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La voz profética de William Osuna o la poesía como transformación social
por David Cortés Cabán
Nosotros los poetas del pueblo
cantamos por mil años y más…
Víctor Valera Mora
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Son varios los registros, temas y matices que confluyen en la poesía de William Osuna
(1948); varios los libros de esta antología que lleva por título Miré los muros de la patria mía,1
un verso sugestivo y desgarrador del poeta español Francisco de Quevedo (1580-1645); varios
los planos que se superponen descubriéndonos la realidad y la ternura de quien vive una poesía
que se ofrece como un horizonte solidario del destino humano. No de quien vive para sí cerrados
los ojos a la realidad, sino de quien afirma una voz que reivindica “…la historia minúscula del
hombre, aquél que recorre las calles y sobrevive a la enajenación cultural, y espiritual, que lo
asedian al punto de la degradación”, como ha señalado el crítico Héctor Seijas. Los textos que
sustentan la estructura poética de Miré los muros de la patria mía, destacan sus particularidades
temáticas descubriéndonos la fragilidad y la condición marginal del ser y las cosas que trazan la
trayectoria del diario vivir. La atracción del yo lírico por ese mundo visible de todos los días
pone de manifiesto su convicción de que la poesía es una experiencia compartida. Y, en cierto
modo, ésta es la intención radical de esta poesía. Es decir, no encubrir sino descubrir, no callar
sino testimoniar, no ser camisa de fuerza o materia de estudio de un grupo de selectos, sino ola
luminosa que se levanta contra el poder que envilece, fuego que ilumina la pequeñez y la
grandeza humana. Por eso, el trasfondo histórico que domina el ambiente que ha marcado la
cosmovisión poética de estos textos ha sido descrito muy lúcidamente por Héctor Seijas en “No
es el infierno, es la calle”; prólogo que, por un lado, traza unos apuntes del panorama
sociopolítico de Latinoamérica, especialmente el de las últimas décadas de la Venezuela del siglo
XX; y, por otro, la geografía poética donde trascienden las acciones del quehacer diario, el ir y
venir de la vida como una aventura en el tiempo. ¿Qué recoge la mirada del poeta de ese mundo
en movimiento, qué personajes transitan por estos versos, qué raíz sustenta la soberbia del poder,
cuál es el rostro de la indiferencia, cuál el de la injusticia, cuál el valeroso sentido de la ética,
cuál el del amor y la comprensión que velan por el bienestar humano? Preguntas cuyas
respuestas aparecen tácitamente en el lenguaje que define los planos de esta poesía proyectando
una realidad temporal y objetiva que queda plasmada en la memoria del lector como una visión
sobrecogedora.
En San José Blues 1923 + Epopeya del Guaire y otros poemas (2003), primer libro que
compone esta antología, se extrapolan dos conceptos que conforman una suerte de fuerza sobre
1 William Osuna, Miré los muros de la patria mía, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, C. A., 2008.
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la que gravitan los poemas: por un lado, la melodía de los “blues” recrea la atmósfera del primer
plano poético; por otro, el río Guaire adquiere atributos humanos que lo convierten en uno de los
textos centrales del libro destacando su importancia frente a los motivos que lo relacionan al
resto de los poemas. Pero los primeros textos arrancan de la sensible y particular memoria de la
niñez. Camino recorrido desde la interioridad del hombre adulto que regresa a la hondura íntima
de un pasado que preserva la amorosa presencia de la madre. Allí frente a la luz fugitiva del
tiempo la mirada del hablante lírico recoge el acontecer de la vida no para refugiarse en los
recuerdos, sino para expresar lo que pervive como una presencia iluminadora:
Madre cuando tu cuerpo no da razón
en estos campos de acero
y yo estoy en mi fantasía de empujar
una puerta en la multitud
entre papeles y hojas que van por el aire
y mi noche crece porque voy montado
en mi luna oyendo
las voces de las grandes ciudades
[…] (p. 3)
Presencia iluminadora que ciertamente no causa extrañeza, pues es de ese sentimiento
que deriva la sensibilidad y la comprensión del entorno. Ésta es la fuerza que reconoce en su
naturaleza la posible creación de un mundo más humano. Así el hablante lírico se acerca a su
pasado no para dolerse de su estar en el tiempo, sino para mostrar la realidad de lo que fue ayer y
del presente que se perfila en cada paso de la vida. Y eso no por vanidad, sino por la esencia
misma de la poesía que le sostiene: “A modo de payaso sin empleo / fuera de la gran carpa del
cielo / me sostengo en el abismo de las palabras / que llevo como romance de patria / bajo mi
lengua.” (p. 7). En ese “abismo de las palabras” se perfila la imagen de la ciudad y el ambiente
de sus calles, el protagonismo del poder y de los valores sociales. Y de ese mundo en el que
intervienen circunstancias dolorosas y tiernas a la vez, se ejerce una visión que abarca todas las
situaciones y experiencias comunes al diario vivir. Esto es precisamente lo que manifiestan estas
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imágenes. El sentimiento particular de una visión sobre la cual actúa el concepto del tiempo y de
una época (1930, ’40 y ’50) en la que los avances de la modernidad comenzaban a integrar todos
los ámbitos de la vida cotidianidad. De una modernidad que también traía consigo nefastos
gobiernos y situaciones escabrosas que aún hoy día transmiten una dolorosa visión del pasado.
