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  • LOS ESTUDIOS DE CULTURAPOLTICA EN ESPAA

    Mara Luz MornUniversidad Complutense

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    RESUMEN

    Los estudios de cultura poltica han tenido un papel muy destacado en la investigacin socio-poltica espaola. El decenio comprendido entre mediados de los sesenta y la muerte de Francomarca la recepcin del paradigma clsico de la cultura poltica y los primeros pasos de su aplica-cin en los estudios del proceso de modernizacin, en los anlisis de la evolucin del rgimenfranquista y en los atisbos iniciales del inevitable cambio poltico. Por su parte, las interpretacio-nes ms difundidas sobre la naturaleza de la transicin poltica hicieron hincapi en la existenciade unos prerrequisitos culturales que facilitaron la democratizacin. Ello hizo posible que las li-tes llegaran a establecer un pacto bsico sobre el que se construy, en un lapso de tiempo muybreve, una democracia comparable a la de los pases de la Europa occidental. A lo largo de losaos ochenta y noventa se ha mantenido el inters por el estudio de la cultura poltica de losespaoles. Sin embargo, la rutinizacin de la vida democrtica ha dado lugar a un cierto cambiode nfasis en la agenda de los temas de investigacin.

    EL DEBATE EN TORNO AL CONCEPTO DE CULTURA POLTICA

    Quiz no sea una exageracin afirmar que la cultura poltica ocupa unlugar destacado entre el conjunto de conceptos acuados por las ciencias socia-les que, si bien nunca han llegado a satisfacer plenamente a ninguno de losautores que lo han empleado como herramienta de anlisis, han tenido la for-tuna de ser asimilados plenamente en los discursos polticos de las lites, en

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  • las jergas que transmiten los medios de comunicacin y, en suma, en nuestrosvocabularios cotidianos. En s mismo, este hecho no es negativo; bien al con-trario, podra entenderse como un signo alentador de la penetracin de nues-tras disciplinas en esferas cada vez ms amplias de la vida social, si no fueraporque la cultura poltica ha sido, desde el mismo momento en que comenz adifundirse en la reflexin social y poltica, un trmino inevitablemente inc-modo. Tanto es as que prcticamente todos aquellos que lo utilizan parecensentir una imperiosa necesidad de justificar, una y otra vez, de forma prolija, yen muchas ocasiones excesiva, las ambigedades inherentes al propio concepto,las limitaciones de su alcance y, en suma, los riesgos de seguir operando con uninstrumento de anlisis tan elstico y escurridizo que siempre parece estar apunto de escaprsenos de entre las manos. Hace ya algunos aos recurr a latragedia de Ssifo para tratar de dar cuenta de esta mezcla de tedio, cansancio yfatalidad que embarga a quien se enfrenta a la tarea de describir la situacin delos estudios de cultura poltica, acotando su campo de anlisis y estableciendosus principales logros y sus ms evidentes limitaciones.

    Sin duda, las controversias epistemolgicas y metodolgicas que ha suscita-do dicho concepto, al menos a lo largo de los ltimos cuarenta aos, tienenmucho que ver con su relevancia en el anlisis sociopoltico y con el hecho deque el propio trmino afecta de lleno a uno de los grandes interrogantes quealentaron desde sus orgenes la especulacin en torno a las bases sociales de losfenmenos polticos. La cultura poltica, bajo cualquiera de las diversas deno-minaciones que ha recibido, remite a los complejos vnculos que se tejen entrela esfera pblica, la vida poltica y los universos o representaciones que sobresta poseen los miembros de toda comunidad poltica. Tratar de aprehender elmodo en que se interrelacionan y se afectan mutuamente los valores, creencias,actitudes, lenguajes y discursos de las personas y grupos sociales en relacin alo pblico con los principales elementos constitutivos de los sistemas polticosy de la vida pblica se convierte, as, en el campo de referencia de la reflexinen torno a la cultura poltica. Establecer los puentes entre los marcos cultura-les, psicolgicos y sociales de la accin y las realidades concretas de los sistemaspolticos aparece como una exigencia de las nuevas miradas que desde las cien-cias polticas y sociales se dirigen hacia los intrincados procesos de cambio delas sociedades contemporneas. El esfuerzo est guiado por una intuicincomn: la esterilidad de construir marcos de explicacin relevantes y convin-centes de dichos procesos sin dar cuenta de esa dimensin oculta que conve-nimos en denominar cultura poltica.

    Los escollos y desacuerdos a la hora de establecer su campo semntico yla forma de operacionalizarlo en la investigacin aplicada derivan de la propiaenvergadura del proyecto y del proceso histrico de institucionalizacin de lasciencias sociales, que, a lo largo de nuestro siglo, se ha escorado siempre mshacia la fragmentacin y a la defensa de parcelas de poder acadmico o profe-sional que a la comunicacin y al trabajo en comn. Una buena parte de lasdificultades que arrastra la cultura poltica proviene, a mi juicio, de la fuerte

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  • resistencia a admitir que se trata de un concepto fronterizo, ubicado en lainterseccin de, al menos, cinco disciplinas: la sociologa, la ciencia poltica, laantropologa, la psicologa y la historia. Slo un esfuerzo comn por hacerconverger las miradas desde perspectivas distintas y por aplicar conceptos,mtodos e instrumentos de anlisis de distintos propietarios contribuir ahacernos salir de este crculo vicioso y a superar una visin restrictiva queJ. Alexander (1982) ha denominado el empleo de la cultura poltica comocategora residual.

    Durante algunas dcadas, la sociologa y la ciencia polticas, quiz atenaza-das por su propia inseguridad de jvenes disciplinas y ocupadas en estrilesdiscusiones acerca de los lmites de su competencia, dieron la espalda a unarealidad que se ha ido imponiendo cada vez con ms fuerza en los ltimostiempos. No slo son estos terrenos fronterizos los ms frtiles para el avancede nuestro conocimiento sobre las sociedades contemporneas, sino que, ade-ms, las ciencias sociales estn embarcadas en un movimiento imparable haciala eliminacin de las viejas fronteras cuya estrechez de miras se ha visto supera-da por la propia lgica de desarrollo del conocimiento social y por la naturale-za de los principales cambios sociales y polticos acaecidos en las ltimas dca-das (Wallerstein, 1995).

    Irnicamente, el objetivo de este artculo me exige volver a asumir unatarea que apunta en direccin contraria a este proceso de apertura que acabode defender. Obliga, una vez ms, a empuar los utensilios del agrimensorpara operar como si fuera posible establecer con precisin los lindes del campode estudio, establecer sus medidas y sus principales caractersticas topogrficas,sealar aquellas parcelas mejor cultivadas dando cuenta del tipo de frutos quese recolectan y, finalmente, decidir cules son los campos en los que se hacenecesaria una labor de mejora. Esforzarse por levantar mapas de terrenos quenos preciamos de conocer bien es, en todo caso, un ejercicio intelectual alta-mente recomendable. Nos empuja a reconocer, una vez ms, el territorio,observando sus principales caractersticas, sin perder de vista en momentoalguno que el objetivo final de nuestro trabajo es producir un documento quepermita orientarse a quienes no estn familiarizados con dicho espacio. Ellosupone determinar cul es la informacin ms relevante que deseamos seleccio-nar pero, tambin, representarla y narrarla de forma clara y concisa. Quiz lalabor del hacedor de mapas sea, simplemente, el esfuerzo siempre fallido porlograr una solucin tan simple, y al tiempo tan precisa, como la que se le ocu-rri a la ingeniosa Ariadna cuando le entreg a Teseo, a las puertas del laberin-to, un ovillo de lana.

    As pues, a partir de este momento proseguir como si mis instrumentosde medicin fueran rigurosos y mi territorio poseyera contornos bien dibuja-dos. Pero el lector har bien en recordar que desde los orgenes del pensamien-to social las disputas por su control han sido numerosas y sus fronteras siemprefluctuantes y, sobre todo, no deber olvidar que algunas de las contribucionesms significativas al estudio de la cultura poltica se han producido en espacios

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  • supuestamente ubicados ms all de sus lmites. Desde que ya en el siglo XVIIIautores como Montesquieu comenzaron a dar cuenta del influjo de la culturade los pueblos en su forma de organizacin poltica, bajo uno u otro nombre ycon distintas argumentaciones, la cultura poltica se convirti en un tema cl-sico en el anlisis poltico que ha estado siempre asociado a algunas de suspreocupaciones tradicionales; en concreto, es inseparable de la reflexin acercade la legitimidad de los sistemas polticos y de la larga discusin en torno alsurgimiento y a la funcin que en la modernidad cumple la opinin pblica.Slo tiempo despus, ya bien avanzado el siglo XX, la cultura poltica adquirila estrecha vinculacin con el que se convertira en el leit-motiv, por no deciren la obsesin, de algunas corrientes hegemnicas dentro del anlisis poltico:hallar los fundamentos de la estabilidad de los sistemas polticos y, ms concre-tamente, de los democrticos.

    Como ya se ha repetido en tantas ocasiones, al final de la segunda guerramundial el clima intelectual y las exigencias de la reconstruccin econmica ypoltica de una buena parte de la Europa occidental marcaron la institucionali-zacin de las modernas disciplinas de la sociologa y ciencia polticas. La exi-gencia de estudiar las democracias realmente existentes determin, junto conel desarrollo de los estudios de comportamiento poltico y los ms claramenteinstitucionales, volver a situar en primer plano la cuestin de las bases cultura-les de los sistemas polticos. En este contexto aparece la contribucin deLa cultura cvica, de G. Almond y S. Verba (1970), y es tambin este mismoclima intelectual el que contribuy a convertirla en una investigacin precur-sora, una gran lnea de trabajo que, durante ya casi cuarenta aos, ha marcadode forma determinante la lnea que han seguido las investigaciones aplicadasde cultura poltica y una buena parte de la reflexin terica.

