia
privada de los funcionarios reales, y, en los últimos lustros del del siglo XVIII, en la
prensa y en los libros.
Todo ello provocó un descontento difuso en América por lo que conllevaba
de desigualdad política; descontento tanto mayor cuanto que el peso humano y
económico de ésta no hacía más que aumentar en el seno de la Monarquía. La vieja
identidad americana fundada en la reivindicación de la singularidad de los reinos
americanos —de sus “fueros y privilegios”— se expresa ahora en el rechazo de la
condición política subordinada, implícita en su designación como “colonias”, y en una
reivindicación de igualdad con los reinos peninsulares. Cambio importante, pues, pero
que no es de urgente actualidad hasta 1808, puesto que tanto la España peninsular como
la americana están sometidas a un común absolutismo.
167 Aunque la palabra colonia con su sentido moderno no aparece en español más que en la segunda mitad del XVIII, por influencia del vocabulario francés e inglés, la concepción que ella encierra aparece ya antes en los escritos de proyectistas como Ward y Campillo. Para esta cuestión, cfr. Philippe CASTEJON, Le statut de l’Amérique hispanique à la fin du dix-huitième siècle: Les Indes occidentales sont-elles des colonies?, Mémoire de Maîtrise de l’Université de Paris I, 1993, 135 p.
73
Una superposición de identidades culturales
Paralelamente a esta pirámide de identidades de contenido esencialmente
político existen también en América otras de contenido más propiamente cultural.
Como en toda sociedad, y en este caso en toda sociedad europea del Antiguo Régimen,
cada grupo humano, ya sea informal o institucionalizado, elabora siempre por medios
muy diversos una identidad cultural. En el caso de los grupos familiares, y, sobre todo,
de los grandes linajes, esta identidad se funda principalmente en la memoria. La
obsesión de las genealogías —recuento de los antepasados y de su alcurnia, real o
imaginaria— tan extendida entre los criollos, pero también entre la nobleza india, es
una manera de distinguirse de grupos sociales considerados como inferiores. Sin
embargo, esa elaboración de la identidad no se limita a estos grupos; cada cuerpo —
cofradías, gremios, corporaciones diversas— construye también la suya, en la que
desempeña a menudo un papel central la veneración de un santo patrón y las fiestas y
ceremonias que sirven a afirmar la cohesión del grupo.
Dentro de la multiplicidad de grupos que constituyen la sociedad del
Antiguo Régimen las identidades territoriales ocupan un lugar fundamental en la
medida en que tienden a englobar a las demás, aunque sigan existiendo otras, ligadas a
los estamentos —nobleza, clero, pertenencia a la república de los indios o de los
españoles—, que sobrepasan el ámbito territorial. Sin embargo, para el tema que nos
ocupa ahora son las identidades territoriales las que conviene examinar.
En el nivel más elemental de la sociedad se encuentran las identidades
locales de los pueblos, villas y ciudades —e incluso de los barrios que existen a veces
en ellos—. Identidades que se expresan esencialmente en las ceremonias públicas que
por motivos religiosos o profanos reúnen a los diferentes cuerpos y estamentos y
afirman la unidad de todos como partes de una misma comunidad. Aquí también, como
en el caso de las identidades corporativas, el culto del santo patrón y la protección que
éste otorga a sus fieles desempeñan un gran papel, sobre todo en los pueblos. En
localidades más importantes se añaden otras múltiples festividades. En estas fiestas, en
las que se mezclan íntimamente las manifestaciones religiosas y profanas, todas las
localidades y, sobre todo, las ciudades, veneran a su santo patrón, lloran al rey difunto y
juran al nuevo rey, celebran las bodas y cumpleaños de la familia real, reciben a un
virrey o un prelado, festejan la canonización de un nuevo santo... 168.
Pero también las pueblos, villas y ciudades fundan su identidad en una
memoria colectiva. Los títulos y preeminencias de las ciudades remiten, como en el
168 Cfr., por ejemplo, Thomas CALVO, ‘Sólo México es corte’. La fête hispanique animée par le créolismes mexicain (1722-1740)”, in Mémoires en devenir. Amérique latine XVIe-XXe siècles, op. cit. y Carole LEAL CURIEL, El discurso de la fidelidad. construcción social del espacio como símbolo del poder regio (Venezuela, siglo XVIII), Caracas, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, 1990, 319 p.
74
caso de las familias e individuos, a los méritos y servicios pasados de estos actores
colectivos 169. La ciudad india de Tlaxcala, por ejemplo, recuerda aún en 1809,
«La Muy Noble, Insigne, y siempre Leal Ciudad de Tlaxcala […] dice: Que entre las
diversas gracias, honras y mercedes con que la Real Piedad de nuestros Monarcas ha querido
distinguirla en todo tiempo, se comprende la de haberla declarado por primera y principal de
esta América, según consta de una de las Leyes del Reyno […] .
Tlaxcala desde el momento feliz de la gloriosa conquista de este basto Imperio […] ha
savido conservar su lealtad y obediencia […] que ha inclinado el piadoso animo de nuestros
soberanos, para enriquecerla de las exquisitas gracias y privilegios que no goza otra Ciudad […].
Serán enhorabuena más ricas y opulentas, pero Tlaxcala, a pesar de su miseria, a que le
ha reducido la vicisitud de los tiempos, ella será siempre célebre en los fastos de América:
conservará el renombre de Auxiliar y protectora de la conquista de estos Reynos […] » 170.
Por encima de estas identidades locales —campesinas o urbanas— se
encuentran las identidades culturales de los reinos que, como en la Europa medieval y
moderna, son el resultado de un largo y complejo proceso de elaboración de un
imaginario común, en el que juegan un papel clave las elites intelectuales 171.
Elaboración indispensable en todo lugar, y más aún en América, a causa de la gran
heterogeneidad de una población en la que conviven moradores de origen europeo —o
africano—, alejados de su tierra de origen, con los descendientes de la población
indígena y con los cada vez más numerosos mestizos.
Las élites intelectuales, criollas en su mayoría —pero también mestizas o
indias—, emplearon medios muy diversos para exaltar a su patria, pero, ante todo,
como en Europa, la elaboración de una historia, ya sea religiosa o profana. Una historia
religiosa en la que se exalta la especial providencia de Dios hacia cada comunidad,
manifestada, sobre todo, por una especial protección de la Virgen bajo sus diferentes
advocaciones regionales o locales, o de los santos. Una historia profana, también,
escrita o representada en fiestas y ceremonias, que poco a poco debía incluir a las
civilizaciones precolombinas, tanto para dignificar al reino por la antigüedad de su
pasado como para integrar en la misma unidad a las dos «repúblicas», la de los
españoles y la de los indios. El pactismo suministraba aquí los instrumentos
conceptuales y simbólicos necesarios al hacer de la conquista una translatio imperii,
169 Un papel análogo juegan para los pueblos los títulos de propiedad, que para muchos de ellos, como la memoria de los orígenes. Cfr. sobre este tema, Serge GRUZINSKI, La colonisation de l’imaginaire, Paris, Gallimard, 1988, cap. III. 170Representación de la Ciudad de Tlaxcala, 30.V.1809, AGN, Historia, vol. 418, exp. XIII. 171 Cfr., por ejemplo, para Francia, Colette BEAUNE, Histoire de la Nation France, Paris, Gallimard, 1985.
75
origen de un nuevo pacto fundador por el cual los reinos indígenas se incorporan, como
lo hicieron en su tiempo los reinos musulmanes, a la Corona de Castilla. En este
sentido, el rey de España es el descendiente del Inca 172.
Empresa ardua a pesar de todo, en la que se podía privilegiar la gloria de
los vencedores o la dignidad de los vencidos 173. De maneras diversas y complejas, y
aún en buena parte por estudiar, cada reino siguió su propia vía. Nueva España, sobre
todo, la religiosa, escogiendo como héroes más a los evangelizadores que a los
conquistadores y congregándose alrededor de la Virgen de Guadalupe 174. El virreinato
del Perú se inclinó simultáneamente por la continuidad con el imperio inca 175 y la
protección de Santa Rosa de Lima 176.
Más tardíamente, y como consecuencia del interés por la ciencia del XVIII,
se apela también a la naturaleza y a la geografía 177 y se elabora una geografía
“patriótica” que insiste sobre las riquezas y los dones con que la Naturaleza o la
Providencia han dotado a cada región.
En vísperas de la gran crisis de la Monarquía esta elaboración de la
identidad cultural no había progresado de la misma manera en todos los sitios: muy
avanzada en Nueva España y en el Perú propiamente dicho, o incluso en Chile, estaba
sólo en sus comienzos en Nueva Granada, en Venezuela o en el Rio de la Plata.
Queda, en fin, el grado superior de identidad: la pertenencia a la Monarquía
o, con los términos de 1808. a la nación española. Se trata de una identidad muy fuerte,
basada en una extraordinaria unidad de rasgos culturales : la lengua, el castellano —
para la población criolla y mestiza, para una buena parte de las “castas” y para un
número cada vez mayor de indígenas—, con una literatura y movimientos artísticos
compartidos… Unidad de religión, la católica, con una casi inexistencia de minorías
religiosas. Unidad fundada, también, para buena parte de los criollos, en la memoria de
su lugar de origen en la Península y en unos vínculos familiares con los peninsulares
que el flujo continuo de la inmigración refuerza.
Unidad política, basada en vínculos personales y colectivos con el rey,
172 Por eso, en las fiestas del Perú colonial, el papel del Inca está jugado por las autoridades españolas. Carlos R. ESPINOSA FERNANDEZ DE CORDOBA, «La Mascarada del Inca: Una investigación sobre el Teatro Político de la Colonia», Miscelánea Histórica Ecuatoriana, Quito, n° 2, 1989.173 En Chile, la exaltación de los vencidos, con La Araucana de Alonso de Ercilla, proporcionaba así a los criollos un elemento esencial de su identidad. 174 Cfr. David BRADING, Los orígenes del nacionalismo mexicano, México, Ed. Era, 1988 . 175 De ahí la importancia de las genealogías y de las utopías hispano-incaicas. Cfr., sobre estos temas, DEMELAS, Marie Danielle, L’invention politique. Bolivie, Equateur, Pérou au XIXe siècle, Paris, ERC, 1992 y para la iconografía, Teresa GISBERT, Iconografía y mitos indígenas en el arte, La Paz, 1980. Para las tentativas mexicanas en este mismo registro, cfr. Anthony PAGDEN, El imperialismo español y la imaginación política, Madrid, 1991, cap. 4, I, II y III. 176 Cfr., por ejemplo, para su papel en Quito, Marie-Danielle DEMELAS et Yves SAINT-GEOURS, Jerusalén y Babilonia . Religión y política en el Ecuador. 1780-1880, Quito, 1988. 177 Como en la España peninsular, los periódicos y las diversas sociedades eruditas dedican un gran papel a esas descripciones geográficas regionales.
76
ratificados por el juramento de fidelidad, que hacen de él el centro de unión de estados
y pueblos muy diversos. Unidad, en fin, político-religiosa, fundamentada en la adhesión
a los valores de una monarquía concebida como una “Monarquía católica”. Esta
concepción de la monarquía, que se remonta por lo menos al siglo XVI, está
impregnada de providencialismo. Dios la ha escogido para defender a la Cristiandad
contra sus enemigos exteriores —el islam— o interiores —los protestantes— y para la
expansión de la fe, elemento éste fundamental, puesto que es el que, en última
instancia, legitima el dominio español en América 178. La lealtad al rey es inseparable de
la adhesión a la religión.
La permanencia de este elemento constitutivo de la identidad hispánica fue
considerable en América, aún más que en la Península. La literatura patriótica de 1808
exprime sin cesar estos valores, que son además compartidos por la masa de la
población indígena. Así los expresan, por ejemplo, los naturales del pueblo de Santiago
del Rio (Nueva-España) :
El Comisario de Santiago del Rio con los demás naturales se presenta a VSS con sus personas,
bienes y vidas para que les manden en quanto sea servicio de nuestros Catolicos Soberanos que
supimos con dolor de nuestro corazón haverlos engañado un traidor. Nunca el pueblo de Dios de
Israel le pidio algo a su Divina Mag. para mejor servirle que no mandase hasta a sus angeles
para exterminar a sus enemigos, y esto que no tenia una Nrã Sra de Guadalupe que vino cuando
nuestros soberanos nos trageron la Santa Fe Catolica, obligación que no pagaremos ni con mil
vidas. Esperamos y obedeceremos como fieles vasallos sus mas obligados quantas ordenes se
sirvan VSS imponernos y rogamos a nuestra Madre y Sra de Guadalupe por nuestros soberanos
que Dios nos gûe (guarde) 179.
De esta identificación del catolicismo con la lealtad monárquica resultará
poco después la dificultad de pensar la independencia: ¿cómo se puede ser, al mismo
tiempo, independiente, republicano y católico? De ahí, también, la importancia de los
preámbulos religiosos de las primeras constituciones hispánicas y la abundancia en los
dos bandos de los argumentos religiosos durante las guerras de independencia 180.
Por último, existe también en América un nivel intermedio de identidad
cultural: el de la americanidad, paralelo en lo cultural a la visión política de los
derechos particulares de los reinos de Indias expuesta anteriormente. Esta identidad
global americana tiene un largo pasado, pues, bajo la forma de la singularidad criolla,
178 Cfr.. para estos temas, David A. BRADING, Orbe indiano. De la Monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, trad. esp. México, FCE, 1991, 1a parte, y PAGDEN, op. cit., cap. 1 y 2.179 Archivo General de la Nación, (AGN), Historia, t. 46, f. 454. 180 Cfr., por ejemplo, Corinne LAUR, Analyse du caractère religieux des guerres d’indépendance en Amérique espagnole à travers les publications et les déclarations de l’époque, Mémoire de DEA, Université de Paris I, 1992.
77
se afirma muy pronto en las generaciones que siguen inmediatamente a la Conquista.
Su fundamento se encuentra en el sentimiento vívido y vital del lugar del nacimiento,
de una “patria” singular. Era esta diferencia —y a veces la competencia— con los
peninsulares lo que definía lo criollo; es decir, algo que era como un informal estatuto
personal dentro de un conjunto de una extraordinaria homogeneidad humana y cultural.
Las manifestaciones de esta conciencia criolla son innumerables y han sido muchas
veces descritas 181. Pero, además, lo que durante buena parte de la época colonial tuvo
ante todo un contenido político para reivindicar los derechos de los americanos, se
carga en el siglo XVIII de un contenido cultural destinado a exaltar la excelencia de
América: de su naturaleza, de su pasado y de su futuro.
La afirmación de la americanidad aparece muy ligada al ataque en regla de
la ciencia europea de las Luces —Raynal, Buffon, De Pauw, entre otros— contra la
naturaleza americana: contra sus especies consideradas como inferiores o degeneradas e
incluso contra el hombre americano, ya sea indígena o criollo… La “disputa del Nuevo
Mundo” 182 que se produce entonces alrededor de estos temas moviliza a las élites
intelectuales americanas —a los jesuitas exiliados, a los miembros de sociedades
económicas y patrióticas, …— en una defensa apasionada del continente.
Esencialmente defensiva en su origen, la americanidad adquiere también pronto un
carácter utópico al hacer del Nuevo Mundo un mundo nuevo destinado a un futuro
singular.
Este imaginario de la singularidad americana, a la elaboración del cual
contribuyen también poderosamente los escritores de los nacientes Estados Unidos 183,
busca sus elementos constitutivos en múltiples campos. Exalta un mundo joven, con
una naturaleza virgen y no corrompida y lleno de riquezas naturales. Un mundo que la
Providencia ha separado por una enorme distancia del Viejo para protegerlo así de sus
vicios: ya sea de la impiedad en el registro religioso 184 o, más tarde, del despotismo en
el político. La marcha misma de las civilización , que progresa, como el sol, del Este al
Oeste, destina a América un porvenir lleno de promesas.
En Hispanoamérica, a estos temas, compartidos muchos con las antiguas
colonias británicas de Norteamérica, se añade ahora, de manera mucho más fuerte que
181 Cfr., por ejemplo, BRADING, Orbe indian, op. cit. y Bernard LAVALLE, Recherches sur l’apparition de la conscience créole dans la vice-royauté du Pérou: l’antagonisme hispano-crélo dans les ordres religieux (XVIe-XVIIe siècle) 2 vols Lille 1982 y Las promesas ambiguas. Ensayos sobre el criollismo colonial en los Andes, Lima 1993. 182 Según el título del libro clásico de Antonello GERBI, La disputa del Nuevo Mundo, México, FCE, 1960. 183 ? La influencia de Thomas Paine es cierta y fuerte. Cfr. para Estados Unidos, Elise MARIENSTRAS, Les mythes fondateurs de la nation américaine, Paris, 1976 et Nous le peuple. Les origines du nationalisme américain, Paris, 1988. 184 Para este tema que se manifestará, después de la Revolución francesa, en la oposición entre la piadosa América a la impiedad europea, cfr., por ejemplo, Marie-DEMELAS et SAINT-GEOURS, Jérusalem et Babylone, op. cit..
78
anteriormente, una revisión del pasado precolombino, revalorizado para convertirlo en
una Antigüedad clásica, análoga a la greco-romana, con el fin de dar a los americanos
un pasado propio y glorioso y permitirles distinguirse, una vez más, de los europeos.
Esta revalorización es, sin embargo, una empresa difícil, puesto que es realizada por los
criollos, cuyo estatuto social superior en la sociedad procede de su condición de
“españoles”, descendientes de los conquistadores y pobladores de las Indias, en
contraposición con los pueblos conquistados. La unificación de ambos grupos es en
buena parte retórica, ya que se funda solamente en el nacimiento en el mismo suelo,
pero, a pesar de ello, tiene la ventaja de hacer posible un discurso unificador de todos
los habitantes de América por oposición a los peninsulares, discurso que será utilizado
con cierto éxito en las guerras de independencia.
Resumiendo lo dicho hasta ahora, se puede afirmar que, en vísperas de la
Independencia, existían en América multiples identidades superpuestas e imbricadas;
que estas identidades no sólo no eran incompatibles entre ellas, sino que habían
coexistido sin demasiados problemas durante vario siglos; que ninguna de ellas parecía
haber estar llegando a provocar la ruptura de la Monarquía; que, en fin, ninguna de
ellas podía proporcionar una base solida e inconstable a la formación de la “nación”
moderna.
Las mutaciones de la época revolucionaria
Sólo con la crisis de la Monarquía que comienza en 1808 se rompe este
sútil equilibrio. Es entonces cuando las coyunturas políticas de este periodo tan rico en
rupturas van provocar un juego complejo entre esas diferentes identidades, poniendo
unas u otras en primer plano y haciendo que algunas de elles se vuelvan incopatibles
entre si.
En la primera fase, marcada por la desaparición del rey y la resistencia al
usurpador aparecen en primer plano, en el plano político, las ciudades capitales y los
reinos y, en el cultural, el patriotismo “español” de todos los habitantes de la
Monarquía.
En efecto, ante la ausencia del rey y las vacilaciones, o incluso la
colaboración, de las autoridades regias185, los protagonistas de la resistencia son, ante
todo, en España, las ciudades principales. En éstas, en las capitales de los reinos y
provincias, se producen, con una fuerte intervención del pueblo, los motines que llevan
a la formación de las juntas insurreccionales españolas y a partir de ellas se impulsa la
creación de otras juntas en las ciudades secundarias. Son éstas mismas las que durante
el verano de 1808 intentan, con la reunión de las antiguas Cortes de los diferentes
185 La colaboración se refiere ante todo a la Península, y las vacilaciones sobre todo a América.
79
reinos, dar una legitimidad a sus poderes provisionales 186 y ellas, también, las que
mediante sus delegados forman en Aranjuez el 24 de septiembre de 1808 la Junta
Central Gobernativa del Reyno. El viejo imaginario pre-borbónico de la Monarquía
plural resurge con fuerza: sólo los antiguos reinos o sus equivalentes (más Madrid,
como capital) están representados por sus diputados en la Junta Central.
Lo mismo ocurre en América durante este primer período. Sólo actúan
entonces, como cabezas que son de sus reinos o provincias, las ciudades capitales. Ellas
son también las que, como en la Península, intentan, por sus cabildos, formar juntas o
convocar Cortes, como ocurre en la ciudad de México, en Montevideo, Caracas o
Buenos Aires.
Pero paralelamente a la manifestación de esta pluralidad de actores
políticos, la identidad que predomina de manera aplastante en los manifiestos y
proclamas de este período, tanto en España como en América, es la de la “nación
española”, entendida ésta como el conjunto de la Monarquía. El patriotismo hispánico
de esta primera época se expresa exaltando los valores que desde siglos aseguraban su
cohesión. La nación-patria es, este campo, manifestación de una identidad colectiva
contra un enemigo exterior, exaltación de las cualidades de un pueblo, de su historia y
de sus hazañas pasadas: de España y de lo español. Pero contra lo que podría pensarse,
en función de lo ocurrido más tarde, este patriotismo no remite fundamentalemente a
comunidades particulares de ámbito reducido sino, al contrario, al pueblo español
considerado como el conjunto de la Monarquía y a sus valores, a un patriotismo
imperial y popular en el que comulgan tanto la España peninsular como la América
hispánica, los diversos reinos y provincias que la forman, los grupos sociales y en
América, los diferentes grupos etnicos, incluidos los indios187.
Se trata de un patriotismo tipico de las grandes estados del Antiguo
Regimen europeo, compuestos muchas veces por pueblos diferentes188, centrado, en
nuestro caso, en la pertenencia a un conjunto político, la Monarquía católica, unido en
la fidelidad al mismo rey y en el sentimiento de ser objeto de una especial providencia
divina, para la salvaguarda, defensa y expansión de la fé católica 189. La patria o la
nación a la que se invoca es el conjunto de la Monarquía, con palabras de una señora
186 Cfr. para más detalle, nuestra obra Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las Revoluciones hispánica , Madrid, Ed. MAPFRE, 1992, 406 p. 187 Para más amplios desarrollos de este tema, cfr. nuestra obra Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las Revoluciones hispánica , Madrid, Ed. MAPFRE, 1992, cap. V. 188 Cfr., por ejemplo, para la “santa Rusia”, el canto épico de los cosácos del Don, cercados por los turcos en Azov en el sigloXVII: “ya no veremos más la santa Rusia. Moriremos, pecadores, en el desierto. Muramos por nuestros santos iconos milagrosos, por la fé cristiana, por el nombre del zar y por todo el Estado de Moscovia”, en Michael CHERNIAVSKY, Tsar and People. Studies in Russian Myths, 1961, citado por Eric HOBSBAWM, Nations and Nationalism since 1780. Programme, Myth, Reality, Cambridge University Press, 1990, trad. franc., Paris, 1992, p. 68189 Cfr. David BRADING, Orbe indiano. De la monarquía católica a la republica criolla, 1492-1867, México, FCE, 1991, IX et X.
80
yucateca en 1809:
«Si, hijos míos, la patria, la amable patria, no es otra cosa que la dulce unión que ata a un
ciudadano con otro por los indisolubles vínculos de un mismo suelo, una misma lengua, unas
propias leyes, una religión inmaculada, un gobierno, un Rey, un cuerpo, un espíritu, una fé, una
esperanza, una caridad, un bautismo y un Dios, padre universal de todos […]» 190.
Sin embargo, con el renacimiento de la representación provocado por el
vacío del poder real, todo empieza a cambiar rápidamente. La Real Orden del 26 de
enero de 1809, que declara la igualdad política entre los dos continentes y convoca a
los cabildos americanos para la elección de diputados de reinos y provincias de Indias
que los representen en la Junta Central, es un hito fundamental en la evolución de los
espíritus. Al pasar a un primer plano el debate sobre la igualdad política entre los dos
continentes 191 los criollos afirman con fuerza la igualdad de derechos entre los reinos
de Indias y los peninsulares, sin subordinación alguna de los primeros a los segundos,
puesto que su unión resulta sólo de su vínculo con el rey :
«¿Que imperio tiene la industriosa Cataluña, sobre la Galicia; ni cual pueden ostentar ésta i otras
populosas provincias sobre la Navarra? El centro mismo de la Monarquía i residencia de sus
primeras autoridades, ¿qué derecho tiene, por sola esta razón, para dar leyes con exclusión a las
demás?» 192
La vieja reivindicación criolla de los reinos de Indias como una categoría
especial de reinos dentro de una Monarquía plural se expresa ahora con gran fuerza. La
afirmación de su condición de españoles es, en este contexto, una afirmación de la
identidad criolla :
«Somos hijos, somos descendientes de los que han derramado su sangre por adquirir estos
nuevos dominios a la corona de España […] Tan españoles somos como los descendientes de
Don Pelayo i tan acreedores, por esta razón, a las distinciones, privilegios i prerrogativas del
resto de la nación[…] con esta diferencia, si hai alguna, que nuestros padres, como se ha dicho,
por medio de indecibles trabajos i fatigas descubrieron, conquistaron i poblaron para España este
190«Copia de una carta que la viuda del Sr. Coronel Don Ignacio Peón, Doña Maria Josefa Maldonado, escribió a sus hijos Don Alonso y Don Felipe, que sirven en el regimiento de Ultonia, desde la ciudad de Mérida, capital de Yucatán», en Diario de México, T. XI, n° 1450, 10.IX.1809, p. 298191 Cfr. supra, F.X. GUERRA, “La desintegración de la Monarquía hispánica : revolución e independencias”, cap 7, de De los Imperios a las Naciones., op. cit. 192 Camilo TORRES, Memorial de agravios. Representación del cabildo de Santa Fe a la Suprema Junta Central de España…, 1809, facsímil de la primera edición (1832), Bogotá, Librería Voluntad, 1960, p. 7.
81
Nuevo Mundo» 193.
La reivindicación concierne ante todo a la identidad política de la Indias. La
Monarquía es vista cada vez más como formada por dos pilares, o incluso dos pueblos,
el peninsular y el americano, iguales en derechos. No obstante, a pesar de la
proclamación repetida de su condición de españoles americanos, esta visión dual es ya
como un germen de división futura, el principio de una ruptura moral inminente si los
europeos no reconocen esta igualdad. Cierto es que el tema de la igualdad entre las dos
partes de la Monarquía estaba ya implícito en múltiples tensiones anteriores, como en
las rivalidades entre criollos y peninsulares para el acceso a cargos administrativos o en
las quejas, frecuentes en la época de las reformas borbónicas, de falta de diálogo entre
el rey y el reino. Pero lo que hasta entonces eran tensiones diversas, sin unidad de
espacio y de tiempo, ya que resultaban esencialmente de decisiones particulares, se
transforma ahora en un tema único —el de los derechos de América— por la aparición
de una política fundada en la representación.
En 1810 los acontecimientos se precipitan a causa de la invasión de
Andalucía por las tropas francesas y por sus consecuencias: la huida de Sevilla a Cádiz
de la Junta Central, su desaparición a finales de enero y su reemplazamiento in extremis
por un Consejo de Regencia. Como bien se sabe, cuando estos acontecimientos se
conocieron en América —en la primavera-verano de 1810— se produce en muchos
lugares la formación de juntas que, como las de la Península en 1808, dicen reasumir la
soberanía y se declaran defensoras de los derechos de Fernando VII 194. Aquí también
las ciudades capitales son los actores principales de un proceso originado por el vacío
del poder producido por la desaparición de la Junta Central y por el derecho de los
“pueblos” a colmar este vacío. Por el momento, la nación española sigue siendo única,
pero cada «pueblo», cada ciudad principal, con su territorio y sus ciudades
dependientes, constituye una soberanía provisional en espera de la reconstitución de
una soberanía única e incontestable.
¿Puede considerarse que la formación de estas juntas sea ya, como lo
conmemorará después la mitología patria, el principio de la independencia y del
nacimiento de nuevas naciones? Todo depende del sentido que se dé a las palabras. Si
por independencia se entiende «un gobierno supremo independiente de los demás», el
hecho es evidente, pero no suficiente, puesto que también las juntas españolas de 1808
habían constituido el mismo tipo de gobierno. Ciertamente, la unidad de gobierno de la
Monarquía se ha roto, pero todo depende de que se conciba esta ruptura como
provisional o definitiva, es decir, en último término, de la manera de entender el
193Ibid. p. 9. 194 Cfr. F.-X. GUERRA, La desintegración, loc. cit.
82
conjunto de la Monarquía o de la nación. Aunque existan ya entonces entre los
principales actores americanos muchos partidarios de la ruptura definitiva, esta
aspiración permanece todavía en círculos privados, sin que pueda aún ser expuesta
públicamente. En efecto, el análisis de los documentos públicos muestra que durante
casi un año las juntas «independientes» no cesan de presentarse como «conservadoras
de los derechos de Fernando VII», visto como su legítimo soberano, y, también, que la
palabra nación sigue designando al conjunto de la Monarquía y no a los territorios que
ellas gobiernan195.
Ahora bien, a pesar de estas observaciones destinadas a evitar anacronismos
teleológicos, es obvio que la nueva situación originaba problemas de tan difícil
solución que puede considerársela como un jalón esencial en el proceso de redifinición
de las identidades americanas. Sin embargo el problema esencial era la guerra, en su
doble vertiente de guerra civil entre americanos y de guerra “exterior” con los
peninsulares.
La guerra civil entre americanos era la consecuencia inevitable de la
dispersión de la soberanía provocada por la desaparición de la Junta Central 196. Cada
reino, cada provincia, cada ciudad tuvo entonces que definir autónomamente su
posición ante el nuevo vacío del poder: asumir la soberanía u obedecer al Consejo de
Regencia. Curiosamente, las regiones que poseían las identidades culturales más
marcadas (México o Perú), los viejos reinos, fueron las que escogieron la lealtad al
gobierno peninsular, mientras que las regiones periféricas, con identidades culturales
mucho menos elaboradas (Buenos Aires o Venezuela), adoptaron las posición
autonomista. Nueva prueba de la no concordancia entre identidad cultural y búsqueda
de la soberanía.
La explicación de esta paradoja reside en la mucho mayor cohesión política
de los reinos, concretizada también en la existencia de estructuras administrativas bien
establecidas que les dan un carácter marcado de proto-Estados 197, mientras que en las
regiones nuevas la administración real, más reciente y débil, no hacía más que
sobreponerse a las fuertes estructuras políticas de las ciudades-provincias. La toma de
posición “lealista” de las autoridades regias tenía mucha más fuerza en los viejos reinos
que en las regiones nuevas, en las que la autonomía de las ciudades era mucho mayor.
Pero era precisamente esta mayor autonomía la que hacía que en ellas la posición
adoptada por las ciudades capitales fuese casi siempre discutida por otras ciudades
195 La cronología de la desaparición de este sentido global de la nación es variable según las regiones y representa un hito fundamental en el proceso de ruptura196 Cfr. para este tema, Antonio ANNINO, “Soberanías en lucha”, cap. 8 de De los Imperios a las naciones, op. cit.197 Horst PIETSCHMANN ha puesto frecuentemente de relieve este aspecto poco estudiado de la formación del Estado en América, por ejemplo, Los principios rectores de la organización estatal en las Indias, cap. 2 de ibid.
83
principales y ambas, poco después, por los pueblos dependientes de ellas.
A este conflicto por la supremacía en América se añade muy pronto la
guerra “exterior” que resulta, como hemos dicho, de la actitud intransigente adoptada
por el Consejo de Regencia hacia las juntas americanas 198. Las querellas internas
americanas adquieren así una dimensión suplementaria: la de una lucha, cada más
encarnizada, entre lealtades rivales. La oposición amigo-enemigo tiene su propia lógica
y va a provocar progresivamente una inversión en la identidad americana.
Hasta entonces, en efecto, como la querella esencial entre americanos y
europeos estaba centraba en la igualdad política entre los dos continentes, los
americanos reivindicaban, colectivamente, su estatuto de reinos y provincias e,
individualmente, su condición de españoles, iguales a los peninsulares. La guerra que
les declara el gobierno central va a cambiar profundamente las cosas y les obliga a
reformular el estatuto de América y su propia identidad.
Ante la desigualdad política patente con que se les trata van ahora a aceptar
progresivamente la apelación de colonias199, que habían rechazado hasta entonces con
indignación, para fundar en ella su derecho a la independencia200 :
«¡Carísimos hermanos! […] : vosotros habéis sido colonos y vuestras provincias han sido
colonias y factorías miserables, se ha dicho que no, pero esta infame cualidad no se borra con
bellas palabras[…]»201.
Pero el cambio de imaginario va más lejos y modifica la identidad misma
de los americanos. Como hemos dicho anteriormente, hasta 1810 las élites criollas, en
su combate por la igualdad política, se presentaban, ante todo, como españoles iguales
a los peninsulares, que gozaban, además, de los privilegios y fueros que les daba su
condición de descendientes de los conquistadores y pobladores de América. A partir de
ahora, la necesidad de distinguirse de sus enemigos lleva a los insurgentes a poner en
primer plano esa identidad “americana” que se había consolidado a finales del siglo
XVIII.
A partir de 1810 los términos «españoles americanos» y «españoles
europeos», que indicaban una distinción dentro del conjunto de la Monarquía,van
198Cfr. F.-X. GUERRA, La desintegración, loc. cit., ibidem. 199 En el sentido de territorios dependientes de una metrópoli y carentes de derechos políticos o, por los menos, con derechos políticos inferiores. 200 La obra del Abbé DE PRADT, Les trois âges des colonies ou de leur état passé, présent et à venir, Paris, Giguet et Cie, 1808-1802, 285 y 536 p., empieza a ser entonces muy conocida en América y a ejercer una enorme influencia al anunciar que el destino de las colonias era el ser independientes de las metrópolis. La influencia de de Pradt alcanzará un punto álgido, con su nueva obra, publicada inmediatamente en español, De las colonias, y de la Revolución actual de la América, Burdeos, Juan Pinard, impresor, 1817. 201Catecismo político cristiano por Don José Amor de la Patria, (1810), Santiago de Chile, Ed. del Pacífico, Instituto de Estudios Políticos, 1975, p. 43
84
siendo sustituídos por otros, más simples y conflictivos, «españoles» y «americanos»,
que remiten a una oposición cada vez más irreductible, hasta tal punto que los
independentistas se fundarán en ella al presentar su empresa como el enfrentamiento de
dos «naciones» diferentes y rivales : la española y la americana.
La razones de esta mutación son múltiples, pero la más importante es
ciertamente la necesidad de distinguirse del adversario en la guerra civil. Sometidos a
una misma represión, los diferentes «pueblos» americanos refuerzan cada uno sus
propios agravios con las injurias que los otros han sufrido. La prensa insurgente de las
diferentes regiones abunda en noticias de los excesos de la represión «lealista» en otros
lugares; se va así formando un «martirologio» americano en el que ocupan al principio
un lugar muy particular los «mártires de Quito» del 2 de agosto de 1810. Por ellos se
celebran ceremonias fúnebres en varias ciudades de Nueva Granada y a ellos se erige
en Caracas un monumento fúnebre con figuras alegóricas, una de cuales representa ya a
América llorando la desdicha de sus hijos202. A este martirologio, manifestación de un
destino y de una identidad compartidos, se incorporarán después México, Venezuela y
otras ciudades víctimas de la rigurosa represión «lealista». Poco a poco la palabra
español pasa a designar la tiranía, la crueldad, la irreligión incluso203…
A esta solidaridad, fundada en una lucha contra el mismo enemigo, viene a
añadirse una común reacción ante el lenguaje injurioso de sus adversarios. En la
«guerra verbal» que acompaña todo conflicto y todavía más a las guerras civiles —
puesto que el discurso legitima el propio combate y desacredita el de los adversarios—
los «lealistas» van a utilizar un lenguaje que no puede menos que ahondar la separación
entre las dos partes de la Monarquía. En efecto, las autoridades «lealistas» no se limitan
a presentar su acción como una lucha contra vasallos desleales, sino que a menudo la
asimilan a una nueva conquista de América por los españoles, lo que implícitamente
equivale a identificar a los criollos con los pueblos conquistados.
En un registro complementario, los tópicos de la Europa de las Luces sobre
la inferioridad del nuevo continente y de sus habitantes son empleados brutalmente, no
sólo en la Península, sino incluso en América, por poderosas corporaciones dominadas
por peninsulares. El Consulado de México, en un informe a las Cortes del 27 de mayo
de 1811, los recoge y los extrema, acompañándolos de una crítica general llena de
desprecio sobre la incapacidad y los vicios de todos los habitantes de América: indios,
mestizos y castas, criollos. El informe fue leído en la Cortes, a pesar de la oposición de
202 Cfr. para el detalle de esta evolución en Nueva Granada, Lydia ALVAREZ, Santafé de Bogotá , 1810-1811: les mutations de l’imaginaire politique vues à travers la presse, Mémoire de Maîtrise de l’Université de Paris I, 1992, p. 66 y ss. 203 Antoine VANNIERE, La Gazeta de Buenos-Ayres et l’imaginaire politique de l’independance argentine en 1810-1811, Mémoire de Maîtrise de l’Université de Paris I, 1987; el anexo I, cuantifica quienes son considerados como los enemigos de la revolución en Buenos Aires. Los españoles europeos sólo ocupan el primer plano a partir de abril de 1811.
85
los diputados americanos, durante el debate sobre la igualdad de representación204, y
provocó una herida profunda, no sólo en ellos, sino en todas las regiones de América,
insurgentes o «lealistas»205.
Para contrarrestar estos ataques los insurgentes llevan la polémica al mismo
terreno, pero con una valoración inversa. Ellos también van a asimilar la represión
«lealista» a la conquista, pero vista no como una hazaña gloriosa, sino como una
empresa injusta y sanguinaria. Poco a poco se van incorporando a su discurso los
visiones negativas de la conquista, ya procedan de la misma España, como la de Las
Casas, o del acerbo de la llamada «leyenda negra» europea. Corolario paradójico, pero
en el fondo lógico, es la reaparición del debate del siglo XVI sobre «los justos títulos»
de la Conquista de América, debate que recoge tanto antiguos argumentos de orden
teológico o canónico, como otros nuevos fundados en los derechos de los pueblos.
Una vez aceptada esta asimilación, el siguiente paso era reivindicar su
identificación con los vencidos, con los indios, antiguos poseedores del territorio, y
presentar la lucha por la independencia como una revancha de la conquista. En Chile,
por ejemplo, donde la identidad criolla estaba en gran parte fundada en su carácter de
frontera de guerra contra los indios hostiles, en 1812 se pasa progresivamente de un
elogio de las antiguas virtudes de los araucanos, a un llamamiento a la lucha común
contra la tiranía española y, al fin, a una identificación retórica con los araucanos206. En
México, el acta de independencia de 1821 apela a la nación para que recupere sus
derechos perdidos en la época de la conquista207.
Fenómenos análogos se dan en otras regiones, incluso en aquellas en las
que la población indígena había tenido mucha menos importancia. Aunque este tipo de
discurso tuviera mucho de retórico208, su significado era claro: la ruptura moral entre las
dos partes de la Monarquía. Estaba abierta la vía para la proclamación de la
independencia, dado que, fueren cuales fueren los argumentos utilizados, al negar la
justicia de los títulos de conquista los americanos resolvían un difícil problema: no ya
el de la ruptura con el gobierno provisional de la Monarquía, sino también con el
204 Cfr, sobre este debate, Marie Laure RIEU-MILLAN, Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz, Madrid, 1990, p. 101 y ss.205 Cfr. por ejemplo la reacción del José Barquijano y Carrillo, conde de Vistaflorida, criollo peruano lealista, en su dictamen al rey del 31.V.1814, en Ernesto DE LA TORRE VILLAR, La Constitución de Apatzingan y los creadores del Estado mexicano, México, UNAM, 1964, P. 178. 206 Para las etapas de esta evolución, cfr. Michèle DAUBARD, L’imaginaire politique de l’indépendance chilienne : une étude sur l’Aurora de Chile (1812-1813), Mémoire de Matrîse de l’Université de Paris I, 1988, pp. 63 y ss. 207 Esta versión rupturista que borra los tres siglos de la Colonia, muy presente en los escritos de Bustamante desde los años 1812-1813, compite con otra versión gradualista, inspirada de de Pradt, que presenta la independencia como la emancipación del hijo llegado a la mayoría de edad. 208 A pesar de este esfuerzo para dar a la americanidad una base, que podríamos llamar «indigenista», fundada en la fusión retórica de todos los habían nacido en el mismo suelo, era evidente que su principal fundamento no era étnico sino geográfico pues los criollos que la reivindicaban fundaban su identidad precisamente sobre su diferencia con los indios y las castas.
86
mismo rey, al que poco antes habían prestado juramento209.
La difícil construcción de nuevas “naciones”
Ahora bien, si en tiempos de guerra la americanidad bastaba para
caracterizar la lucha como el enfrentamiento de dos naciones o dos pueblos, el
americano y el español, esta identidad resultaba a todas luces insuficiente para fundar la
existencia política de una «nación americana». En efecto, como ya lo hemos señalado,
esta identidad americana global no correspondía a ninguna identidad política concreta,
puesto que sólo remitía a la distinción entre reinos americanos y reinos europeos.
Políticamente no era más que una identidad negativa, operativa sólo en las rivalidades
con los peninsulares. Las únicas realidades políticas indiscutibles son los “pueblos”, en
su doble sentido del conjunto de las ciudades, villas y pueblos, y de los espacios
estructurados por las ciudades principales. Estas últimas son los actores reales de la
primera época de la independencia, las que reasumen la soberanía hasta constituirse de
hecho en verdaderas ciudades-Estado y publicar incluso sus propias constituciones: en
Nueva Granada, a partir de 1810-11, en el Rio de la Plata, un poco después.
La nación que intentan construir tiene entonces un contenido esencialmente
político: constituir un gobierno propio, independiente tanto del precario gobierno
central de la Monarquía como de las ciudades rivales. Bajo este punto de vista todas se
pretenden iguales y para construir lo que podríamos llamar un Estado supra-municipal
su único recurso son los “pactos y negociaciones” entre ciudades-Estados. De ahí que el
ideal de la unión de todos los pueblos de Hispanoamérica, y más aún el de una unión
continental como la que Bolívar intentará construir con el Congreso de Panamá, no sea
más que una utopía política basada en la muy tenue identidad americana.
Por todo ello en la América insurgente la definición de la nación planteaba
problemas muy difíciles de resolver, incluso basándose en la moderna soberanía
“nacional” —o “del pueblo”— a las que todos apelan. En América elaborar una
constitución no podía presentarse —como en la Constitución de Cádiz— como el
hecho de dar una forma nueva a una «nación» o un conjunto político preexistente,
puesto que hasta entonces los americanos se habían considerado como formando parte
de la nación española. La constitución equivalía, estricta y no sólo retóricamente, a
fundar una nueva nación a partir de los “pueblos” que habían asumido la soberanía;
sólo su acuerdo podía edificar «un solo cuerpo de nación». Mientras que en la
209 Otra versión de la justificación de la ruptura, es de índole ideológica y pertenece al imaginario común de los liberales de ambos lados del Atlántico, en su lucha contra al absolutismo. La perdida de las libertades castellanas fijadas a la derrota de los Comuneros en Villalar, hacían del período que corría desde entonces, «tres siglos de opresión y de tiranía», lo que equivalía a la ruptura del pacto entre el rey el reino.
87
constitución de Cádiz, la “nación” succedía y recubría a un Reino210, concebido de
manera nueva y convertido en soberano211, en la América insurgente, la soberanía de los
pueblos no remitía aún a la soberanía nacional. A pesar de que de manera muy
moderna se hable del pueblo de tal o cual tal región, enseguida se explicita que los
sujetos que intervienen para formar este «cuerpo de nación» no son los individuos, sino
las provincias, estados o pueblos y no «el pueblo»; éste sólo aparece como el pueblo
urbano que ha manifestado su voluntad en la formación de las juntas, o, en un sentido
muy general, como el origen primero de la legitimidad de las autoridades de las
provincias. Así, la primera constitución venezolana de 1811 declara en su preámbulo :
«Constitución federal para los estados de Venezuela, hecha por los representantes de Margarita,
de Mérida, de Cumana, de Barinas, de Barcelona, de Trujillo y de Caracas, reunidos en
Congreso general. En nombre de Dios Todopoderoso, Nos, el pueblo de los estados de
Venezuela[…]212.
O en Nueva Granada, en 1811:
«Nos los representantes de las provincias de la Nueva Granada […] siguiendo el espíritu, las
instrucciones y la expresa y terminante voluntad de todas nuestras dichas provincias, que[…]
han proclamado sus deseos de unirse en una asociación federativa[…]213.
La asociación entre las provincias es la de verdaderos estados soberanos, el
resultado de «pactos y negociaciones [entre] los Estados o cuerpos políticos»214. El
federalismo, que frecuentemente se atribuye a la moda, a la imitación de la constitución
norteamericana, no hace más que expresar con este lenguaje una necesidad ineluctable :
la reconstrucción del cuerpo político, puesto que se ha producido
«la disolución y aniquilación de los pactos sociales con que la América del Sur se hallaba ligada
con aquella parte de la nación, ya por la cautividad del rey, ya por los demás funestos
acontecimientos en toda la península[…]215.
En todos estos documentos se percibe claramente hasta qué punto la
210 Entendido eéste como el conjunto de la Monarquía. 211 El mismo fenómeno se había producido en Francia: la nación procede del reino, cfr. Pierre NORA, “Nation” en François FURET, Mona OZOUF, Dictionnaire critique de la Révolution française, Paris, Flammarion, 1988, p. 801. 212 En Luis MARIÑAS OTERO, Las constituciones de Venezuela, Madrid, 1965, p. 126. 213 Acta de Federación de la Provincias Unidas de la Nueva Granada, 27.XI.1811, en URIBE VARGAS, op. cit., p. 365. 214Ibidem, p. 366. 215 Constitución de la república de Tunja, 9.XII, 1811, en Ibidem, p. 392.
88
ausencia en América de instituciones representativas del reino o de la provincia —que
la Corona evitó desde el siglo XVI— hizo difícil y conflictiva la definición y la
constitución de estados independientes en la mayor parte de la América española, en
contraste con lo que sucedió en las trece colonias británicas. En estas la existencia
secular de instituciones y de prácticas representativas, tanto a nivel local como
provincial, hizo no sólo relativamente fácil la sustitución del soberano, sino también la
conclusión de un pacto entre ellas para fundar la nueva nación. Al contrario, en aquélla,
a pesar de la necesidad de la unión de las provincias, su realización fue no sólo difícil,
sino explosiva. La falta de precedentes representativos añadía a los problemas de la
ruptura con el gobierno central de la Monarquía los que resultaban de la definición de
los nuevos sujetos de la soberanía y de la necesidad de inventar sistemas para
representar no sólo a los pueblos, sino también a ese nuevo actor que la Modernidad en
progreso suponía en la base de la nueva legitimidad, el ciudadano.
