Trayectoria de vida
“Es que ahí no entiendo yo”
Cuando La Violencia y el conflicto armado interno parecen no tener sentido
Trayectoria de vida de una mujer que experimenta las crueldades de los
chulavitas y cuarenta años después tiene que salir desplazada y sufrir el
asesinato de su hermana
Los chulavitas y el primer desplazamiento
Debe tener alrededor de seis u ocho años de edad cuando los chulavitas
irrumpen en la finca de su padre quien ha escapado unas horas antes por las
amenazas que pesan en aquellos años sobre los simpatizantes del liberalismo,
quienes después de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, han sido
declarados por los gobiernos de Mariano Ospina y Laureno Gómez como los
culpables de la violencia rural que vive entonces el país1. Ella describe en su
relato el modus operandi de los chulavitas: hostigamientos, chantajes, amenazas,
incineración de tierras y exterminio de la población civil indefensa, incluidos niños,
1 Para supuestamente contrarrestar a las masas liberales, los referidos gobiernos implementaron
grupos policiales paralelos, entre ellos los chulavitas y posteriormente los pájaros, quienes, auxiliados en gran medida por terratenientes conservadores, emprendieron “una guerra selectiva, soterrada y nocturna contra núcleos gaitanistas y liberales, introduciendo una serie de prácticas de hostigamiento y exterminio, como las masacres de población civil indefensa, el chantaje, las ‘aplanchadas’ con la parte plana del machete, los mensajes anónimos y amenazantes y la incineración de ranchos y parcelas. URIBE María Victoria (1991), “Violencia y masacres en el Tolima: desde la muerte de Gaitán al Frente Nacional”. En Credencial Historia, No. 18, Bogotá. Recuperado de http://www.banrepcultural.org/node/32650, consultado el 16 de junio de 2016.
actos realizados contra las resistencias espontáneas y desordenadas que ofrecen
los gaitanistas.
[...] lo único que me acuerdo una vez que vimos nosotros que mataron a unos
chinitos. Eso los tiraban pa´ rriba y los cogían en una bayoneta... los cogía La
Chulevita, que eso le decían era La Chulevita, los tiraban pa´ rriba y los cogían
así en... como un cuchillo, sí, y ahí los mataban a los peladitos. Y a nosotros
también, le dijeron a mamá, le iban a meter candela a la casa, la finquita, que si
no nos salíamos nos llegaban de noche y nos quemaban a todos. Entonces mi
mamá viendo eso pues dijo ‘Vámonos’. Eso mi papá ya se había venido porque
lo andaban buscando por ser liberal
La narradora, junto con su madre y sus hermanos (dos mujeres y un
hombre), tienen que emprender una huida de jamás retorno. La salida se hace de
noche. Caminan entre terrenos montunos hasta el amanecer, sin saber
exactamente cuánto ni hacia dónde. Alguien le dice a la madre que un par de sus
hermanos reside en un poblado urbano cercano y sin que la entrevistada sepa
cómo, allá arriban. Su padre llega al mes, luego de esconderse y quitarse el bigote
y sin conocer el paradero de su familia, a pesar de lo cual la encuentra.
Atrás queda la finca en la que su familia cultiva yuca, plátano, bore, café,
caña y tiene bestias, gallinas y marranos. También queda atrás el trapiche en el
que el padre muele caña para hacer la panela que consumen en casa: “Ahí molían
ellos la caña, lo echaban en un... eso lo exprimían con burros. Eso amarraban los
burros y molían eso y eso caía a un fondo grande que ellos tenían, una paila, y ahí
la cocinaban y hacían la panela... pero no pa’ vender... pa’ el mero gasto de
nosotros en la finca”. Pero sobre todo, queda atrás la comunidad, esa de
borracheras y rezos colectivos, de fiestas y comidas abundantes, de solidaridades
generosas y desinteresadas. A propósito, la narradora sostiene lo siguiente:
Mi papá llegaban y ‘Don [omitido], que me regale un gajito de plátano’, ‘Vaya
córtelo’, ‘Que me regale yuca’, ‘Vaya arránquenla’. Pero eso sí, ‘me siembran el
palo’, eso es lo primero que él hacía, ‘y cuando vengan, vienen acá pa’ darles
unas panelitas’. Cuando eso, eso no valía nada la comida, eso era baratísimo y
todo mundo, el uno a otro se ayudaba, sí. Papá les daba panela, que les daba la
yuca, que café... todo mundo lo quería por eso, porque él era muy... se
enfermaba alguien y amarraban dos palos y una vaina, una hamaca, no sé
cómo, y ahí los echaban y los sacaban… entre todos los vecinos hacían eso,
porque cuando eso no había carro, nada, y lo sacaban por allá a onde le
pusieran mano pal médico.
Sobre el carácter rezandero de su madre, común a la mayoría de los
habitantes de la vereda, así como sobre sus ocasionales borracheras, la
entrevistada menciona lo siguiente:
Católicos sí ha sido toda la vida, pero entonces en esa vereda no había
[iglesia]... En la casa hacíamos con los vecinos... Se unía mi mamá y que
‘mañana hacemos la oración en tal casa, en tal vecino’, y nos llamaban a
nosotros. Y si uno… hay veces que eran las diez de la noche y ellos rece y rece.
No... al otro día la tanda que nos daban... Sí, Padre Nuestro, Dios te salve María,
todo eso lo hacía uno, pero pobre que uno se quedara dormido, la tanda que le
daban al otro día.... Huy, demasiado, demasiado, mi mamá era una que así ella
se emborrachara pero ella tenía que hacer la oración antes de quedarse
dormida.
No obstante, cuadros folclóricos y jocosos no son los únicos que definen a la
comunidad de aquella vereda. Aspectos menos gratos como los castigos severos,
las sociabilidades ásperas o las relaciones machistas, también hacen parte de la
realidad social de aquella agrupación de campesinos. Sus padres, por ejemplo, les
aplican a ella y a sus hermanos, una suerte de castigos que van desde los insultos
hasta los rejonazos. En ocasiones, cuando su papá quiere profundizar los
correctivos, no permite que el infante castigado duerma en la casa, por lo que
tenía que pernoctar en una cueva cercana a la vivienda, a plena intemperie:
Mi papá nos daba era con un coso de estos, mire, de estos rejitos, vea... eso nos
prendía y eso sangre era que nos hacía sacar. Y uno córrale por allá pal monte,
por toda esa... y métase uno por allá pa’ que ellos… y ya por la noche salía uno
y el otro le decía ‘Métase por ahí, mi papá ‘tá por allá y no se da de cuenta’, y
uno se metía a las cuevitas a dormir... Unas cuevitas de monte que había, uno
se metía ahí y ahí amanecía y al otro día era que uno... ya ellos se iban a
trabajar –el papá- y no nos pegaba ya... Sí, en el monte, porque él no nos dejaba
entrar... yo tenía por ahí unos cinco o seis años.
