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Miguel de Unamuno,

La vida es sueo (Reflexiones sobre la Regeneracin de Espaa)

Es intil callar la verdad. Todos estamos mintiendo al hablar de regeneracin, puesto que nadie piensa en serio en regenerarse a s mismo. No pasa de ser un tpico de retrica que no nos sale del corazn, sino de la cabeza. Regenerarnos! Y de qu, si aun de nada nos hemos arrepentido?

En rigor, no somos ms que los llamados, con ms o menos justicia, intelectuales y algunos hombres pblicos los que hablamos ahora a cada paso de la regeneracin de Espaa. Es nuestra ltima postura, el tema de ltima hora, a que casi nadie dbiles! se sustrae.

El pueblo, por su parte, el que llamamos por antonomasia pueblo, el que no es ms que pueblo, la masa de los hombres privados o idiotas que decan los griegos, los muchos de Platn, no responden. Oyen hablar de todo eso como quien oye llover, porque no entienden lo de la regeneracin.

Y el pueblo est aqu en lo firme; su aparente indiferencia arranca de su cristiana salud. Acsanle de falta de pulso los que no saben llegarle al alma, donde palpita su fe secreta y recojida. Dicen que est muerto los que no le sienten como suea su vida.

Mira con soberana indiferencia la prdida de las colonias nacionales, cuya posesin no influa en lo ms mnimo en la felicidad o en la desgracia de la vida de sus hijos, ni en las esperanzas de que stos se sustentan y confortan. Qu se le da de que recobre o no Espaa su puesto entre las naciones? Qu gana con eso? Qu le importa la gloria nacional? Nuestra misin en la Historia Cosa de libros! Nuestra pobreza le basta; y an ms, es su riqueza.

Cuando estall la guerra, los espaoles concientes, los que saben de esas cosas de Historia y de Derecho, y de honra nacionales, le quitaron muchos hijos, a quienes sus padres vieron ir con relativa calma, porque era una salida, porque muchos hubieran tenido que emigrar. La vida es difcil, el suelo pobre, el porvenir incierto, qu ms da morir en la guerra que en otra parte? Y sobre todo, hay que servir, es una necesidad fatal. Y all se dejaron llevar a morir, porque haban de morir al cabo, los hroes annimos. Hroes annimos!

Vaya un sarcasmo el del absurdo enlace de esas dos expresiones incongruentes entre s! Se exponan a morir. Bah! Nadie se muere hasta que Dios quiere.

La muerte slo aterra a los intelectuales, enfermos de ansia de inmortalidad y aterrados ante la nada ultraterrena que su lgica les presenta. Y somos los mismos intelectuales los que hemos convertido en retrica el dolor de las madres, lo mismo que la regeneracin de la patria. Es tomar al mundo en espectculo, y en espectculo darnos a l.

Han muerto muchos hijos en la contienda y sus padres les han rezado, mientras se preparan otros hijos a ocupar su puesto. Pero al ver desfilar esos cadveres vivientes, esos pobrecillos que anhelan en las garras de la fiebre, el pueblo llora, porque, para qu van a servir muchos de esos desgraciados? Su vida ser una carga para ellos mismos y para sus hermanos, algo peor que la muerte.

Ha concluido la guerra despus de haber enflaquecido a Espaa, y empieza el pueblo a descansar un poco. Tendrn que dejarle por algn tiempo sin turbar su sosiego con nuevas sonoras historias, sin molestarle con el estribillo de la gloria y de su destino histrico, sin llamarle heroico. El mundo, su enemigo, enmudecer algn tiempo y le dejar que se recoja en su pobreza y que gocen de ms paz los hombres oscuros, los benditos idiotas, cuanto ms impotente sea la nacin.

Pero no, que ahora le van con la cantinela de la regeneracin, empeados en despertarle otra vez de su sueo secular. Dcenle que padece de abulia, de falta de voluntad, que no hay conciencia nacional, que han llamado moribunda a la nacin que sobre l y a su costa se alza, nacin a la que llaman suya. Suya! Suya! l no la tiene! Slo tiene, aqu abajo, una patria de paso, y otra, all arriba, de estancia. Pero lo que tiene no es nacin, es patria, tierra difusa y tangible, dorada por el sol, la tierra en que sazona y grana su sustento, los campos conocidos, el valle y la loma de la niez, el canto de la campana que toc a muerto por sus padres, realidades todas que se salen de las historias. Si en las naciones moribundas suean ms tranquilos los hombres oscuros su vida, si en ellas peregrinan ms pacficos por el mundo los idiotas, mejor es que las naciones agonicen. Bienaventurados los pacficos, porque de ellos ser el reino de los cielos, ese reino cuyo advenimiento piden a diario por costumbre!

