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Actas XIV Congreso AIH (Vol. I). Luis BELTRÁN ALMERÍA. Los límites del nuevo historicismo-

Los límites del nuevo historicismo Luis Beltrán Almería

UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

«ESCRIBIR HISTORIA ES UNA manera de desembarazarse del pasado» (Máx. y. Refl. 105). Esta sentencia fue escrita por Goethe hace doscientos años. No sé qué les puede sugerir esta sentencia a los que hoy se reclaman del movimiento neohistoricista. Pero en mi opinión, puede servir para explicar la dinámica de esta corriente. De hecho alguna otra muestra del talento de Goethe ha sido adoptada por la literatura neohistoricista. Me refiero a la frase contenida en el Esboza de la teoría de los colores que dice: «Que la historia universal se debiera volver a escribir de tiempo en tiempo, es cosa de la que no cabe ninguna duda en nuestros días.» 1

No es casual, como decía, la existencia de ciertos puntos de contacto entre el pensamiento de Goethe y el del movimiento que llamamos nuevo historicismo. Goethe, como explicó F. Meinecke, «sólo puede ser comprendido en sus polaridades.»2 Ese pensamiento organizado en polos se cebó especialmente con la historia. En el primer Fausto se burla acerca del basurero de la historia. En carta a Zelter (1824) afirma «Así que todo lo histórico es para nosotros algo sorprendente e ingenuo; y, si se reflexiona un poco, resultará ridícula la pretensión de convencemos, con certeza, de un remoto pasado.» Y al mismo tiempo dedicó gran parte de sus esfuerzos a elaborar obras de sentido fuertemente histórico como los Anales, las varias autobiografías o el mismo Fausto. Y en esa concepción positiva de la historia la escuela historicista alemana ha creído ver el origen del Historismus, la ciencia de la historia. Una misma actitud ambivalente acerca de la historia puede observarse en las obras de S. Greenblatt y sus seguidores. Uno de ellos, Alan Liu, ha explicado que uno de los motores de este movimiento es la «profunda incomodidad que provoca el carácter marginal de la historia literaria actual» y define esa situación incómoda: «por el temor pos moderno de que, ante la historia, la historia literaria o cualquier demostración del intelecto sea algo passé.»3

El mismo Liu ha insistido en la componente formalista del nuevo historicismo, esto es, una línea esencial de resistencia a la historia, lo que no es más que una forma de explicar las varias paradojas con las que el nuevo historicismo reviste su acercamiento a la historia. Teoría e historia, escepticismo y significación, organicismo y supradetermina-

1 En su carta a Sartorious de 4 de febrero de 1811 Goethe afirma: «Se ha dicho por doquier que la historia universal se debiera volver a escribir de tiempo en tiempo; ¿y cuándo existió una época en que esto fuera tan necesario como en la presente?»

2 Friedrich Meinecke. El historicismo y su génesis. México: FCE, 1943, p. 445. 3 Allan Liu. «El poder del formalismo. El nuevo historicismo.» En AA.VV. Nuevo

Historicismo, Madrid: Arco/Libros, 1998, 193-261, p. 197.

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crnn, asociación pero no causalidad... son términos polares que recorren las prácticas-quizás deberíamos decir el método-neohistoricistas. El ya mencionado Liu, autor de una «apología del nuevo historicismo que contiene críticas,» según él mismo confiesa, pero no cualesquiera críticas sino las más agudas que he leído acerca de esta corriente, ha reclamado «una teoría a gran escala del nuevo historicismo.» Mi idea de partida es que esa teoría a gran escala no puede iniciarse en el formalismo, como el propio Liu pretende. Ni siquiera puede limitarse a comprender la génesis de esa corriente como una respuesta a la crisis del historicismo, «una respuesta histórica al nihilismo provocado por una versión concreta del historicismo», sino que el nuevo historicismo constituye más bien una vuelta a los orígenes del historicismo y ha convocado las mismas tensiones que recorrieron el momento fundacional4

• Esa vuelta a los orígenes resulta compatible-y esta es la mayor paradoja del nuevo historicis-mo-con el mantenimiento de la dinámica esencial del nuevo historicismo: la tendencia a comprender la historia como evolución dominada por el contexto de la contemporanei-dad. Las paradojas que producen las polaridades de Goethe--con su rechazo y sometimiento a la historia-han adoptado ahora una forma renovada, pero si se las observa con alguna atención pronto revelan su directa continuidad de las que forjó el siglo XVIII.

