Gloria Rubio LargoLímites y recuerdos
Proyecto: “Límites y recuerdos” 2010 - 2011.
Autor del proyecto: Gloria Rubio Largo.
Textos: Gloria Rubio Largo y los autores de los recuerdos.
Imprime: Eme fotodiseño.
Diseño vestuario: Alberto Molinero.
Cámara: Estudios Rosel.
Voz: Luis Miguel Largo Ruiz.
Música: ESPACIO SINKRO · SIRIUS. Ignacio Monterrubio, Guillermo Lauzurika y Alfonso G. de la Torre.
Fotografías: Gloria Rubio Largo, Ana Pilar Rubio,
Alberto Molinero, Fátima Yagüe, Luis Alberto Romero.
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Este documento se ha producido gracias a mi participación
en el proyecto de “Arte en el mercado” con el proyecto “Límites y
recuerdos”.
“Arte en el mercado” es un conjunto de proyectos artísticos
que se han desarrollado en la ciudad de Soria en septiembre de
2010 en el espacio del tradicional “Mercado Municipal”.
El ayuntamiento de Soria ha propuesto la intervención de ar-
tistas en el mercado para dinamizar este espacio y ha aprovechado
espacio de tiempo, para ser reconstruido y modernizado.
Varios artistas plásticos sorianos realizaron proyectos creativos
ef ímeros en el espacio del mercado e interactuaron con el público
asistente con distintas intervenciones y propuestas artísticas.
Introducción
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Que sirva este proyecto de homenaje al edificio que se va a
tirar, y sobre todo, a todas las personas que han estado alguna vez
en el Mercado Municipal de Soria, en especial a todas aquellas
para las que el mercado ha sido un lugar de tránsito habitual en su
vida diaria.
Este proyecto debe servir para reflexionar sobre los cambios
sufridos en nuestro habitual hecho de surtirnos de alimentos, no en
la ciudad de Soria, sino en cualquier ciudad de nuestro tiempo en
los comienzos del siglo XXI, cambios sufridos por la globalización
y la sociedad de consumo.
Que también sirva este proyecto de homenaje a una forma de
vender y de comprar que ha cambiado de una forma global.
Homenaje
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Mi intervención consistió en informar y hacer participar al
espectador. Se hizo de la siguiente forma, en la zona exterior del
-
cipal una pancarta informativa del proyecto en la que se explica mi
recuerdo del mercado y se da instrucciones al espectador para par-
ticipar en la intervención artística contando su recuerdo. En esta
pancarta se explica el límite del mercado actual y el del mercado que
se va a construir con un dibujo.
En el interior del mercado se ha habilitado una urna para que
-
gún se van recibiendo se exponen en el propio mercado, también se
reciben recuerdos en el mail: [email protected].
El sábado dieciocho de septiembre de 2010 se trazan dos líneas
con pintura. Fui vestida con un atuendo especial y una carretilla de
obras, en la que transportaba la pintura que iba a utilizar. Una línea
negra en el espacio que ocupa el mercado actualmente, en la plan-
rompe el hecho cotidiano de la compra, los usuarios se sorprenden y
Límites y recuerdos
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caer con una línea negra y del nuevo espacio que contendrá el nuevo
mercado en un futuro no muy lejano con una línea blanca. Marcar
los espacios para informar al usuario de lo que en este espacio va a
Por otra parte, el usuario rompe su cotidianidad en la compra
de alimentos interviniendo en el proyecto, bien en el propio merca-
do, dejando un recuerdo escrito en el buzón establecido para ello
o bien, desde su casa mandándolo al correo electrónico que se ha
determinado. El espectador redactando su recuerdo presta un poco
de su intimidad, igual que es íntima la visión de la línea trazada en
el mercado cuando te acercas a cada trocito de ella, por eso el texto
de los recuerdos de las personas van acompañadas de una visión
cercana del propio mercado, pedacitos de mercado, texturas que
no tenemos que olvidar. Creándose así la línea del recuerdo sobre
plaza que va a ser reformada para la creación del nuevo mercado.
Concepto
El planteamiento conceptual de la intervención “Límites y
ciudad de Soria. El proceso de destrucción y de construcción de la
-
ria puede borrar los recuerdos que están íntimamente ligados a él.
distintas experiencias personales ante el hecho corriente de abaste-
cernos de alimentos, que evidentemente ha cambiado a lo largo de
la historia, desde el trueque a la compra hecha sin moverse de casa
por internet.
El espacio que se está quedando atrás, estará unido a los
recuerdos de los habitantes que han convivido con este espacio.
Recopilarlos antes de su destrucción contribuirá al enriquecimiento
de la historia de la ciudad.
El nuevo espacio no renovará los recuerdos de las personas
construir provocará nuevas experiencias a los mismos habitantes y
a los que vendrán con posterioridad.
Mi intervención en el espacio del mercado estableció una fase
informativa de mi proyecto hacia el usuario, espectador o visitante
de una forma plástica, no como lo hace la prensa, interviniendo de
-
nidad en un hecho frecuente como es la compra de alimentos, con
la presencia de una persona “extraña” en el contexto del mercado
que hace una actividad no habitual, pintar una línea blanca y otra
negra. Extraña por el atuendo, no de la época en la que vivimos y
por acompañarme una carretilla de obras en la que se transporta
Los recuerdos del mercado se han materializado en este libro
que recoge mi intervención del mercado y los recuerdos que ge-
nerosamente me han ofrecido numerosas personas con nombre y
apellido, bajo seudónimo y otras de forma anónima.
Recuerdo con cariño los recuerdos bajo la línea trazada en el
mercado. Recuerdos que me han enviado, que me han contado y
los que he vivido en este lugar.
Que este texto y estas imágenes sirvan para recordar el edifi-
cio, y sobre todo como homenaje a las vivencias se tuvieron en él,
de la gente que trabaja o ha trabajado en el mercado, de personas
que compran diariamente, semanalmente o cuando se puede (con
el nuevo trote de la vida moderna), o de gente que pasó por allí
cuando se realizó el proyecto, por casualidad.
Pero sobre todo sirva para disfrutar de algo surgido de lo “trá-
gico” que puede tener la desaparición de un lugar, pero viviéndolo
con normalidad por qué los tiempos mandan y la vida cambia.
Que bello es vivir la vida viviéndola y recordándola, como decía Cela, se
vive de esta manera dos veces.
hagan que se revivan tantas veces como lectores lean este texto.
Comienzo a recordar con mi propio recuerdo del mercado. El
los suyos, desde la puerta principal, colgado en una pancarta.