Por otro lado, el cine y la radio comenzaban a marcar el presente con elementos que perviven en
la memoria: la época clásica del cine americano y mexicano, las imágenes del Oeste mitificando
las figuras de John Wayne y Roy Rogers; famosos actores de Hollywood: Humphrey Bogart
(1899-1957), Clark Gable (1901-1960), Gary Cooper (1901-1960). La TV y la radio difundiendo
imágenes y voces de grandes intérpretes y compositores: Agustín Lara, Carlos Gardel, Alfredo
Sadel juntamente con el introvertido lirismo de los tangos: La Sonora Matancera o las canciones
del Trío Los Panchos; los boleros y el rock y más tarde, las baladas de Los Beatles arrebatando
los corazones y en ese mismo ámbito la entrecortada voz de Daniel Santos contagiando a los
amorosos por las ciudades del Caribe y Latinoamérica.
Toda la realidad de la vida presentada aquí en sus profundas manifestaciones: se habla de
la ternura y la soledad (“Mi mamá viene y me toca / Hace de mí un hueco en el aire, me
desaparece.”), y se renace en valor y fortaleza: “En estos climas sin nombre: la tribu renuncia a
la nostalgia”. Se habla de desfallecer (“No sólo es desafortunado / Este pueblo / Sino sus
habitantes dijeron los señores”), pero el amor triunfa sobre la desolación: “DÉCADA del 50 mi
papá subía a tus colinas / Engendrando niños”. Se habla de la soberbia (“mundo extraño éste / y
es muy poco lo que se dice / en el tintero de las cucarachas”), pero la bondad contagia los actos
más humildes de la vida: “y a mi padre grandioso / héroe verdadero de este país despaisado / de
sus 57 años / le dio 45 a las oficinas / y no se robó ni un pedazo de cobre / su vida dice / que las
monedas ganadas / las repartió / entre sus amigos y nosotros…” Y es que en este imaginario
poético convergen simultáneamente todos los planos de la vida sostenidos siempre por la honda
intimidad de un lenguaje testimonial, irónico y tierno a la vez. De esa pluralidad de recuerdos se
levanta la imagen del río Guaire en su grandeza y en su imperfección. Visto en el reflejo de su
propia luz, penetra la mirada del niño que por primera vez contempló en sus aguas aquellas cosas
que sólo pueden verse a través del espíritu. Por eso el Guaire se yergue en el prodigio luminoso
de esa imagen que perdura en el tiempo:
[…]
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El río Guaire es mi amigo. Yo le
pido la bendición. Él es como un burrito
indómito que atraviesa la ciudad cargado de botellas
vacías:
ningún río de las Francias y de las
Alemanias se le compara. Está enamorado de la
quebrada de Catuche. Qué amores
Intercambian bacinillas detrás de los estacionamientos,
si los vieran.
El Dumbo Márquez no lo quiere: su Harley Davison
se ahogó en sus aguas. Yo sí lo
quiero, no es como el Orinoco que se
alimenta de músicos; se tragó toda una orquesta,
y las cartas de amor de Argenis Daza Guevara;
y si no quería cantar y amar, ¿por qué lo hizo?
Qué desperdicio. Tan pedante. (p. 37)
¿Cómo es este río que tiene alma y espíritu? Un río cuya visión parece desprenderse de
un horizonte donde el valor connotativo de las palabras dice mucho más de lo que tratamos de
comprender. Y si bien es cierto que este poema parte de una realidad concreta (un río que
atraviesa la ciudad de Caracas), sabemos que esta misma realidad trasciende hasta convertirse en
una metáfora del tiempo y de la vida: “es un río / que contempla, no para que lo contemplen”,
dice el hablante. En ese plano de la contemplación es que se traspone la realidad y el río adquiere
un carácter simbólico y mítico.2 No se parece, por supuesto, al de Jorge Manrique, metáfora del
2 En el texto “El río Guaire es una belleza”, el poeta se expresa sobre el río de esta manera: “A mí se me ocurre que este río es mi padre, se me ocurre que este río es mi familia, se me ocurre que este río es la gran anécdota de mis amigos, se me ocurre que este río es la gran deuda que puede tener un poeta que se dice nacido en Caracas, como uno de los sitios que yo considero ícono en este valle inmenso junto con el cerro Ávila. Es una deuda de un caraqueño con sus lugares, y es una deuda de un caraqueño visto también desde su sentido memorístico rural”.