Siguiendo con la propuesta de Liu, para aproximamos siquiera tangencialmente a una teoría a gran escala del nuevo historicismo no bastará con tratar de vislumbrar el tránsito del viejo historicismo desde sus orígenes. Habremos de atender a otras perspectivas. Una de ellas se alcanza contemplando las crisis modernas de otras disciplinas; habrá que estar atentos a la sociología-que en muchos aspectos ha estado a la vanguardia de las disciplinas humanísticas modernas-, quizás también el conjunto de las humanidades nos ofrezca nuevas posibilidades de percepción de la crisis de la historia literaria, y aun de la teoría misma. Por último habremos de atender a aspectos de la filosofía de la historia si queremos comprender algo de lo que ocurre con la cultura y el pensamiento de las sociedades complejas. Vayamos, pues, por partes.

Historismus, pragmatismo y posmodernismo Una de las reivindicaciones centrales de la doctrina neohistoricista es la de la

concepción abierta de la historia. Por concepción abierta de la historia hay que entender un concepto dialogal entre el pasado y el presente. Por decirlo con palabras de L. A. Montrose, «la mirada histórica tiene que dirigirse al presente igual que al pasado.» Más claro lo ha dicho todavía Greenblatt: «Lo primero fue mi deseo de hablar con los muertos.» Las consecuencias de la apertura de la historia son determinantes para la práctica del nuevo historicismo. «Un proyecto que quiera calificarse de genuinamente neohistoricista tiene que ser consciente de que nuestros análisis son necesariamente el fruto de nuestra posición ventajosa desde el punto de vista histórico, social e institucional. .. ,» afirma Montrose, para concluir: «Una crítica que pretenda recuperar significados auténticos, correctos y completos en un sentido final o absoluto es una pura

4 Brook Thomas. «El Nuevo Historicismo y otros tópicos a la vieja usanza.» En AA.VV. Nuevo Historicismo, Madrid: Arco/Libros, 1998, 305-35, p. 312.

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ilusión,» pesimismo que ya sostuvo Goethe. Pero esta apertura de la historia ha tenido consecuencias más llamativas que lo que

parece seguirse de los conservadores planteamientos del doctrinario Montrose. Volvamos de nuevo a Liu. Liu aborda esta cuestión con una disposición decidida y libre. Según Liu, «el nuevo historicismo es un método profundamente narcisista.»5 «El nosotros neohistoricista sólo se ve a sí mismo en los otros.» Y de inmediato llama la atención sobre la tendencia neohistoricista a cerrar sus estudios «con un pasaje sumamente autoconsciente-a veces nada menos que una meditación posmodema-» [cita casos de Greenblatt, Montrose y Tennenhouse]6. La conclusión que extrae Liude esa tendencia es la «auto-reflexividad constante del nuevo historicismo.» El materialis-mo cultural británico desplegaría «agresivamente la autoconsciencia como una postura política del presente.» La Escuela de la representación americana plantearía más bien una cuestión de estilo quiástico-el autoconflicto-, al no poder dar salida política a esta tendencia. Incluso, en general, concluye que los estudios neohistoricistas pueden entregarse en cualquier momento a una meditación sobre la posmodernidad. Suele ser común ver en esta tendencia a la auto-reflexión una línea posmodema.

Sin duda, este narcisismo responde en primera instancia a la pretensión de objetividad del historicismo. No sólo no es posible una percepción objetiva de la historia sino que tampoco es deseable, pues ignoraría el papel determinante del sujeto, de la identidad desde la que se evalúa. Sin embargo, cabe contemplar este asunto en otra dimensión. Y es que el historicismo se constituyó precisamente contra la conexión pasado-presente que solía establecerse entre los historiadores del siglo XVIII. El historicismo alemán creyó que podría superar esa conexión, a la que llamó pragmática, mediante la idea de la evolución-«con sus finalidades puramente históricas, con su gran elemento de espontaneidad, de aptitud plástica para el cambio y de imprevisibili-dad» 7• Por pragmática se entendía un concepto utilitarista y iusnaturalista de la historia. La historia pragmática sirve como muestrario aprovechable pedagógicamente y explica sus cambios por causas de primer plano, de naturaleza personal o colectiva. Su presupuesto es la admisión de la identidad invariable de la naturaleza humana.

