LEÓN FELIPE
FUNDAMENTOS DE
POÉTICA
Óscar García Marchena
Oda rota (fragmento)
Al gran mago de Roma y al gran dogo de Inglaterra
¿Qué creíais? ¿Qué creía el gran dogo? ¿Qué la frente de los poetas era una bóveda blindada, como las criptas imperiales de Inglaterra y los refugios subterráneos de la City? ¿Qué creíais?... ¿Qué creía el mago de Roma? ¿Qué la canción estaba defendida por un cerco volante de pétreos cardenales engrapados, como la tiara de los Papas? Londres es invencible Y Roma es inmortal. Pero, ¡ay! El poema es más frágil que el manto de las hadas. ¡Se ha salvado el Vaticano!... ¡Aleluya! EL Vaticano y lo que entregásteis a los topos, gentlemen, Lo que escondísteis con astucia Entre algodones y espesas telarañas En las cuevas recónditas del Támesis: La corona imperial, Las insignias del lord, Y la peluca barroca del juez, la vara de medir Y los troqueles esterlinos. Con las carlangas y los lorigones Que os ciñeron los yanquis, de férreas púas erizadas, Defendísteis feroces Todo lo que custodian los bull-dogs: El palacio, La lonja, El parlamento Y los altares llenos de bellotas y de estiércol Donde siguen haciendo transacciones los mismos mercaderes que sobornaron a Caifás. Todo lo que se pesa, todo lo que se compra, Todo lo que se mide y que se cuenta, Lo habéis defendido como perros Y todo se ha salvado... ¡todo!... Pero habéis asesinado los sueños, ¿Oísteis? ¡Habéis asesinado los sueños! Negociaréis la paz. Mañana negociaréis la paz. Con esa pluma larga de los abogados y los estadistas, De los nuncios y los cancilleres,
De los agiotistas y de los banqueros; Con esa pluma ubicua –garrocha y pértiga- De los chalanes, de los cuervos y de los coyotes; Con esa pluma negra que hunde sus hocicos de oro En un pozo de sangre y en otro de betún, Mañana se firmará la paz. Pero los poetas están locos... ¡locos! Y no habrá quien componga la canción de la victoria. ¿Oísteis? No habrá quien componga la canción de la victoria. Yo he perdido el ritmo, la música y el juicio... ¡He perdido el juicio! Tomadme el pulso, Sonad mis huesos, Auscultadme la frente... Todo está roto aquí. Que canten vuestras victorias los barberos que tienen aún
templada la bandurria. ¡Llamad a los barberos razonables! ¡Los poetas están locos! Y ¿qué otro cosa puede hacer el hombre más que enloquecer? ¿Puede hacer otra cosa? ¿Hay otra escalera? Si por lo menos se le hubiesen reventado los oídos Y no pudiese escuchar hacia dónde disparan los cañones... O si le hubiesen vaciado los ojos Y no pudiese decir quién es el verdadero asesino de la Justicia... O si le hubiesen cortado los brazos Y no pudiese tocar el cadáver agarrotado del mundo... ¡Ah! ¡Si yo estuviese ciego y sordo y con las mangas de la camisa vacías, movidas por el viento, clavado en medio de una viña, asustando a los pájaros! Pero estoy loco... Hay balas silenciosas que apuntan al cerebro. Presentaré la dimisión. Aquí está mi renuncia. Os entrego mi silla, Mis honores y... mis honorarios. O mejor, degradadme vosotros. Honradme degradándome vosotros. Quitadme los galones de un habitante de la Tierra, Rasgadme el uniforme de los seres humanos... Arrancadme la piel porque soy un traidor a vuestras leyes, A vuestra política Y a vuestra religión. Y si hay una bala en vuestros códigos para esta traición, Me la tragaré como un garbanzo; Y si podéis encender una llama todavía en este mundo yerto, para quemar los herejes, encendedla, avivadla, acercadla a mis huesos... y honradme con ella porque será el último fuego glorioso que quede ya sobre la Tierra.
Entre tanto... Dejadme aquí desnudo en la montaña, Dejadme lamentar aquí, desnudo, desollado, Entre las ruinas de mi anatomía: ¡Yo soy el loco de la pista! ¡Si fuera el empresario o el elegante caballero que camina en el alambre, con un puro encendido en la boca y un paraguas en la mano para guardar el equilibrio y asombrar a la concurrencia! Pero soy el loco despistado de la pista... Yo soy el loco giboso de la pista... Tengo dos jorobas purulentas en los sesos. ¡Ah! ¡Si yo hubiese inventado la manera de dominar el mar... la amargura del mar... O si le hubiese amputado el pico al pájaro del pecho para que no le perturbase la blanca impavidez de las pecheras almidonadas.
León Felipe
Este poema, “Oda rota”, conforma una galería bastante representativa de los
diversos motivos poéticos de León Felipe, así como de sus preocupaciones vitales más
claras, que se muestran ya desde el título y el epígrafe; “Oda rota” nos habla del tema de
la composición: el estado de la poesía, “rota”. El epígrafe revela ya el anticlericalismo
del autor: el “gran mago de Roma” es una clara referencia al Papa, al que dirige esta
“Oda rota”, como representante del poder espiritual, junto al “gran dogo de Inglaterra”,
encarnación del poder terrenal.