Las “limpias”, como la narradora denomina los castigos físicos recibidos de
sus padres, pueden ser motivadas por la desobediencia a los oficios domésticos,
la interrupción de las conversaciones de adultos o el quedarse dormidos en las
letanías religiosas. Más atroz, sin embargo, resulta el trato que su padre le da a su
madre:
[...] mi papá le pegaba mucho a mi mamá, sí. Ya después que ya nos crecimos
nosotros, pues nosotros nos le enganchábamos a él por un lado por el otro y no
le dejábamos. Pero eso la dejaba tirada en el suelo lavadita de sangre... Sí, mi
papá sí, huy, Dios lo tenga entre [incomprensible] la gloria, pero él pa’ pegarle...
fue muy buen padre, pero como marido fue muy perro y le pegaba mucho a mi
mamá por las mujeres, por las otras que se conseguía él... Sí, otra moza que
consiguiera. Entonces, por esas le daba en la jeta a mi mamá, llegaba orondo y
le daba esas tandononas a mi mamá.... No, ella no. Se metía por allá a los
rincones y nos íbamos todos los cuatro pelaos a defenderla y ahí mi papá, por no
pegarnos a nosotros, no le daba más palo a mi mamá... él cambió después de
que nosotros nos venimos pal pueblo, ya el cambió, ya él no le pegaba a mi
mamá, por ahí la insultaba porque eso sí, pero pegarle ya no, porque ya
tábamos grandes también y llegamos a onde una tía, una hermana de mi mamá,
tonces ya cambió”.
Una de las reacciones más impulsivas de su madre frente a este
comportamiento machista de su esposo, no es ni siquiera contra él, sino contra
una de sus supuestas amantes, a la que tilda de bruja.
Pues de brujerías y eso sí, eso había porquerías que le hacían a la gente y toda
esa cosa... ahí llegaba a la casa de nosotros, a la finca, llegaba, eso nos contaba
mi mamá, llegaba una bruja. Pero era una moza que tenía mi papá... Esa era la
que llegaba ahí. Y mi mamá una vez la hizo caer de las escaleras y al otro día, o a
los dos días, mi papá le dijo ‘Ay, fulana de tal está enferma, viera’, y tonces le dijo
‘Ah sí claro ¿No ve que esa es la moza suya?, esa la hice caer de la escalera y se
estropió’. Después que mi mamá le contaron, que eso era la moza que tenía mi
papá, era una bruja.
Después del desplazamiento causado por la aparición de los chulavitas, el
anterior entorno, con sus valores y vilezas, queda proscrito al recuerdo dentro de
la familia. Sin duda, una vez asentados en el nuevo lugar, muchas de las
conductas culturales de ese antiguo espacio veredal o desaparecen, o mutan, o
perviven; lo cierto es, que de la propiedad que tenían nunca más vuelven a saber,
ni de sus vecinos, ni de un hermano de su padre que tiene una finca en el mismo
sector. Su padre nunca retorna a esa finca, ni exige justicia alguna por el despojo;
sencillamente se conforma con la pérdida, pues ignora si hay o no mecanismos
legales de reclamación.
Estadía en Venezuela y retorno a Colombia
Como lo hemos referido, dado el accionar de los cuerpos policiales
conservadores, la familia en cuestión se desplaza a uno de los poblados urbanos
más cercanos, a la casa de una de las hermanas de la madre de la entrevistada.
Allí, la narradora recuerda que no se da la misma violencia que se vive en el
campo. No obstante, llegar a vivir de la caridad de los tíos, genera incomodidades
que hacen fastidiosos los más o menos cuatro años de estadía en ese lugar. Una
vez instalados en el pueblo, la mamá abre una venta de verduras, y ella y sus
hermanas se dedican a los servicios domésticos de la casa. Nunca ninguna de
ellas logra estudiar, pues, según su padre, no van a necesitar de estudio ya que
algún día consiguen marido. Muy diferente es la situación con su hermano quien,
según el progenitor, por ser hombre sí necesita de estudio, por lo que recibe
instrucción escolarizada. Sin embargo, contrario a estas argumentaciones, en la
plana mayor del hogar es la madre de la entrevistada la que sabe leer y escribir,
mientras que el padre no y dicha condición, en lugar de incentivar el acceso a la
educación de sus hijas, se convirtió en la justificación para negárselo: “Mamá sí
sabía leer pero mi papá no tuvo estudio y por eso era que él dicía que a él no le
dieron estudio pa’ qué nos daba a nosotros, que al varón sí porque necesitaba
más que las mujeres”.
A pesar de lo odioso que pueda parecernos este contexto, hay que decir que
la entrevistada lo expone sin ningún sentido fustigador o querellante. Para ella, se
trata de actitudes normales y legítimas que solo hasta hace poco han empezado a
cambiar. Por lo menos así lo considera cuando relata la educación que ella le da a
sus cuatro hijos, incluida su hija:
[...] entón ellos estudiaron hasta el bachiller. Los otros estudiaron, pero ya era
aparte porque no eran de Ecopetrol, ya eran de otro señor. Y yo les di estudio a
ellos lo que más pude porque yo dicía: Yo quedé bruta ¿y mis hijos van a quedar
lo mismo? No Hay que bregar que ellos sean más que uno, ¿sí?, ¿que porque
yo fui pobre entonces toda la vida tiene que ser uno pobre y chilangao y toda esa
cosa?, no, yo les di el estudio a los otros dos y ya pues ya se cambió la vida.
Cuando se le pregunta por qué le da estudio a su hija habiendo sido ella
criada en la idea de que las mujeres no lo necesitan, responde: “porque ya uno
aprende de lo que vea... ¿Sí? Yo veía que todo mundo le daba estudio a los
pelaos, yo dije: No, yo tengo que dar…”. En cuanto a ella, dice que ya se ha
resignado a morir así, que aunque ha habido gente que ha ido al barrio a dar
clases a ella ya se le hace muy difícil entender y ha preferido no proseguir el
aprendizaje escolar.
A pesar de lo difícil que es el desplazamiento y de lo incómodo que resulta
vivir con sus tíos, ella recuerda con beneplácito el período de vida transcurrido en
aquel pueblo: “[la vida] muy buena, gracias a Dios... recuerdo que la comida era
muy barata y todo mundo lo quería a uno ahí”. Estando en este pueblo, alguien le
comenta a su padre que la economía en Venezuela está boyante, por lo que el
jefe de la casa casi de forma intempestiva decide trasladarse con toda su familia al
otro lado de la frontera. Estos arrebatos de su papá no son cosa extraña, la
entrevistada sostiene que su padre “era andariego como un diablo”, que su
hermana mayor, que luego es asesinada, le hereda tal ímpetu y que ella, la
entrevistada, solo lo fue en algunas ocasiones.