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fluir de la vida, ubi sunt del tiempo que pasa como un rayo terrible; ni al poderoso fluir del
Orinoco que se extiende como un arco luminoso hasta el Océano Atlántico; ni semeja ningún río
del Oriente y “ningún río de las Francias o de las Alemanias se le compara” porque el río Guaire
es revelación que se transforma en la palabra. De ahí que su epopeya no haya que buscarla en los
libros de historia, ni en los temas medievales, ni en los antiguos cantares de gesta, pues ese
concepto yace aquí desmoronado como arena que lleva el viento. Por eso el tono del poema,
desenfadado y alegre, proyecta una imagen del Guaire no menos significativa que la de otros
ríos, por ejemplo, el Magdalena o el Orinoco, mencionados en el texto. Y nos transmite un
sentimiento libre de prejuicios en la evocadora imagen de esa primera contemplación, allí mismo
donde la infancia se funde en la esencia de las cosas elevándose sobre toda indiferencia: “Mi
infancia que tenía más colores que los / de un poeta de provincia en su provincia, / no distinguía
las aguas, todas eran iguales”.
Resulta que hay planos poéticos vedados al lector. Por eso se transponen los ámbitos de la
realidad y la fantasía y, entonces, un recuerdo, una palabra o una fecha nos plantean un
encuentro con algo que limita toda posible revelación. De ahí que ese algo, conceptos o claves
que el lector busca intuir se conviertan a veces en un código difícil de interpretar. Y éste es el
plano en el que nos detenemos buscando una interpretación valedera. Esta condición surge al
vincular los textos de San José Blues 1923 + Epopeya del Guaire y otros poemas con el año
1923. Este año evidentemente tiene una relación con el significado contextual del libro. Encierra
un sentido cuya tensión condiciona el contenido de estas composiciones ¿pero, por qué este año
y no otro? ¿Y por qué San José Blues y no San Luis Blues, por ejemplo? Pero los números algo
sugieren, marcan un tiempo y una época. Son también un punto de partida para una prehistoria
del libro que queda como un punto luminoso en el inconsciente. Y aunque posiblemente el año
1923 no implique otra pretensión que evocar una época, hay en él un sentido que parece
corresponderse con el texto de la página 33. Por tal razón transcribo el poema en su totalidad:
MAMÁ pirada conmigo hasta la Patagonia
Traje rojo boca roja cuerpo de rumbera
De película mexicana canción que espantó
Véase la revista, Trapos y helechos, No. 22, Año 2010, pp. 50-52. Contiene además otros trabajos significativos sobre el poeta.
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La recluta cuando nos requería en sus filas
Doncella de los años 30 peineta de Lola Flores
Patio de escuela casa blanca calle de San José3
Puerta de Caracas zapato patente ojo del mayor
Bello perdido en las montoneras de oriente
Taxi nocturno útero de acure plan cósmico
Que prometió regresar en uno de sus nietos
Moneda de yodo feudal obrera sin sindicato
Alfabetizadora en libro de uva y vaca pintona
Ley de hormiga amamantando toda la noche
Naturaleza muerta. (p. 33)
Parece entonces que el significado del título San José Blues… vaya unido a esa realidad
que se anexa al recuerdo de la infancia: “Patio de escuela casa blanca calle de San José”. Pero no
se trata sólo de nombrar esta realidad, sino de proyectarla sobre el tiempo para decir lo que las
palabras dicen cuando evocan lo que el tiempo mismo no han podido borrar: recuerdos y
experiencias que reflejan la intensidad de la vida. Todo esto en un lenguaje conversacional y
también de tono testimonial. Así el hablante reconstruye su mundo con esas experiencias de la
infancia: la casa y las calles, el cine, la década del ’50, actores, poetas y cantantes, peloteros e
imágenes del béisbol se funden para reflejar un universo que constituye una especie de collage
de nombres y recuerdos, de épocas e instantes en los que la pasión de lo vivido y perdido se
convierte en materia poética. Como un cronista que refleja la historia, así va el yo lírico seducido
por el acontecer de la vida en el tiempo. Guiado por la sabiduría de un lenguaje que lo libera de
la vanidad y la soberbia, vuelve para ofrendar lo que “por gracia recibió” (“Homenaje al cine”,
“Homenaje a los hermanos Grimm”, “Homenaje a Manuel Bandeira”). Y ¿no es acaso “Epopeya
del Guaire” el homenaje a un río poetizado en el tiempo? ¿No es acaso “La desalentada” y “El
desalentado” un homenaje a los caprichos y las grandezas del amor? ¿No será el poema
“Magallanes” otro gran homenaje a ese equipo de béisbol que pasa por la mirada del poeta como
un cometa sobre el luminoso cielo de Caracas?:
