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Cuando aquel miércoles, veintisiete de noviembre, todas las prime-ras páginas de la prensa española publicaron una «Nota» del Minis-terio del Ejército,1 que informaba de enfrentamientos militares conunas «bandas armadas», denominadas Ejército de Liberación, en lazona de Ifni, los lectores se quedaron confusos. Nadie tenía ni la másmínima noción de la existencias de dichas «bandas» y mucho menosde cuáles eran los irreparables agravios que había cometido nuestropaís para impulsarlas a tomar las armas.

Sólo una cosa parecía clara: «El tomate había sido gordo», quese decía entonces; cinco muertos y treinta y cuatro heridos —por elmomento—, y casi un centenar de bajas entre el enemigo.

También se desprendía de la «Nota» ministerial que tales «ban-das» contaban con el consentimiento de Marruecos.

—¡Otra vez el moro! —pensaría más de uno, viniéndosele a lasmientes la palabra África, que no significaba, pronunciada conrotundidad, precisamente Tarzán y los safaris, sino Annual y el Rif.

Sin embargo, este siniestro presentimiento resultaba contradic-torio con todo lo jaleado por la prensa desde hacía unos años. Cier-to, no hacía falta ser un tísico para recordar que los independentis-tas magrebíes se habían paseado a sus anchas por nuestro país, rea-lizando, de paso, cuantas ruedas de prensa les vino en gana,2 dondeno faltaron nunca elogios para el régimen y su Caudillo; al punto

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que el entonces embajador de Marruecos en Madrid era uno de susmás conspicuos cabecillas, Abd El Jalak Torres. No sólo eso, duran-te la primavera del año anterior, se había disuelto nuestro Protecto-rado en un clima de empalagosa —demasiado empalagosa para nollamarse a suspicacias— cordialidad entre Rabat y Madrid, que elsultán Mohamed V había revivido ese mismo febrero, cuando visi-tó de nuevo España y se entrevistó otra vez con Franco. Y por siestos hechos no fueran suficientes pruebas de unas relaciones frater-nales, bastaba con pensar que los cadetes marroquíes se instruían ennuestras academias militares.3 Y sin embargo, ahí estaba, contradi-ciendo palmariamente todas estas pompas como si fuesen bagatelasde antaño, aquel miércoles, veintisiete de noviembre de 1957, unrecuadro en todas las primeras páginas de los periódicos enmarcan-do una «Nota» del Ministerio del Ejército que hablaba de combatescon un Ejército de Liberación «marroquí».

De modo que, tras pensarlo un poco, al lector avispado sólo lecabía una disyuntiva: ¿o Marruecos nos estaba «haciendo la cama»o al sultán se le había ido el país de las manos?

Lo que el lector había olvidado era el asunto de Tarfaya. Unterritorio que permanecía bajo soberanía española en lo que, desdehacía unos años, se denominaba muy sonoramente como ÁfricaOccidental Española —donde estaba integrado también Ifni— y quevenía siendo reclamando por Marruecos desde su independencia.Claro que éste no era un olvido intencionado, sino general, y si seme apura, hasta antiguo.

Efectivamente, todo cuanto tenía que ver con nuestras posesio-nes atlánticas en el continente africano venía lastrado por la igno-rancia y la desidia desde que desembarcamos en aquellas tierras nosólo de la población, sino hasta de las autoridades.

Las razones estaban en el origen mismo de nuestra ocupación delterritorio llamado Río de Oro y hoy conocido como el Sáhara Occi-dental, usurpado por Marruecos a sus habitantes con el apoyo de EE.UU. ante nuestra indecorosa, por pusilámine, indulgencia. Sí, todo

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venía marcado desde su origen, porque nuestra presencia allí teníados estrechos objetivos: primero, salvaguardar el inmenso caladerosahariano para los pescadores canarios, y segundo, apuntalar ladefensa del archipiélago con una franja de suelo en el continente.4

Estos parcos fines fueron cubiertos de inmediato con la instala-ción de dos factorías; una en la península de Río de Oro, bautizadacomo Villa Cisneros, y otra, en la península de Cabo Blanco, llama-da La Güera, que no llegó a ser un establecimiento productivo, contoda propiedad, hasta veinticinco años después.

Sobre estos enclaves mitad fabriles, mitad militares, y no exen-tos de un toque de tenderete de feria con el que regalar a los caídesnómadas, dormitó nuestra presencia en las costas saharianas duran-te cincuenta años. Incluso se diría que fue una proeza ocupar, en1916, Cabo Juby, también conocido como Tarfaya y rebautizado,en 1950, como Villa Bens. Pero ya digo, durante cuarenta años, des-de 1885 hasta 1934, las guarniciones españolas apenas traspasaronlas empalizadas defensivas de sus factorías de Villa Cisneros y de LaGüera, mirando el enorme desierto que se extendía hacia Orientecomo una incógnita perturbadora, tanto más cuanto internacional-mente era reconocido como territorio bajo su jurisdicción.

Por supuesto, sobre esta impostura de ejercer de potencia colo-nial sobre los mapas y de chamarileros a toque de corneta sobre elterreno, pesaban razones políticas nacionales e internacionales. Lasnacionales eran, aparte de los estrechos objetivos de la ocupación —auxiliar a los pescadores canarios naufragados y defender susderechos a faenar, y, en caso de conflicto internacional, convertirseen un improvisado puerto defensivo del archipiélago—, la brutalpresencia del Protectorado o también llamado Protectorado Nortede Marruecos en el acontecer cotidiano de España.

Durante las tres primeras décadas del siglo XX, Marruecos erasinónimo de hemorragia nacional. Entre la matanza del Barrancodel Lobo, en 1909, y el Desastre Annual, en 1921, la sublevación delRif, con sus altibajos, no había dejado de tragarse reclutas españo-

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les como un Saturno berberisco, al extremo de convertirse en justobanderín de enganche para la subversión anarcosindicalista, quezarandeó a todos los gobiernos de la Restauración. Así que Marrue-cos, África o el Protectorado, o incluso hasta el término colonias, erasinónimo de la guerra del Rif; por tanto, la mención de uno de estosvocablos levantaba el encono de las clases populares.5 Y ese enojo,casi en carne viva, impidió que se tuviese conciencia de nuestrasotras posesiones africanas, tanto como para ser muy escasa, por nodecir nula, su mención pública.

Pero si la preponderancia sangrienta del Protectorado Norteocultó de la conciencia de los españoles hasta la invisibilidad el lla-mado durante un tiempo Protectorado Sur (1895-1909)6 y, luego,Gobierno Español del Sáhara o simplemente Sáhara español, inhi-biendo cualquier iniciativa social para penetrar en aquellas tierras;tampoco los sucesivos gobiernos demostraron el menor entusiasmopara fomentarla, cuando ponderaban que, por pequeña que fueseuna incursión, debía emprenderse con el desplazamiento de nuevasunidades militares. Es decir, que cabía la posibilidad de bajas; o loque es lo mismo, de nuevas críticas en los periódicos y, previsible-mente, de algaradas callejeras al día siguiente.

Hasta aquí las razones para la lejana insensibilidad internahacia estos territorios. En cuanto a la externa, a la tarea de nuestrasdiplomacia, fue, en buena medida, derivada de aquélla pero merececonsiderarse detalladamente porque será decisiva en el futuro.

Los diplomáticos españoles, desde el crepuscular Desastre del98 —donde se perdió la Armada, por segunda vez en un siglo—, yano podían aspirar a ser considerados como legados de una poten-cia por más prosapia que exhibiesen, sino más bien como represen-tantes de un país comparsa, con un radio de influencia efectiva limi-tado exclusivamente a Marruecos. Ante este corto margen de poderreal sólo tenían tres opciones para respaldar nuestra aventura colo-nialista: o aliarse con la pragmática Inglaterra, o con la cercanapero peligrosa Francia o apoyar las pintorescas y cizañeras aventu-

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ras germanas. De inmediato, se impuso el realismo, y la cancilleríaespañola decidió entenderse exclusivamente con Francia.7

El resultado fue que, tanto en el Protectorado Norte como en elSáhara, para que las decisiones gubernativas de Madrid tuvieranfortaleza internacional, debían contar con la anuencia de París.

La razones para este casi vicariato diplomático se fundaban enla mera realidad: Francia se había convertido, a partir de 1911,8

en algo que llevaba ansiando desde que comenzó el siglo:9 la poten-cia hegemónica en el África Occidental, desde el Mediterráneo has-ta el Golfo de Guinea, y, además, era nuestro socio en la ocupacióndel sultanato de Marruecos. En cuanto al Sáhara, a Francia no lemolestaba en absoluto nuestra posición costera, porque estabaempeñada en progresar por el interior para unir de facto Argeliacon sus vastísimos dominios desde el Golfo de Guinea hasta elNíger. Sólo que en 1903 se había tropezado, como los ingleses en el Sudán, con una yihad en Adrar Temar —el desierto de la actualMauritania— proclamada entre los bereberes por Ma El Ainín, elSultán Azul.

A esta guerra del desierto, se le sumaban intermitentemente losproblemas de ser el gendarme del sultanato de Marruecos, que esta-ba trenzado, desde siglos, sobre un régimen cabileño, que se deshi-lachaba en revueltas truculentas con suma facilidad bajo el pretextode echar al infiel; es decir, a Francia y a España. Y tanto la yihad delAdrar Temar como alguna que otra de estas sublevaciones del sulta-nato,10 basculaban sobre lo que, en teoría, eran territorios bajosoberanía española: sobre el Río de Oro y, más a menudo, sobre laSaguía El Hamra (la Acequia Roja); sin embargo, en ninguna de lasdos regiones se divisaba tropa española alguna, ni en favor ni encontra de los sublevados. Ante tal dejación y por la cuenta que nostraía, estábamos obligados a ceder la iniciativa a los franceses aun aregañadientes.

No obstante, se podría afirmar que era una de las consecuen-cias positivas de nuestras cautelas gubernativas, cuando se piensa

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que si afianzábamos nuestra soberanía en aquellos territorios delSáhara, levantando puestos en el interior, corríamos el riesgo devernos envueltos en el mismo conflicto mesiánico que zahería a losfranceses en el Adrar el Temar. Y ni éramos una potencia económi-ca ni militar para soportar dos frentes —uno en el Rif y otro en eldesierto—, ni presentábamos, como he dicho, el menor entusiasmonacional por hacerlo. Por supuesto, tampoco deseaban nuestrosgobiernos sacar tajada avivando la guerra marabútica de los bere-beres, como intentaron los alemanes en repetidas ocasiones,11 pues,indudablemente, una maniobra de tamaña sutileza, de ser descu-bierta por Francia, hubiese repercutido trágicamente en el Protec-torado Norte.

Consecuencia de todo esto: España, desde 1912 hasta 1934,dejó hacer a los franceses en todo cuanto se refería al Sáhara. Alextremo de que todas nuestras acciones políticas en el País Bidánfueron al compás que marcó París, nunca como respuesta deMadrid a las sugerencias de nuestros gobernadores en el territorio.Pero esta actitud de convidado de piedra, tan apacible a corto plazopara los sucesivos gobiernos españoles, enquistó una gangrena: laconfusa delimitacion jurídica y estratégica de las fronteras, que,muchos años después, aquel noviembre de 1957, acababa de esta-llar en una sorprendente guerra.

memoria de una posesión baldía

El amanecer del tres de noviembre de 1884, mientras en Berlín laspotencias se están repartiendo, con escuadra y cartabón, el mundodisponible para establecer sus colonias, la fragata Inés arría una cha-lupa frente a una lengua de tierra de unos treinta y siete kilómetrosde largo por dos, o incluso tres, de ancho, y que, cuanto más, se ele-va unos seis metros sobre las olas. Apenas malnutre unos cuantosmatojos y ni un árbol.

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A levante, esta desolada planicie forma una bahía casi tan luen-ga como ella, donde el océano Atlántico se remansa y los pescado-res canarios buscan resguardo. No es un mal abrigo, porque sus fon-dos no presentan tantos problemas como las costas de más al norte,donde hay barras, que son unos bajíos aserrados contra los querevientan las quillas para calamidad de almas y barcos.

Más allá de esta bahía verdosa, como peraltado por un ribazoduro y ocre, se extiende otro océano místico, refulgente, infinito; eldesierto. Un lugar donde todo se oye y todo se ve; y sin embargo,nada parece moverse en cientos de kilómetros, y salvo el fragoracompasado de la mar, nada se escucha.

A este paraje, en 1442, los portugueses lo bautizaron con elembaucador nombre de Río de Oro, y desde entonces así figuraron,península y bahía, en todas las cartas de navegación. Desconcertan-te topónimo, cuando allí ni se atisba desembocadura de río alguno,ni se tiene noticias de yacimientos auríferos. Aun así, aquellos pri-meros navegantes portugueses juraron y perjuraron que, a cambiode unos cuantos abalorios, un puñado de indígenas atezados y sar-mentosos les dieron unas bolsas de polvo de oro; lo que animó a suspaisanos a sumergirse kilómetros y kilómetros en el desierto en bus-ca del yacimiento. Como prueba de esa estéril pesquisa aún se alzanunos tristes tapiales mucho más allá del Argoub, en mitad de esevacío dorado que es el Sáhara.

Pero volvamos a la mañana del tres de noviembre de 1884. Enla falúa del Inés bogan seis hombres, y a su timón y gobierno va elteniente coronel Emilio Bonelli Hernando,12 comisionado por laSociedad Española Africanista y Colonialista para tomar posesiónde Río de Oro para la corona de España. Esta animosa instituciónha convencido al gobierno de Cánovas del Castillo de la oportuni-dad de ocupar este enclave antes de que en Berlín se le adjudique aotro Estado, dejando a nuestros pescadores desprotegidos. Además,si tal hecho se consumara, mermaría, por su flanco sur, los acuerdossobre la pesca arrancados por O’Donnell al sultán, en 1860. Eso sin

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contar con que nuestros pescadores se verían obligados a pagar fle-te, lo que causaría la quiebra a los pocos negocios prósperos de LasPalmas y, por último, no sería descartable que esa potencia adjudi-cataria, fuera la que fuese, una vez asentada en Río de Oro, alimen-tara algún tipo pretensiones sobre el archipiélago canario.

El gobierno, ante estos argumentos tan razonables, ha consenti-do con la expedición de Bonelli. No sólo eso, sino que la ha sufra-gado casi en su totalidad, porque la Sociedad ya había hecho unapostulación insuficiente pero, al parecer, nada desdeñable.

A pesar de estar todos estos intereses en juego, la misión deBonelli es escueta. No va más allá de levantar un puesto fortifica-do en Río de Oro, que el teniente bautizará como Villa Cisneros.Nombre tan esperanzador como ridículo para lo que no será másque una caseta de madera, un mástil con la bandera y un puñadode materiales de construcción para levantar el fuerte. Pero Bonelliera un aventurero, y como todo aventurero, un entusiasta y unsoñador, y pese a lo baldío del paraje, su imaginación no se harecatado ni un ápice y ha titulado al puesto con este prometedornombre.

Y en ésas estaba cuando aparecieron un grupo de indígenas, nomás de veinte, a los que informó que acababan de ser declaradossúbditos de España y a los que, como tales, pidió beneplácito paraque le dejasen proseguir con sus trabajos de fortificación.

A las dos semanas y tras fondear el Inés junto a su proyecto deciudad como almacén con que abastecer las tareas de fortificación,que encarga a Eusebio Pontón, un negociante que tiene algunos tra-picheos con el ejército y que pretende ampliar sus horizontes mer-cantiles con los saharauis, Bonelli derrota hacia el sur en cabotaje abordo del buque de la Armada Ceres. Se dirige a Cabo Blanco, laotra larga, larguísima, península tras la que se guarece la bahía delGalgo, ensenada donde también buscan pairo nuestros pescadores.Allí levantará otra caseta y otra bandera como límite sur de nuestrasposesiones, pero no dejará a nadie para custodiarlas. Y entre Río de

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Oro y Cabo Blanco, en la bahía Cintra, ha levantado una terceracaseta con su correspondiente bandera. Tampoco aquí Bonelli hadejado guarnición alguna.

El día uno de diciembre, con su misión cumplida y sin másnovedades dignas de mención, Bonelli arriba a Las Palmas. De inme-diato Madrid pondrá en marcha toda la maquinaria diplomática13

para proclamar su soberanía sobre las costas africanas que van des-de Cabo Bojador hasta Cabo Blanco. Además, crea la CompañíaMercantil Hispano-Africana14 para la monopolio del todavía llama-do nuevo «protectorado», y Bonelli será nombrado su comisarioregio.

Y mientras Bonelli va a recoger su encomienda en marzo, VillaCisneros sufre el primer ataque, que terminó con dos muertos espa-ñoles y la destrucción completa del emplazamiento.15 Se impone,pese al talante eminentemente civilizador y comercial que regía estaaventura colonial española, la presencia militar, bien que escasa. Nopasó de un destacamento de treinta soldados al mando de dos ofi-ciales.

En 1886, la Sociedad emprende otra expedición hacia el inte-rior del territorio, para delimitar nuestras posesiones en el PaísBidán y conocerlo más allá de las noticias bastantes precisas quehabía relatado, en su conferencia de 1877, ante la recién nacidaSociedad Geográfica de Madrid, Joaquín Gatell y Folch, quién bajoel alias Caíd Ismaíl había vivido y recorrido Marruecos de cabo arabo.16 Esta nueva y extraordinaria expedición científico-políticaserá comandada por el capitán Julio Cervera y Baviera, el catedrá-tico Francisco Quiroga y Rodríguez y el diplomático Felipe Rizzo yRamírez.

Este trío firmará el doce julio de 1886, en Iyil —hoy Mauritania—,el acta de sometimiento de los chiuj o caídes de las tribus Ulad BuSaa, Ulad Delim, Erguibat, y del emir del Adra el Temar, los dueñosdel desierto. Esto supondría, casi de inmediato, que España se inter-ponía como una cuña en las pretensiones francesas de unir Argelia

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con sus dominios en el África Subtropical. No sólo eso, España seconvertía, según este acuerdo de acatamiento del los caídes, en lapotencia que regentaba las salinas de Iyil, un enclave fundamentalpara la vida de los nómadas del desierto desde Tinduf hasta Tom-buctú. Es decir, si España hubiese levantado de inmediato un pues-to militar y fabril en Iyil, hubiese dominado, prácticamente, todaslas grandes rutas caravaneras del Sáhara.

Francia reaccionó, pero a su debido tiempo. Será el veintisietede junio de 1900, cuando el embajador español en París, FernandoLeón y Castillo, y el ministro de Exteriores francés, Teófilo Decla-ssé, firmarán un convenio para establecer parte de las fronteras deambos países en las costas del Sáhara y en el Golfo de Guinea. Poreste tratado, España cedía las salinas de Iyil, a pesar de que el gobier-no de Madrid esgrimió el acuerdo entre los chiuj del desierto y laexpedición de Cervera, Quiroga y Rizzo, como prueba irrefutable desus derechos. Pero los franceses argumentaron que ellos tenían otrosacuerdos con los nómadas del Adrar Temar que, si no revocaban eldocumento español, al menos, lo ponían en el cuestión. Españacedió.

Fue la segunda, más que claudicación, acomodación de nuestrogobierno, todavía conmocionado por el Desastre de Cuba, a losintereses franceses. Ya en 1885, con el pabellón apenas izado en Ríode Oro, Francia nos obligó a cederle la mitad de la península deCabo Blanco. A partir de entonces los franceses regentarán la bahíadel Galgo y su ribera en la península, y nosotros mantendremos sólola fachada oceánica. En compensación, los franceses reconocían losderechos de los pescadores canarios a faenar en la bahía, la cuestiónclave para España, que se vio ratificada en el Acuerdo de 1900. Loque nos dicta que la visión de los gobiernos de Madrid sobre Río deOro no había variado en estos primeros quince años de «soberanía»sobre el Sáhara: lo sustancial para Madrid era preservar el caladeroy la defensa estratégica del archipiélago; en cuanto al desierto, no sele consideraba de mayor utilidad.

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La Güera Atar

Bahía de Cintra

Villa Cisneros

Cabo Bojador

CROQUIS CON EL RESULTADO DEL ACUERDO HISPANO-FRANCÉS DE 1900

Las Palmas

Tarfaya

OCÉANOATLÁNTICO

ZONAESPAÑOLA

FuturoFort Tinquet

Salinas de Iyil

Futuro Fort Gouraud

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Pero este segundo Acuerdo de 1900 encierra, además, varioselementos de capital interés: en primer lugar, viene impulsado por lavaga intención francesa de permutar nuestras posesiones saharauispor territorios en el África Ecuatorial. A partir de entonces estasugerencia francesa siempre flotará en el ambiente hasta 1940, y conella coquetearán los sucesivos gobiernos de Madrid, lo que certificala poca estima que se le tuvo a estos territorios durante medio siglo.No obstante, en aquella ocasión, la defensa del caladero y la situa-ción estratégica respecto a Canarias, pesaron para el gobierno de Sil-vela más que la tentadora ampliación de Río Muni. En segundolugar, este acuerdo fijará las fronteras de Río Oro por el sur y por elinterior, dejando suspendido su cierre septentrional hasta un nuevoacuerdo. En definitiva, lo que le interesaba en ese momento a Fran-cia, que había iniciado su penetración pacífica, desde Senegal, en elAdrar Temar con Coppolani.17

Tras muchas idas y venidas de los embajadores, el acuerdo parafijar la frontera norte estaba listo para firmarse el seis de diciembrede 1902. El documento cumplía con creces las aspiraciones de Espa-ña: situar la linde en el río Dra, límite histórico y tribal del sultana-to de Marruecos, anexionándose, en compensación por la cesión Iyildos años antes, los enclaves marabúticos y caravaneros de la Hama-da, al levante de la Saguía El Hamra. Pero París ofrecía más, muchomás. ¿Qué sucedía para que Francia se mostrase tan obsequiosa?

Francia acababa de sellar un acuerdo con Italia para que éstaabandonase toda ingerencia en el sultanato marroquí y, ahora, nece-sitaba que España se anexionase el resto de la costa para cerrar todoacceso de Inglaterra al sultanato y, desde ahí, al desierto. De modoque París cedería con gusto a todas las pretensiones españolas enMarruecos y en el Sáhara —incluso sugeriría más— para impedircualquier emplazamiento británico, por mínimo que fuese. Con losingleses neutralizados, Francia ya podía emplear todas sus energíasen su proyecto de unir Argel con Costa de Marfil sin tropiezos inter-nacionales.