Otra circunstancia agravaba todavía más en la América insurgente el
problema de la nación: el régimen republicano. Aunque su adopción fuese no sólo
explicable sino inevitable, la modernidad misma de este régimen era un factor
suplementario de fragilidad política por lo que implicaba de soberanía absoluta del
pueblo. No sólo el individuo-ciudadano moderno era una excepción en una sociedad
que seguía siendo masivamente aún una sociedad del Antiguo Régimen formada por
cuerpos de todo tipo, sino que el "pueblo" remitía en América primariamente no a los
ciudadanos, sino a los «pueblos». Aunque también la Constitución de Cádiz proclamara
la soberanía de la nación, esta legitimidad moderna coexistía de hecho con la
legitimidad histórica del rey, que seguía gozando de una extraordinaria fuerza216.
En este sentido en la América “lealista” la situación era un poco mejor que
en la América independentista, puesto que en ella la conservación del régimen
monárquico retrasó o limitó durante unos años la disolución territorial. Pero aquí
también el problema acabó por plantearse en la medida en las Cortes de Cádiz fueron
incapaces de dar una solución satisfactoria a los problemas que habían provocado,
precisamente, la insurgencia. En primer lugar, había que establecer una verdadera
igualdad política entre las dos partes de la Monarquía, sobre todo en el campo de la
representación, lo cual fue casi realizado por las Cortes, con excepción de la
representación de las castas. Luego, en relación con un problema muy emparentado con
éste, hubiera sido preciso transformar el imaginario de las élites peninsulares poniendo
fin a la «tentación colonial» y al lenguaje de desprecio hacia los americanos, lo que
distó mucho de alcanzarse, como lo muestra la ya citada representación del Consulado
de México a las Cortes y el tono agresivamente antiamericano de muchos periódicos de
Cádiz. La solución al tercer problema, sin duda el más importante, hubiera sido dar una
216 La vuelta al trono de Fernando VII en 1814 y su muy fácil restauración del absolutismo muestra la gran fuerza de esta legitimidad real.
89
expresión institucional a la estructura plural de la Monarquía, tal como la concebía el
imaginario americano y, por último, abrir también cauce a la aspiración a una amplia
representación de los «pueblos», irreversible ya en todo en el mundo hispánico.
En este último campo el fracaso fue total porque las Cortes fueron
incapaces de concebir una Nación española —la Monarquía— que no fuese un Estado
unitario. Esta incapacidad iba a cerrar definitivamente la posibilidad de mantener a los
Reinos de Indias en el seno de la Monarquía. En efecto, en el debate peninsular sobre la
representación, el tema de la representación de los reinos y provincias no ocupó un
lugar central, puesto que la mayoría de los diputados de todas las tendencias
compartían una concepción unitaria del Estado y de la Nación. Nadie defendió una
representación de los reinos y provincias; este problema no provocó grandes
divergencias entre los diputados, aunque bien podía haberlo hecho, si se tiene en cuenta
el gran arraigo de los reflejos comunitarios, tal como se había manifestado todavía en
1808 en la Península con la formación de las juntas insurreccionales y la estructura
misma de la Junta Central, formada por diputados de las juntas superiores que
correspondían, de hecho, a los antiguos reinos y provincias.
El postulado de la unicidad de la Nación ha triunfado ya radicalmente entre
les élites, no sólo por la practica absolutista, sino también por la adopción del
imaginario de la nación que se había impuesto con la Revolución francesa. La
Comisión de Constitución de las Cortes, a pesar de sus alabanzas a las instituciones de
los antiguos reinos, se lamentó poco después de no haber podido proceder a una
división totalmente nueva del territorio, que, evidentemente, como en la revolucionaria
división de Francia en departamentos, hubiese borrado totalmente los antiguos reinos y
provincias:
«Como otro de los fines de la Constitución es conservar la integridad del territorio de España, se
han especificado los reinos y provincias que componen su imperio en ambos hemisferios,
conservando por ahora [el subrayado es nuestro] la misma nomenclatura y división que ha
existido hasta aquí. La Comisión bien hubiera deseado hacer más cómodo y proporcionado
repartimiento de todo el territorio español en ambos mundos […]» 217
La reducción absolutista de los diferentes reinos peninsulares a una única
unidad política homogénea, tal como se había plasmado en las Cortes del siglo XVIII,
había sido ya profundamente asimilada por todas las élites ilustradas de la Península.
Lo que era por entonces admisible en la Península lo era mucho menos en
América, en la cual la concepción plural de la Monarquía, considerada como un
217Discurso preliminar a la constitución de 1812, Cádiz, 24.XII.1811, ed. del Centro de Estudios constitucionales, Madrid, 1989, pp. 79-80.
90
conjunto de «pueblos»-comunidades, seguía estando muy viva218. Era esta la
concepción que había llevado a la constitución de las juntas autónomas americanas, y,
ante su rechazo por el Consejo de Regencia, a la guerra. Pero incluso los americanos
que obedecían al Consejo de Regencia no plantearon entonces de una manera tajante
este problema fundamental. Unos estaban físicamente lejos del debate y ocupados sobre
todo por la guerra contra los insurgentes. Otros, los que formaban parte de las Cortes,
se encontraban en una situación bastante particular que explica su compleja actitud.
La parte más activa de los diputados americanos, los suplentes elegidos en
Cádiz en septiembre de 1810, eran tan modernos y radicales como los revolucionarios
peninsulares. Como para éstos, los primeros objetivos por alcanzar eran la afirmación
contra el rey de la soberanía de la Nación, el establecimiento de la libertad de prensa, la
elaboración de una constitución nueva, la destrucción del Antiguo Régimen, etc. En
todos estos campos su alianza con los liberales peninsulares fue permanente y
fundamental para la victoria de éstos. Gracias a sus votos se adoptó la libertad de
prensa en octubre de 1810 y lo mismo ocurrió después con todos los textos en que se
plasmó la modernidad ideológica de las Cortes.
Quizás fue precisamente su modernidad ideológica, que les hacía también
considerar a la nación como compuesta por individuos, la que explica la actitud que
tomaron al discutir los problemas americanos. Su objetivo fundamental fue en este caso
el batallar por la igualdad de representación entre España y América. Era éste su
objetivo prioritario, lo que en parte explica que, a pesar de su concepción plural de la
Monarquía, aceptasen los planteamientos de los liberales peninsulares. La petición de
igualdad con la Península y la obtención del elevado número de diputados que esto
llevaba consigo les hacía aceptar entonces una concepción unitaria de la Monarquía que
cuadraba mal con su muy enraizada visión de ésta como un conjunto de comunidades
políticas diferentes.
Sin embargo, su conciencia de las particularidades americanas seguía
siendo muy fuerte; así se ve que los diputados elegidos en América actúan en la
práctica como los antiguos procuradores en Cortes defendiendo los cuadernos de
instrucciones recibidos de sus comitentes. Esta misma visión explica que la proposición
de constituir diputaciones provinciales procediese precisamente del mexicano Ramos
Arizpe, para quien éstas debían constituir un verdadero gobierno representativo
provincial. Su proposición fue adoptada, pero transformada, para hacer de ellas un
simple organismo consultivo destinado a asesorar al jefe político219. La nueva
constitución de la Monarquía era profundamente unitaria.
218 Cfr. sobre esta visión común a la mayoría de los diputados americanos en las Cortes, cfr. Joaquín VARELA SUANZES-CARPEGNA, La teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo hispánico. (Las Cortes de Cádiz), Madrid, 1983. 219 Cfr. sobre estas diputaciones, Nettie Lee BENSON, La diputación provincial y el federalismo mexicano, México, 1955 y HAMNET, op. cit., pp. 134-136.
91
Habrá que esperar hasta la segunda revolución liberal española y los
progresos de los movimientos independentistas para que en 1821 los diputados
americanos en las Cortes de Madrid propongan el plan de una monarquía plural, con
tres reinos americanos dotados de instituciones representativas propias y un poder
ejecutivo que podía ser confiado a tres infantes: uno que comprendería México y
Guatemala, otro, Nueva Granada y Tierra Firme y el tercero, Perú, Buenos Aires y
Chile. Como lo explicaba uno de sus promotores, el mexicano Lucas Alamán, se
trataba de instaurar el viejo plan del conde de Aranda y de restaurar la antigua
estructura de la monarquía en América:
«este sistema tenía grande analogía con el que había regido en América antes de la constitución,
[…] cada una de las grandes secciones de aquel continente venía a ser como una monarquía
separada, con todos los elementos necesarios para su régimen interior, a semejanza de los
establecidos en España para la monarquía toda y ahora lo que se proponía era solo reducir estos
elementos al orden representativo […] » 220.
Lo que en 1810 ó 1811 hubiera podido dar un cauce a las aspiraciones
americanas de igualdad y de especificidad venía ya demasiado tarde y seguía chocando
con la concepción unitaria de los peninsulares. Las Cortes rechazaron incluso la lectura
de la propuesta, pero quizás las leyes y las prácticas electorales inducidas por la
instauración de las diputaciones provinciales evitaron en la América “lealista”
conflictos similares a los que conoció en este campo la América insurgente 221.
Añadamos que, como ya lo hemos expuesto en otro lugar, la América
lealista correspondía también, esencialmente, a aquellas regiones en las que el reino
tenía ya desde antes una consistencia cierta, lo que contribuyó a atenuar el proceso de
desagregación. Aquí la existencia de proto-naciones, o de naciones en el sentido
antiguo del término, hizo menos difícil la transición a un balbuciente Estado-nación,
sin que esto quiera decir que estos paises escaparan a los problemas del mal llamado
federalismo. Problemas que no son otra cosa que la dificultad de expresar en un sistema
representativo moderno la vieja estructura política territorial centrada en las ciudades-
provincias y la de encontrar nuevos fundamentos a la unión entre los “pueblos” y a la
obligatoriedad política, aseguradas ambas hasta entonces por los vínculos verticales y
personales con el rey.
Por ello en ambas Américas, la insurgente y la “lealista”, más o menos
220 Lucas ALAMAN, Historia de México, (1849-52) 6a ed., México, Jus, 1972, t.V, pp. 127 ss. y p. 351. La proposición fue presentada a las Cortes, el 25.VI.1821; el texto de la proposición en Ibidem, , Apéndices, documento n° 19. 221 Lo importante aquí no son las funciones, esencialmente administrativas y no políticas, de las diputaciones provinciales, sino la existencia de circunscripciones, leyes y prácticas electorales establecidas.
92
precozmente, la «nación» no remite a una entidad preexistente que ahora se
reconstruya, como en Cádiz, de una manera nueva, pues el antiguo pacto social
concernía a una única nación española a la que ahora se rehusa pertenecer. La nación
será el resultado inédito e incierto de la conclusión del pacto entre los pueblos.
Resultado incierto, en la medida en que no podía basarse en aquellos elementos
culturales que en Europa definirán después la «nacionalidad»: la lengua, la cultura, la
religión, un origen común —real o supuesto—. Todos estos elementos eran comunes a
las élites criollas, principales actores de la independencia. Más aún, los americanos
compartían todos estos elementos con los reinos peninsulares de la Corona de Castilla
hasta el punto de que la diferencia cultural que separaba los reinos castellanos de
Cataluña, Valencia o de las provincias vascas era incomparablemente mayor que su
diferencia con los reinos americanos.
La único que les pertenecía en propiedad era esa «americanidad» de la que
ya hemos hablado, pero ésta, aunque fuese un arma muy eficaz en la lucha contra los
peninsulares, tenía una consistencia demasiado tenue para fundar una única «nación»
americana222 capaz de vencer la inmensidad del espacio. La existencia, a menudo
multisecular, de espacios administrativos y económicos bien establecidos y de
identidades locales y regionales —algunas con considerable consistencia— eran
obstáculos prácticamente insuperables para esta construcción.
El fundamento de la nación no será, pues, cultural, sino esencialmente
político, es decir, se fundará, como en la Francia revolucionaria, en una unión de
voluntades223. Sin embargo, a diferencia de Francia, no se trata aquí de voluntades
individuales, sino de voluntades de los «pueblos» y, otra diferencia significativa,
mientras que en Francia lo político recubría de hecho una muy vieja nación en el
sentido cultural de la palabra, en América la identidad política era mucho más
restringida que la identidad cultural. El fundamento político era aquí frágil y aleatorio,
consecuencia, en una primera fase, de pactos entre los «pueblos», y en una segunda, de
la unidad impuesta a los «pueblos» por las armas de los libertadores 224. De todas
maneras, era lógico que en ambos casos esta construcción se apoyase en los espacios
administrativos 225 o económicos existentes y, en otros lugares (como en México, Chile,
Quito y en parte en el Perú propiamente dicho), en las identidades culturales de los
222 En México, en donde el empleo de la «nación americana», es frecuente, el contexto muestra de que se trata de hecho de otra manera de hablar de la Nueva España. 223 ?Ahí se encuentra una de las razones que facilitarán el hacer de las nuevas naciones las «hijas» de la Revolución francesa. 224 En el área gran-colombiana, y en los dos Perús, fueron los ejércitos de los libertadores los que impusieron provisionalmente la unidad, mientras que el Rio de la Plata, oscila durante varias décadas entre guerras en las que se afrontan las soberanías provinciales e intentos fallidos de unión entre los “pueblos”. Cfr. sobre estos temas, José Carlos CHIARAMONTE, Modificaciones del pacto imperial, cap. 4 de De los imperios a las naciones, op. cit. 225 Eso explica que los limites territoriales de futuros estados coincidan con diversas circunscripciones administrativas de la época colonial.
93
reinos que se habían ido edificando durante la época colonial.
De todas maneras, quedará aún pendiente en todos los nuevos estados, la
construcción la nación moderna en su doble vertiente: la política, la asociación
voluntaria de los individuos-ciudadanos, y la cultural, conseguir que todos compartan
una historia y un imaginario comunes, aunque sean míticos. Ahí tenemos la eexcepción
americana. En la Europa del siglo XIX se trata de cómo construir el Estado-nación
moderno a partir de la nacionalidad; en Hispanoamérica, de cómo construir Estados-
naciones separados a partir de una “nacionalidad” en gran parte común a todos.
94
¿ NACION MODERNA O REPUBLICA BARROCA? MÉXICO 1823-1857
Annick LEMPÉRIERE*
Desde el primer momento de su independencia México se consideró a sí mismo
como una nación. De la Nueva España la Independencia hizo una nación. Una nación
como Francia o Inglaterra, o sea, una entidad - un territorio y el conjunto de sus
habitantes - dotada de sus instituciones políticas específicas y, por ello, de su propia
identidad política: una entidad soberana. La "nación" mexicana era entonces moderna
en el sentido de que "el uso reciente [de la palabra nación] valoriza sobre todo los
conceptos de unidad política e independencia" 226. No hay duda de que la definición de
nación puede llegar a tener un sentido mucho más complejo, como lo demuestra una
abundante bibliografía reciente 227. Ya a finales del siglo XIX, en México al igual que
en Europa, esta palabra estaba cargada de una serie de significaciones estratificadas.
Sin embargo, a nuestro parecer, no sucede lo mismo en México a principios de su
independencia. En aquel entonces, a pesar de algunos intentos, que se manifestaban
aquí y allá, de dar a la nación un contenido que fuera también histórico y cultural 228, el
mayor problema no era tanto definir culturalmente a la entidad nacional mexicana,
como conferirle una forma política viable, aceptada, permanente 229. La locución
"constituir a la nación" se empleaba en múltiples ocasiones - por lo menos en cada
pronunciamiento -, con esto se afirmaba la voluntad de dar a la nación, de una vez por
todas, la constitución política que pudiera agrupar mejor al conjunto de individuos y
entidades que la conformaban 230.
* Universidad de Paris I.226 E. HOBSBAWM, Nations et nationalisme depuis 178O. Programme, mythe, réalité, Paris, Gallimard, 1992, p. 29.227 El libro de HOBSBAWM, ibid., proporciona un amplio panorama bibliográfico sobre el tema.228 Estamos pensando en especial en los concursos organizados por el Ateneo Mexicano, en los años 1840, en torno a figuras como Colón o Cortes, y sobre todo en las obras históricas de L. Alamán. En el campo liberal, tenemos también a Ignacio Cumplido y su revista Museo Mexicano. No hay que olvidar tampoco a los fundadores del "nacionalismo mexicano", estudiados por D. BRADING, Los orígenes del nacionalismo mexicano [1973], México, Era, 1991.229 J. M. L. MORA formula de manera lapidaria su poco interés por el "carácter de la nación", su identidad cultural o histórica: "En el estado actual de las cosas es todavía difícil formar una idea exacta del carácter mexicano que por estarse formando no es posible fijarlo: todavía es demasiado reciente la existencia de México como nación para que los rasgos que hayan de determinarlo adquieran la estabilidad necesaria, y puedan ser conocidos y marcados como tales: así pues nos limitaremos a dar una idea del estado político y Moral de la sociedad mexicana", México y sus revoluciones, tomo I, México, Porrúa, 1965, pp. 78-79.230 Cfr. A. ANNINO, "El pacto y la norma. Los orígenes de la legalidad oligárquica en México": "… durante todo el siglo pasado la cuestión institucional dominó la cultura y el pensar político de la clase dominante mexicana. Del padre Mier a Lucas Alamán, de Mora a Zavala, a Ocampo y a Rabasa (…), no se encuentra un intelectual prestigioso que no haya ubicado el problema del estado en el centro de
95
Esto nos induce a detenernos aquí en el estudio de la forma a través de la cual se
manifiesta la identidad política escogida por México al salir de la dominación española
y luego, del imperio de Iturbide, es decir, la forma republicana. No pretendemos
estudiar las instituciones republicanas en sí mismas y tampoco poner un enfoque
especial en los discursos de los actores políticos e intelectuales de las primeras décadas
de vida independiente, sino más bien interesarnos en algunas de las manifestaciones
visibles de la identidad republicana. Dejando de lado, por no considerarlo necesario
para nuestro propósito, los emblemas propiamente dichos - que son pocos 231 - y los
monumentos públicos - cuyos numerosos proyectos no llegan a llevarse a cabo durante
la república barroca - vamos a concentrarnos en el estudio de las ceremonias públicas y
sus actores durante el periodo que va de la caída del Emperador Iturbide a la
proclamación de la constitución del 5 de febrero de 1857. En efecto, durante estas
décadas asistimos a un desarrollo del ceremonial público que podemos calificar de
inflacionario, fenómeno que atestiguan tanto las fuentes oficiales como la prensa local o
nacional, las memorias políticas 232 y las obras de literatura.
No es necesario recordar aquí la función que cumplen las fiestas públicas en
evidenciar la naturaleza de los poderes públicos, de los regímenes políticos, de los
sistemas de creencias, etc…233. Las fiestas públicas de la primera mitad del siglo XIX,
como escenificación de la identidad política de México, nos permiten observar y
analizar la tensión permanente entre dos proyectos de república que se expresan bajo
las mismas instituciones republicanas. A partir de este análisis quisiéramos proponer
una nueva interpretación de las leyes de Reforma - sobre todo las que se refieren a la
desaparición de los bienes corporativos - y de lo que se presenta tradicionalmente como
el conflicto entre "liberales" y "conservadores". En tanto que la Reforma, a nuestro
parecer, significa el triunfo de una forma moderna de república, opuesta a una república
tradicional que llamamos, aquí, barroca, ¿ qué fue lo que se quiso conseguir con el
rompimiento del equilibrio logrado bajo las instituciones republicanas tal como se
sus reflexiones…"; además, la "distinción conceptual" entre "nación en estado natural" y "nación constituida" "vuelve a aparecer en todos los planes principales de la primera mitad del siglo XIX…", in Historias (México, INAH), n° 5, enero-marzo de 1984, pp. 3-31 (3-4 y 16).231 Los emblemas son pocos y además, son "nacionales" más que republicanos: el escudo (el águila mexicana y su nopal, que provienen del blasón colonial de la ciudad de México); los trofeos; la libertad y su gorro (están presentes desde 1821); los colores nacionales, presentes también en 1821 puesto que son los del Ejército Trigarante (rojo, blanco, verde). Los colores y el escudo conforman la bandera nacional.232 Cfr. por ejemplo Carlos Maria Bustamante, cuyos diarios y relatos históricos están recargados de descripciones de ceremonias.233 Cfr. C. GEERTZ, "Centres, rois, charismes: réflexions sur les symboliques du pouvoir", in Savoir local, savoir global. Les lieux du savoir, Paris, PUF, 1986, pp. 153-182; mencionamos a dos estudios más por su concordancia cronológica con la "república barroca", S. G. DAVIS, Parades and Power. Street Theatre in Nineteenth-Century Philadelphia, Philadelphia, Temple University Press, 1986; F. WAQUET, Les fêtes royales sous la Restauration ou l'ancien régime retrouvé , Paris, Arts et Métiers graphiques, 1981).
96
establecieron en 1823? ¿Cómo podemos definir en México la relación entre liberalismo
y republicanismo ?
Dos proyectos republicanos antagónicos
Damos al periodo considerado aquí el nombre de "República barroca". Con la
palabra "barroca" no queremos solamente calificar las formas híbridas que revistieron
las instituciones políticas y la actuación de los gobernantes para conciliar los requisitos
de la organización del Estado liberal con las resistencias de una sociedad todavía
tradicional, que se concebía bajo la forma de entidades autónomas dotadas de una
fuerte identidad propia. También queremos subrayar la permanencia y el vigor de toda
una herencia monárquica y católica en el México de las primeras décadas de vida
independiente: todo un conjunto de prácticas y valores políticos y culturales, asociados
a creencias y lealtades antiguas, que habían sido las de la Nueva España en la época
barroca y que no lograron neutralizar los afanes modernizadores de los reformistas
borbónicos. En cuanto a lo que nos interesa aquí, las formas ceremoniales que se
desarrollan en el espacio urbano, éstas no cambiaron mucho a finales del siglo XVIII, a
pesar de que la élite gobernativa quiso imponer las normas neoclásicas del "buen gusto"
y una mayor sobriedad, tanto en la arquitectura de los edificios públicos como en las
manifestaciones públicas del culto religioso o monárquico. Hasta las grandes
transformaciones del espacio urbano llevadas a cabo a partir de los años 1860 la capital
de la república conservó su aspecto de ciudad barroca y la sociedad urbana siguió
participando en toda una serie de instituciones corporativas a través de las cuales
desempeñaba numerosas actividades culturales y expandía en todo el espacio ciudadano
una profusión de fiestas y procesiones sobrecargadas de símbolos, alegorías, imágenes
de santos, etc… Este contexto cultural barroco es el marco dentro del cual se
desenvuelven las instituciones republicanas en la primera mitad del siglo.
Hay que recordar que el sistema republicano se impone en México, no sin
debate 234, después del fracaso de la monarquía constitucional de Iturbide. El texto
"fundador" de la República, el "Plan de la Constitución Política de la nación mexicana",
votado por el primer congreso constituyente el 16 de mayo de 1823, nos permite
entender cuán ambiguo era en sus principios el contenido de la idea republicana. El
Plan define la nación como "la sociedad de todas las provincias del Anahuac o Nueva
España, que forman un todo político". Luego indica cuáles son los derechos de los
ciudadanos: la libertad (de hablar, pensar, escribir, imprimir … ), la igualdad frente a la
ley, la propiedad, y, por fin, "el de no haber por ley sino aquella que fuese acordada por
234 Cf. M. P. COSTELOE, La primera república federal de México (1824-1835). Un estudio de los partidos políticos en el México independiente, FCE, 1975, pp. 18-33.
97
el congreso de sus representantes". Entre los deberes del ciudadano, el primero es
"profesar la religión católica, apostólica, romana como la única del Estado" (además de
"respetar las autoridades legítimamente establecidas", "no ofender a sus semejantes",
"cooperar al bien general de la nación"). En seguida el texto define la soberanía de la
nación como "única, inalienable, e imprescriptible", y añade que "puede ejercer sus
derechos de diverso modo, y de esta diversidad resultan las diferentes formas de
gobierno". En consecuencia, la forma de gobierno adoptada por la nación mexicana es
la de una "república representativa y federal" 235.
En consecuencia, en 1823 los diputados escogen la república como el régimen
político que consagra la libertad y la igualdad, así como el ejercicio de la soberanía
nacional bajo la forma representativa. Se trata de una opción política escogida, en
primer lugar, en contra del "despotismo" representado en el exterior por la Europa de la
Santa Alianza, y en el interior, por el partido borbonista presente en el congreso; en
segundo lugar, contra el Emperador Iturbide y su fracasado imperio, cuyos principios
políticos eran sin embargo, en teoría, los mismos que los afirmados por el Plan
(libertad, representación, régimen constitucional, etc.). El Plan era la consecuencia
lógica del decreto de 8 de abril, cuyo articulo 1° afirmaba:
"Jamás hubo derecho para sujetar a la Nación Mexicana a ninguna ley ni tratado, sino por sí
misma o por sus representantes nombrados, según el derecho público de las naciones libres. En
consecuencia, no subsisten el Plan de Iguala, los Tratados de Córdoba, ni el Decreto de 24 de
febrero de 1822, por lo respectivo a la forma de gobierno que establecen, y llamamientos que
hacen a la Corona; quedando la Nación en absoluta libertad para continuar como le acomode"
236.
Se eligió el régimen republicano después de comprobar que ningún príncipe
Borbón aceptaría venir a México para coronarse, ya que España rechazaba los Tratados
de Córdoba, e Iturbide no respetaría los principios políticos liberales. La decisión de
adoptar la república fue, pues, relativa. No dio lugar a la definición de nuevos
principios políticos, tampoco al abandono de la identidad religiosa católica. Como lo
señalaba el segundo artículo del decreto de 8 de abril, "Quedan vigentes por la libre
voluntad de la Nación, las tres Garantías de Religión, Independencia, y Unión" 237. La
república no era más que la nueva identidad política de la nación independiente y la
forma republicana de gobierno, la encargada de garantizar el ejercicio de los derechos y
235 "Plan de la constitución política de la nación mexicana", in J. M. BOCANEGRA, Memorias para la historia de México independiente, 1822-1846, [1892], 2 vols, ed. facsímil, FCE, México, 1986, t. I, pp. 250-251.236 "Decreto del soberano Congreso constituyente mexicano", 8 de abril de 1823, AGN, GOB s/s, vol. 53, exp. 7.237 Ibid.
98
deberes reafirmados en el Plan. Se adoptaba la república, ante todo, por falta de un
monarca, lo que no quiere decir, como veremos, que no hubiera republicanos
convencidos.
Ya se sabe cuál fue la precocidad de las naciones de la antigua América
Española en adoptar el sistema republicano, dentro de un contexto internacional en el
cual las naciones europeas, empezando por Francia, consolidaban el sistema
monárquico bajo la forma de "constitucional" y "representativo", o sea, aplicándole los
principios de organización política del liberalismo. Ahora bien, la adopción
circunstancial del sistema republicano planteó al poco tiempo en México problemas
inesperados, al introducir nuevas cuestiones en el debate político. Lo que podía parecer
aceptable bajo una monarquía constitucional, es decir, la intolerancia religiosa
institucional (un rey, una religión), ya no lo era dentro de un sistema republicano que
debía encontrar en sí mismo, y sólo en sí mismo y en el respeto de sus principios, su
propia legitimidad.
Así, un autor como José María Luis Mora defiende a lo largo del primer tomo
de su historia de las revoluciones en México la idea de que una buena parte de la
herencia colonial -los fueros y el principio de la intolerancia religiosa- era en absoluto
incompatible con los principios de una república moderna o verdaderamente liberal
afirmados en la constitución del 4 de octubre de 1824. Desde la independencia hasta el
triunfo de la Reforma, o sea, de la república moderna, vemos coexistir y oponerse dos
proyectos de república a través de los cuales encontramos el principal motivo de la
lucha entre "liberales" y "conservadores". Por una parte se afirma el proyecto de una
república católica, tradicional, que conserva las estructuras sociales y culturales de la
monarquía católica española sin renegar la herencia de las luces igualmente católicas tal
como fueron fomentadas por Carlos III 238; por la otra, se perfila una nueva república,
apoyada exclusivamente en los principios de la política moderna, y que retoma también
la herencia, esta vez secularizada, de la ilustración española. Mora cree ver la república
moderna realizada en el federalismo:
"La adopción del sistema federativo ha sido el último, el más fuerte y poderoso impulso que ha
recibido la ilustración nacional: cada Estado tuvo que debatir todos los puntos de administración
que le tocaban, y cada uno de ellos hizo un punto de honor el facilitar entre los habitantes que lo
forman la propagación de todo género de conocimientos. En todos ellos se han establecido
imprentas, periódicos, escuelas de primeras letras, bibliotecas, gabinetes de lectura, y en muchos
de ellos colegios para la enseñanza de las ciencias; sus diputados y gobiernos respectivos se han
visto en la necesidad de instruirse en todo lo concerniente a los ramos confiados a su dirección,
238 Desde antes de la instalación de la República, encontramos en un periódico como El Farol de Puebla (nov. de 1821-julio de 1822), el proyecto de un gobierno liberal, apoyado en la "economía política", pero cuya principal fuente de inspiración sean la religión y los principios del príncipe cristiano (Hemeroteca Nacional, México).
99
y como todos estos funcionarios deben removerse periódicamente, los que vienen de nuevo se
hallan en la misma necesidad que produce a su vez los mismos efectos y el aumento extensivo
de la ilustración" 239.
Según Mora, el sistema federal favorecía la multiplicación de los focos de
modernidad política, es decir la extensión de un espacio público moderno a lo largo del
territorio. La República se dividía (sin dejar de ser "una e indivisible") en una multitud
de repúblicas más pequeñas - los Estados "libres y soberanos" de la Federación - en las
cuales se desarrollaban las luces de los mexicanos.
Tal optimismo debía verificarse sólo parcialmente en la realidad, lo que en el
fondo sabía muy bien el Dr. Mora cuando insistía tanto en señalar las herencias que no
eran compatibles con la forma republicana de gobierno. En la "república barroca" las
antiguas expresiones de la identidad monárquica y católica conservaban un vigor
insospechado que podía apoyarse en la constitución, puesto que ésta declaraba al
catolicismo religión única del Estado. En cierto sentido el régimen republicano era
víctima del fracaso de las reformas ilustradas, que habían intentado poner un dique al
proliferante dinamismo de las corporaciones religiosas, especialmente de las cofradías 240. Los esfuerzos de la monarquía, sostenida por la alta jerarquía eclesiástica, para
limitar el número y la riqueza de las instituciones corporativas se vieron interrumpidos
por la crisis del 1808, y podemos suponer - aunque se trate todavía de una hipótesis -
que los espacios culturales tradicionales que habían sido amenazados por las reformas
borbónicas se vieron, después de la independencia y a pesar del empobrecimiento
generado por las guerras, en la situación de recuperarse y defenderse mucho mejor de
lo que pudieran haber hecho en la monarquía católica 241.
Ahora podemos definir de manera más precisa lo que llamamos "república
barroca". Excluímos el calificativo de "católica", a pesar de ser el catolicismo la
religión exclusiva del Estado, para evitar una confusión con la "monarquía católica" tal
como la define David Brading 242. En efecto, la república mexicana nunca fue "católica"
en el sentido en que lo fue la monarquía española. En tiempos de la monarquía el papel
preeminente y exclusivo del catolicismo se apoyaba en un conjunto de creencias
universalmente compartidas y confería a la monarquía su carácter universalista.
También se pudo hablar de "luces católicas" a propósito de la Ilustración española e
239 MORA, op. cit., pp. 84-85.240 Acerca de las limitaciones impuestas a la religiosidad popular y sus instituciones, Cfr S. GRUZINSKI, La guerre des images, Paris, Fayard, 199O, pp. 313 ss.241 Más aun si pensamos en el número de sedes episcopales que se encontraron vacantes durante muchos años en México después de la independencia: faltó el control que ejercían de derecho los obispos sobre los fieles.242 D. BRADING, Orbe indiano. De la monarquía católica a la República criolla, 1492-1867, México, FCE, 1991.
100
hispano-americana porque, fuera de contadas excepciones, las élites ilustradas nunca
pregonaron el "desencantamiento del mundo", a pesar de su interés por la "economía
política" 243. Como vamos a ver en seguida, la república mexicana cumple con sus
principios religiosos al mantener en alto grado la sacralización de sus ritos políticos y
en este sentido es "católica". Pero, al mismo tiempo, la introducción de los principios
políticos modernos abroga la necesidad y legitimidad de la religión como lazo sagrado
entre los ciudadanos, puesto que ha desaparecido el centro unificador y soberano con la
persona del monarca, reemplazado por la "soberanía del pueblo" 244. Desde el principio
de la historia republicana existen grupos de políticos, intelectuales, publicistas, muchos
de ellos agrupados en las logias yorkinas 245, cuyo programa consiste precisamente en la
abolición de los aspectos "católicos" de la república: la religión de Estado se ha
transformado en un objeto de debate político, lo que nunca se hubiera podido imaginar
bajo la monarquía católica. La competencia abierta entre los dos proyectos republicanos
es lo que confiere a la república su carácter "barroco". Constatamos, por un lado, la
vitalidad de prácticas rituales y formas de sacralización heredadas del antiguo régimen,
apoyadas en instituciones corporativas que patrocinan por su cuenta y la del Estado
numerosos ritos; por el otro, los esfuerzos desplegados por autoridades y líderes
políticos para expresar una nueva identidad, simple y llanamente republicana, por
medio de manifestaciones culturales desacralizadas.
Pero esta competencia tiene aún otro aspecto. Si la religión católica fue la de
una monarquía universalista, también fue siempre, con la existencia de toda una red de
santuarios, innumerables santos patronos locales, etc., el motivo de expresiones
particularistas de identidad. Esta red de particularismos, apoyada en el conjunto de las
corporaciones, tanto religiosas como municipales, fue lo que quedó como "identidad"
después de la desaparición de la monarquía unificadora. Como vamos a ver, estas
múltiples identidades religiosas locales se oponían, por el simple hecho de seguir
existiendo, al concepto homogeneizante e igualitario de la república liberal. Así, la
lucha contra las corporaciones estaba enraizada en la voluntad de crear una "cosa
pública" que fuera verdaderamente moderna, que reuniera a un conjunto de individuos
ciudadanos iguales y provistos de la misma identidad. En este sentido, el problema de
243 Cfr., por ejemplo, las luces en la presidencia de Quito en torno a Cruz y Espejo, en M.-D. DEMELAS, L'invention politique. Bolivie, Equateur, Pérou au XIXème siècle, "La séduction moderne", Paris, Editions Recherches sur les civilisations, 1992, o J. C. Chiaramonte, La ilustración en el Río de la Plata. Cultura eclesiástica y cultura laica durante el Virreynato, Buenos Aires, 1989.244 Lo que subraya F.-X. Guerra cuando escribe, hablando de la monarquía en 1808: "… la religión es una parte esencial de la identidad nacional, uno de los elementos que, con la fidelidad al rey, comparten todos los miembros de la Monarquía. Elemento muy tradicional en la definición de la personalidad de la Monarquía hispánica, que heredarán después los insurgentes americanos, pero con la gran dificultad de declararse al mismo tiempo católicos, independentistas y republicanos", Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid, MAPFRE, 1992, p. 165.245 R. M. MARTINEZ DE CODES, "El impacto de la masonería en la legislación reformista de la primera generación de liberales en México", El liberalismo en México, Cuadernos de Historia Latinoamericana (AHILA), n° 1, 1993, pp. 79-101.
101
la instauración de una república verdaderamente liberal se identificaba forzosamente
con el de crear una nación moderna.
La afirmación de la república católica en el ceremonial festivo público
La religión católica como única del Estado encabeza todas las constituciones
mexicanas, federalistas o centralistas, desde la de 1824 hasta la de 1847. Como se sabe,
en la constitución de 1857 se suprimió, después de debates acalorados en el congreso
constituyente 246, toda referencia a la religión, sin que se lograra, sin embargo, incluir el
artículo 15 del proyecto constitucional, que preveía la instauración de la libertad de
cultos. A pesar de ello, la constitución fue decretada "en el nombre de Dios y con la
autoridad del pueblo mexicano", y fue promulgada además un 5 de febrero, el día de
San Felipe de Jesús, uno de los santos patronos de la Ciudad de México. Hasta la
Reforma no se pudo pensar, constitucionalmente hablando, en una república neutral
desde el punto de vista religioso. El calendario oficial era congruente con los principios
constitucionales, ya que preveía fiestas nacionales de índole religiosa. El decreto del 4
de diciembre de 1824, por ejemplo, declaraba "fiestas religiosas nacionales" el Jueves y
Viernes santo, Corpus Christi, y el 12 de diciembre (fiesta de la Virgen de Guadalupe),
distinguiéndolas claramente de las "fiestas cívicas": 16 de septiembre (aniversario del
"grito de Dolores") y 4 de octubre (día de la constitución del 24) 247. La limitación del
número de fiestas religiosas nacionales puede parecer drástica en comparación con el
calendario religioso real. Que sea una herencia de las Luces (no favorecer la ociosidad
bajo el pretexto de la religión) no resta irrealidad al voluntarismo del decreto. A pesar
de no figurar en el calendario oficial, las demás grandes fiestas católicas siguieron
siendo celebradas, tanto por los fieles como por las autoridades, a lo largo del periodo.
Pero no existen solamente fiestas fijas decretadas en el calendario oficial. En sus
momentos más significativos, más fuertes, la práctica política busca una sacralización
religiosa: la promulgación de una nueva constitución, la llegada al poder de un nuevo
gobernante, el final de una guerra civil248, algún evento en las relaciones exteriores
(como, por ejemplo, el reconocimiento de la independencia por Inglaterra en 1824) dan
lugar a ceremonias públicas que culminan siempre con un Te Deum en la iglesia
principal o en la catedral y una misa de gracias. Este tipo de ceremonia da lugar a un
decreto publicado por bando y mandado a todos los lugares de la república. Así, las
246 Cfr. F. ZARCO, Crónica del Congreso extraordinario constituyente [1856-1857], México, el Colegio de México, 1957, pp. 319 ss. 247 Decreto del congreso n° 117, AGN, Gob. s/s, vol. 69, exp. 10. 248 Cfr, por ejemplo, "Dispone el Supremo Gobierno la [festividad] que debe verificarse en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en el domingo 26 de enero en acción de gracias por el restablecimiento de la paz y el orden público conseguido por los esfuerzos nacionales el 6 de diciembre de 1844", AHACM, "Fiestas religiosas", vol. 1066, exp. 15.
102
iniciativas festivas de las autoridades federales o centrales no tienen efecto solamente
en la capital de la República, sino que dan lugar a ceremonias en todo el territorio,
hasta en los más remotos pueblos indígenas. Entre los eventos excepcionales que
merecen una ceremonia oficial, está, por ejemplo, la "exaltación al trono Pontificio y
coronación" de León XII en 1824:
"Deseando el Supremo Poder Ejecutivo en cumplimiento del art. 4° de la acta constitutiva,
manifestar el interés que toma en todos los sucesos importantes y favorables a la religión y a la
iglesia católica, apostólica, romana, cuya protección es un deber nacional…",
el ministro Lucas Alamán manda
"se libren las órdenes correspondientes a los gobernadores de los estados para que se publique
por bando y haya iluminación y adorno general de calles por tres días, celebrándose en el
primero misa de gracias con asistencia de las autoridades; lo que aviso a V.E. para su
inteligencia y cumplimiento, en la de que con esta fecha lo hago también a los prelados
diocesanos para que se pongan de acuerdo con los respectivos gobernadores, y obren por su
parte lo que sea propio de su autoridad eclesiástica" 249.
Por cierto, no faltaban razones políticas para celebrar aquel acontecimiento
lejano, puesto que se trataba en aquel momento de manifestar ante el Vaticano, que se
negaba a reconocer la independencia de México, el carácter altamente católico de la
nueva república. Pero vemos obrar también aquí, como en otras circunstancias
idénticas, el mecanismo de la religión de Estado, puesto que las autoridades civiles son
convocadas para asistir a ceremonias de carácter marcadamente religioso, cuya
organización recaía sobre las instituciones eclesiásticas.
Pero hay más que eso. La religión católica sigue cumpliendo el papel de lazo
político que tenía bajo los auspicios de la monarquía española. Cualquier suceso que
determine un cambio político de importancia (pronunciamiento, nuevos gobernantes,
nueva constitución…) da lugar a un juramento. Las formas en que debe prestarse el
juramento se señalan en un decreto promulgado por el supremo gobierno: convocación
de autoridades políticas, cuerpos judiciales y administrativos, órdenes y corporaciones
religiosas, instituciones diversas; plazo dentro del cual debe tener lugar la ceremonia;
fórmula del juramento; objetos necesarios para su cumplimiento. La autoridad divina
preside el acta de juramento, pues los participantes se ubican frente a una imagen de
249 23 de junio de 1824, AGN, Gob. s/s, vol. 69, exp. 10.
103
Cristo y delante de los Evangelios. La fórmula del juramento varia poco; así, en 1835
se decía, casi como en 1824,
"¿ Jurais ante Dios obedecer, observar y hacer observar las bases constitucionales
sancionadas por el actual Congreso General? Y habiendo contestado unánimes Sí juro,
les dije, si así lo hiciereis, Dios os premie, y sino, os lo demande" 250.
Los juramentos se cumplían puntualmente en todos los lugares de la
república. Tal vez no tengamos una imagen más exacta y completa de la nación
mexicana en su conjunto que la que nos proporcionan los legajos conservados en el
archivo nacional en México, donde se encuentran las actas de las ceremonias de
juramento redactadas en cada pueblo, villa o ciudad por el escribano público, o bien por
el más importante o el más letrado de los mismos actores del juramento 251. Si muchas
veces el redactor del acta no hace más que repetir fríamente los requisitos expuestos en
el decreto para describir la ceremonia, en algunas ocasiones se toma el trabajo de dar
cuenta del "regocijo público", no siempre convencional o fingido al parecer. Así en
Villalta de San Ildefonso, cabecera del segundo distrito del departamento de Oaxaca, en
1843:
"Concluido este acto religioso, se anunció al público con un repique a vuelo, solemnizándose
por este vecindario con entusiasmo y demostraciones de júvilo (sic), a continuación la comitiva
se dirigió en unión del señor prefecto a la casa de su habitación, en donde después de haberles
felicitado su Señoría por los nuevos compromisos contraídos con la Patria a virtud del juramento
que acaban de prestar se disolvió la reunión" 252.
En la misma fecha, el acta mandada por el pueblo de Metepec (departamento de
México) reproduce in extenso el largo discurso pronunciado después del juramento, en
el salón municipal, por el cura del lugar: llamamiento, entre cívico y religioso, a la
obediencia y lealtad hacia las nuevas autoridades y la constitución 253.
Incluso la Constitución de 1857, a pesar de no mencionar la religión católica,
dio lugar a un juramento que se cumplió con el mismo ceremonial de siempre,
incluidos los Evangelios. Como el juramento era todavía una cosa muy seria desde el
250 "Actas de juramentos de las bases constitucionales, 1835-1836", Oaxaca, Oficinas de la Aduana, 14 de noviembre de 1835, AGN, Gob., legajo 154 (subrayado en el manuscrito).251 En las ciudades más importantes donde se concentraban varios niveles de autoridad y distintos cuerpos administrativos, donde había conventos y colegios, el juramento se hacía en cada una de las referidas instituciones, y cada una redactaba por su cuenta el acta de la ceremonia.252 "Juramentos de obediencia de los Estados", Villalta de San Ildefonso, Oax., 17 de enero de 1843, AGN, Gob., legajo 191-A, exp. 5.253 "Juramentos de obediencia de los Estados", Metepec, Méx., 1° de enero de 1843, AGN, Gob., legajo 191, exp. 1.
104
punto de vista religioso, hubo actitudes contrastadas, desde la negativa opuesta por una
parte del clero y los fieles a jurar la constitución, lo que fue uno de los principios de la
guerra religiosa de la Reforma, hasta la respuesta matizada de algunos, por ejemplo, el
regidor Mariano Rodríguez y sus colegas del ayuntamiento de Fresnillo (Zacatecas):
"Juro cumplir con la constitución en todo aquello que no se oponga al libre ejercicio de la
Religión Católica Apostólica Romana que profeso. Siguiendo el orden de la antigüedad en los
demás señores Munícipes fueron interrogados cada uno por separado los Señores Regidores [tres
nombres], los cuales contestaron bajo los mismos conceptos del Sr. Rodríguez" 254.
Pero junto a ello encontramos también descripciones exaltadas del empeño
puesto en celebrar, al mismo tiempo que el juramento, el triunfo de los principios
liberales, como en el pueblo de Chacaltianguiz (Est. de Veracruz). Ahí, después del
juramento,
"se saludó la bandera nacional con arreglo a ordenanza, y se formó un paseo cívico presidido por
una banda de música militar hasta llegar a la casa del entusiasta patriota D. Ignacio Aldeco en
cuyo corredor se hallaba una suntuosa tribuna para que el orador nombrado al efecto pronunciara
como pronunció un discurso análogo a la festividad. Concluida la oración patriótica el pueblo
juró guardar el Código fundamental de México, dirigiendo mil vivas al Congreso de la Unión y
poblando el aire de cohetes cuyas detonaciones unidas a los alegres conciertos de la música, al
repique de campanas y a la gritería de una numerosa concurrencia, formaba un cuadro que no es
muy fácil describir pero que sí revelaba el gozo de un vecindario afecto al gobierno que
felizmente rije nuestros destinos …" En seguida las autoridades se reúnen otra vez para asistir a
"un solemne Te Deum y misa que en acción de gracias al Todo poderoso cantó el patriota cuanto
entusiasta sacerdote y digno cura de esta parroquia D. José Epitasio Arrazola, el que salió a
recibir a la municipalidad con suma pompa a la puerta del Templo…". Se señala "la lujosa
ceremonia religiosa" y la presencia del cura en todos los momentos de la festividad cívica 255.
Al parecer, en el pueblo de Chacaltianguiz se logra una perfecta síntesis entre el
ritual cívico y la santificación religiosa. La escenificación de esta unanimidad, muy
ficticia por cierto si pensamos en la guerra próxima a estallar, recuerda la unanimidad
que se dio en los primeros meses de la revolución del 48 en Francia, cuando los curas
bendecían los árboles de la libertad. Según este testimonio, todavía en los primeros
meses del año 1857 podría pensarse en que la república barroca tenía aún un futuro.
254 "Juramentos a la Constitución de 1857", Fresnillo, Zacatecas, AGN, Gob., Legajo 160-A, exp. 4. 255 "Juramentos a la Constitución de 1857", Chacaltianguiz, Ver., 27 de abril de 1857, AGN, Gob., Legajo 160-A, exp. 3.
105
Durante todo el periodo son los mismos gobernantes, sea cual fuere su
ubicación política o ideológica, quienes promueven esta mezcla constante entre el
campo político y el religioso. La crónica instabilidad política crea sin cesar nuevas
oportunidades de utilizar lo sagrado para santificar un poder siempre frágil y poco
seguro de su legitimidad. De ahí la inflación del ceremonial mencionada al principio.
Las autoridades políticas, que asistían por obligación constitucional a todas las
funciones religiosas importantes del calendario católico, buscaban la sacralización de
casi todas sus actividades políticas. El mismo presidente de la república tenía que
prestar en el congreso el juramento de respetar y hacer cumplir la constitución y las
leyes, y no faltaban publicistas que recordasen que el juramento era la expresión de un
pacto, delante de Dios y del pueblo, entre los gobernantes y gobernados 256.
