Comunicación y música: mensajes, manifestaciones y negocios Universidad de La Laguna, diciembre de 2018
ISBN-13: 978-84-16458-93-6/ D.L.: TF-799-2018 / DOI del libro: 10.4185/cac144 Página | 734
Libro colectivo enlínea: http://www.revistalatinacs.org/18SLCS/libro-colectivo-2018.html
Narrativa de la posmemoria: un desafío que
enfrenta el “testigo del testimonio” en el
posconflicto
Nyrama Osorio Triana – Uniminuto – [email protected]
Resumen: esta escrito es una aproximación al desafío que supone la
posmemoria de quiénes en el texto denomino “testigos del testimonio”. Se hace
imperativo en el momento del posconflicto colombiano apostarle a la paz, la
dificultad se plantea cuándo las generaciones encargadas de construir
escenarios venideros hacia la reconciliación, son poseedores de una memoria
de la que no fueron testigos, pero que adquieren a través de la mediación de
actores encargados de plasmar los relatos de las víctimas a través de
diferentes formatos de narrativas.
El conflicto armado atravesado por Colombia representa un pasado de horror y
barbarie, la memoria es y será el mecanismo fehaciente que pugne por
devolverle a las víctimas la verdad y a la sociedad su dignidad, es la
oportunidad de quiénes vivieron la guerra de alzar su voz a través de
testimonios únicos e irrepetibles, pero este panorama plantea un desafío que
no podemos ni debemos obviar, y es el futuro de esa memoria, quiénes son y
serán esas generaciones portadoras de esa memoria, los otros, que aunque no
vivieron el recuerdo sí fueron testigos de ese testimonio, llevándolo y
apropiándolo a su propio pasado.
Esa memoria mediada, es lo que algunos han denominado posmemoria, pero
cuál es el impacto de esta en un escenario de posconflicto como el que
atraviesa Colombia, el duelo de una víctima es el mismo del testigo del
testimonio, debemos acaso aprender a recordar para no caer en una ideología
de odio. Esta apuesta busca reflexionar en torno a cómo se consolidan las
formas de ver y representar desde el lugar del testigo del testimonio a través de
la obra: “El Testigo: Memorias del conflicto armado colombiano en el lente y la
voz de Jesús Abad Colorado”.
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Palabras claves: posmemoria; testigo del testimonio; pasado; paz; narrativa.
1. Introducción
El conflicto armado atravesado por Colombia representa un pasado de horror y
barbarie, el informe general del grupo de memoria histórica del año 2013
permitió concluir que las dimensiones de la violencia y el conflicto armado
colombiano ha sido uno de los más sangrientos1 de la historia contemporánea
de América Latina. (GMH, 2013)
Existe un compromiso fehaciente frente el pasado, con el sin numero de
víctimas que ha dejado la guerra en Colombia. Tal como lo afirma Jelin, una
“cultura de la memoria” se torna crucial cuando se vinculan a acontecimientos
traumáticos de carácter político y a situaciones de represión y aniquilación, o
cuando se trata de profundas catástrofes sociales y situaciones de sufrimiento
colectivo. (2012)
En el actual escenario existen múltiples narrativas que buscan plasmar los
testimonios de quienes han vivido la guerra, sus gestores se han encargado de
investigar y difundir no solo informes de las diferentes manifestaciones de la
violencia del pasado, sino que desde diferentes formatos; audiovisuales,
sonoros y artísticos como la fotografía, han plasmado testimonios reales desde
la voz de sus protagonistas.