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Tal es así que, en aquel tratado «abortado» de 1902, Francianos cedía no sólo la soberanía hasta el río Dra, sino que ascendíanuestra frontera hasta ocupar parte del valle del Sus y su costa, y porel este, ampliaba nuestra soberanía hasta el nacimiento del ríoDades, en el Antiatlas. En fin, que Las Canarias quedaban sobrada-mente protegidas desde el continente y, además, regentábamos elimportante puerto de Agadir.

Sin embargo, el gobierno de Sagasta sufre una crisis en vísperasde la firma y ésta se suspende. Vuelve a la presidencia Silvela, quienpretende que este acuerdo hispanofrancés sea ratificado por Inglate-rra y Rusia. Silvela temía, como el embajador León y Castillo alprincipio de la negociación, que los ingleses reclamaran sus derechossobre Tarfaya para invalidar el acuerdo.

Este enclave había sido una factoría británica, obra del aventu-rero Donald Mackenzie, que levantó un fortín sobre un islote, cono-cido como la Casa del Mar. A su muerte, en 1887, Mackenzie legó elfortín al sultán de Marruecos con la condición de que jamás la ocu-pase otra potencia europea sin el consentimiento británico. De modoque hasta cierto punto son comprensibles las cautelas de Silvela.

En fin, que se demoró la firma hasta el tres de octubre de 1904,sin Silvela en la presidencia y con sustanciales modificaciones terri-toriales.

La nueva redacción del acuerdo —que fue secreto hasta 1911—prefigurará las fronteras definitivas del Sáhara español. Si bien reco-nocerá nuestros derechos soberanos sobre Ifni, adjudicará a EspañaLa Hamada y fijará la frontera norte en el paralelo 27º 40’ —esdecir, comprendiendo la Saguía El Hamra—, por contra, reducirá a«zona de influencia» el territorio comprendido entre esta demarca-ción geográfica y la ribera sur del río Dra, sin determinar su status.

Paradójicamente, por más secreto y por tanto provisional quefuese, este acuerdo de 1904 enquista las dos úlceras que propiciaránel estallido bélico de 1957. Me explicaré; en primer lugar, la reticen-cia francesa para conceder la potestad a España sobre ese territorio

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que iba desde el paralelo 27º 40’ hasta la ribera sur del río Dra,dejándolo bajo la voluble expresión de «área de influencia», conver-tirá, a la postre, al País Tekna en un territorio en disputa. Y ensegundo, dejaba a Ifni, que todavía no estaba definida en sus límitesinteriores, como una cuña inserta en el sultanato alauita, sin uncorredor de comunicación directa con el resto de posesiones españo-las. De modo que si España decidía establecerse allí, sólo podríaabastecer este emplazamiento por vía marítima. En fin, que única-mente nos queda lamentar como en dos años —de 1902 a 1904—se malbarató una oportunidad histórica, que a la postre tendría tansiniestras consecuencias.

El cambio de actitud en los franceses durante este bienio sedebía a que, el ocho de abril de ese mismo año de 1904, habían fir-mado un acuerdo con Londres, conocido como la Entente cordial,que, entre otras muchas componendas coloniales, dejaba las manoslibres a Francia en el África Occidental inexplorada, a cambio deque París no se entrometiese en Egipto. Por tanto, Francia ya teníalo que ansiaba cuando propuso a España el abortado acuerdo de1902: la posibilidad de establecer la unión territorial, desde el Medi-terráneo hasta el Golfo de Guinea, sin injerencias ni tropiezos.

Pero antes de proseguir, conviene que aclare nuestros «legenda-rios» derechos sobre Ifni, que acabo de mencionar.

Tras la victoria de Leopoldo O’Donnell en Wad-Ras o Uad Ras,España se sitúa como la potencia preponderante sobre el sultanatode Marruecos, algo que irá perdiendo en favor de Francia, sobretodo, a partir de 1898. Pues bien, en el armisticio de Tetuán, firma-do el veintiséis de abril de 1860, el sultanato, aparte de los terrenosconcedidos para la defensa y abastecimiento de las plazas de Ceutay Melilla, las compensaciones económicas y mercantiles, y otrascesiones de índole religiosa, reconocía la soberanía española «a per-petuidad» sobre un enclave atlántico, traspapelado entre los legajosde la historia, llamado Santa Cruz de la Mar Pequeña, donde eraintención de Madrid instalar una pesquería. Curiosamente, los dos

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signatarios del armisticio, España y Marruecos, ignoraban el para-dero exacto de dicho lugar.

Santa Cruz de la Mar Pequeña había sido una plaza conquista-da por Diego García de Herrera, en 1474, para la corona de Castilladurante los escarceos para penetrar en la costa africana antes de quela empresa americana absorbiera todas las energías del reino. Se per-dió en 1524, tras el asedio de Mohamed El Mahdí ben El Hach, quehabía proclamado la yihad entre las tribus del Sus y del Dra. Desdeentonces pasó a ser una anécdota atrabiliaria, hasta ese veintiséis deabril de 1860, en Tetuán, cuando se la rescató de un olvido de siglos.

Sin embargo, y pese al reconocimiento de la soberanía españo-la sobre este lugar incierto, el interés efectivo de Madrid por su pose-sión no se avivaría hasta que Donald Mackenzie se estableció enTarfaya, en 1876. Ante la presencia inquietante del inglés, Cánovasdel Castillo exigió, a través del embajador en Fez, la creación inme-diata de una comisión hispanomarroquí para situar el emplazamien-to correcto de aquella remota plaza, con el fin de proceder, en cuan-to se pudiese, a su ocupación. Esta comisión partió a bordo del Blas-co de Garay, en 1877, al mando de Cesáreo Fernández Duro, y trasun reconocimiento de todas las desembocaduras de ríos, que eran,con las ruinas de una fortaleza, los únicos datos orientadores de quese disponía, se determinó que Santa Cruz de la Mar Pequeña no eraotra plaza que Sidi Ifni.

Hay una segunda expedición, a cargo de José Álvarez Pérez.Costeó, en 1886, desde la desembocadura del Dra hasta Cabo Boja-dor, a bordo de nuevo del Blasco de Garay, para hacer no sólo unadescripción topográfica y oceanográfica de la costa, sino tambiénpara disipar las dudas sobre Sidi Ifni. No en balde, su elección semantuvo siempre en entredicho y hasta desató un viva polémicaentre Fernández Duro y Alcalá Galiano en la prensa de la época.

Pero, por acalorada que hubiese sido la polémica a principiosdel siglo XX y por más que los franceses hubiesen reconocido a SidiIfni como posesión española en 1904, para su ocupación todavía

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faltaba una treintena de años. Mientras, muchos kilómetros más alsur, nuestro único enclave real y vivo en aquellas costas, Villa Cisne-ros, había sufrido algunos cambios, que arrumbaron todas las ilu-siones que la Sociedad Africanista y Emilio Bonelli habían puesto enél cuando lo fundaron, en 1884.

Por lo pronto, en 1887, afrontó un segundo ataque al tiempoque Bonelli fue sustituido por un gobernador político-militar, que noera más que un título para disimular la conversión de la factoría enun cuartel avanzado. Por su parte, la Compañía Hispano-Africanase hundió en la calamidad por falta de clientes. Las rutas caravane-ras raramente tocaban Río de Oro, porque la mayoría de sus trayec-tos se desviaban hacia el interior a la altura de la Saguía Hamra. Demodo que, ante su evidente ruina, la Compañía Hispano-Africanaarrendó sus propiedades, en 1893, a la Transatlántica, que convir-tió la factoría colonial en un saladero de pescado para abastecer alos buques que hacían la ruta hacia Fernando Poo.

Con este giro, Villa Cisneros dio la espalda al desierto. Su vidatranscurría con un escaso, por no decir nulo, contacto con las tribusnómadas del territorio; en fin, que era un extraño fortín pendienteexclusivamente del poco o mucho tráfico marítimo.

Contra esta situación se nombra, en 1903, gobernador político-militar al capitán Francisco Bens Argandoña,18 con una sólida expe-riencia colonial entre Cuba, donde había nacido, y Melilla. Se leordena que realice cuantas expediciones científicas pudiese con el finde conocer las posibilidades reales del país y que fomente las rela-ciones con nuestros «súbditos» agarenos. Curiosa orden que no fuejamás acompañada de partida presupuestaria alguna, con lo queBens se vio abocado a la llamada política del «pilón de azúcar»; osea, al regalo y al soborno a los caídes indígenas para mantener, pri-mero, la paz, y luego, granjearse su amistad, y en ese caso, solicitar-les el consentimiento para explorar el desierto.

La Villa Cisneros que encuentra Bens nos quedó descrita en elinforme del capitán José Hernández Cogollos,19 de 1904. Según este

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memorándum, estaba habitada por un destacamento de 34 militares ypor 72 europeos que trabajaban en la pesca y en elaboración de lossalazones para la Transatlántica, más 174 saharauis ocupados en dis-tintos menesteres entre la factoría y la guarnición. El puesto se compo-nía de un recinto amurallado, de 60 metros de largo por 44 de ancho,con una tapia de 3 metros de altura. En su rincón noroeste se encon-traba la casa fuerte de dos pisos, almenada y aspillada, donde se alo-jaba la milicia y a la que se accedía por una escala de gato, que se reti-raba cada noche. En el vértice opuesto del patio, el suroeste, se levan-taban las primitivas instalaciones de la Hispano-Africana, y sobre cadauna de las esquinas de la empalizada, un torreón de vigía cubierto. Enel exterior, contaba con un cañón batiendo toda la explanada de lapenínsula. Y un poco más allá, las instalaciones de los saladeros y delos pescadores, para, a unos cincuenta metros, cerrar la posesiónmetropolitana con alambradas y un caballo frisas situado a la alturade la puerta. También por esta época, se levantó, a unos doscientosmetros del fortín, un cuartelillo a modo de aduana para controlar a losindígenas que entraban al recinto. Y más fuera que dentro del recinto,había algunas jaimas de los nativos empleados en la factoría.

Según las opiniones de ambos capitanes, Bens y Hernández, elconjunto oponía unas defensas deficientes. Consistían, básicamente,en fuego de fusilería; además, precisaba de otro emplazamiento avan-zado, más allá del pozo Tahuarta, situado a mitad de la península,para poder aguantar un asedio prolongado —si bien el agua potabletodavía era transportada desde Las Palmas— y, sobre todo, necesita-ba de una dotación mayor de medios artilleros con que, en caso decualquier gassi bereber, preservarlo del alcance de sus disparos.

Y mientras Bens se va acomodando a este destino inhóspito, elsupuesto acuerdo secreto hispanofrancés de 1904 ha llegado a oídosalemanes. Y éstos no tardan mucho en montar en cólera20 al verpeligrar sus intereses económicos en el sultanato. Para contener elenojo germano, se convoca la Conferencia de Algeciras,21 de 1906,de la que saldrá el káiser con el rabo entre las piernas, al enfrentar-

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se al entramado de pactos que había tendido, desde hacía años,Francia con todos los países con posesiones efectivas en las riberasdel Mediterráneo.

A todas éstas, el gran bocado en disputa en Algeciras, Marrue-cos, no era precisamente una balsa de aceite. Estaba sumido en unaguerra civil —a la que no escapaba la zona norte, bajo control espa-ñol— desde principios de siglo. Sobre esta carnicería cerril, germina-da por vidriosas envidias palaciegas y por atávicas ofensas tribales,se elevará al trono, en 1907, el bajá de Marraquech, Muley Hafid,el más rigorista de los príncipes herederos. A la par, Francia aprove-cha esta circunstancia para ir adueñándose militarmente de algunasplazas marroquíes. Bien es cierto que con cautela, porque la Confe-rencia de Algeciras «garantizaba» la independencia del sultanato, yademás, sin descuidar el desierto, donde Ma El Ainín le tenía pro-clamada una yihad desde 1903.

Era evidente que ambos conflictos se alimentaban mutuamentede armas, municiones y guaridas; de modo que Francia optó pordominar primero el Majzén (el gobierno marroquí), para luego, ycon más calma, sofocar la recóndita y escurridiza sublevación mara-bútica del desierto. Su primer objetivo lo va a conseguir en 1910,por medio de sucesivos acuerdos que debilitaron económica y admi-nistrativamente al otrora refractario e integrista Muley Hafid.

Al enterarse Ma El Ainín de cuánto había claudicado el sultánde Fez a las exigencias francesas, convoca al País Bidán para ocuparFez y echar al infiel y a su perro servil del trono sagrado, y, claro es,proclamarse sultán de Marruecos.22 En definitiva, levantar el Impe-rio Almorávide, que todavía sonaba y suena embriagadoramente alas tribus de País Bidán. Pero Ma El Ainín será derrotado por elgeneral Monier, el veintitrés de junio de 1910, y morirá el veintio-cho de octubre de ese mismo año, refugiado en Tiznit, lejos, muylejos, de su zauía de Smara.23

Desembarazada del fragor del combate, pero todavía sobre unpaís que le es descaradamente hostil, Francia ocupa al año siguiente

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Fez y Mequinez, para afianzar su posición. Era su enésima infrac-ción a la Conferencia de Algeciras. Días después, el uno de julio de1911, tiene la respuesta germana con el «Incidente de Agadir»; esdecir, la amenazante entrada de la cañonera Panther en el puerto ydos días después, del crucero Berlín. Tal acontecimiento, si por unlado suspendió la ocupación española de Ifni, que estaba preparadapara septiembre,24 por otro, fue la antesala del acuerdo general ydefinitivo entre España y Francia respecto a Marruecos, bajo elbenigno y engañoso nombre de Protectorado.

El Incidente de Agadir culminó el cuatro noviembre de 1911con un amplio acuerdo francoalemán sobre sus zonas de influenciaen el África Occidental. Apaciguadas inquietantes suspicacias deBerlín, París se puso en contacto contacto con Madrid para repar-tirse de una vez por todas y claramente la esquina noroccidental deÁfrica, algo que le era imprescindible para pacificar Marruecos y, ala vez, derrotar a los invisibles hombres azules del desierto.

El primer logró francés hacia la anhelada pacificación de Ma-rruecos acaecerá el treinta de marzo de 1912. París obligará a MuleyHafid a firmar un acuerdo por el que el comisario residente generalfrancés «será el único intermediario del sultán cerca de los represen-tantes internacionales y en las relaciones que éstos mantengan conel gobierno marroquí (el Majzén)». Este secuestro, más que acuer-do, llevó a Muley Hafid a la abdicación, el día once de agosto, en suhermano Muley Yusef. Mientras, Ahmed El Heiba, sucesor de MaEl Ainín al transmitirle su baraka, marcha de nuevo sobre Fez consus telamides, bereberes y tuaregs, bajo la misma proclama quehacía, exactamente, dos años lanzó su padre al desierto: echar alinfiel y salvar el trono santo. Fue derrotado, el seis de septiembre,por el coronel Mangin.

El veintisiete de noviembre de 1912, y tras casi un año de nego-ciaciones, firmaban en Madrid los presidentes Goffray y GarcíaPrieto el Convenio Hispano-Francés para la fundación del Protecto-rado de Marruecos.

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Este convenio, que fijará las fronteras definitivas del Sáharaespañol, no es otra cosa que una redacción pulida del acuerdo secre-to de 1904, y por tanto, consagrará todos sus errores. Si por unaparte establecerá los límites interiores de Ifni en una longitud de 25kilómetros y a la imprecisa zona de «influencia hispana» al norte delparalelo 27º 40’ —la ya frontera septentrional del Sáhara español—la acotará claramente en la ribera sur del río Dra, por otro la bauti-zará con el funesto nombre del Protectorado Sur; regalando, porefecto de tal nombre y de su status jurídico correspondiente, ladudosa pertenencia de esta franja de terreno al sultanato, cuando enrealidad era el País Tekna, la cabecera seminómada del País Bidán.Además —y esto también es grave—, España no logró arrancarle aFrancia un corredor costero de otros 25 kilometros de profundidadque fuese desde la desembocadura del Dra hasta Ifni, para enlazartodas sus posesiones. De manera que Ifni seguía y seguiría siendouna extraña cuña en el Protectorado francés.

A pesar de todos los inconvenientes, que tendrán una repercu-sión decisiva en el conflicto de 1957, España había ampliado inter-nacionalmente su soberanía con un territorio casi tan extenso comola mitad de la península Ibérica, donde apenas habitaban treinta milpersonas, que se podían triplicar según se dieran las lluvias ese año.Un tercio de esta población, unos diez o doce mil, era más o menosestable, y vivía entre la Saguía El Hamra y el País Tekna, regiones quetodavía permanecían ignotas para los españoles. En cambio, losespañoles no eran unos desconocidos para sus señores, el clan del MaEl Ainín, que los consideraban unos comerciantes afincados en lacosta, que le rendían tributo a ellos y a las otras tribus con regalos ydinero, para poder llevar a cabo sus menesteres comerciales en paz.

Todos estos pueblos, los hombres del País Bidán, se dividían endiez o doce grandes tribus o naciones —unas con mayor prosapiaque las otras, dependiendo de cuán cerca estuviese su estirpe del pro-feta y de la santa península Arábiga, y de si su origen hubiese sidoguerrero o pastoril— que tradicionalmente frecuentaban, cuando no

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POSESIONES ESPAÑOLAS EN LA COSTA NOROCCIDENTAL AFRICANASEGÚN EL CONVENIO HISPANO-FRANCÉS DE 1912

Las Palmas

Cabo Bojador

Villa Cisneros

Atar

Fort Gouraud

Salinas de Iyil

Tarfaya PROTECTORADO SUR

Río Dra

ÁFRICA OCCIDENTALFRANCESA

Fort Trinquet

Saguía El Hamra

SÁH

AR

AES

PAÑ

OL

Paralelo 27° 40’

Sidi Ifni

Port Étienne

La Güera

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dominaban, unos territorios más que otros. Todas compartían unamisma lengua, la hassanía —un árabe trufado de bereber— y un mis-mo sistema social, fundado en las asambleas o yemá de la tribu, don-de se dirimían los conflictos internos y externos de la tribu o granfamilia. Eran, en definitiva, grandes patriarcados muy parecidos a losque nos muestra el Libro del Génesis en sus capítulos dedicados aAbraham. Grosso modo, todos vivían del pastoreo del camello y delas caravanas, y por tanto, eran nómadas y esclavistas, y su mundoilimitado era el País Bidán (el país de los hombres blancos), que nacíaen la ribera sur del Dra y acababa en el indefinible Adrar; es decir, elSáhara noroccidental en su más amplio sentido. Al sultán de Marrue-cos lo respetaban en tanto que descendiente del profeta, o sea,chorfa, y también consideraban a Fez un gran centro de saber reli-gioso, pero sentenciaban: «En el desierto, ni se le reza ni se le pagatributo al sultán», o lo que es lo mismo: no formaban parte del sul-tanato, ni de su consejo de cabilas, ni obedecían sus decretos.

Y desde noviembre de 1912, a España le tocaba manifestar susoberanía de algún modo sobre aquellas gentes trashumantes e insu-misas, y el encargado de esta descomunal tarea era el ahora ascen-dido a comandante Bens Argandoña.

Ya en 1906, con motivo de la visita de Alfonso XIII a Las Cana-rias, Bens consiguió que el rey recibiese a una comisión de notablesde los Uad Delim, de los Erguibat y de los Uad Bu Saa. Al añosiguiente, el veintinueve de junio de 1907, Bens pudo traspasar loslímites del puesto y desembarcar al otro lado de la bahía de Río deOro; le había costado ni más ni menos que cuatro años tomar taldecisión con la seguridad de no provocar altercado alguno.

Mientras, el gobierno de Madrid, haciendo efectivo el acuerdosecreto de 1904, había retirado el primer título de Protectorado deSáhara Occidental y lo había convertido, el cuatro de mayo de 1909,en el Gobierno Político-Militar de Río de Oro, dependiente a efec-tos militares de la Capitanía General de Canarias; a efectos políti-cos, su subordinación siempre fue pasando de unos departamentos

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a otros, aunque, en última instancia, recibía las consignas desde lascarteras de Exteriores y Estado.

Al año siguiente, en concreto, el dieciocho de noviembre de1910, Bens pisa El Argoub, desde donde partirá sin escolta, salvo losindígenas, hasta Zug, el último pozo antes de la frontera sudorien-tal con los territorios de soberanía francesa. Su siguiente paso con-sistirá en explorar el norte, en pos de ocupar Tarfaya, el puerto delPaís Tekna y la puerta marítima hacia la Saguía El Hamra. Porsupuesto, tras varios escarceos en compañía exclusivamente de sufiel Lahseny y de algún caíd que le allanara previsibles contratiem-pos con los aborígenes.

En marzo de 1911, se decide a embarcar en el pailebote Río deOro y cabotear hasta Rincón del Perchel. Ya está a un paso de Tar-faya o Cabo Juby, pero para ocuparla necesita el consentimiento delas tribus y de Madrid.

Cuando tiene más o menos acordada su presencia con los indí-genas, Bens solicita, el uno de mayo de 1914, el plácet para la ocu-pación de Tarfaya al Ministerio de Estado. Eduardo Dato, a la sazónpresidente, le dará el visto bueno durante el Consejo de Ministros deveinticuatro de julio.

Desgraciadamente, para el ilusionado Bens, durante ese veranose suspendieron los dos intentos llamémosles oficiales. El primero,por el hundimiento del Kaiser Willhem der Grosse frente a Villa Cis-neros, tras un combate con la británica Highflyter; y el segundo, enotoño, por discrepancias del almirante Pidal con la empresa. Final-mente, Bens, juzgando, ante los encarecidos requerimientos de losindígenas, que era una oportunidad única, parte, el veinte de octu-bre, en dromedario con la sola escolta de Lahseny y de treinta seisnaturales. Llega a Cabo Juby el seis de diciembre de 1914. Pero laocupación oficial, con el desplazamiento del vapor Fuerteventuratransportando una pequeña tropa, se producirá año y medio mástarde, el veintinueve de junio de 1916, con Romanones en la presi-dencia, a quien Bens le ha hecho llegar un requisito imprescindible

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para obtener su consentimiento: la carta de beneplácito de El Heibaa la presencia española en aquel puerto.