[...] ella [hermana mayor] era también muy loca, ella era igual a mi papá de loco,
cuando arrancaba, arrancaba y se iba pa’ onde fuera, así le tocara comer agua,
dormir en la carretera, como fuera pero ella arrancaba así... yo era también... me
aburría aquí y me iba pa' otro lao.
Si bien el espíritu “andariego” de su padre incide de algún modo en la partida
de toda la familia hacia Venezuela, es la veracidad de la información que le
suministra su amigo el resorte fundamental en la decisión del traslado. Sin duda
alguna, para aquella época el país vecino está viviendo el auge económico más
significativo de toda su historia2. Después del derrocamiento de la última dictadura
militar del general Marcos Evangelista Pérez Jiménez en 1958 y la instauración de
la democracia en 1959 con el presidente electo Rómulo Betancourt, Venezuela
experimenta durante los primeros años una corta recesión económica, que
empieza a revertirse alrededor del año de 19623 y que tiene su pico más alto hacia
finales de la década de 19704. Este auge económico es determinante para que,
entre 1951 y 1971, no solo la familia de la narradora, sino más de cincuenta mil
2 Ver BAPTISTA, Asdrúbal (s. f., última fecha referenciada 2007), “La economía venezolana entre
siglos”. En: http://ance.msinfo.info/bases/biblo/texto/NE/NE.28.03.pdf, recuperado el 24 de junio de 2016. 3 Ver CARTAY, Rafael (1996), “Las crisis económicas y sus repercusiones en la economía
venezolana”. En Revista Económica, No. 11, 37-45. 4 Baptista, Op. Cit., p. 60
colombianos, migren hacia tierras venezolanas en busca de mejor fortuna, un
122% más con respecto a los colombianos residentes en el mismo país en 19505.
Marvin Mijares afirma que los colombianos de la costa atlántica y del Eje
Cafetero que migran hacia Venezuela durante aquel período, arriban
preferiblemente al Estado de Zulia; mientras que los residentes de los
departamentos de Santander, Cundinamarca, Boyacá, Huila y el resto de la
Región Andina, que también emprenden el éxodo hacia las tierras bolivarianas, se
asientan en los Estados de Táchira, Barinas y Portuguesa6. La familia de la
narradora de esta trayectoria de vida se ubica, como lo aseveran los datos de
Mijares, en el Estado Táchira. Una vez allí, su padre, en sociedad con un amigo,
se dedica a trabajar como matarife y expendedor de carne, mientras que su madre
monta una venta de comida y bebidas. Por lo que la entrevistada relata, en aquel
país les va bien, no sufrieron el estigma de ser extranjeros y económicamente los
negocios dan resultados, no obstante, terminan devolviéndose a los pocos años
sin ella saber por qué. Recuerda que cuando llegan a Táchira ella tiene alrededor
de doce años de edad y cuando vuelven es ya una “señorita”.
“yo ahí viví cuando se formó ese bololó”: los años en la ciudad
Debía rondar la mitad de la década de 1960 cuando, según la narradora, a
su papá se le vuelve a despertar el diablo andariego. De repente, por lo menos así
lo recuerda ella, su padre le dice a su mamá: “Bueno, vamos a conocer a
[ciudad]... Vámonos mujer, aliste los chiros, los trapos... nada de que, que camas,
ni que... la mera ropa y hágale”. Así, del Estado Táchira en Venezuela, la familia
completa sale con rumbo a otra ciudad, para la época el más importante puerto
5 MIJARES, Marvin Javier (2015), “Antecedentes de la migración de colombianos a Venezuela”.
En: http://www.aporrea.org/actualidad/a213018.html, recuperado el 24 de junio de 2016. 6 Mijares, Op. Cit.
petrolero de Colombia7. Si bien el padre de la entrevistada no llega propiamente a
la ciudad, ni se vincula laboralmente a su industria, el crecimiento económico del
lugar le hace suponer una nueva bonanza.
La familia se asienta en una de las veredas donde el padre compró una finca
para cultivar y criar ganado. Con el tiempo, se hace de un camión y muta de
actividad económica, dedicándose a transportar mercancías y pasajeros, yendo y
viniendo de los campos a los centros urbanos. En tanto, ella le ayuda a su mamá
en un punto de venta de frutas y verduras en un sitio más o menos frecuentado
por obreros. En este lugar ella conoce al hombre que es su primera pareja y el
padre de sus dos primeros hijos. Con este señor las cosas no resultan bien.
Después de vivir juntos un tiempo, la relación se termina y ella se devuelve junto
con sus dos hijos, a la casa de sus padres. Sus otras dos hermanas “metieron las
patas”, como dice ella, un poco antes y corren con una suerte similar a la suya.
Según los recuerdos de la entrevistada, en esta vereda viven alrededor de
seis años, al cabo de los cuales su padre logra comprar una casa en la ciudad a
donde se van a vivir. No obstante, a esta nueva residencia ya llegan incompletos:
sus dos hermanas ya han hecho cada una su vida por separado. La mayor, por
ejemplo, está con su marido y su único hijo trabajando en una finca cosechando
sembradíos. La otra, también con sus hijos, trabajaba en servicios domésticos de
casas de familia. Así, a la ciudad sólo arriban los dos padres, la entrevistada con
sus dos hijos y su hermano. En este nuevo lugar su padre sigue dedicándose al
transporte, amplía su flota comprando un carro más y aunque en un inicio le pone
chofer, posteriormente cuando su hijo tiene edad para trabajar le deja conducir el
vehículo. El negocio del transporte parece ser muy rentable, pues según cuenta la
7 Esta nueva migración de la narradora y su familia, bien pudo corresponderse a lo reseñado por
Jhoney Díaz con respecto al poblamiento de Barrancabermeja. Según este autor, en los primeros años de la década de 1970, con motivo de la expansión de la industria petroquímica, arribaron al puerto petrolero alrededor de 3000 personas. El proceso de expansión, según Díaz, consistió básicamente “en la construcción de una nueva unidad de balance para aumentar la producción de gasolina a partir de residuos de la destilación al vacío y procesamiento de productos como el gas doméstico, el eteno-etileno, combustóleo y azufre, para ello el Estado invirtió 87 millones de pesos”. DÍAZ FAJARDO, Jhoney (2013), “Ciudad y protesta: las luchas cívicas en Santander 1970-1984”. En Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, Vol. 18-1, p. 168-169.
entrevistada, les va tan bien que padre e hijo continuamente se emborrachan; por
otro lado, la herencia, una vez muerto el padre, también expresa mucho de la
prosperidad alcanzada con los carros pues al hijo, quien pasa a administrarla, le
significa un ascenso social considerable.
