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Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies
Cervantes, América y el contagio del vacíoAuthor(s): Alberto MedinaSource: Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies, Vol. 7 (2003), pp. 67-73Published by: Arizona Journal of Hispanic Cultural StudiesStable URL: http://www.jstor.org/stable/20641642 .
Accessed: 16/06/2014 13:41
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Cervantes, Am?rica ?fc
y el contagio del vac?o
BLE Alberto Medina is an Assis tant Professor at Boston Uni
versity. He is the author of Exorcismos de la memoria:
pol?ticas y po?ticas de la me
lancol?a en la Espa?a de la tran
sici?n. He has unitten articles about contemporary Spanish and Latin American litera
ture. He is currently working on a project about the politics of light in Spanish Enlighten ment.
y mi The colonialist demand for narrative carries,within it, mmhhhmmhh
its threatening reversal: Tell us why we are here. It is this ^ echo that reveals that the other side of narcissistic au-
HBHHI thority may be the paranoia of power; a desire for authorization in the face of a process of cultural dif- HHMH ferentiation which makes it problematic to fix the ^H&^^| native objects of colonial power as the moralized odi- ^H^^^l ers of truth. (Bhabha 100) ̂ ?^
It is as if, in the birth of a new history on the shores of another world, man had to take control of divine enun- H^^BH ciation himself, and pay the price of his glory in
jjjjj pain. There is no longer any extraordinary' and pre sumptuous assurance (like that of the priests and the
H^BB prophets) of detaining a truth that is 'beyond our _ ken; what there is instead is the duty to keep ones
^^^^^H word in a 'triumphant loss.' (De Certau 77) ^^^^^?
De acuerdo con Enrique Dussei, el nacimiento HHH
de la modernidad europea se produce en el EXX^S instante de su confrontaci?n con el otro ame- HHM
ricano:
El control, la conquista, la violaci?n del otro permiten Vf^^^H a Europa definirse a si misma como ente descubridor, Ell^^KS conquistador, colonizador de una alteridad igualmen- ^^H^IBS te constitutiva de la modernidad. ( 12)1 liU Hi
La puesta en escena del nacimiento de esa visi?n H^SJ^? de la modernidad consiste en un silencio. Su desarro-
^a?2S!!II lio no ser?a sino la ansiedad provocada por un vac?o Eft" 1
Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies Volume 7, 2003 ^^^^1
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fundacional. Antes de la violencia, de la
conquista, el colonizador lee un texto, el
"requerimiento," destinado a legitimar su
acci?n. El texto presupone un oyente, un
lector impl?cito, al mismo tiempo que va
c?a su lugar. Existe s?lo en cuanto silen
cio. El otro escucha pero no entiende. El
di?logo se torna mon?logo que, parad?ji camente precisa del otro, de su vac?o:
[...] como mejor podemos, vos roga
mos y requerimos que entend?is bien esto que os [decimos], e tom?is para entenderlo e deliberar sobre ello el tiem
po que fuere justo y reconozc?is a la
Yglesia por se?ora y superiora del uni verso mundo [...] y al emperador y rei
na, nuestros se?ores, como superiores e se?ores e Reyes [...].
Y si no lo hizi?redes o en ello malicio samente dilaci?n pusi?redes, certifi c?os que con ayuda de Dios, nosotros
entraremos poderosamente contra vo
sotros, e vos haremos guerra por todas
partes e maneras que pudi?remos, [...]
e tomaremos vuestras personas e de
vuestras mugeres e hijos
e los haremos
esclavos, e vos tomaremos vuestros bie
nes e vos haremos todos los males y
da?os que pudi?remos [...] y protesta mos que las muertes y da?os que de ello se recrecieren sea a vuestra culpa
e
no de sus magestades [...]. (Citado en
Pere?a 238-39)
El conquistador exige al otro que compren da y que obedezca, le amenaza con el ex
terminio en caso de disentir. Pero el otro,
hipnotizado por la radical extra?eza del
reci?n llegado, tan s?lo escucha una voz
incomprensible, m?gica, que nada dice
m?s all? de su impenetrable misterio. El
requerimient o es un texto omn?voro, con
vierte al otro en mera funci?n textual del
enunciado. No existe m?s all? de lo escri
to. El conquistador exige que lo que ven
sus ojos se acomode a una narraci?n con
cebida al otro lado del mar.2 La lectura es
un sue?o performativo proyectado sobre un vac?o, el silencio impenetrable del otro.
