OBSESIÓN BRILLANTE
Todo empezó el día en que me hallaba en mi casa haciendo cuentas, cuando de pronto vi que
tenía el precio exacto de aquello que llevaba deseando, si no toda mi vida la mayoría de esta. Esa
cosa era muy especial para mi, tanto que quizás mi obsesión por tal era excesiva. Era un precioso
diamante que vendían el la joyería de la esquina de mi casa. Ese diamante había permanecido
intacto en el escaparate desde que yo era un niño. El diamante era mi vida y, ahora que tenía la
suficiente cantidad de dinero para comprarlo, no lo dudaría más. Ese diamante sería mío. Aquella
misma tarde me dirigí a la joyería. En la calle llovía y hacía frío. A pesar de eso nada impediría que
comprara el diamante, o quizás sí. Cuando llegué a la joyería, me di cuenta de que el diamante no
estaba en el escaparate y entré a preguntar. Nada más abrir la puerta vi a un hombre completamente
tapado. Llevaba chubasquero porque llovía, cosa que dificultaba ver la identidad del individuo.
Recorrí al personaje con la mirada y en la altura de las manos pude ver como sostenía el diamante y
con la otra pagaba en efectivo. No me dio tiempo a reaccionar cuando él salía por la puerta de la
tienda. Salí inmediatamente detrás de él y le seguí hasta un callejón sin salida. Nada más había un
edificio que, por su aspecto, debía tener un mínimo de 15 años. El edificio se camuflaba con las
paredes de su entorno. Tenía un portal de madera de roble barnizada. Un poco más arriba había un
cartel metálico con el número 13, que correspondía al número del bloque de pisos. Debían haber
unos 5 plantas y todas ellas tenían dos ventanas del mismo material que la puerta que daban a la
calle. Arriba de todo se veía un terrado abandonado de los mismos tonos que el ladrillo de la casa.
El individuo entró al edificio y se perdió en la oscuridad de este. Yo volví a mi casa pero no os
penséis que me rendí. No, al contrario, mi obsesión por conseguir el diamante se hizo más fuerte y,
una vez estuve en casa, pensé en un plan para obtener el diamante y, por supuesto, para vengarme
de aquel hombre que me había arrebatado mi vida.
Al día siguiente me desperté temprano. Ya no llovía pero seguía haciendo frío. Me puse un
abrigo de piel, cogí los guantes y me dispuse a salir a la calle. Andaba a paso lento pero constante,
nada me hubiera parado. Finalmente llegué al callejón en le que vivía aquel hombre. Fijaos con que
astucia había creado mi plan, con tanta astucia... ¡Nadie habría sospechado! ¿Queridos lectores, de
verdad creéis que estoy loco? Si lo creéis estar atentos a los acontecimientos que sucedieron
después. Llamé al interfono pero como no sabía en que piso vivía ni como se llamaba, contesté que
era el cartero. Una vez dentro del edificio hice guardia hasta que saliera de su casa. Vigilé dos horas
seguidas sin descanso. A la una y media exactas conseguí dar con el señor. Era de aspecto juvenil,
no muy alto pero muy delgado. Tenía el pelo de tono castaño claro y un poco alborotado como si se
acabara de despertar. Una nariz fina y puntiaguda y unos ojos verdes y brillantes que me miraban
con sorpresa. Nada más verme me preguntó sutilmente si era el señor de la joyería y deduje que era
mi víctima. Se mostró muy agradable y me invitó a merendar. Yo acepté la invitación y quedamos
para el día siguiente. Volví a casa y me puse a leer la novela de Agatha Christie “Matar es
fácil”por tal de coger ideas para mi crimen. Me decidí por el veneno. Durante el día siguiente
estuve planeando todo. A las cuatro y media preparé todo lo necesario. Cogí mi abrigo y en el
bolsillo me puse un pequeño frasco de cristal que contenía un líquido transparente. Seguidamente
me puse unos guantes de lana, abrí la puerta y salí a la calle. El cielo estaba claro y azulado. El Sol
brillaba pero no calentaba lo suficiente para salir a la calle sin guantes. Caminé hasta la casa del
chico y llamé al timbre. Subí hasta el rellano donde me estaba esperando y me invitó a entrar al
piso. Nada más entrar me sorprendió el tamaño del piso. Des de fuera parecía no mucho más que un
apartamento pero por dentro se veía el tamaño real de este. Al cruzar la puerta topé con un recibidor
bastante acogedor. El suelo era de parqué y las paredes estaban pintadas de un tono granate. Había
una cómoda dorada de tres cajones y un perchero cargado de ropa. Seguidamente estaba la sala de
estar que enlazaba con el comedor. Las paredes y el suelo eran los mismos en toda la casa excepto
en el salón donde en el suelo lucía una bonita alfombra de estampado floral. También habían dos
cómodos sillones que hacían juego con un gran sofá. El el centro de estos había una mesita
decorada con un jarrón de tulipanes. En la parte del comedor había una gran mesa central rodeada
por cuatro sillas. Al final de esta había una puerta que conducía a la cocina. La cocina era bastante
pequeña pero estaba muy limpia, por lo cual se deducía que allí no se cocinaba mucho. Había lo
indispensable: una nevera, un armario de almacenaje, un lavaplatos, fogones, un horno, un
microondas y una cafetera. En la otra parte de la casa habían dos habitaciones, un lavabo y una
biblioteca, a los cuales se accedía por un pasillo. Una vez me hubo enseñado todo el piso, me invitó
a tomar una taza de té. Me hizo sentar en uno de los sillones y me ofreció pastas. Estuvimos
entretenidos charlando y cuando fuimos a hacer una segunda ronda de té, le dije que no se
molestara, que ya me levantaba yo. Una vez en la cocina, preparé dos tazas de té y añadí el veneno
en una de ellas. Con tal de no equivocarme de taza, le serví primero la suya y luego serví la mía.
Una vez hubimos acabado de merendar, empezaron los efectos del veneno. Se encontró mal y se
dirigió al lavabo. Se estuvo tanto rato que deduje que ya había muerto. Busqué el diamante por toda
la casa. Lo encontré en la habitación del chico y me lo metí en el bolsillo de la chaqueta. Después
saqué al cadáver del lavabo y lo dejé en el rellano. Me preparé para salir de aquel piso, cerré la
puerta de este con llave y subí con el muerto al terrado abandonado del edificio. Allí había una
caseta que, antiguamente debía haber servido de trastero. Como llevaba las llaves de aquel chico
encontré la correcta y encerré a la víctima. Me fui tranquilo con el diamante en mi poder a mi casa.
Nada más llegar a esta, coloqué el diamante en medio de mi comedor, en una vitrina.
Todos los acontecimientos de los días siguientes fueron normales, sin nada fuera de lo común
hasta que una tarde me hallaba en mi casa preparando la cena y llamaron a la puerta. Era la policía,
estaban investigando el caso del señor que yo había matado días antes y venían a ver si yo sabía
algo. Contesté relajadamente que no y les invité a pasar. Charlamos un buen rato de temas que no
tenían nada que ver con el asesinato. Yo me senté junto al diamante y ellos enfrente mío. De pronto,
empecé a oír voces, voces que al principio pensé que procedían de mi cabeza, pero luego me di
cuenta de que no, aquellas voces procedían de mi diamante y me decían “Confiesa” o “no mientas
más” o cosas similares. Empezaron como un susurro pero cada vez se hacían más intensas y más
fuertes. Al final no pude más y, efectivamente, confesé. De todas maneras, no me importó que me
encontraran porque lo que realmente me importaba, ya lo había conseguido.
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