En una de esas juergas y borracheras, en las que de continuo se hunden
padre e hijo, el progenitor encuentra la muerte. La información que suministra la
dueña del establecimiento donde se producen los hechos, es que se trató de un
problema relacionado con una mujer; al parecer, el papá de la entrevistada corteja
la pareja sentimental de otro departidor del estadero y compañeros de éste lo
apuñalean en medio de una gresca de todos contra todos:
Tomaban mucho con el hermano mío, y se fue a un estadero ahí, y ahí llegó un
man y salieron de problema por una vieja y el man vino y le pegó una puñalada a
mi papá y lo mató... mi papá era muy perro. Entonces él le estaba echando por
ahí los perros a la vieja y no se dio cuenta que ella tenía otro man ahí, y el man
borracho se paró y se puso a pelear, se dieron puño y de todo y el otro
compañero de él vino y lo puñaleó... Pues sí se metieron [habla de su hermano y
los compañeros de su papá] pero ya qué, eso se dieron todo, eso se formó un
problemón ahí, que eso nos contaron a nosotros la dueña del negocio ese. Y se
dieron puño, eso el uno se tiraba, el otro… pero cuando el otro llegó y lo puñaleó
y vea, arrancó y se fue, y cuando se dieron de cuenta mi papá estaba tirado ahí,
muerto ya.
Después de este hecho, su hermano se encarga del sostenimiento de la
casa. Él vende los carros de su padre, se casa y hace dinero con la herencia que
es grande, pero nunca le da a sus hermanas la parte de la herencia que les
corresponde, salvo diez mil pesos que según él, una vez muerta su mamá, le
pertenece a cada hijo por la venta de la casa. No obstante, la entrevistada admite
que su hermano le regala tiempo después una finca, en la que ella reside por
muchos años y la cual tiene que vender por casi tres millones de pesos, después
de que desconocidos la “boletean” y asesinan a su hermana dentro de la casa.
Cuando alguna de las hermanas se incomoda por la actitud acaparadora de su
hermano, mientras vive su mamá las contiene diciéndoles que no le reprochen
nada, pues él da lo de la comida de todos en la casa. Hoy su hermano, según ella
cuenta, tiene “un poco de casas” ahí en la ciudad.
Transcurridos diez años de la muerte del padre, la madre de la entrevistada
sucumbe ante la “muerte natural”. Pocos días antes de este deceso, en un
segundo intento de forjar un hogar ella sale de la casa y se va a vivir con otro
hombre chofer de una reconocida empresa transportadora de la región. Juntos,
con los dos hijos de la entrevistada, se van a vivir a un barrio de reciente
fundación, un sector de raigambre popular que se viene configurando alrededor de
los procesos de invasión que las gentes más pobres adelantan en la ciudad,
debido a las inequidades y desigualdades sociales que producía el modelo de
desarrollo de enclave de la economía de lugar8.
Con esta nueva pareja ella logra convivir trece años, al cabo de los cuales la
relación se termina, según ella, porque el hombre era “muy perro”. De esta nueva
experiencia sentimental le quedan, además de bonitos recuerdos, dos hijos más y
el rancho en el que cohabita con él durante el último decenio; tener un rancho de
esos, a pesar de que se trate de habitáculos de madera y muy baratos (entre
8 “En la década de 1970 la cuidad aún tenía las características de la economía de enclave:
campamento que albergaba trabajadores petroleros fijos y temporales, un puerto fluvial que centralizaba el transporte de carga y pasajeros y una zona comercial que controlaba su área de influencia, parecía muy lejos de ser una ciudad. Su rápido crecimiento se dio en forma paralela a la línea del ferrocarril hacía terrenos aún deshabitados, pero con múltiples núcleos dispersos y una división espacial, entre una ‘ciudad mala’ de la línea del ferrocarril hacía el nororiente donde convivían todos los excluidos y otra ’ciudad buena’ al otro lado del ferrocarril. Con la ayuda de las organizaciones de izquierda como el Partido Comunista, la Alianza Nacional Popular (ANAPO), sectores liberales, diversas corrientes de izquierda y la pastoral social, en cabeza del cura Eduardo Díaz, poco a poco se fue dibujando la ciudad en lotes abandonados de particulares o de Ecopetrol, que eran tomados a la fuerza en decenas de invasiones cotidianas en especial a inicios de año, en Semana Santa y hasta en conmemoraciones obreras como el primero de mayo. Al déficit de vivienda se sumaba la no pavimentación de vías, falta de colegios, escasez de recursos para el hospital San Rafael y la carencia de alumbrado y servicio de energía con un déficit de un 33 por ciento, calles sin pavimentar (en una zona que producía asfalto), barrios enteros sin servicios públicos, desempleo, falta de vivienda y una población que se incrementaba a ritmos apresurados proveniente de todos los rincones del país en busca de empleos en la industria del petróleo”. Díaz, Op. Cit., p. 167-168.
quinientos mil y un millón de pesos), le representa a la entrevistada cierta
tranquilidad, pues sola y con cuatro hijos la vida se le torna de otro color.
Estando en este sector aprende a arreglar y a coser zapatos, actividad con la
cual, una vez queda sola, saca sus cuatro hijos adelante y logra darles estudio.
Sus hijos, además, le ayudan con la carga del hogar trabajando o vendiendo
yucas y plátanos por la calle. Ahora bien, aunque los papás de los pequeños
también aportan lo que les obliga la ley, cuando el primer ex-conyugue sabe que
se va con el segundo, deja de pasarle las mesadas que corresponden al
sostenimiento de los dos primeros hijos. Ella no le dice nada y se echa sobre sí
todas las necesidades de estos muchachos.
Resueltas un poco estas premuras, ella tiene un tercer amorío con un señor
al quien asesinan por robarle. La relación dura más o menos dos años; de ésta no
le quedan nuevos hijos pero sí otro rancho que el difunto compañero tiene en un
sector cercano. De este y el otro rancho nunca más vuelve a saber nada, pues los
pierde una vez que tiene que salir huyendo.
Es alrededor de esta etapa de su vida, cuando lo que ella llama “bololó”,
empieza a sucederse en Barranca.