Comienza el poema con una invocación al lector plural, que es todos los lectores,
toda la humanidad: “¿Qué creíais?” La presencia continua de estas apelaciones a lo
largo de todo el poema, junto con las expresivas exclamaciones retóricas (tan sólo dos
estrofas de este fragmento carecen de ellas), la expresividad de las suspensiones (once
en estas casi diez estrofas), y de las interjecciones “¡Ay!”, “¡Ah!”, y los numerosos
imperativos –tan expresivos y a la vez tan poco usuales (“tomadme”, “honradme”,...),
todo ello nos presenta un poema como una apelación al hombre, un mensaje, una acto
de comunicación lleno de expresividad, quizás como grito: las apelaciones no son mera
retórica expresiva, sino el medio de hacer llegar al lector su mensaje con la mayor
eficacia, lo más directamente. El poema, como representante de la Poesía, es un
desgarro, una denuncia, un descubrimiento al mundo.
A esto hemos de añadir el hecho de que el contenido es bastante claro y la forma
da la sensación de ser espontánea: estrofas de longitud variable, rima inexistente y
ritmo irregular. La intención del poeta es manifiesta: para León Felipe, la rima
academicista y el ritmo esclavizan el verso, son las cadenas que le privan de la libertad
de expresión clara, y él busca conscientemente la claridad, la forma que llegue al
público con la mayor eficacia y más intensidad. Por esto los versos oscilan entre el
trisílabo (“la lonja”) y el verso-prosa (“O si le hubiese amputado el pico al pájaro del
pecho para que no le perturbase la blanca impavidez de las pecheras almidonadas”).
El verso libre es, pues, expresión de lo natural, de lo opuesto al artificio, porque
para León Felipe hay poetas artesanos, amantes de la palabra, y poetas comprometidos,
como él, que buscan la Poesía a través de la idea, y de su acercamiento a la realidad. De
este modo, siguiendo su ritmo personal (él mismo decía que cada poeta debía buscar el
ritmo propio en su interior), se dirige al lector con una aparente espontaneidad que
hace pensar en un poema concebido directamente por la inspiración. Sin embargo, el
análisis del fragmento nos revela lo contrario. Las repeticiones de algunos versos o
palabras (“¡Habéis asesinado los sueños!”, “loco”, “mar”) están pulcramente dispuestas
al final de cada estrofa de forma paralela con intenciones claramente expresivas.
Aunque es la espontaneidad mandamiento básico de la poética de nuestro autor, es una
espontaneidad “trabajada”, la “espontaneidad” es inherente al poema, no al poeta, y por
lo tanto, parte de la intención de claridad del autor y supeditada a ésta. El vocabulario,
asimismo, dista de ser espontáneo: dos americanismos, “chalán” y “carlanga”, junto con
palabras de uso tan técnico como “troquel” o “agiotista” y con alguna referencia bíblica
(“...a Caifás”) alejan el poema de esa apariencia de naturalidad extrema que podría
anunciar la presencia de extranjerismos como “gentlemen” o “bull-dogs”.
Al adentrarnos en el contenido del poema reforzamos nuestra convicción de
estar ante un poema trabajado: a pesar de la claridad que anuncia su poética, el
fragmento está construido con impactantes metáforas y analogías que, aun siendo
claras, distan de ser transparentes. En la primera estrofa se presentan su idea del poeta,
en los cuatro primeros versos, y su idea de la poesía, en las cuatro restantes. Tras
anunciar en el título el estado de la poesía como “rota”, la primera estrofa es la
presentación a modo de flashback, justificando ese estado por el carácter del poeta y la
poesía. Mediante apelaciones irónicas enuncia la fragilidad, la indefensión de ambos,
en comparación con la fortaleza del poder terrenal y espiritual. Niega la concepción de
la Poesía como instrumento al servicio de la Iglesia, y la califica de “canción”, salmo que
el poeta dirige al mundo, diferente del que el sacerdote dirige a sus feligreses en que
éste está rígidamente sujeto a sus intereses. De este modo, afirma la poesía como libre,
que se ha “roto” por no someterse.
Critica irónicamente a la Iglesia, que ha sobrevivido (“¡Se ha salvado el
Vaticano! ¡Aleluya!”) por esconderse. Es una clara referencia a su experiencia de
desencanto por la Iglesia, por aliarse con el gobierno dictatorial tras la guerra civil para
defender sus propios intereses. Enuncia en el poema la salvación del poder regio, la
nobleza, la justicia y la riqueza, con la ayuda de “los yanquis”, de sus “lorigones”, frente
a la delicadeza de la Poesía: “mas frágil que el manto de las hadas”, frontera entre
realidad y magia. Continua su ataque feroz a la Iglesia, a su corrupción (representada
en la figura bíblica de Caifás), la hipocresía y la falsa religiosidad.