- “Hace dos años volví al mercado a comprar. La mayoría
de los puestos estaban vacíos y algunos cerrados, me dio mucha
pena. Cuando era pequeña iba con mi madre y siempre estaban
los puestos llenos de gente. Comprábamos en la carnicería que es-
Recuerdos
(La letra cursiva indica la copia literal de los recuerdos que me han entrega-do, reitero aquí mi agradecimiento a todos los que han participado.)
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mi”, “no señora, usted ha llegado después”, “pues no, porque…” y “ a usted,
¿quién se la ha dado?”. Y el nerviosismo, cuando veías que se acercaba tu turno
y tu madre todavía no había comprado la carne… Y las bolsas de malla, tan
ecologistas, sustituidas hoy por las de plástico, tan contaminantes… Y el papel
en el que envolvían el pescado…
Son recuerdos de un ama de casa, con hijos, para la cual, la visita al
mercado es obligatoria. Son recuerdos de sensaciones: El mercado en invierno,
pasando frío, con nieve; el mercado en verano, multicolor: verdes, amarillos,
rojos… de verduras y frutas.
Son recuerdos de sonidos: de murmullos; de conversaciones en corrillos,
donde la prisa que teníamos en la cola se desvanecía…; de los que voceaban,
enumerando las excelencias de su mercancía…; de la amabilidad de los tende-
ros, que siempre me parecían verdaderos reyes detrás del mostrador.
El mercado, un escenario en el que hemos interpretado nuestro papel
de compradores durante mucho tiempo y por el que hemos paseado todos los
sorianos.
Los recuerdos que me han llegado son positivos. La gente
recuerda lo bueno, las buenas experiencias. Muchos tienen sabor,
incluso olor y sobre todo anécdotas de la infancia, porque la infan-
cia es un momento que rememoramos con cariño. ¡Qué rico me
sabía aquel caramelo de limón que me daba Gloria la carnicera!,
alguna vez me lo daba Emilio su marido, dependiendo de quién
hubiese atendido a mi madre. Aquí hay algunos recuerdos vividos
por distintas personas en su infancia:
- Recuerdo cuando iba con mi madre a comprar pan a la plaza. En-
tonces en el pueblo sólo teníamos pan de hogaza y nos ilusionaba comprar el
pan de barra.
- Hola mi nombre es Fátima y soy de Soria. Desde pequeña he visita-
do el mercado semanalmente con mi madre. Mi mejor recuerdo es un pequeño
taba más llena, mi madre pedía la vez y charlaba con alguien en
que eran del pueblo de al lado del suyo y que tenían buena carne.
-
caya mía, me solía regalar un caramelo de limón... esa era mi re-
compensa por haber acompañado a mi madre. Este puesto ahora
está cerrado.”
Me da pena que habiendo tenido tanta vida ahora estén
cerrados casi la mitad de los posibles puestos. Recuerdo escribirlo
con la intención de exponer la realidad del edificio, realidad que
cuentan algunas de las personas que me han enviado un recuerdo.
Un vendedor del mercado dice: Hoy como comerciante del mercado de
Abastos de Soria echo de menos aquella época tanto por ser un momento de mi
vida que ya pasó, como por ver un mercado lleno de vida.
Pedir recuerdos es pedir una parte de uno mismo y no es fá-
cil. Me cuentan cómo son las personas emblemáticas del mercado,
anécdotas, vivencias, costumbres, lugares, sensaciones, olores, tro-
zos de infancia, vivencias de madurez y otras que intentan contar-
melo todo. Es difícil y lo entiendo, me dicen: Me pides un recuerdo del
Mercado… Así… en singular… Imposible. Mi recuerdo es plural.
quiero que sea el texto que acompaña a las imágenes de mi línea
del recuerdo.
- Son recuerdos de mi adolescencia, cuando mi madre me daba más
responsabilidad: “Vé a coger la vez en el puesto del pescado mientras compro
la carne”.
La “vez”, ese algo intangible pero de gran importancia y que exigía
poner mucha atención en quien te la había dado, fijándote, por ejemplo, en el
color del abrigo u otras pistas. Porque perder la “ vez” podía ser algo catas-
trófico, y por cuyo motivo se organizaban verdaderos tumultos; “me toca a
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ruido de monederos, papel de estraza, básculas fieles, una señora con la lista de
la compra, saludos, murmullos, olores fuertes, una carcajada, “hijo, no se puede
tocar”... Soy feliz. Soy un niño que hace la compra con su madre en el mercado.
- Para mí el mercado ha sido un lugar al cual acudía muy a menudo
para comprar lo que mi madre me “mandaba”. De esta manera podía visitar a
mi hermana, la cual tenía un puesto de carnicería, en la planta superior.
Me acuerdo que según llegaba iba saludando “casi siempre” a la misma
gente y me encontraba en los puestos con las mismas personas. Ese olor (tan
característico en un mercado), ese gentío, esos jaleos y griteríos, esas “colas”
pendientes de “su vez”, esas habladurías, esa limpieza... En fin, que el merca-
do ha sido un lugar de reencuentro con la gente conocida y desconocida, día tras
día y semana tras semana...
arco con unos salientes donde había un teléfono, cerca de la pollería donde
Laura atendía a mi madre tan alegre, y en este pequeño sitio, no se qué es lo
que tendría de especial, pero mi hermana y yo estábamos deseando llegar para
sentarnos en los salientes del arco, era como una pequeña cuevita donde me he
divertido mucho. De hecho, cada vez ahora siendo mayor que veo ese huequito
me viene a la memoria esos pequeños ratos donde me escondía con mi hermana.
- Yo iba con mi madre a comprar las tripas para hacer morcillas y chori-
zos para la matanza.
- ¿El mercado? La infancia, mi madre, puestos y más puestos. Colores
vivos, brillantes. Rumor de gente pasando, charlando. Pescados raros de ojos
brillantes, “ mamá ¿Qué es eso, hielo o nieve?”. Hierbas desconocidas “dé me
un poquito de perejil”. Batas blancas pero un poco sucias. Bombillas tenues, el
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cerdito. Este hecho en la adolescencia deja una marca que todavía hoy recuerdo.
Como dice el refrán, del cerdo se aprovecha todo, hasta sus andares.
- Éste es el recuerdo que tengo del mercado: Cuando era muy pequeña re-
cuerdo ir a comprar al mercado con mi madre y con mi abuela, recorríamos unos
cuantos puestos para realizar toda la compra, era habitual pasar allí parte de
la mañana. En la primera planta del mercado había también muchos puestos,
pero de lo que más me acuerdo es de asomarme a ver la sala de despiece, que
entonces existía en la parte central de esa planta.