En marzo de 1917 será aprobado el proyecto para levantar unpuesto militar, con el fin de desplazar la comandancia del Gobierno delSáhara desde Villa Cisneros a Tarfaya; su realización se demorará has-ta 1924. Cuando, en esta fecha, se inicien las obras, se descubrirá queresulta imposible llevarlas a cabo porque el presupuesto se ha queda-do caduco. Obsérvese algo más curioso todavía, la capital del territo-rio se llevaba a Tarfaya o Cabo Juby, al territorio reconocido en Con-venio de 1912 como Protectorado Sur; es decir, de «posible» pertenen-cia al sultanato. Mientras que Villa Cisneros, al estar por debajo delParalero 27º 40’, era territorio de soberanía española.

Y es que, en la práctica, los españoles no considerábamos esadiferencia capciosa, al punto que se olvidaría al conceder la indepen-dencia a Marruecos, y que, por contra, los marroquíes tendrían muypresente en su afanes expansionistas.

Pero volviendo a 1917, después de la ocupación de Tarfaya oCabo Juby, a Bens ya sólo le restaba el asalto a Ifni, para, aunque fue-se de un modo testimonial, hacer efectiva la presencia española en losterritorios que le había otorgado internacionalmente el Convenio de1912. Esta penúltima expedición de Bens se producirá el día veinti-dós de marzo de 1919. Bens, a bordo de nuevo del Río de Oro, fon-dea frente a Ifni, con una carta de El Heiba25 para abrirle las puertasde la ciudad. Días después, arriba el Infanta Isabel, conminándole aque suspendiera las operaciones de desembarco; Madrid no conside-raba oportuna nuestra presencia todavía; lo que dejó a Bens desaira-do ante la tribu Ba Amran, que domina esa comarca y que deseabaencarecidamente que los españoles se hiciesen cargo de la región, portemor a una incursión francesa. Era el tercer intento español, desde1909, por establecerse en aquel lugar «legendario», que se estabavolviendo más legendario todavía, a base de acumular expedicionesfrustradas. Pues antes hubo un segundo intento, con el Infanta Isa-bel, en marzo de 1911, suspendido sin tan siquiera realizar el embar-

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que de la tropa, por el gobierno de Dato, al tropezarse con la oposi-ción del sultán de Fez, como respuesta a la ocupación española deLarache, en el Protectorado Norte.

La última expedición significativa de Bens sucederá el veintisie-te de noviembre de 1919. Fue promovida por la conservera Marco-tegui, Guedes y Cía. y partió de Las Palmas, a bordo del Infanta Isa-bel, con escala en Río de Oro; su fin era reavivar el olvidado empla-zamiento de Cabo Blanco. Así nació la factoría de La Güera.

Con la fundación de La Güera se había acabado un períodopara el Sáhara español que podríamos definir como de mera «pre-sencia», porque la década siguiente, la de los años veinte, vendrámarcada por la aviación y el abanico de posibilidades que este nue-vo medio de transporte, comunicación y defensa traía consigo. Peroantes, el gobierno español tendrá que afrontar la más terrible catás-trofe militar desde el hundiminto de la Armada en Santiago deCuba, en 1898: el veintiuno de julio de 1921, se produce el Desas-tre de Annual, en el Protectorado Norte. La muerte de cerca de vein-te mil soldados conmocionará a la sociedad española, convulsiona-rá el ejército y traerá, tras un recrudecimiento de la subversión, ladictadura de Primo de Rivera, el trece de septiembre de 1923.

Al principio, la dictadura no veía más solución para la sangríade Marruecos que el «abandonismo», y claro es, en esta salida porpiernas del territorio norteafricano también se incluía al Sáhara. Demodo que sondea a las autoridades francesas sobre la posibilidadde permutar este extenso y baldío desierto por terrenos en el Golfode Guinea. Esta actitud del Directorio variará radicalmente cuandolos franceses —que habían comenzado de forma correcta, y prosi-guieron, ante el caos político español, de un modo bastante torci-do—26 requieran oficialmente al gobierno de Madrid la autoriza-ción para la escala de sus correos aéreos sobre ese territorio consi-derado inútil. Dicha solicitud será atendida en la reunión entre elembajador francés conde Peretti de la Rocca y el dictador, en Ma-drid, el diecisiete de febrero de 1925.

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A partir de ese día, el Sáhara acababa de cobrar un valor ines-perado y geoestratégico: se había convertido en la base imprescindi-ble para todos los vuelos hacia el África ecuatorial y, alternativa-mente, para los de la América Austral. Y bajo este impulso se cons-truyeron las pistas de aterrizaje, más que aeródromos, en Tarfaya yen Villa Cisneros, a cargo del Ministerio de la Guerra, entre 1926 y1928. Además, durante este último año España destina una escua-drilla para aquel territorio de cinco Havilland-Napier, en parte,como una maniobra de distracción, ante los continuos incidentesque ocasionaba la presencia de aparatos franceses entre los nativos.Sí, porque durante todo este tiempo se sucedieron las agresionescontra los aviones de reserva en los aeródromos y los secuestros,cuando no asesinatos, de los pilotos galos, cada vez que un aparatose veía obligado a aterrizar en el desierto por avería.

Entre tanto, es sustituido, el día siete de noviembre de 1925, elya coronel Bens, después de veintidós años como gobernador delSáhara, bajo distintas titulaciones; en concreto, cuando cesa, osten-ta el título de delegado del alto comisario de España en Marruecosen la Zona Sur.

Lo poco que había de español en aquella inmensidad arenosa eraobra suya. Y este poco que había, además, pobretón: tres puestos cos-teros pésimamente dotados; uno de ellos, el de La Güera, todavía sobretiendas de campaña. Ni una fortificación en el interior, ni muchomenos un puerto en condiciones de recibir tal nombre y ni una pistapara poder acceder con mediana previsión de un lugar a otro. PeroBens tuvo que bandearse con gobiernos que se irritaban con la solamención de África. Esta susceptibilidad gubernamental se reflejaba enla asignación de presupuestos que, para aquel lugar olvidado, eranpírricos. Ante lo que Bens reaccionó con la llamada política del «pilónde azúcar»; o sea, el regalo y el soborno, que acabó institucionalizan-do en 1923 cuando creó las Juntas de Reparto de Regalos a los Indí-genas, con el fin de que cada puesto administrara autónomamente, afinales de mes, la distribución obligatoria de obsequios y mordidas.27

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Esa política —si se quiere miserable— distorsionó, a los ojos delos aborígenes, el papel de España en aquellas tierras: para ellossiempre fuimos unos comerciantes preocupados por el tráfico marí-timo, que les pagaban tributos; frente a los franceses que ocupabansus oasis, levantaban fuertes y los sometían a su autoridad. En defi-nitiva, que Bens plasmó el viejo adagio de «hacer de la necesidad vir-tud». Y con su posición agasajadora, llamada por los caídes su sia-sa —su cortesía—, consiguió preservar a España de la yihad que losMa El Ainín —proclamada por el gran patriarca, el místico Ma ElAinín, y seguida por sus hijos y sucesores marabúticos, El Heiba yel Merabbi Rebbu— mantuvieron desde 1903 hasta 1934, casi inin-terrumpidamente, con la República francesa.

A pesar de estos buenos oficios, cuando partió de Tarfaya, Bensdejaba muchas cosas por hacer y por vivir. En primer lugar, no com-probaría el raudo y, a la vez, efímero desarrollo de la aviación enaquellas tierras, en el que tantas esperanzas había puesto; tampocosería el hombre llamado a la ocupación de Ifni, y mucho menos,alcanzaría a ver plasmada su última gran petición al gobierno, parala que contó con la apoyo de Bonelli en la prensa africanista deMadrid: la constitución de unidades de meharis como la forma máspráctica y eficaz de penetrar de una vez por todas en el desierto.

Por fin, a los tres años de su partida, el 13 de octubre de 1928,se creaba «las tropas de la policía del Sáhara», formada por dosmías; una a caballo, para la Zona Sur del Protectorado (el País Tek-na) y la otra a camello, destinada a los territorios saharianos. Perono resultó ni mucho menos lo que anhelaba Bens. Tras su inspecciónde los territorios en 1930, Diego Saavedra, director general deMarruecos y Colonias, redacta un informe donde viene a decir queestas mías eran de todo menos tropa; al punto, no estaban dotadasde camellos, y de caballos, sólo uno; eso sí, tenían cuadras. En cuan-to a sus meharis, vivían dispersos por los alrededoros del cuartel, sies que vivían en Tarfaya. Por este informe también sabemos del esta-do calamitoso de este puesto principal, de la queja de los oficiales de

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aviación por el escaso radio de acción de sus aparatos, por entoncesBreguet-Rolls, por tanto, inoperativos para apoyar grandes expedi-ciones al interior del territorio; de como Villa Cisneros se encontra-ba en «excelente» estado, pero que amenazaba con quedarse peque-ña para sus múltiples competencias, y de como La Güera, que yacontaba con recinto amurallado, se había quedado sencillamenteestrecha para todos los servicios que había ido acumulando.

En cuanto a las dos mías, de ser una solución eficaz, tras pasarpor la calamidad, acabarían por convertirse en un quebradero decabeza para las oficiales españoles. Sin ir más lejos, entre febrero ymarzo de 1931, desertaron 19 hombres con 31 fusiles y 3.000 car-tuchos para unirse a la yihad del Adrar Temar. Pero, por grave quenos parezca este incidente, era un simple aviso de un problemamucho más profundo: los saharauis enrolados no tenían concienciade disciplina ni nada por el estilo; simplemente, sabían que les ha-bían dado una soldada por ser quienes eran: allegados a los grandescaídes, y que les habían «prestado» armas para proteger a los espa-ñoles de las otras tribus, cuyos jefes no tuviesen pactos aún con estosextranjeros. Esta incomprensión de la milicia llegaba a extremoscaricaturescos en algunos casos, como cuando el supuesto meharisólo aparecía por el cuartelillo, eso sí, debidamente uniformado yequipado con sus armas reglamentarias, para cobrar la paga a fin demes. Luego volvía a desparecer. Otros, que decidieron quedarse enaquel remedo de cuartel de Tarfaya, provocaron tiroteos —treinta yuno de octubre de 1932— en su zoco con miembros de una triburival; precisamente lo que estaban —o se suponía que estaban—obligados a evitar.

Sólo cabía una solución: destinar harkis del Protectorado Nor-te, gentes ya habituadas al ejercicio de la milicia. Sin embargo, estamedida también acarrearía nuevos problemas de convivencia conlos autóctonos, porque aun siendo musulmanes o, si se me apura,moros, los rifeños se sentían extraños y a disgusto en el Sáhara. Laconsecuencia de aquella inadaptación fue el incidente ocurrido el

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veintiocho de diciembre de 1933, cuando se sublevó una sección dela Mehala n.º 2 de Tetuán, destinada a Tarfaya o Cabo Juby.

Según el informe posterior, la tropa estaba harta de que no se lespagara las numas —un especie de complemento de destino—, a esose sumaba su animadversión hacia los saharauis y sus ganas deregresar a su tierra, lo que el gobierno demoraba indefinidamente;además, un Ma El Ainín —que fue expulsado— se dedicó hacer pro-selitismo antiespañol entre los más descontentos; y por si todo estofuera poco, se le añadieron problemas con el mando.

Al parecer, por asuntos más bien personales entre los que ronda-ban faldas por medio, el capitán de la mía, César Canle se ensañabacon los rifeños de forma salvaje. De resultas de unos de estos castigos,se sublevó la sección y mató a Canle e hirió al sargento Redondo.

Para estas fechas tumultuosas, el Sáhara había comenzado aperder utilidad como punto estratégico para la aviación, e iba cami-no de convertirse en un emplazamiento penitenciario de primerorden. Este uso no era novedad, porque, según el coronel JoséRamón Diego Aguirre,28 Río de Oro ya lo había sido en 1897, paraun grupo de anarquistas; aunque, ahora, en 1932, tornaba a serlode una forma —permítaseme el adjetivo— estelar.

A finales de enero de ese año, el gobierno deportó a un centenarde activistas de la reciente «comuna» libertaria del Alto Llobregat.Seis meses después, estos anarcosindicalistas tuvieron que compartir,bien que a distancia, destierro y rancho con sus oponentes políticosmás caracterizados: 112 militares y 32 civiles sublevados durante laSanjurjada. Veintinueve de estos últimos protagonizaron, en la gole-ta Aviateur La Brix, una fuga la Nochevieja de ese año, que le costóel puesto al gobernador de Río de Oro y que ocasionó la repatriaciónsucesiva de todos los deportados. Pero, pese a este chasco, el gobier-no de la II República continuó barajando la posibilidad de convertiral inútil Sáhara en penal, y así lo plasmó en el Decreto de diecinuevede enero de 1933, donde se propone la inmediata fundación de uncolonia penitenciaria, que jamás se llevó a cabo.

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No obstante, Río de Oro volvería a ser un improvisado penaldurante la insurrección militar del 36. Las autoridades canariasdeportaron, entre cargos políticos y simples sindicalistas, a treintapersonas a Villa Cisneros y a ocho a La Güera. Estos confinados tra-bajaron intermitentemente en la creación de las pistas de los alrede-dores del Argoub, hasta la noche del trece al catorce de marzo de1937, cuando, aprovechando la arribada del Veira y Clavijo a VillaCisneros, se amotinaron con ayuda de la tropa de reemplazo, redu-jeron a sus oficiales y secuestraron el barco. Y, bajo el pilotaje de unsoldado, pusieron rumbo a Dakar, donde pidieron asilo.

Se habían fugado los veintitrés deportados que quedaban en esemomento en el Sáhara de aquellos treinta y ocho iniciales, y noven-ta y cinco militares, entre ellos un sargento y diez cabos. En larefriega murió un alférez que les opuso resistencia y por parte de losamotinados, un soldado. De La Güera también desertaron, díasmás tarde, otros seis soldados.

Dejando al margen todas estas novelescas fugas que pusieron enentredicho la posibilidad de convertir a Villa Cisneros, de buenas aprimeras, en un penal, por esa época, dos acontecimientos estabanrepercutiendo profundamente en el Sáhara español. El primerohabía sucedido hacía una década: en 1926, Abd El Krim, alma de lasublevación del Rif, se rinde a las autoridades francesas, ante laimparable ofensiva francoespañola, iniciada en Alhucemas el añoanterior. Había comenzado la pacificación definitiva del Protectora-do Norte. Con ello desaparecía el apesadumbrador telón que nosólo lo había ocultado de la vida pública, sino colapsado duranteaños cualquier política sobre el Sáhara. Efectivamente, a partir deese momento, comienza a gestarse, bien que lentamente, un verda-dero impulso colonial español en aquel territorio, una muestra deello había sido la creación de la Policía Colonial, en 1928.

El segundo hecho que repercutió en el Sáhara no fue menosdecisivo. Entre 1933 y 1934 se produce el enérgico avance francéspor el Valle del Sus, combinado con una ofensiva en Adrar Temar,29

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para formar una pinza ante la que los rebeldes sólo encontraban unasalida: el territorio español. Esto motivará un entreguismo, más omenos descarado, de todas las tribus, las del País Bidán y los baamranis de Ifni, a las autoridades españolas buscando amparo. Evi-dentemente, esta actitud insufló un golpe de aliento a los oficialesespañoles destinados en aquellos territorios y también a los gobier-nos de Madrid, que sopesaron que la penetración ya no encerrabaexcesivos riesgos. Por si esto supusiese poca esperanza, coincidiócon que los gobiernos de la II República elevaron el presupuestogeneral: el de Azaña, en un 3%, y el de Lerroux, en un 4%. Ya digo,ambos acontecimientos —la paz del Rif y el avance francés hacia elsur— cambiaron profundamente la vida del Sáhara; tanto es así que,en febrero de 1934, se efectúa la primera relación documental de lasituación de las tribus y su control. En fin, que el Sáhara, por fin, ibaa explorarse.

El dieciocho de abril de ese año se otorga un crédito extraordi-nario para la compra de camellos: un medida imprescindible. Estehecho se sumó al nombramiento de un personaje peculiar, el capitánGalo Bullón para la vacante de Canle. Él sería el primero en aventu-rarse hacia la Saguía El Hamra y lo hará en cuanto disponga lascabalgaduras, el cinco de mayo.

Tras trece horas de marcha desde Tarfaya, ocupó Daora, a 70kilómetros al sudeste. Entre ese mes y el siguiente prosiguió con susexploraciones, hasta la gran expedición que le llevó el quince dejulio a pisar por primera vez las ruinas de la mítica Smara, dondesólo habían estado antes dos europeos: en 1913, el coronel Mou-ret, que la destruyó por completo, quemando su biblioteca, y en1930 un aventurero francés,30 que retornó tan maltrecho que falle-ció, días después, en Agadir, para envolverla, con su muerte, en unmisterio perturbador. Con el afán de dotar de solemnidad a la ocu-pación de Smara, llegó al día siguiente, desde Tarfaya, el goberna-dor del Sáhara, el comandante González Deleito, con cuatro trimo-tores Fokker.

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Entre ese día de julio de 1934 hasta junio de 1935, Galo Bullóny sus colaboradores más próximos, los tenientes de La Gándara yCascajo, no dejaron de realizar nuevas exploraciones, hasta trazarrecorridos seguros entre El Argoub y Villa Cisneros, El Argoub y LaGüera, El Argoub y Saguía al Hamra, y desde allí hasta el río Che-beica y el Zemmur.

Al compás de la expansión por el Sáhara se va a producir, porfin, la ocupación de Sidi Ifni. Y eso que el año anterior se había per-petrado la cuarta y más desastrosa de todas las intentonas al man-do del propio gobernador, el comandante Eduardo Cañizares,acompañado del cónsul en Marraquech, Argimiro Maestro, a bor-do del Almirante Lobo. Esta triste aventura sucedió entre el tres y elcuatro de agosto de 1933, y costó la vida a los dos emisarios espa-ñoles, el chej Mohamed Buchary de los Man El Ainín y el interpre-te Salem Barka. Cañizares fue destituido fulminantemente.

En realidad, este cuarto fracaso se debió a que la expedición eramás producto de las urgencias francesas para que España ocupaseeste territorio montuoso que estaba sirviendo de hirsuto refugio alos partidarios de Belkassem Ngadi, los últimos resistentes en el Sus,que una iniciativa de Madrid perfectamente calculada. Pese a estefiasco, el veintisiete de marzo de 1934, llega desde Tetuán a Tarfayael coronel Capaz, un experto africanista, con la misión de ocuparIfni. En el transcurso de estos ocho meses, la marcha victoriosa delas operaciones militares francesas había dejado el terreno maduropara que los españoles procediesen sin riesgo alguno.

Capaz, de inmediato, embarca en el Canalejas, desde dondeesperaría la señal convenida con su emisario: que se izase la bande-ra española en lo alto de la fortaleza de Sidi Ifni. Esto se produjo elseis de abril. Capaz tomó posesión de la ciudad y, casi sin tregua, sepuso a organizar la ocupación de aquella cuña de 25 kilómetros deprofundidad. Al punto que, el nueve de junio de 1934, consigue quese cree el Batallón de Tiradores de Ifni, compuesto de plana mayory tres tabores, de tres mías cada uno, más una de zapadores.

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A los cincuenta años de la llegada de Bonelli a Río de Oro, Espa-ña, por fin, era medianamente soberana de aquellos territorios delÁfrica atlántica. En cuanto a la administración de los mismos, que-dó, tras muchos vaivenes durante la dictadura y la II República, dis-puesta el veintinueve de agosto de 1935 del siguiente modo: se con-fería al alto comisario de España en Marruecos el mando único,asistido por un delegado para Asuntos Indígenas, quien confiaba laejecución de sus disposiciones a los delegados de Ifni y Tarfaya. Serebajaban así las dos gobernaciones, la de Tarfaya y la de Ifni, a dele-gaciones gubernativas. En el caso del delegado gubernativo en elSáhara, con sede Tarfaya, estaba auxiliado por los comandantes delos puestos militares de Villa Cisneros y de La Güera. Esta penúlti-ma ordenación prefigurará la definitiva, cuando ambos delegadosdel alto comisario pasen a ser uno, y este delegado-gobernador resi-da en Sidi Ifni, lo que no va demorarse demasiado.

Por supuesto, la sublevación militar del dieciocho de julio de1936 afectó a estos territorios, aunque en un primer momento, deforma distinta. Mientras que Ifni se mantuvo fiel al gobierno repu-blicano, si bien con vacilaciones, que la harían caer del lado nacio-nalista en agosto, el Sáhara se encuadró en el bando insurrecto des-de el instante mismo en que tuvo noticias de la ocupación de la altacomisaría en Tetuán. La defección de Ifni fue precedida de las hui-das del delegado, el comandante Montero, y de su segundo, elcomandante Pedemonte, además del capitán Muntaner, mientrasque en el Sáhara sólo consta la fuga del capitán de aviación Burgue-te, que sería capturado y pasado por las armas nada más aterrizaren Sevilla. Además, hubo purgas entre la tropa y el personal civil,que se saldaron con consejos de guerra en Las Palmas, seguidos deuna treintena larga y siniestra de ejecuciones.31

El trece de marzo de 1937, el coronel, habilitado a general, JuanBeigbeder Atienza es confirmado como nuevo alto comisario deEspaña en Marruecos por el gobierno Burgos. De inmediato crea laInspección de los Territorios de las Costa Atlántica, y nombra para

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su desempeño al teniente coronel Antonio de Oro Pulido, con man-do sobre dos de las delegaciones: la de Sidi Ifni y la de Tarfaya, estaúltima a las órdenes de Galo Bullón.

Bien fuera por la necesidad de asegurar este hinterland de LasCanarias que era el Sáhara, donde, habida cuenta de la circunstan-cia bélica nacional, no era ni mucho menos descartable una inter-vención francesa32 a gran escala, bien fuera porque en los cuartos debanderas saharianos regía un profundo y sincero africanismo, elteniente coronel Antonio de Oro pone en marcha una verdaderaadministración militar del territorio, que ya se puede llamar sinreparos colonización.