Ya Edmundo O'Gorman caracteri
za en tales t?rminos al primero de los lec
tores del Nuevo Mundo: Col?n no ve, no
quiere ver nada nuevo, ansiosamente bus ca la correspondencia entre lo percibido y lo esperado.3 En palabras de Bartolom?
de las Casas, la producci?n de sentido del
almirante es:
cosa maravillosa como lo que el hom bre mucho desea y asienta una vez con
firmeza en su imaginaci?n, todo lo que oye y ve, ser en su favor a cada paso se
le antoja, (citado en O'Gorman 85)
El nuevo mundo ha de ser pues c?m
plice d?cil de expectativas ajenas. El me
canismo de percepci?n del almirante pron to se ampl?a a la esfera del poder. En el
"requerimiento," ese poder es un ejercicio de ficcionalizaci?n. Percibir, clasificar o
disciplinar al otro es hacerle texto, inte
grarle en la omnipotencia narrativa de un
yo a quien no le interesa ver m?s all? de s?.
La novedad no es posible, s?lo la autori
dad de lo escrito tiene validez. El otro ha
de coincidir con lo previsto, formar parte de la historia, obedecer el lugar que le ofre
ce un cat?logo inalterable. La resistencia a
integrarse en ese cat?logo supondr?a reve
lar su contenido como incompleto, su re
trato de un mundo previsto como ya siem
pre fracasado.4
Pero ese esquema, ese enfrentamien
to del sentido a la obscenidad de su vac?o, nos remite inmediatamente a otro punto de partida de la modernidad: Don Qui
jote, situado aparentemente en las ant?
podas de la ret?rica del poder, incapaz de
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convencer a los otros de su imposible gran deza, renuncia a reconocer lo imprevisto.
El "caballero de la triste figura" no deja de
gritarle a la cara del otro el texto al que
pertenece, no abandona hasta el final su
obstinaci?n por poblar el mundo de un
sentido impuesto. Esa analog?a nos proporciona el pun
to de partida de nuestra reflexi?n. La mo
dernidad empieza en el ansia de sentido
del Quijote una y otra vez derrotada, pero aun as? ciega al fracaso. Pero la moderni
dad comienza tambi?n en el riguroso pro ceso de vaciamiento del otro que consti
tuye la conquista. El texto cervantino, aut?ntica fuente de la inestabilidad de sen
tido que caracteriza la modernidad, sigue la misma pauta que su primer gesto de
violencia. La impotencia del Quijote para alterar el mundo que le rodea y hacerle
obedecer sus textos, se torna en el escena
rio de la conquista en violencia genocida. El "requerimiento" es un mon?logo cervan
tino en boca del poder. El fracaso del sentido que da origen
a la modernidad ofrece entonces esas dos
facetas simult?neas: por un lado la proli feraci?n de significantes exiliados de la
m?tica correspondencia con su referente.5
Por otro, el autoritario sometimiento de
la realidad a esa unidad perdida entre sig no y sentido. Parad?jicamente, la ruina
del sentido, su ausencia, se oculta con otro
ejercicio de destrucci?n. La borradura del otro resulta del miedo a que delate, a que
haga visible la insuficiencia del yo. Cervantes mismo nos da el gui?n
para interrogar esa intersecci?n entre arti
ficio y poder, pero tambi?n entre Am?rica