- De pequeña iba con mi madre y mis hermanos a la plaza. Mi madre
llevaba un monedero que al abrirlo se desplegaba una bolsa de tela, porque
entonces no regalaban bolsas de plástico en los comercios. Nada más entrar a
la izquierda comprábamos el pan. En el mismo pasillo casi al final los huevos.
- Mis recuerdos son de la infancia. Cuando acompañaba a mi madre,
sin fijarme demasiado en lo que era aquello. Un lugar donde me aburría, entre
la gente que esperaban y cuya espera se me hacía eterna. Quizá por ello y para
entretenerme, inventaba historias, jugaba con una amiga imaginaria, o real,
cuando, a veces, otra niña también esperaba en la cola con su mamá…
- “Lomos y jamones”: Mi recuerdo del mercado tiene que ver con “el
cerdo”. Se centra principalmente en sus alrededores, concretamente en las calles
aledañas hechas de adoquines. Y el recuerdo no es la belleza de los adoquines,
sino sus relieves. El tortazo que me pegué gracias a ellos no fue espectacular,
lo que sí que fue de risa para los espectadores fueron los porrazos del cabezudo
“cerdito” que me arreó. Se puede decir que el “cerdo” se cebó con mis lomos y
jamones; claro que tiene su lógica porque llevaba toda la mañana incitando al
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- Allá va mi recuerdo. Era la plaza. Mi madre iba a la plaza, no al
mercado, y a veces me llevaba. Olía a carne cortada y humedad. El suelo, de
cemento, escurría hilillos sangrientos junto a la carnicería del Villar. La más
concurrida. La más aburrida. Pero la más surtida y barata. ¿Quién da la vez?
Y se la daban, pero pasaban los minutos despacio, eternos, para un crío curioso
pero nada interesado en costillas, lomos o tripas. Llegué a odiar la frase... “ no
sé que me pongas”, de la señora que se pasaba el rato cotorreando y cuando le
llegaba el turno no sabía qué pedir. Y pese a todo tenía encanto. La plaza, no
la señora. Era, en fin, el verdadero centro de la ciudad. Del pueblo, mejor dicho.
Soria. Cualquier día de 1970. Por ejemplo.
- Ir a la plaza, se decía cuando yo era niña. Solía acompañar a mi madre
en vacaciones, y a pesar de las manos y pies helados, me encantaba recorrer los
Tampoco te daban hueveras, sino que te los servían en bolsas de papel marrón...
Aún no me explico como llegaban enteros a casa.
La carne la comprábamos en el piso de arriba, en “los manchegos”. Casi
siempre tenían un sugus para mí. Hoy, el puesto del Constan está cerrado y el
de su hermano Adolfo lo lleva el sobrino. Cuando había que esperar mucho rato,
mis hermanos y yo jugábamos al escondite, aunque sólo te podías esconder en
el hueco de la escalera...
Al terminar la compra yo insistía siempre en salir por la puerta más
cercana a los franciscanos, porque estaba el puesto de los encurtidos y sólo
con pasar cerca ya se me hacía la boca agua. Allí comprábamos pepinillos
y olivas negras de esas arrugadas. Las verdes son aceitunas, las negras son
olivas, ¡Qué cosas!
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gunas cosas como las criadillas, el hígado o los sesos me impresionaban tanto
que tenía que agarrar fuerte la mano de mi madre, haciéndome un hueco entre
las bolsas de naranjas, las acelgas y las costillas falsas. Ese es mi recuerdo del
mercado, eso y el cruzar muy rápido por la esquina del puesto más cercano a los
franciscanos porque el olor a “vinagres” era tan fuerte que no podía soportarlo.
Hoy soy adicta a los pepinillos y cebolletas...
Los recuerdos de los que eran niños están ligados a esta tienda
y otras que había de encurtidos y chucherías cercanas al mercado y
claro ligada a los olores del fuerte vinagre que no se olvidan:
- En la esquina de la Plaza de Abastos que da al actual Supermercado
del Calzado, había un puesto de chucherías, encurtidos, etc, que regentaba un
señor que le apodaban “el Cubano”.
puestos comprando fruta, carne y pescado (que por cierto daban envuelto en
papel de periódico). A menudo le pedía a mi madre que me comprara pepinillos,
me gustaban mucho pero me producían picor de garganta y nariz.
Lo mejor de todo era cuando venían vendiendo el queso fresco de cabra,
que traían en unos cestos enormes y estaba riquísimo, y la mejor época: la
Navidad, porque todos nos deseábamos felices Pascuas y vendían acebo en los
aledaños del mercado.
- Recuerdo el mercado porque todo lo nuevo estaba a la altura de mis
ojos. No miraba ni arriba ni abajo, sólo al frente: a los ojos de los peces, a las
manitas de cordero casi transparentes, a los callos, que siempre me parecieron
setas gigantescas, a los cubos azules rellenos de aceitunas negras, y esas latas
gigantes de bonito frito. De vez en cuando había que cerrar los ojos porque al-
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-Sirva, mediante estas líneas, un pequeño recordatorio, por allá, prin-
cipios de los años ochenta, de quien escribe y estudiante del entonces colegio
público San Saturio, cuando sobre las diez de la mañana, empezaba para
mi, la jornada estudiantil. Se sentía el mover y poner cajas en los puestos
exteriores de la plaza de Bernardo Robles, conocida popularmente como la
plaza de Abastos.
Cuando faltaba el profesor, un momentín, y la clase que ocupábamos, con
las ventanas por encima de aquellos puestos, que llevaban horas sintiéndose el
murmullo de la ama de casa comprando y el tendero despachando, nosotros, tra-
viesos, les tirábamos alguna goma o papeles en bola sobre los toldos desplegados
de aquellos puestos. De vez en cuando, el frutero o el panadero daba cuenta en la
portería del colegio, que por aquellas ventanas de esa clase tiraban cosas.
No sé porqué le cantábamos los críos: ¡Ché cubano, feo y con bigote!. El
hombre se enfadaba tanto que en ocasiones intentaba seguirnos para atizarnos
pero nunca lo conseguía. Mucho más se enfadó cuando agachados por debajo
del mostrador le conseguimos meter un ratoncito muerto en el recipiente abierto
de los pepinillos. Tampoco consiguió cogernos.
- Siempre estudie al lado del mercado. Cuando tenía un duro me com-
praba un pepinillo en vinagre en el puesto de la esquina y sólo de pensarlo me
pasaba la hora anterior segregando saliva y tragando. Cuando era jueves el
ruido de los puestos, de la gente, de los vendedores, era la “música” de fondo
de nuestras clases.
Siempre será un recuerdo imborrable en mi memoria pues tocaba mis
sentidos, la vista, el oído, el olfato y por supuesto el gusto.