    Tal y como afirma J. Botella (1997), las propuestas de Almond y Verbaencerraban promesas enormemente atractivas para los estudios de la poca. Enprimer lugar, ofrecan un factor de estabilidad en medio de un mundo quehaba sido sometido a fracturas y transformaciones que pocos podan haberimaginado pocos aos antes del estallido de la guerra. La cultura polticaimplicaba durabilidad en la medida en que se asuma la premisa de la lentituddel cambio cultural frente al de las esferas econmica, poltica o social. Ensegundo lugar, dicha versin de la cultura poltica se mostraba fcilmente ope-racionalizable y confiaba casi exclusivamente en las encuestas de opinin comotcnica de investigacin capaz de traducir las opiniones de los individuos enun material susceptible de un tratamiento estadstico cada vez ms sofisticado.Y, por ltimo, esta propia fe en la operacionalizacin de la cultura poltica per-mita atender a una de las mximas exigencias de los estudios sociopolticos dela poca: la comparacin entre casos distintos con el fin de contribuir a unconocimiento riguroso de las bases de la estabilidad de los sistemas democrti-cos. Quiz entonces se produjo la cesura, mantenida prcticamente inalterablehasta la actualidad, entre dos modelos distintos de concebir y operar con lacultura poltica. Un proyecto comparado que, sin duda, ha sido el dominante,

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  • al menos en lo que se refiere al volumen de investigacin que ha generado y asu repercusin en el discurso de las ciencias sociales y polticas; y un proyectosociolgico, mucho menos visible y perifrico, al menos hasta la dcada de losochenta, que no apunta a la comparacin sino al conocimiento ms profundodel modo en que se vertebran culturas, modos de accin social y esferas de lopblico. Para S. Welch (1993), la lgica de ambos proyectos parece, an hoyen da, irreconciliable; lo que el primero aporta en extensin y generalizacinde las diferencias y similitudes entre los principales rasgos de las culturas pol-ticas en mbitos geogrficos y temporales distintos lo hace a costa de perder laprofundidad y fineza de anlisis que el segundo logra renunciando a la compa-racin.

    La supremaca del modelo formulado por Almond y Verba en la investiga-cin sociopoltica en Espaa hace aconsejable recordar, aunque sea de formaesquemtica, los principales elementos de su propuesta:

    a) Una definicin de cultura poltica bien conocida: La cultura polticade una nacin consiste en la particular distribucin de las pautas de orientacinhacia objetivos polticos entre los miembros de esta nacin (Almond y Verba,1970, p. 31).

    b) Una clasificacin de los tipos de orientacin poltica que forman lacultura poltica inspirada en la obra de T. Parsons y E. Shills: orientacionescognitivas, afectivas y evaluativas. Los objetos polticos hacia los que se dirigenlas orientaciones de los individuos son bsicamente cuatro: el sistema polticocomo objeto general, los objetos polticos (input), los objetos administrativos(output) y el propio sujeto considerado como objeto poltico.

    c) Las caractersticas de la cultura cvica (aquella que corresponde a lossistemas democrticos estables) se establecen como resultado de un estudio his-trico del proceso de desarrollo poltico britnico. Por consiguiente, es enten-dida como una cultura pluralista, basada en la comunicacin y en la persua-sin, en el consenso y en la diversidad; una cultura que permite el cambio peroque, sobre todo, lo modera. La cultura cvica es, pues, el resultado de los cho-ques entre la modernizacin y el tradicionalismo.

    d) A partir de la cultura cvica se hace posible construir la conocida clasi-ficacin de los tres tipos ideales de cultura poltica: la parroquial, la de sbditoy la participante. Toda cultura poltica real se entiende como una culturahbrida que presenta siempre elementos de los tres tipos en proporciones dis-pares.

    e) Aunque Almond y Verba reconocen explcitamente la necesidad de darcuenta de la existencia de subculturas polticas de los distintos grupos socia-les que componen su unidad de anlisis por excelencia, el Estado-nacin, exis-te en su obra una mayor insistencia en la homogeneidad de la cultura polticaque en su diversidad e incluso enfrentamiento.

    f ) La relevancia de la cultura poltica radica en que, como instrumentode anlisis, permite plantear la conexin entre las tendencias psicolgicas de

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  • los sujetos y grupos, entre la estructura y el proceso poltico, entre la micro y lamacropoltica: ... la relacin entre la cultura poltica y la estructura poltica setransforma en uno de los aspectos significativos ms investigables del problema dela estabilidad y la evolucin polticas (Almond y Verba, 1970, p. 51).

    La oleada de crticas que suscitaron las tesis de La cultura cvica es bienconocida y ha jalonado las controversias sobre la cultura poltica a lo largo deya casi cuatro dcadas. Una buena parte atae a la asuncin acrtica del anlisissistmico parsoniano traducida en una concepcin simplista de la cultura queha impedido durante largo tiempo entablar un dilogo fructfero con el debateen torno al concepto que, paralelamente, ha ocupado un lugar destacado en eldesarrollo de disciplinas afines como la antropologa. Desde la sociologa y laciencia poltica se ha resaltado el sesgo conservador de una concepcin euro-centrista de los procesos de modernizacin que toma como referente nico elmodelo idealizado de la democracia anglosajona, relegando a un segundo pues-to el conflicto, las desigualdades y las lneas de fractura en los procesos histri-cos de democratizacin y su impacto en la paralela constitucin de las culturaspolticas1. Por ltimo, ntimamente vinculada con la puesta en cuestin de lasbases filosfico-ideolgicas del trabajo de Almond y Verba se ha desarrolladouna crtica centrada en las limitaciones de la aplicacin de las tcnicas cuanti-tativas de investigacin social, en concreto las encuestas de opinin, comomtodos de anlisis capaces de aprehender los procesos a travs de los cualessurgen, se aprenden, mutan, permanecen y se emplean las culturas entendidascomo instrumentos mediante los cuales las personas y grupos atribuyen signifi-cados a los mundos que los rodean. Procesos que, en consecuencia, se convier-ten en elementos decisivos para comprender tanto sus comportamientos comola naturaleza y funcionamiento de las principales instituciones polticas ysociales.

    En todo caso, los estudios de cultura poltica fueron adquiriendo a lo largode las dcadas de los sesenta y setenta un slido estatuto tanto en el mundoacadmico como en la prctica investigadora. A pesar de que el paradigma tra-dicional fue seriamente atacado desde una sociologa crtica cada vez mspoderosa, desde posiciones prximas a la hermenutica interesadas por unanueva reflexin en torno a la cultura y desde las formulaciones renovadas delargumento utilitarista que postulaban los defensores de las teoras de la elec-cin racional2, ste fue no slo capaz de sobrevivir, sino de seguir produciendoun volumen realmente notable de investigacin aplicada3. No obstante, cabereconocer que fue prestando cada vez mayor atencin a los debates y contribu-

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    1 El texto de Pateman (1980) sigue siendo una referencia ineludible para conocer los princi-pales argumentos de esta crtica. Puede tambin consultarse a Bachrach (1967).

    2 Se pueden encontrar anlisis detallados de los debates en torno a la cultura poltica desdeestas posiciones dispares tanto en el libro de Welch (1993) como en el de Gibbins (1989).

    3 Para una exposicin ms detallada sobre dicha investigacin puede consultarse Botella(1997), Llera (1997), Morn y Benedicto (1995) y Morn (1996).

  • ciones que producan sus crticos y que fueron adquiriendo progresivamenteuna mayor visibilidad hasta producir, en los aos ochenta, lo que algunosautores han denominado un retorno de la cultura a un primer plano4.

    El desarrollo de las ciencias sociales en Espaa en los aos que marcaron elsurgimiento y consolidacin de la cultura poltica como campo de estudio fueparticularmente dificultoso. El franquismo fren casi en seco la evolucin delrico debate generado en nuestro pas desde finales del siglo pasado y que sehaba traducido en los primeros pasos de la institucionalizacin de la sociolo-ga y la ciencia polticas. Pero, adems, hay que recordar los adicionales obst-culos que tuvieron que superarse para contrarrestar el domino de la tradicinjurdica como perspectiva hegemnica de anlisis. En este contexto, la refle-xin sobre la cultura poltica en Espaa presenta dos rasgos aparentementecontradictorios. Por un lado, el debate de fondo ha tenido un escaso eco en lacomunidad acadmica, siendo prcticamente nulas las contribuciones espao-las a la discusin terica y metodolgica. Nuestra literatura se limita a unatarea de recoleccin y divulgacin de las principales polmicas, sin que hayaexistido una especial preocupacin por reflexionar sobre la raz del problema.Pero, paralelamente, el modelo hegemnico de aplicacin de la cultura polticaha tenido un papel muy destacado en la investigacin sociopoltica desde losaos setenta hasta la actualidad. Me dispongo ahora a analizar el marco en elque se ha producido este florecimiento, las caractersticas principales de losestudios publicados y algunas de las conclusiones ms difundidas acerca de lacultura poltica de los espaoles.

    LA RECEPCIN DE LOS ESTUDIOS DE CULTURA POLTICAEN ESPAA

    La recepcin de los estudios de cultura poltica en Espaa tuvo lugar en lasegunda mitad de los aos sesenta, siendo adoptada como herramienta de an-lisis por aquella generacin de cientficos sociales que, por primera vez desde elfin de la guerra civil, cursaron sus estudios de postgrado en el extranjero ycambiaron el destino tradicional de los intelectuales espaoles de la primeramitad de siglo (Francia o Alemania) por la que ya entonces era la gran potenciaintelectual del mundo occidental: los Estados Unidos. La influencia de laescuela funcionalista y de su modelo del trnsito de la sociedad tradicional a lamoderna es la principal va por medio de la cual la cultura poltica aparecentimamente asociada a dos grandes lneas de trabajo que, en la poca, centra-ban el inters del anlisis sociopoltico.

    En primer lugar, dicho impacto es especialmente notable en el auge que

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    4 Un ejemplo notable de una aplicacin de la cultura poltica a un anlisis con claras cone-xiones con las teoras de la eleccin racional es el de Putnam (1993). Su concepto de capitalcultural se cuenta entre los ms influyentes en el anlisis sociopoltico de los ltimos aos.

  • adquirieron los estudios sobre la modernizacin en Espaa que tomaron comoreferencia la gran teora funcionalista de los aos cincuenta-sesenta. Los cam-bios producidos por el boom econmico de los sesenta se convirtieron en untema inevitable de anlisis. Evidentemente, el objeto principal de esta corrientefueron los grandes procesos de transformacin de la estructura social, entre losque se destacaron la urbanizacin, la emigracin, las transformaciones demo-grficas y la industrializacin. Sin embargo, de una manera inevitable, la refle-xin sobre el impacto de estas transformaciones en la sociedad espaola llev aconsiderar el paralelo cambio de los sistemas de valores predominantes en losdistintos grupos sociales que la componan. De este modo, temas como lasecularizacin, el cambio en las relaciones familiares o el inicio del rpido pro-ceso de transformacin de los roles atribuidos a las mujeres fueron convirtin-dose en objetos destacados de reflexin. Por ello, sin abordar de una formadirecta el estudio de las actitudes y valores con respecto al sistema poltico, elargumento bsico de la cultura poltica comenz a estar presente implcita-mente en dichos estudios. Slo en los aos inmediatamente anteriores a lamuerte de Franco, cuando el problema de la continuidad o ruptura del rgi-men pas a ocupar un primer plano, el tema se abord directamente.