Viven mejor, con ms paz interior, los ciudadanos concientes de una gran nacin histrica, que los aldeanos de cualquier olvidado rincn? El campesino del Toboso que nace, vive y muere, es menos feliz que el obrero de Nueva York? Maldito lo que se gana con un progreso que nos obliga a emborracharnos con el negocio, el trabajo y la ciencia, para no or la voz de la sabidura eterna, que repite el vanitas vanitatum! Este pueblo, robusta y sanamente misonesta, sabe que no hay cosa nueva bajo el sol.

Que yace en atraso? Y qu? Dejad que los otros corran, que ellos pararn al cabo. Que yace en ignorancia? Ignorancia! Cunto ms grande es la ignorancia de los privados, que no la ciencia de los pblicos! Ignorancia! Saben tantas cosas que no saben! Ellos saben mucho de lo que ignoran, y los regeneradores, en cambio, ignoran casi todo lo que saben. Es una ciencia divina la ciencia de la ignorancia; es ms que ciencia, es sabidura.

El cuerpo sabe mejor que todos los fisilogos cicatrizar las heridas, y el pueblo, que es el cuerpo social, sabe mucho ms que los socilogos que le salen y se empean en no dejarle dormir.

Pero hay que sacrificar el pueblo a la nacin, hay que darle carcter e individualidad histrica para que viva en la cultura y figure entre los Kulturuolken esto hay que decirlo en alemn. Horrible cosa es esa especie de suicidio moral de los individuos en aras de la colectividad! Pretender sacrificar todos y cada uno de los espaoles a Espaa, no es pura idolatra pagana acaso? No es una crueldad turbar la calma de los sencillos, y turbarla por una idea? No la hay, por grande que sea, que valga la paz interior de un pueblo, la verdadera paz, la plenitud del idiotismo. El enredar a los hombres en la lucha por la vida histrica de la nacin, no les distrae y aparta de luchar por su propia vida eterna?

El destino individual del hombre, por importar a todos y a cada uno de ellos, es lo ms humano que existe. Y al hablarse aqu de regeneracin, casi todos olvidan eso, y aun muchos afirman que para regenerarnos tenemos que olvidarlo. Basta de rezar, a trabajar todo el mundo! Como si la oracin no fuese tan trabajo como es el trabajo oracin! La conquista de la paz no es nada para todos esos aportadores del nuevo paganismo, que quieren aplastar bajo la ciudad al hombre, al sencillo, al idiota, al manso, al pacfico, al pobre de espritu.

No s si hay o no conciencia nacional en Espaa, pero popular s que la hay. El puebo espaol no la nacin se levant en masa, sin organizacin central alguna, tal cual es, contra los ejrcitos de Napolen, que nos traan progreso. No lo quiso. Vislumbr que le costara el vitico de su peregrinacin por la terrena patria, el consuelo de su vida resignada, la rutinaria fe en que su oscura tranquilidad se asienta; vislumbr que no le dejara el progreso soar en paz, que se le convertira en una pesadilla, y resisti. Se dispuso hasta a morir colectivamente antes que lanzar a sus hijos en el camino que a los suicidios individuales lleva. Entonces los progresistas eran afrancesados, miraban con cario al invasor que traa el evangelio de la cultura, la buena nueva de la Revolucin burguesa.

Promtenle no s qu brillante papel para sus hijos si, sacudiendo su sueo, entra de lleno en vas de progreso.

Se te dar potestad y gloria si rendido adorases al Progreso, le dicen. Sus lejanos descendientes poseern a Canaan, pero l ha de morir en el desierto, sin consuelo.

Que le dejen vivir en paz y en gracia de Dios, circundado de urea sencillez, en su camisa de hombre feliz, y, sobre todo, que no se tome en vano el nombre de su fe para hablarle de la Espaa histrica conquistadora de reinos, en cuyos dominios no se ponan ni el sol ni la justicia!