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que alguna vez compré y luego papá tuvo que criarlos. En Navidad, imagínate,
no probé bocado.
Son las cinco y media, salida del cole, al alboroto de la mañana en los
puestos, se ha disipado, sólo se siente el olor a lejía de los pasillos interiores
del mercado y es la ocasión para corretear de una puerta a otra, atravesando
la infinidad de puestos y desviando la atención del encargado. Se oye el eco en
el edificio vació del mercado “¡niño oos! ¡Que está fregao!”, y salimos por
la otra puerta que tiene escaleras, allí encontramos el camión frigorífico
del matadero descargando la carne, que al día siguiente el ama de casa
compraría.
Seguro, que el frutero, el panadero, el mercado y la propia “Mari”
echarán de menos a los alumnos del San Saturio y la Presentación.
A la hora de comer y antes de ir a casa, el día que teníamos un “duro”,
pasábamos por el puesto de “la Mari” la aceitunera, a por nuestro pepinillo,
a ver si nos tocaba más grande que al compañero, que se lo había vendido
un poco antes.
Son las tres, de vuelta a la vida estudiantil de la E.G.B. Se veía recoger
los puestos y cerrar las persianas, ¡buen día!, el montón de cajas y deshechos
de verduras era grande.
Los jueves, había que esquivar la cantidad de basura que estaba acumu-
lada hasta llegar al cole, eso si, casi siempre los servicios de limpieza solían
dejar la salida libre a tiempo. Me gustaba cuando nos dábamos el paseo por el
mercadillo y mirábamos aquellos pollitos azules, rosas o verdes que mezclados
con el amarillo original, parecían que también estaban pintados. Y los patitos,
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- El mercado me trae a la memoria un recuerdo muy especial y entrañable.
Me hace recordar a una gran persona que ya no está conmigo, mi abuelo. Re-
cuerdo una especie de ritual que se repetía casi todos los sábados. Mi abuelo
venía a mi casa por la mañana con un paquete de churros. Desayunábamos
chocolate con churros todos juntos, creo que para mi siempre será el mejor de-
sayuno del mundo…
Después esperaba a que me vistiese, me lavara y peinara y cuando esta-
ba preparada nos íbamos los dos al mercado.
Seguro que comprábamos muchas cosas, pero yo me acuerdo especial-
mente de que comprábamos hígado. A mi me parecía algo bastante asqueroso,
pero me encantaba ir a su casa, ver como lo cocinaba y sobre todo sentarme con
él a la mesa y hablar. Compartir esas pequeñas cosas con aquel gran hombre,
me ha hecho que me encante el hígado y cada vez que voy al mercado no puedo
evitar acordarme de aquellos maravillosos momentos que viví con él y todo lo
que me enseñó.
Incluso hay quien evoca su recuerdo desde una supuesta
conversación con su abuela, qué seguro que fue real en el pasado:
- Hola abuela, hoy es sábado y no tengo colegio. ¿Dónde está el abuelo?
/ Está preparando el carro de la compra. Hoy también le acompañas al mer-
cado? /Por supuesto. Seguro que me compra torta de aceite para la merienda
de esta tarde. Y las chuletas que le encantan a mi hermano para comer ma-
ñana todos. Voy con él y le ayudo a tirar del carro, que ya no puede solo. Me
pregunto porqué cruza toda la ciudad para ir allí a comprar. /Mari, acaso no
te gusta esconderte en la despensa y picotear de la caja la fruta tan jugosa que
guardamos siempre. Acaso mañana no volverás para desayunar las deliciosas
magdalenas que hoy te han sobrado. Acaso no le pedías al abuelo que a la tarde
te rellenara la torta con unas buenas rodajas de chorizo... / ...Hola abuelo,
¡uf ! que frío hace, ya has preparado el carro. /Lo siento niña, va a venir tu
padre con el coche para subirnos al supermercado ese nuevo que han abierto
Las abuelas y los abuelos son uno de lo recuerdos más evocados
por los que eran niños, pero es que a ellos se les tiene un cariño espe-
cial y son evocadores del pasado:
- Mi abuela siempre vestía de oscuro, eso y su moño perfecto, era lo
que más me gustaba de ella. Mi recuerdo va de su mano. Me veo con ella,
alta y fuerte volando a la “plaza”, al mercado. Subimos las escaleras, a la
parte alta, los conejos y gallinas dormían amarraditos por los rincones. Era
Navidad y había que comprar el pollo de corral para Nochebuena. Cuando
me preguntó: ¿cuál te gusta? la miré, y sonreía tanto, que esa es la imagen que
prefiero cuando quiero volver a verla.
- Mi abuela cuando ella no podía ir a comprar al mercado me mandaba
que le comprara el pollo en un puesto, el pan en otro, carne en otro, verdura en
otro, vamos que iba puesto por puesto a comprar una cosa en cada uno.
- Yo de pequeñito iba con mi abuela a los puestos de fruta y ella com-
praba fruta y verduras para toda la semana, también comprábamos el pan y el
pescado en el puesto de Begoña.
-Mi recuerdo más nítido del mercado es cuando iba, hace muchos años,
con mi vecina Susana al puesto de su abuela. Éramos unas niñas. La verdad es
que no sé si íbamos muchas veces, pero lo recuerdo bien. La abuela de Susana
tenía una carnicería en el mercado. Me acuerdo del mármol blanco y frío y de
la carne roja colgada. Me encantaba pasar por la puerta y entrar dentro del
puesto. Si mal no me acuerdo, la abuela de Susana siempre tenía un caramelo,
o algo así... Después corríamos por los pasillos, bajábamos las escaleras y las
volvíamos a subir y dábamos otra vez la vuelta...”
- También recuerdo a mi abuela Flora que en su puesto-carnicería de
la planta de arriba, se sentaba en un taburete con el brasero de carbón entre
las piernas y unos guantes gordos de lana negros, esperando que llegase alguna
clienta a comprarle, entre otras cosas, algún conejo que según ella eran los
mejores porque habían sido cazados con hurón.
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los pasillos cogiendo gallinas! Las mujeres mayores vendían en sus cestas y
cajones. Una señora mayor se estaba durante cuatro o cinco horas sentada
en una banqueta para vender sus cangrejos. Estaban tantas horas para sacar
alguna pesetilla más.
- Mi recuerdo del mercado es muy reciente. Todos los cursos procuró
comprar algo de despojo en la casquería para enseñarles a mis alumnos de
biología, cómo es realmente un corazón, o un pulmón, o un riñón (de cordero,
vaca o cerdo, por supuesto). Muy amablemente me atiende el dependiente o
dependienta y por un muy módico precio pasamos una clase diferente a la tra-
dicional. Al principio los alumnos son reacios a manipular ese tipo de vísceras
aunque siempre hay alguno un poco más decidido que “mete mano” sin pudor
a esos despojos. En fin que procuraré que ese recuerdo se renueve cada curso
escolar en mi cole, el San José, que tan cercano está del mercado.