Pero también, y no es nada extraño, la afirmación de la república católica formó
parte de los argumentos empleados en las luchas políticas del momento. No queremos
entrar aquí en el detalle de los episodios de la contienda política acerca de los bienes de
la Iglesia y su papel en la sociedad. Bastará un ejemplo para ilustrar esta afirmación.
Veamos como el Ayuntamiento de la Ciudad de México plantea su tarea de organizador
de la fiesta de San Felipe de Jesús, el 5 de febrero de 1827. En la tarjeta de invitación
impresa firmada por el Alcalde Presidente y el provincial de la comunidad de San
Francisco, el Ayuntamiento promete que
"ha dispuesto que la traslación de la santa imagen [ de la Catedral a San Francisco] sea con la
solemnidad, decencia y decoro que corresponde a un acto religioso digno de unos republicanos
católicos e ilustrados, que saben unir los sublimes afectos de la religión, a los dulces
sentimientos de la patria, cuando tributan sus cultos a un santo mexicano…" 257.
Para la procesión del Viernes santo del mismo año 1827 el Ayuntamiento busca
la cooperación activa de la Archicofradía de la Santa Veracruz para que la ceremonia
tenga lugar con "el decoro y devoción posible". La Archicofradía contesta
" … que se nos invita para un acto de edificación, en tiempo en que a merced de nuestras
instituciones felices prevalece la religión; pero que no faltan enemigos que quieren deprimirla"
258.
256 Felicitación de un ciudadano mexicano al Exmo Sr. General Benemérito de la Patria D. Antonio López de Santa Anna, por haber prestado el juramento de presidente de la república ante el Congreso general el día 4 de junio de 1844, México, Imprenta de J. M. Lara, 1844, pp. 3-7.257 Archivo Histórico del Ayuntamiento de la Ciudad de México (AHACM), "fiestas religiosas", vol. 1066, exp. 6, 4 de febrero de 1827.258 AHACM, "Procesiones", vol. 3712, exp. 38, 11 de abril de 1827.
106
En un contexto de auge de las logias yorkinas y de afirmación de un programa
"progresista" que militaba en favor de la abolición de los privilegios de la iglesia y la
libertad de opiniones 259, se puede captar la capacidad de reacción militante de las
estructuras políticas y culturales tradicionales a través de la escenificación de la
catolicidad en el espacio urbano. Además, estos datos señalan el papel que
desempeñaban los ayuntamientos y otras corporaciones, como conventos y cofradías,
en la economía festiva pública.
Identidades particularistas vs identidad republicana.
Nuestra reflexión se enfoca aquí en torno a un problema que vamos a analizar
bajo dos aspectos. El primero es el de los medios que proporcionan sus bienes raíces,
fincas urbanas y capitales a entidades tales como corporaciones eclesiásticas 260,
cofradías y ayuntamientos para sostener unos gastos ceremoniales que en esta época de
permanente escasez financiera el mismo Estado no puede siempre costear; el segundo,
el de la configuración del espacio urbano antiguo en relación con las actividades
festivas públicas. La cuestión se plantea en el conjunto de la República. Cada ciudad,
villa o pueblo conserva une identidad religiosa propia a través del culto a sus santos
patronos y demás devociones particulares llevadas a cabo por cofradías y conventos,
actividades que se sostienen con la posesión de bienes. Pero el problema adquiere un
peculiar relieve en la Ciudad de México, por ser ésta la capital de la república. En
cuanto tal, la ciudad de México debía ser un espacio políticamente neutral, sede de los
poderes supremos de la nación. Ahora bien, el espacio ciudadano de México es todo
salvo neutral durante la república barroca. Su lógica propia se opone en todo a la
identidad republicana moderna.
En 1824, cuando se abre en el congreso constituyente el debate sobre la elección
de una capital federal, el ayuntamiento de la ciudad de México trata de oponerse a que
sea elegida la misma ciudad 261. Lo que se juega aquí, en efecto, es el poder de la
entidad como corporación autónoma, como unidad política soberana completa con su
territorio, territorio que se presenta también como un espacio simbólico sacralizado,
con su catedral, sus templos y sus santos patronos. El prestigio y la autoridad de la
ciudad se sostienen con las rentas que le proporcionan los bienes que posee, una parte
de las cuales (una mínima parte, es cierto, en el conjunto de los gastos edilicios) tiene
un destino religioso y festivo. La identidad propia de la ciudad se afirma a través de una
259 R. M. MARTINEZ DE CODES, op. cit.260 Cfr. M. P. COSTELOE, Church wealth in México [sobre el Juzgado de Capellanías] , Cambridge 1967, y J. Bazant, Los bienes de la Iglesia en México (1856-1875). Aspectos económicos y sociales de la Revolución liberal, México, Colegio de México, 1971.261 H. de GORTARI, La Ciudad de México y el Distrito Federal: una historia compartida, México, 1988.
107
serie de patronatos religiosos y también de compromisos contraídos "de tiempo
inmemorial" con conventos y cofradías 262. Si bien esta situación, repetimos, no es sólo
propia de la capital de la república, el problema se vuelve aquí más agudo porque el
ayuntamiento de la Ciudad de México y las distintas corporaciones que intervienen en
las festividades públicas se enfrentan directamente con las autoridades supremas de la
nación en el campo del ceremonial.
Observamos, en efecto, la existencia de una densa red horizontal de iniciativas
festivas, de las cuales el gobierno federal está en gran parte excluído. Esta red asocia al
clero (el de la catedral y los conventos), a las cofradías y al ayuntamiento. En
consecuencia, el Estado (o, en el caso de los estados o departamentos, las autoridades
locales), no tiene ningún monopolio de la actividad festiva. Como lo demuestra su
abundante archivo de "festividades", el ayuntamiento de México se encarga, con el
clero y las cofradías, de la organización material de las numerosísimas fiestas religiosas
que siguen celebrándose en la primera mitad del siglo. Habría que distinguir entre
fiestas de la liturgia católica, tales como Viernes santo o Corpus (decretadas fiestas
nacionales), fiestas de los santos patronos de la ciudad (San Felipe de Jesús, San
Hipólito) y fiestas de otros santos, como, por ejemplo, la de San Pedro y San Pablo.
Pero hace falta señalar que, en realidad, esta distinción no tiene mucha validez en
cuanto a la repartición de los gastos y ocupación del espacio ciudadano por las
festividades. En todos los casos, son las corporaciones tradicionales, municipales y
religiosas, las que ocupan el lugar más destacado en estas festividades.
El Ayuntamiento cumple, de hecho, el papel de patrono de celebraciones de
índole nacional, íntimamente confundidas en el conjunto de fiestas celebradas en y por
la ciudad. Nombra cada año el orador eclesiástico que debe pronunciar el sermón en el
santuario de Guadalupe el 12 de diciembre. Invita formalmente, por medio de cartas, a
los miembros de las distintas comunidades y cofradías para que participen en las
procesiones. Proporciona cantidades de dinero más o menos importantes para la cera de
las iluminaciones, franquea la vela o "toldo" que protege la trayectoria de las
procesiones más majestuosas (como la de Corpus) y cubre los gastos para instalarla. A
pesar de sus constantes dificultades hacendísticas, gasta, en 1851, 11 650 pesos - suma
enorme en aquel entonces - en la compra de una vela nueva de 1 650 varas de largo
para reemplazar a la antigua, "completamente rota", que había sido adquirida en 1826 263. Hay que añadir que los conventos, cuando celebran la fiesta del santo cuya imagen
custodian, despliegan tesoros de suntuosidad de la cual dan testimonio con suma
262 Estamos hablando de las ceremonias religiosas a las cuales asisten los miembros del Ayuntamiento "por convenio o concordia con algunas distinguidas corporaciones", cfr. "Ceremoniales. La Ciudad de Guatemala pide un testimonio autorizado del ceremonial que se usa en las asistencias de tabla general", AHACM, "Festividades diversas", vol. 1058, exp. 1, 1819.263 AHACM, "Fiestas religiosas", vol. 1066, exp. 44, 1851.
108
complacencia las fuentes literarias y memorias de la época 264. Las fiestas de la ciudad,
ya sean "religiosas nacionales" o estrictamente religiosas, compiten no sin éxito, como
veremos más adelante, con las pocas fiestas cívicas celebradas en aquel entonces.
Así, la ciudad de México no desempeña el papel de una capital política
moderna, sino que sigue siendo una capital de antiguo régimen, "la primera ciudad del
reino". Su ayuntamiento no se limita todavía a existir como una simple entidad
administrativa (según su estatuto constitucional), sino que ejerce el poder de una
entidad soberana que se encarga de representar y asumir la identidad política y religiosa
de la sociedad urbana cuando obra como organizadora de ceremonias públicas. Este
papel se desempeña aún mejor en los numerosos momentos de crisis que afligen a la
ciudad durante las décadas de la república barroca. Entre guerras civiles, epidemias de
cólera, temblores y sequías, la ciudad sufre una serie de episodios traumáticos durante
los cuales el ayuntamiento, sostenido por el conjunto de las corporaciones religiosas,
moviliza recursos culturales tradicionales para aliviar las angustias de los habitantes de
la ciudad. El ayuntamiento se encarga, en tales casos, de pedir al clero de la catedral u
otra iglesia la organización de triduos y novenarios. Después del "terrible temblor" de 7
de abril de 1845,
"se dispuso traer de su santuario a la milagrosa imagen de Nuestra Señora de los Remedios, y
que se le haga un solemne novenario, así como a Nuestra Señora de Guadalupe y a la de la
Soledad, aunque en templo distinto del suyo, por ser este uno de los que más han sufrido, y un
septenario al Sr. San José" 265.
Aunque se invoque frecuentemente a la Virgen de Guadalupe para festejar
sucesos de índole política nacional, el ayuntamiento recurre con más frecuencia a la
Virgen de los Remedios (la Virgen de los españoles en tiempos de la colonia), o más
bien a su imagen, para implorar por su mediación "la misericordia divina" en tiempos
de crisis. Ahora bien, la imagen de la Virgen no "pertenecía" a la Ciudad de México ni
a la catedral, a la cual había sido trasladada en 1810 266. A principios de 1845, todavía
no había sido devuelta a sus legítimos poseedores:
"A consecuencia de los muchos años que lleva la Santa Imagen de los Remedios de permanecer
en esta capital, los vecinos y cura del pueblo [de Naucalpan] han solicitado repetidas veces del
264 Cfr., entre los testimonios extranjeros, Marquesa CALDERON DE LA BARCA, La vida en México [1839-1842] , 2 vols., México, Eds. hispano-mexicanas, 1945.265 "Temblores", La Voz del Pueblo, n° 23, 12 de abril de 1845, s. p.266 "Ya que la imagen de la Virgen de los Remedios se encontraba en el camino por donde avanzarían los rebeldes, el virrey ordenó que la mudaran de su santuario a la catedral", T. Anna, La caída del gobierno español en la Ciudad de México, México, FCE, 1981, p. 91.
109
Ayuntamiento acuerde la traslación de la expresada Santísima Imagen por las muchas limosnas
que por estas causas se pierden en su santuario" 267.
Parece que el temblor de abril devolvió muy rápidamente la imagen de la
Virgen a la ciudad, porque tenemos una carta dirigida al ayuntamiento en 1856 por el
pueblo de Naucalpan, en la cual éste se queja de verse privado "de la compañía de este
precioso simulacro" desde que se trasladó a la catedral de México después de un
temblor. De hecho el ayuntamiento, con la anuencia de todas las corporaciones
religiosas de la capital, confiscó en provecho suyo la imagen de la Virgen, al parecer en
virtud de su preeminencia como ciudad principal del Distrito Federal (o, según las
épocas, del departamento del centro), sede de la catedral. Sabemos por las numerosas
cartas dirigidas al ayuntamiento por las comunidades de la ciudad (sobre todo las de
religiosas), que la imagen se trasladaba sin cesar, "de visita", de un convento a otro. La
presencia de la imagen, como lo sabían muy bien los habitantes de Naucalpan, atraía a
fieles y limosnas y daba prestigio al lugar visitado. La "comisión de los Remedios",
nombrada en 1856 para deliberar sobre la oportunidad de devolver la imagen al pueblo
de Naucalpan, señala que
"cuando la guerra civil ha ensangrentado las calles de nuestras ciudades … tanto V. S. I. como
su venerable cabildo deseaban tener a María Santísima de los Remedios para implorar su
protección y pedirle que alejase de nosotros esta calamidad. Pero ahora que ya parece que cesa
este azote … no hay razón para negar a los vecinos de su santuario la petición que hacen al
Ayuntamiento" 268.
Dicho de otra manera, el ayuntamiento sostenía su prestigio y su autoridad de
corporación política por medio del control y de la "movilización" de las imágenes
religiosas; en el caso extremo de la Virgen de los Remedios, se opuso, en una lucha
muy desigual, a otra entidad, un pueblo cercano e indefenso, por lo que se ve
confirmada la idea de que, en el universo de las entidades corporativas, la identidad
católica tenía poco en común con la republicana 269.
267 Carta del Gobernador del Departamento de México al Ministro de Gobernación, 21 de febrero de 1845, AGN, Gob. s/s, caja 301, exp. 1.268 AHACM, "Fiestas religiosas", vol. 1066, exp. 67, 1856. La comisión, presidida por Vicente Riva Palacio, rindió un dictamen favorable al pueblo, pero el ayuntamiento aprovechó la guerra de Tres Años, y luego el imperio, para conservar la imagen. Fue Maximiliano quien, al parecer, resolvió el problema obligando al ayuntamiento a cumplir con lo previsto.269 Para completar el cuadro ofrecido por las corporaciones en su relación con la identidad republicana, hay que añadir que, aparte de las expresiones estrictamente religiosas de su actuación, su existencia planteaba también el problema del orden jerárquico en las ceremonias. En eso se hacía sentir también la herencia de las prácticas de antiguo régimen. Los ayuntamientos participaban "en cuerpo" a las ceremonias, a las que se presentaban en uniforme y encabezados por sus "masas"; en la ciudad de
110
En cuanto al espacio urbano dentro del cual se escenificaban las ceremonias
públicas, éste ofrecía un aspecto más congruente con los requisitos de la república
católica que con la liberal moderna. En su estudio de las fiestas revolucionarias en
Francia Mona Ozouf señala que los organizadores se esforzaban en encontrar en las
ciudades un espacio neutral, "sin cualidades", un espacio abstracto e uniforme que
pudiera servir de simple receptáculo para la puesta en escena de principios también
abstractos, como la Libertad o la Igualdad 270. El espacio todavía barroco de las ciudades
mexicanas de la primera mitad del siglo XIX y en especial el de la ciudad de México,
es, al contrario, un espacio orientado, sacralizado y jerarquizado 271. Orientado en torno
a la Plaza Mayor, sede de los máximos poderes políticos y religiosos, el espacio
ciudadano aparece jerarquizado según una escala de valores sagrados. Pensamos, por
ejemplo, en el triángulo formado por la Plaza Mayor, el convento de Santo Domingo en
el norte y el convento de San Francisco en el suroeste, este último, enorme conjunto
formado por los edificios conventuales, la iglesia y las cinco capillas que dominan el
acceso al centro de la ciudad. La traza geométrica de la ciudad, heredada del siglo XVI,
y la jerarquización de los lugares sagrados determinan tanto la trayectoria de las
procesiones religiosas como la de los paseos cívicos del 16 de septiembre. La traslación
de las imágenes de santos importantes, las procesiones de tiempos de Pascua o de
Corpus, o bien el traslado de los restos de héroes (como sucede con los de Iturbide en
1838), casi siempre salen de San Francisco o de Santo Domingo (tal es el caso de la
procesión de Viernes santo), para dirigirse hacia la Catedral.
¿ Será necesario precisar, para acabar con este punto, que las festividades
religiosas públicas fueron, durante toda la república barroca, muchísimo más
numerosas que las fiestas cívicas ? Sin embargo, desde los primeros tiempos de la
república las autoridades civiles hicieron esfuerzos, no siempre malogrados, para dar
vida a las fiestas cívicas que preveían los decretos o que se inventaban según las
urgencias políticas del momento, y fueron creando las bases de un espacio cívico
autónomo, más o menos libertado de la sujeción corporativa, en el cual se podía
escenificar una identidad republicana más conforme a los ideales de la política
moderna.
México, la corporación municipal tenía siempre un lugar preeminente, incluso en el caso de festividades de índole nacional. Los lugares de cada entidad administrativa, corporación y comunidad estaban determinados de antemano, por "costumbre inmemorial" en las ceremonias ordinarias, o por decisión de las autoridades encargadas de la organización de una ceremonia extraordinaria. En la ultima dictadura de Santa Anna, vemos consolidarse, por órdenes del gobierno, el concepto de la sociedad corporativa y jerarquizada, como lo atestigua un documento mandado por el gobernador del departamento de Durango, en el cual éste da a conocer el "Reglamento formado para el orden de colocación de las autoridades y empleados en las asistencias publicas", 13 de noviembre de 1854, AGN, Gob., legajo 1039, exp. 4.270 M. OZOUF, La fête révolutionnaire, 1789-1799, Paris, Gallimard, 1976, col. Folio, pp. 207 ss.271 Esto no es propio de la ciudad de México, sino de todas las ciudades hispano-americanas, cfr. G. M. VIÑUALES et al., L'Amérique Latine inconnue, Paris, Ed. Fleurus-Tardy, 1993.
111
El espacio cívico y sus ambigüedades.
"El 16 de septiembre del año de 1840, a eso de las siete de la noche, las calles de la Merced
ostentaban mayor número de faroles en sus balcones y puertas, no precisamente porque en aquel
día se celebrase el trigésimo aniversario de nuestra independencia, sino porque en ese mismo día
comenzaba el novenario de nuestra Señora de la Merced, y este acontecimiento solía entonces
conmover más a los fieles que todas las glorias de la patria" 272.
Esta cita sacada de una pequeña novela costumbrista de mediados del siglo XIX
ilustra, a nuestro parecer, las dificultades y ambigüedades del intento de crear un
espacio cívico y sugiere dos problemas. Primero, el de la recepción, por parte de la
sociedad urbana, de las políticas de orden simbólico llevadas a cabo por las autoridades.
No vamos a tratar aquí este punto, pero el problema es el siguiente: ¿ cuál es la
"visibilidad" de las ceremonias propiamente cívicas en un espacio saturado de
festividades sagradas? Segundo, el problema de las dificultades que encuentran las
autoridades para poner en escena fiestas cívicas, indispensables para crear y nutrir el
sentimiento colectivo de pertenencia a la nación republicana, fiestas que se distingan
claramente de las fiestas religiosas, en el marco de la república católica.
Las fuentes no literarias confirman la confusión mental que llevaba consigo la
escenificación de las festividades cívicas. Veamos, por ejemplo, cómo se celebraba en
la ciudad de Colima, en 1856, el día de la independencia, según el acta mandada al
ministro de Gobernación:
"Desde el día 14 [de septiembre] se publicó el programa de las festividades públicas y a la
madrugada del 16 hubo salva y un repique general. A las diez de la mañana, el que suscribe,
acompañado de los funcionarios y empleados públicos que se hallan en esta capital, asistió a la
misa y Te Deum que se cantaron en la iglesia parroquial. Se siguió luego el paseo del pendón y
después el discurso pronunciado por el Secretario de este Gobierno en el portal de Guerrero. En
la tarde hubo un tiroteo efectuado por los Oficiales de la Guardia Nacional, habiendo
desempeñado con alguna destreza varias evoluciones. En la noche, las músicas recorrieron las
calles, situándose la de viento en el portal dicho en donde estaba el retrato del héroe de Dolores,
272 José DE CUELLAR, Historia de Chucho el ninfo , México, Porrúa, 1975, p. 10.
112
y se quemaron los fuegos que estaban prevenidos al efecto. La concurrencia era numerosa. El
adorno e iluminación de la Ciudad fue casi general …" 273.
Fuera del discurso cívico pronunciado en un lugar, el "portal de Guerrero", del
cual no sabemos si era profano o si se trataba de los portales de algún convento, la
fiesta del 16 de septiembre en Colima no presenta ningún elemento específico: fuegos
artificiales, salvas y repiques eran los componentes obligatorios de cualquier festividad
desde los tiempos coloniales. Además, cuarenta y cinco años después de la
independencia la memoria de las fiestas monárquicas es todavía muy viva: se habla del
"paseo del pendón" (podemos suponer que se trata de la bandera nacional), y se coloca
un retrato del cura Hidalgo en lugar del retrato del rey. El componente religioso
aparece también como central en el desarrollo de la ceremonia. Así la fiesta de la
independencia en Colima, aunque puede ser calificada de cívica y nacional, tiene pocos
rasgos "republicanos". A pesar de estas limitaciones no faltaron las innovaciones y
tentativas para conferir a las fiestas cívicas alguna especificidad. Podemos pensar,
además, en el caso de Colima, que la evolución de las festividades cívicas en aquella
lejana provincia fue más lenta y vacilante que en ciudades de mayor categoría o más
próximas al centro de los poderes nacionales. Desde principios de la era republicana en
la ciudad de México las fiestas de la independencia revistieron características más
marcadamente cívicas y profanas, si bien el componente religioso no desapareció. Los
esfuerzos de los gobernantes, y también de los ciudadanos más involucrados en la vida
política o cívica se manifestaron de varias maneras.
Ya mencionamos la creación en el calendario oficial de fiestas cívicas
relacionadas con eventos nacionales: Si fueron pocas al principio (16 de septiembre y 4
de octubre), este calendario se fue enriqueciendo con el tiempo. A partir de por lo
menos 1837, bajo la administración del general Bustamante y al parecer por su
voluntad, se celebró el 27 de septiembre para conmemorar la entrada de Iturbide y el
Ejército Trigarante en la ciudad de México. Durante las administraciones de Santa
Anna se festejó también el 11 se septiembre, día de la victoria mexicana sobre fuerzas
españolas en Tampico en 1829 274. Fuera del calendario fijo, se crearon otras
oportunidades de celebraciones cívicas, como entradas militares y festejo del acceso al
poder del presidente de la república. Veremos más adelante cuál fue el papel de los
caudillos militares en este ramo. Señalemos por ahora la novedad introducida en el
campo cívico por el desarrollo de instituciones de educación secularizadas, como lo
fueron los institutos de ciencias y artes en Toluca, Oaxaca, Zacatecas, y demás capitales
273 "Festividades", AGN, Gob., legajo 1039, exp. 2, 19 de septiembre de 1856 (subrayamos).274 "Festividades diversas", AHACM, vol. 1058, exp. 6, 1842, y AGN, Gob., legajo 1039, exp. 4, 1854.
113
de estados. A partir más o menos de los años 1840 se desarrolló la costumbre de
solemnizar las distribuciones anuales de premios, que se se convirtieron en los
acontecimientos más importantes de la vida de los colegios. Daban la oportunidad de
realizar reuniones cívicas y enteramente desacralizadas, a las cuales muchas veces
asistían las autoridades del Estado y las personas principales de la ciudad, y en las que
se valorizaban las virtudes del ciudadano ilustrado y republicano, buen cristiano, por
cierto, pero también preocupado por la "utilidad pública" y hombre ejemplar para el
resto de la sociedad por sus luces y su disciplina de trabajo.
Sin embargo, la novedad más destacada en el campo de las festividades cívicas
durante el periodo de la república barroca fue la creación de instituciones
independientes de las corporaciones tradicionales, es decir, las juntas patrióticas, que se
encargaban en todas las ciudades de la organización de las fiestas del 16 de septiembre.
A pesar de lo deficiente y disperso de la documentación acerca de estas juntas, por
haberse perdido, al parecer, sus propios archivos, tenemos una idea bastante clara de las
características de esta institución que, en la ciudad de México, aparece en las fuentes a
mediados de los años 182O 275.
La Junta Patriótica "del glorioso grito de Dolores" estaba formada, aunque no
siempre, como veremos, por un grupo de ciudadanos voluntarios que se encargaban de
preparar las fiestas del 15-16 de septiembre, así como la del 27 de septiembre en las
épocas en que tenía lugar. A finales de junio los ciudadanos que deseaban formar parte
de la junta debían registrarse en un cuaderno abierto al efecto en un lugar público (a
menudo en la Universidad). Los ciudadanos presentes en la primera reunión del mes de
julio elegían al presidente, vice-presidente, tesorero et dos secretarios, "diciendo en voz
baja al secretario de la comisión el individuo por quien sufragan", y nombraban al
orador que iba a pronunciar el discurso cívico del día 16. Según el reglamento de 1831,
el número de ciudadanos de la Junta no podía ser inferior a 200. La Junta se renovaba
anualmente y reunía al conjunto de sus miembros todos los martes desde principios del
mes de julio hasta finales de septiembre. Elegía cada año una comisión permanente de
nueve miembros que se encargaba de gestionar a lo largo del año los asuntos
pendientes, las cuentas y la correspondencia de la Junta 276.
Según esta primera aproximación la Junta Patriótica desempeñaba las mismas
funciones que las corporaciones religiosas tradicionales, es decir, la organización de la
fiesta principal del calendario cívico. Sus tareas, en efecto, tenían mucho en común con
275 El reglamento de 1849 indica que la junta "ecsiste con el permiso y bajo la protección del supremo gobierno de la república y de todas las autoridades locales desde recién conquistada la independencia", Reglamento de la Junta Patriótica de México, Imprenta de Luis González, 1849 (AGN, Gob., legajo 1039, exp. 4).276 Proyecto de reglamento para gobierno de la Junta Patriótica del grito glorioso de Dolores presentado a la Junta del año de 1831 por la comisión permanente , México, Imprenta del Aguila, 1831 (B. N., México, caja fuerte, Col. Lafragua).
114
las de estas corporaciones. De la misma manera que los frailes pedían limosnas en las
vísperas de la fiesta del santo al que rendían culto, una comisión especial se encargaba,
por ejemplo, de recoger suscripciones entre simples ciudadanos, empleados públicos,
diputados y senadores; los fondos estaban destinados a conferir el mayor lustre posible
a las ceremonias (iluminaciones y fuegos, templetes y músicas), y también a financiar
las "obras de beneficencia" de la Junta Patriótica en favor de las viudas y huérfanos de
los insurgentes. De la misma manera, las comisiones de la Junta tenían relaciones
estrechas con el ayuntamiento en las semanas que precedían el evento para arreglar
todos los detalles materiales de la festividad: lugares de encuentro de las comitivas,
trayectoria del paseo cívico, iluminaciones, puesta de la "vela", etc.
Pero hasta aquí las semejanzas. Conviene señalar, aunque parezca obvio, que la
Junta Patriótica no poseía ningún bien propio que le permitiera financiar por sí misma
las festividades. Había, además, otra diferencia con las corporaciones religiosas
tradicionales: se presentaba como una institución abierta que recurría a la publicidad
para reclutar a sus miembros; la comisión permanente tenía la obligación de
"ecsitar oportunamente por medio de rotulones y de los periódicos, a todos los ciudadanos que
quieran suscribirse para formar la junta del año siguiente, para que lo participen a la misma
comisión en todo el mes de junio" 277,
idea que nunca se les hubiera ocurrido a los rectores de una cofradía. En realidad y
sobre todo, la actuación de la Junta patriótica se oponía radicalmente a la economía
festiva tradicional, en primer lugar, porque no participaba de esta red horizontal de
iniciativas que mencionamos más arriba. No solamente daba cuenta al gobierno de sus
actividades, sino que también recibía, en más de una ocasión, sugerencias u ordenes que
emanaban directamente del "supremo gobierno". Con la Junta Patriótica se había creado
una estructura vertical de iniciativas festivas en la que no tomaban parte las antiguas
corporaciones 278. En 1837 la Junta Patriótica, en la cual se encontraban numerosos
oficiales del ejército, era presidida por el mismo Bustamante, presidente de la república 279. En 1844, después de haber sido disuelta autoritariamente la del año anterior, la Junta
se encontraba compuesta de sólo cuatro miembros, el prefecto del Centro, dos regidores
y el secretario del ayuntamiento, todos designados por el general Santa Anna 280. Dicho
277 Ibid. , p. 7.278 Las relaciones de la Junta Patriótica con el Ayuntamiento, según los archivos de éste último, solían ser un tanto difíciles. Al parecer, los regidores no siempre veían de buen ojo la competencia que se les hacía en la organización de la fiesta cívica. Año tras año, alegaban la falta de fondos para cooperar con mínimas cantidades al costo de la fiesta.279 AHACM, "Festividades 15 y 27 de sept.", vol. 1067, exp. 13, 26 de julio de 1837.280 Ibid., exp. 18, 3 de agosto de 1844.
115
de otra manera, con la Junta Patriótica el Estado tenía a su disposición un instrumento
para imponer su propia concepción de la festividad cívica, aunque no en todas las
épocas su intervención fuera tan autoritaria como en la de Santa Anna. Superfluo es
añadir que en estas condiciones la Junta Patriótica estaba expuesta a toda clase de
instabilidad en su funcionamiento y composición, además del hecho de ser renovada
anualmente. El gobierno no solamente indicaba cuales eran sus deseos, sino que
también contribuía a los gastos, con sumas respetables a veces. Una de las primeras
decisiones del gobierno del general Alvárez fue la de restablecer en sus funciones la
Junta que había sido abrogada por Santa Anna en 1853:
"Persuadido el E. S. Presidente del patriótico objeto con que durante muchos años se han
reunido los habitantes de esta capital para celebrar dignamente los aniversarios de la
Independencia de la República, atendiendo a las viudas y huérfanos de los Mexicanos que
sacrificaron sus vidas en las aras de la Patria y atendiendo a que la Junta Cívica fue reconocida
por la ley de 27 de abril de 1850 que le asigna la suma de cuatro mil pesos anuales, ha tenido a
bien disponer S.E. que quede restablecida esta Junta Popular …" 281.
Instrumento del Estado, la Junta Patriótica lo era también, forzosamente, de las
facciones y, a pesar de ser abierta, según su reglamento, a toda clase de ciudadanos,
reflejaba más bien el estado de la correlación de fuerzas políticas en cada momento.
Desde este punto de vista, el año 1849 proporciona una abundante e interesante
documentación que nos permite constatar hasta dónde estaba involucrada la Junta en la
contienda política e ideológica del momento. En aquel año de aguda crisis moral -
después de la derrota frente al ejército norteamericano y el Tratado de Guadalupe
Hidalgo - y de exasperación de la oposición entre conservadores y liberales 282, la Junta,
encabezada por Juan N. Almonte, Andrés Quintana Roo, Francisco Carbajal y
Francisco Moncada, se convirtió en uno de los órganos de estos últimos. Expidió este
mismo año un nuevo reglamento por medio del cual afirmaba resueltamente su carácter
democrático y su oposición rotunda a las reglas jerárquicas y autoritarias de las viejas
corporaciones:
"Esta junta es absolutamente popular, y por lo mismo pueden ser miembros de ella todos los
mexicanos por nacimiento o naturalización, sin escepción de clase, edad, secso ni otra
cualquiera diferencia; y cuantos encargos o comisiones se les dieren, son voluntarios, y los
admitirán o no, según les parezca, sin necesidad de alegar escusas ni pretestos".
281 Oficio del Ministro de Gobernación, AGN, Gob., legajo 1039, exp. 4, 17 de agosto de 1855.282 Cfr Ch. HALE, El liberalismo en México en la época de MORA (1823-1852), México, Siglo XIX, 1972.
116
La elección del presidente debía hacerse en adelante "por escrutinio secreto,
mediante cédulas"; la contrapartida de estas disposiciones democráticas era que las
reuniones podían tener lugar con un mínimo de catorce miembros, lo que era poco,
pero tal vez muy lúcido en cuanto al celo real de los ciudadanos283. Sin embargo, la
Junta fue realmente una institución abierta y democrática durante este año de 1849.
Hizo conocer sus metas en la organización de las festividades del año con más empeño
de lo acostumbrado:
"Esperamos del patriotismo de nuestro conciudadanos, que contribuirán gustosos, para que la
función cívica que se dedica a nuestra desgraciada patria, sea tan solemne como lo permitan las
circunstancias. Estas no pueden ser más críticas, y conviene por lo mismo reanimar el espíritu
público, harto abatido por consecuencia de nuestros pasados desaciertos y de nuestros reveses en
la injusta guerra que nos han hecho nuestros vecinos del Norte" 284.
La lista de los donativos recogidos por los miembros de la comisión de
recaudación publicada en El Siglo XIX nos permite ver que la actuación de la junta
llegaba hasta capas sociales bastante modestas de la ciudad; al mismo tiempo la lista era
el reflejo de la red de espacios y lugares de sociabilidad modernos, en los cuales la
facción liberal encontraba su base social más firme. Aparte de los diputados, senadores,
empleados públicos y militares, los mayores donadores se encuentran entre los
impresores (el célebre impresor liberal Ignacio Cumplido, recaudador de su gremio, da
cien pesos, aunque J. M. Lara, impresor conservador, no ofrece nada), los dueños de
cafés, librerías y empresas de litografía. Luego aparece en la lista toda la gama del
pequeño comercio, "estanquillos" (de los cuales los 90 donadores son únicamente
mujeres), "azucarerías y melerías", "celerías" y "zapaterías", "sederías y rebocerías", así
como vendedores de los mercados. En cada caso los recaudadores de la junta se
encuentran entre los miembros del gremio 285. Estos datos nos hacen pensar que hubo,
por lo menos en este año de 1849, cierta movilización popular en torno a los temas
patrióticos sugeridos por la junta liberal.
Las características de la fiesta del 16 de septiembre reflejan las paradojas
inherentes a la creación de un ritual cívico, en cuanto al problema de su
desacralización. Dentro de la república católica, era normal la celebración de una misa
283 Reglamento de la Junta Patriótica de México, Imprenta de Luis González, 1849 (AGN, Gob., legajo 1039, exp. 4). En la sesión del 11 de septiembre de 1849 estaban presentes 33 miembros de la junta, El Siglo XIX, n° 258, sábado 15 de septiembre de 1849, p. 305.284 "Junta Patriótica", El Siglo XIX, n° 193, jueves 12 de julio de 1849, p. 48.285 "Junta Patriótica de México. Sesión extraordinaria del día 27 de agosto de 1849", El Siglo XIX, Viernes 14 de septiembre de 1849, p. 302. La publicación de la lista de donativos en El Siglo XIX permitía, obviamente, controlar la honestidad de los recaudadores.
117
y un Te Deum este mismo día. También lo era, en la lógica de la fiesta, la búsqueda de
signos distintivos. Si al principio la oración cívica tuvo lugar en la puerta principal del
Palacio Nacional, muy cerca de la catedral y de la diputación, pronto se ubicó en la
Alameda, un parque de paseo situado al oeste del "espacio sagrado" y creado por el
Virrey Branciforte en tiempos de la Ilustración. La Alameda ofrecía este "espacio
neutral", en el cual tenían lugar diversiones populares a lo largo del día 16, con música
militar, "globos aerostáticos", fuegos artificiales. El "paseo cívico", que reunía una
comitiva de autoridades civiles y empleados públicos, se dirigía de la Plaza Mayor a la
Alameda, adornada a menudo de templetes alegóricos, donde se escuchaban la oración
cívica y poesías e himnos patrióticos. Pero el paseo, que se llamaba más a menudo
"procesión", llevaba en si una ambigüedad, puesto que se producía bajo el toldo
utilizado para la fiesta de Corpus Cristi. Según los testimonios de la época, el paseo
presentaba un aspecto más bien triste y sin brillo, lo que quiere decir que no soportaba
la comparación con las espléndidas procesiones religiosas. Si bien el uso del toldo
mantenía la confusión con estas últimas, no bastaba para realzar su prestigio.
Habría que añadir a estas consideraciones la pobreza de los símbolos patrióticos
y republicanos usados en aquellas ceremonias. Sin embargo, hubo ocasiones y periodos
en los cuales se desplegaron esfuerzos para llenar este vacío. Aquí tocamos el último
punto de este trabajo, o sea, el papel cumplido por los caudillos en el desarrollo de
ceremonias cívicas más brillantes, más secularizadas y al final más republicanas. Santa
Anna, quien no perdía una ocasión de recordar que había sido el primero en proclamar
la república, en Veracruz en diciembre de 1822 286, fue en efecto uno de los gobernantes
que más hicieron por engrandecer el ceremonial republicano y profano. En la época ya
mencionada, en la que la Junta Patriótica fue compuesta por él mismo, se multiplicaron
las iniciativas para dar mayor lustre patriótico a la fiesta de la independencia. En 1844
se encargó al Ateneo Mexicano la organización de un concurso para recompensar a los
que hubiesen compuesto la mejor música y escrito la mejor letra de un himno nacional,
que todavía no existía. Se mandó también confeccionar un pabellón nacional para
ponerlo en el lugar de honor del paseo cívico 287. Si los eventos políticos del mes de
septiembre impidieron, en el último momento, la realización de estos intentos, no se
perdieron las ideas.
El mismo año, el general Santa Anna proclamaba en uno de sus numerosos
folletos de propaganda personal:
286 E. GONZALEZ PEDRERO, País de un solo hombre: el México de Santa Anna, vol. 1, México, FCE, 1993, pp. 221 ss.287 AHACM, "Festividades 15 y 27 de sept.", vol. 1067, exp. 18 (ag.-sept. de 1844).
118
"La existencia de la República esta identificada con la mía, y nunca he podido imaginar que
desaparezca" 288.
Durante su última dictadura, en los años 1853-1855, nunca se abandonó la
expresión "República Mexicana" en los membretes de los oficios de gobierno ni en los
numerosos títulos del caudillo. La personalización del poder que llevaba consigo la
actuación de los caudillos militares permitió también, paradójicamente, el ensanche del
espacio ceremonial secularizado que no lograban conseguir por sí mismas las fiestas del
calendario oficial. Entradas y desfiles militares, tan criticados por su costo, cumplieron
a nuestro modo de ver una función de transición hacia la escenificación de los poderes
y la identidad republicana. A su vez estas manifestaciones ostentaban ambigüedades
que vamos a analizar en seguida.
Fértil en guerras civiles, la república barroca vio desarrollarse el ceremonial
militar con una amplitud desconocida en tiempos del México colonial. A partir de los
años 1840 se repitieron a menudo escenas semejantes a la que describe El Siglo XIX en
octubre de 1841, luego del triunfo de Santa Anna con las Bases de Tacubaya:
"Antes de ayer poco antes de las cuatro de la tarde entró a esta capital por las calles de Santo
Domingo, el Excelentísimo Señor general de división Don Antonio López de Santa Anna. Venía
en su coche, en el que le acompañaban algunas personas de distinción, y detrás del carruaje se
dejaba ver una lúcida escolta de caballería. Seguían luego otros coches, entre ellos el del Señor
Vieyra, que aun parece ser todavía el Gobernador de México, quien salió a cumplimentar a Su
Excelencia fuera de la Ciudad. Al dirigirse la comitiva a palacio, se adelantó a recibirla el
Excelentísimo ayuntamiento bajo sus mazas, y con él porción de individuos, de las primeras
clases de la sociedad, entre los que figuraban algunos del alto clero, y varios prelados religiosos,
quienes en seguida hicieron a Su Excelencia las felicitaciones de estilo".
Además de la evidente polarización de la ceremonia entera hacia la persona de
Santa Anna (hubo "repique general a vuelo", después de "39 días de silencio", y una
multitud de personas contemplando el desfile desde balcones y azoteas - notemos la
jerarquización del protocolo, que somete al triunfador el Ayuntamiento y los
representantes de la Iglesia - y el brillo del desfile de una tropa de 10 000 hombres en
las calles:
288 Manifiesto del Exmo. Señor Benemérito de la Patria y Presidente Constitucional de la República Don Antonio López de Santa Anna, México, Imprenta de Vicente G. Torres, 1844, p. 4.
119
"El espectáculo era brillante, y lo hacían todavía más magnífico, el aseo y uniformidad de los
soldados, el lustre de sus armas …" 289.
Desde entonces los caudillos militares compitieron siempre para conseguir el
mayor prestigio entre la sociedad urbana con el lujo de sus desfiles y entradas. Parece
ser que el ceremonial militar, a fuerza de gastos y "despilfarro", como se lo reprochaba
muy a menudo a la corporación militar, fue el único que pudo competir eficazmente
con el ceremonial religioso.
La paradoja y la ambigüedad residen en el hecho de que, en este campo, la
principal fuente de inspiración de los caudillos se encuentra en las ceremonias
desarrolladas en tiempos de Iturbide. Desde este punto de vista, la rehabilitación del
Libertador ocurrida en 1838 con la traslación de sus restos mortales a la ciudad de
México, marcó un viraje decisivo. Las exequias fúnebres que se celebraron en la
Ciudad de México durante el mes de Septiembre y culminaron el día 27 dieron lugar a
una movilización popular, de la cual damos sólo este testimonio:
"Aparecieron retratos y efigies suyas en el público, presentándose en todas partes y de mil
maneras: grabados, litografiados, pintados, en bustos, en miniatura, al natural, de Coronel, de
Primer Gefe, de Generalísimo, de Emperador: representado en Iguala, en la entrada del Ejército,
en el trono, en la catástrofe de Padilla, de todas las maneras que se puede presentar una persona
admirada y querida. Los mercaderes para dar boga a sus fábricas y tiendas, las ponían el nombre
de ITURBIDE, y este nombre se veía en los sombreros, en los pañuelos, en los abanicos, en
todos los objetos de uso" 290.
Una vez más podemos constatar que el éxito de las ceremonias dentro de la
sociedad dependía de su contenido concreto: la persona de Iturbide, como los santos de
las iglesias, daba lugar a la producción de objetos visibles y palpables, lo que no era
tanto el caso del "grito de Dolores". A partir de entonces, por una ironía de la historia,
Iturbide se volvió el "fantasma" de la memoria republicana. Las entradas militares más
triunfales en la capital siguieron el modelo y la misma trayectoria de la entrada de
Iturbide encabezando el Ejercito Trigarante, el 27 de septiembre de 1821.
Es interesante subrayar que, desde el punto de vista del ceremonial, no hubo
diferencia alguna entre la actuación de Santa Anna durante su última dictadura y la de
Comonfort, cuando éste se encargó de la presidencia de la república, como sustituto de
289 El Siglo XIX, n° 2, Sáb. 9 de oct. de 1841, p. 4.290 Descripción de la solemnidad fúnebre con que se honraron las cenizas del héroe de Iguala don Agustín de Iturbide en septiembre de 1838. La escribió por orden del Gobierno Don José Ramón Pacheco, y se publica por disposición del Exmo. Señor Presidente, General Don José Joaquín Herrera, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1849, p. 24.
120
Alvárez, a partir de diciembre de 1855. La personalización del poder y la secularización
del ceremonial público en tiempos de Comonfort fueron similares a lo que eran en
tiempos de Santa Anna. Sin duda se buscaba una equiparación, en el espectáculo
público, entre los esplendores del dictador vencido y los de los triunfadores liberales.
Pero la vuelta triunfal de Comonfort a la capital en abril de 1856, después de su
campaña contra Puebla, sublevada por los conservadores, dio lugar a ceremonias
durante las cuales, obviamente, se quiso subrayar al mismo tiempo la dimensión cívica
y republicana de la actuación de Comonfort, y su inspiración en la gesta de Iturbide
como Libertador. En el proyecto de desfile (el cual siguió puntualmente la trayectoria
del Ejército Trigarante), se prevé una plataforma con
"una tienda de campaña adornada con trofeos de la agricultura, del comercio y de la industria
formados de objetos verdaderos (…) terminada por el pabellón nacional (…) Sobre la tienda de
campaña se pondrá este mote: Gloria y fama imperecedera al pacificador. En los demás grupos
de banderas se inscribirá: Al valor- Al honor - A la paz - A la generosidad - A la república - A la
unión - Al Ejército - A la Guardia Nacional - A la Independencia - A la integridad de la
República - A la libertad - Al orden - y todos los demás motes que contribuyan a honrar las
virtudes y a extinguir la guerra civil"
En la misma tienda de campaña se rindió un homenaje al general llevado a cabo por
cadetes del Colegio Militar y niñas de las escuelas primarias de la ciudad, que leyeron
poesías y discursos exaltando las virtudes cívicas del héroe del día 291. De varios lugares
de la república llegaron cartas de "felicitaciones" por la feliz actuación de Comonfort
en su campaña que atestiguan el éxito de la propaganda liberal por medio de
ceremonias y lemas movilizadores. Así escribe el gobierno del estado de Durango
acerca de
"la plausible noticia de la capitulación de los sublevados que ocupaban a Puebla, y de la
prócsima entrada a esa ciudad … de las tropas del Supremo Gobierno. Este fausto
acontecimiento, debido a los nobles esfuerzos y distinguidas operaciones del E. S. Presidente
sustituto, al digno comportamiento de las fuerzas que tubo a bien dirigir y mandar en persona,
menospreciando los grandes peligros a que las esponía, y la fuerza moral con que la Nación toda
sostiene la Administración en que ha vinculado su confianza para remediar los horrendos males
del régimen anterior, y conquistar un porvenir sólido de libertad, de orden y de progreso, ha
terminado esa campaña, en que no corría otra sangre que la mejicana; debe restablecer y
asegurar el reinado de la paz; facilitará la estabilidad del gobierno, y permitirá el que se
291 AHACM, "Festividades diversas", vol. 1058, exp. 9 (abril de 1856).
121
consolidasen y fructifiquen los principios, reformas y mejoras proclamadas en el glorioso plan
de Ayutla" 292.
Este documento y los demás de su especie, de corte marcadamente liberal,
muestran claramente que al caudillo militar ya no le hacía falta la sanción divina ni la
sacralización religiosa; conseguía su legitimidad y la confianza de la "nación" por sus
propias virtudes y la fuerza de sus armas, que garantizaban la vuelta del orden y la
instauración de la paz. Que este cambio en la identificación de las fuentes de
legitimación fuera un efecto de los medios de propaganda de las autoridades liberales lo
atestigua esta otra carta de felicitación:
"El día 3 del que cursa recibí un impreso de Veracruz en que se publicó la fausta noticia del
triunfo alcanzado por el E. Sr. Presidente sobre los facciosos reunidos en Puebla, é
inmediatamente lo hice reimprimir en esta Capital, para que cesase la ansiedad en que se
hallaban los habitantes con motivo de la espectación en que los tenían los últimos sucesos que
habían llegado a su conocimiento acerca de las circunstancias en que se hallaban las tropas
leales y las rebeldes.
El efecto que produjo dicha reimpresión fue el más satisfactorio para el Supremo Gobierno y el
más digno de un pueblo ilustrado y liberal, pues sin prevención alguna todos los vecinos
adornaron las fachadas de sus casas y correspondieron a las señales de júbilo dadas por este
gobierno, guardando siempre el orden y moderación que distingue a los pueblos cultos" 293.
En este caso el impreso oficial sustituye exactamente a los triduos o novenarios
con los cuales se aliviaba la angustia de los vecinos, como lo vimos más arriba en la
ciudad de México en los difíciles años 1840.
