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CAPITULO I
CONCEPTOS FUNDAMENTALES Y MÉTODOS
1. DEFINICIÓN
Entendemos por psicopatología el conjunto ordenado de conocimientos relativos a las anormalidades
(anomalías y desórdenes) de la vida mental, en todos sus aspectos, inclusive sus causas y
consecuencias, así como los métodos empleados con el correspondiente propósito. Como ciencia,
psicopatología general, su objetivo, en principio, es el saber desinteresado acerca de todas las
manifestaciones y modos de ser de la actividad anímica que desbordan los límites de la psicología
normal; su fin último no es el cuidado del individuo anormal o enfermo, sino el conocimiento de su
experiencia y su conducta, como hechos y relaciones susceptibles de ser formulados en conceptos y
principios generales. Así entendida, constituye una rama de la psicología, cuyos datos resultan
apreciables, mayormente por contraste para la inteligencia de la mente normal.
En cambio, como disciplina aplicada, la psiquiatría, es la rama de la medicina -por eso se
conoce también con el nombre de medicina mental- que trata de las enfermedades mentales y en
general de la actividad anímica normal y anormal de los pacientes en lo que tiene de significativa para
la actuación del facultativo. Separados los campos de su aplicación, tenemos tres disciplinas distintas:
1º, la psiquiatría general, o sea el conocimiento sistemático y estadístico de los fenómenos psíquicos
morbosos y sus relaciones, considerados principalmente desde el punto de vista sociológico; 2º, la
psiquiatría clínica, esto es, el estudio de los tipos o formas de desviación psíquica, su origen, su
evolución, su tratamiento, etc., en los individuos concretos; 3º, la psicología médica, conjunto -
no bien deslindado- de datos y puntos de vista de la psicología y de la psicopatología, importantes
para la actividad del facultativo frente a sus pacientes, especialmente de los que sólo padecen de
enfermedad corporal.
La palabra psicopatología sirve también para designar en forma abreviada la disciplina, en
parte científica, en parte práctica, que trata de las anormalidades psíquicas, dando especial
importancia a las que constituyen síntomas de enfermedad mental, sin entrar en los temas
mayores de la psiquiatría. Es lo que podría llamarse semiología psiquiátrica o psicopatología
propedéutica.
En la presente exposición, que constituye la primera parte de un Curso de Psiquiatría
escrito como libro de texto para estudiantes de medicina, la psicopatología por fuerza debe tener
una orientación mixta, a la vez fundamental y propedéutica, científica y práctica.
2. DIFICULTADES Y LIMITACIONES
En psicopatología, tal vez más que en psicología, hay que empeñarse en realizar el
estudio de las manifestaciones anímicas con mucha precaución y, siempre que sea posible,
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siguiendo un orden definido. La experiencia de la naturaleza humana que adquirimos
espontánea o reflexivamente en la vida activa con el trato de los hombres, la facul tad de
observación que se fomenta con el ejercicio profesional, con el cultivo de la literatura y de la
historia, favorecen sin duda la posibilidad de penetrar el alma ajena. Pero estas disposiciones,
aunque eficaces cuando son desarrolladas, no bastan para lograr una inteligencia satisfactoria
de la actividad psíquica anormal. Para ello se requieren además actitud y procedimientos
especiales.
La mentalidad ajena se nos presenta siempre como una totalidad más o menos enteriza y
cerrada, cuyo desorden a menudo se hurta a nuestra aprehensión, incluso por efecto del mismo
afán que ponemos en investigarlo. Oliver Wendell Holmes decía humorísticamente que cuando
conversan dos personas, en realidad son seis, pues cada una representa a tres: 1º, quien es
efectivamente y apenas se conoce; 2º, quien cree ser a sus propios ojos y, 3º, quien parece ser a los
ojos del interlocutor. En el caso del individuo anormal o enfermo de la mente interviene en la
situación un factor más y muy serio: aquello que lo separa de la normalidad y que precisamente
interesa de manera relevante al psicopatólogo. Si el sujeto se percata de su anormalidad y -según
ocurre frecuentemente- la valora de manera negativa, tiende a disimularla o compensarla. Y si el
sujeto no es consciente de su anormalidad, sucede que ésta se halla tan íntimamente entretejida
con la mentalidad normal, que resulta difícil deslindar lo que pertenece a uno y a otro campo. Ade-
más, lo anormal puede alejarse tanto de la regularidad de nuestro modo de ser que apenas nos
resulta inteligible.
En todo caso, es regla fundamental enfrentar al sujeto de estudio con una naturalidad que
no enturbie ni inhiba sus manifestaciones, por heteróclitas que sean. En consecuencia, el
psicopatólogo deberá actuar no como pesquisidor curioso de la vida ajena, sino, según los casos y
la situación, como persona digna de confianza -a quien se puede abrir el corazón y comunicar lo
que para los demás permanece inalcanzable o fragmentario-, o como persona más o menos
indiferente y hasta distraída, que escucha lo que el sujeto habla con los demás, y lo observa
indirectamente.
En psicopatología, con mayor razón que en psicología normal, no es posible la información
directa a base de una documentación objetiva que hable por sí sola. Lo que conseguimos
explorando la vida mental del sujeto o simplemente verificando determinadas manifestaciones del
mismo, no es sino un material crudo que requiere consideración y crítica para llegar a constituir
conocimiento verdadero. Y aquí surge otra fuente de incertidumbre y error, debida a nuestro modo
de apreciar y ordenar los datos: los prejuicios, que nos conducen a interpretaciones fáciles y falaces,
sustentadas en conceptos generales desmedidos o en espurias aplicaciones de puntos de vista
legítimos en otros campos del saber. Los prejuicios más frecuentes en psicopatología son los que
apuntamos a continuación.
1º. Es particularmente característico del pensamiento médico el prejuicio anatomofisiológico,
que en el siglo pasado tuvo su expresión extrema en declaraciones como las de Broussais y Virchow. El
primero afirmaba que no creería en el alma sino descubriéndola con la punta de su escalpelo, y el
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segundo, ante un cadáver disecado, preguntaba a sus oyentes: «Entonces, señores, ¿dónde está
aquí el alma?».
Habituado a ver en el hombre casi siempre poco más que un cuerpo material y a referir las
enfermedades a funciones determinadas y a lesiones localizables, el médico tiende a explicar las
manifestaciones mentales en términos de patología cerebral, asignándoles una imaginaria
localización, que a menudo se apellida «científica». En realidad, sólo son localizables las funciones
psicosensoriales y psicomotrices, no las genuinamente psicológicas, si bien se encamina la
investigación a localizar la conciencia y la afectividad. En contra de la primacía de lo anatómico
está ya la frecuente verificación post mortem de amplias destrucciones del tejido cerebral sin que el
sujeto hubiese mostrado ningún desorden psíquico y, viceversa, notables alteraciones anímicas sin
anatomía patológica correspondiente, o igualdad de cuadros clínicos con lesiones en campos muy
diferentes o con lesión en unos casos e integridad en otros.
Aun en el caso ideal de que todo el cerebro de un cadáver sea examinado rigurosamente
al microscopio, encontrándose una lesión central precisa, y suponiendo que en vida del sujeto se
hubiese determinado de modo perfecto la pérdida o alteración de una función especial, y sólo de
ella (lo que prácticamente nunca acontece), el foco anatómico y la actividad perturbada no se
corresponden de suerte que sea pertinente afirmar que en el sitio de la lesión se localiza la función,
como si «al negativo patológico correspondiese el positivo normal». Lo que tal vez podría
demostrarse con tal observación sería que en ese individuo la integridad de la parte lesionada es
una condición para que se muestre normalmente la actividad anímica comprometida. Además, las
formas de la actividad mental que se pretende localizar varían a su vez con los conceptos o
prejuicios psicológicos de cada neurólogo, de ordinario desechados ya por la crítica de los
investigadores del campo de la psicología -prejuicios casi siempre de la caduca psicología
fisiológica-. Así, Kleist, uno de los representantes más caracterizados de la corriente
anatomopsicológica actual, no puede prescindir del esquema anticuado del arco reflejo para
vincular las más altas funciones anímicas con los receptores y efectores periféricos.