Los testimonios sobre los repertorios de violencia (…) trazan un
registro del sufrimiento vivido. Madres, padres, personas mayores,
niñas, niños y jóvenes que viven estos eventos y sufren la perdida o
desaparición de seres queridos, muchas veces torturados ante sus
ojos, los padecen con un sufrimiento profundo y responden de
maneras diversas ante el terror. (GMH, 2013: 331)
Pero estos testimonios encaran un nuevo desafío, y no es otro que la
corresponsabilidad de quién es testigo de estos testimonios. Emergen varios
cuestionamientos en torno al rol de quiénes son y serán los portadores de ese
1 El conflicto armado ha causado la muerte de aproximadamente 220.000 personas entre el enero de 1958 y de diciembre de 2012, y a esto se le suma que a la fecha de marzo del 2013, el RUV1 reporto 25.007 desaparecidos, 1.754 víctimas de violencia sexual, 6.421 niños, niñas y adolescentes reclutados por grupos armados, y 4.744.046 personas desplazadas.
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pasado, la memoria de los “otros”, y como estos testigos del testimonio pueden
construir una memoria de paz y reconciliación. La discusión de este escrito se
centrará en intentar plasmar el desafío y la necesidad de establecer una
estrategia de duelo para los portadores de la posmemoria. Primero intentaré
comprender su lugar como sujetos activos del pasado y como testigos del
testimonio, así como la labor de los actores mediadores de esa “posmemoria”,
para finalizar realizar un esbozo de cómo se consolidan formas de ver y
representar desde el lugar del testigo del testimonio a través de la obra: “El
Testigo: Memorias del conflicto armado colombiano en el lente y la voz de
Jesús Abad Colorado”.
2. El testigo del pasado
Dar testimonio de un pasado implica una gran responsabilidad, según Ricoeur
(1999) cuando se cuenta el pasado no se parte de su ya nula existencia, por el
contrario que haya existido es el centro del acto de memoria, que implica un
duelo por eso que ya no es, pero sobre todo emerge en el presente la deuda
por aquello que fue. Las generaciones testigos de esa memoria, de aquellos
testimonios, deben entonces, garantizar la no repetición de los horrores del
pasado, pero estos ya no son sus protagonistas directos, son testigos
heredados, testigos del testimonio.
Para Jelin (2012) la forma en cómo las experiencias pasadas sean
incorporadas por sus protagonistas, pero también por los “otros” a quiénes le
fueron transmitidas, determinan la configuración del pasado. Desde esta
perspectiva el rol de los “testigos del testimonio”, en la consolidacion de la
memoria es activo y depende de las subjetivación de esa experiencia de
confrontación, con los relatos de otras memorias que terminarán por ser
interpretadas, apropiadas y resignificadas, en lo que Halbwachs (2004)
denomina “Marcos colectivos de la memoria” ya que estos se construyen y
reconstruyen en las memorias individuales y, el momento en que se es testigo
de un testimonio se atraviesa por una experiencia que apropia y resignifica ese
pasado.
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Nos encontramos con dos tipos de testigos; aquel que presenció un suceso
traumático y el que algunos han denominado de segunda generación, que
aunque no fue testigo de ese pasado, si le ha sido transmitido por narrativas
intermediarias, mediadores de la memoria. Pero cuál es el sentido del testigo;
para Ricoeur “El testigo dice algo más, no solamente “yo estuve allí”, sino
también “créeme”, esto es, apela a la confianza del otro, con lo cual el recuerdo
entra en una relación fiduciaria, o sea, de confianza, planteándose en ese
mismo momento la cuestion de la fiabilidad del testimonio” (1999: 26). El
testigo, entonces, le transfiere la responsabilidad a ese “otro”, estableciendo un
vinculo, lo integra a un pasado, y lo hace participe de una experiencia
heredada.
El rol que ocupan aquellos testigos del testimonio es fundamental, son los
encargados de proyectar esa memoria hacia el futuro y garantizar el no olvido,
según Jelin “para este grupo, la memoria es una representacion del pasado
construida como conocimiento cultural compartido por generaciones sucesivas
y por diversos/as “otros/as”. (2012: 66)
Las generaciones venideras se enfrentan con la responsabilidad de construir
una cultura de la memoria, lo cierto es que no será la misma memoria de las
víctimas, ni de quienes presenciaron los actos del horror, los testigos originales;
será una memoria de los “otros”, que algunos han dado por llamar posmemoria,
y en lo que que profundizaré más adelante, lo cierto es que esta será, por lo
menos en el discurso, la encargada de construir una cultura de paz y
reconciliación.