Lo curioso de todo esto es que, desde un punto de vista por completo contrario a la admisión de la identidad humana invariable, se haya llegado a una concepción de la historia bastante parecida, la idea de una representación del pasado a la medida de la nueva consciencia, del espíritu de la actualidad. Es decir, que en la práctica, las imágenes del pasado se construyen siempre a medida de la conciencia actual, con lo que se alcanza la paradoja de que la identidad humana resulta tan evolutiva como inaccesible y queda sustituida por una sombra proyectada por el presente. Quizá una de las claves para la interpretación de esta aparente paradoja sea el papel que el historicismo-el Historismus, más exactamente-ha desempeñado frente al relativismo. Devuelvo la palabra a Meinecke sobre este aspecto: «Le creemos-al Historismus-capaz de restañar las heridas que ha infligido el relativismo de los valores, suponiendo que

5 Liu, pp. 243-4. 6 Liu, p. 244. 7 Meinecke, 14.

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encuentre hombres que transformen este ismo en vida auténtica» (p. 14). El Historismus creyó--como ha ocurrido en todas las disciplinas en el siglo XX-encontrar un dogma legitimador y superador de sus conflictos en la concepción de la historia como evolución. Tal concepción se ha revelado posteriormente como un dog-ma-individualista-<:on todas sus limitaciones. El nuevo historicismo ha indagado otras posibilidades del individualismo, aquellas que ofrece el relativismo desintegrador del dogma disciplinar. La forma que ha adoptado esta vía es tan antigua como la historia: el historicismo como relativismo. Los ejemplos de esto son continuos. El mismo Greenblatt explica en «Invisible Bullets» que lo que a nosotros nos parece subversivo del Breve y verdadero informe de Harriot es lo que no es subversivo para nosotros-es decir, lo que las autoridades renacentistas intentaban controlar, incluso destruir, y que ahora parece conforme a nuestro sentido de la verdad y de la realidad. A la inversa, identificamos como principios de orden en los textos renacentistas lo que, tomado en serio, resultaría desestabilizador para nosotros: todo lo que tiene que ver con un dogmatismo religioso y político, y en general el mundo de los valores de la época isabelina.8 Con esto Greenblatt propone una lectura desde el relativismo radical. Precisamente porque no puede entender el dogmatismo de Harriot, sólo puede salvar su lectura convirtiéndolo en un relativista cínico. Incluso legitima esa lectura apelando a la ruptura de la creencia en la identidad invariable del género humano, un principio con el que, según B. Thomas, no habría conseguido llegar a romper el Historismus.

Pero si nos conformamos con ver en el nuevo historicismo la antítesis del Historicismo y el regreso a la pragmática prehistoricista habremos contemplado sólo una dirección del acontecimiento. También es cierto que el nuevo historicismo es, al menos en cierta forma, la desembocadura natural del historicismo. El mismo F. Meinecke escribió que el historicismo llevó el proceso de individualización a la conciencia de sí mismo. Y nada puede sorprendemos que el discurso neohistoricista culmine en la autorreflexión posmodema. Es más, la crítica radical del Historicismo ha sostenido precisamente su esencia relativista. W. Benjamin vio en el Historicismo la historia de los vencedores. Y más recientemente T. Negri ha escrito que el historicismo no es nada más que un travestimiento del relativismo.9 Esa ambivalencia relativista e historicista de la «Escuela de la representación» americana es la que nos lleva a afirmar el componente orgánico de la crisis del gran historicismo presente en este último movimiento.