Aparte del refuerzo de las posiciones costeras con el desplaza-miento de destacamentos canarios, De Oro crea, para dominar elinterior, cuatro nuevas agrupaciones nómadas —la de Río de Oro,pergeñada en 1928 pero inestable hasta ese momento, la del Dra, ladel Aaiún y la de La Güera— aplicando el modelo de instrucciónexperimentado con éxito por Galo Bullón. Por supuesto, también seocupa —uno de sus cometidos urgentes— de suministrar tropas albando nacionalista. Y si bien obtuvo, en contra de las cifras que semanejan,33 escaso éxito en el Sáhara por sus peculiaridades tribales,en cambio su llamamiento a filas resultó acogido con ardor en Ifni,manifestando, hasta en este extremo, que en el río Dra acababa unmundo, el sultanato, y comenzaba otro, el País Bidán.

Pero la tarea del teniente coronel De Oro no fue sólo castrense,sino mucho más rica y profunda. Entre finales de 1937 y mayo del1938 consiguió establecer debidamente balizados 2.500 kilómetrosde pistas. La principal unía Tarfaya con Villa Cisneros, por Daora, ElAaiún, Aridal, Bir Nazarán y El Argoub, seguida de otra que llevabadesde Villa Cisneros a La Güera, uniendo así todo el Sáhara de nortea sur en paralelo a la costa. También trazó otras dos, una desde Sma-ra y la otra desde Tarfaya, ambas con destino a La Güelta del Zem-mur, enlazando por dos caminos distintos el puesto principal, Tarfa-ya, con el extremo oriental del territorio; siempre con escalas y des-

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víos que recalaran en acuíferos y pozos. Crea y baliza una decena denuevas pista de aterrizaje para casos de emergencia por toda la SaguíaEl Hamra, y restaura los existentes en todo el territorio. Abre lossiguientes puestos policiales en el interior: Bir Ganduz, Tichla y Zug,dependientes de Río de Oro, y El Aaiún —que se funda por ordensuya—, La Güelta del Zemmur, Tantán, Sahab el Harcha, Daora,Meseied del Dra y Tizguiremtz, dependientes de Tarfaya. Establece lasprimeras fichas de las tribus, y designa a jefes de las fracciones comosus interlocutores para conocer el sentir de los saharauis y, además,consigue que Mohamed Lagadaf, el último hijo del Ma El Ainín, seavisir del sultán de Marruecos para la franja llamada todavía Protecto-rado Sur. Y, finalmente, fomenta las primeras escuelas rurales para losindígenas a la par que manda redactar el primer léxico español-hassa-nía para la necesaria instrucción de oficiales y tropa.

Como se observa, aunque desde unos postulados fundamental-mente castrenses, la obra del teniente coronel Antonio de Oro cons-tituye la base imprescindible, y hasta ese momento inexistente, parael futuro gobierno del Sáhara Occidental. Y esta consideración estodavía más meritoria, habida cuenta de la circunstancia que desan-graba España de un costado a otro.

El veintiuno de abril de 1940, se establece el gobierno político-militar de Ifni-Sáhara, dependiente de la alta comisaría de España enMarruecos, a cuya cabeza figurará un militar con empleo de coro-nel. Por tanto, cesa el pródigo De Oro Pulido, y toma el mando elcoronel José Bermejo López.

Esta nueva regulación, derivada de la de 1935, presenta lanovedad de establecer la capital en Sidi Ifni, y reorganizar el Sáha-ra en tres distritos; el llamado Protectorado Sur o País Tekna, laSaguía El Hamra y Río de Oro, con capitales en Tarfaya, El Aaiúny Villa Cisneros respectivamente, desplegadas sobre puestos dota-dos de policías.

En este momento, se procede a la catalogación de los acuíferosen pozos de tránsito fijo o de tránsito eventual, y se identifica algo

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fundamental: las tres rutas migratorias de los hombres del desierto;aquello que, por su ignorancia, causó la quiebra de la Hispano-Afri-cana, en 1890. Pero aún quedaba un asunto primordial: un estudioestadístico y etnográfico que ubicase, valorase y distinguiese perfec-tamente a las tribus, con el fin de entender la movediza idiosincra-sia del País Bidán.

Hasta ese momento, las autoridades españolas tuvieron comointerlocutores principales a los Ma El Ainín, que propiamente noeran jefes de tribus, sino una especie de «guías» religiosos, que esta-ban por encima de los jefes, pero a su vez alejados de la cotidiani-dad tribal. Algo muy semejante al sultán de Marruecos, si se le reti-raba dominio sobre el Majzén —gobierno secular y administrativodel sultanato—; de ahí que a los Ma El Ainín se les llamase con nota-ble acierto los «Sultanes Azules». Las tribus del País Bidán se regíanpor normas establecidas por sus yemás o asambleas de patriarcas.No obstante, los Ma El Ainín, en tanto que autoridades religiosas,podían convocar a todas las tribus para empresas bélicas, pero siem-pre que fuese en defensa del islam. Y por esta facultad de promul-gar la yihad, que tuvo a los franceses en jaque desde 1903 a 1934,los españoles les atribuyeron unos poderes efectivos sobre los saha-rauis de los que en realidad carecían.

Naturalmente, será tras los estudios etnográficos cuando se des-vele esta confusión. Y estas investigaciones como otras llevadas pornaturalistas, y tan importantes si cabe como anteriores, constituiránde las tareas más meritorias emprendidas por España en la década delos cuarenta.34 Pero si, por un momento, echamos la vista atrás, resul-ta curioso constatar que estos trabajos científicos siempre estuvieronimplícitos en la empresa colonial española, pues, como ya mencioné,se le encomendaron en 1903 al entonces capitán Bens, aunque, para-dójicamente, jamás se le dotó de los medios para ejecutarlos.

En cuanto a la II Guerra Mundial, influyó poco en el Sáhara, noasí en el Protectorado Norte, donde se acumuló un ingente ejército—cercano a los cien mil hombres—. Sin embargo, existen noticias35

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sobre su utilización por los aliados durante el desembarco yankee enÁfrica, en 1942; naturalmente, en el más estricto secreto. Sea verdado no, lo importante es que a partir de ese desembarco el Magrebcambió, y el adormecido y silente Sáhara se verá sacudido por estasrotundas moficaciones en la región.

a barlovento de la historia

Al compartir esas enormes fronteras en África, siendo una potencia—si es que, para aquella España, cabe tal calificativo— inferior, elpalacio de Santa Cruz optó siempre por marchar al compás quemarcaba Quay d’Orsey. Sin embargo, este seguidismo no estuvoexento de desavenencias y rencores. En el Protectorado Norte, laafrenta era constante, porque desde el acuerdo «secreto» de 1904hasta la última delimitación de 1926, los franceses no habían hechomás que arrinconar a los españoles hacia las zonas más áridas yescarpadas y, por tanto, con menos capacidad de explotación inme-diata. Esta queja, en parte aliviada durante la campaña conjuntapara pacificar el Rif (1925-1926), tuvo sus rebrotes y hasta, ulterior-mente, produjo su propia literatura36 basada en los dos grandesagravios: la ocupación francesa, en 1911, de la fecunda vega delSebú y de su corazón, la ciudad imperial de Fez, y el haber manteni-do, en el Convenio de 1912 para la fundación del Protectorado, elstatus internacional a Tánger, que, sobre haber sido plaza españoladurante los siglos XVI y XVII, caía netamente en nuestra zona.

Pero si esto sucedía en el Norte, en el silencioso y silenciadoSáhara, había otro asunto donde España se sentía también maltra-tada: la negativa francesa a conceder un corredor que uniese el PaísTekna con Ifni, siguiendo la costa. De ruido de fondo, a veces tam-bién se escuchaban algunas voces que recordaban el hurto de Iyil;claro que estas últimas no pasaban de la protesta erudita y de café ode la destemplada y de cuartel.

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En tanto en cuanto Ifni no fue ocupado —o sea, hasta 1934—,el asunto del corredor no tuvo la menor importancia, pero a partirde esta fecha, y más aún, desde abril de 1940, cuando Sidi Ifni fueelevada a capital del Gobierno Político-Militar, la carencia de estepaso se tornó un inconveniente gravísimo por mera y prosaicalogística.

Los franceses tenían sus razones para no haber cedido nunca esafranja de terreno, que no llegaron a pisar, propiamente, hasta esemismo año de 1934: el control de la tribu Aid Lahsen y del podero-so clan de los Beiruc.37 Mientras, los españoles siempre mantuvimosla creencia de que nos lo negaban porque deseaban construir unagran base, militar y comercial, que abriese una puerta al desierto yal Antiatlas entre el río Dra y el río Nun.38

Con el estallido de la II Guerra Mundial y la rendición de Fran-cia, el panorama, en apariencia, dio un giro radical. El día catorcede junio de 1940, a la par que las tropas alemanas entraban en París,las españolas lo hacían en Tánger. Era el primer paso del régimen ysu caudillo para resarcir a España de sus ofensas «históricas» enÁfrica. La oportunidad era única: la marcha triunfal del nacionalso-cialismo había comenzado a triturar fronteras, y aquella Españacampamental —su castizo y hambriento correlato— iba a tratar decogerse a su cola como fuese y rebañar lo que pudiese.

Además, al contrario que para todos los gobiernos precedentes,para el régimen surgido de la guerra civil, África no era sólo unasunto de Estado; era mucho más: África era su escenario sentimen-tal. La sublevación había comenzado en África; la encabezaban dosafricanistas consumados, Franco y Mola, y la contienda no hizo másque glorificar a otros africanistas de no menor prosapia —Yagüe,Varela, dos veces laureado en combates contra los rifeños, MuñozGrandes, Millán-Astray...—, eso sin mencionar al temido Cuerpo deEjército Africano, nutrido con hombres del Rif, que encaró batallasatroces y sin cuya participación y, sobre todo, sin la seguridad de sureserva humana inagotable y presta al combate, la guerra no hubie-

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sen podido emprenderla como la emprendieron. Sí, África era la for-ja y el músculo del llamado Alzamiento Nacional.

De modo que, una vez vencida Francia, el general Franco dispu-so el traslado al Protectorado Norte de un enorme ejército,39 para laocupación no sólo de Tánger, sino del Oranesado—región argelinaque había pertenecido a la corona de España desde los siglos XVI alXVIII— y, por supuesto, del sultanato; es decir, un ejército para laconsecución de un sueño: el imperio añorado, durante décadas, entodos los cuartos de banderas desde Melilla a Larache. La oportuni-dad, ya digo, era única: ante la incertidumbre francesa, si la amena-za se ejecutaba con habilidad, podía ocuparse todo sin pegar un solotiro; ésta fue la consigna del Pardo.

En un segundo lugar, quizá no tan importante para el propioFranco, pero indispensable para los propagandistas de la «NuevaEspaña Totalitaria», esta ocupación constituiría el blasón parademostrar a un pueblo aterido por tres años de guerra la soberbiagrandeza del nuevo Estado.

Pero este escenario inflamado de violencia y delirio se fue disol-viendo a lo largo de los siguientes seis meses de 1940 y de todo 1941por la insospechada oposición de Hitler. Los alemanes considerabanque la ocupación española de estos territorios conseguiría sublevaral resto de las colonias francesas, aún leales al mariscal Pétain. Portanto, su plácet para la expansión «imperial» española tenía un pre-cio: la entrada en la guerra; algo que al Pardo se le antojaba inadmi-sible, habida cuenta del estado del país40 y del deficiente armamen-to de las tropas para tamaña aventura.

Sin embargo, Madrid no descansó en su empeño, y negoció conFrancia e, incluso, sondeó a Inglaterra.41 Pétain se mostró partida-rio de ceder algunos territorios en el norte con tal de apaciguar laamenaza española,42 pero el general Noguès, residente general, seopuso a cualquier muestra de debilidad en unos momentos comoaquéllos. Cuando entró en 1941, Berlín pareció incluso dispuesta aconceder, pero aumentó sus peticiones a una de Las Canarias, algo

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a lo que Franco se negó rotundamente, máxime al observar que laBatalla de Inglaterra se había cerrado con un fracaso alemán. Porsupuesto, se tanteó de nuevo a los británicos, y éstos respondieronque las pretensiones españolas eran exageradas.43 En cuanto aVichy, su situación era tan delicada respecto a las colonias, a medi-da que iban pasando los días, que se mostraba suavemente remisa atodo lo que fuese perder aunque fuese un palmo de terreno.

Y así el imperio anhelado por los africanistas, su imperio, el desu juventud, descendió de la enfática fantasía al áspero asunto de Estado, para caer en el polvoriento olvido el ocho de noviembre de1942, cuando las tropas norteamericanas desembarcaron en Casa-blanca, Safi y Port Lyautey. Había comenzado una nueva era para elnorte de África, sólo que nadie lo imaginaba.

Y si este triunfalismo imperial duró apenas año y medio en lospasillos del poder madrileño, por más que adornasen fachadas yportalones con leyendas altisonantes y águilas sanjuaninas durantedécadas, el dos de mayo de 1945 un escalofrío recorrió, como unaullido, estos mismos despachos hasta empequeñecerlos de herme-tismo y angustia: Alemania, la invencible Alemania, modelo de efi-cacia, había capitulado y su semidios, Hitler, se había suicidado. Elrégimen era preso de sí mismo; de su origen y de su vestimenta fas-cista. En teoría, sus días estaban contados.

El primer aviso fue la devolución de Tánger, exigida por los alia-dos el diez de agosto de ese año, y efectuada el dieciocho de septiem-bre, tras un regateo que no condujo más que a postergar a Españade la administración fáctica de la ciudad. Pero éste, ya digo, era elprimer aviso; al año siguiente, el régimen del general Franco se veríasometido a la más dura prueba que afrontó en su larga y vacilantetravesía: el célebre aislamiento internacional.

Este calamitoso bloqueo diplomático se inició el doce de diciem-bre de 1945, cuando el gobierno provisional francés sugirió a susdos aliados, Gran Bretaña y EE. UU., si sería conveniente suspendertoda relación con un gobierno tan vinculado al Eje y a Pétain. No

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pasaba de una mera insinuación, porque la «ambigüedad» que, des-de otoño de 1942, había regido las decisiones del general Franco loconvertían en un rocambolesco —bien que incómodo— «amigo» delas potencias occidentales.

Así que EE. UU., por boca de Harvey, el subsecretario del De-partamento para Occidente, respondió que una hipotética rupturade relaciones con España no provocaría más que, a la corta, un for-talecimiento de la figura del dictador, y a la larga, su caída, caos ynueva guerra civil; por su parte, Inglaterra ni siquiera tomó en cuen-ta la propuesta, dado que arriesgaba tanto sus entonces imprescin-dibles intercambios comerciales44 como sus notables y bien arraiga-das influencias en España.45

Pero al mes siguiente, enero del 46, la recién constituida Asam-blea Nacional Francesa insiste sobre la cuestión española. El am-biente de aquel novísimo parlamento rezumaba una eufórica e in-flexible hostilidad contra la dictadura. Por eso, pese a los esfuer-zos de Georges Bidault, ministro de Exteriores, por evitar el cierreunilateral de la frontera, argumentando que lo sensato era esperara que los aliados se pronunciasen sobre el asunto para ejecutar unapolítica común respecto a España, la propuesta socialista y comu-nista es aprobada; consecuencia: la frontera pirenaica sería clausu-rada.

Pero la repulsa del general gallego y su régimen protofascista noera exclusiva de Francia, en una Inglaterra baldada por cinco añosde guerra y con el laborismo recién ascendido al poder, la determi-nación del parlamento galo se tradujo de inmediato en una campa-ña popular para obligar a su gobierno a emular a París.

De modo que, en cuestión de semanas, el régimen se había con-vertido en un engrudo indigesto para los gobiernos de París y, espe-cialmente, de Londres, puesto que los silencios del ejecutivo labo-rista eran traducidos por los sindicatos y la prensa como merascomplicidades con Madrid, algo que habían imputado éstos a susadversarios, los tories.

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Y justo en mitad de esta delicada coyuntura, el general Franco,en un alarde tanto de torpeza política como de carencia de todamagnanimidad, fusila a Cristino García y otros nueve maquis comu-nistas; en concreto, el veintiuno de febrero de 1946. Unas ejecucio-nes tan inoportunas como irritantes, porque García había sidoteniente coronel de las Fuerzas Francesas del Interior —o sea, laResistencia—, y su condena a muerte fue seguida de una rápida peti-ción formal de indulto por parte de París.

Ni que decir tiene que el desprecio de El Pardo a esta solicitudde clemencia precipitó los acontecimientos: el día veintiséis, en París,una gigantesca manifestación exigió que se suspendiese toda rela-ción con Madrid y se clausurase la frontera46 de una vez por todas.Matignon no encuentra justificación ya para seguir demorando laruptura con España.

Aun así, Georges Bidault, fiel a su criterio de no acometer lamedida en solitario, lleva el caso español al Consejo de Seguridadde la recién nacida ONU, para que sean los aliados en su conjuntoquienes sancionen al último vestigio del Eje. En realidad, Bidaultperseguía no abandonar la entonces raquítica, pero sustancial parauna Europa devastada, despensa española en manos de los anglo-sajones, repartiendo, entre todas las potencias victoriosas, la inqui-na con que reaccionaría Madrid a las más que previsibles sancio-nes. Pero en este foro internacional, la situación se le escapará delas manos a Bidault y a EE. UU., porque la hasta ese momento aga-zapada y silente Unión Soviética se adueña del asunto y consigueque, el doce de diciembre de 1946, el pleno de la Asamblea de lasNaciones Unidas apruebe, por 34 votos a favor, 6 en contra y 13abstenciones,48 una Resolución que dicta «que se excluya alGobierno Español de Franco como miembro de los organismosinternacionales establecidos por las Naciones Unidas o que tengannexos con ellas, y de la participación en conferencias u otras activi-dades que puedan ser emprendidas por las Naciones Unidas o estosorganismos, hasta que se instaure en España un gobierno nuevo y

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aceptable» y «que todos los miembros de las Naciones Unidas reti-ren inmediatamente a sus embajadores y ministros acreditados enMadrid...».47

Antes de seguir, conviene mencionar a las seis delegaciones con-trarias a la Resolución: Argentina, Costa Rica, República Domini-cana, Ecuador, El Salvador y Perú; como se observa, todas hispano-americanas, lo que resultará determinante para la inmediata y agó-nica política exterior del régimen.

Entre tanto y como la recién nacida ONU aún no había sufridoel menoscabo de autoridad en el que ahora se halla, su Resoluciónfue acatada por todas las cancillerías. Resultado; en Madrid sóloquedaron abiertas las siguientes embajadas: la de Portugal, la deIrlanda y la de Suiza —tres países que no pertenecían a la ONU— y,por supuesto, la Nunciatura Vaticana.

Con todo y con eso, esta unanimidad internacional duró un sus-piro; el dieciséis de enero de 1947, apenas un mes después de apro-barse la Resolución, la Argentina de Perón restablece relacionesdiplomáticas con España. Para Madrid fue un pequeño, aunque sus-tancial, respiro, porque indudablemente España estaba aislada; o loque es lo mismo: Franco y su régimen eran rechazados por todas lasnaciones.

No obstante, Madrid, anticipándose a los hechos, había con-vocado el día nueve de diciembre —tres días antes de la votaciónen la ONU— una gigantesca manifestación en la Plaza de Oriente—según el cómputo británico, alrededor de 300.000 personas—bajo el lema «ni rojos, ni azules, sólo españoles». Franco recibe lamayor aclamación popular de la que gozó jamás, habida cuenta dela postración en que vivía España.

Y tal y como había pronosticado Harvey, Franco se convertía enlo que la guerra civil, con sus heridas todavía supurantes, no habíaconseguido: en el Caudillo de España; es decir, en el adalid de lanación, ya de por sí maltrecha y condolida como para recibir máslanzazos desde el extranjero. Tras aquella manifestación, su figura

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no sólo atrajo a núcleos de población considerados tibios por la pro-pia dictadura, sino que enmudeció los incipientes descontentos entrela cúpula militar y otros sectores influyentes del régimen.

Pero desvanecidos los fervores patrióticos, los golpes de pechoy las aclamaciones al ferrolano, quedaba un Estado tullido por tresaños de guerra y aislado internacionalmente; en consecuencia, unpaís con un pírrico —por no decir nulo— margen de maniobra parael desarrollo de su industria y de su comercio; en definitiva, de susociedad. Y este exiguo margen de maniobra se reducirá a tres úni-cos caminos. En ellos, en cuanto sea consciente el régimen, emplea-rá todas sus energías diplomáticas. Estos caminos son:

El Vaticano, nuevo y exclusivo manantial ideológico y, ade-más, garante irrefutable de la legitimidad del Estado nacido el 18de julio. No en balde, el dieciséis de julio de 1946, cinco mesesantes de la Resolución, el régimen había firmado el Acuerdo Espa-ña-Vaticano para el mantenimiento, con cargo al Estado, de laIglesia española. Tras la Resolución ya no cabían titubeos, el régi-men se tornaría en el nacionalcatolicismo como secular y, a la vez,genuina ideología patria. O sea, se desprendería tanto comopudiese de los recios correajes falangistas para vestirse con elcerúleo roquete sacristanil, cayendo en un insomne y sui generistradicionalismo.49

En cuanto a lo que nos interesa, la política internacional, el Vati-cano actuó como una especie de benevolente mediador entre Ma-drid y el resto de las potencias occidentales.

Si la vía vaticana tuvo su sahumada prosodia e inundó la vidaespañola hasta el aturdimiento, el segundo camino de expansióninternacional tampoco se transitó desnudo de aparato literario y degrandilocuencias con las que disimular su desesperada andadura.Para este desmayado tránsito, el régimen se envolvió en la idea deHispanidad como destino y aportación de la nación española a laHistoria. Ésta era la pomposa fórmula con que encubrir el salvavi-das lanzado por el sexteto hispanoamericano durante la votación de

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la ONU. Salvavidas que se había visto certificado con la reaperturade la embajada argentina, el dieciséis de enero, y la firma, quincedías después, el treinta de enero de 1947, del acuerdo comercial his-pano-argentino en Buenos Aires.

No se olvide que gracias a este acuerdo los españoles dispusie-ron de raciones de ternera congelada y de trigo; en cuanto a lodemás, el régimen se fue acercando a Washington a través de aque-llas dictaduras como la de Rafael Leónidas Trujillo, también autoti-tulado generalísimo.