Un neurólogo tan competente como L. R. Müller expresa -con modestia que contrasta con
el orgullo de los constructores de mitologías cerebrales del siglo pasado- el verdadero estado de
cosas a este respecto: «Es menester recalcar con toda decisión que no se puede limitar el mundo del
pensamiento a sitios especiales y determinados de la corteza cerebral. Debemos confesar
abiertamente que carecemos hasta de la menor noción acerca de los procesos del sistema nervioso
que sirven de base al pensamiento, a la memoria y a la voluntad; no sabemos siquiera hasta qué
punto participan en ellos los estratos de la corteza cerebral y sus células. Ignoramus, y temo
también que ignorabimus.»
Esto no excluye reconocer como hechos comprobados, por ejemplo, que lesiones de la parte
supraorbitaria de ambos lóbulos frontales en un porcentaje apreciable de casos producen
alteración considerable del carácter, del estado de ánimo (indiferencia o euforia), de las dis-
posiciones y del ritmo para la acción; que, en cambio, lesiones de la convexidad del mismo
lóbulo producen en muchos casos perturbación de la actividad psíquica en general y de los
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impulsos motores en especial. Asimismo, que lesiones del tálamo y del tercer ventrículo son causa
de otras alteraciones de la vida anímica, emocional en el primer caso y de ciertas tendencias
afectivas en el segundo caso; o lesiones de la circunvolución del hipocampo determinan
desórdenes de la memoria.
Pero tiene mayor significado que la investigación experimental y anatomoclínica de los
últimos años haya permitido determinar la existencia de dos estructuras del cerebro cuya función
está evidentemente relacionada con la vida anímica: la sustancia reticular y el sistema límbico. La
sustancia reticular meso-diencefálica, que se extiende del hipotálamo al bulbo, por sus haces
descendentes, tiene efecto inhibitorio sobre el tono muscular, mientras que por los ascendentes, o
sistema reticulado activador, en conjunción con los centros hipotalámicos de la vigilia y el sueño,
parece ser el factor principal de la regulación del nivel de vigilia y de la eficacia de la percepción,
actuando sobre ciertos campos de la corteza cerebral.
Al sistema límbico corresponden estructuras del diencéfalo, de la circunvolución del cuerpo
calloso y de las partes filogenéticamente antiguas de los lóbulos temporal y frontal de ambos lados.
Se relaciona con la función rectora del comportamiento afectivo, sexual y de impulsividad o
excitación, así como con la atención. La significación biológica de este sistema consiste en que sirve
a la regulación de aquellas funciones básicas para la actividad cognoscitiva. Como observa Poeck,
el sistema límbico, como el reticular, es bilateral y difuso; se caracteriza por «la falta de una
localización distinta de las funciones particulares, que más bien se encuentran representadas de
manera muy extensa y con fuerte lobulación, si bien no faltan aislados focos». Así, pueden producirse
efectos semejantes con diversa localización del estímulo. Estos sistemas filogenéticamente antiguos
se diferencian, pues, de la corteza cerebral, mayormente asimétrica en sus funciones, como lo
acreditan la motilidad voluntaria, el lenguaje y la orientación en el espacio.
2º. El prejuicio elementalista inclina el espíritu a concebir los desórdenes de la vida anímica
como combinaciones irregulares de unidades fundamentales. Es un rezago del asociacionismo,
completamente desacreditado en la psicología actual, que satisface a quienes todavía consideran el
atomismo y el energetismo como modelos científicos ejemplares y aplicables a todas las esferas del
conocimiento. En realidad, lo psíquico carece de elementos reales y autónomos y de
combinaciones de los mismos a la manera de los del mundo material. Los elementos a que se
apela hoy no son ya las sensaciones, las representaciones, las ideas, sino los reflejos, y el dogma
correspondiente se formula en estos términos: «La vida psíquica procede de la acción refleja.» Lo
efectivo es que el reflejo no representa sino la mecanización de la actividad vital motriz, en un
principio plástica y no mecánica. Por otra parte, los reflejos tienen características perfectamente
determinadas que son de naturaleza fisiológica pura, no psicológica. Por último, no constituyen la
unidad fundamental de la actividad del sistema nervioso. Y los reflejos condicionados, sobre los que
Pavlov y Bechterev pretenden fundar toda la psicología y la psicopatología, en el hombre no son
realmente reflejos, sino reacciones completas, muy semejantes, si no idénticas a los hábitos cuyo
estudio profundizó admirablemente Maine de Biran.
3º. El prejuicio simplificador es acaso el más compartido y multiforme. Consiste en atribuir a
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determinadas clases de fenómenos considerados principales o esenciales, toda la variedad de
manifestaciones psicopatológicas. A diferencia del prejuicio elementalista, aquí no siempre
intervienen unidades imaginarias, sino hechos efectivos de la actividad psíquica. Pierre Janet
caracteriza bien una de las modalidades del prejuicio simplificador cuando observa que los
psiquiatras aplican a fenómenos muy particulares y muy concretos, nociones psicológicas
demasiado generales y demasiado abstractas. Otra modalidad frecuente es, en cierto modo, la
inversa: la propensión a confundir el contenido concreto y eventual con la alteración determinante
y nuclearia. De este modo se toma como perturbación lo que no es más que un hecho concomitante
o sintomático de la perturbación. Este prejuicio conduce a los mayores extravíos, uno de los cuales
es la interpretación superficial adicta a los accidentes del ambiente, con desmedro de la realidad
psicopatológica significativa y profunda. Se verifica de preferencia entre los profesionales y teóricos
que pretenden cultivar una psicopatología de las profundidades. Así, unos sobrevaloran la
cenestesia, otros los traumatismos psíquicos, los complejos, la sexualidad, el sentimiento de
inferioridad o la angustia. Con lo cual se desadvierte la jugosa realidad funcional de la vida
anímica y su estructura monárquica, rebajando el estudio del drama desconcertado y a veces
desconcertante de las almas desequilibradas al nivel del charlatanismo hermenéutico, revelador
de una credulidad que hace recordar el fanatismo de los adeptos de las llamadas ciencias ocultas.
4º. Por último, el prejuicio diagnóstico y tipológico sistematiza de modo unilateral y
deformante el estudio de la realidad psicopatológica La preocupación profesional y el afán de
síntesis caracterológica, respectivamente, son responsables de esta viciosa manera de concebir,
cuyas consecuencias son el empobrecimiento y la futilidad de los resultados. La preocupación
profesional exclusiva atiende sólo al aspecto nosográfico de las manifestaciones, el afán tipológico
desmedido trata de incluirlo todo en fórmulas simples de representación semi-individual, semi-
general. Ambos sacrifican el espíritu de análisis y sus frutos: la aprehensión de la riqueza, la
diferenciación y la variedad individual de la vida anímica. El fenómeno psicopatológico pierde así su
entidad propia, eclipsado por un esquema taxonómico.
3. RELACIONES ANIMICO-CORPORALES
El problema de la relación entre el alma y el cuerpo tiene especial importancia en
psicopatología a causa, tanto del origen predominantemente somático de los desórdenes más
serios de la mente, cuanto de la repercusión de lo psíquico sobre lo corporal, mucho más notable
en las personalidades anormales que en las normales. Es asunto filosófico espinoso e inevitable,
que en una u otra forma plantea problemas teóricos a la observación y decisiones en la práctica,
sobre todo en la del médico.
Admitimos, con Aristóteles, que en nuestro mundo no existen cuerpo y alma separados
sino cuerpos animados o, con W. Stern y los holistas, que no hay físico y psíquico en sí sino
personas reales como hecho fundamental del mundo objetivo, y que sólo surge la cuestión de los
psíquico y lo físico como hecho de segundo orden. Pero no podemos negar que al manifestarse las
personas a sí mismas y a otras personas, la experiencia nos pone de continuo frente a estos hechos
«de segundo orden», cuya entidad fenomenal es indiscutible y cuya verificación es exigencia del
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espíritu científico. En efecto, si la ciencia tiene por objeto el conocimiento de los fenómenos y de
sus relaciones, nada más propio que discernir con la mayor precisión posible las características de
cada orden de fenómenos y las conexiones probables entre los del mismo orden y entre los de
órdenes diferentes -en el caso de la psicopatología, entre los fenómenos anímicos y los corporales-.