y el patr?n fundacional del sujeto moder no. "El celoso extreme?o" relata la histo ria de un retorno, precisamente de las In
dias, el final de un largo peregrinaje en
busca del sentido y el fracaso de su puesta
en obra. Recordemos brevemente la no
vela: un indiano envejecido y enriquecido vuelve a Espa?a. En busca de definitivo
asentamiento y de destino para su fortu na contrae matrimonio con la joven Leono
ra. Consumido patol?gicamente por celos
sin motivo, encierra a su amada en una casa
aislada del mundo y dotada de todas las
riquezas. El misterio de la casa atrae a
Losayda, Joven casquivano en busca de amores. Finalmente ?ste consigue penetrar las murallas del aislamiento y la narrativa
paranoica del Indiano es, al menos aparen temente, completada. La causa de sus celos
aparece finalmente como producto y no
causa real de su excesiva prudencia. Al principio del relato, el viaje a las
Indias del protagonista, que funciona como pr?logo de la historia, es presenta do como un intento de restauraci?n de la
fortuna y la virtud:
[...] iba tomando una firme resoluci?n de mudar manera de vida, y de tener otro estilo en
guardar la hacienda... y
de proceder con m?s recato que hasta all? con las mujeres. (100)
Carrizales lleva a cabo en el ?mbito
personal lo que para el Quijote resulta ta
rea mucho m?s pretenciosa. El comienzo
de "El celoso" nos trae a la memoria el de
El Ingenioso hidalgo: "No ha muchos a?os
que de un lugar de Extremadura sali? un
hidalgo..." (99). La salida del lugar de ori
gen ser? el espacio de la ruina econ?mica
(otra vez como en El Quijote) y la perdi ci?n moral. El final del viaje, las Indias,
refugio y amparo de los desesperados de Espa?a, iglesia de los alzados [...]
a?agaza general de mujeres libres, en
ga?o com?n de muchos y remedio par ticular de pocos. (99)
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Am?rica es, para Carrizales, la pagi na en blanco donde reescribir y restaurar
un sentido perdido. Parad?jicamente, el
viaje al otro lado del mundo es uno de
regreso. La comparaci?n con la f?bula del
hijo pr?digo es expl?cita en el texto
cervantino (99). Se va a lo nuevo con nos
talgia, en busca de un reencuentro. Es la
misma recuperaci?n de un tiempo y un
orden perdidos la que gu?a los pasos del
Quijote. El n?cleo parad?jico del sujeto moderno empieza en esa insalvable rup tura entre la realidad y el deseo. Lo nuevo
es el resultado de un desencuentro, el fra
caso de un retorno. La nostalgia de lo igual se topa con la indisciplinada mirada del
otro.
Al otro lado del mar, Carrizales cree
encontrar los remedios para su mal. Re
cupera su hacienda y su virtud, se prepara
para el regreso al origen, para la definitiva
recuperaci?n de lo perdido. Pero en la In
dias, esa recuperaci?n se ha comenzado a
construir a costa del otro, gracias a su va
c?o. Como ha indicado James Fern?ndez, a su vuelta Carrizales se comporta como si
los mecanismos coloniales tuviesen conti
nuidad en la pen?nsula (974). Al regresar, nunca sale de la colonia, la producci?n del sentido seguir? a?n el esquema all?