3 Utilizo la letra cursiva para establecer una conexión con el título de este libro.
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¡Ah! Esos muchachos de Catia ¡Ah! Esos panas del
Cementerio
Santiago Pototo El Chivo Joseíto y el Henry
Qué pena Magallanes
Nosotros y otros como nosotros llave a llave
Doblando por tercera te cantamos safe
La imagen del juego sugiere también ese dinamismo que transmite la fuerza y esplendor
de una experiencia memorable en el tiempo. En otro poema (“Modas”), se proyecta la imagen de
una modernidad volcada sobre una realidad engañosa: “Soy un poeta pasado de moda. / Así me
nombra el crítico en su hablar / de costurero.”(p. 66); dice, con humor e ironía, para los que se
engañan haciendo de la moda una virtud literaria. Y así también para burlarse de una crítica cuya
visión parece cimentada sobre los prejuicios de la época: “En este verano se impondrán los
poemas cortos, / seis dedos más arriba de la rodilla con chivita / fu-manchú, hilo chino de la
mejor especie y / variaciones de rombo japonés”. Todo en esta poesía tiene un particular matiz
que va mostrándose a través de la lectura. De ahí pasamos a otros temas y situaciones que
expanden y profundizan la dimensión poética de Antología de la mala calle (1990). En este libro
el hablante retoma los espacios de la ciudad con un lenguaje más irónico y descarnado. No se ha
alejado de la percepción anterior, por el contrario, se ha profundizado esa visión y se ha hecho
más abierta y degradada. El título mismo revela el sentido y ubicación de esos contextos: la calle
como un escenario donde el ímpetu de la vida, la atmósfera política, los seres y las cosas
adquieren esta visión descarnada. Pero hay que advertir que de un modo figurado, “la mala calle”
es también una alusión sarcástica y antagónica de lo que podríamos encontrar, por ejemplo, en
una “antología de la buena calle”. El adjetivo “mala” no establece aquí una escala de valores, es
─por decirlo de algún modo─ una forma de encarar la opinión del lector y enfrentarlo con un
concepto la mayoría de las veces revestido de nuestros propios prejuicios. Pero lo que la palabra
o las palabras aquí engendran es una voluntad que se instala en la geografía y los espacios de la
ciudad para fundirse con la humanidad y decir lo indecible, lo que a veces sabemos y callamos.
Por ello, para desentrañar las historias que configuran ese mundo el yo lírico necesita compartir
esa realidad y ser también punto referencial de esa experiencia. Para eso tendrá que ver su yo
(como hasta ahora lo ha hecho) a través de la palabra. Esto, por supuesto, en la absoluta libertad
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de un lenguaje irreverente y desafiante. Un lenguaje impregnado de humor y, la mayoría de las
veces, de sarcasmo y de ironía para mostrar que un escritor no puede ser indiferente a la historia
y al tiempo que le ha tocado vivir: “Mi enfrentamiento es desigual / Y me burlo de toda acción
que tienda a purificarme”, dice en estos versos. De lo que habla es del enfrentamiento con la (su)
realidad, con el entorno y con la propia poesía. No para buscar una tabla de salvación, ni para
erigirse como un dechado de virtudes, sino para expresar el ambiente y las circunstancias de la
vida en su más sórdida realidad. De esas expresiones resalta no sólo la fogosidad con que se
dicen las cosas, sino también una actitud que nos recuerda el estilo de los profetas de bíblicos:
Entren los imperios en decadencias
Y declinen ciudades.
No irán junto a mí
Los terribles espejos que me contemplaron. (“Salmo”, p. 77)
Aquí alenté la cruz amarga de mi frente
De aquí me fui con los clavos en la cabeza (“Farewell”, p. 78)
Oh tú, casa fugitiva, loba de los suburbios;
Antes te haré asomar por mortecinos laberintos,
Donde mandan los escudos más distantes (“Profecías”, p. 79)
Oradores y sabios,
tal vez sea el momento
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para salir a la calle,
y darle su golpe de conejo en la oreja del Emperador.
Por las calles pasa la Corte como asnos tatuados,
cabizbajos en sus automóviles. (“Piedra vieja I”, p. 100)
A ningún faraón nombraremos con orgullo
Si éste no ha dicho la verdad. A ninguno. (“Faraón”, p. 125)
Fundada está mi casa.