[...] cuando se puso tan horrible en [ciudad] que eso Virgen Santísima amanecían
cuatro y cinco muertos así en la cuadra mía, y un día se me dio por ir a ver un
amigo que lo habían matao... yo dije ‘Ay vea mataron a este... Qué pesar un
hombre que trabajaba y toda esa cosa’. Bueno, de ahí entonces llegaron unos
manes y me dieron treinta y ocho horas pa’ perderme, pero no me dijeron por esto
y por esto, no, ‘tiene que perderse’. Entonces yo le dije a los pelados míos ‘No, yo
no me voy’, ‘Ay mamá que la matan, mamá mire que es mejor que…’. Me sacaron
a las once de la noche en un bus, los pelados, y cogí carro ahí en El Retén y me
vine... Ya mis hijos también entonces agarraron y se vinieron porque dígame, ellos
allá quedaron que… la casa mía quedó, otro ranchito quedó, eso se perdió porque
¿quién iba por allá cuando ese tiempo?
Aunque la entrevistada dice no saber la identidad del grupo que la “boletea”,
es muy importante discernir parte de la historia reciente de la ciudad con el fin de
adquirir ciertas claridades al respecto. Según Jhoney Díaz, desde 1975 hasta
1988, las protestas sociales que se suscitaron con motivo de las exigencias en las
mejoras de los servicios públicos, especialmente del agua potable, aunado a un
creciente movimiento de invasiones de tierras y a un contexto de desigualdad
social aberrante, legitimaron y posicionaron políticamente a las organizaciones
sociales, sindicales y los partidos de izquierda, que actuaron en muchas de las
ocasiones como voceros de estos grupos demandantes. Este posicionamiento de
sectores alternativos fue interpretado por las clases dominantes de Barranca,
como una amenaza a su dominación, por lo que, consecuentes con lo que venían
realizando en las regiones rurales del Magdalena Medio, dichas clases
implementaron medidas propias de lo que se ha denominado terrorismo de
Estado, entre ellas, la creación o respaldo de los grupos paramilitares9. Quienes
pagarían los resultados de esta metodología del terror, no podían ser otros que
aquellos que otrora consiguieron las ventajas sociales por las que habían luchado,
entre otras, el derecho a la vivienda. De este modo, comenzó una sistemática
persecución contra todos los barrios que se habían venido configurando alrededor
de los procesos de invasión y toma de tierras. Sectores en los que además, las
fuerzas políticas alternativas tenían importantes liderazgos y una muy fortalecida
base social. Tal panorama, nos permite entender un poco más el referido “bololó”
que menciona la entrevistada y las razones por las que dicha conflictividad tiene
como epicentro los barrios periféricos de la ciudad.
“Mire, dele a ella que esa es”: el asesinato de su hermana y su segundo
desplazamiento
9 Díaz, Op. Cit., p. 171.
Después de las amenazas que recibe en el funeral de su amigo, la narradora
decide irse por unos días a la finca que su hermano supuestamente le ha regalado
y en la que por aquel entonces reside su hermana mayor con su hijo y su marido.
Después de una corta estadía en este paraje, el miedo y la zozobra la hicen
desplazarse definitivamente hacia una de las ciudades capitales del nororiente
colombiano. Una vez llega a la nueva urbe, una amiga que conoce en su lugar
anterior de residencia y que ahora tiene una casa en la referida capital, le arrienda
una pieza. Al poco tiempo, como lo hemos señalado en unos apartados anteriores,
sus hijos también emigran y deciden mudarse con ella. Uno de ellos, incluso, ha
quedado herido en una situación que por poco le causa la muerte. Su hija, por otro
lado, ha contraído matrimonio con un obrero de Ecopetrol cuando tiene diecisiete
años, y aunque vive de manera independiente, para esta misma época y en
común acuerdo con su marido, decide irse a residenciar a la misma ciudad a
donde ha llegado desplazada su mamá.
Han transcurrido alrededor de doce meses desde que ha salido desplazada,
cuando la noticia sobre el asesinato de su hermana mayor, que para el momento
debe tener un poco menos de sesenta años de edad, la estremece.
[...] nos dieron la razón a las ocho de la noche ‘Que mataron a [nombre de su
hermana]’, a las siete de la noche llegaron dos manes, siete de la noche, y el uno
le dijo al otro ‘Mire esa es que ‘tá ahí’; ella estaba jugando parqués con un hijo, el
único hijo, y ahí le llegaron, le pegaron nueve tiros y ahí la dejaron. Entonces
cuando me llamaron... y yo pa’ ir, diga usted, pero no ‘Toca ir’. Al otro día nos
unimos mis hijos y nos fuimos a verla. Ya la tenían abajo en Barranca, po’ allá
onde los meten, ¿cómo llaman eso?... En la morgue nos la entregaron como a los
dos días.
Citando a una señora que también vive por aquel entonces en la finca y que
presencia los hechos, ella añade:
[...] dele a ella que esa es, eso dice una señora que vivió, que estaba viviendo con
ella ahí... Y la mujer, ella es la que me cuenta, ¿no?: ‘estábamos ahí comiendo
cuando llega, jugando parqués con el hijo, cuando llega… vimos dos manes que
venían ahí, subieron, porque era una lomita, y ‘Buenas’, entonces ella contestó:
‘Buenas’, entonces el marido voltió a mirar así. Y le dijo el uno al otro: ‘Mire dele a
esa que está sentada ahí’, y ahí le dieron los siete tiros’.
Después de tan tremendo golpe, ella trata de visitar la finca con cierta
recurrencia, pero las informaciones que al respecto le reportan sus vecinos le
hacen desistir de continuar con estas visitas, por lo que, para su mayor
tranquilidad, opta por vender los terrenos a un precio muy ínfimo.
[...] nosotros la enterramos [habla de su hermana que fue asesinada] y yo bajaba a
darle vueltas a la finquita que quedó; iba y cuando la vecina mía, ‘Doña [nombre
de la entrevistada], por acá no vuelva más, porque han venido en una moto dos
manes preguntando si que pa’ onde se jueron, que qué se hicieron los que taban
ahí’. Entonces yo dije ‘No yo no vuelvo más’. Por allá vendí eso regalao, eso tocó
ragalaísimo, eso sí la vendí, hicimos todo lo más posible, pues ya de ahí nos
vinimos... del todo.
Ella no denuncia el asesinato de su hermana sino hasta cuatro o cinco años
después de sucedidos los hechos. El motivo: ha sido informada que el gobierno va
a “pagar” los muertos que ha dejado el conflicto. Después de casi más de siete
años de espera, de llevar un papel y traer otro, de idas y venidas a la ciudad y al
pueblo de donde son oriundos, no ha recibido, hoy por hoy, ninguna contestación
formal acerca de la reparación en el caso de su hermana, salvo una llamada
aislada. En lo que respecta a su desplazamiento, la narradora sí logra denunciarlo
en un tiempo más corto, pero sin embargo llama la atención que, tal como le
sucede a su padre en los tiempos de La Violencia, ella no sabe que dichos
eventos pueden acusarse ante una entidad oficial.
