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P. FELIX DE JESUS ROUGIER M. SP. S.Fechas y acontecimientos más significativos
De 1874 a 1878 hace sus estudios de enseñanza
secundaria en Le Puy (Haute-Loire), en La Cartuja,
seminario menor que dirigían los sacerdotes diocesanos.
El 28 de septiembre de 1874 ingresa al noviciado
de la Sociedad de María en Sainte-Foi-lés Lyon, lleno de
entusiasmo por la vocación misionera. Se caracterizó por
ser un novicio fervoroso, distinguiéndose en el
conocimiento y el amor por la Palabra de Dios,
especialmente de los evangelios. Destacó por su peculiar
y tierna devoción a la Virgen María. El año siguiente, el
24 de septiembre, hace su profesión religiosa.
El año de 1878 inicia sus estudios de filosofía en
Belley (Ain). De 1880 a 1882 se desempeñó como
profesor en el Colegio de San José en Tolón,
demostrando su aptitud para el magisterio. De 1882 a
1884 ocupó el cargo de prefecto de disciplina en el
Instituto Santa María en Seyne-sur-Mer (Var),
concluyendo al mismo tiempo sus estudios filosóficos.
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Nace el 17 de
diciembre de 1859 en
Meilhaud, pequeña
población de Auvernia, en la diócesis de
Clermont, Francia. Es
bautizado al día
siguiente. En su familia
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En febrero de 1902 llega a la ciudad de México, para ocupar el puesto de superior y párroco de la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes.Encuentro providencial con la Sra. Concepción Cabrera de Armida, en el que nace la vocación del P. Félix a las Obras de la Cruz.
En 1884 va a Barcelona para realizar sus estudios
teológicos. Terminado el tercer año es ordenado
sacerdote en la ciudad de Lyon. Luego regresa a
Barcelona, donde concluye sus estudios de teología
y es al mismo tiempo profesor de Sagrada
Escritura, actividad que se prolongará por ocho
años. El P. Félix consideraba esta experiencia
como una de las más grandes gracias de su vida.
Del año 1895 hasta inicios de 1902, el P.
Félix se consagra a una fundación de la Sociedad
de María en Colombia, primero en Neiva y después
en Ibagué. Ahí pudo hacer realidad su sueño
misionero. En ambas ciudades se desempeñó como
director de colegio, elevando el nivel intelectual, moral y
espiritual de los alumnos. En Ibagué, además, proyecta su celo pastoral en la
inmensa parroquia, prodigándose en la atención a los pobres, en el trabajo por las vocaciones a la vida
religiosa y como administrador y capellán del hospital militar, en la llamada guerra civil de los "mil días".
Viaja a Francia en 1904 y solicita el permiso para fundar una nueva Congregación. Sus
superiores le niegan el permiso y lo envían a Barcelona, donde permaneció cinco años.
Luego será destinado a Saint-Chamond (Loire) por otros cinco años. Fueron diez años de
paciente y sufrida espera, de obediencia fiel, heroica y alegre y de dura prueba en la fe. Años en los que
se acrisolaron las virtudes del P. Félix, época en la que se forjó el santo y el apóstol, tiempo de
crecimiento y fecundidad insospechados.
El Papa San Pío X aprueba la fundación del nuevo Instituto, en diciembre de 1913. El 25 de
diciembre de 1914, contando con el permiso de sus superiores, el P. Félix funda la Congregación de los
Misioneros del Espíritu Santo en la ciudad de México, en el Tepeyac, bajo la protección de la Virgen de
Guadalupe, cuando la nación mexicana estaba "en agonía" a causa de la Revolución, que degeneró en
violenta persecución religiosa.