Es necesario acotar una reflexión de cómo la experiencia de ser testigos del
testimonio afecta a quién solía ser ese “otro”, aunque no sea menester de este
escrito reflexionar en los vuelcos de la identidad, si se presume que al existir
una transformación existirán efectos que ponen el tela de juicio el devenir de la
memoria de esos “otros”.
En la lectura del relato, el lector vive la experiencia del horror y
su identidad sufre un vuelco, se trasforma. Porque el lector
sabe que no se encuentra ante una novela, ante una narración
producto únicamente de la imaginación del escritor. El lector
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sabe que se halla delante del testimonio del horror (Melich,
2001).
Qué tan cierto puede ser que al presenciar los relatos de quiénes sufrieron de
forma directa las consecuencias del conflicto armado, los testigos de la
barbarie, pueda llevar a los testigos del testimonio, aquellas generaciones
venideras, a asumir como propias dichas experiencias. Halbwachs se refiere a
cómo las huellas dejadas en el espíritu por un testimonio unifica en un mismo
grupo al portador del recuerdo (testigo) con el receptor de aquella experiencia
(testigo del testimonio), haciendo que al compartir e identificarse con estos
últimos, confundan su pasado con el de los testigos. (2004) Ahora bien, cuál es
la afectación de los testigos del testimonio que no llegan a compartir
directamente con los grupos portadores de los recuerdos, pero que son
mediados por otros actores que buscan difundir esos recuerdos, esa memoria.
Será necesario indagar en relación a la labor de los actores mediadores de esa
memoria de los otros, como del posible impacto y desafíos que enfrentan los
nuevos portadores de dicha memoria, los testigos del testimonio. En un
escenario de posconclicto como el que atraviesa Colombia es pertinente
plantearse el papel y la responsabilidad de aquellas generaciones venideras
que no fueron protagonistas de el horror y la barbarie, pero a las que les
corresponde construir escenarios de memoria, perdón, reconciliación y paz.
3. Mediadores- posmemoria
Al cuestionarnos sobre cómo las nuevas generaciones están afrontando el
momento histórico del posconflicto, es imperativo cuestionarse sobre la forma
cómo se está reconociendo y afrontando las heridas y huellas que dejó el
pasado, un pasado que no fue nuestro, pero que en este proceso se está
solidificando una memoria que dependiendo al marco colectivo en que se
ubique validará una representación social, ya que ese pasado inevitablemente
atravesará por una reinterpretación.
Partamos de los mediadores de esa memoria de los otros, esa que se ha
incorporado a nuestra cultura, dentro de este ámbito se encuentran los artistas,
quiénes han jugado un papel trascendental en la construcción de narrativas de
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memoria . “Cuando el relato de quien ha vivido en primera persona entra en
peligro de extinción, emerge en su rescate la memoria cultural, un tipo de
memoria que se basa en las producciones audiovisuales, literarias y artísticas
en general, y que se alimenta de los relatos conservados de esos testigos que
con el tiempo van languideciendo” (Quillez, 2015: 58).
Jelin (2012) ve como los actores participes en los debates en torno a la
memoria en periodos represivos al vincular sus proyectos orientados hacia el
futuro con la memoria de ese pasado, visualizan su accionar al narrarlo y
homenajear a las víctimas como si fueran pasos necesarios para ayudar a que
los errores del pasado no se vuelvan a repetir. La labor de estos testigos de
segunda generación, que no vivieron el horror de la guerra pero se convierten
en intermediarios del testimonio de sus protagonistas, los convierte en
mediadores .
Los actores comprometidos en la construcción de narrativas del pasado, que
traigan al presente inmediato a diferentes grupos los recuerdos de quienes
vivieron la guerra en este país, son los mediadores de lo que será la memoria
de los otros, algunos han denominado a este tipo de memoria como
“posmemoria”.