[...] como a los cinco meses de estar aquí yo puse el denuncio de desplazamiento,
que me dijeron, porque yo ni sabía qué era eso. Entonces yo me encontré aquí en
la Alcaldía un señor que vivía a onde yo vivía... que él es no sé qué de la Alcaldía,
un doctor, y entón él me dijo, me dijo, ‘¿Y eso?’, y le conté la historia, y dijo ‘Sí a
mí me habían dicho, yo ya me había venido de [ciudad]. Hombre ponga el
denuncio’, y yo lo puse por desplazada, ¿sí?, todo nos tocó dejar, todo porque no
nos vinimos si no con la mera ropa que teníamos encima. Y de ahí puse yo el
denuncio. Ya con el tiempo me dijeron que pusiera el denuncio de [nombre], la
hermana mía, que pagaban los muertos, entonces yo fui y lo puse. Y ahí estamos
en esa, en esa pelea porque yo hace… huy, hace como unos... como unos seis
años puse yo eso, la muerte de ella, y ahora poquito fue que me llamaron... ¿eso a
‘nde yo no ha ido?, llevando papeles de ella, fui a [pueblo omitido] a traer la partida
de bautizo y llévelos acá, llévelos allí a Acción Social. Eso he llevado cantidades...
tuve yo ahora poco y me dijeron que no, eso me llamaban, y una doctora hace
como un mes me llamó, de Bogotá, que cuál era la víctima, que cómo había sido el
desplazamiento de [ciudad], entonces yo le conté, entonces me dijo: ‘¿Ella dejó
hijos?, le dije: ‘Uno sólo, pero él es… eso es un desechable’, porque por allá pide
limosna... él anda en unas muletas porque él es fregado de una pierna, lo
accidentó Copetrán. Y de ahí he hecho yo todo lo posible, que pa’ [ciudad], que pa’
ir a buscar todos esos papeles... eso me ha tocao a mí, todo eso me tocó ir a pedir
allá porque no me los mandaban, tenía que ir uno personalmente. Y los traje y
puse el denuncio. Bueno, ahí me tienen pa’ rriba y pa’ bajo pero no me han dicho
cuándo le vamos a dar ‘esto’, porque eso nadie de ninguna manera le pagan a uno
un familiar, así le den la plata que sea eso no recompensa nada. Y ahí estamos,
en ese bololó.
El único hijo que su hermana deja, tal como ha quedado referenciado, se
halla hoy por hoy en un lamentable estado de indigencia, problemática ante la cual
la familia ya no sabe qué hacer y por lo tanto ha preferido, por decirlo de algún
modo, rendirse y dejarlo a su suerte. No obstante, según la entrevistada, este
estado de su sobrino no se debe al hecho de que éste hubiese presenciado el
asesinato de su madre o de que lo hubiesen privado por el resto de su vida de su
compañía, sino a un accidente de tránsito sufrido contra un bus intermunicipal en
el que su pierna quedó permanentemente afectada. Esta situación, en la opinión
de la narradora, lo sume en una depresión que lo lleva al alcoholismo y de este a
la indigencia. Muy difícil es, sin embargo, tratar de suponer cual hubiese sido la
reacción de este muchacho ante vicisitudes tan comunes y corrientes como los
accidentes si hubiese tenido consigo a su madre.
No. Él lo que pasa es de que… pues sí lo afecta un poquito, pero fue que él tuvo
un accidente con un bus de Copetrán, y se lo llevó con todo y carro, él tenía un
Jeep... y se lo llevó y le partió la pierna por aquí. Y él quedó…... Y entonces me lo
traje [de ciudad] y él siguió la tomadera, y eso se degeneró completamente. Por
allá pide, no le digo que pide, me da pena decir eso Pero es la verdad, pa’ qué va
uno a negar que… Eso la doctora de Bogotá me llamó y le dije yo: ‘Doctora, pero
es que él diario borracho de guarapo’. Él habla, y le preguntaron unas palabras y
no supo. Que la doctora le preguntó que quién era la víctima, él me dijo: ‘¿Qué,
qué, qué, qué es vítima?’, le dije yo: ‘Su mamá, que su mamá la mataron, eso tiene
que contestarle que usted es el hijo de su mamá, y a ella la mataron’... no fuimos
capaz de enderezarlo.
Después de que ella y sus hijos varones viven “arrimados” en un lugar y en
otro, la hija de la entrevistada logra comprar dentro de la referida ciudad una
vivienda en la que, según la relatora, “nos metieron” a todos. En ese techo viven
otro tanto de años hasta que aparece la oportunidad de una invasión.
“sufriendo mucho”: la vida en la invasión
[...] yo siempre me hago amistades con la gente, ¿sí?, donde yo vivía nos dijo un
señor: ‘¿Ustedes de dónde vienen?’, entonces nosotros le contamos que de
Barranca, que nos habían… bueno, boletiao y toda esa cosa. Entonces, ‘Uy
Vamos hacer una invasión’, yo dije: ‘¿Invasión? ¿Eso qué es?’... Y ahí entonces
nos dijeron que estaban mirando unos lotes... Bueno, yo a reuniones iba. Me
dijeron: ‘Venga a reuniones y la vamos anotando. ¿Cuántos son vustedes?’.
Entonces yo le dije: ‘Nosotros, soy yo la mayor, la cabeza soy yo, de mis hijos, y
los cuatro hijos, los tres hijos, perdón’. Entonces nos anotaron, y cuando ya nos
metimos a la invasión cada uno cogió su pedacito, ¿sí?, limpiar, meter palos de
noche, enterrarlos y con caucho. Y ahí nos metimos. Eso llegó la Policía al otro día
y eso mejor dicho, eso casi matan la gente. Nos sacaron. Volvimos a la otra noche
y nos metimos, volvieron y nos sacaron, volvimos a entrar. Cuando ya entramos se
nos metió los Derechos Humanos y no sé qué de la ley a ampararnos, ¿sí?, y no
dejaron entrar la Policía más a estropear la gente, porque nos estropearon, eso le
pegaba a la gente, le pegaban a los pelaos, que nos iban a quitar los chinos pa’
echarlos pal Bienestar. Pero ya a los cuatro días, ya como estaba los Derechos
Humanos ahí y no sé qué de la ley… Y de ahí pues ya a los cuatro días armamos
el cambuchito bien, pero entonces con mero plástico por encima. Y llegaba la
gente... y nos llevaban cosas: comida, cauchos, que ropa, así fuera usada pero
tocaba porque uno… que nosotros nos vinimos de Barranca con la mera ropa de
encima, no habíamos comprao ni camas, nosotros dormíamos era en el suelo con
trapos nada más. Y de ahí, cuando ya llegamos ahí pues todo mundo le da a uno,
el uno le da una cosa, un taurete, el otro, ¿sÍ?, y le traían la gente de buenas,
gente buena... pa’ qué, nos traían el mercado ahí y que ropa, que si necesitan una
cama, no la regalaban.
