Tres libros de poesía
La sangre devota Zozobra
El son del corazón
Primera edición en Clásicos para Hoy: 2014
Producción:Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
Dirección General de Publicaciones
D.R. © 2014 de la presente ediciónConsejo Nacional para la Cultura y las Artes
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ISBN 978-607-516-578-3
Impreso y hecho en México
Ramón López Velarde
Tres libros de poesíaLa sangre devota
ZozobraEl son del corazón
CLÁSICOS PARA HOY
méxico
La sangre devota
Consagro este libro a los espíritus
de Gutiérrez Nájera y Othón
R.L.V.
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PRÓLOGO*
Enemigo de explicar mis procedimientos, aun en las ocasiones en que la crítica apta o la bajeza de la estulticia han tocado temas ge-nerales, quiebro hoy esa línea de silencio.
Deseo afirmar que por lealtad y legitimidad conmigo mismo esta segunda edición es idéntica a la de 1916, sin cambio de una palabra, ni de un punto, ni de una coma.
Una sola novedad: en el primer poema, el nombre de la mujer que dictó casi todas las páginas.
Retocar el pasado es superchería. De tal modo soy fanático por la inmutabilidad de la obra de arte, que la hago extensiva a sus anexos. Por ello conservo, en las dedicatorias, a algunos indivi-duos, eliminados, a la fecha, de la órbita de mi voluntad.
En la portada de la edición anterior, Herrán copió una figura femenina y la iglesia de Churubusco. Paréceme de justicia, dentro
* Este texto se incluyó a partir de la edición de 1941 de La sangre devota (Ediciones Loera y Chávez, México), la que siguió a la primera, de 1916. Considérese que este Prólo-go del autor —como consignan los editores del libro en 1944 (Editorial Nueva España, México) y ediciones posteriores— estaba destinado a una segunda edición que el autor planeaba pero que no pudo llevar a cabo. [N. del ed.]
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
de la recta continuidad espiritual de que he hablado, mencionar aquí a Angelita Díaz de León, para que viva lo que mis versos pue-dan defenderse de la capa de polvo del tiempo.
R.L.V.
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EN EL REINADO DE LA PRIMAVERA
A Josefa de los Ríos
* 17 de marzo de 1880
† 7 de mayo de 1917
Amada, es Primavera.
Fuensanta, es que florece
la eclesiástica unción de la cuaresma.
Hay un alivio dulce
en las almas enfermas,
porque Abril con sus auras les va dando
la sensación de la convalecencia.
Se viste el cielo del mejor azul
y de rosas la tierra,
y yo me visto con tu amor... ¡Oh, gloria
de estar enamorado, enamorado,
ebrio de amor a ti, novia perpetua,
14
rAMÓN lÓPEz VELARDE
enloquecidamente enamorado,
como quince años, cual pasión primera!
Y con la dicha de palomas que huyen
del convento en que estaban prisioneras
y se van lejos, bajo la promesa
azul del firmamento
y sobre la florida de la tierra,
así vuelan a verte en otros climas,
¡oh, santa, oh, amadísima, oh, enferma!
estos versos de infancia que brotaron
bajo el imperio de la Primavera.
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TENÍAS UN REBOzO DE SEDA
A Eduardo J. Correa
Tenías un rebozo en que lo blanco
iba sobre lo gris con gentileza
para hacer a los ojos que te amaban
un festejo de nieve en la maleza.
Del rebozo en la seda me anegaba
con fe, como en un golfo intenso y puro,
a oler abiertas rosas del presente
y herméticos botones del futuro.
(En abono de mi sinceridad
séame permitido un alegato:
entonces era yo seminarista
sin Baudelaire, sin rima y sin olfato.)
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
¿Guardas, flor del terruño, aquel rebozo
de maleza y de nieve,
en cuya seda me adormí, aspirando
la quintaesencia de tu espalda leve?
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SER UNA CASTA PEQUEÑEz...
A Alfonso Cravioto
Fuérame dado remontar el río
de los años, y en una reconquista
feliz de mi ignorancia, ser de nuevo
la frente limpia y bárbara del niño...
Volver a ser el arrebol, y el húmedo
pétalo, y la llorosa y pulcra infancia
que deja el baño por secarse al sol...
Entonces, con instinto maternal,
me subirías al regazo, para
interrogarme, Amor, si eras querida
hasta el agua inmanente de tu pozo
o hasta el penacho tornadizo y frágil
de tu naranjo en flor.
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
Yo, sintiéndome bien en la aromática
vecindad de tus hombros y en la limpia
fragancia de tus brazos,
te diría quererte más allá
de las torres gemelas.
Dejarías entonces en la bárbara
novedad de mi frente
el beso inaccesible
a mi experiencia licenciosa y fúnebre.
¿Por qué en la tarde inválida,
cuando los niños pasan por tu reja,
yo no soy una casta pequeñez
en tus manos adictas
y junto a la eficacia de tu boca?
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VIAJE AL TERRUÑO
A Enrique Fernández Ledesma
INVITACIÓN
De tu magnífico traje
recogeré la basquiña
cuando te llegues, oh, niña,
al estribo del carruaje.
Esperando para el viaje
la tarde tiene desmayos
y de sus últimos rayos
la luz mortecina ondea
en la lujosa librea
de los corteses lacayos.
No temas: por los senderos
polvosos y desolados,
te velarán mis cuidados,
galantes palafreneros.
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
Y cuando con mil luceros
en opulento derroche
se venga encima la noche,
obsequiará tus oídos
con sus monótonos ruidos
la serenata del coche.
EN CAMINO
Al fin te ve mi fortuna
ir, a mi abrigo amoroso,
al buen terruño oloroso
en que se meció tu cuna.
Los fulgores de la luna,
desteñidos oropeles,
se cuajan en tus broqueles,
y van, por la senda larga,
orgullosos de su carga
los incansables corceles.
De la noche en el arcano
llega al éxtasis la mente
si beso devotamente
los pétalos de tu mano.
En la blancura del llano
una fantasía rara
las lagunas comparara,
azuladas y tranquilas,
con tus azules pupilas
en la nieve de tu cara.
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TRES LIBROS DE POESÍA
La aurora su lumbre viva
manda al cárdeno celaje
y al empolvado carruaje
un rayo de luz furtiva.
Surge la ciudad nativa:
en sus lindes, un bohío
parece ver que del río
el cristal rompen las ruedas,
y entre mudas alamedas
se recata el caserío.
Como níveo relicario
que ocultan los naranjales,
del coche por los cristales
¿no distingues el Santuario?
Del esbelto campanario
salen y rayan los cielos
las palomas con sus vuelos,
cual si las torres, mi vida,
te dieran la bienvenida
agitando sus pañuelos.
LLEGADA
Por las tapias la verdura
del jazmín cuelga a la calle,
y respira todo el valle
melancólica ternura.
Aromarán la frescura
de tus carrillos sedeños
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
los jardines lugareños,
y en las azules mañanas
llegarán a tus ventanas,
en enjambre, los ensueños.
Escucharás, amor mío,
girando en eterna danza,
la interminable romanza
de las hojas... Y en el frío
mes de diciembre sombrío,
en el patriarcal sosiego
del hogar, mi dulce ruego
ha de loar tu belleza
cabe la muda tristeza
del caserón solariego.
Esparcirán sus olores
las pudibundas violetas
y habrá sobre tus macetas
las mismas humildes flores:
la misma charla de amores
que su diálogo desgrana
en la discreta ventana,
y siempre llamando a misa
el bronce, loco de risa,
de la traviesa campana.
A tus plácidos hogares
irán las venturas viejas
como vienen las abejas
a buscar los colmenares.
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TRES LIBROS DE POESÍA
Y mi cariño en tus lares
verás cómo se acurruca
libre de pompa caduca,
al estrecharte mi abrazo
en el materno regazo
de la amorosa tierruca.
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POBRECILLA SONÁMBULA...
A Pedro de Alba
Con planta imponderable
cruzas el mundo y cruzas mi conciencia,
y es tu sufrido rostro como un éxtasis
que se dilata en una transparencia.
¡Pobrecilla sonámbula!
Pareces, en tu ruta de novicia,
ir diciendo al azar: “No me hagáis daño;
temo que me maltrate una caricia”.
Devuelves su matiz inmaculado
al paisaje ilusorio en que te posas
y restituyes en su integridad
inocente a los hombres y a las cosas.
Así cruzas el mundo
con ingrávidos pies, y en transparencia
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TRES LIBROS DE POESÍA
de éxtasis se adelgaza tu perfil,
y vas diciendo: “Marcho en la clemencia,
soy la virginidad del panorama
y la clara embriaguez de tu conciencia”.
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DOMINGOS DE PROVINCIA
En los claros domingos de mi pueblo, es costumbre
que en la Plaza descubran las gentiles cabezas
las mozas, y sus ojos reflejan dulcedumbre
y la banda en el kiosco toca lánguidas piezas.
Y al caer sobre el pueblo la noche ensoñadora,
los amantes se miran con la mejor mirada
y la orquesta en sus flautas y violín atesora
mil sonidos románticos en la noche enfiestada.
Los días de guardar en pueblos provincianos
regalan al viandante gratos amaneceres
en que frescos los rostros, el Lavalle en las manos,
camino de la iglesia van las mozas aprisa;
que en los días festivos, entre aquellas mujeres
no hay una cara hermosa que se quede sin misa.
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MI PRIMA ÁGUEDA
A Jesús Villalpando
Mi madrina invitaba a mi prima Águeda
a que pasara el día con nosotros,
y mi prima llegaba
con un contradictorio
prestigio de almidón y de temible
luto ceremonioso.
Águeda aparecía, resonante
de almidón, y sus ojos
verdes y sus mejillas rubicundas
me protegían contra el pavoroso
luto...
Yo era rapaz
y conocía la o por lo redondo,
y Águeda que tejía
mansa y perseverante en el sonoro
corredor, me causaba
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
calosfríos ignotos...
(Creo que hasta la debo la costumbre
heroicamente insana de hablar solo.)
A la hora de comer, en la penumbra
quieta del refectorio,
me iba embelesando un quebradizo
sonar intermitente de vajilla
y el timbre caricioso
de la voz de mi prima.
Águeda era
(luto, pupilas verdes y mejillas
rubicundas) un cesto policromo
de manzanas y uvas
en el ébano de un armario añoso.
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A LA GRACIA PRIMITIVA DE LAS ALDEANAS
Hambre y sed padezco: siempre me he negado
a satisfacerlas en los turbadores
gozos de ciudades —flores de pecado.
Esta hambre de amores y esta sed de ensueño
que se satisfagan en el ignorado
grupo de muchachas de un lugar pequeño.
Vasos de devoción, arcas piadosas
en que el amor jamás se contamina;
jarras cuyas paredes olorosas
dan al agua frescura campesina...
Todo eso sois, muchachas cortijeras,
amigas del buen sol que os engalana,
que adivináis las cosas venideras
cual hacerlo pudiese una gitana.
Amo vuestros hechizos provincianos,
muchachas de los pueblos, y mi vida
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
gusta beber del agua contenida
en el hueco que forman vuestras manos.
Pláceme en los convites campesinos,
cuando la sombra juega en los manteles,
veros dar la locura de los vinos,
pan de alegría y ramos de claveles.
En el encanto de la humilde calle
sois a un tiempo, asomadas a la reja,
el son de esquilas, la alternada queja
de las palomas, y el olor del valle.
Buenas mozas: no abrigo más empeños
que oír vuestras canciones vespertinas,
llegando a confundirme en las esquinas
entre el grupo de novios lugareños.
Mi hambre de amores y mi sed de ensueño
que se satisfagan en el ignorado
grupo de doncellas de un lugar pequeño.
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LA BIzARRA CAPITAL DE MI ESTADO...
A Jesús B. González
He de encomiar en verso sincerista
la capital bizarra
de mi Estado, que es un
cielo cruel y una tierra colorada.
Una frialdad unánime
en el ambiente, y unas recatadas
señoritas con rostro de manzana,
ilustraciones prófugas
de las cajas de pasas.
Católicos de Pedro el Ermitaño
y jacobinos de época terciaria.
(Y se odian los unos a los otros
con buena fe.)
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
Una típica montaña
que, fingiendo un corcel que se encabrita,
al dorso lleva una capilla, alzada
al Patrocinio de la Virgen.
Altas
y bajas del terreno, que son siempre
una broma pesada.
Y una catedral, y una campana
mayor que cuando suena, simultánea
con el primer clarín del primer gallo,
en las avemarías, me da lástima
que no la escuche el Papa.
Porque la cristiandad entonces clama
cual si fuese su queja más urgida
la vibración metálica,
y al concurrir ese clamor concéntrico
del bronce, en el ánima del ánima,
se siente que las aguas
del bautismo nos corren por los huesos
y otra vez nos penetran y nos lavan.
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CUARESMAL
Tu paz —¡oh, paz de cada día!—
y mi dolor que es inmortal,
se han de casar, Amada mía,
en una noche cuaresmal.
Quizá en un viernes de Dolores,
cuando se anuncian ya las flores
y en el altar que huele a lirios
el casto pecho de María
sufre por nos siete martirios;
mientras la luna, Amada mía,
deja caer sus tenues franjas
de luz de ensueño sideral
sobre las místicas naranjas
que por el arte virginal
de las doncellas de la aldea,
lucen banderas de papel
e irisaciones de oropel
sobre la piel que amarillea.
34
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Fuensanta: al amor aventurero
de cálidas mujeres, azafatas
súbditas de la carne, te prefiero
por la frescura de tus manos gratas.
Yo te convido, dulce Amada,
a que te cases con mi pena
entre los vasos de cebada
la última noche de novena.
Te ha de cubrir la luna llena
con luz de túnica nupcial
y nos dará la Dolorosa
la bendición sacramental.
Y así podré llamarte esposa,
y haremos juntos la dichosa
ruta evangélica del bien
hasta la eterna gloria.
aMéN.
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EN LAS TINIEBLAS HúMEDAS...
En las alas oscuras de la racha cortante
me das, al mismo tiempo, una pena y un goce:
algo como la helada virtud de un seno blando,
algo en que se confunden el cordial refrigerio
y el glacial desamparo de un lecho de doncella.
He aquí que en la impensada tiniebla de la muda
ciudad, eres un lampo ante las fauces lóbregas
de mi apetito; he aquí que en la húmeda tiniebla
de la lluvia, trasciendes a candor como un lino
recién lavado, y hueles, como él, a cosa casta;
he aquí que entre las sombras regando estás la esencia
del pañolín de lágrimas de alguna buena novia.
Me embozo en la tupida oscuridad, y pienso
para ti estos renglones, cuya rima recóndita
has de advertir en una pronta adivinación,
porque son como pétalos nocturnos, que te llevan
un mensaje de un singular calosfrío;
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
y en las tinieblas húmedas me recojo, y te mando
estas sílabas frágiles en tropel, como ráfaga
de misterio, al umbral de tu espíritu en vela.
Toda tú te deshaces sobre mí como una
escarcha, y el translúcido meteoro prolóngase
fuera del tiempo; y suenan tus palabras remotas
dentro de mí, con esa intensidad quimérica
de un reloj descompuesto que da horas y horas
en una cámara destartalada...
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OFRENDA ROMÁNTICA
Fuensanta: las finezas del Amado,
las finezas más finas,
han de ser para ti menguada cosa,
porque el honor a ti resulta honrado.
La corona de espinas,
llevándola por ti, es suave rosa
que perfuma la frente del Amado.
El madero pesado
en que me crucifico por tu amor,
no pesa más, Fuensanta,
que el arbusto en que canta
tu amigo el ruiseñor
y que con una mano
arranca fácilmente el leñador.
Por ti el estar enfermo es estar sano;
nada son para ti todos los cuentos
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
que en la remota infancia
divierten al mortal;
porque hueles mejor que la fragancia
de encantados jardines soñolientos,
y porque eres más diáfana, bien mío,
que el diáfano palacio de cristal.
Pero con ser así tu poderío,
permite que te ofrezca el pobre don
del viejo parque de mi corazón.
Está en diciembre, pero con tu cántico
tendrá las rosas de un abril romántico.
Bella Fuensanta,
tú ya bien sabes el secreto: ¡canta!
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PARA TUS PIES
Hoy te contemplo en el piano, señora mía, Fuensanta,
las manos sobre las teclas, en los pedales la planta,
y ambiciona santamente la dicha de los pedales
mi corazón, por estar bajo tus pies ideales.
Porque yo sé de tu planta ser de todas la más pura,
tu planta sabe las rutas sangrientas de la Pasión,
que por ir tras Jesucristo por calles de la Amargura
dejó el sendero de lirios de Belkis y Salomón.
Y así te imploro, Fuensanta, que en mi corazón camines
para que tus pies aromen la pecaminosa entraña,
cuyos senderos polvosos y desolados jardines
te han de devolver en rosas la más estéril cizaña.
En las tertulias de noches de prolongada vigilia,
en el piano me pareces moderna Santa Cecilia
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
que cual solícita novia, con sus armónicos pies,
con la magia de los ojos y el milagro del sonido,
venciendo horas y distancia me lleva siempre a través
de los valles lacrimosos, al Paraíso Perdido.
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NUESTRAS VIDAS SON PéNDULOS
¿Dónde estará la niña
que en aquel lugarejo
una noche de baile
me habló de sus deseos
de viajar, y me dijo
su tedio?
Gemía el vals por ella,
y ella era un boceto
lánguido: unos pendientes
de ámbar, y un jazmín
en el pelo.
Gemían los violines
en el torpe quinteto...
E ignoraba la niña
que al quejarse de tedio
conmigo, se quejaba
con un péndulo.
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
Niña que me dijiste
en aquel lugarejo
una noche de baile
confidencias de tedio:
dondequiera que exhales
tu suspiro discreto,
nuestras vidas son péndulos...
Dos péndulos distantes
que oscilan paralelos
en una misma bruma
de invierno.
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POEMA DE VEJEz Y DE AMOR
A Armando J. Alba
Mi vida, enferma de fastidio, gusta
de irse a guarecer año por año
a la casa vetusta
de los nobles abuelos,
como a refugio en que en la paz divina
de las cosas de antaño
sólo se oye la voz de la madrina
que se repone del acceso de asma
para seguir hablando de sus muertos
y narrar, al amparo del crepúsculo,
la aparición del familiar fantasma.
A veces, en los ámbitos desiertos
de los viejos salones,
cuando dialogas con la voz anciana,
se oye también, sonora maravilla,
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
tu clara voz, como la campanilla
de las litúrgicas elevaciones.
Yo te digo en verdad, buena Fuensanta,
que tu voz es un verso que se canta
a la Virgen, las tardes en que mayo
inunda la parroquia con sus flores;
que tu mirada viva es como el rayo
que arranca el sol a la custodia rica
que dio para el altar mayor la esposa
de un católico Rey de las Españas;
que tu virtud amable me edifica,
y que eres a mis ósculos sabrosa,
no como de los reyes los manjares,
sino cual pan humilde que se amasa
en la nativa casa
y se dora en los hornos familiares.
¡Oh, Fuensanta: mi espíritu ayudado
de tus manos amigas
ha de exhumar las glorias del pasado!:
en el ropero arcaico están las ligas
que en el día nupcial fueron ofrenda
del abuelo amador
a la novia de rostro placentero,
y cada una tiene su leyenda:
“Tú fuiste, Amada, mi primer amor”,
“Y serás el postrero”.
¡Oh, noble sangre, corazón pueril
de comienzos del siglo diecinueve,
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TRES LIBROS DE POESÍA
para ti la mujer, por el decoro
de sus blancas virtudes,
era como una Torre de Marfil
en que después del madrigal sonoro
colgabas los románticos laúdes!
Yo obedezco, Fuensanta, al atavismo
de aquel alto querer, te llamo hermana,
y fiel a mi bautismo,
sólo te ruego en mi amoroso mal
con la prez lauretana.
Tu llanto es para mí linfa lustral
que por virtud divina se convierte
en perlas eclesiásticas, bien mío,
para hacerme un rosario contra el frío
y las hondas angustias de la muerte.
Los vistosos mantones de Manila
que adornaron a las antepasadas,
y tienes en las manos delicadas,
me sugieren la época intranquila
de los días feriales
en que el pueblo se alegra con la
Pascua,
hay cohetes sonoros,
tocan diana las músicas triunfales,
y la tarde de toros
y la mujer son una sola ascua.
46
rAMÓN lÓPEz VELARDE
También tú, con las flores policromas
que engalanan los clásicos mantones
de Manila, pudieras haber ido
a la conquista de los corazones.
Mas, oh, Fuensanta, al buen Jesús le pido
que te preserve con su amor profundo:
tus plantas no son hechas
para los bailes frívolos del mundo
sino para subir por el Calvario,
y exento de pagano sensualismo
el fulgor de tus ojos es el mismo
que el de las brasas en el incensario.