- Recuerdo que, cuando yo estaba en la Tetería, entre 1991 y 1994,
comprábamos cada semana flores frescas en el mercado o en la plaza, para
ponerlas en jarrones sobre cada mesa del bar. Así que en mis pensamientos
siempre relaciono las flores con el mercado.
saber dónde se habían comprado, ni imaginar que años después
leería estas letras.
Hay personas que se han tropezado con mi proyecto y han
querido contribuir a él, por qué en realidad no son habituales en
el disfrute del edificio:
- Una tarde, hace pocos días, paseé por el mercado, algunos puestos
de frutas estaban abiertos. La imagen de puestos cerrados y abiertos ofrecía
una ambigua impresión, que acentuaba la idea de un lugar abandonado a su
suerte, no en vano, en poco tiempo será derribado. Es un ejemplo más de los
mercados de toda la vida, pequeño, funcional, recoleto, irregular e impregnado
de historias, marcadas algunas en sus muros. Hoy se siente al rodearlo en lento
caminar, el transcurrir del tiempo y la dura realidad de la existencia. Hay un
en el polígono. Dice que allí tienen de todo. /No creo que allí sepan lo que es
la torta de aceite.
Los recuerdos están llenos de pequeñas anécdotas que reviven
la realidad de las personas. Personas que trabajaban en el mercado
y que conocían el interior del mismo, detrás de los puestos, o de
personas que trabajan en otros lugares pero usaban el mercado
como lugar de avituallamiento.
-En los años sesenta los carniceros, algunos, se ponían a jugar partidas
de guiñote para ganar el café. Se jugaba en el tablero con el que se cerraban
los puestos en vez de persianas.
- Hace muchos años (cuarenta) estábamos sin hacer ventas y nos pusi-
mos unas cajas en el pasillo cuatro compañeros a jugar a las cartas, el encar-
gado nos denunció y… me entra la curiosidad cada vez que releo este
recuerdo de saber qué pasó después.
- Un cliente mío de ochenta y nueve años, no hace mucho tiempo me con-
tó, que allá por el año 1930 aproximadamente, una cosa que el había vivido
cuando estaba con su madre en los puestos de fuera de la plaza de verdura. En
uno de ellos vendían dos chicas jovencitas (no creo conveniente decir los nom-
bres), y llegaron los de la falange que venían a requisar mercancía. Al llegar
al puesto de las jóvenes, les dicen: te requisamos estas verduras, una de ellas
se adelanta con el cuchillo con el que estaba pelando la borraja. Le coge de la
pechuga y le dice: ¡si tienes cojones me tocas la barquilla, que con esto saco
para comer yo y mi familia!. Este señor me decía: ¡Parece que lo estoy viendo!
- Recuerdo esos jueves en la plaza llena de vida, dónde se juntaba todo
el mundo para comprar y vender y tratar de ganado. Venían de todos los pue-
blos de la provincia. Y se compraba y se vendía, huevos en una cesta con paja,
perdices, una gallina, una liebre.
Mujeres de los pueblos cercanos traían gallinas en las cestas y en las
misma cesta ponían el huevo y salían cacareando y alguna se escapaba ¡Por
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los cestos, charlando y poniéndose al día de sus quehaceres diarios. En alguna
ocasión compramos algo de frutas y verduras con la sensación de parecernos
más auténticas. Acostumbrados como habíamos estado nosotros a los grandes
supermercados desde niños, este espacio de encuentro tan enriquecedor y lleno
de vida nos llamó mucho la atención y en cierto modo, nos sugirió la vida apa-
cible de las épocas pasadas con un ritmo pausado y evidentemente más natural
que recordamos con cariño, que Soria aún mantenía y esperamos que todavía
lo mantenga.
- No frecuento mucho el mercado, lo conocí tarde y me agobia la gente,
las luces, los puestos y los pescados. Pero hace dos años compré un cerezo, que
he plantado en mi jardín, y cada primavera me llenan de esperanza e ilusión
sus botoncitos blancos y las frutas rojas.
halo de finitud que ya se respira, el reloj de arena ha dado su última vuelta, se
inhala en su rededor. Al terminar de circundarlo, me iba acordando de aquellos
otros mercados y cuan cambiante es la vida de cada uno, mientras pensaba en
como los latidos de todos ellos, son latidos de la evolución de una ciudad, y sus
gentes, donde todos, una y otros, cambiamos y desaparecemos para que otros
ocupen nuestro lugar. Llegué a casa, hacía tiempo una ensalada no estaba tan
sabrosa. Un foráneo recién llegado.
- Creo que estuve solo una vez, y creo que era para comprar algo de
casquería me suena... Callos o lengua o algo así, pero no me acuerdo de más.
- Al no ser de la misma Soria pero haber vivido allí dos años, recuerdo
el impacto que nos supuso a David y a mí la primera vez que pasamos por allí
y ver por la mañana las señoras en los alrededores del mercado con los carros y
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Hoy, en cambio, la compra se asocia con la prisa y la pérdida de tiempo.
¿O es que nosotros hemos crecido? Un niño nunca tiene prisa.
Otros sólo se acuerdan del mercado en fechas marcadas,
soriano de ir al mercado el viernes de toros:
- Recuerdo los viernes de toros comprar la fruta con la peña Ilusión para
comérnoslas en la plaza de toros y recorrernos los puestos bailando tomando
moscatel y pastas con toda la gente que estaba en la plaza de abastos.
- Recuerdo siendo niño venir a comprar al mercado con mi madre y ver
todos los puestos ocupados y con largas colas de gente esperando su turno para
comprar. Pero tengo un especial recuerdo del día de Nochebuena, ese día estaba
el Mercado a rebosar, y tanto mis hermanos como yo esperábamos ese día para
-Ya han pasado 18 años que estuve viviendo en Soria ¡18 años! !qué
barbaridad! Al salir de trabajar en el Colegio Sagrado Corazón, camino de
casa solía parar en el mercado a comprar el pan. Todavía me viene al recuerdo
el olor a pan, a frutas, a verduras...