Que no le viertan veneno pagano de mundanas glorias en su cristiano blsamo de consuelo! Que le dejen dormir y soar su sueo lento, oscuro, montono, el sueo de su buena vida rutinaria! Que no le sacrifiquen al progreso, por Dios, que no le sacrifiquen al progreso! Ah, si volviese otra vez a aquella hermossima Edad Media, llena de consoladores ensueos, a aquella edad que fue la de oro para el pueblo que trabaja, ora, cree, espera y duerme! Entonces le vivific para siglos la grandeza de su idiotismo.Qu es un progreso que no nos lleva a que muera cada hombre ms en paz y ms satisfecho de haber vivido? Suele ser el progreso una supersticin ms degradante y vil que cuantas a su nombre se combaten. Se ha hecho de l un abstracto y del abstracto un dolo, un Progreso con mayscula.

Es el terrible Fatum, el hado inhumano del ocaso del paganismo, que encarnado en Evolucin, reaparece a esclavizar las almas fatigadas.

Slo se comprende el progreso en cuanto libertando de su riqueza al rico, al pobre de su pobreza y de la animalidad a todos, nos permite levantar la frente al cielo, y alivindonos de las necesidades temporales, nos descubre las eternas.

S, todo a mquina, todo con el menor esfuerzo posible; ahorremos energas para reconcentrarlas en nuestro supremo inters y nuestra realidad suma! Pero del progreso real y concreto, que es un medio, hacemos progreso ideal y abstracto, fin e dolo. Progresar por progresar, llegar a la ciencia del bien y del mal para hacernos dioses! Todo esto no es ms que avaricia, forma concreta de toda idolatra, hacer de los medios fines.

El oro, que es instrumento de cambio, lo tomamos como fin, y para acumularlo vivimos miserablemente. Y la cultura no es ms que oro, instrumento de cambio. Dichoso quien con ella compra su felicidad perdurable!

Imagen simblica de los pueblos que se embriagan con el Progreso, nos ofrece aquel pobre segador moribundo que, al ir el sacerdote a ungirle, cerraba la mano, guardando en ella la ltima peseta, para que con ella le enterrasen. Con su progreso tambin se enterrar a los pueblos avaros e idlatras del Hado.

Hay que producir, producir lo ms posible en todos los rdenes, al menor coste, y luego que desfallezca el gnero humano al pie de la monumental torre de Babel, atiborrada de productos, de mquinas, de libros, de cuadros, de estatuas, de recuerdos de mundana gloria, de historias!

Vivir, vivir lo ms posible en extensin e intensidad; vivir, ya que hemos de morir todos; vivir, porque la vida es un fin en s!

Y, sobre todo, meter mucho ruido, que no se oigan las aguas profundas de las entraas insondables del espritu, la voz de la Eternidad! Reventar de cultura, como dice un progresista amigo mo! Si al morir los organismos que las sustentan vuelven las conciencias todas individuales a la absoluta inconciencia de que salieron, no es el gnero humano otra cosa ms que una fatdica procesin de fantasmas que va de la nada a la nada, y el humanitarismo lo ms inhumano que cabe. Y el hecho es que tal concepcin palpita, aunque velada a las veces, en todos los idlatras del Progreso.

Hay en la inmensa epopeya castellana un pasaje de profundsima hermosura, y es que cuando, despedido de los duques, se vio Don Quijote en la campaa rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareci que estaba en su

centro y que los espritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asunto de sus caballeras. Elev entonces un himno a la libertad, reputando venturoso a aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligacin de agradecerlo a otro que al mismo cielo, y se encontr en seguida con una docena de labradores que llevaban unas imgenes de talla para el retablo de su aldea. Pidi cortsmente Don Quijote verlas, y le ensearon a San Jorge, San Martn, San Diego Matamoros y San Pablo, caballeros andantes del Cristianismo los cuatro, que pelearon a lo divino. Y exclam entonces el hidalgo manchego:

Ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza, y yo hasta ahora no s lo que conquisto a fuerza de mis trabajos; pero si mi Dulcinea del Toboso saliese de los que padece, mejorndose mi ventura y adobndoseme el juicio, podra ser que encaminase mis pasos por mejor camino del que llevo.

Aqu la temporal locura del caballero Don Quijote se desvanece en la eterna bondad del hidalgo Alonso el Bueno, sin que haya acaso en toda la tristsima epopeya pasaje de ms honda tristeza. El caballero empeado en la hazaosa empresa de enderezar los tuertos del mundo y corregirlo, confiesa no saber lo que conquista a fuerza de sus trabajos, y vuelve su mirada a la conquista del cielo, que padece fuerza.