El tercer y último camino —el que atañe realmente a estas pági-nas— tampoco carecería de un relumbrante título y de su correspon-diente boato tras el que ocultar flaquezas, se trataba de la llamada«tradicional amistad hispano-árabe».

Salta a la vista que si lo comparamos con las anteriores dos víasde expansión comercial y diplomática, este camino encierra enor-mes paradojas, algunas de ellas, escandalosas; pero si una sobresa-le de las demás, es la que estallará de forma macabra con la guerrade Ifni.

Conviene también aclarar que esta vía de expansión comercialno fue la consecuencia de un minuciosos plan del Palacio de SantaCruz, como respuesta al aislamiento, sino más bien se debe a unmero hallazgo. He aquí que, desde 1945, una año antes de la Reso-lución de la ONU, Madrid había reparado en El Cairo, centro cul-tural e ideológico del mundo árabe. Y es que durante ese año secrea y establece allí la Liga Árabe. Ante este suceso, el régimenactuó presto tanto por los intereses en Marruecos como por lassimpatías que despertaba lo magrebí, y por ósmosis, lo árabe, ensus más altas instancias, pero sobre todo por el esfuerzo concien-zudo de dos diplomáticos, Caro y de los Arcos, quienes consiguie-ron que se elevase la austera legación en el Egipto del rey Faruk aembajada de primer rango. Su empeño será proseguido y amplia-do por De las Bárcenas, Fernández Villaverde, Castaño y Cardo-na, que convertirán la embajada cairota en la base de un entrama-

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do de embajadas, legaciones y consulados que alcanzará práctica-mente a todo el Oriente Próximo y a los llamados países ribereñosy que, en los años cincuenta, será imprescindible para el abasteci-miento nacional de petróleo y para el sostén de una escueta perosólida vía de exportaciones. Naturalmente, el fomento de este mer-cado conllevará unas contrapartidas políticas, y es aquí donde sur-gen las paradojas, además de inmediato.

Efectivamente, ya en 1948, la Liga Árabe creaba el Comité deLiberación del Magreb. Dirigía esta oficina Abd El Krim, un nom-bre tan familiar como siniestro en España; el caudillo de la sangrien-ta sublevación del Rif. Además de esta presencia, cuando menosembarazosa, una de las tareas primordiales de este departamentoera promover la abolición del Protectorado hispano-francés enMarruecos. España, habida cuenta de su desamparo internacional,ignoró paladinamente su existencia.

Pero por si este Comité no supusiese ya una incomodidad nota-ble para Madrid, la política anticolonial de la Liga Árabe se radica-lizaría con la ascensión al poder de Egipto del teniente coronelGamal Abd El Nasser, en 1952. Este carismático fundador del pana-rabismo, tras su enfrentamiento por la soberanía del canal de Suezcon Israel, Francia e Inglaterra, en 1956, se apoyaría decididamenteen los soviéticos para difundir su «revolución nacionalista y laica»entre los sultanatos, hasta convertir en repúblicas baasistas a unpuñado de éstos, como Iraq, Siria o Yemen. Estos dos hechos, elComité de Liberación del Magreb y la política «revolucionaria»propugnada por Nasser y sufragada por Moscú, a todas luces, cho-caban con la doctrina oficial del régimen, defensor del colonialismoy de los sultanatos tradicionales, y, por encima de cualquier otraconsideración, enemigo enconado de la Unión Soviética. Sin embar-go, estas contradicciones doctrinarias no perturbaron ni un ápice ala diplomacia española. Todo lo contrario, fueron orilladas, cuandono saludadas por la prensa oficial e incluso justificadas pancística-mente por El Pardo.50

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He aquí dos de las grandes paradojas que el sendero de la «tra-dicional amistad hispano-árabe» presentaba. Pero a poco que mire-mos con detenimiento, encontramos más. Por ejemplo, las liberta-des políticas que gozaba el Protectorado Norte.

Era una baza exhibida con orgullo por los diplomáticos españo-les ante la Liga Árabe a pesar de que se contradecía con la vocaciónde autoritarismo del régimen y con su declarada repulsa de losmodos democráticos.

Además el asunto se remontaba a tiempo atrás; ni más ni menosque al gobierno de Burgos, quien había autorizado la actividadpública del Partido de las Reformas Nacionales y el Partido de laUnidad Marroquí, ambos señeros promotores de la independenciadel sultanato, en la gobernación de Tetuán.

Ni que decir tiene que esta graciosa actitud para la Liga Árabe,cuanto que inconjugable con la cotidianidad peninsular, no habíanacido de un afán filantrópico o de una sibilina estratagema deFranco o de Serrano Suñer, sino de la propia naturaleza del régimen:la sublevación militar. Es decir, emanaba de la necesidad de conser-var en paz el hinterlander marroquí durante la guerra civil y, porsupuesto, como compensación a la aportación ingente y decisiva deaquel pueblo al Cuerpo de Ejército Africano. Y sobre estos dos argu-mentos estratégicos, cabría apuntar un tercero que llamaré senti-mental: la simpatía profunda que despertaba en la cabeza de lasublevación —Franco, Mola,Varela; todos africanistas— aquellastierras. Bástenos recordar que el dictador se envolvió en la GuardiaMora hasta la independencia de Marruecos en 1956; palmario resu-men de cuanto acabo de bosquejar.

Pero la Historia nos enseña que los instrumentos a mano delpoder sirven para los fines que le son propios como son empleadospor éste para otros, más bien, bastardos; al punto que aquellas libe-ralidades norteafricanas sirvieron también a Madrid para enjugar unsordo resentimiento entre los africanistas: el rencor hacia lo francés.

Como he apuntado en páginas precedentes, España siempre se

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sintió menospreciada por Francia en su Protectorado conjunto; estamalsana sensación se exacerbó a partir de 1946 con el cierre de lasfronteras y la posterior Resolución de la ONU; al extremo que elrégimen alimentó una inquina compulsiva por todo lo francés, queresbaladizamente favoreció —en tanto que instrumentos de agita-ción en la zona francesa— a los independentistas magrebíes, espe-cialmente a partir del nombramiento, en 1951, como alto comisariode España en Marruecos, del general Rafael García Valiño. Y digoresbaladizamente porque el régimen no fue consciente, hasta muyavanzado el proceso, de que su amparo de los nacionalistas era nimás ni menos que ayudar a anudar el dogal que estrangularía losdeseos de El Pardo por conservar incólume la zona española del Pro-tectorado.

De todo esto y de cómo el Protectorado devino en una fuente denuevas discordias hispano-francesas, hablaré a continuación, peroantes voy a zanjar la peripecia del aislamiento, que repercutirá en lamáscara que el régimen quiso endosar a la guerra de Ifni: la sovieti-zación de Marruecos.

El aislamiento fue más corto de lo que, incluso, el régimenpudiera desear. Durante 1947 y 1948 la tensión entre EE. UU. y laURSS se había aguzado tanto que sólo auguraba un inminenteenfrentamiento. Así, en junio de 1948, los norteamericanos mon-tan el puente aéreo sobre Berlín, para desahogar el sitio que habíalevantado el ejército soviético sobre el sector occidental de la ciu-dad. Este desafío y otras fricciones menos conocidas pero incesan-tes culminan, en mayo de 1949, con la creación de la OTAN. Lossoviéticos, deseosos de mantener la pantomima de la unidad entrelos aliados, solicitaron hipócritamente —dado que sabían que seconstituía exclusivamente contra ellos— su ingreso. Naturalmen-te, les fue denegado. Consecuencia: acababa de comenzar la gue-rra fría.

Este sordo y omnipresente conflicto convierte en realidad la«doctrina Carrero» que vaticinaba, desde hacía tiempo, un enfren-

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tamiento a gran escala entre los aliados occidentales y la URSS, ydonde España, como llave del Mediterráneo, jugaría un papel deter-minante. Ésta y no otra era la tabla de salvación que aguardaba elhermético habitante de El Pardo.

La consecuencia de todo ello fue que al mismo compás con quela guerra fría ganaba metros por todo el planeta, el spanish lobbyescalaba instancias en Washington.51 Conclusión, el dos de marzode 1950, se reabre la embajada de EE. UU. en Madrid. El aislamien-to tiene los días contados.

Ocho meses después, el cuatro de noviembre, se declara la gue-rra de Corea; por primera vez la URSS, a través de China, combatea EE. UU. Y significativamente, ese mismo día, la Asamblea Gene-ral de las Naciones Unidas anula la Resolución del doce de diciem-bre de 1946. El aislamiento ha concluido.

Empero, su fin no significa su disipación; al régimen todavía lequedaba por delante una delicada travesía hasta alcanzar su recono-cimiento internacional. Así, siete meses después, el veintiocho demayo de 1951, España ingresa en la OMS, institución subordinadaa la ONU; supondrá la primera escala. La segunda se demorará has-ta el treinta de enero de 1953, cuando España ingrese en la UNES-CO, y la tercera y definitiva acaece el veintiséis de septiembre de esemismo año: la firma de los pactos militares con EE. UU.

Por fin el régimen contaba con el aval público de la gran poten-cia, o lo que es lo mismo, el general Franco acababa de vencer en suparticular «guerra mundial».

Para celebrar la nueva «victoria», la dictadura vuelve a convo-car una manifestación en la Plaza de Oriente; sucederá el uno deoctubre.

Para el anhelado ingreso en la ONU —confirmación de su legi-timidad internacional—, España aún tendría que aguardar dosaños, hasta el quince de diciembre de 1955, pero desde la firma delos acuerdos militares, en Madrid, este reconocimiento se había con-vertido en un mero prurito.

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los títeres del sultán

Y mientras España, cautiva de su régimen, hacía frente a ese tiempode feroz escasez interior y de titubeante desazón exterior que supo-ne el aislamiento, en Marruecos iba ganando la calle un nuevo fenó-meno político: el nacionalismo.

Bien es cierto que se pueden rastrear sus primeros vagidos en losaños veinte,52 aunque su aparición con toda propiedad se produciráen la década de los treinta, cuando el profesor Al-lal El Fassi funde,primero, la Acción Marroquí y, luego, la convierta en el PartidoNacionalista (1937), a la par que en la zona española se aposenta-ba el consentido Partido de las Reformas de Abd El Jalak Torres.

El nacionalismo, como no podía ser de otro modo, era un movi-miento ilustrado y burgués, por tanto ajeno al bled y a su mundocabileño; por no hablar de la región del Rif, donde existía y existeun arraigado sentimiento de identidad, refractario a todo cuantovenga de Rabat, de modo que se podría decir que el nacionalismoestaba condenado a una suerte de escapismo, sin arraigo popularalguno. Pero la Historia, a través de dos acontecimientos, se va acomplacer en ponerle alas hasta convertirlo en el siroco cegador quelogre sus propósitos: echar a Francia y a España de Marruecos. Elprimero de estos sucesos será el desembarco norteamericano, ennoviembre de 1942, y el segundo, la fundación de la Liga Árabe, enmarzo de 1945. La combinación de ambos dotará al nacionalismomarroquí tanto de esperanza en su triunfo como de una coberturainternacional, soberbios factores ante los que claudicarán los yapara entonces desavenidos protectores.

Pues bien, los americanos, asesorados por los británicos, sabíande la germanofilia que anidaba, más o menos, solapada en todo elmundo árabe; era una reacción antigua y casi refleja contra lasmetrópolis francesa e inglesa, coronada, en aquel momento, por unasiniestra guinda: el antisemitismo feroz que presidía todas las accio-nes de los nacionalsocialistas; valga recordar como conjunción de

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una cosa con otra que el mufti de Jerusalén residía a cuerpo de reyen Berlín. De modo que los yankies prepararon cuidadosamente suarribada a la cornisa magrebí. De hecho, desplazaron a un hombrede confianza del presidente, Robert Murphy, que se entrevistaríacon Mohamed V y con el jefe de los nacionalistas argelinos modera-dos, Ferhat Abbas,53 para allanar el terreno.

Murphy convenció a esta influyente pareja de que, con su entra-da en la guerra, nacía un nuevo statu quo para el planeta, y losmagrebíes reaccionaron en consecuencia; eso sí, con el sigilo taima-do que siempre caracterizó y caracteriza a los norteafricanos.

Pero, por si al sultán le cabían algunas dudas tras el desembarcode todo el material acorazado para la batalla del desierto, dos mesesdespués, entre el catorce y el veintisiete de enero de 1943, tuvo dehuésped al propio Roosevelt, junto con Churchill, en Casablanca.Entonces, el neoyorquino pudo convencer al alauita de todos los para-bienes que le aguardaban en la era que estaba a punto de nacer. Tansatisfecho quedó el sultán con su nuevo e inopinado amigo que lo aga-sajó con la más suntuosa despedida que se hubiese visto en años.

El sultán ya tenía un nuevo candidato a protector para mante-ner su trono; por tanto, ahora debía pensar en cómo deshacerse delos ya caducos españoles y franceses. Para ello disponía de un ins-trumento moderno y, como tal, en sintonía con los yankies: el nacio-nalismo y su partido, el Istiqlal. Naturalmente, lo utilizaría, perocuando y como le conviniera.

Así sus artimañas se demoraron hasta enero de 1944; es decir,hasta que se produjo el desembarco de Anzio y el V y VIII Ejércitode los aliados ya pudieron avanzar decididamente hacia Roma. Enese momento quedó claro que el Eje era incapaz de reaccionar, y enconsecuencia, que jamás volvería a pisar África. Y con su desfonda-miento, como le había augurado Roosevelt, se iba por el sumiderode la Historia un mundo: el colonial. Era el momento oportuno: suya fiel correa de transmisión, el Istiqlal, lanza un manifiesto políticopara soliviantar las calles.

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No obstante, por sutil que fuese Mohamed V, su retablo demarionetas no engañó al residente general francés, Gabriel Puaux,que, de inmediato, comunicaba al Comité Francés de LiberaciónNacional lo siguiente: «El sultán se verá, probablemente, expuestoa escabullirse, haciendo ver que está dividido entre su deseo de per-manecer fiel a Francia y la voluntad expresada por los nacionalistasde verle tomar partido por la independencia».54

Estas certeras palabras de Puaux describen perfectamente todala estratagema que seguirá Mohamed V para expulsar a sus protec-tores, y en la que se vio fatalmente envuelta España, por el segundoacontecimiento que dio aliento al nacionalismo marroquí: la LigaÁrabe.

Simultáneamente a la fundación de ésta en El Cairo y sin haber-se producido aún el aislamiento del régimen, el seis de marzo de1945, toma posesión de la alta comisaría de España en Marruecosel general José Enrique Varela Iglesias, ex ministro del Ejército,héroe de la Cruzada y hombre que cuenta con notables adhesionesen el africanismo y en África, tantas como para que Franco se anda-se con tiento cuando se dirigía a él. Dos factores, el momento cuan-do es nombrado y su trayectoria como temerario jefe colonial, expli-can la diferencia de su proceder respecto a los nacionalistas y a losfranceses cuando se lo compara con su sucesor, Rafael García Vali-ño, que no había sido doblemente laureado en África y que, además,parte a Tetuán embebido de la doctrina de la «tradicional amistadhispano-árabe», pero, sobre todo, invadido por el ya compulsivo ygeneral rencor del régimen por todo lo francés.

En cambio, Varela, por más que durante su comisariado se pon-ga en marcha el gobierno indígena del Jalifa y el Primer Plan Quin-quenal, que supuso un notable alivio para el atraso de aquellos terri-torios y un profundo esfuerzo para la raquítica economía española,no transigió con una sola manifestación nacionalista.55 Tanto es asíque su política en esta materia concluyó con un sorprendente acuer-do —habida cuenta de cuáles eran las tiranteces Madrid-París en

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aquel momento— con el mariscal Juin, residente general francés, aprincipios de 1948, en Tánger, para actuar conjuntamente hasta elestrangulamiento de la subversión nacionalista.

Pero por mucho empeño que pusieran ambos gobernadores delProtectorado, el acuerdo llegaba tarde y a contracorriente. Paraestas fechas el nacionalismo marroquí había dado pasos de gigante:en septiembre de 1946, los dos partidos más influyentes de una yotra zona del Protectorado se habían agrupado; es decir, Abd ElJalak Torres se había integrado bajo la égida del Istiqlal de Al-lal ElFassi; al año siguiente, en febrero de 1947, la Liga Árabe había acor-dado la creación de la oficina para promover la independencia detodo el Magreb, donde estarían representados además del Istiqlal, elMTLD argelino y el Neo-Destur de Túnez, y a su frente, como ya hedicho, situarían al histórico Abd El Krim. Y por si faltaba algo,durante ese mismo verano de 1947, El Mehdi ben Ismail, uno de loscaídes más señeros de nuestro Protectorado, entrega una nota don-de expresa las aspiraciones independentistas de su pueblo al secreta-rio general de la ONU, Tryvge Lie, para que la lea ante la AsambleaGeneral; lo que causó estupor en Madrid y colmó la paciencia deVarela. Su reacción fue el pacto con Juin para la persecución conjun-ta de los nacionalistas.

Ahora bien, si observamos con atención, descubrimos queMohamed V había levantado los dos escenarios de su guiñol: en elexterior, la Liga Árabe y, soterradamente, EE. UU., y en el interior,la subversión nacionalista; él, como atisbó Puaux, sólo debía man-tenerse como prudente y dolorido padre de un pueblo revoltoso eingrato, hasta que llegase el momento de enseñar las garras.

Y en ese momento se acerca con la destitución de Juin y elfallecimiento casi simultáneo de Varela, en febrero de 1951. Conla desaparición de escena de los dos severos gobernadores, seevapora la política punitiva común de los protectores. MohamedV ya sólo tiene que agitar una zona u otra según le vaya convi-niendo.

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Para su primera asechanza utilizará todavía los apoyos exterio-res: la queja formal de todos los embajadores de la Liga Árabe anteParís, por la política represiva en la zona francesa. En tanto, Al-lalEl Fassi le ha conseguido la unión del resto de partidos marroquíes,el nueve de abril de 1951, en Tánger, para sumar al ya belicosonacionalismo hasta la última iniciativa política que aflore enMarruecos. Bien es cierto que en aquel momento toda la subversiónse conduce netamente contra los franceses, pero no es menos cierto,por la propia inercia del movimiento —quisiera o no quisiera verloMadrid—, que de inmediato le tocaría el turno a los «fraternalesamigos» españoles.

Mientras acaba de aterrizar en Tetuán García Valiño, que acogecalurosamente tanto a los grandes caídes del Rif y de la Yebala comoa los sediciosos fugados de la zona francesa. Y no sólo eso, el nuevoalto comisario restablece la tolerancia anterior a Varela, es decir,autoriza a los partidos nacionalistas, mientras pone en marcha el IIPlan Quinquenal y aumenta la marroquinización del funcionariadocolonial. En realidad, García Valiño seguía los dictados de Madrid,que había ordenado poner paños calientes y adular al moro.

Pero para que se compruebe que estas regalías no eran todavíainiciativas personales de don Rafael, sino que se encuadraban en lallamada «tradicional amistad hispano-árabe», añadiré que al añosiguiente, en 1952, Martín Artajo, titular de Exteriores, llegó a pro-meter ante la Liga Árabe que España promovería la independenciade Marruecos cuanto antes.56

La razón para este aparente desliz verbal del ministro era que lacrisis entre Francia y el sultán se recrudecía por horas, al punto que yano tendría enmienda posible.57 Ante aquel enfrentamiento —queno dejaba de provocar un cierto regocijo vindicativo en Madrid—,el régimen decide que ha llegado el momento de distanciarse deFrancia ante Marruecos y ante el resto del mundo musulmán, y elmodo más eficaz que encuentra es jalear los anhelos independentis-tas. Torpe, muy torpe medida.

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El momento álgido de esta crisis fueron los sangrientos distur-bios, en la zona francesa, de 1953. París, enojada, respondió con ladetención y el confinamiento del sultán, Mohamed ben Yussef, enMadagascar, aunque no le arrancó, por más que porfió, la abdica-ción. Como consecuencia, el sustituto impuesto por Francia —conla complicidad de los bereberes—, Ben Arafa, un pariente de BenYussef, no obtuvo el vasallaje de la mayoría de las cabilas.

Ante tales alteraciones, García Valiño, quizá interpretando conexcesivo celo a su hermético Caudillo,58 protesta ante los francesespor la despiadada represión y por los agravios sufridos por la santapersona del sultán. Pero su impulso justiciero no se detiene ahí, sinoque durante su discurso de celebración del Aid El Kebir, en Tetuán,ante el Jalifa —o sea, el representante del sultán en la zona españo-la— renueva la profesión de fidelidad de Madrid al acuerdo funda-cional de 1912 y, por consiguiente, su deber de protección con el sul-tán.59 En fin, la tópica quijotada española.

Atávicas hidalguías al margen, entre las palabras de MartínArtajo y las de García Valiño habían desbaratado la brevísima —ysopesada con justeza la situación en Marruecos, imprescindible—cooperación hispano-francesa, establecida por Varela.

El siguiente acto para avivar la desavenencia entre los protec-tores acaece durante la Concentración Hípica de Tetuán, el vein-tiuno de enero de 1954. Ante la ufana mirada de la plana mayorespañola, el Majzén —el gobierno indígena— del Protectoradoproclamó su adhesión a Muley Hasan ben El Mehdi, el Jalifa,alzándolo a pequeño sultán mientras los franceses secuestrasen allegítimo; es decir, Ben Arafa no tendría autoridad alguna en lazona española.

Pero el intrépido García Valiño se excede, de nuevo, en suscometidos, y consigue que Franco reciba a una nutrida representa-ción de estos notables, el nueve de febrero, para que atienda sus peti-ciones de actuar como mediador ante París, para que ésta reinstau-re al legítimo sultán.

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Todo este pomposo trajín de turbantes y renovadas fidelidadesencerraba dos objetivos; por un lado, García Valiño quería desper-tar las ambiciones del Jalifa, El Mehdi, a ver si, en un arrebato devanidad, se proclamaba genuino sultán de la zona española, y conello se obtenía la secesión del Protectorado Norte, y por otro, le ser-vían a Franco para acreditar ante la Liga Árabe su «tradicionalamistad», y de paso, para aparecer en las reivindicaciones marro-quíes ante la ONU como el justo y leal protector, con lo que espera-ba mejorar su cartel en aquella anhelada asamblea.