Y aunque el alma atónita se queda
con las venustidades tentadoras
a las que dan el fruto de su industria
los gusanos de seda,
quiere mejor santificar las horas
quedándose a dormir en la almohada
de tus brazos sedeños
para ver, en la noche ilusionada,
la escala de Jacob llena de ensueños.
Y las alegres ropas,
los antiguos espejos,
el cristal empañado de las copas
en que bebieron de los rancios vinos
los amantes de entonces, y los viejos
cascabeles que hoy suenan apagados
y se mueren de olvido en los baúles,
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TRES LIBROS DE POESÍA
nos hablan de las noches de verbena,
de horizontes azules,
en que cobija a los enamorados
el sortilegio de la luna llena.
Fuensanta: ha de ser locura grata
la de bailar contigo a los compases
mágicos de una vieja serenata
en que el ritmo travieso de la orquesta,
embriagando los cuerpos danzadores,
se acorda al ritmo de la sangre en fiesta.
Pero es mejor quererte
por tus tranquilos ojos taumaturgos;
por tu cristiana paz de mujer fuerte;
porque me llevas de la mano a Sión,
cuya inmortal lucerna es el Cordero;
porque la noche de mi amor primero
la hiciste de perfume y transparencia
como la noche de la Anunciación;
por tus santos oficios de Verónica,
y porque regalaste la paciencia
del Evangelio a mi tristeza crónica.
Los muebles están bien en la suprema
vetustez elegante del poema.
Las arcas se conservan olorosas
a las frutas guardadas;
el sofá tiene huellas de los muslos
salomónicos de las desposadas;
entre un adorno artificial de rosas
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rAMÓN lÓPEz VELARDE
surgen, en un ambiente desteñido,
las piadosas pinturas polvorientas;
y el casto lecho que pudiera ser
para las almas núbiles un nido,
nos invita a las nupcias incruentas,
y es el mismo, Fuensanta, en que se amaron
las parejas eróticas de ayer.
Dos fantasmas dolientes
en él seremos en tranquilo amor,
en connubio sin mácula yacentes;
una pareja fallecida en flor,
en la flor de los sueños y las vidas;
carne difunta, espíritus en vela
que oyen cómo canta
por mil años el ave de la Gloria;
dos sombras adormidas
en el tálamo estéril de una santa.
ENVÍO
A ti, con quien comparto la locura
de un arte firme, diáfano y risueño;
a ti, poeta hermano que eres cura
de la noble parroquia del Ensueño;
va la canción de mi amoroso mal,
este poema de vetustas cosas
y viejas ilusiones milagrosas,
a pedirte la gracia bautismal.
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TRES LIBROS DE POESÍA
Te lo dedico
porque eres para mí dos veces rico;
por tus ilustres órdenes sagradas
y porque de tu verso en la riqueza
la sal de la tristeza
y la azúcar del bien están loadas.
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ME DESPIERTA UNA ALONDRA...
A José Juan Tablada
Hasta el ángulo en sombra en que, al soñar los leves
sueños de la mañana,
funjo interinamente de árabe sin hurí,
llega la dulce voz de una dulce paisana.
La alondra me despierta
con un tímido ensayo de canción balbuciente
y un titubeo de sol en el ala inexperta.
¡Gracias, Padre del día,
oh, buen Pastor de estrellas cantado por Banville!
Gracias por el saludo en que esta embajadora
del alba, me ha traído un mensaje de abril;
gracias porque el temblor de su canto se funde
con las madrugadoras esquilas de mi tierra,
y porque el sol que tiembla en sus alas no es otro
que el que baña la casa en que nací, y el valle
azul, y la azul sierra.
51
TRES LIBROS DE POESÍA
¡Gracias porque en el trino
de la alondra, me llega
por primer don del día, este don femenino!
52
PARA TUS DEDOS ÁGILES Y FINOS
Doy a los cuatro vientos los loores
de tus dedos de clásica finura
que preparan el pan sin levadura
para el banquete de nuestros amores.
Saben de las domésticas labores,
lucen en el mantel su compostura
y apartan, de la verde, la madura
producción de los meses fructidores.
Para gloria de Dios, en homenaje
a tu excelencia, mi soneto adorna
de tus manos preclaras el linaje,
y el soneto dichoso, en las esbeltas
falanges de tus índices se torna
una sortija de catorce vueltas.
53
ME ESTÁS VEDADA Tú...
¿Imaginas acaso la amargura
que hay en no convivir
los episodios de tu vida pura?
Me está vedado conseguir que el viento
y la llovizna sean comedidos
con tu pelo castaño.
Me está vedado oír en los latidos
de tu paciente corazón (sagrario
de dolor y clemencia),
la fórmula escondida
de mi propia existencia.
Me está vedado, cuando te fatigas
y se fatiga hasta tu mismo traje,
tomarte en brazos, como quien levanta
a su propia ilusión incorruptible
hecha fantasma que renuncia al viaje.
54
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Despertarás una mañana gris
y verás, en la luna de tu armario,
desdibujarse un puño
esquelético, y ante el funerario
aviso, gritarás las cinco letras
de mi nombre, con voz pávida y floja,
¡y yo me hallaré ausente
de tu final congoja!
¿Imaginas acaso
mi amargura impotente?
Me estás vedada tú... Soy un fracaso
de confesor y médico que siente
perder a la mejor de sus enfermas
y a su más efusiva penitente.
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CANONIzACIÓN
Primer amor, tú vences la distancia.
Fuensanta, tu recuerdo me es propicio.
Me deleita de lejos la fragancia
que de noche se exhala de tus tiestos,
y en pago de tan grande beneficio
te canonizo en estos
endecasílabos sentimentales.
A tu virtud mi devoción es tanta
que te miro en altar, como la santa
Patrona que veneran tus zagales,
y así es como mis versos se han tornado
endecasílabos pontificales.
Como risueña advocación te he dado
la que ha de subyugar los corazones:
permíteme rezarte, novia ausente,
Nuestra Señora de las Ilusiones.
56
rAMÓN lÓPEz VELARDE
¡Quién le otorgara al corazón doliente
cristalizar el infantil anhelo,
que en su fuego romántico me abrasa,
de venerarte en diáfano capelo
en un rincón de la nativa casa!
Tanto se contagió mi vida toda
del grave encanto de tus ojos místicos,
que en vano espero para nuestra boda
alguna de las horas de pureza
en que se confortó mi gran tristeza
con los primeros panes eucarísticos.
57
NOCHES DE HOTEL
Se distraen las penas en los cuartos de hoteles
con el heterogéneo concurso divertido
de yankees, sacerdotes, quincalleros infieles,
niñas recién casadas y mozas del partido.
Media luz...
Copia al huésped la desconchada luna
en su azogue sin brillo; y flota en calendarios,
en cortinas polvosas y catres mercenarios
la nómada tristeza de viajes sin fortuna.
Lejos quedó el terruño, la familia distante,
y en la hora gris del éxodo medita el caminante
que hay jornadas luctuosas y alegres en el mundo:
que van pasando juntos por el sórdido hotel
con el cosmopolita dolor del moribundo
los alocados lances de la luna de miel.
58
MIENTRAS MUERE LA TARDE...
Noble señora de provincia: unidos
en el viejo balcón que ve al poniente,
hablamos tristemente, largamente,
de dichas muertas y de tiempos idos.
De los rústicos tiestos florecidos
desprendo rosas para ornar tu frente,
y hay en los fresnos del jardín de enfrente
un escándalo de aves en los nidos.
El crepúsculo cae soñoliento,
y si con tus desdenes amortiguas
la llama de mi amor, yo me contento
con el hondo mirar de tus arcanos
ojos, mientras admiro las antiguas
joyas de las abuelas en tus manos.
59
DEL PUEBLO NATAL
Ingenuas provincianas: cuando mi vida se halle
desahuciada por todos, iré por los caminos
por donde vais cantando los más sonoros trinos
y en fraternal confianza ceñiré vuestro talle.
A la hora del Ángelus, cuando vais por la calle,
enredados al busto los chales blanquecinos,
decora vuestros rostros —¡oh, rostros peregrinos!—
la luz de los mejores crepúsculos del valle.
De pecho en los balcones de vetusta madera,
platicáis en las tardes tibias de primavera
que Rosa tiene novio, que Virginia se casa;
y oyendo los poetas vuestros discursos sanos,
para siempre se curan de males ciudadanos
y en la aldea la vida buenamente se pasa.
60
HERMANA, HAzME LLORAR...
Fuensanta:
dame todas las lágrimas del mar.
Mis ojos están secos y yo sufro
unas inmensas ganas de llorar.
Yo no sé si estoy triste por el alma
de mis fieles difuntos
o porque nuestros mustios corazones
nunca estarán sobre la tierra juntos.
Hazme llorar, hermana,
y la piedad cristiana
de tu manto inconsútil
enjúgueme los llantos con que llore
el tiempo amargo de mi vida inútil.
Fuensanta:
¿tú conoces el mar?
Dicen que es menos grande y menos hondo
61
TRES LIBROS DE POESÍA
que el pesar.
Yo no sé ni por qué quiero llorar:
será tal vez por el pesar que escondo,
tal vez por mi infinita sed de amar.
Hermana:
dame todas las lágrimas del mar...
62
EN EL PIéLAGO VELEIDOSO
Entré a la vasta veleidad del piélago
con humos de pirata...
Y me sentía ya un poco delfín
y veía la plata
de los flancos de la última sirena,
cuando mi devaneo
anacrónico viose reducido
a un amago humillante de mareo.
Mas no guardo rencor
a la inestable eternidad de espuma
y efímeros espejos.
Porque sobre ella fui como una suma
de nostalgias y arraigos, y sobre ella
me sentí, en alta mar,
más de viaje que nunca y más fincado
en la palma de aquella mano impar.
63
SUS VENTANAS
A Artemio de Valle-Arizpe
Sus ventanas floridas,
que miran al oriente,
llevan buena amistad con las auroras
que, con primicias fúlgidas, esmaltan
el campo de victorias de su frente.
Aquella madrugada
apareció el Amor tras de su reja
y la dejó lavada
con el cristal cerúleo de su pozo...
¡Y todavía, adentro
de mi alma, hay un gozo
fluido, de mujer madrugadora
que riega su ventana y la decora!
Ventanas que rondé
en la alborada de mis mocedades;
64
rAMÓN lÓPEz VELARDE
rejas con caracoles
en que Ella gusta de escuchar el sordo
fragor de las marinas tempestades;
rejas depositarias
de aquellos soliloquios de noctívago
y de mi donjuanismo adolescente;
que yo os mire de nuevo,
¡oh, ventanas abiertas al oriente!
65
EN LA PLAzA DE ARMAS
Plaza de Armas, plaza de musicales nidos,
frente a frente del rudo y enano soportal;
plaza en que se confunden un obstinado aroma
lírico y una cierta prosa municipal;
plaza frente a la cárcel lóbrega y frente al lúcido
hogar en que nacieron y murieron los míos;
he aquí que te interroga un discípulo, fiel
a tus fuentes cantantes y tus prados umbríos.
¿Qué se hizo, Plaza de Armas, el coro de chiquillas
que conmigo llegaban en la tarde de asueto
del sábado, a tu kiosco, y que eran actrices
de muñeca excesiva y de exiguo alfabeto?
¿Qué fue de aquellas dulces colegas que rieron
para mí, desde un marco de verdor y de rosas?
¿Qué de las camaradas de los juegos impúberes?
¿Son vírgenes intactas o madres dolorosas?
66
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Es verdad, sé el destino casto de aquella pobre
pálida, cuyo rostro, como una indulgencia
plenaria, miré ayer tras un vidrio lloroso;
me ha inundado en recuerdos pueriles la presencia
de Ana, que al tutearme decía el “tú” de antaño
como una obra maestra, y que hoy me habló con
ceremonia forzada; he visto a Catalina,
exangüe, al exhibir su maternal fortuna
cuando en un cochecillo de blondas y de raso
lleva el fruto cruel y suave de su idilio
por los enarenados senderos...
Mas no sé
de todas las demás que viven en exilio.
Y por todas inquiero. He de saber de todas
las pequeñas torcaces que me dieron el gusto
de la voz de mujer. ¡Torcaces que cantaban
para mí, en la mañana de un día claro y justo!
Dime, plaza de nidos musicales, de las
actrices que impacientes por salir a la escena
del mundo, chuscamente fingían gozosos líos
de noviazgos y negros episodios de pena.
Dime, Plaza de Armas, de las párvulas lindas
y bobas, que vertieron con su mano inconsciente
un perfume amistoso en el umbral del alma
y una gota del filtro del amor en mi frente.
Mas la plaza está muda, y su silencio trágico
se va agravando en mí con el mismo dolor
67
TRES LIBROS DE POESÍA
del bisoño escolar que sale a vacaciones
pensando en la benévola acogida de Abel,
y halla muerto, en la sala, al hermano menor.
68
POR ESTE SOBRIO ESTILO...
Esta manera de esparcir su aroma
de azahar silencioso en mi tiniebla;
esta manera de envolver en luto
su marfil y su nácar; esta única
manera con que porta la golilla
de encaje; esta manera de tornar
su mutismo en venero de palabras
y su boca en ahorro...
Esta manera
que es reservada y que es acogedora,
con que viene a encontrar mis panegíricos;
esta manera de decir mi nombre
con mofa y mimo, en homenaje y burla,
como que sabe que mi interno drama
es, a la vez, sentimental y cómico;
esta manera con que en la honda noche,
de sobremesa en vagos parlamentos,
se abate su sonrisa desmayada
sobre el mantel; esta feliz manera
69
TRES LIBROS DE POESÍA
con que niega su brazo y con que otorga
la emoción, cuando vamos de paseo
por la alameda colonial y adusta...
Por este suspirante y sobrio estilo
de amor, te reverencio, estrella fiel
que gustas de enlutarte; generoso
y escondido azahar; caritativa
madurez que presides mis treinta años
con la abnegada castidad de un búcaro
cuyas rosas adultas embalsaman
la cabecera de un convaleciente;
enfermera medrosa; cohibida
escanciadora; amiga que te turbas
con turbación de niña al repasar
nuestra común lectura; asustadizo
comensal de mi fiesta; aliada tímida;
¡torcaz humilde que zureas al alba,
en un tono menor, para ti sola!
¡Bien hayas, creatura pequeñita
y suprema; adueñada de la cumbre
del corazón; artista a un mismo tiempo
mínima y prócer, que en las manos llevas
mi vida como objeto de tu arte!
Estrella y azahar: que te marchites
mecida en una paz celibataria
y que agonices como un lucero
que se extinguiese en el verdor de un prado
o como flor que se transfigurase
en el ocaso azul, como en un lecho.
70
LA TEJEDORA
Tarde de lluvia en que se agravan
al par que una íntima tristeza
un desdén manso de las cosas
y una emoción sutil y contrita que reza.
Noble delicia desdeñar
con un desdén que no se mide,
bajo el equívoco nublado:
alba que se insinúa, tarde que se despide.
Sólo tú no eres desdeñada,
pálida que al arrimo de la turbia vidriera,
tejes en paz en la hora gris
tejiendo los minutos de inmemorial espera.
Llueve con quedo sonsonete,
nos da el relámpago luz de oro
y entra un suspiro, en vuelo de ave fragante y húmeda,
a buscar tu regazo, que es refugio y decoro.
71
TRES LIBROS DE POESÍA
¡Oh, yo podría poner mis manos
sobre tus hombros de novicia
y sacudirte en loco vértigo
por lograr que cayese sobre mí tu caricia,
cual se sacude el árbol prócer
(que preside las gracias floridas de un vergel)
por arrancarle la primicia
de sus hojas provectas y sus frutos de miel!
Pero pareces balbucir,
toda callada y elocuente:
“Soy un frágil otoño que teme maltratarse”,
e infiltras una casta quietud convaleciente
y se te ama en una tutela suave y leal,
como a una párvula enfermiza
hallada por el bosque un día de vendaval.
Tejedora: teje en tu hilo
la inercia de mi sueño y tu ilusión confiada;
teje el silencio; teje la sílaba medrosa
que cruza nuestros labios y que no dice nada;
teje la fluida voz del Ángelus
con el crujido de las puertas:
teje la sístole y la diástole
de los penados corazones
que en la penumbra están alertas.
Divago entre quimeras difuntas y entre sueños
nacientes, y propenso a un llanto sin motivo,
voy, con el ánima dispersa
en el atardecer brumoso y efusivo,
72
rAMÓN lÓPEz VELARDE
contemplándote, Amor, a través de una niebla
de pésame, a través de una cortina ideal
de lágrimas, en tanto que tejes dicha y luto
en un limbo sentimental.
73
BOCA FLExIBLE, ÁVIDA...
Cumplo a mediodía
con el buen precepto de oír misa entera
los domingos; y a estas misas cenitales
concurres tú, agudo perfil; cabellera
tormentosa; nuca morena; ojos fijos;
boca flexible, ávida de lo concienzudo,
hecha para dar los besos prolijos
y articular la sílaba lenta
de un minucioso idilio, y también
para persuadir a un agonizante
a que diga amén.
Figura cortante y esbelta, escapada
de una asamblea de oblongos vitrales
o de la redoma de un alquimista:
ignoras que en estas misas cenitales,
al ver, con zozobra,
tus ojos nublados en una secuencia
de Evangelio, estuve cerca de tu llanto
74
rAMÓN lÓPEz VELARDE
con una solícita condescendencia;
y tampoco sabes que eres un peligro
armonioso para mi filosofía
petulante... Como los dedos rosados
de un párvulo para la torre baldía
de naipes o dados.
75
EL CAMPANERO
Me contó el campanero esta mañana
que el año viene mal para los trigos.
Que Juan es novio de una prima hermana
rica y hermosa. Que murió Susana.
El campanero y yo somos amigos.
Me narró amores de sus juventudes
y con su voz cascada de hombre fuerte,
al ver pasar los negros ataúdes,
me hizo la narración de mil virtudes
y hablamos de la vida y de la muerte.
—¿Y su boda, señor?
—Cállate, anciano.
—¿Será para el invierno?
—Para entonces,
y si vives aún cuando su mano
me dé la Muerte, campanero hermano,
haz doblar por mi ánima tus bronces.
76
A SARA
A J. de J. Núñez y Domínguez
A mi paso y al azar te desprendiste
como el fruto más profano
que pudiera concederme la benévola
actitud de este verano.
(Blonda Sara, uva en sazón: mi apego franco
a tu persona, hoy me incita
a burlarme de mi ayer, por la inaudita
buena fe con que creí mi sospechosa
vocación, la de un levita.)
Sara, Sara: eres flexible cual la honda
de David, y contundente
como el lírico guijarro del mancebo;
y das, paralelamente,
una tortura de hielo y una combustión de pira;
77
TRES LIBROS DE POESÍA
y si en vértigo de abismo tu pelo se desmadeja,
todavía, con brazo heroico
y en caída acelerada, sostienes a tu pareja.
Sara, Sara, golosina de horas muelles;
racimo copioso y magno de promisión, que fatigas
el dorso de dos hebreos:
siempre te sean amigas
la llamarada del sol y del clavel; si tu brava
arquitectura se rompe como un hilo inconsistente,
que bajo la tierra lóbrega
esté incólume tu frente;
y que refulja tu blonda melena, como tesoro
escondido; y que se guarden indemnes como real sello
tus brazos y la columna
de tu cuello.
78
LA TÓNICA TIBIEzA...
¿Cómo será esta sed constante de veneros
femeninos, de agua que huye y que regresa?
¿Será este afán perenne, franciscano o polígamo?
Yo no sé si está presa
mi devoción en la alta
locura del primer
teólogo que soñó con la primera infanta,
o si, atávicamente, soy árabe sin cuitas
que siempre está de vuelta de la cruel continencia
del desierto, y que en medio de un júbilo de huríes,
las halla a todas bellas y a todas favoritas.
No sé... Mas que en la hora reseca e impotente
de mi vejez, no falte la tónica tibieza
mujeril, providente
con los reyes caducos que ligaban las hoces
de Israel, y cantaban
en salmos, y dormían sobre pieles feroces.
79
¿QUé SERÁ LO QUE ESPERO?
Tus otoños me arrullan
en coro de quimeras obstinadas;
vas en mí cual la venda va en la herida;
en bienestar de placidez me embriagas;
la luna lugareña va en tus ojos,
¡oh, blanda que eres entre todas blanda!,
y no sé todavía
qué esperarán de ti mis esperanzas.
Si vas dentro de mí, como una inerme
doncella por la zona devastada
en que ruge el pecado, y si las fieras
atónitas se echan cuando pasas;
si has sido menos que una melodía
suspirante, que flota sobre el ánima,
y más que una pía salutación;
si de tu pecho asciende una fragancia
de limón, cabalmente refrescante
e inicialmente ácida;
80
rAMÓN lÓPEz VELARDE
si mi voto es que vivas dentro de una
virginidad perenne y aromática,
vuélvese un hondo enigma
lo que de ti persigue mi esperanza.