Otros recuerdos son reflexiones sobre el cambio de los tiem-
pos y el cambio en las relaciones. El comprador y el vendedor de
un mercado tradicional se conocían y se llamaban por el nombre:
- Gente, ruido, bullicio, colores... pero sobre todo, un trato amable entre
tendero (no comerciante) y comprador (no cliente). Te llaman por el nombre y
te preguntan por la familia, como si te conocieran de toda la vida. No te importa
esperar a ser atendida, quizá porque ese tiempo sirve para charlar amigable-
mente unas con otras (mi recuerdo del mercado es sobre todo femenino).
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Otros recuerdan los sudores pasados trabajando o ayudando
a sus familias en el mercado :
- Desde que murió mi padre hasta que se jubiló mi madre que le sustitu-
yó en la carnicería, aproximadamente doce años, yo bajaba todos los sábados
a las ocho de la mañana para ayudarle a subir los corderos, cabritos, cestas
con lomos embuchados, pollos, etc. Desde las cámaras frigoríficas situadas en
el sótano de la Plaza de Abastos hasta la última planta, escaleras arriba y
las manos congeladas pues al frío de Soria en invierno se le sumaba el de las
cámaras.
Recuerdo también que después me frotaba las manos y las orejas con
agua caliente y se me ponían más rojas que la sangre de los animales que tenía
que transportar.
venir a Soria y ayudar a mi madre con la compra. Por supuesto que esa ayuda
tenía recompensa, normalmente una figurita para el Belén.
- Mi último recuerdo entrañable del mercado fue cuando tocó la lotería
de Navidad en Soria, con esto no quiero decir que esa sea la última vez que he
estado en él.
Me acuerdo que era veintitrés de diciembre, los mercaderes, aprovechan-
do la ocasión, habían traído sus géneros más exquisitos y selectos, los puestos
estaban llenos de gente esperando su turno pacientemente hablando entre ellos,
comentando la suerte caprichosa de la lotería, interesándose por la vida de su
interlocutor. Todo era bullicio, en los pasillos se respiraba alegría, o bien, por
la lotería, o bien, por la Navidad, pero había algo en el ambiente que te hacía
sentir feliz. La sensación mía de ese día era que el mercado estaba vivo.
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Muchos días en la taberna que siempre estaba con gente, mi padre, me
hacía cantar delante del personal por Marisol o Joselito.
Los recuerdos recorren los días de la semana, el sábado y so-
bre todo el jueves son especiales y recordados acompañados como
no de la gente que hacía que el mercado fuera posible.
- Mi recuerdo sobre este mercado es cuando iba al mercadillo los jueves.
Mi madre me enviaba a comprar fruta e hígado. A veces iba sola y otras me
acompañaban mis amigas. Lo que más me gustaba era ver la fruta, que color
tenía, el precio y comparándolo con otros puestos. En alguna ocasión tenías la
posibilidad de probar un poco de fruta que te daban los dependientes.
- Yo iba todos los sábados con mi madre y mi padre. Los veranos,
también los jueves. Recuerdo el ruido que me rodeaba, hecho de voces, golpes
¿Y los jueves? Era de traca, ¡qué pasada! Toda la parte de arriba del
mercado, pasillos e incluso escaleras, se llenaba de mercancías cual mercado
medieval; gente venida de todos los pueblos ofertaban sus animales vivos, ata-
das las patas para que no se escaparan, a modo de estampa del mejor zoco y
era una algarabía permanente durante toda la mañana. Al terminar quedaba
todo lleno de papeles, paja, cuerdas…
Muchos días de mi vida pasé entre sus cuatro paredes, frías, con unos
w.c. turcos que todavía los tengo en mente.
Pero siempre había un momento fantástico, que era la taberna del Félix,
mi padre me llevaba de vez en cuando a comer algo que previamente le había
bajado para que lo pasara por la sartén, por lo general, lechecillas y criadillas,
excelente manjar.
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bebían cervezas, fumaban ducados y yo sorprendentemente, ahora que lo pienso
no me aburría nunca. Todavía hoy me encuentro alguna vez al Manolo, que
hace mucho que ya no tiene puesto. Sigue siendo bueno y ya no disimula su
cariño. La próxima vez que le vea le voy a preguntar por algún recuerdo del
mercado... alguno en el que salga yo.
- Como te comentaba mi recuerdo del mercado más cariñoso es cuando
iba por las carnicerías a recoger la grasa con mi buen amigo José Giaquinta
“El Burra” (Que descanse en Paz), con el cual tuve momentos de convivencia
extraordinarios. José, que era una excelente persona, a pesar de su presencia
poderosa y de respeto, era un hombre entrañable y con un corazón inmenso.
Para él va mi recuerdo del mercado, al margen de otras muchas vivencias que
tuvimos en la recogida de la grasa.
y máquinas. Recuerdo los puestos de fuera que rodeaban el edificio, sobre todo
el de caramelos, la panadería y muchos de frutas y verduras. Pero sobre todo
recuerdo el primero de dentro, de la planta baja, según entras por la parte del
collado, ubicado a la derecha: el de verduras del Manolo, quien siempre me
pareció igual de viejo e igual de bueno.
Me acuerdo de su fingida seriedad y mal genio y su cariño y afecto mal
disimulado; de sus conversaciones con mi padre, acodados en el bar que tam-
bién estaba dentro del edificio... donde muchas mujeres le iban a buscar para
que les atendiera, cansadas de esperarle. Me enseñó a pesar en la romana y
a limpiar las zanahorias con el jersey. Me acuerdo de ver volver a mi madre
cargada de bolsas blancas; a veces las dejaba “donde el Manolo” y seguía
comprando y mi padre y yo, esperándole entre el puesto y el bar, donde ellos
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Feli, vendía pollos, a Feli la recuerdo igualmente con un delantal blanquísimo.
Durante muchos años he ido al mercado con mi abuela y mi madre, por eso
ahora ir al mercado es para mi una costumbre adquirida, y de la que me siento
orgulloso, ya que en el mercado se ve como es una ciudad, sus gentes, sus gustos
y sus costumbres.
También recuerdo, y vuelvo a la planta de abajo dos charcuterías, Rosa
que sigue estando y Tori, recuerdo esos jamones colgados en los puestos, ese olor a
queso, había un queso muy popular que se llamaba “los claveles”. Y en la parte
Santos, verduras y hortalizas y caracoles. Si caracoles colgados en saco y que te
los vendían a peso, los pesaban en una romana. Son tantos los recuerdos que
tengo, que no pararía de contarte pero dejaré alguno para otro momento.
- Mi recuerdo del mercado es de un lugar de encuentro lleno de bullicio
donde la gente además de comprar compartía charlas.
Recuerdo la entrada del mercado flanqueada por dos puestos de encur-
tidos pero recuerdo con más fuerza el que estaba situado a la derecha según se
entra, quizá porque ha estado más tiempo, recuerdo perfectamente a las perso-
nas que allí estaban, Simón y Mari, recuerdo cuándo te acercabas ese olor a
vinagre que te hacía salivar.