Cualquiera se puede imaginar lo que pensaba París sobre todoeste bureo de alquiceles y gorras de plato, pero por si a alguien lecabía alguna piadosa duda, Francia lo demostrará con hechos: igno-rará a España en todas sus decisiones posteriores sobre Marruecos,y éstas, además, se precipitarán casi atropelladamente a partir denoviembre de ese año de 1954, cuando estalle la revuelta Toussaint,chispazo inicial de la guerra de Argelia.

Durante el verano siguiente, el de 1955, Argelia ha colapsadoya la política francesa. París, ni por lo más remoto, podía mante-ner dos frentes más, Túnez y Marruecos. Así que el tres de junio leconcede la autodeterminación a Túnez, que Burguiba convertirá,nueve meses después, en independencia. En cuanto a Marruecos,los norteamericanos habían hecho su oportuna aparición —tal ycomo esperaba el sultán— prohibiendo el uso de su material mili-tar para contrarrestar a la guerrilla del Ejército de Liberación; demodo que las autoridades francesas, acorraladas por la subversióngeneral, no encuentran más salida que desmantelar el Protectora-do cuanto antes. Ese mismo verano iniciarán las negociaciones consu recluso más insigne, Mohamed V.

El ministro de Exteriores Pinay le comunicará oficialmente alembajador español las intenciones de París en septiembre. Casisimultáneamente, Washington envía otra misiva a El Pardo avisán-dole de que el proceso para la independencia es irreversible.

Y apenas Mohamed V se muestra predispuesto, Francia depone

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a su títere, Ben Arafa. Con la conclusión de la comedia del seudo-sultán también echa el telón otro sainete mucho más amargo paraEspaña: el de la amistad hispano-marroquí, desvelando que su pro-tagonista, el general García Valiño, no había sido más que una ma-rioneta en las sutiles manos de Mohamed V.

Además, no fue ésta una caída de telón pausada y plácida, sinotodo lo contrario; el dos de octubre de 1955, la subversión estalla enla zona española. Ni que decir tiene que tanto Madrid como GarcíaValiño están desconcertados. Los sabotajes crecen por días, y lo quees peor, todo lo que otrora fueron plácemes y deferencias por partedel Jalifa y sus notables ahora se ha tornado en distancias gélidas ysilencios cortantes.

Y como dije, los acontecimientos, más que correr, vuelan. El seisde noviembre, Pinay y Mohamed V hacen una declaración conjun-ta en pro de la nueva monarquía constitucional de Marruecos; actoseguido se establece un gobierno autónomo. En cuanto a España, nimedia palabra.

Ante esta situación tan desairada, el secretario de Estado norte-americano, John Foster Dulles, aterriza en Madrid para calmar, pri-mero, y persuadir, después, a Franco de que se entienda de inmedia-to con París, porque la independencia ya es un hecho.

España reacciona, tarde, pero reacciona, e intenta obtener deFrancia una conferencia trilateral. Ni que decir tiene que París noatenderá esta propuesta. Pero Madrid no claudica, no puede. Y enenero de 1956, García Valiño se entrevista con el residente generalfrancés para acompasar, en la medida de lo posible, la disolución delProtectorado. En realidad, España aspira aún a instaurar un gobier-no indígena en su zona, paralelo al que Francia ha establecido en lasuya, para prorrogar cuanto le convenga —o le sea posible— la divi-sión del sultanato.

Rápidamente, el atento Mohamed V convoca al Jalifa, candi-dato natural a la presidencia de ese hipotético y desesperadogobierno, para recordarle que el ejecutivo de Marruecos ya está

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constituido y que él no tolerará ningún otro. Y para que Madridse vaya percatando de sus designios, paraliza las minas del Rif ysacude con manifestaciones las ciudades. La sublevación es casigeneral. Y de nuevo El Pardo y la alta comisaría son pillados inalbis.

El dos de marzo, el embajador español en París recibe el proto-colo franco-marroquí para la independencia. El día seis, Franciaproclama la disolución de su Protectorado, lo que, según los acuer-dos de 1912, suponía el cese automático del español.

Madrid, in extremis, intenta que el sultán admita una serie decondiciones para salvar el mayor número de intereses españoles enel territorio. Sucintamente son las siguientes: el reconocimiento de lapeseta como divisa, un gran acuerdo pesquero en la fachada atlán-tica, el respeto a la soberanía española sobre Ceuta y Melilla y losarchipiélagos del Estrecho, y finalmente, un convenio de coopera-ción militar para asegurarse la influencia sobre el futuro ejércitomarroquí. Esto en lo que respecta al Protectorado Norte, en cuantoal Sur, aquella porción de terreno que todo el mundo había olvida-do por el tumulto, Madrid desea fijar la frontera en el río Dra y queRabat reconozca la soberanía hispana sobre el territorio de Ifni.Pero ante todo y de forma perentoria, El Pardo desea arrancar al sul-tán una cortesía básica: que el acuerdo, fuera el que fuese, para ladisolución del Protectorado español se otorgase en Madrid con lamisma solemnidad que en París.

Mohamed V, desde su puesto de titiritero mayor, duda. En rea-lidad, ya no le resulta imprescindible negociar con los españoles,incluso podría ser contraproducente y escapársele algo con lo queagasajar a sus nuevos protectores, EE. UU.

Por fin, accede. Llegará a Madrid el cuatro de abril, pero bienpertrechado: ha levantado una cadena de disturbios en Larache,Tetuán y Alcazarquivir bajo el grito de «¡viva Marruecos indepen-diente, viva Mohamed V!», para sustraer cuanto antes la firma a losespañoles, y eludir así cualquier tipo de negociación.

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Durante esas horas, el Protectorado se tambalea. García Vali-ño, en aras de apaciguar las calles, pide ayuda a sus antaño ami-gos Abd El Jalak Torres y el Jalifa. Ambos se la niegan con el mis-mo argumento: ellos sólo obedecen al sultán. Ése es el despiadadopago a todos sus ingenuos desvelos por granjearse a los marro-quíes.

Mientras tanto, en Madrid, las discusiones se han tensado has-ta que el día cinco embarrancan. Al día siguiente, día seis de abril,el sultán amenaza a Franco con que si esa misma tarde no se haalcanzado un acuerdo, suspende su visita protocolaria a Granada,manifestando públicamente el desacuerdo, y por supuesto, que elferrolano se atenga a las consecuencias en Marruecos.

Esa noche, entre las cuatro y las seis de la madrugada, se llegaal acuerdo. El sultán y Franco lo rubricarán horas más tarde.

En él se recogen casi todas las condiciones españolas, pero suejecución dependerá del dictamen de comisiones ulteriores, es decir,el acuerdo es un mero protocolo, o sea, nada.

El acto final de este trágala se producirá entre el diez y el trecede junio de ese año de 1956, cuando pise Madrid el príncipe MuleyHasan —más tarde, Hasan II— para recibir el traspaso efectivo depoderes o lo que es lo mismo, la patina de solemnidad con la quecubrir el huraño abandono de las dependencias militares y civiles, enel norte de Marruecos. Al día siguiente, el Rif y la Yebala, que tan-tos y tan sangrientos quebrantos habían acarreado a España, ya sóloserán una nostalgia juvenil y temeraria en la mente de un puñado deviejos generales.

Ni que decir tiene que Madrid había pagado con largueza suscoqueterías marroquinistas y su ojeriza al francés. Pero, en disculpadel régimen, podría argumentarse que el aislamiento lo arrojó enbrazos de la Liga Árabe y ésta favoreció a su «hermano» magrebí adespecho de su «buena y tradicional amiga», España.

Sin embargo, Mohamed V no se dará por satisfecho con la recu-peración de su sultanato. Ufano por el resultado de su doble retablo

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de títeres, lo va a seguir manejando con un gran objetivo: la expan-sión de su imperio a límites desconocidos. Tiene el instrumento: elIstiqlal, y éste cuenta con un brazo armado más o menos curtido enla subversión antifrancesa, que, como no podía ser de otro modo entoda esta francachela, había sido amparado60 por los españoles: elEjército de Liberación. Nada lo va a detener; sus golpes se dejaránsentir de inmediato.

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1. El comunicado dice: «El ministerio del Ejército, con el fin de tener debi-damente informada a la opinión pública de los hechos acecidos durante las últi-mas cuarenta y ocho horas en el territorio español de Sidi Ifni, ha facilitado lasiguiente nota: “Hace ya algunos meses la paz y el orden en nuestros territorios de SidiIfni y Sáhara vienen siendo alterados por la presencia, en las inmediaciones de sus fron-teras con el territorio marroquí, de bandas armadas del llamado Ejército de Liberaciónque por todos los medios vienen intentando perturbar la paz y el orden entre los indí-genas, lo que obligó a las autoridades españolas a plantear al Gobierno marroquí lanecesidad de que impusiese su autoridad en los territorios inmediatos a nuestra fron-tera, alejando esas bandas armadas y sustituyéndolas por fuerzas del Ejército Real.Ante la falta de un resultado práctico de estas gestiones y los actos de violencia y terro-rismo que venían cometiéndose contra algunos indígenas leales y la agresión a los pues-tos de Policía de Frontera, se reforzaron las fuerzas de guarnición de aquellos territo-rios, así como las áreas del archipiélago canario, intensificándose la vigilancia sobreaquellas costas, por conocerse la relación de estas bandas con elementos extranjerosvenidos del exterior.

”Cuando parecía que las reclamaciones hechas en Rabat tenían favorablecogida y disminuía la tensión, el sábado 23 fueron cortadas sistemáticamente ydurante la noche las comunicaciones telefónicas del Sidi Ifni con los puestos situa-dos entre tres y cuatro kilómetros de la frontera y pocas horas después numerosasbandas armadas, infiltradas en nuestro territorio de soberanía durante la noche,atacaron simultáneamente posiciones y puestos aislados que protegían los princi-pales poblados, a la vez que intentaban un golpe de mano sobre los depósitos demuniciones establecidos en las afueras de la pequeña ciudad de Sidi Ifni. La reac-ción de nuestras tropas fue rápida y enérgica, causando al enemigo importantes

notas

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pérdidas y teniendo que lamentar por nuestra parte cuatro oficiales heridos, cincosoldados muertos y treinta heridos. El enemigo abandonó numerosos muertos yprisioneros que se aproximan al centenar.

”Sin perjuicio de la adecuada acción diplomática que se está desarrollandoante las autoridades marroquíes en Rabat y de las medidas de prevención que hayaque tomarse por los Ministerios del Ejército, Marina y Aire ante los focos de anar-quía y agitación próximos a nuestros territorios de soberanía, se han adoptado yaaquellas medidas de urgencia que la situación aconseja.

”El espíritu de los mandos y tropas de los tres ejércitos es excelente”».2. Después del nombramiento del sultán títere por los franceses, Mohamed

ben Arafa, el 21 de agosto de 1953, los principales cabecillas del nacionalismomarroquí, Al-lal El Fassi y Ahmed Belafrej buscaron asilo en el Protectorado Nor-te Español. En enero de 1954, Abd El Jalak Torres reconocía a la agencia EFE, apropósito de la actitud española ante la crisis de los dos sultanes, una deuda de gra-titud de Marruecos y de sus impendententistas «que de manera tan vigorosa nosvincula a España». Pero la cosa no se quedó ahí.

En junio de ese mismo año, se celebró en Madrid una reunión conjunta de losdirigentes del Istiqlal y del FLN argelino. Cuando conluyó, Abdelquebir El Fassi,primo de Al-lal El Fassi, máximo dirigente del Istiqlal, hizo unas declaraciones aFrance Press, que recogió el diario Madrid, con fecha 28 de julio de 1954, en lasque dijo: «Tenemos con España lazos de sangre. Nuestros intereses son paralelos.Si el pueblo marroquí aportó a España una ayuda leal y eficaz durante la guerrasuya, por su parte España se ha puesto deliberadament al lado de Marruecos en sulucha por la independecia y por el regreso del sultán Mohamed V. Los marroquíeslos reconocemos y porclamamos».

Incluso, en enero de 1956, los mandos de estas bandas del Ejército de Libera-ción se habían reunido en Madrid, bajo el manto protector de García Valiño y elconsentimiento, aunque fuese a regañadientes, de Franco. Véase M. Fernández-Aceytuno, Ifni y Sáhara: una encrucijda en la historia de España, Simancas (Valla-dolid), 2001, pág. 420.

3. Véanse las informaciones publicadas en los diarios nacionales, el día 10 deagosto de 1957, donde con motivo del cumpleaños de Mohamed V, la embajadade Marruecos ofreció una fiesta donde participaron muy señaladamente los cade-tes marroquíes que cursaban estudios en las academias españolas.

4. En el Informe de la Sección Política del Ministerio de Estado, de fecha 26marzo de 1900, podemos leer lo siguiente: «El objeto de España era ante todo elde facilitar a los pescadores de Canarias un refugio en las bahías del Oeste y delGalgo; secundariamente, le convenía la posesión de la península de Cabo Blanco

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para edificar en su parte norte algunas fortificaciones que, apoyadas por buquesde guerra o solas, sirvieran de defensa contra las irrupciones de los moros». (O dealguna potencia extranjera sobre las Canarias, añado yo: es decir, la posibilidad decontar con un cabeza de puente y un arsenal, fuera del archipiélago). Archivo Gar-cía Figueras, en caja n.º 381, depositado en la Biblioteca Nacional.

5. Recuerdo que la sublevación conocida por la Semana Trágica, comenzadael 26 de julio de 1909, tuvo su origen en un motín de las familias y de los reclutasembarcados para el Protectorado Norte, en el puerto de Barcelona.

6. La primitiva denominación de Protectorado se debía a un subterfugio pre-sentado por el gobierno de Madrid en la Conferencia de Berlín, de 1884-1885,según el cual las tribus habían firmado con el representante de la Sociedad Espa-ñola Africanista y Colonialista (Emilio Bonelli) unos acuerdos que obligaban aEspaña a tomar «bajo su protección los territorios de la Costa Occidental» (Archi-vo García Figueras, caja 381, exp. n.º 6: Circular a los Representantes de Españaen el extranjero participándoles que S M el Rey ha tomado bajo su protección losterritorios de la Costa Occidental de África, comprendida entre el cabo Bojador yla bahía del Oeste, Madrid, 26 de diciembre 1884). Pero esta biznatina fórmula, ajuicio de J. Puente Egido, respondía, sobre todo, al imperativo de la Constituciónde 1876, que en su artículo 55.2 «exigía la promulgación de una ley especial paraautorizar al Rey a incorporar nuevos territorios a la soberanía española», trámiteque deseba eludir el gobierno en la medida de lo posible. Véase La descolonizacióndel Sáhara Occidental a la luz de la política española, incluido en V. Morales Lez-cano (coor.) III Aula Canarias y el Noroeste de África, Las Palmas, 1993.

7. A partir del acuerdo de 1900; es decir, dos años después del Desastre del98, quedó claro que España se entendería casi exclusivamente con Francia paramantener sus posiciones en el Imperio Xerifiano. Tal medida se derivaba de la fuer-za de los hechos: por un lado el Desastre del 98, que había postergado a Españaaun segundo lugar en el concierto internacional; por otro, que los franceses habíaniniciado una enérgica política expansionista en todo Magreb. De hecho, el magní-fico y abortado acuerdo de 1902 se fue al garete porque Silvela intentó variar estapolítica, buscando el acuerdo con varias potencias a la vez.

Esta situación de plegarse a un socio, y no jugar a varias bandas como el res-to, se vio ratificada flagrantemente con la firma del acuerdo «secreto» de 1904,que ocasionó, por presiones alemanas, la Conferencia de Algeciras, de 1906, don-de España descubrió su juego, apoyando la posición francesas frente los ImperiosCentrales.

8. En 1911 el Majzén —o gobierno de Marruecos— dependía económica-mente, en primer lugar, de Francia y, en otra buena porción, de España. A partir

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de ese momento, y con sucesivos tratados, las autoridades francesas fueron secues-trando a la débil y venal corte de Fez hasta el golpe final, el 30 de marzo de 1912,cuando el sultán ratifica un acuerdo por el que cede la administración de toda supolítica exterior a París.

9. El 27 de diciembre de 1899, Francia creaba la Mauritania Occidental, conel fin de unir todas las tribus del desierto bajo su bandera. Ya había negociado con España, desde 1885 y lo volverían hacer en 1900, para arrancarle sus derechossobre las minas de sal del Iyil, punto estratégico para dominar el flujo caravanerodel Sáhara, y por tanto vital para este proyecto. Lo que nos indica que los france-ses, para estas fechas, ya tenían trazada su política africana, según los postuladosde Coppolani: unir el desierto de Argelia con esta nueva circunscripción, llamadala Mauritania Occidental, por detrás de la posición española; y si se brindaba laoportunidad, permutarles a los españoles el territorio saharaui, para aislar al Sul-tanato de Marruecos entre territorio francés. Así, la claudicación de Marruecossería sólo cuestión de tiempo, y como consecuencia toda la cornisa atlántica deÁfrica se convertiría en una inmensa posesión francesa, con los incomensurablesbeneficios que de ello se derivaba.

10. Los franceses trataban de romper esta situación de un santuario con lapersecución hasta territorio español —aplicando le droit de suite o derecho de per-secución, que los españoles nunca les reconocieron pero aceptaron tácitamente —véase Martínez Milán, J.; España en el Sáhara Occidental y en la zona sur delProtectorado en Marruecos, págs. 229 y ss.—, así el coronel Mouret arrasó, en1913, Smara, la zauía de Ma El Ainín, en el corazón de la Saguía El Hamra,supuestamente territorio español.

11. El primer caso reseñable se produjo en noviembre de 1916, con la I GuerraMundial en marcha. Un submarino UC 20 desembarcó tres cajones de armas para ElHeiba, en la desembocadura del Uad Asaka. Ante la presencia de un buque francéssuspendieron el desembarco hasta el día siguiente, en Puerto Cansado, por considerartanto los Ma El Ainin como los alemanes al territorio español un lugar sin peligro.

El teniente coronel Bens, nuestro gobernador entonces, tuvo noticias del suce-so y, además, supo que dos oficiales, el capitán alemán Edgar Probster y el turcoHeivi Bey, más un sargento alemán y un traductor marroquí habían desembarca-do en el Dra con anterioridad para preparar la operación, y ya se habían ganadoal El Heiba con la promesa de dinero (francos en papel moneda y en oro) y armas(unos 10.000 fusiles, pistolas, ametralladoras y munición), que desembarcarían enbreve otros tres submarinos. El fin era muy sencillo: que los Ma El Ainín convoca-sen de nuevo a la yihad contra los franceses.

Comoquiera que estos militares corrían peligro, tanto por desavenencias

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codiciosas entre las tribus como por la posibilidad de la aparición de franceses, sepresentaron a Bens, en Cabo Juby, en busca de asilo. Tras consultar con Madrid,Bens ordenó su traslado a Santa Cruz de Tenerife.

El segundo caso importante fue el escándalo desatado por París-Soir. Segúnel vespertino, en febrero de 1933 —con Hitler recién llegado al poder—, la Statis-tic Trust Co. Ltd., con sede en Lichtenstein, propiedad de Friedrich Thyssen, habíafundado en Zurich la Arksis-Aksa Co. Ltd, en cuyo consejo de administraciónfiguraban Schaeffer, un conocido traficante desde Agadir hasta el Nun como SidiFra Ahmed Schaeffer-Arksis, y dos hombres del Merabbi Rebbu, Sidi Omar Taze-nakht y Sidi Mohamed Mumen Bey (cuyo verdadero nombre era Fridolin Zehn-der, un desertor suizo de la legión extranjera, que se había convertido al islam), máslos europeos Fritz Düscher, Adolf Borschart, Curt Müller y Wilhelm Degélè. Inclu-so la Arksis-Aksa Co. Ltd había fletado un buque, el Optimist, que fue retenido enLas Palmas por los españoles. Se descubrió que no había armas, pero sí otro mate-rial férrico; quizá fuese un primera tentativa, o quizá las armas habían sido arro-jadas al mar cuando la operación fue destapada.

El tercer caso se produjo en febrero de 1941, y lo protagonizó el coronel Nie-mann. Este oficial alemán había vivido en Marruecos en 1914 y conocía la lenguay costumbres, por lo que fue nombrado jefe del Abwehr para el Norte de África,y constituía con el cónsul alemán en Las Palmas, Sauermann, y el jefe de Lufthan-sa en esa ciudad, Otto Bertram, más un comerciante sin identificar por el serviciosecreto militar francés —le Deuxième Buraeu—, el «consejo de los cuatro», cuyofin era el control y adoctrinamiento de la colonia alemana en Canarias.

Niemann realizó un viaje al Sáhara, acompañado en todo momento por elgobernador español entonces, el coronel Bermejo, para solicitar el apoyo de las tri-bus al Eje, incluso prometió pasajes, para cuando se pudiese relizar la travesía,hacia La Meca a los Ma El Ainín. Es de suponer que el asunto de las armas —porsi el África Occidental Francesa se pasaba de bando— sería insinuado, con lasdebidas cautelas para no enfadar a Vichy.

Éstos son los casos más sonoros de coqueteo de los alemanes con los hombresdel País Bidán, lo que no impide que el tráfico de armas fuese una constante enaquellos territorios desde el s. XIX, y que se puedan rastrear infinidad de otros suce-sos donde intervienen otros países y traficantes de todo pelaje, tan novelescos omás que los arriba esbozados.

12. Por cuanto Emilio Bonelli Hernando es uno de los padres —y quizá el mássingular— de nuestra aventura africana, dejo aquí una breve reseña biográfica.

Nació en Zaragoza el 7 de noviembre de 1854, y murió en Madrid, en 1926.Hijo de un químico italiano, Emilio Bonelli, y de una aragonesa, se quedó huérfa-

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no de madre muy temprano, lo que le llevó a seguir a su padre a Túnez, Argel y,finlamente, a Marruecos.

Allí vivió desde 1868 a 1874, alternando sus estudios en Madrid y París, y allífue traductor del consulado español en Rabat. En 1875 ingresa en la Academia deInfantería. En 1882, pidió permiso para abandonar la milicia con el fin de empren-der una exploración de Marruecos, donde visitará Fez y Mequinez. La SociedadGeográfica de Madrid le nombró corresponsal y le invitó a dar una conferencia en1882. Dos años después partió a la colonización del Sáhara, en el velero Ceres, conpatrocinio del gobierno y de la Sociedad Africanista y Colonialista. Al año siguien-te es nombrado comisario regio para aquellas posesiones. En 1887, cesa en tal car-go y emprende una nueva aventura hacia el Golfo de Guinea. Allí volverá en 1890,bajo el patrocinio del marqués de Comillas, para recorrer las cuencas del Muni ysus afluentes, y levantar también factorías. Así tomará posesión definitiva de aque-llos territorios.