¿Qué me está reservado
de tu persona etérea? ¿Qué es la arcana
promesa de tu ser? Quizá el suspiro
de tu propio existir; quizá la vaga
anunciación penosa de tu rostro;
la cadencia balsámica
que eres tú misma, incienso y voz de armónium
en la tarde llovida y encalmada...
De toda ti me viene
la melodiosa dádiva
que me brindó la escuela
parroquial, en una hora ya lejana,
en que unas voces núbiles
y lentas ensayaban,
en un solfeo cristalino y simple,
una lección de Eslava.
Y de ti y de la escuela
pido el cristal, pido las notas llanas,
para invocarte ¡oscura
y radiosa esperanza!
con una a colmada de presentes,
81
TRES LIBROS DE POESÍA
con una a impregnada
del licor de un banquete espiritual:
¡ara mansa, ala diáfana, alma blanda,
fragancia casta y ácida!
82
TUS HOMBROS SON COMO UN ARA...
¿Qué elocuencia, desvalida
y casta, hay en tu persona
que en un perenne desastre
a las lágrimas convida?
La frente, Amor, hoy levanto
hasta tu busto en otoño
que es un vaso de suspiros
y una invitación al llanto.
Tus hombros son como un ara
en que la rosa contrita
de un pésame sin sollozos
húmeda se deshojara.
Cuando conmigo estás sola
¿qué lágrimas ideales
te dan un súbito manto
con una súbita aureola?
83
TRES LIBROS DE POESÍA
Te vas entrando al umbrío
corazón, y en él imperas
en una corte luctuosa
con doliente señorío.
Tus hombros son buenos para
un llanto copioso y mudo...
Amor, suave Amor, Amor,
tus hombros son como un ara.
84
UN LACÓNICO GRITO...
Yo te digo: “Alma mía, tú saliste
con vestido nupcial de la plomiza
eternidad, como saldría un ala
del nimbus que se eriza
de rayos; y mañana has de volver
al metálico nimbus,
llevando, entre tus velos virginales,
mi ánima impoluta
y mi cuerpo sin males”.
Mas mi labio, que osa
decir palabras de inmortalidad,
se ha de pudrir en la húmeda
tiniebla de la fosa.
Mi corazón te dice: “Rosa intacta,
vas dibujada en mí con un dibujo
incólume, e irradias en mi sombra
como un diamante en un raso de lujo”.
Mi corazón olvida
85
TRES LIBROS DE POESÍA
que engendrará al gusano
mayor, en una asfixia corrompida.
Siempre que inicio un vuelo
por encima de todo,
un demonio sarcástico maúlla
y me devuelve al lodo.
Tú misma, blanca ala que te elevas
en mi horizonte, con la compostura
beata de las palomas de los púlpitos,
y que has compendiado en tu blancura
un anhelo infinito,
sólo serás en breve
un lacónico grito
y un desastre de plumas, cual rizada
y dispersada nieve.
86
A LA PATRONA DE MI PUEBLO
Señora: llego a Ti
desde las tenebrosas anarquías
del pensamiento y la conducta, para
aspirar los naranjos
de elección, que florecen
en tu atrio, con una
nieve nupcial... Y entro
a tu Santuario, como un herido
a las hondas quietudes hospicianas
en que sólo se escucha
el toque saludable de una esquila.
Vestida de luto eres,
Nuestra Señora de la Soledad,
un triángulo sombrío
que preside la lúcida neblina
del valle; la arboleda que se arropa
de las cocinas en el humo lento;
la familiaridad de las montañas;
87
TRES LIBROS DE POESÍA
el caserío de estallante cal;
el bienestar oscuro del rebaño,
y la dicha radiante de los hombres.
Señora: cuando ingreso a la comarca
que riges con tus lágrimas benévolas,
y va la diligencia fatigosa
sobre la sierra, y van los postillones
cantando bienandanza o desamor,
súbita surge la lección esbelta
y firme de tus torres, y saludo
desde lejos tu altar.
Tú me tienes comprado en alma y cuerpo.
Cuando la pesarosa
dueña ideal de mi primer suspiro,
recurre desolada
a tus plantas, y llora mansamente,
nunca has dejado de envolverla en el
descanso de tus hijas predilectas.
Me acuerdo de una tarde
en que, como una reina
que acaba de abdicar,
salía por el atrio de naranjos
y llevaba en la frente
el lucero novísimo
de tu consolación.
Confortándola a Ella, Tú me obligas
como si con la orla
dorada de tu manto
88
rAMÓN lÓPEz VELARDE
agitases un soplo
del Paraíso a flor de mi conciencia.
Porque siempre un lucero
va a nacer de tus manos
para la hora en que Ella
te implore, Tú me tienes
comprado en cuerpo y alma...
En las noches profanas
de novenario (orquestas
difusas, y cohetes
vívidos, y tertulias
de los viejos, y estrados
de señoritas sobre
la regada banqueta)
hay en tus torres ágiles
una policromía de faroles
de papel, que simulan
en la tiniebla comarcana un tenue
y vertical incendio.
Y yo anhelo, Señora,
que en mi tiniebla pongas para siempre
una rojiza aspiración, hermana
del inmóvil incendio de tus torres,
y que me dejes ir
en mi última década
a tu nave, cardiaco
o gotoso, y ya trémulo,
para elevarte mi oración asmática
junto al mismo cancel
89
TRES LIBROS DE POESÍA
que oyó mi prez valiente,
en aquella alborada en que soñé
prender a un blanco pecho
una fecunda rama de azahar.
90
Y PENSAR QUE PUDIMOS...
Y pensar que extraviamos
la senda milagrosa
en que se hubiera abierto
nuestra ilusión, como perenne rosa...
Y pensar que pudimos
enlazar nuestras manos
y apurar en un beso
la comunión de fértiles veranos...
Y pensar que pudimos,
en una onda secreta
de embriaguez, deslizarnos,
valsando un vals sin fin, por el planeta...
Y pensar que pudimos,
al rendir la jornada,
desde la sosegada
sombra de tu portal y en una suave
91
TRES LIBROS DE POESÍA
conjunción de existencias,
ver las cintilaciones del zodiaco
sobre la sombra de nuestras conciencias...
zozobra
95
A RAMÓN LÓPEz VELARDE
Ramón López Velarde: está franca la puerta
para tu audacia lírica. Pasa y siéntate. Un
bello sitial de púrpura deseara. En liza abierta
has burlado al solemne dios, el lugar común.
La Academia está insomne, pues cual un maleficio
la enloquece, a sus años, tu embrujado café.
Tu adjetivo tendría, si hubiera Santo Oficio,
coroza y vela verde en un auto de fe.
Imagino tu sensualidad de católico
en la misa del Arte. Sutilmente diabólico
distraes a los fieles con tu ambigua actitud.
96
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Diácono que con manos perfumadas de sándalo,
en tu cáliz elevas hostias rojas, escándalo
de Sancho, que comulga lívido de inquietud.
1917.
Rafael López*
* Dedicatoria del libro Con los ojos abiertos. [N. del ed.]
97
HOY COMO NUNCA...
A Enrique González Martínez
Hoy, como nunca, me enamoras y me entristeces;
si queda en mí una lágrima, yo la excito a que lave
nuestras dos lobregueces.
Hoy, como nunca, urge que tu paz me presida;
pero ya tu garganta sólo es una sufrida
blancura, que se asfixia bajo toses y toses,
y toda tú una epístola de rasgos moribundos
colmada de dramáticos adioses.
Hoy, como nunca, es venerable tu esencia
y quebradizo el vaso de tu cuerpo,
y sólo puedes darme la exquisita dolencia
de un reloj de agonías, cuyo tictac nos marca
el minuto de hielo en que los pies que amamos
han de pisar el hielo de la fúnebre barca.
98
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Yo estoy en la ribera y te miro embarcarte:
huyes por el río sordo, y en mi alma destilas
el clima de esas tardes de ventisca y de polvo
en las que doblan solas las esquilas.
Mi espíritu es un paño de ánimas, un paño
de ánimas de iglesia siempre menesterosa;
es un paño de ánimas goteado de cera,
hollado y roto por la grey astrosa.
No soy más que una nave de parroquia en penuria,
nave en que se celebran eternos funerales,
porque una lluvia terca no permite
sacar el ataúd a las calles rurales.
Fuera de mí, la lluvia; dentro de mí, el clamor
cavernoso y creciente de un salmista;
mi conciencia, mojada por el hisopo, es un
ciprés que en una huerta conventual se contrista.
Ya mi lluvia es diluvio, y no miraré el rayo
del sol sobre mi arca, porque ha de quedar roto
mi corazón la noche cuadragésima;
no guardan mis pupilas ni un matiz remoto
de la lumbre solar que tostó mis espigas;
mi vida sólo es una prolongación de exequias
bajo las cataratas enemigas.
99
TRANSMúTASE MI ALMA...
Transmútase mi alma en tu presencia
como un florecimiento
que se vuelve cosecha.
Los amados espectros de mi rito
para siempre me dejan;
mi alma se desazona
como pobre chicuela
a quien prohíben en el mes de mayo
que vaya a ofrecer flores en la iglesia.
Mas contemplo en tu rostro
la redecilla de medrosas venas,
como una azul sospecha
de pasión, y camino en tu presencia
como en campo de trigo en que latiese
una misantropía de violetas.
100
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Mis lirios van muriendo, y me dan pena;
pero tu mano pródiga acumula
sobre mí sus bondades veraniegas,
y te respiro como a un ambiente
frutal, como en la fiesta
del Corpus respiraba hasta embriagarme
la fruta del mercado de mi tierra.
Yo desdoblé mi facultad de amor
en liviana aspereza
y suave suspirar de monaguillo;
pero tú me revelas
el apetito indivisible, y cruzas
con tu antorcha inefable
incendiando mi pingüe sementera.
101
EL VIEJO POzO
El viejo pozo de mi vieja casa
sobre cuyo brocal mi infancia tantas veces
se clavaba de codos, buscando el vaticinio
de la tortuga, o bien el iris de los peces,
es un compendio de ilusión
y de históricas pequeñeces.
Ni tortuga, ni pez: sólo el venero
que mantiene su estrofa concéntrica en el agua
y que dio fe del ósculo primero
que por 1850 unió las bocas
de mi abuelo y mi abuela... ¡Recurso lisonjero
con que los generosos hados
dejan caer un galardón fragante
encima de los desposados!
Besarse, en un remedo bíblico, junto al pozo,
y que la boca amada trascienda a fresco gozo
de manantial, y que el amor se profundice,
102
rAMÓN lÓPEz VELARDE
en la pareja que lo siente,
como el hondo venero providente...
En la pupila líquida del pozo
espejábanse, en años remotos, los claveles
de una maceta; más la arquitectura
ágil de las cabezas de dos o tres corceles,
prófugos del corral; más la rama encorvada
de un durazno; y en época de mayor lejanía,
también se retrataban en el pozo
aquellas adorables señoras en que ardía
la devoción católica y la brasa de Eros;
suaves antepasadas, cuyo pecho lucía
descotado, y que iban, con tiesura y remilgo,
a entrecerrar los ojos a un palco a la zarzuela,
con peinados de torre y con vertiginosas
peinetas de carey. Del teatro a la Vela
Perpetua, ya muy lisas y muy arrebujadas
en la negrura de sus mantos.
Evoco, todo trémulo, a estas antepasadas
porque heredé de ellas el afán temerario
de mezclar tierra y cielo, afán que me ha metido
en tan graves aprietos en el confesonario.
En una mala noche de saqueo y de política
que los beligerantes tuvieron como norma
equivocar la fe con la rapiña, al grito
de “¡Religión y fueros!” y “¡Viva la Reforma!”,
una de mis geniales tías
que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas
intempestivas griterías,
103
TRES LIBROS DE POESÍA
y que en aquella lucha no siguió otro partido
que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo,
tomó cuatro talegas, y con un decidido
brazo, las arrojó en el pozo, perturbando
la expectación de la hora ingrata
con un estrépito de plata.
Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once
y que cumpliendo su destino
de tesorera fiel, arroja sus talegas
con un ahogado estrépito argentino.
Las paredes del pozo, con un tapiz de lama
y con un centelleo de gotas cristalinas,
eran como el camino de esperanza en que todos
hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas
veladas de mayo y de junio
mostráronme del pozo el secreto de amor:
preguntaba el durazno: “¿Quién es Ella?”,
y el pozo, que todo lo copiaba, respondía
no copiando más que una sola estrella.
El pozo me quería senilmente; aquel pozo
abundaba en lecciones de fortaleza, de alta
discreción, y de plenitud...
Pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta,
comprendo que fui apenas un alumno vulgar
con aquel taciturno catedrático,
porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarse a mí, pierda pisada.
104
TU PALABRA MÁS FúTIL...
Magdalena, conozco que te amo
en que la más trivial de tus acciones
es pasto para mí, como la miga
es la felicidad de los gorriones.
Tu palabra más fútil
es combustible de mi fantasía
y pasa por mi espíritu feudal
como un rayo de sol por una umbría.
Una mañana (en que la misma prosa
del vivir se tornaba melodiosa)
te daban un periódico en el tren
y rehusaste, diciendo con voz cálida:
“¿Para qué me das esto?” Y estas cinco
breves palabras de tu boca pálida
fueron como un joyel que todo el día
en mi capilla estuvo manifiesto;
105
TRES LIBROS DE POESÍA
y en la noche, sonaba tu pregunta:
“¿Para qué me das esto?”
Y la tarde fugaz que en el teatro
repasaban tus dedos, Magdalena,
la dorada melena
de un chiquillo... Y el prócer ademán
con que diste limosna a aquel anciano...
Y tus dientes que van
en sonrisa ondulante, cual resúmenes
del sol, encandilando la insegura
pupila de los viejos y los párvulos...
Tus dientes, en que están la travesura
y el relámpago de un pueril espejo
que aprisiona del sol una saeta
y clava el rayo férvido en los ojos
del infante embobado
que en su cuna vegeta...
También yo, Magdalena, me deslumbro
en tu sonrisa férvida; y mis horas
van a tu zaga, hambrientas y canoras,
como va tras el ama, por la holgura
de un patio regional, el cortesano
séquito de palomas que codicia
la gota de agua azul y el rubio grano.
106
PARA EL zENzONTLE IMPÁVIDO...
He vuelto a medianoche a mi casa, y un canto
como vena de agua que solloza, me acoge...
Es el músico célibe, es el solista dócil
y experto, es el zenzontle que mece los cansancios
seniles y la incauta ilusión con que sueñan
las damitas... No cabe duda que el prisionero
sabe cantar. Su lengua es como aquellas otras
que el candor de los clásicos llamó lenguas harpadas.
No serían los clásicos minuciosos psicólogos,
pero atinaban con el mundo elemental
y daban a las cosas sus nombres...
Sigo oyendo
la musical tarea del zenzontle, y lo admiro
por impávido y fuerte, porque no se amilana
en el caos de las lóbregas vigilias, y no teme
despertar a los monstruos de la noche. Su pico
repasa el cuerpo de la noche, como el de una
amante; el valeroso pico de este zenzontle
va recorriendo el cuerpo de la noche: las cejas,
107
TRES LIBROS DE POESÍA
y la nuca, y el bozo. Súbitamente, irrumpe
el arpegio animoso que reta en su guarida
a todas las hostiles reservas de la amante...
¿Hay acaso otro solo poeta que, como éste,
desafíe a las incógnitas potestades, y hiera
con su venablo lírico el silencio despótico?
Respondamos nosotros, los necios y cobardes
que en la noche tememos aventurar la mano
afuera de las sábanas...
El zenzontle me lleva
hasta los corredores del patio solariego
en que había canarios, con el buche teñido
con un verde inicial de lechuga, y las alas
como onzas acabadas de troquelar. También
había por aquellos corredores, las roncas
palomas que se visten de canela y se ajustan
los collares de luto... Corredores propicios
en que José Manuel y Berta platicaban
y en que la misma Berta, con un gentil descoco,
me dijo alguna vez: “Si estos corredores
como tumbas, hablaran ¡qué cosas no dirían!”
Mas en estos momentos el zenzontle repite
un silbo montaraz, como un pastor llamando
a una pastora; y caigo en la lúgubre cuenta
de que el zenzontle vive castamente, y su limpia
virtud no ha de obtener un premio en Josafat.
Es seguro que al pobre cantor, que da su música
a la erótica letra de las lunas de miel,
lo aprisionaron virgen en su monte; y me apena
108
rAMÓN lÓPEz VELARDE
que ignore que la dicha de amar es un galope
del corazón sin brida, por el desfiladero
de la muerte. Deploro su castidad reclusa
y hasta le cedería uno de mis placeres.
Mas ya el sueño me vence... El zenzontle prolonga
su confesión melódica frente a las potestades
enemigas, y corto aquí mi panegírico
para el zenzontle impávido, virgen y confesor.
109
QUE SEA PARA BIEN...
Ya no puedo dudar... Diste muerte a mi cándida
niñez, toda olorosa a sacristía, y también
diste muerte al liviano chacal de mi cartuja.
Que sea para bien...
Ya no puedo dudar... Consumaste el prodigio
de, sin hacerme daño, sustituir mi agua clara
con un licor de uvas... Y yo bebo
el licor que tu mano me depara.
Me revelas la síntesis de mi propio zodiaco:
el León y la Virgen. Y mis ojos te ven
apretar en los dedos —como un haz de centellas—
éxtasis y placeres. Que sea para bien...
Tu palidez denuncia que en tu rostro
se ha posado el incendio y ha corrido la lava...
Día último de marzo; emoción; aves; sol...
Tu palidez volcánica me agrava.
110
rAMÓN lÓPEz VELARDE
¿Ganaste ese prodigio de pálida vehemencia
al huir, con un viento de ceniza,
de una ciudad en llamas? ¿O hiciste penitencia
revolcándote encima del desierto? ¿O, quizá,
te quedaste dormida en la vertiente
de un volcán, y la lava corrió sobre tu boca
y calcinó tu frente?
¡Oh, tú, reveladora, que traes un sabor
cabal para mi vida, y la entusiasmas:
tu triunfo es sobre un motín de satiresas
y un coro plañidero de fantasmas!
Yo estoy en la vertiente de tu rostro, esperando
las lavas repentinas que me den
un fulgurante goce. Tu victorial y pálido
prestigio ya me invade... ¡Que sea para bien!
111
EL MINUTO COBARDE
A Saturnino Herrán
En estos hiperbólicos minutos
en que la vida sube por mi pecho
como una marea de tributos
onerosos, la plétora de vida
se resuelve en renuncia capital
y en miedo se liquida.
Mi sufrimiento es como un gravamen
de rencor, y mi dicha como cera
que se derrite siempre en jubileos,
y hasta mi mismo amor es como un tósigo
que en la raíz del corazón prospera.
Cobardemente clamo, desde el centro
de mis intensidades corrosivas,
a mi parroquia, al ave moderada,
a la flor quieta y a las aguas vivas.
112
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Yo quisiera acogerme a la mesura,
a la estricta conciencia y al recato
de aquellas cosas que me hicieron bien...
Anticuados relojes del Curato
cuyas pesas de cobre
se retardaban, con intención pura,
por aplazarme indefinidamente
la primera amargura.
Obesidad de aquellas lunas que iban
rodando, dormilonas y coquetas,
por un absorto azul
sobre los árboles de las banquetas.
Fatiga incierta de un incierto piano
en que un tema llorón se decantaba,
con insomnio y desgano,
en favor del obtuso centinela
y contra la salud del hortelano.
Santos de piedra que en el atrio exponen
su casulla de piedra a la herejía
del recio temporal.
Garganta criolla de Carmen García
que mandaba su canto hasta las calles
envueltas en perfume vegetal.
Cromos bobalicones,
colgados por estímulo a la mesa,
113
TRES LIBROS DE POESÍA
y que muestran sandías y viandas
con exageraciones
pictóricas; exánimes gallinas,
y conejos en quienes no hizo sangre
lo comedido de los perdigones.
Canteras cuyo vértice poroso
destila el agua, con paciente escrúpulo,
en el monjil reposo
del comedor, a cada golpe neto
con que las gotas, simples y tardías,
acrecen el caudal noches y días.
Acudo a la justicia original
de todas estas cosas;
mas en mi pecho siguen germinando
las plantas venenosas,
y mi violento espíritu se halla
nostálgico de sus jaculatorias
y del pío metal de su medalla.
114
LA MANCHA DE PúRPURA
Me impongo la costosa penitencia
de no mirarte en días y días, porque mis ojos
cuando por fin te miren, se aneguen en tu esencia
como si naufragasen en un golfo de púrpura,
de melodía y de vehemencia.
Pasa el lunes, y el martes, y el miércoles... Yo sufro
tu eclipse, oh, creatura solar; mas en mi duelo
el afán de mirarte, se dilata
como una profecía; se descorre cual velo
paulatino; se acendra como miel; se aquilata
como la entraña de las piedras finas;
y se aguza como el llavín
de la celda de amor de un monasterio en ruinas.