Así, a finales de la república barroca, los militares tejían lazos estrechos con el
republicanismo, a pesar de la paradoja de la inspiración iturbidista en su actuación
ceremonial. Aunque la república hubiera sido escogida en contra del imperio de
Iturbide, éste se convirtió, en la memoria y la identidad republicanas, en el gran héroe
militar de la independencia. He aquí una de las debilidades de la república barroca: la
falta de un gran mito de los orígenes que le fuera propio. Desde este punto de vista, la
república se consolidó definitivamente en México cuando tuvo su propio "récit des
origines", o sea, la victoria de los republicanos sobre el Imperio de Maximiliano.
Mientras esto no se logra, las celebraciones militares consiguen superar el esplendor de
las fiestas religiosas. En cambio, con Juárez en la presidencia, Iturbide desapareció de
292 "Felicitan por el feliz término de la campaña de Puebla los gobiernos …", AGN, Gob., legajo 1039, exp. 3, Victoria de Dur., 28 de marzo de 1856.293 "Felicitan…", ibid., Mérida, Yuc., 8 de abril de 1856.
122
las referencias simbólicas, memoriales, de la república. Juárez, siempre vestido y
representado con el traje negro de burgués austero, fue como el emblema vivo de la
identidad republicana moderna. Desde la época de la Guerra de Tres Años se suprimió
también el tratamiento de "Excelencia" para el presidente de la República, así como las
demás distinciones en los títulos de las autoridades: de entonces en adelante, todos iban
a ser "ciudadanos".
Desamortización y conquista del espacio cívico.
Siempre se interpretaron las leyes de Reforma en México, en especial la del 26
de junio de 1856 (ley Lerdo) que disponía la venta de los bienes raíces de las
corporaciones municipales, de la Iglesia y de las cofradías, como una respuesta a la
necesidad de quitar trabas al desarrollo de la economía mexicana y de fomentar la
creación de una ciudadanía moderna. En la interpretación clásica, que fue la de los
mismos liberales, empezando por Mora, con la desamortización se trataba de permitir el
crecimiento económico mediante la puesta en circulación de multitud de bienes de
manos muertas, y también de crear ciudadanos autónomos y responsables, o sea,
propietarios privados. Dentro de esta perspectiva económica, siempre pareció natural la
asociación en la misma ley (la de Lerdo) de los bienes de la Iglesia con los de los
ayuntamientos y pueblos rurales. A esta interpretación económica se añade una más,
esta vez, política, que presenta la ley del 7 de julio de 1859 como una radicalización de
la ley Lerdo. Al final de la guerra de Tres Años, en efecto, los liberales promulgaron en
Veracruz la ley de nacionalización de todos los bienes del clero, que suprimía también
las órdenes religiosas, cofradías, archicofradías y demás asociaciones de la misma
naturaleza, a manera de represalias en contra de la militancia política de la Iglesia al
lado de los conservadores en la contienda civil. Con la confiscación de los bienes de la
Iglesia y de las corporaciones religiosas se conseguía acabar con una de las fuentes de
financiamiento de los conservadores.
A nuestro parecer, a pesar de la veracidad de estas interpretaciones desde el
punto de vista de la actuación "literal" de los liberales, hay otra razón, de naturaleza
simbólica y cultural, pero no menos importante, para explicar la pugnacidad de los
liberales en contra de los bienes corporativos. En la interpretación económica y política
se olvida que la posesión de estos bienes, según el punto de vista de sus mismos
propietarios, no tenía fines "temporales", sino que permitía cumplir con las
obligaciones y deberes religiosos de las corporaciones; estas obligaciones tendían a ser
"servicios públicos", dentro de los cuales el culto, las procesiones, las fiestas de los
santos, los novenarios etc…, tenían, por supuesto, el primer lugar. En cuanto a los
123
bienes de las corporaciones municipales, cumplían también funciones públicas y, por lo
menos en teoría, no enriquecían a nadie en particular. Pero de la posesión de estos
bienes y del cumplimiento de estas funciones públicas, como vimos en la tercera parte
de este trabajo, resultaba la posibilidad efectiva, por parte de las corporaciones, de
controlar y ocupar el espacio público concreto de las ciudades, villas, etc… Si los
bienes corporativos eran la fuente de algún poder, este poder, a fin de cuentas, era más
cultural y simbólico que puramente político o económico; sin embargo, permitía
"movilizar", según modalidades tradicionales, parte de la sociedad, y esta movilización
era al mismo tiempo un control y una ocupación del espacio cívico común. De este
modo, la desamortización de todos los bienes corporativos puso a disposición de las
autoridades representantes del Estado, supremo gobierno y gobiernos de los Estados, un
espacio republicano del cual tuvieran el uso exclusivo: un espacio neutral desde el
punto de vista religioso, libertado de la competencia con otras fuentes de legitimidad,
de sacralización y de identidad, disponible para la presencia exclusiva de los símbolos
de la identidad nacional y republicana. Siguiendo esta línea de interpretación, la
expropiación de los bienes corporativos fue, para la parte más tradicional de la
sociedad, una expropiación de su espacio cultural. Esta dimensión cultural podría
explicar por qué fue tan enconada la guerra de Tres Años, verdadera guerra civil-
religiosa, que vio oponerse a los progresos de una cultura cívica profana y secularizada,
de la existencia de la cual encontramos varios testimonios en las fuentes citadas, una
cultura tradicional, encarnada en las corporaciones, que tenía todavía muchísimo vigor
cinco décadas después de la independencia.
Sin esta dimensión de política cultural, no se comprende por qué se quisieron
suprimir los bienes de todas las corporaciones, religiosas y municipales. La ley que
abrogaba los recursos de que disponían estas entidades para ocupar el espacio público
ponía fin también a la existencia de aquella red horizontal de iniciativas festivas que
describimos, y hacía del Estado el único "maître de ceremonies" de la república. Con
razones sólo políticas y económicas, ¿por qué se habrían prohibido, por ejemplo, las
procesiones religiosas en las calles? Que los símbolos hayan tenido mucha importancia
en la actuación de los liberales lo demuestra otro decreto de 1859 en Veracruz, que, por
cierto, no era de lo más urgente desde el punto de vista político y militar, puesto que
fijaba el nuevo calendario oficial: se hablaba solamente de "días festivos", en la lista de
los cuales se confundían fiestas religiosas y fiestas cívicas. El artículo tercero derogaba
"todas las leyes … por las cuales había de concurrir en cuerpo oficial a las funciones
públicas de las iglesias" 294. Estas disposiciones ceremoniales iban a consagrar
visiblemente la separación entre la Iglesia y el Estado.
294 Veracruz, 11 de octubre de 1859, AGN, Gob., legajo 1039, exp. 6, n° 16.
124
Con la legislación de Veracruz, la ley Lerdo y su contrapartida en los Estados se
consiguió crear en toda la República este espacio neutral, "sin cualidades", que era
necesario para desplegar, sin competencia, la identidad republicana. En todas partes se
expropiaron los conventos; muchos fueron destruídos o convertidos en edificios
públicos (bibliotecas públicas, colegios, etc…) o privados. Se liberaron así superficies
inmensas, pero, sobre todo, se logró la desacralización del espacio urbano. Así se
realizó también uno de los deseos más caros a los republicanos liberales: la
escenificación de la supremacía absoluta de los poderes del Estado sobre el poder
espiritual. Dejaremos la última palabra al Doctor Mora, quien justificaba de la siguiente
manera su deseo de ver disminuir las rentas de los obispos:
"Esta medida es enteramente conforme al buen servicio espiritual y al actual orden de cosas
establecido en la República Mexicana: por elevada que se suponga la dignidad de un obispo,
jamás podrá ni deberá igualar a la del Presidente de la República, y a lo más y concediendo
mucho, deberá considerarse del mismo rango que la de los secretarios del despacho que sólo
disfrutan seis mil pesos de asignación con los cuales han podido hasta ahora sostener el primero
y más principal lugar entre todos los órdenes del Estado…" 295
295 José Maria Luis MORA, op. cit., p. 113.
125
LA NACION COMO SOCIABILIDAD. EL RIO DE LA PLATA. 1820-1862
Pilar GONZALEZ BERNALDO*
En los últimos años hemos visto surgir una abundante bibliografía sobre el
tema de la nación y el nacionalismo, en buena medida estimulada por los desajustes del
orden internacional que el fin de la guerra fría ha provocado296. Junto a una abundante
producción periodística y ensayística, hemos visto aparecer una serie de estudios que,
siguiendo a E. Renan, ponen el acento en el carácter histórico de la nación moderna297.
De la lectura de estos trabajos se puede extraer dos conclusiones antagónicas. Por un
lado, la de la historicidad del fenómeno, que exige al historiador establecer una
cronología precisa de un proceso que, grosso modo, se inicia en "la era de las
revoluciones"298. Por otro lado estos trabajos revelan la dificultad de definir la nación
histórica, o en todo caso, de establecer generalizaciones universalmente válidas. Ello
lleva a un eminente historiador como E. Hobsbawn, a concluir que la única forma
posible de enfocar el estudio de la nación es el de la historia de su concepto, "el
nacionalismo"299. Incluso aquellos que, como E. Gellner, consideran que un estudio de
las condiciones sociales de emergencia de la nación moderna es posible, deben
reconocer que, más allá de señalar ciertas tendencias comunes, las generalizaciones son
rara vez posibles300. Podemos aceptar ambas conclusiones, sin por ello dejar de
reconocer que la contradicción que las sustenta, es un inconveniente mayor, en buena
medida responsable del por momentos cacofónico debate sobre los orígenes de la
nación.
La historiografía latinoamericanista seguía hasta hace relativamente poco
* Universidad de Paris VII-Jussieu. 296 Particularmente abundante entre los anglosajones, este debate se ha desplazado últimamente hacia el área cultural hispánica, que conoce hoy día un importante desarrollo de investigaciones sobre este tema. La elección de éste para el n° 2 de la revista de AHILA es una manifestación más del interés que ha suscitado el tema entre los latinoamericanistas.297En su famosa conferencia en la Sorbona, el 11 de marzo de 1882, E. Renan declara que "las naciones entendidas de esta manera son algo bastante nuevo en la historia". Cf. "Qu'est-ce qu'une nation?" en E. RENAN, Qu'est-ce qu'une nation ? et d'autres essais politiques, Paris, Presse-Pocket, 1992, pp.37-56. E. Hobsbawn, que retoma ampliamente la tesis de Renan, difiere de éste en cuanto a la cronología de la aparición de la nación moderna. Cfr. E. HOBSBAWM, Nations et nationalismes depuis 1780, Paris, Gallimard, 1990, 247 p.298En uno de sus primeros trabajos, E. HOBSBAWM ya señala este fenómeno. Cfr. "El nacionalismo" en Las revoluciones Burguesas, Barcelona, Guadarrama, 1982 (Londres, 1962), pp. 239-261.299Cfr. HOBSBAWM, Nations...cit, pp. 9-24.300Cfr. Ernest GELLNER, Naciones y nacionalismos, Madrid, Alianza Editorial, 1988 (Oxford, 1983), pp.176-178.
126
tiempo la línea interpretativa trazada por la historiografía liberal, que señalaba como
causa de las revoluciones de Independencia la previa toma de conciencia "nacional".
Los orígenes históricos de estas naciones "liberadas del yugo hispánico" podían incluso
remontar hasta el Imperio Incaico o Azteca. En las últimas décadas asistimos a una
revisión del modelo interpretativo sobre el cual se construyeron los distintos
nacionalismos hispanoamericanos. El primer paso fue sugerir que fueron los nuevos
Estados independientes que construyeron las naciones. Se llegó así a la conclusión de
que las naciones modernas, como unidades políticas en función de fronteras culturales,
no existieron antes de la consolidación de los Estados, es decir, no antes de mediados
del siglo XIX301. El segundo paso fue de hacer extensiva estas conclusiones al dominio
de las identidades. Los trabajos de Chiaramonte iniciaron así una nueva fase en el
estudio de la nación, cuyo primer paso fue el de advertir sobre los anacronismos que se
cometen con este concepto302.
Esta revisión de los orígenes de la nacionalidad en Argentina ha abierto un
nuevo y fructífero campo de investigaciones. Sin embargo, en los términos en que ésta
se da, comporta un riesgo mayor, pues nos expone a caer en el defecto inverso de
aquellos que iban a buscar en la Revolución de Independencia el origen de las naciones
hispanoamericanas; lectura que cedió a la ilusión retrospectiva de los propios actores
que fueron los primeros en indicar el vínculo directo entre la preexistencia de una
nación y la Revolución de Independencia. Pero la nueva corriente historiográfica que
opera un giro coperniciano respecto a esta línea interpretativa, no abandona totalmente
la idea de una causalidad lineal que había llevado a sus antecesores a esa visión
teleológica de la construcción de la nación. ¿No estamos por momentos buscando los
antecedentes... de la inexistencia de la nación? Cierto, se trata de uno de los escollos
mayores del oficio, pero el riesgo es tanto más importante cuando se trata de una
cuestión que, como ya lo advertía E. Renan, se presta "a los más peligrosos
malentendidos" 303. Y el primero de ellos reside en la utilización misma del concepto de
301Para el caso argentino, ver el trabajo Oscar OSZLAK, La formación del Estado Argentino, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1985, 264 p302Los trabajos de José Carlos Chiaramonte fueron pioneros en este campo. Su propia trayectoria intelectual testimonia de la progresión de la problemática sobre la nación en Hispanoamérica. Cfr. José Carlos CHIARAMONTE, "La cuestión regional en el proceso de gestación del estado nacional argentino. Algunos problemas de interpretación" en Marco PALACIOS (comp), La unidad nacional en América Latina. Del regionalismo a la nacionalidad, México, El Colegio de México, 1983, 51-85; Idem, "Formas de identidad en el Río de la Plata luego de 1810" en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. E. Ravignani" N°1, 3ra serie, 1er trimestre 1989, Buenos Aires, UBA. FFL, pp.71-92; Idem, "Ciudad, provincia, nación: las formas de identidad colectiva en el Río de la Plata colonial" en MASSIMO GANCI, ROSA SCAGLIONE GUCCIONE, (comp), Nuovo mondo e area mediterranea a confronto, Società siciliana per la storia patria, Palermo, Gennaio, 1993, pp. 415-441; Idem, El mito de los orígenes en la historiografía latinoamericana" en Cuadernos del Instituto Ravignani 2, Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani" 1993.303 Riesgo bastante común, como lo demuestra la tendencia de la historiografía española contemporáneo a crear un pasado autonómico. Si en algunos casos la existencia de fuertes identidades localistas justifica esta corriente, en otros la voluntad de construir nacionalismos autonómicos lleva a revertir la lógica misma del análisis histórico. Ver por ejemplo J. P. FUSI, España-Autonomías,
127
nación. No me refiero aquí al problema de su definición, sino por el contrario, a la
utilización de este concepto como si tradujese una realidad transhistórica y universal.
Para descifrar la cuestión de la existencia o inexistencia de una nación debemos
necesariamente remitirnos a un "modelo" a partir del cual resolverla. El problema es
que no existe un modelo universalmente válido, lo que explica que la dirección tomada
nos lleve hacia un callejón sin salida. Así por ejemplo, en el caso rioplatense, nos
encontramos discutiendo si la utilización del vocablo "Argentina" durante la primera
mitad del siglo XIX remite a una identidad regional o a una identidad nacional que
debería entonces abarcar el territorio de la actual República Argentina304. Pero.. ¿por
qué el sentimiento de nacionalidad debería suponer la existencia de una identidad
territorial única y común al conjunto de habitantes? ¿No estamos extrapolando un
modelo específico de nación que se dio en Europa hacia fines del siglo XIX?
Para adelantar en este escabroso terreno quizá sea conveniente comenzar
por modificar el cuestionario inicial. Pues para el problema que nos ocupa, poco
importa si los porteños cuando hablan de nación la fijan en un territorio que
corresponde geográficamente al de la "patria chica". Lo que en cambio me parece
importante, es saber qué tipo de modelo comunitario se esta manejando, cuáles son los
vínculos que definen la pertenencia a la comunidad y cómo se delimita, en el discurso y
en la práctica, la comunidad de pertenencia respecto a las múltiples pertenencias de los
individuos. Es a partir del tipo de respuesta que demos a estas preguntas que podremos
precisar que tipo de identidad colectiva existe detrás del vocablo "Argentina". Que ésta
sea una suerte de álter ego de la identidad porteña es un aspecto efectivamente
importante, pero no por eso ello su vocación nacional. Este trabajo propone un análisis
del conjunto de representaciones colectivas que surgen con la instauración de la esfera
pública moderna y que el movimiento asociativo vehicula, a través de la noción de
sociabilidad y civilización.
I-La generación de 1837 y el modelo cultural de la nación argentina
La "cuestión nacional" es uno de los problemas fundamentales de la época
revolucionaria, pero no en el sentido que evoca esta noción para nosotros, ni tampoco
en el sentido que le dieron los liberales en la segunda mitad del siglo XIX. Se trata,
Madrid, Espasa-Calpe, 1989, 822 p.. BORJA DE RIQUER revierte de manera pertinente los términos del debate en "La faiblesse du processus de construction nationale en Espagne au XIXème siècle" en Revue d'Histoire Moderne et Contemporaine, N° 41-2, Paris, avril-juin, 1994, pp.353-366. 304Cfr. CHIARAMONTE, "Formas de identidad ...cit; Idem, "Ciudad, provincia, nación...cit
128
como bien lo indica François-X. Guerra, de un problema fundamentalmente político305.
La evocación de la "nación americana" durante el movimiento de Independencia
implica no sólo la ruptura del vínculo colonial, sino también la transferencia de
legitimidad de la Monarquía a la República. Y ello remite a otro problema, también
señalado por este autor; el de la definición que iba a darse a esta nación: si plural o
unitaria, definición que remite a dos conceptos teóricamente antagónicos de nación306:
La concepción "tradicional", hereda de la representación plural de la monarquía
entendida como un conjunto de pueblos-ciudades y reinos, dando origen, como bien lo
muestra José Carlos Chiaramonte, a una concepción plural del Estado307. El concepto
unitario de nación es en cambio heredero, como lo indicara Tocqueville, del Estado
absolutista308. Pero en ambos casos esta primera nación evoca la organización política
de un territorio dado, cuyos límites no están aún claramente establecidos, y que en un
primer momento podían incluso abarcar al conjunto de las Indias Occidentales. Así, la
noción de Nación/Pueblo y de Estado, que la ciencia política contemporáneo distingue
tan claramente, son términos equivalente para los hombres de la época309. La idea de la
nación como unidad política en función de fronteras culturales no parece ser aún la
preocupación del momento. Ahora bien, ello que quiere decir que para estos hombres
las fronteras no existiesen, pero en buena medida éstas permanecen -salvo caso de
fuerza mayor como ocurrió con el Paraguay o con la Banda Oriental- ligadas a la
representación política de la nación que heredaba las fronteras coloniales.
La unidad de costumbres y creencias
Un primer punto de inflexión de esta primera definición política de nación
se vincula, en el Río de la Plata, con la llamada "generación de 1837" dónde se madura
la noción de "cultura nacional" como medio de confirma la independencia política310. En
los diferentes discursos y escritos políticos de los miembros de esta generación se
305Cfr. François-Xavier GUERRA, Modernidad e Independencias, Madrid, Mapfre, 1992, 406 p; particularmente el capítulo 9 "Mutaciones y victoria de la nación", pp.319-350. 306Un desarrollo de los criterios que justifican esta distinción en GUERRA, op.cit.307Como para el caso de la nación, Chiaramonte muestra aquí los anacronismos que se comenten con la utilización del concepto de "federalismo". Este trabajo es fundamental para repensar la historia político-institucional de la primera mitad del siglo XIX. Cfr. "El federalismo argentino en la primera mitad del siglo XIX" en Marcello CARMAGNANI, (coord.) Federalismos latinoamericanos: México/Brasil/Argentina, México, Colegio de México, F.C.E, 1993, pp.81-132.308Ver para ello GUERRA, Modernidad e Independencias...cit 309Eric HOBSBAWM señala este aspecto como característico de la primera etapa del nacionalismo. Cfr. op. cit, cap. 1. 310Los estudiosos de la literatura han destacado los importantes de la generación romántica a la literatura argentina. Cfr. Ricardo ROJAS, Historia de la literatura Argentina, 3ra. parte "Los Proscriptos", t. I, Buenos Aires, 1948.
129
destaca efectivamente la voluntad de crear una "literatura argentina" que consolide la
independencia política de España. Como declara el librero Marco Sastre, el día de la
inauguración de su Salón Literario, delante de una audiencia que reúne a los más
activos exponentes de la joven intelectualidad porteña, el objetivo de esa asociación es
de operar "el divorcio con el sistema de educación pública trasplantado de la España, el
divorcio de la literatura española, y aún de todo modelo literario extraño"311. Se
disponen así a adoptar una "literatura propia y peculiar a su ser", tarea que ya había
comenzado Esteban Echeverría publicando cinco años antes "Elvira, o la novia del
Plata". Los jóvenes porteños van a apoyarse en esta primer manifestación del
romanticismo argentino para avalar su proyecto "filosófico y cultural de regeneración
nacional. El entusiasmo lleva incluso a Juan María Gutiérrez, considerado con todo
como uno de los más moderados del entorno de E. Echeverría, a proponer la
emancipación de la lengua nacional, con la creación de un nuevo idioma que integre
neologismos de origen extranjero312.
La tarea que se asignan estos jóvenes, que resumen en la idea de
organización de la nacionalidad argentina, deja suponer la existencia de un proyecto
nacional que explica, aunque más no sea, la existencia entre ellos de un conjunto de
representaciones comunes sobre la nacionalidad que se intenta construir. Sin entrar en
el estudio de estas representaciones podemos ya destacar que la nacionalidad no reside
en una comunidad histórica sino que es fruto de un proyecto cultural.
Pero aquí es necesario precisar la noción de "cultura" que están manejando
estos hombres, pues ésta, a pesar de la influencia que ejerce sobre ellos el
romanticismo, no esta fundada ni en características étnicas como las desarrolladas por
Fichte, ni en una comunidad histórica, como será el caso en España313. Incluso, y a pesar
de la polémica sobre la lengua, ella tampoco reside en un particularismo lingüístico.
Las producciones científicas, filosóficas y artísticas cumplen en cambio un papel de
primer orden en la construcción de la nacionalidad. Pero ellas dependen de otros
factores culturales a los que se les otorga una importancia capital. Echeverría lo
explicita en su replica a un polémico texto de Alcalá Galeano sobre la literatura
hispanoamericana. En éste Galeano atribuye el retraso de ésta a la inclinación de los
311Cfr. Marcos SASTRE, "Ojeada filosófica sobre el estado presente y la suerte futura de la nación argentina", discurso pronunciado a la inauguración del Salón Literario. Reproducido por Felix WEINBERG, El Salón Literario de 1837, Buenos Aires, Hachette, 1977, pp.118-133312Cfr. Juan M. GUTIERREZ, "Fisonomía del saber español" discurso pronunciado a la inauguración del Salón Literario. Reproducido por WEINBERG, El Salón Literario de 1837...cit, pp. 147-157. El debate sobre la política de la lengua continuará luego en Chile, donde los exilados argentinos van a entablarlo nada menos que con Andrés Bello. Cfr. Domingo F SARMIENTO, Obras completas, T. IV, Ortografía; Instrucción Pública 1841-1854, Imprenta Gutemberg, Santiago de Chile, 1886.313Aquí reside la primera gran diferencia entre el modelo nacional español, definido como una comunidad histórica y los hispanoamericanos que introducen la noción de ruptura como origen de la nación; distinción que podría explicar las diferencias en los procesos de integración nacional del mundo hispánico y en el caso Español explicaría, como lo sugiere Borja de Riquer, del fracaso del proceso de españolización de la metrópoli. Cfr. BORJA DE RIQUER, "La faiblesse..." op.cit.
130
americanos "a renegar de sus antecedente y olvidar su nacionalidad de raza"314. La
respuesta de Echeverría es sin equívoco respecto al fundamento de esa cultura nacional:
"No nos hallamos dispuestos a ir a buscar en España ni en nada español el principio
engendrador de nuestra literatura que la España no tiene ni puede darnos..." Pues este
principio "engendrador de literatura nacional" no proviene para ellos ni de la lengua, ni
de la religión. En lo que hace a este último aspecto estos hombres preconizan una
perfecta tolerancia religiosa que se acuerda bien con la doctrina del nuevo catolicismo
de Lamennais, pero que se acomoda igualmente bien a su proyecto de poblar la
Argentina con obreros ingleses de obediencia protestante315. Tampoco proviene este
principio de la cultura en el sentido de productos del conocimiento humano, sino de la
"fundación de creencias sobre el principio democrático de la revolución americana;
trabajo lento, difícil, necesario para que pueda constituirse cada una de las
nacionalidades americanas, trabajo preparatorio indispensable para que surja una
literatura nacional"316. Reafirma con ello la declaración de principios o "Dogma" que
diez años antes había redactado para la juventud argentina317.
El "Dogma o declaración de principios" de la joven generación resumen
"las creencias fraternizadoras" cuya propagación, según los miembros de la Asociación
Joven Argentina, debería "conciliar todas las opiniones, todos los intereses y abrazarlos
en su vasta y fraternal unidad"318. En ellas advertimos la influencia del pensamiento
liberal de Benjamín Constant, del nuevo catolicismo social de Lamennais y del
socialismo utópico de Saint-Simon y Leroux319. A pesar de este indiscutible
eclecticismo, la joven generación retoma el punto común a todas estas corrientes de
pensamiento: la idea que la cohesión social requiere de la existencia de creencias
comunes, y necesita de definir en doctrina el fundamento de la sociedad320. Diez años
314Cfr. ALCALA GALEANO, "Consideraciones sobre la situación y el porvenir de la literatura hispano-americana" publicado en El Comercio del Plata, N° 234, 235 y 236; citado por E. ECHEVERRIA en Ojeada Retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37 (Montevideo, 1846), Buenos Aires, Perrot, 1958 315LAMENNAIS, Paroles d'un Croyant, Paris, 1834. Según Louis Miard en el Río de la Plata circuló sobre todo al traducción de Larra de 1836 editada en Madrid. Cfr. Louis MIARD, "Présence de Lamennais aux origines de la nation argentine (1830-1848)", Actes du Colloque Lamennais, 1982 en Cahiers Mennaisiens, n°16-17, 1983-1984, pp. 126-137. Sobre política de inmigración ver Tulio HALPERIN DONGHI, "¿Para qué la inmigración? Ideología, política inmigratoria y aceleración del proceso modernizador: el caso argentino (1810-1914)" en Jahrbuch fur Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, vol.13, 1976. 316Cfr. E. ECHEVERRIA en Ojeada Retrospectiva...cit317"Código o declaración de los principios que constituyen la creencia social de la República Argentina" en El Iniciador, N° 4, 1/1/1839. Reproducción Facsimilar de la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, G. Kraft, 1941. Texto reeditado durante su exilio en Montevideo en 1846, con el título "Dogma socialista de la Asociación de Mayo". 318Cfr. ECHEVERRIA, Ojeada retrospectiva...cit, p. 34319Lamennais había tenido una importante influencia. En 1839 Alberdi traduce Le Livre du Peuple y lo publica durante varios números en el Nacional de Montevideo. Cfr. MIARD, op.cit320Ver al respecto el importante trabajo de Paul BENICHOUD, Le temps des prophètes. Doctrines de l'âge romantique, Paris, Gallimard, 1977, 589 p.
131
después de la frustrada experiencia de la "Asociación Joven Argentina" Echeverría
recuerda el espíritu que animaba a esta asociación en estos términos:
"Creíamos indispensable, cuando llamábamos a todos los patriotas a alistarse bajo una bandera
de fraternidad, igualdad y libertad para formar un partido nacional, hacerles entender que no se
trata de personas sino de patria y regeneración .... por medio de un dogma que conciliase todas
las opiniones, todos los intereses y los abrazase en su vasta y fraternal unidad"321.
Pero la idea de nación como "unidad de creencias" que éstos manejan
solicita de los individuos un sentimiento "racional" de nacionalidad que emerge de la
esfera pública. Así lo expresa claramente Echeverría cuando examina agriamente las
razones del fracaso del incomprendido proyecto de regeneración nacional:
"La patria para el correntino es Corrientes; para el tucumano Tucumán; para el porteño, Buenos
Aires; para el gaucho, el pago en que nació. La vida e intereses comunes que envuelve el
sentimiento racional de la patria es una abstracción incomprensible para ellos y no pueden ver la
unidad de la República simbolizada en su nombres"322.
El fracaso reside entonces en la incapacidad del pueblo a superar la fase de
sus identidades localistas para imaginar un nuevo principio de unidad.
Y es en ese "sentimiento racional" que debe superar las identidades
localistas que la generación romántica inscribe el principio de unidad nacional, tanto
como doctrina política que como "civilización de costumbres"323. Ambos aspectos están
íntimamente ligados, pues estos autores destacan, siguiendo una línea tradicional del
pensamiento político que los lleva de Montesquieu a Tocqueville y Lerminier, la
importancia de las costumbres como base del orden institucional. Como lo declara
perentoriamente Alberdi
"Escribir una constitución es redactar por escrito lo que ya vive y está en juego en la sociedad.
La libertad inglesa existe en sus costumbres, la esclavitud española existe en sus costumbres...
Méjico adoptó la Constitución de Norte América y no es libre, porque adoptó la constitución
escrita, pero no la constitución viva, no sus costumbres...324
Una de las tareas que se fija entonces la asociación Joven Argentina es la
reforma radical de las costumbres con el fin de constituir una "sociabilidad
americana"325.
321ECHEVERRIA, Ojeada retrospectiva...cit, pp.33-34.322ECHEVERRIA, Ojeada retrospectiva...cit, pp.73-74323Según la expresión de Norbert ELIAS, La civilisation des moeurs, Paris, Calmann-Lévy, 1973. 324J. B. ALBERDI, "Sociabilidad. Costumbres" en El Iniciador, N°12, Montevideo, 1/10/1838325Cfr. ECHEVERRIA, 11ava. palabra simbólica "Emancipación del espíritu americano" en Dogma...cit
132
La noción de "sociabilidad americana" ha retenido la atención sobre todo
por la utilización del vocablo "americano" que sugiere la persistencia de una
representación tradicional de la nacionalidad. Deberíamos sin embargo analizar más
detenidamente la noción de "sociabilidad", pues aunque no evoque tan claramente una
comunidad histórico-territorial, ella ocupa un lugar central en los escritos de estos
hombres, donde aparece vinculada a la idea de comunidad política.
La sociabilidad como cimiento de la nación
El concepto de "sociabilidad" es uno de los caballos de batalla de la
historiografía francesa de las dos últimas décadas, que hoy en día ha hecho fortuna en
la historiografía europea y americana326. Los diversos usos que de ella derivan y de los
cuales dan testimonio una importante y variada producción historiográfica hacen
referencia a la sociabilidad como rasgo de la vida colectiva, que vincula las nuevas
corrientes de la historia cultural y política con la historia de las mentalidades. Pero si
éste se ha convertido en una noción operativa para la historiografía contemporáneo, el
vocablo utilizado por la joven intelectualidad porteña no se refiere, como lo
entendemos hoy, a las formas de relaciones entre los hombres, entre las cuales debemos
integrar la brutalidad, sino a un tipo específico de relación vinculada a la virtud pública.
Para descifrar el sentido y la función que la juventud porteña otorga a este término, es
necesario en primera instancia estudiar las acepciones del mismo en la literatura del
siglo XIX.
La genealogía de este concepto nos remonta al siglo XVIII aunque, según lo
indica Maurice Agulhon, la utilización más antigua de esta noción se registra en un
texto florentino de fines del siglo XVII327. Pero es la filosofía de la ilustración que va a
asignar a este concepto las acepciones más corriente en el siglo XVIII, que lo vinculan
a la beneficencia y la filantropía, y que sirven para definir una virtud pública que
distingue al hombre "sociable" del hombre "amable": "el hombre sociable posee las
cualidades propias al bien de la sociedad, es decir la suavidad del carácter, la
humanidad", mientras que el hombre amable "es indiferente al bien público"328. La
326Un primer análisis crítico de "historiografía de la sociabilidad" en GREMELLI, G., y M. MALATESTA, Forme di sociabilità nella storiografia francese contemporanea, Milan, 1982. Una revisión más reciente de esta producción en la historiografía europea, en Jordi CANAL I MORELL, "El concepto de sociabilidad en la historiografía contemporánea (Francia, Italia y España)" en Siglo XIX, Segunda época, N° 13, enero-junio de 1993, pp.5-25. El número de esta revista mexicana destinado a "Sociabilidad y Cultura" ilustra la introducción de este concepto en la historiografía latinoamericanista. 327Cfr. Maurice AGULHON, "Conférences du College de France".. 26/1/1993 (apuntes personales)328Cfr. Enclyclopedie ou Dictionnaire raisonné..., Artículo "Sociabilité" de Jaucourt, 1765, tomo XV, pp.250-251. Catherine Duprat señala que en el siglo XVIII la noción de sociabilidad y la beneficencia
133
aparición y desarrollo de este concepto quizá no sea ajeno al surgimiento de la teoría
política moderna que afirma el estado presocial del hombre/individuo329. El gran
problema que se plantea desde entonces es el de cómo pensar el vínculo social que
permita mantener la cohesión de la sociedad330. La simultaneidad entre el surgimiento
de este nuevo concepto y la difusión del pensamiento político moderno bien podría no
ser fortuita. Habría que estudiar más detenidamente cuál es la función del concepto de
sociabilidad "como benevolencia hacia los otros hombres, como disposición a conciliar
nuestra felicidad con la de los otros" dentro de la ideología política moderna. Pues ella
podría constituir una respuesta a este problema capital, al indicar que el individuo
aunque presocial goza, por obra del creador, de un sentimiento de humanidad, que lo
predispone a amar a sus semejantes. Y ese espíritu de sociabilidad que lleva al
individuo presocial al estado de sociedad, podría servir a instaurar, a través de la
subordinación del interés particular al interés común, la sociedad política331.
Hacia fines del siglo XVIII su utilización en Francia remite a dos
acepciones que encontraremos luego en el Río de la Plata: la que hace referencia a la
sociabilidad como virtud privada que puede contener tanto una referencia cristiana de
benevolencia hacia nuestros semejantes, que, como veremos es el caso en el Río de la
Plata, una referencia mundana que la vincula con la idea de "civilidad"332. La otra
acepción más filosófica, que hace de la sociabilidad una virtud de moral política que
nos lleva a "subordinar nuestra ventaja particular a la ventaja común o general" la
vincula a la noción de asociación, como aprendizaje de la vida en sociedad, acepción
muy frecuente en el Río de la Plata333.
La primera utilización en el Río de la Plata de que tenemos conocimiento
data de 1817 y aparece justamente ligada a la asociación. Un artículo del diario El
se utilizaban prácticamente como sinónimas. Cfr. C. DUPRAT, Le temps des Philanthropes, Paris, Editions du Comité des Travaux historiques et scientifiques, 1993, 479 p.329Sobre la "ideología individualista" ver G. B. MACPHERSON, La théorie politique de l'individualisme possessif de Hobbes à Locke, Paris, Gallimard, 1971, 344p; P. MANENT, Naissance de la politique moderne, Machiavel, Hobbes, Rousseau, Paris, Payot, 1977; Louis DUMONT, Essais sur l'individualismo. Une perspective anthropologique sur l'idéologie moderne , Paris, Seuil-Esprit, 1983, 280p.330Las primeras respuestas a este problema vendrán, con Hobbes y Bossuet, de los teóricos del absolutismo. Cfr. Thomas HOBBES, Léviathan, Traité de la matière, de la forme et du pouvoir de la République ecclésiastique et civile (1651), Paris, Sirey, 1971.331Cfr. "Sociabilidad" en Encyclopedie...cit. El diccionario de Autoridades confirma la existencia de una de estas acepciones en España, pues define a la sociabilidad como "tratamiento y correspondencia de unas personas con otras". Cfr. Diccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad y las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes y otras cosas convenientes al uso de la lengua. Madrid, 1737, Edición Facsimil Diccionario de Autoridades, Madrid, Ed. Gredos, 1969, tomo III, p.133. A mi conocimiento este aspecto de la cuestión no ha sido aún tratado y por ello creo útil arriesgar esta hipótesis, pero con una prudencia extrema ya que una afirmación de este tipo requiere de un escrupuloso estudio del pensamiento político moderno. 332Ver particularmente ELIAS, La civilisation...cit; Roger CHARTIER, "Distinction et divulgation: la civilité et ses livres" en Lecture et lecteurs dans la France d'Ancien Régime, Paris, Seuil, 1987, 370p, pp. 45-86; Jacques REVEL, "Les usages de la civilité" en Histoire de la vie privée, vol III.333 Encyclopedie...cit
134
Censor, probablemente escrito por Fray Camilo Henríquez, pondera la utilidad de las
asociaciones que entonces se denominaban "sociedades particulares":
"Todos estos ejemplos muestran la necesidad que hay que las sociedades particulares, y hacen
palpable su utilidad: siendo cierto que aunque ellas no tragesen otra ventaja que la de depurar las
costumbres y aumentar la sociabilidad, ésta sola era muy grande y atendible. Es en efecto de los
debates de las sociedades donde se adquiere la tolerancia, la moderación y dulzura en medio de
las contradicciones. El ignorante es obstinado, intolerante y defensor acérrimo de su opinión. El
hombre culto, el civil, el que se ha versado con personas instruidas y respetables, sufre la
contradicción, pesa las razones opuestas, expone las suyas con blandura y paz, y accede al
dictamen ageno quando lo halla más sólido y mejor fundado"334
La sociabilidad aparece aquí como el fundamento de la vida en común que
la asociación desarrolla. Ello deja suponer, como bien lo muestra el texto, que esta vida
en común se define en el ámbito de la nueva esfera pública. Los primeros promotores
del movimiento asociativo también así lo destacan. En la introducción a las actas de la
Sociedad Literaria de Buenos Aires, creada con el objeto de "fomentar la ilustración
pública", su secretario, Ignacio Núñez, recalca la utilidad de la asociación que
"saca a los hombres del estado de aislamiento salvaje a que se han condenado los unos a los
otros... La amistad, la confianza, la benevolencia mutua, solo pueden formarse entre los hombres
en virtud de una comunicación frecuente..."
Y ello ya aparece ligado en 1822 a una nueva representación de la comunidad política:
"Ha habido quienes hayan pretendido que la afección singular de unos individuos con otros que
se nota en el Pueblo inglés, proviene de una necesidad política -es decir, de la de conservarse en
armonía para el mantenimiento de la autoridad general, cuyo trastorno traería la ruina de toda la
nación. Pero esta es una confusión en los principios y en los resultados. Tal motivo sólo liga a
los individuos con el gobierno; más los individuos entre sí se aman y se respetan por otros
principios; y es preciso no trepidar en asentar que lo que ha contribuido esencialmente a inspirar
en el Pueblo inglés ese amor a si mismo, o de unos a los otros,... ha sido el establecimiento de
sociedades particulares cuyas fértiles ramificaciones se extienden por toda la tierra del
Albión..."335
Vemos aquí como se va introduciendo en el debate público la idea de una
334Cfr. "Sobre las sociedades particulares. Continuación", Diario El Censor, 9/10/1817, N° 108, pp.3-5, Reproducción facsímile en Senado de la Nación, Biblioteca de Mayo, t. VIII Periodismo, 1960, pp. 7199-7201.335"Introducción que precede las actas de la Sociedad Literaria de Buenos Aires" en Gregorio F. RODRIGUEZ (ed), Contribución histórica y documental, Buenos Aires, 1921-1924, 3 vol, I, pp. 284-288.
135
nación fundada sobre vínculos contractuales entre los individuos y no vínculos de
sujeción política. Esta nueva representación contractualista de la sociedad está
vehiculada por la noción de "sociabilidad" como capacidad del hombre a superar su
interés individual en beneficio del interés general. Y la forma más acabada de esta
sociabilidad es la sociedad (asociación).
Si la idea de sociabilidad como fundamento de la sociedad contractual ya
esta presente en 1817, es la generación de 1837 que contribuye más ampliamente a su
socialización. La primera de las 15 palabras simbólicas que constituyen la creencia
social de la República Argentina es la "Asociación": “¿Cómo hacer predominar el
elemento sociable del corazón humano y salvar la patria y la civilización? El remedio
sólo existe en el espíritu de asociación”336. Así la tarea que se fija la nueva generación es
de "conciliar y poner en armonía el ciudadano y la patria, el individuo y la asociación
(sic: sociedad); y en preparar los elementos de la organización de la nacionalidad
argentina sobre el principio democrático"337. Pero para ello se debe prealablemente
operar la emancipación social que, como reza la onceava palabra simbólica, constituirá
la "sociabilidad americana". La tarea que toca a la joven generación es de repudiar las
costumbres retrógradas que dejó España, y constituir una sociabilidad americana
"compuesta de todos los elementos de la civilización": democracia en lo político,
tolerancia en lo religioso, bienestar y progreso en lo económico"338.
La idea de "sociabilidad" como cimiento de la civilización, que en el Río de
la Plata se fundamenta a través de las lecturas que estos jóvenes hacen de Lerminier,
contiene, como se deduce del Dogma Socialista, todo un proyecto des modernización
de la sociedad339. Esto es aún más evidente en La “Sociabilidad Chilena” de Francisco
Bilbao, escrito que causo conmoción pública en la vecina república y provocó la
acusación de su autor por "blasfemia, inmoralidad y sedición"340.
336Cfr. ECHEVERRIA, Dogma...cit337Op.cit338Cfr. ECHEVERRIA, Dogma...cit339Cfr. LERMINIER, Introduction générale à l'étude du droit, Paris, 1820; Philosophie du droit, Paris, 1831, 2 vol.; De l'influence de la philosophie du XVIIIème siècle sur la legislation et la sociabilité du XIXème. Paris, Mme. Prévost-Crocius, Didier, 1833, 482 p. Si bien son Alberdi y Echeverría los que más deben al pensamiento de Lerminier, este autor es corrientemente citado en los escritos de los jóvenes porteños. Alberdi comienza su prefacio al Fragmento preliminar al estudio del derecho (1837) con esta frase: "Abrí a Lerminier y sus ardientes páginas hicieron en mis ideas el mismo cambio que en las suyas había operado el libro de Savigny. Dejé de concebir el derecho como una colección de leyes escritas. Encontré que era nada menos que la ley moral del desarrollo armónico de los seres sociales...". Cfr. op.cit. Según Vicente Fidel López, "Lerminier, P. Leroux y Sainte-Beuve eran los tres autores que más nos arrastraban". Cfr. Vicente Fidel LOPEZ, "Autobiografía" (1896) en Evocaciones Histórica, Buenos Aires, El Ateneo, 1929, p. 55. Incluso Sarmiento dice que él accedió a la lectura de Lerminier en la provincia de San Juan en 1838 gracias a su amigo Manuel Quiroga Rosas. Cfr. D. F. SARMIENTO, Recuerdos de Provincia (1850), Ed. Buenos Aires, Kapelusz, 1966, p.220. 340Cfr. Francisco BILBAO, "Sociabilidad Chilena" en diario El Crepúsculo, 20/6/1844. Sobre esta obra ver especialmente Ana María STUVEN VATTIER, "Sociabilidad Chilena de Francisco Bilbao: una revolución del saber y del poder" en Formas de Sociabilidad en Chile, Imp. Mario Góngora, Santiago, 1992, pp.345-368.
136
De lo que precede podemos concluir que la acepción que éstos dan al
concepto de sociabilidad no se refiere, como lo entendemos hoy, a formas de
relacionarse entre los hombres, sino al resultado de éstas, es decir a un principio de
cohesión social que sirve de fundamento a la nueva sociedad. De manera tal que no es
tanto el término nación, ni el adjetivo que intenta darle una definición geográfica
(ligada obviamente a una antigua jurisdicción) sino el de sociabilidad como fundamento
de la sociedad contractual, que esta vehiculando la nueva representación de la
comunidad política, ya no como resultante de un pacto de sujeción, sino como fruto de
esta "sociabilidad". Cierto es que ella no permite distinguir en América unas
nacionalidades de otras, ni fijar fronteras precisas del territorio de soberanía nacional.
Por el contrario, la "sociabilidad americana" como principio de nacionalidad se define a
través de un concepto aún más universal: el de civilización.
La civilización como expresión del sentimiento nacional
En todos los escritos de la Asociación de Mayo observamos la misma
identificación de la nación con la civilización. La viabilidad de la nación depende para
ellos de que ésta tome la senda de la civilización: "Un pueblo que se estaciona y no
progresa no tiene misión alguna, ni llegará jamás a constituir su nacionalidad". Así
advierte Alberdi en 1837
"existe un paralelismo fatal entre la libertad y la civilización, o mas bien, hay un equilibrio
indestructible entre todos los elementos de la civilización, y cuando no marchan todos, no
marcha ninguno. El pueblo que quiere ser libre, ha de ser industrial, artista, filósofo, creyente,
moral".341
Encontramos aquí la definición liberal de la nación como unidad de
desarrollo factible que se identifica con una etapa de la evolución y progreso de la
humanidad. Pero como bien lo indican estos jóvenes románticos, la ley universal del
progreso humano debe combinarse con las condiciones individuales del tiempo y el
espacio, con "nuestro modo de ser nacionales"342 que radica en nuestros hábitos y
costumbres. Se trata no sólo de identificar al Estado con el movimiento progresivo de la
humanidad, sino de crear la armonía, la uniformidad, la comunidad de costumbres, que
341Cfr. ALBERDI, Fragmento preliminar al estudio del derecho...cit, p.131342Cfr. J. B. ALBERDI, "Doble armonía entre el objeto de esta institución, con una exigencia de nuestro desarrollo social; y de esta exigencia con otra del espíritu humano. Discurso inaugural al Salón Literario de Marcos Sastre" en Felix WEINBERG, El Salón Literario de 1837, Buenos Aires, Hachette, 1977.
137
será arquetipo de la nacionalidad en la medida que se identifique con la progreso y la
civilización.
En este marco se inscribe su proyecto de civilizar las costumbres, para lo
cual, paradójicamente, la generación va a recuperar una tradición que se difunde
durante el Antiguo Régimen a través de la literatura de la civilidad.