Desde entonces realiza nueve viajes más al Golfo de Guinea, con escalas enlas otras posesiones europeas para conocer los métodos empleados para la explo-tación y civilización de aquellos territorios. Publicó diversas obras y dio conferen-cias muy atendidas entre los círculos políticos de su tiempo, por su calidad demos-trada —quizá el más completo de España— de eminente africanista.

13. El 7 de diciembre de 1884, se publica en La Gaceta de Madrid una RealOrden que proclama el Protectorado español sobre la costa africana comprendidaentre la bahía del Oeste y el Cabo Bojador. Tres semanas después será comunica-do a los embajadores españoles que informen oficialmente a las potencias de estaposesión española.

14. El 19 de diciembre de 1884 se publica la escritura de creación de la Socie-dad Anónima Compañía Mercantil Hispano-Africana, con el objeto de explotar enrégimen de monopolio los nuevos territorios africanos de la costa atlántica, a tra-vés de dos factorías, una en Villa Cisneros y otra en Cabo Blanco. Esta sociedadcuenta con el patrimonio del bergantín goleta Inés, dejado en Villa Cisneros comopontón y almacén, hasta su hundimiento sobre 1890, y con el vapor Río de Oro,que intervendrá, incluso cuando ya sea sólo un cascarón obsoleto, en toda la peri-pecia sahariana.

15. El 9 de marzo de 1885, exactamente el mismo día que embarca Bonellirumbo a la península desde Santa Cruz de Tenerife, llegaron, en caravana, unossesenta o setenta indígenas con la aparente intención de vender lana. Algo, que nofue nunca esclarecido, ocurrió y los indígenas cargaron contra los españoles. En laprimera refriega murieron Serafín Ferlús, el contable, y Pedro Sánchez, su subal-terno, e hirieron gravemente al intérprete y a un marino del Ceres y al cocinero, los

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otros tres empleados, heridos también, buscaron en el edificio, todavía en cons-trucción, pero tuvieron que rendirse ante la amenaza de incendiarlo. No sólo eso,para que les dejasen con vida, debieron entregar todas sus mercancías, pero lossaharauis no se marcharon hasta destruir todos los edificios de la factoría. Los mal-trechos supervivientes fueron recogidos por el Pino, para desembarcar en el Puer-to de la Luz, el 23 de marzo.

Por Real Orden, el 26 de mayo de 1885, el gobierno ordenó que la posiciónfuera custodiada por un destacamento del ejército, compuesto por 25 hombres, unoficial y un oficial de Estado Mayor. Para cumplir esta orden, embarcó en el Ríode Oro el destacamento, con miembros del 9.º Batallón de Artillería de Las Pal-mas, a las órdenes del capitán José Chacón, el teniente Estanislao Brotons y el alfé-rez Javier Manzano.

16. No me resisto, quizá con afán de complacer al lector curioso, a dejar unasbreves notas biográficas sobre aquel español que recorrió la Saguía El Hamra, elCaíd Ismail.

Nace Joaquín Gatell y Folch en Tarragona en 1826. A los trece años ingresaen el Seminario de esta ciudad y luego se matricula en leyes por la Universidad deBarcelona. Durante este tiempo aprende árabe y ya demuestra una notable voca-ción por la aventura.

En 1859, se embarca para Argelia, y en cuanto se firmó el armisticio en UadRas, al año siguiente, viajó a Fez. Allí fingió —como antes su paisano DomingoBadía, más conocido como Alí Bey— convertirse al islam e ingresó en la milicia delsultán. Llegó a capitán, pero fue degradado. Volvió a ascender a teniente. Y, tras tra-ducir un tratado de balística al árabe, es nombrado comandante de la guardia impe-rial. Brilló en el combate contra una de las frecuentes rebeliones y ganó un puestorelevante en la corte de Marraquech, lo que le permitió, pese a la oposición del Maj-zen, internarse hacia el sur. Llegó al Sus. Y tras visitar Agadir, descendió hasta Gulu-mín, en la cuenca del Nun, donde entabló amistad con el caíd Ben Beiruc, uno delos grandes patriarcas de los Ba Amranis. Desde allí se dirigió al Chibeca, en el Zem-mur, más al sur de la Saguía Hamra, en pleno País Bidán. De regreso hacia el nortetuvo diversas contrariedades que lo obligaron, finalmente, a volver a España.

Se estableció en Madrid, sobre 1877. Dio una célebre conferencia sobreMarruecos en la Sociedad Geográfica de Madrid. Y apoyado por ella, preparó unaexpedición que trataba de atravesar el Atlas hasta llegar al Dra y, desde allí, a lacosta; es decir, a Tarfaya. Y cuando se hallaba en Cádiz dispuesto para embarcar,murió. Corría el año de 1879.

17. Xavier Coppolani fue uno de los hombres más importantes en la aventu-ra europea del Sáhara.

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Nació en Mirignana, Córcega, en 1866, y fue asesinado en el oasis de Tidjik-ja, en 1905. Estableció la doctrina de la «penetración pacífica» entre los franceses,que su propio asesinato clausuró. También es uno de los animadores más señerosde la creación de la Mauritania Occidental, cuyo fin era unir todo el desierto des-de Argelia a Tombuctú, bajo la soberanía francesa.

Comenzó su carrera como administrador de municipios en Argelia, lo que lellevá a ser un consumado africanista. Desde allí pasó al Hodh, hacia 1898 —Mau-ritania—, y siguió con su avance, casi apostolar —demostrando a París la eficaciasu doctrina de la «penetración pacífica»—, hacia el norte, hasta vislumbrar Adrar.Y en el oasis de Tidjikja o Fort Coppolani —al oeste de Traza y al norte del Tagant,actual Mauritania— fue asesinado en una emboscada nocturna.

18. Por lo peculiar y la importancia que tendrá —dado que fue veintidós añosgobernador del Sáhara—, recojo también la biografía del coronel Francisco BensArgandoña.

Como otros señeros militares africanistas —Mola y Capaz— nace en Cuba,en La Habana, el 28 de junio de 1867, de padre músico militar y madre cubana,en un hogar con dieciséis hijos, donde con dificultad se llegaba a fin de mes. En1885 ingresó en la Academia Militar de La Habana. Tomó parte, tras varios des-tinos en la Península y Cuba, con el grado de teniente en la campaña de Melilla de1893 y regresó a Cuba en 1894, hasta la salida de España en 1898.

Su siguiente destino será el Regimiento de Infantería Castilla n.º 16, y dosaños después, en 1900, será destinado a Santa Cruz de Tenerife, desde donde par-tirá Villa Cisneros, el 15 de enero de 1904, arribando dos días después. Allí per-manecerá hasta alcanzar el grado de coronel, y en noviembre 1925 cesará en estedestino para regresar a la Península, al borde de pasar a la reserva.

19. Es importante señalar, para calibrar el estado de la situación, que los pri-meros quince años sólo se elaboró un estudio de carácter descriptivo, realizado, en1887, por el teniente de Estado Mayor, de la Capitanía General de Canarias, Eva-risto Casariego Guirlanda, llamado: Río de Oro; memoria reglamentaria corres-pondiente al año 1887, que se trataba de noticias y consideraciones castrensessobre la fortificación levantadas por el comandante de ingenieros Juan Bethen-court.

El siguiente estudio descriptivo y más general será el del capitán José Hernán-dez Cogollos, de 1904.

20. La respuestra alemana fue de lo más operística. El mismo káiser, Guiller-mo II, arribó, el 31 de marzo de 1905, a Tánger a bordo del Deutschland, y pro-clamó, nada más pisar tierra, el derecho de Marruecos a ser un Estado indepen-diente en el concierto de las naciones libres, que, traducido en román paladino,

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quería decir el derecho de todos, y sobre todo de Alemania, a sacar tajada del sul-tanato.

21. Tras el llamamiento del káiser Guillermo II a la libertad de Marruecos,Alemania abrió en Fez una embajada. De inmediato, España e Inglaterra anuncia-ron el envío de cancilleres a Marruecos, a lo que Francia respondió iniciando con-versaciones bilaterales con Alemania, antes de que sus privilegios de potenciaemergente en el sultanato se desinflasen con el surgimiento de los nuevos «preten-dientes» del sultán. Éste, por su parte, reaccionó boicoteando los movimientosfranceses, con un llamamiento internacional para repetir la Conferencia deMadrid, de 1880. Esta nueva «cumbre» internacional sería conocida como la Con-ferencia de Algeciras. Transcurrió desde 16 de enero al 7 de abril de 1906. Partici-paron doce naciones —Alemania, Austria-Hungría, Bélgica, EE. UU., Reino Uni-do, Italia, Holanda, Portugal, Rusia, Suecia, Francia y España—, más la protago-nista, Marruecos; muchas de ellas —como se observa por la lista— eran merasconvidadas y sin intereses directos en el sultanato.

Las conclusiones fueron las siguientes: la organización de una policía marro-quí; la represión del contrabando de armas; la creación de un Banco Estatal Marro-quí (cuya sede sería Tánger); la creación de un sistema fiscal para el sultanato,acorde o semejante a los occidentales; un reglamento de aduanas, y un acuerdopara la creación de una administración estatal digna de recibir tal nombre. En defi-nitiva, impulsar a Marruecos para que se constituyese en un Estado al modo occi-dental, naturalmente, preservando su independencia y garantizando la monarquíadel sultán.

Todos los países asistentes firmaron la declaración final, excepto Marruecos.Sin embargo, al margen de todos estos loables puntos acordados, el transfondo deAlgeciras era otro. Mientras Alemania propugnaba ladinamente la apertura deMarruecos a la «libertad de mercado», lo que permitiría el desembarco de la indus-tria germana, los franceses obtuvieron, con el apoyo de Italia, España y Reino Uni-do, y la abstención de EE. UU., un sistema tutelar a cargo de Madrid y París, has-ta que el Mazjén estuviese en disposición de ser considerado un gobierno al usoeuropeo; es decir, cuando se hubiesen implantado las medidas acordadas, que,naturalmente, no lo serían, con cierta solvencia, hasta muchas décadas después.

De modo que se podría decir que se habían puesto las bases para la funda-ción del Protectorado, seis años después. Y también que —y esto fue mucho másevidente— Alemania perdió el envite, pero aguardó vigilante para desenmascararla maniobra francesa en cuanto le fuese posible.

22. Es fundamental para la comprensión de todos los conflictos magrebíesconocer la prelatura de lo religioso sobre lo político en los cargos. Así el sultán era

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antes gran jefe religioso de Marruecos que monarca stricto senso, o como en elcaso de Ma El Ainín, que sobre ser chej —o ser caíd de un clan de los Erguibats—era marabut, una especie de doctor místico del islam sahariano; es decir, gran san-tón del desierto.

Como defensor de la fe y amparado por varias aleyas del Corán, entre las quehe extraído las más elocuentes: «Combatid por Dios contra quienes combaten con-tra vosotros, pero no seais vosotros los agresores. Dios no ama a los agresores.Matadles donde los halléis y expulsadles de donde os hayan expulsado. La tenta-ción es peor que el homicidio. No combatáis contra ellos junto a la MezquitaSagrada, a no ser que os ataquen allí. Así que, si combaten contra vosotros, mata-dles; ésa es la retribución de los infieles.» (2,190-191); «Cuando estéis de viaje, nohay inconveniente en que abreviéis la azala si teméis un ataque de los infieles. Losinfieles son para vosotros un enemigo declarado» (4,101) y «¡Creyentes!¡Comba-tid contra los infieles que tenéis cerca! ¡Que os encuentren duros! ¡Sabed que Diosestá con los que le temen!» (9,123) (traducción de J. Cortés, de una edición sita enMadrid, en 1980).

El Ma El Ainín decreta la guerra contra el francés e incluso contra el sultánque había cedido pecaminosamente la autoridad sobre su pueblo a un infiel.

Por supuesto, estas aleyas también influirán, sobre todo entre los ba amranisde Ifni, que obedecen al sultán de Rabat antes como jefe religioso que político,durante la guerra de 1957 contra España; al punto que, sin su invocación, es difí-cilmente explicable este conflicto.

23. Smara fue durante más de treinta años un lugar mítico, sobre el que fabu-laban todos los nómadas del País Bidán, convirtiéndola en algo así como la Xana-dú del desierto.

En 1898, con apoyo del gran visir, Ba Ahmed, el Ma El Ainín funda su zauía—mitad fortaleza y mitad lugar de peregrinación para recibir sus enseñanzas— enSmara. No era una elección al azar. Descartado Tinduf —arrasado unos años antespor conflictos tribales—, Smara era el otro gran enclave caravanero antes de Iyil y,a la vez, era mítico en toda la Saguía El Hamra y el País Tekna por la presencia delas tumbas de los santones patriarcas Sidi Ahmed Erguibi y Sidi Ahmed Larosi. Lostrabajos, con materiales llevados por mar —incluso las palmeras— desde las Cana-rias y Marruecos hasta Tarfaya, y desde allí, por dromedario hasta Smara, se pro-longaron hasta 1902.

En 1903, el Ma El Ainín con su hijo Hasenna decreta la guerra santa, que has-ta la campaña del coronel Gouraud en 1909, en el Adrar, los obliga a retroceder aterritorio bajo «soberanía» española. Su derrota definitiva acaecerá en junio de 1910,frente al general Monier, más arriba del Sus, en territorio del sultanato marroquí.

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A la muerte del Ma El Ainín , acaecida el 26 de octubre de 1910, en Tiznit, lesucedió, como marabut, su hijo Ahmed El Heiba, que recibió su baraka —especiede unción carismática—, días antes de su fallecimiento.

En cuanto a Smara, sólo sobreviviría tres años a su fundador, porque en 1913fue arrasada por el coronel Mouret, en una incursión de castigo a los santuarios deEl Heiba.

Desde ese día hasta la llegada, el 15 de julio de 1934, del capitán Galo Bullón,al mando de su mía de meharis, la leyenda de Smara no hizo más que crecer has-ta el delirio por todo el desierto.

24. El 16 de marzo de 1911, el cañonero Infanta Isabel con el cónsul deMogador Gustavo Sostoa, un jefe de Estado Mayor y un intérprete arribaron a larada de Ifni, y mantuvieron contactos con los Ba Amran. El día 24 reembarcarony regresaron a Las Canarias.

Y cuando a principios de septiembre está todo dispuesto para la ocupaciónpor parte del teniente coronel Burguete, el cónsul de Mogador comunica que anteel rumor bastante fundado que afirma que los franceses van ocupar Cabo Juby, yque tal ocupación, de producirse, puede ser respondida por los alemanes y, ade-más, debe ser estudiada con detenimiento por Madrid, eso sin contar con la reac-ción de las tribus del País Tekna y la Saguía El Hamra, que no será en ningún casopacífica —El Heiba necesitaba un pretexto así para recrudecer la gran herencia desu padre: la yihad— porque París quiere unir el Adrar con la costa por la riberasur del Dra, lo procedente es suspender la expedición y aguardar acontecimientos.

Luego, dicho desembarco no se produjo.25. Recojo aquí la traducción de esta carta —cuya fuente: Fernández Aceytu-

no Gavarrón, M., Ifni y Sáhara: una encrucijada en la historia de España, Siman-cas, 2001, pág. 310, no cita al traductor— porque es sumamente descriptiva de laconcepción que tenían los saharauis de la presencia española: «Gracias sean dadasa Dios y a Mahoma su verdadero Profeta (hay un sello que dice: el esclavo de Dios,Ahmed El Heiba que Dios guarde): mis fieles sirvientes Er Nagen, Emboirik,Abdelhai, Bue, Bachir que Dios os guarde y proteja. El motivo de la mía es el reci-bo de la vuestra, de cuyo contenido habían llegado a mí con antelación noticias.Veo que la nación española desea venir a mis proximidades, con el propósito deestrechar relaciones comerciales. Con mucho gusto acepto. Esperad que llegue mijalifa, que con instrucciones irá vosotros si Dios quiere. Hoy sábado tengo reuni-dos a todos los jefes de cabila (Quiera Dios que todo salga bien)». Tres de abril de1919.

26. El 11 de diciembre de 1922, la embajada francesa en Madrid solicitó laautorización para que la aerolínea postal Latécoère pudiera sobrevolar los territorios

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españoles del Sáhara. El 26 de febrero de 1923, el Ministerio de Estado da el plácet,pero sólo para sobrevolar el territorio; en ningún caso para que dichos aparatos ate-rrizasen. Los franceses forzaron la situación organizando un raid, Casablanca-Dakar, al mando del capitán Roig, con escalas en Cabo Juby y Villa Cisneros.

La presencia del aparto francés en Cabo Juby ocasionó desaveniencias entrelos Izarguiyín y los Ait Lahsen que terminaron en una pequeña revuelta. No sóloeso, sino que Roig intentó un acuerdo con El Heiba, mientras que el gobernadorde Mauritania establecía contactos con las tribus Ulad Delim, los Erguibat y losIzarguiyín, con el fin de garantizar al menos la vida de los pilotos, que cayesen enmitad del desierto.

Mientras tanto, las autoridades españolas les seguían negando el aterrizajepor temor a que los indígenas, soliviantados con la sola presencia de un francés,acabaran sublevándose contra los españoles por tolerarlos.

En vista de la situación, los franceses optan por suscribir un convenio demutua colaboración con una supuesta aeronáutica española, llamada SociedadEspañola de Empresas Aeronáuticas, que pretendía poner en pie la ruta Bilbao-SanSebastián, Las Canarias y el Sáhara. Era simplemente una tapadera para dar cober-tura a los vuelos de la Latécoère. Pero era tan descarado el asunto que cuando enenero de 1925 llega el material para construir un hangar a Tarfaya, el encargadode la «tapadera» era un español, pero el director técnico era un piloto francés.

El 2 febrero de 1925, los indígenas abrieron fuego contra las supuestas insta-laciones de la Sociedad Española de Empresas Aeronáuticas, con el resultado devarios heridos y un indígena adicto muerto. Para impedir nuevos ataques, Cerve-ra, el encargado de la «tapadera», pacto la entrega de 18.000 pesetas. Entre tantoel dictador, Miguel Primo de Rivera, enterado del chanchullo, inició conversacio-nes con el embajador francés, con el pretexto de recordarle que los vuelos de Laté-coère, por más convenio que tuviesen con una empresa española, sólo podían atra-vesar el territorio, pero nunca tomar tierra. En realidad, estas conversaciones eran—como luego así resultaron— para reconducir la situación hacia algún punto quesatisfaciese a todas las partes.

27. En Villa Cisneros la Junta de Reparto de Regalos a los Indígenas estabaformada por el gobernador Miguel Barón Egea, el encargado de la factoría deTransatlántica, José Rodríguez Moreno, el capellán, el médico del destacamento yel teniente del destacamento. En La Güera por el gobernador, el capitán médico yel representante de Marcotegui, y en Cabo Juby por el secretario de la delegación,por el capitán de la compañía displinaria y por el responsable de la factoría.

28. Diego Aguirre, J. R. Historia del Sáhara español, Málaga, 1988, pág. 245.29. El 23 de febrero de 1934, el general Huré ocupa Kadus, consideradada

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hasta ese momento como la capital de la resistencia en el Sus y en el Antiatlas.Algunos rebeldes se ponen a salvo en territorio español, como Merabbi Rebbu, quese refugía en el Cabo Juby, y los franceses los persiguen hasta la frontera con arti-llería y con aviación. Otros, como los partidarios de Belkassem, se entregan ennúmero de 20.000 familias. El 16 de marzo se da fin a las operaciones, y el 1 deabril se ocupará Tinduf.

Francia, por fin, abre la pista número 1 que unía Marruecos con Tinduf, FortGouraud, Atar, Nuakchot y San Luis. Y desde Tinduf se podía enlazar hacia elnorte con la costa argelina por Neni-Abbès y Colomb-Bechar. El desierto ya esfrancés.

30. Es la curiosa y agónica aventura de Michel Vieuchange, que partió con suhermano Jean de Marraquech, el 10 de septiembre de 1930. Se despide de Jean enel río Messa y prosigue hacia el sur, incluso disfrazado de mujer, hasta llegar aloasis Tilguilit, en las riberas del Dra. Desde allí y como hombre azul fracasa la pri-mera vez, pero a la segunda intentona consegue pisar Smara y dejar una botella,que encontrará el capitán Galo Bullón, en 1934, con el siguiente mensaje: «Monfrere Jean Vieuchange et moi-même, Michel Vieuchange, avons en commun fait lareconnaissance de Smara, chacun se chargeant d’une part de la mise en ouvre, monfrère du soin de me secourir au cas ou, catif ou blessé, je l’appellerais, moi-mêmepénetrant dans l’oasis le premier de novembre 1930».

El dieciséis de noviembre, enfermo y destrozado, llega a Tiznit, y desde allí suhermano consigue trasladarlo en avión a Agadir, donde morirá casi de inmediato.Sin embargo, en su agonía relató a su hermano el viaje, que se publicó en la RevueMarrocaine y una traducción en Ahora, bajo el título de Voir Smara et mourir. (Sepuede consultar en la Colección García Figueras de la Biblioteca Nacional.)

31. Trataré de dar cuenta exacta de este macabro episodio de la historia delSáhara español, bien que las fuentes manejadas (Diego Aguirre, J. R., op. cit. y Fer-nández-Aceytuno Gavarrón, M., op. cit.) discrepan en detalles, pero en absolutoen el tristísimo cómputo final de detenidos y fusilados.

En Villa Cisneros, Fernández-Aceytuno —padre del autor arriba citado—,comandante militar, detuvo a 11 personas, procesados y condenados a distintaspenas en Las Palmas. En Cabo Juby, de donde escapó el capitán Burguete con elcapitán Díaz Linaza a Sevilla, la cuestión se presentó más arriscada, porque seamotinó la tropa de la Compañía Disciplinaria contra la sublevación militar. Fue-ron detenidos y enviados a Las Palmas 15 militares —uno de ellos suboficial—.Todos fueron pasados por las armas tras un Consejo de Guerra Sumarísimo.

