Leyendas Gustavo Adolfo Bcquer
ndice
El gnomo
La corza blanca
El beso
El caudillo de las manos rojas
La cruz del Diablo
Creed en Dios
La promesa
El Cristo de la calavera
La cueva de la mora
La ajorca de oro
El monte de las nimas
Los ojos verdes
Maese Prez el organista
El rayo de luna
El miserere
La rosa de la pasin
El gnomo
(Leyenda aragonesa)
Las muchachas del lugar volvan de la fuente con sus cntaros en la cabeza. Volvan
cantando y riendo con un ruido y una algazara de una banda de golondrinas cuando
revolotean espesas como el granizo alrededor de la veleta de un campanario.
En el prtico de la iglesia, y sentado al pie de un enebro, estaba el to Gregorio. El to
Gregorio era el ms viejecito del lugar. Tena cerca de noventa nacidades, el pelo
blanco, la boca de risa, los ojos alegres y las manos temblonas. De nio fue pastor; de
joven, soldado. Despus cultiv una pequea heredad, patrimonio de sus padres, hasta
que, por ltimo, le faltaron las fuerzas y se sent tranquilamente a esperar su muerte,
que ni tema ni deseaba. Nadie contaba un chascarrillo con ms gracia que l, ni saba
historias ms estupendas, ni traa a cuento tan oportunamente un refrn, una sentencia o
un adagio.
Las muchachas, al verlo, apresuraron el paso con nimo de irle a hablar, y cuando
estuvieron en el prtico todas comenzaron a suplicarle que les contase una historia con
que entretener el tiempo que an faltaba para hacerse de noche, que no era mucho, pues
el sol poniente hera de soslayo la tierra y las sombras de los montes se dilataban por
momentos a lo largo de la llanura.
El to Gregorio escuch sonriendo la peticin de las muchachas, las cuales, una vez
obtenida la promesa de que les referiria alguna cosa, dejaron los cntaros en el suelo y,
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sentndose a su alrededor, formaron un corro, en cuyo centro qued el viejecito, que
comenz a hablarles de esta manera:
No os contar una historia, porque aunque recuerdo algunas en este momento, ataen a
cosas tan graves que ni vosotras, que sois unas locuelas me prestarais atencin para
escucharlas, ni a m, por lo avanzado de la tarde, me quedara espacio para referirlas. Os
dar en su lugar un consejo.
Un consejo!, exclamaron las muchachas con aire visible de mal humor, no es para or
consejos para lo que nos hemos detenido. Cuando nos hagan falta ya nos los dar el
seor cura.
Es, prosigui el anciano con su habitual sonrisa y su voz cansada y temblorosa, que el
seor cura acaso no sabra droslo en esta ocasin tan oportuna como os lo puede dar el
to Gregorio, porque l, ocupado en sus rezos y letanas, no habr echado, como yo, de
ver que cada da vais por agua a la fuente ms temprano y volvis ms tarde.
Las muchachas se miraron entre s con una imperceptible sonrisa de burla, no faltando
algunas de las que estaban colocadas a su espalda que se tocasen la frente con el dedo,
acompasando su accin con un gesto significativo.
Y qu mal encontris en que nos detengamos en la fuente charlando un rato con las
amigas y las vecinas?, dijo una de ellas, andan, acaso, chismes en el lugar porque los
mozos salen al camino a echarnos flores o vienen a brindarse para traer nuestros
cntaros hasta la entrada del pueblo?
De todo hay, contest el viejo a la moza que le habia dirigido la palabra en nombre de
sus compaeras, las viejas del lugar murmuraban de que hoy vayan las muchachas a
loquear y entretenerse a un sitio al cual ellas llegaban de prisa y temblando a tomar el
agua pues slo de all puede traerse, y yo encuentro mal que perdis, poco a poco, el
temor que a todos inspira el sitio donde se halla la fuente, porque poda acontecer que
alguna vez os sorprendiese en l la noche.
El to Gregorio pronunci estas ltimas palabras con un tono tan lleno de misterio, que
las muchachas abrieron los ojos espantadas para mirarlo y , con mezcla de curiosidad y
burla, tornaron a insistir:
La noche!, pues qu pasa de noche en ese sitio, que tales aspavientos hacis y con tan
temerosas y oscuras palabras nos hablis de lo que all podra acontecernos? Se nos
comern acaso los lobos?
Cuando el Moncayo se cubre de nieve, los lobos, arrojados de sus guaridas, bajan en
rebaos por su falda, y ms de una vez los hemos oido aullar en horroroso concierto no
slo en los alrededores de la fuente, sino en las mismas calles del lugar; pero no son los
lobos los huspedes ms temibles del Moncayo. En sus profundas simas, en sus
cumbres solitarias y speras, en su hueco seno, viven unos espritus diablicos que
durante la noche bajan por sus vertientes como un enjambre, y pueblan el vacio y
hormiguean en la llanura, y saltan de roca en roca, juegan entre las aguas o se mecen en
las desnudas ramas de los rboles. Ellos son los que allan en las grietas de las peas;
ellos los que forman y empujan esas inmensas bolas de nieve que bajan rodando desde
los altos picos y arrollan y aplastan cuanto encuentran a su paso; ellos los que llaman
con el granizo a nuestros cristales en las noches de lluvia y corren como llamas azules y
ligeras sobre el haz de los pantanos. Entre estos espritus que arrojados de las llanuras
por las bendiciones y exorcismos de la Iglesia, han ido a refugiarse a las crestas
inaccesibles de las montaas, los hay de diferente naturaleza y que al aparecer a
nuestros ojos se revisten de formas variadas. Los ms peligrosos, sin embargo, los que
se insinan con dulces palabras en el corazn de las jvenes y las deslumbran con
promesas magnficas, son los gnomos.Los gnomos, viven en las entraas de los montes.
Conocen sus caminos subterrneos y eternos guardadores de los tesoros que encierran,
velan da y noche junto a los veneros de los metales y las piedras preciosas. Veis,
prosigui el viejo, sealando con el palo que le serva de apoyo la cumbre del Moncayo,
que se levantaba a su derecha, destacndose oscura y gigantesca sobre el cielo violado y
brumoso del crepsculo, veis esa inmensa mole coronada an de nieve? Pues en su seno
tienen sus moradas esos diablicos espritus. El palacio que habitan es horroroso y
magnifico a la vez.
Hace muchos aos que un pastor, siguiendo a una res extraviada, penetr por la boca de
una de esas cuevas, cuyas entradas cubren espesos matorrales y cuyo fin no ha visto
ninguno. Cuando volvi al lugar estaba plido como la muerte. Haba sorprendido el
secreto de los gnomos, haba respirado su envenenada atmsfera y pag su atrevimiento
con la vida; pero antes de morir refiri cosas estupendas. Andando por aquella caverna
adelante haba encontrado, al fin, unas galeras subterrneas e inmensas, alumbradas con
un resplandor dudoso y fantstico, producido por las fosforescencias de las rocas
semejantes all a grandes pedazos de cristal cuajados en mil formas caprichosas y
extraas.
El suelo, la bveda y las paredes de aquellos extensos salones, obra de la naturaleza,
parecan jaspeados como los mrmoles ms ricos, pero las vetas que los cruzaban eran
de oro y de plata, y entre aquellas vetas brillantes se vean, como incrustadas, multitud
de piedras preciosas de todos los colores y tamaos. All haba jacintos y esmeraldas en
montn, y diamantes y rubes, y zafiros, y qu s yo, otras muchas piedras desconocidas
que l no supo nombrar, pero tan grandes y tan hermosas, que sus ojos se deslumbraron
al contemplarlas. Ningn ruido exterior llegaba al fondo de la fantstica caverna; slo se
percbian, a intervalos, unos gemidos largos y lastimeros del aire que discurra por aquel
laberinto encantado, un rumor confuso de fuego subterraneo que herva comprimido, y
murmullos de aguas corrientes que pasaban sin saberse por dnde.
El pastor, solo y perdido en aquella inmensidad, anduvo no s cuntas horas sin hallar la
salida, hasta que, por ultimo, tropez con el nacimiento del manantial cuyo murmullo
haba odo. ste brotaba del suelo como una fuente maravillosa, con un salto de agua
coronado de espuma que caa formando una vistosa cascada y produciendo un murmullo
sonoro al alejarse resbalando por entre las quebraduras de las peas. A su alrededor
crecan unas plantas nunca vistas, con hojas anchas y gruesas las unas, delgadas y largas
como cintas flotantes las otras.
Medio escondidos entre aquella hmeda frondosidad discurran unos seres extraos, en
parte hombres, en parte reptiles, o ambas cosas a la vez, pues, transformndose
continuamente, ora parecan criaturas humanas deformes y pequeuelas, ora
salamandras luminosas o llamas fugaces que danzaban en circulos sobre la cspide del
surtidor. All , agitndose en todas direcciones, corriendo por el suelo en forma de
enanos repugnantes y contrahechos, encaramndose en las paredes, babeando y
retorcindose en figura de reptiles o bailando con apariencia de fuegos fatuos sobre el
haz de agua, andaban los gnomos, seores de aquellos lugares, cantando y removiendo
sus fabulosas riquezas.
Ellos saben dnde guardan los avaros esos tesoros que en vano buscan despus los
herederos, ellos conocen el lugar donde los moros, antes de huir, ocultaron sus joyas, y
las alhajas que se pierden, las monedas que se extravan, todo lo que tiene algn valor y
desaparece, ellos son los que lo buscan, lo encuentran y lo roban para esconderlo en sus
guaridas, porque ellos saben andar todo el mundo por debajo de la tierra y por caminos
secretos e ignorados.
All tenan pues, hacinados en montn toda clase de objetos raros y preciosos. Haba
joyas de un valor inestimable, collares y gargantillas de perlas y piedras finas, nforas
de oro de forma antiqusima llenas de rubes, copas cinceladas, armas ricas, monedas
con bustos y leyendas imposibles de conocer o descifrar, tesoros, en fin, tan fabulosos e
inmensos, que la imaginacin apenas puede concebirlos. Y todo brillaba a la vez,
lanzando unas chispas de colores y unos reflejos tan vivos, que pareca como que todo
estaba ardiendo y se mova y temblaba. Al menos, el pastor refiri que as le haba
parecido.