aprendido, la violencia del "requerimien to." Si el espacio vac?o era en Am?rica el
del ind?gena, la mujer toma ahora su lu
gar. La omn?vora narrativa del conquista dor contin?a su l?gica performativa. El
otro ha de obedecer a un texto previo, ins
talarse en ?l sin derecho a respuesta. Pero
junto a la actitud colonial, Carrizales tam
bi?n trae consigo el vac?o que, necesaria
mente, acompa?aba al requerimiento. La
necesidad de ocultar ese vac?o, de apartar de la mirada de los otros el fracaso del sen
tido, lleva al indiano a idear un espacio
acotado de la verdad restaurada. La uto
p?a del origen recuperado es fr?gil y ha de mantenerse aislada. Leonora, la joven es
posa escogida por el indiano es el medio
ideado para recuperar lo perdido, el lugar vac?o de la memoria, "busc? a sus amigos, hall?los todos muertos; quiso partirse a
su tierra, aunque ya hab?a tenido nuevas
que ning?n pariente le hab?a dejado la
muerte" (101). Pero Leonora tambi?n se
constituye en el destino de su fortuna, el
?nico modo de darle sentido y utilidad al oro americano:
Contemplaba Carrizales en sus barras,
no por miserable, porque en algunos
a?os que fue soldado aprendi? a ser
liberal, sino en lo que hab?a de hacer d?lias a causa que tenerlas en ser era
cosa infructuosa, y tenerlas en casa, cebo
para los codiciosos y despertador para los ladrones. (101)
As? pues, la restauraci?n del sentido
ofrece dos aspectos paralelos, uno biogr? fico, otro econ?mico. El sentido y uso del
yo se concibe simult?neamente al de su
fortuna. El efecto de Am?rica en Carrizales es similar al que comienza a producir en
los textos de los arbitristas, los analistas
econ?micos del XVII enfrentados a los
parad?jicos efectos de Am?rica en la eco
nom?a de la metr?poli. Del mismo modo
que en la situaci?n comunicativa del "re
querimiento," el sue?o del poder o de la
riqueza s?lo obtiene el vac?o por respues ta. Si Carrizales no permite respuesta, si
el suyo es un mon?logo que incluye al otro
tan s?lo como personaje, las expectativas ante el oro americano resultan en princi
pio ciegas a sus aut?nticos efectos. El mo
n?logo del poder se revela defensa para noica frente al vac?o por llegar. El retiro
amurallado que Carrizales ofrece a Leonora,
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ese espacio inmune e impenetrable don
de ha de residir, como en un invernadero, la utop?a del sentido, es rigurosamente
an?logo a la obsesi?n proteccionista de
arbitristas como Sancho de Moneada en
su Restauraci?n pol?tica de Espa?a. All? se
plantea c?mo el ?nico remedio a la galo
pante crisis econ?mica y de sentido pro vocada por las colonias es el cierre de las
fronteras patrias, la construcci?n de un
espacio herm?tico donde poder recons
truir un orden econ?mico perdido y arrui
nado por las perversiones del sentido que
supone la integraci?n del otro americano
en los mecanismos econ?micos de Espa ?a. Para Sancho de Moneada, como para buena parte de los arbitristas, Am?rica
supone la perversi?n de la venta a cr?dito, la devaluaci?n galopante de la moneda
que ya no es signo de nada m?s que de s?
misma, la ruina de la agricultura nacio
nal, ?nica fuente de riqueza "real," acosa
da por h?bitos ileg?timos relacionados al
comercio y la especulaci?n. En definitiva, la introducci?n del fantasma en la l?gica econ?mica, la perversi?n ocasionada por el vac?o del otro. Como se?alara Fernand
Braudel, Am?rica supone el punto de in
flexi?n que da origen al capitalismo mo
derno, pero no s?lo por la dial?ctica entre
centro y periferia, la integraci?n del lugar del otro en la l?gica econ?mica (87-88), sino tambi?n por el irreductible vac?o que ese otro lleva consigo. El capitalismo nace
con la p?rdida de correspondencias, con
el fetichismo de la mercanc?a, la p?rdida de sentido de la moneda, el comercio de
promesas, en definitiva, la introducci?n
del vac?o en el centro mismo del funcio
namiento econ?mico.
De ah? que la paranoia de Carrizales, sus celos causados por alguna causa inexis
tente sean paralelos a la constante ansie
dad causada por el futuro de su dinero.