Alberdi, en un artículo de 1838 señala los inconvenientes que supone la
difusión de los libros de educación social y urbanidad que vienen de Europa343. Hace
aquí explícita referencia a la publicación de las Cartas del conde de Chesterfield a su
hijo 344. Estas habían sido traducidas por Tomás de Iriarte y dedicadas por éste "a la
juventud argentina". Según los comentarios de Alberdi, Iriarte propone este libro como
"modelo de perfección absoluta y nacional", modelo que hay que rehusar pues "aceptar
los usos, las costumbres de la Inglaterra y la Francia, es exponerse a adoptar usos y
costumbres que insultan al principio democrático de nuestra sociedad"345. Alberdi hace
prueba aquí de una indudable lucidez pues las cartas de Chesterfield a su hijo son uno
de los más clásicos exponentes de educación aristocrática, según la cual las actitudes
exteriores deben prevalecer sobre la virtud de la instrucción.346 Así recomienda
Chersterfield a su hijo "el éxito depende mucho más de la manera que de la materia... la
manera, la gracia, el estilo, la elegancia y todos esos ornamentos deben ser actualmente
el único objeto de vuestro estudio"347. ¿Cómo no ver aquí una profunda contradicción
con el romanticismo de estos jóvenes que tanto valoran la sinceridad y profundidad de
los sentimientos, y que como intelectuales exaltan la virtud de la instrucción? ¿Cómo
conciliarlo con el combate que Alberdi y Sarmiento van a librar en 1837, uno en La
Moda, otro en El Zonda?348. Pero los porteños, o en todo caso aquellos que integran la
"sociedad decente", no parecen haber encontrado contradicción alguna entre su
voluntad de propagar costumbres que consoliden las instituciones democráticas y el
hecho de hacerlo a través de códigos y normas de conducta que provienen de
343Cfr. ALBERDI, "Sociabilidad. Costumbres" en El Iniciador, N°12, Montevideo, 1/10/1839.344Cartas escritas por el muy honorable Felipe Dormer Stanhope, conde de Chesterfield, a su hijo . Traducción al castellano de Tomás DE IRIARTE, Buenos Aires, Imprenta de la Libertad, 1833, 2 tomos. La referencia de esta edición la tomamos de WEINBERG, op. cit, p. 21.345ALBERDI, op.cit. Según Felix Weinberg, que tuvo acceso a esta edición, Tomás de Iriarte introduce la obra en estos términos: "en mi ánimo pesa más el servicio que me he propuesto hacer a la nueva generación de mi país, que la mortificación que pueda causarme la severa censura a que doy lugar por mi incapacidad como traductor". Cfr. Ibidem346Es cierto que, como bien lo señala Marc Fumaroli, la publicación de unas cartas que contienen los secretos de la tradición oral propias a la educación aristocrática, es en sí un signo de "democratización". Pero toda la educación se funda en el arte de gustar y mostrarse amable, afectación que ya la Encyclopedia condenaba como signo de indiferencia al bien público. Cfr. Marc FUMAROLI, "L'homme au gant" Préface a Lord Chesterfield, Lettres à son fils, Paris, Rivages poche, 1993, pp.8-54347Carta CCXI, Londres, 11/2/1751, en CHERTERFIELD, Lettres à son fils, Paris, Rivages poche, 1993, pp.157-161348Cfr. La Moda semanal de música, de poesía, de literatura, de costumbres. Buenos Aires, 18/11/1837 au 21/4/1838. Facsimil de la Academia de la Historia avec introduction et notes de José ORIA, Buenos Aires, Kraft, 1938; El Zonda, San Juan,1839.
138
sociedades cuyos principios son incompatibles con éstas349. Incluso el esclarecido
Alberdi condena más el hecho de que no exista una uniformidad en las costumbres
adquiridas que hacen de la sociedad "una babilonia, un laberinto de que los usos de una
casa no son conocidos en otra... en dónde cada uno adopta lo que quiere...", que el
hecho de que estas provengan de una sociedad aristocrática. Entiende que hay en
Chesterfield "una parte nacional y de aplicación general, pero la otra no puede hacernos
sino hombres ridículos"350.
En realidad esta aparente contradicción está implícita en el concepto mismo
de civilización que éstos manejan, y cuyo modelo proviene de la sociedad francesa. La
originalidad de la contribución de Norbert Elias reside justamente en haber destacado
este aspecto de la formación del concepto de civilización en Francia351. Este autor
muestra magistralmente cómo, a partir de un proceso histórico singular, la burguesía
francesa se asimila a la nobleza cortesana, lo que explica que cuando la primera asuma
los destinos de la nación, muchos elementos provenientes de la sociedad cortesana
sobrevivan a la profunda mutación que de la Revolución y pasen a integrar el carácter
nacional352. Las formas cambian, como lo muestra Maurice Agulhon en su estudio sobre
los Salones y Círculos, pero la importancia que se atribuye a la conversación, a la
elocuencia, a la urbanidad, a la civilidad, son vestigios de la sociedad cortesana353. El
análisis de la elaboración semántica en torno al término "civilización" lo confirma. Si
con Mirabeau, como lo demuestra Elias, el término sirve para evocar la especificidad
del comportamiento de los cortesanos, con los fisiócratas éste comienza a designar el
progreso del conocimiento que las exigencias de la razón debe promover354.
Al retomar el concepto de civilización francés, los rioplatenses adoptan un
modelo de sociedad que les sirve para definir el principio de nacionalidad. La civilidad
cumplirá así una función doble: por un lado suplir el vacío que había dejado la
desaparición de la figura del Rey como elemento organizador de la sociedad, fijando
nuevos criterios de preeminencia social, y en este sentido ella servía de instrumento de
diferenciación social; por otro definir los criterios de pertenencia a la civilización
occidental, y en este otro sentido ella funcionaba como expresión de la nueva
nacionalidad. Estos dos aspectos, en apariencia contradictorios, parecen haberse dado
conjuntamente aunque notamos un deslizamiento semántico que opera esta generación
349Esta aparente contradicción parece haber perdurado hasta bien entrado el siglo XX. Según Samuel Amaral las cartas de Chersterfield a su hijo fue uno de los libros de cabecera de Juan Domingo Perón! (investigación en curso aún no publicada).350ALBERDI, "Sociabilidad. Costumbres" en El Iniciador, N°12, Montevideo, 1/10/1839.351Cfr. ELIAS, La civilisation des moeurs...cit352Al contestar la tesis clásica de una revolución que se origina en el conflicto entre la nobleza y la burguesía, Elias anticipa la historiografía revisionista de la Revolución Francesa. 353Cfr. Maurice AGULHON, Le cercle dans la France bourgeoise 1810-1848. Etude d'une mutation de sociabilité, Paris, Armand Colin, 1977. Esta impregnación de las normas civiles de la sociedad cortesana también la advierte REVEL en "Les usages de la civilité"...cit354Cfr. ELIAS, op.cit
139
entre la noción de civilidad como atributo de una clase a la de civilización como
principio de nacionalidad. Ello está ligado a los avatares políticos de esta generación
que los lleva hacia el camino del exilio. En efecto, si en el momento de creación del
salón literario de Marcos Sastre, estos hombres invocan al "Gran Rosas" como principal
defensor de la nacionalidad, "que la sola fuerza de su genio y de su alto grado de
indulgencia le pone en aptitud de rechazar toda reacción extraña y anárquica que intente
oponerse a la realización de las esperanzas de la nación"355, un año más tarde, en
nombre de la misma nación, van a prestar apoyo a los franceses en su bloqueo del
puerto de Buenos Aires. Y ese vuelco lo justifican invocando la idea de civilización
como expresión del sentimiento nacional. Así Sarmiento no vacila en vanagloriarse de
haberse echado en brazos de Francia y cometer el delito de leso americanismo, pues al
hacerlo "ellos estaban salvando la civilización europea, sus instituciones, hábitos e
ideas"; en otros términos estaban salvando el principio de nacionalidad"356. La ruptura
con Rosas va a operar ese deslizamiento semántico que define la nacionalidad como
expresión de la cultura occidental (civilización), y que ahora se opone al americanismo
como sinónimo de barbarie. Si ello ya está presente en los escritos de Echeverría y
Mármol, es Domingo Faustino Sarmiento que va a darle su forma más acabada con su
Facundo, Civilización y Barbarie 357.
Esta obra contiene uno de las más ricos interpretaciones sociológicas sobre
la relación entre formas de sociabilidad y códigos y valores que deben definir la
comunidad de pertenencia. Toda la obra, construida a partir de un razonamiento
dicotómico, está destinada a mostrar a través de la vida de Facundo Quiroga, cómo
afrontan en la República Argentina, dos tendencias antagónicas. Ello es expresado a
nivel semántico a través de un vocabulario bipolar, donde cada palabra encuentra su
contrario en el campo opuesto: la ciudad opuesta a la campaña, la razón opuesta a la
materia, la constitución a lo arbitrario, el frac al poncho, los tiempos modernos a los
tiempos arcaicos, el siglo XIX al medievo, la casa limpia al rancho mugriento, en
síntesis, la civilización europea a la barbarie americana358. Si hasta entonces en el
discurso de estos hombres el "sentimiento racional de la patria" podía asociarse a las
identidades múltiples de los individuos, con Sarmiento se opera un viraje importante,
pues a través de la oposición de principios antagónicos se logra construir una imagen
355Cfr. GUTIERREZ, Ojeada filosófica...cit, p. 121356D. F. SARMIENTO, Civilización i Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga, I aspecto físico, costumbres, i abitos de la República Argentina..., Santiago, Imprenta del Progreso, 1845, 329 p., (ed. Galindo, Madrid, p. 336.).357Cfr. José MARMOL, Amalia (Montevideo, 1851), Madrid, Espasa-Calpe, Colección Austral, 1978, 529 p.; Esteban ECHEVERRIA, El Matadero (1871), Buenos Aires, Capítulo, 1979.358Cfr. nuestro trabajo Idéologie de la conquête du désert (1837-1879), Mémoire de Maitrise, Universidad de Paris I-Sorbona, 1984, 180 p. Una bibliografía sobre Sarmiento y el Facundo en Paul VEDOVOYE, Domingo Faustino Sarmiento éducateur et publiciste (entre 1839 et 1852) Paris, Travaux et mémoires de l'Institut des Hautes Etudes de l'Amérique Latine, N) XII, 1963, 651p.
140
unitaria de la nacionalidad argentina, que se compone de dos tendencias opuestas.
Civilización y barbarie es el punto de partida constitutivo de la nueva nacionalidad.
II. La sociabilidad como ámbito de difusión de un modelo nacional de pertenencia
comunitaria
De lo visto hasta ahora podemos concluir que entre la década del 30 y del
40 se define, entre la intelectualidad porteña, un nuevo modelo de nacionalidad que
elabora su propio discurso en torno a las nociones de sociabilidad y civilización, pero
como ellos mismos lo reconocen durante los años de juventud porteña y de madurez en
el exilio, éste incumbe a un número reducido de personas. ¿Cómo logra éste imponerse
como modelo de pertenencia colectiva que va a vehicular una nueva representación de
la nación como comunidad político-cultural se luego va a identificarse con la
construcción del Estado? La respuesta a esta pregunta debemos buscarla ya no en el
discurso de la sociabilidad sino en la práctica que subyace tras este discurso.
A. La asociación como aprendizaje del sentimiento racional de la nacionalidad
El discurso de la "sociabilidad" y de la "civilización" como nueva
representación de la comunidad política surge como lo hemos visto, en el seno de las
prácticas de sociabilidad asociativas. Las nuevas asociaciones culturales que se crean
con el objeto de intercambiar conocimientos y opiniones sobre asuntos "que son del
interés de todos" desarrollan un tipo de práctica cultural entorno a la utilización pública
de la razón individual359. El estudio del desarrollo del movimiento asociativo nos dará
un primer indicio de su función en la difusión de nuevas representaciones de la
comunidad.
La historia del movimiento asociativo moderno comienza en Buenos Aires
con el proyecto de creación de la "Sociedad Patriótico-Literaria y Económica" de 1801.
En su proyecto de creación publicado en el Telégrafo Mercantil, Cabello y Mesa relata
los orígenes de estas sociedades en Inglaterra y Francia, vinculándolas con el ejercicio
público de la razón individual dentro de la esfera privada: "congregados algunos
eruditos en casas particulares, o privadas para formar, esforzar y disputar las razones
que favorecían su opinión, sobre distintos objetos, pasaron a establecerse en Academias
359Para el espacio público ver Jürgen HABERMAS, L'espace public. Archéologie de la publicité comme dimension constitutive de la société bourgeoise. Paris, ed. Payot, 1978.
141
Públicas..."360. No sabemos si esta sociedad llego a constituirse pero el periódico publica
la lista de sus futuros socios entre los que figuran miembros de la alta burocracia
colonial361. Notemos que la nómina de suscriptores rebasa la del cenáculo ilustrado,
según se infiere de algunos artículos aparecidos en el Telégrafo Mercantil, y de donde
se desprende que estos "eruditos socios" comienzan a apartarse del modelo del letrado
colonial362. Ello en el marco de una asociación que pretende conciliar el principio
contractualista con la Ley de Gentes que rige la sociedad de Antiguo Régimen363. Ahora
bien, si la difusión de este nuevo tipo de formas de sociabilidad asociativa no revela
una voluntad revolucionaria por parte de sus miembros —la presencia de miembros de
la alta burocracia colonial junto con grandes comerciantes locales también contradice
esta interpretación— ella está indicando modificaciones importantes en la estructura de
sociabilidad. Ya que si bien el proyecto de constitución de una Sociedad Patriótica no
rompe con el principio de la sociedad estamental, sus objetivos exceden a esta
asociación favoreciendo la instauración de una esfera pública.
Entre este primer esbozo de asociación moderna y el desarrollo del
movimiento asociativo durante el gobierno liberal de Rivadavia (1821-1827) debemos
señalar dos etapas intermedias. La primera se sitúa entre 1806 y 1807 cuando las tropas
inglesas toman sucesivamente el puerto de Buenos Aires y de Montevideo y ocupan sus
ciudades durante casi un año. Encontramos entonces referencias a la implantación de
logias militares inglesas que funcionan en ambas ciudades y que sabemos tuvieron
contactos con la población local364. La segunda etapa va de la insurrección de la ciudad
360Cfr. Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historografo del Río de la Plata, N° 2, Sábado 4/4/1801. 361 Cfr. Lista de los señores suscriptores al Telégrafo Mercantil en Telégrafo Mercantil, Rural, Político-económico e Historiográfico del Río de la Plata, (1801-1802). Reimpresión facsímil dirigida por la Junta de Historia y Numismática Americana; 2 vol, Buenos Aires, 1914-1915; véase asimismo Susan SOCOLOW, The marchats of Buenos Aires 1778-1810, Family and Commerce, London, Cambridge University Press, 1978, 253p.; Idem, The bureaucrats of Buenos Aires, 1769-1810: Amor al Real Servicio, Durham, Duke University Press, 1987; Memorias y Autobiografías, Buenos Aires, Museo Histórico Nacional, 1910, 2 tomos. 362Cfr. "Señor editor del Telégrafo", en T.M, t.1, n° 5, 15 de abril 1801; "Señor editor del Telégrafo", en T.M,t.1, n° 12, 9 de abril de 1801; "El Editor", t.1, n° 25, 24 de junio de 1801; "Carta de Bertoldo Clak, sobre que explique el Editor como debe entenderse la exclusiva de los Extrangeros, y otros Individuos para miembros de la Sociedad-Argentina" y "Respuesta del Editor" en T.M, t.1, n° 26, 27 de junio 1801. Para la ilustración en el Río de la Plata véase el último aporte realizado por José Carlos CHIARAMONTE, La Ilustración en el Río de la Plata. Cultura Eclesiástica y cultura laica durante el Virreinato, Buenos Aires, Puntosur, 1989, 366 p.363Cfr. "Carta de Bertoldo Clak,... cit, en T.M, t.1, n° 26, 27 de junio 1801. Cfr. nuestro artículo "La Revolución Francesa y la emergencia de nuevas prácticas de la política: la irrupción de la sociabilidad política en El Río de la Plata revolucionario (1810-1815)" dans Ricardo KREBS, Cristián GAZMURI, La Revolución Francesa y Chile, Santiago, Ed. Universitaria, 1990, pp.111-135.364Cfr. Manuel BELGRANO,"Autobiografía" en Memorias y Autobiografías, Buenos. Aires, Museo Histórico Nacional, 1910, t II, pp.91-110; Tomás GUIDO, "Reseña histórica de los sucesos de Mayo" en Memorias...cit, t I; Manuel MORENO, Vida y memorias de Mariano Moreno, Buenos Aires, 1918; "Informe de los oidores" en "La revolución de Mayo juzgada por los oidores de la Real Audiencia de Buenos Aires (documento del archivo de Indias)" en Revista del derecho, historia y letras, Buenos Aires, t.XLIII, año XV, 1912, pp.325-347; Ignacio NUÑEZ, Noticias Históricas de la República Argentina, (Londres, 1825), Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1952, tomo I, p.97
142
de Buenos Aires hasta la declaración de la independencia en 1816. En estos años surgen
las primeras asociaciones políticas relacionadas con un discurso y una práctica de la
acción en la esfera pública que las vincula con la alternativa más claramente
revolucionaria de la insurrección. Si la filiación no deja lugar a dudas, las diferencias
con las sociedades ilustradas no son menos evidentes. Primero en cuanto a sus
objetivos, pues se trata ahora de reuniones y asociaciones que se constituyen con un fin
estrictamente político: el triunfo de la insurrección y la instauración de un nuevo orden
político-institucional. No sólo cambian los fundamentos ideológicos de estos nuevos
objetivos asociativos sino que a través de ellas obra una importante trasformación de la
esfera de lo político. Pues al introducir el debate político como fundamento de la
relación se opera en ellas la metamorfosis del interés particular o corporativo en Interés
General y de la simple opinión en Opinión General, instituyendo el espacio público
político a partir del cual se define el nuevo sujeto soberano. Debemos sin embargo
señalar lo limitado de la primera experiencia que concierne un reducido círculo de
miembros de las élites criollas. Hay que esperar a la instauración del nuevo orden
liberal durante el gobierno de Rivadavia para encontrar un desarrollo significativo del
movimiento asociativo moderno. Ello no impide que en la década del 10 se siga
difundiendo a través de la prensa un discurso sobre la asociación como metáfora de la
nueva sociedad contractual365.
Luego de estas primeras manifestaciones de sociabilidad política ligadas a
los movimientos insurreccionales advertimos a partir de la década del 20, en el caso de
Buenos Aires relacionado con la instauración del gobierno liberal de Rivadavia, un
desarrollo significativo de asociaciones culturales. Es entonces cuando vemos surgir,
junto a las Sociedades Patrióticas, nuevas asociaciones socio-culturales que conocerán
un desarrollo similar en otras ciudades americanas, como es el caso de las Sociedades
Literarias, las Sociedades Lancasterianas y las Sociedades Filarmónicas y las
Academias de Canto y Música366. La más destacada de entre éstas será la Sociedad
Literaria, cuyos miembros están vinculados con el gobierno de Rivadavia y que van a
reunirse con el objetivo "de fomentar la organización y organizar la opinión a través de
la publicación de un periódico instructivo y noticioso..."367. La sociedad no goza de
larga vida pero marcará un hito en la vida cultural porteña, según lo testimonian fuentes
365Cfr. Diario El Censor, 9/10/1817, N° 108, pp.3-5366La primera de estas sociedades lancasterianas fue creada en Buenos Aires el 5 de febrero de 1821 bajo la iniciativa de Diego Thompson. Ella obtiene la aprobación del gobierno y el apoyo activo de la "intelectualidad" rivadaviana agrupada en la Sociedad Literaria y la Sociedad Valaper. Estas se desarrollan simultáneamente en Chile y Colombia Cfr. Domingo AMUNATEGUI SOLAR, El sistema de Lancaster en Chile, Santiago de Chile, 1895. Para Colombia ver Fabio ZAMBRANO, "Las sociabilidades modernas en Nueva Granada 1820-1848" en Cahiers des Amériques Latines, N°10, Paris, 1990, pp.197-203.367CFR. Sociedad Literaria de Buenos Aires, Actas en RODRIGUEZ (ed), Contribución histórica y documental...cit
143
de época368.
Hacia los años 30 el movimiento asociativo —hasta entonces ligado a un
sector de la gente decente— se extiende al ámbito de la sociabilidad estudiante, de
donde surgirá la célebre generación de 1837. El fervor por la cuestión pública, que los
lleva incluso a ocupar un lugar significativo en el mundo de los hombres de prensa, se
explica por lo menos por dos razones. La primera nos la expone uno de los miembros
de esta generación, Vicente F. López, en sus memorias:
"Nadie hoy es capaz de hacerse una ida del sacudimiento moral que este suceso (la revolución
de 1830 en Francia) produjo en la juventud argentina que cursaba las aulas universitarias. No sé
cómo produjo una entrada torrencial de libros y autores que no se habían oído mencionar hasta
entonces... el movimiento libre de ideas siendo como una resurrección de los principios de
nuestra sociabilidad cultural de la primera y segunda década de nuestra revolución..."369.
A este fervor especial que genera según López el conocimiento de las
revoluciones liberales en Europa (no olvidemos que hasta entonces América
dificilmente podía identificarse con una Europa en plena restauración monárquica) y a
la difusión de las principales nuevas corrientes del pensamiento francés, se suma una
segunda razón de orden sociológico: por su edad, el estudiantado es mas propenso a
multiplicar sus vínculos de sociabilidad. El Salón Literario nacerá así de la confluencia
de los vínculos de sociabilidad específicos a un grupo generacional y de un nivel de
cultura. Pero por sus objetivos e incluso por su clientela esta supera el ámbito de la
sociabilidad estudiante para ubicarse en el de esfera pública literaria primero, política
después. Como las otras sociedades culturales éstos jóvenes van a crear su órgano de
prensa, La Moda, destinado a formar la opinión pública. Estos propagarán incluso un
nuevo modelo de hombre de opinión370 para quien la experiencia política es
consecuencia de una práctica cultural en torno a las discusiones públicas.
Las asociaciones que éstos promueven como medio de conciliar el
individuo con la sociedad definen y difunden los códigos de civilidad que ya eran
característicos de la gente decente pero que ahora se adaptan a nuevas funciones de este
grupo dentro del espacio público. Puesto que si estos van a los nuevos salones de
lectura para saciar una ancestral necesidad de sociabilidad, deben observar en ellos
368Cfr. José Antonio WILDE, Buenos Aires desde setenta años atrás, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1948. La sociedad va a tomar a cargo la publicación de dos periódicos: El Argos y La Abeja.369Vicente Fidel LOPEZ, Evocaciones Históricas, Buenos Aires, El Ateneo, 1929, p.39-40370Así lo sugiere el estudio de la carrera de los 50 hombres de pluma que participan a la redacción de los 127 gacetas que se publican en Buenos Aires entre 1829 y 1840. 17 de los 50 hombres de opinión son miembros del Salón Literario, y lo que es aún más interesante, casi la totalidad comienza su experiencia periodística luego de la experiencia asociativa, mientras que los otros 33, que no poseen éste tipo de experiencia, cesan sus actividades después de 1837 Cfr. Nuestro trabajo La création d'une nation. Histoire politique des nouvelles appartenances culturelles dans la ville de Buenos Aires entre 1829 et 1862, Thèse Nouveau Doctorat, Université de Paris I-Sorbonne, 1992, tomo 1, pp 255 y sig. (publicación prevista en Publications de la Sorbonne)
144
nuevas reglas de civilidad: respetar los gustos literarios de los asistentes, guardar
silencio pero saber igualmente entablar una conversación respetando las reglas de
urbanidad. Que se trate de salones de lectura, salones literarios, sociedades de estudio,
asociaciones filarmónicas, estas formas valorizan las relaciones de civilidad/urbanidad
que se convierten en sinónimo de sociabilidad culta.
La ruptura de estos jóvenes con Rosas polariza el movimiento asociativo.
Por un lado las sociedades africanas que manifiestan su apoyo al gobierno conocen un
importante desarrollo hasta 1852, por otro las asociaciones culturales que pasan del
lado de la oposición a Rosas desaparecen del universo relacional porteño a partir de
1839. Vemos entonces como se opera entre ellos el viraje en la definición de la
comunidad de pertenencia; se pasa así del sentimiento racional -unidad de creencias-,
que no necesariamente se opone a las identidades "naturales" que implican la
particularidad (social, étnica, lugareña), a una identidad que implica la universalidad de
la razón y que se define por su pertenencia a la civilización. Ello se vincula con otro
aspecto del pensamiento político que no hemos abordado aquí, el de la "soberanía de la
razón del pueblo"371.
El papel particular que las élites liberales otorgan a la práctica asociativa lo
constatamos también en todo Hispanoamérica. En algunos casos la representación
"asociacionista" de la sociedad viene ligada a una voluntad de ampliación del campo
social de la esfera política, como parece ser el caso en Chile, en Colombia o en
Venezuela372. En otros, como en el Río de la Plata, la difusión del movimiento
asociativo responde más a la voluntad de asegurar una nueva cohesión del cuerpo social
que de fijar nuevos mecanismos de participación de la sociedad a la política. Pero ya se
trate de la Joven Argentina, de la Sociedad de Igualdad en Chile, de las Sociedades
Democráticas en Colombia o de las Sociedades Liberales en Venezuela, estos jóvenes
imbuidos del pensamiento del socialismo “utópico” francés, proponen la práctica
asociativa como forma de aprendizaje de la cosa pública y de formación del ciudadano.
Este viraje en la representación de la colectividad que se da en el seno del
movimiento asociativo moderno se acompaña de una importante mutación en los
hábitos relacionales de la población porteña. Con la instauración del nuevo gobierno
liberal del flamante Estado de Buenos Aires asistimos a una verdadera "explosión
asociativa" que supone no sólo un mayor desarrollo de las modernas prácticas
asociativas entre la gente decente sino una ampliación del personal asociativo que
371Cfr. ECHEVERRIA, Dogma...cit.372Para Chile ver además de GAZMURI, op.cit, Luis Alberto ROMERO, La Sociedad de Igualdad. Los Artesanos de Santiago de Chile y sus primeras experiencias políticas, Buenos Aires, Serie Historia, Instituto Torcuato Di Tella, 1978, 73 p.. Sobre las Sociedades Democráticas en Colombia ver ZAMABRANO, op.cit y David SOWL, "La teoría i la realidad: The Democratic Society of Artisans of Bogotá 1847-1854" en H.A.H.R, 67-4, Noviembre 1987, pp. 611-630; para Venezuela algunas referencias en las clásicas historias de los partidos políticos.
145
integra ahora a sectores de "decencia" más dudosa. Entonces las prácticas asociativas de
la gente decente, identificadas con la opinión liberal, se constituyen en modelo de la
nueva sociabilidad urbana. La difusión de nuevas normas en la organización de los
comportamientos relacionales de la sociedad no es obviamente lineal, ni supone la
existencia de actores conscientes de las contradicciones formales e ideológicas de sus
diferentes modos de relación373. Pues obviamente la introducción de nuevos
comportamientos relacionales, como la de todo objeto cultural, no hacen "tabula rasa"
de las prácticas anteriores. Ellos son reapropiados, modificando a su vez las prácticas
anteriores374. Así por ejemplo las "Naciones Africanas", asociaciones étnicas de carácter
lúdico que reúne los africanos de Buenos Aires van a evolucionar después de 1852
hacia formas de organización más claramente mutualistas sin perder por ello ciertos
rasgos tradicionales. El primer ejemplo lo encontramos en 1855 en una documentación
sobre la sociedad Abaya375. Se organiza ésta con los miembros de la antigua "nación
Abaya", y si, según su reglamento, la asistencia mutua pasa a constituir su objetivo
principal, no abandona, in embargo, la organización de danzas. En el pedido de
autorización que dirigen los miembros de la antigua nación Abaya a las autoridades,
indican que se organizan "con el fin de asistirnos y ayudarnos recíprocamente en caso
de enfermedad o de muerte de uno de los socios, y también para entretenernos los días
de fiesta...".376 Una segunda referencia de esta mutación concierne la "Sociedad
Protectora Brasilera", creada en Buenos Aires en 1856. En el artículo 1 de su
reglamento, donde se enuncia el objeto de la asociación, encontramos ya una
modificación significativa: "fomentar el espíritu de asociación y de ayuda mutua"377. Si
en ésta se conservan aún aspectos de las antiguas asociaciones étnicas, notamos nuevos
criterios de pertenencia que la lleva a modificar (quizá por iniciativa del gobierno) la
tradición de fijarse un nombre que evoque la pertenencia étnica, por otro que evoca una
tradición político-cultural.
Si las antiguas prácticas no desaparecen, las nuevas que se incorporan se
identifican ya con un discurso de la esfera pública que refleja una representación
unitaria de la identidad colectiva, ligada a las nuevas prácticas culturales de la discusión
y las lecturas públicas. Así por ejemplo, el presidente de la sociedad de topógrafos,
extranjero, profesa el siguiente discurso el día de su inauguración: "bajo el cielo de
América y sobre el suelo de la República, hablando otra lengua y proveniendo de otras
373Como bien lo muestra M. Agulhon en su estudio sobre los penitentes y masones. Cfr. Maurice AGULHON , Pénitents et francs-maçons de l'ancienne Provence, Paris, Fayard, 1984, 454p.374La necesaria distinción formal entre tipo de formas y vínculos hace aún más evidente el carácter híbrido de toda práctica social. Ello no impide que exista un modelo "puro" como componente ideal de las prácticas sociales. En el discurso de la época este modelo vehicula nuevas representaciones de la sociedad. 375Cfr. A.G.N, Sala X, Policía, legajo 31-11-5376Ibidem377Ibidem
146
costumbres, yo me siento hoy aquí como el hijo del siglo, igual a todos bajo las reglas
de la civilización moderna, ligado a los hombres que me rodean a través de vínculos de
fraternidad..."378. Pinto asocia América al cielo y la República a la tierra, evitando así
una identificación territorial de la identidad colectiva. Si bien es cierto que en este caso
su condición de extranjero lo porta a eludir toda representación de la comunidad que lo
excluya, no por ello debemos desatender el hecho que el discurso identitario, que
comenzó entre las élites intelectuales, ya se ha propagado al sector de los artesanos. La
difusión de estas prácticas asociativas entre los sectores populares pudo entonces haber
funcionado como un importante soporte de difusión de la nueva representación de la
comunidad de pertenencia vinculadas a la esfera pública como espacio de identidades
racionales (civilización). Y esto se hace aún más evidente si tenemos en cuenta que,
poco a poco, estas nuevas formas asociativas que instauran la espera pública moderna
van a organizar la vida comunitaria sobre la base del principio de relaciones
contractuales.
La asociación como forma de organización de la vida comunitaria
En 1854 la constitución del Estado de Buenos Aires reconoce por primera
vez el derecho de asociación que hasta entonces dependía de la buena voluntad de los
gobernantes. Se asiste entonces a un desarrollo considerable de asociaciones de todo
tipo379. Dejemos de lado, por el momento, el problema de la inserción de estas nuevas
prácticas en el universo relacional tradicional y detengámosnos en la función específica
que estas prácticas desempeñan en la organización de la vida comunitaria. Recordemos
que estas nuevas prácticas relacionales organizan a la población urbana a partir de
vínculos revocables sobre los cuales justamente se funda la definición de la nueva
nación como una "asociación de personas e intereses". Nación y asociación suponen la
idea de una sociedad contractual que se arraiga en el mismo imaginario social que
hemos venido analizando. Ello explica que las prácticas asociativas fueran propuestas
por los jóvenes miembros de la "Joven Argentina" como la vía privilegiada de
transformación de la sociedad tradicional en una sociedad fundada en el principio
contractual de la relación y de la autoridad380.
Pero si estas prácticas asociativas que, a pesar del entusiasmo de la joven
generación de la década del 40, siguen circunscritas a un limitado sector del medio
378Cfr. "Sociedad Topográfica" en diario La Tribuna, 1/06/1859, p.3, col 1-2. 379Un estudio de este desarrollo en mi trabajo La création d'une nation...cit, tomo II.380Recordemos que la primera palabra simbólica del Dogma es justamente "Asociación". Cfr. ECHEVERRIA, Dogma...cit
147
urbano decente, logran constituirse en el Río de la Plata en principal soporte de la
representación moderna de la colectividad nacional, es porque rompen con la estructura
comunitaria tradicional y con el imaginario social que les da sentido; ofrecen así una
red relacional alternativa construida a partir de nuevos vínculos y valores arraigados en
el nuevo imaginario social de la nación como conjunto de individuos libres e iguales,
unidos por una unánime voluntad de constituirse en sociedad. La función que el
discurso de la "sociabilidad" atribuye a la práctica asociativa se ve así potenciada por el
proceso histórico-social de transformación del universo relacional de la sociedad.
El estudio de la estructura de sociabilidad porteña permite poner de relieve
este fenómeno. La observación de la implantación de las asociaciones en el espacio
urbano pone de manifiesto, en primer lugar, la coexistencia durante la primera mitad
del siglo XIX de dos modelos de ocupación del espacio que responden a dos
representaciones de la comunidad381. Las asociaciones religiosas tradicionales como las
cofradías y terceras órdenes se encuentran distribuidas de manera homogénea en todo el
territorio urbano, mientras que las nuevas sociedades se localizan por zonas: las
asociaciones socio-culturales al sur de la ciudad, cerca de la Universidad, donde se
concentra el mayor número de librerías y casas de edición; las asociaciones socio-
económicas al norte, cerca del puerto y del barrio de los extranjeros ligados al medio de
los negocios; y las asociaciones mutualistas en el noreste de la ciudad, donde residen
buena parte de los artesanos de origen extranjero que son los que primero integran estas
asociaciones. Las formas tradicionales de sociabilidad que suponen vínculos primarios
de relación se ubican en el marco de la tradicional comunidad de culto y de lugar (la
parroquia) o de sangre (la familia), mientras que las formas asociativas tienden a una
especialización que rompe con la organización espacial de la ciudad colonial. Vemos
entonces cómo, sobre la estructura urbana organizada en comunidad de parroquia,
surgen nuevas redes de sociabilidad organizadas según la extracción social y el tipo de
prácticas culturales de sus miembros. Unas suponen vínculos primarios de comunidad
de lugar, las otras vínculos contractuales ligados a los intercambios y al consumo de
ciertas formas de cultura (prensa, debates públicos, espectáculos culturales o simples
actividades de recreo público).
La especificidad de la implantación de los diferentes tipos asociativos en el
espacio urbano provoca un desplazamiento de la población urbana para satisfacer sus
diferentes necesidades de sociabilidad. Esta tendencia a la segregación social del
espacio urbano esta denotando un desplazamiento del grupo de referencia, fenómeno
directamente ligado al nacimiento de una conciencia de clase. Pero la nueva
sociabilidad elabora también otro tipo de identidad colectiva, en apariencia
contradictoria con las que acabamos de mencionar. En efecto, una vez roto el marco
381Para estas cuestiones ver nuestro estudio cartográfico en Création d'une nation...cit, documento n° 17 y 67.
148
local de pertenencia, ¿cuál es el universo de referencia de estas relaciones? El que
suponen los nuevos vínculos de solidaridad y amistad, construidos a partir de vínculos
secundarios que ya no pueden inscribirse en el marco de la comunidad tradicional,
puesto que el modelo de implantación de estas asociaciones muestra que rompen con
esa estructura comunitaria tradicional. Los nuevos vínculos remiten ahora a una
comunidad de valores político-culturales, es decir a una representación nacional de la
colectividad que la generación de 1837 ya había definido a través de las nociones de
sociabilidad y civilización. Todo ello sugiere que el nuevo imaginario social de la
nación fue socialmente instituido a partir de la intensidad y la naturaleza de los
intercambios sociales que se producen, en buena medida, en el marco de los vínculos
sociabilidad asociativa. El fenómeno de segregación social del espacio urbano está pues
directamente ligado a la difusión de un referente nacional de la colectividad.
Podemos concluir de todo ello que la especificidad de las formas de
sociabilidad asociativas en el proceso de construcción de las nuevas naciones proviene
tanto del discurso de la nacionalidad que surge en el seno de la esfera pública como de
las transformaciones que estas operan en la estructura relacional de la población
porteña.
Conclusión
¿Existe una nación en el Río de la Plata en la primera mitad del siglo XIX?
Este artículo ha querido mostrar que, formulada así, la pregunta no tiene sentido, pues
supondría que contamos con un modelo tipo de nación al cual remitirnos. Existe en
cambio, evidentemente, un conjunto de representaciones colectivas que remiten a
diferentes modelos de comunidad política. Hemos analizado aquí un tipo de
representaciones colectivas que surgen con la instauración de la esfera pública moderna
y que el movimiento asociativo vehicula. Si las nuevas representaciones pueden
observarse desde un temprano siglo XIX, sólo a partir de la década del 30 se formula
un discurso de "la sociabilidad" que difunde una nueva representación contractual de la
comunidad política. La generación del 1837 va a distinguirse aquí por una particular
identificación con este discurso, haciendo de él un dogma o unidad de creencias: un
sentimiento racional de pertenencia comunitaria, destinado a dar una definición cultural
a la nueva nacionalidad. Pero si estos apóstoles del "nacionalismo" lograron imponer
ese conjunto de representaciones como modelo cultural hegemónico de la nacionalidad,
eso se debe al fervor de su combate en la esfera pública, a su acceso después de 1852 a
las más altas instancias del Estado, pero también al hecho que esas mismas prácticas
149
están provocando modificaciones importantes en la organización comunitaria. El
discurso de la sociabilidad, como proyecto de modernización de la sociedad, va parejo
con importantes modificaciones en el campo de las prácticas asociativas y de los
códigos y hábitos relacionales que estas nuevas formas de sociabilidad inducen.
Queda por saber cuándo y cómo éste logra convertirse en modelo cultural
hegemónico sobre el cual se consolidará el Estado, se definirán los valores nacionales,
se construirá la mítica historia nacional y se trazarán las primeras líneas de un proyecto
educativo nacionalizador382 ¿En 1837? ¿durante el exilio? ¿a su llegada al gobierno del
Estado de Buenos Aires? ¿después de Pavón? Para obtener una respuesta concluyente
habría que asociar estos resultados a otro tipo de investigación. Con todo, el estudio de
las prácticas y del discurso de la sociabilidad permite por lo menos destacar ciertas vías
de socialización de la idea de nación anteriores al Estado y de precisar las
representaciones que dan sentido durante la primera mitad del siglo XIX a este
concepto.
382Proceso analizado por OSZLAK, La formación del Estado Argentino...cit
150
OTRAS NACIONES: SINCRETISMO POLITICO EN EL MEXICO DECIMONONICO
Antonio ANNINO*
Introducción
En su forma más sencilla la obligación política moderna se define por dos
deberes: el de los gobernantes de cuidar el interés público, y el de los gobernados de
aceptar la autoridad de los gobernantes. Se presupone que las dos partes están
interesadas en respetar la obligación mutua porque comparten la misma idea acerca de
lo que es el “interés público”: algo que está por encima y garantiza de los intereses
particulares. La consolidación de este principio básico del estado liberal no fue nada
fácil en ningún país, y algunos autores hoy se atreven a afirmar que se trata de una
cuestión irresoluble en lo práctico y en lo teórico383. Sin embargo, el principio hizo parte
del ideario de todos los liberales decimonónicos, en América como en Europa, y generó
a veces sentimientos de frustración frente a las dificultades que los proyectos nacionales
encontraban en su camino. Estas crisis de confianza tuvieron relevantes consecuencias
sobre la historiografía del siglo veinte: por mucho tiempo el debate sobre éxitos y
fracasos de los liberalismos empleó los argumentos de las élites liberales del siglo
pasado.
El caso de México no es muy diferente de los demás. El problema de la
aceptación de los principios liberales por parte de una sociedad comunitaria,
pluriétnica, católica, pero de un catolicismo peculiar, fue percibido por los grupos
dirigentes como un desafío difícil y a veces dramático para el futuro del país. Por ser
bien conocida, no vale la pena recordar aquí la posición de un José María Luis Mora 384.
Se podrían presentar muchas citas de otros liberales, y hasta valdría la pena de hacer un
estudio exhaustivo sobre como se vivió el problema de la obligación política moderna
entre los varios grupos que gobernaron el país. Valga para todos esta afirmación de
Juan Suárez y Navarro, sacada de su Historia (1850):
“La mayoría de los mexicanos ignoraba al hacerse la independencia y aún muchos lo ignoran
todavía que tienen deberes políticos y civiles, carecen del conocimiento fundamental de sus
* Universidad de Florencia.383 C. PATEMAN, The Problem of Political Obligation. A Critical Analysis of Liberal Theory , Berkley, 1985; J. SIMMONS, Moral Principles and Political Obligation, Princeton, 1979.384 Nos referimos a la clásica obra de C. HALE, El liberalismo mexicano en la época de Mora 1821-1853, México, 1967.
151
derechos, de sus leyes, y de todas esas teorías que el siglo ha sancionado como dogmas
políticos”385 .
Suárez y Navarro no era muy original. Hasta en Francia se decía la misma
cosa al hablar de los campesinos386. La diferencia es que en México se hablaba de
“mexicanos” y no de una parte de la sociedad. Autores como Guerra y Thomson ya
plantearon el problema: el México del siglo XIX siguió siendo una sociedad de antiguo
régimen, y si el liberalismo de Juárez logró un apoyo popular en su lucha contra los
conservadores, es porque el gobierno dejó a los pueblos una autonomía que limitó en
los hechos la soberanía estatal387. Porfirio Díaz continuó en esta política: la así dicha
“pax porfiriana” se fundó en un pacto, más o menos implícito, entre el Estado y los
pueblos. La Revolución mostró cuan fuerte era todavía la autonomía pueblerina a casi
un siglo de la Independencia, y a pesar de todas las leyes que se habían dado para
destructurar las comunidades.
Los límites que los pueblos pusieron al camino de la obligación política
moderna nos remite a un tema crucial, el de la secularización del poder y de sus
valores. Cuestión compleja en el caso de México: los mismos liberales se definieron
católicos y no aceptaron nunca en forma plena la libertad de conciencia. Sin embargo,
el idioma liberal no pudo que ser secular, por lo menos en lo que se refería a las
relaciones entre Estado y sociedad. Una sociedad también católica, pero, ya lo hemos
recordado, de un catolicismo bien distinto del de las élites, un catolicismo que no
aceptaba la autonomía de los valores, y que en muchos rasgos reproducía aquella
tradición de prácticas colectivas que, en la última época borbónica, los ilustrados
habían intentado reformar sin mucho éxito. Así que el primer dato del dilema mexicano
está en los dilemas del mismo catolicismo mexicano: la obligación política moderna
necesariamente tenía que salir de una reforma religiosa que nunca se dio. Por lo que se
sabe, los liberales mexicanos no se interesaron demasiado en este aspecto del problema.
Se podría opinar que las luchas civiles alrededor de la cuestión eclesiástica no dejaron
mucho tiempo para perfilar la tarea.
Sin embargo, hay un segundo dato, un otro dilema, esta vez del mismo
liberalismo mexicano: su difícil relación con lo que se llamó el pasado o la “herencia”
colonial. Todos los liberales proclamaron a lo largo del siglo que México había nacido
en 1810 con el grito de Dolores. La historia anterior sólo tenía sentido en la medida en
que prefiguraba el triunfo liberal. Por lo demás, “la colonia es siempre infeliz,
cualquiera que sea la época, cualquiera que sea la metrópoli”, como se afirmó en los
385 Cit. en G. JIMENEZ CODINACH, Introducción al Libro Uno de los Planes de la Nación Mexicana, México, 1987, p. 38.386 Véase E. WEBER,Peasant into Frenchmen, Stanford, 1976.387 F.X, GUERRA, Le Mexique. De l’Ancien Régime á la Révolution, Paris, 1985 y G. THOMSON, Somes aspects of popular liberalism in Mexico, en Journal of Latinan American Studies, 1991, n.3.
152
libros de la generación romántica como en los de la positivista.
Pensar en el pasado como una prefiguración de la Nación constituye un
trato común de muchos liberalismos decimonónicos, pero el radicalismo del mexicano,
su negativa de aceptar bajo cualquiera forma los tres siglos anteriores, cortó los
vínculos con aquel patriotismo criollo que había logrado construir una identidad
peculiar de las élites novohispanas en el marco del catolicismo. No sabemos todavía
como se consumó la crisis del patriotismo criollo tras la independencia de México, lo
cierto es, si pensamos en fray Servando, que esta tradición no era incompatible ni con
el liberalismo ni con el republicanismo.
Sin el respaldo de una tradición propia, la tarea de hacer e imaginar la
nueva Nación, con sus derechos y sus deberes, se quedó en una encrucijada de mitos e
idiomas políticos diferentes entre sí que, en cierto sentido, favorecieron la
fragmentación de las identidades colectivas heredadas del pasado. Las fiestas del
Centenario en 1910 mostraron un coherente imaginario oficial388, pero la Revolución
mostró cuan poderosas seguían siendo las “otras” memorias, las de los pueblos.
El aspecto más significativo de este gran problema fue quizás la capacidad
del imaginario pueblerino de incorporar parte de los valores liberales para defenderse
del Estado liberal. Así que, si lo miramos desde la perspectiva de los pueblos, el siglo
XIX se configura como una etapa más de sincretismos culturales, que se nos presenta
con una paradoja sólo aparente: las políticas de la memoria pueblerina fueron más
eficaces de las del Estado. Precisamente porque sus identidades se habían reproducido
redefiniendo y reinventando sus pasados, las comunidades no tuvieron muchas
dificultades para reubicarse en el nuevo marco constitucional y así dar una nueva
legitimación a sus intereses y a sus culturas. Por supuesto, el imaginario constitucional
de los pueblos siguió siendo bien diferente del de las élites, pero este dato nada quita al
hecho que en México tensiones, conflictos, y pactos, entre Estado y pueblos se dieron
siempre a partir de las interpretaciones que cada actor dio de las constituciones.
Los pueblos de 1877: imaginando otra Nación
El fundamento de la obligación política moderna en el mundo hispánico
fue una idea de Nación abstracta, de corte francés, ya perfilada en las Cortes de Cádiz,
que en buena parte fue una herencia de la ilustración borbónica. El mundo indígena fue
admitido desde 1812 en esta Nación monista y universal, que rechazaba, como anotó
Burke, las historias particulares preexistentes. La comunidades mexicanas aceptaron de
hacer parte de esta Nación, pero al reinterpretar las cartas constitucionales que
siguieron a la de Cádiz, acabaron imaginando otras Naciones mexicanas, cuya identidad
388 Crónica Oficial del Primer Centenario de la Independencia de México, bajo la dirección de Genaro GARCIA, México, 1911
153
procedía de versiones actualizadas del pasado. En términos generales, estas versiones
utilizaron un procedimiento de yuxtaposición de valores, que marcó otra diferencia con
el catolicismo de las élites. Más allá de los conflictos internos, los grupos sociales altos
fueron hijos del catolicismo erastiano o jansenista del siglo XVIII que, como es bien
sabido, despreció las formas “paganas” y “salvajes” de la religiosidad popular, formas
por cierto sincréticas, pero plasmadas por el mundo barroco389. El patriotismo criollo
tuvo su origen en la cultura barroca. Otro aspecto llamativo del imaginario pueblerino
del siglo XIX es la afinidad con algunos grandes mitos del criollismo del siglo XVII.
Lo que no es nada extraño si recordamos el papel cultural de la Iglesia en el mundo
colonial.