Al llegar aqu, el anciano se detuvo un momento. Las muchachas, que comenzaron por
or la relacin del to Gregorio con una sonrisa de burla, guardaban entonces un
profundo silencio, esperando a que continuase, con los ojos espantados, los labios
ligeramente entreabiertos y la curiosidad y el inters pintados en el rostro. Una de ellas
rompi el silencio y exclam sin poderse contener, entusiasmada al or la descripcin de
las fabulosas riquezas que se haban ofrecido a la vista del pastor:
Y que, no se trajo nada de aquello?
Nada, contesto el to Gregorio
Qu tonto! , exclamaron a coro las muchachas.
El cielo le ayud en aquel trance, prosigui el anciano, pues en aquel momento en que
la avaricia, que a todo se sobrepone, comenzaba a disipar su miedo y, alucinado a la
vista de aquellas joyas, de las cuales una sola bastara a hacerlo poderoso, el pastor iba a
apoderarse de algunas, dice que oy, maravillaos del suceso!, oy claro y distinto en
quellas profundidades, y a pesar de las carcajadas y las voces de los gnomos, del
hervidero del fuego subterrneo, del rumor de las aguas corrientes y de los lamentos del
aire, digo, como si estuviese al pie de la colina en que se encuentra, el clamor de la
campana que hay en la ermita de Nuestra Seora del Moncayo. Al or la campana, que
tocaba la avemara, el pastor cay al suelo invocando a la Madre de Nuestro Seor
Jesucristo; y sin saber cmo ni por dnde, se encontr fuera de aquellos lugares y en el
camino al pueblo, echado en una senda y presa de un gran estupor, como si hubiera
salido de un sueo. Desde entonces se explic todo el mundo por qu la fuente del lugar
trae a veces entre sus aguar como un polvo finsimo de oro y cuando llega la noche, en
el rumor que produce se oyen palabras confusas, palabras engaosas con que los
gnomos que la inficionan desde su nacimiento procuran seducir a los incautos que les
prestan odos, prometindoles riquezas y tesoros que han de ser su condenacin.
Cuando el to gregorio llegaba a este punto de su historia, ya la noche haba entrado y la
campana de la iglesia comenz a tocar las oraciones. Las muchachas se persignaron
devotamente, murmurando un avemara en voz baja y, despus de despedirse del to
Gregorio, que les torn a aconsejar que no perdieran el tiempo en la fuente, cada cual
tom su cntaro, y todas juntas salieron silenciosas y preocupadas del atrio de la iglesia.
Ya lejos del sitio en que se encontraron al viejecito, y cuando estuvieron en la plaza del
lugar, donde haban de separarse, exclam la ms resuelta y decidora de ellas:
Vosotras creis algo de las tonteras que nos ha contado el to Gregorio?
Yo, no!, dijo una.
Yo tampoco!, exclam la otra.
Ni yo!, repitieron las dems, burlndose con risas de su credulidad de un momento.
El grupo de las mozuelas se disolvi, alejndose cada cual hacia uno de los extremos de
la plaza. Luego que doblan las esquinas de las diferentes calles que venan a
desembocar en aquel sitio, dos muchachas, las nicas que no haban despegado an los
labios para protestar con sus burlas contra la veracidad del to Gregorio, y que
preocupadas con la maravillosa relacin, parecan absortas en sus ideas, se marcharon
juntas, y con esta lentitud propia de las personas distradas, por una calleja sombra,
estrecha y tortuosa.
De aquellas dos muchachas, la mayor, que pareca tener unos veinte aos, se llamaba
Marta,y la ms pequea que an no haba cumplido los dieciseis, Magdalena.
El tiempo que dur el camino, ambas guardaron profundo silencio; pero cuando
llegaron a los umbrales de la casa y dejaron los cntaros en el asiento de piedra del
portal, Marta le dijo a Magdalena:
Y t crees en las maravillas del Moncayo y en los espiritus de la fuente...?
Yo, contest Magdalena con sencillez, yo creo en todo. Dudas t acaso?
Oh, no!, se apresur a interrumpir Marta, yo tambien creo en todo. En todo... lo que
deseo creer.
II
Marta y Magdalena eran hermanas. Hurfanas desde los primeros aos de la niez,
vivan miserablemente a la sombra de una pariente de su madre, que las haba recogido
por caridad, y que a cada paso les haca sentir con sus dicterios y sus humillantes
palabras el peso de su beneficio. Todo pareca contribuir a que se estrechasen los lazos
de cario entre aquellas dos almas, hermanas no slo por el vnculo de la sangre, sino
por los de la miseria y el sufrimiento, y. sin embargo, entre Marta y Magdalena exista
una sorda emulacin, una secreta antipata, que slo pudiera explicar el estudio de sus
caracteres, tan en absoluta contraposicin como sus tipos.
Marta era altiva, vehemente en sus inclinaciones y de una rudeza salvaje en la expresin
de sus afectos. No saba ni rer ni llorar, y por eso no haba llorado ni redo nunca.
Magdalena, por el contrario, era humilde, amante, bondadosa, y en ms de una ocasin
se la vio llorar y rer a la vez como los nios.
Marta tena los ojos ms negros que la noche, y de entre sus oscuras pestaas dirase
que a intervalos saltaban chispas de fuego como de un carbn ardiente.
La pupila azul de Magdalena pareca nada en un fluido de luz dentro del cerco de oro de
sus pestaas rubias. Y todo era en ellas armnico con la diversidad de expresin de sus
ojos. Marta, enjutada de carnes, quebrada de color, de estatura esbelta, movimientos
rgidos y cabellos crespos y oscuros, que sombreaban su frente y caan por sus hombros
como un manto de terciopelo, formaba un singular contraste con Magdalena, blanca,
rosada, pequea, infantil en su fisonoma y sus formas y con unas trenzas rubias que
rodeaban sus sienes, semejantes al nimbo dorado de la cabeza de un ngel.
A pesar de la inexplicable repulsin que sentan la una por la otra, las dos hermanas
haban vivido hasta entonces en una especie de indiferencia, que hubiera podido
confundirse con la paz y el afecto. No haban tenido caricias que disputarse ni
preferencias que envidiar, iguales en la desgracia y el dolor. Marta se haba encerrado
para sufrir en su egosta y altivo silencio, y Magdalena, encontrando seco el corazn de
su hermana, lloraba a solas cuando las lgrimas se agolpaban involuntariamente a sus
ojos.
Ningn sentimiento era comn entre ellas. Nunca se confiaron sus alegras y pesares, y,
sin embargo, el nico secrto que procuraban esconder en lo ms profundo del corazn
se lo haban adivinado mutuamente, con ese instinto maravilloso de la mujer enamorada
y celosa. Marta y Magdalena tenan, efectivamente, puestos sus ojos en un mismo
hombre.
La pasin de la una era el deseo tenaz, hijo de un carcter indomable y voluntarioso; en
la otra, el cario se pareca a esa vaga y espontnea ternura de la adolescencia, que,
necesitando un objeto en que emplearse, ama el primero que se ofrece a su vista. Ambas
guardaban el secreto de su amor, porque el hombre que lo haba inspirado tal vez
hubiera hecho mofa de un cario que se podia interpretar como ambicin absurda, en
unas muchachas plebeyas y miserables. Ambas, a pesar de la distancia que las separaba
del objeto de su pasin, alimentaban una esperanza remota de poseerlo.
Cerca del lugar, y sobre un alto que dominaba los contornos, haba un antiguo castillo
abandonado por sus dueos. Las viejas, en las noches de velada, referan una historia
llena de maravillas acerca de sus fundadores. Contaban que, hallndose el rey de
Aragn en guerra con sus enemigos, agotados ya sus recursos, abandonado de sus
parciales y prximo a perder el trono, se le present un da una pastorcilla de aquella
comarca, y despus de revelarle la existencia de unos subterrneos por donde poda
atravesar el Moncayo sin que se apercibiesen sus enemigos, le dio un tesoro en perlas
finas, riquisimas piedras preciosas y barras de oro y de plata, con las cuales el rey pag
sus mesnadas, levant un poderoso ejrcito y, marchando por debajo de la tierra durante
toda una noche, cay al otro da sobre sus contrarios y los desbarat, asegrandose la
corona en su cabeza.
Despus que hubo alcanzado tan sealada victoria cuentan que dijo el rey a la
pastorcita: Pdeme lo que quieras, que aun cuando fuese la mitad de mi reino, juro que
te lo he de dar al instante. Yo no quiero ms que volver a cuidar mi rebao,
respondi la pastorcilla, No cuidaras sino de mis fronteras, le replic el rey, y le dio
el seorio de toda la raya y le mand edificar una fortaleza en el pueblo ms fronterizo a
Castilla, adonde se traslad la pastora, casada ya con uno de los favoritos del rey, noble
galn, valiente y seor asimismo de muchas fortalezas y muchos feudos.
La estupenda relacin del to Gregorio acerca de los gnomos del Moncayo, cuyo secreto
estaba en la fuente del lugar, exalt nuevamente las locas fantasias de las dos
enamoradas hermanas, contemplando, por decirlo as, la ignorante historia del tesoro
hallado por la pastorcita de la conseja, tesoro cuyo recuerdo haba turbado ms de una
vez sus noches de insomnio y de amargura, prestndose a su imaginacin como un dbil
rayo de esperanza.
La noche siguiente a la tarde del encuentro con el to Gregorio, todas las muchachas del
lugar hicieron conversacin en sus casas de la estupenda historia que les haba referido.
Marta y Magdalena guardaron un profundo silencio y ni en aquella noche ni en todo el
da que amaneci despus volvieron a cambiar una sola palabra relativa al asunto, tema
de todas las conversaciones y objeto de los comentarios de sus vecinas.
Cuando lleg la hora de costumbre, Magdalena tom su cntaro y le dijo a su hermana:
Vamos a la fuente?
Marta no contest, y Magdalena volvi a decirle:
Vamos a la fuente?, mira que si no nos apresuramos se pondr el sol antes de la vuelta.
Marta exclam al fin, con acento breve y spero:
Yo no quiero ir hoy.
Ni yo tampoco, aadi Magdalena despus de un instante de silencio, durante el cual
mantuvo los ojos clavados en los de su hermana, como si quisiera adivinar en ellos la
causa de su resolucin.
III
Las muchachas del lugar haca cerca de una hora que estaban de vuelta en sus casas. La
ltima luz del crepsculo se haba apagado en el horizonte y la noche comenzaba a
cerrar de cada vez ms oscura, cuando Marta y Magdalena, esquivndose mutuamente y
cada cual por diverso camino, salieron del pueblo con direccin a la fuente misteriosa.