Tú no sabes la dicha refinada
que hay en huirte, que hay en el furtivo gozo
de adorarte furtivamente, de cortejarte
más allá de la sombra, de bajarse el embozo
115
TRES LIBROS DE POESÍA
una vez por semana, y exponer las pupilas,
en un minuto fraudulento,
a la mancha de púrpura de tu deslumbramiento.
En el bosque de amor, soy cazador furtivo;
te acecho entre dormidos y tupidos follajes,
como se acecha un ave fúlgida; y de estos viajes
por la espesura, traigo a mi aislamiento
el más fúlgido de los plumajes:
el plumaje de púrpura de tu deslumbramiento.
116
INTROITO
Para el libro de Enrique Fernández Ledesma
éramos aturdidos mozalbetes:
blanco listón al codo, ayes agónicos,
rimas atolondradas y juguetes.
Sin la virtud frenética de Orfeo,
fiados en la campánula y el cirio,
fuimos a embelesar las alimañas,
cual neófitos que buscan el martirio.
En la misma espesura se extraviaba
la primeriza luz de nuestra frente,
y ante la misma fiera, reacia y sorda,
cesaba nuestro cántico inocente.
De aquella planta que regamos juntos
eran cofrades la senil vihuela;
los pupitres manchados de la escuela;
117
TRES LIBROS DE POESÍA
la bíblica muchacha que adoraste;
los días uniformes; el contraste
de un volumen de Bécquer y Fabiola;
la soprano indeleble, que aún nos mima
con el ahínco de su voz pretérita
y el prístino lucero que te indujo
al apurado trance de la rima.
¿Qué hicimos, camarada, del tanteo
feliz, y de los ripios venturosos,
y de aquel entusiasta deletreo?
Hoy la armonía adulta va de viaje
a reclamar a una centuria prófuga
el vellón de su casto aprendizaje.
Mi maquinal dolencia es una caja
de música falible que en lo gris
de un tácito aposento se desgaja.
Y el alma, cera ayer, se petrifica
como los rosetones coloniales
de una iglesia con lama, que complica
su fachada borrosa con el humo
inveterado de los temporales.
118
DÍA 13
Mi corazón retrógrado
ama desde hoy la temerosa fecha
en que surgiste con aquel vestido
de luto y aquel rostro de ebriedad.
Día 13 en que el filo de tu rostro
llevaba la embriaguez como un relámpago
y en que tus lúgubres arreos daban
una luz que cegaba al sol de agosto,
así como se nubla el sol ficticio
en las decoraciones
de los Calvarios de los Viernes Santos.
Por enlutada y ebria simulaste,
en la superstición de aquel domingo,
una fúlgida cuenta de abalorio
humedecida en un licor letárgico.
119
TRES LIBROS DE POESÍA
¿En qué embriaguez bogaban tus pupilas
para que así pudiesen
narcotizarlo todo?
Tu tiniebla
guiaba mis latidos, cual guiaba
la columna de fuego al israelita.
Adivinaba mi acucioso espíritu
tus blancas y fulmíneas paradojas:
el centelleo de tus zapatillas,
la llamarada de tu falda lúgubre,
el látigo incisivo de tus cejas
y el negro luminar de tus cabellos.
Desde la fecha de superstición
en que colmaste el vaso de mi júbilo,
mi corazón oscurantista clama
a la buena bondad del mal agüero;
que si mi sal se riega, irán sus granos
trazando en el mantel tus iniciales;
y si estalla mi espejo en un gemido,
fenecerá diminutivamente
como la desinencia de tu nombre.
Superstición, consérvame el radioso
vértigo del minuto perdurable
en que su traje negro devoraba
la luz desprevenida del cenit,
y en que su falda lúgubre era un bólido
por un cielo de hollín sobrecogido...
120
NO ME CONDENES...
Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre:
ojos inusitados de sulfato de cobre.
Llamábase María; vivía en un suburbio,
y no hubo entre nosotros ni sombra de disturbio.
Acabamos de golpe: su domicilio estaba
contiguo a la estación de los ferrocarriles,
y ¿qué noviazgo puede ser duradero entre
campanadas centrífugas y silbatos febriles?
El reloj de su sala desgajaba las ocho;
era diciembre; y yo departía con ella
bajo la limpidez glacial de cada estrella.
El gendarme, remiso a mi intriga inocente,
hubo de ser, al fin, forzoso confidente.
María se mostraba incrédula y tristona:
yo no tenía traza de una buena persona.
¿Olvidarás acaso, corazón forastero,
121
TRES LIBROS DE POESÍA
el acierto nativo de aquella señorita
que oía y desoía tu pregón embustero?
Su desconfiar ingénito era ratificado
por los perros noctívagos, en cuya algarabía
reforzábase el duro presagio de María.
¡Perdón, María! Novia triste, no me condenes:
cuando oscile el quinqué y se abatan las ocho,
cuando el sillón te meza, cuando ululen los trenes,
cuando trabes los dedos por detrás de tu nuca,
no me juzgues más pérfido que uno de los silbatos
que turban tu faena y tus recatos.
122
DESPILFARRAS EL TIEMPO...
Prolóngase tu doncellez
como una vacua intriga de ajedrez.
Torneada como una reina
de cedro, ningún jaque te despeina.
Mis peones tantálicos
al rondarte a deshora,
fracasan en sus ímpetus vandálicos.
La lámpara sonroja tu balcón;
despilfarras el tiempo y la emoción.
Yo despilfarro, en una absurda espera,
fantasía y hoguera.
En la velada incompatible,
frústrase el yacimiento espiritual
y de nuestras arterias el caudal.
123
TRES LIBROS DE POESÍA
Los pródigos al uso
que vengan a nosotros a aprender
cómo se dilapida todo el ser.
Tu destino y el mío, contrapuestos,
vuelcan el apogeo de la vida
febril e insomne que se va, en la ida
de un cofre que rebosa
y se malgasta en una fecha ociosa.
Las monedas excomulgadas
de nuestro adulto corazón
caen al vacío, con
lúgubre opacidad, cual si cayera
una irreparable sordera.
Y frente al ínclito derroche
de los tesoros que atesora
el yacimiento de las almas, algo
muy hondo en mí se escandaliza y llora.
124
HIMENEO
A la señora Laura Martínez Alba
Resígnanse los novios,
con subconsciente pánico,
al soso parabién
del concurso inorgánico.
Al fin, va la consorte
al pecho del anciano, cuyo porte
patriarcal solemniza
las bodas de su vástago
que lo trajeron de su hogar del Norte.
Y la agobiada mano agricultora
sumérgese en el raso de la espalda,
como la Tradición en el dechado
de la Aurora.
125
TRES LIBROS DE POESÍA
Sobre la luz del raso
se retarda y se engríe
la mano, como una rancia pena
en un tablero vívido que ríe.
Mano agrietada, rígida y terrosa,
que en el vaso metálico se posa,
cual si fuera una nuez
sobre la nitidez
de prístina bandeja inoficiosa...
126
LAS DESTERRADAS
A Rafael Pimentel
Ya la provincia toda
reconcentra a sus sanas hijas en las caducas
avenidas, y Rut y Rebeca proclaman
la novedad campestre de sus nucas.
Las pobres desterradas
de Morelia y Toluca, de Durango y San Luis,
aroman la Metrópoli como granos de anís.
La parvada maltrecha
de alondras, cae aquí con el esfuerzo
fragante de las gotas de un arbusto
batido por el cierzo.
Improvisan su tienda
para medir, cuadrantes pesarosos,
la ruina de su paz y de su hacienda.
127
TRES LIBROS DE POESÍA
Ellas, las que soñaban
perdidas en los vastos aposentos,
duermen en hospedajes avarientos.
Propietarias de huertos y de huertas copiosas,
regatean las frutas y las rosas.
Con sus modas pasadas,
y sus luengos zarcillos,
y su mirar somero,
inmútanse a los brillos
de los escaparates de un joyero.
Y después, a evocar la sandia tropa
de pavos, y su susto manifiesto
cuando bajaban por aquel recuesto...
¡Oh, siestas regalonas;
melindre ante la jícara que humea;
soponcio ante la recua intempestiva
que tumba las macetas de las pardas casonas;
lotería de nueces,
y Tenorio que flecha el historiado
postigo de las rejas antañonas!
Paso junto a las lentas fugitivas: no saben
en su desgarbo airoso y en su activo quietismo,
la derretida y pura
compensación que logra su ostracismo
sobre mi pecho, para ellas holgadamente
hospitalario, aprensivo y munificente.
128
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Yo os acojo, anónimas y lentas desterradas,
como si a mí viniese
la lúcida familia de las hadas,
porque oléis al opíparo destino
y al exaltado fuero
de los calabazates que sazona
el resol del Adviento, en la cornisa
recoleta y poltrona.
129
MI CORAzÓN SE AMERITA...
A Rafael López
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Yo lo sacara al día, como lengua de fuego
que se saca de un ínfimo purgatorio a la luz;
y al oírlo batir su cárcel, yo me anego
y me hundo en la ternura remordida de un padre
que siente, entre sus brazos, latir un hijo ciego.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Placer, amor, dolor... todo le es ultraje
y estimula su cruel carrera logarítmica,
sus ávidas mareas y su eterno oleaje.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Es la mitra y la válvula... Yo me lo arrancaría
para llevarlo en triunfo a conocer el día,
la estola de violetas en los hombros del Alba,
130
rAMÓN lÓPEz VELARDE
el cíngulo morado de los atardeceres,
los astros, y el perímetro jovial de las mujeres.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Desde una cumbre enhiesta yo lo he de lanzar
como sangriento disco a la hoguera solar.
Así extirparé el cáncer de mi fatiga dura,
seré impasible por el Este y el Oeste,
asistiré con una sonrisa depravada
a las ineptitudes de la inepta cultura,
y habrá en mi corazón la llama que le preste
el incendio sinfónico de la esfera celeste.
131
DEJAD QUE LA ALABE...
¿Existirá? ¡Quién sabe!
Mi instinto la presiente;
dejad que yo la alabe
previamente.
Alerta al violín
del querubín
y susceptible al
manzano terrenal,
será, a la vez, risueña
y gemebunda,
como el agua profunda.
Su índice y su pulgar,
con una esbelta cruz,
esbelto persignar.
Diagonal de su busto,
cadena alternativa
132
rAMÓN lÓPEz VELARDE
de mirtos y de nardos,
mientras viva.
Si en el nardo canónico
o en el mirto me ofusco,
Ella adivinará
la flor que busco;
y, convicta e invicta,
esforzará su celo
en serme, llanamente,
barro para mi barro
y azul para mi cielo.
Próvida cual ciruela,
del profano compás
siempre ha de pedir más.
Retozará en el césped,
cual las fieras del Baco
de Rubens;
y luego... la paloma
que baja de las nubes.
Riéndose, solemne;
y quebrándose, indemne.
Que me sea total
y parcial,
periférica y central;
y que al soltar mi mano
la antorcha de la vida,
133
TRES LIBROS DE POESÍA
con la antorcha caída
prenda fuego a mis lacios
cabellos, que han sido antes
ludibrio de las uñas
de las bacantes.
Que me rece con rezos abundantes
y con lágrimas pocas;
más negra de su alma
que de sus tocas.
134
TUS DIENTES
Tus dientes son el pulcro y nimio litoral
por donde acompasadas navegan las sonrisas,
graduándose en los tumbos de un parco festival.
Sonríes gradualmente, como sonríe el agua
del mar, en la rizada fila de la marea,
y totalmente, como la tentativa de un
Fiat lux para la noche del mortal que te vea.
Tus dientes son así la más cara presea.
Cuídalos con esmero, porque en ese cuidado
hay una trascendencia igual a la de un Papa
que retoca su encíclica y pule su cayado.
Cuida tus dientes, cónclave de granizos, cortejo
de espumas, sempiterna bonanza de una mina,
senado de cumplidas minucias astronómicas,
y maná con que sacia su hambre y su retina
la docena de Tribus que en tu voz se fascina.
135
TRES LIBROS DE POESÍA
Tus dientes lograrían, en una rebelión,
servir de proyectiles zodiacales al déspota
y hacer de los discordes gritos, un orfeón;
del motín y la ira, inofensivos juegos,
y de los sublevados, una turba de ciegos.
Bajo las sigilosas arcadas de tu encía,
como en un acueducto infinitesimal,
pudiera dignamente el más digno mortal
apacentar sus crespas ansias... hasta que truene
la trompeta del Ángel en el Juicio Final.
Porque la tierra traga todo pulcro amuleto
y tus dientes de ídolo han de quedarse mondos
en la mueca erizada del hostil esqueleto,
yo los recojo aquí, por su dibujo neto
y su numen patricio, para el pasmo y la gloria
de la humanidad giratoria.
136
MEMORIAS DEL CIRCO
A Carlos González Peña
Los circos trashumantes,
de lamido perrillo enciclopédico
y desacreditados elefantes,
me enseñaron la cómica friolera
y las magnas tragedias hilarantes.
El aeronauta previo,
colgado de los dedos de los pies,
era un bravo cosmógrafo al revés
que, si subía hasta asomarse al Polo
Norte, o al Polo Sur, también tenía
cuestiones personales con Eolo.
Irrumpía el payaso
como una estridencia
ambigua, y era a un tiempo
137
TRES LIBROS DE POESÍA
manicomio, niñez, golpe contuso,
pesadilla y licencia.
Amábanlo los niños
porque salía de una bodega mágica
de azúcares. Su faz sólo era trágica
por dos lágrimas sendas de carmín.
Su polvosa apariencia toleraba
tenerlo por muy limpio o por muy sucio,
y un cónico bonete era la gloria
inestable y procaz de su occipucio.
El payaso tocaba a la amazona
y la hallaba de almendra,
a juzgar por la mímica fehaciente
de toda su persona,
cuando llevaba el dedo temerario
hasta la lengua cínica y glotona.
Un día en que el payaso dio a probar
su rastro de amazona al ejemplar
señor gobernador de aquel estado,
comprendí lo que es
poder ejecutivo aturrullado.
¡Oh, remoto payaso: en el umbral
de mi infancia derecha
y de mis virtudes recién nacidas
yo no puedo tener una sospecha
de amazonas y almendras prohibidas!
138
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Estas almendras raudas
hechas de terciopelos y de trinos
que no nos dejan ni tocar sus caudas...
Los adioses baldíos
a las augustas Evas redivivas
que niegan la migaja, pero inculcan,
en nuestra sangre briosa, una patética
mendicidad de almendras fugitivas...
Había una menuda cuadrumana
de enagüilla de céfiro
que, cabalgando por el redondel
con azoros de humana,
vencía los obstáculos de inquina
y los aviesos aros de papel.
Y cuando a la erudita
cavilación de Darwin
se le montaba la enagüilla obscena,
la avisada monita
se quedaba serena,
como ante un espejismo,
despreocupada lastimosamente
de su desmantelado transformismo.
La niña Bell cantaba:
“Soy la paloma errante”;
y de botellas y de cascabeles
surtía un abundante
surtidor de sonidos
139
TRES LIBROS DE POESÍA
acuáticos, para la sed acuática
de papás aburridos,
nodriza inverecunda
y prole gemebunda.
¡Oh, memoria del circo! Tú te vas
adelgazando en el frecuente síncope
del latón sin compás;
en la apesadumbrada
somnolencia del gas;
en el talento necio
del domador aquel que molestaba
a los leones hartos, y en el viudo
oscilar del trapecio...
140
TIERRA MOJADA...
Tierra mojada de las tardes líquidas
en que la lluvia cuchichea
y en que se reblandecen las señoritas, bajo
el redoble del agua en la azotea...
Tierra mojada de las tardes olfativas
en que un afán misántropo remonta las lascivas
soledades del éter, y en ellas se desposa
con la ulterior paloma de Noé;
mientras se obstina el tableteo
del rayo, por la nube cenagosa...
Tarde mojada, de hálitos labriegos,
en la cual reconozco estar hecho de barro,
porque en sus llantos veraniegos,
bajo el auspicio de la media luz,
el alma se licúa sobre los clavos
de su cruz...
141
TRES LIBROS DE POESÍA
Tardes en que el teléfono pregunta
por consabidas náyades arteras,
que salen del baño al amor
a volcar en el lecho las fatuas cabelleras
y a balbucir, con alevosía y con ventaja,
húmedos y anhelantes monosílabos,
según que la llovizna acosa las vidrieras...
Tardes como una alcoba submarina
con su lecho y su tina;
tardes en que envejece una doncella
ante el brasero exhausto de su casa,
esperando a un galán que le lleve una brasa;
tardes en que descienden
los ángeles, a arar surcos derechos
en edificantes barbechos;
tardes de rogativa y de cirio pascual;
tardes en que el chubasco
me induce a enardecer a cada una
de las doncellas frígidas con la brasa oportuna;
tardes en que, oxidada
la voluntad, me siento
acólito del alcanfor,
un poco pez espada
y un poco San Isidro Labrador...
142
COMO EN LA SALVE...
¡Oh, bienaventuranza fértil de los que saben
ir gimiendo y llorando deprecativamente,
como en la Salve, que es un óleo y una fuente!
Yo también supe antaño de la bondad del cielo
que en mis acerbos pésames llovía,
y compuse mi Salve, con la fe de un cruzado,
bajo los muros de Antioquía.
Mas hoy es un vinagre
mi alma, y mi ecuménico dolor un holocausto
que en el desierto humea.
Mi Cristo, ante la esponja de las hieles, jadea
con la árida agonía de un corazón exhausto.
¡Señor, Tú que colocas
resina en la corteza impenitente
y agua entrañable en las adustas rocas,
hazme casto y humilde para poder llorar
143
TRES LIBROS DE POESÍA
la bienaventuranza de aquel llanto deshecho
que fertiliza y lava el pecho,
y verás cómo mi alma se atavía
y trueca su congoja en alborozo
para escalar los muros de Antioquía!
144
LA ESTROFA QUE DANzA
A Antonia Mercé
Ya brotas de la escena cual guarismo
tornasol, y desfloras el mutismo
con los toques undívagos de tu planta certera
que fiera se amanera al marcar hechicera
los multánimes giros de una sola quimera.
Ya tus ojos entraron al combate
como dos uvas de un goloso uvate;
bajo tus castañuelas se rinden los destinos,
y se cuelgan de ti los sueños masculinos,
cual de la cuerda endeble de una lira, los trinos.
Ya te adula la orquesta con servil
dejo libidinoso de reptil,
y danzando lacónica, tu reojo me plagia,
y pisas mi entusiasmo con una cruel magia
como estrofa danzante que pisa una hemorragia.
145
TRES LIBROS DE POESÍA
Ya vuelas como un rito por los planos
limítrofes de todos los arcanos;
las almas que tu arrullo va limpiando de escoria
quisieran renunciar su futuro y su historia,
por dormirse en la tersa amnistía de tu gloria.
Guarismo, cuerda, y ejemplar figura:
tu rítmica y eurítmica cintura
nos roba a todos nuestra flama pura;
y tus talones tránsfugas, que se salen del mundo
por la tangente dócil de un celaje profundo,
se llevan mis holgorios al azul pudibundo.
146
LA DONCELLA VERDE
En la muerte de José Enrique Rodó
En la quieta impostura virginal de la noche
que cobija al amor con un tenue derroche
de luceros, padrinos del erótico abrazo,
el mundo de Rubén Darío se contrista
por el cordial filósofo que sembró en el regazo
de América esperanzas, por el espectro artista
que hoy arroba al zodiaco con su arenga optimista.
Yo alabo al confesor de la santa Esperanza
y a la doncella verde en la misma alabanza.
Esperanza, doncella verde, tu vestidura
es el matiz de una corteza prematura.
Esperanza, en el arco iris, tu cabellera
ameniza los cielos como una enredadera.
Esperanza, los astros en que titila el verde
son el feudo en que moras y en que tu luz se pierde.
147
TRES LIBROS DE POESÍA
Los ojos vegetales con que miras y salvas
parodian a la felpa rústica de las malvas.
En la luz teologal de tus dos ojos claros
se surten las luciérnagas, las joyas y los faros.
Rayan la oscuridad del más oscuro mes
las puntas de esmeralda de tus ínclitos pies.
Y tapizas el antro submarino, y la armónica
cuita de los cipreses, y la paleta agónica.
¡Oh, doncella, que guardas los suspiros más graves
del hombre, como guarda un llavero sus llaves:
un relámpago anuncia que el instante se acerca
en que tiñas de ti las aguas de mi alberca,
y a tu paso, fosfórica e inviolable mujer,
mi corazón se abre, pronto a reverdecer!
Y bajo la impostura virginal de la noche
que cobija al amor con un tenue derroche
de luceros, un mito saludable me afianza
y alabo al confesor de la santa Esperanza
y a la doncella verde en la misma alabanza.
148
EL RETORNO MALéFICO
A don Ignacio I. Gastélum
Mejor será no regresar al pueblo,
al edén subvertido que se calla
en la mutilación de la metralla.
Hasta los fresnos mancos,
los dignatarios de cúpula oronda,
han de rodar las quejas de la torre
acribillada en los vientos de fronda.