Aquí hemos llegado
Cogiendo piedras removiendo tazas
Buscando deseos en algún verdor extraordinario. (“1900” p. 180)
Ciertamente, cuando hablamos de lenguaje profético no estamos hablando de relaciones
contextuales entre épocas y culturas dominadas por realidades diferentes, lo que se quiere
señalar es la sensación que produce esta voz poética. Y así mismo unas experiencias que actúan
sobre el presente histórico de un hablante que busca un sentido más humano de la vida. Por eso
su palabra no encubre, ni pretende dejarse engañar por las apariencias. Dice lo que siente para
transmitir la realidad de todos los días, pero una realidad en la que la vida y las pasiones no dejan
de ser dolorosas. De ahí que estos planos referenciales proyecten una imagen dramática y
desgarradora del entorno: “He aquí la flor / La selva de plástico como falso seno / El río de la
convivencia, palabras, / Todo el desgaste de una realidad casi inamovible.” (p. 92); nos dice,
como si la imagen de aquel verso de Quevedo (“Miré los muros de la patria mía”) encarnara su
propia realidad:
[…]
Sobre el acero de las fábricas
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Las licenciosas industrias se levantan
Arden los hornos en la callada bruma
Y el humo se dispersa
Por las calles desoladas
Oh sombra de los necesitados
Oh lucro del jabalí
Oh pan sin soga
Oh escritorios que dejaron atrás
La sangre del cordero
Gato muerto de los despedidos
Que el último portazo
Sea contra sus narices. (“Episodios nacionales, pp. 127-130)
Sin embargo, lo que se quiere destacar en este poema es la consecuencia de esa “realidad
casi inmovible” producto del materialismo de una burguesía que vive de espaldas al país. Contra
esa clase indiferente se manifiesta el hablante. De ahí las imágenes que también se corresponden
con el texto “De donde se avisa que las cosas están muy malas”. Los versos a continuación
ilustran un cuadro irónico de esa oligarquía sometida a los intereses y manipulaciones de los
grandes consorcios multinacionales: “Entré en la tumba de los 32 faraones que gobernaron / A
esta Nación. Vi sus nombres grabados en mármol, / Sus máscaras de oro puro y sus cabezas
forradas / en hilo / A un extremo de la cámara, dentro de una inmensa campana de cristal /
Yacían sus cerebros, arrogando chispas con los / cables pelados” (pp. 121-122). Este poema
ridiculiza las estructuras del poder y la complicidad de aquella casta de políticos que en su época
dirigieron el destino del país. Nos advierte del sentido inútil de la vida traspasada por el mal:
“Desecha las antiguas costumbres / Tanta grandeza no cabe en dos milenios / Adapta tu paso / A
las ciudades insurrectas / Cuanto ocurrió fue prosa efímera / Por mí pueden voltear las cartas /
Mearse en todas las puertas del mundo / Incendiar a Roma” (p. 95). De hecho, no se refiere aquí
a las costumbres aprendidas en el hogar ni a la conducta de un ciudadano responsable, sino a la
actitud de una clase letrada. Contra esa clase es que el yo lírico levanta su voz. No reserva la más
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mínima simpatía con los que evaden el compromiso de la patria. La dignidad del hablante no le
permite acercarse a ese mundo sin repudiarlo. Esa misma dignidad lo mueve a decir lo que
siente. Pero un sentir que no excluye la soledad y la amargura: “Mi mundo y yo resueltos como
botellazos en las barras”, dice en este verso. Y en otros: “Mis poemas fueron inútiles. / Ninguno
abrió las puertas del Reino. / Todos han sido quemados por su propia cuenta. / No hay componte,
los desesperados, siguen siendo los desesperados / y aquellos a quienes alabé colgaron sus lanzas
/ en los edificios más altos” (p. 97), advierte en estos versos. Nada escapa a esta mirada que
funda la casa de su poesía en el compromiso social: “Fundada está mi casa. / Aquí hemos llegado
/ Cogiendo piedras removiendo tazas / Buscando deseos en algún verdor extraordinario.” (p.
180). Esto para mirar cara a cara los problemas de la patria con una obra poética que es, como
señalara alguna vez el poeta español Jorge Guillén: “Poesía individual y general, himno, elegía y
sátira, cántico y clamor, pese a los anatemas de los Pedantes”4. Sin embargo, algo más profundo
que el cántico y el clamor es lo que presentan estos versos: la presencia de un ser que asume la
escritura como un acto de conciencia para que la poesía nos obligue afrontar el destino de la
patria.
El tercer libro que compone esta antología, Mas si yo fuese poeta, un buen poeta y Estos
81 (1978), continúa ahondando en esa visión humana y social que no busca evadir la realidad
sino fundirla en la palabra. El título mismo contiene el sentido irónico que caracteriza el estilo
del poeta. Pasamos de un libro a otro frente a un mundo cuya problemática deja una puerta
abierta para que el lenguaje nos hable directamente a la conciencia:
No caí preso por subversivo
nunca fui presidente del Centro de Estudiantes
ni tuve novia que leyese a Marx
ni a la Antipoesía de Nicanor Parra
yo no delaté a nadie
tampoco fui contacto de Douglas en la ciudad.
4 Jorge Guillén, “Poesía Integral” (En la recepción de un premio), en Revista Hispánica Moderna, Año XXX I, Núm. 1-4 , enero-octubre, 1965, Columbia University, Nueva York.