Algún entusiasta ha criticado del nuevo historicismo precisamente la alusión a su novedad en su denominación, al entender que se vinculaba de esta forma a un fenómeno viejo-el historicism0-<:on el que no guarda parentesco. Sin embargo, no es así. La dimensión esencial del historicismo es la idea de evolución. Esta idea evolutiva pretendió en su día autonomizar la historia, liberarla de las servidumbres con el presente. Era un propósito legítimo, pues muy a menudo se utiliza la historia como arma

8 Greenblatt, Stephen. «Balas invisibles.» En AA.VV. Nuevo Historicismo, Madrid: Arco/Libros, 1998, 59-128, p. 88.

9 Toni Negri, «Pour Althusser. Notes sur l'évolution de la pensée du dernier Althusser.» L. Althusser y otros. Sur Althusser Passages, París: L 'Harmattan, 1993, 73-96, p. 88.

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arrojadiza en debates políticos actuales. Esa idea de la evolución sigue plenamente vigente en el nuevo historicismo, con todas las limitaciones que conlleva. La dinámica de la evolución persigue un objetivo positivista: mostrar que todo acontecimiento histórico tiene unas causas y unas consecuencias-como todo fenómeno natural-, y que tales causas y consecuencias pertenecen a una serie específica. Respetando la evolución se pretendía liberar la historia de servidumbres y parasitismos. Pero el principio positivista del evolucionismo tiene también su servidumbre implícita: otorga un status especial a la actualidad, lo vivo, frente a lo histórico, que es lo muerto. Podría decirse que el nuevo historicismo supone un intento de superar esa dialéctica entre lo muerto y lo vivo, lo pasado y lo presente, mediante la concepción abierta de la historia, pero no es así. La concepción abierta de la historia se queda en verdad en una mera relativización del sentido de la historia. Y tampoco es un fenómeno privativo del nuevo historicismo: ya Nietzsche hizo de esto la cuestión esencial del problema de la historia. Después Gadamer y Jameson establecieron en distintos lenguajes que nuestras lecturas del pasado dependen de nuestra experiencia del presente.

Las consecuencias de la concepción positivista-evolutiva son siempre empobrece-doras del discurso histórico y no es de extrañar que hayan llevado a su relativización. Para empezar, la concepción evolutiva no permite otra exposición que no sea mera descripción y narración. Es la «historia narrativa». Un crítico de esa historia narrativa, Norbert Elias, asegura que ese tipo de relato deja un amplio espacio libre para que se introduzcan dogmas de fe e ideales personales, «pues los historiadores aplican a grupos e individuos del pasado, todos los criterios posibles que sirven para juzgar a los contemporáneos.»10 De esta manera se transmite la impresión de que entre la prehistoria y el presente no existen diferencias esenciales. Además la atención del historiador se limita a períodos relativamente cortos. El pasado queda seleccionado en períodos manejables. La historia queda reducida a «Una historia de corto alcance.» 11 Y la evolución queda finalmente reducida a una acumulación de secuencias inconexas.

El nuevo historicismo no ha denunciado este método. Al contrario, va todavía más allá por la misma senda. Lejos de enfocar lo que Elias llama la gran evolución, ha insistido en el viejo tópico de situar la obra de arte en su contexto histórico, aunque esta afirmación vaya acompañada de la reivindicación de «saltar las fronteras entre producción artística y otras clases de producción social.» Esta proclamación de la preeminencia del contexto no es precisamente nueva. El viejo positivismo veía el contexto como la reproducción del horizonte social y cultural. En la segunda mitad del siglo XX la atención del historiador se ha desplazado al contexto textual documen-tal--en la historia literaria, el literario. Ahora el nuevo historicismo reclama la textualidad del contexto al extremo de proclamar la textualidad de la historia misma. Esta reivindicación del contexto oculta algo a mi modo de ver mucho más importante que el dogma postestructuralista y es la preeminencia de la contemporaneidad. Lo contemporáneo es considerado por el viejo y por el nuevo historicismo como un todo aislado y concluido. Greenblatt lo llama cultura. Ese todo es objeto de erudición para