En la entrada a la izquierda, donde hoy está la máquina del café había
una panadería. Por entonces había un bar en el mercado.
En la parte de arriba había muchas carnicerías pero yo recuerdo la de la
señora Angelines, vendía cordero y cabrito, la recuerdo con un delantal blanco
impecable y con manguitos, su puesto tenía un mostrador de mármol, a su lado
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las vendía como chorizos. Hoy guardo yo la máquina donde se rellenaban
las tripas.
Había días que la temperatura a las ocho de la mañana era de menos
doce grados. Nunca entendí que la carne que no se vendía a lo largo del día,
hubiese que bajarla a la cámara que se alojaba en los sótanos del mercado, con
la que caía por las noches.
Mi madre me levantaba muy temprano, me abrigaba bien, aunque era
habitual el vestir pantalón corto y calcetines hasta la rodilla, y me desplazaba
entre montones de nieve a la Plaza, para hacer de ayudante de mis padres y
subir el género depositado en la cámara frigorífica, que hoy se me antoja in-
mensa, debido a mi corta edad, supongo. Era el almacén de la semana. Con
el frío decían que la carne se oreaba y se descuartizaba mejor. Me echaba un
- No es que tenga mucha memoria, pero de los días pasados en la Plaza
de Abastos en mi adolescencia, alrededor del puesto que mis padres tenían en la
planta de arriba del mercado, hace que algunos por su importancia en mi vida,
todavía permanezcan y estén muy presentes en mis sentimientos.
Como mi abuela también administraba otro puesto, posiblemente el pri-
mero que se abrió en la Plaza, también se “aprovechaba” de mí y me mandaba
recados, aunque tenía un genio de echarla de comer aparte, yo asumía lo que
me encomendaba pues solía ser su predilecto, no en vano le ayudaba a menear
la sangre para hacer morcillas.
¡Qué buenas las morcillas que hacía mi abuela y las güeñas que hacían
mis padres!, Éstas, cuando se ponían un poco duras eran inmensamente ricas,
a mordisco o en bocadillo. Resultaban ¡increíbles!, tanto que a veces mi padre
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colgaban las reses. Siempre el sábado era cuando más se trabajaba. Nunca
se me olvidarán dos personas, recuerdo muy bien su nombre, pero prefiero no
citarlos sin su permiso. Eran dos tratantes de ganado, y eran los que “echa-
ban” las reses, así se expresaban mis padres, “échame para el viernes cuatro
pequeños…” era el argot del carnicero. Se acercaban al puesto y mis padres les
daban dinero a cuenta de lo que les habían “echado”.
Hoy desde la lejanía del tiempo se me antoja como algo muy peculiar,
pero que entonces debía de ser una cosa muy normal. Sacaban de la chaqueta
un fajo de billetes enorme, que seguía engordando según avanzaban de puesto
en puesto con la aportación de los carniceros. Tan solo una libreta servía para
hacer que el trato fuera válido; era fantástico, tanta honradez por parte de
ambos, bastaba la palabra.
trapo al hombro (recuerdo que eran telas de la carne que llegaba de Argentina)
y empezaba a cargar pedazos de ternera, corderos, y cabritos.
Habitualmente yo solamente podía cargar un cordero, pues con la pieza
encima no se podía manipular bien los demás, pero siempre había algún car-
nicero (al ser la cámara compartida) dispuesto a cargarme dos o tres más; me
los cargaban con la panza hacia arriba, le abrían las patas y encajaban la
“torre” de corderos hasta que les decía basta. Solía hacerme el valiente para
cuando llegaba al puesto, los dejaba caer exhausto encima del mostrador, con
vigor, para quitarme y nunca mejor dicho “el peso de encima”. Llegado el
mediodía otra vez a la cámara con lo que no se había vendido y así día tras
día. Las paletillas o piernas sueltas, las introducía en un cesto de mimbre y
bien tapado con un trapo super limpio, iban a la cámara, debajo de donde se
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a vino y a tabaco, y la figura de Félix detrás de la barra, con su delantal. ¡Me
parece que lo estuviera viendo todavía!
Espero que con la nueva remodelación, aunque perdamos un entrañable
edificio y muchos recuerdos, podamos recuperar la vida que siempre ha tenido
“la plaza” y sea nuevamente un punto de encuentro de los sorianos en torno a
la compra de las necesarias viandas. Trabajemos todos para ello.
- Me llamaba poderosamente la atención y aún recuerdo los delantales
rayados de color verde y negro que usaban pescateros y carniceros, la fuerte
mezcla de olores de los productos expuestos aderezada con un vaporoso humo
producido por el ascua del imprescindible caldo liado en forma de cigarrillo
de las prestigiosas firmas ideales, peninsulares, celtas, ducados o picadura de
petaca de la tabacalera española S.A., que todo el mundo consumía sin ex-
cepción, ya que las respetables clientas y sus hijos no nos convertíamos según
hemos descubierto más tarde en fumadores pasivos. También viene a mi me-
moria a propósito de aromas y fumeques el olor de los encendedores de mecha
amarilla, y de los fósforos con rabillo de cera que en pequeñas cajas de cartón
y con un poco de lija pegada en el costado suministraba fosforera española de
cuarenta en cuarenta unidades.
Un matrimonio muy mayor vendían en la entrada por la parte de la
plaza de Bernardo Robles, escachos y otros peces que ellos mismos pescaban
probablemente en las inmediaciones del curso fluvial que atraviesa nuestra
ciudad, en la misma plaza Bernardo Robles. Y en el puesto exterior iz-
quierdo, que en la actualidad despachan pan y repostería suministraba el
tío Ché regalices de barra “cinco barritas una peseta”, guindillas, cebolletas
aceitunas, pepinillos y toda clase de escabeches y encurtidos. Las rabanizas
romana en mano las mejores patatas, zanahorias, cebollas lechugas y hor-
talizas del mundo. El Felix en su tabernaculo cabezas de cordero asadas
increíbles buenísimas de lujo, servidas en la taberna más humilde y escueta;
pocos metros más arriba “destilerías Rivera” si le pedías algo que no tuviese
Mis recuerdos son fotografías que han quedado en mi retina, por eso
ahora llevar a cabo proyectos en el mercado me hace mucha, mucha ilusión y
luchar por la supervivencia de algo tan tradicional como él .Gracias por estos
proyectos.
- Tengo muchos y dispares recuerdos de la plaza de abastos, dado que
por mi profesión he tenido contactos con muchas de las personas que atendían
en los puestos y con los cuales manteníamos relaciones comerciales.