La fuente brotaba escondida entre unos riscos cubiertos de musgo en el fondo de una
larga alameda.
Despus que se fueron apagando poco a poco los rumores del da y no se escuchaba el
lejano eco de la voz de los labradores que vuelven, caballeros en sus yuntas, cantando al
comps del timn del arado que arrastran por la tierra; despus que se dej de percibir el
montono ruido de las esquilillas del ganado, y las voces de los pastores, y el ladrillo de
los perros que renen las reses, y son en la torre de oraciones, rein ese doble y
augusto silencio de la noche y soledad, silencio lleno de murmullos extraos y leves,
que lo hacen an ms perceptible.
Marta y Magdalena se deslizaron por entre el laberinto de los rboles, y protegidas por
la oscuridad, llegaron sin verse al fin de la alameda. Marta no conoca el temor, y sus
pasos eran firmes y seguros. Magdalena temblaba con el ruido que producan sus pies al
hollar las hojas secas que tapizaban el suelo.
Cuando las dos hermanas estuvieron junto a la fuente, el viento de la noche comenz a
agitar las copas de los lamos, y el murmullo de sus soplos desiguales pareca responder
el agua del manential con un rumor acompasado y uniforme.
Marta y Magdalena prestaron atencin a aquellos ruidos que pasaban bajo sus pies
como un susurro constante y sobre sus cabezas como un lamento que naca y se apagaba
para tornar a crecer y dilatarse por la espesura. A medida que transcurran las horas,
aquel sonar eterno del aire y el agua empez a producirles una extraa exaltacin, una
especie de vrtigo que, turbando la vista y zumbando en el odo, parecia transtornarlas
por completo.
Entonces, a la manera que se oye hablar entre sueos con un eco lejano y confuso, les
pareci percibir entre aquellos rumores sin nombre sonidos inarticulados, como los de
un nio que quiere y no puede llamar a su madre; luego, palabras que se repetan una
vez y otra, siempre lo mismo; despus, frases inconexas y dislocadas, sin orden ni
sentido y por ltimo... por ltimo, comenzaron a hablar el viento vagando entre los
rboles y el agua saltando de risco en risco.
Y hablaban as:
El agua: Mujer, mujer! yeme..., yeme y acrcate para orme que yo besar tus pies
mientras tiemblo al copiar tu imagen en el fondo sombro de mis ondas yeme, que
mis murmullos son palabras!
El viento: Nia! nia gentil, levanta tu cabeza, djame en paz besar tu frente, en tanto
que agito tus cabellos!, nia gentil, escchame, que yo s hablar tambin y te
murmurar al odo frases cariosas.
Marta: Habla, que yo te comprender, porque mi inteligencia flota en un vrtigo como
flotan tus palabras indecisas!, habla misteriosa corriente.
Magdalena: Tengo miedo. Aire de la noche,aire de perfumes, refresca mi frente que
arde! Dime algo que me infunda valor, porque mi espritu vacila.
El agua: Yo he cruzado el tenebroso seno de la tierra, he sorpendido el secreto de su
maravillosa fecundidad y conozco todos los fenmenos de sus entraas, donde
germinan las futuras creaciones. Mi rumor adormece y despierta. Despierta t, que lo
comprendes.
El viento: Yo soy el aire que mueve los ngeles con sus alas inmensas al cruzar por el
espacio. Yo amontono en el Occidente las nubes que ofrecen al sol un lecho de prpura
y traigo al amanecer, con las neblinas que se deshacen en gotas, una lluvia de perlas
sobre las flores. Mis suspiros son un blsamo. breme tu corazn y lo inundar de
felicidad.
Marta: Cuando yo o por primera vez el murmullo de una corriente subterrnea, no en
balde me inclinaba a la tierra prestndole odo. Con ella iba un misterio que yo deba
comprender al cabo.
Magdalena: Suspiros del viento, yo os conozco vosotros me acariciabis dormida
cuando, fatigada por el llanto, me rendia al sueo en mi niez y vuestro rumor se me
figuraban palabras de una madre que arrulla a su hija.
El agua enmudeci por algunos instantes, y no sonaba sino como agua que se rompe
entre peas. El viento call tambin, y su ruido no fue otra cosa que ruido de hojas
movidas. As paso algn tiempo, y despus volvieron a hablar, y hablaron as:
El agua: Despus de infiltrarme gota a gota a travs del filn de oro de una mina
inagotable, despus de correr por un lecho de plata y saltar como sobre guijarros entre
un sinnmero de zafiros y amatistas, arrastrando, en vez de arenas, diamantes y rubes,
me he unido en misterioso consorcio a un genio. Rica con su poder y con las ocultas
virtudes de las piedras preciosas y los metales, de cuyos tomos vengo saturada, puedo
ofrecerte cuanto ambicionas. Yo tengo la fuerza de un conjuro, el poder de un talisman
y la virtud de las siete piedras y los siete colores.
El viento: Yo vengo de vagar por la llanura, y como la abeja que vuelve a la colmena
con su botn de perfumadas mieles, traigo suspiros de mujer, plegarias de nio, palabras
de casto amor y aromas de nardos y azucenas silvestres. Yo no he recogido a mi paso
ms que perfumes y ecos de armonas. Mis tesoros son inmateriales: pero ellos dan la
paz del alma y la vaga felicidad de los sueos venturosos.
Mientras su hermana, atrada como por un encanto se inclinaba al borde de la fuente
para or mejor, Magdalena se iba instintivamente separando de los riscos entre los
cuales brotaba el manantial.
Ambas tenan sus ojos fijos, la una en el fondo de las aguas, la otra en el fondo del
cielo.
Y exclamaba Magdalena, mirando brillar los luceros en la altura:
Esos son los nimbos de la luz de los ngeles invisibles que nos custodian.
En tanto deca Marta, viendo temblar en la linfa de la fuente el reflejo de las estrellas:
Esas son las partculas de oro que arrastra el agua en su misterioso curso.
El manantial y el viento, que por segunda vez haban enmudecido un instante, tornaron
a hablar, y dijeron:
El agua: Remonta mi corriente, desndate del temor como de una vestidura grosera y
osa traspasar los umbrales de lo desconocido. Yo he adivinado que tu espritu es de la
esencia de los espritus superiores. La envidia te habr arrojado tal vez del cielo para
revolcarte en el lodo de la miseria. Yo veo, sin embargo, en tu frente sombra un sello
de altivez que te hace digna de nosotros, espritus fuertes y libres... Ven, yo te voy a
ensear palabras mgicas de tal virtud, que al pronunciarlas se abrirn las rosas y te
brindarn con los diamantes que estn en su seno, como las perlas en las conchas que
sacan del fondo del mar los pescadores. Ven; te dar tesoros para que vivas feliz, y ms
tarde, cuando se quiebre la crcel que lo aprisiona, tu espiritu se asimilar a los nuestros,
que son espritus hermanos, y todos confundidos, seremos la fuerza motora, el rayo vital
de la creacin, que circula como un fluido por sus arterias subterrneas.
El viento: El agua lame la tierra y vive en el cieno. Yo discurro por las regiones etreas
y vuelo en el espacio sin limites. Sigue los movimientos de tu corazn, deja que tu alma
suba como la llama y las azules espirales del humo. Desdichado el que, teniendo alas,
desciende de las profundidades para buscar el oro, pudiendo remontarse a la altura para
encontrar amor y sentimiento!
Vive oscura como la violeta, que yo te traer en un beso fecundo el germen vivificador
de otra flor hermana tuya y rasgar las nieblas para que no falte un rayo de sol que
ilumine tu alegra. Vive oscura, vive ignorada, que cuando tu espiritu se desate, yo lo
subir a las regiones de la luz en una nuebe roja.
Callaron el viento y el agua y apareci el gnomo. El gnomo era un hombrecillo
transparente, una especie de enano de luz semejante a un fuego fatuo, que se rea a
carcajadas, sin ruido, y saltaba de pea en pea y mareaba con su vertiginosa movilidad.
Unas veces se sumerga en el agua y continuaba brillando en el fondo como una joya de
piedras de mil colores, otras sala a la superficie y agitaba los pies y las manos, y
sacudia la cabeza a un lado y a otro con una rapidez que tocaba en prodigio.
Marta vio al gnomo y le estuvo siguiendo con la vista extraviada en todas sus
extravagantes evoluciones y cuando el diablico espritu se lanz al fin por entre las
escabrosidades del Moncayo como una llama que corre, agitando su cabellera de
chispas, sinti una especie de atraccin irresistible y sigui tras l con una carrera
frentica.
Magdalena!, deca en tanto el aire, que se alejaba lentamente.
Y Magdalena paso a paso y como una sonmbula guiada en el sueo por una voz amiga,
sigui tras la rfaga, que iba suspirando por la llanura. Despus todo qued otra vez en
silencio en la oscura alameda, y el viento y el agua siguieron resonando con los
murmullos y los rumores de siempre.
IV
Magdalena torn al lugar plida y llena de asombro. A Marta la esperaron en vano toda
la noche.
Cuando lleg la tarde del otro da, las muchachas encontraron un cntaro roto al borde
de la fuente de la alameda. Era el cntaro de Marta, de la cual nunca volvi a saberse.
Desde entonces las muchachas del lugar van por agua tan temprano, que madrugan con
el sol. Algunas me han asegurado que de noche se ha oido en ms de una ocasin el
llanto de Marta, cuyo espiritu vive aprisionado en la fuente. Yo no s qu crdito dar a
esta ltima parte de la historia , porque la verdad es que desde entonces ninguno se ha
atrevido a penetrar para orlo en la alameda despus del toque de avemara.
La corza blanca
En un pequeo lugar de Aragn , y all por los aos de mil trescientos y pico, viva
retirado en su torre seorial un famoso caballero llamado don Dions, el cual despus de
haber servido a su rey en la guerra contra infieles, descansaba a la sazn, entregado al
alegre ejercicio de la caza, de las rudas fatigas de los combates.
Aconteci una vez a este caballero, hallndose en su favorita diversin acompaado de
su hija, cuya belleza singular y extraordinaria blancura le haban granjeado el
sobrenombre de la Azucena, que como se les entrase a ms andar el da engalfados en
perseguir a una res en el monte de su feudo, tuvo que acogerse durante las horas de la
siesta, a una caada por donde corra un riachuelo, saltando de roca en roca con un ruido
manso y agradable.