La palabra “posmemoria”, empleada por Hirsch Y Young, en el caso
de las víctimas del Holocausto, describe el caso de los hijos que
reconstruyen las experiencias de sus padres, sostenidos por la
memoria de estos pero no solo por ella. La posmemoria, que tiene a
la memoria en su centro, sería la reconstrucción memorialística de la
memoria de hechos recientes que no fueron vividos por el sujeto que
lo reconstruye y, por eso, Young la califica como “vicaria”.(Sarlo,
2006: 129)
Sarlo (2006) en su texto Tiempo Pasado, hace una crítica a la utilización del
concepto de posmemoria, considerando su auge en el ámbito académico
innecesario, ya que para ella este cumple las mismas funciones clásicas de la
memoria: fundar un presente en relación con un pasado.
Lo cierto es que retomar el concepto de posmemoria servirá a lo sumo para
plantear el desafío que enmarca los nuevos poseedores de la memoria de
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hechos traumáticos en escenarios de posconflicto, Ruiz retoma algunos de los
cuestionamientos planteados por Hirsch en La generación de la posmemoria y
las reformula para nuestros días, retomaré dos cuestionamientos que son
pertinentes en este texto: ¿cómo debemos considerar y recordar el dolor de los
demás y seguir contando sus historias, sin apropiárnoslas ni desviar
exageradamente la atención hacia nosotros y sin que las nuestras sean
desplazadas por las suyas? y ¿qué les debemos a las víctimas y de qué
manera estamos implicados en las consecuencias de crímenes de los que no
fuimos testigos? (2016: 183)
Young por otro lado también plantea como cuestionamiento del devenir de los
portadores de esa posmemoria, este es:“¿hay un lugar para la comprension del
testigo, por subjetivo y sesgado que sea, para nuestra comprensión histórica
más amplia de los acontecimientos? Young (1997). Cuál es el lugar de ese
testigo mediado por quiénes han abanderado la lucha por retratar las narrativas
de ese pasado violento.
Young a partir del Holocausto plantea como los artistas PosHolocausa
(escritores, arquitectos, compositores) al retratar un Holocausto que no
experimentaron directamente, tienen como referente lo que las victimas les han
transmitido en sus diarios, en sus memorias, recuerdan las historias, novelas,
poemas, fotografías, películas y testimonios en video, estos parten de lo que él
denomina “pasado vicario” entendido como el limite distintivo entre su trabajo y
el testimonio de la generación de sus padres. El trabajo de los artistas parte,
entonces, de reconocer la necesidad de sus padres al dar testimonio de sus
experiencias, aunque su relación indirecta con los eventos los ubique en la
categoría de “testigos”, dará cuenta de una “memoria posterior” aun inacabada
y efímera entregada a las nuevas generaciones. (Young, 2002).
Las nuevas generaciones son ahora las protagonistas, no por llevar consigo el
peso del pasado sino por ser los nuevos portadores de ese pasado. Se
establece entonces, una deuda con las víctimas, pero cuáles son las
implicaciones de esta deuda al “recordar”, qué o como debemos recordar,
partiendo de la premisa que no fuimos testigos directos de ese pasado, y cuál
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es el impacto o las consecuencias que pueden llegar a tener la labor de la
posmemoria de los testigos del testimonio en el escenario de posconflicto por el
que atraviesa Colombia.
Los limites al recordar el dolor de quiénes vivieron la guerra directamente
enfrentan un complejo desafío, y es si al apropiarnos esos recuerdos de dolor
estamos dispuestos a perdonar, en primera instancia parecería fácil perdonar
ya que no fuimos las víctimas directas de la violencia, el desplazamiento, la
tortura, la desaparición forzada, el reclutamiento forzado, en fin, las múltiples
formas en que se pueden traducir los relatos de la guerra que ha atravesado
Colombia, pero lo cierto es que la historia ya demostró que en un país
polarizado como este puede más los odios y resentimientos de quiénes no
vivieron las consecuencias de la guerra de forma directa, que el anhelo de paz
y reconciliación. Tal hecho ocurrió con el plebiscito de la paz en el año 2016,
mientras los sectores que habían sufrido la guerra votaron “Sí” a la paz de
forma masiva, el sector urbano, desajenado de su sufrimiento, o peor aún,
apropiando y desviando los recuerdos de una memoria ajena, mediadas por
narrativas del testimonio que les habían sido transmitidas optaron por un “No” a
la paz.