    El paso del estudio de los valores al de la cultura poltica fue una sendanatural que se encontr perfectamente legitimada no slo por las prioridadesque imponan a la reflexin sociopoltica las particulares circunstancias de lacoyuntura histrica espaola, sino fundamentalmente por el apoyo que le brin-daban algunos de los elementos centrales de la gran teora de la moderniza-cin. En este sentido, cabe recordar que el argumento implcito que la recorrees una concepcin del desarrollo poltico entendido como adaptacin a unproceso previo de modernizacin que afecta sustancialmente a los valores yestilos de vida de la poblacin. Aunque las investigaciones sobre el impacto dela modernizacin no se suelen incluir dentro de las historias ms convenciona-les de los estudios de cultura poltica, stas constituyen, a mi entender, un pri-mer eslabn imprescindible para llegar a comprender cmo y por qu la cultu-ra poltica se erigi, unos aos ms tarde, en un elemento clave en la compren-sin del cambio poltico en Espaa5.

    Sin embargo, es dentro del anlisis sociopoltico concebido en trminosms restringidos en donde, al comienzo de los aos setenta, apareci la prime-ra formulacin explcita de la cultura poltica. Y es, concretamente, la obra deJ. Linz el referente fundamental que se convertira pocos aos ms tarde en elmodelo a seguir a la hora de reflexionar acerca de las bases culturales del cam-bio poltico en Espaa. En su anlisis de las crisis polticas y de los procesos dequiebra de las democracias (Linz, 1987), este autor haba defendido el papel de

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    5 En este sentido hay que recordar la importancia de los informes FOESSA (1970, 1975) yde los trabajos de Del Campo (1973), Fraga et al. (1973), Rodrguez Osuna (1973) o Prez Daz(1979), entre otros, sobre los campos como la juventud, la poblacin o la educacin que fueronprecursores en el inters implcito sobre los procesos de transformacin de los valores.

  • una cultura poltica autoritaria en el derrumbamiento de las democracias enAlemania e Italia. Tambin aplic las mismas tesis para explicar la quiebra dela Segunda Repblica en Espaa y sigui operando con dicha categora a lahora de desarrollar su anlisis del franquismo y su concepcin de los regmenesautoritarios. Linz se convirti, en este momento, en una figura muy importan-te para el anlisis sociopoltico. En primer lugar, porque en buena medida eraun representante destacado de la poderosa escuela pluralista de anlisis polticoy a travs de sus enseanzas y de sus escritos logr introducir en Espaa estemarco de anlisis y a sus principales autores. En los trabajos de Lipset o Dahl,adems, las bases culturales de la construccin de los sistemas polticos y de susprocesos de cambio ocupaban un lugar destacado. Pero Linz fue tambin unode los primeros impulsores de la realizacin de encuestas de opinin de natura-leza sociopoltica en nuestro pas, un terreno que experimentara un enormedesarrollo desde mediados de los setenta6.

    Ambas lneas de trabajo corrieron paralelas aprovechando el mencionadodespegue de los estudios de opinin pblica. Este impulso fue favorecido,antes de nada, por el resquicio que permiti la liberalizacin del rgimen afinales de los sesenta y que se tradujo, en lo que aqu nos compete, en unanueva ley de prensa que suavizaba la censura y, sobre todo, en la dinamizacindel Instituto de la Opinin Pblica, creado en 1963 y que luego se convertiraen el actual Centro de Investigaciones Sociolgicas. Adems de los estudiossobre valores, en este primer perodo se realizaron ya encuestas que incluanpreguntas que evaluaban las opiniones y actitudes de los espaoles en relacincon el sistema poltico7. La lectura de los textos de los cuestionarios de estosestudios es enormemente instructiva y revela una traslacin paulatina del inte-rs de los investigadores. Se percibe cmo sutilmente, pero de forma cada vezms abierta, va tomando forma uno de los principales interrogantes para lasciencias sociales del momento: cerciorarse de la existencia de slidas basessocioculturales ante un proceso de cambio poltico cada vez ms inevitablehabida cuenta de la edad del dictador y de su irreversible deterioro fsico.

    En este contexto y con las referencias intelectuales a las que antes he aludi-do, se entiende que se asumiera de forma bastante acrtica, aunque con algunasmodificaciones significativas que sealar ms adelante, el modelo clsicodifundido por el trabajo de Almond y Verba. La cultura cvica apareci en cas-tellano en 1970 y la obra se difundi rpidamente en los crculos acadmicos eintelectuales. En todo caso, la recepcin directa de este modelo tuvo un con-junto de consecuencias que todava hoy, casi en el fin del milenio, pesan nota-

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    6 La participacin de Linz en la elaboracin de los informes FOESSA fue determinante paramarcar lneas de trabajo en los estudios sociopolticos y para que el tema de la cultura polticaocupara un lugar destacado dentro de stos. Vase el informe de 1981, coordinado por esteautor.

    7 Una vez ms, es obligado destacar que el Banco de Datos del CIS posee un volumen deencuestas muy notable en el que desde finales de los aos sesenta se encuentran preguntas de estetipo.

  • blemente en el modo en que la sociologa y la ciencia poltica espaola abor-dan su anlisis.

    Ante todo, se tradujo en una utilizacin instrumental del concepto decultura poltica, que evit entrar en el debate epistemolgico y metodolgicode fondo que, con mayor o menor fuerza, se haba suscitado ya aos antes enel mundo acadmico anglosajn. Fue una decisin que algunos autores cali-fican de sabia, en la medida en que ahorr esfuerzos y debates a las CienciasSociales en momentos especialmente crticos para la sociedad espaola, quedemandaba respuestas urgentes ante las incertidumbres y la urgencia de losproblemas a los que se enfrentaba. Pero, al mismo tiempo, ha producido unaexcesiva homogeneidad de los estudios de cultura poltica en Espaa. Se consi-der, adems, que era un terreno exclusivo de la ciencia y de la sociologa pol-ticas y estas disciplinas tendieron a cerrarse sobre s mismas, evitando, hastahace pocos aos, entablar cualquier tipo de dilogo con la antropologa, la his-toria o la psicologa social. La enorme confianza que depositaba el modelo enla supremaca de las tcnicas cuantitativas de anlisis, junto con esta carenciade comunicacin con otras disciplinas sociales, explica, asimismo, el casi abso-luto monopolio de las florecientes encuestas de opinin en las investigacionesde cultura poltica.

    As pues, el decenio comprendido entre mediados de los aos sesenta y lamuerte de Franco seala el momento de la recepcin del paradigma clsico dela cultura poltica y los primeros pasos de su aplicacin en los estudios sobre elproceso de modernizacin, en los anlisis de la evolucin del rgimen franquis-ta y en los atisbos iniciales del inevitable cambio poltico. Pero fue realmentedesde 1975, a lo largo aproximadamente de una dcada, cuando tuvo lugar elgran auge de los estudios de cultura poltica como uno de los enfoques clavepara la comprensin de la transicin poltica espaola.

    LOS MODELOS DE EXPLICACIN DEL CAMBIO POLTICOEN ESPAA Y EL PAPEL DE LA CULTURA POLTICA

    En los ltimos aos setenta y los primeros de la dcada posterior tuvolugar la construccin de un modelo de explicacin hegemnico del paso delfranquismo a una democracia plenamente comparable a las de los pases de laEuropa occidental. Fue entonces cuando la sociologa y la ciencia poltica espa-olas contribuyeron de modo decisivo a dar forma a un marco explicativo quetuvo una considerable difusin entre la comunidad acadmica internacional yque se trat de aplicar, con mayor o menor fortuna, al estudio de otros proce-sos de cambio poltico. Dicho modelo, que algunos crticos denominan, no sinirona, la transitologa (Edles, 1998), se esforz por incorporar perspectivas ycategoras de anlisis provenientes de propuestas tericas diversas en un inten-to por construir un marco de interpretacin que diera cuenta de la singulari-dad de un fenmeno histrico que sobrepasaba las explicaciones que propor-

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  • cionaban las teoras clsicas del desarrollo poltico. Existen dos lneas principa-les de anlisis que subyacen a esta interpretacin dominante de la transicin: elmodelo funcionalista y el modelo de los actores polticos. En cualquier caso, lorealmente notable es que en ambos la referencia a la cultura poltica se hizoimprescindible y el papel que jug en la narracin del proceso de cambio pol-tico fue muy notable.

    Los postulados funcionalistas, aplicados en una buena parte de las investi-gaciones sobre la modernizacin, no fueron la perspectiva ms relevante en elanlisis del cambio poltico en Espaa. La asuncin de sus tesis en los estudiossociopolticos estuvo siempre matizada por el peso de una sociologa crticaque haca especial hincapi en la relevancia del conflicto social y que seguaponiendo en un primer plano la incidencia de los factores estructurales en laexplicacin del cambio poltico y social.

    Los modelos clsicos funcionalistas del cambio poltico explican la transi-cin como un mero ajuste de la superestructura poltica a una sociedad pre-viamente modernizada en sus dimensiones fundamentales. La democratizacinse entiende, en las versiones ms simplistas, como el momento de puesta alda de un sistema poltico desfasado que ha de responder a las nuevas deman-das de mayor especializacin, eficacia e institucionalizacin que le impone larealidad de una sociedad ya modernizada. La incapacidad de hacer frente a esteimpulso de cambio, es decir, la resistencia a la democratizacin, supondra deforma inevitable la crisis, quiebra y, finalmente, destruccin del viejo sistemapoltico.

    En el caso espaol, en donde, repito, nunca se aplic este modelo en suforma pura, las numerosas investigaciones que se haban realizado en aosanteriores sobre el impacto de la modernizacin jugaron entonces un papelimportante. Todas estas interpretaciones apuntaban a que sta haba alcanzadoya un estadio muy avanzado y haba afectado de forma muy notable a los valo-res y estilos de vida de amplios sectores de la poblacin. Fue en aquel momen-to cuando estos mismos trabajos se comenzaron a emplear para afirmar que, alo largo de la ltima etapa del franquismo, las transformaciones en la esfera delos valores haban incidido de forma notable sobre la cultura poltica de losespaoles. Poda considerarse, pues, que estaban asentadas unas bases cultura-les que contribuiran a garantizar no la inevitabilidad pero s el xito de unproceso de democratizacin en Espaa.