Hara cosa de unas horas que don Dions se encontraba en aquel delicioso lugar,
recostado sobre la menuda grama a la sombra de una chopera, departiendo
amigablemente con sus monteros sobre las peripedias del da, y refirindose unos a
otros las aventuras ms o menos curiosas que en su vida de cazadores les haban
acontecido, cuando por lo alto de la empinada ladera y a travs de los alternados
murmullos del viento que agitaba las hojas de los rboles, comenz a percibirse, cada
vez ms cerca, el sonido de una esquililla a las del guin de un rebao.
En efecto, era as, pues a poco de haberse odo la esquililla empezaron a saltar por entre
las apiadas matas de cantueso y tomillo y a descender a la orilla opuesta del riachulo,
hasta unos cien corderos blancos como la nieve, detrs de los cuales, con su casperuza
calada para libertarse la cabeza de los perpendiculares rayos del sol, y su atillo al
hombro en la punta de un palo, apareci el zagal que los conduca.
A propsito de aventuras extraordinarias exclam al verle uno de los monteros de
don Dions, dirigindose a su seor, ah teneis a Esteban, el zagal que de un tiempo a
esta parte anda ms tonto que lo que naturalmentre lo hizo Dios, que no es poco, y el
cual puede haceros pasar un rato divertido refiriendo la causa de sus continuos sustos.
Pues qu le acontece a ese pobre diablo? inquiri don Dions con aire de
curiosidad picada.
Friolera! aadi el montero en tono de zumba, es el caso que, sin haber nacido en
Viernes Santo, ni estar sealado con la cruz, ni hallarse en relaciones con el demonio a
lo que se puede colegir de sus hbitos de cristiano viejo, se encuentra, sin saber cmo ni
por donde , dotado de la facultad ms maravillosa que ha posedo hom,bre alguno, a no
ser Salomn, de quien se dice que saba hasta el lenguaje de los pjaros.
Y a qu se refiere esa facultad maravillosa?, se refiere, prosigui el montero, a que,
segn l afirma, y lo jura y lo perjura por todo lo ms sagrado del mundo, los ciervos
que discurren por estos montes se han dado de ojo para no dejarle en paz, siendo lo ms
gracioso del caso que en ms de una ocasin los ha sorpendido concertando entre s las
burlas que han de hacerle y despus que estas burlas se han llevado a trmino, ha odo
las ruidosas carcajadas con las que las celebran.
Mientras esto deca el montero, Constanza, que as se llamaba la hermosa hija de don
Dions, se haba aproximado al grupo de los cazadores, y como demostrase su
curiosidad por conocer la extraordinaria historia de Esteban, uno de stos se adelant
hasta el sitio en donde el zagal daba de beber a su ganado, y le condujo a presencia de
su seor que, para disipar la turbacin y el visible encogimiento del pobre mozo, se
apresur a saludarle por su nombre, acompaando el saludo con una bondadosa sonrisa.
Era Esteban un muchacho de diecinueve a veinte aos, fornido, con la cabeza pequea y
hundida entre los hombros, los ojos pequeos y azules, la mirada incierta y torpe como
la de los albinos, la nariz roma, los labios gruesos y entreabiertos, la frente alzada, la tez
blanca , pero ennegrecida por el sol, y el cabello, que le caa parte sobre los ojos y parte
alrededor de la cara, en guedejas speras y rojas semejantes a las crines de un rocin
colorado.
Esto, sobre poco ms o menos, era Esteban en cuanto al fsico, respecto a su moral,
poda asegurarse sin temor de ser desmentido ni por l ni por ninguna de las personas
que le conocan, que era perfectamente simple, aunque un tanto suspicaz y malicioso,
como buen rstico.
Una vez el zagal repuesto de su turbacin, le dirigi de nuevo la palabra a don Dions, y
con el tono ms seoril del mundo, y fingiendo un extraordinario inters por conocer los
detalles del suceso a que su montero se haba referido, le hizo una multitud de
preguntas, a las que Esteban comenz a contestar de una manera evasiva, como
deseando evitar explicaciones sobre el asunto.
Estrechado, sin embargo, por las interrogaciones de su seor y por los ruegos de
Constanza, que pareca la ms curiosa e interesada en que el pastor refiriese sus
estupendas aventuras, decidise ste a hablar, mas no sin que antes dirigiese a su
alrededor una mirada de desconfianza, como temiendo ser odo por otras personas que
las que all estaban presentes, y de rascarse tres o cuatro veces la cabeza tratando de
reunir sus recuerdos o hlvanar su discurso, que al fin comenz de esta manera:
Es el caso, seor, que segn me dijo un preste de Tarazona, al que acud no ha mucho
para consultar mis dudas, con el diablo no sirven juegos, sino punto en boca, buenas y
muchas oraciones a San Bartolom, que es quien le conoce las cosquillas, y dejarle
andar; que Dios que es justo y est all arriba, proveer a todo.
Firme en esta dea, haba decidido no volver a decir palabra sobre el asunto a nadie, ni
por nada, pero lo har hoy por satisfacer a vuestra curiosidad, y a fe, a fe que despus de
todo, si el diablo me lo toma en cuenta y torna a molestarme en castigo de mi
indiscrecin, buenos evangelios llevo cosidos a la pelliza y con su ayuda creo que,
como otras veces, no me ser intil el garrote.
Pero vamos apremi don Dions, impaciente al escuchar las digresiones del zagal,
que amenazaba no concluir nunca, djate de rodeos y ve derecho al asunto.
A l voy contest con calma Esteban, que despus de dar una gran voz
acompaada de un silbido para que se agruparan los corderos, que no perda de vista y
comenzaba a desparramarse por el monte, torn a rascarse la cabeza y prosigui as:
Por una parte vuestras continuas excursiones, y por otra el dale que le das de los
cazadores furtivos, que ya con trampa o con ballesta no dejan res a vida en veinte
jornadas al contorno, haban no hace mucho agotado la caza en estos montes, hasta el
extremo de no encontrarse un venado en ellos ni por un ojo de la cara.
Hablaba yo de esto mismo en el lugar, sentado en el porche de la iglesia,m donde
despus de acabada la misa del domingo sola reunirme con algunos peones de los que
labran la tierra de Veratn, cuando algunos de ellos me dijeron:
Pues, hombre, no s en qu consista el que t no las topes, pues de nosotros podemos
asegurarte que no bajamos una vez a las hazas que no nos encontremos rastro, y hace
tres o cuatro das, sin ir ms lejos, una manada que, a juzgar por la huellas, deba de
componerse de ms de veinte, le segaron antes de tiempo una pieza de trigo al santero
de la Virgen del Romeral.
Y haca qu sitio segua el rastro? pregunt a los peones, con nimo de ver si
topaba con la tropa. Haca la caada de los cantuesos me contestaron.
No ech en saco roto la advertencia, y aquella noche misma fui a apostarme entre los
chopos. Durante toda ella estuve oyendo por ac y por all, tan pronto lejos como cerca,
el bramido de los ciervos que se llamaban unos a otros, y de vez en cuando senta
moverse el ramaje a mis espaldas, pero por ms que hice todo ojos, la verdad es que no
pude distinguir a ninguno.
No obstante, al romper el da, cuando llev a los corderos al agua, a la orilla de este rio,
como obra de dos tiros de honda del sitio en que nos hallamos, y en una unbra de los
chops, donde ni a la hora de la siesta se desliza un rayo de sol, encontr huellas
recientes de los ciervos, algunas ramas desgajadas, la corriente un poco turba y, lo que
es ms particular, entre el rastro de las reses las breves huellas de unos pies pequeitos
como la mitad de la palma de mi mano, sin ponderacin alguna.
Al decir esto, el mozo, instintivamente, y al parecer buscando un punto de comparacin,
dirigi la vista hacia el pide de Constanza que asomaba por debajo del brial, calzado de
un precioso chapn de tafilete amarillo, pero como al par de Esteban bajasen tambin los
ojos de don Dions y algunos de los monteros que le rodeaban, la hermosa nia se
apresur a esconderlo, exclamando con el tono ms natural del mundo:
Oh no!; por desgracia, no los tengo yo tan pequeos pues de este tamao slo se
encuentran en las hadas cuya historia nos refieren los trovadores.
Pues no paro aqui la cosa continu el zagal, cuando Constanza hubo concluido
sino que otra vez, habindome colocado en otro escondite por donde indudablemente
haban de pasar kis ciervos para dirigirse a la caada, all al filo de la medianoche me
rindi un poco el sueo , aunque no tanto que no abriese los ojhos en el mismo punto en
que cre percibir que las ramas se movan a mi alrededor. Abr los ojos, segn dejo
dicho, me incorpor con sumo cuidado, y poniendo atencin a aquel confuso murmullo
que cada vez sonaba ms prximo, o en las rfagas de aire como gritos y cantares
extraos, carcajadas y tres o cuatro voces distintas que hablaban entre si, como un ruido
y algaraba semejantes al de las muchachas del lugar, cuando riendo y bromeando por el
camino vuelven en bandadas de la fuente con sus cntaros a la cabeza.
Segn colega de la proximidad de las voces y del cercano chasquido de las ramas que
crujan al romperse para dar paso a aquella turba de locuelas, iban a salir de la espesura
a un pequeo rellano que formaba el monte en el sitio donde yo estaba oculto, cuando
enteramente a mis espaldas, tan cerca o ms que me encuentro de vosotros, o una nueva
voz fresca, delgada y vibrante que dijo...., creedlo, seores, esto es tan seguro como que
me he de morrir..., dijo... claro y distintamente, estas palabras:
Por aqu, por aqu, compaeras,
que est ah el bruto de Esteban!
Al llegar a este punto de la relacin el zagal, los circunstantes no pudieron ya contener
por ms tiempo la risa que haca largo rato les retozaba en los ojos, y dando rienda
suelta a su buen humor prorrumpieron en una carcajada estrepitosa. De los primeros en
comenzar a rer y de los ltimos en dejarlo , fueron don Dions, que a pesar de su
fingida circunspeccin no pudo por menos que tomar parte en el regocijo, y su hija
Constanza, la cual cada vez que miraba a Esteban todo suspenso y confuso, tornaba a
rerse como una loca hasta el punto de saltarle las lgrimas a los ojos.
El zagal, por su parte, aunque sin atender al efecto que su narracin haba producido,
pareca todo turbado e inquieto; mientras los seores rean a sabor de sus inocentadas, l
tornaba la vista a un lado y a otro con visibles muestras de temor y como queriendo
descubrir algo a travs de los cruzados troncos de los rboles.
