Se le avecinó la tarea. Se le arraigó el factor
sorpresa. En cuanto a los dedos: le crecieron
peregrinamente. Y esto no es sólo una forma de
decirlo. Ha añadido otra oración más a su larga
obra. Lleva casi treinta años. Y es horripi-
lante verlo embrutecerse de la cueva a la fiesta
y de la fiesta a la cueva- como dijo el General-
. No hay remedio, está tardando mucho; los dedos
ya no le piensan por él. En el frente, han hecho
enviar un mensaje, a través de los tambores. El
intérprete ha dicho: volver a la insólita po-
sición. Entonces la adopta. Se para en el dedo
mayor, y trenza las piernas. Lleva tiempo lo-
grarlo. Entre la fiesta y la cueva la brisa es
su Eva. Piensa en López, el travesti que se
convirtió en “su mujer”. De voz ronca, ori-
ginal de Laponia. En eso irrumpe de súbito la
vanguardia enemiga. Incautan los sámbuches. La
foto de López, el cielo azul en celos, la flauta
dulce, el mar, las cornisas de la risa empinada,
el vino patero del sinsentidismo. “Si todo se
desconcatena” piensa “no asumo mi rol colec-
tivo”…