El sincretismo entre pueblos y liberalismo no está muy estudiado, así que
por el momento no tenemos una sólida cronología. Parece, sin embargo, que el
fenómeno se dio en forma cíclica, según los escenarios creados por las coyunturas
agrarias y políticas nacionales. Como dijo Justo Sierra, “Podía haberse cubierto el
territorio de la Nueva España con los expedientes de los litigios a que la distribución de
la tierra dio lugar (en la colonia)”. No pocos historiadores han subrayado que, por la
debilidad del nuevo Estado independiente, los poderes locales y regionales se
fortalecieron hasta convertirse en feudos que actuaban impunemente contra las
comunidades y los pueblos. Estos comenzaron a reaccionar con violencia ya desde los
primeros años de la independencia, pero ya no hay duda que el fenómeno se intensificó
a partir de la década de los cuarenta y llegó a su límite después de la guerra con los
Estados Unidos. Sin tomar aquí en consideración la guerra de castas yucateca, por ser
otra cosa, sobresale que las comunidades no se movían sólo y cuando se sentían
amenazadas. Sus acciones no fueron únicamente defensivas. Atacaban y ocupaban
tierras también cuando el enemigo por alguna razón era débil, como en el caso de la
guerra con Estados Unidos
Los estallidos de violencia son importantes, pero no tan relevantes como
para entender el sincretismo del que tratamos. Los pueblos utilizaron a menudo los
tradicionales pleitos y los derechos constitucionales, es decir que actuaron también
como comunidades de “ciudadanos”. En esta perspectiva el sincretismo se nos presenta
como un logrado intento, por parte de los pueblos, de articular sus libertades antiguas
con las nuevas. Insistiremos sobre este punto varias veces por la trascendencia que tiene
para nuestro tema. Por el momento cabe recordar dos datos: hasta las leyes de Reforma
los pueblos mantuvieron su personalidad jurídica, es decir podían apelar a los
tribunales. En segundo lugar, tras la Reforma, un pueblo siguió siendo una institución
389 Sobre los erastiano, jansenista etc.de la época borbónica véase D. BRADING, Orbe Indiano, México,1992, pp.530-552. Hale en la citada obra sobre Mora hace referencias a la filiación religiosa del ilustre liberal. Serge GRUZINSKI, en su La Guerre des images, Paris, 1990, ha tratado ampliamente el tema del barroco popular.
154
legal, aunque sin personalidad jurídica colectiva, lo cual representó un recurso
importante para las comunidades, al dejarles una primera identidad institucional frente
al Estado. No todas las comunidades fueron pueblos, pero no había comunidades que
no pertenecieran a un pueblo. Aunque no lo sepamos por vía documental, es muy
posible que la capacidad de una comunidad de actuar como institución tras la Reforma
dependió de sus relaciones con las demás componentes del pueblo al que pertenecía. La
cuestión es algo compleja, y se mezcla con un proceso repetidas veces subrayado por la
historiografía: el ascenso a nivel local de los mestizos.
Pero desconocemos todavía la importancia de este cambio y, más aún, si
tuvo consecuencias en las practicas culturales y en las políticas colectivas. Quizás no, si
consideramos que ciertas pautas de comportamiento pueblerino nunca —tampoco en la
colonia— dependieron de una supuesta “pureza” étnica.
Lo que sí vale la pena destacar es que la cronología de las protestas
violentas y la de las legales no parecen ser muy diferente. Evidentemente las
comunidades utilizaban las dos vías a la vez, o según las conveniencias escogían una de
ellas. Entre las vías legales, a más de los pleitos judiciales, hubo en la época
republicana un recurso constitucional, que por su naturaleza pertenecía a la memoria de
los pueblos: el derecho de petición. Perteneciente a las milenaria tradición de las
monarquías europeas, este derecho permaneció en el constitucionalismo moderno
depurado de cualquier elemento de privilegio exclusivo. Todas las constituciones
mexicanas lo contemplaron expresamente, y los pueblos siguieron utilizándolo como en
los tres siglos de la colonia para representarse frente al poder central. En los años
treinta y cuarenta una oleada de peticiones de pueblos en defensa de sus tierras inundó
tanto a los congresos estatales como al federal. Hecho significativo, el uso del derecho
de petición por parte de las comunidades no respetó las jerarquías institucionales de la
república. Si un congreso estatal rechazaba una petición, la misma era enviada al
congreso de la “Nación”, a pesar de que las leyes no admitían un procedimiento tan
arbitrario, que con toda evidencia atentaba a las celosas soberanías provinciales. Fue tal
la cantidad de peticiones en aquellos años, que los congresistas federales tuvieron que
discutir seriamente, aunque sin éxito, sobre cómo limitar el fenómeno sin atentar a los
derechos constitucionales. Sólo en la carta de 1857 se encontró una solución
formalmente coherente con la doctrina, al declararse la petición un derecho individual y
no colectivo. Entre tanto las comunidades habían perdido su personalidad jurídica:
hacer peticiones en cuanto “ciudadanos” quedó entre las pocas vías legales para apelar a
las autoridades políticas. Una nueva oleada se dio tras la guerra de Reforma y la caída
de Maximiliano.
Entre las tantas peticiones, una merece atención porque es una muestra
excelente de cómo se daba el sincretismo entre pueblos y liberalismo. Se trata de un
155
documento fechado en la capital en junio de 1877, y es muy posible que su redacción
estuviese a cargo de un abogado, o de un intelectual desconocido, relacionado con los
pueblos. El detalle es secundario: sabemos que también en la época colonial los
procuradores de los pueblos solían ser letrados, muchas veces nacidos en la ciudad.
Vale la pena subrayar de entrada un primer dato: precisamente la posibilidad de que el
autor no perteneciera a los pueblos y que fuera un letrado, nos indica el grado de
difusión que todavía en 1877 tenían los idiomas del catolicismo popular en la sociedad
mexicana.
El segundo dato que nos sirve de guía a la lectura es el propio título:
Defensa del derecho territorial patrio elevada por el pueblo mexicano al Congreso
General de la Nación, pidiendo la reconquista de la propiedad territorial para que
nuevamente sea distribuida entre todos los ciudadanos habitantes de la República por
medio de leyes agrarias y la organización general del trabajo, por la serie de leyes
protectoras con los fondos que se han de crear de un banco de Avíos.390
El documento está subscrito por los “ciudadanos” de 56 pueblos del estado
de Guanajuato, los nombres y apellidos de cada uno se encuentran al final de las 25
hojas de texto. Sin embargo, estos pueblos pretenden hablar en nombre del “pueblo
mexicano” para plantear la necesidad de que el Congreso apruebe una serie de medidas
para la “reconquista de la propiedad territorial”, porque, como afirma el incipit del
título, lo que se quiere defender es el “derecho territorial patrio”. Es evidente que en
este caso no se trata de una petición cualquiera de unos pueblos afectados por las leyes
de desamortización, o por el despojo que unas cuantas haciendas hicieron de las tierras
comunales. El asunto existe, y a el se hace referencia en el texto, pero no constituye el
tema central, que pretende ser de alcance “nacional”. ¿De qué derecho y de qué patria
hablan por tanto estos pueblos de Guanajuato? De un México indígena que no quiere
ser anti-blanco, pero que reivindica por medio de la constitución liberal la soberanía
sobre su territorio, no para gobernarlo sino para “organizar bien los intereses
reconquistados de la propiedad” tras la Independencia, intereses que los gobiernos
republicanos no han cuidado
“desviándose de aquella primera idea marcada por nuestros primeros libertadores [...] para
afianzar nuestra gloriosa emancipación, juntamente con los derechos y bienes que de ella podía
haber emanado, en que sin duda una de las principales era la mejoría y civilización de todos los
habitantes de esta nuestra hermosa patria”.
Las medidas propuestas al Congreso Federal son:
1) una serie de leyes en defensa de los pueblos y en contra del despojo que
las haciendas hacen de las tierras comunales.
390 México, 1877, tipografía de José Reyes Velasco, Estampa de Balvanera núm. 1
156
2) “que en vista de las claras y menifiestas observaciones legales, que
prueban la indisputable propiedad que ha tenido el pueblo mexicano sobre su suelo,
considerados sus derechos antes de la conquista en tiempo de la dominación, y ya en la
época de la independencia [...] una serie de disposiciones agrarias que vengan de nuevo
a reorganizar la propiedad de la Nación, dotando competentemente á las Ciudades,
Villas, Municipalidades y demás pueblos, y a todos los individuos del pueblo
mexicano, haciendo la debidas divisiones [...] para que ningún mexicano viva
desposeido, ó sin porción legítima de su propio suelo, evitando en todo caso el abuso, la
mala fé, bajo que nuestros padres fueron víctimas, y nosotros sus descendientes hemos
venido envueltos con la misma desgracia”
3) “el establecimiento de un gran Banco Nacional de Avíos, con el fondo
que se sacará del remanente de la propiedad territorial del país, después de hecha la
distribución competente á todas las Ciudades, villas, pueblos y a cada uno de los
ciudadanos habitantes mexicanos, emitiendo una serie de bonos valorizados con el
legítimo precio de la propiedad territorial, para que con el producto se realice la
perfectibilidad mexicana [...] Todo fundado en las necesidades, reclamadas por el bien
común de la humanidad mexicana, y según las exigencias de los adelantos de la
civilización de la época”.
Se trata de medidas con toda evidencia poco susceptibles de generar un
desarrollo efectivo en 1877. Pero no es este el punto más importante, ni lo es el
evidente eco de los pasados proyectos conservadores, como la institución de un Banco
de Avíos, o el trasfondo fisiocrático que se percibe cuando el texto trata de la tierra
como bien económico. Lo relevante aquí es la relación entre la tierra como “territorio”,
la idea de “patria”, y la constitución. ¿Cómo justifican estos pueblos el concepto de
“una indisputable propiedad que ha tenido el pueblo mexicano sobre su suelo”?. Por lo
general, pueblos y comunidades indígenas defendieron sus tierras a lo largo de los
siglos, tanto en los pleitos judiciales como en las rebeliones, reivindicando los títulos
otorgados por la Corona. En la petición de 1877 este tipo de fuente jurídica no tiene
mucho relieve. La legitimidad que se presenta es de orden constitucional e histórico.
Los pueblos de Guanajuato reivindican el cumplimiento de los derechos individuales
sancionados por la carta de 1857 en cuanto a propiedad y seguridad. La palabra
“comunidad” no aparece nunca en el texto. Pero el referente de los derechos
constitucionales es otra Nación, no la de los liberales, sino la de los indígenas, y es una
Nación histórica, que por su naturaleza tiene precisamente un “derecho territorial”
previo a la constitución.
El esquema imaginario de esta nación indígena es bastante complejo,
porque intenta enlazar principios modernos con mitos e idiomas políticos antiguos. Es
en todo evidente que la palabra “Nación” está empleada en el sentido moderno, como
157
entidad monista, de manera que los indígenas aparecen sin distinción alguna de grupos,
o de idiomas, o de diferentes “usos y costumbres inmemoriales”, según la notoria
expresión colonial. La nación indígena se considera como una entre las demás naciones
de la época, y no quiere negar
“la valiosa ventaja que prescribe el procedimiento y modo legal, para hacer uso de aquel
derecho de que nos hallamos investidos, al par que los demás hombres de otras naciones
civilizadas, para que con la razón y el derecho mostremos a quien corresponda nuestras
penalidades y sufrimientos, oviando con esta conducta de aquella odiosa calificación con que
indebidamente siempre se ha querido degradar nuestra raza, nivelando nuestros justos y sencillos
actos al puro hecho de inculto salvaje y del indomable bruto”.
El discurso sobre la paridad entre naciones lleva a compartir la imagen
totalmente negativa de la colonia, propia de los liberales, pero con un matiz
radicalmente distinto: la nulidad de los títulos de las haciendas en 1877 se origina
“por medio de la conquista en las Américas con notorio ultraje del derecho: antes de esta época
los habitantes de ellas habían estados revestidos con legítimos y originarios títulos, por haber
sido este suelo su señalada patria, y su pacífica y larga posesión nadie con pruebas evidentes les
podía haber puesto en duda”.
El primer elemento histórico que define la patria-nación indígena es por
tanto la legitimidad de los títulos de ocupación del suelo antes de la conquista española.
Como es bien sabido, fue esta una de las argumentaciones que Francisco de Vitoria
utilizó desde su cátedra de Salamanca para anular la legitimidad de la conquista
armada, y defender la de la evangelización, único título que justificaba la colonización
de América. Más radicales aún, y más conocidas entre los indios desde siempre, fueron
las ideas de Las Casas, que el texto reivindica, al recordar “la práctica detestable de las
encomiendas”, como un bienhechor de la humanidad por su lucha en defensa de “los
principios eternos del catolicismo”. A partir de Las Casas el texto hace un recorrido
sintético, pero muy preciso, de las principales medidas que afectaron la nación indígena
a lo largo de la Colonia, desde las composiciones de tierras, las reducciones, las leyes
sobre dotación de tierras etc, todo esto con referencias constantes a la documentación
probatoria del Archivo General de la Nación. El detalle nos sugiere que en 1877 los
pueblos y sus procuradores ya tenían un buen entendimiento del papel que el Archivo,
fundado por Alamán tres décadas antes, podía desempeñar en los pleitos sobre tierra.
Antes de seguir con el segundo elemento histórico que conforma la idea de
Nación indígena, vale la pena detenerse sobre la imagen que el texto ofrece del siglo
XIX, empezando por la independencia. Cabe destacar aquí tres puntos: la evaluación
positiva de los decretos de las Cortes de Cádiz en materia de repartimiento de tierras en
158
favor de “los hijos del país”, la referencia al decreto de Hidalgo de 5 diciembre de 1810
sobre las tierras indígenas y, por último, la interpretación de los hechos que en 1821
desembocaron en la Independencia:
“Los españoles más tarde lo comprendieron así; pues muchos de estos ricos extranjeros
aceptaron la independencia, para conservar en el mismo estado estos intereses, pasándose al lado
de los independientes, traicionando su patria. Tan que fue así, que casi ellos mismos impulsaron
á que se pusiera en frente de la revolución el general español D. Agustín de Iturbide, con el fin
que se respetase la propiedad [...] Sencible es decirlo, pero es la verdad. Nuestras autoridades
olvidaron el derecho de post liminium con que recobró América, entre la que se numera la
Nación Mexicana, sus derechos con su independencia: en el hecho mismo de respetar
indebidamente una propiedad viciosa y llena de nulidad”.
A más de la visión de un Iturbide “español”, que consuma la independencia
para conservar los privilegios, una cuestión todavía debatida por los historiadores, es
central para nuestro tema la referencia al principio del post liminium, porque nos indica
que la idea de Nación indígena-mexicana tiene sus fundamentos doctrinarios, y de ahí
históricos, en el jus gentium de la tradición jusnaturalístico-católica, tal como se fue
adaptando a la Nueva España en los siglos XVI y XVII. Es bien sabido que el jus
gentium fue una estructura juridíco-conceptual que, desde la patrística hasta la
escolástica y la neoescolástica, sirvió para decidir si un territorio conquistado, al tener
antes de la conquista la naturaleza de un Reino, se quedaba dueño de sus derechos o no.
En este marco, el principio de Postliminia reconocía, al ser aplicado, el derecho de los
cautivos de guerra a recuperar su originario status jurídico una vez liberados. Estas
cuestiones fueron centrales en el famoso debate sobre la naturaleza del indio americano
tras la conquista. Valgan tres citas: cuando Las Casas disputó con Sepúlveda en
Valladolid en 1550-51, negó la teoría de la guerra justa afirmando que los indígenas
“tienen bastante policía para que por esta razón de barbaridad no se le pueda hacer
guerra”391. Vasco de Quiroga en el De debellandis indis de 1553 afirmó rotundamente:
“tampoco obsta lo que se argui en contrario de que, pues lo dichos príncipes de Indias afirman
haber obtenido por el Derecho de Gentes sus sedes y principados, no deben ser molestados ni
por el Papa ni por el Emperador, y menos por los mencionados reyes de España”392.
Torquemada no por casualidad tituló su obra Monarquía Indiana:
“Siendo una de las condiciones de las Leies, vivir en Pueblos y Republicas formadas, claro
391 Bartolomé de LAS CASAS, Tratados, México, 1974, p. 283. 392 VASCO DE QUIROGA De debellandis indis, México, 1988, p. 161.
159
consta, que estas Naciones Indianas las tuvieron, como la demás Gente del Mundo”393.
En el siglo XVI los teólogos apelaron al jus gentium para solucionar el gran
problema de los títulos legítimos de la conquista. En 1877 el autor, o los autores, de la
petición de los 54 pueblos indígenas de Guanajuato apelaron al jus gentium para dar un
otro sentido a la independencia de México, y así legitimar otra idea de Nación. En base
al principio de Postliminia, con la independencia la nación Mexicana salió de su
cautiverio y recobró su libertad, una libertad que tenía antes de la conquista:
“los habitantes de las mismas América, cuyas Naciones Occidentales conquistadoras, apenas
ejercieron su soberanía sobre ellos 300 años, al fin estas proclamaron su independencia,
reconquistaron su libertad, por que es país de libres, con títulos justos y con el derecho de
patria”.
Es, ni más ni menos, el esquema del patriotismo criollo colonial revertido,
transformado en patriotismo indígena, y ubicado en el marco de los nuevos derechos
constitucionales. Con una tajante diferencia: la Nación de los liberales nace en 1810, la
de los indígenas existía antes de la conquista. ¿Era acaso la de las civilizaciones
antiguas? Sí y no. Ya subrayamos que el concepto tiene una naturaleza moderna: una
colectividad más un territorio y unos lazos comunes. La Nación perfilada en el
documento tiene cara liberal y un cuerpo indígena mítico: el del catolicismo
evangelizador novohispano. Se afirma con palabras modernas:
”a nosotros pues nos toca el derecho de defender, y probar que el suelo de este continente nos
pertenece por el mismos derecho de propiedad y dominio que los pueblos de las demás
Naciones”
Pero, a las pocas líneas nos encontramos con que:
“Nos asiste la fé de creer aquel dato de la Biblia que refiere el Génesis cap.10 v.30, al numerar
los nombres de los treces hijos de Jectan hermano de Faleg, de la descendencia de Sem, de
donde sin duda procedemos [...]. Así pues, a pocos tiempos de la confusión de idiomas,
multiplicada la numerosa descendencia de las Indias Orientales, pasaron á poblar las Indias
llamadas Occidentales [...] y recordamos con noble orgullo los nombres de los sietes jefes que
partieron desde Sennaar [...] estos fueron los fundadores de las populosas Ciudades en el otro
continente: y sus inmediatos sucesores fueron los que les tocó en suerte de haber fundado en el
nuevo, las fundaciones primitivas de Axocho con los Xilancas [...] en Xalisco con parte de los
descendientes de los Totecas con sus gefes Ehecatl y Cohuatl, tomando poseción rumbo a
Ecatepetl los Olmecas con su Gefe Apopocanub [...] hacia Oaxaca los Zapotecas...”
393 TORQUEMADA, Monarquía Indiana, México,1975,p.314
160
Es muy posible que estas referencias al antiguo principio de la origen
común del hombre, que los evangelizadores del siglo XVI manejaron a menudo, y que
entró en el imaginario del patriotismo criollo colonial, tengan una justificación lógica
en el texto: legitimar más el uso del jus gentium para reivindicar la existencia de un
Derecho Territorial Patrio previo a la constitución liberal. Una manera para crear lo que
técnicamente se diría una “fuente de derecho”, a partir de la cual reinterpretar la carta
fundamental mexicana, y llegar así a una definición de lo que es el “bien común”.
Precisamente sobre este punto se cierra la petición: “Justicia fundada en la verdad,
solicitamos, en favor del bien común de los que somos mexicanos”.
Este documento es sólo unos de los tantos que a lo largo del siglo XIX los
pueblos enviaron a los gobiernos republicanos. No corresponde a un modelo, pero sí a
unas prácticas del imaginario que, aunque daban productos diferentes, seguían el
mismo camino sincrético. No es difícil imaginar que un estudio exhaustivo de este tipo
de documentación podría dar cuenta de las diferentes ideas de Nación y de bien común
que circularon en el México de los pueblos, limitando el arraigo de la obligación
política liberal.
1812: el origen del sincretismo moderno
Hay que dar ahora un paso atrás, para intentar responder a una pregunta
inevitable, tras el análisis del texto de 1877: ¿como y cuando empezaron estos procesos
sincréticos en México? Notese que el texto de 1877 evalúa positivamente los decretos
de las Cortes de Cádiz sobre repartimiento de tierras a los indígenas, a pesar que otros
decretos habían suprimido las Repúblicas de indios. Esta última medida no parece tener
mucha importancia en 1877, más aún, por lo que hemos visto de la documentación
pueblerina, en ningún momento del siglo XIX las Repúblicas coloniales son
reivindicadas como una fuente del derecho indígena a las tierras. Las fuentes a las que
se apelan las comunidades son por lo general: los títulos concedidos por la corona, los
derechos de cada pueblo a tener su dotación según las leyes de Castilla y de Indias, que
siguieron vigentes en esta materia a lo largo de todo el siglo, y, por último, el
autonomismo municipal. El dato no escapó a la atención de los historiadores: todos los
pueblos, máxime los indígenas, fueron siempre duros defensores de la autonomía
municipal. Es muy posible que el documento de 1877 tenga a que ver con este punto,
porque el Plan de Tuxtepec que en 1876 abrió a Porfirio Díaz el camino al poder,
prometió defender las libertades de los municipios, lo cual desencadenó el año siguiente
un fuertísimo movimiento de pueblos en todo el país.
Para contestar a nuestra pregunta acerca de los orígenes de los sincretismos
161
“modernos”, para así decirlo, hay que explicar por qué una institución de puro corte
liberal, como el municipio electivo, tuvo tan éxito en una sociedad como la mexicana,
comunitaria y capaz de reinventar sus pasados para defender su presente. La
explicación clásica apunta al peso de la tradición ibérica, fuerte ya en la colonia y
después en la república. Y por cierto en el siglo XIX hubo una literatura al respeto, que
cobró mucha fuerza en los años del Porfiriato. Pero se trató de un fenómeno urbano, de
capas intelectuales que buscaron un modelo histórico de libertades para criticar con más
legitimidad el poder omnímodo de don Porfirio. No parece que estos grupos tuviesen
muchos nexos con los pueblos del país. Tampoco había compatibilidad cultural entre el
municipalismo pueblerino y el de los intelectuales, puesto que el primero no reivindicó
nunca una supuesta tradición ibérica. Hay por último un dato, que quizás sea el más
tajante: en la famosa Ley Lerdo de Tejada, que en 1856 dictó alguno de los grandes
principios de la Reforma liberal en materia de desamortización de los bienes
corporativos, se lee algo muy extraño. En el art.6 la ley enumera las corporaciones a
desamortizar: entre las “típicas” para cualquiera liberal, conventos, cofradías,
hermandades, hospitales etc, encontramos a los ayuntamientos constitucionales. ¿De
donde vino esta formal aberración jurídica, que igualó instituciones coloniales a una
republicana, liberal, y representativa? La cuestión parece aún más extraña al considerar
que Lerdo fue uno de los más cercanos colaboradores de Benito Juárez y unos de los
autores destacados, junto a Melchor Ocampo, de las leyes de Reforma, un hombre al
que se puede reprochar todo, pero no el equivocarse sobre aspectos doctrinales.
El art. 6 muestra por tanto que algo muy serio pasó entre el
constitucionalismo liberal y los pueblos mexicanos durante las primeras décadas del
siglo XIX. En 1857 había miles de ayuntamientos constitucionales, la gran mayoría
ubicados en las áreas indígenas del centro-sur del país, y máxime en el estado de
Oaxaca. Si hiciésemos una sumaria correlación entre habitantes y municipios en el
México de 1857 y lo comparásemos con la situación de un país europeo, quizás los
datos estarían en favor de México. Esta proliferación extraordinaria de municipios en el
México republicano no fue una herencia colonial, sino una consecuencia de la primera
experiencia liberal, la gaditana, entre 1812-14, y 1820-24394. En estos pocos años se
dieron las condiciones que llevaron los liberales de la Reforma a atacar a los
ayuntamientos constitucionales. Este ataque intentó destructurar el resultado más
concreto del sincretismo cultural de los pueblos: el nuevo tipo de control sobre las
tierras a partir de los ayuntamientos electivos.
El enlace entre la nueva institución local y los antiguos derechos
mancomunales no estaba en absoluto previsto por ningún decreto, y menos aún por la
394 La referencia a 1824 toma en consideración el hecho que en el interludio iturbidista la carta gaditana siguió vigente en todo lo que no dependía de los Tratados de Córdoba y de la legislación del neo-imperio, que no modificó la materia de la que tratamos aquí.
162
carta gaditana, pero se dio igualmente por la fuerza de circunstancias muy particulares,
como fueron las que condujeron al colapso del imperio español en América y en Nueva
España. Hay como una paradoja en este gran problema que obligó a los liberales de la
Reforma a promulgar una ley jurídicamente tan deforme como la de 1857: la
constitución de Cádiz fue hasta 1848 el modelo ideal de los liberales europeos que
luchaban contra la Restauración, desde los carbonaros piemonteses hasta los decabristas
rusos. Pero fue en la lejana América de los Virreyes y de los indígenas donde esta
constitución tuvo más arraigo y, a su manera, más éxito. No aseguró estabilidad a la
nueva república, pero sí proporcionó a los pueblos un papel protagónico como nunca lo
habían tenido antes.
Este resultado tan imprevisto dependió, como se ha dicho, de la coyuntura
de crisis, pero fue propiciado también por aquellas partes de la carta gaditana que
trataron de los ayuntamientos y de las elecciones. Es bien sabido que unas de las
hazañas más espectacular de la constituyente de Cádiz fue la de admitir a la ciudadanía
y al voto a los indios americanos, y de excluir a castas y negros. No se trató por tanto
de un derecho de voto universal, pero tampoco censitario. El sistema electoral de
segundo grado para las Cortes, y de primer grado para los ayuntamientos
constitucionales, tuvo como modelo el francés de 1791, pero adaptado a las sociedades
del imperio. Hubo así requisitos diferentes según los niveles: en las juntas parroquiales
votaban también los analfabetos porque el voto era público y en alta voz. En las juntas
de partido, aunque no se dijo, podían votar sólo los alfabetizados porque el voto era
secreto y se daba por escrito, igual que en las juntas de provincia para elegir a los
diputados a Cortes, pero con el cláusula de que “se requiere además tener una renta
anual proporcionada, proveniente de bienes propios” (art.92). Aunque no en forma
rígida, el sistema de voto gaditano respetó en principio las jerarquías sociales, pero
enlazándolas alrededor del nuevo modelo de representación política. Para nuestro tema
cabe destacar que la idea de ciudadanía y de sus derechos no fue en absoluto de corte
francés, abstracta y universal. No todos los nacidos en un territorio del imperio eran
ciudadanos: se necesitaba ser jefe de familia, mayor de 25 años, avecindado o residente
en un pueblo, y tener “modo honesto de vivir”. Es decir que los derechos políticos
activos se fundaron sobre tres principios clásicos de los mundos hispánicos: la
vecindad, la familia, la notoriedad del individuo frente a la comunidad de pertenencia.
¿Qué otra institución podía decidir si un modo de vivir era honesto? De ahí que el
fundamento de la representación liberal gaditana se ubicaba más en la comunidad local
organizada que en el individuo. No fue por casualidad que la circunscripción electoral
fue la parroquia, el pequeño universo de vecinos-feligreses que, a más de conocerse
entre sí por las practicas del culto y las demás formas de sociabilidad religiosa de los
pueblos, estaban inscritos en los registros parroquiales, única fuente legal para
163
identificar a los votantes.
Podemos detectar a este nivel de la constitución una asimetría que tiene
mucha relevancia para nuestro tema: la soberanía de la nueva Nación española en los
dos hemisferios se definió de manera abstracta, con una monoidentidad absoluta,
mientras que la naturaleza del territorio de esta Nación hispánica fue radicalmente
distinta. No fue concebida por los constituyentes como geométrica, y por tanto no fue
dividida desde el centro en distritos, para reducir los habitantes a meros números de
votantes. El territorio se quedó tal cual era antes de la constitución, es decir un conjunto
de territorios parroquiales que, cada uno por cuenta propia, definió ahora quién era
ciudadano y votante. Cabe destacar que las discusiones en Cádiz acerca de la soberanía
fueron muy animadas, y que los americanos se contaron entre los que más se opusieron
al concepto monista, mientras que no hubo contraste acerca del territorio. Los diputados
gaditanos se quedaron a pesar de todo en el marco del jusnaturalismo católico clásico,
según el cual la sociedad es un sujeto natural e ilimitado frente al Estado, sujeto
limitado y artificial.
La asimetría entre soberanía y territorio dejó un espacio constitucional para
que las sociedades locales entrasen con sus valores en los procesos de construcción de
la nueva representación electiva. En esta perspectiva, el art. 50 jugó un papel
estratégico porque otorgó a las juntas parroquiales el poder de decidir en forma
inapelable sobre los requisitos de los votantes395. Es decir que los mismos electores
decidían constitucionalmente sobre quien tenía derecho de votar: el Estado, con sus
funcionarios viejos y nuevos, se quedó afuera. El otro artículo clave fue el que
reconoció a todos los pueblos con un mínimo de 500 habitantes el derecho de instalar
su propio ayuntamiento electivo. También este artículo constitucionalizó algo que ya
existía: en primer lugar la naturaleza institucional de los pueblos, que se quedaron con
su personalidad jurídica, y, en segundo lugar, el principio clásico según el cual eran los
vecinos de un territorio quien decidían de formar un pueblo. Y es bien sabido que un
pueblo podía ser constituido por un conjunto de “lugares” diferentes, como rancherías,
caseríos, estancias, comunidades, etc., máxime en las áreas novohispanas.
En síntesis, el incipit de la constitución no era tan ficticio como a veces se
ha dicho: en muchos puntos la carta se asentó realmente en ”las antiguas leyes
fundamentales de la Monarquía”396, según un espíritu a la Montesquieu que no fue en
absoluto ajeno a los liberales españoles.
395 “la misma junta decidirá en el acto lo que le parezca y lo que decidiera se ejecutará sin recurso alguno por esta vez y para este sólo efecto”.396 “Las Cortes generales y extraordinarias de la Nación española, bien convencidas, después del más detenido examen y madura deliberación, de que las antiguas leyes fundamentales de esta Monarquía, acompañadas de las oportunas providencias y precauciones, que aseguren de un modo estable y permanente su entero cumplimiento, podrán llenar debidamente el grande objeto de promover la gloria, la prosperidad y el bien de toda la Nación, decretan la siguiente Constitución política para el buen gobierno y recta administración del Estado”.
164
En Nueva España la Carta se aplicó en medio de una guerra civil, lo cual
condicionó en forma decisiva el encuentro entre las sociedades locales y el nuevo tipo
de representación. La crisis de legitimidad del gobierno español fue lucidamente
percibida por algunos de sus dirigentes, en particular por Felix María Calleja, quien ya
en 1811, al mando de las tropas que luchaban contra los insurgentes, describió en pocas
y secas líneas al Virrey Venegas la situación:
“Este reino pesa demasiado sobre una metrópoli que vacila. Sus naturales, y aun los mismos
europeos, están convencidos de las ventajas que les resultaría de un gobierno independiente, y si
la insurrección absurda de Hidalgo se hubiera apoyado sobre esta base, me parece, según
observo, que hubiera sufrido muy poca oposición” 397.
Dos años más tarde Calleja substituyó a Venegas, y, si bien era un feroz
antiliberal, utilizó la carta gaditana para aislar políticamente a la insurgencia
promoviendo la instalación de los ayuntamientos constitucionales, en contra de la
opinión de la Audiencia de la Ciudad de México que envió un informe secreto a la
Regencia pidiendo la suspensión de la constitución en Nueva España398. Esta política
fue aun más fomentada en el bienio 1820-21, cuando se restauró la carta gaditana y la
situación novohispana estaba ya comprometida. Tres fueron las consecuencias : una
difusión extraordinaria de los nuevos ayuntamientos constitucionales, que llegaron a ser
casi un millar; una fuerte autonomía de los pueblos en cuanto a las practicas electorales;
una forma de autogobierno completo de los nuevos organismos sobre sus territorios, a
tal punto que los pueblos empezaron a definirse “soberanos”. Fue este el signo más
vistoso de los procesos de sincretismo moderno desencadenados por la crisis del
imperio. En el idioma de los pueblos ser “soberanos” significó tener autogobierno
completo en el campo de la fiscalidad y de la justicia local. No se trató de una
reivindicación sino de un hecho totalmente consumado: un decreto de las Cortes había
planeado en 1813 la reforma del aparato judicial, quitando a los intendentes y
subdelegados dos de las cuatro causas y pasándolas a un nuevo cuerpo de jueces que no
se logró nunca instalar en Nueva España.
El vacío jurisdiccional fue así llenado por los ayuntamientos, lo cual
constituye quizás la ruptura más radical de la experiencia gaditana, si reflexionamos
acerca de lo que significaba para la mentalidad colectiva el ejercicio de la justicia local
en una sociedad pluriétnica y del antiguo régimen como era la Nueva España. La
Monarquía Católica conservó durante tres siglos la lealtad de las Indias gracias a una
practica negociada de la justicia. Se puede interpretar el dato como “impotencia” o
397 Carta reservada del Brigadier General Félix María Calleja al virrey Francisco Xavier Venegas, Valladolid, 29 enero de 1811, Archivo General de la Nación de México (AGN), Historia, t. 326, exp. 4. 398 El texto completo del informe lo publicó J. DELGADO,La Audiencia de México ante la Rebelión de Hidalgo y el estado de Nueva España, Madrid, 1984.
165
“corrupción”, pero es cierto que para indios y criollos la debilidad de la Corona en este
campo fue siempre percibida como un reconocimiento de la practica de la justicia según
los códigos locales399. El principio de la retroversión de la soberanía, invocado por los
cabildos provinciales americanos en 1808, consolidó aun más esta idea, puesto que
unos de los atributos de la soberanía era precisamente la justicia. Nada extraño por
tanto que los nuevos pueblos-ayuntamientos hicieran los mismo. El punto relevante es
que así los pueblos llevaron a su última consecuencia la fragmentación de la soberanía
empezada en 1808, generando lo que tras la independencia fue percibido por los nuevos
gobernantes como “anarquía”400. Este fenómeno se radicalizó en el interludio iturbidista,
siendo acompañado significativamente por la pérdida de la capacidad recaudadora de
los gobiernos. También en Nueva España hubo siempre una relación estrecha entre
justicia y fiscalidad. La difusión de los ayuntamientos la mantuvo y hasta la
institucionalizó, pero en contra del Estado: al tener la posibilidad y la necesidad de
cubrir sus gastos, los nuevos órganos electivos crearon un filtro fiscal entre gobierno
central y territorio, monopolizando las contribuciones. La ofensiva de los
ayuntamientos llegó al punto de exigir a los subdelegados los archivos de las cuatro
causas401. El hecho evidenció clamorosamente la revolución que se estaba consumando
a nivel local al aplicarse la constitución: una masiva transferencia de poderes del Estado
a los nuevos municipios electivos.
La de los pueblos-ayuntamientos fue una revolución silenciosa, que se
consumó por debajo de los grandes acontecimientos que marcaron la quiebra de la
Colonia, y sin embargo, si la miramos desde la perspectiva del siglo XIX, fue quizás la
más importante para entender los dilemas republicanos. En primer lugar porque la
primera experiencia liberal mexicana fue obra de la burocracia colonial y no de los
criollos. En segundo lugar porque la difusión masiva de los municipios gaditanos
399 Quizás valdría la pena reflexionar acerca de los nexos entre la “debilidad” de la Corona y el principio de la limitación del poder del rey, que formaba parte de la tradición constitucional de la Edad Media europea y española. John Elliott opina que “the idea of consent survived in Spanish America, and was extended even to the república de indios, which was held to have subject itself voluntary to the Spanish crown”, ponencia presentada por el Autor en el Congreso “Le Nouveau Monde-Mondes Nouveaux. L'expérience américaine”, Paris, Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, junio 1992 (por aparecer).400 Un ejemplo de esta percepción es lo que escribía en 1825 con su lucidez habitual Lucas Alamán: “roto el freno y atropellada la obediencia a las autoridades superiores, no hay nada que ligue entre sí a las inferiores, ni menos que las haga aparecer respetables a los ojos de los ciudadanos, siguiéndose de aquí el desorden, la anarquía, y la guerra civil”, cit. en M. BELLINGERI, Conflictos y dispersión de poderes en Yucatán(1780-1831)”, A. ANNINO, R. BUVE, El liberalismo en México, Cuadernos de Historia Latinoamericana, n.1, 1993.401 “Como está ejerciendo el alcalde constitucional todas las funciones, y quedo yo como particular vecino, hablando debidamente protesto no ser responsable yo, ni mis fiadores del cobro”, así se quejaba el subdelegado del partido de Metepec en un carta al Intendente del México (junio 1820), AGN, Historia, vol.435, exp. 32. La concentración de poderes en los ayuntamientos tenía una base legal en el mismo decreto de 1813 sobre los tribunales. El art.7, cap.4 contempló la posibilidad de que:“mientras no se haga la distribución de los indicados jueces de partido se sigan las causas y pleitos civiles y criminales entre los Jueces de letras de real nombramiento, los Subdelegados, y los Alcaldes constitucionales de los pueblos”.
166
provocó una dispersión de la soberanía tan radical que puso a los gobiernos
republicanos en una encrucijada de soberanías diferentes. Y por último, porque la
entrada de las comunidades en el marco constitucional dio origen al sincretismo
moderno: la política de la memoria pueblerina leyó el constitucionalismo liberal como
un idioma que permitía enlazar los derechos antiguos comunitarios a los nuevos. El
éxito más importante fue poner al amparo de los ayuntamientos electivos las tierras y
demás bienes de comunidad. No sabemos todavía los cambios que se produjeron en las
comunidades, pero la ley Lerdo nos dice que esta estrategia tuvo éxito.
El punto es relevante por muchas razones. Aquí cabe destacar que el
sincretismo moderno no secularizó las relaciones entre pueblos y tierra. Los conflictos
con las haciendas siguieron involucrando intereses materiales e inmateriales, poniendo
en juego las identidades comunitarias. El documento de 1877 expresó una idea moderna
de nación indígena, y sin embargo reiteró que:
“Nosotros comprendemos que sin arraigo no podemos formar pueblos, y nos vemos en el caso
de creer que tenemos perdido patria, si no se nos hace justicia y concede el bien que
solicitamos”
La etapa gaditana jugó una papel crucial también en este campo. Al fin y al
cabo, esta constitución no quiso proponer una visión secularizante de sí misma. Si nos
fijamos sobre la estrategia de las imágenes y de los rituales, que las Cortes planificaron
para la publicación del texto, es evidente que no se inventó ningún rito o representación
colectiva nuevos, como se hizo en Francia.
El único signo nuevo fue el nombre que pueblos y ciudades pusieron a sus
plazas principales: Plaza de la Constitución. En Nueva España la guerra civil hubiera
sin duda limitado cualquier intento de proponer un imaginario secularizante, más
porque los insurgentes eran aun más tradicionalistas de sus enemigos. No es que no
hubiera cambios: la difusión de folletos, catecismos y libros contra el “despotismo” y
en favor de la constitución fue notable402. Sin embargo el discurso escrito quedó ajeno al
discurso visual, así que el cambio no superó el ámbito urbano, y si es que llegó a los
pueblos fue incorporado en el imaginario local por la fuerza de éste, y por la
legitimidad que le otorgaron los ritos de juramento y publicación de la Constitución.
Las dos actos fueron planeadas por las Cortes, y al igual que los artículos sobre las
elecciones, nos enseñan mucho sobre cómo los pueblos se vincularon con la primera
experiencia liberal. Cabe marcar otra vez lo relevante del substrato cultural de la carta.
Las Cortes destruyeron muchos privilegios, pero no atacaron la clásica idea hispánica
según la cual la sociedad estaba constituidas por cuerpos naturales. Quizás, para un
liberal francés de la época cuerpos y privilegios eran la misma cosa, pero para un
402 Véase a este propósito F.X. GUERRA,Modernidad e Independencias, Madrid, 1992, pp. 227-269.
167
liberal español seguía vigente una fundamental distinción: los privilegios cabían en la
esfera política, los cuerpos no, formaban parte de la sociedad “natural” de la tradición
jusnaturalista católica.
Las ordenanzas de las Cortes no dejan lugar a dudas: la constitución tenía
que ser jurada por los cuerpos: abogados, oficiales, médicos, artesanos, universidades,
milicias, oficinas administrativas, la misma Audiencia y, por supuesto, lo pueblos.
Y así se hizo. El juramento fue un acto religioso, en nada diferente al
pasado: al centro del escenario el texto gaditano estaba expuesto en una mesa con al
lado del crucifijo, un evangelio, unas velas, y muchas veces la imagen del rey Fernando
VII. Ningún nuevo símbolo. La naturaleza tradicional del juramento plantea el
problema de que tipo de obligación política estuvo a la base de la constitución de
Cádiz: si el contractualismo hispánico clásico o el vínculo moderno fundado sobre la
voluntad. Un estudio reciente ha subrayado en forma convincente el nexo entre la
evolución del juramento en el constitucionalismo occidental y el itinerario hacia la
secularización de la obligación política403. No es por tanto atrevido tener dudas sobre el
caso gaditano, más si miramos al sentido de la palabra publicación. El termino no es
nada nuevo, pertenece al idioma de los antiguos regímenes, define el acto ritual por
medio del cual el rey hacía una pública representación de su dominio frente a sus
súbditos, algo bien diferente de lo que se considera la esfera pública moderna. No se
trata de discutir a secas sobre lo moderno o no de la constitución de Cádiz, sino de
ubicar críticamente este texto en su marco histórico: una etapa de cambios pero no de
rupturas a toda costa, de búsqueda de equilibrios difíciles entre lo viejo y lo nuevo, y
que constituye la cara especifica de las revoluciones hispánicas. Por otra parte, la
presencia de retratos del Rey en las ceremonias de juramento y de publicación nos
remiten a uno de los puntos cruciales de nuestro tema: la yuxtaposición de la tradicional
fidelidad al rey con la obligación política hacia la Constitución. ¿Hasta qué punto la
mentalidad pueblerina podía percibir la novedad de una monarquía constitucional, que
implicaba una nueva estructura de las lealtades?
El dilema es evidente. En sus cartas a los intendentes, los subdelegados
describieron detalladamente las ceremonias de juramento y de publicación en los
pueblos. Los ritos no fueron idénticos en todas partes, pero tuvieron mucho en común.
No hay duda que no modificaron el modelo de las fiestas comunitarias de los santos
patronos. Tres eran los días de festejos, con procesiones de santos, tianguis (los
mercados indígenas por medio de los cuales las comunidades intercambiaban sus
productos según precisos ejes territoriales), repique de campanas,cohetes, pelea de
gallos, y desfilé varios. En fin, encontramos en las cartas el universo de devociones y
de sociabilidad que los funcionarios borbónicos habían tachado de “paganismo” dos
403 P. PRODI, Il sacramento del potere. Il giuramento politico nella storia costituzionale dell’Occidente, Bologna, 1992.
168
décadas antes. La publicación de la carta gaditana representó sólo el evento sacro más
importante entre otros más. Un decreto de las Cortes había ordenado que en la misa o
en el Te Deum el cura párroco ilustrase a lo feligreses la “bondad” del “sabio texto”, y
así se hizo en todos los pueblos, pero con algo más: la procesión de la constitución.
Después de la misa el texto era físicamente traído en procesión sobre los hombros,
como una imagen sacra, y recorría los barrios, las demás iglesias, capillas y conventos.
Los vecinos lo seguían repartidos en cuerpos: los eclesiásticos, el subdelegado junto a
los jefes de milicias, los “vecinos respetables”, el “cuerpo principal de la república”, y
la vecindad organizada según las cofradías de pertenencia, cada una con el estandarte
de su santo patrono. Dos observaciones más: a pesar de la supresión de las repúblicas
de indios por parte de las Cortes, en Nueva España se sigue hablando de ellas en la
documentación oficial de las autoridades. En segundo lugar, las procesiones de la
constitución, al no ser diferentes de la tradición, legitimaron el orden social existente y
su imaginario.
Es muy posible por tanto que los pueblos, y máxime las comunidades
indígenas, percibiesen el texto sin su autonomía cultural: era algo nuevo, pero bien
insertado en los códigos de comunicación simbólica de la tradición local. En cierta
medida, precisamente la novedad del “sabio código” consolidaba la legitimidad de estas
culturas, permitiendo el desarrollo de un nuevo tipo de sincretismo. En este contexto el
principio de fidelidad monárquica pudo jugar un papel relevante :
“el gobernador hace presente a los republicanos de los Pueblos que comprende, a los Alcaldes de
voto y demás Indios vecinos y asociados del Sr. cura párroco […] y conducimos el Retrato de
nuestro Augusto y Católico Monarca a la parroquia..y con el mismo retrato y la propia
solemnidad pasamos al convento de las religiosas de San Juan de la Penitencia en donde fue
recibido y después cantó el Te Deum la comunidad. De allí pasamos al colegio de San Ignacio
de Loyola […] de modo que llegamos a Tecpan a las dos de la tarde haviendo comenzado este
acto a la misa de la mañana. Por ultimo se colocó con la mayor decencia que pudimos el
referido retrato en vista del Pueblo”.404
Es difícil evaluar qué imagen dominaba en estos ritos, si la del Rey o la de
la Constitución, pero no hay duda que el imaginario que se utilizó en Nueva España
para “publicar” la constitución fue el de la fidelidad monárquica. Esta otra asimetría,
entre texto e imagen del texto, reprodujo muchas de las ambigüedades que desde
siempre acompañaron el itinerario de la fidelidad en América. La desigualdad entre los
vasallos, y el precario equilibrio entre la lealtad hacia el Rey y hacia la comunidad,
habían marcado muchos de los conflictos que se dieron en el último siglo antes de la
crisis final del imperio español.
404 Juramento de la parcialidad de San Juan de Tecpan, AGN, Historia,vol.403, f. 51.
169
Como en Europa, también en América las rebeliones, la de los comuneros
de Socorro como la de Tupac Amaru, para citar a las más famosas, habían siempre
separado la responsabilidad del Rey y la de sus funcionarios. Es que el principio de la
fidelidad tenía algo de absoluto y eterno, un deslinde no superable a pesar de los
conflictos: no sólo el Rey, sino Dios, el honor, y las identidades colectivas estaban
comprometidos. Cuando Morelos habló claramente de independencia, nunca empleó la
palabra “república” para definir la futura forma de gobierno. El punto se quedó
sencillamente sin resolver. Con Cádiz el dilema entre fidelidad y obligación originó dos
posturas muy diferentes: la de los grupos independentistas de las élites, que buscaron en
el Plan de Iguala un nuevo equilibrio entre los dos principios; y la de los pueblos que,
al amparo de la fidelidad, legitimaron una nueva forma de autogobierno local, leyendo
la Constitución como una nueva forma de pactismo entre el Rey y sus súbditos. Si la
miramos en esta perspectiva, la etapa gaditana se presenta como una redefinición de los
valores, de los problemas, y de las practicas históricas de la fidelidad novohispana.
Sin embargo, esta constitución no fue sólo una extraordinaria experiencia
en el imaginario de los pueblos. El sincretismo se dio también en las practicas, en
particular a lo largo de los procesos electorales para la instalación de los ayuntamientos.
En las elecciones encontramos el origen del problema que la ley Lerdo quiso resolver
en 1857. El caso más clamoroso se dio en la misma capital, en la Ciudad de México,
cuando en 1820 los gobernadores de la extinguidas parcialidades de San Juan
Tenochtitlán y de Santiago Tlatelolco pidieron al Virrey que los fondos de las cajas de
comunidad de las repúblicas no se tocasen hasta que las dos parcialidades no instalen
sus respectivos ayuntamientos.