    Junto a la influencia del proceso general de modernizacin, ciertos estudiosdestacaron la importancia de algunos fenmenos concretos que haban impul-sado de forma notable el asentamiento de los grmenes de una nueva culturapoltica en Espaa. El turismo y la emigracin fueron considerados, adems deacontecimientos con un indudable impacto en el desarrollo econmico, comoprocesos que sirvieron para transformar de modo significativo los valores deamplios grupos de la poblacin espaola y como mecanismos de socializacinen la cultura y los modos de vida de las democracias occidentales. En estamisma lnea, fue entonces cuando comenz a destacarse la fuerza cada vez

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  • mayor con la que apareca en el imaginario colectivo de los espaoles la ecua-cin Europa = bienestar = democracia. Europa, entendida esencialmente comosociedad con altos niveles de bienestar y con grandes esferas de libertad indivi-dual y colectiva, se convertira muy rpidamente en el modelo a imitar por losespaoles y, quiz lo que es ms importante, en la nica salida posible ante elfin inevitable del franquismo. La conviccin de que el franquismo no podrasobrevivir al dictador estuvo claramente influida por la exposicin de sectorescada vez ms amplios de la poblacin espaola a este escaparate europeo.Una de las manifestaciones en donde es ms perceptible la rapidez de este con-tagio es el cine espaol de los aos sesenta-setenta.

    Pero quiz la contribucin ms notable de este primer modelo al anlisisde las precondiciones culturales del cambio poltico sea haber prestado aten-cin a los mbitos de aprendizaje de la vida democrtica a lo largo de la ltimaetapa del franquismo. V. Prez Daz (1979) fue el autor que apost ms clara-mente por subrayar la importancia de volver la mirada hacia la sociedad civilpara observar algunos cambios especialmente significativos a los que confiriuna importancia decisiva en la rpida resocializacin poltica de los espao-les. De acuerdo con sus tesis, la liberalizacin del franquismo desde finales delos aos sesenta habra posibilitado la dinamizacin de la vida social difun-diendo, dentro de ciertos sectores, valores y actitudes imprescindibles para lavida democrtica. En concreto, Prez Daz se centr en el mundo del trabajo yseal el impacto de la nueva legislacin sindical y, en concreto, de la puestaen marcha de los convenios laborales en la creacin de prcticas de negociaciny de consenso que seran, unos aos despus, esenciales para afrontar la transi-cin poltica. Este proceso de adiestramiento poltico se habra extendido tam-bin a esferas ms amplias a travs de una cierta revitalizacin de la vida aso-ciativa. Los cambios en los valores y estilos de vida de los espaoles, en lasaspiraciones de los empresarios y de los trabajadores, unidos a un proceso desocializacin poltica, habran ido minando las bases de legitimidad del fran-quismo y habran generalizado la conviccin de que la democratizacin era lanica salida posible, y la ms deseable, una vez desaparecido Franco. Pero, fun-damentalmente, habran ido sentando las bases de la nueva cultura polticademocrtica de los espaoles. Tras cuarenta aos de autoritarismo las dificulta-des a superar eran muy numerosas, pero los obstculos no eran insuperables enla medida en que se contaba con una cultura poltica favorable que garantizabatanto la aceptacin generalizada del proceso como, en buena medida, la estabi-lidad de la nueva democracia.

    No obstante, la explicacin que se convirti en dominante fue una combi-nacin particular de una determinada versin de la teora pluralista teida dealgunos de los postulados bsicos de la teora de la eleccin racional, que habaadquirido, ya a mediados de los aos setenta, un puesto destacado en la socio-loga y en la ciencia poltica. Fue esta interpretacin peculiar la que se exportunos aos ms tarde para tratar de dar cuenta de la nueva ola democratizadoralatinoamericana. El centro de atencin de esta corriente fueron los principales

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  • actores polticos que aparecieron en la escena pblica a la muerte de Franco y,ms en concreto, las estrategias por medio de las cuales stos pudieron estable-cer un pacto bsico sobre el que fue posible construir, en un lapso de tiempomuy breve, una democracia comparable a la de los pases de nuestro entornogeopoltico y cultural8.

    Las estrategias y los pactos entre las lites slo son posibles en la medida enque existan bases socioculturales que hagan posible que la negociacin se con-ciba como la estrategia ms beneficiosa para cada una de las partes y que exis-tan refuerzos poderosos (incentivos selectivos los llamara M. Olson) para elmantenimiento de dicho pacto. En definitiva, el compromiso slo parece via-ble si existe un consenso bsico acerca de los fundamentos del sistema polticoy sobre unos objetivos comunes que han de guiar la accin poltica; ello slo esfactible gracias a unos valores comunes, escasos pero primordiales, que, endefinitiva, son los que contribuyen a definir la idea de ciudadana.

    De aqu la enorme importancia que adquiri el estudio de los rasgos prin-cipales de la cultura poltica de los espaoles. Si en aos anteriores se habacomprobado la existencia de unos prerrequisitos culturales mnimos que ha-can factible el inicio del cambio poltico, desde los primeros momentos de latransicin se trat de comprobar la solidez de dichas bases y de asegurar que elproceso de difusin, ampliacin y profundizacin de los rasgos esenciales deuna cultura poltica democrtica estaba en marcha y adoptaba la direccin ade-cuada. Este inters explica la considerable expansin y divulgacin de las inves-tigaciones de cultura poltica. Un tema poco estudiado, pero fascinante paracomprender el caso espaol, es el papel que jug un grupo de socilogos ypolitlogos en el diseo de las principales estrategias y en la elaboracin de losdiscursos de las fuerzas polticas que, durante las primeras etapas del cambio,fueron adquiriendo relevancia en la nueva vida democrtica. La certidumbrede la existencia de estas bases culturales, junto con algunas ideas bsicas acercade la moderacin ideolgica de la sociedad espaola, fueron argumentos deter-minantes a la hora de marcar cambios fundamentales en el surgimiento de losnuevos grupos y partidos, y en la adaptacin de los ya existentes a la nuevasituacin poltica.

    Las investigaciones sobre la cultura poltica fueron muy relevantes para lageneracin de estudiosos que estuvo en primera fila de la investigacin socio-poltica a lo largo de la transicin y de la consolidacin de la democracia.Y esto fue as porque, como he tratado de explicar en los prrafos anteriores,los modelos de interpretacin del cambio exigan la introduccin de esta herra-mienta de anlisis con el fin de, primero, convencer de la viabilidad de lademocratizacin y, despus, dar cuenta de la rapidez y suavidad de la misma.A pesar de todo, desde un punto de vista terico, la cultura poltica jug siem-

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    8 Una crtica del nfasis excesivo en los actores polticos de los primeros estudios de la transi-cin espaola se encuentra en Agero y Torcal (1993). Por su parte, Edles (1998) lleva a caboun anlisis crtico de la escuela del pacto.

  • pre el papel de categora residual. Es decir, se emple para dar cuenta deaquellas lagunas que ni el argumento de la modernizacin ni los enfoques eli-tistas lograban colmar a partir de sus presupuestos tericos. Se utiliz, funda-mentalmente, para minimizar los riesgos de desestabilizacin y para dar cuentade las bases del pacto entre las lites. Y se us siempre dentro de la tradicinque Welch (1993) denomina el enfoque comparativo para subrayar la similitudde la cultura poltica espaola, al menos en sus rasgos esenciales, con la de lamayora de las democracias occidentales. De este modo, el argumento de lacultura poltica fue extremadamente funcional para la explicacin del cambiopoltico, a costa de perder profundidad en su anlisis y de pasar por alto lamayor parte de los aspectos conflictivos tanto en lo que se refiere al proceso detransicin como a la reconstruccin de la cultura democrtica9.

    Entre 1975 y 1985 se publicaron unas investigaciones considerables encuanto a su volumen, y notables en cuanto a su influencia, que se han conver-tido en los textos de referencia en el estudio de la cultura poltica en Espaa10.A pesar de que existen algunas discrepancias importantes en las interpretacio-nes de los distintos autores, sus puntos de coincidencia son tambin numero-sos. En primer lugar, el factor comn ms relevante es haber aplicado laencuesta original de Almond y Verba al estudio del caso espaol, casi sinmodificaciones11. Los estudios concedieron una especial atencin a la creacinde algunas actitudes bsicas con respecto a la democracia, entre las que desta-can el sentimiento de competencia ciudadana, las dimensiones de legitimidady eficacia del sistema poltico y los vnculos entre los ciudadanos y las princi-pales instituciones del sistema poltico. Por el contrario, la socializacin polti-ca, un tema al que La cultura cvica haba conferido una gran relevancia, susci-t un inters secundario, quiz porque, como tendremos ocasin de compro-bar ms adelante, la concepcin de la socializacin poltica que preconizaba elmodelo clsico provocaba dificultades y se hizo necesario introducir modifica-ciones importantes.

    La metodologa empleada en estas investigaciones fue exclusivamentecuantitativa y se redujo a la aplicacin de encuestas de opinin, apartndose eneste punto del modelo original, que haba introducido una segunda fase en la

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    9 Es interesante comprobar cmo, por ejemplo, los estudios de cultura poltica de este pero-do suelen pasar por alto el problema de la pervivencia y reconstruccin de las culturas polticasnacionalistas o regionales en un momento en que uno de los temas principales de la agendapoltica era la construccin del Estado de las Autonomas. Para un anlisis del olvido del casovasco, vase Edles (1998).

    10 Los trabajos de Linz (1981, 1987), Lpez Pina y Aranguren (1976), Lpez Pintor (1982),Maravall (1982) y Maravall y Santamara (1989) forman el ncleo central de los estudios de cul-tura poltica en estas primeras fases del cambio.

    11 Las similitudes entre el texto de la encuesta de La cultura cvica y los estudios de culturapoltica realizados por el CIS a comienzos de los aos ochenta son notables. A pesar de las lgi-cas modificaciones debidas a la traduccin de la encuesta al castellano y a una cierta adaptacin ala realidad espaola, el grueso de las preguntas sigue sustancialmente la formulacin original deAlmond y Verba.