La experiencia humana incorpora vivencias propias, pero también las de otros
y otras ajenas que le han sido transmitidas. El pasado, entonces, puede
condensarse o expandirse, según cómo esas experiencias pasadas sean
incorporadas. (2012, Jelin) El cómo dichas experiencias del pasado sean
incorporadas y representadas son el punto a debatir, es posible mediar no solo
el testimonio de los protagonistas de un pasado de barbarie, sino cómo se
llegan a apropiar estos testimonios por las generaciones venideras de los otros.
4. La exposición fotográfica “El Testigo” como mediadora del testimonio
Como ya hice referencia anteriormente Young da cuenta de la labor de los
artistas en la reproducción de esa posmemoria, a través de ese pasado
“vicario”, encargado de sustituir al poseedor de la memoria original, que dará
cuenta de la memoria posterior e inacabada. En este texto busco hacer una
reflexión a partir de un caso concreto, para lo que centraré en la exposicion “El
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Testigo. Memorias del conflicto armado colombiano en el lente y la voz de
Jesús Abad Colorado” una muestra que busca difundir en esos otros el
testimonio de la guerra en Colombia, es una representación de un pasado que
se ubica en el presente.
La exposición reúne más de 500 fotografías, en blanco y negro y
color, muchas de ellas inéditas, que recoge los pasos de este
‘testigo’ tras las huellas de muchas tragedias de la Colombia
profunda. Capturadas entre 1992 y 2018, las fotografías narran
historias y sucesos de conflicto armado, desplazamiento y
reconstrucción del tejido social en diferentes regiones del país,
convirtiéndose en denuncia de la realidad de las comunidades que
deben asumir su existencia como un acto de resistencia. (M Claustro
San Agustín, 2018)
En la voz de la curadora de la muestra, María Belén Sáez de Ibarra, la
exposición es un llamado a responsabilizarnos como colectivo, a reconocer a
esas víctimas, a ubicarnos en ese pasado con el objetivo de fomentar la
esperanza de la reconciliación, en fin, a ponernos en la piel del otro, del
poseedor del testimonio, en la piel de la guerra. (M Claustro San Agustín, 2018)
Pero en cómo se llega a incorporar esas experiencias y apropiar sus
testimonios está el desafío, al asumir esa deuda con el pasado, quiénes son
testigo de ese testimonio en el mejor de los casos llegarán a intentar ponerse
en la piel de las víctimas, pero ese recuerdo guiado por el testimonio
fehaciente, terminará por transformarse, cómo se puede lograr mediar esa
transformación para evitar que emerjan nuevos resentimientos, odios y
rencores, es posible mediar hacia la paz.
Abad es el prototipo de ese actor mediador, comprometido en la construcción
de narrativas del pasado. El mismo define su quehacer y responsabilidad:
“Soy periodista, soy fotografo y durante muchos años he utilizado las
salas de exposición como una forma de narrar la historia de lo que
nos ha pasado, en una sociedad a la que le da vergüenza mirarse en
ese espejo roto que nos ha dejado la guerra. Hago imágenes con
sentido de memoria no para guardar en un archivo de prensa; son
fotografías sencillas, pero dignas y hechas a pie, como se hace el
periodismo, y por eso tienen nombre y tienen rostro, para que
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podamos entender que ese dolor también debería ser el mío, que
nuestra responsabilidad también es ayudar a solucionar esa historia
trágica que ha ocurrido en el país”. (M Claustro San Agustín, 2018)
Ahora bien, retomemos el cuestionamiento que anteriormente se formuló
realizado por Hirsch, ¿qué les debemos a las víctimas y de qué manera
estamos implicados en las consecuencias de crímenes de los que no fuimos
testigos? Para Abad como para los muchos actores que se dedican a plasmar
narrativas de los testigos de la guerra, tenemos una responsabilidad desde
nuestro accionar para evitar que actos de violencia y barbarie se sigan
cometiendo, pero existe un límite ético, y es que al ser “otros”, no fuimos
testigos directos, pero aún así estamos implicados en las consecuencias de lo
que ha de venir en un futuro para nuestra sociedad.