Entre éstos recuerdos especialmente a Ángel Martínez un gran profesio-
nal del jamón, buena persona y mejor amigo. José Luís Gómez, que todavía
trabaja en su puesto e igualmente buen amigo de muchos años, Arturo Virarás,
Antonio Fernández con el que todavía mantengo gran amistad y seguimos co-
mentando los temas de actualidad... y muchos otros, a los que también quiero
mandar un saludo. Recuerdo especialmente a Vicente Loza, porque era amigo
de mis padres ya que procedía de Baños de Río Tobía, pueblo cercano al de mis
padres y mío, era una persona muy agradable y dicharachera.
También me vienen a la memoria los puestos de las rabanizas, en los
huecos exteriores que circundan el edificio, donde mi madre compraba las
verduras, tomates, etc, y sobre todo los regateos que con ellas hacía sobre los
precios y calidades de sus mercancías: grandes momentos de risa oyendo lo que
se decían entre ellas, con mucho salero y buen humor.
Todos los años desde que llegamos a Soria en el año 1962, entre
noviembre y diciembre es obligatorio bajar a la “plaza” a comprar caracoles
y berza. Antes bajaba mi madre con alguna de las personas que tenía en el ser-
vicio, pero ahora la bajamos nosotros a comprar los caracoles y la berza, que
es plato obligatorio en nuestra casa en la cena de Nochebuena, y la consiguiente
ilusión por la proximidad de estas fechas.
Tengo grabado en la memoria el recuerdo de la “Tasca del Félix”,
porque la primera vez que entré en ella, siendo yo muy niño, me llamó podero-
samente la atención el sombrío ambiente que en ella reinaba, los fuertes olores
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Otros recuerdos se quedarán en el recuerdo de cada persona
y surgirán al leer este texto o simplemente al pasar por el lugar
donde está pero no estará.
- Plaza de abastos soriana, que vividos recuerdos, de épocas pasadas
de infancia, instituto y adolescencia, omnipresente mercado, hoy la piqueta
te derriba inmisericorde, ¡pero como un milagro de primavera machadiano!
De nuevo reverdeces, y siempre estarás, en nuestros corazones, tu mercado de
ilusiones.
- Seguí tu línea, recuerdos de cardo y escarolas, sin contar con la cas-
quería, en fin, es el fin del de abastos, otro mejor estará... Por favor cuarto y
mitad de chirlas. Hasta pronto.
Gloria Rubio Largo, Febrero de 2011.
lo preparaba para mañana, moscateles, quinas, aguardientes, licor de menta
y demás derivados etílicos.
Muchos de los recuerdos, algunos ya contados y otros que
expongo ahora tienen añoranza de los buenos ratos pasados en la
taberna, que echan de menos muchos de los usuarios del actual
mercado:
- Yo salía en el recreo del colegio de los Padres Franciscanos y me
acercaba a la carnicería de mi padre, que en ocasiones me daba un filete y
me bajaba a Casa Félix para que me lo hicieran a la plancha, lo metía en un
chusco de pan recién hecho y me sabía a tu nombre.
- La “Casa Félix vinos y licores”. Este establecimiento era taberna y
servían comidas, situado enfrente del mercado de abastos, en la misma acera
que el colegio de los Franciscanos.
Lo regentaba Félix, personaje quijotesco con cadencia de una pierna, la
cocinera estaba entrada en carnes y con cierto aire italiano. A primera hora de
la mañana, Arturo el casquero y otros, se tomaban el primer moscatel maña-
nero, a media mañana, estudiantes del Instituto Machado y gentes del pueblo
que venían al mercado, deleitaban las viandas de Casa Félix, callos, morreras
y cabezas de oveja asadas.
La barra la presidía un cuadro de Santiago Matamoros y el salón de las
mesas lo observaba el ciego con rabel de Francisco Goya. También había per-
sonajes peculiares como “Chato”, Felipe, “Bay”, “Rubio el legionario”, etc.
A mediados de los años setenta el local se convirtió en mentidero utópico,
con acratas, trotskistas, dadaístas y algún mirón de la secreta que entre porrón
y porrón la revolución iba hacia delante: Edu, Negus, Maite, Joseba, Lolo,
Juanma, Chuti, Toni el negro y estudiantes del colegio universitario.
El local se cerró en los primeros años ochenta y el edificio fue derribado.
Ahora solo existe un solar. Este establecimiento creo que era un complemento
importante del mercado de abastos de Soria.
ttt
Agradecimientos: Concejalía de Cultura.
Concejalía de Industria. Teresa Valdenebro
por creer en nuestros proyectos. Ana Sánchez
por el buen hacer en sus gestiones. Rosa Ro-
mero por dejarme continuar en un momento
en ese momento a Paye, Javier y Quique. Al-
berto Molinero por realizar el traje que me
ayudó a tener energía para realizar mi inter-
vención. Rosa por recoger los recuerdos. Luis
Alberto Romero por su apoyo y fotografías.
Estudios Rosel. Luis Miguel Largo por su voz.
Por el sonido a Ignacio Monterrubio, Guiller-
mo Lauzurika y Alfonso G. de la Torre. Enola
Morán y Ana Falcón por algunos consejillos. Y
sobre todo a los autores de los recuerdos: Car-
Bravo, Raúl Martínez Antón, Ana Pilar Ru-
bio, Pedro Álvaro, Gloria Gonzalo Urtusun,
Pepe Martínez, Carmen Antón, A.A., Fátima
Yagüe, Alfredo Córdoba, Teresa Valdenebro,
Ana Sánchez, Samuel Moreno Saenz, Susana
Soria, Lola Gómez Redondo, Javier Arribas,
-
ría Hernández García, Conchi Comas, Luis
Alberto Romero, Fernando “gaitero”, Ivan
del Arco, Eduardo Mazariegos, Ricardo Gon-
zález Gil, Ana L., Jose María Lázaro Palomar
“Peque”, Mar Cervantes, Cesar García, Rosa
Siscart, Aurora Solano, Enrique González,
Ana Severino, Nuria Rubio, Isidoro Saenz,
Cristina, Paye, Ayla, y todos aquellos que han
llegado de forma anónima o que quieren per-
manecer anónimos.
Se puede consultar el blog: limites-recuerdos.blogspot.com
www.gloriarubiolargo.com Disculpas: Esta intervención fue concebi-
que se va a levantar por las obras, con el permiso
del ayuntamiento. Aún así, se que ha habido per-
sonas a las que les ha molestado. Mis disculpas a
todos ellos. Espero si llegan a ver este documento,
entiendan las razones y sientan lo que les pareció
una ofensa, como un homenaje al Mercado.