De este modo, según va reconstruyendo la historia nos damos cuenta de que se
refiere a la caída de la Poesía en la guerra civil, la desaparición de la verdadera poesía a
favor de lo que se ha mostrado anteriormente. En esta situación, la figura del poeta es
clave; además del portavoz que se revela en la sustancia misma del poema, nos muestra
una figura de creador “loco”, incapaz de servir de instrumento para la gloria. “Barberos
razonables” son aquellos poetas artífices que hacen juego con las palabras, música y
ritmo para cantar alabanzas vacuas a los vencedores.
El verdadero poeta se ha desquiciado por no poder soportar la realidad tan
cruda, la crueldad y la injusticia que le rodean. El poeta, como mediador entre el
hombre y Dios, como pararrayos celeste, se ha vuelto loco porque su función es activa,
revolucionaria, en el mundo, denunciadora de sus males y remendadora de éstos; pero
su capacidad de actuación está completamente limitada en un mundo desgarrado, y no
le queda más remedio que leer la realidad quijotescamente, como proyección de lo que
debería ser, y no de lo que es. Igualmente, su locura no es más que una interpretación
más lúcida del Mundo, la de la Poesía que acerca al hombre y que éste mismo ha
liquidado a favor del poder. La ha eliminado, y ya el poeta es portador de algo que el
hombre no puede entender, que está fuera de sus códigos y por lo tanto, loco. Tras ese
desgarro, el poeta, que es acción, queda loco como resultado de una frustración por no
poder actuar, a no ser que quede amputado, ciego o sordo: incapaz de percibir la
realidad del Mundo. Aquellos que mantienen la cordura se convierten en
espantapájaros, en poetas-cantores sin otra función que la de decorar los huertos
escondiendo con música y ritmos y sonoras palabras lo inefable de la vida. Es curiosa la
posible analogía de este “espantapájaros” con la situación del poeta sin espacio en una
sociedad burguesa que ya preconizaba Rubén Darío en Azul... (El rey burgués) La
diferencia es que éste se queda sin sitio en un mundo que sólo se preocupa por el
carácter práctico de las cosas, y aquél huye conscientemente de él, lo rechaza indignado
por su traición a la Justicia.
Pero más evidente es la idea de la locura del poeta como una armadura, una
coraza que le permite ser el loco-bufón que denuncia todas las verdades y al que todo se
le perdona por una compasión que deviene de la inocencia de su defecto, de su falta de
integración. Y es que el poeta se nos presenta como un “outsider”, un ser marginal que
se escinde del mundo y nos habla de él en tercera persona porque se avergüenza de él y
se rebela y huye. Es la figura del estilita que se destierra del mundo para contemplarlo
desde fuera, porque sólo desde ahí, cercano a Dios y lejos de la injusticia puede
sobrevivir; sale del libro de Injusticia que es el Mundo para dejar de ser un personaje y
ser un lector objetivo, no desquiciado, pero no puede librarse de su cuerpo, de su
materialidad, y la misma presencia de éste en el mundo le denigra a la categoría de loco
la ceguera de sus congéneres. Pero el poeta no se evade; sale de sí para poder seguir
actuando – el Poeta es compromiso, es acción-, loco por consecuencia o por escudo
consciente. Es un loco que denuncia la Injusticia.
Asimismo, el poeta parece complacerse en ese rechazo como en un alarde de
orgullo masoquista: “Honradme degradándome”, “si hay una bala(...) me la tragaré”, “si
podéis encender una llama(...)honradme con ella porque será el último fuego
glorioso...” El poeta busca conscientemente el sufrimiento, no ya como única salida
(“¿Hay otra escalera?”), sino como catarsis, como receptor del doloroso rayo de la
Poesía, como la forma misma de ser y sobrevivirse como poeta, porque como poeta,
aunque esto le lleve a la locura, puede acceder al conocimiento que le acerca a Dios , a
los hombres y a sí mismo.
Con todo esto tenemos un modelo de poeta existencial, mártir frente a los
incondicinales del Mundo, pero también político y social, denunciando las
irregularidades con óptica crítica e intención modificadora. El poeta es a la vez profeta
y disidente, que acabará crucificado en la locura, y la Poesía es el salmo, expresión de
esa denuncia e instrumento de conocimiento, catalizador de la verdad, y confesión de sí
mismo ante Dios, ante el Mundo y ante sí mismo. La Poesía, de este modo, es la esencia
del poeta, que no existe sin ella. Él es sólo el continente material de la Poesía, que
pervive a través de los tiempos y se perpetúa en las figuras del poeta.
Estos son, pues, los aspectos básicos en la poética de León Felipe que pueden
vislumbrarse en este fragmento. Unos elementos pueden colegirse de la realidad misma
del poema, es decir, por la forma, como su conciencia romántica de la inspiración; otros
están ausentes, como la concepción del sueño como refugio en los momentos más
agrios de la existencia. En general, podríamos concluir que, lejos de la honda reflexión
filosófica de León Felipe, y de sus particularidades más extremas, su concepción
general de la poesía, de tintes románticos, y su teoría existencialista están más cerca de
la sensibilidad actual que muchos de sus más prestigiosos contemporáneos.