10 Elias, Norbert. Sobre el tiempo.México: FCE, 1989, p. 204. 11 Elias, p. 205

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el viejo historicismo y de análisis estético-sociológico para el nuevo historicismo. Encerrar el acontecimiento histórico en el todo de su contemporaneidad conlleva la relativización del hecho y, sobre todo, la pérdida de su más profundo sentido. Ese sentido-el sentido histórico-no depende del contexto sino de las grandes líneas históricas, las líneas de lo que Elias llamó la gran evolución, la filosofía de la historia. Esto es así en todos los ámbitos, desde el político al literario. Y lo es de forma todavía más clara en el campo de lo literario, en el que la gran evolución-la del surgimiento y decadencia de los géneros-exige siglos e, incluso, milenios. Frente a esa gran evolución la historia literaria, vieja o nueva, ha operado con otro concepto que bien podríamos llamar periodístico, porque concibe el momento histórico con las categorías del diario. No se ha meditado suficientemente la incidencia de la prensa en la construcción de la historia literaria contemporánea. Pero si se repasa fugazmente el último siglo y medio se verá que todo acontecimiento o movimiento literario ha sido acuñado y legitimado en el crisol de la prensa y la historia literaria se ha limitado a sancionarlo.

Quizá el aspecto del nuevo historicismo que mejor refleje esta tendencia a encerrarse en los límites de la contemporaneidad sea el concepto de la circulación de la energía social. Este concepto traduce la idea de Foucault de que el poder es un fluido incapaz de acumularse o de concentrarse en unas pocas manos. Y alcanza su paradójico corolario en la tesis del ciclo de la contención política: la autoridad controla la subversión y se sirve de ella. 12 Este dogma es la conclusión de ese concepto cerrado de la historia, cerrado en la contemporaneidad. Ciertamente nada realmente trasformador y revolucionario puede esperarse de una dinámica que se agota en el ciclo propio de su momento, de su actualidad. La negación de la gran evolución sólo puede apuntar a la gran decepción.

Este agotamiento en lo contemporáneo alcanza también a la reflexión teórica de los neohistoricistas. Salvo excepciones, sólo se tiene en cuenta a pensadores actuales. El debate ideológico sólo tiene en cuenta a las posiciones en presencia, vinculadas a figuras a ser posible vivas-o cuya influencia está viva.

La crisis relativista en las disciplinas Parece también extraño que los teóricos del nuevo historicismo hayan pretendido

explicar los avatares de este movimiento sin desbordar los límites de la disciplina, como si la interdisciplinaridad que reclama el movimiento representacionista se agotara en la mera práctica escolar.

La crisis del historicismo es un fenómeno que interesa al conjunto de las disciplinas humanísticas, no sólo por el interés que suscita el discurso histórico, sino porque es uno de los aspectos relevantes de la crisis actual de las humanidades. Todas las disciplinas

12 Foucault explica que el flujo de poder no toma una forma democrática ni anárquica sino ascendente~la micro física. Esa forma ascendente satisface el impulso escéptico del pensamiento foucaultiano, al rebelarse contra el espíritu descendente del marxismo y otras doctrinas populistas. En Greenblatt esta cuestión adopta una forma más paradójica al concederle tanta importancia al panorama de la actualidad-cultura.

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humanísticas--desde la filosofía a la más humilde-se han abocado en el siglo XX a una crisis de identidad sin precedentes. Su dimensión problemática ha sido la faz que han mostrado de manera obsesiva y recurrente. No es este el momento de abordar semejante problema. Me limitaré aquí a mostrar dos aspectos: el de la búsqueda de una conexión entre la teoría y la vida, y la polémica habida en la sociología entre Elias y Mannheim, que anticipa y prefigura el debate suscitado por los neohistoricistas. Empezaremos por esto último.

Mannheim fue más allá de Marx por el camino del dualismo entre el ser y la conciencia. La tesis dualista del ser ajeno a la conciencia y de la conciencia ajena al ser es una ficción que ignora que la conciencia y el pensamiento son partes constitutivas de la sociedad humana. Por esa línea dualista-aunque en sentido distinto al del marxismo-ha transitado también el nuevo historicismo al postular su doctrina de la contención subversiva, en su hipótesis maquiavélica de que el poder [colonial] produce la subversión para su propio interés. La hipótesis de Mannheim venía a plantear que la totalidad de la conciencia, incluida la conciencia propia, en cuanto expresión de una determinada «situación del ser» estaba ligada a una posición, a unos intereses. Toda afirmación es ideología ligada al ser. Estamos condenados a producir ideología y la investigación no puede aspirar a otra cosa que no sea la reproducción de la ideología (Elias 128-30).