La fortuna amasada en Am?rica se con
vierte en un significante hipertrofiado y
molesto, que no corresponde a nada, que carece de utilidad inmediata, que urgen temente exige un sentido, un uso. El va
lor de cambio que comienza a introducir
el fantasma del otro en los mecanismos
econ?micos es un insoportable blanco que es necesario ocultar con la restauraci?n del
valor de uso. La moneda se convierte en
significante vac?o que amenaza el conta
gio del sin sentido. Es preciso evitar la
extensi?n del mal, fijar la moneda, redu
cirla a un espacio cerrado que no admita
intercambios o movilidades.6 El retiro de
Leonora es tambi?n el desesperado inten
to de evitar el c?ncer que supondr?a la ge neralizaci?n del valor de cambio, el movi
miento incesante e imprevisible de la
moneda.
La paranoia amorosa de Carrizales es
entonces simult?nea a otra de car?cter eco
n?mico. Tanto el indiano cervantino como
los arbitristas buscan ansiosamente aislar
y reducir ese vac?o importado de Am?ri
ca. El regreso a la patria lo lleva a cabo una figura contaminada por el vac?o de la
respuesta americana. La riqueza proceden te del otro contiene, parad?jicamente, la
revelaci?n de un desgaste, de un vacia
miento del yo.7 El silencio ante el "reque rimiento" resulta, inesperadamente, una
reacci?n activa, una callada violencia en
sentido inverso. El vac?o se instala aden
tro del conquistador y ?ste lo lleva consi
go a su vuelta al origen. All? comienza a
proliferar a modo de un virus imparable que puebla los mecanismos econ?micos y de sentido de la metr?poli. Al final de "El
celoso extreme?o" el sacrificio de Carrizales no es en modo alguno el principio de la cura sino del contagio. Loaysa viaja a Am?
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rica y reinicia la ansiosa b?squeda de un
sentido que ya ha dejado de existir. Pero
otra vez como en El Quijote, los protago nistas cervantinos no quieren darse cuenta.
El intento de devolver al mundo su
orden no hace sino proliferar el nuevo
mecanismo de la modernidad. Aqu?l que se funda en un vac?o consustancial, el va
c?o del otro, el cual funciona como un
abismo que no deja de solicitar la produc ci?n de sentido y no ya tan s?lo su res
tauraci?n. La violencia performativa del
signo que pretende restaurar su perdida referencia no consigue sino multiplicar in
cesantemente referentes hu?rfanos, acti
vados ahora por la b?squeda de lo perdi do, por el obstinado silencio en la mirada
del otro.
Notas 1 La idea resulta recurrente. Todorov sit?a al
principio de su The Conquest of America una apre ciaci?n similar:
[...] even if every date that permits us to separate any two periods is arbi
trary, none is more suitable, in order
to mark the beginning of the modern
era, than the year 1492, the year Co lumbus crosses the Atlantic Ocean.
We are all the direct descendants of
Columbus, it is with him that our
genealogy begins, in so far as the word
beginning has a meaning. (5) 2 Greenblatt llama la atenci?n sobre esa mis
ma actitud en el caso de los primeros contactos de
Col?n. Sus acciones presuponen una mirada m?s
all? del mar, el aqu? y ahora s?lo importan en cuan
to objeto de esa mirada: There are no attempts in the initial
landfall to inscribe the Spanish pres ence on the land, to leave even an
ephemeral mark such as a gash in a
tree or a cleared patch of grass. His
actions are performed entirely for a
worldehewhere. (56)
3 In a sense then the best voyage will be the one in which one learns next to
nothing; most of the signs will sim
ply confirm what one already knows
[...] Columbus s appeals to experience merely confirms the book of Esdras and a host of authorities [...]. (Green
blatt 88) 4 En este sentido cabe leer uno de los m?s
notables dilemas de la hermen?utica b?blica en el
siglo de oro. El descubrimiento de Am?rica provo ca la necesidad de encontrar en las escrituras su
profec?a. El hecho de que un evento hist?rico y un
espacio geogr?fico de tal magnitud no hayan esta
do siempre presentes en las escrituras, la posibili dad de que resulten imprevistos es inaceptable. Un ejemplo paradigm?tico resulta la presencia de Am?rica a lo largo de la obra de uno de los grandes nombres de la teolog?a contempor?nea, Fray Luis de Le?n. Ver la antolog?a Escritos sobre Am?rica.