Ese su descenso a la cordura de Alonso el Bueno, a la eterna cordura que serva de sostn a su temporal locura, ese su descenso pone en claro su ntima afinidad espiritual con los msticos de su propia tierra, con aquellas almas hermosas llenas de la sed de los secos parameros castellanos y del vibrante calor del limpio cielo que los corona. Ese momento de duda en su propia obra es lo ms divino del pobre caballero, tan hondamente humano; es la revelacin del cimiento de humildad de aquella loca soberbia que le llev a creerse brazo de la justicia y a encomendarse a Dulcinea, la Gloria.

Retrese el Don Quijote de la Regeneracin y del Progreso a su escondida aldea a vivir oscuramente, sin molestar al pobre Sancho el bueno, el simblico idiota, sin intentar civilizarle, dejndole que viva en paz y en gracia de Dios en su atraso e ignorancia. En paz y en gracia de Dios! He aqu todo. S, esto es todo y lo dems es nada.

El bueno de Sancho, en quien desahogamos los intelectuales el dolor de nuestras no satisfechas ansias insultndole, el bueno de Sancho guarda tesoros de sabidura en su ignorancia y tesoros de bondad y de vida en su egosmo. l fue grande, porque siendo cuerdo crey en la locura ajena, am al loco y le sigui cuando otros locos no le hubiesen seguido, porque cada loco, con su tema siempre lleva su camino y slo en el suyo cree; esper en la nsula purificando con la firmeza de tan poco cuerda esperanza su egosta anhelo de poseerla. Fue un hombre de fe aquel sublime idiota, de tanta fe como el loco de su amo.

Mas despus de aquel descenso del caballero a su ntima cordura, siguiendo su mente la cadena de pensamientos que le era habitual, y al entrar, distrado en razones y plticas, por una selva, hallose a deshora y sin pensar en ello, enredado en unas redes de hilo verde. Y vuelto entonces a su locura ofreci sustentar durante dos das naturales y en mitad del camino que iba a Zaragoza, que aquellas seoras zagalas contrahechas que tendieran las verdes redes, eran las ms hermosas doncellas y ms corteses del mundo, exceptuando slo a la sin par Dulcinea del Toboso.

No bien ha sedimentado en cualquier Quijote intelectual el poso de la agitacin que tal vez le produzcan revueltos pensamientos de fundamental cordura, trnale otra vez la tentacin incansable, la del progreso, la del brillante porvenir istrico, la de la riqueza, la de la gloria, la de la nacin en la Historia ahogando a la Patria en la eternidad, vuelve a la visin de su Dulcinea del Toboso. Una nacin asceta es un absurdo se dice; no puede un pueblo huir del ruido mundanal, no puede ser sabio. O progresa o muere. Hay que conquistar cultura y gloria.

Y por debajo de tales ideas palpita su alma oculta, el deseo de que nuestra nacionalidad cobre relieve y se extiendan nuestra lengua y nuestra literatura, se lean ms nuestros libros, los de cada cual de los que as sentimos, y duren ms nuestros nombres en los anales y en los calendarios. Ha de hacernos ms caso el mundo, hemos de ser ms ricos, aunque tal riqueza se asiente sobre el empobrecimiento de nuestro consuelo; hay que inmortalizar nuestro fantasma aqu abajo, tenemos que pasar a la Historia. Hay que alcanzar los favores de la sin par Dulcinea, la Gloria!

Los ms abnegados, los creyentes ms puros en el Progreso, slo aspiran a la gloria colectiva, a que Espaa llegue a ser una nacin fuerte, temida, que se deje ver y se haga or en el mundo.

A todas horas omos hablar del juicio de la posteridad, del fallo de la Historia, de la realizacin de nuestro destino (cul?), de nuestro buen nombre, de la misin histrica de nuestra nacin. La Historia lo llena todo; vivimos esclavos del tiempo. El pueblo, en tanto, la bendita grey de los idiotas, soando su vida por debajo de la Historia, anuda la oscura cadena de sus existencias en el seno de la eternidad. En los campos en que fue Munda, ignorante de su recuerdo histrico, echa la siesta el oscuro pastor.

La Historia! Todo se nos reduce a aquella fe pagana que se encierra en el verso perdurable de la Odisea: los dioses traman y cumplen la destruccin de los hombres para que tengan argumento de canto los venideros.