Del año 1914 hasta el año de su muerte, el P. Félix vive en la ciudad de México. Ahí gastó y
desgastó su vida buscando la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Solía decir: "cuando sé que
una cosa es de Dios, me gusta hacerla pronto". Su corazón estaba lleno de celo y de esa creatividad que
es fruto del amor apasionado a Dios y a los hermanos. Por ello emprendió numerosas iniciativas
apostólicas, respondiendo así a las necesidades que encontraba a su alrededor. Entre otras obras,
además de los Misioneros del Espíritu Santo fundó también tres Congregaciones religiosas femeninas:
las Hijas del Espíritu Santo, cuya misión es la educación de la juventud; las Misioneras Guadalupanas del
Espíritu Santo, que dedican su vida a la evangelización, especialmente de los indígenas; las Oblatas de
Jesús Sacerdote, cuyo fin es colaborar en los seminarios, imitando a María en los años de Nazaret.
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El 10 de enero de 1938 pasa de este mundo a la casa del Padre, dejando a sus hijos su
testamento espiritual y su bendición. A partir de entonces, ha crecido su fama de santidad.
El 1 de julio del año 2000, el Papa Juan Pablo II, declara solemnemente, mediante un Decreto,
que el Siervo de Dios Félix de Jesús Rougier es Venerable, porque practicó las virtudes en grado heroico.
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SEMBLANZA DE SU VIDA ESPIRITUAL
Acercarse a la figura del P. Félix Rougier es encontrarse con
una personalidad rica y polifacética, tan atractiva como vertiginosa. El P.
Félix impresiona, como diría uno de los censores romanos de sus
escritos, "no por una cualidad extraordinaria en la cual hubiera
sobresalido, sino por un conjunto de cualidades naturales y
sobrenaturales que rara vez se encuentran reunidas en un solo
hombre".
Félix de Jesús, hombre de Dios y servidor de sus hermanos,
que se dejó llevar por el Viento del Espíritu. Lleno de ese fuego que
Jesús trajo a la tierra, parece que Félix de Jesús lo quiere todo. Su
corazón es un caudal de anhelos y sueños, rebosante de utopía y
esperanza. Da la sensación de una avidez impresionante: quiso vivir
con amor apasionado todas las devociones, solucionar todos los problemas, responder a todos los gritos
y clamores de su época, llenar todos los vacíos, darse a Dios sin medida alguna, amar a todos los
hombres.
Con obediencia perfecta y ternura entrañable amó al Padre Dios; siguió a Jesús y vivió unido a él
hasta un amor de cruz; se dejó llevar dócilmente por el Espíritu y fue apóstol incansable para darlo a
conocer; con indecible confianza y con un amor "apasionado, sólido y entusiasta" se cobijó a la sombra
de la Virgen María; admiró la figura silenciosa, obediente y recia de San José; sintió la compañía
misteriosa de su Angel de la Guarda; fue amigo de muchos santos, los seguidores incondicionales de
Jesús. Nadie le fue indiferente, ninguno lo sintió lejano. "Todo de Dios"… "Todo de sus hermanos"…
Recorrió muchos caminos, todos con intensidad: joven de honda inquietud misionera, novicio
fervoroso y penitente, enfermo de artritis en su mano derecha por varios años y la gracia de su curación
por intervención de Don Bosco, profesor de Sagrada Escritura, religioso observante y buen hermano ("el
más marista de los maristas", se decía en la Sociedad de María), sacerdote solícito en favor de sus
hermanos, lleno de celo por las cosas de Dios ("cuando sé que algo es de Dios, me gusta hacerlo
pronto"; "a mí no me cansa jamás oír hablar de Dios"), hombre de obediencia heroica, sufrida y silenciosa
en la que se acrisolaron las virtudes del P. Félix, y se forjó el santo y el apóstol.
Hombre profético, de visión penetrante y de oído atento, de esos que se saben orientar por los
signos de Dios en medio de tiempos recios. En el contexto social de la primera guerra mundial, de dos
revoluciones vividas de cerca (Colombia y México), padeciendo en carne propia la persecución religiosa,
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testigo de una nación en agonía, tocando el dolor del hombre y las consecuencias desastrosas del
pecado… se dejó llevar por el Viento de Dios, supo vivir en unión íntima con Dios, amado por encima de
todo y a costa de todo, exploró los caminos de la ascesis y la experiencia mística.