Y la fusilería grabó en la cal
de todas las paredes
de la aldea espectral,
negros y aciagos mapas,
porque en ellos leyese el hijo pródigo
al volver a su umbral
en un anochecer de maleficio,
149
TRES LIBROS DE POESÍA
a la luz de petróleo de una mecha,
su esperanza desecha.
Cuando la tosca llave enmohecida
tuerza la chirriante cerradura,
en la añeja clausura
del zaguán, los dos púdicos
medallones de yeso,
entornando los párpados narcóticos,
se mirarán y se dirán: “¿Qué es eso?”
Y yo entraré con pies advenedizos
hasta el patio agorero
en que hay un brocal ensimismado,
con un cubo de cuero
goteando su gota categórica
como un estribillo plañidero.
Si el sol inexorable, alegre y tónico,
hace hervir a las fuentes catecúmenas
en que bañábase mi sueño crónico;
si se afana la hormiga;
si en los techos resuena y se fatiga
de los buches de tórtola el reclamo
que entre las telarañas zumba y zumba;
mi sed de amar será como una argolla
empotrada en la losa de una tumba.
Las golondrinas nuevas, renovando
con sus noveles picos alfareros
los nidos tempraneros;
150
rAMÓN lÓPEz VELARDE
bajo el ópalo insigne
de los atardeceres monacales,
el lloro de recientes recentales
por la ubérrima ubre prohibida
de la vaca, rumiante y faraónica,
que al párvulo intimida;
campanario de timbre novedoso;
remozados altares;
el amor amoroso
de las parejas pares;
noviazgos de muchachas
frescas y humildes, como humildes coles,
y que la mano dan por el postigo
a la luz de dramáticos faroles;
alguna señorita
que canta en algún piano
alguna vieja aria;
el gendarme que pita...
... Y una íntima tristeza reaccionaria.
151
COMO LAS ESFERAS...
Muchachita que eras
brevedad, redondez y color,
como las esferas
que en las rinconeras
de una sala ortodoxa mitigan su esplendor...
Muchachita hemisférica y algo triste
que tus lágrimas púberes me diste,
que en el mes del Rosario
a mis ojos fingías
amapola diciendo avemarías
y que dejabas en mi idilio proletario
y en mi corbata indigente,
cual un aroma dúplice, tu ternura naciente
y tu catolicismo milenario...
En un día de báquicos desenfrenos,
me dicen que preguntas por mí; te evoco
tan pequeña, que puedes bañar tus plenos
152
rAMÓN lÓPEz VELARDE
encantos dentro de un poco
de licor, porque cabe tu estatua pía
en la última copa de la cristalería;
y revives redonda, castiza y breve
como las esferas
que en las rinconeras
del siglo diecinueve
amortiguan su gala
verde o azul o carmesí,
y copian, en la curva que se parece a ti,
el inventario de la muerta sala.
153
A LAS VÍRGENES
Oh, vírgenes rebeldes y sumisas:
convertidme en el fiel reclinatorio
de vuestros codos y vuestras sonrisas
y en la fragua sangrienta del holgorio
en que quieren quemarse vuestras prisas...
Oh, botones baldíos en el huerto
de una resignación llena de abrojos:
lloráis un bien que, sin nacer, ha muerto,
y a vuestra pura lápida concierto
los fraternales llantos de mis ojos...
¡Hermanas mías, todas,
las que contentas con el limpio daño
de la virginidad, vais en las bodas
celestes, por llevar sobre las finas
y litúrgicas palmas y en el paño
de la eterna Pasión, clavos y espinas;
y vosotras también, las de la hoguera
154
rAMÓN lÓPEz VELARDE
carnal en la vendimia y el chubasco,
en el invierno y en la primavera;
las del nítido viaje de Damasco
y las que en la renuncia llana y lisa
de la tarde, salís a los balcones
a que beban la brisa
los sexos, cual sañudos escorpiones!
¡El tiempo se desboca; el torbellino
os arrastra al fatal despeñadero
de la Muerte; en las sombras adivino
vuestro desnudo encanto volandero;
y os quisieran ceñir mis manos fieles,
por detener vuestra caída oscura
con un lúbrico lazo de claveles
lazado a cada virginal cintura!
¡Vírgenes fraternales: me consumo
en el álgido afán de ser el humo
que se alza en vuestro aceite
a hora y a deshora,
y de encarnar vuestro primer deleite
cuando se filtra la modesta aurora,
por la jactancia de la bugambilia,
en las sábanas de vuestra vigilia!
155
EL MENDIGO
Soy el mendigo cósmico y mi inopia es la suma
de todos los voraces ayunos pordioseros;
mi alma y mi carne trémulas imploran a la espuma
del mar y al simulacro azul de los luceros.
El cuervo legendario que nutre al cenobita
vuela por mi Tebaida sin dejarme su pan,
otro cuervo transporta una flor inaudita,
otro lleva en el pico a la mujer de Adán,
y sin verme siquiera, los tres cuervos se van.
Prosigue descubriendo mi pupila famélica
más panes y más lindas mujeres y más rosas
en el bando de cuervos que en la jornada célica
sus picos atavía con las cargas preciosas,
y encima de mi sacro apetito no baja
sino un pétalo, un rizo prófugo, una migaja.
156
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Saboreo mi brizna heteróclita, y siente
mi sed la cristalina nostalgia de la fuente,
y la pródiga vida se derrama en el falso
festín y en el suplicio de mi hambre creciente,
como una cornucopia se vuelca en un cadalso.
157
FÁBULA DÍSTICA
A Tórtola Valencia
No merecías las loas vulgares
que te han escrito los peninsulares.
Acreedora de prosas cual doblones
y del patricio verso de Lugones.
En el morado foro episcopal
eres el Árbol del bien y del mal.
Piensan las señoritas al mirarte:
con virtud no se va a ninguna parte.
Monseñor, encargado de la Mitra,
apostató con la Danza de Anitra.
Foscos mílites revolucionarios
truecan espada por escapularios,
158
rAMÓN lÓPEz VELARDE
aletargándose en la melodía
de tu imperecedera teogonía.
Tu filarmónico Danubio baña
el colgante jardín de la patraña.
La estolidez enreda sus hablillas
cabe tus pitagóricas rodillas.
En el horror voluble del incienso
se momifica tu rostro suspenso,
mas de la momia empieza a trascender
sanguinolento aviso de mujer.
Y vives la única vida segura:
la de Eva montada en la razón pura.
Tu rotación de ménade aniquila
la zurda ciencia, que cabe en tu axila.
En la honda noche del enigma ingrato
se enciende, como un iris, tu boato.
Te riegas cálida, como los vinos,
sobre los extraviados peregrinos.
La pobre carne, frente a ti, se alza
como brincó de los dedos divinos:
religiosa, frenética y descalza.
159
HORMIGAS
A la cálida vida que transcurre canora
con garbo de mujer sin letras ni antifaces,
a la invicta belleza que salva y que enamora,
responde, en la embriaguez de la encantada hora,
un encono de hormigas en mis venas voraces.
Fustigan el desmán del perenne hormigueo
el pozo del silencio y el enjambre del ruido,
la harina rebanada como doble trofeo
en los fértiles bustos, el Infierno en que creo,
el estertor final y el preludio del nido.
Mas luego mis hormigas me negarán su abrazo
y han de huir de mis pobres y trabajados dedos
cual se olvida en la arena un gélido bagazo;
y tu boca, que es cifra de eróticos denuedos,
tu boca, que es mi rúbrica, mi manjar y mi adorno,
tu boca, en que la lengua vibra asomada al mundo
como réproba llama saliéndose de un horno,
160
rAMÓN lÓPEz VELARDE
en una turbia fecha de cierzo gemebundo
en que ronde la luna porque robarte quiera,
ha de oler a sudario y a hierba machacada,
a droga y a responso, a pábilo y a cera.
Antes de que deserten mis hormigas, Amada,
déjalas caminar camino de tu boca
a que apuren los viáticos del sanguinario fruto
que desde sarracenos oasis me provoca.
Antes de que tus labios mueran, para mi luto,
dámelos en el crítico umbral del cementerio
como perfume y pan y tósigo y cauterio.
161
LA NIÑA DEL RETRATO
Delinquiría
de leso corazón
si no anegara con mi idolatría,
en lacrimosa ablución,
la imagen de la párvula sombría.
Retrato para quien mi llanto mana
a la una de la mañana,
reflejando en su sal, que va sin brida,
la minúscula frente desmedida...
Cejas, andamio
del alcázar del rostro, en las que ondula
mi tragedia mimosa, sin la bula
para un posible epitalamio...
La niña del retrato
se puso seria, y se veló su frente,
y endureció los dos ojos profundos,
162
rAMÓN lÓPEz VELARDE
como una migajita de otros mundos
que caída en brumoso interinato,
toda la angustia sublunar presiente.
Fiereza desvalida, hecha a mirar
el mar...
Boca en bisel, como un espejo afable
que no hable...
Medias de almo color, para que vaya
por la cernida arena de la playa...
Las deleznables manos,
que cavan pozos enanos,
son carceleras de los océanos...
Linda congoja de la frente linda,
la que inerme y tiránica se brinda
por modelo de copa y de coyunda
y de lira rotunda...
Retrato de iniciales sinfonías:
tus cinco años son cinco bujías
a cuya luz el alma llora;
por eso a ti me abro
como a la honestidad versicolora
de un diminutivo candelabro.
Los invisibles hombros, cual quimera
en que un genio marítimo retoza,
163
TRES LIBROS DE POESÍA
no columbran siquiera
la adoración venidera
que los ha de rozar, como se roza
el codo de una estricta compañera.
Párvula del retrato;
seriedad prematura;
linda congoja de un juego nonato
que enfrente del fotógrafo se apura;
pelo de enigma, como los edenes
enigmáticos desde donde vienes;
víspera bella que cantas
en la Octava de mi más negra hora:
hoy hice un alto por mojar tus plantas
con sangre de mis ojos, y miré
que salías del óvalo de bruma,
como punto final que se incorpora
y como duende de relojería,
a dar en los relojes de mi fe
la campanada de la dicha suma.
Niña, venusto manual:
yo te leía al borde de una estrella,
leyéndote mortífera y vital;
y absorto en el primor de la lectura
pisé el vacío...
Y voy en la centella
de una nihilista locura.
164
IDOLATRÍA
La vida mágica se vive entera
en la mano viril que gesticula
al evocar el seno o la cadera,
como la mano de la Trinidad
teológicamente se atribula
si el Mundo parvo, que en tres dedos toma,
se le escapa cual un globo de goma.
Idolatremos todo padecer,
gozando en la mirífica mujer.
Idolatría
de la expansiva y rútila garganta,
esponjado liceo
en que una curva eterna se suplanta
y en que se instruye el ruiseñor de Alfeo.
Idolatría
de los dos pies lunares y solares
165
TRES LIBROS DE POESÍA
que lunáticos fingen el creciente
en la mezquita azul de los Omares,
y cuando van de oro son un baño
para la Tierra, y son preclaramente
los dos solsticios de un único año.
Idolatría
de la grácil rodilla que soporta,
a través de los siglos de los siglos,
nuestra cabeza en la jornada corta.
Idolatría
de las arcas, que son
y fueron y serán horcas caudinas
bajo las cuales rinde el corazón
su diadema de idólatras espinas.
Idolatría
de los bustos eróticos y místicos
y los netos perfiles cabalísticos.
Idolatría
de la bizarra y música cintura,
guirnalda que en abril se transfigura,
que sirve de medida
a los más filarmónicos afanes,
y que asedian los raucos gavilanes
de nuestra juventud embravecida.
Idolatría
del peso femenino, cesta ufana
166
rAMÓN lÓPEz VELARDE
que levantamos entre los rosales
por encima de la primera cana,
en la columna de nuestros felices
brazos sacramentales.
Que siempre nuestra noche y nuestro día
clamen: ¡Idolatría! ¡Idolatría!
167
LA LÁGRIMA
Encima
de la azucena esquinada
que orna la cadavérica almohada;
encima
del soltero dolor empedernido
de yacer como imberbe congregante
mientras los gatos erizan el ruido
y forjan una patria espeluznante;
encima
del apetito nunca satisfecho,
de la cal
que demacró las conciencias livianas,
y del desencanto profesional
con que saltan del lecho
las cortesanas;
168
rAMÓN lÓPEz VELARDE
encima
de la ingenuidad casamentera
y del descalabro que nada espera;
encima
de la huesa y del nido,
la lágrima salobre que he bebido.
Lágrima de infinito
que eternizaste el amoroso rito;
lágrima en cuyos mares
goza mi áncora su náufrago baño
y esquilmo los vellones singulares
de un compungido rebaño;
lágrima en cuya gloria se refracta
el iris fiel de mi pasión exacta;
lágrima en que navegan sin pendones
los mástiles de las consternaciones;
lágrima con que quiso
mi gratitud, salar el Paraíso;
lágrima mía, en ti me encerraría,
debajo de un deleite sepulcral,
como un vigía
en su salobre y mórbido fanal.
169
ÁNIMA ADORATRIz
Mi virtud de sentir se acoge a la divisa
del barómetro lúbrico, que en su enagua violeta
los volubles matices de los climas sujeta
con una probidad instantánea y precisa.
Mi única virtud es sentirme desollado
en el templo y la calle, en la alcoba y el prado.
Orean mi bautismo, en alma y carne vivas,
las ráfagas eternas entre las fugitivas.
Todo me pide sangre: la mujer y la estrella,
la congoja del trueno, la vejez con su báculo,
el grifo que vomita su hidráulica querella,
y la lámpara, parpadeo del tabernáculo.
Todo lo que a mis ojos es limpio y es agudo
bebe de mis droláticas arterias el saludo.
170
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Mi ángel guardián y mi demonio estrafalario,
desgranando granadas fieles, siguen mi pista
en las vicisitudes de la bermeja lista
que marca, en tierra firme y en mar, mi itinerario.
Como aquel que fue herido en la noche agorera
y denunció su paso goteando la acera,
yo puedo desandar mi camino rubí,
hasta el minuto y hasta la casa en que nací
místicamente armado contra la laica era.
Dejo, sin testamento, su gota a cada clavo
teñido con la savia de mi ritual madera;
no recojo mi sangre, ni siquiera la lavo.
Espiritual al prójimo, mi corazón se inmola
para hacer un empréstito sin usuras aciagas
a la clorosis virgen y azul de los Gonzagas
y a la cárdena quiebra del Marqués de Priola.
¿En qué comulgatorio secreto hay que llorar?
¿Qué brújula se imanta de mi sino? ¿Qué par
de trenzas destronadas se me ofrecen por hijas?
¿Qué lecho esquimal pide tibieza en su tramonto?
Ánima adoratriz: a la hora que elijas
para ensalzar tus fieles granadas, estoy pronto.
Mas será con el cálculo de una amena medida:
que se acaben a un tiempo el arrobo y la vida
171
TRES LIBROS DE POESÍA
y que del vino fausto no quedando en la mesa
ni la hez de una hez, se derrumbe en la huesa
el burlesco legado de una estéril pavesa.
172
A LAS PROVINCIANAS MÁRTIRES
Me enluto por ti, Mireya,
y te rezo esta epopeya.
Mis entrañables provincianas mías:
no sospeché alabar vuestro suicidio
en las facinerosas tropelías.
Antes que sucumbir al bandolero
se amortizaron las sonoras alas
que aleteaban en el fiel alero.
Cúspide del teatro pueblerino:
en un martirologio de palomas
tú las viste volar a su destino.
El novio llorará a su mártir perla,
y que luego lo mate la nostalgia
de no haber acertado a defenderla.
173
TRES LIBROS DE POESÍA
La amó porque tejía, y por su traza
de ángel custodio, cual la amó el gatito
juguetón con la bola de su hilaza.
¡Pobre novio aldeano! ¡Ya no teje
su perla, ya no lee el Oficio Parvo!
¡El cabriolé del novio va sin eje!
Me enluto por ti, Mireya,
y te rezo esta epopeya.
Honorable pajar de la cosecha
honorable: tu incendio es la basílica
en que se ahoga la virgen deshecha.
¡Morir al fuego, si olían tan bien
y tenían un alma como el plúmbago
y un guardarropa como un almacén!
Gemirán las cocinas en que antes
las Mireyas criollas fueron una
bandeja de pozuelos humeantes.
Gime también esta epopeya, escrita
a golpes de inocencia, cuando Herodes
a un niño de mi pueblo decapita.
Santas de los terruños, cuerpos caros
y gratas almas: ved que me he hecho añicos
y azul celeste, y luz, para rezaros.
174
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Me enluto por ti, Mireya,
y te rezo esta epopeya.
175
LA úLTIMA ODALISCA
Mi carne pesa, y se intimida
porque su peso fabuloso
es la cadena estremecida
de los cuerpos universales
que se han unido con mi vida.
Ámbar, canela, harina y nube
que en mi carne al tejer sus mimos,
se eslabonan con el efluvio
que ata los náufragos racimos
sobre las crestas del Diluvio.
Mi alma pesa, y se acongoja
porque su peso es el arcano
sinsabor de haber conocido
la Cruz y la floresta roja
y el cuchillo del cirujano.
176
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Y aunque todo mi ser gravita
cual un orbe vaciado en plomo
que en la sombra paró su rueda,
estoy colgado en la infinita
agilidad del éter, como
de un hilo escuálido de seda.
Gozo... Padezco... Y mi balanza
vuela rauda con el beleño
de las esencias del rosal:
soy un harem y un hospital
colgados juntos de un ensueño.
Voluptuosa Melancolía:
en tu talle mórbido enrosca
el Placer su caligrafía
y la Muerte su garabato,
y en un clima de ala de mosca
la Lujuria toca a rebato.
Mas luego las samaritanas,
que para mí estuvieron prestas
y por mí dejaron sus fiestas,
se irán de largo al ver mis canas,
y en su alborozo, rumbo a Sión,
buscarán el torrente endrino
de los cabellos de Absalón.
¡Lumbre divina, en cuyas lenguas
cada mañana me despierto:
177
TRES LIBROS DE POESÍA
un día, al entreabrir los ojos,
antes que muera estaré muerto!
Cuando la última odalisca,
ya descastado mi vergel,
se fugue en pos de nueva miel,
¿qué salmodia del pecho mío
será digna de suspirar
a través del harem vacío?
Si las victorias opulentas
se han de volver impedimentas,
si la eficaz y viva rosa
queda superflua y estorbosa,
¡oh, Tierra ingrata, poseída
a toda hora de la vida:
en esa fecha de ese mal,
hazme humilde como un pelele
a cuya mecánica duele
ser solamente un hospital!
178
EL CANDIL
A Alejandro Quijano
En la cúspide radiante
que el metal de mi persona
dilucida y perfecciona,
y en que una mano celeste
y otra de tierra me fincan
sobre la sien la corona;
en la orgía matinal
en que me ahogo en azul
y soy como un esmeril
y central y esencial como el rosal;
en la gloria en que melifluo
soy activamente casto
porque lo vivo y lo inánime
se me ofrece gozoso como pasto;
en esta mística gula
en que mi nombre de pila
es una candente cábala
179
TRES LIBROS DE POESÍA
que todo lo engrandece y lo aniquila;
he descubierto mi símbolo
en el candil en forma de bajel
que cuelga de las cúpulas criollas
su cristal sabio y su plegaria fiel.
¡Oh, candil, oh, bajel, frente al altar
cumplimos, en dúo recóndito,
un solo mandamiento: venerar!
Embarcación que iluminas
a las piscinas divinas:
en tu irisada presencia
mi humanidad se esponja y se anaranja,
porque en la muda eminencia
están anclados contigo
el vuelo de mis gaviotas
y el humo sollozante de mis flotas.
¡Oh, candil, oh, bajel: Dios ve tu pulso
y sabe que te anonadas
en las cúpulas sagradas
no por decrépito ni por insulso!
Tu alta oración animas
con el genio de los climas.
Tú conoces el espanto
de las islas de leprosos,
el domicilio polar
de los donjuanescos osos,
180
rAMÓN lÓPEz VELARDE
la magnética bahía
de los deliquios venéreos,
las garzas ecuatoriales
cual escrúpulos aéreos,
y por ello ante el Señor
paralizas tu experiencia
como el olor que da tu mejor flor.
Paralelo a tu quimera,
cristalizo sin sofismas
las brasas de mi ígnea primavera,
enarbolo mi júbilo y mi mal
y suspendo mis llagas como prismas.
Candil, que vas como yo
enfermo de lo absoluto,
y enfilas la experta proa
a un dorado archipiélago sin luto;
candil, hermético esquife:
mis sueños recalcitrantes
enmudecen cual un cero
en tu cristal marinero,
inmóviles, excelsos y adorantes.
181
TODO...
A José D. Frías
Sonámbula y picante,
mi voz es la gemela
de la canela.
Canela ultramontana
e islamita;
por ella mi experiencia
sigue de señorita.