Qu es eso, Esteban, qu te sucede? le pregunt uno de los monteros, notando la
creciente inquietud del pobre mozo, que ya fijaba sus espantadas pupilas en la hija de
don Dions, ya las volva a su alrededor con una expresin asoombrada y estpida.
Me sucede una cosa muy extraa explic Esteban cuando, despus de escuchar
las palabras que dejo referidas, me incorpor con prontitud para sorprender a la personas
que las haba pronunciado, una corza blanca como la nieve sali de entre las mismas
matas en donde yo estaba oculto, y dando unos saltos enormes por encima de los
carrascales y los lentiscos, se alej seguida de una tropa de corzas de su color natural, y
as estas como la blanca que las iba guiando, no arrojaban bramidos al huir, sino que se
rean con unas carcajadas cuyo eco jurara que an me est sonando en los odos en este
momento.
Bah!....Bah!... Esteban exclam don Dions con aire burln, sigue los consejos
del preste de Tarazona no hables de tus encuentros con los corzos amigos de burlas, no
sea que haga el diablo que al fin pierdas el poco juicio que tienes, y pues ya ests
provisto de los evangelios, y sabes las oraciones de San Bartolom vulvete a tus
corderos, que comienzan a desbandarse por la caada. Si los espritus malignos tornan a
incomodarle ya sabes el remedio: paternoster y garrotazo.
El zagal, despus de guardarse en el zurrn un medio pan blanco y un trozo de carne de
jabal, y en el estmago un valiente trago de vino que le dio por orden de su seor uno
de los palafreneros, despidise de don Dions y su hija, y apenas anduvo cuatro pasos,
comenz a voltear la honda para reunir a pedradas los corderos.
Como a esta sazn notbase don Dions que entre unas y otras las horas del calor eran
pasadas y el vientecillo de la tarde comenzaba a mover las hojas de los chopos y a
refrescar los campos, dio orden a su comitiva para que aderezasen las caballeras que
andaban paciendo sueltas por el inmediato soto; y cuando todo estuvo a punto, hizo sea
a los unos para que soltasen las trallas, y a los otros para que tocasen las trompas, y
saliendo en tropel de la chopera, prosigui adelante la interrumpida caza.
II
Entre los monteros de Don Dions haba uno llamado Garcs hijo de un antiguo servidor
de la familia, y por tanto el ms querido de sus seores.
Garcs tena poco ms o menos la edad de Constanza, y desde muy nio habase
acostumbrado a prevenir al menor de sus deseos y adivinar y satisfacer el ms leve de
sus antojos.
Por su mano se entretena en afilar en los ratos de ocio las agudas saetas de su ballesta
de marfil, l domaba los potros que haba de montar su seora, l ejercitaba en los
ardides de la caza a sus lebreles favoritos y amaestraba a sus halcones, a los cuales
compraba en las ferias de Castilla caperuzas rojas bordadas de oro.
Para con los otros monteros, los pajes y la gente menuda del servicio de don Dions, la
exquisita solicitud de Garcs y el aprecio con que sus seores le distinguan, habanle
valido una especie de general animadversin, y al decir a los envidiosos, en todos
aquellos cuidados con que se adelantaba a prevenir los caprichos de su seora,
revelbase su carcter adulador y rastrero. No faltaban, sin embargo, algunos que ms
avisados o maliciosos, creyeron sorprender en la asiduidad del solcito mancebo algunas
seales de mal disimulado amor.
Si en efecto era as, el oculto cario de Garcs tena ms que sobrada disculpa en la
incomparable hermosura de Constanza. Hubirase necesitado un pecho de roca y un
corazn de hielo para permanecer impasible un da y otro al lado de aquella mujer
singular por su belleza y sus raros atractivos.
La Azucena del Moncayo llambanla en veinte leguas a la redonda, y bien mereca este
sobrenombre, porque eran tan airosa, tan blanca y tan rubia, que como a las azucenas,
pareca que Dios la haba hecho de nieve y oro.
Y sin embargo, entre los seores comarcanos murmurbase que la hermosa castellana
de Veratn no era tan limpia de sangre como bella, y que, a pesar de sus trenzas rubias y
su tez de alabastro, haba tenido por madre una gitana. Lo cierto que pudiera haber en
estas murmuraciones nadie pudo nunca decirlo, porque la verdad era que don Dions
tuvo una vida bastante azarosa en su juventud, y despus de combatir largo tiempo bajo
la conducta del monarca aragons del cual recab entre otras mercedes el feudo del
Moncayo marchse a Palestina, en donde anduvo errante algunos aos, para volver por
ltimo a encerrarse en su castillo de Veratn con una hija pequea, nacida sin duda en
aquellos paises remotos. El nico que hubiera podido decir algo acerca del misterioso
origen de Constanza, pues acompa a don Dions en sus lejanas peregrinaciones, era el
padre de Garcs, y este haba ya muerto haca bastante tiempo, sin decir una sola
palabra sobre el asunto ni a su propio hijo, que varias veces y con muestras de gran
inters se lo haba preguntado.
El carcter tan pronto retrado y melanclico como bullicioso y alegre de Constanza, la
extraa exaltacin de sus ideas, sus extravagantes caprichos, sus nunca vistas
costumbres, hasta la particularidad de tener los ojos y las cejas negros como la noche,
siendo blanca y rubia como el oro, haban contribuido a dar pbulo a las hablillas de sus
convecino , y aun el mismo Garcs, que tan intimamente la trataba, haba llegado a
persuadirse que su seora era algo especial y no se parecia a las dems mujeres.
Presente a la relacin de Esteban, como los otros monteros, Garcs fue acaso el nico
que oy con verdadera curiosidad los pormenores de su increble aventura, y si bien no
pudo menos de sonrer cuando el zagal repiti las palabras de la corza blanca, desde que
abandon el soto en que haban sesteado comenz a revolver en su mente las ms
absurdas imaginaciones.
No cabe duda que todo eso de hablar las corzas es pura aprensin de Esteban, que es
un completo mentecato, deca entre s el joven montero mientras que, jinete en un
poderoso alazn, segua a paso el palafrn de Constanza, la cual tambin pareca
mostrarse un tanto distraida y silenciosa, y retirada del tropel de los cazadores, apenas
tomaba parte en la fiesta, pero, quin dice que en lo que se refiere a ese simple no
existir algo de verdad?, prosigui pensando el mancebo.
Cosas ms extraas hemos visto en el mundo, y una corza blanca bien puede haberlka,
puesto que, si se ha de dar crdito a las cantigas del pas, San Humberto, patrn de los
cazadores, tena una. Oh, si yo pudiese coger viva una corza blanca para ofrecrsela a
mi seora!
Asi pensando y discurriendo pas Garcs la tarde, y cuando ya el sol comenz a
esconderse por detrs de las vecinas lomas y don Dions mand volver grupas a su gente
para tornar al castillo, separse sin ser notado de la comitiva y ech en busca del zagal
por lo ms espeso e intrincado del monte.
La noche haba cerrado casi por completo cuando don Dions llegaba a las puertas de su
castillo. Acto continuo dispusiron una frugal colocacin y sentse con su hija en la
mesa.
Y Garcs dnde est? pregunt Constanza, notando que su montero no se
encontraba all para servirla como tena de costumbre.
No sabemos se apresuraron a contestar los otros servidores; desapareci de entre
nosotros cerca de la caada, y esta es la hora que todava no le hemos visto.
En este punto lleg Garcs todo sofocado, cubierta an de sudor la frente, pero con la
cara ms regocijada y satisfecha que pudiera imaginarse.
Perdonadme seora rog, dirigindose a Constanza, personadme si he faltado un
momento a mi obligacin: pero all de donde vengo a todo correr de mi caballo, como
aqu, slo me ocupaba en serviros.
En servirme? repiti Constanza. No comprendo lo que quieres decir.
Si ,seora, en serviros repiti el joven, pues he averiguado que es verdad que la
corza blanca existe. A ms de Esteban, lo dan por seguro otros varios pastores, que
juran haberla visto ms de una vez, y con ayuda de los cuales espero en Dios y en mi
patrn San Humberto, que antes de tres das, viva o muerta, os la traer al castillo.
Bah!... !Bah!... exclam Constanza, con aire de zumba, mientras hacan coro a sus
palabras las risas ms o menos disimuladas de los presentes. Dejte de caceras
nocturnas y de corzas blancas; mira que el diablo ha en la flor de tentar a los simples, y
si te empeas en andarle a los talones, va a dar que rer contigo como con el pobre
Esteban.
Seora interrumpi Garcs, con voz entrecortada y disimulando en lo posible la
clera que le produca el burln regocijo de sus compaeros, yo no me he visto nunca
con el diablo y, por consiguiente, no s todava cmo las gasta: pero conmigo os juro
que todo podr hacer menos dar que rer, porque el uso de ese privilegio slo en vos s
tolerarlo.
Constanza conoci el efecto que su burla haba producido en el enamorado joven; pero
deseando apurar su paciencia hasta lo ltimo, torn a decir en el mismo tono:
Y si al dispararle te saluda con alguna risa del gnero de la que oy Esteban, o se te
re en la nariz, y al escuchar sus sobrenaturales carcajadas se te cae la ballesta de las
manos, y antes de reponerte del susto ya ha desaparecido la corza blanca ms ligera que
un relmpago?.
Oh! exclamo Garcs, en cuanto a eso, estad segura que como yo la topase de
ballesta, aunque me hiciese ms monos que un juglar, aunque me hablara, no ya en
romance, sino en latn, como el abad de Munilla, no se iba sin un arpn en el cuerpo.
En este punto del dilogo terci don Dions, y con una desesperante gravedad a travs
de la que se adivinaba toda la irona de sus palabras, comenz a darle al ya sendereado
mozo los consejos ms originales del mundo, para el caso de que se encontrase de
manos a boca con el demonio convertido en corza blanca. A cada nueva ocurrencia de
su padre, Constanza fijaba sus ojos en el atribulado Garcs y rompa a rer como una
loca, en tanto que los otros servidores reforzaban las burlas con sus miradas de
inteligencia y su mal encubierto gozo.
Mientras dur la colacin prolongse esta escena en que la credulidad del joven
montero fue, por decirlo as, el tema obligado del general regocijo; de modo que cuando
se levantaron los paos, y don Dions y Constanza se retiraron a sus habitaciones, y toda
la gente del castillo se entreg al reposo, Garcs permaneci un largo espacio de tiempo
irresoluto, dudando si, a pesar de las burlas de sus seores, proseguira firme en sus
propsitos o desistiria completamente de la empresa.