Así evitaremos incurrir en el error que Palágyi considera origen de la posibilidad de los mayores
extravíos humanos: tomar por espiritual lo que es sólo vital y por vital lo puramente espiritual.
Aquí surge una cuestión capital: ¿En qué sentido emplean los psicopatólogos los términos
«anímico» y «corporal» y sus análogos: «mental» y «físico», «psíquico» y «somático»? En verdad,
aplican estas palabras -así como «espiritual»-, en diversos sentidos, según la concepción de cada
cual, generalmente de manera ambigua. Si se quiere precisar los conceptos y examinar las cosas en
su verdadera luz, es menester distinguir categóricamente los planos o aspectos del ser y los modos de
conexión de sus correspondientes fenómenos. La realidad del hombre es compleja, pues en ella se
dan formas distintas del ser, cada una irreducible cualitativamente.
Cada una de estas realidades se funda en la precedente mas no es engendrada por ella, pues
las cuatro son originales y absolutamente heterogéneas. La vida supera y estructura a la materia
inorgánica, a la cual desborda por sus posibilidades de relación e influencia. Lo mismo ocurre con
la actividad psíquica. La superior depende de la inferior y está limitada por ella, pero la asume y
transfigura como nueva dimensión y dirección del ser, como sustancia formal. A la mayor necesidad y
fuerza de la una se opone la mayor autonomía y plasticidad de la otra.
Con las distinciones precedentes, enderezadas a esclarecer la complejidad de la índole
humana, tenemos una base para afrontar la cuestión de qué se entiende por físico o somático,
como esfera de datos que se contrapone a lo psíquico o mental. La inadvertencia de la anfibología
de los términos que expresan la condición corporal del hombre es causa de incontables
imprecisiones, errores y contradicciones en que incurren los doctrinarios de la relación
psicosomática.
Esquematizando los tipos de la actitud teórica determinante de tal vicio semántico, puede
distinguirse la siguiente variedad. Tenemos, primer lugar, a quienes cuando hablan de lo físico (lo
mismo que de lo somático u orgánico) se refieren, sin mayor discernimiento, ora a la realidad
material del hombre que es inteligible desde puntos de vista propios de las ciencias físicas, como si
se tratase de un automóvil o del contenido de una retorta, ora a hechos cuyos mecanismos y
procesos químicos reconocen que son creados y dirigidos por la vida, en sí insondable,
pese a la regularidad de sus manifestaciones. En segundo lugar colocamos a aquellos espíritus
que sobreentienden única y directamente el aspecto físico-químico del cuerpo, atribuyendo a lo
psíquico toda virtualidad y actualidad de orden teleológico o finalista. A un tercer tipo
corresponderán quienes adjudican radicalmente lo físico al dominio de la física, reputando el
cuerpo vivo como una forma de agregación y equilibrio de los cuerpos elementales. Según esta
concepción del ser carnal del hombre, lo psíquico (lo mismo que lo espiritual) se explica,
invocando iguales principios que para el cuerpo vivo, como mera complicación, aunque
extrema, de los procesos físico-químicos de sistemas materiales formados en el curso de millones de
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años por el juego del azar y la selección natural, de modo que la organización nerviosa regula los
cambios internos, las sensaciones y los movimientos como si tuviesen finalidad. Para semejante
concepción materialista, lo que estudia la psicología es, o energía sutil de la misma naturaleza que
la de los elementos químicos, o epifenómeno, puro espejismo. Si aquí se opone lo f ísico a lo
mental (vida anímica y espiritualidad), es sólo como si se tratase de dos grados diferentes de la
actividad funcional del cuerpo, pues materia inorgánica, protoplasma y cerebro humano vienen a ser
únicamente fases de complicación creciente del proceso dinámico de uno y el mismo complejo
físico-químico de la corteza terrestre.
A primera vista, en el tercer tipo de la actitud teórica no podría haber ambigüedad en los
términos, por tratarse de una teoría monista; pero aun en este caso la hay, a veces extrema, y no
tanto en lo atañedero al aspecto somático cuanto al psíquico, pues la experiencia vivida, que en
principio es referida sólo a la actividad cerebral, la expresan los materialistas (o energetistas, que es
lo mismo) en términos genuinamente psicológicos, con su denotación inmaterial inequívoca -y aquí
está la contradicción-: es lo que ocurre cuando hablan de la conversión de una «idea» en un
fenómeno corporal. En este caso el acto anímico, esencialmente anímico, de prestar atención a un
objeto ideal, por ejemplo, una forma geométrica, como sucede en ciertos experimentos de sugestión
hipnótica, es suficiente para que tal forma ideal aparezca materializada como contorno de una zona
eritematosa o como un rosario de ampollas en determinado lugar de la piel, conforme a la orden del
hipnotizador1.
No intento discutir los paralogismos del mecanicismo, a menudo muy sutiles, sino recordar
el origen histórico y la sustancia del concepto de físico, que se ha tomado de los médicos, a
quienes antes se llamaba «físicos» y cuyo modo de pensar en materia de las relaciones anímico-
corporales es seguido por muchos psicólogos y psicopatólogos. En realidad, ese concepto
médico nada tiene que ver con la física, aunque en el siglo XVII haya florecido una doctrina
iatrofísica. Tiene su origen en la filosofía natural de los griegos y significación descollante en la
medicina hipocrática: es la naturaleza, la virtud genuina del ser orgánico, común a todos los
hombres e individual en cada uno, la que rige los procesos fisiológicos, dándoles unidad y
concierto, como norma de conservación de la vida y la salud, la cual mantiene, defiende y restaura
frente a las influencias morbígenas. Tal es, en forma sinóptica, el pensamiento de Hipócrates
acerca de la physis.
La experiencia de todo médico capaz de observar e investigar los fenómenos con la
certera despreocupación y clarividencia del naturalista, da testimonio de la entidad
supramecánica de los llamados «mecanismos» reguladores de la actividad de nuestro cuerpo. La
cicatrización de las heridas, la regeneración de los tejidos, la encapsulación o la expulsión de los
cuerpos extraños, la aclimatación, la adaptación a condiciones allende el límite fisiológico, la
compensación funcional y hasta anatómica de los órganos inhabilitados, la hiperemia, la
inflamación, la fiebre y, sobre todo, la inmunidad, son hechos de observación clínica cotidiana
1 Es clásico el experimento de Kohnstamm. Fija sobre la piel con tiras de esparadrapo una luna de reloj sobre el
brazo de un sujeto neurópata, y le sugiere imperativamente: «Aquí va usted a tener una cruz de ampollas.» Y se produce la
cruz de ampollas en la piel, debajo de la luna de reloj. (Otto Bunnemann: Über die Organfitktion, Leipzig, 1925, pág. 30).
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cuya finalidad protectora se impone. En todos ellos y en muchos más, concordantes con los que
la biología experimental contemporánea multiplica en condiciones de precisión irreprochable, se
evidencia que la vida dirige, aplica, configura, improvisa y crea sus medios de acción interior de
manera semejante, no al funcionamiento de una máquina, sino a la producción de un artista,
guiado por un designio, un modelo y un plan -ciertamente que a veces con imperfecciones y
hasta con graves fallas. Tal es la estructura teológica de lo orgánico.
Aunque todo médico está enterado de esa realidad, en la mayoría de los partidarios de las
doctrinas psicopatológicas populares predomina la propensión de atribuir a la actividad psíquica
manifestaciones que pertenecen al plano vital. Así, unos creen que acción del ser como un
sistema coordinado es exclusiva o casi exclusiva de la personalidad; otros atribuyen el sentido
teleológico de diversas manifestaciones funcionales a móviles o efugios, y los más sobrevaloran
lo subconsciente, de índole psíquica, a expensas de lo inconsciente, de naturaleza vital o
corporal.