Esos “otros” aunque no vivieron la experiencia, adoptan dicha representacion
del pasado, se convierten en testigos del testimonio, Según Halbwachs (2004)
estos testigos, que en sus palabras no pueden creer lo que están viendo,
sienten que llevan dentro de si mismos dos seres; uno sensible que acaba de
declarar sobre lo que ha visto, frente al yo que no ha visto realmente (…) y,
quizás también, se ha forjado una opinión basándose en los testimonios de los
demás.
Nos encontramos aquí ante una dualidad de dos seres impresionados por el
testimonio, que terminarán forjando una credibilidad que dependerá en gran
medida por la mediación del recuerdo. La posmemoria nos lleva a plantear que
recordar por recordar un pasado de violencia puede llegar a hacer más daño
que el simple olvido. La postura final del portador del recuerdo no se puede
dejar al azar. Hacer memoria no es sinónimo de reconciliación y paz.
Veámoslo desde otra perspectiva, ya es claro que la construcción de la
exposicion “El Testigo” tiene como fin invitar al recuerdo, a la memoria, a la
reconciliación y a la esperanza, de hecho se estructuro a través de 4 salas que
buscan generar una narrativa de paz, dar cuenta del pasado pero también del
perdón y de las iniciativas de paz a través del lente del fotógrafo. Pero cuáles
son los sentimientos que emergen al realizar el recorrido por estas cuatro salas
y presenciar estas 500 fotos, qué pesa más por la mente de un visitante al
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enfrentarse con esos testimonios. A continuación se plasma mi percepción
como visitante, tiempo antes de formular este escrito:
Es inevitable no afligirse al realizar este recorrido, el silencio que lo
acompaña se confronta con una alteridad de emociones; en la
primera sala; Tierra callada que da cuenta de los relatos del
desplazamiento, la impotencia y un desarraigo confuso empiezan a
emerger, al ingresar a la siguiente sala; No hay tinieblas que la luz
no venza el testimonio de los ausentes, de aquellos desaparecidos
embarga el ser de un luto no resuelto, un dolor ajeno pero calcinante
empieza a cuestionarnos, ya en la tercera sala; Y aún así me
levantaré se refleja la violencia en su máxima expresión, la angustia
del sinsentido, los deseos de justicia empiezan a desdibujar la
esperanza ya que la indignación ha sido más fuerte, lo cierto es que
al final el horror presenciado no logra ser apaciguado por la sala
Pongo mis manos en las tuyas que a través de sus imágenes
representa las desmovilizaciones armadas, manifestaciones sentidas
reclamando la paz y aquellos procesos de reconstrucción del tejido
social que con valentía han impulsado las víctimas. Es posible que el
dolor, el odio y el deseo de venganza sea más fuerte que la
esperanza, la reconciliación y anhelo de convivir en paz.
A partir de la anterior experiencia vemos como desde nuestra subjetividad es
posible adquirir representaciones que podrían ser un referente de esos “otros”,
los portadores de la posmemoria, a partir de la mediación de aquellos
testimonios de las victimas de la guerra en Colombia. Representaciones
cargadas de la emotividad que puede provocar lo visual; los rostros del
testimonio, las rutas del sufrimiento, las huellas de la guerra, los ríos del olvido,
entre muchos elementos narrativos del discurso de la muestra.