A medida que se pierde la fe cristiana en la realidad eterna, bscase un remedo de inmortalidad en la Historia, en esos Campos Elseos en que vagan las sombras de los que fueron.

Perdida la visin cordial y atormentados por la lgica, buscamos en la fantasa menguado consuelo. Esclavos del tiempo, nos esforzamos por dar realidad de presente al porvenir y al pasado, y no intuimos lo eterno por buscarlo en el tiempo, en la Historia, y no dentro de l. As inclinamos la frente al fatum, al Progreso, tomndole de fin e dolo, y nos hacemos sus siervos en vez de ser sus dueos. Y el Progreso nos tritura como el carro de Yagernaut a sus fanticos adoradores.

Desgraciado pueblo, quin le librar de esa historia de muerte?

Noviembre de 1898.El sepulcro de don Quijote (Vida de don Quijote y Sancho)Me preguntas, mi buen amigo, si s la manera de desencadenar un delirio, un vrtigo, una locura cualquiera sobre estas pobres muchedumbres ordenadas y tranquilas que nacen, comen, duermen, se reproducen y mueren. No habr un medio, me dices, de reproducir la epidemia de los flagelantes o la de los convulsionarios? Y me hablas del milenario.

Como t siento yo con frecuencia la nostalgia de la Edad Media; como t quisiera vivir entre los espasmos del milenario. Si consiguiramos hacer creer que un da dado, sea el 2 de mayo de 1908, el centenario del grito de la independencia, se acababa para siempre Espaa; que en este da nos repartan como a borregos, creo que el da 3 de mayo de 1908 sera el ms grande de nuestra historia, el amanecer de una nueva vida.

Esto es una miseria, una completa miseria. A nadie le importa nada de nada. Y cuando alguno trata de agitar aisladamente este o aquel problema, una u otra cuestin, se lo atribuyen o a negocio o a afn de notoriedad y ansia de singularizarse.

No se comprende aqu ya ni la locura. Hasta del loco creen y dicen que lo ser por tenerle su cuenta y razn. Lo de la razn de la sinrazn es ya un hecho para todos estos miserables. Si nuestro seor don Quijote resucitara y volviese a esta su Espaa, andaran buscndole una segunda intencin a sus nobles desvaros. Si uno denuncia un abuso, persigue la injusticia, fustiga la ramplonera, se preguntan los esclavos: qu ir buscando en eso? A qu aspira? Unas veces creen y dicen que lo hace para que le tapen la boca con oro; otras que es por ruines sentimientos y bajas pasiones de vengativo o envidioso; otras que lo hace no ms sino por meter ruido y que de l se hable, por vanagloria; otras que lo hace por divertirse y pasar el tiempo, por deporte. Lstima grande que a tan pocos les d por deportes semejantes!

Fjate y observa. Ante un acto cualquiera de generosidad, de herosmo, de locura, a todos estos estpidos bachilleres, curas y barberos de hoy no se les ocurre sino preguntarse: por qu lo har? Y en cuanto creen haber descubierto la razn del acto sea o no lo que ellos suponen se dicen: bah!, lo ha hecho por esto o por lo otro. En cuanto una cosa tiene razn de ser y ellos la conocen perdi todo su valor la cosa. Para eso les sirve la lgica, la cochina lgica.

Comprender es perdonar, se ha dicho. Y esos miserables necesitan comprender para perdonar el que se les humille, el que con hechos o palabras se les eche en cara su miseria, sin hablarles de ella.

Han llegado a preguntarse estpidamente para qu hizo Dios el mundo, y se han contestado a s mismos: para su gloria!, y se han quedado tan orondos y satisfechos, como si los muy majaderos supieran qu es eso de la gloria de Dios.

Las cosas se hicieron primero, su para qu despus. Que me den una idea nueva, cualquiera, sobre cualquier cosa, y ella me dir para qu sirve.

Alguna vez, cuando expongo algn proyecto, algo que me parece deba hacerse, no falta quien me pregunte: y despus? A estas preguntas no cabe otra respuesta que una pregunta, y al y despus?, no hay sino dar de rebote un y antes?.

No hay porvenir; nunca hay porvenir. Eso que llaman el porvenir es una de las ms grandes mentiras. El verdadero porvenir es hoy. Qu ser de nosotros maana? No hay maana! Qu es de nosotros hoy, ahora? sta es la nica cuestin.