Ni que decir tiene que la concepción de la ideología de Mannheim ha tenido una presencia--con diversos matices-hegemónica en el pensamiento postestructuralista (en España, por ejemplo, en el primer pensamiento de E. Trías). 13 La reducción del pensamiento a ideología-y de las actitudes rebeldes a falacias del poder--constituye una réplica a un estado de opinión precedente, que consideraba las ideas como productos autónomos, autosuficientes, que eran el objeto de estudio de las disciplinas humanísti-cas. Marx denunció la dependencia de las ideas aparentemente autónomas y neutras de la ideología de las clases dominantes. «Pero entonces llegó Mannheim y, según pareció en un primer momento, fue en cierto sentido mucho más radical que Marx. Lo que postulaba era en el fondo que todas las ideas, es decir, absolutamente cualquier pensamiento, las ideas de Marx y, consecuentemente, también las suyas ( ... ) se debían entender como «referidas al ser», es decir, como expresión de una «posición» en las luchas sociales partidistas que limitaba su visión. Esto significaba el derrocamiento radical de la autonomía del «espíritu,» el desenmascaramiento total de las ideas( ... ). Llevada al límite, esta postura significaba la ruina de cualquier esfuerzo intelectual humano.» 14 De hecho el mismo Mannheim se asustó y pretendió escapar de la trampa del relativismo en que había caído, recurriendo al perspectivismo (la verdad es la suma

13 Montrose ha intentado redefinir el concepto de ideología acomodándolo a las necesidades del nuevo historicismo. Recurre a Althusser para aportar autoridad a una versión esencialmente ecléctica en la que no falta un perfil marcadamente relacionista. Para Montrose, los profesores hacemos ideología nunca neutra, pues no se puede encontrar el punto de Arquímedes fuera de la historia, un punto que trascienda las coordenadas de sexo, etnia, clase social, edad y profesión, «aspectos que estructuran mis propias posiciones individuales, variables y potencialmente contradictorias» (159).

14 Norbert Elias. Mi trayectoria intelectual. Barcelona: Península, 1995, pp. 129-30.

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de la totalidad de las perspectivas parciales) y proponiendo un relacionismo (el ser humano está ligado al ser en su pensamiento). Incluso apuntó la idea de que ciertos intelectuales o grupos de intelectuales están menos inmediatamente influidos por los intereses económicos en su visión de la sociedad. Este recurso a la relevancia de la inteligencia también se les ocurrió a otros, entre ellos a Lucien Goldmann, a la hora de teorizar sobre la novela. [Incluso Mannheim situó la utopía más allá de la ideología. Según Elias, porque necesitaba el apoyo de la socialdemocracia para llegar a catedrático en la primera república alemana].

Muchas de las ideas de Greenblatt ponen de manifiesto un parentesco con el pensamiento de Mannheim. La conexión entre el hecho literario y la vida es comprendi-da por Greenblatt en el más puro estilo relacional: «el teatro isabelino y jacobino era, por sí mismo, un acontecimiento social en contacto recíproco con otros acontecimientos sociales» (p. 98). Pero no contento con eso, Greenblatt da un paso más allá al afirmar «la imposibilidad de separar los intereses del teatro de los intereses del poder» (p. 98). «Ser uno mismo quiere decir--en el teatro de Shakespeare-interpretar un papel propio en el esquema del poder antes que manifestar el verdadero talante natural» (p. 99). El neohistoricismo-llevado por la corriente postestructuralista-ha sustituido ideología por poder. Y en su tendencia al perspectivismo ha retomado al mito postestructuralista de la fragmentación del sujeto (o la visión del sujeto como constelación).