Con esta motivación:
“porqué así lo exige el numero de almas que se comprenden en ellas y el diverso que tiene a su
cargo el actual Ayuntamiento, porqué no queremos correr la suerte desgraciada anterior, cuando
ahora estamos cubiertos y amparados por la protección que nos despensa la Constitución Política
de la Monarquía; y en tal concepto, aspirando como sólo aspiramos a la conservación, aumento,
seguridad, y custodia de unos fondos que son de nuestros pueblos, destinados única y solamente
para los fines que aquel sabio código señala, parece conforme a el, que no sólo se ha de contar
con nuestra anuencia para su traslación, sino que antes que esto se verifique se nos entreguen las
cuentas, para que, haciendo los repasos y adiciones a que nos conduzcan nuestros
conocimientos, V. E., ó la Diputación Provincial, con vista de todo, resuelvan lo que agradecen
de justicia”405.
El intento no tuvo éxito por la oposición del Ayuntamiento de la capital,
405 Archivo de la Diputación Provincial de Nueva España, vol.1,1820, exp. 2.
170
instalado en 1812406, sin embargo queda el hecho con sus implicaciones: los indígenas
defendieron muy pronto la Constitución, y hasta pensaron fraccionar el espacio urbano
capitalino en tres ayuntamientos, uno de blancos y dos de indios, lo cual indica que el
sentido de pertenencia a la “ciudad” no existía entre los indígenas, un dato más para
reflexionar acerca de lo que fue lo “urbano” colonial en Nueva España.
En las áreas rurales la situación era más ventajosa para las comunidades
indígenas, y fue posible en muchísimos casos poner los bienes de comunidad al amparo
de los ayuntamientos. La masa de datos que hay en los archivos mexicanos, sea en el
nacional que en los locales, es realmente notable, y se necesitará mucho tiempo para
tener una visión cabal de todos los aspectos del fenómeno que nos interesa. Sin
embargo, es posible ya tener algunas ideas acerca de ciertos rasgos relacionados con
nuestro tema. Unos de los requisitos para el desarrollo del nuevo sincretismo era la
posibilidad para los indígenas de acceder a todos los cargos, no sólo a los de regidores,
sino también a los de Alcaldes, y así controlar el conjunto de los recursos materiales e
inmateriales. El problema es controvertido: Nancy Farriss en su clásico estudio sobre
Yucatán opina que los cargos de alcaldes de ayuntamientos cayeron en las manos de los
mestizos407.
En otras áreas, como en el valle de Toluca, cerca de la de México, la
situación fue distinta: en muchísimo casos los indígenas fueron elegidos alcaldes, y así
ocurrió en Oaxaca, que en 1821 estaba a la cabeza de las demás intendencias en cuanto
a numero de ayuntamientos (200). De manera que el acceso a los cargos altos tuvo que
depender de las situaciones locales. Lo que sí parece indudable es la adaptación de los
principios de la nueva representación a los valores políticos de las comunidades. El
subdelegado de Metepec, en el valle de Toluca, escribió escandalizado al Intendente
que en su partido “quieren esos pueblos igualarse a la ciudad de Toluca, comparan un
pueblo con las capitales”, señalando que el numero de regidores y alcaldes de los
ayuntamientos indígenas estaba muy por encima de la relación con el numero de
habitantes. La explicación es que un ayuntamiento podía integrar a varios pueblos, y en
este caso los indígenas mantuvieron el antiguo principio de las repúblicas: un
representante para cada pueblo408. En otros casos, donde convivían en un mismo pueblo
406 Hemos analizado esta primera elección, y la participación de lo indígenas, en A. ANNINO,Pratiche creole e liberalimo nella crisi di uno spazio urbano coloniale.Il 29 novembre a Cittá del Messico, en A. ANNINO, R. ROMANELLI, Notabili, Elettori, Elezioni.Rappresentanza e controllo elettorale nell’800, “Quaderni Storici”, n.69, 1988.407 N. FARRISS, Maya Society Under Colonial Rule.The Collective Entreprise of Survival , Princeton, 1984.408 En una petición a la Diputación Provincial para que se instale un ayuntamiento, el pueblo de Santiago Tlacotepec explicó que ”debe también tenerse presente que todos los habitantes de la cabecera como de la demás citadas hablan el idioma nazahual, por lo que es muy difícil que se vele en su prosperidad y comodidad,que es el objeto a que se dirige la instalación del ayuntamiento [...] todo se facilita con el ayuntamiento que se instale en Santiago, donde reunidos los demás pueblos puedan elegir de cada lugar respectivamente individuo que componga la corporación mencionada (subrayado nuestro), AGN, Operaciones de Guerra, vol.393, 1821, Gutiérrez del Maso, exp. 123.
171
blancos e indios, se siguió la regla de la cofradías mixtas, eligiendo un alcalde blanco y
uno indio. En San Miguel Almoloya del Rio (Intendencia de México) el subdelegado
señaló además un aspecto muy importante para nuestro tema:
“En la junta de vecinos en la que de común acuerdo de resolvió que se nombrasen dos alcaldes,
el uno español y el otro indio, distante el uno del otro y en sus barrios de residencia; un regidor a
cada uno de los barrios para que en lo inmediato, y en el caso de prontitud, administren justicia
en sus respectivos pueblecitos, dando cuenta a los alcaldes con oportunidad”409.
Los regidores administraban justicia en los “pueblecitos” que formaban
parte del municipio. No estaba escrito en ningún decreto de las Cortes, pero el hecho se
dio. Es la muestra más evidente de la revolución local novohispana: con la difusión de
los ayuntamientos constitucionales en las áreas rurales hubo una masiva transferencia
de poderes del Estado a los pueblos. Aquí, en la justicia, podemos detectar el
fundamento concreto de la dispersión de la soberanía a lo largo de los territorios. Vale
repetir lo que hemos dicho unas paginas atrás: en 1808 el mismo fenómeno se dio en
América, pero reivindicado y circunscripto a las ciudades principales. La instalación de
los ayuntamientos electivos rompió las fronteras urbanas y, para así decirlo, “ruralizó”
el espacio político novohispano.
El sincretismo moderno nace por tanto de un gran cambio: las ciudades ya
no son en 1820 las fuentes principales del poder, no controlan el territorio como antes
de 1812. La nueva autonomía de los pueblos va a ser unos de los desafíos más difíciles
para los gobierno republicanos.
1832: levantando la Nación de los pueblos
El enlace entre los pueblos y el constitucionalismo moderno dio lugar a
nuevas practicas políticas en la república. Hasta la caída de Iturbide los pueblos con sus
ayuntamientos habían participado activamente en los acontecimientos, en segundo
plano, pero ya con un poder relevante. Es, por ejemplo, significativo que para obtener
la caída del gobierno de Ciudad de México el Ejercito Trigarante de Iturbide haya
adoptado una estrategia de acercamiento progresivo a la meta, empezando su camino
desde la periferia. En 1808 fue suficiente un golpe en la capital para acabar con el
intento autonomista del cabildo. En 1821 la correlación de fuerza entre Ciudad de
México y el resto del país había cambiado radicalmente: para conquistar el poder era
ahora necesario tener el apoyo de unas provincias. Durante la marcha de su ejercito,
Iturbide buscó constantemente el apoyo de los ayuntamientos, grandes y pequeños y así
la Independencia fue posible gracias a una alianza entre el ejercito y los ayuntamientos
409 Ibidem, exp. 125.
172
constitucionales. Hecho aún más significativo, este modelo de lucha no cambió hasta la
Revolución Mexicana. La quiebra de los ejes territoriales consumada durante la crisis
del imperio nunca fue superada en el siglo XIX.
El mecanismo que obligó Iturbide a renunciar señaló un hecho nuevo: el
primer pronunciamiento de la historia moderna de México se dio en Soto de la Marina,
un desconocido ayuntamiento del norte, en octubre de 1822. El responsable fue, como
es notorio, el Brigadier Felipe de la Garza pero su “petición” (así la llamó) fue firmada
por los miembros del ayuntamiento, los electores e individuos de la diputación
provincial, el cura párroco, los oficiales de milicias, y “el vecindario de
consideración”410. La lista de los firmantes se dio según un jerarquía mixta, de cuerpos y
de grupos sociales, y su modelo es la junta de la antigua constitución hispánica, que
desde las Siete Partidas reconocía a cuerpos y notables el derecho de representar
virtualmente a todo el vecindario en caso de peligro para el “bien común”. La petición
de Soto de la Marina abrió la crisis del imperio, y el Plan de Veracruz la formalizó en
diciembre.
Los dos documentos constituyen el prototipo de una nueva práctica política,
los pronunciamientos, que tuvo una fuerte legitimidad durante todo el siglo, a pesar de
las amargas quejas de algunas personalidades destacadas. La historiografía ha apuntado
el papel de los caudillos y de los cuerpos militares en la mecánica que desembocaba en
los pronunciamientos, dibujando así un escenario dual: instituciones débiles por una
parte y, por otra, actores políticos fuertes, que actuaban por encima de las leyes o de las
constituciones. Poco atención se ha dado al papel de los pueblos y de los ayuntamientos
en los pronunciamientos. El problema es relevante en muchos aspectos porque tiene a
que ver con nuestro tema, el sincretismo moderno, y más en general con las complejas
relaciones que se instauraron entre constitución e imaginario colectivo una vez
desaparecida la forma monárquica de gobierno.
Una pregunta aparece clave: ¿cómo fue concebida la Nación republicana?
¿qué era esta nueva entidad para los actores colectivos, —grupos, pueblos y otras
corporaciones— que fueron involucrados en los conflictos a lo largo del siglo? Intentar
una respuesta implica enfrentarse otra vez con el problema de la obligación política y
de sus limites. Hay un dato por donde empezar: los levantamientos tuvieron siempre
una naturaleza muy institucional, es decir que para levantarse un caudillo tenía que
actuar según un código que le otorgaba legitimidad, y que era compartido por el
imaginario colectivo: publicar un plan, recibir actas formales de ayuntamientos,
pueblos, y otras corporaciones, para mostrar que la “nación” estaba a su lado. Pero,
¿por qué el caudillo no podía hablar en primera persona en nombre de la nación,
buscando después el apoyo de sus aliados sin el formalismo señalado? El idioma de los
410 Véase: Planes de la Nación Mexicana, libro 1, 1808-1830, México, 1987, p. 138.
173
levantamientos puede ayudarnos a contestar a la pregunta. En casi todos los planes,
empezando por el de Veracruz (diciembre 1822), encontramos expresiones como:
“La nación es libre, y, además, se halla presente en un estado natural [...] como independiente y
soberana y libre, tiene plena facultad para constituirse conforme le parezca que más conviene a
su felicidad, por medio del Soberano Congreso Constituyente”411
La reiteración del concepto de “nación en estado natural” es constante en
los planes, y es a la base de los levantamientos, como lo es la idea de “nación
constituida”, o que se constituye por medio de un congreso. En los planes el concepto
de “nación en estado natural” significa que los gobiernos son ilegítimos, que existe una
vacatio, y que por tanto se necesita no un nuevo gobierno, sino un nuevo Congreso
Constituyente. Sólo así la Nación vuelve a “constituirse”. Este imaginario, según el cual
una nación no existe como sociedad política sin un gobierno legitimo tiene un
antecedente que nos remite a la crisis del imperio: el principio de “estado de necesidad
natural” fue reivindicado tras la abdicación de Fernando VII por las Juntas en España y
América, y por las Cortes de Cádiz. En México, tanto por Azcarate en 1808, cuando el
cabildo capitalino intentó formar junta, como por Morelos para justificar su rebelión.
La distinción entre lo “natural” y lo “constituido” subsistió en la república: después del
Plan de Veracruz está en el Plan de Perote de Santa Anna en 1828, en el Plan de
Conciliación de Nicolas Bravo contra el congreso liberal en 1833, en el Plan de
Cuernavaca de 1834, en el de San Luis Potosí en 1845, en el de la Ciudadela en 1846 y
en muchos otros. Se trata de planes conservadores y liberales, centralistas y federalistas,
lo que nos muestra como más allá de los conflictos y de las ideologías, siempre existió
un imaginario común, heredado de la crisis del imperio.
Se podría rastrear otra vez las raíces de este imaginario, y de sus idiomas,
en la tradición del jusnaturalismo católico. Sólo así podríamos entender cabalmente la
idea que una nación existe políticamente gracias a un acto que la “constituye”. Sin
embargo aquí interesa más destacar dos puntos: los planes de los levantamientos
preceden siempre un Congreso Constituyente y su constitución, y por tanto representan,
ni más ni menos, la fuente de derecho por excelencia de los gobiernos republicanos. En
segundo lugar, esta fuente de derecho la crean los cuerpos constituidos de la sociedad,
que son “naturales”, y entre los cuales los más importantes son precisamente los
ayuntamientos electivos con sus pueblos. ¿Es correcto hablar de “fuentes de derecho”?
Sí, porqué la soberanía siguió residiendo “originariamente” en la nación. En un otro
trabajo hemos enfatizado la absoluta relevancia de esta palabra para entender los
dilemas de la soberanía en los países iberoamericanos y en México412. Fue en Cádiz, al
411 Plan de Vera Cruz, en Planes de la Nación Mexicana, cit. p. 139.412 A. ANNINO, Pratiche creole e liberalismo...cit.
174
discutirse el art.3 del proyecto de constitución. Se trataba de decidir donde residía la
soberanía. Por supuesto en la Nación, ¿pero como? “Esencialmente” para los liberales
españoles, “originariamente” para los diputados americanos. Es decir Sieyés por una
parte, y por la otra el jusnaturalismo del siglo XVII. No es por tanto una casualidad que
en las constituciones mexicanas de 1824 y de 1857 la soberanía resida “esencial y
originariamente” en la nación (en el pueblo en la carta de 1857). Fue un compromiso
entre dos concepciones radicalmente opuestas, que perpetuó dos ideas de nación: la una
que delega en forma irreversible el ejercicio de la soberanía a los poderes
constitucionales; la otra que se queda dueña de la soberanía, y la delega con ciertas
condiciones: las contenidas en los planes. En este sentido se trata de fuentes de derecho.
Se puede discutir hasta qué punto este dualismo es compatible con el
liberalismo, pero cierto es que sin este aspecto tan central en las practicas políticas del
siglo XIX no se podría entender el origen cultural de un documento como el de los 54
pueblos de Guanajuato en 1857. Es decir que, como en la Colonia, también en la
república los sincretismos remiten, por una parte, a identidades especificas, las de las
comunidades indígenas pero, por otra, remiten a una cultura común a todos los grupos
de la sociedad.
Los acontecimientos de 1832 son una muestra de este complejo proceso
político que movilizaba pueblos, imaginarios, y Nación. Como se sabe, la crisis estalló
tras el fusilamiento de Guerrero, ex lider insurgente que había pactado con Iturbide en
Plan de Iguala abriendo el camino hacia la independencia. La elección de Guerrero a la
presidencia de la República por parte del Congreso fue un acto indudablemente
anticonstitucional, pero la decisión de liquidar físicamente a Guerrero se debió a los
movimientos insurgentes de centenas de pueblos, sobe todo indígenas, que amenazaban
los equilibrios dentro de las élites dirigentes en pugna entre sí. El levantamiento de
Guerrero había planteado medidas en defensa de las tierras comunales, medidas a
primera vista agraristas. Sin embargo, al apelar a los pueblos, Guerrero hizo referencia
a los derechos comunales garantizados por la constitución, legitimando así la lectura
que los mismos pueblos ya había hecho de la carta fundamental. No cabe duda acerca
del idioma de Guerrero; manejando una ambivalencia nada nueva, el ex insurgente
apeló a la “soberanía de los pueblos”, y así articuló la tradición de una soberanía
“originaria” con el autogobierno de los pueblos, que se había formado como hemos vito
en la etapa gaditana, y que con la República estaba siempre amenazado por los
gobiernos. El asesinato de Guerrero fue también un intento por parte del grupo de
Alamán de quebrar la autonomía política de los pueblos. Este objetivo fue siempre
coherentemente perseguido por los conservadores mexicanos; cuando estuvieron en el
gobierno, en la fase llamada “centralista”, planearon la reducción drástica del número
de los ayuntamientos. Nunca lograron debilitar el movimiento de los pueblos-
175
ayuntamientos. No solo por su fuerza, sino sencillamente porqué sin el apoyo de los
ayuntamientos no se podía gobernar a México.
La crisis de 1832 fue la primera demostración clara de este vínculo salido
de la crisis de la Colonia. El gobierno y la oposición, encabezada por Santa Anna, se
esforzaron en ganar el mayor numero posible de ayuntamientos. El hecho significativo
es que no era suficiente ganarse el apoyo de los municipios de las grandes ciudades.
Los agentes de los dos bandos se lanzaron al campo, en búsqueda de los pueblos. El
gobierno envió agentes “comisionados para rectificar la opinión en favor del orden” en
una ruta neurálgica: los Estados de México, Jalisco, Oaxaca y Michoacán, cumulando
34 actas de adhesión de otros tantos ayuntamientos413. Por su parte, Santa Anna hizo lo
mismo, proclamándose en un bando “mediador de la voluntad general”, y al mismo
tiempo afirmando “dirigirme a asegurar el bien procumunal apoyando vuestras
peticiones”414. Quizás, nadie como Santa Anna supo manejar con tan habilidad los
idiomas de las élites y de los pueblos en aquellos años, apelando al mismo tiempo a la
“voluntad general” moderna y al “derecho mancomunal” tradicional de los pueblos. En
1832 se manifestó por primera vez una practica de los pueblos que en los años
siguientes se institucionalizó, debilitando los gobiernos de cada Estado de la
Federación.
El derecho de petición funcionó en 1832 de la siguiente manera: los
ayuntamientos de los pueblos las redactaban y las enviaban a las legislaturas. Si estas
las rechazaban, los pueblos enviaban el documento a grupos militares, respaldando así
los pronunciamientos que se daban a nivel provincial. Esta practica nos muestra que la
nueva representación política de corte liberal no era débil en sí frente a la “fuerza” de
los militares. Era débil a nivel de los Estados y de la Federación, pero era fuertísima a
nivel local, de los ayuntamientos. La razón es que la representación de los
ayuntamientos articulaba los poderes territoriales según patrones históricos. Véase por
ejemplo el acta de adhesión a Santa Anna del pueblo de Huetamo, una comunidad
indígena de habla matlatzinca del Estado de Michoacán:
“En el pueblo de Huetamo a los nueve días del mes de Septiembre de 1832: reunido este
Ayuntamiento en la casa del ciudadano Santa Cruz por no guardar la comodidad necesaria el
local de consistoriales y bajo la presidencia del ciudadano Alcalde [...] por haber salvado su voto
los ciudadanos regidores [...] y por invitación los ciudadanos tenientes constitucionales de los
pueblos que forman su municipalidad: por Tirindaro [...] por Santiago [...] por San Geronimo
[...] por Puruchucho [...] en unión del vecindario convencido dicho Ayuntamiento de la justicia y
razón que han tenido los ciudadanos que se han declarado por el plan del excelentísimo señor
Don Antonio López de Santa Anna, como legitimo salvador de las libertades patrias y único
413 Archivo Histórico de la Defensa Nacional, 783, pp. 157-162.414 Manifiesto del General Santa Anna, en Planes de la nación Mexicana, cit. p. 76.
176
para rehacerse la nación de sus derechos usurpados [... ] se resolvió adherirse a dicho plan y por
vos común todos los concurrentes”
Y entre las resoluciones, expuestas en unos artículos, se decidió:
“que se nombre una comisión de tres individuos de dentro o fuera del Ayuntamiento, lo que
pasaran el día de mañana con tanto de esta acta a las municipalidades del partido e invitarles
para que se pronuncien o no según les parezca”415.
Documentos como este plantean, entre otros, el problema de si y cómo
cambió la estructura de los territorios pueblerinos al difundirse los ayuntamientos.
Pensamos en particular a las relaciones cabecera-sujetos que, como en el caso citado,
permitían a un municipio movilizar políticamente a un cierto numero de pueblos. El
concepto de “clientela” no es quizás el más apropiado para definir este tipo de lealtades.
Además de los nexos de parentesco que ligaban entre sí grupos familiares de pueblos
cercanos, existían los nexos entre las cofradías, que siguieron administrando parte de
los recursos comunitarios, y el municipio que administraba otros recursos de las
comunidades. La lealtad hacia las jerarquías municipales se fundaba no poca veces
sobre el hecho que los administradores de las cofradías eran elegidos como regidores y
alcaldes. A pesar de todos los cambios, es indudable que los pueblos-ayuntamientos
siguieron buscando el máximo de autonomía frente a las autoridades superiores,
negociando con estas los términos de las alianzas políticas. Los estudios de Thomson
muestran como precisamente sobre esta base los liberales lograron un apoyo popular
para ganar la guerra de Reforma.
En esta perspectiva, los acontecimientos de 1832 sintetizaron muy bien las
distintas caras del sincretismo moderno: el conflicto entre dos bandos de las élites puso
a la Nación en “estado natural”, por tanto la soberanía recaía en los pueblos y en los
ayuntamientos. Estos, apoyando uno y otro bando proporcionaban legitimidad
constitucional al conflicto, cuya solución dependía del pacto final entre los grupos de la
élites. A partir del pacto, cuyo contenido era anticipado en los documentos de los
levantamientos, se podía “constituir” otra vez la nación por medio de un Congreso
constituyente. El papel estratégico de los pueblos-ayuntamientos fue por ejemplo
evidente en 1841, cuando el general Mariano Paredes y Arrillaga se sublevó en
Guadalajara amparándose al plan de Tacubaya. Paredes intentó consolidar sus
posiciones creando nuevos ayuntamientos en la zona entre Guadalajara y Guanajuato,
para así llegar a ganar el apoyo de este último Estado416.
415 Planes de la Nación mexicana, cit.p. 153.416 Véase H. CROOK-CASTAN CLARK , Los movimientos monárquicos mexicanos, tesis doctoral del Colegio de México, julio 1975, p. 225.
177
En el idioma político-constitucional mexicano del siglo XIX se nota el uso
sistemático de las palabras “pueblo” y “pueblos”. Este dualismo es el espejo más
evidente de los dilemas de la soberanía republicana, un dilema mucho más fuerte que el
otro, el de centralismo o federalismo. Las dos opciones estaban igualmente vinculadas a
la misma fuente de legitimidad. El problema fue siempre percibido claramente por las
élites. En la Lima de Vulcano, periódico liberal, un autor anónimo comentó así, el 18
diciembre de 1833, una proclama del general Nicolás Bravo, caudillo conservador
contrario al gobierno que había salido de un pacto, el así dicho Convenio de Zavaleta:
“¿La administración presente es obra de la constitución federal por el tiempo y modo con que
fue erigida; o sólo efecto anunciado en el convenio de Zavaleta?
¿Este convenio era conforme en un todo a la constitución o se infringía con él a ésta?
¿La infracción, si la hubo, ¿fue total o parcial?
En el caso de infracción, es claro que había diferencia y entonces ¿a quien pues debíamos
respetar?
¿En donde estaba inhibida la voluntad nacional, en la ley o en el convenio?
¿Este obliga en todas sus partes a todos?
¿Las infracciones de la constitución justifican los levantamientos o insurrecciones?”
Estos interrogantes no encontrarán una respuesta definitiva durante todo el
siglo, tampoco después de la Guerra de Reforma.
Es cierto que en los últimos años del porfiriato, obras como las de Emiliano
Rabasa, desarrollaron el dilema en forma mucho más clara desde un punto de vista
jurídico, pero la cuestión subsistió, y la Revolución volvió a plantearla en forma
dramática.
Conclusión
La dicotomía entre sociedad natural y sociedad política constituye el eje
conceptual de todos los jusnaturalismos occidentales. En el mundo hispánico este
dualismo se radicalizó al extremo por dos razones: porque la tradición neoescolástica,
en todas sus variantes, enfatizó la naturaleza totalmente positiva de la sociedad natural,
y porque fue la Iglesia y no el Estado quien hasta la quiebra del imperio predicó la
fidelidad al Monarca. Esta notable singularidad del mundo hispánico en el marco
occidental, y sobre todo en sus territorios americanos, hizo que tras la independencia las
repúblicas liberales tuviesen dos fuentes de legitimidad: los pueblos y los congresos
constituyentes, o sea los dos actores que encarnaban, uno, lo “natural”, y el otro, lo
“constituido”.
Hemos intentado mostrar cómo se dio este dualismo en México, cómo
178
originó procesos sincréticos de nuevo tipo, y cómo de ahí salieron diferentes ideas de
Nación. El documento de 1877 es un caso de los más interesantes pero no es el único,
aunque tenga con los demás un fundamental punto común: los pueblos y, sobre todo,
las comunidades indígenas, interpretaron las libertades del constitucionalismo moderno
como un reconocimiento de sus antiguas libertades, es decir de sus antiguos derechos
sobre el territorio. Sin embargo, en estas políticas del imaginario pueblerino no había
ninguna continuidad directa entre el pasado monárquico-colonial y el presente
republicano: las “tradiciones” invocadas tenían por supuesto algo del pasado, pero los
mecanismos no.
La difusión de la carta de Cádiz en medio de la crisis imperial definió un
contexto totalmente nuevo, y unos códigos de identificación colectiva que subsistieron
después de la independencia. El más importante fueron los procesos electorales para los
ayuntamientos de los pueblos. ¿En que sentido el voto de corte liberal se puede definir
como un “código de identificación colectiva”? El primer lugar, porque permitió a
muchísimas comunidades de administrar sus bienes por medio de los municipios, y
sabemos que estos bienes formaban parte de la identidad comunitaria. En segundo
lugar, porque dio a los pueblos un perfil institucional nuevo y quizás más fuerte que en
la Colonia. Muestra de ello es la Ley Lerdo con la definición de “soberanos” otorgada
por los pueblos a sus ayuntamientos. En tercer lugar porque, por lo menos hasta el
Porfiriato, los pueblos-municipios quedaron dueños de sus practicas de culto; las
jerarquías municipales podían así reproducir la autonomía religiosa de las comunidades.
En este marco, el sentido fuertemente positivo que el jusnaturalismo
católico reconocía a la sociedad “natural” tomó otro aspecto. A lo largo de la época
colonial este conjunto de valores fue difundido en la sociedad por medio de la
predicación constante de la Iglesia. En la época republicana lo difundieron
autonomamente todos los actores, desde las élites hasta los pueblos más alejados.
Evidentemente, esta visión de la sociedad tenía una fuerza que superaba cualquier tipo
de frontera ideológica, étnica o social. Es muy posible que sin este imaginario común,
el sincretismo de las comunidades no hubiera tenido el éxito que tuvo. Sin profundizar
esta cara del catolicismo mexicano no es posible entender, por lo tanto, las encrucijadas
de la Nación liberal mexicana.
179
NEGROS, INDIGENAS E IDENTIDAD NACIONAL EN COLOMBIA
Peter WADE*
Desde la nueva constitución de 1991, imaginar la nación colombiana se ha
convertido en un trabajo intelectual y político más arduo y complejo que antes. El
Estado colombiano ha asistido a la apertura del campo de la multiculturalidad, en el
cual juegan muchos intereses y perspectivas distintos. En este nuevo contexto, el
pasado sigue influyendo fuertemente en las posiciones relativas de las diferentes
categorías étnicas que ahora son los objetos de los artículos constitucionales. Estos
últimos se crearon a través de un proceso de reforma política en que distintas
imaginaciones, con distintas trayectorias históricas, negociaban y peleaban para definir
lo que significa ser indígena o negro en la nación colombiana.
Los derechos de los "pueblos indígenas" aparecen en varios de los artículos
de la nueva carta (aunque ésta a veces se refiere secamente a "grupos étnicos",
entendidos como grupos indígenas); los derechos de "las comunidades negras" se
mencionaron en un solo "artículo transitorio" de la constitución (que no les dotó con el
título de "grupo étnico"). En agosto de 1993, este último se convirtió en ley de la
nación cuya primer párrafo tilda de "grupo étnico" a las comunidades negras del país.
Parece que en el curso de dos años, la gente negra pasó de ser reconocida en términos
oficiales como una serie de comunidades, a ser reconocida como un grupo étnico. Pero
la transformación no es tan fácil: yo argumento que, para llegar a tal punto, la
representación pública de la identidad negra se ha estado acercando a la de la identidad
indígena. Sin embargo, siguen existiendo diferencias importantes entre estas
representaciones; además, este acercamiento no le conviene necesariamente a la gente
negra colombiana.
Comienzo con un análisis de las raíces a las que pueden remontarse las
diferencias entre gente indígena y gente negra que refleja la Constitución de 1991,
empezando por la época colonial, pasando por la nación republicana del siglo
diecinueve y terminando con las décadas recientes, en que aparecieron los inicios de lo
que hoy en día podemos llamar el movimiento social negro. Luego haré algunas
reflexiones sobre lo que implican el reconocimiento oficial de la multiculturalidad y la
movilización de la gente negra para reclamar sus derechos.
La situación colonial
* Departamento de Geografía e Instituto de Estudios Latinoamericanos, Universidad de Liverpool.
180
La población y el territorio del Nuevo Mundo tenían para los europeos un
valor muy distinto al del Africa y los africanos. Por ejemplo, la esclavitud tenía un
significado moral y jurídico muy diferente para las dos poblaciones. En la tradición
jurídica que reinaba en el siglo quince, la esclavitud se calificaba como contraria a la
"ley natural", tanto en el derecho romano como en el canónico (Davis 1970: 113). Sin
embargo, era permitida bajo ciertas condiciones, por ejemplo en el caso de cautivos
tomados en "guerra justa", o como castigo por un crimen. "Guerra justa" se traducía
básicamente por guerra contra los infieles.
Cuando los españoles encontraron a los nativos amerindios, éstos fueron
clasificados inicialmente como gente bárbara, es decir, gente no civilizada, sin
ciudades, sin organización política y sin uso de la razón. En el contexto cristiano, esto
estaba estrechamente ligado al ser pagano (Pagden 1982: 18-22). El paganismo y el
barbarismo eran pretextos de peso para justificar la esclavitud.
Ambas clasificaciones ocasionaron problemas. Los nativos eran paganos,
pero la autoridad del Papa sobre gente que nunca había oído la palabra de Dios dejaba
lugar a dudas. ¿Podría una guerra contra tal gente ser legítima? Y ya para los años 1520
y 1530, con la disponibilidad de más información acerca de la civilizaciones indígenas,
quedaba muy claro que los nativos eran humanos y podían razonar. De hecho, la
esclavitud indígena quedó abolida en 1542 en la América Hispana y desde 1570 en el
Brasil. En realidad, por supuesto, la esclavitud indígena persistía en áreas periféricas y
en muchas partes del Brasil, donde aún funcionaba en el siglo dieciocho, pero es
evidente el contraste con la esclavitud de la gente negra, que siguió siendo una
condición legal hasta el siglo diecinueve.
Hay varias razones que explican el que la esclavitud de los indígenas no
encajara bien en el sistema colonial. Primero, los ibéricos habían tomado posesión
política y administrativa de los territorios americanos, y sus habitantes eran vasallos de
la Corona. Era difícil justificar la "guerra justa" contra ellos. El acto de esclavizar a un
indígena debía ser cometido por los mismos colonos y, aunque ellos estaban dispuestos,
la legitimidad del acto ocasionaba preguntas serias. Segundo, con la presencia de los
ibéricos, y especialmente de los clérigos, en los territorios, el impacto terrible del
régimen colonial quedaba al descubierto. Es así que Fray Antonio de Montesinos
dirigió fulminantes arengas en 1511 contra los abusos practicados por los colonos en
Hispaniola. Se pensaba que la abolición de la esclavitud mejoraría la condición de los
indígenas. Tercero, como afirma Harris (1974), la Corona quería controlar el creciente
poder de los conquistadores, limitando sus derechos sobre la fuerza de trabajo nativa; y
la Iglesia, viendo disminuir el número de almas que podía reclamar, también se oponía
181
a la esclavitud.
Por todas estas razones, la índole del indígena como ser humano ocasionó
mucha reflexión teológica e intelectual, cuya conclusión era contraria a la esclavitud.
Pero allí donde hiciera falta mano de obra para los colonos, a menudo resultaba la
esclavización de los indígenas; y sobra decir que los abusos contra los nativos no
cesaron. Pero el mero hecho de discutir el asunto, y de promulgar leyes al respecto,
demuestra que los indígenas ya ocupaban un lugar especial en el régimen colonial.
Para los africanos y sus descendientes en el Nuevo Mundo, la esclavitud era
un estado legítimo que, con contadas excepciones, no se cuestionó seriamente hasta el
siglo dieciocho, cuando la institución en sí ya no se adecuaba a las ideas y las
estructuras económicas del mundo moderno. ¿Por qué se aceptó tan fácilmente la
esclavitud africana?
En primer lugar, Africa era ya conocida como una región no sólo de
bárbaros, sino sobre todo de infieles, en la que los habitantes supuestamente habían
rechazado la fe cristiana. Una sucesión de bulas había otorgado a los portugueses el
derecho de hacer "guerra justa" contra todos los africanos y de esclavizar a los cautivos.
La esclavitud de africanos a menudo se justificaba con el argumento de que era la
mejor manera de convertirlos al cristianismo (Saunders 1982: 36-38). Segundo, muchos
escritores, refiriéndose a la tradición bíblica de que los descendientes de Canaan fueron
condenados a la esclavitud perpetua por la maldición de Noé, identificaban a los
descendientes de Canaan con los negros417. Tercero, la esclavitud africana ya existía en
Europa y esclavos negros trabajaban, por ejemplo, en Lisboa (Saunders 1982). La
esclavitud africana en el Nuevo Mundo era una continuación fácil de las pautas ya
establecidas. Finalmente, los portugueses casi no colonizaron el Africa, y casi todo el
proceso de la esclavitud estaba en manos de los africanos mismos y de los afro-
portugueses que vivían en el Africa. La legitimidad de la esclavitud era un problema
que podía eludirse fácilmente, así como el impacto demográfico y social de la trata.
En suma, las razones por las cuales los negros fueron esclavizados y no los
indígenas, al menos en forma legal, están basadas en una combinación de factores
morales y políticos. Tanto el indígena como el africano eran considerados como
bárbaros y no civilizados; más aún, se creía muy difundida la práctica del canibalismo
entre los nativos americanos (Mason 1990). Pero el indígena no era musulmán, no
existía una larga tradición de esclavizarlo como cautivo de guerra justa, y era un vasallo
de la Corona. Por lo tanto, en las mentes de muchos eruditos europeos los africanos
eran muy distintos a los indígenas, y esta diferencia quedó plasmada en las leyes y, en
alguna medida, en la vida social del mundo iberoamericano. Mientras en muchos casos
las condiciones de vida de los indígenas eran quizás peores que las de los negros o aun
417 Esta identificación no tiene base en la Biblia como tal, sino en fuentes contemporáneas judías (JORDAN 1977: 18-19).
182
las de los esclavos, los indígenas ya eran objeto de la atención intelectual, jurídica y
administrativa española y portuguesa en una forma que no podía dejar de afectar su
trayectoria histórica418.
La diferencia entre el estatus de "indio" y el de "negro" se nota en diferentes
campos de la vida social colonial. Por ejemplo, aunque conceptos como "sangre" y
"parentesco" influían fuertemente en la clasificación cotidiana de una persona, en
muchos sentidos "indio" era una categoría burocrática, o más aun, fiscal. Es decir, para
las autoridades españolas un "indio" era típicamente el que pagaba tributo y que
formaba parte de la "república de indios", supuestamente separada de la "república de
españoles". En realidad, la categoría "indio" se hacía progresivamente más heterogénea
a medida que algunos caciques se enriquecían, hablaban y vestían como blancos; que
muchos "indios" iban a vivir a las ciudades, y que muchos mestizos empezaban a
invadir las tierras de los pueblos indios. Sin embargo, existía un vínculo fuerte entre la
identidad social de "indio" y una categoría administrativa que implicaba una serie de
obligaciones y derechos definidos. "Indio" era una identidad institucionalizada.
En cambio, mientras "esclavo" era una categoría administrativa que en
términos ideales para las autoridades hubiera sido equivalente a la categoría de "negro",
en realidad "negro" no era una identidad institucionalizada de la misma forma. Se
utilizaba como descripción en los registros parroquiales y en algunos censos. Pero
muchas veces se refería a categorías más amplias y ambiguas como "gente de color",
"gente libre de color", "pardos" o "mulatos", términos que incluían a todos los que no
eran esclavos, pero que tenían un grado indeterminado de supuesta ascendencia africana
(McCaa 1984, Alden 1987, Martínez-Alier 1974). Otras veces se refería a "las castas"
para denominar a todos los que no fueron clasificados como blancos, indios o esclavos.
Los censos de Nueva Granada de los últimas décadas del siglo dieciocho emplearon la
clasificación "libre" para referirse a esta amplia categoría (Pérez Ayala 1951).
Es así que la simple categoría de "negro" no tenía mucho respaldo
burocrático. Categorías administrativas como "gente libre de color" eran mucho más
heterogéneas y ambiguas que la categoría de "indio", la cual mantuvo una existencia
relativamente clara en términos administrativos durante toda la época colonial.
La diferencia entre "indio" y "negro" se registraba en otros aspectos de la
vida colonial. Por ejemplo, hacia finales de la época colonial, los intentos de la élite
blanca de mantener su posición social se reflejaron en los decretos de 1778 que
obligaron a la gente blanca menor de 25 años a pedir el permiso paterno para poder
418 Como dice Jaime Jaramillo Uribe, "Mientras en los tres siglos que duraron la conquista y la colonización se fue constituyendo una voluminosa y completa legislación protectora de indígenas, las leyes de Indias referentes al negro apenas si contienen una que otra norma humanitaria, y casi en su totalidad están compuestas de disposiciones penales, caracterizadas por su particular dureza" (JARAMILLO URIBE 1968: 31). Es preciso aclarar que estas disposiciones se referían al esclavo, no al negro en general.
183
casarse, con el fin de restringir matrimonios entre blancos y personas no blancas. Luego
el Consejo de Indias permitió el casamiento con indígenas, "pues su origen no es vil
como el de las otras castas". En el año de 1805, era necesario el permiso del Virrey (o
en Cuba el de las autoridades provinciales) para que un blanco, de cualquier edad que
fuese, se casara con una persona de origen negro o mulato (Mörner 1967: 37-39,
Martínez-Alier 1974). Obviamente la sangre indígena era preferida a la negra.
Si los negros y los indígenas ocupaban posiciones diferentes en la sociedad
colonial, lo mismo ocurría con su descendencia mezclada. La Audiencia de México, al
clarificar los decretos de 1778, comentó que los mestizos y los "castizos" (gente de
supuesta ascendencia blanca e indígena) "merecieron ser separados de las otras castas,
tal como ya se hacía en algunos casos, tanto ante la ley como en la estimación pública".
El Consejo de Indias aprobó el cambio en los reglamentos. La misma Audiencia
comentó también acerca del matrimonio entre indígenas y negros o mulatos,
recomendando que se les ordenase a los curas párrocos "prevenir al indio y a sus padres
contra el daño serio que causaría la unión a ellos mismos, a sus familias, y a sus
pueblos, además de imposibilitarlos para obtener puestos municipales de honor, en los
cuales sólo a los indios se les permite servir" (Mörner 1967: 39).
Resumiendo lo anterior, se puede entrever la pauta que está en la base tanto
de la época colonial como de la actual, aunque en formas diferentes. Mientras los
indígenas y los negros sufrían casi igualmente la discriminación y el desprecio en la
vida cotidiana -aunque, como hemos visto, en algunos aspectos la sangre negra se
consideraba peor que la indígena- a los negros se les negaba, en relación con los
indígenas, una posición institucional en las estructuras oficiales de la sociedad y en el
pensamiento intelectual de la época.
La República
En el clima filosófico del liberalismo que se difundía en América Latina, no
se podía aceptar la idea de la propiedad comunal o de un grupo étnico separado, con
derechos y fueros especiales. Muchos gobiernos tomaron medidas para destruir el
estatus especial que tenía la categoría "indio": el tributo quedó suprimido y se promulgó
la legislación que atacaba las bases jurídicas de la comunidad indígena, aunque en
realidad esto era poco efectivo a falta de fuerzas de integración territorial y económica,
o ante la resistencia enérgica de los indígenas (Halperín Donghi 1987). En Colombia, la
legislación de 1861 promovió la debilitación de los resguardos, proceso empezado por
el régimen borbónico durante la época colonial.
Sin embargo, la imagen del indígena como categoría específica conceptual
y legal no se desvaneció del todo. En cambio, en algunos paises los indígenas vinieron
184
a ser un símbolo de la identidad nacional, aunque en la vida cotidiana continuaron
siendo el blanco de la discriminación. Por el contrario, muy pocas corrientes
intelectuales o políticas emplearon la imagen de la gente negra para representar la
historia o la identidad nacional. Esta diferencia estaba enraizada en las distintas
posiciones detentadas por indígenas y negros en la época colonial, pero desarrollada ya
en el nuevo contexto del nacionalismo.
Entre 1850 y 1880, la mayoría de la naciones latinoamericanas empezaron a
resolver sus conflictos internos entre el federalismo y el centralismo, la infraestructura
tendió a mejorar y las burguesías nacionales se consolidaron. Uno de los problemas que
enfrentaban las élites nacionales era cómo definir su identidad nacional en el contexto
de la escena mundial ya dominada por Europa y los EEUU. Las naciones
latinoamericanas deseaban emular el progreso y la modernidad de los países europeos,
pero querían al mismo tiempo mantener una identidad particular. El pensamiento
liberal positivista europeo, que defendía valores como la libertad, el progreso, la ciencia
y la razón, tenía mucha influencia entre las élites intelectuales y políticas
latinoamericanas. Pero en los países en que se estaba logrando el progreso y la
modernidad tan anhelados, o no había poblaciones negras, indígenas y mestizas o, si las
había, como en los EEUU, estaban estrictamente segregadas. Además, la ciencia que se
desarrollaba en Europa y que parecía ser el guardián de la verdad y la fuente del
progreso, ahora promovía teorías sobre la herencia que sostenían la inferioridad
irredimible e innata de los negros, los indígenas y los mestizos. Ya que todas las
naciones latinoamericanas tenían poblaciones en su mayoría altamente mezcladas, estas
teorías biológicas y el vínculo aparente entre el progreso, la pureza racial y el ser
blanco parecían condenarlas al atraso perpetuo (Graham 1990, Horsman 1981,
Jaramillo Uribe 1989: 168-172, Skidmore 1974, Smedley 1993, Stepan 1991, Wright
1990, Zea 1963: 187-188).
Las élites latinoamericanas enfrentaron este dilema mediante una especie de
compromiso que consistía en adaptar las teorías científicas, evitando el determinismo
racial de las versiones europeas y afirmando la posibilidad de mejorar las cualidades de
la población a través de la educación y la higiene pública - aunque el énfasis en la
determinación biológica variaba según las teorías de distintos médicos y pensadores
(Stepan 1991). Al mismo tiempo, se cuestionaba la idea de que el mestizaje equivalía a
la degeneración racial. En cambio, el mestizo podía ser el símbolo de la identidad
latinoamericana, y a veces se asumían en forma positiva las raíces indígenas o aun
negras de la población.
De esta manera, se recalcaba la particularidad de las naciones
latinoamericanas que no eran tan sólo una débil imitación de las europeas o
norteamericanas. Por otro lado, la forma en que se hablaba del mestizaje lo
185
representaba como una forma de progreso en sí mismo: el blanqueamiento. A medida
que los negros y los indígenas se integraran a la mayoría mestiza de la población, ésta
se iría aproximando más y más al tipo racial del blanco por la potencia "racial" de este
último, que le daba un dominio natural sobre la sangre negra e indígena. Al mismo
tiempo, se recomendaba a menudo la inmigración blanca para ayudar al proceso del
blanqueamiento (Helg 1990, Skidmore 1974, Wade 1991, 1993, Wright 1990).
Este compromiso adquiría matices distintos en los diferentes países.
Argentina y Uruguay, que tenían pequeñas poblaciones de negros e indígenas y que
lograron atraer muchos inmigrantes europeos, solían hacer hincapié en su aproximación
a la imagen europea (Helg 1990, Stepan 1991). Países como México o el Perú, con
grandes poblaciones nativas, tendían más bien a glorificar su pasado indígena, aunque
por lo general la ideología indigenista exaltaba más al mestizo como destino final de la
población india, que al mismo indígena (Knight 1990, Brading 1988, Zea 1963,
Chevalier 1970).
Dentro de un mismo país también se encontraban variedades de opinión419 y
el caso de Colombia es ilustrativo al respecto (Wade 1993). Desde un principio, los
adalides de la nueva nación se preocuparon por las cualidades "raciales" de la
población. En 1824, el cónsul británico escribió en un informe dirigido a su gobierno
que "la preponderancia de la sangre africana a lo largo de esta extensa costa [atlántica],
en tiempos revueltos como son los actuales, no pueden si no provocar meditaciones
serias en este país. Los que están en el poder ... aprecian la gran importancia de invitar
a los europeos a establecerse en Colombia ... donde sus descendientes tienen que
mejorar las propiedades morales y físicas de los colombianos" (Humphreys 1940: 267).
Bushnell observa que las leyes sobre inmigración de 1823 estuvieron destinadas a
fomentar la incorporación de gente blanca, con el fin de superar el número de personas
de color y calmar la amenaza de una "guerra racial" (1954: 144).
El tema del progreso de la nación preocupaba a toda la clase política. En la
década de 1850 se formó la Comisión Corográfica para estudiar el potencial de la nueva
república, y se dio amplia difusión a sus resultados (Restrepo 1984). Agustín Codazzi,
geógrafo, comentó acerca de los negros de la provincia del Chocó, en el litoral del
Pacífico:
“Una raza que casi en su totalidad pasa sus días en una indolencia semejante, no es la que está
llamado a hacer progresar el país. La ignorancia por una parte, la desidia por otra, un orgullo
mal entendido porque hoy son libres, hacen que siempre sean (lo que son en realidad) esclavos
de sus pocas necesidades para vivir como los indios que llamamos bárbaros” (Comisión
419 Véanse WRIGHT (1990) sobre Venezuela, SKIDMORE (1974) para el caso del Brasil. Véanse también STEPAN (1991) que tiene información sobre Argentina, el Brasil y México; y la colección coordinada por GRAHAM (1990) que tiene cápitulos por Skidmore sobre el Brasil, por Aline Helg sobre Argentina y Cuba, y por Alan Knight sobre México.
186
Corográfica 1958: 324).
Sin embargo, Codazzi no se refiere a las características de la gente negra
como si fueran irredimibles e innatas: son más bien el resultado del medio ambiente y
la historia. El determinismo se hace evidente a lo largo de su descripción del Chocó,
pero es un determinismo geográfico más bien que biológico.