Y en cuanto a hoy, todos esos miserables estn muy satisfechos porque hoy existen, y con existir les basta. La existencia, la pura y nuda existencia, llena su alma toda. No sienten que haya ms que existir.

Pero existen? Existen en verdad? Yo creo que no; pues si existieran, si existieran de verdad, sufriran de existir y no se contentaran con ello. Si real y verdaderamente existieran en el tiempo y el espacio, sufriran de no ser en lo eterno y lo infinito. Y ese sufrimiento, esta pasin, que no es sino la pasin de Dios en nosotros, nuestra temporalidad, este divino sufrimiento les hara romper todos esos menguados eslabones lgicos con que tratan de atar sus menguados recuerdos a sus menguadas esperanzas, la ilusin de su pasado a la ilusin de su porvenir.

Por qu hace eso? Pregunt acaso nunca Sancho por qu haca don Quijote las cosas que haca?

Y vuelta a lo mismo, a tu pregunta, a tu preocupacin: qu locura colectiva podramos imbuir en estas pobres muchedumbres? Qu delirio?

T mismo te has acercado a la solucin en una de esas cartas con que me asaltas a preguntas. En ella me decas: no crees que se podra intentar alguna nueva cruzada?

Pues bien, s; creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y cannigos que lo tienen ocupado. Creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro del Caballero de la Locura del poder de los hidalgos de la Razn.

Defendern, es natural, su usurpacin y tratarn de probar con muchas y muy estudiadas razones que la guardia y custodia del sepulcro les corresponde. Lo guardan para que el Caballero no resucite.

A estas razones hay que contestar con insultos, con pedradas, con gritos de pasin, con botes de lanza. No hay que razonar con ellos. Si tratas de razonar frente a sus razones ests perdido.

Si te preguntan, como acostumbran, con qu derecho reclamas el sepulcro?, no les contestes nada, que ya lo vern luego. Luego, tal vez cuando ni t ni ellos existis ya, por lo menos en este mundo de las apariencias.* Y esta santa cruzada lleva una gran ventaja a aquellas otras santas cruzadas de que albore una nueva vida en este viejo mundo. Aquellos ardientes cruzados saban dnde estaba el sepulcro de Cristo, dnde se deca que estaba, mientras que nuestros cruzados no sabrn dnde est el sepulcro de don Quijote. Hay que buscarlo peleando por rescatarlo.

* Tu locura quijotesca te ha llevado ms de una vez a hablarme del quijotismo como de una nueva religin. Y a eso he de decirte que esa nueva religin que propones y de que me hablas, si llegara a cuajar, tendra dos singulares preeminencias. La una, que su fundador, su profeta, don Quijote no Cervantes, por supuesto, no estamos seguros de que fuese hombre real, de carne y hueso, sino que ms bien sospechamos que fue una pura sangre. Y su otra preeminencia sera la de que este profeta era un profeta ridculo, que fue la befa y el escarnio de las gentes.

* Es el valor que ms falta nos hace: el de afrontar el ridculo. El ridculo es el arma que manejan todos los miserables bachilleres, barberos, curas, cannigos y duques que guardan escondido el sepulcro del Caballero de la Locura. Caballero que hizo rer a todo el mundo, pero que nunca solt un chiste. Tena el alma demasiado grande para parir chistes. Hizo rer con su seriedad.

* Empieza, pues, amigo, a hacer de Pedro el Ermitao y llama a las gentes a que se te unan, se nos unan, y vayamos todos a rescatar ese sepulcro que no sabemos dnde est.3* Vers cmo as que el sagrado escuadrn se ponga en marcha aparecer en el cielo una estrella nueva, slo visible para los cruzados, una estrella refulgente y sonora, que cantar un canto nuevo en esta larga noche que nos envuelve, y la estrella se pondr en marcha en cuanto se ponga en marcha el escuadrn de los cruzados, y cuando hayan vencido en su cruzada, o cuando hayan sucumbido todos que es acaso la manera nica de vencer de veras, la estrella caer del cielo, y en el sitio en donde caiga all est el sepulcro. El sepulcro est donde muera el escuadrn.

Y all donde est el sepulcro, all est la cuna, all est el nido. Y de all volver a surgir la estrella refulgente y sonora, camino del cielo.