En cuanto a Ifni, una vez que huyeron tanto el delegado, comandante More-no, más el comandante Pedemonte y el capitán Muntaner, fueron detenidas 85 per-

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sonas entre militares y civiles. Tras pasar por Consejo de Guerra en Las Palmas, 21de ellos fueron fusilados.

En total suman 36 ejecutados y 75 condenados a distintas penas.32. De hecho existe un informe del general Noguès, con fecha 27 de marzo

de 1937, dirigido al ministro Daladier, donde, tras analizar esta posibilidad, con-cluía lo siguiente: que una operación de esta envergadura sólo podría tener carác-ter «eventual», y que exigía la participación de las tropas situadas tanto enMarruecos y Argelia, como las del sur, en la Mauritana Occidental. Se llama: Des-pacho «muy secreto», n.º 596. El general de División Noguès, Comisario Residen-te General de la República Francesa en Marruecos, al Ministro de Asuntos Exte-riores, Rabat, 27 de marzo de 1937.

33. Señala a este respecto Diego Aguirre: «Cuando la retrocesión de Ifni aMarruecos en 1969, se habló de un total de 40.000 muertos para el conjunto delÁfrica Occidental Española y en el monumento a los caídos de Sidi Ifni, traslada-do luego a Canarias, habla de 16.000, pero estas cifras que darían un total de24.000 bajas para los combatientes del Sáhara español no ofrecen ninguna fiabili-dad y están en evidente contradicción con la población del territorio, que ya en1950 no pasaría de 50.000 personas.

»En cuanto a su actuación, las tropas del Sáhara no constituyeron unidadesespecíficas, no así las de Ifni, y se enrolaron en unidades nutridas por musulma-nes». Op. cit., pág. 261 (el subrayado es mío).

Lo que supone, admitiendo los cuarenta mil muertos, que la mayoría proce-día del sultanato (vía Ifni o vía Tarfaya); o sea, de todo el Antiatlas. Lo que no hade extrañarnos, si pensamos que su población vio la oportunidad de ganarse unabuena soldada —entre 5 y 7 pesetas diarias— en un menester donde los «falsosbereberes» eran duchos: hacer la guerra —llevaban más de treinta años de comba-te entre conflictos intestinos y sublevaciones contra la ocupación francesa—. Encambio, los saharauis se mostraron reticentes a dejar su territorio, como nosdemuestra que el ejército nacionalista no pudo formar unidades completas connativos de este territorio; algo que resulta preceptivo, para mantener una homoge-neidad que contribuya a la disciplina de una agrupación de combate.

34. Es imprescindible destacar la expedición de los hermanos Eduardo y Fran-cisco Hernández Pacheco, este último catedrático de Geofísica, más el geólogo Car-los Vidal Boix y el botánico Emilio Guinea López, a Ifni y al País Tekna, en los pri-meros días de la década de los cuarenta. Tuvo una continuación más que fructíferacon la de Francisco Hernández Pacheco y Manuel Alía Medina, desde 1942 hasta1947, cuando Alía descubrió los yacimientos de Bucrá. A la par, el coronel Domé-nech Lafuente y el comandante Sáenz de Ranz redactan los primeros estudios antro-

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pológicos, que serán proseguidos por José Pérez de Barradas, y finalmente culmina-dos por Eugenio Morales y por Julio Caro Baroja, entre 1950 y 1952.

35. Cuenta el coronel Belles Gasulla, en sus memorias sobre el conflicto queocupa estas páginas, que cuando desembarcó en Tarfaya encontraron en los alre-dedores del aeródromo montones de chatarra y unas instalaciones abandonadasque, por su dimensión y estructura, no correspondían a los españoles. Según le dije-ron, todo aquello era obra de los americanos, cuando pasaron rumbo al Medite-rráneo.

Salvo que Belles o quien se lo contó las hubiese confundido con las construc-ciones francesas de los años veinte —cosa poco probable en un militar—, este datocontribuye a despejar algunas de las incertidumbres que envuelven la política espa-ñola de aquel feroz período y la posterior postura de los aliados respecto al régi-men.

En Belles Gasulla, J., Cabo Juby-58. Memorias de un teniente en la Campa-ña Ifni-Sáhara, Madrid, 1991, pág. 66.

Lo dudoso es que no he encontrado más referencias que certifiquen la men-ción, casi de pasada, que ofrece este autor.

36. Areilza, J. M. y Castiella, F. M., Reivindicciones de España, Madrid, 1941.37. Si analizamos la pasividad española, durante cincuenta años, para pene-

trar e imponer su autoridad en aquellos territorios, eran lógicas las reticencias fran-cesas. Ceder ese corredor suponía la pérdida de una «posible y necesaria» cabezade puente para el desembarco de tropas en caso de que hubiese una nueva suble-vación en el País Bidán o en el Antiatlas, regiones que no dominaron, como heseñalado en páginas anteriores, hasta 1934.

Véase sobre este particular las opiniones francesas en Martínez Milán, J. M.;op cit., págs. 261 y ss.

38. Siempre hubo rumores sobre la intención de edificar en la franja que vadesde Cabo Juby a la desembocadura del Nun una gran base aeronaval para elcontrol del tráfico marítimo hacia el África Austral. Primero, los franceses le atri-buyeron dicha intención a los ingleses (hasta 1904), después, España barajó laposibilidad durante la dictadura de Primo, y finalmente, se la atribuimos a Fran-cia, ante su reticencia a cedernos el corredor.

En realidad, era más un desideratum español incumplido, porque edificardicha base, para salvaguardar el archipiélago canario, estaba implícito en las razo-nes que nos llevaron a la ocupación de Río de Oro, en 1884.

39. El residente general Noguès señala en un informe, del verano de 1940,que, mientra él disponía de cuarenta mil hombres en el sultanto, España había des-plazado unos ciento veinte mil a la zona norte del Protectorado.

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40. La llamada por Serrano Suñer España campamental era un erial des-trozado por una guerra de devastación de tres años: el 40% del material ferro-viario se había perdido, las carreteras presentaban en algunas provincias esta-dos más que calamitosos, gran parte de la agricultura nacional estaba aban-donda, y las tierras productivas, o se dedicaban a la exportación para acopiardivisas con que surtir al país de otros productos básicos o no daban abastopara toda la población; las carencias eran generales y llegaban a extremos inau-ditos. En una palabra, el país estaba postrado. Esta realidad era la que presen-taba Franco a sus «aliados del Eje» para no traspasar la taimada frontera deno-beligerancia. Y esta realidad sólo podía ser compensada con un suministroalemán a manos llenas, lo que los alemanes consideraron inconveniente, des-viando las operaciones de la zona donde los españoles pudieran ser de utilidad,y, en caso de necesidad, encomendando esas operaciones al gobierno de Vichy,que todavía contaba con una flota operativa y un enorme contingente de fuerzascoloniales.

41. En julio de 1940, conocido el veto alemán para cruzar las fronteras delProtectorado Norte, el general Beigbeder tuvo un encuentro con Hoare, embajadoringlés en Madrid. La respuesta, previa consulta a Londres, fue que Gran Bretañasólo comprendería la intervención española en el resto del sultanato, atendiendo asus deberes de potencia protectora; es decir, si éste hubiese caído en la anarquía.

42. A finales de septiembre de 1940, Vichy respondió a las reclamacioneshechas por Madrid en junio que estaba dispuesto a ceder Beni Zarual y los dere-chos sobre Tánger, pero a cambio de Ifni. Pese a esta primeras y escasa concesio-nes, Vichy afirmaba que dichas permutas no se realizarían hasta que no concluye-se la guerra.

Vista la cautela de Pétain, El Pardo decidió apoyarse en los alemanes. Peroéstos, que deseaban mantener a los franceses de buen grado, se habían vuelto másexigentes que en junio: pretendían a cambio una isla de Las Canarias, las posesio-nes de Guinea y, por supuesto, la entrada de España en la guerra.

Franco y Pétain se encontrarían en febrero de 1941. El asunto volvió a salirsobre la mesa y, tras dos meses de negociación, hubo un principio leve de acuerdopara revisar las fronteras no tanto sobre el acuerdo 1902, como pretendía España,sino sobre el de 1904.

43. A primeros de enero de 1941, son los británicos quienes sondean aMadrid, para asegurar su extraña no-beligerancia, ante el presentimiento de que,finalmente, Franco ceda a las presiones alemanas, que, por otra parte, el propiorégimen alimentaba magnificando todo lo germano, y lo hacen astutamente con elseñuelo de las reclamaciones españolas en África.

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El encargado de responder fue el general Aranda. Las peticiones de El Pardoeran las mismas que a Pétain: restablecer las fronteras según lo pactado en 1902 ynunca llevado a cabo.

A los ingleses se les antojó una petición excesiva, y el asunto fue congeladohasta ver cómo discurrían los acontecimientos bélicos.

44. Para este particular véase de F. Portero, Franco aislado. La cuestión espa-ñola (1945-1950), Madrid, 1989, pág. 34 y ss.

45. Era notorio que dentro del régimen de Franco hubo un influyente grupoanglófilo, identificado con los monárquicos, y que en el gobierno fue representadodurante la contienda nacional por el general Gómez-Jordana, ministro de AsuntosExteriores hasta 1939.

Este grupo, compuesto en su mayoría por aristócratas e intelectuales, exten-día sus redes hasta el mismo Juan March, uno de cuyos cuyo secretarios, el capi-tán Allan Hillgart, era un importante agente del MI5, que se quedó a residir parasiempre en Mallorca.

46. El cierre de la frontera se hizo efectivo al día siguiente, el 27 de febrero de1946.

47. Por la importancia que va a tener para toda la política internacional espa-ñola durante el resto del franquismo, ofrezco al lector la Resolución del 12 dediciembre de 1946, en su integridad: «En San Francisco, Postdam y Londres, lospueblos de las Naciones Unidas condenaron el régimen de Franco y decidieronque, mientras continuara el régimen, España no había de ser admitida en el senode las Naciones Unidas.

La Asamblea General, en su Resolución del 9 de febrero de 1946, recomen-dó a los Miembros de las Naciones Unidas que actuaran de acuerdo con el espírí-tu y la letra de las Declaraciones de San Francisco y Postdam.

Los pueblos de las Naciones Unidas dan al pueblo español seguridades de susimpatía constante y de que le espera una acogida cordial cuando las circunstan-cias permitan que sea admitido en el seno de las Naciones Unidas.

La Asamblea General recuerda que, en mayo y en junio de 1946, el Consejode Seguridad hizo un estudio sobre la posibilidad de que las Naciones Unidastomaran nuevas medidas. El Subcomité del Consejo de Seguridad encargado de talinvestigación llegó unánimemente a la conclusión de que

a) En origen, naturaleza, estructura y conducta general, el régimen de Francoes un régimen de carácter fascista, establecido en gran parte gracias a la ayuda reci-bida de la Alemania nazi de Hitler y de la Italia fascista de Mussolini.

b) Durante la prolongada lucha de las Naciones Unidas contra Hitler y Musso-lini, Franco, a pesar de las continuas protestas de los Aliados, prestó una ayuda con-

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siderable a las potencias enemigas. Primero, por ejemplo, de 1941 a 1945, la Divisiónde Infantería de la Legión Azul, la Legión Española de Voluntarios y la EscuadrillaAérea Salvador, pelearon en el frente oriental contra la Rusia soviética. Segundo, enel verano de 1940, España se apoderó de Tánger en violación del estatuto internacio-nal, y, debido a que España mantenía un importante ejército en el Marruecos Espa-ñol, gran cantidad de tropas aliadas quedaron inmovilizadas en el África del Norte.

c) Pruebas incontrovertibles demuestran que Franco fue, con Hitler y Musso-lini, parte culpable en la conspiración de guerra contra aquellos países que, final-mente, en el transcurso de la guerra mundial, formaron el conjunto de las Nacio-nes Unidas. Fue parte de la conspiración el que se pospondría la completa belige-rancia de Franco hasta el momento que se acordara mutuamente.

La Asamblea General,Convencida de que el Gobierno fascista de Franco en España fue impuesto al

pueblo español por la fuerza, con la ayuda de las potencias del Eje, a las que pres-tó ayuda material durante la guerra, no representa al pueblo español, y que por sucontinuo dominio de España está haciendo imposible la participación en asuntosinternacionales del pueblo español con los pueblos de las Naciones Unidas.

Recomienda que se excluya al Gobierno Español de Franco como miembrode los organismos internacionales establecidos por las Naciones Unidas o que ten-gan nexos con ellas, y de la participación en conferencias u otras actividades quepuedan ser emprendidas por las Naciones Unidas o por estos organismos, hastaque se instaure en España un gobierno nuevo y aceptable.

Deseando, además, asegurar la participación de todos los pueblos amantes dela paz, incluso, el pueblo de España, en la comunidad de naciones.

Recomienda que, si dentro de un tiempo razonable, no se ha establecido ungobierno cuya autoridad emane del consentimiento de los gobernados, que se com-prometa a respetar la libertad de palabra, de culto y de reunión, y esté dispuesto aefectuar prontamente elecciones en que el pueblo español, libre de intimidación yviolencia y sin tener en cuenta los partidos, pueda expresar su voluntad, el Conse-jo de Seguridad estudie las medidas necesarias que han de tomarse para remediarla situación.

Recomienda que todos los Miembros de las Naciones Unidas retiren inmedia-tamente a sus embajadores y ministros plenipotenciarios acreditados en Madrid.

La Asamblea General recomienda asimismo que los Estados miembros de lasNaciones Unidas informen al secretario general, en la próxima sesión de la Asam-blea, qué medidas han tomado de acuerdo con esta recomendación.

48. Los resultados de la votación fueron los siguientes; a favor: Austria, Bél-gica, Bolivia, Brasil, Bielorrusia, Chile, Chipre, Checoslovaquia, Dinamarca, Etio-

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pía, EE. UU., Francia, Guatemala, Haití, Islandia, India, Irán, Liberia, Luxembur-go, México, Nueva Zelanda, Nicaragua, Noruega, Panamá, Paraguay, Filipinas,Polonia, Reino Unido, Suecia, Ucrania, Uruguay, Unión Soviética, Venezuela yYugoslavia. En contra: Argentina, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, ElSalvador y Perú. Abstenciones: Afganistán, Arabia Saudita, Canadá, Colombia,Cuba, Egipto, Grecia, Honduras, Líbano, Holanda, Siria, Sudáfrica y Turquía.

49. A ese sui generis tradicionalismo que, sin reconocerse heredero del idea-rio absolutista del carlismo, es lo más parecido a él que se haya visto, se le ha veni-do llamando nacionalcatolicismo. O sea, un autoritarismo revestido de un fascis-mo de guardarropía, cuyo pensamiento medular era un puñado de valores de cas-tiza rebotica, de las que pintase atinadamente Galdós. Eso sí, ocultos por una prosapolítica inflamada de tropos narcotizantes y exaltados, muy digna de GasparNúñez de Arce.

50. Cuenta Salgado-Arujo la siguiente consideración de su primo, el Caudi-llo, acerca de Nasser: «—No es comunista… lo que sucede es que Rusia le prestasu ayuda financiera… cosa que no hacen los EE. UU. Por ello, no tiene más reme-dio que llevar una política de rentabilidad».

En F. Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco, Bar-celona, 1976, pág. 149.

51. Portero, F., op. cit., pág. 293 y ss.52. En 1926, el PCF había fundado la Estrella Norteafricana, un sección para

difundir su idea revolucionaria en los territorios franceses del Magreb. En 1928, elindependentista argelino Messali Hadj funda La Nación, su órgano de propagan-da. Sin embargo, estos esfuerzos, si tuvieron alguna repercusión, fue sobre todoentre los emigrantes a la metrópoli.

53. Tras la entrevista de Murphy con Ferhat Abbas, éste dimite de su puestoen las Delegaciones Finacieras, un consejo semigubernativo que asesoraba algobernador francés de Argelia. Este cargo se lo había concedio el gobierno deVichy tras su informe La Argelia de mañana, dirigido a Pétain. Abbas publica en1943 otro llamado Manifiesto del pueblo argelino, con el que ocultar el anterior yponerse al compás de los nuevos tiempos poscoloniales.

54. En Questions Nord-africaines, musulmanes et du Levant. Maroc: politi-que indigène. En Série Guerre, sous-série: Álger. CFLN-GPRF (1943-1944), vol.959, París. Trad. tomada de V. Morales Lezcano, y el subrayado es mío.

55. Los primeros serios atisbos de manifestaciones se produjeron en mayo de1946, con motivo de la represión de los franceses durante la revuelta de Sétif —la Constantina de Argelia—, y fueron reprimidos de un plumazo. Al año siguien-te, Varela decidió detener a la comisión que había enviado el Jalifa a El Cairo, y

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hubo nuevas manifestaciones de auxilio a los delegados, en Tetuán, que fueron dura-mente reprimidas. Y finalmente, tras los acuerdos de la Liga Árabe, de febrero de1947, para llevar el asunto marroquí a la ONU, Varela suspende los periódicos enlengua árabe del Protectorado y prohíbe la entrada a la comisión magrebí, encabe-zada por El Mehdi ben Ismail, Abd El Jalak Torres y Mohamed ben Abud.

Todos estos dictados de Varela entraban en contradicción con las proclamasdel Palacio de Santa Cruz en estos momentos.

56. El general Franco estimaba que Marruecos precisaría de 25 años más depresencia europea antes de estar listo para su independencia (en R. MenéndezPidal, Historia de España, vol. XLI, (dir. R. Carr), Madrid, 1996, pág. 273 yMorales Lezcano, op. cit., Madrid, 1988, pág. 162. De ahí que las promesas deArtajo sean mendaces, bien que útiles a la política hispano-árabe.

57. Como protesta a la expulsión de los políticos independentistas marroquíesde Tánger, la Liga Árabe acusó a Francia de conculcar la libertad y la independen-cia de Marruecos ante la ONU el diez de noviembre de 1952. En la asamblea deldía 19 diciembre siguiente, se aprobó la siguiente resolución, casi condenatoria,sobre todo por la falta de argumentos esgrimidos por Francia para su defensa:

«La Asamblea general,Habiendo debatido la “Cuestión de Marruecos” propuesta por trece Estados

miembros en el documento A/2. 175.Comprendiendo la necesidad de desarrollar relaciones amistosas entre las

naciones, basadas en el respeto al principio de igualdad de derechos y autodeter-minación de los pueblos.

Considerando que las Naciones Unidas, como centro para armonizar lasacciones con sus fines comunes según la Carta, deben esforzarse por evitar todaslas causas y factores de incomprensión entre los Estados miembros, reiterando asílos principios generales de cooperación para el mantenimiento de la paz y seguri-dad internacionales.

1) Expresa la confianza en que, en cumplimiento de sus promesas políticas, elGobierno de Francia se esforzará por promover las libertades fundamentales delpueblo de Marruecos, conforme a los propósitos y principios de la Carta.

2) Expresa la esperanza de que las partes continuarán las negociaciones sobrela base de la urgencia hacia el desarrollo de las instituciones políticas libres del pue-blo Marruecos, con el debido respeto a los derechos legítimos e intereses someti-dos a los normas y prácticas del derecho de las naciones.

3) Apela a las partes a conducir sus relaciones en una atmósfera de buenavoluntad, confianza mutua y respeto para resolver los problemas que pudieranagravar la presente tensión.»

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En fin, que exige, aunque tímidamente, a Francia la legalización de los naciona-listas y sus actividades antifrancesas; o lo que es lo mismo: que se haga el harakiri comopotencia protectora.

58. Comenta el propio Franco el cuatro de diciembre de 1956, o sea, tres añosdespués, sobre todo este suceso: «La conducta de Francia prescindiendo del sultánlegítimo ha contribuido a que la independencia fuese bien acogida por Marruecosentero, tanto en una zona como en la otra. Además, Francia hizo esto sin consul-tarnos, y de ahí el gran resentimiento de Valiño, que realizó una política en contrade los intereses de nuestros vecinos y que repercutió como es natural en el apresu-ramiento de obtener la independencia conseguida prematuramente». Franco Sal-gado Araujo, F., op. cit., pág. 189.

Un año después, el 27 de diciembre de 1957, el dictador reitera su opinión,echándole las culpas por precipitar la independencia a García Valiño y a los fran-ceses, contra su teoría de los 25 años: « El error de Francia fue haber deportado ydestronado al sultán legítimo, pues ello contribuyó a la unión de todos los marro-quíes y aceleró la independencia, que no se hubiese producido tan rápidamente deno darse esta circunstancia. Valiño también tuvo la culpa por su política personalantifrancesa». Ibídem, pág. 223.

A lo que sólo cabe una pregunta, ¿no seguiría García Valiño consignas o insi-nuaciones del propio Franco, aunque luego las exagerara? ¿Por qué olvida el dic-tador que el sultán movía los hilos de los nacionalistas a su antojo?

59. Dice el alto comisario en aquella ocasión: «España es fiel cumplidora de suscompromisos contraídos con Marruecos, y no puede ver con indiferencia los sucesospolíticos acaecidos en la zona vecina y las repercusiones naturales que han de tener ennuestra zona... Difícil será en lo sucesivo que un clima de confianza permita la colabo-ración (hispano-francesa)». En Boletines Especiales de Información, v. VIII, núm. 186.

60. El cuatro de diciembre de 1956, once meses antes de que estalle la guerrade Ifni, el general Franco le confiesa a su primo sobre este particular: «Yo fui quiendefendió al sultán legítimo —en honor a la verdad, más bien fue a petición de Gar-cía Valiño que a iniciativa del propio Franco, aunque éste lo oculte— . Hubo unerror de García Valiño pues hizo una política antifrancesa protegiendo al Ejércitode Liberación, que, como es lógico, más tarde se volvió contra nosotros. Yo orde-né que no se amparase de ningún modo a los fugitivos de dicho ejército, a lo queGarcía Valiño se resistió y pensé incluso en sustituirle». Franco Salgado-Araujo, F.,op. cit., págs. 189 y 190.

Este testimonio, si no está errado de fechas, es sumamente importante, por-que el Ejército de Liberación acaba de penetrar consentidamente en territorio espa-ñol; ¿por qué no lo ha impedido Franco, si ya había demostrado su hostilidad?

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