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Protesté por la muerte del estudiante Marvin Marín
sin que esto tenga algo de extraordinario.
No estuve en el desembarco de Marchurucuto.
Y por más que quise
siempre fui el mismo sin carnet. (“Sin carnet”, p. 193)
El asunto del texto consiste en decir lo que se siente enfrentándose a la realidad sin
depender de la voluntad ajena. Actuar de acuerdo a lo que dicta la conciencia. Para exponerlo de
este modo, la ironía sirve no para justificar la conducta del hablante sino para liberarla, para
contrarrestar la injusticia. Esta postura muestra el sentimiento solidario que trasciende cualquier
posición ideológica. Pero el hablante ve los seres y las cosas que conforman su entorno
consciente de que la vida demanda otros cambios, y su palabra no busca ocultar los problemas,
sino de revelarlos: “Apártate de los pesimistas / déjalos del otro lado de la acera / con sus
interiores de tragedia / y sus lentes de infortunios…” (p. 194), señala en estos veros. Y para crear
conciencia de esa actitud desalentadora, reconoce que la palabra tiene que ser portadora de otra
visión de mundo. En este sentido la palabra encarna un compromiso que pone al descubierto
cuanto acontece a su alrededor: “Lo siento, me he extraviado / el camino que tomé / no es el
mismo / que pensaba seguir, / les pido excusas.” (p. 201). De lo que nos advierte el poema ─y en
esto reside el mensaje fundamental del texto─ es del rechazo a ese camino lleno de laureles, por
uno en el que todos nos reconozcamos. El camino de la solidaridad y la poesía; ése que trae a la
memoria el sentido profundo de aquellos versos del poeta norteamericano Robert Frost (“Two
roads diverged in a yellow wood, / And sorry I could not travel both…”), en el poema “The Road
Not Taken”. El poeta ha elegido su camino. Un camino que representa una metáfora de la vida.
Una metáfora que se transforma continuamente sin contagiarse de la maledicencia ni el engaño.
Poesía que dice lo que tiene que decir sin pedir disculpas, sin rendir cuentas, sin doblegarse a la
ambición o al poder. Poesía abierta a la inmensa mayoría como quería el poeta Blas de Otero.
Poesía que recoge los rigores de la vida y condena las injusticias humanas. En ella se entrecruzan
el calor familiar y los recuerdos del barrio, el paisaje de la infancia y la melodía de los tangos, la
presencia de Emily Bronte y el terrible crimen de Sharon Tate. Todo en un lenguaje que también
nos acerca a experiencias profundas de la vida como ocurre en los poemas “Daniel mi hermano”,
“Henry mi hermano”, “Mi hermano el negro” y “Mi abuelo se levanta”, tan llenos de recuerdos y
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vivencias personales. Reposa en ellos una mirada contemplativa de las cosas y los seres amados
con un sentido más tierno y puro:
Mi abuelo se abre paso
Va por los cuartos
Lleva un baúl en sus manos.
Por fin se decide y se queda en uno de ellos.
La casa está oscura
Yo me acerco.
Lo veo bailar con mi abuela.
Me río pero no me burlo.
Soy pequeño
Él se disgusta y sale a la calle
Mi mamá y yo lo seguimos
Para ver hacia dónde va
Él se da cuenta, pelea con nosotros.
En la noche y en el día ruega por él
Lejos de su vida. (“Mi abuelo se levanta”, p. 212)
Este sentimiento se advierte también en los poemas “Salud”, “Fucho Briceño” y
“Siempre la mamá de uno” en los que podemos apreciar, como ocurre en otras composiciones,
las experiencias más íntimas de la vida. En ellos se destaca un trasfondo sentimental que
contrasta con los que retienen una visión más corrosiva y amarga del ambiente. De ahí los
diferentes planos e impresiones cuando pasamos de un poema a otro, pues sabemos que los
temas cambian continuamente proponiéndonos distintos modos de acercarnos al texto y al
mensaje que éste conlleva. Por ejemplo:
Acercarse al mundo, en cierto sentido es desnudarse
mutilarse las alas que lo mantienen a uno en franca
unión con el paraíso
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abalanzarse por vacíos insondables
descubrir que somos la explosión fugaz
heredada en el tiempo.