Criado con ella,
mi alma tomó la forma
de su botella.
Si digo carne o espíritu,
paréceme que el diablo
se ríe del vocablo;
182
rAMÓN lÓPEz VELARDE
mas nunca vaciló
mi fe si dije “yo”.
Yo, varón integral,
nutrido en el panal
de Mahoma
y en el que cuida Roma
en la Mesa Central.
Uno es mi fruto:
vivir en el cogollo
de cada minuto.
Que el milagro se haga,
dejándome aureola
o trayéndome llaga.
No porto insignias
de masón
ni de Caballero
de Colón.
A pesar del moralista
que la asedia
y sobre la comedia
que la traiciona,
es santa mi persona,
santa en el fuego lento
con que dora el altar
y en el remordimiento
183
TRES LIBROS DE POESÍA
del día que se me fue
sin oficiar.
En mis andanzas callejeras
del jeroglífico nocturno,
cuando cada muchacha
entorna sus maderas,
me deja atribulado
su enigma de no ser
ni carne ni pescado.
Aunque toca al poeta
roerse los codos,
vivo la formidable
vida de todas y de todos;
en mí late un pontífice
que todo lo posee
y todo lo bendice;
la dolorosa Naturaleza
sus tres reinos ampara
debajo de mi tiara;
y mi papal instinto
se conmueve
con la ignorancia de la nieve
y la sabiduría del jacinto.
184
JEREzANAS...
A María Enriqueta
Jerezanas, paisanas,
institutrices de mi corazón,
buenas mujeres y buenas cristianas...
Os retrató la señora que dijo:
“Cuando busque mi hijo
a su media naranja,
lo mandaré vendado hasta Jerez”.
Porque jugando a la gallina ciega
con vosotras, el jugador
atrapa un alma linda y una púdica tez.
Jerezanas,
os debo mis virtudes católicas y humanas,
porque en el otro siglo, en vuestro hogar,
en los ceremoniosos estrados me eduqué,
185
TRES LIBROS DE POESÍA
velándome de amor, como las frentes
se velaban debajo del tupé.
Acababan de irse
el polisón y la crinolina,
pero alcancé las caudalosas colas
que alargan el imán del ave femenina
de las cinturas hasta las consolas.
Así se reveló, por las colas profusas,
mi cordial abundancia,
y también por los moños enormes que en mi infancia
trocaban a las plantas bizantinas
en rondel de palomas capuchinas.
Jerezanas,
genio y figura
del tiempo en que los ávidos pimpollos
teníamos, de pie,
la misma clementísima estatura
que tenía, sentada, nuestra Fe.
Jerezanas,
traslúcidas y beatas dentaduras
en que se filtra el sol, creando en cada boca
las atmósferas claroscuras
en que el Cielo y la Tierra se dan cita
y en que es visitada Bernardita.
Jerezanas,
de quienes aprendí a ser generoso,
186
rAMÓN lÓPEz VELARDE
mirando que la mano anacoreta
era la propia que en la feria anual
aplaudía en el coso
y apostaba columnas de metal
en el escándalo de la ruleta.
Jerezanas,
grito y mueca de azoro
a las tres de la tarde, por el humor del toro
que en la sala se cuela bobeando, y está
como un inofensivo calavera
ante la señorita tumbada en el sofá.
Jerezanas,
panes benditos,
por vosotras, el Miércoles de Ceniza, simula
el pueblo una gran frente llena de Jesusitos.
Jerezanas,
abísmase mi ser
en las aguas de la misericordia
al evocar la máquina de coser
que al impulso de vuestra zapatilla,
sobre mi vocación y vuestros linos
enhebraba una bastilla.
Dios quiera que esté salvada
la máquina de acústicos galopes,
por la cual fue mi ayer melódica jornada
y un sobresalto mi vida
ante los pulcros dedos hacendosos
resbalando a la aguja empedernida.
187
TRES LIBROS DE POESÍA
Jerezanas:
he visto el menoscabo
de los bucles que alabo,
de los undosos bucles
que enjugaron sin mofa mis pucheros,
de los bucles rielantes,
cabrilleo lunar, blanco de la llovizna
y trono de los lápices caseros;
he visto revolar la última brizna
de vuestras gracias proverbiales;
he visto deformada vuestra hermosura
por todas las dolencias y por todos los males;
he visto el manicomio en que murmura
vuestra cabeza rota sus delirios;
he visto que os ganáis
el pan con las agujas a la luz del quinqué;
he sido el centinela de vuestros cuatro cirios;
pero ninguna chanza del presente
logra desprestigiaros, porque sois el tupé,
los moños capuchinos y la gruta de Lourdes
de la boca indulgente.
*
Jerezanas,
colibríes de tápalo y quitasol,
que vagabundas en la gloria matutina
paraban junto a mis rejas,
por espiar la joyante canción de mi madrina
rememorando a Serafín Bemol:
188
rAMÓN lÓPEz VELARDE
“Si soy la causa de lo que escucho,
amigo mío, lo siento mucho...”
Jerezanas,
a cuyos rostros que nimbaba el denso
vapor estimulante de la sopa,
el comensal airado y desairado
disparaba el suspiro a quemarropa.
Jerezanas,
que al cumplir con la ley
de la anual comunión, miráis a la primera
golondrina de marzo en la Casa del Rey
de los Reyes; la párvula golondrina que entró
a enseñaros su pecho de mamey.
Jerezanas,
cuyo heroico destino
desemboca en la iglesia y lucha con el vino,
vistiendo santos
o desvistiendo ebrios, con la misma
caridad de los cantos
que os hinchan las arterias en el cuello.
Jerezanas,
briosas cual el galope que me llenó de espantos
al veros devorar la llanura y el río
sobre el raudo señorío
del albardón de las abuelas;
erguidas como la araucaria,
189
TRES LIBROS DE POESÍA
y débiles como el futuro
de un huevecillo de canaria.
Jerezanas:
cuando el sol vespertino amorate
vuestros vidrios, y os heléis
en el diario silencio del inútil combate,
tomad las fechas de mi vida
como hilas del pañuelo de un hermano
para curar vuestra herida
según la vieja usanza,
y para abrigar el nido
del pájaro consentido.
Jerezanas:
yo aspiro a ser el casto reyezuelo
de los días en que os sentís
probadas por el Cielo.
Marchitas, locas o muertas,
sois las ondas del manantial
que ondula arriba de lo temporal,
y en el eterno friso de mi alma
cada paisana mía se eslabona
como la letra de la Virgen:
encima de una nube y con una corona.
190
TE HONRO EN EL ESPANTO...
Ya que tu voz, como un muelle vapor, me baña,
y mis ojos, tributos a la eterna guadaña,
por ti osan mirar de frente el ataúd;
ya que tu abrigo rojo me otorga una delicia
que es mitad friolenta, mitad cardenalicia,
antes que en la veleta llore el póstumo alud;
ya que por ti ha lanzado a la Muerte su reto
la cerviz animosa del ardido esqueleto
predestinado al hierro del fúnebre dogal;
te honro en el espanto de una perdida alcoba
de nigromante, en que tu yerta faz se arroba
sobre una tibia, como sobre un cabezal;
y porque eres, Amada, la armoniosa elegida
de mi sangre, sintiendo que la convulsa vida
es un puente de abismo en que vamos tú y yo,
mis besos te recorren en devotas hileras
encima de un sacrílego manto de calaveras,
como sobre una erótica ficha de dominó.
191
DISCO DE NEWTON
Omnicromía de la tarde amena...
El alma, a la sordina,
y la luz, peregrina,
y la ventura, plena,
y la Vida, un hada
que por amar está desencajada.
Firmamento plomizo.
En el ocaso, un rizo
de azafrán.
Un ángel que derrama su tintero.
La brisa, cual refrán
lastimero.
En el áureo deliquio del collado,
hálito verde, cual respiración
de dragón.
Y el valle fascinado
impulsa al ósculo a que se remonte
por los tragaluces del horizonte.
192
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Tiempo confidencial,
como el dedal
de las desahuciadas bordadoras
que enredan su monólogo fatal
en el ovillo de las huecas horas.
Confidencia que fuiste
en la mano de ayer
veta de rosicler,
un alpiste
y un perfume de Orsay.
Tarde, como un ensayo
de dicha, entre los pétalos de mayo;
tarde, disco de Newton, en que era
omnícroma la primavera
y la Vida un hada
en un pasivo amor desencajada...
193
HUMILDEMENTE...
A mi madre y a mis hermanas
Cuando me sobrevenga
el cansancio del fin,
me iré, como la grulla
del refrán, a mi pueblo,
a arrodillarme entre
las rosas de la plaza,
los aros de los niños
y los flecos de seda de los tápalos.
A arrodillarme en medio
de una banqueta herbosa,
cuando sacramentando
al reloj de la torre,
de redondel de luto
y manecillas de oro,
al hombre y a la bestia,
al azahar que embriaga
194
rAMÓN lÓPEz VELARDE
y a los rayos del sol,
aparece en su estufa el Divinísimo.
Abrazado a la luz
de la tarde que borda,
como al hilo de una
apostólica araña,
he de decir mi prez
humillada y humilde,
más que las herraduras
de las mansas acémilas
que conducen al Santo Sacramento.
“Te conozco, Señor,
aunque viajas de incógnito,
y a tu paso de aromas
me quedo sordomudo,
paralítico y ciego,
por gozar tu balsámica presencia.
”Tu carroza sonora
apaga repentina
el breve movimiento,
cual si fuesen las calles
una juguetería
que se quedó sin cuerda.
”Mi prima, con la aguja
en alto, tras sus vidrios,
está inmóvil con un gesto de estatua.
195
TRES LIBROS DE POESÍA
”El cartero aldeano
que trae nuevas del mundo
se ha hincado en su valija.
”El húmedo corpiño
de Genoveva, puesto
a secar, ya no baila
arriba del tejado.
”La gallina y sus pollos
pintados de granizo
interrumpen su fábula.
”La frente de don Blas
petrificose junto
a la hinchada baldosa
que agrietan las raíces de los fresnos.
”Las naranjas cesaron
de crecer, y yo apenas
si palpito a tus ojos
para poder vivir este minuto.
”Señor, mi temerario
corazón que buscaba
arrogantes quimeras,
se anonada y te grita
que yo soy tu juguete agradecido.
”Porque me acompasaste
en el pecho un imán
196
rAMÓN lÓPEz VELARDE
de figura de trébol
y apasionada tinta de amapola.
”Pero ese mismo imán
es humilde y oculto,
como el peine imantado
con que las señoritas
levantan alfileres
y electrizan su pelo en la penumbra.
”Señor, este juguete
de corazón de imán,
te ama y te confiesa
con el íntimo ardor
de la raíz que empuja
y agrieta las baldosas seculares.
”Todo está de rodillas
y en el polvo las frentes;
mi vida es la amapola
pasional, y su tallo
doblégase efusivo
para morir debajo de tus ruedas.”
El son del corazón
199
MIS ENCUENTROS CON EL BUEN RAMÓN
I
1917.— Sonora. El general Manzo me invita a visitarlo en La Misa. No llego sino hasta Ortiz. Sin vehículo para proseguir el viaje, en la Estación Ortiz vivo tres días. Son veinte los habitantes de la Estación. No se puede charlar ni con cuatro. Me voy a la playa árida de un arroyo seco. Tengo un libro salvador: ¡La sangre devota! Lo leo cinco, ocho, once veces...
Desde entonces me son familiares Fuensanta, la tierra colorada de zacatecas, el campanero hermano y las ilustraciones prófugas de las cajas de pasas.
II
1917.— En México. Con un amigo —el cabezón Nájera— voy al tea-tro. Trabaja Consuelo Mayendía. Distingo desde la fila undécima a un caballero, vestido de negro, que está en la segunda. Digo al cabezón:
200
rAMÓN lÓPEz VELARDE
—Te aseguro que aquél es el poeta Ramón López Velarde.Lo abordamos a la salida. Se comprueba:—¿Es usted Ramón López Velarde?—Sí, señor. Mucho gusto...Somos amigos.
III
Nos encontramos frecuentemente en el restorán, en la calle, en el bar. Trabaja él en la Secretaría de Gobernación con Aguirre Ber-langa. Es abogado y lo disimula muy bien.
Por las noches, desde su oficina a oscuras, conversa por teléfo-no con misteriosa dama. ¿Sería aquella “alta como una buena in-tención”?
IV
1921.— Muere. Esa mañana, al leer la noticia, voy a Chapultepec. Acompaño al general Obregón —Presidente de la República— en su paseo matinal por el bosque.
—Ha muerto un gran poeta —le digo. Y le cuento de Ramón y le recito sus versos, que impresionan al poeta que existía en Obregón.
Al mediodía, en la universidad, Vasconcelos llega alborozado:—¡Qué gran Presidente tenemos! —dice—. Acabo de hablarle de
López Velarde y me recitó sus versos.—Hágale suntuoso entierro, por cuenta del gobierno —había or-
denado el invencible Manco.
201
TRES LIBROS DE POESÍA
Ante la alegría del rector, yo sólo recordé las poesías lópezvelar-descas que acababa de recitar y la formidable memoria del general Obregón.
V
En la Cámara de Diputados.—Voy a proponer que se enlute la tribuna durante tres días por
la muerte de Ramón.Tal digo a Jesús B. González. Encantado Jesús B., me ofrece co-
laborar en la redacción de la iniciativa. De él y mía son las prime-ras firmas.
A sostener la proposición sube a la tribuna otro gran amigo nuestro y del bardo zacatecano: el doctor Pedro de Alba.
VI
Lo enterramos en el Panteón Francés. Discursos. Muchos orado-res. Y versos. Bellos versos...
Yo envío una corona, con un listón blanco. En él pongo esta inscripción a letras negras: “Fuensanta...” y son exactamente cinco los puntos suspensivos, que quieren decir: ruega a Dios por él.
VII
A zacatecas. Vamos en caravana lírica hasta veinte hombres de le-tras o cosa parecida. El gobernador de aquel Estado —Rodarte— hace justicia a López Velarde, grabando su nombre en un crestón
202
rAMÓN lÓPEz VELARDE
de la Bufa y poniéndolo también en Jerez, en la casa en que nació Ramón.
Rafael López preside la caravana lírica y es prominente anima-dor del grupo el melenudo dibujante García Cabral.
Cuando estamos en lo alto de la Bufa, un tren llega a zacatecas, culebreando por los lomeríos. Todos sentimos la justeza del verso del extraño poeta jerezano:
El tren va por la vía,
como aguinaldo de juguetería.
VIII
¿Mi último encuentro con López Velarde?Este libro.
Quinta Niní. Cuernavaca, julio de 1932.
Djed Bórquez
203
RAMÓN LÓPEz VELARDE
Una música vaga, desentonada y en sordina que alcanza a los oídos a través de un paisaje quieto, pero rico de olores y colores; una zurda orquesta que descompasa la obra de un genio, como aquella chirimía de indígenas que encontré una tarde magnífica de Tabor y de amor, acompañando a un cadáver al cementerio, y moviéndo-se en los surcos morenos, al ritmo antitético y apenas reconocible de la Marcha fúnebre de Chopin; algo del encanto equívoco de estas evocaciones producen los versos de Ramón López Velarde.
La musicalidad es lo primero que en ellos sorprende... antes de entenderlos. Es una suave brisa que acaricia o que hace daño va-gamente; es un suspiro apasionado o burlón; sentimos estupor ante las asociaciones de sustantivos poéticos y de adjetivos toma-dos a una tecnología bárbara, adjetivos que a veces huelen a yodo-formo; una confusión de lampos, de grisallas, de silencios inexpli-cables que mantienen hipnotizado al ensueño, pero que, al principio, la razón no acepta. Arte ingenuo y decepcionado que se expresa en una monotonía de canto llano, roto, sin embargo, por la acentuación rara del ritmo irregular. Manso ritmo ordinario, con olores a incienso y a manzana, a ropa almidonada y a guayabate
204
rAMÓN lÓPEz VELARDE
monjil. Aun sin prestar atención a lo que expresa, su cadencia nos trae ya un dejo provinciano persistente.
Y en verdad, el poeta es sólo un provinciano, un zagal que esta-ba destinado a tañer su bucólica zampoña en la paz pueblerina, y que, por ironía de la suerte, ha venido a amargar su alma y a com-plicar su canto en la gran sirte de esta capital. Era, antes de su éxodo, un primitivo, un pequeño, atónito ante la vida y que la co-piaba con la candidez de los precursores en el arte de la pintura.
Su temperamento lo asimilaba a los primitivos alemanes: en él la inelegancia de las formas y lo sumario de la factura estaba com-pensado ampliamente por sus dotes de invención y de movimien-to, por el sentido agudo del valor expresivo del detalle, por la gra-vedad del pensamiento y del sentimiento. Tenía su manera el agrado de una rosa silvestre en una tabla de alfalfa florecida; su conciencia escuchaba el mensaje de la poesía, con el aire tímido y sobrecogido con que Dante Gabriel Rossetti pinta a María al reci-bir la Anunciación. Hubiera podido ser cormano del monje Gual-terio de Coincy, que escribía sus fábulas piadosas en una celda con vista a un huerto cerrado. él y su escuela dirigían su arte ingenuo a probar la debilidad humana: el hombre es una criatura muy infe-liz y muy impotente, incapaz de todo si Dios no lo asiste y no sos-tiene su voluntad vacilante.
Allá, en su pueblo natal, acólito e inocente, absorbió la paz de la vida eclesiástica y casera sin incidentes; su sueño se envolvía en un rebozo de seda; veía con ojos amigos la plaza provinciana de las dominicas; placíanle los talles y las nucas campesinas de sus conte-rráneas, las penumbras frescas de su parroquia colonial; las nade-rías que conmovían al pueblo. Garzón, tuvo que prender los vue-los de su imaginación a las cosas nimias, y sus amores candeales fueron a su prima Águeda, a Fuensanta, la primera novia, a quien
205
TRES LIBROS DE POESÍA
rendía dulía diciéndole las jaculatorias con que venerara a la Vir-gen de su parroquia.
Entonces era su poesía puramente objetiva, bien que ya presa-giara clausura en el microcosmos.
Poco a poco descubriera su propio mundo enigmático y diverso. De objetivo se tornó subjetivo y, por ende, más lírico, y pronto, de lo exterior usó únicamente como símbolo. Siguió empleando las mismas imágenes familiares y dilectas, los mismos temas provin-cianos; pero entrañó en ellos un significado: el viejo pozo verdino-so y taciturno que, en medio a la casona, copia el primer lucero de la noche, fue su maestro.
Como su alma naciera sensible y dependiente, el misticismo la envolvió maternal en sus plumones; genuflecto se halla ante el misterio, y se promete que, a la hora del cansancio final, los callos de sus rodillas le han de ser viático.
La civilización, el poco de civilización que encierra la Ciudad de los Palacios, ha instilado al poeta un veneno más letal que los de Medea. Al correr por sus venas lo ha metamorfoseado, en cierto modo, hasta el punto de que, a veces, se duda cuál es su verdadera fisonomía espiritual.
Esa estatura de San Cristóbal rústico, los músculos que se acu-san bajo las ropas un tanto desgarbadas, tales atrevimientos en sus versos modernos —ásperos y túrgidos como el deseo de un egi-pán—, su voluntario hermetismo, lo harían digno de ser incluido por Verlaine en su galería de poetas malditos. Recuerda a Rim-baud hasta por aquella “su cara de ángel en destierro”. Esa faz suele ser pacata; pero bien observada es ambigua, por cierto movi-miento hacia atrás de la cabeza; por una ceja en rasgo de eñe que sombrea a un ojo sarcástico y sutil; por la boca sensual de sonrisa infantil. Su franca risa suena en ocasiones más irónica que todos los relinchos de los houyhunhums de Swift.
206
rAMÓN lÓPEz VELARDE
¿Será un sacristán erótico? ¿Oirá algunas veces las misas negras de Gilles de Rais? A mí me parece que hasta su tercer pecado capi-tal es ingenuo y que iría, a lo más, a las cristianas celebraciones que, en el siglo de Elagábal, impulsaban a los fieles a entregarse mutuamente a la hora del Perdón, en una basílica incipiente y ante un Krestus colosal clavado en una Tau, que simbolizaba el princi-pio de la vida, por derivación del oriental culto del sol.
Es, en suma, un neorromántico, un descendiente de René y de Obermman. Ellos experimentaron todas las ansias y todas las in-quietudes; quisieron cubrir a la creación en un gigantesco abrazo, y, al verse muy pequeños para darlo, se rebelaron.
El romántico de hoy siente lo mismo, mas no llega hasta la rebe-lión. ¿Es una fuerza o una lacra?
López Velarde es romántico aun por el hecho de que todavía tiembla ante la mujer. (¡Líbranos, Señor, de la Jactancia!) Su dra-ma, él lo dice, es a la vez sentimental y cómico, y por sus versos pasan amores otoñales, deslumbrantes enlutadas en día nefasto, mujeres cuyos nombres tienen desinencia en diminutivo, doncelle-ces que se prolongan como vacuas intrigas de ajedrez...