La cuestión del relacionismo nos lleva a otro aspecto esencial para la investigación literaria: la conexión entre la teoría y la vida. Para el viejo historicismo no puede darse una conexión entre el discurso disciplinar y la vida. El tópico de la proclamación del discurso disciplinar como ciencia significa precisamente su impermeabilización respecto a la vida, la aspiración a la construcción de un discurso dogmático-la ciencia histórica sería el relato de los hechos tal cual sucedieron, según Ranke. La posición del nuevo historicismo es precisamente la contraria. Greenblatt proclama: «lo primero fue mi deseo de hablar con los muertos( ... ) Ni siquiera renuncié a ese deseo cuando comprendí que por más que me esforzara en escuchar lo único que alcanzaría a oír sería mi propia voz. Pero mi propia voz es la de los muertos, ya que han dejado huellas textuales que se oyen en las voces de los vivos.» 15 Y añade que sus gustos convencionales le llevaron a buscar las huellas vocales de Shakespeare. La propuesta de Greenblatt consiste, como es sabido, en su teoría de la energía social. Esta teoría desdobla la dimensión estética: una serie de negociaciones que permiten a las obras de arte «obtener y amplificar una energía tan poderosa» (p. 41), «un conjunto sutil y elusivo de intercambios, una red de negocios y transacciones, un forcejeo entre representaciones rivales, una negociación entre compañías colectivas» (p. 41). 16 En resumen, Greenblatt resuelve la relación entre el discurso teórico-disciplinar y la vida como una retórica mercantilista por la que

15 Stephen Greenblatt. «La circulación de la energía social.» En AA.VV. Nuevo Historicismo, Madrid: Arco/Libros, 1998, 33-58, p. 33.

16 «¿Qué es pues la energía social que se pone en circulación? Poder, carisma, excitación sexual, sueños colectivos, maravilla, deseo, angustias, temor religioso, libre intensidad de la experiencia» (Greenblatt, pp. 57-8). Esa diversidad es la causa «de que no pueda habér un método, ni una imagen completa, ni una poética cultural exhaustiva y definitiva.»

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placeres, angustias e intereses se convierten en mercancías socio-literarias. Una concepción mecanico-mercantilista del vínculo entre teoría y vida debe resultar

insatisfactoria. Su coartada es que el dogmatismo disciplinar ignora esta cone-xión-también la niega el escepticismo radical postestructuralista-y, sin embargo, tales negaciones no pueden frenar la aspiración de nuestro tiempo a resolver ese problema. Esa relación mercantilista es una de las pocas fórmulas que puede ofrecer el individua-lismo para integrar una parte del dominio que no puede comprender. A nuestra época le resulta sumamente difícil comprender los fenómenos vitales que van más allá de la esfera individual. Si no los puede reducir a aspectos subjetivos (mediante la psicocrítica) intenta abordarlos en términos de mercado. Por supuesto, entre el dominio de lo individual y la esfera de lo mercantil queda un espacio considerable y decisivo-el del diálogo, el de las ideas y los valores, en conjunto podríamos decir el de lo social. Pero este espacio permanece invisible a los ojos del pensamiento individualista y de sus métodos para las disciplinas humanistas: el historicismo y el teoricismo. Ese es el espacio de lo estético y de lo moral. Y la ceguera de nuestro tiempo prefiere negarlos. Pero cabe una actitud distinta y aquí tiene su opción el nuevo historicismo. Se trata de intentar comprender ese campo invisible desde una de las dos orillas de la percepción individualista: el mercado-la otra sería la psicocrítica. El problema de estas asimilaciones de la percepción individualista es que, aunque proporcionan un nuevo lenguaje tomado <le la esfera que se amplía-en este caso, el mercantilismo-resultan demasiado toscas, demasiado rudimentarias y desnaturalizan el objeto que pretenden comprender. En el caso del nuevo historicismo sucede además que tal asimilación se da carente por completo de una filosofía de la historia, de un concepto de la gran evolución. Este aspecto, la presencia de alguna noción de gran evolución, es, para mí, la diferencia más relevante entre el pensamiento de Greenblatt y el de Foucault. Foucault era consciente de la ampliación de las ciencias humanas a costa del pantano que media entre el individuo y el mercado. Su propósito central es mostrar cómo las ciencias humanas se constituyen a costa del «dominio incierto, difícil, embrollado del comportamiento humano,» 17 gracias al choque de dos discursos: el derecho de soberanía y la mecánica de la disciplina. Ese choque de discursos no es una encrucijada categorial abstracta, sino una interpretación de la filosofía de la historia, de la gran evolución; una interpretación demasiado pobre y discutible, quizá, pero necesaria. En el pensamiento de Greenblatt no encuentro nada parecido a un concepto-por minúsculo que sea--de la gran evolución. He ahí la razón de la clausura del análisis neohistoricista en los agobiantes límites de la actualidad o, como prefiere Greenblatt, de la cultura. Y lo que es peor: sin esa noción evolutiva todos los momentos tienden a parecer similares, como si la historia fuera un mismo escenario donde los actores-textos van desfilando.