Y no me preguntes ms, querido amigo. Cuando me haces hablar de estas cosas me haces que saque del fondo de mi alma, dolorida por la ramplonera ambiente que por todas partes me acosa y aprieta, dolorida por las salpicaduras del fango de mentira en que chapoteamos, dolorida por los araazos de la cobarda que nos envuelve, me haces que saque del fondo de mi alma dolorida las visiones sin razn, los conceptos sin lgica, las cosas que ni yo s lo que quieren decir, ni menos quiero ponerme a averiguarlo.

Qu quieres decir con esto? me preguntas ms de una vez. Y yo te respondo: Lo s yo acaso?

No, mi buen amigo, no! Muchas de estas ocurrencias de mi espritu que te confo ni yo s lo que quieren decir, o, por lo menos, soy yo quien no lo s. Hay alguien dentro de m que me las dicta, que me las dice. Le obedezco y no me adentro a verle la cara ni a preguntarle por su nombre. Slo s que si le viese la cara y si me dijese su nombre me morira yo para que viviese l.

Estoy avergonzado de haber alguna vez fingido entes de ficcin, personajes novelescos, para poner en sus labios lo que no me atreva a poner en los mos y hacerles decir como en broma lo que yo siento muy en serio.

T me conoces, t, y sabes bien cun lejos estoy de rebuscar adrede paradojas, extravagancias y singularidades, piensen lo que pensaren algunos majaderos. T y yo, mi buen amigo, mi nico amigo absoluto, hemos hablado muchas veces a solas de lo que sea la locura, y hemos comentado aquello del Brand ibseniano, hijo de Kierkegaard, de que est loco el que est solo. Y hemos concordado en que una locura cualquiera deja de serlo en cuanto se hace colectiva, en cuanto es locura de todo un pueblo, de todo el gnero humano acaso. En cuanto una alucinacin se hace colectiva, se hace popular, se hace social, en algo que est fuera de cada uno de los que la comparten. Y t y yo estamos de acuerdo en que hace falta llevar a las muchedumbres, llevar al pueblo, llevar a nuestro pueblo espaol, una locura cualquiera, la locura de uno cualquiera de sus miembros que est loco, pero loco de verdad y no de mentirijillas. Loco, y no tonto.

T y yo, mi buen amigo, nos hemos escandalizado ante eso que llaman aqu fanatismo, y que, por nuestra desgracia, no lo es. No; no es fanatismo nada que est reglamentado y contenido y encauzado y dirigido por bachilleres, curas, barberos, cannigos y duques; no es fanatismo nada que lleve un pendn con frmulas lgicas, nada que tenga programa, nada que se proponga para maana un propsito que puede un orador desarrollar en un metdico discurso.

Una vez, te acuerdas?, vimos a ocho o diez mozos reunirse y seguir a uno que les deca: Vamos a hacer una barbaridad! Y eso es lo que t y yo anhelamos: que el pueblo se apie y gritando vamos a hacer una barbaridad! se ponga en marcha. Y si algn bachiller, algn barbero, algn cura, algn cannigo o algn duque les detuviese para decirles: hijos mos!, est bien, os veo henchidos de herosmo, llenos de santa indignacin; tambin yo voy con vosotros; pero antes de ir todos, y yo con vosotros, a hacer una barbaridad, no os parece que debamos ponernos de acuerdo respecto a la barbaridad que vamos a hacer? Qu barbaridad va a ser sa?; si alguno de esos malandrines que he dicho les detuviese para decir tal cosa, deberan derribarle al punto y pasar todos sobre l, pisotendole, y ya empezaba la heroica barbaridad.

No crees, mi amigo, que hay por ah muchas almas solitarias a las que el corazn les pide alguna barbaridad, algo de que revienten? Ve, pues, a ver si logras juntarlas y formar escuadrn con ellas y ponernos todos en marcha porque yo ir con ellos y tras de ti a rescatar el sepulcro de don Quijote, que, gracias a Dios, no sabemos dnde est. Ya nos lo dir la estrella refulgente y sonora.

Y no ser me dices en tus horas de desaliento, cuando te vas de ti mismo, no ser que creyendo al ponernos en marcha caminar por campos y tierras, estemos dando vueltas en torno al mismo sitio? Entonces la estrella estar fija, quieta sobre nuestras cabezas y el sepulcro en nosotros. Y entonces la estrella caer, pero caer para venir a enterrarse en nuestras almas. Y nuestras almas se convertirn en luz, y fundidas todas en la estrella refulgente y sonora subir sta, ms refulgente an, convertida en un sol, en un sol de eterna meloda, a alumbrar el cielo de la patria redimida.

