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Caminatas por la ciudad

  Por Damián Tabarovsky |

27/03/2016 | 01:07 

En Lihn. Ensayos biográficos, publicado recientemente por UDP, RobertoMerino transcribe de La danza de la realidad, las memorias de Alejandro

Jodorowsky (alguien que alguna vez tuvo un pasado interesante, y que desdehace largas décadas ha caído en un patetismo irremontable: escribir sunombre ya me da vergüenza ajena), un fragmento impecable sobre el estilourbano de Enrique Lihn, en ese entonces un adolescente: “Alguien me dio sudirección y, tarde en la noche, lo fui a buscar a su casa (…) Me miró desdeuna profunda lejanía (…) ‘¿Quién eres? (…) Toma este sombrero y estebastón y vamos a caminar’ (…) Avanzamos por las avenidas hablando de miltemas. Fuimos a dar frente a un árbol. Sin ponernos de acuerdo nos trepamospara sentarnos en una rama y allí, como dos enormes búhos, continuamoshasta el alba”. El libro de Merino –discreto y perfecto a la vez – da cuenta deinnumerables escenas de ese tipo, en todas las situaciones imaginables: bajo

el modo de chaplinescas escenas de golpes de puño, de mudanzas, deabandonos sentimentales, de odios perdurables. Merino, maestro en el artede la crónica urbana, sitúa a Lihn con el fondo escenográfico de la ciudad, ycon la caminata como medio de transporte ideal (con la excepción del pasajeen que describe a Lihn al mando de un Austin Mini, con el que choca una yotra vez). Nombres de calles, de barrios, de cafés, de restaurantes, la amistadliteraria aparece como básicamente citadina, como un modo del andar por laciudad.

En El arte de la fuga –publicado por Era en México, que compré en la viejaGandhi de la calle Montevideo – Sergio Pitol incluye un texto a la altura del de

Merino, llamado “Con Monsiváis, el joven”. El comienzo ya marca el tono: “Undía de 1957. Espero a Monsiváis en el Kikos de la Avenida Juárez, frente alCaballito”. Así arranca una larga semblanza de Monsiváis (“Mi más entrañableamigo”), que en verdad es una insuperable crónica de la vida intelectualmexicana de fines de los años 50 y principios de los 60, marcada por elcallejear, el ir de un lugar a otro, e incluso por un pensamiento que suponíaque la excesiva influencia de la calle era perjudicial para el trabajo intelectual:“Insistíamos con todas nuestras fuerzas para que el estruendo de la calle noagobiara nuestras lecturas, y que en el caso de incidir en nuestrasconversaciones, no las abrumara ni empobreciera en demasía. Ibamos a loscine clubs de siempre, a los cafés, al teatro, nos visitábamos con igual o

mayor frecuencia, conversábamos sobre todo tema posible; en especial,sobre literatura”. 

Los recuerdos de Jodorowsky sobre Lihn, y los de Pitol sobre Monsiváis,tienen otro punto en común: la juventud. ¿Serán la conversación intelectual, eldescubrimiento, la deriva y la caminata compartida el modo juvenil de hacersede la ciudad? No lo sé. Al contrario, Merino da una hermosa descripción deLihn, de un Lihn ya adulto: “Como si dispusiera de extensas brechas detiempo entre sus actividades diarias, con él se podía fatigar las calles de laciudad sin preocuparse por el destino inmediato. Lograba que las caminatasde a dos se convirtieran en una fluida sincronía temática, y a menudo lanzaba

observaciones sobre cualquier cosa: una estatua, un caserón, el título de unode los diarios de un quiosco, la cara de una persona”. 

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