ésa es su obsesión, aun cuando lo liberen, a ratos, las remem-branzas de sus frescas provincianas, las propicias pasajeras de los días lluviosos, los giros hieráticos de Tórtola Valencia o el taconeo de estrofa de Antonia Mercé.
Por sobre esa teoría, remonta, sin embargo, un sueño: el de la mujer que sea barro para su barro y azul para su cielo. Dejemos que la alabe... antes de que se convenza.
Se hace minúsculo conscientemente (“ser una casta pequeñez”), y dilucida su drama interior con un gesto resignado y lento. Lo decora con todo lo nimio, con todo lo insignificante, y logra, así, renovar el bagaje lírico con que se expresan los sentimientos... aun el amor.
207
TRES LIBROS DE POESÍA
Ni en ritmo ni en ideas tiene miedo a la séptima inarmónica y obtiene con ella efectos prodigiosos, disonancias que dan a su ver-so un encanto único, ironía miserable e íntima.
¿Cómo logra fijar algunos aspectos de la belleza que pasa sus-pensa en la fluidez de su vida? Desde su rincón, su alma, que tiene por única virtud el sentirse desollada, atisba; le interesa todo lo que no tiene fin preciso, los despilfarros de fuerza y de pasión, lo fútil, lo que nadie mira, lo sencillo y suave, la debilidad, el pecado, la tristeza. Y todo eso lo traspone en imágenes, en imágenes puras.
La idea es dinámica y la imagen estática. El poeta quiere dete-ner, con un gesto de amante en desespero, el instante fugaz y así lo clava como una mariposa en un cartón de entomologista, con el agudo alfiler de su propia inquietud. Quiere que su creación sea un resumen de su conciencia total del momento, y obstinadamen-te anota todas sus coincidencias.
Todos los artistas que crean según la estética de la intuición, hacen otro tanto: asocian sus estados emotivos a todas las circuns-tancias materiales exteriores, a las más nimias, que serán las más personales; pero éste, que es un máximo ensimismado, prende sus estados interiores uno al otro, los describe ambiguamente y resul-ta, a las veces, ininteligible para los profanos. Y es que se necesita una profunda consonancia para intuir todos los estratos de la con-ciencia de otro espíritu y adivinar así las alusiones a ellos.
De su gramática no hay que hablar, porque ya Rafael López le auguró excomunión mayor.
Mas sí cabe hablar, al paso, de su filosofía, aunque haya en el mundo más cosas de las que puedan soñarse en ella. Es desencan-tada y amarga. El poeta ha dicho valientemente que asistirá con sonrisa depravada a las ineptitudes de la inepta cultura; que toda la ciencia, la zurda ciencia, cabe en la axila de una danzarina, y que la norma de la vida es Eva montada en la razón pura.
208
rAMÓN lÓPEz VELARDE
¡Que en honor de estas afirmaciones, por los milenarios, des-calzas y purificadas las juventudes vayan en peregrinación a su sepulcro, que ha de estar ornado de una imagen bifronte; por un lado un Salicio plorante; por el otro un pecador que tendrá en la mano un candil en forma de nave!
Genaro Fernández Mac Gregor
209
EL SON DEL CORAzÓN
Una música íntima no cesa,
porque transida en un abrazo de oro
la Caridad con el Amor se besa.
¿Oyes el diapasón del corazón?
Oye en su nota múltiple el estrépito
de los que fueron y de los que son.
Mis hermanos de todas las centurias
reconocen en mí su pausa igual,
sus mismas quejas y sus propias furias.
Soy la fronda parlante en que se mece
el pecho germinal del bardo druida
con la selva por diosa y por querida.
Soy la alberca lumínica en que nada,
como perla debajo de una lente,
debajo de las linfas, Scherezada.
210
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Y soy el suspirante cristianismo
al hojear las bienaventuranzas
de la virgen que fue mi catecismo.
Y la nueva delicia, que acomoda
sus hipnotismos de color de tango
al figurín y al precio de la moda.
La redondez de la Creación atrueno
cortejando a las hembras y a las cosas
con el clamor pagano y nazareno.
¡Oh, Psiquis, oh, mi alma: suena a son
moderno, a son de selva, a son de orgía
y a son mariano, el son del corazón!
211
EL ANCLA
Antes de echar el ancla en el tesoro
del amor postrimero, yo quisiera
correr el mundo en fiebre de carrera,
con juventud, y una pepita de oro
en los rincones de mi faltriquera.
Abrazar a una culebra del Nilo
que de Cleopatra se envuelve en la clámide,
y oír el soliloquio intranquilo
de la Virgen María en la Pirámide.
Para desembarcar en mi país,
hacerme niño, y trazar con mi gis,
en la pizarra del colegio anciano,
un rostro de perfil guadalupano.
Besar al Indostán y a la Oceanía,
a las fieras rayadas y rodadas,
212
rAMÓN lÓPEz VELARDE
y echar el ancla a una paisana mía
de oreja breve y grandes arracadas.
Y decir al Amor: “De mis pecados,
los más negros están enamorados;
un miserere se alza en mis cartujas
y va hacia ti con pasos de bebé,
como el cándido islote de burbujas
navega por la taza de café.
Porque mis cinco sentidos vehementes
penetraron los cinco Continentes,
bien puedo, Amor final, poner la mano
sobre tu corazón guadalupano...”
213
TREINTA Y TRES
La edad del Cristo azul se me acongoja
porque Mahoma me sigue tiñendo
verde el espíritu y la carne roja,
y los talla, al beduino y a la hurí,
como una esmeralda en un rubí.
Yo querría gustar del caldo de habas,
mas en la infinidad de mi deseo
se suspenden las sílfides que veo,
como en la conservera las guayabas.
La piedra pómez fuera mi amuleto,
pero mi humilde Sino se contrista
porque mi boca se instala en secreto
en la feminidad del esqueleto
con un escrúpulo de diamantista.
214
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Afluye la parábola y flamea
y gasto mis talentos en la lucha
de la Arabia Feliz con Galilea.
Me asfixia, en una dualidad funesta,
Ligia, la mártir de pestaña enhiesta,
y de zoraida la grupa bisiesta.
Plenitud de cerebro y corazón;
oro en los dedos y en las sienes rosas;
y el Profeta de cabras se perfila
más fuerte que los dioses y las diosas.
¡Oh, plenitud cordial y reflexiva:
regateas con Cristo las mercedes
de fruto y flor, y ni siquiera puedes
tu cadáver colgar de la impoluta
atmósfera imantada de una gruta!
215
ANNA PAVLOWA
Piernas
eternas,
que decís
de Luisa La Vallière
y de Thaís...
Piernas de rana,
de ondina
y de aldeana;
en su vocabulario
se fascina
la caravana.
Piernas
en las cuales
danza la Teología
funerales
y epifanía.
216
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Piernas:
alborozos y lutos
y parodias de los Atributos.
Piernas
en que exordia
la Misericordia
en la derecha,
y se inicia
en la otra la Justicia.
Piernas
que llevan del muslo al talón
los recados del corazón.
Piernas
del reloj humano,
certeras como manecillas,
dudosas como lo arcano,
sobresaltadas
con la coquetería de las hadas.
Piernas
para que circuyas
el espíritu, que se desarma
entre tus aleluyas;
si la violeta de Parma
tuviese piernas,
serían las tuyas.
217
TRES LIBROS DE POESÍA
Mística integral,
melómano alfiler sin fe de erratas,
que yendo de puntillas por el globo
las libélulas atas y desatas.
¡Te fuiste con mi rapto y con mi arrobo,
agitando las ánimas eternas
en los modismos de tus piernas!
218
GAVOTA
Señor Dios mío: no vayas
a querer desfigurar
mi pobre cuerpo, pasajero
más que la espuma de la mar.
Ni me des enfermedad larga
en mi carne, que fue la carga
de la nave de los hechizos,
del dolor el aposento
y la genuflexión verídica
de tu trágico pavimento.
No me hieras ningún costado;
no me castigues a mi cuerpo
por haber vivido endiosado
ante la Naturaleza
y frente a los vertebrales
espejos de la belleza.
219
TRES LIBROS DE POESÍA
Yo reconozco mi osadía
de haber vivido profesando
la moral de la simetría.
Amé los talles zalameros
y el virginal sacrificio;
amé los ojos pendencieros
y las frentes en armisticio.
No tengo miedo de morir,
porque probé de todo un poco;
y el frenesí del pensamiento
todavía no me vuelve loco.
Mas con el pie en el estribo
imploro rápida agonía
en mi final hostería.
Para que me encomiende a Dios,
en la hostería, una muchacha,
con su peinado de bandós;
y que de ir por los caminos
tenga la carne de luz
de los perones cristalinos.
Y que en sus manos, inundadas
de luz, mi vida quede rota
en un tiempo de gavota.
220
EN MI PECHO FELIz
No he buscado poder ni metal,
mas viví en una marcha nupcial...
Me parece que por amar tanto
voy bebiendo una copa de espanto.
Claroscuro de noche y de día;
corazón y cabeza y hombría
los tres nudos que tiene mi ser
a la buena y la mala mujer.
En mi pecho feliz no hubo cosa
de cristal, terracota o madera,
que abrazada por mí, no tuviera
movimientos humanos de esposa.
221
TRES LIBROS DE POESÍA
¡Desdichado el que en la hora lunar
en su lecho no huele azahar!
... Desposémonos con la sencilla
avestruz, con la liebre y la ardilla...
222
LA ASCENSIÓN Y LA ASUNCIÓN
Vive conmigo no sé qué mujer
invisible y perfecta, que me encumbra
en cada anochecer y amanecer.
Sobre caricaturas y parodias,
enlazado mi cuerpo con el suyo,
suben al cielo como dos custodias...
Dogma recíproco del corazón:
¡ser, por virtud ajena y virtud propia,
a un tiempo la Ascensión y la Asunción!
Su corazón de niebla y teología,
abrochado a mi rojo corazón,
traslada, en una música estelar,
el Sacramento de la Eucaristía.
Vuela de incógnito el fantasma de yeso,
y cuando salimos del fin de la atmósfera,
223
TRES LIBROS DE POESÍA
me da medio perfil para su diálogo
y un cuarto de perfil para su beso...
Dios, que me ve que sin mujer no atino
en lo pequeño ni en lo grande, diome
de ángel guardián un ángel femenino.
¡Gracias, Señor, por el inmenso don
que transfigura en vuelo la caída,
juntando, en la miseria de la vida,
a un tiempo la Ascensión y la Asunción!
224
SI SOLTERA AGONIzAS...
Amiga que te vas:
quizá no te vea más.
Ante la luz de tu alma y de tu tez
fui tan maravillosamente casto
cual si me embalsamara la vejez.
Y no tuve otro arte
que el de quererte para aconsejarte.
Si soltera agonizas,
irán a visitarte mis cenizas.
Porque ha de llegar un ventarrón
color de tinta, abriendo tu balcón.
Déjalo que trastorne tus papeles,
tus novenas, tus ropas, y que apague
la santidad de tus lámparas fieles...
225
TRES LIBROS DE POESÍA
No vayas, encogido el corazón,
a cerrar tus vidrieras
a la tinta que riega el ventarrón.
Es que voy en la racha
a filtrarme en tu paz, buena muchacha.
226
EL PERRO DE SAN ROQUE
Yo sólo soy un hombre débil, un espontáneo
que nunca tomó en serio los sesos de su cráneo.
A medida que vivo ignoro más las cosas;
no sé ni por qué encantan las hembras y las rosas.
Sólo estuve sereno, como en un trampolín
para asaltar las nuevas cinturas de las Martas
y con dedos maniáticos de sastre, medir cuartas
a un talle de caricias ideado por Merlín.
Admiro el universo como un azul candado;
gusto del cristianismo porque el Rabí es poeta;
veo arriba el misterio de un único cometa
y adoro en la Mujer el misterio encarnado.
Quiero a mi siglo; gozo de haber nacido en él;
los siglos son en mi alma rombos de una pelota
227
TRES LIBROS DE POESÍA
para la dicha varia y el calosfrío cruel
en que cesa la media y lo crudo se anota.
He oído la rechifla de los demonios sobre
mis bancarrotas chuscas de pecador vulgar,
y he mirado a los ángeles y arcángeles mojar
con sus lágrimas de oro mi vajilla de cobre.
Mi carne es combustible y mi conciencia parda;
efímeras y agudas refulgen mis pasiones
cual vidrios de botella que erizaron la barda
del gallinero, contra los gatos y ladrones.
¡Oh, Rabí, si te dignas, está bien que me orientes:
he besado mil bocas, pero besé diez frentes!
Mi voluntad es labio y mi beso es el rito...
¡Oh, Rabí, si te dignas, bien está que me encauces;
como el can de San Roque, ha estado mi apetito
con la vista en el cielo y la antorcha en las fauces!
228
VACACIONES
De tu pueblo a tu hacienda te llevabas
la cabellera en libertad y el pecho
guardado por cien místicas aldabas.
Metías en el coche los canarios,
la máquina de Singer, la maceta,
la canasta del pan... Y en el otoño
te ibas rezando leguas de rosarios.
René, el gigante perro del pastor,
en un galope como si nadara,
te escoltaba, buscándote la cara.
Y detrás del René blanco y gigante
en aquel mapamundi de ilusión
cabalgaba sin brida el estudiante.
229
TRES LIBROS DE POESÍA
René hacía tres veces el camino
yendo y viniendo desde ti hasta mí,
ladrando porque no y porque sí.
René, acróbata de tu portezuela,
venía a hacer brincar su corazón
escandaloso, arriba de mi arzón.
Luego mordía a las mulas; pero ellas,
al peligroso paso de tu río,
sólo pedían, por sacarte salva,
transfigurarse en un tiro de estrellas.
A ti la voz confidencial del campo
de mañana llamábate la hija
mayor de la comarca, y en la tarde
de todo lo creado la idea fija.
Del mapamundi del amor, no más
yo en estas vacaciones sobrevivo;
pero fuera del mundo van un coche,
un estudiante de Santo Tomás
y un perro que les ladra sin motivo.
230
¡QUé ADORABLE MANÍA...!
¡Qué adorable manía de decir
en mi pobreza y en mi desamparo:
soy más rico, muy más que un gran visir:
el corazón que amé se ha vuelto faro!
Cuando se cansa de probar amor
mi carne, en torno de la carne viva,
y cuando me aniquilo de estupor
al ver el surco que dejó en la arena
mi sexo, en su perenne rogativa:
de pronto convertirse al mundo veo
en un enamorado mausoleo...
Y mi alma en pena bebe un negro vino,
y un sonoro esqueleto peregrino
anda cual un laúd por el camino...
231
TRES LIBROS DE POESÍA
Por darme el santo y seña, la viajera
se ata debajo de la calavera
las bridas del sombrero de pastora.
En su cráneo vacío y aromático
trae la esencia de un eterno viático.
¡Y, al fin, del fondo de su pecho claro,
claro de Purgatorio y de Sión,
en el sitio en que hubo el corazón
me da a beber el resplandor de un faro!
232
MI VILLA
Si yo jamás hubiera salido de mi villa,
con una santa esposa tendría el refrigerio
de conocer el mundo por un solo hemisferio.
Tendría, entre corceles y aperos de labranza,
a Ella, como octava bienaventuranza.
Quizá tuviera dos hijos, y los tendría
sin un remordimiento ni una cobardía.
Quizá serían huérfanos, y cuidándolos yo,
el niño iría de luto, pero la niña no.
¿No me hubieras vivido, tú, que fuiste una aurora,
una granada roja de virginales gajos,
una devota de María Auxiliadora
y un misterio exquisito con los párpados bajos?
233
TRES LIBROS DE POESÍA
Hacia tu pie, hermosura y alimento del día,
recién nacidos, piando y piando de hambre
rodaran los pollitos, como esferas de estambre.
Quiero otra vez mis campos, mi villa y mi caballo
que en el sol y en la lluvia lanza a mitad del viaje
su relincho, penacho gozoso del paisaje.
Corazón que en fatigas de vivir vas a nado
y que estás florecido, como está la cadera
de Venus, y ceniciento cual la madera
en que grabó su puño de ánima el condenado:
tu tarde será simple, de ejemplar feligrés
absorto en el perfume de hogareños panqués
y que en la resolana se santigua a las tres.
Corazón: te reservo el mullido descanso
de la coqueta villa en que el señor mi abuelo
contaba las cosechas con su pluma de ganso.
La moza me dirá con su voz de alfeñique
marchándose al rosario, que le abrace la falda
ampulosa, al sonar el último repique.
Luego resbalaré por las frutales tapias
en recuerdo fanático de mis yertas prosapias.
Y si la villa, enfrente de la jocosa luna,
me reclama la pérdida de aquel bien que me dio,
sólo podré jurarle que con otra fortuna,
el niño iría de luto, pero la niña no.
234
LA SALTAPARED
Volando del vértice
del mal y del bien,
es independiente
la saltapared.
Y su principado
la ermita que fue
granero después.
Sobre los tableros
de la ruina fiel,
la saltapared
juega su ajedrez,
sin tumbar la reina,
sin tumbar al rey...
Ave matemática,
nivelada es
como una ruleta
235
TRES LIBROS DE POESÍA
que baja y que sube
feliz, a cordel.
Su voz vergonzante
llora la doblez
con que el mercader
se llevó al canario
y al gorrión también
a la plaza pública,
a sacar la suerte
del señor burgués.
Del tejado bebe
agua olvidadiza
de los aguaceros,
porque transparente
su cuerpo albañil
gratuito nivel.
Y al ángel que quiere
reconstruir la ermita
del eterno Rey,
sirve de plomada
la saltapared.
236
EL SUEÑO DE LOS GUANTES NEGROS*
Soñé que la ciudad estaba dentro
del más bien muerto de los mares muertos.
Era una madrugada del Invierno
y lloviznaban gotas de silencio.
No más señal viviente, que los ecos
de una llamada a misa, en el misterio
de una capilla oceánica, a lo lejos.
De súbito me sales al encuentro,
resucitada y con tus guantes negros.
Para volar a ti, le dio su vuelo
el Espíritu Santo a mi esqueleto.
* Los puntos suspensivos ocupan palabras ilegibles en el original. [N. de Djeb Bór-quez.] No añadimos aquí los posibles complementos de un “colaborador anónimo” que aparecen en varias ediciones, cada una con sus versiones propias. [N. del ed.]
237
TRES LIBROS DE POESÍA
Al sujetarme con tus guantes negros
me atrajiste al océano de tu seno,
y nuestras cuatro manos se reunieron
en medio de tu pecho y de mi pecho,
como si fueran los cuatro cimientos
de la fábrica de los universos.
¿Conservabas tu carne en cada hueso?
El enigma de amor se veló entero
en la prudencia de tus guantes negros...
¡Oh, prisionera del valle de México!
Mi carne... de tu ser perfecto
quedarán ya tus huesos en mis huesos;
y el traje, el traje aquel, con que tu cuerpo
fue sepultado en el valle de México;
y el figurín aquel, de pardo género
que compraste en un viaje de recreo...
Pero en la madrugada de mi sueño,
nuestras manos, en un circuito eterno
la vida apocalíptica vivieron.
Un fuerte [...] como en un sueño,
libre como cometa, y en su vuelo
la ceniza y [...] del cementerio
gusté cual rosa [...]
238
EL SUEÑO DE LA INOCENCIA
Soñé que comulgaba, que brumas espectrales
envolvían mi pueblo, y que Nuestra Señora
me miraba llorar y anegar su Santuario.
Tanto lloré, que al fin mi llanto rodó afuera
e hizo crecer las calles como en un temporal;
y los niños echaban sus barcos papeleros,
y mis paisanas, con la falda hasta el huesito,
según se dice en la moda de la provincia,
cruzaban por mi llanto con vuelos insensibles,
y yo era ante la Virgen, cabizbaja y benévola,
el lago de las lágrimas y el río del respeto...
Casi no he despertado de aquella maravilla
que enlazara mis últimos óleos con mi Bautismo;
un día quise ser feliz por el candor,
otro día, buscando mariposas de sangre,
mas revestido ya con la capa de polvo
de la santa experiencia, sé que mi corazón
239
TRES LIBROS DE POESÍA
hinchado de celestes y rojas utopías,
guarda aún su inocencia, su venero de luz:
¡el lago de las lágrimas y el río del respeto!
240
AGUAFUERTE
A Alfonso Camín
Alfonso, inquisidor estrafalario:
te doy mi simpatía, porque tienes
un aire de murciélago y canario.
Tu capa de diabólicos vaivenes
brota del piso, en un conjuro doble
de Venecias y de Jerusalenes.
Equidistante del rosal y el roble
trasnochas, y si busco en la floresta
de España un bardo de hoy, tu ave en fiesta
casi es la única que me contesta.