En marcha, pues. Y ten en cuenta no se te metan en el sagrado escuadrn de los cruzados bachilleres, barberos, curas, cannigos o duques disfrazados de Sanchos. No importa que te pidan nsulas; lo que debes hacer es expulsarlos en cuanto te pidan el itinerario de la marcha, en cuanto te hablen de programa, en cuanto te pregunten al odo, maliciosamente, que les digas hacia dnde cae el sepulcro. Sigue a la estrella. Y haz como el Caballero: endereza el entuerto que se te ponga delante. Ahora lo de ahora y aqu lo de aqu.

Poneos en marcha! Que adnde vais? La estrella os lo dir: al sepulcro! Qu vamos a hacer en el camino mientras marchamos? Qu? Luchar! Luchar!, y cmo?

Cmo? Tropezis con uno que miente?, gritarle a la cara: mentira!, y adelante! Tropezis con uno que roba?, gritarle: ladrn!, y adelante! Tropezis con uno que dice tonteras, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta?, gritarles: estpidos!, y adelante! Adelante siempre!

Es que con eso me dice uno a quien t conoces y que ansa ser cruzado, es que con eso se borra la mentira, ni el ladronicio, ni la tontera del mundo? Quin ha dicho que no? La ms miserable de todas las miserias, la ms repugnante y apestosa argucia de la cobarda es esa de decir que nada se adelanta con denunciar a un ladrn porque otros seguirn robando, que nada se adelanta con decirle en su cara majadero al majadero, porque no por eso la majadera disminuira en el mundo.

S, hay que repetirlo una y mil veces: con que una vez, una sola vez, acabases del todo y para siempre con un solo embustero habrase acabado el embuste de una vez para siempre.

En marcha, pues! Y echa del sagrado escuadrn a todos los que empiecen a estudiar el paso que habr de llevarse en la marcha y su comps y su ritmo. Sobre todo, fuera con los que a todas horas andan con eso del ritmo! Te convertiran el escuadrn en una cuadrilla de baile, y la marcha en danza. Fuera con ellos! Que se vayan a otra parte a cantar a la carne.

Esos que trataran de convertirte el escuadrn de marcha en cuadrilla de baile se llaman a s mismos, y los unos a los otros entre s, poetas. No lo son. Son cualquier otra cosa. Esos no van al sepulcro sino por curiosidad, por ver cmo sea, en busca acaso de una sensacin nueva, y por divertirse en el camino. Fuera con ellos!

Esos son los que con su indulgencia de bohemios contribuyen a mantener la cobarda y la mentira y las miserias todas que nos anonadan. Cuando predican libertad no piensan ms que en una: en la de disponer de la mujer del prjimo. Todo es en ellos sensualidad, y hasta de las ideas, de las grandes ideas, se enamoran sensualmente. Son incapaces de casarse con una grande y pura idea y criar familia de ella; no hacen sino amontonarse con las ideas. Las toman de queridas, menos an, tal vez de compaeras de una noche. Fuera con ellos!

Si alguien quiere coger en el camino tal o cual florecilla que a su vera sonre, cjala, pero de paso, sin detenerse, y siga al escuadrn cuyo alfrez no habr de quitar ojo de la estrella refulgente y sonora. Y si se pone la florecilla en el peto sobre la coraza no para verla l, sino para que se la vean, fuera con l!, que se vaya, con su flor en el ojal, a bailar a otra parte.

Mira, amigo, si quieres cumplir tu misin y servir a tu patria, es preciso que te hagas odioso a los muchachos sensibles que no ven el universo sino a travs de los ojos de su novia. O algo peor an. Que tus palabras sean estridentes y agrias a sus odos. []Todo esto dije a mi amigo y l me contest en una larga carta, llena de un furioso desaliento, estas palabras:

Todo eso que me dices est muy bien, est bien, no est mal; pero no te parece que en vez de ir a buscar el sepulcro de don Quijote y rescatarlo de bachilleres, curas, barberos, cannigos y duques debamos ir a buscar el sepulcro de Dios y rescatarlo de creyentes e incrdulos, de ateos y destas, que lo ocupan, y esperar all, dando voces de suprema desesperacin, derritiendo el corazn en lgrimas, a que Dios resucite y nos salve de la nada?.

1906 y 1914