Y qu diantre! exclam, saliendo del estado de incertidumbre en que se
encontraba. Mayor mal del que me ha sucedido no puede sucederme, y si, por el
contrario es verdad lo que nos ha contado Esteban... Oh, entonces cmo he de saborear
mi triunfo!
Esto diciendo, arm su ballesta, no sin haberle hecho antes la seal de la cruz en la
punta de la vira, y colocndosela a la espalda se dirigi a la poterna del castillo para
tomar la vereda del monte.
Cuando Garcs lleg a la caada y al punto en que segn las instrucciones de Esteban,
deba aguardar la aparicin de las corzas, la luna comenzaba a remontarse con lentitud
por detrs de los cercanos montes.
A fuer de buen cazador y prctico en el oficio, antes de elegir un punto a propsito para
colocarse al acecho de las reses, anduvo un gran rato de ac para all examinando las
trochas y las veredas vecinas, la disposicin de los rboles, los accidentes del terreno,
las curvas del ro y la profundidad de sus aguas.
Por ltimo, despus de terminar este minucioso reconocimiento del lugar en que se
encontraba, agazapse en un ribazo junto a unos chopos de copas elevadas y oscuras, a
cuyo pie crecan unas matas de lentisco, altas lo bastante para ocultar a un hombre
echado en tierra.
El ro, que desde las musgosas rocas donde tena el nacimiento, vena siguiendo las
sinuosidades del Moncayo, al entrar en la caada por la vertiente, deslizbase desde all
baando el pie de los sauces que sombreaban sus orillas, o jugueteando con alegre
murmullo entre las piedras rodadas del monte, hasta caer en una hondura prxima al
lugar que serva de escondrijo al montero.
Los lamos, cuyas plateadas hojas mova el aire con un rumor dulcsimo, los sauces que
inclinados sobre la limpia corriente humedecan en ella las puntas de sus desmayadas
ramas, y los apretados carrascales por cuyos troncos suban y se enredaban las
madreselvas y las campanillas azules, formaban un espeso muro de follaje alrededor del
remanso del ro.
El viento, agitando los frondosos pabellones de verdura que derramaba en torno su
flotante sombra, dejaba penetrar a intervalos un furtivo rayo de luz, que brillaba como
un relmpago de plata sobre la superficie de las aguas inmviles y profundas.
Oculto tras los matojos, con el odo atento al ms leve rumor y la vista clavada en el
punto en donde segn sus clculos deban aparecer las corzas Garcs esper intilmente
un gran espacio de tiempo.
Todo pareca a su alrededor sumido en una profunda calma. Poco a poco, y bien fuese
que el peso de la noche, que ya haba pasado de la mitad, comenzara a dejarse sentir,
bien que el lejano murmullo del agua, el penetrante aroma de las flores slvestres y las
caricias del viento comunicasen a sus sentidos el dulce sopor en que pareca estar
impregnada la Naturaleza toda, el enamorado mozo que hasta aquel punto haba estado
entretenido revlviendo en su mente las ms halageas imaginaciones, comenz a sentir
que sus ideas se elaboraban con ms lentitud y sus pensamientos tomaban formas ms
leves e indecisas.
. . . . . . . . . . .
Cosa de dos horas o tres hara ya que el joven montero roncaba a pierna suelta,
disfrutando a todo sabor de uno de los sueos ms apacibles de su vida, cuando de
repente entreabri los ojos sobresaltado, e incorporse a medias lleno an de ese estupor
del que vuelve en s de improvisto despus de un sueo profundo.
En las rfagas del aire y confundido con los leves rumores de la noche, crey percibir
un extrao rumor de voces delgadas, dulces y misteriosas que hablaban entre s, rean o
cantaban cada cual por su parte y una cosa diferente, formando una algaraba tan
ruidosa y confusa como la de los pjaros que despiertan al primer rayo del sol entre las
frondas de una alameda.
Este extrao rumor slo se dej or un instante, y despus todo volvi a quedar en
silencio.
Sin duda soaba con las majaderas que nos refiri el zagal, se dijo Garcs,
restregndose los ojos con mucha calma, y en la firme persuacin de que cuando haba
credo or no era ms que esa vaga huella del ensueo que queda, al despertar, en la
imaginacin como queda en el odo la ltima cadencia de una meloda despus que ha
expirado temblando la ltima nota. Y dominado por la invencible languidez que
embargaba sus miembros, iba a reclinar de nuevo la cabeza sobre el csped, cuando
torn a or el eco distante de aquellas misteriosas voces, que acompandose del rumor
del aire, del agua y de las hojas, cantaban as:
Coro
El arquero que velaba en lo alto de la torre ha reclinado su pesada cabeza en el muro.
Al cazador furtivo que esperaba sorprender la res lo ha sorprendido el sueo.
El pastor que aguarda el da consultando las estrellas, duerme ahora y dormir hasta
el amanecer.
Reina de las ondinas, sigue nuestros pasos.
Ven a mecerte en las ramas de los sauces sobre el haz del agua.
Ven a embriagarte con el perfume de las violetas que se abren entre las sombras.
Ven a gozar de la noche, que es el da de los espritus.
Mientras flotaban en el aire las suaves notas de aquella deliciosa msica, Garcs se
mantuvo inmvil. Despus que se hubo desvanecido, con mucha precaucin apart un
poco las ramas, y no sin experimentar algn sobresalto, vio aparecer las corzas, que en
tropel y salvando los matorrales con ligereza increble unas veces detenindose como a
escuchar otras, jugueteaban entre s ya escondindose entre la espesura, ya saliendo
nuevamente a la senda, bajaban del monte en direccin al remanso del ro.
Delante de sus compaeras, ms gil, ms linda, ms juguetona y alegre que todas,
saltando, corriendo, parndose y tornando a correr, de modo que pareca no tocar el
suelo con los pies, iba la corza blanca, cuyo extrao color destacaba como una fantstica
luz sobre el oscuro fondo de los rboles.
Aunque el joven se senta dispuesto a ver en cuanto le rodeaba algo de sobrenatural y
maravilloso, la verdad del caso era que, prescindiendo de la momentnea alucinacin
que turb un instante sus sentidos, fingindole msicas, rumores y palabras, ni en la
forma de las corzas, ni en sus movimientos, ni en los cortos bramidos con que parecan
llamarse, haba nada con que no debiese estar ya muy familiarizado un cazador prctico
en esta clase de expediciones nocturnas.
A medida que desechaba la primera impresin, Garcs comenz a comprenderlo as, y
rindose interiormente de su incredulidad y su miedo, desde aquel instante slo se
ocup en averiguar, teniendo en cuenta la direccin que seguan, el punto donde se
hallaban las corzas.
Hecho el clculo, cogi la ballesta entre los dientes, y arrastrndose como una culebra
por detrs de los lentiscos, fue a situarse sobre unos cuarenta pasos ms lejos del lugar
en que se encontraba. Una vez acomodado en su nuevo escondite, esper el tiempo
sificiente para que las corzas estuvieran ya dentro del ro, a fin de hacer el tiro ms
seguro. Apenas empez a escucharse ese ruido particular que produce el agua cuando se
bate a golpes o se agita con violencia, Garcs comenz a levantarse poquito a poco y
con las mayores precauciones, apoyndose en la tierra primero sobre la punta de los
dedos, y despus con una de las rodillas.
Ya de pie, y cerciorndose a tientas de que el arma estaba preparada, dio un paso hacia
delante, alarg el cuello por encima de los arbustos para dominar el remanso, y tendi la
ballesta, tendi la vista buscando el objeto que haba de herir, se escap de sus labios un
imperceptible e involuntario grito de asombro.
La luna, que haba ido remontndose con lentitud por el ancho horizonte, estaba inmvil
y como suspendida en la mitad del cielo. Su dulce claridad inundaba el soto,
abrillantaba la intranquila superficie del rio y haca ver los objetos como a travs de una
gasa azul.
Las corzas haban desaparecido.
En su lugar, lleno de estupor y casi de miedo, vio Garcs un grupo de bellisimas
mujeres, de las cuales unas entraban en el agua jugueteando, mientras las otras acababan
de despojarse de las ligeras tnicas que an ocultaban a la codiciosa vista el tesoro de
sus formas.
En esos ligeros y cortados sueos de la maana, ricos en imgenes risueas y
voluptuosas, sueos difanos y celestes como la luz que entonces comienza a
transparentarse a travs de las blancas cortinas del lecho, no ha habido nunca
imaginaciones de veinte aos que bosquejase con los colores de la fantasa una escena
semejante a la que se ofreca en aquel punto a los ojos del atnito Garcs.
Despojadas ya de sus tnicas y sus velos de mil colores, que destacaban sobre el fondo
suspendidos de los rboles o arrojados con descuido sobre la alfombra del csped, las
muchachas discurran a su placer por el soto, formando grups pintorescos, y entraban y
salan en el agua, hacindola saltar en chispas luminosas sobre las flores de la margen
como una menuda lluvia de roco.
Aqu una de ellas, blancas como el velln de un cordero, sacaba su cabeza rubia entre
las verdes y flotantes hojas de un planta acutica, de la cual pareca una flor a medio
abrir, cuyo flexible talle ms bien se adivinaba que se vea temblar debajo de los
infinitos crculos de luz de las ondas.
Otra all, con el cabello suelto sobre los hombros mecase suspendida de la rama de un
sauce sobre la corriente del ro, y sus pequeos pies, color de rosa, hacan una raya de
plata al pasar rozando la tersa superficie. En tanto que stas permanecan recostadas an
al borde del agua con los ojos azules adormecidos aspirando con voluptuosidad del
perfume de las flores y estremecindose ligeramente al contacto de la fresca brisa,
aqullas danzaban en vertiginosa ronda, entrelazando caprichosamente sus manos,
dejando caer atrs la cabeza con delicioso abandono e hiriendo el suelo con el pie en
alternada cadencia.
Era imposible seguirlas en sus giles movimientos, imposible abarcar con una mirada
los infinitos detalles del cuadro que formaban, unas corriendo, jugando y persiguindose
con alegres risas por entre el laberinto de los rboles; otras surcando el agua como un
cisne y rompiendo la corriente con el levantado seno; otras, sumergindose en el fondo,
donde permanecan largo rato para volver a la superficie, trayendo una de esas flores
extraas que nacen escondidas en el lecho de las aguas profundas.