En contra del primero de estos prejuicios del psicologismo médico están las nociones más elementales
de la fisiología normal y patológica: la función de todo órgano, de todo tejido y hasta de cada célula tiene un
aspecto inmediato y limitado a la vez que un aspecto mediato, la influencia orientada al entrelazamiento del
organismo en su conjunto. Así, una glándula produce una secreción con efecto local determinado, que al propio
tiempo sirve a la economía del ser vivo. Los órganos no están juntos como los trozos de un mosaico ni
como las piezas de una máquina, sino de acuerdo con la trabazón funcional interna de la physis, que en
cada momento compone y realiza lo conveniente para la conservación y la adaptación, de suerte que un
estímulo circunscrito a un punto del cuerpo suscita la reacción de todo él.
En cuanto a atribuir finalidad (segundo prejuicio del psicologismo medico) a supuestos procesos
psíquicos con detrimento de la inteligencia de la estructura teleológica vital, si sólo se tratase de una refutación
bastaría recordar el clásico e impresionante experimento de Pflüger con las ranas completamente privadas de
cerebro, familiar a todo estudiante de fisiología. Pero lo que más importa es recalcar el porqué de tal prejuicio.
La convicción de que el finalismo es un concepto antropomórfico -como si los conceptos de casualidad y de
fuerza no lo fueran en igual medida- hace pensar que donde se produce o esboza un resultado con los caracteres
del logro de una meta, ahí sólo puede obrar una representación preconcebida, esto es, una tendencia psíquica.
De esta manera se construye una pseudopsicología de las actividades propias del dominio de la vida orgánica,
lo cual ocurre porque existe efectivamente cierta semejanza formal entre los procesos psicológicos y los
fisiológicos y morfogenéticos, y aun una especie de convergencia, como si la estructura teleológica vital
preparase el camino a la intencionalidad de la conciencia y a las tendencias anímicas.
El tercer prejuicio del psicologismo médico a que nos hemos referido, negador o disimulador del
manantial biológico de las tendencias afectivas, ordinariamente está vinculado a la creencia de que en la
conexión temporal de la estructura dinámica psicofísica siempre es decisiva la influencia del ambiente y de la
experiencia pasada del sujeto. Lo cierto es que en el hombre, como en los animales, el cumplimiento del
destino individual tiene fundamentales condiciones genéticas en las disposiciones biológicas, cuyo despliegue y
concatenación siguen un orden endógeno. De modo que tanto la evolución espontánea de la constitución
corporal cuanto las reacciones biológicas frente a los estímulos del ambiente originan estados afectivos y
formas de expresión y comportamiento cuya interpretación será unilateral si sólo se atiende a la experiencia
vivida del sujeto en el pasado y en la situación presente. El hecho es que diversas manifestaciones reputadas
como psicógenas por atribuírseles una elaboración subconsciente -«complejos reprimidos»- son a menudo
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exteriorizaciones de crisis o metamorfosis endógenas; y si en los fenómenos concretos correspondientes se
muestra la actividad psíquica incluso con aparentes simbolismos, es como consecuencia del despertar de
originales e inconscientes disposiciones hereditarias. En otros casos las circunstancias exteriores repercuten de
manera directa sobre el organismo por el engranaje vital -y no psicológico- de éste con los objetos y se
producen cambios vegetativos o psicomotores que sólo por prejuicio de escuela pueden atribuirse a la
reactivación de propensiones psíquicas que desde la infancia han pugnado por expresarse o liquidarse. Por
último, sucede que acontecimientos de la historia personal relacionados de una manera comprensible con la
génesis o la formación de determinados procesos somáticos desempeñan únicamente el papel de factores
ocasionales que los desencadenan o de material fortuito de su contenido, radicando la condición primaria, sea
en la dinámica del organismo, sea en la inestabilidad o menor resistencia del órgano afectado. Según esto, las
tendencias afectivas -inseparables de los instintos- y sus manifestaciones concretas tienen entidad biológica a
veces principal, de suerte que entonces el análisis de los hechos justifica una interpretación fisiopsicológica
más que una manera de ver psicofisiológica.
Pasando de las particularidades a lo general del conocimiento de nuestro asunto, es
fuerza reconocer modestamente que tan grande es la complicación del ser humano y tan
profunda la necesidad de su espíritu de simplificar el dato, que los fenómenos más corrientes
sólo rara vez pueden ser comprendidos de veras. En la realidad del hombre -sano o enfermo- lo
físico-químico, lo orgánico, lo anímico y lo espiritual no están lado a lado o plano sobre plano,
sino entretejidos e integrados en un complejo inextricable. Gracias a una observación ahincada y
rigurosa, la inteligencia es capaz de descomponerla y analizarla con acierto variable, en la
medida que el investigador posea el don de penetrar con imparcialidad la constelación peculiar y
siempre más o menos confusa de los diversos factores operantes en el caso, la situación y el
momento. Pero en la práctica la complejidad y la propensión mencionadas obligan a renunciar a
un análisis antropológico consumado y a contentarse con prestar atención a dos aspectos de la
índole humana: el físico y el mental, cada uno efectivamente dual -el primero integrado por la
materia y la vida, el segundo constituido por la actividad anímica y la espiritual-. El mínimum de
disciplina exige al psicopatólogo tener presente la doble esencia de cada uno de estos complejos
ontológicos y sobre todo reconocer al cuerpo vivo lo que es del cuerpo vivo, a la mente lo propio
de la mente.
4. CONCEPTO DE ANORMALIDAD
Definida la psicopatología como la disciplina que tiene por objeto de conocimiento las
anormalidades de la vida mental, conviene precisar qué se entiende por anormalidad mental y
cómo se establece su diferencia respecto de la normalidad. En principio, el criterio de
anormalidad en psicopatología debe ser puramente descriptivo, en el sentido de que no entrañe
una valoración de inferioridad personal, ni de enfermedad, falta de libertad, sufrimiento, etc.,
conceptos propios de la sociología, la medicina, el derecho y la vida privada, aunque lo
psicopatológico pueda implicar en el caso dado inferioridad, enfermedad, mengua de la libertad,
irresponsabilidad, sufrimiento, etc.
El término anomalía se usa principalmente para designar las anormalidades congénitas.
Anormal en psicopatología es todo fenómeno o proceso mental que se desvía o diferencia de lo
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normal rebasando claramente los límites del objeto propio de la psicología, en sentido estricto. Por
tanto, es necesario determinar cuándo una manifestación deja de ser normal. Hay dos criterios de
normalidad: el estadístico o cuantitativo y el teleológico o de adecuación.
1º. El criterio estadístico, propio de las ciencias naturales, es el de lo común: es normal lo
que se manifiesta con frecuencia en la población total, según la edad, el sexo, la raza, etc. El
patrón de medida es lo mediocre en la gradación de las manifestaciones psíquicas dadas. La
dificultad estriba en decidir el punto dónde cesa de ser normal la manifestación o el conjunto de
manifestaciones que se consideran: ¿Será más allá del 90 por 100? ¿Será lo que pasa del 99 por 100 o
del 999 por 1000? O, según una opinión corriente, ¿no existirá lo normal, pues es una abstracción,
un ideal o un término medio puramente matemático? Por otra parte, las manifestaciones de la
actividad anímica no son reducibles a medida sino de modo excepcional, y la presencia o la
ausencia de algunas de ellas en un individuo entre muchos no es siempre deci siva para reputar
de anormal el caso. Así, no porque la mayoría de los individuos recuerde al despertar lo que ha
soñado, se dirá que es anormal no recordar los sueños. De modo que la frecuencia no
constituye un criterio absoluto.
De lo anterior se desprende que la determinación teórica general de lo normal y de lo
anormal basándose en la frecuencia, es imposible cuando no se trata de desviaciones
considerables o de diferencias cualitativas de alguna entidad. Se desprende también que ni la
estadística ni la medida (psicometría) por sí solas nos ofrecen fundamento para deslindar los
campos psicológico y psicopatológico. Pese a la necesidad de reglas o patrones para señalar
objetivamente la amplitud de las fluctuaciones de los fenómenos dentro de lo normal, lo que
en último análisis la determina es el buen sentido personal. Este nos permite considerar cada
caso desde múltiples puntos de vista, en forma tal que la escala de grados es referida a nuestra
íntima imagen del ser normal. Se trata de un acto intuitivo en el cual interviene algo más que
nuestro saber y nuestra experiencia de las cosas humanas.