  • investigacin basada en la realizacin de entrevistas en profundidad12. Hay queaadir, adems, que todos los autores manejaron una concepcin de culturapoltica como compartimento estanco, dentro de un modelo formalizadoque rara vez trat de establecer relaciones con temas de investigacin afines. Essignificativo comprobar cmo, mientras que los estudios de valores siguierondesarrollndose, y cuando el estudio de la socializacin fue abordado sobretodo desde la psicologa social, la reflexin sobre la cultura poltica apenasmantuvo ninguna lnea de comunicacin con estas reas de reflexin. Delmismo modo, se prest muy poca atencin a la indudable influencia de loscambios en la estructura de la familia, en la religin o en el sistema educativosobre las culturas polticas13. En los mrgenes de la reflexin sociopoltica s hatenido lugar un considerable desarrollo de estos trabajos, pero hasta el momen-to han sido muy escasos los intentos de construir una perspectiva integradora.La conviccin, bastante generalizada, de que la transicin poltica espaola esun ejemplo casi perfecto de cambio desde arriba ha pesado considerablemen-te en el escaso desarrollo de las investigaciones que tratan de integrar los cam-bios sociales ms importantes con la naturaleza de la transicin poltica14.

    Existen, no obstante, algunas consecuencias positivas de esta homogenei-dad y aislamiento. A costa de perder riqueza en el anlisis, la uniformidad delas encuestas ha permitido, con el paso de los aos, contar con largas series dedatos que facilitan el anlisis longitudinal y la comprobacin de los elementosde permanencia y cambio de las principales dimensiones de la culturapoltica15.

    Al margen de estas similitudes formales, existen tambin coincidencias enel modo de abordar el estudio de la cultura poltica, a pesar de que no se puedenegar la diversidad de estilos de anlisis y algunas divergencias de fondo. Bajotodas estas investigaciones subyace la creencia en una ruptura notable con lavieja cultura autoritaria que caracteriz la vida pblica espaola al menos

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    12 Es necesario recordar que Almond y Verba dividieron su investigacin en dos partes. En lasegunda, tras un primer anlisis de los resultados de su encuesta, eligieron una submuestra de losencuestados y llevaron a cabo entrevistas en profundidad con el fin de ahondar en algunos de lostemas que consideraban ms importantes. En Espaa, la nica excepcin a este predominio del mto-do cuantitativo en este perodo fue el trabajo de Maravall, Dictadura y disentimiento poltico (1978),cuyo tema de anlisis no es el estudio de la cultura poltica sino el de la oposicin al franquismo.

    13 En Espaa no se ha concedido casi importancia al estudio de la religin civil, uno de lostemas directamente vinculados con el concepto tradicional de cultura poltica que ha sido muytrabajado en Estados Unidos, Gran Bretaa o Francia. El trabajo de S. Giner (1993) constituyeuna excepcin que confirma la regla.

    14 Sin embargo, algunos estudios de sociologa de la religin s han tratado de establecerpuentes con el anlisis poltico. Vanse, por ejemplo, Daz-Salazar (1990), Daz-Salazar et al.(1990) y Daz-Salazar y Giner (1993).

    15 En los aos noventa se han publicado estudios que analizan las tendencias de evolucin dela cultura poltica, aprovechando las ya largas series de datos existentes. Vase, por ejemplo,R. Montero y Torcal (1990). Tambin se ha comenzado a prestar atencin a un anlisis decohortes de la cultura poltica cuyo objetivo es comprobar el cambio generacional y el impactode la socialiacin en la vida democrtica. Vase Justel (1992).

  • desde el ltimo tercio del siglo pasado. Aquella cultura poltica que, de acuer-do con las tesis de Linz, jug un papel relevante en la quiebra de la II Repbli-ca y en el advenimiento del franquismo. Se difundi la conviccin de que, porprimera vez en la historia de Espaa, se daban las condiciones para sentar lasbases de la ciudadana a escala nacional. Haba entonces una clara posibilidadde establecer un pacto que originara un sistema democrtico con visos deduracin y estabilidad. Esta creencia se concret en una serie de argumentosque se comprobaron en base a los datos proporcionados por las encuestas decultura poltica.

    Ante todo, el pacto fundacional presupona la superacin del rencor provo-cado por la guerra civil, lo que, en cierto modo, implicaba una valoracinatemperada del franquismo. Es aqu donde el anlisis tuvo que abordar elpapel de las memorias colectivas sobre la contienda y el franquismo para eva-luar el papel que stas jugaron en la democratizacin. Pero, curiosamente, almenos desde la sociologa y la ciencia poltica, el estudio de estas memorias nose realizar hasta algo ms tarde (Aguilar, 1995), aunque s estuviera implcitoante todo en los trabajos de V. Prez Daz (1991a, 1991b, 1993). Lo que sabordaron directamente los estudios de cultura poltica fue, por un lado, elestudio de la cultura poltica del franquismo (Lpez Pina y Aranguren, 1976)y, por otro, el papel del recuerdo de actitudes y valores democrticos previos ala dictadura. Fue J. M. Maravall (1982) quien plante la tesis ms conocida.Segn sta, a lo largo de todo el franquismo algunos valores, actitudes yrecuerdos de la vida democrtica habran permanecido vivos en el seno de lasfamilias y se habran transmitido entre generaciones. Fueron estos recuerdoslos que ayudaron, en los primeros momentos del cambio, a recuperar con rapi-dez marcos de significados y herramientas para la comprensin y la accinpoltica imprescindibles para la vida democrtica.

    La consideracin del papel de las memorias colectivas en el modelo clsicode la cultura poltica exigi introducir una rectificacin fundamental en unode sus postulados bsicos. El modelo a la manera de Almond y Verba se basa-ba en una concepcin parsoniana de socializacin entendida como proceso deaprendizaje e interiorizacin de creencias, actitudes y valores que tiene lugaresencialmente a lo largo de la infancia y del que son agentes fundamentales lafamilia, la escuela, la Iglesia y, en menor medida, el grupo de pares16. Darcuenta de la posibilidad y del xito de procesos de democratizacin suponaatemperar la insistencia en la socializacin infantil y dar mayor peso a los pro-cesos de socializacin poltica adulta. Esto es precisamente lo que llev a caboel paradigma dominante de anlisis del cambio poltico en Espaa. La transi-cin, desde esta perspectiva, es entendida como un rpido y logrado procesode resocializacin poltica de aquellas generaciones que haban sido educadasy haban visto cmo transcurra buena parte de su vida adulta bajo el franquis-

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    16 Para una crtica de dicho modelo de socializacin y de sus consecuencias en el estudio dela socializacin poltica, vase el trabajo de Percheron (1993).

  • mo. Sobre unas bases culturales favorables, establecidas como consecuencia dela modernizacin y la liberalizacin del rgimen en su ltima etapa, y con laayuda de memorias recuperadas de un largo pasado de normalidad democrti-ca, era posible que tuviera lugar el paso a la democracia.

    Los datos de las encuestas de opinin mostraron, desde los primerosmomentos del cambio, un juicio benvolo del franquismo junto con una valo-racin muy positiva de la democracia como sistema poltico que correspondaa una sociedad moderna y occidental como la espaola. Tambin parecansealar el empeo de los espaoles por superar el pasado y por marcar las dife-rencias entre la sociedad contempornea y aquella en la que se haban dado lascondiciones para el estallido de la guerra civil. Sorprende, sin embargo, que elrecurso a la memoria como factor explicativo de las bases culturales que posibi-litaron el pacto pasara por alto la larga tradicin sociolgica de reflexin sobrela memoria colectiva. En el estudio de Maravall (1982) los nicos datos que semanejaron al respecto fueron las escasas preguntas que las encuestas de opi-nin incluyeron sobre el tema y los resultados electorales de las primeras elec-ciones generales de junio de 1977, que mostraban sorprendentes similitudescon los de las ltimas elecciones de la II Repblica de febrero de 1936. Sinembargo, no faltaban las investigaciones sobre la memoria colectiva fuera denuestras fronteras e, incluso, en Espaa comenzaba a desarrollarse esta lnea detrabajo impulsada desde la historia oral. Pero, una vez ms, el anlisis sociopo-ltico se vio lastrado por su definicin restrictiva de cultura poltica y por unainseguridad que le empuj a prestar odos sordos a las aportaciones que esta-ban realizndose en campos de estudio muy prximos.

    Se afirm, adems, que esta postura hacia el pasado se traduca en una acti-tud ideolgica de los espaoles esencialmente moderada, subrayndose el esca-so peso de las ideologas ms extremistas tanto a la izquierda como a la derechadel espectro poltico. La moderacin se combinaba, adems, con un ciertopragmatismo poltico y con actitudes reformistas muy difundidas entre lapoblacin. La confianza en la exactitud de la tesis de la moderacin de losespaoles fue adoptada con mayor o menor prontitud por todos los partidospolticos, en especial por aquellos que haban constituido la oposicin al fran-quismo, y tuvo un peso determinante a la hora de provocar cambios muy sig-nificativos en algunos de sus presupuestos ideolgicos, en sus discursos y en eldiseo de sus estrategias. Los analistas polticos presentaron los resultados delas elecciones generales de junio de 1977 como prueba concluyente de la exac-titud de dicha tesis.

    Por su parte, las actitudes reformistas del grueso de la poblacin se concre-taban, segn estos estudios, en una particular concepcin de la democracia.Este sistema, el ms conveniente para Espaa a la salida del franquismo, eraentendido por la gran mayora en trminos esencialmente liberales. Es decir, lademocracia, cuyo referente mximo sigui siendo en todo momento Europa,apareca en las encuestas como un sistema que garantiza las libertades indivi-duales y colectivas, ms que como uno que ha de tender a la igualdad de todos

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  • los ciudadanos. No obstante, este sesgo liberal se atemperaba con una altavaloracin del papel del Estado como institucin encargada de impulsar laigualdad social y con actitudes muy favorables a la introduccin de reformassustanciales que operaran en este sentido. Algo ms tarde, esta supeditacin delos ciudadanos al Estado como promotor de la igualdad y el bienestar ha sidocriticada en trabajos que abordan el estudio de la cultura econmica y quemantienen tesis prximas a ciertas vesiones de la ideologa neoliberal17. Ladebilidad de la sociedad civil en Espaa y el escaso arraigo de la mentalidadempresarial se debera a la secular dependencia de los espaoles a un Estadoparternalista; una sumisin que dara cuenta de algunas de las principales debi-lidades de la vida pblica en nuestro pas.