5 En este sentido, uno de los argumentos cen
trales de Eduardo Subirats en su imprescindible El continente vac?o establece quiz? l?mites dema siado estrechos: si el proceso de conquista supone la p?rdida de una concepci?n mim?tica del len
guaje para el indio, de la relaci?n inmediata entre
palabra y objeto, significante y significado (250), tambi?n supone algo similar para el conquistador cuyo texto se enfrenta al fracaso de lo imprevisto, a
la imposibilidad de significar lo radicalmente ex
tra?o. Enfrentada al otro su palabra es una palabra
hu?rfana, el signo de un fracaso. De hecho el es
quema conceptual utilizado por Subirats procede del an?lisis foucaultiano de paradigmas europeos desarrollado en The Order of Things. 6 Como ha indicado Shifra Arm?n en una
brillante lectura del texto, en t?rminos econ?mi
cos vemos la oposici?n entre una concepci?n
acumulativa de la riqueza y otra que privilegia el valor de cambio, la circulaci?n. El castigo que reci
be Carrizales es castigo a una concepci?n econ?
mica fundamentalmente anacr?nica que ser? la que
domine tanto los c?rculos te?ricos como los h?bi tos econ?micos del imperio. Tambi?n Greenblatt
llama la atenci?n a la dimensi?n simb?lica del oro
como signo de una incertidumbre frente a los cam
bios econ?micos:
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Alberto Medina 73
The unnaturalness of the desire for
gold is one of the great themes of the fifteen and sixteenth centuries [...].
One of the most famous images of the Spanish in America depicts a
group of Indians punishing a conquis tador fot his insatiable thirst for gold by pouring the molten metal down his throat. In part, such images, which drew upon ancient polemics against greed, reflected sectarian hostilities? here Protestant against Catholic?but
in part they reflected a more ecumeni cal uneasiness in the face of the
growth of a money economy and an
uncertainty about the status of gold. (64)
7 En este sentido funcionar?a la imagen (y la
realidad) de unas importaciones de inmensas ri
quezas que resultan rigurosamente in?tiles para la
metr?poli, siendo desviadas para el pago de las interminables deudas de guerra del imperio a ban
queros extranjeros. El mejor estudio de la imagen creada por los arbitristas y su relaci?n con la reali dad sigue siendo el de Pierre Villar.
Obras citadas Arm?n, Shifra. "The Paper Key: Money as Text
in Cervantes s 1 celoso extreme?o' and Jos? de Camerinos 'El picaro amante.'" Cervantes
18. 1(1998): 96-114.
Bhabha, Homi. The Location of Culture. Londres:
Routledge, 1994.
Braudel, Fernand. The Perspective of the World. Nueva York: Harper & Row, 1984.
Certau, Michel de. Heterologies: Discourse on the Other. Minneapolis: U of Minnesota P, 1984.
Cervantes, Miguel de. Novelas ejempkres. Madrid:
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Dussel, Enrique. The Invention of the Americas. Nueva York: Continuum, 1995.
Fern?ndez, James. "The Bonds of Patrimony: Cervantes and the New World." PMLA
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Foucault, Michel. The Order of Things: An Archae
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Greenblatt, Stephen. Marvellous Possessions: The Wonder of the New World. Chicago: The U of
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Moneada, Sancho de. Restauraci?n pol?tica de
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O'Gorman, Edmundo. La invenci?n de Am?rica. M?xico: Fondo de Cultura Econ?mica, 1958.
Pere?a, Luciano. La idea de la justicia en la con
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Subirats, Eduardo. El continente vac?o. Madrid:
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Todorov, Svetan. The Conquest of America. Nueva York: Harper, 1984.
Villar, Pierre. Los primitivos espa?oles del pensa miento econ?mico: cuantitativismo y bullonis
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