2º. El criterio teleológico, característico de las ciencias morales, corresponde a fines y
requisitos anexos a arquetipos. Aquí, normal es lo que se conforma a la idea de hombre, de mujer,
de niño por excelencia; lo que se aproxima a lo óptico. Esta es una imagen que se presiente más por
instinto que por discurso. La materia de experiencia que se intuye en el caso concreto es
esencialmente de orden cualitativo. En las ciencias morales o del espíritu, en las cuales lo
cuantitativo es accesorio, el entendimiento aprecia la realidad empírica según los cánones de lo
que debe ser. Los tipos ideales desempeñan en esas ciencias el mismo papel que las teorías de
base matemática en las ciencias físicas. El tipo ideal de normalidad, aunque a menudo se
imagina conforme a una determinada concepción filosófica o político-social, en principio debe
depurarse de toda influencia de este género. En conclusión, aquí lo normal es normal, no por su
frecuencia sino por su conformidad a la ley de constitución íntima, al sentido de la esencia. Será
normal en materia de instinto genital el individuo heterosexual, pues la finalidad de este instinto
es la reproducción, aunque en una población dada la mayoría de los sujetos pueda ser propensa a
la homosexualidad; será normal en lo que respecta a sentimientos superiores quien admire la
grandeza, sienta piedad frente a la desgracia y amor a la belleza, aunque el 99 por 100 de sus
HONORIO DELGADO
iguales no manifieste tal delicadeza. Asimismo, el genio es normal según el criterio teleológico, y
anormal según el estadístico.
Los dos criterios de normalidad y anormalidad mental, el estadístico y el teleológico, son
complementarios. La habilidad del psicopatólogo se pone a prueba en la manera como sabe
explicar uno y otro, considerando en cada individuo el poder de adaptación a las condiciones del
medio y el ajuste interno de las funciones psíquicas. Asimismo, revela el equilibrio de su
formación filosófica en el modo como logra poner de acuerdo los principios de las ciencias
naturales con los de las ciencias del espíritu, pues ni la psicología ni la psicopatología son
disciplinas exclusivamente cientificonaturales. Ese equilibrio del psicopatólogo se refleja
principalmente en su actitud no constructiva frente a las esferas de la cultura tales como la historia,
la política, el arte, etc. -lo que no le impide el estudio patográfico de hombres anormales del
pasado, de políticos anormales, de artistas anormales, etc.
Patografía es una forma de biografía caracterizada por la consideración de lo patológico, y
más significativamente de lo psicopatológico, en el examen y la interpretación de la vida y el
carácter de los personajes históricos, y por extensión, de los imaginarios. Lo esencial en la
patografía es el discernimiento bien fundado de íntimas conexiones entre lo patológico y el
destino, la conducta y las obras del personaje. A fines del siglo pasado y a principios del presente
abundaron las patografías reveladoras de la desmesurada hermenéutica de tendencia positivista,
con gran aceptación en círculos de lectores vulgares y franco desdén de parte de la gente sensata y
de buen gusto. Por fortuna, disminuye la estampa de patografías que interpretan en términos de
psicopatología o de valores biológicos negativos la santidad, el heroísmo, la genialidad y en general
lo grande y excepcional. Quizá contribuye a ello el conocimiento, cada vez más difundido, de la
psicología del resentimiento, que hace sospechar el afán de rebajamiento de lo noble y venerable
bajo el disfraz de conceptos «científicos», la oblicua malquerencia de lo eminente y singular a través
del refinamiento relativista, o la incapacidad de amor genuino en la efusión del humanitarismo
demagógico. Pero contribuye principalmente a que el psicopatólogo no trasponga los límites de su
disciplina, el sólido fundamento que hoy tienen las ciencias normativas y en general el
conocimiento del mundo de los valores. Así, tras muchos extravíos, resulta evidente que las obras
del espíritu conservan su genuina entidad original a pesar de todas las interpretaciones
patográficas.
5. PSICOLOGÍA Y PSICOPATOLOGÍA
Desde el punto de vista sistemático la psicopatología es sólo una rama de la psicología, pues entra
en el ámbito de ésta toda la variedad de manifestaciones de la vida mental del hombre y los
animales. Pero desde el punto de vista práctico la psicopatología constituye por sí una disciplina
con camino propio, aunque relacionada con la psicología. Esto se debe tanto a su materia de
estudio cuanto a las condiciones reales de su constitución. La materia de estudio de la
psicopatología es de una gran variedad y complejidad de fenómenos, con problemas tan peculiares
que obligan a la especialización. En efecto, no se trata sólo de desviaciones cuantitativas de lo
normal, sino de diferencias originales -cualitativas- de las funciones, que a menudo afectan el
CONCEPTOS FUNDAMENTALES Y MÉTODOS
conjunto de la vida anímica del sujeto. De ahí que gracias a los progresos de la psicopatología se
haya enriquecido el conocimiento general del ser anímico del hombre, en el sentido de reconocerse
la importancia de las tendencias instintivas, la significación histórico-personal de la experiencia
vivida, la amplitud de la actividad psíquica allende el campo de la conciencia, la multiplicidad de
posibilidades de determinación estructural de las funciones y la influencia de la constitución
biológica y la personalidad en la economía de la vida interior y en las manifestaciones de la
conducta.
Es un hecho que la condición de los individuos en los cuales se presentan los fenómenos
psíquicos anormales de mayor monta los coloca fuera del campo ordinario de observación del
psicólogo general. En cambio, esos individuos constituyen la clientela del psiquiatra, quien trata de
conocerlos para asistirlos y tratarlos lo mejor posible. Esta circunstancia histórica y sociológica ha
puesto la investigación psicopatológica en manos de los médicos. Es justo reconocer que ellos no
la han proseguido sólo con sus propios medios y procedimientos de trabajo científico y empírico,
sino aplicando el saber y las especulaciones de los psicólogos y de los inspiradores de éstos: los
filósofos, los moralistas, los poetas y los místicos. De suerte que, con su contribución al ahonde
del ser anímico del hombre, la psicopatología contemporánea ha pagado su deuda original a la
psicología.
Esta reciprocidad demuestra las ventajas de la colaboración de ambas disciplinas del
conocimiento del alma humana, así como la conveniencia de que el cultivador de una de ellas se
inicie en la experiencia y las nociones principales de la otra. En todo caso, no podrá comenzarse el
estudio de las anormalidades psíquicas sin conocer en qué consiste lo normal, como no se puede
emprender el conocimiento de la patología orgánica sin saber fisiología. La inversa no es forzosa,
pues se puede iniciar y proseguir el estudio de la mente normal sin el auxilio de la psicopatología.
Sin embargo, una buena formación psicológica requiere cierta versación en materia de desórdenes
de la mente. Esto no quiere decir que preconicemos el extremo sostenido por un ilustre psiquiatra
de que la psicología de las neurosis es la psicología del corazón humano en general. Lo que gana
positivamente el psicólogo con la experiencia y la información psicopatológica es una disposición
más abierta para considerar el poder conexivo y configurador del carácter, de la actitud íntima, de
las convicciones, de la fantasía, de los sentimientos y de las tendencias, y sobre todo, de la
compleja textura del conjunto en el drama de la vida interior. Pues así como el psiquiatra es
propenso a la visión esquemática, a causa de preocuparle principalmente el destino del enfermo, el
psicólogo a menudo se pierde en el análisis del detalle, desadvirtiendo al hombre mismo.
6. LOS MÉTODOS ESPECIALES
Además de los métodos generales comunes a todas las ciencias que estudian al hombre, en la
investigación de las anormalidades mentales se aplica una serie de procedimientos especiales;
gracias a ellos la tarea del psicopatólogo adquiere orden y precisión. Aunque de los mismos se
sirve la psicología, los describimos aquí tanto con el objeto de indicar la forma distintiva de su
empleo en psicopatología, cuanto porque algunos de ellos se introdujeron primero en esta
disciplina.