Enfrentamos en ese recorrido por el pasado el desafío de sentir, de sufrir, de
sentir odio, de sentir rencor, de ver como emerge el deseo de venganza, en
cuestionarnos sobre si seremos capaces de perdonar. Las víctimas vivieron y
siguen viviendo un duelo, para ellas perdonar no ha sido fácil, ha llevado
tiempo y sufrimiento, más allá de ser una concesión a los victimarios, para
muchas victimas es la oportunidad de dejar el sufrimiento atrás, de volver a sus
territorios, de regresar a sus raíces de encontrar la paz en su interior, de
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renacer. Pero qué significa el perdón para los portadores de la posmemoria,
para aquellos que no vivimos la guerra, para aquellos que no llevamos
acuestas las huellas de la barbarie, debería ser más fácil, pero lo cierto es que
debemos vivir un duelo, con una connotación diferente, pero un duelo como
sociedad, uno que nos haga responsable de ese pasado y del futuro.
Esas representaciones que adoptan los portadores de la posmemoria a partir
de los testimonios de las víctimas, distan de lo que en realidad representan
para sus protagonistas, y tienen la posible complejidad de ver como lejano y
abstracto el ideal de paz en el posconflicto, se debe entonces reconfigurar su
sentido.
Para Moscovici (1979: 39) “las representaciones individuales o sociales hacen
que el mundo sea lo que pensamos que es o que debe ser. Nos muestran que
a cada instante una cosa ausente se agrega y una cosa presente se modifica”,
esta dinámica garantiza que sea posible la transición de los recuerdos a la no
apropiación desmedida de odios y resentimientos en una cultura de
posmemoria. Ya lo planteaba Jelin (2012) en su libro Tiempo Pasado, como el
desafío de “aprender a recordar” a través de la toma de distancia del pasado
desde la subjetividad.
5. Conclusiones preliminares
Las nuevas generaciones, testigos del testimonio del horror debemos aprender
a recordar, si queremos construir un futuro en el que la paz y la reconciliación
tengan cabida, para esto se hace necesario pasar por un duelo, que no tendrá
las implicaciones de los poseedores de los recuerdos, pero en un principio nos
llevará a contemplar las implicaciones futuras de permitir que el resentimiento y
la incapacidad de perdonar se lleguen a convertir en una ideología 2 de odio,
llevando nuestra existencia real al limite de una relación imaginaria con un
pasado ajeno del que no hemos podido sanar.
2 En este campo Althusser (…) entiende aquí la “ideología dominante”(…) como el “sistema de ideas y representaciones” por medio de las cuales los hombres entienden y “viven” una relacion imaginaria con sus condiciones reales de existencia: “Lo que se representa en la ideología no es, por tanto, el sistema de relaciones reales que gobierna la existencia de los hombres, sino la relación imaginaria de aquellos individuos con las relaciones reales en que viven”. Stuart Hall: 241.
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La labor de los actores encargados de difundir la memoria de las víctimas debe
ser consiente de los desafíos a que se enfrenta al difundir la posmemoria, sus
riesgos, los limites de transferir el pasado a quiénes lo han vivido, llegar a
medir el impacto de sus iniciativas antes de que sean difundidas, velar por
construir una narrativa de reconciliación, una narrativa de paz, pero no solo
desde el discurso.
Como sociedad enfrentamos desde nuestro accionar una grana
responsabilidad, el futuro es sin duda de las generaciones venideras, pero
debemos ser consientes que muchos no vivimos la guerra de forma directa, al
apropiar esos recuerdos, construimos un nuevo pasado, pero ese pasado no
puede pasar por encima de sus verdaderos poseedores, debemos ser
consientes que existe un límite ético, y es que al ser “otros”, no fuimos testigos
directos, pero aún así estamos implicados en las consecuencias de lo que ha
de venir en un futuro para nuestro país.
Es imperativo construir un debate en torno a la posmemoria, este nos lleva a
plantear que recordar por recordar un pasado de violencia puede llegar a hacer
más daño que el simple olvido. La postura final del portador del recuerdo no se
puede dejar al azar, se debe construir, desde su mediación como su
apropiación, partiendo de la premisa que hacer memoria no es sinónimo de
reconciliación y paz.
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