Filosofía de la historia y nuevo historicismo En verdad la conexión entre el pensamiento y la vida ha sido siempre problemática.

O, mejor dicho, lo es de forma especial desde que la vida social ha tomado la forma de Historia. El ser humano de la cultura es un ser desorientado. Y ha combatido esa

17 M. Foucault. Microfisica del poder. Madrid: La Piqueta, 1980, p. 151.

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desorientación con actitudes a la vez constantes y variables: el relativismo-el intento de adaptarse a las condiciones cambiantes de la vida en la Historia-, el dogmatismo-o las disciplinas-, el escepticismo-en el polo opuesto al dogmatismo-y una tendencia senil al eclecticismo-que conjuga la crisis de las ideas con la necesaria productividad de la sociedad avanzada. 18 El nuevo historicismo no ha escapado a este sino. Es más, si entre el haz de polaridades que recorre la Escuela americana de la representación hubiera que elegir una sola por su carácter determinante sobre el conjunto esa sería la tensión entre escepticismo y eclecticismo que recorre este movimiento. Esa tensión le da un carácter inestable y es la fuente del polemismo-externo e interno-que le acompaña. La clave del polemismo neohistoricista es su productividad. De un lado el escepticismo, si bien encuentra razones para invocar su legitimidad en el legado dogmático que arrastran las disciplinas, termina por ser una actitud estéril, que se agota en la desconfianza. Por otro lado, el eclecticismo se guía por un principio esencialmente productivista. El espíritu ecléctico renuncia a la pureza y al orden del método en aras de la ofrenda de resultados inmediatos. 19

Ambas tendencias-eclecticismo y escepticismo-son desarrollos de sociedades productivistas o, en otras palabras, monetaristas e imperialistas. Ambas tendencias ponen de manifiesto su desconfianza en la palabra y en la idea: el escepticismo de forma radical; el eclecticismo sin alardear de desconfianza, pero también sin concesiones. Para entender ambos conceptos hay que situarse en la encrucijada de las ideas, pues son grandes tendencias del pensamiento a las que se recurre cuando una corriente disciplinaria se encuentra sin salidas y sin la capacidad necesaria para afrontar los grandes retos que se le plantean.

En otras palabras, el nuevo historicismo no me parece una alternativa a los problemas que plantea la historia literaria. Es, como decía Liu, una salida ante la profunda incomodidad que provoca el carácter marginal de la historia literaria actual. Esa salida ha optado por intentar ofrecer un espectáculo en el teatro de la historia literaria. Nunca se ha planteado la crisis del historicismo de manera frontal. Se ha limitado a asumir el papel más interesante que podía alcanzar en el escenario de la actualidad. No ha aspirado ni siquiera a volver a escribir la historia-retomando el viejo consejo de Goethe. Se ha conformado con desembarazarse de la pesada carga del pasado.

18 He obviado en esta enumeración el pensamiento crítico, que de forma discontinua arroja cierta clarificación sobre la relación entre pensamiento y mundo.

19 Del carácter contradictorio que le aportan el productivismo ecléctico y el distanciamiento escéptico han dado cuenta otros autores. S. Fish señaló ese dualismo, si bien adopta una actitud más complaciente que crítica (Fish, «Commentary: The Young and the Restless.» En Veeser, pp. 303-316). H. White, en cambio, se muestra más sensible al eclecticismo, y critica la combinación de falacias formalistas con falacias historicistas que constituye la esencia del nuevo historicismo (Hayden White. «New Historicism: A Comment,» en Veeser, pp. 293-302).H. Aram Veeser, ed. The New Historicism. Nueva York: Routledge, 1988.

-11- Centro Virtual Cervantes