La mirada del atnito montero vagaba absorta de un lado a otro, sin saber dnde fijarse,
hasta que, sentado bajo un pabelln de verdura que pareca servirle de dosel , y rodeada
de un grupo de mujeres todas a cual ms bella, que la ayudaban a despojarse de sus
ligersimas vestiduras, crey ver el objeto de sus ocultas adoraciones; la hija del noble
don Dions, la incomparable Constanza.
Marchando de sorpresa en sorpresa, el enamorado joven no se atreva ya a dar crdito ni
al testimonio de sus sentidos, y crease bajo la influencia de un sueo fascinador y
engaoso.
No obstante, pugnaba en vano por persuadirse de que todo cuando vea era efecto del
desarreglo de su imaginacin, porque mientras ms la miraba, y ms despacio, ms se
convenca de que aquella mujer era Constanza.
No poda caber duda, no; suyos eran aquellos ojos oscuros y sombreados de largas
pestaas, que apenas bastaban a amortiguar la luz de sus pupilas, suya aquella rubia y
abundante cabellera que, despus de coronar su frente se derramaba por su blanco seno
y sus redondas espaldas como una cascada de oro, suyos, en fin, aquel cuello airoso que
sostena su lnguida cabeza, ligeramente inclinada como una floir que se rinde al peso
de las gotas de roco, y aquellas voluptuosas formas que l haba soado tal vez, y
aquellas manos semejantes a manojos de jazmines, y aquellos pies diminutos,
comparables slo con dos pedazos de nieve que el sol no ha podido derretir y que a la
maana blanquean entre la verdura.
En el momento en que Constanza sali del bosquecillo, sin velo alguno que ocultase a
los ojos de su amante los escondidos tesoros de su hermosura, sus compaeras
comenzaron nuevamente a cantar estas palabras con una meloda dulcsima:
Coro
Genios del aire, habitadores del luminoso ter, venid envueltos en un jirn de niebla
plateada.
Silfos invisibles, dejad el cliz de los entreabiertos lirios y venid en vuestros carros de
ncar, a los que vuelan uncidas las mariposas.
Larvas de las fuentes, abandonad el lecho de musgo y caed sobre nosotras en menuda
lluvia de perlas.
Escarabajos de esmeralda, lucirnagas de fuego, mariposas negras, venid!
Y venid vosotros todos, espiritus de la noche, venid zumbando como un emjambre de
insectos de luz y de oro.
Venid, que ya el astro protector de los misterios brilla en la plenitud de su hermosura.
Venid, que ha llegado el momento de las transformaciones maravillosas.
Venid, que las que os aman os esperan impacientes.
Garcs, que permaneca inmvil, sinti al or aquellos cantares misteriosos que el spid
de los celos le morda el corazn, y obedeciendo a un impulso ms poderoso que su
voluntad, deseando romper de una vez el encanto que fascinaba sus sentidos, separ con
mano trmula y convulsa el ramaje que le ocultaba, y de un solo salto se puso en la
margen del ro. El encanto se rompi , desvanecise todo como el humo, y al bullicioso
tropel con las tmidas corzas, sorpendidas en lo mejor de sus nocturnos juegos, huan
espantadas de su presencia, una por aqu, otra por all, cul salvando de un salto los
matorrales, cul ganando a todo correr la trocha del monte.
Oh, bien dije yo que todas estas cosas no eran ms que fantasmagoras del diablo!
exclam entonces el montero; pero por fortuna, esta vez ha andado un poco torpe,
dejndome entre las manos la mejor presa.
Y, en efecto, era as, la corza blanca, deseando escapar por el soto, se haba lanzado
entre el laberinto de sus rboles, y enredndose en una red de madreselvas, pugnaba en
vano por desasirse. Garcs le encar la ballesta. pro en el mismo punto en que iba a
herirla, la corza se volvi hacia en montero, y con voz clara y aguda detuvo su accin
con un grito, dicindole:
Garcs, qu haces?.
El joven vacil, y despus de un instante de duda, dej caer al suelo el arma, espantado
a la sola idea de haber podido herir a su amante. Una sonora y estridente carcajda vino a
sacarle al fin de su estupor, la corza blanca haba aprovechado aquellos cortos instantes
para acabarse de desenredar y huir ligera como un relmpago, rindose de la burla
hecha al montero.
Ah, condenado engendro de Satans! exclam Garcs con voz espantosa,
recogiendo la ballesta con una rapidez indecible, pronto has cantado victoria pronto te
has creido fuera de mi alcance, y esto diciendo, dej volar la saeta, que parti silbando y
fue a perderse en la oscuridad del soto, en el fondo del cual son al mismo tiempo un
grito, al que siguieron despus unos sonidos sofocados.
Dios mo!, exclam Garcs, al percibir aquellos lamentos angustiosos. Dios mo, si
ser verdad!
Y fuera de s, como loco, sin darse cuenta apenas de lo que le pasaba, corri en la
direccin en que haba desaparecido la saeta, que era la misma en que sonaban los
gemidos. Lleg al fin; pero al llegar, sus cabellos se erizaron de horror, las palabras se
anudaron en su garganta y tuvo que agarrarse al tronco de un rbol para no caer a tierra.
Constanza, herida por su mano, expiraba all a su vista, revolcndose en su propia
sangre, entre las agudas zarzas del monte.
El beso
(Leyenda toledana)
Cuando una parte del ejrcito francs se apoder a principios de este siglo de la
histrica Toledo, sus jefes, que ignoraban el peligro a que se exponan en las
poblaciones espaolas diseminndose en alojamientos separados, comenzaron por
habilitar para cuarteles los ms grandes y mejores edificios de la ciudad.
Despus de ocupado el suntuoso alczar de Carlos V, echse mano de la Casa de
Consejos: y cuando sta no pudo contener ms gente, comenzaron a invadir el asilo de
las comunidades religiosas, acabando a la postre por transformar en cuadras hasta las
iglesias consagradas al culto. En esta conformidad se encontraban las cosas en la
poblacin donde tuvo lugar el suceso que voy a referir, cuando una noche, ya a hora
bastante avanzada, envueltos en sus oscuros capotes de guerra y ensordeciendo las
estrechas y solitarias calles que conducen desde la Puerta del Sol de Zocodover, con el
choque de sus armas y el ruidoso golpear de los cascos de sus corceles, que sacaban
chispas de los pedernales, entraron en la ciudad hasta unos cien dragones de aquellos
altos, arrogantes y fornidos de que todava nos hablan con admiracin nuestras abuelas.
Mandaba la fuerza un oficial bastante joven, el cual iba como a distancia de unos treinta
pasos de su gente, hablando a media voz con otro, tambin militar, a lo que poda
colegirse por su traje. ste, que caminaba a pie delante de su interlocutor, llevando en la
mano un farolillo, pareca servirle de gua por entre aquel laberinto de calles oscuras,
enmaraadas y revueltas.
Con verdad deca el jinete a su acompaante, que si el alojamiento que se nos
prepara es tal y como me lo pintas, casi casi sera preferible arrancharnos en el campo o
en medio de una plaza.
Y qu queris mi capitn? contestle el gua que efectivamente era un sargento
aposentador. En el alczar no cabe ya un gramo de trigo, cuando ms un hombre; San
Juan de los Reyes no digamos, porque hay celda de fraile en la que duermen quince
hsares. el convento adonde voy a conduciros no era mal local, pero har cosa de tres o
cuatro das nos cay aqu como de las nubes una de las columnas volantes que recorren
la provincia, y gracias que hemos podido conseguir que se amontonen por los claustros
y dejen libre la iglesia.
En fin exclam el oficial, despus de un corto silencio y como resignndose con
el extrao alojamiento que la casualidad le deparaba; ms vale incmodo que ninguno.
De todas maneras, si llueve, que no ser dificil segn se agrupan las nubes, estaremos a
cubierto y algo es algo.
Interrumpida la conversacin en este punto, los jinetes, precedidos del gua., siguieron
en silencio el camino adelante hasta llegar a una plazuela, en cuyo fondo se destacaba la
negra silueta del convento con su torre morisca, su campanario de espadaa, su cpula
ojival y sus tejados desiguales y oscuros.
He aqu vuestro alojamiento exclam el aposentador al divisarle y dirigindose al
capitn, que despus que hubo mandado hacer algo a la tropa, ech pie a tierra, torn al
farolillo de manos del gua y se dirigi hacia el punto que ste le sealaba.
Comoquiera que la iglesia del convento estaba completamente desmantelada, los
soldados que ocupaban el resto del edificio haban credo que las puertas le eran ya poco
menos que intiles, y un tablero hoy, otro maana, haban ido arrancndolas pedazo a
pedazo para hacer hogueras con que calentarse por las noches.
Nuestro joven oficial no tuvo, pues, que torcer llaves ni descorrer cerrojos para penetrar
en el interior del templo.
A la luz del farolillo, cuya dudosa claridad se perda entre las espesas sombras de las
naves y dibujaba con gigantescas proporciones sobre el muro la fantstica sombra del
sargento aposentador, que ba precedindole, recorri la iglesia de arriba abajo, y
escudri una por una todas sus desiertas capillas, hasta que una vez hecho cargo del
local mand echar pie a tierra a su gente, y hombres y caballos revueltos, fue
acomodndola como mejor pudo.
Segn dejamos dicho, la iglesia estaba completamente desmantelada; en el altar mayor
pendan an de las altas cornisas los rotos jirones del velo con que le haban cubierto los
religiosos al abandonar aquel recinto; diseminados por las naves veanse algunos
retablos adosados al muro, sin imgenes en las hornacinas; en el coro se dibujaban con
un ribete de luz los extraos perfiles de la oscura sillera de alerce; en el pavimento,
destrozado en varios puntos, distinguanse an anchas losas sepulcrales llenas de
timbres, escudos y largas inscripciones gticas; y all a lo lejos, en el fondo de las
silenciosas capillas y a lo largo del crucero, se destacaban confusamente entre la
oscuridad, semejantes a blancos e inmviles fantasmas, las estatuas de piedra, que, unas
tendidas, otras de hinojos sobre el mrmol de sus tumbas, parecan ser los nicos
habitantes del ruinoso edificio.