En esta invasión viven aproximadamente cinco años, al cabo de los cuales
las autoridades los reubican junto con habitantes de otros asentamientos, en un
lote en el que le otorgan a cada familia un predio semi-construido que
posteriormente cada quien termina de edificar. Aunque la experiencia de esta
invasión la narradora la recuerda muy sufrida, también parece estar muy
agradecida con la misma, pues halla en este sitio una solución pronta para su
acuciante condición de desplazada. Así lo relata ella:
Sufriendo mucho. Eso sí recuerdo todo. Aguantando hambre, aguantando lluvias,
aguantando… mejor dicho, Dios mío, Señor, que eso sí no se lo deseo yo ni al
más enemigo.... Nos dijeron del monte ese y nos metimos una noche, eso con
caucho…... Pero ya cuando conseguimos la invasión fue una cosa muy maravilla.
Después de Dios, eso, porque ya teníamos a donde no tener pagar arriendo. Lo
que nos daban era la comiita, y con eso era que uno no tenía uno que trabajar.
Porque allá dieron mucha comida para la gente que llegó ahí, antonces uno no se
mataba tanto por la comida, que un poquito de arroz y un huevo, eso se come uno,
eso es comida.
En el nuevo barrio no ha recibido aún una escritura de su casa. Al igual que
los demás vecinos, tiene en su haber unos documentos que, según ella, cumplen
con la misma función que se le atribuye al tradicional documento de propiedad
inmobiliaria. La vida en el barrio, por otro lado, le ha parecido buena, si bien al
principio estuvo perturbada por varios problemas de delincuencia común que la
Policía fue controlando poco a poco.
[...] pues, muy buena gracias a..., pues a largo tiempo pues ya teníamos como
unos tres años de estar aquí fue mucha gente marigüanero, que se metió y eso
robaban y mejor dicho. Ahora es que se ha compuesto este barrio pero… aquí no
llegaba un taxi, lo dejaban a uno era en la loma porque aquí no entraba... y
entonces ya mandaban mucha Policía y entra mucha Policía acá. Y se llevaban,
los cogían presos y se los llevaban y los tenían por allá presos, y así.
“se acordó que tenía en el mundo una persona”: su última experiencia
amorosa
En medio de todo este vaivén de acontecimientos, de manera casi paralela y
subrepticia, la narradora ha venido sobrellevando por estos últimos veinte años
una relación sentimental bastante particular. Estando en la ciudad de donde la
desplazan, tiempo después de haber muerto su tercera pareja, el hombre que ha
sido su segundo compañero conyugal, padre de sus dos últimos hijos, vuelve a
contactarla y a galantearla. Con papelitos y llamadas, embriagueces compartidas y
amigos celestinos, el romance entre la narradora y su “ex” vuelve a abrirse paso.
Hoy por hoy este romance perdura y por la forma en que la entrevistada se refiere
a él, dicho amorío es de aquellas cosas que hacen hoy disfrutar su vida a plenitud.
Ella lo relata así cuando le preguntamos sobre su vida diaria:
[...] así como me ven, yo no me afano por nada. Que llega el papá de los chinos, el
que digo yo que es [chofer], pero nosotros ya hace mucho rato nos distinguimos
otra vez, o sea, somos amigos. Y él me dice: ‘Vámonos pa’ Barranca’, por allá a
llevar un pasajero, porque él trabaja es con carro particular. Entonces yo lo
acompaño y nos venimos en el día, ¿sí?, que: ‘Vamos pa’ San Vicente’, por allá
me voy, que ‘Vamos pa’ Sogamoso’, ‘Bueno’... Con el tiempo nos encontramos, lo
vi yo manejando carro, un camión, cuando yo salí así a la carretera y él me pitó y
me habló: Ay, que quesque él tenía muchos deseos de encontrarme, que no sé
qué y que sí sé cuándo, bueno. Llevaba un viaje de jabón... fue y lo repartió. Me
dijo: ‘Me voy, voy pa’ onde mi papá’, yo dije: ‘Ah, bueno, váyase’. Llegó onde el
papá y me mandó, al rato, me mandó un papel, que nos encontráramos en tal
parte. Bueno, yo miré el papel, me lo leyó una… ‘[nombre de amiga], hágame un
favor léame este papel’, ‘Ay marica’, me dijo, ‘Marica, se lo mandó su marido’, le
dije yo: ‘Ah’, ‘Sí, sí, mire, aquí dice [nombre del exmarido], que la espera allá en la
esquina que pa’ tomasen un fresco’. Entonces yo me bañé, me alisté y me fui.
Duramos hasta las tres de la mañana ahí tomando cerveza [risas]... Y de ahí,
como a las cinco de la tarde, venía mi hijo, el tercero... y le digo yo a él [su
exmarido]: ‘Mire, mire lo que viene allá’, me dijo: ‘Ay, seguro el mozo que tiene
usted’, me dijo así, con grosería, ¿sí?... Enton le dije yo: ‘Fuera el mozo, pues, no
le había dicho’ [risas]... ¿Sí?, no le había dicho ‘Su hijo’, ‘Ay, viene [nombre de
hijo]’, me dijo él. Y eso lo llamó, y eso lo abrazó, mejor dicho, ‘¿Y eso mamá?’, le
dije yo: ‘Su papá que se acordó que tenía en el mundo una persona’, le dije yo...