HONORIO DELGADO
Los métodos especiales son: 1º, la extrospección; 2º, la introspección; 3º, la descripción
fenomenológica; 4º, la descripción dinámica; 5º, la explicación psicológica; 6º, la explicación
físiopsicológica; 7º, el método de las pruebas experimentales; 8º, el método comparativo.
1º. El conocimiento de la realidad que interesa en psicopatología se obtiene con dos clases
de datos, diferentes y complementarios: los datos objetivos y los datos subjetivos. Se obtienen los
primeros por la extrospección, que consiste en el examen directo de las manifestaciones por la
observación exterior. Según esto, son datos objetivos: a) los que se verifican en el individuo por
la percepción: los movimientos y cambios corporales, las acciones y reacciones, el
comportamiento y la expresión (palabra, mímica, actitud, etc.), así como todo lo susceptible de ser
medido y registrado materialmente; b) las obras, las producciones y los objetos de uso personal:
escritos, creaciones artísticas, trabajo manual, colecciones, vestidos, adornos, etc.
2º. Se obtienen los datos subjetivos gracias a la introspección, que consiste en la observación
interior, en el examen de la anormalidad por el mismo sujeto que la manifiesta. Deja de ser mera
auto-observación espontánea sólo gracias a la claridad, al orden y a la crítica que el investigador
introduce con tacto en el curso del examen. Son datos subjetivos los que se obtienen únicamente
con el testimonio del sujeto respecto a sus experiencias, tendencias y manifestaciones
psicopatológicas.
3º. La extrospección y la introspección nos ofrecen los datos, la materia bruta, que sólo
constituye saber orgánico gracias a la interpretación. Todos los demás métodos son, pues, modos
diversos de interpretación. La comprensión estática o descripción fenomenológica entraña un
mínimum de interpretación. Consiste en describir con exactitud la experiencia vivida en el
momento, sin cuidarse de las condiciones de su origen ni de sus consecuencias, prendiendo sólo su
realidad palpitante, su cualidad original, su estructura distintiva. Así la fenomenología circunscribe
rigurosamente los hechos, cuidando de la precisión de los conceptos y la correspondencia de los
mismos términos a los mismos hechos. Lo que hay de interpretación en este método es únicamente
relativo al margen de incertidumbre anexo a la intimidad de la vida anímica de cada persona -en
realidad inalcanzable- y a la ecuación personal (en sentido amplio) de cada observador.
Conviene no confundir la fenomenología en este sentido psicológico, debida a Jaspers
(influido por Dilthey), con la fenomenología filosófica iniciada por Husserl, cuya materia de estudio
es lo que por sí mismo se nos da en todas las esferas posibles del ser, o sea las condiciones de la
experiencia propias del conocimiento apriorístico, no en tanto que hecho psicológico sino como
reflexión trascendental. Husserl estudia la ciencia pura, irreal, absoluta y necesaria; Jaspers, la
conciencia psicológica, empírica, relativa y contingente.
4º. Mientras que con la comprensión estática se entiende a los fenómenos en su constitución
inmediata, la descripción dinámica o «comprensión genética», como la denomina Jaspers, trata de
aprehender su íntima relación en el tiempo, la estructura de su continuidad, cómo nacen unos de otros.
En lugar de cuadros estáticos, el proceso de la sucesión de estados y actos anímicos. Si se compara
CONCEPTOS FUNDAMENTALES Y MÉTODOS
una a la fotografía, la otra se asimilará a la cinematografía. Según la imagen de Jaspers, con una se
obtienen cortes transversales de la vida psíquica; con la otra, secciones longitudinales. Ambas buscan
el sentido intrínseco de los datos en su misma aparición; pero si en una la introspección se dirige sólo
a lo actual, en la otra es retrospectiva, en busca del hilo conductor, del cual puede no percatarse
espontáneamente el sujeto. La parte que este método tiene de interpretación consiste, además de la
inherente a la calidad personal del sujeto estudiado y del observador, en los cambios posibles del
contenido en el proceso de rememoración (aun suponiéndola fiel), variables según el punto de vista
de cada una de las dos personas, proceso nunca del todo objetivo y completivo.
Conrad propone como un método distinto de la comprensión, el análisis de la configuración. Nos
parece que no se justifica tal propósito, pues para profundizar en el conocimiento psicopatológico es menester
aplicar todos los recursos que nos ofrece el progreso de la psicología. Entre éstos, son ciertamente valiosos los
de la Gestalpsychologie y, sobre todo, los de la psicología estructural, fecundos principalmente en cuanto a
modos de comprender los fenómenos anímicos y sus conexiones, como lo evidencia Petrilowitsch. Las mismas
consideraciones, mutatis mutandis, son válidas para la fenomenología funcional de Minkowski y para el
análisis existencial de Binswanger y otros autores. Todas estas modalidades del empeño en calar la intimidad
de la mente desordenada a través de sus fenómenos y de la existencia personal en que se sustentan, están
comprendidas en el principio heideggeriano de que tras lo inmediato de la vivencia y la biografía del sujeto se
oculta su sentido y su fundamento. Para un conocimiento del detalle de semejantes modalidades de tanteo
remitimos al lector iniciado en el conocimiento psicopatológico a los trabajos concernientes que figuran en la
bibliografía de este capítulo, así como al capítulo sobre el tema de la excelente obra de Cabaleiro Goas.
5º. Cuando las manifestaciones anormales no ofrecen al esfuerzo cognoscitivo materia que
por sí sola permita una descripción satisfactoria, en una palabra, cuando no son comprensibles,
entonces se requiere otra forma de interpretación, con sentido menos inmediato a la experiencia
vivida: la explicación, basada en el supuesto de que los datos carentes de nexo manifiesto en la
conciencia tienen condiciones determinantes en la esfera extraconsciente. La explicación se subordina a
maneras de concebir las relaciones de los fenómenos anímicos o de éstos con los cambios
fisiológicos, maneras de concebir que el investigador aplica en forma de hipótesis de trabajo. La
explicación psicológica supone la naturaleza anímica de lo extraconsciente, que en este caso
denominamos esfera subconsciente. A este método podría llamarse «genético» con más razón que al
anterior, pues de los datos manifiestos se infiere un origen oculto, una actividad generadora, que
permite reconstruir la causa o condición donde sólo se muestra el efecto o meros indicios dispersos.
Será tanto más plausible cuanto más importantes, numerosos o concordantes sean tales indicios, de
interpretación unívoca en el caso ideal. Así, si un individuo entre sus síntomas de anormalidad
mental revela un exaltado fanatismo a favor del divorcio, a pesar de ser contrario a su modo de
pensar previo y de tener un cónyuge excelente del cual no pretende separarse, sospecharemos que
aquí interviene un móvil subconsciente si diversos hechos nos muestran una actitud ambigua o
ambivalente frente al cónyuge. Nuestra interpretación se confirmará si con el hipnotismo, el
análisis psicológico o el narcoanálisis descubrimos que existe, aunque ignorado por el propio
paciente, un deseo de tener descendientes, que no es satisfecho por causa del cónyuge, contra
quien comienza a sentir un secreto desapego.
Hoy no se puede dudar de la efectividad de los procesos y nexos subconscientes y, por
HONORIO DELGADO
consiguiente, de la legitimidad de la explicación psicológica. Pero es preciso reconocer que
nuestro conocimiento de la actividad subconsciente es como una pequeña isla en el océano de los
hechos incomprensibles de la vida psíquica, normal y anormal. Y nada es más aventurado que
adherirse a un sistema interpretativo, pues se corre el peligro de naufragar en las interpretaciones
deductivas, que a la postre resultan tan insubstanciales como las abstracciones de la psicología
racional. Para convencerse de esto basta considerar la multiplicidad de las explicaciones posibles
en cada caso según el punto de vista de las diversas escuelas psicoanalíticas, cuyas construcciones
de hipótesis se oponen unas a otras. Freud, Adler, Jung, Stekel, Silberer, Maeder, Bjerre, Kempf,
Baudouin, Rank, Horney, Schultz-Hencke, etc., explican los mismos hechos de manera diferente.