    La fortaleza de los argumentos de la socializacin poltica adulta no signi-fic que estos estudios no tuvieran que tratar el problema del peso del fran-quismo en la construccin de la cultura poltica democrtica. Al margen dealgunos trabajos que abordaron directamente el anlisis de la cultura polticafranquista (Lpez Pintor y Aranguren, 1976), el reconocimiento de la inevi-table huella que haban dejado las largas dcadas de ausencia de libertades yde vaco de vida pblica se concret en dos argumentos principales. Por unlado, se record la persistencia del cinismo poltico que ya algunos aos antesJ. Linz haba apuntado como caracterstica sobresaliente de la cultura polticatradicional espaola. Linz haba retomado el argumento en los mismos trmi-nos que, ya a finales de la dcada de los cincuenta, S. M. Lipset (1959) habaplanteado al estudiar las bases sociales de los regmenes democrticos. ParaLipset, la estabilidad de los regmenes polticos dependa de la particular rela-cin que en cada momento y caso concreto se estableca entre su eficacia y sulegitimidad. El cinismo poltico, para Linz, consista en aquella particulardisposicin en la que los ciudadanos establecen una distancia desmesuradaentre una alta legitimidad del sistema poltico y una eficacia muy baja delmismo18.

    Siguiendo a este autor, los trabajos de cultura poltica explicaron la bajaeficacia atribuida al sistema poltico como consecuencia del peso de la tradi-cin histrica del Estado en Espaa, que siempre haba provocado un aleja-miento considerable entre los ciudadanos y las esferas de toma de decisinpoltica. No obstante, esta baja eficacia se contradice con el importante papelque los espaoles atribuan al Estado en aquel momento, y siguen hacindolohoy en da, como encargado de limitar las desigualdades sociales. Por su parte,la alta legitimidad de la democracia sirvi para mantener la confianza en suestabilidad incluso en aquel perodo en el que sigui planeando el fantasma de

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    17 ste es el caso, por ejemplo, de algunos trabajos de V. Prez Daz publicados a comienzosde los noventa. En concreto, vase Prez Daz (1991a, 1991b, 1993).

    18 Se tratara de la situacin inversa a la que caracteriz la cultura poltica de la RDA durantelargas dcadas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. En el caso de Alemania Occidental sehallan altos niveles de eficacia atribuida al sistema, mientras que ste no logra nunca una altalegitimidad.

  • la desestabilizacin y el golpe de Estado. Finalmente, el argumento del cinismopoltico se emple tambin para explicar algunas de las diferencias fundamen-tales de la cultura poltica de los espaoles en comparacin con la de los ciu-dadanos de las viejas y estables democracias occidentales.

    Dos fueron los principales rasgos de diferenciacin subrayados y ambos seatribuyeron a la huella del franquismo, a pesar de que se confiaba en que laprctica en la vida democrtica ira limando esta distancia: primero, los bajosniveles de competencia poltica, uno de los elementos esenciales que definen lacultura cvica en el modelo clsico; en segundo lugar, los bajos niveles de aque-llas actitudes y valores esenciales para construir las bases de la participacinpoltica. En este ltimo punto cabe destacar la debilidad de la identificacinpartidista en Espaa y los bajsimos niveles de afiliacin a cualquier tipo deorganizacin de carcter poltico19.

    Algunos de los exponentes de la escuela del pacto emplearon las eviden-cias que proporcionaban los estudios de cultura poltica para desarrollar unmarco de explicacin de la transicin espaola como cambio desde arriba enla que el juego de las lites y su libertad de maniobra para lograr los pactosfundacionales se habran visto favorecidos por la escassima participacin delos espaoles20. Por el contrario, un grado de movilizacin ms alto hubierapuesto en peligro la suavidad, rapidez y xito del proceso21. En cualquier caso,dejando a un lado la funcionalidad de la tesis de la desmovilizacin y obviandoentrar en el tema de fondo de si logr dar cuenta de la realidad de los hechos,me interesa nicamente resaltar la confianza que subyaca bajo todo este dis-curso en la rpida recuperacin de la vida participativa por medio de la prcti-ca en la vida democrtica.

    La tesis de la desmovilizacin fue matizada ya en estos momentos por unaserie de autores que insistieron en la necesidad de tomar en consideracin elpeso de los factores estructurales y de las presiones desde abajo en la explica-cin del cambio. La poltica de la transicin, de J. M. Maravall (1982), fue pio-nera en la defensa de una perspectiva que trataba de combinar los factoresestructurales, la movilizacin popular y las estrategias de las lites polticascomo marco para la interpretacin rigurosa de la democratizacin espaola.No puede olvidarse que la mayor parte de los estudios de la transicin espao-la que fueron publicndose a lo largo de los aos ochenta adoptaron una pers-

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    19 Acerca de las caractersticas de la identificacin partidista en Espaa, vase Del Castillo(1990).

    20 Esta tesis fue defendida, sobre todo, por Lpez Pintor (1982). Pero incluso muy reciente-mente siguen publicndose trabajos que apoyan esta postura. En concreto, puede verse Sastre(1998).

    21 Ya en plena dcada de los noventa, esta tesis ha sido recuperada para explicar las diferen-cias entre el caso espaol y los procesos de democratizacin en Europa del Este, que son defini-dos como ejemplos mximos de transiciones desde abajo en donde es imprescindible tomar enconsideracin el papel de los movimientos polticos, es el origen, desarrollo y resultados del cam-bio. Entre la numerosa literatura sobre el tema pueden consultarse Oberschall (1996) y Zdra-vomyslova (1996).

  • pectiva muy similar a la defendida por Maravall, al tiempo que todos ellosincorporaron el estudio de la cultura poltica en un lugar destacado22.

    Para concluir, la contribucin ms significativa de este conjunto de traba-jos es la admisin generalizada de que, al inicio de la transicin, los rasgosbsicos de la cultura poltica de los espaoles eran esencialmente comparables alos de los ciudadanos de las democracias occidentales23. Se confiaba, adems,en que el proceso de socializacin poltica adulta, es decir, la prctica en la vidademocrtica, permitira colmar las brechas que, en algunos aspectos concretos,seguan diferencindonos de Europa y continuaban impidiendo que, en senti-do estricto, se considerara la cultura poltica de los espaoles como una autn-tica cultura cvica.

    RASGOS MS RELEVANTES DE LOS ESTUDIOS SOBRELA CULTURA POLTICA DE LOS ESPAOLESEN LOS AOS OCHENTA Y NOVENTA

    La mayor parte de las investigaciones sobre la cultura poltica de los espa-oles a lo largo de los aos ochenta y en la dcada posterior siguieron, en loesencial, las lneas trazadas por los estudios realizados en el momento de latransicin poltica y la consolidacin de la democracia. Sin embargo, la rutini-zacin de la vida democrtica dio lugar a un cierto cambio de nfasis en laagenda de temas de investigacin.

    En primer lugar, se insisti en la estabilidad y en la ausencia de cambiosapreciables en las dimensiones bsicas de la cultura poltica. En este sentido,los trabajos han tendido a destacar el mantenimiento de los altos niveles delegitimidad de la democracia incluso en los momentos en los que los cambiosde gobierno o las crisis de ciertas instituciones podran haber provocado unamerma del apoyo popular a la democracia. Pero, al tiempo, se reconoci tam-bin que las optimistas previsiones del impacto de la socializacin polticaadulta en la vida democrtica no parecen haberse cumplido tan fcilmentecomo se pensaba. En primer lugar, se ha constatado la persistencia del cinismopoltico y, en concreto, de la baja eficacia que se atribuye al sistema polticoaun en momentos en que otro tipo de indicadores daban cuenta de un altonivel de eficacia en la gestin gubernamental. En segundo lugar, se ha resalta-do la inexistencia de cambios significativos en las bases de la participacin

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    22 Los estudios colectivos ms conocidos sobre la transicin fueron dirigidos por Giner(1990), J. F. Tezanos (1989) y Cotarelo (1992). Dentro de este grupo tambin puede incluirse laobra coordinada por ODonnell y Schmitter (1986), que, aunque tiene como objeto el anlisisms amplio de los procesos de transicin, dedica una parte al estudio de los procesos de demo-cratizacin en el Sur de Europa, y en concreto en Espaa.

    23 La comparacin de los datos de las encuestas realizadas en Espaa con los que proporcio-naban los Eurobarmetros tuvo una especial importancia para fundamentar estas conclusiones.

  • poltica, al menos en lo que se refiere a los canales convencionales de partici-pacin en la vida pblica. La identificacin partidista ha seguido siendo muydbil y los niveles de afiliacin a las organizaciones polticas han continuadobajo mnimos. Desde mediados de los aos ochenta se asiste, adems, a uncambio significativo en la interpretacin de la abstencin. La ausencia de par-ticipacin electoral, que, hasta el momento, haba sido entendida o bien comosimple abstencin tcnica o como un comportamiento privativo de aquellossectores de la sociedad menos educados o ms alejados del sistema poltico,ha dejado paso a argumentaciones que comienzan a apuntar la incapacidad delsistema poltico por generar o avivar cauces participativos que enriquezcan lacalidad de la vida pblica espaola24. Este nuevo nfasis se percibe tambin enel modo en que el desencanto comenz a explicarse como un elemento msdentro de un proceso ms amplio de crisis de la vieja poltica que afecta,sobre todo, a los canales tradicionales de participacin poltica. Los significati-vos cambios en la participacin y la accin colectiva que han tenido lugar enEspaa a lo largo de la dcada de los noventa, concretamente el renacimientode nuevos y viejos movimientos sociales y el auge de las ONGs y de otras for-mas de voluntariado, han provocado que se establezca una va de comunica-cin entre los estudios de cultura poltica y las investigaciones sobre la accincolectiva.

    Por ltimo, cabe destacar como otro de los rasgos comunes a la reflexinde este perodo el modo en que se ha subrayado el mantenimiento de elevadossentimientos de europesmo en Espaa. Incluso tras la incorporacin de Espa-a a la UE, una vez cumplido uno de los principales logros que animaron elproceso de democratizacin, Europa no constituy nunca un problema polti-co, un objeto de controversia poltica. Slo algo ms tarde, ya casi finalizada ladcada de los noventa, han comenzado a surgir algunos signos que apuntan ala incorporacin del tema europeo en la agenda poltica, por lo que habr queesperar todava unos aos para ver el modo en que dicho cambio se traduce enla cultura poltica espaola.

    Las encuestas de opinin han seguido constituyendo el mtodo de investi-gacin fundamental para los estudios de cultura poltica, aunque en este pero-do comienzan a aparecer algunas excepciones a esta tnica general que aplicanuna metodologa de tipo cualitativo para ahondar en algunos aspectos especfi-cos del problema. La investigacin de R. del guila y R. Montoro (1982)sobre la construccin del discurso poltico de la transicin, basada en un anli-sis de los diarios de sesiones de la Comisin Constitucional, es uno de lospocos trabajos que se inscriben dentro de la tradicin interpretativa de la cul-tura poltica. Lamentablemente, su interesante aportacin no parece habertenido continuidad en el anlisis sociopoltico de los aos ms recientes. Enuna lnea similar, J. E. Rodrguez Ibaez (1987) public un anlisis de la cul-

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    24 sta es una de las principales conclusiones del estudio de Justel (1993) sobre la abstencinelectoral en Espaa. A este respecto tambin pueden consultarse Virs (1994) y Morn (1997a).

