Mi primer partida de Ajedrez

Era febrero, creó que era la tercera semana, me prepare durante días para este cruel momento al menos por ser la primera vez y por no saber qué hacer.

Llegue al lugar estipulado, saque todas las fichas blancas que tenía en mi poder, es decir los conocimientos que acumule mientras me preparaba. Se desarrollaba la presentación, las fichas se colocaban en sus lugares y en unos breves momentos comenzó a desarrollarse la partida. Como en toda partida lo primeros movimientos son de los peones: nombres, lugares, fechas y lecturas; cada uno mueve, se siente la tensión en el ambiente porque ninguno quiere perder la primera ficha ya que ambos saben lo que implica: es dar ventaja al otro.

Empiezas a mover al caballo, al alfil y a la torre, estas son los argumentos que presento para defender la hipótesis del examen y las mismas piezas que son del contrincante son las preguntas y los argumentos que pueden acabar con los tuyos.

Ambos jugadores nos damos tiempo para pensar y así realizar la jugada más oportuna, el tiempo parece detenido y en cada movimiento se hace más caótico e inesperado. Es hora de mover la reina, la pieza clave, aquella que asegura la victoria o te demuestra que vas a perder; con nervios y algo de desconfianza la muevo esperando que ese pequeño movimiento me lleve al jaque mate, sin saber si me llevara la victoria o tendré que crear más estrategias para llegar a mi objetivo. La reina es el texto y el argumento que mejor manejo, como dicen: el caballito de batalla de cada uno.

Al menos el jugador que jugó conmigo no volvió más, pero sé que para otros no iba ser la primera ni la ultima sino que deberán jugar una vez más y en el siguiente juego aprobar.