Cada cual tiene sus crédulos, indefensos frente a la fascinación ejercida por el ídolo y su teoría, y
ciegos frente al fenómeno real si carecen de discernimiento para hacerse dueños de lo psiconomo
(conforme a ley psicológica). Tal discernimiento presupone capacidad nativa de penetración, rica
experiencia, vasto saber, amplitud de miras y crítica rigurosa. En este sentido debe tomarse la
sentencia de Ella Freeman Sharp: «El psicoanálisis no es ya una ciencia viva si su técnica deja de
ser un arte.»
6º. La explicación fisiopsicológica recurre a hipótesis en las cuales entran elementos del
plano vital del ser del hombre: cambios orgánicos, fisiológicos o bioquímicos (y no psicológicos)
establecerían el encadenamiento o suscitarían la manifestación de los procesos mentales. Aquí la
interpretación se basa en factores que llamamos inconscientes, apsiconomos. Es evidente el efecto
de un tóxico, por ejemplo, en la determinación de ciertos estados psicopatológicos, lo mismo que
el influjo de factores biológicos en la producción de psicosis, sin que intervenga ningún cambio en
el ambiente ni en la experiencia vivida susceptible de provocar el desorden de manera
comprensible. Si en el caso del fanático del divorcio, al que antes hicimos referencia, el
hipnotismo, el narcoanálisis o el análisis psicológico no hubieran descubierto nada, y si el examen
corporal hubiese revelado una insuficiencia sexual corregible (lo mismo que el síntoma mental)
con la opoterapia, entonces la explicación legítima sería de orden fisiopsicológico.
En algunos casos no es posible establecer relación entre dos contenidos o dos momentos
de la actividad consciente sino por medio de lo subconsciente, pues la naturaleza misma de los
fenómenos y el conjunto de las circunstancias justifican la explicación psicológica. En otros casos,
por el contrario, se impone aceptar el eslabón o el origen fisiológico: lesión anatómica del cerebro,
perturbaciones de la circulación o de la nutrición del mismo órgano, alteración de las glándulas de
secreción interna, predisposición constitucional, herencia, etc. Pero en la mayoría de los casos es
arbitrario apelar sea a la explicación psicológica, sea a la fisiológica. Y en la compleja conjunción
de causas y efectos de impresiones y reacciones, un hecho psicopatológico puede deberse en parte
a lo psiconomo, en parte a lo apsiconomo: la embriaguez, por ejemplo, a pesar de su origen
fisiológico, muchas veces pone de manifiesto nexos y contenidos subconscientes -tal es el
fundamento del narcoanálisis. Esta pluralidad de posibilidades no debe inducir al psicopatólogo
a la cómoda y estéril conclusión de que lo importante es que el ser psicofísico como un todo es lo
alterado, según la sentencia holista relativa al efecto del alcohol: no se trata de que bebe el cuerpo
y se embriaga el alma, sino que el hombre bebe y experimenta la embriaguez.
CONCEPTOS FUNDAMENTALES Y MÉTODOS
La conclusión fecunda para el conocimiento es que cada caso debe estudiarse agotando las
posibilidades de ambas clases de explicación. No contentarse con la hipótesis más fácil, sino tratar
de verificar sucesivamente las que sugiere la complejidad de los hechos, examinando cautamente
la plausibilidad y los inconvenientes de cada una. Así, los hechos son iluminados desde diversos
puntos de vista, hasta llegar a una interpretación realmente admisible. Todo cultivador reflexivo de
la psicopatología puede recordar casos frente a los cuales ha cambiado fundamentalmente su modo
de considerarlos. A veces la persistente insatisfacción y el examen crítico de los problemas
conducen a nuevos interrogatorios y a nuevas búsquedas de información, con lo cual incluso se
descubren hechos que primero no fueron advertidos o revelados y que acaban por hacer dar con el
quid.
7º. El método de las pruebas experimentales sirve para conseguir datos objetivos en
condiciones determinadas, de modo que se obtienen rápidamente resultados o rendimientos
susceptibles de medida o de reducción a tipos. Por consiguiente, con el procedimiento
experimental psicológico sólo es posible estudiar manifestaciones mentales reactivas o
incompletamente espontáneas. El patrón de medida o de comparación así como los límites y
grados están sujetos a igual arbitrariedad que el módulo estadístico de la anormalidad. Por la
naturaleza misma de este método, cuanto mayor es el rigor métrico o formal de la pruebas, tanto
menor es su penetración en la estructura profunda y personal de la vida anímica. Para que la
elección y composición de las pruebas o reactivos tengan la máxima consistencia posible se
requiere basarlas en el estudio minucioso de un amplio material bien conocido empíricamente y
también en el empleo de otros métodos, tanto de la psicología y la psicopatología, cuanto de la
pedagogía, la clínica, etc.
Las pruebas experimentales requieren con frecuencia el uso de aparatos registradores, de
estimulación, de medida, etc., así como de cuestionarios y otros medios auxiliares, entre los cuales
no es de menor importancia la manera como se dispone el ambiente y la situación del experimento.
El ideal es usar el mínimum de aparato, a fin de no introducir factores de perturbación o
complicación en el alma del sujeto examinado. La adecuada o inadecuada aplicación de las
pruebas, la legítima o ilegítima apreciación de las reacciones y la elaboración e interpretación de
los resultados dependen en buena parte de la capacidad y cultura de quien las practica. Por otra
parte, el criterio que informa los procedimientos psicotécnicos, sobre todo para la medida de la
inteligencia, cada día se define mejor en la dirección de dar valor a la manera cómo se desempeña
el sujeto y al sentido de sus operaciones, como a los resultados a que llega, o rendimiento objetivo.
Estas consideraciones muestran la necesidad de que quien aplica las pruebas posea cualidades de
espíritu fino más que mera habilidad técnica, ingenio más que ingeniería.
El campo de aplicación de las pruebas experimentales es muy amplio: desde la medida de
funciones simples, como la memoria o la atención, hasta la apreciación de la personalidad. En
psicopatología tienen importancia más como medios auxiliares para el reconocimiento del grado o
de la calidad del desorden mental, que como procedimientos reveladores de éstos. Sin embargo,
empleados en casos dudosos suelen proporcionar datos muy apreciables, sea en lo que respecta al
rendimiento de las funciones psíquicas, sea en lo que atañe al modo de ser personal y a las
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tensiones y virtualidades profundas. Son particularmente útiles para apreciar los defectos y
desórdenes de la mente infantil.
Especialmente promisorios resultan los experimentos con diversas drogas que provocan
alteraciones variadas, incluso verdaderas psicosis agudas. En los últimos años un conjunto de
sustancias, algunas de ellas conocidas desde la antigüedad, han contribuido como fuente de
conocimiento sustantivo a la psicología y psicopatología experimentales. Estas drogas, llamadas
por sus efectos alucinógenas, deliriógenas o psicotomiméticas, aunque tienen más interés
experimental que práctico, se emplean también con fines exploratorios, de diagnóstico diferencial
y aun como recurso terapéutico (en la reactividad de las psicosis crónicas, en la catarsis de los
desórdenes emocionales). Entre los fármacos psicoactivos, para sólo mencionar los más
importantes, tenemos a la mescalina, a la dietilamida del ácido d-lisérgico (LSD-25) y a la
psilocibina. Por otra parte, en los animales con los reflejos condicionados, se llega a producir
estados semejantes a las neurosis, arrojando luz acerca de la producción de los síntomas en el
hombre.
Un fructuoso procedimiento exploratorio, basado también en la aplicación de drogas, es el
euforioanálisis. Su finalidad es producir un estado de ánimo de alegría desbordante, el cual
favorece la espontaneidad, avivando recuerdos y asociaciones que resultan reveladores del
contenido y la estructura psicopatológicos. Al efecto, con Carrillo-Broatch empleamos como
agente el clorhidrato de d-desoxiefedrina (Drinalfa) en inyección gradual subcutánea o
endovenosa, y Víctor Saavedra aplica el éster metílico del ácido fenil-(a-piperidil)-acético
(Ritalina).