Otro miembro de la Comisión, Santiago Pérez, en informes periodísticos
sobre los viajes que realizó con aquélla, se mostraba más despreciativo hacia la gente
negra del Chocó, anotando "la salvaje estupidez de la raza negra, su insolencia bozal, su
espantosa desidia, su escandaloso cinismo" (citado en Restrepo 1984: 153). De nuevo,
la causa no era su carácter "racial", en el sentido que tenía esta palabra en el discurso
del determinismo biológico entonces de moda en Europa y los EEUU (Horsman 1981,
Smedley 1993): "¿qué sino ignorancia i estupidez pueden tener unos esclavos de ayer,
por cuyo mejoramiento físico o moral jamás hicieron nada sus dueños?" (Pérez, citado
en Restrepo 1984: 153).
Una ocasión común para meditar sobre las cualidades de la diferentes
"razas" de la nación era el viaje por el río Magdalena, en los champanes manejados por
los bogas negros de Mompós u otros pueblos de la región caribeña del país. José María
Samper, parlamentario y ensayista, describió en 1868 el contraste que él percibía al
observar en el puerto de Conejo los bogas con sus champanes al lado de un buque de
vapor:
“De un lado el lujo de la naturaleza, indomable y grandiosa, perfumada y llena de misterio; del
otro lado el lujo de la civilización, de la ciencia, y la ostentación de la fuerza vencedora del
hombre. Allá el hombre primitivo, tosco, brutal, indolente, semi-salvaje y retostado por el sol
tropical, es decir el boga colombiano, con toda su insolencia, su fanatismo estúpido, su cobarde
petulancia, su indolencia increíble y su cinismo de lenguaje, hijos más bien de la ignorancia que
de la corrupción; a más acá el europeo activo, inteligente, blanco y elegante, muchas veces
rubio, con su mirada penetrante y poética, su lenguaje vibrante y rápido, su elevación de
espíritu, sus formas siempre distinguidas” (Samper 1980: 88).
Otra vez se nota la referencia al medio ambiente en vez de lo innato para
explicar las características del boga: "hijos más bien de la ignorancia que de la
corrupción". Sin embargo, en 1887 Samper aseveró que "el indio puro no es asimilable
por medio de la simple sociabilidad, de la religión, la legislación y la educación, sino
en grado insignificante"; se necesitaba la "absorción por medio del cruzamiento" con
una "raza superior" como la española (citado en Pineda Camacho 1984: 205). Aquí
Samper revela una clara tendencia hacia el determinismo biológico que ya tenía una
187
influencia preponderante en Europa y los EEUU.
Otros personajes de la misma época se distanciaban de esta tendencia.
Salvador Camacho Roldán, parlamentario, en un discurso leído en la Universidad
Nacional en 1882 comentó:
“En cuanto a la introducción numerosa de colonos africanos, reputada por los escritores del
antiguo mundo como una causa de degeneración moral e intelectual, sólo podemos nosotros
decir que sin ella hubiera sido imposible la colonización de los valles ardientes de nuestros
grandes ríos y de las costas insalubres de nuestros mares” (1892: 221).
Camacho Roldán rechaza la tendencia a juzgar la realidad colombiana a
través de la ciencia europea (1892: 220), pero al mismo tiempo, reserva su aprobación
para el mestizo más que el negro: "La nueva raza mezclada ... al propio tiempo
inteligente y altiva, es una de las más bellas y robustas que han conocidos los ojos
humanos" (1892: 222).
Igual tendencia la hallamos en el trabajo de Francisco Vergara y Vergara,
autor de la famosa Nueva Geografía de Colombia. Anotando el escaso número de
españoles que llegó a los territorios que iban a ser Colombia, comenta:
“Grande es la raza que con número tan exiguo ocupó real y materialmente tan vasto territorio, y
de tal modo era vigorosa que sus mestizos, siglos después, no presentan ni el más ligero signo de
atavismo hacia la raza india, y en el país no se habla sino la lengua castellana, y con bastante
pureza. Los montañeses colombianos son pura raza blanca, y qué raza. Formada en la lucha, con
un suelo que exige titanes para su dominación, a ninguna pide favor cuanto a resistencia para el
trabajo y a dosis de inteligencia ... es y será raza latina” (1974 [1901], I: 10-11).
Más adelante, al hablar de la "etnografía" del pueblo colombiano, Vergara y
Vergara reproduce la teoría del "tipo racial" (Banton 1987). Hay "grandes masas de la
especie humana" que tienen "individualidades permanentes" y que "no piensan ni
racionan del mismo modo": es decir, "cada raza tiene una disposición común que le da
su carácter nacional". Sin embargo, no acata la idea de que la mezcla trae degeneración.
Por el contrario, se pregunta: "¿Cuándo no sucederá que la mezcla de razas fuertes
produzca tipo poderoso por la inteligencia, las aptitudes, la belleza física?". Por el
momento, "la mezcla de razas no es perfecta" y no es de extrañar que "no exista aún
pueblo colombiano" sino una serie de naciones, cada una con "una dominante física y
una dominante moral", determinadas principalmente por los "tipos principales" y sus
cruzamientos que formaron la nación, aunque modificados por "el clima, el alimento y
ocupación común" (1974, III: 954-55). Al describir las características de cada "nación"
188
colombiana - como son los antioqueños, los caucanos, los pastusos, etc. - queda claro
que el mestizo es variado, pero que "el negro" en sí es "rencoroso, enemigo del blanco"
e inferior tanto al blanco como al mestizo (1974, III: 964), mientras que "el indio" es
"triste, resignado" y, aunque constante para el trabajo, "obtuso, terco, malicioso y
desconfiado" (1974, III: 966).
En el siglo veinte, el mismo debate proseguía. Laureano Gómez, que luego
fue presidente de la República, pronunció un discurso en 1928 sobre el tema de "El
progreso de la nación colombiana". Según él, el país tenía una herencia racial que daba
pocas esperanzas para el futuro:
“Nuestra raza proviene de la mezcla de españoles, de indios y de negros. Los dos últimos
caudales de herencia son estigmas de completa inferioridad. Es en lo que hayamos podido
heredar del espíritu español donde debemos buscar las líneas directrices del carácter colombiano
contemporáneo” (1970: 44).
El espíritu del negro, según él, era "rudimentario e informe", y permanecía
en "una perpetua infantilidad", envuelto en "la bruma de una eterna ilusión" y cuyo
"prodigioso don de mentir" era la manifestación de una "falsa imagen de las cosas". Los
indígenas, "la otra raza salvaje", eran el segundo de "los elementos bárbaros" de la
herencia colombiana: vivían en "el disimulo taciturno y la cazurrería insincera y
maliciosa", resignados a "la miseria y a la insignificancia". ¡Aun los españoles eran
extáticos, ignorantes y fanáticos! Y para acabar de ajustar la imagen global, el mestizaje
no traía ningún beneficio porque, según Gómez, "las aberraciones psíquicas de las razas
genitoras se agudizan en el mestizo" (1970: 44-47).
En esta visión se destaca el pesimismo sobre el proceso del mestizaje y la
tendencia a apoyarse únicamente en lo europeo. Como era de esperar, el discurso fue
objeto de fuertes críticas que deploraron el pesimismo, el determinismo y la
representación negativa de la herencia indígena y española - aunque no de la herencia
negra. En un segundo discurso, Gómez se defendió alabando algunos aspectos de la
herencia española, la Azteca y la Inca; al parecer, nadie le criticó por su visión negativa
de la gente negra, pues no hizo ningún comentario al respecto en su defensa.
Un ejemplo contemporáneo distinto, que no se aferra tanto al determinismo
biológico es el de Luis López de Mesa, filósofo y escritor que publicó en 1934 un
pequeño libro titulado De cómo se ha formado la nación colombiana. Identifica en los
negros y los mulatos rasgos de "fantasía, sensualidad y pereza" (1970: 97), pero critica
también a la élite de la ciudad de Popayán por su endogamia. La inmigración blanca
podría "enriquecer las cualidades de nuestra fusión racial", pero el énfasis está tanto en
el aporte social de habilidades y costumbres como en el "enriquecimiento de la buena
189
estirpe" de la nación (1970: 122-123). En esta visión, mientras los negros y los
indígenas no son ancestros ideales, tampoco son una fuente de contaminación: "La
pereza criolla está condicionada por elementos dominables cuales son la flaca salud y la
indisciplina" (1970: 20-21). Aquí se nota precisamente el programa de higiene social
que destace Stepan (1991) como característica de la variante latinoamericana de la
eugenesia. López valora el mestizaje, diciendo que "somos Africa, América, Asia y
Europa a la vez, sin grave turbación espiritual" (1970: 14). Es de notar que, aunque no
se castiga muy vigorosamente a la población indígena y negra, tampoco hay mucho
espacio en esta visión para su persistencia como poblaciones modernas. La afirmación
del mestizaje las deja marginadas.
Uno de los muy pocos que tenían una actitud positiva hacia la población
negra era Jorge Alvarez Lleras, ingeniero, quien después de haber viajado por el Chocó
investigando las posibilidades de la provincia para la industria minera - y donde supo
de la "hidalguía del boga que expuso su vida para salvar [la suya]" (1923: 126) -
argumentó largamente "contra la idea preconcebida respecto a las cualidades negativas
de la raza negra" y se opuso a la opinión de muchos que pensaban que los negros
chocoanos estaban "entregados a la pereza, abandonados a la suciedad y en incapacidad
absoluta de comprender las nociones de la vida civilizada" (1923: 125): es decir, se
oponía a la teoría de que una "raza" tiene un carácter permanente y, en el caso de "la
raza negra", inferior.
Sin embargo, otros estudiosos adoptaban actitudes más negativas que
recuerdan las ideas de la eugenesia europea. Miguel Antonio Arroyo, en un libro
editado en 1953 sobre la geografía de la región caucana, escribe que la gente negra de
la región "no ha podido emanciparse de la deficiencia moral de la imprevisión". Los
indígenas tienen "una índole retardía" y, por lo tanto, "es menester educar a las
conciencias a una mejor dirección de las mezclas, partiendo centralmente del blanco
hacia el cobrizo, y del blanco hacia el negro en sus tipos puros, para que las
descendencias quedan influídas con los caracteres dominantes de la estirpe europea"
(1953: 103-110). Gustavo González Ochoa, en la ocasión del cuarto centenario de la
fundación de Santa Fe de Antioquia, celebrada con 32 discursos pronunciados por
profesores de la Universidad de Antioquia y otros intelectuales, expuso sobre "la raza
antioqueña" y opinó que "en este moreno matiz predominante [del antioqueño], apenas
tiene, si acaso, participación del africano, pero nunca en el grado que algunos suponen";
y "el color amarillo, oriundo del país, no se encuentra ahora" (1942: 132). Esto le
conviene a la raza antioqueña, porque los africanos son "de una raza inferior" y su
importación como mano de obra fue un gran error, porque despojó al indígena "de su
faena para ponerla en la mano mercenaria [de los africanos]" (1942: 129).
Resumiendo: en estos comentarios sobre las razas y la identidad nacional o
190
regional, se nota la variedad de ideas que planteaban diferentes intelectuales
colombianos en cuanto a "las razas" y la nación. En general se rechazaba el biologismo
racial que reinaba en Europa y los EEUU en aquellos tiempos, aunque algunos, como
Laureano Gómez, tendían a aceptarlo. Al mismo tiempo, salvo muy contadas
excepciones, existía una preferencia por "la raza blanca" o por los mestizos que llevan
su estampa. A los indígenas se les dedicaban observaciones sobre, por ejemplo, su
"grado de desarrollo intelectual" que les enseñaba que era necesario "mezclarse con otra
raza más adelantada" (Camacho Roldán 1892: 221), o sobre su terquedad o la
imposibilidad de asimilarlos. Algunos ya reivindicaban de forma tentativa la imagen
del indígena, pues era uno de los caudales que influía en el mestizo latinoamericano
(Pineda Camacho 1984: 207-209) -González Ochoa, por ejemplo, obviamente
clasificaba a los indígenas como superiores a los africanos. Casi nadie se preocupaba
por la reivindicación de los negros: lo más positivo que se mencionaba era el hecho de
haber ayudado a la colonización de las regiones tropicales.
La época actual
En Colombia esta situación empezó a modificarse desde aproximadamente
los años 40. Los indígenas, que en la época colonial tenían una identidad
institucionalizada, y que desde la independencia habían sido considerados a veces como
seres inferiores y a veces como ancestros valiosos, empezaron a convertirse de nuevo
en un objeto de reflexión intelectual.
En otros países latinoamericanos ya existía la tendencia a hacer hincapié en
la imagen del indígena como símbolo de la nacionalidad o, por lo menos, de las raíces
de la misma. En el Perú, la comunidad indígena se reconoció como entidad jurídica en
la Constitución de 1920, bajo el mando de Augusto Leguía, cuyo gobierno impulsó
también la creación de un Departamento para Asuntos Indígenas y sancionó el Día del
Indio. En México se fundó un Departamento de Asuntos Indígenas en 1936, seguido
por el Instituto Indígena Interamericano en 1940 y el Instituto Indígena Nacional en
1948. En ambos países los nativos se convirtieron en un símbolo positivo en la
ideología del indigenismo, aunque esto muchas veces mezclaba representaciones
románticas de la cultura indígena con programas positivistas de educación y
asimilación (Brading 1988, Knight 1990).
Esto no es motivo de sorpresa en países con grandes poblaciones indígenas.
Pero en Colombia, donde los indios no superan el dos por ciento de la población, la
situación no es muy distinta. Ya en 1890, se promulgó una ley para frenar la disolución
del resguardo indígena que a la vez reconoció el cabildo indígena. Esto fue con la
intención explícita de "gobernar" y "civilizar" a los indios, vistos como una categoría
191
distinta. A pesar de muchos cambios al respecto en la legislación, los resguardos
seguían teniendo vigencia y hoy en día se están multiplicando (García 1978). Tanto el
mundo académico como el Estado han dirigido su atención mucho más hacia el
indígena que hacia el negro. En 1941 el Estado fundó el Instituto Etnológico Nacional
(desde 1961, Instituto Colombiano de Antropología) bajo la dirección de Paul Rivet. En
las décadas de 1920 y 1930, el pensamiento radical de José Mariátegui y Víctor Raúl
Haya de la Torre en el Perú, y los trabajos de Moisés Sáenz y Manuel Gamio en
México, influyeron sobre un círculo intelectual que en 1942 creó el Instituto Indígena
de Colombia como entidad no oficial. Esto definiría de allí en adelante el ámbito de la
antropología y la etnohistoria colombianas, ya que los mismos fundadores a menudo se
convirtieron en directores de los departamentos de antropología establecidos en las
décadas de los 60 y los 70 (Friedemann 1984, Pineda Camacho 1984). En 1960 se creó
la División de Asuntos Indígenas del Estado, que supervisaba todos las actividades de
desarrollo relacionadas con grupos indígenas. Claro está que tales iniciativas no
significaron que las condiciones sociales y materiales de las poblaciones indígenas
mejoraran. La política del Estado era básicamente integracionista y paternalista y,
según algunos, tan negligente que estaba al borde del etnocidio, al dejar que los colonos
explotaran libremente las tierras y la fuerza de trabajo de los indígenas (García 1978,
Friedemann 1978). Sin embargo, como categoría, los indígenas seguían ocupando un
lugar especial en la visión del Estado, del mundo intelectual y de la sociedad nacional.
Ahora bien, la suerte de la población negra ha sido muy diferente. En
términos sencillos, estas poblaciones han tenido un interés mucho menor para los
gobiernos, las élites intelectuales y las poblaciones mestizas de Latinoamérica. En el
Brasil, con una gran población negra y mulata y una cultura negra bien distinta, se ha
intentado hacer para la imagen del negro lo que en otros países se ha hecho para la
imagen del indio. Investigadores como Arthur Ramos, y sobre todo Gilberto Freyre y
Edison Carneiro, trataron de cambiar las evaluaciones negativas atribuidas a los negros
y la herencia africana, otorgándoles un papel fundamental en la definición de la
nacionalidad brasilera. Como en muchas versiones del indigenismo, la perspectiva era
básicamente integracionista (Skidmore 1974: 184-192). Recientemente, la imagen del
negro se ha vuelto un tema de debate político (Fontaine 1985), y a nivel nacional ya
existe una Asesoría para Asuntos Afro-Brasileros, integrada en el Ministerio de la
Cultura.
Distinto es el caso de los venezolanos quienes, desde la independencia hasta
mediados del siglo veinte, "no mostraban ningún deseo de idealizar la contribución
africana a su cultura" (Wright 1990: 113). Durante los años 40, algunos escritores
trataron el tema de la cultura negra desde un punto de vista positivo, pero eran una
pequeña minoría.
192
En Colombia, pocos entre las clases intelectuales han tenido interés en la
glorificación del aporte negro a la cultura nacional (con excepciones significativas:
véase Friedemann 1984). Contados académicos han estudiado las comunidades negras
del país; y no hay instituciones dedicadas a la investigación de la cultura negra que no
fueron fundadas por la misma gente negra. Friedemann ha calculado que "de 1936 hasta
1978 hubo 271 personas que se inscribieron profesionalmente en el ejercicio de la
[antropología]", de los cuales sólo cinco han enfocado temas de la cultura negra
(Friedemann 1984: 538).
En resumen, la imagen del negro y la del indígena se han articulado de muy
distinta forma en las representaciones de las identidades nacionales latinoamericanas.
Esto no se debe simplemente a la discriminación que sufren los negros, pues los
indígenas también la sufren, sino al hecho que desde el principio de la época colonial,
la identidad del indígena fue objeto de reflexión intelectual e institucionalización
burocrática, cosa que no sucedió de la misma manera con la identidad negra.
Los indígenas encajan en las estructuras de la alteridad de una forma
particular: pueden tomar el rol del Otro con facilidad. Aunque las organizaciones
indígenas reclaman sus derechos como ciudadanos, es mucho más probable que en
términos culturales se les mire como grupos fuera de la sociedad nacional. Una parte de
su identidad, que en alguna medida ha sido institucionalizada, consiste en tener culturas
y lenguajes diferentes y, de hecho, una parte de sus reclamaciones como ciudadanos es
el derecho a mantener estas diferencias dentro de la nación colombiana (derecho
concedido oficialmente en la nueva Constitución). Para la antropología, la gente
indígena puede constituir el Otro con mucho más facilidad que la gente negra, por lo
menos en Colombia si no tanto en Brasil. Esta condición es, por supuesto, una espada
de doble filo. Los indígenas pueden ser objeto de estudio y de medidas especiales; pero
también pueden ser objeto de un racismo especialmente violento y xenófobo, que logra
convertir estas medidas en pura retórica. Ambos filos de la espada han dado a los
indígenas una ubicación específica frente al Estado y a la sociedad nacional, a nivel
nacional e internacional, que ayuda a legitimar sus reclamos y a conseguir financiación
para sus organizaciones. La clara existencia de la categoría "indígena" y su condición
de Otro en la nación ha sido una base para la movilización política de los indígenas,
que se ha acelerado desde los años 60 (Findji 1992, Gros 1991).
La "invisibilidad" (Friedemann 1984) de la gente negra crea una situación
distinta, que se debe a la convergencia de dos factores. Por un lado, la identidad del
negro no ha recibido el mismo apoyo institucional por parte del gobierno, tanto colonial
como post-colonial, o de la élite intelectual. La gente negra ha sido considerada más
bien como parte de la creciente población mezclada en la cual se basa la idea de la
nacionalidad colombiana: al negro se le puede llamar ciudadano como a cualquier otro.
193
Pero por otro lado, la herencia negra ha sido percibida por las élites nacionales, y por
gran parte de las poblaciones no negras, como una marca de inferioridad aun más
estigmatizada en algunos aspectos que la herencia indígena. La visibilidad de la gente
negra se pierde entre ideologías de blanqueamiento que desprecian lo negro (y lo
indígena), y afirmaciones de la homogeneidad nacional mestiza que retóricamente
incluyen a la gente negra como ciudadanos, pero que del mismo modo les niegan un
estatus específico como objeto de la discriminación racial. Es la posibilidad de incluir y
al mismo tiempo excluir a la gente negra lo que define la peculiaridad de su posición
(Stutzman 1981, Wade 1991, 1993a, Whitten 1981). Y es esta condición también lo que
ha dificultado su movilización política.
Gente negra y gente indígena en la reforma constitucional de 1991
La situación descrita arriba ha sufrido cambios significativos durante el
último lustro. La gente negra y la negritud se han convertido en un tema de debate
público, las comunidades negras ya son un objeto de atención oficial e intelectual, y las
organizaciones negras han aumentado su voz y voto en la arena pública, reivindicando
el derecho a la autonomía cultural, tal como lo hacían los indígenas desde los años 60.
A la vez, en mi concepto, la identidad negra ha empezado a tomar la forma de la
identidad indígena, al menos con relación al Estado: dada la no institucionalización de
la identidad negra que data de la época colonial, no es de extrañar que esta
transformación esté sucediendo. En esta sección analizaré el desarrollo del movimiento
negro en Colombia, trazando los cambios producidos en la forma como se ha concebido
la identidad negra.
La organización negra en Colombia se remonta a los años 60 cuando, bajo
la inspiración del movimiento negro en los EEUU y el Caribe y la independencia de
varios países africanos, se creó en las ciudades un pequeño número de asociaciones, a
menudo pasajeras, bajo la dirección de estudiantes y personas educadas.
Con la imagen de la negritud que promovían, estos grupos miraban hacia
afuera, hacia los EEUU y Africa: individuos como Martin Luther King, Malcolm X,
Leopold Senghor eran, y siguen siendo, héroes. Estas imágenes eran poderosas pero, al
mismo tiempo, se referían a una historia y unas experiencias negras distintas a las
colombianas: la clasificación más clara de blancos y negros de los EEUU, la
segregación oficial, los linchamientos. La historia del mestizaje en Colombia había
creado un panorama nacional muy diferente, en el cual era difícil fomentar el
nacionalismo negro. Estos grupos permanecían pequeños, sin mucha financiación ni
influencia (Wade 1993b, 1994).
De esta pequeña cuna formativa, surgió una ideología de la identidad negra
194
que tenía matices más latinoamericanos, y que podemos denominar el cimarronismo.
Fue expuesto originalmente por la organización Cimarrón (fundado en 1982), pero,
como muchos de los que iban a participar en la reivindicación de la identidad negra se
formaban en los círculos de estudio de Cimarrón, la ideología llegó a tener una
influencia amplia. Cimarronismo se inspira en la imagen del cimarrón, o esclavo
fugitivo, y del palenque, o pueblo fortificado construido y defendido por los cimarrones
en la época colonial420. Estos eran más bien escasos en los EEUU, y podían simbolizar
la experiencia latinoamericana - o caribeña - con más facilidad. Además, los cimarrones
y los palenques evocaban imágenes de personas y comunidades negras, en vez de
naciones negras, al tiempo que conservaban la idea de la resistencia guerrera que era
atractiva en los movimientos norteamericanos. Y claro que la presencia en Colombia
del Palenque de San Basilio, un pueblo único, antiguo palenque cuyos habitantes
conservan la memoria de su pasado ilustre y hablan un idioma criollo particular, servía
de símbolo potente de esta representación de la identidad negra (Friedemann y Patiño
1983).
El cimarronismo se dirige a toda las personas negras que se identifican
como tales, así como a todos los que tienen ascendencia negra pero que no se asumen
como negros: los llama a que se reconozcan como negros, o a que simpaticen con el
movimiento. Se crea una representación de la historia en que todos los que tienen raíces
negras han heredado algo común: la esclavitud, la discriminación racial y la lucha
contra las mismas. La ideología los invita a seguir luchando tal como lo hicieron sus
ancestros. Claro que esta representación de la historia es parcial: sólo algunos esclavos
eran cimarrones y los palenques tenían relaciones con la sociedad colonial que no se
pueden caracterizar como de simple lucha continua (Wade 1993: 87). En esta ideología,
la historia funciona como bandera para movilizar a la gente. El problema era que pocos
se acogían a esta bandera.
Este paradigma de la identidad negra cambió con la reforma constitucional
de 1991 y las negociaciones y discusiones que la antecedieron. La reforma era el
resultado del "proceso de paz" iniciado varios años atrás a efectos de desmovilizar las
fuerzas guerrilleras del país, pero al mismo tiempo puso sobre la mesa la posibilidad de
plantear la etnicidad y la multiculturalidad. Las organizaciones indígenas ejercían la
mayor influencia en este campo, pero las comunidades negras también se hicieron
presentes.
El contexto para esta presencia negra eran los acontecimientos en la región
colombiana del Pacífico. Esta región, explotada por los españoles para la extracción
aurífera, está habitada en su gran mayoría por gente negra, descendientes de los
420 Véase MOSQUERA (1985) para una descripción de la ideología del cimarronismo. Para detalles sobre los cimarrones y palenques véanse, por ejemplo, PRICE (1979) y FRIDEMANN y PATIÑO ROSELLI (1983).
195
esclavos llevados para las minas. Muy pocos blancos se afincaron en la región, y la
población negra forma quizás el 90 por ciento del total, con un número apreciable de
indígenas. Es también una de las regiones más pobres del país, con mínima
infraestructura y altas tasas de mortalidad y analfabetismo (Wade 1993). En la
actualidad, el Estado ha vuelto los ojos hacia esta región con el propósito de abrirla y
tener mejor acceso a la cuenca del Pacífico, visto como el centro geopolítico mundial
del futuro. Entre otras cosas, se diseñan planes para la terminación de la carretera Pan-
Americana, la construcción de un nuevo puerto internacional, la apertura de un nuevo
canal inter-oceánico. Mientras tanto, se están construyendo carreteras de penetración en
la región y ha aumentado en forma notable la inmigración de colonos blancos y
mestizos del interior del país - quienes siempre han mantenido una pequeña presencia a
efectos de monopolizar el comercio. La extracción de recursos naturales, sobe todo la
madera y el oro, también se ha intensificado.
Un resultado de estos cambios ha sido un incremento de la tensión
interétnica entre las comunidades negras e indígenas de la región. Desde antes de la
emancipación de los esclavos en 1851, la gente negra ha ido colonizando las partes
bajas de los ríos, empujando a la gente indígena hacia las cabeceras. Las relaciones
entre los grupos no se caracterizan por hostilidad ni violencia, pero tampoco están
libres de tensión. Las barreras étnicas que separan a los indígenas de los negros tienen
cierta claridad, pero están mediadas por la trata, el compadrazgo, el intercambio de
servicios, y uno que otro matrimonio. Las comunidades negras están más ligadas a la
economía capitalista, a través de la minería y el corte de madera, y a la administración
regional: a menudo actúan para los indígenas como medio de acceso a estas esferas
(Whitten 1986).
A medida que se intensificaba la explotación de recursos naturales, personas
negras empezaban a invadir los territorios de las comunidades indígenas, en busca de la
madera o el oro, y surgían conflictos entre ambos grupos. Al mismo tiempo, las
organizaciones indígenas, que se venían movilizando desde los 60 y que tenían apoyo
internacional, habían estado solicitando la creación de más resguardos, algunos de los
cuales se encontraban en la región del Pacífico. Ya que la tenencia de la tierra por las
comunidades negras nunca se ha reconocido en términos legales, ni existían títulos para
la mayoría de sus tierras, algunos de los nuevos resguardos abarcaban tierras de
comunidades negras, aumentando así las posibilidades de conflicto interétnico.
Sin embargo, la Iglesia había estado apoyando la creación de
organizaciones campesinas tanto para las comunidades negras como para las indígenas
y, con el propósito de resolver estos conflictos antes de que estallaran, empezó a
intermediar. Se organizaron encuentros entre, por ejemplo, la Organización Regional de
Emberás y Waunamas del Chocó y la Asociación Campesina del río Atrato
196
(organización negra). Esto culminó en la formación de la Asociación Campesina del
San Juan, que representaba tanto a las comunidades negras como a las indígenas.
Esta alianza indígena-negra iba a ejercer influencia en la Asamblea
Constituyente. No se eligió ningún candidato negro como delegado a la Asamblea: los
candidatos o bien eran políticos tradicionales, o bien personas con poca experiencia
política y sin apoyo económico. En cambio las organizaciones indígenas, que contaban
con más apoyo nacional e internacional y con más experiencia, lograron elegir dos
delgados indígenas, uno de los cuales, Francisco Rojas Birry, representaba a esta
alianza interétnica y recibió los votos de muchas personas negras (Arocha 1992).
De hecho, durante los debates en la Asamblea sobre los derechos de los
grupos étnicos, la alianza resultó ser un poco frágil (Arocha 1992, Wade 1993b, 1994).
Comenta Arocha que la Asamblea fue "dominada por la visión asimétrica y excluyente
de la identidad histórico-cultural diferenciada como una condición tan sólo alcanzada
por los indios" (Arocha 1992: 45). Como tal, en la constitución ratificada el 5 de julio
de 1991 figuraban varios artículos que hacían referencia a los pueblos indígenas o a los
grupos étnicos - términos prácticamente equivalentes421 -pero sólo se obtuvo la inserción
del Artículo Transitorio 55 referente a las "comunidades negras". En este artículo se
requería que, previo estudio por parte de una comisión especial que el Gobierno había
de crear, se expidiera una ley que "les reconozca a las comunidades negras que han
venido ocupando tierras baldías en las zonas rurales ribereñas de los ríos de la Cuenca
del Pacífico, de acuerdo con sus prácticas tradicionales de producción, el derecho a la
propiedad colectiva sobre las áreas que habrá de demarcar la misma ley". Esa misma
ley debía establecer "mecanismos para la protección de la identidad cultural y los
derechos de estas comunidades, y para el fomento de su desarrollo económico y social".
Finalmente, se abrió la posibilidad de que el artículo pudiera aplicarse a otras
comunidades que "presenten similares condiciones".
No me detendré aquí en los detalles del largo proceso de negociación que
tuvo lugar dentro de la Comisión Especial creada por el gobierno e integrada por
representantes de las comunidades negras de la región del Pacífico, funcionarios del
gobierno y otros particulares (véase Wade 1993b). Por fin fue firmada por el Presidente
la Ley 70 del 27 de agosto de 1993, que reconoce a las comunidades negras como "un
grupo étnico" (aunque tan sólo en una frase que no se vuelve a repetir en todo el texto
de la ley) y aborda la definición de la tenencia de la tierra para comunidades negras
ubicadas sobre los ríos de la zona del Pacífico. La ley excluye el control comunitario
421 Los llamados "raizales" del archipiélago de San Andrés (unas islas ubicadas a 160 kilómetros al oeste de Nicaragua), grupos negros que hablan inglés y tienen una historia más cercana a la de las Antillas ingleses que a la de Colombia, eran otros que en algunos contextos se reconocieron como grupo étnico: por ejemplo en un documento, "De los pueblos indígenas y grupos étnicos", escrito por dos delegados a la Asamblea, Orlando Fals Borda y Lorenzo Muelas (quien era el segundo delegado indígena). Véase FALS BORDA y MUELAS (1992).
197
sobre los recursos naturales (excepto los bosques), los subsuelos, los parques
nacionales, las zonas de importancia militar y las áreas urbanas; prescribe que las
prácticas tradicionales de producción deben ejercerse de tal manera que se garantice la
persistencia de los recursos (aunque no menciona las prácticas de producción de otras
personas en la zona). La ley también contiene medidas para mejorar la educación (que
debe responder a las especificidades culturales de las comunidades negras), la
capacitación, el acceso al crédito y el bienestar de las comunidades negras; la
participación de las comunidades en estos campos se garantiza a través de
representantes de las mismas que participarán en diferentes consejos y corporaciones
encargados de la planificación del desarrollo; se creará también la dirección de asuntos
para comunidades negras en el Ministerio de Gobierno. Finalmente, la ley establece una
circunscripción especial para elegir dos miembros de las comunidades negras a la
Cámara de Representantes.
La ley 70 implica una imagen de la identidad negra que contrasta con la que
implica la ideología del cimarronismo y que es análoga a la imagen de la identidad
indígena. Según la ley, la cultura y sociedad negras tienen varios elementos que las
definen (Artículo 2): i) la comunidad negra, definida como "el conjunto de familias de
ascendencia afrocolombiana que poseen una cultura propia, comparten una historia y
tienen sus propias tradiciones y costumbres dentro de la relación campo-poblado, que
revelan y conservan una conciencia de identidad que las distingue de otros grupos
étnicos; ii) la ocupación colectiva de la tierra, definida como "el asentamiento histórico
y ancestral de comunidades negras en tierras para su uso colectivo"; iii) las prácticas
tradicionales de producción, que son las actividades económicas que "han utilizado
consuetudinariamente las comunidades negras"; iv) la misma región del Pacífico.
Además se les da a las comunidades negras de la región el estatus oficial de invasores
de tierras baldías, a pesar de la ocupación continua, en muchos casos durante más de un
siglo.
Esta representación implícita refleja en muchos sentidos la imagen de la
sociedad indígena en Colombia: la comunidad establecida y ancestral, la tierra
comunal, las prácticas de producción que se remontan a la antigüedad; el énfasis está en
el arraigo ancestral. Las comunidades negras están encargadas de la protección del
medio ambiente, tal como se percibe en el caso de los indígenas. Y lo mismo que
ocurre con la movilización indígena, el enfoque principal es la tierra o el territorio.
La diferencia contundente es la limitación del ámbito de la ley a la región
del Pacífico. Se supone que la ley se puede aplicar a comunidades negras en otras
partes del país que presenten iguales condiciones, pero es difícil imaginar cuáles
podrían llenar estos requisitos y queda claro que el objeto principal de la ley es el litoral
pacífico. Así quedan excluidas las demás comunidades negras del país y se socava por
198
completo la idea del grupo étnico como entidad nacional. Otra diferencia es la
definición de la gente negra de la región como invasores, mientras que los indígenas
siempre han tenido derechos originales a la tierra.
El hecho de que la representación oficial de la identidad negra haya tomado
esta forma no es de sorprender, si se considera el rol desempeñado por las
organizaciones indígenas, la Iglesia (cuya experiencia ha sido más que todo con las
comunidades indígenas) y el mismo Estado en la formulación del Artículo Transitorio y
la ley correspondiente - aunque es preciso recordar que las mismas organizaciones
negras jugaron un papel importante también. El Estado estaba dispuesto a hacer algunas
concesiones a las organizaciones negras, en una zona que es de gran interés para el
desarrollo económico masivo. Como tal, prefería utilizar un modelo de negociación con
minorías étnicas que ya existían y eran conocidas; la Iglesia y las organizaciones
indígenas ayudaron a mantener tal modelo y las organizaciones negras - o al menos las
que se involucraron en el proceso - estaban dispuestas a aprovechar las posibilidades
que se presentaran. Vale la pena anotar que algunas organizaciones e individuos negros
se distanciaron del proceso de la ley 70, al señalar sus debilidades (como son la falta de
un enfoque nacional, la falta de control comunitario sobre los recursos naturales, la
definición de la gente negra como invasores), pero eran una minoría y los demás
actores en el drama lograron imponerse en la definición de la imagen oficial de la
identidad negra.
Conclusión
A mi juicio, la ley representa un avance importante porque ha lanzado la
problemática de la negritud a la arena pública, ha reducido la "invisibilidad" de la gente
negra, ha puesto en tela de juicio el mito de la democracia racial que aún está vigente (y
que irónicamente se refuerza ahora con las concesiones que el Estado ha hecho para las
comunidades negras e indígenas) y abre el debate sobre la identidad nacional y la
multiculturalidad. Sin embargo, hay que recordar que la ley arrincona la identidad
negra a una sola región del país y la obliga a seguir un modelo indígena. Mientras que
el cimarronismo invita a la gente negra a hacer una elección positiva de la identidad, la
ley impone una definición que excluye gran parte de lo que es la identidad negra en el
país, por ejemplo los de la costa atlántica o del valle del Cauca, los que viven en las
ciudades del interior o en las urbes de la misma región Pacífica. Hay que reconocer que
ser negro no es sólo ser un agricultor rural que vive en los ríos de la región del Pacífico:
también es ser, por ejemplo, un pescador que vive en las playas de la costa atlántica, o
una trabajadora asalariada que vive en Medellín.
Otro aspecto más abstracto, pero que vale la pena agregar, es que, con su
199
énfasis sobre el arraigo histórico y ancestral, la ley - y aquí comparte una debilidad con
el cimarronismo que también se refiere a la historia para construir la imagen de lucha y
resistencia - ata la identidad negra al pasado y no al futuro. Como dice Stuart Hall: "¿Es
que se trata sólo de descubrir lo que la experiencia colonial enterró, sacando a la luz las
continuidades que ella suprimió? ¿O se trata de una práctica distinta - no el
descubrimiento de la identidad, sino la producción de la misma?" (1992: 24). Sigue el
mismo autor:
Las identidades culturales tienen un origen, tienen una historia. Pero, como
lo todo que tiene historia, ellas sufren transformaciones continuas. Lejos de estar
eternamente fijadas en un pasado esencializado, están sujetas al `juego' continuo de la
historia, la cultura y el poder. Lejos de estar basadas en la mera `recuperación' del
pasado, que está esperando que lo descubran y que, una vez descubierto, nos daría un
sentido eterno de seguridad en nosotros mismos, las identidades son los nombres que
damos a los diferentes modos en que estamos dispuestos por, y nos disponemos en, la
narrativa del pasado (1992: 31).
La ley 70, y en menor grado el cimarronismo, se basan en el
"descubrimiento" para construir la representación de la identidad negra. Pero se
necesita también crear nuevas formas de identidades nacionales - y transnacionales -
que se apoyen en el pasado pero que apunten hacia el futuro. La tendencia estatal al
afrontar la protesta minoritaria - cuando no la suprime - es de hacer algunas
concesiones, creando una burocracia para absorber las peticiones. El efecto es de
mantener el status quo, de moldear la protesta a las estructuras organizativas y
culturales existentes. Por lo tanto es importante no sólo cuestionar la exclusión de un
grupo de las estructuras existentes sino, a la vez, desafiar la propia constitución de esas
estructuras; no sólo pensar en incluir a la gente negra e indígena en la nación
colombiana, sino también reimaginar la misma nación.
REFERENCIAS
ALDEN, Dauril. 1987. Late colonial Brazil, 1750-1808. En Colonial Brazil.
Compilado por Leslie Bethell, pp. 284-343. Cambridge: Cambridge University
Press.
ALVAREZ LLERAS, Jorge. 1923. El Chocó: apuntamientos de viaje a esta región
interesante del país. Bogotá: Editorial Minerva.
AROCHA, Jaime. 1992. Los negros y la Nueva Constitución Colombiana de 1991.
200
América Negra 3: 39-54.
ARROYO, Miguel Antonio. 1953. El Cauca es así. Popayán: Editorial Universidad.
BRADING, David. 1988. Manuel Gamio and offical indigenismo. Bulletin of Latin
American Research 7(1): 75-90.
BUSHNELL, David. 1954. The Santander regime in Gran Colombia. Newark,
Delaware: University of Delaware Press.
CAMACHO ROLDAN, Salvador. 1892. Escritos varios. Bogotá: Librería Colombiana.
Comisión Corográfica. 1958. Jeografía física i política de la Nueva Granada. Bogotá:
Banco de la República.
CHEVALIER, François. 1970. "Official indigenismo in Peru in
1920: origins, significance and socioeconomic scope". En Race and class in
Latin America. Compilado por Magnus Mörner. New York: Columbia
University Press.
DAVIS, David Brion. 1970. The problem of slavery in western culture.
Harmondsworth, Middx.: Penguin.
FALS BORDA Orlando and Lorenzo MUELAS. 1992. Propuesta de articulado. Título
especial: de los pueblos indígenas y grupos étnicos. América Negra 3: 220-223.
FINDJI, María Teresa. 1992. From resistance to social movement: the Indigenous
Authorities Movement in Colombia. En The making of social movements in
Latin America: identity, strategy and democracy. Compilado por Arturo
Escobar and Sonia Alvárez, pp. 112-133. Boulder: Westview Press.
FONTAINE, Pierre-Michel (comp.). 1985. Race, class and power in Brazil. Los
Angeles: Centre of Afro-American Studies, University of California.
FRIEDEMANN, Nina de. 1975. Niveles contemporáneos de indigenismo en Colombia.
En Indigenismo y aniquilamiento de indígenas en Colombia. By Juan Friede,
Nina de Friedemann and Darío Fajardo, pp. 49-81. Bogotá: Universidad
Nacional.
FRIEDEMANN, Nina de and Carlos PATIÑO ROSELLI . 1983. Lengua y sociedad en
el Palenque de San Basilio. Bogotá: Instituto de Caro y Cuervo.
FRIEDEMANN, Nina de. 1984. Estudios de negros en la antropología colombiana. En
Un siglo de investigación social: antropología en Colombia. Compilado por
Jaime Arocha and Nina de Friedemann, pp. 507-573. Bogotá: Etno.
GARCIA, Antonio. 1978. Legislación indígena y la política del estado. En
Indigenismo. Compilado por Fundación Friedrich Neumann. Enfoques
Colombianos, Temas Latinoamericanos, Monografía no. 11. Bogotá: Fundación
Friedrich Neumann.
GOMEZ, Laureano. 1970. Interrogantes sobre el progreso de Colombia. Bogotá:
Colección Populibro.
201
GONZALEZ OCHOA, Gustavo. 1942. La raza antioqueña. En El pueblo antioqueño.
Compilado por Ricardo Uribe Escobar, pp. 121-134. Medellín: Ediciones de la
Revista de la Universidad de Antioquia.
GRAHAM, Richard (comp.). 1990. The idea of race in Latin America, 1870-1940.
Austin: Texas.
GROS, Christian. 1991. Colombia indígena: identidad cultural y cambio social.
Bogotá: CEREC.
HALL, Stuart. 1992a. Identity and the black photographic image. Ten.8 2(3). Special
issue, Critical decade: black British photography in the 80s, pp. 24-31.
HALPERIN DONGHI, Tulio. 1987. Economy and society. En Spanish America after
Independence, c.1820-c.1870. Compilado por Leslie Bethell, pp. 1-47.
Cambridge: University Press.
HARRIS, Marvin. 1974. Patterns of race in the Americas. New York: Norton Library.
HELG, Aline. 1990. Race in Argentina and Cuba, 1880-1930. En The idea of race in
Latin America, 1870-1940. Compilado por Richard Graham, pp. 37-69. Austin:
University of Texas Press.
HORSMAN, Reginald. 1981. Race and manifest destiny: the origins of American
racial Anglo-Saxonism. Cambridge, MA.: Harvard University Press.
HUMPHREYS, Robert Arthur (comp.). 1940. British consular reports on the trade and
politics of Latin America. London: The Royal Historical Society.
JARAMILLO URIBE, Jaime. 1968. Ensayos sobre historia social colombiana. Tomo.
1. La sociedad neogranadina. Bogotá: Universidad Nacional.
JARAMILLO URIBE, Jaime. 1989. Ensayos sobre la historia social colombiana.
Tomo. 2. Temas americanos y otros ensayos. Bogotá: Tercer Mundo.
JORDAN, Winthrop. 1977. White over black: American attitudes toward the Negro,
1550-1812. New York: Norton.
KNIGHT, Alan. 1990. Racism, revolution and indigenismo: Mexico, 1910-1940. En
The idea of race in Latin America. Compilado por Richard Graham, pp. 71-113.
Austin: University of Texas Press.
LOPEZ DE MESA, Luis. 1970. De cómo se ha formado la nación colombiana.
Medellín: Ed. Bedout.
MARTINEZ-ALIER, Verena. 1974. Marriage, colour and class in nineteenth-century
Cuba. Cambridge: University Press.
MASON, Peter. 1990. Deconstructing America: Representations of the other. London:
Routledge.
MCCAA, Robert. 1984. Calidad, clase and marriage in colonial Mexico: the case of
Parral, 1788-90. Hispanic American Historical Review 64(3): 477-501.
MORNER, Magnus. 1967. Race mixture in the history of Latin America. Boston: Little
202
Brown.
MOSQUERA, Juan de Dios. 1985. Las comunidades negras de Colombia. Medellín:
Editorial Lealon.
PAGDEN, Anthony. 1982. The fall of natural man: the American indian and the
origins of comparative ethnology. Cambridge: University Press.
PEREZ AYALA J.M. 1951. Antonio Caballero y Góngora, virrey y arzobispo de Santa
Fe, 1723-1796. Bogotá: Imprenta Municipal.
PINEDA CAMACHO, Roberto. 1984. La reivindicación del indio en el pensamiento
social colombiano, 1850-1950. En Un siglo de investigación social: la
antropología colombiana. Compilado por Jaime Arocha y Nina de Friedemann,
pp. 197-251. Bogotá: Etno.
PRICE, Richard. 1979. Introduction and Afterword. En Maroon societies: rebel slave
communities in the Americas. Compilado por Richard Price, pp. 1-30 and 417-
431. Garden City, N.Y.: Anchor Books.
RESTREPO, Olga. 1984. La Comisión Corográfica y las ciencias sociales. En Un siglo
de investigación social: la antropología en Colombia. Compilado por Jaime
Arocha y Nina de Friedemann, pp. 131-158. Bogotá: Etno.
SAMPER, José María. 1980. Un viaje completo. En Crónica grande del río de la
Magdalena. 2 Tomos. Compilado por Aníbal Noguera Mendoza, Tomo II, pp.
87-100. Bogotá: Sol; y Luna.
SAUNDERS, A.C. de C.M. 1982. A social history of black slaves and freedmen in
Portugal, 1441-1555. Cambridge: University Press.
SKIDMORE, Thomas. 1974. Black into white: race and nationality in Brazilian
thought. New York: Oxford University Press.
SMEDLEY, Audrey. 1993. Race in North America: origin and evolution of a
worldview. Boulder and Oxford: Westview Press.
STEPAN, Nancy Leys. 1991. "The hour of eugenics": race, gender and nation in Latin
America. Ithaca, N.Y.: Cornell University Press.
STUTZMAN, Ronald. 1981. El mestizaje: an all-inclusive ideology of exclusion. En
Cultural transformations and ethnicity in modern Ecuador. Compilado por
Norman E. Whitten, pp. 45-94. Urbana: University of Illinois Press.
VERGARA Y VERGARA, Francisco. 1974 [1901]. Nueva geografía de Colombia. 3
Tomos. Bogotá: Banco de la República.
WADE, Peter. 1991. The Language of Race, Place and Nation in Colombia. América
Negra 2: 41-66.
WADE, Peter. 1993. El movimiento negro en Colombia. América Negra 5: 173-192.
WADE, Peter. 1994, próximo a aparecer. The cultural politics of blackness in
Colombia. American Ethnologist.
203
WADE, Peter. 1993. Blackness and race mixture: the dynamics of racial identity in
Colombia. Baltimore, MD.: Johns Hopkins University Press.
WHITTEN, Norman. 1986 [1974]. Black frontiersmen: a South American case.
Prospect Heights, Illinois: Waveland Press.
WHITTEN, Norman. 1981. Introduction. En Cultural transformations and ethnicity in
modern Ecuador. Compilado por Norman E. Whitten, pp 1-44. Urbana:
University of Illinois Press.
WRIGHT, Winthrop. 1990. Café con Leche: race, class and national image in
Venezuela. Austin: University of Texas Press.
ZEA, Leopoldo. 1963. The Latin American mind. Norman: University of Oklahoma
Press.