A cualquier otro menos molido que el oficial de dragones, el cual traa una jornada de
catorce leguas en el cuerpo, o menos acostumbrado a ver estos sacrilegios como la cosa
ms natural del mundo, hubiranle bastado dos adarmes de imaginacin para no pegar
los ojos en toda la noche en aquel oscuro e imponente recinto, donde las blasfemias de
los soldados que se quejaban en voz alta del improvisado cuartel, el metlico golpe de
las espuelas, que resonaban sobre las anchas losas sepulcrales del pavimento, el ruido de
los caballos que piafaban impacientes, cabeceando y haciendo sonar las cadenas con
que estaban sujetos a los pilares, formaban un rumor extrao y temeroso que se dilataba
por todo el mbito de la iglesia y se reproduca cada vez ms confuso, repetido de eco
en eco en sus altas bvedas.
Pero nuestro hroe, aunque joven, estaba ya tan familiarizado con estas peripecias de la
vida de campaa, que apenas hubo acomodado a su gente, mand colocar un saco de
forraje al pie de la grada del presbiterio, y arrebujndose como mejor pudo en su capote
y echando la cabeza en el escaln, a los cinco minutos roncaba con ms tranquilidad que
el mismo rey Jos en su palacio de Madrid.
Los soldados, hacindose almohadas de las monturas, imitaron su ejemplo , y poco a
poco fue apagndose el murmullo de sus voces.
A la media hora slo se oan los ahogados gemidos del aire que entraba por las rotas
vidrieras de las ojivas del templo, el atolondrado revolotear de las aves nocturnas que
tenan sus nidos en el dosel de piedra de las esculturas de los muros, y el alternado
rumor de los pasos del vigilante que se paseaba envuelto en los anchos pliegues de su
capote, a lo largo del prtico.
II
En la poca a que se remonta la relacin de esta historia, tan veridica como
extraordinaria, lo mismo que al presente, para los que no saban apreciar los tesoros de
arte que encierran sus muros, la ciudad de Toledo no era ms que un poblachn
destartalado, antiguo, ruinoso e insufrible.
Los oficiales del ejrcito francs, que a juzgar por los actos de vandalismo con que
dejaron en ella triste y perdurable memoria de su ocupacin, de todo tenan menos de
artistas o arquelogos; no hay para qu decir que se fastidiaban soberanamente en la
vetusta ciudad de los Csares.
En esta situacin de nimo, la ms insignificante novedad que viniese a romper la
montona quietud de aquellos das eternos e iguales era acogida con avidez entre los
ociosos; as es que promocin al grado inmediato de uno de sus camaradas, la noticia
del movimiento estratgico de una columna volante, la salida de un correo de gabinete o
la llegada de una fuerza cualquiera a la ciudad, convertanse en tema fecundo de
conversacin y objeto de toda clase de comentarios, hasta tanto que otro incidente vena
a sustituirle, sirviendo de base a nuevas quejas, crticas y suposicones.
Como era de esperar, entre los oficiles que, segn tenan costumbre, acudieron al da
siguiente a tomar el sol y a charlar un rato en el Zocodover, no se hizo platillo de otra
cosa que de la llegada de los dragones, cuyo jefe dejamos en el anterior capitulo
durmiendo a pierna suelta y descansando de las fatigas de su viaje. Cerca de un hora
haca que la conversacin giraba alrededor de este asunto, y ya comenzaba a
interpretarse de diversos modos la ausencia del recin venido, a quien uno de los
presentes, antiguo compaero suyo del colegio, haba citado para el Zocodover, cuando
en una de las bocacalles de la plaza apareci al fin nuestro bizarro capitn, despojado de
su ancho capotn de guerra, luciendo un gran casco de metal con penacho de plumas
blancas, una casaca azul turqu con vueltas rojas y un magnficdo mandoble con vaina
de acero, que resonaban arrastrndose al comps de sus marciales pasos y del golpe
seco y agudo de sus espuelas de oro.
Apenas le vsio su camarada, sali a su encuentro para saludarle, y con l se adelantaron
casi todos los que a la sazn se encontraban en el corrillo, en quienes haba despertado
la curiosidad y la gana de conocerle, los pormenores que ya haban odo referir acerca
de su carcter original y extrao.
Despus de los estrechos abrazos de costumbre y de las exclamaciones, plcemes y
preguntas de rigor en estas entrevistas; despus de hablar largo y tendido sobre las
novedades que andaban por Madrid, la varia fortuna de la guerra y los amigotes muertos
o ausentes, rodando de uno en otro asunto la conversacin vino a para el tema obligado,
esto es, las penalidades del servicio, la falta de distracciones de la ciudad y el
inconveniente de los alojamientos.
Al llegar a este punto, uno de los de la reunin que por lo visto, tena noticia del mal
talante con que el joven oficial se haba resignado a acomodar su gente en la
abandonada iglesia, le dijo con aire de zumba:
Y a prposito del alojamiento, qu tal se ha pasado la noche en el que ocupis?
Ha habido de todo contest el interpelado, pues si bien es verdad que no he
dormido gran cosa, el origen de mi vigilia merece la pena de la velada. El insomnio
junto a una mujer bonita no es seguramente el peor de los males.
Una mujer! repiti su interlocutor, como admirndose de la buena fortuna del
recin venido. Eso es lo que se llama llegar y besar el santo.
Ser tal vez algn antiguo amor de la corte que le sigue a Toledo para hacerle ms
soportable el ostracismo aadi otro de los del grupo.
Oh, no! dijo entonces el capitn, nada menos que eso. Juro, a fe de quien soy,
que no la conoca y que nunca cre hallar tan bella patrona en tan incmodo alojamiento.
Es todo lo que se llama una verdadera aventura.
Contadla! Contadla! exclamaron en coro los oficiales que rodeaban al capitn, y
como ste se dispusiera a hacerlo as, todos prestaron la mayor atencin a sus palabras,
mientras l comenz la historia en estos trminos.
Dorma esta noche pasada como duerme un hombre que trae en el cuerpo trece leguas
de camino, cuando he aqu que en lo mejor del sueo me hizo despertar sobresaltado e
incorporarme sobre el codo un estruendo horrible, un estruendo tal que me ensordeci
un instante para dejarme despus los odos zumbando cerca de un minuto, como si un
moscardn me cantase a la oreja.
Como os habris figurado, la causa de mi susto era el primer golpe que oa de esa
endiablada campana gorda, especie de sochantre de bronce, que los cannigos de
Toledo han colgado en su catedral con el laudable propsito de matar a disgustos a los
necesitados de reposo.
Renegando entre los dientes de la campana y del campanero que toca, disponame, una
vez apagado aquel inslito y temeroso rumor, a seguir nuevamente el hilo del
interrumpido sueo, cuando vino a herir mi imaginacin y a afrecerse ante mis ojos una
cosa extraordinaria. A la dudosa luz de la luna que entraba en el templo por el estrecho
ajimez del muro de la capilla mayor, vi una mujer arrodillada junto al altar.
Los oficiales se miraron entre s con expresin entre asombrada e incrdula; el capitn,
sin atender al efecto que su narracin produca continu de este modo:
No podis figuraros nada semejante a aquella nocturna y fantstica visin que se
dibujaba confusamente en la penunbra de la capilla, como esas virgenes pintadas en los
vidrios de colores que habris visto alguna vez destacarse a lo lejos, blancas y
luminosas, sobre el oscuro fondo de las catedrales.
Su rostro, ovalado, en donde se vea impreso el sello de una leve y espiritual
demacracin; sus armoniosas facciones llenas de una suave y melanclica dulzura; su
intensa palidez, las pursimas lineas de su contorno esbelto, su ademn reposado y
noble, su traje blanco y flotante, me traan a la memoria esas mujeres que yo soaba
cuando era casi un nio. Castaas y celestes imgenes, quimrico objeto del vago amor
de la adolescencia! Yo me crea juguete de una adulacin, y sin quitarle un punto los
ojos ni aun osaba respirar, temiendo que un soplo desvaneciese el encanto. Ella
permaneca inmvil.
Antojbaseme al verla tan difana y luminosa que no era una criatura terrenal, sino un
espritu que, revistiendo por un instante la forma humana, haba descendido en el rayo
de la luna, dejando en el aire y en por de si la azulada estela que desde el alto ajimez
bajaba verticalmente hasta el pie del opuesto muro, rompindose la oscura sombra de
aquel recinto lbrego y misterioso.
Pero... exclam interrumpindole su camarada de colegio, que comenzando por
echar a broma la historia, haba concluido interesndose con su relato. Cmo estaba
all aquella mujer? No le dijiste nada? No te explic su presencia en aquel sitio?
No me determin a hablarle, porque estaba seguro de que no haba de constestarme,
ni verme, ni orme.
Era sorda?, era ciega?, era muda? exclamaron a un tiempo tres o cuatro de los
que escuchaban la relacin.
Lo era todo a la vez, exclam al fin el capitn despus de un momento de pausa,
porque era... de mrmol.
Al or el estupendo desenlace de tan extraa aventura cuando haba en el corro
prorrumpieron a una ruidosa carcajada, mientras uno de ellos dijo al narrador de la
peregrina historia, que era el nica que permaneca callado y en una grave actitud:
Acabramos de una vez! Lo que es de ese gnero, tengo yo ms de un millar, un
verdadero serrallo, en San Juan de los Reyes; serrallo que desde ahora pongo a vuestra
disposicin, ya que a lo que parece, tanto os da de una mujer de carne como de piedra.
Oh no! continu el capitn, sin alterarse en lo ms minimo por las carcajadas de
sus compaeros: estoy seguro de que no pueden ser como la ma. La ma es una
verdadera dama castellana que por un milagro de la escultura parece que no la han
enterrado en un sepulcro, sino que an permanece en cuerpo y alma de hinojos sobre la
losa que la cubre, inmvil, con las manos juntas en ademn suplicante, sumergida en un
extasis de mistico amor.
De tal modo te explicas, que acabars por probarnos la verosimilitud de la fbula de
Galatea.
Por mi parte, puedo deciros que siempre la cre una locura, mas desde anoche
comienzo a comprender la pasin del escultor griego.
Dadas las especiales condiciones de tu nueva dama, creo que no tendrs
inconveniente en presentarnos a ella. De m s decir que ya no vivo hasta ver esa
maravilla. Pero... qu diantre te pasa?... dirase que esquivas la presentacin, ja, ja!
bonito fuera que ya te tuviramos hasta celoso.
Celoso se apresur a decir el capitn, celoso de los hombres, no... mas ved, sin
embargo, hasta dnde llega mi extravagancia. Junto a la imagen de esa mujer, tambin
de mrmol, grave y al parecer con vida como ella, hay un guerrero..., su marido sin
duda... Pues bien lo voy a decir todo, aunque os mofis de mi necedad... si no hubiera
temido que me tratasen de loco, creo qu
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