8º. El método comparativo se aplica como recurso auxiliar en psicopatología. El parangón
de ciertas manifestaciones de la mentalidad anormal del hombre civilizado y adulto con la del
animal (en su vida espontánea o alterada por la técnica de la patología experimental), del hombre
primitivo y del niño, sirve para sugerir analogías, posibilidades y puntos de vista a veces fecundos.
Sin embargo, hasta el presente no ha contribuido a esclarecer decisivamente los problemas de
nuestra disciplina. Cualquiera que sea la interpretación que se dé a la llamada disolución de las
funciones en el desorden mental, hay alguna semejanza -generalmente bastante lejana- entre
ciertas anormalidades psíquicas del hombre adulto y civilizado con las manifestaciones normales
del niño, del salvaje y aun del animal. Estas correspondencias dan un débil fundamento a la
concepción estratigráfica de la mentalidad y a la llamada ley biogenética fundamental. Pero tales
semejanzas y paralelismos no constituyen prueba de una efectiva regresión. En todo caso, las
teorías que pretenden reducir los fenómenos psicopatológicos a desintegración o evolución al revés
de las funciones psíquicas, son meras ficciones, con las cuales se avanza apenas en el
conocimiento real de los mismos.
7. TAREA DEL PSICOPATÓLOGO
Salvo el caso de manifestarse la anormalidad psíquica en el propio cultivador de la psicopatología,
los datos subjetivos se obtienen por medio de la información de segunda persona. Es evidente que
CONCEPTOS FUNDAMENTALES Y MÉTODOS
el conocimiento será tanto más penetrante cuanto mayores sean la aptitud y la diligencia
personales para el escrutinio mental y para la comunicación de los resultados del mismo. Con
frecuencia es difícil y hasta imposible la cooperación a causa de la incapacidad del sujeto para la
autopercepción para exponer precisa y fielmente los datos que ésta le ofrece, sea por efecto de la
misma anormalidad de su mente, sea por el hecho de hallarse en la situación de objeto de pesquisa.
En tal caso no queda sino resignarse a ignorar o aventurarse en el camino de la
aprehensión instintiva. Esto último implica la intuición directa interindividual, acto por el cual una
persona prende de inmediato la vida anímica en la expresión de la otra persona o experimenta en sí
misma una especie de reflejo de lo que aquélla experimenta de modo primario. No se puede negar
el margen de incertidumbre inherente a este modo de aprehensión de los fenómenos psíquicos
ajenos; pero es innegable su acierto en algunos casos. Su ejercicio constituye un arte que no está al
alcance de todos. Quizá la misma variedad existente entre los individuos a este respecto explica la
discordia de las opiniones acerca del valor y de la índole de tal clase de intuición. Es posible que
haya personas en quienes sea una facultad simple y primaria, que les permite consumar la
participación inmediata en el yo ajeno; que haya también personas, imaginativas, que partiendo de
los datos asequibles se figuran ilusoriamente lo que pasa en el alma del interlocutor; otras,
reflexivas pero sin pálpito, que conjeturan de manera racional, por analogía, el estado anímico y
las posibilidades de los demás; y, por último, sujetos totalmente incapaces de lograr ninguna suerte
de penetración. Lo que está fuera de duda es que un largo ejercicio del arte de calar el mundo
interior de los hombres perturbados permite casi siempre desenvolver el don de acertar en la
materia.
Esa capacidad intuitiva es comparable al «ojo clínico», muy perspicaz en ciertos médicos
experimentados, que con sólo un vistazo llegan al diagnóstico y al pronóstico de la enfermedad.
Tratándose de los hechos psicopatológicos, la apariencia de adivinación es menor, pues aquí la
naturaleza de lo intuido es igual -anímica- en el sujeto observado y en el observador, mientras que
en patología orgánica el paciente sufre la enfermedad pero no la conoce, no tiene conciencia sino
de algunas de sus consecuencias. Apenas es necesario agregar que así como el módico no se guía
de su ojo clínico sino como de un indicio, el psicopatólogo no se contenta con la mera intuición
cuando dispone de otros medios para cumplir su tarea.
De ordinario lo único que comunica espontáneamente el sujeto es el contenido y la
interpretación ingenua de su anormalidad. Después de conseguir todos los datos importantes en
este respecto, el investigador orientará su pesquisa en el sentido formal y completivo: cómo
experimenta o vive sus anormalidades el sujeto; de qué índole son, a qué categoría precisa de
fenómenos pertenecen, qué funciones afectan; qué relaciones tiene el contenido y la estructura
anormal con el contenido y la estructura del resto de la mentalidad, del carácter y de la historia del
sujeto. Esto tiene sus dificultades, pues con frecuencia el paciente está muy lejos de poder
colaborar con discernimiento: vive su anormalidad como los otros viven su normalidad -de modo
reactivo o espontáneo-, sin percatarse de su verdadera modalidad fenomenal. En cambio, el
psicopatólogo, aunque no pueda vivir o convivir lo que pasa en el alma ajena, es capaz de
pensarlo, de considerarlo metódicamente, quedándose a menudo un fondo de incertidumbre, que
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para el investigador de raza no será el menor incentivo de la dedicación de su espíritu al ahonde de
los problemas de la existencia humana, acaso más abismal que sus desórdenes que en la
regularidad de sus manifestaciones.
De acuerdo con estas consideraciones, el sujeto ideal para el estudio que nos interesa es el
individuo en quien el desorden o la anomalía de la mente son compatibles con un espíritu rico y
una personalidad diferenciada, el hombre inteligente, sensible y culto, capaz de comunicar la
variedad de estados, modos y matices de la vida anímica propia. Por eso son tan valiosas las
descripciones de los grandes literatos que sufren y estudian sus flaquezas y anormalidades:
Dostoiewsky, Amiel, Rousseau, Grillparzer, Hebbel, Cellini, Leopardí, De Quincey, Baudelaire,
Maupassant, Proust y tantos otros.
¿Qué orden debe seguirse en el estudio psicopatológico de cada caso concreto? A esta
pregunta no cabe responder formulando principios válidos para todos, salvo el de seguir el camino
personal más apropiado a la peculiaridad del sujeto que se estudia. En la vida cotidiana cada cual,
por instinto y por educación, tiene su manera de escrutar al prójimo y de llegar a conclusiones
acerca de los móviles de su conducta, los alcances de su inteligencia, las particularidades de su
carácter y, en general, de lo que le interesa respecto a su mentalidad. Lo mismo ocurre con el
psicopatólogo, si bien en un plano de conocimiento más determinado e impersonal. Aquí es
forzosa la aplicación deliberada de los métodos especiales. Pero de ninguna manera se trata de
emplearlos sistemáticamente y menos aún uno tras otro, sino cuándo y cómo conviene al fin
perseguido y de acuerdo con las circunstancias. La consecución de los datos y su ordenamiento
constituyen una tarea intelectual en la que se asocian el pensar analítico y el sintético. Así, se parte
de la aprehensión de la anormalidad más asequible y se trata de conseguir por etapas una visión del
conjunto de la mentalidad, cuya perspectiva, a su vez, facilita, amplía y perfecciona el análisis de
las diversas funciones comprometidas. El orden contrario es menos factible, aunque lo recomienda
un fino analista del alma, Amiel, quien preconiza que en vez de desmembrar y desarticular el
objeto de conocimiento, es menester ante todo adueñarse de su conjunto -en una especie de visión
fisonómica-, después de su formación, y solamente al último de sus partes. Combinando el análisis
y la síntesis, en una suerte de proceso dialéctico que avanza en profundidad y en amplitud, se
esclarece más y más la significación de los hechos que motivan la exploración. En psicopatología -
como en todos los campos de la ciencia- la verdad es un ideal al que el saber se aproxima con tra-
bajo, en un panorama de posibilidades, abierto e ilimitado, nunca en un sistema esquemático de
validez absoluta.
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