(“Acercarse al mundo”, p. 233)
Este poema, como observamos, nos acerca a otro mundo. No al mundo material, por supuesto,
sino al que surge de una experiencia del ser frente a la vida. Una conciencia que indaga la
interioridad del hablante y las cosas que conforman su cotidianidad. Ese “acercarse al mundo” y
ese “desnudarse” conllevan una cierta religiosidad que transforma y profundiza esa relación con
el universo. Es decir, una mística de lo que la poesía misma es capaz de revelar si nos dejamos
traspasar por ella: “Un poema no sale de esta campana sorda / ni mucho menos / de este bostezo
angelical / que teme pudrirse con las palabras (…) /, En el mejor de los casos un poema es
cuestión / de principios” (p. 238), nos dice el hablante. En este sentir, y sobre todo, en “esta
cuestión de principios” radica el fundamento de toda esta poesía. A la luz de esos principios
entran la ironía y el humor como elementos portadores del descontento y la crítica de esa
realidad. De este modo parece estructurarse también la visión de mundo que hallamos en el
último apartado del libro: Traje de pelea. La imagen de por sí provocadora, enfatiza otra vez la
confrontación de esa experiencia abrumadora de la realidad. En este plano hay que señalar
además la contraparte de esta poesía: esa otra escritura absorbida por un sentido irreal y sin
compromiso social, que es sin duda a la que el hablante se refiere burlonamente en el poema
“Poetalandia”: “A los poetas les obsede una dulzura inimaginable. / No se les conoce pares, la
mejor especie. / Invocan los caminos de la fama; en esos caminos / trepan alto, andan en zancos
por toda la ciudad…”, se mofa el hablante. Y más adelante, en una crítica más punzante y
descarnada: “Los poetas viven dentro de los poetas, es decir / que allí no vive nadie, sino su
pequeña ambición.” (pp. 245-246). La fantasía chabacana de “Disneylandia es sustituida aquí por
la imagen de “Poetalandia” al parodiarse cómicamente la actitud frívola y acomodaticia de
algunos escritores. En el poema “Serenata” la crítica se agudiza aún más para revelar una visión
entronizada en las más bajas pasiones. Por eso me parece importante transcribir todo el texto
para una mejor apreciación:
Se fueron al Congreso a pronunciar
sus discursos
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hablando de la democracia mientras escondían la rata
en el jardín donde crecen sus rosas
y yo te observé Víctor sacándole los clavos
a la silla del Faraón más alegre que un vacilón de
alcoba
bajándole los pantalones a los diputados
mientras ellos copulaban de retruque
contra un rabo de iguana disecado
y no había audiencia sino un júbilo de piedras
que caían en las actas donde se dejaba
constancia cómo y de qué manera se había emputecido
el país
y me dijiste “mira por el ojo de esta cerradura” y vi
a los senadores en dormilona
taconeando encima de los escritorios levantando la
mano
para pedir la palabra
y no eran palabras las que salían de sus bocas
sino remolinos de heno
que se dispersaban por la sala
y el más viejo llamaba al orden sosteniéndose los
testículos
con tela adhesiva mientras se metían en las uvas
podridas
de su vino calavera con peluca de anciana en los
sótanos
de la casa del partido
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y febrero no es un mes Víctor sino un niño que va
montado
en tus papeles como si fuera una alfombra mágica
paseándose de un barrio a otro sin odiar al viento y
a la piedra
sobre la colina de tu más alta poesía
Masseratti adentro hacia el amor de muchachas
furibundas
que te esperan
y estamos en deuda galán dijo uno que había visto
en Japón cómo los terremotos los tiraban
detrás de un gimnasio
y de allí salían convertidos
en gelatina para el cabello de las damas
y otro apuntó amarrado a una guayabera de fuerza
“me gusta meter a la humanidad en un frasco de
formol
para que la admiren las hormigas en la punta de un
rábano”
en el momento que buscaba ganzúa y patecabra
en unos arbustos para romper las puertas de las
academias
y le diste en la torre a las elegías Víctor
las liceístas dicen que nos llevas varias serenatas de
ventaja
é vero chino y venga esas guitarras
que suenen las baterías. (pp. 247-248)
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La estructura del poema va proyectando los diferentes niveles en que suceden las
acciones. Las acciones a su vez revelan la imagen de una clase social degradada por el poder y la
corrupción. El poeta enfrenta al lector directamente con esta imagen, y en la medida que vamos
avanzando en la lectura esta imagen se torna más patética. El título “Serenata” también adquiere
otro sentido, es decir, se convierte en un concepto irónico de lo que pensábamos debía ser una
serenata. De ahí la contradicción del título con lo que acontece en el poema: una reunión de
políticos en una orgía desenfrenada. Para darle esa dimensión el hablante cuenta con un poeta
rebelde y combativo. Me refiero a Víctor Valera Mora5. En efecto, Valera Mora nos da una
óptica de la perversidad de esa clase política. Se ha situado dentro del texto para señalar un
mundo degradado y aborrecible. Así desenmascara ese mundo sin posibilidades de expiación: “y