eso fue como a las nueve de la mañana que me fui yo pa' llá, y a las cinco de la
tarde me encontré yo con el chino. Eso teníamos cervezas tomadas que mejor
dicho. Y ahí se tuvo el chino hasta las tres de la mañana conmigo. De ahí se lo
llevó pa' onde el papá, jarto, y volvió y se... y se perdió de mí otra vez. Como al
año nos encontramos otra vez, bueno, hablamos, tomamos, pero así, como
amigos. Después volvió y se perdió... Se perdió ese señor. Me vine una vez aquí
pa' [nombre de ciudad], que mi hija vivía aquí en [nombre de ciudad], me encontré
con un amigo de él: ‘Ala [nombre de la entrevistada] y qué, que no sé qué, ¿y don
[nombre de exmarido]?’, ‘¿Ju?’. Dijo: ‘No pinga ¿Sabe dónde está...?, en tal parte’,
le dije yo: ‘Deje de hablar mierda’, le dije yo: ‘Yo sí me lo he encontrado pero
manejando camión en Barranca pero ya no sé pa' onde cogería’, dijo: ‘Está
manejando bus... ’. Bueno, él fue y le contó a dónde estaba yo, esa noche se
encontró con él y le contó. Al otro día llegó él buscando esa dirección y la encontró
y ahí nos encontramos; ahí nos tomamos otro poco de cerveza esa noche ahí... De
ahí volvió y se perdió. Bueno, yo arranqué pa' Barranca otra vez. De Barranca fue
cuando volvió y nos encontramos... Cuando ya me boletiaron yo arranqué otra vez,
de aquí, otra vez pa' cá... Ya él llegó a un barrio que vivíamos por allá, no sé quién
le contaría, yo sí no le he preguntado la historia de él. Y le dijo: ‘¿Sabe onde están
sus hijos y la mujer suya?’, ‘¿A ónde Pingo?’, ‘Ah En tal parte están’... Ahí nos
encontramos otra vez. Bueno, ya cometimos errores, ¿sí?, ahora… [risas]... Y así
nos siguimos encontrando, pero yo con los pelaos no les daba a mostrar que
estaba yo con él. Él me llamaba, yo salía y nos tomábamos cerveza y así, él me
mandaba en taxi pa’ la casa y toda esa cosa. Y ahora pues ya viene aquí, ya
tenemos veintitrés años de estar yo con él... Sí, de novios... Pero entonces como
fue un señor tan bueno pues yo no lo… ¿cómo digo yo?, yo no lo desconocí
después de que lo encontré otra vez porque yo lo quise mucho... Y lo acepté
porque los hijos… tengo los pelaos de él, los dos. Y así, ahí estamos... Él viene
acá, se está un rato o se queda y vuelve y se va, y así. Porque él vive con otra
señora. Y entoes así estamos. Y él me llama: ‘¿A ónde está?’... ‘Mire que voy
hacer un viaje pa tal parte, ¿vamos?’, le digo yo: ‘Pues no toy haciendo nada’, me
voy, arranco, tranco aquí y me voy. Y así, y así pasamos.
“Son cosas de que mi Dios le manda a ver qué hace uno, qué piensa uno”:
explicaciones de lo sucedido
La entrevistada dice no tener una explicación de lo que le ha sucedido.
Señala que no saber quiénes mataron a su hermana, ni quiénes la “boletearon” a
ella, ni mucho menos por qué lo hicieron. Tampoco discierne la diferencia entre
paramilitares y guerrilleros y no manifiesta ninguna opinión sobre el conflicto
armado interno, ni sobre el proceso de paz que se viene desarrollando en La
Habana. En cuanto a la atención del Estado, su valoración es ambigua. Aplaude,
por ejemplo, que la administración local del municipio donde reside les hubiese
gestionado un barrio nuevo, reubicándolos de la invasión en la que pernoctan por
más de cinco años; pero por otro lado, critica los continuos incumplimientos del
gobierno central con respecto a los derechos que deben favorecer a las víctimas.
Pues aquí sí lo valoro yo como bueno porque aquí es mucho lo que nos han
ayudado, gracias a Dios. A lo uno tenemos la casita, porque nosotros pensábamos
irnos pa’ Barranca otra vez porque ¿con qué pagábamos arriendo?, sin mis hijos
trabajar ni nada, ya nos tocaba otra vez arrancar pa’ Barranca. Pero ya cuando
conseguimos la invasión fue una cosa muy maravilla... No, eso no..., lo único que
nos cumplieron fue esto, pero el resto no. Ahorita eso los políticos: ‘Que les vamos
a dar esto’, ‘Que les vamos a…’, qué, eso qué, no le dan a uno nada.
La explicación más articulada que tiene sobre los procesos violentos que le
acaecen proviene de la religión. Asegura que “católica” siempre ha sido y siempre
lo será, “hasta que me muera”, dice; eso sí, poco va a misa y por lo regular es
bastante mordaz con los practicantes de otras religiones, cuando de convertirla se
trata. Es desde este imaginario religioso que presupone, toda la violencia y demás
sufrimientos padecidos, como una suerte de prueba divina.
Católica, huy, sí... Hasta que me muera, no voy tanto a la iglesia porque eso sí,
pero hay una misa allí, ahí en el parque, yo voy, que hay una misa allí, allá voy.
Pero que otras religiones, yo las saco a perder... yo les digo: ‘No, yo soy católica’,
y ahí ninguno me saca de esa católica... Pues yo… yo digo que será para señas
de la vida de uno, no ponese uno a insultar ni nada de eso. Son cosas de que mi
Dios le manda a ver qué hace uno, qué piensa uno, que… Entonces eso digo yo,
¿sí?
Hoy en día todos sus hijos se dedican a la transportación: sus tres hijos
varones son muleros y su hija tiene un negocio de transporte escolar. Los
primeros, como lo hemos apuntado más atrás, logran asirse de un pedazo de
tierra en el lote donde se desarrolla la invasión, por ende, cada uno de ellos
obtiene también un predio en el nuevo barrio en el que son reubicados. No
obstante, ninguno de ellos vive ahí, pues tras las separaciones maritales han
dejado dichas casas para sus excompañeras y madres de sus hijos. A ninguno de
ellos le gusta que su mamá hable sobre el difícil pasado vivido, ni siquiera entre
ellos se toca el tema, y cuando por algún motivo la historia sale a flote se
molestan.
[...] ellos no comentan, y yo comento esto y ellos se ponen bravos... Yo no sé.
‘Mamá, eso no diga eso porque eso son… de pronto no sé qué... eso es malo’, que
‘no vaya ponerle a contar a los demás cómo vivimos nosotros, cómo aguantamos
hambre, cómo andábamos empelotos’, y que eso, eso me dicen los pelaos, ellos
no les gusta que yo comente nada de eso.
La narradora ya no espera nada del futuro. Vive, a pesar de su edad, un
efusivo presente. No quiere más dinero ni nada parecido, aunque eso sí, es muy
buena ahorrando. Con una sonrisa y unos gestos de benevolencia simple, solo
espera que algún día Dios se acuerde de ella.
[...] aquí esperar que mi Dios me quite la vida. Sí porque ya la edad que tengo,
¿qué pienso yo que tener plata?, no, lo que mi Dios me da me lo como. Porque
eso sí, yo si me gano treinta mil pesos, me como diez mil, y ahorro. Porque hay
que ahorrar pal día de mañana que uno no tiene onde trabajar. Pero que pensar
uno… ya qué va pensar uno ya esperar que Dios se acuerde de uno.
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