  • tura poltica basado en entrevistas en profundidad. Dos islotes aislados enmedio de un mar de encuestas de opinin.

    Existe, adems, otra importante lnea de continuidad entre los primerosestudios de la cultura poltica y la nueva generacin de trabajos que se con-creta en el mantenimiento de una visin de la cultura poltica como una cons-truccin analtica de carcter homogeneizador. Un rasgo destacable del empleode la cultura poltica en los estudios espaoles es su escasa atencin a la exis-tencia de subculturas polticas significativas, y ello es especialmente sorpren-dente si se considera que uno de los principales retos de la democratizacinespaola fue el reconocimiento y el intento de resolucin del problema de lasnacionalidades. Sin embargo, tanto en la primera como en la segunda oleadade la reflexin sobre la cultura poltica se sigui operando dando por sentada laexistencia de algo parecido a una cultura poltica global.

    Es cierto que desde los aos ochenta comenzaron a publicarse algunos tra-bajos sobre la construccin y la naturaleza de culturas polticas en las naciona-lidades histricas25. Sin embargo, a pesar del nfasis que el modelo clsicoconfera a la confrontacin entre casos, no existen grandes estudios de mbitoestatal que tengan un propsito comparativo26. Tampoco se ha prestado sufi-ciente atencin al impacto de las grandes lneas de fractura que recorren laestructura social espaola en la constitucin de posibles subculturas polticasespecficas. nicamente algunos trabajos aislados han empezado a trabajar enla relacin entre cambio generacional y transformaciones en la cultura polti-ca27, pero, por ejemplo, los estudios sobre valores y actitudes polticas de lajuventud siempre parecen haber sido realizados al margen de las investigacio-nes convencionales de cultura poltica y han sido escasamente empleados porlos estudiosos para apoyar sus reflexiones28. Un campo en donde s se ha avan-zado sustancialmente en la consideracin de subculturas polticas de la juven-tud ha sido el de la aplicacin de las tesis de R. Inglehart sobre la extensin delos valores postmaterialistas en las nuevas generaciones y su impacto en la vidapoltica de las sociedades modernas29.

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    25 Los trabajos de Llera (1989, 1994) sobre el Pas Vasco o el de Cabrera (1988) sobre Gali-cia son ejemplos de este tipo de investigacin. Las encuestas preelectorales que el CIS ha venidorealizando en vsperas de todas las elecciones autonmicas incluyen algunas preguntas relativas ala cultura poltica. Sin embargo, estas fuentes han sido escasamente utilizadas a efectos compara-tivos.

    26 Salvo algunos estudios aislados del CIS, la mayor parte de las encuestas de opinin nocuentan con una muestra suficiente para ser representativa a nivel autonmico. De este modo, lascomparaciones entre regiones, y entre stas y la cultura nacional, son extremadamente difciles.

    27 El mencionado trabajo de Justel (1993) constituye la principal referencia de este inters.28 No obstante, todos los Informes de la Juventud realizados por el Instituto de la Juventud

    incluyen datos de inters.29 Dez Nicols ha sido el encargado de llevar a cabo en Espaa la encuesta internacional de

    valores, coordinada por R. Inglehart. Por su parte, Torcal (1989, 1992) ha aplicado el esquemade Inglehart tratando de comprobar la validez de las tesis de la extensin de los valores post-materialistas en el caso espaol.

  • La misma tnica de escasa preocupacin por el anlisis de subculturas pol-ticas especficas se hace patente cuando se considera el reducido desarrollo deestudios sobre la relacin entre mujer y cultura poltica, un hecho sorprenden-te habida cuenta de la importancia cada vez mayor de la perspectiva de gneroen la investigacin social en nuestro pas30. Por ltimo, es tambin notable quela primera oleada de estudios de cultura poltica no haya abierto el caminopara un examen sistemtico de las fracturas entre culturas polticas de lites yculturas polticas de masas, ni que tampoco se haya avanzado en la investiga-cin sobre la construccin de culturas polticas de organizaciones como lospartidos polticos y los sindicatos31 y sobre su impacto tanto en las dificultadesde institucionalizacin del nuevo sistema de partidos en Espaa como en elestilo poltico que imponen a la vida pblica en nuestro pas. En definitiva, lamayora de los estudios que se han ido publicando a lo largo de los ltimosdiez o quince aos no abordan de forma satisfactoria ni la relacin entre des-igualdad social y construccin de las culturas polticas, ni tampoco extiendenla reflexin al surgimiento y el modo en que operan las culturas especficas deorganizaciones e instituciones particularmente relevantes a la hora de conside-rar algunas de las singularidades de la rutinizacin de la vida democrtica.

    Esta limitada capacidad de salir de los estrechos lmites en los que la defi-nicin restrictiva de cultura poltica se haba encerrado es tambin patentecuando se consideran las mnimas innovaciones de carcter terico o metodo-lgico que han introducido las investigaciones ms recientes frente a las de laprimera ola. Salvo en lo que supone una mayor sofisticacin en las tcnicas deanlisis, los estudios de cultura poltica no parecen haber logrado superar elmarco que la herencia intelectual y las exigencias del proceso democratizadorimpusieron a los trabajos. La caracterstica principal de la investigacin de esteperodo es la aplicacin de la perspectiva de la cultura poltica a determinadasreas de anlisis, al tiempo que contina la acumulacin de datos que hacecada vez ms asequible el anlisis longitudinal.

    En lo que respecta al primer nivel, cabe destacar el considerable desarrollode los estudios electorales desde los aos ochenta. El inters por la partici-pacin electoral est ntimamente asociado con la reflexin en torno a la cons-titucin del sistema de partidos y sus dificultades. Se trata de trabajos de socio-loga del electorado, en los que el anlisis de las dimensiones de cultura polti-

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    30 El Instituto de la Mujer impuls ya hace unos aos la realizacin de explotaciones de losestudios del CIS de cultura poltica desde una perspectiva de gnero. Sin embargo, no tengoconocimiento de que el resultado de estos anlisis haya sido publicado. Ello contrasta, por ejem-plo, con la mayor atencin prestada a campos de reflexin afines como el estudio de la partici-pacin poltica de las mujeres (Astelarra, 1990) o la presencia de las mujeres en la lite poltica(Garca de Len, 1982, 1994)

    31 Los estudios sobre las culturas polticas de las organizaciones, y en concreto de los parti-dos, han tenido un considerable desarrollo en otros mbitos acadmicos y, particularmente en elfrancs. M. Lazar (1990), Molinari (1991) o Verret (1988), por ejemplo, son una referenciaclara a la hora de analizar la cultura poltica de la izquierda en Francia, y ms concretamente ladel Partido Comunista Francs.

  • ca posee una particular relevancia. De este modo, se contina ahondando enalgunas de las dimensiones clsicas de la cultura poltica como son los senti-mientos de competencia ciudadana, la identificacin partidista o los canales atravs de los cuales se recibe la informacin poltica y el modo en que los ciu-dadanos la emplean a la hora de formar sus elecciones32. Dentro de esta lneade reflexin va adquiriendo cada vez mayor relevancia la preocupacin por elanlisis de la abstencin electoral. Tal y como he mencionado con anteriori-dad, se percibe desde mediados de los ochenta un cambio de ptica quecomienza a atribuir la persistencia de ciertas formas de apata poltica a la inca-pacidad de los principales actores e instituciones de sentar las bases de una vidapblica participativa. Estos trabajos33 comienzan a formular algunas explicacio-nes del fracaso relativo, o de la extremada lentitud, del proceso de socializacinpoltica adulta.

    Estrechamente asociado con las investigaciones de sociologa electoral sepercibe, tambin desde mediados de los ochenta, un renovado inters por elestudio de la participacin poltica. Tambin en este caso existe una traslacindesde la esperanza de que un proceso de socializacin natural fuera sentandolas bases para una mayor implicacin de los ciudadanos en la vida pblica auna percepcin de la creciente importancia de nuevos mbitos de implicacinpoltica. De este modo, reconocer la persistencia de la debilidad de las culturaspolticas participativas en las esferas tradicionales de la vida poltica se contra-pone al resurgimiento de viejos movimientos sociales y a la aparicin deotros nuevos en la escena pblica. Las tesis del abandono de la antigua esferade la poltica y de la revitalizacin de la sociedad civil no ocultan, sin embargo,el impacto que poseen estos nuevos mbitos de participacin y accin colectivatanto en la agenda poltica como en las estrategias de los viejos actores. Elvolumen de este tipo investigaciones comienza ya a ser notable; se trata, en sugran mayora, de trabajos que se ubican en las fronteras de una concepcin res-trictiva del argumento de la cultura poltica y que, adems, abandonan el enfo-que y la metodologa convencionales. Pero una lectura atenta de los mismosproporciona interesantes contribuciones a lo que comienza a apuntarse comouna nueva ptica de trabajo ms enriquecedora en torno a las mltiples cultu-ras polticas de la sociedad espaola34.

    Si hasta este momento me he centrado fundamentalmente en la aparicin

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    32 La literatura sobre sistemas de partidos es muy abundante. Algunos trabajos que destacanpor introducir el tema de la cultura poltica son el citado de Del Castillo (1990) sobre la identifi-cacin partidista y Del Castillo (1995). Una buena compilacin de reflexiones acerca de la trans-formacin de la comunicacin en Espaa puede encontrarse en el nmero 57 de la REIS (1992),que fue coordinado por Martn Serrano. De especial inters para la reflexin sobre la relacinentre cultura poltica y medios de comunicacin son los artculos de Dez Nicols, Morn, Gai-tn y Rodrguez Lara.

    33 En la nota 24 se encuentran las referencias de estas publicaciones.34 Entre otros trabajos, pueden destacarse los de Funes (1998), Alonso (1995) y Tejerina

    (1992, 1995). Algunos de estos autores comienzan tambin a cuestionar la tesis de la desmovili-zacin de la sociedad espaola durante la transicin.