241
LA SUAVE PATRIA
PROEMIO
Yo que sólo canté de la exquisita
partitura del íntimo decoro,
alzo hoy la voz a la mitad del foro,
a la manera del tenor que imita
la gutural modulación del bajo
para cortar a la epopeya un gajo.
Navegaré por las olas civiles
con remos que no pesan, porque van
como los brazos del correo chuan
que remaba la Mancha con fusiles.
Diré con una épica sordina:
la Patria es impecable y diamantina.
Suave Patria: permite que te envuelva
en la más honda música de selva
242
rAMÓN lÓPEz VELARDE
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.
PRIMER ACTO
Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.
El Niño Dios te escrituró un establo
y los veneros del petróleo el diablo.
Sobre tu capital, cada hora vuela
ojerosa y pintada, en carretela;
y en tu provincia, del reloj en vela
que rondan los palomos colipavos,
las campanadas caen como centavos.
Patria: tu mutilado territorio
se viste de percal y de abalorio.
Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.
243
TRES LIBROS DE POESÍA
Y en el barullo de las estaciones,
con tu mirada de mestiza, pones
la inmensidad sobre los corazones.
¿Quién, en la noche que asusta a la rana,
no miró, antes de saber del vicio,
del brazo de su novia, la galana
pólvora de los fuegos de artificio?
Suave Patria: en tu tórrido festín
luces policromías de delfín,
y con tu pelo rubio se desposa
el alma, equilibrista chuparrosa,
y a tus dos trenzas de tabaco sabe
ofrendar aguamiel toda mi briosa
raza de bailadores de jarabe.
Tu barro suena a plata, y en tu puño
su sonora miseria es alcancía;
y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos, se vacía
el santo olor de la panadería.
Cuando nacemos, nos regalas notas,
después, un paraíso de compotas,
y luego te regalas toda entera,
suave Patria, alacena y pajarera.
Al triste y al feliz dices que sí,
que en tu lengua de amor prueben de ti
la picadura del ajonjolí.
244
rAMÓN lÓPEz VELARDE
¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena
de deleites frenéticos nos llena!
Trueno de nuestras nubes, que nos baña
de locura, enloquece a la montaña,
requiebra a la mujer, sana al lunático,
incorpora a los muertos, pide el Viático,
y al fin derrumba las madererías
de Dios, sobre las tierras labrantías.
Trueno del temporal: oigo en tus quejas
crujir los esqueletos en parejas;
oigo lo que se fue, lo que aún no toco,
y la hora actual con su vientre de coco,
y oigo en el brinco de tu ida y venida,
oh, trueno, la ruleta de mi vida.
INTERMEDIO
Cuauhtémoc
Joven abuelo: escúchame loarte,
único héroe a la altura del arte.
Anacrónicamente, absurdamente,
a tu nopal inclínase el rosal;
al idioma del blanco, tú lo imantas
y es surtidor de católica fuente
que de responsos llena el victorial
zócalo de ceniza de tus plantas.
245
TRES LIBROS DE POESÍA
No como a César el rubor patricio
te cubre el rostro en medio del suplicio:
tu cabeza desnuda se nos queda,
hemisféricamente, de moneda.
Moneda espiritual en que se fragua
todo lo que sufriste: la piragua
prisionera, el azoro de tus crías,
el sollozar de tus mitologías,
la Malinche, los ídolos a nado,
y por encima, haberte desatado
del pecho curvo de la emperatriz
como del pecho de una codorniz.
SEGUNDO ACTO
Suave Patria: tú vales por el río
de las virtudes de tu mujerío;
tus hijas atraviesan como hadas,
o destilando un invisible alcohol,
vestidas con las redes de tu sol,
cruzan como botellas alambradas.
Suave Patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito,
como a niña que asoma por la reja
con la blusa corrida hasta la oreja
y la falda bajada hasta el huesito.
246
rAMÓN lÓPEz VELARDE
Inaccesible al deshonor, floreces;
creeré en ti, mientras una mexicana
en su tápalo lleve los dobleces
de la tienda, a las seis de la mañana,
y al estrenar su lujo, quede lleno
el país del aroma del estreno.
Como la sota moza, Patria mía,
en piso de metal, vives al día,
de milagro, como la lotería.
Tu imagen, el Palacio Nacional,
con tu misma grandeza y con tu igual
estatura de niño y de dedal.
Te dará, frente al hambre y el obús,
un higo San Felipe de Jesús.
Suave Patria, vendedora de chía:
quiero raptarte en la cuaresma opaca,
sobre un garañón, y con matraca,
y entre los tiros de la policía.
Tus entrañas no niegan un asilo
para el ave que el párvulo sepulta
y nuestra juventud, llorando, oculta
dentro de ti, el cadáver hecho poma
de aves que hablan nuestro mismo idioma.
Si me ahogo en tus julios, a mí baja
desde el vergel de tu peinado denso
247
TRES LIBROS DE POESÍA
frescura de rebozo y de tinaja,
y si tirito, dejas que me arrope
en tu respiración azul de incienso
y en tus carnosos labios de rompope.
Por tu balcón de palmas bendecidas
el Domingo de Ramos, yo desfilo
lleno de sombra, porque tú trepidas.
Quieren morir tu ánima y tu estilo,
cual muriéndose van las cantadoras
que en las ferias, con el bravío pecho
empitonando la camisa, han hecho
la lujuria y el ritmo de las horas.
Patria, te doy de tu dicha la clave:
sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;
cincuenta veces es igual el Ave
taladrada en el hilo de rosario,
y es más feliz que tú, Patria suave.
Sé igual y fiel; pupilas de abandono;
sedienta voz, la trigarante faja
en tus pechugas al vapor; y un trono
a la intemperie, cual una sonaja:
¡la carreta alegórica de paja!
248
EL VERSO INOLVIDABLE...
La síntesis diferencial de este poeta asciende como un trémolo de aristocracias sobre la hora vacía de las hemorragias nacionales. En-frentándolo con la realidad externa que lo nutrió, se llega a la conclusión de que el yo irreductible rebasa los datos de la experien-cia común y proyecta en hipótesis viables las construcciones del porvenir.
Aquel que se evade cotidianamente a zonas de abnegación, don-de se argentan los ideales por congelaciones sucesivas y de donde se vuelve con el sentido ingrávido de la escarcha y la alondra; el que logra, por un esfuerzo sostenido, prender en la noche de la Patria una bella curva espiritual; quien perfecciona el coloquio con los sistemas planetarios que bailan en las franjas del sol co- ladas por la rendija; quien además de todo esto, encadena sus emo-ciones, las combina en los sagrarios intangibles de la personalidad consciente y las filtra por el ojo de una aguja para que caigan libres de escoria, merece ser llamado héroe de la epopeya siglo veinte que vivimos.
Por nudos de discreto heroísmo trepaba López Velarde a los cables que nos tiran las constelaciones.
249
TRES LIBROS DE POESÍA
Hoy, que estamos familiarizados con los retratos vertiginosos de la pantalla, recordamos con júbilo el busto del poeta y reapare-ce en las películas de la memoria con sus guiños y valores plásticos y espirituales. Pero como aquí el fotógrafo operaba con las falanges ardorosas de la vida, se nos representa cual un malabarista que equilibrase la magia interna y la magia del mundo; surge de nuevo con su sonrisa modelada por el septimino de las cañas panidas; en su máscara leemos la teoría de nostalgias y silencios fecundos, y volvemos a ver su cabeza patricia y denodada y su aspecto de ange-lote escapado de frisos preestelares.
Cuando la madrépora emocional de López Velarde iba a abrir cardinalmente su millón de brazos, resplandecientes de corales y sorpresas, murió trocando en sonrisas el último latido. Dicen que, al ungir su frente, ¡amanecía!
éste es el hombre que dio un salto mortal e inmortal, al pasar de su fino ensayo de La sangre devota a Zozobra y El minutero. Su senti-mentalismo primitivo es más tarde resplandor nervioso; su anarquía ilimitada y difusa tiende a lo exquisito ilimitado y sus simples emo-ciones estéticas conviértense en sensibilidad mental. De este modo, el amorfo iridiscente de la subconciencia: automatismo psíquico, dictado de los sueños, imágenes espontáneas, endopatía; todo el cortejo de inasibles que acompañan a los fenómenos misteriosos que acaecen en nuestra red nerviosa y en los altos centros cerebra-les adquieren carta de ciudadanía en los versos y en la prosa de este cantor infortunado.
En la Provincia armonizará un derroche de luces vegetales por monteríos y huertas; en la ciudad urdió con la risa de la mujer y el juego de arbitrarias cataratas, una metafísica de cristales. Pero no sólo se libertó del terruño charanguero y entumecedor, sino tam-bién de la urbe, esa amortajada con el llanto de la decadencia y el hipo de los bárbaros. Fue cuando empezó a tatuar con sus concep-
250
rAMÓN lÓPEz VELARDE
tos acerados las encinas de la selva intocada para convertirse en el arquitecto de sí mismo, el arquitecto que levantaba sus palacios imaginarios con coordenadas, que antes parecían abstrusas, por estar hechas con puntos medulares, y que hoy son claras de “clari-dad desesperante”. Su ubicuidad permitíale ser el metaforista biza-rro que ritmaba su profetismo intelectual con la mecánica del pe-lele, y el flâneur abstraído, que luego se gastaba la broma de tomar un camión astroso. ¡Oh, dúctil Sagitario, cazador de imposibles estrellas cinemáticas! Fue el lustre de su vida en que se dedicó a ensamblar hallazgos de raro calibre, hasta conseguir precipitados quimiocerebrales casi absolutos, como éste:
Mi carne pesa, y se intimida
porque su peso fabuloso
es la cadena estremecida
de los cuerpos universales
que se han unido con mi vida.
Ámbar, canela, harina y nube,
que en mi carne al tejer sus mimos,
se eslabonan con el efluvio
que ata los náufragos racimos
sobre las crestas del diluvio.
Mi alma pesa, y se acongoja
porque su peso es el arcano
sinsabor de haber conocido
la Cruz y la floresta roja
y el cuchillo del cirujano.
251
TRES LIBROS DE POESÍA
Y aunque todo mi ser gravita
cual un orbe vaciado en plomo
que en la sombra paró su rueda,
estoy colgado en la infinita
agilidad del éter, como
de un hilo escuálido de seda.
¡Así habla el Demiurgo! ¡Su... yo depurado trasciende al egoís-mo y se hace impersonal!
Baja a veces su imperio alcanforado con el terrible cedazo que ya no cierne sino polen de rosaledas y levaduras del trasmundo, para asombrarnos con su poema “Humildemente”, o reconducir-nos a “La Suave Patria” por una coordinación de síntesis espontá-neas forjadoras de un collar de endecasílabos supremos. Sus dedos hortelanos vuelven a oler a jengibre y manzanilla, derraman sus ánforas glucosas de albérchigos y guayabas, mueven a su paso las corolas un allegro de estambres y cruza, rúbrica feliz, por los paisa-jes de su inventiva, “el relámpago verde de los loros”. ¡Arpegios incorruptibles! ¡Mieles de Dios!
He aquí el poeta que odiaba el grito y las contorsiones de los versificadores impacientes. He aquí al hombre que quemaba dia-riamente las etiquetas de la literatura y que hoy se instala en las ágoras de la República resucitado con el aliento de las vírgenes le-janas, sostenido por la parábola que radiaron sus flechas cosmo-gónicas y consagrado por el óleo latino.
Con el decurso de los días aparecen los botareles y armadura de una fábrica que por su inquietud espiritual desborda los cálices apolíneos y que, aprovechando la disimetría de cien torres, se esti-liza góticamente en el azul...
Entendiendo el ideal en el Arte como la armonía de las formas futuras y, dentro de esto, el perfeccionamiento de la humanidad
252
rAMÓN lÓPEz VELARDE
por la belleza, ninguno de nuestros poetas alcanza timbres tan nobles como Ramón López Velarde.
Efectivamente, en la breve y condensada obra que nos legó re-saltan la anatomía y virtudes de la mujer y las excelencias del terri-torio, miniadas con el pincel de la comprensión, el cariño y el desinterés. De nuestro acervo literario ésta es la sola vibración líri-ca cuyos elementos orquestan la rapsodia mexicana que se alza como una arquitectura barroca cimentada en basaltos y obsidiana, revestida de tezontle, ónices y tecali, y rematada por logias opali-nas y tímpanos aéreos que se resuelven en gamas ornitológicas y vuelos de colibrí.
Como aceptó la divina amargura de vivir en continuidad poéti-ca de los objetos preciosos que nos rodean, escogió a la mujer para descansar de las tareas espirituales que asedian al constructor mo-derno. Los que le creen romántico no recuerdan que dejó caer en los escudos de su vía crucis estas lágrimas de oro: “El hijo que no he tenido es mi verdadera obra maestra”. Por lo demás, su mano inverosímil hizo de la estatua femenina una delicia avasalladora que finge, bajo las ropas negras, un tratado en marfil de escalofríos.
Su otro oasis fue la Provincia. Rasgando pequeños horizontes, nos reintegró a una patria efectiva, sin truenos, una patria que aunque internamente padece el sarpullido de las fobias, suele ca-racterizarse como un contacto de almas y estrellas.
Pero el poeta frecuenta otros parajes. Las sendas se le motean de precipicios; su sibila, aconsejada por la serpiente, no hace sino gritarle negaciones; sus miembros distiéndense en los crepúsculos hasta tocar las violetas del nubarro. Las telas fantásticas de Zozobra y El minutero se enriquecen con el toque gris de plata y los sulfuros que poblaran las concepciones de un redivivo Greco. El sismo me-dular provoca perturbaciones indelebles que evidencian el patetis-mo raigal.
253
TRES LIBROS DE POESÍA
Mas, la voluntad alerta, prende en cada jirón de enigma el brote insinuante de unos labios, aterciopela cada sollozo con un acorde y hace abortar en las entrañas de los profundos ébanos nocturnos nácares, plumones, caricias y delirios. Y resulta lo excepcional en poesía; dentro de la negra inmensidad arde la afirmación de la es-trella, la mujer y el cocuyo, reivindicando alegría. ¡Inquietud y ele-gancia!
A esto hay que agregar una complicación pictórica de primer or-den, una bruma leonardesca de ágatas, perlas y cianuros que subli-ma los cuadros del poeta y hacen de los paisajes un derivado del re-poso animal y una secuencia de la fluidez del pensamiento. Almas y formas humanas se encaminan por prados, arroyos y roquedales; sumándose a ellos y amalgamándose en las lejanías para converger en perspectivas abstractas, plenas de futuricidades excesivas...
Esta manera de López Velarde no es aparente: es una integra-ción de infinitesimales que sólo alcanzan los creadores, cada uno de los cuales vive su distinta eminencia, más allá de las escuelas pasadas y presentes.
Como en el verso inolvidable, su ojo, cada mañana, era el prín-cipe del día.
Finalmente, los elementos (psicoestructurales) de que se sirvió López Velarde para realizar la trunca delicia de su ensueño son, sin duda, el nuevo aporte de quilate-rey que vuelca en el tesoro social de la belleza. Estos elementos son la rima, el ritmo y el adjetivo. Vale la pena aventurar una impresión fervorosa.
rIMA.— Con su rima —mentís solemne a los flojos buzos del lengua-je— dio circulación al oro de las minas estáticas, timbrando el mer-cado con remates desconcertantes. Sus consonancias y asonancias son frutos esenciales que caen estilizados del paraíso de la idea.
254
rAMÓN lÓPEz VELARDE
rITMO.— Ritmo velado y letárgico que corresponde a las actitudes de un sonámbulo innovador. Música cerebral y doliente que se va imponiendo como la gracia de los rostros queridos y que al fin nos conquista a fuerza de diarios sortilegios. Pocas veces se da el caso en la historia de las literaturas de un ritmo que sea exponente de las modalidades internas del artista que vaya, como en el presente caso, por las líneas quebradas del pensamiento de la vida.
aDJETIVO.— Monstruoso vástago de Laforgue y Herrera y Reissig es el adjetivo velardeano. Es de Laforgue por su audacia orbal, prove-niente de energías insospechadas, caída de los hospitales saturnia-nos y de las faunas y floras invertebradas y geométricas de Orión. Vale como un lingote rico de heliotropos y electrones. Es de Herre-ra y Reissig por su química descompuesta y su cromatismo espec-tral, pues fue extraído de terciopelos submarinos y suscitado por las aventuras de la luz y el sonido en las gargantas, en las cabelleras, en las encías amadas, en los valles y en el diálogo del lucero y el pozo. Sumado al sustantivo precipita cobaltos faraónicos y ocelados, úni-cos para esmaltar la cauda de un destino. A veces es el adjetivo del Espíritu Santo robado al filón bíblico y a los bronces purísimos que rodará por calles y azoteas el Ángelus del día...
Tal el hombre que vislumbró la presencia trágica del alma y que, equilibrando la emoción y el conocimiento, logró el armónico tras-cendente.
López Velarde es acreedor a una viva corona de gratitudes por-que estando dotado como pocos para operar en el vacío, supo con-tenerse y darnos el acento cuajado de su espíritu. Supo decirnos lo estupendo anímico y evitar los saltos bruscos apoyándose en la ironía, como tangente que alegra los márgenes del drama, aunque sin concederle intelectual regalía.
255
TRES LIBROS DE POESÍA
Fue un dignatario de su Patria y hubiese llegado a ser sintoniza-dor de ondas transoceánicas, arquetipo de esta humanidad que se traslada, sólo Dios sabe a qué generosas maravillas.
Que se alcen sobre su tumba, en este aniversario, nuestras cum-bres mayores, en una alba salutación de ventisqueros.
Rafael Cuevas
256
ÍNDICE
LA SANGRE DEVOTA
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11En el reinado de la Primavera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13Tenías un rebozo de seda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15Ser una casta pequeñez... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17Viaje al terruño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19Pobrecilla sonámbula... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24Domingos de provincia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26Mi prima Águeda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27A la gracia primitiva de las aldeanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29La bizarra capital de mi Estado... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31Cuaresmal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33En las tinieblas húmedas... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35Ofrenda romántica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37Para tus pies . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39Nuestras vidas son péndulos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41Poema de vejez y de amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43Me despierta una alondra... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
257
TRES LIBROS DE POESÍA
Para tus dedos ágiles y finos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52Me estás vedada tú... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53Canonización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55Noches de hotel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57Mientras muere la tarde... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58Del pueblo natal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59Hermana, hazme llorar... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60En el piélago veleidoso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62Sus ventanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63En la Plaza de Armas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65Por este sobrio estilo... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68La tejedora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70Boca flexible, ávida... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73El campanero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75A Sara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76La tónica tibieza... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78¿Qué será lo que espero? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79Tus hombros son como un ara... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82Un lacónico grito... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84A la Patrona de mi pueblo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86Y pensar que pudimos... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
zOzOBRA
A Ramón López Velarde, por Rafael López . . . . . . . . . . . . . . 95Hoy como nunca... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97Transmútase mi alma... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99El viejo pozo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101Tu palabra más fútil... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104Para el zenzontle impávido... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106Que sea para bien... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
258
rAMÓN lÓPEz VELARDE
El minuto cobarde . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111La mancha de púrpura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114Introito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116Día 13 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118No me condenes... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120Despilfarras el tiempo... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122Himeneo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124Las desterradas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126Mi corazón se amerita... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129Dejad que la alabe... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131Tus dientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134Memorias del circo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136Tierra mojada... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140Como en la Salve... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142La estrofa que danza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144La doncella verde . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146El retorno maléfico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148Como las esferas... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151A las vírgenes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153El mendigo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155Fábula dística . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157Hormigas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159La niña del retrato . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161Idolatría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164La lágrima . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167Ánima adoratriz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169A las provincianas mártires . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 172La última odalisca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175El candil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178Todo... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181Jerezanas... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 184
259
TRES LIBROS DE POESÍA
Te honro en el espanto... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 190Disco de Newton . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191Humildemente... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193
EL SON DEL CORAzÓN
Mis encuentros con el buen Ramón, por Djed Bórquez . . . . . 199Ramón López Velarde, por Genaro Fernández Mac Gregor . . . 203
El son del corazón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209El ancla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211Treinta y tres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213Anna Pavlowa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215Gavota . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 218En mi pecho feliz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220La Ascensión y la Asunción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 222Si soltera agonizas... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 224El perro de San Roque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 226Vacaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 228¡Qué adorable manía...! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 230Mi villa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 232La saltapared . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 234El sueño de los guantes negros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236El sueño de la inocencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 238Aguafuerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240La Suave Patria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241El verso inolvidable..., por Rafael Cuevas . . . . . . . . . . . . . . . . 248
Tres libros de poesía, con un tiraje de 2000 ejemplares, se terminó de imprimir en el mes de julio de 2014, en los talleres de Gráfica, Creatividad y Diseño, S.A. de C.V., Av. Presidente Plutarco Elías Calles, núm. 1321-A, Col. Miravalle, Del. Benito Juárez, C.P. 03580, México, D.F. El cuidado de edición estuvo a cargo de la Dirección General de Publicaciones del Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes.
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