yo te observé Víctor sacándole los clavos / a la silla del Faraón más alegre que un vacilón de /
alcoba / bajándole los pantalones a los diputados / mientras ellos copulaban de retruque / contra
un rabo de iguana disecado”. El Faraón es otra imagen despectiva y caricaturesca de esa clase
política. Por eso llama la atención el modo en que se presentan y se desarrollan las acciones: “y
me dijiste ‘mira por el ojo de esta cerradura’ y vi / a los senadores en dormilona / taconeando
encima de los escritorios levantando la / mano / para pedir la palabra / y no eran palabras las que
salían de sus bocas / sino remolinos de heno”. El “ojo de la cerradura” da acceso a ese mundo
descarnado y grotesco; escenario representativo de una clase social sin esperanzas de regenerarse
éticamente. En este sentido ese mundo es absorbido por su propia perversidad. Así el ojo de la
cerradura marca literalmente una línea divisoria entre el bien y el mal. Es desde ese espacio que
el lector puede ubicarse para observar el estado de descomposición moral de ese mundo. Es
contra ese mundo que se manifiesta esta conciencia acusadora. Ésta es la postura radical que
siempre sostuvo este poeta comprometido con la patria y con una poesía de acento subversivo y
rebelde, una poesía que en aquel entonces exigía un nuevo futuro, un nuevo proyecto de país. Por
eso luchó contra los centros de poder más reaccionarios y contra el pensamiento excluyente de
los academicistas. Así lo afirman los siguientes versos: “…buscaba ganzúa y patecabra / en unos
5 Véase, Víctor Valera Mora, Nueva antología (Caracas, Biblioteca Básica de Autores Venezolanos, 1ra ed., Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2004). Por otro lado, el excelente ensayo del crítico Héctor Seija sobre William Osuna también puede leerse en la revista Trapos y helechos, Núm. 22 (Año 2010), pp. 62-66; y en Jornal de Poesía-Banda Hispánica, www.jornaldepoesia.jor.br/bh17osuna.htm
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arbustos para romper las puertas de las / academias / y le diste en la torre a las elegías Víctor / las
liceístas dicen que nos llevas varias serenatas de / ventajas / é vero chino y venga esas guitarras /
que suenen las baterías”. Este tono jocoso cierra magistralmente el poema al presentar a las
liceístas como herederas de un sentimentalismo elegiaco ajeno a la realidad del país (“le diste en
la torre a las elegías”). Irónicamente en las liceístas también se trasluce el impacto producido por
la poesía de tema social. El final del poema: “é vero Chino y vengan esas guitarras / que suenen
las baterías”, conlleva la expresión jubilosa de quien ha vencido el mal, de quien ha salido
victorioso de un camino de sombras grotescas.
En el poema “Años 90” se hace referencia, como ocurre en muchos de estos poemas, a la
vida que se vive marginalmente, a sobresalto, asumiendo aquí y allí el sacrificio que exige estar
vivo. Luchar a brazo partido contra el poder que legitima la injusticia por un lado y la miseria
por otro. Porque de aquellos palacios donde se entronizaba el poder, surgía el peligro de que la
patria se desvaneciera: “Se habló de privatizar todo / hasta el aire de los amantes”, dice el
hablante poético. No sorprende pues ver al poeta una y otra vez reñido con esa realidad: “Los de
abajo se montaban / en la sombra de un barco / y eran bajados en la frontera de no tener nada /
con un pan partido en el centro del corazón.” (p. 251). Ciertamente con los de abajo y los
marginados va el autor de estos textos. Saca uno y otro verso como “un pan partido del centro
del corazón” y busca trazar un camino para los que viven a la luz de estos versos: el desparecido,
Arturo o Gabriel, Miguel o Jesús Alberto León, Santos López o Jhonny Beauty, Pierre Monamú
y Saúl Bello, todos nombres de amigos reales o imaginarios, aventureros de la vida, locos de
remate y aspirantes a poetas. Ilusos todos, iluminados por el resplandor de una poesía que les
devuelve su perfil a la luz de estas palabras. Porque al fin de cuentas de eso trata la verdadera
poesía. Palabras que evocan la gran realidad de la vida para que la patria y cada ser humano sean
una misma cosa. Los títulos de estos poemas manifiestan este sentir en cuanto a esa visión de
mundo se refiere. Por eso, muchas de estas composiciones son productos de la crítica recurrente
de un mundo demasiado complejo y personal para que exista en el olvido. Ciertamente como
mencioné al principio, la pluralidad de temas y contrastes hace que este libro nos permita
reflexionar y alzar la voz frenéticamente para que la indiferencia no cubra nuestros rostros.
Porque aquí se proclama la solidaridad con los humildes y se ataca a los ruines en cánticos
acusatorios, para que la patria se convierta en la casa de todos “…un pedazo de tierra amorosa
que gira en la / noche universal”. Pues día a día se afirma la esperanza y “El futuro no es un
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instante ni un sitio ni la imagen / cinematográfica de carros en el cielo / ordenando un camino”.
El futuro “Es ya. Sucede. Va a pie o sobre / celajes que cruzan el espacio”.
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