  • de algunos temas nuevos de investigacin que afectan a la reflexin sobre lacultura poltica, no puedo dejar de reconocer que existen tambin importanteslneas de continuidad. Sobre todo, no debe olvidarse que a lo largo de la lti-ma dcada se mantiene, o incluso aumenta, la atencin por el estudio de lasbases de legitimidad y de estabilidad de la democracia espaola. Se trata de untema recurrente, sin duda muy influido por la relevancia que los medios decomunicacin y la opinin pblica han seguido prestando a los riesgos de unacrisis poltica, incluso tiempo despus de haberse superado los fantasmas de ladesestabilizacin y del golpe de Estado. Estamos hablando de una lnea dereflexin que se haba iniciado a comienzos de los ochenta con el discurso entorno al desencanto35. Este trmino fue acuado, ya a comienzos de losochenta, en medios intelectuales y artsticos36 para reflejar la apata y el aleja-miento de algunos grupos significativos de la esfera de lo pblico y su retrai-miento al mbito privado en un momento en el que, una vez finalizado elcambio poltico, la sociedad espaola se embarc en una loca carrera de consu-mismo y de retorno a lo privado.

    Desde las Ciencias Sociales se dieron dos explicaciones a este fenmeno.Por un lado, se argument que el desencanto era simplemente el momento quesealaba la rutinizacin de la democracia; algo parecido a un bajn lgico yprevisible que se produce tras un perodo de compromiso e implicacin polti-ca muy intensos. Por ello, se argument que se trataba de un fenmeno pasaje-ro y, sobre todo, comn a todos los procesos de democratizacin37. Pero algu-nos estudios proporcionaron una interpretacin distinta. Segn stos, se trata-ra de un fenmeno ms complejo en el que intervienen, en primer lugar, lasinercias tradicionales del sistema poltico espaol, que ha sido y sigue siendoincapaz de disminuir la distancia entre la esfera de lo pblico y la de la vidaciudadana. Estas debilidades de la democracia espaola se entienden comocostes del particular modo en que se llev a cabo la transicin, como el pre-cio a pagar por haber garantizado la rapidez y la suavidad de la democratiza-cin. Por ltimo, se destaca la influencia del cambio generacional y la impor-tante transformacin de los valores de las cohortes ms jvenes38. Se trata deargumentos con notables conexiones con las tesis de la extensin de los valorespostmaterialistas en la sociedad espaola y con los estudios sobre la naturalezade las nuevas formas de participacin que han tenido un especial arraigo entrelos jvenes.

    Los estudios de cultura poltica del ltimo decenio han transitado entre lacontinuidad y la apertura a nuevos temas de anlisis. Tomados en su conjunto,

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    35 Los trabajos de McDonough et al. (1988), Paramio (1985) o Paramio y Prez Reverte(1980), Prez Daz (1991) y J. R. Montero (1992) son buenos ejemplos de este inters.

    36 La pelcula de J. Chvarri El desencanto refleja de un modo muy inteligente cmo afecteste fenmeno a una generacin.

    37 sta es la tesis que mantiene Montero (1990, 1991, 1993).38 La formulacin de estos argumentos puede encontrarse en Virs (1994) y Prez Daz

    (1991).

  • bien podran sealarse dos grandes caractersticas en el modo en que enfocansu tarea. Ante todo, cabe destacar la aparicin de obras y artculos que tratande compilar los principales resultados de trabajos anteriores pero reforzando elinters por el anlisis longitudinal. En estas revisiones se percibe un ciertoesfuerzo por una puesta al da de los problemas tericos y metodolgicos. Exis-te, pues, un reconocimiento de que la sociologa y la ciencia poltica espaolastienen el deber de comenzar a afrontar la discusin terica sobre la naturalezay aplicacin del concepto de cultura poltica al estudio de los principales ras-gos de la sociedad actual. En estas obras se encuentran tambin los primerosatisbos de un cambio del objeto de estudio desde aquella definicin tan ampliade la cultura poltica de los espaoles a la consideracin de algunos temas deestudio ms concretos como, por ejemplo, el impacto de los medios de comu-nicacin o las culturas polticas de las lites39.

    Por otro lado, no puede olvidarse la activa participacin de algunos de losautores que ms haban trabajado en la primera oleada de estudios en el foroms amplio de los procesos de cambio poltico y las nuevas olas de democrati-zacin. Quiz con la excepcin de los estudios iberoamericanos, se trata deinvestigaciones aisladas, de estudios de caso que han considerado que la basecultural del cambio poltico contina siendo una perspectiva relevante en lainterpretacin de los procesos de democratizacin40.

    EN LAS FRONTERAS DE LA CULTURA POLTICA

    En los aos ochenta, el retorno de la cultura a un primer plano ha abo-gado por una ampliacin del trmino cultura y por profundizar en las posibili-dades que abre esta perspectiva para la investigacin de los procesos de cambiosocial y de la accin colectiva41. Se trata de un movimiento en consonancia conla puesta en cuestin de la validez de las fronteras establecidas entre las Cien-cias Sociales y con la apuesta por perspectivas de anlisis cada vez ms multi-disciplinares. A lo largo de este artculo he pasado revista a lneas de investiga-cin y trabajos de cultura poltica desde una concepcin ciertamente estrechade la misma. Sin embargo, completar una visin panormica del estado de lacuestin exige incluir temas y mbitos de investigacin que, en su mayora,han ido desarrollndose al margen de las investigaciones centrales de esta pers-pectiva pero que han tenido una clara influencia en algunos de los cambios de

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    39 Destacan, en este sentido, Montero y Torcal (1990), el nmero monogrfico de la revistaDocumentacin Social (1988), Morn y Benedicto (1995), Del Castillo y Crespo (1997).

    40 Adems del impulso que, desde la Universidad de Salamanca, M. Alcntara ha dado a lasinvestigaciones sobre la cultura poltica de las lites en Iberoamrica (vase Martnez, 1997),pueden sealarse los trabajos de Gonzlez sobre la transicin hngara (1997) y de Aguilera delPrat sobre la cultura poltica de la Liga Norte en Italia (1997).

    41 Una recoleccin de algunos artculos significativos que apuntan en esta direccin puedeencontrarse en el nmero monogrfico de Zona Abierta (1996).

  • perspectiva a los que me he referido en anteriores apartados. Unos trabajos conlos que las pticas ms convencionales han abierto recientemente un dilogoque tiene todos los visos de llegar a ser extremadamente fructfero en un futuroprximo.

    Sin pretender abarcar todas las reas de investigacin con las que se ha idoestableciendo esta comunicacin, voy a dedicar la ltima parte del texto a unasomera presentacin de las que considero ms relevantes. En primer lugar, des-tacan los estudios sobre las bases sociales del nacionalismo desarrollados desdelas nacionalidades histricas. Aunque operan desde diferentes perspectivas deanlisis, estos trabajos coinciden en resaltar la relevancia de los fundamentosculturales y los valores en la redefinicin de las ideologas nacionalistas, en losmodos en que stas operaron en el momento de la construccin de una nuevaesfera pblica democrtica y, finalmente, en el surgimiento de nuevos actorespolticos y en la adaptacin de los viejos a las nuevas circunstancias polticas.A mi juicio, es muy relevante la lnea de trabajo marcada por un grupo decientficos sociales en el Pas Vasco que, desde los aos ochenta, han apostadopor una aproximacin diversa al estudio de la cultura poltica en su reflexinacerca de los fundamentos de la identidad nacional vasca42. sta es tambinla lnea de argumentacin que sigue el libro de L. Edles (1998) en su anlisisde los marcos culturales y simblicos en los que tuvo lugar la transicin polti-ca espaola. Edles aplica al caso espaol una perspectiva de anlisis culturalms prxima a la tradicin interpretativa de la cultura poltica, que descansaen una definicin de la misma como conjunto de discursos, lenguajes, mitos ysmbolos que contribuyen a crear los marcos de significados dentro de los cua-les adquieren sentido los comportamientos individuales y las acciones colecti-vas. Su trabajo presta una especial atencin a la excepcionalidad del Pas Vascoa lo largo del proceso democratizador espaol.

    Hemos asistido tambin recientemente a un notable desarrollo de la histo-ria cultural, que en Espaa ha tenido una estrecha vinculacin con los estudiosde accin colectiva y con la importancia atribuida por algunos de sus estudio-sos a los recursos culturales en el surgimiento o inhibicin de la movilizacin.Los trabajos de autores como J. lvarez Junco, M. Prez Ledesma o R. Cruzrepresentan, en este sentido, un dilogo fecundo entre la historia y las CienciasSociales. Pero, adems, suponen la aplicacin de algunas de las preocupacionesde los estudios de cultura poltica a la investigacin histrica de la Espaa con-tempornea43.

    La reflexin en torno a las bases de la ciudadana constituye tambin otroterreno fronterizo en el que se estn empezando a producir contribuciones

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    42 Los trabajos de Prez Agote (1987, 1988), Gurrutxaga (1985, 1996) y Unzueta (1988),entre otros, son un buen ejemplo de este campo de trabajo. Para un anlisis de las diferenciasentre el discurso acerca de la cultura poltica de los espaoles con el que defienden estos auto-res, vase Morn (en prensa).

    43 Una magnfica muestra de este dilogo puede encontrarse en el libro coordinado por Cruzy Prez Ledesma (1997).

  • relevantes para el argumento de la cultura poltica. Si bien el debate centralsobre los fundamentos y la naturaleza de la ciudadana en las sociedades con-temporneas ha tenido lugar esencialmente en el campo de la filosofa poltica,de la tica y del derecho, se ha comenzado a sentir su peso en la investigacinsocial aplicada en los ltimos aos. No hay que olvidar que la transicin espa-ola y la rutinizacin de la democracia son tambin el perodo en el que tienelugar el asentamiento de las bases de la ciudadana junto con la construccinde los cimientos del Estado de bienestar. En los ltimos aos han comenzado apublicarse en nuestro pas algunos trabajos en los que se percibe la voluntad deabordar este estudio44. Por ltimo, no deseo pasar por alto que desde la antro-pologa tambin se han publicado algunos trabajos interesantes que participantambin de este renovado debate en torno al concepto de cultura, aplicando elconcepto de cultura poltica en trabajos de antropologa poltica o antropolo-ga urbana.

    BIBLIOGRAFA

    NOTA: A continuacin se presentan aquellas publicaciones con las que hetrabajado a la hora de presentar el panorama de los estudios de cultura polticaen Espaa, as como algunos textos de referencia que considero fundamentales.Pero toda bibliografa es, por definicin, incompleta, y ms an en un campocon fronteras tan imprecisas como ste.

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    44 En concreto, Alabart et al. (1994), Benedicto (1997 y en prensa).

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