La espiritualidad del P. Félix se podría sintetizar en estas pocas palabras: "Mi método de vida
espiritual: vivir cada hora bajo la mirada amorosa del Padre, en unión con el amado Verbo Encarnado,
Cristo Jesús, bajo la acción del Espíritu Santo y a imitación de María Santísima, Madre de Dios y
nuestra". ¡Todo un programa! Tan sencillo y tan exigente. Como la santidad. Solía repetir con fuerza
lapidaria: "Dios, Dios, Dios"…; "Jesús, Jesús, Jesús"… Y recomendaba con vehemencia la unión con él:
"la unión, la unión, la unión"… Decía que ahí está el secreto de la santidad, el todo de nuestra pobre y
preciosísima vida.
De esa intensa unión que vivía con Dios, brotaba su actividad apostólica, igualmente intensa y
asombrosa. Dios se adueñó de su corazón y lo colmó de un ansia insaciable del bien y la salvación de
todos. Con la creatividad y la audacia que distingue a los hombres de Dios, se puso todo él en juego,
empeñó todos sus talentos y dotes de organizador y apóstol: fundó colegios, trabajó para crear
hospitales, organizó asociaciones en favor de los pobres, investigó las Sagradas Escrituras, ayudó a
muchas congregaciones religiosas a renovarse, fue consultado por los Obispos de su tiempo, trabajó por
la formación de los futuros sacerdotes, fundó cuatro congregaciones para responder a las necesidades
de su tiempo, fue director espiritual de incontables personas, desarrolló una intensa actividad epistolar,
creó revistas, originó una imprenta, escribió libros, instituyó una agrupación por la conversión de los
judíos. Y podríamos continuar… Uno se pregunta cómo le alcanzaba el tiempo para tantas cosas
Alguien pensaría que el P. Félix habrá sido uno de esos típicos hombres que "no tienen tiempo
para nada", tan sumergidos están en el activismo. No, quienes lo conocieron (todavía viven unos cuantos
hoy, a inicios del 2002) atestiguan cómo se preocupaba por cada uno, nadie se sentía anónimo ante él,
conocía a cada uno por su nombre, se interesaba por su familia, por su salud, por su estado de ánimo,
por su vocación, por su vida espiritual… Sus numerosísimas cartas están llenas de detalles y pormenores
personales donde se ve cómo cada uno era especial y singular para él.
Asomarse a la vida y obra del P. Félix produce una sensación de vértigo. Es como un río de
fuerte caudal, que va dejando vida por donde pasa. Hombre de contrastes, posee un "conjunto de
cualidades naturales y sobrenaturales que rara vez se encuentran reunidas en un solo hombre". Sólo el
Espíritu pudo armonizar en él las fuerzas contrarias: un temperamento fuerte y recio, de carácter
intransigente, unido a una ternura conmovedora; una contemplación e interioridad intensas combinadas
con un despliegue impresionante de actividades, obras, organizaciones, fundaciones; un temple irascible
fusionado a una voluntad obediente a toda prueba; una capacidad enorme de "sueños" y al mismo tiempo
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realizador, emprendedor; enamorado y atrapado por Dios, y con los pies en la tierra, prodigándose en
obras en favor de los hombres…
¿En dónde está el secreto por el que el P. Félix pudo integrar y armonizar todo esto y de donde
procede toda su fecundidad espiritual? Sin lugar a dudas, del único principio del que viene toda vida y
toda armonía unificadora: de Dios…Dios…Dios… del que Félix de Jesús estuvo enamorado y
experimentó y vivió como Padre… Hijo… y Espíritu Santo…
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